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Amanda Browning - Una Promesa Que Cumplir
Amanda Browning - Una Promesa Que Cumplir
(Promesa en Desagravio)
Amanda Browning
Argumento:
"Un hombre tortuoso, peligroso"
Así describía Kate a Aidan Crawford. Ella había estado esperando con
ilusión arruinarle, no había pensado en otra cosa sino en la venganza.
Cuando tuvo la oportunidad, sin embargo, ella se encontró con un
adversario digno... un hombre que usaba devastadoras artimañas
masculinas.
Hasta que Aidan la besó, ella se había creído frígida, incapaz de
responder físicamente a un hombre. ¿Por qué tuvo que ser justamente
Aidan quien derritiera el hielo que la rodeaba? Pero, ¿bastaría la pasión
para liberarla de las sombras de su pasado?
Amanda Browning — Una Promesa que Cumplir (Promesa en Desagravio)
Capítulo 1
Casi era hora. Kate Hardie sintió que su corazón empezaba a latir con fuerza, a
medida que la adrenalina fluía por Su cuerpo. Fijó la mirada en sus manos
temblorosas, aunque no se estremecía por el temor. Durante cuatro años esperó un
momento como el actual, supo que si era paciente, éste llegaría... y así sucedió. No
obstante, fue coincidencia que viera la noticia sobre el compromiso, un mes antes en
el periódico. La suerte también estuvo de su lado, puesto que resultó muy fácil
descubrir la hora y el lugar de la boda. Una palabra en la oreja indicada y supo que
Aidan Crawford se casaba con la honorable Julia Howell a las tres de la tarde de ese
mismo día.
Kate cerró los puños. Ese era su derecho... ojo por ojo. Se lo debía a su hermano. El
recuerdo llevó un brillo a sus ojos y tensión a sus labios. Ningún hombre podía hacer
lo que le hicieron a las personas que ella amaba, y salirse con la suya.
Cerró la mente al ruido de los coches que llegaban, a las puertas que se abrían y
cerraban, a los saludos alegres, y no intentó apartar los recuerdos. Parecía muy
correcto que ese día evocara con exactitud por qué estaba allí.
Ella tenía veintidós años en aquel entonces, y Philip, su hermano, apenas catorce.
Sólo quedaban ellos dos, desde que sus padres murieron en un accidente
automovilístico dos años antes. La vida no fue fácil, mas se las arreglaron. Vivieron
en un apartamento pequeño, el cual rentaba gracias a su empleo en una agencia de
bienes raíces. No quedaba mucho dinero para lujos, pero eso no importó, puesto que
estaban juntos.
Fue entonces cuando Philip enfermó. Un día parecía el adolescente más feliz y
saludable que ella conocía, y al siguiente, empezó a decaer ante sus ojos. Visitaron
cada hospital y especialista en el país, antes que les dieran un diagnóstico. Era una
enfermedad poco conocida, sin embargo, habían descubierto un tratamiento que
daba una buena oportunidad de recuperarse. El único problema era que Philip
tendría que ir a América y, además, el costo del tratamiento era altísimo.
Por supuesto, Kate intentó reunir el dinero, mas no tenía nada que vender y
ningún pariente que pudiera prestarle la suma que necesitaba. A medida que sus
opciones disminuyeron, el decaimiento de su hermano aumentó. Aunque Kate
intentó no demostrar su preocupación, estaba casi desesperada cuando recordó a
Aidan Crawford.
Parecía la respuesta a todas sus plegarias. Su padre le dijo en una ocasión, quizá
adivinando su muerte temprana, que si algo le sucedía a él y a su madre, podía
buscar a ese hombre para pedirle ayuda. Fueron amigos durante muchos años y
todavía se escribían. Si ella tenía problemas, ese hombre haría todo lo posible para
ayudarla.
Con renovada esperanza, Kate encontró su dirección en el directorio telefónico de
Londres, y fue a verlo.
Con un estremecimiento, Kate regresó al presente. Miró hacia el exterior y vio que
la novia llegaba. Pronto tendría su venganza, por aquella noche, cuatro años antes,
cuando su mundo quedó destrozado. Philip estaba tan enfermo que ella odió dejarlo,
mas no debía perder tiempo. Ella se fue, y mientras abogaba por su causa, su
hermano fue llevado con urgencia al hospital. Todavía hubiera habido tiempo, de
haber llegado el dinero. Su hermano hubiese podido salvarse, pero Aidan Crawford
se negó a ayudarlos.
Kate regresó a casa desesperada y descubrió lo sucedido a Philip. Antes que
pudiera salir para el hospital, recibió una llamada telefónica para avisarle que su
hermano había entrado en estado de coma. Murió en la madrugada del día siguiente.
El doble golpe fue demasiado. Kate sufrió un shock y recordaba muy poco de aquella
noche, excepto la negativa de Aidan Crawford, la cual, en su mente, puso sello al
destino de su hermano. Lo anterior la dejó con un inmenso odio hacia el hombre que
pudo haber salvado a Philip. Juró que algún día él pagaría por ello.
Kate estuvo en shock durante días. Ni siquiera el pequeño funeral penetró el hielo
que sentía en su interior; algo vital había muerto en ella. No pudo sentir nada más,
no deseaba sentirlo. En la soledad de su apartamento sólo supo una cosa: la falta de
dinero le dio a un hombre el poder sobre la vida y muerte de su hermano. La riqueza
pudo haber mantenido vivo a Philip, y la riqueza significaba poder. En ella nació la
decisión de que algún día, la riqueza y el poder serían de ella.
Una semana después, Kate se encontró con una vieja amiga, Rae Purcell. Mientras
tomaban café, reanudaron esa amistad y Kate se enteró de que Rae estaba en busca
de chicas para una agencia de modelos. Estudió la apariencia de Kate. La ansiedad y
falta de apetito habían dejado su cuerpo perfecto para el modelaje. El dolor afiló su
rostro y dio a sus ojos una expresión de lejanía desdeñosa.
Cuando Rae sugirió que a la agencia le encantaría esa mirada de altivez helada y
que podría hacer una fortuna, Kate se mostró escéptica, mas Rae tuvo razón. Kate
aceptó la idea porque eso era más sencillo que discutir, pero de la noche a la mañana
se convirtió en la nueva sensación. La agencia y los publicistas la adoraron. En muy
poco tiempo, ganó una cantidad fabulosa de dinero.
De pronto, la meta que se fijó estuvo a su alcance y la tomó con obsesión. Trabajó
durante cada hora disponible del día y fue a todos los sitios que le pedían. Sabía que
cada trabajo hecho con éxito significaba dinero en el banco.
El lograr una seguridad financiera no la detuvo, pues el trabajo llenaba su vida.
Los hombres quedaban en la periferia y nunca se acercaban. Trabajaba con ellos,
cenaba y salía cuando la invitaban, mas nunca entraban realmente en su vida.
Además, Kate no sentía nada. Sus besos y caricias la dejaban fría, sin responder.
Por supuesto, en lugar de que esto los alejara, era como un trapo rojo ante un toro.
Alguien le puso el apodo de "Reina Helada", mas no le importó. No permitía que
nada interfiriera con su meta. Si algún hombre se volvía demasiado posesivo, ella lo
alejaba.
No le importaba si su modo de ser le proporcionaba enemigos; simplemente los
hombres no tenían un lugar en su vida. Era consiente que cada uno de ellos quería
ser quien la "derritiera", mas sabía que eso era imposible y se mostraba indiferente.
Nunca olvidó la promesa que hizo. Esperó con la paciencia de un gato, hasta que
algo la hizo detenerse y mirar atrás. Se encontró con unos ojos grises y por un
segundo, fue como si sólo ellos dos estuvieran presentes... hasta el ruido pareció
apagarse.
Un estremecimiento de temor recorrió su espalda y se tensó, contenta de que él no
pudiera ver quién era ella, puesto que sabía que acababa de buscarse un enemigo
formidable.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para dar la espalda a esos ojos hipnotizadores.
Al alejarse, sintió las piernas muy débiles. Nadie intentó detener su retirada y con
rapidez regresó al coche y al cerrar la puerta, la dominó la incómoda sensación de ser
acosada. Se dijo que eso era ridículo, después de una sola mirada.
Al dar la orden al chofer, agradeció que su voz sonara calmada:
—Puedes llevarme a casa, John.
Kate cerró los ojos y suspiró. Al fin todo terminó. Logró arruinar la vida de Aidan
Crawford, de igual manera como él destruyó la de ella en una ocasión. Quizá no de
una forma tan devastadora, mas fue suficiente. Deseó que la desolación que una vez
ella vivió, la sintiera él ahora.
Levantó el velo de su rostro, puesto que ya había cumplido su propósito. Aunque
su rostro era bien conocido en algunos círculos, dudaba que alguien la hubiera
identificado... en especial él. No quería que Aidan lo supiera, deseaba que se hiciera
preguntas y que aprendiera a odiarla como ella lo odió.
Por un momento, volvió a ver los ojos de él, grises y fríos; unos ojos que prometían
retribución. Descubrió que la venganza era dulce. Se inclinó hacia el frente y abrió el
pequeño bar que tenía enfrente para servirse un poco de brandy.
Levantó la copa y brindó:
—Por ti, Aidan Crawford. ¡Que te quemes en el infierno! —soltó una carcajada y
bebió el contenido de la copa.
Capítulo 2
Esa noche, Kate estaba de pie frente al espejo en su cuarto de vestir, y acomodó la
suave tela de su vestido sobre las caderas. Era una prenda negra y sencilla que se
amoldaba a sus curvas. Tenía mangas largas y el cuello era una abertura sin
hombros. Enfatizaba su figura y la falda le llegaba arriba de las rodillas.
Vestía para una ocasión muy especial, por lo que tuvo mucho cuidado al dar los
toques finales. Recogió su cabello y en sus orejas brillaban pendientes de diamante y
platino. En cada muñeca llevaba angostos brazaletes de diamante; lo suficiente para
realzar el vestido sencillo y nada más. Aplicó el maquillaje de manera tal que daba el
efecto de llevar muy poco. Esto último era una técnica que aprendió durante sus años
de modelo, y que ahora enseñaba en la escuela de modelaje y en la agencia que
estableció ese año. Al ponerse las zapatillas negras con tacón alto, decidió que le
agradaba su apariencia.
Sus ojos brillaron al imaginar las horas que seguirían. Esa noche coronaría su éxito
con una fiesta. Fue una idea espontánea que se le ocurrió cuando regresaba a casa,
por lo que usó el teléfono del coche para hacer las invitaciones. Abajo, todo estaba
listo. Estaba a punto de celebrar el final de un capítulo en su vida. Lo que en
ocasiones le pareció un sueño imposible, ahora era realidad. Derrotó a Aidan
Crawford y el triunfo la puso eufórica.
El sonido distante del timbre interrumpió sus pensamientos. Salió de la habitación
y apagó la luz. Al bajar por la escalera, escuchó voces en el salón y sus pasos se
aligeraron al reconocerlas.
Maggie, su ama de llaves, se volvió cuando ella entró y la charla en voz baja
terminó, por lo que supo que hablaban de ella. Frunció el ceño, pues eso sucedía con
demasiada frecuencia últimamente y no estaba segura de que le gustara. Sin
embargo, resultaba imposible enfadarse. Maggie trabajaba con ella desde hacía
cuatro años y había sido parte guardián y parte madre, más que ama de llaves.
Fijó la mirada en la otra persona, su amiga Rae, una mujer baja, morena y un poco
regordeta. Rae era su confidente y ahora también su asistente. En realidad, esta
última era la única que sabía a qué se debía la celebración, aunque en ocasiones, Kate
se preguntaba qué tanto sabía Maggie y cuánto adivinaba acerca del demonio que
poseía a su joven ama. El ama de llaves podía ser muy reservada cuando quería,
como en ese momento, al recibir el abrigo de Rae con una mirada significativa, antes
de volverse hacia Kate.
—Le decía a la señorita Purcell que todo está listo —informó Maggie—. Dejé más
comida en la cocina y hay mucho hielo en el congelador. Sólo llama, si la comida
empieza a escasear.
—Maggie, eres una terrible mentirosa —manifestó Kate y suspiró con irritación—.
Ustedes dos me están volviendo paranoica. ¿Qué es lo que confabulan a mi espalda?
—esperó dos segundos y no recibió respuesta—. De acuerdo, no me lo digan, pero
les prometo esto: cuando tenga más tiempo, adivinaré con exactitud lo que sucede.
Mientras tanto, gracias, Maggie. Parece que aquí hay suficiente comida para
—Con honestidad, Kate... —empezó a decir Rae, pero fue interrumpida por el
sonido estridente del timbre. Kate sintió alivio, puesto que odiaba discutir con su
amiga.
—¡Me salvó la campana! —aseguró la modelo y frunció el ceño, pues quien estaba
afuera, no dejaba de oprimir el timbre. Se preguntó quién sería y caminó hacia el
vestíbulo. El timbre no dejaba de sonar—. ¡Ya voy, ya voy! —abrió la puerta,
decidida a decirle al recién llegado lo que pensaba—. ¡Tú! —exclamó horrorizada.
—¿Celebrando? —preguntó Aidan Crawford con desdén. Fijó la mirada helada en
la copa que ella tenía en la mano, en seguida se deslizó hacia donde se llevaba a cabo
la fiesta.
—A decir verdad, sí —respondió Kate y levantó la barbilla—, y no estás invitado
—intentó cerrar la puerta, mas él interpuso un pie y se lo impidió. Toda la fuerza de
Kate no era nada, comparada con la que empujó la puerta y la volvió a abrir. La chica
dio un paso hacia atrás, para evitar resultar lastimada.
—¡Oh, no, no me invitaste! —manifestó Aidan Crawford y entró, sin que ella
pudiera evitarlo. Cerró la puerta.
—¿Cómo te atreves? —preguntó Kate—. Vete, antes que ordene que te echen.
—¿Despedirme? No lo creo, señorita. Tú y yo tenemos que hablar —la ira se
reflejaba en sus ojos. Kate levantó la mano y dio un paso adelante, con la intención de
golpear ese rostro odiado. No logró su objetivo, pues él le atrapó la muñeca con
fuerza y la hizo retroceder de dolor.
—¿Kate? ¿Te encuentras bien? —preguntó Rae, quien llegó al vestíbulo, atraída
por el ruido, lo mismo que otras personas. Al reconocer quién era el hombre abrió
mucho los ojos—. ¡Oh, cielos!
—Esto es una charla privada —informó Aidan Crawford, antes que Kate pudiera
pronunciar palabra—. Estoy seguro de que Kate no desea que hablemos en público
—su mirada era una amenaza.
Kate miró hacia la audiencia y notó el brillo de felicidad en varios ojos masculinos,
ante su predicamento. De inmediato supo que una llamada de auxilio no funcionaría.
Todos estaban del lado de Aidan Crawford y en silencio deseaban que ella recibiera
el castigo que merecía. Hasta Rae parecía insegura, y eso hizo que Kate levantara la
barbilla.
—No —respondió Kate. El sonrió y ella supo que notó el ambiente. Aidan miró a
su alrededor y vio una puerta, en el lado opuesto del vestíbulo.
—Entremos allí—indicó. Abrió la puerta y, literalmente, empujó a Kate hacia la
habitación oscura—. Disculpen —añadió con cortesía burlona, antes de cerrar la
puerta—. ¿Dónde está el interruptor? —preguntó, mientras Kate intentaba soltarse—.
Mantente quieta o resultarás lastimada. ¿Dónde está el maldito interruptor?
—Detrás de ti —indicó Kate y apretó los dientes. Parpadeó cuando la luz iluminó
la habitación. Era una sala—. ¡Suéltame!
El la soltó con una presteza que hubiera resultado insultante, si Kate no estuviera
tan enfadada.
—¡No vuelvas a tocarme!
—¿Por qué iba a desear hacerlo? Créeme, una vez es suficiente —declaró Aidan
con tono ofensivo. Las mejillas de Kate se ruborizaron, pero de inmediato volvió a
palidecer,
Kate se volvió y se acercó al teléfono. Colocó la mano sobre el auricular.
—Si no abandonas la casa en este instante, llamaré a la policía —lo amenazó.
Sin alarmarse por la amenaza, Aidan caminó hacia ella. Al acercarse, desconectó el
teléfono.
—No llamarás a nadie, hasta que hayas respondido algunas preguntas, cariño —
opinó Aidan. Se colocó entre ella y la puerta.
—Me temo que las tácticas de un macho no me impresionan, señor. .. Tal vez
pueda empezar por decirme quién es y por qué entró de esa manera en mi casa.
—Es un poco tarde para hacer él papel de ignorante —respondió Aidan y la miró
de arriba abajo—. Supiste quién era en el mismo instante en que abriste la puerta.
También sabes por qué estoy aquí. Dejemos de jugar, ¿sí? —su voz era amenazante.
Kate lo miró a la cara, antes de sentarse en un sillón y cruzar las piernas. Había
mucha tensión en el aire. Lo miró con desafío.
—¿Cómo me encontraste? —interrogó Kate.
—¡Vaya si eres fría! —exclamó Aidan. Soltó una carcajada y movió la cabeza—.
¡Parece como si hablaras del clima! ¿El arruinar vidas es un pasatiempo para ti? ¿Te
sientes feliz al jugar a ser Dios? —habló con ira.
—En esta ocasión, sí... —aseguró. Su corazón latía acelerado—. No has respondido
mi pregunta.
—Yo también tengo amigos —explicó Aidan—. Uno de ellos anotó la matrícula de
tu auto. Otro se encargó de averiguar a quién pertenecía —se acercó—. Con
seguridad sabías que tendría un deseo ardiente de verte, para charlar sobre esto y
aquello.
—No tengo nada que decirte en absoluto —manifestó Kate.
Aidan Crawford cerró los puños y los metió con enfado en los bolsillos del
pantalón. En ese momento, Kate comprendió dos cosas: primero, que las manos de él
no rodearían su garganta y, segundo, que Aidan todavía vestía el traje de la boda.
Una parte de su mente registró que esa ropa le quedaba muy bien y que él debió
perder peso, pues ella recordaba a un hombre más robusto. Lo anterior no evitaba
que pareciera alto y amenazador.
—Bueno, yo sí tengo mucho que decirte —indicó Aidan—. ¿Quién eres, K. Hardie,
y quién te dio derecho para hacer lo que hiciste hoy?
—¡Sabes muy bien quién soy! ¡Juré que lo lamentarías... y espero que así sea!
—Señorita, estás loca —entrecerró los ojos grises—. Nunca te había visto... antes
Capítulo 3
Los domingos por la mañana, eran por lo general los únicos días de la semana en
que Kate podía quedarse más tiempo en la cama. Sin embargo, ese domingo en
particular despertó temprano, con el cuerpo bañado en sudor y con temor. Se sentó,
su corazón todavía palpitaba con fuerza. No recordaba nada, sólo fragmentos de lo
que fuera una pesadilla.
Con seguridad en otras ocasiones tuvo pesadillas, pues todos las tenían alguna
vez, pero no recordaba haber sentido tanto terror. Se apartó el cabello de los ojos, se
levantó de la cama y fue al baño. Puso agua en un vaso y la bebió. Se miró en el
espejo. ¿Por qué ahora? ¿Su conciencia hablaba o lo sucedido se debía a la gran
tensión?
Ciertamente, esto último era la causa. El día anterior estuvo muy tensa. El trabajo
era la respuesta. Necesitaba alguna actividad intensa que la ayudara a relajarse. Por
fortuna, tenía mucho para escoger.
Tomó una ducha rápida y se vistió con pantalones de mezclilla y un suéter. Bajó
para lavar todos los platos que Rae y ella amontonaron la noche anterior en la cocina.
Esto la ayudó, aunque no lo suficiente, pues aunque sus manos estaban ocupadas, su
mente tenía la tendencia a divagar. Por su mente pasaron las cosas que hizo durante
los últimos cuatro años y se estremeció. Era como ver la película de alguien que le
fuera muy familiar, pero al mismo tiempo, un extraño. Su comportamiento fue tan
malo que era una maravilla que la predicción de Rae no se hubiera convertido en
realidad.
Encendió la radio para ahogar sus pensamientos con la música. No escuchó
cuando Maggie llegó, media hora después, y la observó en silencio mientras secaba
los platos. Kate dio un salto violento cuando una mano apagó la radio.
—¡Me asustaste, Maggie!
—Eso veo —comentó Maggie y la miró con ojo crítico—. Con seguridad, algo te
preocupa, pues bajaste al amanecer para lavar los platos. En especial, cuando hay
una lavavajillas en el rincón.
—Pensé que la actividad me ayudaría —indicó Kate.
—¿Y así fue?
—Sí y no —admitió Kate y suspiró. Miró por encima del hombro—. Debes saber
que ayer hice algo muy malo.
—¿Y ahora te lamentas por eso? —Maggie arqueó las cejas; Kate asintió.
—Eso y muchas cosas más —aceptó Kate.
—¡Alabados sean los santos! —exclamó Maggie—. Pensé que ese día nunca
llegaría. Permíteme que te mire —asió a Kate por los hombros para mirarla a la
cara—. Sí, allí está. Un poco maltratada, tal vez, pero es la Kate de la que tanto oí
hablar.
No recordaba la última vez que hizo ese ejercicio. Ese era otro recordatorio de lo
mucho que cambió su vida. Era un día de invierno y el sol no calentaba. Al regresar
de nuevo a casa, se sentía con vigor, casi como una nueva persona, lista para
enfrentar los cambios drásticos en su vida.
Mientras caminaba hacia la casa, hizo planes para unas vacaciones, las primeras en
cuatro años. De pronto atrajo su atención un miniautobús descompuesto, no lejos de
la casa, que pertenecía a una escuela. Una docena de rostros curiosos se pegaban a las
ventanas.
Sorprendida, comprendió que días antes hubiera pasado sin detenerse, pues sólo
pausaba en sus ambiciones y no tenía tiempo para otros. Sus pasos fueron más lentos
y sintió una ola de enfado hacia ella misma. ¿Qué clase de valores eran esos? La
imagen que veía de sí misma impresionaba... no se parecía a la verdadera Kate, quien
se perdió al morir Philip.
Amaba a los niños y siempre soñó con tener una familia grande. Sabía que nunca
la tendría y eso la entristecía. Era algo que aceptó años antes. Para tener hijos, tendría
que tener un marido y la experiencia pasada le mostraba que su falta de adaptación
hacían que eso fuera imposible. Estuvo muy segura del camino que tomaría su vida,
mas el destino tenía otras ideas.
Cuando adolescente, Kate tuvo citas como cualquier otra joven; sin embargo, no
experimentó esa excitación de la que hablaban sus amigas. Al principio, luchó contra
ese conocimiento, intentó sentir algo. Al fin aceptó la realidad... como mujer, le
faltaba algo vital.
Por lo tanto, juró que nunca se casaría. Como no tenía alternativa, aceptó que
nunca tendría un marido y una familia propia; no obstante, eso no evitó que le
agradaran los niños. Al comprender que los apartó de su vida durante los últimos
años, aceptó que era una especie de traición. Tenía que encontrarse de nuevo consigo
misma y podía comenzar en ese momento.
Dudó un momento y se acercó a la joven que estaba a cargo, quien tenía la cabeza
metida en el capó levantado del vehículo, para preguntarle:
—¿Necesita ayuda?
La mujer se enderezó y se apartó los mechones con una mano grasosa.
—¡Oh, gracias al cielo! ¿Entiende algo de motores?
—Me temo que no —admitió Kate—, pero mi casa está allí —señaló—. Puede usar
el teléfono para pedir ayuda.
—Es muy amable. El director debe estar preocupado. Hubiera caminado hasta la
caseta telefónica más cercana, mas no podía dejar solos a los pequeños. Están
demasiado cansados para caminar.
Kate miró hacia las ventanas, por donde asomaban seis rostros que la miraban con
esperanza. La niña más pequeña, rubia y con colitas, le sonrió y Kate sintió algo en su
interior.
—Si pueden caminar hasta la casa, estoy segura de que tendremos leche y galletas
para ellos, mientras hace la llamada —sugirió Kate. La joven dudó un momento.
—No quiero causar problemas —respondió la joven.
—No los causará —aseguró Kate—. La ayudaré con los niños.
Organizaron a los pequeños en la acera.
—Estoy cansada —informó la pequeñita rubia.
—¿Lo estás, cariño? —preguntó Kate—. Entonces, yo te llevaré. Vamos —extendió
los brazos y la pequeña se acercó y la asió por el cuello. Kate comprendió lo mucho
que deseaba un hijo. La imposibilidad de tenerlo significaba que siempre sentiría ese
vacío doloroso en su vida.
Si Maggie se sorprendió al verlos llegar, no dijo nada, sino que los condujo a la
cocina, donde les sirvió leche y galletas, mientras Kate condujo a Amy hacia el
teléfono. En tanto esperaban la llegada del mecánico, Kate vivió las dos horas más
animadas que podía recordar. Los niños, todos huérfanos, pronto perdieron su
timidez jugaron fútbol en el césped, con una pelota que Maggie sacó de algún sitio.
Cuando llegó la noticia de que el miniautobús estaba arreglado y Amy informó
que deberían irse, Kate lo lamentó. La vida había entrado en la casa y no quería
dejarla ir. Ayudó a que los más pequeños se pusieran sus abrigos; sabía que su casa
pronto se sentiría vacía. A la que más extrañaría sería a la pequeña Megan, pues la
niña se mantuvo cerca de ella todo el tiempo y charló, hasta quedarse dormida. Kate
la recostó con cuidado en un sillón de la sala.
Mientras Amy llevó a los otros pequeños al miniautobús, Kate fue en busca de
Megan. Era sorprendente la forma rápida como la niña se ganó su corazón. Por
instinto, al tomarla en sus brazos, inclinó la cabeza y sus labios acariciaron la mejilla.
Sonrió y le apartó los mechones de la frente. Sintió la sensación de ser observada, por
lo que se tensó y volvió la cabeza hacia la puerta.
El corazón de Kate dejó de latir un segundo, al ver que Aidan Crawford estaba en
la entrada. Parecía un hombre muy diferente del que vio la noche anterior. El vestía
pantalones de mezclilla, suéter y una chaqueta de piel. Tenía una apariencia muy
diferente, parecía menos amenazador y poderoso... y más guapo, con un magnetismo
animal que ella no podía dejar de notar. Un estremecimiento recorrió la espina de
Kate.
Se tensó y se sintió incómoda al recordar que no estaba maquillada, que tenía el
cabello despeinado y una niña en sus brazos. Palideció y un momento después, sus
mejillas se sonrojaron, al notar la expresión de mucha sorpresa de él. Dicha expresión
cambió de pronto a una de incredulidad c ira. La tensión que se sentía en el aire hizo
que Kate tragara saliva para humedecer su garganta seca. Por un momento, el
silenció reinó y se miraron.
—Una joven que está afuera me dijo que entrara —informó Aidan con voz tensa.
—¿Qué quieres?
—Hablar contigo —respondió Aidan y entrecerró los ojos—. Dije que regresaría.
Kate estaba a punto de despedirlo, cuando la pequeña se movió en sus brazos.
—Lo que espero que hagas, señorita Hardie, es muy simple...y es algo que sólo tú
puedes hacer —algo en el tono de su voz, hizo que Kate se estremeciera. Lo miró
como si estuviera hipnotizada—. Necesito una esposa y de no ser por ti, ya tendría
una. No tengo tiempo para buscar otra, y no creo que necesite buscarla. Ayer te
proclamaste como mi esposa, y me apego a eso. Me lo debes. Kate Hardie... y cobro
mi deuda.
Se miraron, parecía como si la habitación acogedora se convirtiera de pronto en un
coliseo.
—¡No puedes hablar en serio! —exclamó Kate al fin.
—Nunca he hablado con más seriedad —indicó Aidan.
—Entonces, estás loco... loco por completo —intentó reír, mas la mirada de él y su
determinación se lo impidieron. Su corazón latió con fuerza. ¡El hablaba en serio!
—No, no estoy loco, sólo juego con las cartas que me entregaron —informó Aidan.
Bajo la ira, la nueva Kate detectó una nota de... ¿desesperación?
—¿Por qué? —preguntó Kate con curiosidad. La boca de Aidan formó una línea
delgada.
—El porqué viene después, cuando hayas aceptado casarte conmigo—aseguró
Aidan. Kate rió ante la arrogancia de él.
—¡Estás loco si esperas que cualquier mujer acepte dar ese paso en la oscuridad!
—exclamó. Levantó una mano en señal de incredulidad—. ¿Por qué iba a aceptar
casarme con el hombre que... —dejó de hablar al comprender lo que decía.
El leyó sus pensamientos y una sonrisa apareció en sus labios.
—El hombre que no te hizo nada —completó Aidan—. Quien hubiera ayudado a
tu hermano, de haberlo sabido a tiempo. El hombre al que destruiste ayer, por gusto.
Si necesitas un porqué, hay uno muy simple... obligación moral.
Kate palideció. Cada palabra que Aidan pronunciaba era verdad. ¿Cómo podría
decir que no lo ayudaría, aunque deseara decirlo? El pedía lo imposible... lo que ella
no podía hacer. Se sintió incómoda y vulnerable. Eso no le agradó, por lo que
recuperó su vieja imagen, para protegerse.
—Admitiré que me equivoqué, señor Crawford, pero el matrimonio no es parte de
mis planes. Tendrá que buscar en otra parte.
Aidan se acercó hacia ella, mas se controló y cruzó los brazos.
—Ya te dije que no hay tiempo —insistió Aidan—. No pido un compromiso para
toda la vida. Lo único que necesito, es una esposa por un tiempo limitado.
Kate dudó. Ella era la última persona a la que él buscaría si tuviera opción. Por lo
tanto, debía ser algo importante. Ella era la culpable y le debía algo. ¿Podría vivir con
ese hombre, en un matrimonio temporal, que era más un trato de negocios? Lo miró
y supo que no. A no ser por la cicatriz, él era Andrew Crawford... un recordatorio
constante de Philip. ¡No, era imposible! ¡Hasta un día sería demasiado tiempo!
—No, lo lamento. Está fuera de cuestión, sea por poco o mucho tiempo —aseguró
Kate con voz ronca—. Si deseara un marido, puedes estar seguro que no te escogería
a ti.
—¡Maldición! —exclamó Aidan. Sus ojos brillaron—. ¿Piensas que de tener
alternativa, te escogería a ti? ¿Una mujer que es fría y vengativa y que trata a los
hombres con un desdén helado? Oh, no, escogería a una verdadera mujer en todo el
sentido de la palabra; una mujer cariñosa, que sepa responder amorosa y que sepa
dar... No posees ninguna de esas cualidades, ni en lo más mínimo. Un hombre desea
a una verdadera mujer en su cama, Kate, no a la Reina Helada, quien no tiene nada
que dar.
Pálida como un fantasma, lo miró, mientras cada una de sus palabras golpeaba su
corazón. ¡Ni siquiera la antigua Kate soportaría ese bombardeo! Las lágrimas, que
creyó olvidadas, brillaron en sus ojos. Cuando él terminó de hablar, Kate tragó saliva
de manera dolorosa.
—¡No comprendes! —protestó Kate. Cuando vio cómo se curvaban los labios de
Aidan, deseó no haber pronunciado esas palabras.
—Por el contrario, te comprendo demasiado bien —aseguró Aidan— No tienes
corazón... y te compadezco por eso.
El hecho de que él la compadeciera era demasiado.
—¡Entonces, tuviste mucha suerte de que no aceptara tu propuesta! —indicó Kate.
Su voz se quebró al pronunciar las últimas palabras y de pronto le dio la espalda.
Se hizo un silencio cargado de emoción.
—¿Kate? —preguntó al fin Aidan, con voz sorprendida.
Ella se volvió para mirarlo, con la barbilla en alto. Sus ojos ya no expresaban nada.
—Creo que ya dijimos más que suficiente —opinó Kate—. No cambiaré de
opinión, no pierdas tu tiempo. Creo que ya debes irte.
Por un momento, Kate pensó que él discutiría, que intentaría saciar la curiosidad
que despertó la reacción de ella.
Sin pronunciar otra palabra, Aidan caminó hacia la puerta, antes de salir se detuvo
para mirar a Kate. El desdén que expresaban sus ojos la dejó helada.
—Te desprecio, Kate Hardie. Espero que puedas vivir contigo misma —habló con
amargura. Se fue y dio un portazo en la puerta principal.
Temblorosa, Kate se abrazó. El se había ido y sabía que en esta ocasión no
regresaría. Torció los labios. ¿Quién desearía regresar al lado de una mujer
incompleta? Se enfadó por sentir lástima por sí misma. Maldijo a Aidan, pues
destruyó sus defensas con acusaciones que ella escuchó con anterioridad, pero que
nunca tuvieron tanto éxito.
Esas acusaciones la herían, en especial, porque no eran verdad. Quizá durante
cuatro años se comportó como si no existiera ese lado suave y tierno en su ser, pero sí
existía. Ahora, sufría las consecuencias de la imagen que creó; deseó que regresara la
antigua Kate, mas sabía que nada volvería a ser igual. En una noche cambió
Capítulo 4
Por desgracia, el pasado tenía la manera de levantar la cabeza, mas Kate no pensó
en eso mientras se preparaba para una fiesta de caridad, el domingo siguiente por la
noche. Se comprometió a asistir desde varios meses antes, por lo que no podía faltar,
como deseaba. Sin embargo, estaba acostumbrada a poner expresión alegre y al
menos la causa valía la pena.
Gran parte de su renuencia se debía al hecho de que Jonathan Carteret la
escoltaría. Mientras tomaba un baño, sus pensamientos volvieron hacía él. Jonathan
representaba un nuevo dilema. Lo trató mal porque él era demasiado insistente e
intenso. El problema era que la nueva Kate no podría tratarlo con tanta arrogancia
como lo haría la antigua. No quería lastimarlo más de lo que ya lo había hecho.
Suspiró y decidió que la semana anterior había sido una experiencia que no
deseaba vivir de nuevo. Sus intentos de cambio fueron recibidos con gran sospecha,
lo cual le dolió; sin embargo, no cedió y al llegar el viernes, supo que sus colegas
dejaron de reír y estaban dispuestos a otorgarle el beneficio de la duda.
No obstante, todavía quedaba el problema de Jonathan. El redescubrir su
conciencia resultó penoso, pues trajo fantasmas que la perseguían. Salió de la bañera
y se envolvió en una toalla. ¡Si Aidan Crawford pudiera ver sus agonías mentales,
cómo lo disfrutaría! Tenía que dejar de pensar en él. Durante toda la semana, no
pudo olvidar sus palabras al partir.
Intentó apartarlo de su mente una vez más y se dedicó a vestirse. Por lo general,
disfrutaba decidir qué ropa usaría para causar un efecto máximo, mas esa noche no,
era sorprendente que su mente estuviera en otra cosa. Escogió un vestido azul, sin
tirantes y peinó su cabello recogido. Los diamantes que llevaba en las orejas y cuello
eran reales, a diferencia de la estola de piel que Jonathan colocó sobre sus hombros,
antes de salir de la casa. Kate creía que la piel luciría mejor en el sitio donde
pertenecía... en un animal.
La Opera House estaba muy iluminada y se escuchaban las voces excitadas. Todas
las personas importantes se habían dado cita allí y las joyas y vestidos de las damas
aumentaban el brillo de la ocasión. Su progreso hasta el palco fue lento, pues después
de caminar unos metros encontraban algún amigo con quien intercambiar saludos.
Sólo un control severo y su entrenamiento, evitaron que Kate hiciera lo que deseaba...
escapar de ese lugar para tener un momento de paz. Cuando al fin llegaron a sus
asientos, tenía los nervios de punta y los músculos del rostro le dolían por tanto
sonreír.
Kate suspiró y se sentó. No había esperado con alegría esa noche, pero ignoraba
que sería inolvidable. Las selecciones de ópera y ballet no atrajeron su atención, a
pesar de que varias eran sus favoritas. Tenía demasiadas cosas en la mente y las
atenciones constantes de Jonathan, las cuales antes había aceptado con desdén, la
hacían sentir incómoda y algo avergonzada. La devoción que él le demostraba era
degradante y el saber que ella era por completo responsable, la hacía despreciarse.
Por consecuencia, al llegar el intermedio, Kate estaba irritada y molesta. Cuando
pero soy demasiado listo para ti. Sin embargo, eso no debe impedir que te unas a mi
pequeña celebración.
—¿No debería saber qué es lo que celebras? —cuestionó Kate. Un instinto
femenino le indicó que eso era importante. Andrew Crawford llegó para presumir, y
no sólo de su victoria sobre ella. La vanidad de él necesitaba una audiencia, como
parte de su diversión.
—Sólo esperaba que preguntaras —indicó Andrew—. Mi querido hermano Aidan
está a punto de perder una fortuna. Sin duda, has oído hablar de Cranston
Electronics. Esa empresa fue fundada por nuestro abuelo materno, después de la
Segunda Guerra Mundial; sin embargo, fue Aidan quien le dio auge. El sucedería al
viejo Cranston como director, cuando se retirara, y eso sucedió hace seis años. Aidan
siempre fue el consentido del viejo, mas hubo una cosa en la que nunca pudieron
estar de acuerdo. El anciano quería que él se casara... y mi hermano siempre se negó.
Riñeron mucho por eso; yo tuve conocimiento sobre la última discusión. El abuelo le
dijo a Aidan que si no se casaba antes de cumplir los treinta y ocho años, quedaría
fuera de su testamento. Eso no significa sólo el dinero, sino también las acciones de la
compañía, por lo que el control se iría a otro lado.
Antes de continuar su historia, Andrew hizo una pausa y la observó:
—Para no aburrirte con detalles, el abuelo murió hace dos meses. Dos semanas
después, Aidan anunció su compromiso. Un mes más tarde, la boda casi se llevó a
cabo. No se necesita ser un genio para comprender que el abuelo hizo lo que aseguró
que haría, y que el pobre Aidan quedará sin nada. El hubiera ganado, de no haber
sido por ti.
Kate quedó muda por la ira. ¡Ese hombre no era humano!
Un momento después, Andrew continuó:
—Lo más hermoso fue que no tuve que hacer nada en absoluto.
En ese momento, regresó Jonathan y se detuvo de pronto, al ver que ella no estaba
sola. Al reconocer a su acompañante, se puso tenso.
—Tu bebida, Kate —informó Jonathan y le entregó el vaso. Habló con enfado.
Kate supo lo que Jonathan pensaba, pero no se molestó en aclarar la situación.
—Maravilloso, Jonathan, esperaba esto —aseguró Kate. En el instante siguiente,
arrojó el contenido del vaso en el rostro de Andrew Crawford. La sonrisa de él se
extinguió como una llama y se puso de pie.
—¡Haré que lamentes esto! —la amenazó Andrew.
A Kate no le importó la amenaza proferida por él. Estaba demasiado enfadada y
sólo deseaba irse de allí. Lo ignoró y se volvió hacia el sorprendido Jonathan.
—Llévame a casa, Jonathan —se puso de pie y con rapidez salió del palco.
—¿Por qué fue todo eso? —preguntó su acompañante, al alcanzarla en el corredor
con su estola.
—No querrías saberlo, créeme —respondió Kate.
su hermano. Quiso hacerla sufrir; sin embargo, lo único que logró fue ponerla
furiosa. La ira era lava en el interior de Kate, y buscaba una salida.
Comprendió la furia y frustración de Aidan Crawford. ¿Por qué no le habló sobre
el testamento? Ella ya sabía la respuesta. ¿Por qué iba Aidan a revelar sus problemas
más íntimos a una mujer que ayudó a su destrucción? No podía esperarse que él
supiera que había despertado el sentido de moralidad en Kate, puesto que no sabía
que ella lo tenía.
Esa noche, el hermano de Aidan la hizo enfadar lo suficiente para olvidar toda
precaución y hacer lo que nunca pensó hacer... ¡casarse con Aidan Crawford!
Ya no era asunto de deberle algo a Aidan o de buscar venganza, sino simplemente
de hacer lo correcto. Nunca se perdonaría si se quedaba indiferente, puesto que era
un asunto de principios. Tenía en su poder hacer el bien, donde se intentaba causar
un mal. Los sentimientos personales ya no contaban, podían apartarse.
Una vez que hubo tomado la decisión, Kate no perdió tiempo. Entró en su estudio
y buscó el directorio telefónico, localizó el número que deseaba y llamó. Al otro lado
de la línea, el teléfono sonó y sonó. Kate se preguntó si él estaría dormido. Encogió
los hombros, pues sabía que a Aidan no le importaría ser despertado por esa
llamada.
—Aquí Crawford —dijo una voz que ella recordó muy bien, con tono irritado.
Kate se estremeció y respiró profundo.
—Señor Crawford, soy Kate Hardie. Cambié de opinión. Si todavía necesita una
esposa, me casaré con usted.
Hubo un silencio de unos diez segundos.
—Iré de inmediato —respondió al fin Aidan y colgó.
Kate observó el auricular y despacio lo puso en su lugar. Tenía la sensación de
haber quemado sus naves. Acababa de aceptar casarse con el hermano del hombre
que arruinó su vida... Las piernas le temblaban. Aidan estaba en camino a verla en
ese momento y ella no esperaba eso.
Miró su vestido de noche y decidió que tendría que cambiarse, no podía recibirlo
vestida de esa manera, como la Reina Helada. ¡Cómo empezaba a odiar ese mote! La
ira que la llevó a tomar la decisión, empezaba a evaporarse; no obstante, dio su
palabra y la cumpliría. Intentó controlar el pánico y subió para cambiarse.
El timbre sonó cuando Kate bajaba por la escalera y fue a abrir la puerta. Ese
encuentro sería una prueba de carácter. Mientras se cambiaba, había decidido
mostrarle que tenía un lado suave.
Aidan Crawford entró, sin esperar que lo invitaran a pasar. Kate notó que la
observaba con los ojos entrecerrados al cerrar la puerta, y agradeció haberse puesto
esos pantalones de color crema y un suéter azul. ¡Podía imaginar sus comentarios, de
haberlo recibido con el vestido de noche! En especial, porque Aidan vestía de una
forma muy parecida a la de la otra noche.
—No había necesidad de apresurarse —comentó Kate y se volvió hacia él.
—Sí.
—Bien —la sonrisa de Aidan llegó hasta sus ojos—, me da gusto que nos
entendamos —miró su reloj—. Es tarde. Me iré ahora, pero todavía tenemos muchas
cosas que discutir. Pasaré mañana a la una, para que charlemos durante el almuerzo
—caminó hacia la puerta, mientras hablaba.
Kate lo siguió, como un autómata. Aidan se despidió y le deseó que durmiera
bien. Furiosa, Kate deseó darle con la puerta en la nariz.
¡Dormir bien! Dudaba que pudiera dormir después de esa noche. Se apoyó en la
puerta y llevó los dedos hasta los labios; todavía podía sentir el beso punitivo de
Aidan, ardiente. Gimió. ¿Como sucedió eso? En un momento, él era un antagonista
enfadado pero al siguiente, puso de cabeza al mundo de la chica. Ella, Kate, quien
pensó que no podía sentir nada, se excitó cuando Aidan Crawford la besó.
¿Por qué él? Aidan la despreciaba, con seguridad todavía no la perdonaba.
Tampoco sentía respeto por ella. El revivir con un beso de él no era un cuento de
hadas, sino una locura que no debería suceder de nuevo. Kate se salvó, porque Aidan
no esperaba que respondiera, mas no siempre podría contar con ser tan afortunada.
En el futuro, sus defensas tendrían que estar muy sólidas, como la roca, hasta que
tuviera bajo control esa desafortunada atracción. Con seguridad no tardaría mucho
en controlarla. ¡Ni siquiera le gustaba ese hombre! Era sólo una de esas cosas locas
que suceden y nada más.
Aidan pensó que ella era una virgen decidida a permanecer así, porque ningún
hombre era lo suficientemente bueno para tocarla. Era una mentira que ella tendría
que mantener, porque no le diría que hasta que la besó, ella pensó que era frígida y
que no podría responder físicamente ante un hombre.
Al perpetuar la mentira, tendría que mostrarse como la persona que no le gustaba
ser. Resultaba una ironía cruel no poder cambiar exteriormente cuando en su
interior, ya era una persona diferente.
Sabía que podría interpretar el papel de la Reina Helada, mas el problema
radicaba en que eso ya no sería una protección. En su interior, era vulnerable.
Había emprendido una travesía por un sendero lleno de peligros, y estaba en
manos de los dioses el saber cómo lograría sobrevivir a ese viaje.
Capítulo 5
A la mañana siguiente, tan pronto como Kate llegó a su oficina, mandó buscar a
Rae. Su asistente llegó con su habitual buen humor. Kate apenas si había dormido la
noche anterior. La pesadilla se intensificaba, empezaba a tomar forma. Nunca se
sintió tan amenazada y eso lo descubrió al mirar su rostro pálido y sus ojos en el
espejo. Sólo un magistral toque de maquillaje la ayudó a ocultar los estragos.
Estaba cansada, sin ganas de trabajar. Se quitó la chaqueta y se sentó ante el
escritorio. Respiró profundo.
—¿Podrías atender por mi el negocio durante las próximas semanas, Rae? —
preguntó sin preámbulos.
—¿Por qué? ¿Dónde estarás?
—Estaré de luna de miel —respondió Kate y con las uñas golpeteó el escritorio—.
Voy a casarme.
—¡Casarte! —exclamó Rae y se sentó—. ¿Dijiste casarte?
—Sí —aseguró Kate—. ¿Crees que podrás hacerlo? —inquirió con la esperanza de
evitar las incómodas preguntas de Rae.
—Por supuesto... una vez que me recupere de la impresión. Todo esto es muy
repentino. Si no es un secreto, ¿me dirás quién es el novio? ¿Acaso es Jonathan?
—No, no es Jonathan —indicó Kate—. En realidad, no volveremos a vernos. Fue
decisión de él, no mía.
Rae dejó escapar un silbido.
—¿Te apartó? —cuestionó Rae—. No creí que pudiera hacerlo.
—Tampoco yo.
—¿Quién es él, entonces? —insistió la asistente.
—Aidan Crawford.
La manera como Rae dejó caer la quijada, resultaría graciosa, si Kate hubiese
estado de humor para reír.
—¡Oh, cielos, Kate! ¿Qué estás haciendo?
—Es una historia larga y complicada —indicó Kate.
—Como las que me gustan. Ya me senté con comodidad, por lo tanto, será mejor
que empieces —sugirió Rae. Kate suspiró ante lo inevitable. La chica la escuchó en
silencio y frunció el ceño cuando su jefa terminó de hablar—. Es muy bueno ser
noble, pero... ¿casarte?
—No hay otra manera —aseguró Kate—. Además, di mi palabra.
Rae respiró profundo, pues conocía demasiado bien el significado de eso.
—Espero que sepas lo que estás haciendo —comentó—. De acuerdo, sé que se
supone que es un arreglo de negocios, pero, ¿qué sabes de él en realidad? ¿Sabías que
se le considera el hombre más sensual? Dicen que es muy atractivo.
Al recordar su reacción ante él, Kate se ruborizó y no pudo negar lo que decía Rae.
La asistente añadió, después de una pausa:
—Alguien lo reconoció en la fiesta, y de inmediato proporcionó la información.
Hubo apuestas sobre si él tendría éxito donde los otros fracasaron.
—¡Oh! —exclamó Kate.
—¡Yo y mi bocota! —se lamentó Rae—. Heriste a mucha gente, Kate, y el negocio
en el que estás no es el más benévolo. Lo mejor que puedes hacer es olvidar el
asunto. Ahora, todo está en el pasado. El punto es que tengo un mal presentimiento
sobre esto.
Kate no señaló que sentía lo mismo.
—Estaré bien —indicó—. No soy su tipo. Como bien sabes, no me pondré en una
situación peligrosa. Tengo que hacer esto, Rae; en realidad, no creo tener alternativa
—guardó silencio al experimentar una sensación de fatalidad. Empezaba a dolerle la
cabeza y se frotó la frente.
—¿Te duele la cabeza? —preguntó Rae al observarla. Kate suspiró.
—No dormí bien —confesó.
—Es más que eso —opinó la otra—. Conozco los signos, Kate. Estás ojerosa. ¿Qué
sucede?
La modelo levantó la vista, sin poder controlar un estremecimiento.
—No es nada, en verdad, sólo una reacción ante la tensión. Todos la tienen —
insistió Kate, como si intentara convencerse a sí misma, más que a su amiga.
—¿Todos tienen tu apariencia, después de un mal sueño? —interrogó Rae—. ¿No
te parece un poco extraño que tengas esas pesadillas ahora? Quizá algo las ocasionó.
Lo único que sucedió últimamente, es la aparición en escena de Aidan Crawford.
¿Puede haber alguna conexión?
—Por supuesto —aceptó Kate—, aunque sólo se debe a la tensión, a una
conciencia culpable. ¿Puedes olvidarlo, por favor? —pidió Kate, pues quería que esa
charla terminara. Ya era bastante malo tener esos sueños, sin querer interpretarlos—.
Quería saber si serás testigo.
Rae iba a protestar por el cambio de tema, más lo dejó pasar y encogió los
hombros.
—No te volvería a hablar si no me lo pidieras —respondió la chica—. Hemos
pasado muchas cosas juntas y no te fallaré ahora... aunque piense que estás loca.
Más tarde, cuando Rae se fue, Kate sintió alivio. Suspiró, tomó un expediente con
cartas y se puso a trabajar. Tenía muchas cosas pendientes antes de dejar la agencia
en manos de Rae. Eso significaba que, al menos por un tiempo, no tendría que
pensar.
hablar de eso, mucho menos meditarlo. Cuando se volvió para mirarlo, una vez más
estaba controlada.
—¿Nos vamos? —preguntó y no esperó respuesta. Salió y escuchó que él la seguía.
Aidan no intentó detenerla hasta que estuvieron en la calle.
Allí, la tomó por el brazo y la hizo volverse.
—¿Qué sucedió? —inquirió Aidan.
—¿Suceder?
—Sabes muy bien a lo que me refiero, Kate. Por un momento parecías... temerosa;
además, no es la primera vez que sucede —comentó.
—No seas ridículo —soltó una breve carcajada—. ¿Cómo podría sentir temor?
—Eso es con exactitud lo que pensé —indicó Aidan—; sin embargo, sé lo que vi.
Por la determinación que vio en sus ojos, Kate supo que no dejaría el tema. Se le
ocurrió que la mejor forma de defensa sería el ataque.
—¿Sientes lástima por mí, Aidan? —preguntó y le dirigió una mirada provocativa.
—Comprendo. Creí haberte advertido que no emplearas tus trucos conmigo, Kate.
Ella nunca había comprendido cuan amenazadora puede ser una voz suave. No
obstante, estaba decidida a no cambiar de táctica. Lo sucedido era privado, casi como
una pesadilla.
—Lo hiciste, pero tenía que ver si hablabas en serio —respondió Kate.
—Sabes que sí —aseguró Aidan—. Ahora, sé de lo que eres capaz. Vámonos de
aquí, antes que me sienta tentado a estrangularte —habló con los dientes apretados.
Caminó con rapidez y ella tuvo que apresurarse para alcanzarlo.
Aidan reservó una mesa en un restaurante francés. Fueron conducidos hasta una
mesa apartada, donde podían hablar sin ser escuchados. Sin consultar a Kate, Aidan
ordenó para ambos. Ella hubiera discutido, mas vio el brillo en los ojos de él y
decidió controlarse. Notó que Aidan curvaba los labios al notar que era precavida.
Mientras saboreaban una copa de vino blanco y esperaban que les llevaran la
comida, Kate rompió el silencio, a pesar de que se había propuesto no hablar
primero.
—¿Qué sucederá ahora? —inquirió la joven.
Aidan cruzó las piernas y ese movimiento atrajo la mirada de Kate e hizo que su
boca se secara, al ver que los pantalones se ceñían a los musculosos muslos. Era tan
grácil y peligroso como un felino.
—Arreglaré una licencia especial —explicó Aidan—. Podremos casarnos al final
de la semana.
—¿Tan pronto? —cuestionó Kate, a pesar de que esperaba algo como eso. Sintió
un nudo en el estómago.
—No tenemos tiempo que perder —opinó Aidan—. Faltan sólo unos días para mi
cumpleaños. No hay tiempo para una boda formal; además, mientras menos
personas se enteren de esto, mejor.
—¿Te refieres... a tu hermano?
—Me refiero a que la prensa tendrá un día de fiesta, si descubren que, días
después de que debía haberme casado con una mujer, me caso con la que impidió el
matrimonio al asegurar que era mi esposa. Puedo estar muy bien sin esa clase de
publicidad. Hasta el momento, logré que lo sucedido el sábado pasado no saliera en
los periódicos.
—¿Eso perjudicaría tu propósito? —preguntó Kate y se mordió un labio. Ese
ángulo en particular, no se le había ocurrido y ahora sentía más culpa.
—Con franqueza, lo dudo —opinó Aidan—. Lo único que requiere el testamento
es un matrimonio. No obstante, preferiría no ponerlo a prueba. Las excentricidades
de mi abuelo podrían tener codicilos que todavía no se descubren. Supongo en que
puedo confiar en que no hablarás.
—¿Aceptarías mi palabra si te la diera? —inquirió Kate.
—Hay un viejo proverbio árabe que dice: "Confía en Alá, pero ata tu camello".
Después de tu comportamiento reciente, ¿puedes darme un buen motivo por el que
deba confiar en ti?
—Porque no tienes alternativa —indicó Kate y sonrió con dulzura.
Por fortuna, el camarero llegó con la comida en ese momento, pues el rostro de
Aidan se oscureció de forma dramática. El se vio obligado a callar.
Sin darle tiempo a hablar, apenas se fue el camarero, Kate preguntó:
—¿Si tu abuelo te confió a ti la compañía, ¿por qué hizo ese testamento?
—Porque no aprobaba mi estilo de vida —explicó Aidan y rió con suavidad.
Como cualquier otro hombre joven, me divertía. Eso fue aceptable por un tiempo,
mas el abuelo esperaba que algún día me estableciera. Por desgracia, el matrimonio
nunca me atrajo, después de haber visto el resultado de la unión de mis padres, y un
divorcio. No estábamos de acuerdo y pude ser tan terco como el abuelo. Sin
embargo, al final él ganó, ¿no es así? Si yo deseaba el control de la empresa, tenía que
encontrar una buena mujer con quien casarme y, más importante, que se convirtiera
en madre de mis hijos.
—Y esa soy yo —comentó Kate con voz suave. Sintió un calor extraño en su
interior.
—¡El cielo nos libre! —exclamó Aidan.
—¿No crees que poseo todo lo necesario para ser una buena madre? —por
milagro, las palabras fueron pronunciadas con frialdad. Aidan la observó con
soberbia por un tiempo.
—Para nosotros, la pregunta es irrelevante —indicó—, pero sí lo creo. Te he visto
con niños. No puedes ocultar ese tipo de afecto.
Kate sintió intenso placer al escuchar esas palabras y eso la confundió.
Capítulo 6
Kate miró hacia el exterior oscuro, sin prestar atención a su imagen que se
reflejaba en la ventana de la habitación del hotel. Pudo ver la nieve que caía, pues era
invierno en Nueva York. Podría parecer muy romántico y quizá lo fuera para otros,
mas no para ella. Suspiró y dejó caer la cortina de brocado en su lugar, miró su reloj.
Eran casi las seis. Muy pronto, regresaría Aidan. Ese pensamiento la hizo estremecer.
La última semana fue turbulenta y regresaron las pesadillas. El efecto era notorio,
pues perdió peso y apetito. Por fortuna, no se repitió el incidente de su oficina y
logró apartar el pensamiento, como si hubiera sido alguna ocurrencia aislada.
Resultó muy fácil controlar esa atracción no deseada que sentía hacia su marido.
Antes de la boda lo vio poco, y en esas ocasiones, fue muy consciente de su
presencia, a pesar de que él no la tocó. Aidan se había mantenido en contacto por
teléfono, pero hasta su voz tenía la capacidad de inquietarla. Kate tuvo que
concentrarse por completo para no demostrar lo que sentía, y esto resultó una labor
agotadora en extremo.
Era difícil adivinar el estado de ánimo de Aidan, pues sus encuentros fueron
cortantes. El llegaba, le daba instrucciones y se iba lo más pronto posible, lo cual no
hizo que la confianza de Kate aumentara.
Se casaron esa mañana, teniendo como testigos a Rae y a un hombre llamado Tim.
Como prueba de lo anterior, Kate llevaba en su dedo los anillos que le diera Aidan.
Protestó respecto a la sortija de compromiso, mas él se la compró de todas maneras.
Era un aro que tenía un zafiro, rodeado de diamantes, y que usaba junto a la argolla
de oro, símbolo de que ahora era la esposa de Aidan.
No hubo celebración, puesto que no tuvieron tiempo. De inmediato partieron
hacia el aeropuerto, para tomar el avión hacia Nueva York, no hacia Washington,
como Kate esperaba. Al llegar al hotel, descubrió la causa. Tan pronto como salió el
botones, Aidan tomó su portafolio y le informó que tenía una cita de negocios; en
seguida desapareció. Desde entonces, Kate estaba sola.
La suite que ocupaban tenía dos habitaciones, una sala y un dormitorio con dos
camas gemelas, así como un baño. Kate nunca pensó que tendría que compartir la
misma alcoba. Por lo que veía, no había motivo para que lo hicieran y sí muchos para
que no la compartieran. Al convivir en la misma habitación, ella podría delatarse de
mil formas. Además, era muy probable que volviera a tener esos sueños, los cuales
empeoraban cada vez más. No deseaba que Aidan los atestiguara, pues sería la
humillación final.
Cuando él regresara, le exigiría que buscara otra forma para que se acomodaran.
En ese momento, Aidan entró, dejó su portafolio en una silla y aflojó el nudo de su
corbata. Kate lo notó cansado, mas eso no era tan importante como su propio
problema. Ya tensa ante la idea del enfrentamiento, su reacción ante la presencia de
él aumentó la tensión.
—¿Tienes idea de la hora que es? —preguntó Kate—. ¿Dónde has estado?
—Eso no fue parte del trato, ¿recuerdas? —indicó Kate y abotonó su chaqueta.
Escuchó que él se ponía de pie. Momentos después la volvió para que lo mirara, con
expresión de ira.
—¿Qué significa eso? —preguntó Aidan.
Kate levantó la barbilla.
—Sólo un recordatorio de que en el futuro, debes mantener tus manos alejadas de
mí.
—Me deseaste —murmuró con voz ronca.
—Pero después ya no —respondió Kate con tono agridulce. Se odió al ver la
expresión de Aidan.
—¡Eres... veo que todavía haces tus jugadas, ¿no es así, su alteza? Hay una palabra
para describir a una mujer como tú... aunque supongo que ya la habrás escuchado —
habló con desdén—. Hasta allí y no más, ¿no es así, Kate? Es una táctica peligrosa.
Desafías demasiado a un hombre al apasionarlo para después desalentarlo No te
preocupes, en el futuro, mantendré mis manos alejadas de ti.
—¡Bien! —respondió Kate y se obligó a sostenerle la mirada. El sacudió la cabeza.
—¡Eres única! —aseguró—. Por fortuna, vamos a salir, de otra manera quizá me
sentiría tentado a quitarte la vida.
—¿Salir? —inquirió Kate e ignoró la amenaza. Sintió la boca seca al ver que Aidan
se abotonaba la camisa, la cual, ella desabotonó minutos antes sin darse cuenta.
—El hombre al que vi hoy nos invitó a reunimos con él y su esposa para cenar. Al
enterarse de que no tuvimos una celebración, reservó una mesa en uno de los
mejores centros nocturnos.
—¿Por qué no lo detuviste? —cuestionó Kate de inmediato. Aidan se pasó una
mano por el cabello.
—Porque tenemos que empezar alguna vez. Quiero limar cualquier aspereza —
manifestó Aidan.
Muy a su pesar, ella tuvo que admitir que Aidan tenía razón en eso. Nunca se
sintió segura de engañar a la gente. Al menos, de esa manera tendrían un ensayo. Sin
embargo, podría haber problemas.
—¿Ellos saben algo acerca de Julia? —preguntó con ansiedad.
—No. Mitch es un colega de negocios —explicó Aidan—. Siempre que estoy en
Nueva York, ceno con él y su esposa. No se espera que sepan cosas acerca de mi
pasado. Tendremos una buena excusa para cualquier cosa que ignoremos. Recuerda
que fue un romance relámpago. Tenemos el resto de nuestras vidas para conocernos
—habló con tono burlón y la observó.
—¡Gracias al cielo por los pequeños favores! Un breve conocimiento acerca de ti,
deja honda huella... como la parafina; derramas una pequeña gota y todo, kilómetros
alrededor, huele y sabe a parafina.
—¿Acaso detecto cierta nota de censura? —preguntó Aidan y la observó caminar
palabra al ver que él se acercaba. Aidan se detuvo a unos centímetros de ella. Kate
sintió el calor que despedía el cuerpo de él y percibió su aroma.
Antes de hacer la pregunta, Aidan la observó:
—¿Acaso comprendo mal? ¿Era ira, Kate... o algo más? ¿Se suponía que no debería
haber aceptado un no como respuesta? ¿Te desilusionaste porque me aparté, como
todos los demás? ¿Esperabas que te siguiera hasta aquí, para tomar lo que ambos
deseábamos? ¿Es eso, Kate? No te rindes... ¿y al vencedor le toca el botín? —habló
con voz baja y ronca, con un tono de intimidad que la hizo estremecer.
Kate quedó sorprendida por la mala interpretación de Aidan y no puso moverse.
—Yo...
—Sí, Kate. ¿Tú... qué? ¿Quieres que te bese? ¿Es eso? ¿Deseas que te derrote?
—¡No! —exclamó al fin. Con la boca seca, dio un paso atrás.
—Me pregunto por qué no te creo—comentó Aidan y rió. La asió por los brazos—.
Puedo sentir cómo tiemblas, Kate, por lo tanto, creo que tendrás que probarme que
hablas en serio.
Al ver que él inclinaba la cabeza, Kate empezó a luchar, pero Aidan fue más
fuerte. Un gemido escapó de la garganta de Kate, en tanto los labios de Aidan
tomaban los suyos y la abrazaba contra su cuerpo. Kate estuvo perdida, como supo
que sucedería. Un estremecimiento de placer la recorrió, cuando sus senos estuvieron
en contacto con el pecho de Aidan. Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y
entreabrió los labios. Aidan introdujo la lengua en la boca de ella y la incitó.
Kate suspiró y lo abrazó por el cuello. Pasó una mano por el cabello de él y sus
dedos se cerraron en forma convulsiva, a medida que el beso se profundizaba. Aidan
deslizó las manos por su espalda y la hizo estremecer. Kate se oprimió más contra él.
Fue Aidan quien se separó primero. Kate gimió y abrió los ojos para mirarlo a la
cara, sin importarle lo que pudiera revelar.
Aidan soltó una carcajada ronca y murmuró:
—¿Dónde están tus garras, gatita? —no fue el beso lo que la hizo estremecer, sino
el nombre que él le dio. Estaba atrapada y el odio volvió a inundarla. Ella deseaba
luchar, pero temblaba tanto que era poco lo que podía hacer. Sollozó desesperada y
dio una patada. Al instante, cayó y sintió el peso de Aidan sobre su cuerpo. Se
derrumbaron en la cama y el cuerpo de él registró los estremecimientos que la
dominaban. Se apoyó sobre los codos y miró, muy pálido por la impresión, el rostro
de Kate—. ¿Kate? —con una mano le volvió el rostro hacia él—. ¡Cielos! ¡Kate!
Ella escuchó su nombre y lo miró a la cara. Notó que estaba tan pálido como ella.
Aidan tenía semblante de preocupación y la cicatriz se notaba más.
Kate recordó quién era él y dónde estaban. ¿Qué hizo? Supo que volvió a suceder
lo mismo que aconteció en su oficina aquel día, sólo que mucho peor. ¿Acaso se
volvía loca?
—¡Deja que me levante! —pidió Kate, sin el control habitual. Por un momento,
pensó que él ignoraría su súplica, pero Aidan rodó hacia un lado y ella quedó libre.
Sin mirarlo, se puso de pie con dignidad. Con manos temblorosas, se acomodó el
vestido y después el cabello, despeinado por la lucha. Se mordió un labio e intentó
acomodar el cabello, mas ya no tenía las horquillas. Con lágrimas en los ojos, las
buscó en el suelo—. ¿Dónde están las malditas horquillas? —escuchó su voz casi
histérica e intentó controlarse.
—Que no te domine el pánico —sugirió Aidan y se puso de pie—. Están aquí —le
entregó las horquillas.
—¡No me domina el pánico! —aseguró Kate. Notó que él la miraba con
preocupación y apartó los ojos—. Gracias —tomó las horquillas e intentó evitar el
contacto.
—¿Kate, qué?... —empezó a preguntar Aidan y con una mano la detuvo.
—¡No me toques! —exclamó Kate y dio un paso atrás con rapidez, pues temía que
si la tocaba, todo comenzaría de nuevo. Comprendió que sólo empeoraba la situación
e intentó calmarse—. Por favor, no me toques, no... lo soportaría en este momento —
se acercó al espejo y arregló su cabello. Intentó ignorar la figura masculina que se
reflejaba detrás de ella y que no apartaba la mirada.
—Kate, tenemos que hablar sobre esto —opinó Aidan—. Resulta muy claro que
algo te asustó, pero yo no iba a violarte... sin importar lo que pienses. Creo que tengo
derecho de saber lo que sucede.
—¡Derecho! —exclamó Kate y se volvió hacia él—. ¡No tienes ningún derecho
sobre mí! ¡Ningún hombre lo tiene! Si se trata de eso, entonces tengo derecho a que
no me manosees —la expresión de Aidan le indicó que su reacción era exagerada—.
Disculpa —caminó hacia el baño y allí se encerró.
Apoyó las manos en el lavabo y varias veces respiró profundamente, mientras se
estremecía. Muy despacio, se obligó a calmarse. ¿Qué le sucedía? Primero las
pesadillas y ahora eso. ¿Qué significaba todo eso? Se cubrió el rostro con las manos.
¡Le aterraba sentir que sucedía eso en su interior y no saber lo que era!
Aidan le pedía explicaciones que ella no podía dar, puesto que no las conocía.
¿Cómo explicar lo inexplicable? Tendría que encontrar alguna mentira que él
aceptara. Pero... ¿qué? Se mordió el labio. Deseó que Rae estuviera a su lado para
poder hablar con ella. Rae se preocupaba por ella... y Aidan no. ¡No soportaba que él
quisiera enterarse de sus angustias! Tendría que sobrevivir sola. No le importaba
admitir que estaba asustada... asustada de lo que podría descubrir.
Por el momento, tendría que controlarse y enfrentar a Aidan y a la noche que tenía
por delante. Arregló su maquillaje, respiró profundo y regresó al dormitorio. Aidan
estaba junto a la ventana.
Kate tomó control de la situación y dijo:
—Tendrás que apresurarte o llegaremos tarde. Estaré en la otra habitación.
—Ni por un momento pienses que me di por vencido, Kate —se volvió hacia
ella—. Quiero saber.
—¡Es un nombre tan encantador! —opinó Sarah—. Tan femenino. Te queda bien.
¿No estás de acuerdo, Aidan?
Aidan arqueó y deslizó un brazo alrededor de la cintura de Kate. Ella se ruborizó
y quedó rígida. Intentó apartarse, más él cerró los dedos sobre su cintura para
indicarle que no lo hiciera y sus labios rozaron su mejilla.
—Acto uno, escena uno, recuérdalo —murmuró Aidan en su oreja. Con voz alta
añadió—. Sí lo estoy. Un nombre elegante, para una dama elegante —parecía tan
convincente que Kate se sorprendió. El la miró sonriente a los ojos. El mensaje era
claro y eso la irritó. Kate supo que tendría que actuar.
—¿Esto es suficiente para ti, cariño? —murmuró Kate a Aidan. Los ojos de él
brillaron y le dio un beso que la dejó sin aliento.
—Sin embargo —comentó Aidan al apartarse. Con aprobación, notó las mejillas
sonrojadas de ella—, en ocasiones, en definitiva es una fierecilla. Me costó mucho
trabajo persuadirla para que se casara conmigo. ¿No es así?
Kate se enfadó por el triunfo que vio reflejado en los ojos de él.
—¿Implicas que soy una arpía? —preguntó Kate con dulzura, aunque sus ojos
parecían dagas. El respondió con una sonrisa.
—Ten cuidado como respondes a eso, Aidan —aconsejó Mitch y rió—. He sabido
de gente que va a Reno a divorciarse por menos provocación.
—No le temo a Kate —señaló Aidan y le sostuvo la mirada a su esposa. Algo en su
tono de voz parecía decir que le gustaría saber a qué le temía ella.
—No —intervino Sarah con tono de broma—, ya sabemos a lo que le temes, ¿no es
así cariño?
—Sarah, te juro que si dices una palabra, tus días están contados —amenazó
Aidan, mas a Sarah eso no pareció importarle.
—Ustedes los hombres son puras palabras —opinó Sarah—. Si deseo decírselo a
Kate, lo haré. Una mujer necesita todo el estímulo que pueda recibir —le guiñó el ojo
a Kate y se volvió hacia su marido—. ¿Dónde comeremos? ¡Me muero de hambre!
Mientras Mitch pagaba la cuenta del bar, Aidan llevó la copa para que la
guardaran en la caja de seguridad. Las dos mujeres quedaron solas. Sarah tomó el
brazo de Kate y caminaron por el vestíbulo.
La mujer le comentó a Kate, en tono confidencial:
—Aidan no soporta las arañas. Si no me crees, espera a que encuentre una en el
baño. ¡Oh, aquí vienen! Recuerda, no digas una sola palabra, sólo guárdalo en la
mente. Sabrás cuándo usarlo.
Kate sonrió y se controló para no comentarle que su matrimonio sólo era
temporal, por lo que no habría tiempo. De cualquier manera, era bueno conocer que
Aidan tenía una debilidad.
Durante la cena, Kate no pudo relajarse. Fue un día exhaustivo y la debilitaba el
tener que cuidar su comportamiento. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para
responder con alegría y sonreír. Aidan sostuvo la charla y reveló tener un inesperado
sentido del humor, que en ocasiones la hizo reír.
Al llegar al centro nocturno, Kate ya no soportaba la tensión, pero como la otra
pareja se esforzó tanto para que pasaran un buen rato, no tuvo corazón para decir
que para ella ya era suficiente. Brindaron con champaña y cuando la orquesta
empezó a tocar, las parejas pasaron a la pista de baile.
—¿Kate? —Aidan colocó la mano en su hombro—. ¿Bailamos?
No había motivo para que se negara a bailar y le dio la mano para que la ayudara
a ponerse de pie. En la pista, Aidan la tomó en sus brazos. Kate intentó conservar la
distancia, pero no fue posible. Nada parecía importante cuando estaba tan cerca de él
y, ante lo inevitable, cerró los ojos y sólo recordó el placer que sentía cuando él la
abrazaba.
En unos segundos, el cuerpo de Kate se relajó y se amoldó al de Aidan. Sentía
cada uno de sus movimientos al moverse por la pista. Un muslo musculoso rozaba
los de ella al dar cada paso. La multitud se evaporó... sólo quedaron los dos.
Aidan preguntó con voz ronca. I
—¿Te diviertes? —su aliento rozó la mejilla de Kate.
Kate lo miró con ojos soñadores. Más allá de la cabeza de Aidan, pudo ver el cielo,
parpadeó y comprendió que él la había llevado a la terraza. Estaban solos en la
oscuridad. No respondió la pregunta, pues no podía hacerlo.
Un poco de nieve cayó en la mejilla de Kate y se derritió. Aidan secó la humedad
con un dedo y murmuró:
—¡Oh, Kate! Creo que la Reina Helada se derrite.
Antes que pudiera responder, la boca de Aidan rozó la de ella y se olvidó de lo
que iba a decir. Respondió al beso y gimió, cuando éste se hizo más profundo. Aidan
la aprisionó entre sus brazos.
Cuando él la soltó, Kate sólo pudo mirarlo y vio que las estrellas brillaban en sus
ojos. Aidan musitó con voz ronca:
—¿No soportas que te toque, Kate?
Ella intentó soltarse, pero él no se lo permitió. Se vio obligada a permanecer donde
estaba, mas se negó a mirarlo.
—¡Muy listo! —declaró Kate.
—Eso pensé. Kate, no te amargues porque te descubrí.
—Sea lo que sea que intentas hacer, no resultará —opinó Kate, a punto de llorar.
El la sacudió un poco.
—Pequeña tonta, ¿no comprendes que sólo intento ayudar?
—Lo único que veo es curiosidad y no me agrada —respondió herida. Aidan
maldijo entre dientes.
—¿Por qué no puede ser genuino mi deseo de ayudar?
—¡Porque no hay motivo para que quieras ayudarme! —opinó Kate—. Para ti, sólo
soy una conveniencia, algo útil y me deseas; eso es todo.
—No olvides que tú también me deseas —le recordó Aidan con ira—. Podría
llevarte a la cama y obligarte a decírmelo.
—Inténtalo y sólo te diré una cosa... ¡Vete al diablo!
—¿Y reunirme contigo? —preguntó Aidan—. No creo que me guste estar allí.
Kate, puedes confiar en mí.
Kate se estremeció, pues sabía que deseaba confiar en él y que no podía
arriesgarse a hacerlo.
—¿Confiar en un Crawford? ¡No llegará el día!
—Lo harás, al final —prometió Aidan.
—No necesito ayuda... ni de ti, ni de nadie.
—Muy bien, si así deseas actuar —comentó Aidan con el rostro tenso por la ira—.
Recuerda esto, no hay reglas. Si el juego se torna rudo, sólo puedes culparte a ti
misma. Ahora, sonríe, querida, nos observan. Recuerda que me amas.
Kate pensó que él era odioso, sin embargo, sonrió cuando entraron y los Norman
no notaron que sucediera algo malo. Poco tiempo después, la reunión terminó.
En silencio, hicieron el viaje en el taxi que los llevó al hotel, donde pasarían la
primera noche juntos. Kate giró un poco la cabeza para estudiar el perfil de Aidan.
Comprendió que él podía enfadarse y ser burlón, sin embargo, nunca vio que sus
ojos brillaran con la malicia que caracterizaba a su hermano.
Todo indicaba que Aidan era un hombre fuerte en quien se podía confiar. ¿Acaso
ella hizo mal al no aceptar el ofrecimiento de él? Sin embargo, estaba acostumbrada a
sólo confiar en ella misma, a ocultar los terrores que la asaltaban. Temía la piedad, no
la soportaba; por lo tanto, hizo lo correcto, ¿no era así?
De pronto, se dio cuenta de que Aidan la observaba. ¿Desde cuándo la miraba... y
qué pensaba?
Aidan comentó con voz suave, sin dejar de mirarla:
—Cambia de opinión, Kate.
Kate apartó la mirada y se apresuró a hablar.
—Me agradaron Sarah y Mitch.
—Son buenas personas —indicó Aidan y suspiró—. Tú también les agradaste,
Katrine. Katrine —repitió el nombre—. ¿Sabes cómo suena tu nombre? Como el roce
de la seda, sobre una piel suave y perfumada. Katrine.
—Prefiero Kate —le informó y Aidan rió.
—Por supuesto —aceptó él.
—No intentes seducirme, Aidan —advirtió Kate.
—¿Podría? —preguntó con voz burlona y Kate apretó los dientes.
Capítulo 7
Como temiera Kate, la pesadilla volvió durante la noche, cuando sus defensas
estaban bajas. Las sombras cobraban forma y el terror se intensificó. Se encontraba en
una habitación extraña, dominada por una cama. Era una alcoba tan grande que no
podía ver los rincones; sin embargo, intuía que algo diabólico se ocultaba en la
oscuridad. No podía moverse para huir o luchar, cuando eso se acercaba.
Bajo las sábanas de la cama del hotel, Kate gimió con más fuerza y movió la cabeza
de un lado a otro, al atestiguar que en sus sueños, ella quedaba muy quieta, a pesar
de que deseaba huir. No había escape y lloró y gritó. Sintió que la envolvía una
oscuridad opresiva y escuchó su nombre, cada vez más cerca y más fuerte.
—¡Kate!
Sintió una mano en el hombro y abrió los ojos, dominada por el terror. Al instante
despertó, mas el temor no desapareció. Vio que Aidan estaba sentado en la cama de
ella. Notó la luz suave de la lámpara y que él tenía una mano sobre su hombro.
—¿Qué? —preguntó Kate. Aidan frunció el ceño, su mirada expresaba
preocupación.
—Gritaste mientras dormías. Llorabas —explicó Aidan. La chica llevó una mano a
la mejilla y sintió la humedad.
—¡Oh, cielos! —lo que más temía sucedió—. Lamento haberte despertado.
—Tenías una pesadilla —comentó Aidan—. Supongo que la has tenido con
anterioridad.
—Sí —aceptó Kate y se pasó una mano por el cabello, húmedo por el sudor. El
pijama de seda se pegaba a su piel. Esa noche la pesadilla fue peor y lo terrible era
que cada vez se volvía más clara, cada noche revelaba más y el temor aumentaba.
Temblorosa por la reacción, se sentó contra las almohadas y cerró los ojos. ¿Cuánto
más soportaría? Le atemorizaba lo que podría dejar al descubierto. Notó el pecho
desnudo de Aidan y de inmediato apartó la mirada. Esa noche compartieron la
habitación y ella vio mucho más en sus sueños. ¿Podría haber alguna conexión? Esos
incidentes... cuando él la tocó y después, cuando empleó ese nombre. Quizá era
coincidencia, pero algo sucedía—. Estaré bien ahora —mintió, pues dudaba volver a
dormir esa noche.
—Seguro. Te traeré un poco de agua —ofreció Aidan y desapareció en el baño.
Regresó y le dio un vaso con agua. Observó cómo lo bebía—. ¿Te sientes mejor? —le
quitó el vaso—. ¿Quieres hablar sobre eso? Algo debió desencadenar esa pesadilla.
Su marido era la última persona con quien podía discutir su pesadilla. ¿Cómo
podía decirle "creo que fuiste tú", si todavía no podía explicárselo ella misma?
—No tiene objeto —respondió Kate—. Una vez que despierto, desaparece.
—Cuando intenté despertarte, luchabas como si tu vida dependiera de ello —
explicó Aidan—. ¿Qué protegías con tanta fiereza?
—Te lo dije, no recuerdo —flexionó las piernas y apoyó la barbilla sobre las
rodillas—. No lo recuerdo.
—¿Deseas recordarlo? —preguntó Aidan.
—¿Fuiste enviado para atormentarme? —inquirió Kate. El entrecerró los ojos.
—¿Es lo que piensas?
—¡No lo sé! —exclamó Kate—. Ya no sé nada. Yo no... Creo que será mejor que no
te fijes en mí. Estoy muy cansada. No soy yo quien habla. ¿Nunca terminan las
pesadillas?
—Las nocturnas, casi siempre —opinó Aidan.
—Sin embargo, no terminan...
—Por el momento, ésta finalizó —indicó Aidan y apartó el cabello de la mejilla de
Kate—. Duerme. No hay nada que temer. Estoy aquí. Ahora, no estás sola.
—¿Por qué eres amable conmigo? —inquirió la chica. El se puso de pie y apagó la
luz.
—Todos merecen un poco de bondad en ocasiones, Kate. Duérmete.
Kate cerró los ojos, y a pesar de que creía que no conciliaría el sueño, se quedó
dormida, sin pesadillas, y fue Aidan quien permaneció despierto en la oscuridad.
Cuando Kate despertó, el suave sol del invierno se filtraba por la abertura de las
cortinas. Apartó el cabello de su frente y miró su reloj. Eran poco más de las nueve y
su primer pensamiento fue que llegaría tarde al trabajo. Recordó en donde estaba y
miró hacia la otra cama. Suspiró con alivio al ver que estaba vacía.
Agradeció esos momentos de soledad para aclarar sus pensamientos. La pesadilla
había sido tan vivida como siempre, pero había otras cosas más turbadoras. Recordó
a Aidan y su amabilidad inesperada, así como las cosas que ella dijo. ¿Cómo pudo
ser tan infantil? Ahora, él ya no adivinaba, sino que sabía que algo andaba mal. ¿Qué
clase de tonta pensaba él que era ella, al no poder enfrentar un mal sueño?
Kate se puso unos pantalones negros y un suéter. Cada vez que recordaba lo
sucedido se sentía furiosa consigo misma. Se calzaba unas botas de tacón alto,
cuando Aidan apareció en la puerta. Ella lo miró en silencio y se ruborizó.
—Buenos días —la saludó.
—¿Lo son?
—He visto días peores —comentó Aidan. Ella no quiso mirarlo.
—¿En realidad?
—¿Qué sucede, Kate?
—Nada —respondió Kate y sintió un nudo en la garganta. —Me quedé dormida y
eso no me gusta. Debiste despertarme —descargó su ira en él.
—No hay prisa —comentó Aidan y encogió los hombros—. Dejó de nevar durante
la noche. Si no partimos demasiado tarde, llegaremos a Washington sin ningún
de ti, Kate. No sólo eres un fraude, sino también una ilusionista. La rapidez de la
lengua engaña al ojo.
—¿Así es? —cuestionó Kate.
—Hay otra cosa —informó Aidan—. Creo que debes saber que no creo que exista
la Reina Helada.
—Sabes que existe —aseguró Kate, con la boca seca por la impresión—. La has
visto.
—Quizá existió, pero ya no. Oh, ella intenta existir. De vez en cuando, cuando te
sientes amenazada, allí está ella, mas no puedes retenerla. ¿Por qué no la dejas ir,
Kate? Ya no la necesitas.
—Yo sí...
—No, no la necesitas —la interrumpió Aidan—. Ya perdió su credibilidad, al
menos conmigo. No creo que te haga falta ahora, a no ser que pienses que soy una
verdadera amenaza... y no lo soy, Kate. Espero que pronto llegues a creerme.
—¿Y entonces qué?
—Entonces, mi querida Kate, podemos empezar a ayudarte.
—Te dije...
—Te escuché —volvió a interrumpirla Aidan—. Piénsalo. No tomes una decisión
rápida. Olvida el pasado. Empieza aquí... ahora.
—No sé por qué haces esto —observó Kate, temblorosa. Tomó un trago de café y
al sentirlo frío, hizo una meca. Aidan le sirvió otra taza.
—Lo sé, pero lo sabrás a su tiempo —aseguró él.
—Creo que te prefiero enfadado conmigo —opinó Kate.
—Por supuesto, mas eso se debe a que la gente gruñona rara vez ve más allá de su
ira.
—Creo que eres un hombre muy peligroso —aseguró y él sonrió.
—Recuérdame que alguna vez te hable sobre Abraham Lincoln —indicó Aidan y
se puso de pie—. Iré a preparar la maleta, mientras terminas tu desayuno. Ordené un
coche alquilado para las diez y media. Pensándolo bien, deja tu cabello recogido,
Kate. Acabo de descubrir que tienes una nuca deliciosamente invitadora —antes que
Kate adivinara lo que haría, le besó la nuca. Kate se apartó y él soltó una carcajada—.
Sólo me aseguraba.
Kate pensó que Aidan parecía muy sincero y se preguntó lo que ella haría.
La nieve fue retirada de los caminos y no tuvieron problema al viajar hacia
Washington. El coche era un lujoso Mercedes y Aidan era un buen conductor, por lo
que ella se sentía segura a su lado.
Se preguntó que si también podría confiar en él. Si sólo supiera por qué Aidan
actuaba de esa manera. ¿Qué deseaba de ella? ¿Por qué sólo tenía preguntas y no
respuestas?
Ella sintió un nudo en la garganta. ¡E1 no se daría por vencido! Era muy tentador
ceder ante el sonido de su voz, al mirar sus ojos. Estaba tan cansada de luchar sola
contra ese temor. ¿Por qué no apoyarse en alguien más fuerte que ella?
—De acuerdo —dijo al fin Kate. Aidan cerró los ojos un momento y respiró
profundamente.
—¿Quieres que nos sentemos en el coche? —preguntó Aidan.
—No —respondió Kate. Se volvió y alzó el cuello del abrigo—. No hay mucho que
decir, en realidad. Tengo esas... pesadillas. Lo sabes. Al principio, no podía recordar
lo que sucedía en ellas, sólo conocía el temor que me invadía —tragó saliva—.
Empezaron de pronto.
—¿No fue cuando me conociste? —cuestionó Aidan.
—Sí. ¿Cómo?...
—No estoy ciego, Kate —la interrumpió—. He visto los cambios durante la última
semana. Eso no es todo, ¿no es así?
—No —aceptó Kate con voz ronca. Aclaró la garganta—. Las pesadillas
empezaron a ser más claras... cada vez más —se estremeció. De inmediato, Aidan se
acercó y la tomó en sus brazos. Ella no pensó en luchar contra él.
—Dímelo —pidió Aidan. Ella cerró los ojos y se asió de la chaqueta de Aidan.
—Siento temor. No puedo verlo, mas está allí, me oprime. Quiero huir, mas no
puedo. Estoy atrapada en una habitación grande, y lo único que puedo ver es mi
persona y una cama. ¡Deseo huir y no puedo! ¡Es horrible! —se estremeció con
violencia.
—Ssh... —Aidan le acarició el cabello—. Pobre Kate, con razón estás asustada. No
debiste guardar esto sólo para ti, durante tanto tiempo.
—Pensé que sólo eran los sueños, pero... también veo cosas a la luz del día. Oh,
Aidan, me atemorizan mucho —lo miró con angustia—. ¿Me estoy volviendo loca?
—¡No! —negó Aidan—. No pienses eso. No soy siquiatra, Kate, sin embargo, creo
que por medio de esos sueños, tu subconsciente te revela algo que has bloqueado. Si
tengo razón, debe haber sido algo muy duro para ti. Sé que estás asustada, pero es
algo que tendrás que enfrentar para poder sanar. Me gustaría que vieras a una amiga
mía. Ella te agradará. Siempre ha sido amable y comprensiva. Creo que confirmará lo
que dije. Sea lo que sea, no lo enfrentarás sola, Kate. Estaré contigo a cada paso del
camino.
—¿Cómo puedes decir eso, si este matrimonio sólo es temporal?
—No tengo intención de abandonarte, Kate —la abrazó con fuerza. Kate apoyó la
cabeza en su hombro y disfrutó su aroma masculino.
—No sé por qué haces esto —manifestó ella.
—¿Tiene que existir un motivo? ¿Siempre sospechas de todos? La gente hace las
cosas sólo con el deseo sincero de ayudar.
—No en mi experiencia —opinó Kate.
Capítulo 8
Kate se movió, con una sensación maravillosa de bienestar y seguridad. Suspiró y
se estiró. De pronto notó el cuerpo tibio que se oprimía contra ella y recordó la
pesadilla y que Aidan la consoló hasta que quedó dormida en sus brazos.
Una sonrisa apareció en sus labios, al sentirse cómoda y protegida... segura, como
nunca se sintió. Durante la noche se movieron y Aidan tenía un brazo sobre la
cintura de ella. Kate sabía que tenía que moverse, mas quería saborear al máximo el
momento. Deseaba fantasear un poco y pensar que Aidan la abrazaba así porque la
amaba. Deseó acurrucarse para dormir de nuevo.
Aidan se movió y su brazo la ciñó con más fuerza. El corazón de Kate se detuvo
un momento al escucharlo suspirar satisfecho.
—Mmm... esto es agradable —murmuró Aidan con voz ronca por el sueño.
A Kate se le puso la piel de gallina y una oleada de deseo la asaltó. También sintió
vergüenza porque resultaba evidente que Aidan no recordaba a quién abrazaba de
esa manera. El peligro era que ella quería permanecer así y fingir que él si lo sabía.
Comprendió que era una tentación destructiva que sólo avergonzaría a ambos; por lo
tanto, hizo lo único que podía hacer.
—Creo que será mejor que me levante —sugirió. Esperaba que él le permitiera
alejarse de inmediato y se impresionó al escucharlo gemir y al sentir que se acercaba
todavía más.
—¿Quieres levantarte? —preguntó Aidan—. A mí, me gustaría quedarme así para
siempre.
—¡Aidan! Soy yo, Kate, ¿lo recuerdas?
Aidan suspiró, se apoyó en un codo y la miró.
—Lo recuerdo —musitó y con ojos adormilados la recorrió—. Buenos días.
¿Perdiste la lengua?
—Esto es una tontería —opinó Kate.
—Ese no es el adjetivo que yo emplearía —indicó Aidan—. ¿Sabes que da gusto
abrazarte?
—No.
—Oh, Kate —Aidan rió—, eres una mujer a mi gusto. Sabía que no podía
equivocarme. ¿Dónde has estado durante toda mi vida?
—Parte de ella, todavía no nacía —indicó Kate.
—¡No soy tan viejo! —protestó—. ¿Cómo te sientes hoy?
—Mucho mejor, gracias a ti.
—¿No sientes ningún malestar?
—No.
—Eso está bien —murmuró Aidan. Se movió y ella quedó de espaldas—, porque
tengo que confesarte algo. Me gustaría mucho hacerte el amor, Kate Crawford.
—¿Qué? Pero pensé...
El colocó un dedo en sus labios para callarla.
—Lo sé, mas comprendiste mal. Te deseo mucho; sin embargo, ayer no era el
momento indicado.
—¿Y hoy lo es? —preguntó Kate con voz ronca. Los dedos de Aidan se deslizaron
por su cuello.
—Eso espero —musitó.
—Yo también. Bésame, Aidan —pidió Kate con pasión. Una risa ronca escapó de
los labios de él.
—Oh, Kate, eso debería ser... —no dijo más, porque ella lo abrazó por el cuello y le
besó la boca, borrando todas sus dudas. Fue un beso muy dulce.
La pasión los hizo perder pronto el control. Cada beso era más profundo que el
anterior y más sensual y excitante. Kate se estremeció de placer cuando le acarició los
senos con la palma y después con los labios. Jugueteaba con el pezón, a través del
camisón, y la volvía loca. Aidan gimió y la hizo gritar de placer.
El deseo dominaba a Kate y deslizó las manos por los hombros y espalda de
Aidan. Lo sintió estremecer bajo sus caricias. Deseaba sentir su piel, sin ninguna
barrera.
Aidan deslizó la mano por el muslo y Kate se tensó.
—¡No! —exclamó de pronto Kate. Aidan palideció, al igual que ella y levantó la
cabeza para mirarla.
—¿Kate?
—No puedo. Lo lamento, no puedo —aseguró con voz tensa. Aidan no se movió,
sólo respiró profundamente.
—¿Qué sucedió? —quiso saber—. ¿Qué te hice?
—No lo sé. Es sólo... Tu mano... No pude continuar. Lo lamento.
Con mucho cuidado, Aidan se apartó y se sentó.
—¿Te lastimé? —preguntó Aidan.
—No. No sé qué sucedió. Todo estaba bien... y de pronto, ya no. Lo lamento —
volvió a decir Kate.
—Está bien. No hubo daño alguno —aseguró Aidan. Ella se preguntó cómo se
sentía él, pues la pasión todavía la dominaba y eso la hacía sentirse frustrada.
—No jugaba contigo —explicó Kate—. No haría eso —se sentó y dobló las piernas
para apoyar su mentón en las rodillas—. No sé por qué me helé de esa manera. No
deseaba que sucediera.
—Deja de disculparte, Kate.
Empezó la batalla, pero Aidan era demasiado bueno al arrojar bolas de nieve. Kate
olvidó la ira y empezó a reír, mientras intentaba escapar de las bolas de nieve y de
los perros que ladraban excitados. Una bola de nieve le golpeó el rostro y la hizo caer
sobre un perro. Apartó la nieve de sus ojos y miró a Aidan.
Aidan se acercó y la ayudó a retirar la nieve de su cabello y cara, mientras decía:
—¿Todavía estás enfadada conmigo?
—No.
—Entonces, me disculpo con humildad. Sólo pensaba en ti. ¿Me perdonas?
—No te confíes de tu suerte —respondió Kate.
—¿Qué dijo Netta?
—¿No has oído hablar de la reserva que existe en la profesión médica? —preguntó
Kate.
—Sí, pero no le pregunto a ella, sino a ti.
—Ayúdame a levantarme —pidió Kate y suspiró. El obedeció.
—¿Y bien?
—Dijo que las pesadillas eran mi subconsciente que daba rienda suelta a algo que
con toda deliberación está enterrado... que de alguna manera, tú ocasionaste que esto
sucediera, al recordarme el trauma que sí recuerdo... la muerte de Philip.
—¿Y?
—Resulta evidente que un hombre está mezclado, así como la cama. Piensa que es
posible que tengas razón. Lo que hay en el fondo de mi mente es algo traumático, y
no hay algo que lo sea más que una violación —no comentó que Netta indicó otra
posibilidad... que ella bloqueara algo que hiciera, y no que le hicieron. Las
implicaciones de eso eran peores y prefería guardarlas para sí—. También dijo que
tengo que ser paciente. Me aconsejó que no luche contra los recuerdos, que sólo los
deje llegar e intente no preocuparme.
—En otras palabras, que te olvides del asunto lo más posible —manifestó Aidan.
—Haces que parezca fácil.
—Al menos, podemos hacerlo más fácil.—opinó Aidan—. Te prometí un paseo y
eso es lo que haremos. Te mantendré ocupada para que no puedas pensar. ¿Qué
dices?
—Podemos intentarlo —aceptó Kate.
—Vamos a quitarnos esta ropa mojada, antes de que pesquemos una neumonía;
después, te probaré cuan equivocada estás.
Kate lo siguió y caminaron hacia la casa, pero no creía, ni por un momento, que
resultara. Sin embargo, se sentía feliz por la oportunidad de pasar un tiempo al lado
de Aidan, en armonía.
Aidan tuvo razón, pues Kate tuvo muy poco tiempo para pensar. Ese día y los
—Brindo por ti, Kate —manifestó la señora y levantó su copa—. Debo admitir que
al principio tenía reservas respecto a ti, pero ya no. Has logrado maravillas. Aidan ya
no es el mismo, y todo debido a ti. Lo haces muy feliz. La vida no ha sido siempre
buena con él. Veo que lo amas y eso es lo que él necesita —sonrió.
—Gracias, Netta —dirigió la mirada hacia Aidan y su padre—. Lo amo mucho.
—Y él te ama.
Kate sonrió y no la contradijo.
—Has sido muy generosa conmigo —agradeció Kate—, si consideramos que
Aidan y yo nos conocimos en... circunstancias muy difíciles. Entonces yo estaba muy
confundida, pero me da gusto haber cambiado de opinión y decidir ayudarlo.
Cuando Andrew me habló sobre el testamento...
—¿Qué testamento? —preguntó Netta.
—Ya sabes, el que hizo el abuelo de Aidan, en el que lo desheredaba si no se
casaba.
—¿Su abuelo? —inquirió Netta y frunció el ceño—. Pero... ¡Oh! —sus mejillas se
sonrojaron un poco—. ¡Oh, sí, por supuesto! Ese testamento —rió con nerviosismo—.
Debes perdonarme, mi mente divagaba. Por supuesto, todos estuvimos contentos.
Kate sintió ira al observar que Netta bebía su copa, con intranquilidad. Miró en
dirección a Aidan y lo vio reír.
—No hay testamento, ¿no es así? —cuestionó Kate.
—Por supuesto que hubo un testamento, Kate —aseguró Netta.
—Pero sin límite de tiempo, sin amenaza de perder el control sobre Cranstons —
apretó los dientes—. Aidan inventó todo, ¿no es así? Hasta hizo que lo respaldaran.
¿Por qué?
—Tuvo sus buenas razones —explicó Netta—. Temo que, si quieres saberlo,
tendrás que preguntárselo, Kate.
—¡No pienses que no lo haré! Me engañó. ¡Todo lo que dijo era mentira! ¡No
necesitaba casarse conmigo ni con otra mujer! ¿Por qué fingir que tenía que hacerlo?
Kate se sorprendió al ver que Netta reía.
—Una joven inteligente como tú puede encontrar la respuesta a eso, querida —
opinó Netta.
—¿Qué quieres decir?
—Oh, Kate, no es sólo una prerrogativa femenina el sentirse vulnerable. Piensa en
eso. Ahora, sonríe, pues regresan.
Con un esfuerzo, Kate borró su expresión de ira cuando Aidan se acercó a la mesa.
—¿Quieres bailar, Kate? —preguntó Aidan. Al darle la mano, Kate sonrió, pero su
sonrisa no llegó a sus ojos. En la pista, él la abrazó—. ¿Qué sucede, Kate?
—Nada. ¿Por qué iba a suceder algo?
—No lo sé, pero podría apostar una fortuna que algo sucede.
—¿La misma fortuna que tu abuelo te dejó en su testamento? ¿El testamento por el
cual te casaste conmigo? —preguntó con dulzura Kate.
—¡Ah! —murmuró Aidan, después de un momento.
—¡Eres un mentiroso! —exclamó Kate.
—Kate, estás magnífica cuando te enfadas —opinó, mas ella lo ignoró.
—¿Por qué? Sólo responde eso... ¿por qué?
—El porqué es simple, Kate, si piensas en ello —respondió Aidan.
—¿Eso quiere decir que no vas a decírmelo?
—En una ocasión te dije —le recordó Aidan—, que la gente enfadada no ve más
allá de su ira.
—No necesito más sicología, muchas gracias. Si fuera tan inteligente como Netta y
tú piensan que soy, no me habría casado contigo, en primer lugar —no lo miró
durante el resto del baile.
Ya fuera por la música o por otra influencia, poco a poco la ira de Kate empezó a
desvanecerse y otros pensamientos llegaron a su mente. El primero de ellos fue que
él no necesitó casarse con ella y, sin embargo, la engañó para que lo hicieran. Eso no
tenía sentido. A no ser que... El corazón de Kate dio un vuelco. No, no podía ser. El
no podía... amarla, ¿o sí? En agonía, escuchó que la música terminaba y lo miró a los
ojos.
Kate preguntó, casi en un murmullo:
—¿Aidan?
—Ese fue el último vals —comentó él y sonrió—. Será mejor que regresemos con
Netta y papá. Con suerte, podremos irnos antes que empiece la aglomeración.
Esas fueron las únicas palabras que Kate logró sacarle, hasta que llegaron a casa,
casi cuarenta y cinco minutos después, puesto que encontraron mucho tráfico.
Al llegar a casa, Netta ofreció prepararles una última bebida, pero Aidan dijo que
estaba muy cansado, por lo que dieron las buenas noches y subieron a su habitación.
Kate observó que Aidan se quitaba los zapatos y el traje, y oyó que abría el grifo
de la ducha. Ella se sentó en la cama y también se quitó los zapatos; en ese momento,
escuchó un grito que venía desde el baño. Cuando iba a ponerse de pie, Aidan
apareció en la puerta y señaló hacia el interior del baño. Con la otra mano sostenía
una toalla que lo cubría. Kate se mordió el labio para no reír, pues nunca lo vio en ese
estado de descontrol.
—¿Qué sucede? —cuestionó Kate.
—¿Cómo eres con las arañas, Kate?
—¿Arañas? Yo... ¡Oh! —con una mano, Kate ocultó su sonrisa—. ¿Qué harías si yo
también les temiera?
—¡Kate!
—De acuerdo. ¿Dónde está ese monstruo? —inquirió Kate y tomó el pañuelo que
él había dejado sobre la cómoda.
—¡Mujeres! —exclamó Aidan—. Está en la ducha. Si te apresuraras... no tenemos
toda la noche —Kate entró en el baño, atrapó a la araña con el pañuelo y la arrojó por
la ventana. Aidan asomó la cabeza por la puerta—. ¿Ya se fue?
—¡Mi héroe! —exclamó Kate y se mordió el labio para no reír.
—Disfrutas esto, ¿no es así? —preguntó Aidan.
—¿Cuántos años dijiste que tienes?
—¡Kate Crawford, eres una arpía!
Kate ya no pudo controlar la risa por más tiempo.
—¡Debiste haber visto tu rostro! —exclamó Kate. Se dejó caer en la cama, sin poder
dejar de reír. Los ojos se le llenaron de lágrimas, por lo que no notó que la expresión
de él cambiaba.
—¿Fue divertido? —quiso saber Aidan y avanzó hacia ella.
—Lo lamento, sé que no debería reír, pero... Oh, Aidan, parecías tan... tan... —él la
obligó a ponerse de pie.
—Esto... —Aidan le besó los labios— es por reír... y esto... —volvió a besarla— es
porque lo disfruté la primera vez... y esto... es porque te amo, Kate Crawford.
Le dio un beso en la nariz y la soltó. Sorprendida, Kate se dejó caer en la cama.
Con una gran sonrisa, Aidan desapareció en el baño.
Kate necesitó un minuto para comprender lo que él confesó, pero al asimilarlo, de
inmediato entró en acción. Se puso de pie, abrió la puerta del baño y después, la del
cristal de la ducha.
—¿Qué dijiste? —preguntó Kate. Aidan la abrazó por la cintura y la metió bajo la
regadera. En segundos, Kate estaba ensopada.
—Dije que te amo —repitió Aidan con solemnidad y arqueó una ceja al ver que
ella guardaba silencio—. ¿No dices nada?
—¡Oh, Aidan! Yo también te amo... te amo mucho. Pensé...
—Pensaste demasiado... y cosas equivocadas —opinó Aidan—. Calla y bésame.
Al besarse, Kate sintió como si intercambiaran almas. Era un beso que trascendía
más allá de lo físico. Cada beso se hizo más profundo y apasionado. Aidan le besó la
mandíbula y el cuello, y Kate se oprimió contra él, consciente de que estaba desnudo
y de que su vestido ensopado era una delgada barrera.
Ya no hubo obstáculo alguno cuando Aidan bajó la cremallera del vestido y se lo
quitó, junto con las pantimedias. Kate gimió de placer y se estremeció, al sentir el
vello del pecho de Aidan rozar sus senos. Se arqueó y acercó más. Era una sensación
electrizante el sentir como esas manos la acariciaban. Aidan deslizó las manos por la
espalda de ella y la oprimió contra él. Kate hundió las uñas en su espalda.
—Hey, gatita, eso duele —comentó Aidan y rió. Kate no reía, sino que su cuerpo
quedó muy quieto y se apartó de él.
—¡No me llames así!
Aidan dio un paso hacia ella y se detuvo. Cerró los puños para controlarse.
Despacio, cerró el grifo del agua y se hizo un silencio pesado. Kate se volvió, no
soportaba ver su expresión. Sintió una toalla sobre los hombros y se volvió despacio.
Aidan tenía una toalla alrededor de las caderas.
Después de un momento, Kate murmuró:
—Lo lamento. Fue ese nombre. El me llamó así. ¡No puedo soportarlo!
—¿Qué voy a hacer contigo?
—¡Oh, Aidan! —exclamó Kate, con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Cómo puedes
amarme, si te hago esto?
Aidan la abrazó y apoyó la barbilla sobre su cabello.
—Supongo que estoy loco... loco de amor por ti —confesó y Kate cerró los ojos.
—¡No es justo!
—No siempre será así —prometió Aidan.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Porque nos amamos. Podremos resolver el problema. Cuando me oigas
lamentarme, entonces deberás preocuparte —indicó Aidan—. Ven, vamos a la cama.
Es tarde y ambos estamos cansados.
Aidan entró en el dormitorio y Kate se quedó en el baño, para secarse y ponerse
un camisón. Al entrar en la habitación, Aidan ya estaba en la cama y observó que ella
tomaba el cepillo y lo pasaba por su cabello.
Con voz suave, Aidan ordenó:
—Ven aquí y permite que yo haga eso —Kate obedeció y se sentó en el borde de la
cama.
—¿Cómo pudiste amarme? —preguntó Kate—. Fui tan cruel cuando nos
conocimos.
—Me hice la misma pregunta. Fui a verte para hacerte sentir culpable y dije e hice
algo por completo diferente —confesó Aidan—. El simple hecho de verte abrazando
a aquella niñita, hizo que estuviera perdido.
—¿En verdad? —Kate se sorprendió al enterarse de que él la amó desde entonces.
—Sí. Al darme cuenta, pensé que era tan tonto como todos esos otros hombres y
estaba decidido a que no lo supieras. El pedirte que te casaras conmigo fue un
momento de locura. Sin embargo, quería tenerte, ser el único hombre en tu vida. La
confusión de Andrew sobre el testamento me dio la excusa que necesitaba.
—Entonces... ¿por qué te ibas a casar con esa mujer?
—¿Con Julia? La verdad es que nunca esperé enamorarme, no obstante, quería
tener una familia. La ocasión pareció adecuada y Julia era alguien a quien conocía
desde hacía mucho tiempo, me gustaba y la respetaba. Entonces, te conocí y ya no
hubo nadie más para mí. Cuando no me aceptaste, me alejé y pensé que era un tonto
y que tu negativa era quizá lo mejor que podía suceder. No pude apartarte de mi
mente durante toda aquella semana. No sé si hubiera intentado ponerme de nuevo
en contacto contigo o no... fue entonces cuando me llamaste. Estaba intrigado y sentí
alivio al ver que me dabas la excusa que necesitaba.
—Andrew mintió —indicó Kate.
—Andrew no mintió —la corrigió Aidan—. El lo creyó. Para él, ésa era la verdad.
Nunca pudo ver más allá de su odio. El deseaba que yo perdiera todo, por lo que
nunca dudó sobre ese rumor que escuchó. Si alguien intentara convencerlo, sólo lo
hubiera creído más. No se puede razonar con él. Por primera vez, su ceguera
funcionó a mi favor.
—¡Fui tan mala contigo! —opinó Kate.
—No más de lo que yo fui contigo. Dije cosas que lamento, sólo porque era
vulnerable. Estaba enamorado de ti, a pesar de todo lo que sabía y en contra de mi
buen juicio. No tenía otro plan que sobrevivir día con día. Casi desde el momento en
qué nos conocimos, comprendí que no eras todo lo que parecías ser. Eso me dio
esperanza de que algún día pudiera lograr que me amaras.
Kate sintió un nudo en la garganta.
—No lo supe. Pensé que te odiaba —explicó Kate—, mas nunca fui indiferente.
Ningún hombre me hizo sentir lo que tú me hiciste experimentar. Estaba asustada.
Tal vez te amé mucho antes de darme cuenta. Cuando lo supe, no pensé que
pudieras sentir algo por mí. Estaba segura de que me odiabas, porque pensabas que
era muy mala.
—Pronto descubrí que eras una persona muy diferente —aseguró Aidan—,
vulnerable, de una manera contraria a tu reputación. Vi que necesitabas ayuda, mas
luchabas contra mí. Luchabas contra todo. Comprendí que una mujer que amaba a
los niños no podía ser tan mala. Me da gusto que te agraden los niños, porque a mí
también me gustan.
—¿Quieres tener una familia? —preguntó Kate.
—Una familia grande... cuatro, al menos. ¿Y tú? —cuestionó Aidan. Kate cerró los
ojos.
—Siempre deseé una familia, también, pero... ¿y si no podemos tenerla?
Aidan la tomó en sus brazos.
—Cariño, me niego a pensar en esos términos. Si pensara así, nunca me habría
casado contigo ni descubierto que me amas.
—Oh, Aidan, te amo. Te amo mucho —confesó Kate. El le acarició el cabello con
los labios.
—Eso es lo único que quiero saber. Dejemos que el futuro tome su curso. Créeme,
seremos muy felices. Aquí es donde perteneces, Kate... y aquí te quedarás.
Capítulo 9
Por instinto, Kate se acercó más a Aidan y sintió esa ansiedad que experimentó la
última vez que enfrentó a Andrew. Aidan la abrazó por la cintura y ella sintió su
tensión, a pesar de que parecía relajado.
—¿Y bien? ¿No piensan decir nada? ¿Van a quedarse en la puerta por siempre? —
preguntó con tono burlón Andrew.
—¿Qué quieres, Andrew? —cuestionó Aidan. Andrew rió.
—Ya te lo dije. No tengo excusa para olvidar tu cumpleaños, ¿o sí?
—Y yo no tengo motivo para creer que algo es tan simple contigo —respondió
Aidan—. Sin embargo, feliz cumpleaños —se estrecharon la mano—. Ya conoces a mi
esposa, Kate.
—Ah, sí, Kate —comentó Andrew y la miró con frialdad, aunque sonrió—. Netta
mencionó que adquiriste una encantadora novia. No esperaba que fuera Kate, pero el
mundo está lleno de sorpresas. Según recuerdo, nuestro último encuentro tuvo un
efecto húmedo.
—Le arrojé un vaso con agua al rostro —explicó Kate, sin preocuparse por ocultar
su satisfacción.
—Siempre fue impulsiva —indicó Andrew.
—Si van a hablar de los viejos tiempos —intervino Netta—, los dejaré. Su padre
subió hace mucho tiempo y necesito dormir. Andrew, tendrás la habitación
acostumbrada, por supuesto. Los veré por la mañana. Buenas noches.
—Entonces, te quedaste con el control de la empresa —señaló Andrew, cuando
Netta se fue—. Kate fue muy noble al ayudarte.
—La compañía nunca estuvo en duda, Andrew —informó Aidan—. Debiste
asegurarte de los hechos, antes de dejar correr el rumor. Sin importar nuestras
diferencias personales, el abuelo nunca habría dejado el control de la empresa fuera
de la familia.
—¡Siempre tuviste muy buena suerte, hermano! —exclamó Andrew.
—Tuve mucha suerte al casarme con Kate.
—Parece que el matrimonio resultó muy bien —manifestó Andrew—. Netta me
dijo que nunca ha visto a dos personas más enamoradas que ustedes.
Kate sintió como se tensaba el brazo de Aidan. Lo miró y sonrió.
—Somos muy felices —confirmó Kate y le sostuvo la mirada a Andrew.
—Me da gusto por ustedes —Andrew sonrió—. Es extraño cómo resultan las
cosas. En un momento uno se siente hundido y al siguiente, hay un mundo de
posibilidades frente a uno. Como no sabía que se habían casado, no tenía qué
regalarles y eso me molestaba. Ahora sé con qué obsequiarlos. Creo que es necesario
un brindis. Haz los honores, Aidan. Quiero un whisky en las rocas.
sociedad de beneficencia. Sin embargo, no puedo evitar pensar que hay una manera
para que una joven como tú... y debo añadir que una joven muy hermosa, haga que
valga la pena el riesgo.
Kate se puso verde al comprender lo que él sugería, le parecía increíble.
—¿Qué? —¿cómo podía ese hombre haber sido amigo de su padre? Aidan
Crawford rió.
—Vamos, eres inteligente —empezó a acariciarle los brazos. Kate controló un
estremecimiento de enfado.
—¡Pensé que era un amigo! —exclamó Kate con enfado.
—Lo soy, mas no puedes esperar que haga esto por nada. Si voy a ser generoso,
con seguridad, tú también puedes ser generosa.
—Debe estar loco si piensa que aceptaré algo tan desagradable —respondió Kate
con violencia. El se inclinó y acercó la boca a su oreja.
—Parece un trato razonable —opinó Aidan—, por supuesto, eres libre para
negarte. Sin embargo, recuerdo que me dijiste que viniste aquí como un último
recurso. Me parece que tu respuesta depende de lo mucho que ames a tu hermano.
La tenía atrapada, pues Kate no tenía a quién más acudir... o hacía lo que él
sugería o su hermano empeoraría ante sus ojos. Ella amaba demasiado a Philip para
hacer eso, por lo tanto, no tenía alternativa.
—¡Es despreciable! ¿Cómo puede llamarse amigo?
—¿Eso es sí o no, Kate?
—Sabe que es sí —murmuró Kate con voz ronca—. Si me da el dinero, prometo...
encontrarlo donde me diga.
—Oh, no. El dinero llegará después, Kate. Por supuesto, confío en ti, sin embargo,
la gente puede ser olvidadiza. Tenemos un trato, y los mejores convenios se sellan
con un beso —inclinó la cabeza. De no haber dado su palabra, Kate hubiera huido.
Oró para poder soportar lo necesario—. Creo que estaremos más cómodos allá arriba
—sugirió él.
Kate sólo pudo seguirlo por la escalera hacia la oscuridad, y sintió mucho frío. Era
como si fuera a su propia ejecución. No dejó de repetirse que lo hacia por Philip.
Lo que sucedió detrás de la puerta cerrada de la habitación de él fue una pesadilla.
Kate se negó a relajarse o a responder y no lo incitó, mas no pudo apartar la mente de
lo que le sucedía a su cuerpo. El no fue brutal, sólo no le importó que ella no
respondiera y tampoco su inocencia. No dejó de llamarla gatita y no quedó satisfecho
hasta avanzada la noche. Para entonces, Kate ya no era virgen y se sentía degradada.
El observó cómo bajaba de la cama y se vestía, y cuando ella se volvió hacia él y le
pidió el dinero, el hombre rió y preguntó:
—¿En serio pensaste que te entregaría esa cantidad de dinero por el placer de tu
cuerpo? No te lo daría, aunque pudiera, gatita.
Si Kate hubiera tenido un cuchillo en ese momento, se lo hubiera enterrado en el
corazón.
—¡Eres despreciable! —manifestó Kate—. Aunque sea lo último que haga, haré
que pagues por esto, Aidan Crawford —juró con amargura.
Kate regresó al presente y sintió las mejillas mojadas con lágrimas. Las secó con los
dedos.
—El permaneció recostado y se rió de mí —añadió Kate con un susurro—. El sólo
rió.
Se hizo un silencio y esperó la respuesta de Aidan, la cual no llegó. Lo miró con
ansiedad y se preguntó si le creía.
—¡Oh, Kate! ¿Qué puedo decir? El expresar que lo siento es inadecuado. Cuando
pienso... —dejó de hablar y se puso de pie. Se acercó a la cómoda y la golpeó con los
puños cerrados—. ¡Esta vez fue demasiado lejos! —caminó hacia la puerta.
—¿A dónde vas? —preguntó Kate.
—A buscar a mi hermano y hacer algo que debí hacer hace mucho tiempo —dijo
Aidan, por encima del hombro y salió.
Kate lo siguió; al llegar a la puerta, escuchó que Aidan bajaba por la escalera.
Cuando ella llegó al descanso, escuchó voces de enfado que llegaban desde el piso
inferior. Se quedó muy quieta, sin poder moverse. Escuchó un grito y el ruido
producido por muebles que se rompían.
Kate se llevó una mano hasta los labios, al ver que Aidan aparecía en el vestíbulo y
con una mano daba masaje a la otra. Con seguridad ella hizo algún ruido, porque él
levantó la mirada. La expresión de Aidan era de satisfacción. Despacio, subió hacia
ella.
Aidan se detuvo a su lado e informó:
—Andrew decidió no quedarse, después de todo.
—¿Me creíste entonces? —preguntó Kate.
—Oh, sí. ¿Podrás perdonarnos por lo que sufriste?
—¿Puedes perdonarme tú? —cuestionó Kate y apoyó la cabeza en su hombro.
—No tienes nada que reprocharte, Kate. No hay nada que perdonar. Desearía
poder hacer algo para borrar por completo el pasado.
—Sólo deseo olvidar —aseguró Kate y se estremeció—. Dejar el pasado atrás para
siempre.
—¿Puedes hacerlo, Kate? —la miró con una expresión extraña.
—No... lo sé —confesó Kate.
Con una sonrisa, Aidan la hizo volverse y sin soltarla, regresaron a su habitación.
Kate miró de inmediato la cama y se acercó para apartar las sábanas. Aidan la
observó en silencio un momento, suspiró y tomó su bata de una silla.
—Creo que ambos necesitamos dormir un poco, antes de tomar alguna decisión —
Capítulo 10
Kate se encontraba de pie junto a la ventana; tenía una taza de café en las manos.
Sentía frío, a pesar de que la habitación estaba tibia. No era la nieve que caía al otro
lado del cristal lo que la hacía estremecerse, sino el hombre que caminaba despacio
hacia la casa.
Todavía era temprano y ellos dos eran los únicos despiertos en la casa, esa mañana
de domingo. Kate estaba despierta cuando Aidan entró en su habitación, una hora
antes, para tomar ropa limpia. El no hizo intento alguno de acercarse a la cama, por
lo que Kate permaneció en silencio.
El no deseaba hablar, pero su silencio, después de los sucesos de la noche anterior,
hizo que Kate dejara la cama y se acercara a la ventana, al escuchar que él salía de la
casa. Kate se vistió con pantalones y un suéter y bajó a esperar que él regresara.
Cuando Aidan se acercó a la puerta, Kate regresó a la mesa, pues necesitaba un
soporte sólido. Aidan entró, limpió sus pies y sacudió la nieve de su cabello. No notó
la presencia de Kate, hasta que se volvió y vio que ella lo observaba en silencio, con
la taza en las manos. Por un instante, una llama ardió en los ojos de él, mas se apagó
con rapidez.
Aidan se volvió y se quitó la chaqueta. La colgó junto a la puerta.
—Hay café fresco —ofreció Kate y dejó su taza, para servirle una a él.
—Gracias, yo lo serviré —respondió Aidan—. Te levantaste temprano.
—También tú —hablaban como extraños que intentan llenar un silencio
incómodo.
—Supongo que ninguno de los dos pudo dormir —comentó Aidan y encogió los
hombros. Apoyó su peso contra la mesa.
Kate deseó poder acercarse y abrazarlo, mas algo la detenía. Lamió sus labios con
un gesto nervioso. Se sentó.
—¿Disfrutaste la caminata? —preguntó Kate.
Aidan levantó la mirada que tenía fija en su taza y la miró a los ojos.
Kate ya lo sabía, por eso sentía un vacío en la boca del estómago. La noche anterior
supo que algo estaba mal y la luz del día sólo intensificó esa sensación.
Aidan parecía muy lejano. Kate pensó que conocía el motivo, pero tenía que estar
segura.
—Dijiste que no deberíamos tomar ninguna decisión apresurada —le recordó
Kate—, sin embargo, parece que ya tomaste una, ¿no es así?
Aidan suspiró y dejó su taza, antes de responder.
—Tienes razón, por supuesto. No hay forma fácil de decir esto, por lo tanto, seré
franco. Creo que debemos divorciarnos, Kate.
—Estás enfadado, ¿no es así? A pesar de lo que digas, lo que hice te enfada —
afirmó Kate con voz que reflejaba su dolor.
Aidan palideció, se enderezó y dio un paso hacia ella, antes que Kate lo detuviera.
—¡No! —dijo Aidan—. Ese no es el motivo.
—¡No te creo! —aseguró Kate—. ¿Qué otro motivo puede haber para que hagas
esto? Yo misma me desprecio, ¿por qué no ibas a sentir lo mismo?
Aidan llegó al instante a su lado y extendió las manos para ayudarla a ponerse de
pie.
—Te estoy diciendo la verdad —aseveró Aidan.
—Entonces... ¿por qué? —demandó con voz quebrada. Aidan la soltó y extendió
las manos en un gesto de impotencia.
—Porque creo que es lo mejor —declaró él.
—¿Y si yo pienso que es lo peor?
—Eso no hace ninguna diferencia —indicó Aidan—. Nuestro matrimonio está
destinado al fracaso, Kate. Lo comprendo y también deberías aceptarlo. Lo mejor
para ambos es terminarlo ahora —la miró a la cara y tragó saliva—. Créeme, es lo
mejor —entonces salió de la habitación.
Kate se sentó y lo miró partir. Le dolía la manera como él mató a sangre fría, todo
lo que había entre ellos. Aidan dijo que la amaba, fue paciente y bondadoso, ¿por qué
actuaba así ahora? El decía que no estaba enfadado, sin embargo, sabía que su
matrimonio fracasaría. ¿Qué quería decir?
Todo parecía tan perfecto, a pesar de que Kate expresó sus temores de que quizá
nunca tuvieran un matrimonio normal e hijos.
Kate se enderezó. ¿Era eso? El le dijo que ese aspecto de su vida no era un
problema, pero... ¿acaso descubrió que no podía vivir con eso? ¿Aidan descubrió que
no soportaba saber que quizá nunca tendría los hijos que tanto anhelaba?
Esa era la única explicación posible para que él cambiara de opinión, y una que
Kate no podía discutirle. Lo amaba y el desearle una vida que nunca sería completa
era injusto. Dadas las circunstancias, ¿no era lo mejor romper el lazo que los unía?
Aidan tenía razón. Era mejor sufrir ese dolor ahora, y no lo que después vendría, sin
lugar a dudas.
Sin embargo, dolía, pues un futuro sin él parecía vacío y sin esperanza. No
obstante, Kate tenía que enfrentarlo de la mejor manera posible. Mientras más pronto
se fuera, mejor sería para ambos. Tenía la excusa perfecta, pues nadie se sorprendería
si ella tenía que regresar a Inglaterra para atender su negocio. Después, sería muy
sencillo inventar las excusas necesarias por el rompimiento del matrimonio.
La puerta se abrió y Kate se volvió de inmediato; el corazón le latió con fuerza al
pensar que podía ser Aidan. Fue Netta quien entró y arqueó las cejas, sorprendida, al
ver a Kate.
—Buenos días, Kate, te levantaste temprano. ¿Por qué? Encontré a Aidan en la
escalera, y cuando busqué a Andrew, hace dos minutos, no lo encontré por ningún
sitio.
—Andrew decidió no quedarse, después de todo —informó Kate.
—El no es así —opinó Netta—. Andrew ama la comodidad. El salir con una
temperatura bajo cero, no es su estilo.
—Aidan lo convenció —explicó Kate.
—¿Aidan lo hizo? —inquirió Netta—. Vaya, vaya. Supongo que a eso se debe la
desaparición de mi aspidistra —se sentó frente a Cate—. No es que me importe, pues
nunca me gustó, pero fue un regalo de mi tía y como ella todavía me visita, tenía que
mantenerla a la vista. Dime lo que sucedió.
—Tuvieron una discusión —indicó Kate, ya que era imposible quedarse callada.
—¿Y Aidan lo golpeó? Bueno, Andrew se lo merecía desde hace tiempo —opinó
Netta—. Me da gusto que al fin Aidan perdiera el control con él. A ninguno de los
dos le hacía bien que Aidan actuara como si su hermano no hiciera nada malo. Es
demasiado tarde para salvar a Andrew, pero al menos, debería comprender que
cierto comportamiento es inaceptable, aun a su edad. El problema es que Andrew fue
mimado en exceso por su madre. Le daba todo lo que él pedía; sin embargo, él sentía
celos y creía que era Aidan quien recibía todo. Aidan nunca pidió demasiado y con
gusto compartía lo que tenía. En ocasiones, es difícil pensar que son gemelos.
—Sé a qué te refieres —comentó Kate—. Son parecidos; no obstante sus
personalidades son muy diferentes.
—Aunque nosotros conocemos sus diferencias, otras personas no —señaló
Netta—. En lo físico, de no ser por la leve cicatriz de Aidan, parecen la misma
persona. ¿Qué ven los demás? ¿Cuando ven a uno, ven al otro? ¿Notan la diferencia?
¿Las cosas que se atribuyen a uno, automáticamente se transfieren al otro? ¿Qué hay
acerca de ellos? Ambos saben que son diferentes, sin embargo, todos los miran como
si fueran la misma persona. ¿Es bueno nunca ser visto como un individuo, y siempre
saber que uno hace que recuerden a otra persona?
Las palabras de Netta la hicieron dar un salto... "Saber que uno hace que recuerden
a otra persona". Kate vio al fin la luz y brilló la esperanza. Rodeó la mesa y abrazó
con afecto a Netta.
—Netta, eres un salvavidas —aseguró Kate con voz ronca.
—¿Lo soy?
—Sí y nunca cambies —indicó Kate y rió feliz.
—No cambiaré, si tú lo dices —respondió Netta y sonrió—. Espero que me lo
expliques.
—Lo haré, más tarde —prometió Kate.
—Después de la iglesia —comentó Netta—. Aidan y yo siempre vamos temprano
al servicio. Son bienvenidos si quieren acompañarnos.
Kate se detuvo en la puerta.
—No esta mañana, Netta. Si todo sale como pienso, iremos esta noche. Es una
promesa —sonrió y salió.
Kate subió por la escalera y se dirigió a su habitación. Allí estaba Aidan, junto a la
ventana. Con seguridad la escuchó llegar, pero no se volvió. Kate cerró la puerta y se
apoyó en ésta.
Con voz ronca y baja, Kate preguntó:
—¿Me amas, Aidan?
El se volvió de pronto.
—¿Qué clase de pregunta es ésa? —inquirió Aidan.
—Una pregunta simple. Sólo quería asegurarme, porque sabes que yo te amo, ¿no
es así? —el corazón de Kate latía con fuerza.
Aidan pasó las manos por el cabello, antes de comentar:
—Kate, esto no tiene objeto. El que te ame no tiene nada que ver con lo que
sucede.
Kate sintió alivio. El la amaba. Aunque nunca lo dudó, era agradable saberlo.
—¿No te desagrado por lo que hice? —cuestionó Kate.
—Nada acerca de ti me desagrada, Kate —habló con voz ronca—. Tienes que
creerlo.
—Lo creo.
—¿De qué se trata todo esto? —cuestionó Aidan y extendió las manos.
—Pensé que se debía al hecho de que decidiste que no podías aceptar un
matrimonio que nunca estaría completo, pues quizá no incluiría niños.
—Hace días te dije que eso no importaba —le recordó Aidan.
Kate lo miró y sonrió. Se preguntó si él se daba cuenta de que extinguía las
excusas que podría haber empleado.
—Sé que lo hiciste —murmuró Kate—. Dije que lo pensé, mas después cambié de
opinión.
—Kate, será mejor que te expliques. ¡No estoy hecho de piedra!
Se acercó a él y se detuvo a unos centímetros. Levantó la mano y le acarició la
mejilla. El contuvo la respiración y cerró los ojos.
—Sé que no eres de piedra, Aidan... y también sé que no eres Andrew.
El abrió los ojos para mirarla.
—Kate —pronunció el nombre con un gemido. Kate tragó saliva para controlar la
emoción.
—Querido, cuando te miro, sólo te veo a ti. No me recuerdas a Andrew, porque tú
no eres él.
—Porque ya tengo la cicatriz —señaló Aidan y se alejó de ella.
mano le acarició la mejilla. Kate volvió la cabeza para besarle la palma de la mano,
antes de mirarlo a los ojos. Los ojos de Kate reflejaban amor y necesidad.
—Si algo te atemoriza, dímelo —pidió Aidan y le besó el cuello.
—Ámame —murmuró Kate con voz ronca. Aidan gimió y le besó la boca.
Fue como antes y, sin embargo, muy diferente de todo lo que Kate conocía. Con
infinita paciencia, los labios y manos de Aidan la acariciaron y recorrieron cada
centímetro de su piel. Dominada por una exquisita sensualidad, Kate no podía
pensar, sólo sentía.
Cuando los dedos de Aidan acariciaron sus senos, gimió y se arqueó hacia él.
Cuando Aidan volvió a besarle la boca, Kate creyó que moriría de placer.
Ella no pensó en detenerlo, ni siquiera cuando las manos de él se deslizaron por
sus caderas y muslos y la acariciaron con mucha intimidad. Kate descubrió lo mucho
que lo anhelaba y gimió, dominada por el placer que le proporcionaban sus caricias.
Aidan levantó la cabeza para mirarla y ella murmuró:
—No sabía que podría sentir de esta manera.
Aidan sonrió, sus ojos reflejaban la pasión.
—Esto es sólo el comienzo —aseguró con voz ronca.
Kate descubrió que él tenía razón, cuando volvió a excitarla. Con las extremidades
entrelazadas, escalaron nuevas alturas y descubrieron un placer exquisito. Al fin,
Aidan la poseyó y llegaron al éxtasis, en una explosión mutua de satisfacción.
Seguramente se quedaron dormidos, porque Kate despertó minutos después y
sintió el peso del cuerpo de Aidan sobre el suyo. Casi al mismo tiempo, él se movió y
se sostuvo con los codos, para mirarla con un afecto que la derritió.
Una sonrisa apareció en los labios de Kate.
—Es bueno que no sea yo la clase de persona que acostumbra decir, te lo dije —
murmuró Kate. Aidan giró y ella quedó sobre el pecho de él.
—Puedes decirlo, si lo deseas —sugirió Aidan—. Tenías razón... de una manera
increíble y maravillosa —suspiró. Le tomó la mano y la llevó a los labios.
Kate se retorció sobre él, disfrutando su felicidad.
—¿Qué sucederá ahora con Andrew? —preguntó Kate. Al mencionar ese nombre
no destruyó su felicidad; además, la pregunta tenía que hacerse.
—El no se saldrá con la suya, Kate, puedes estar segura —informó Aidan. —Hablé
con papá y él va a tirar de algunos hilos. Me temo que para Andrew, la vida ya no
será fácil. Mi hermano tiene deudas y si quiere pagarlas, tendrá que trabajar para
ganar su dinero... y tendrá que trabajar mucho. Papá lo enviará a África, tenemos
negocios mineros allá. Creo que estará muy ocupado por algún tiempo y no podrá
causar problemas —Aidan habló con tono de satisfacción y Kate no pudo culparlo,
pues ambos fueron heridos.
El cabello de Kate rozó la barbilla de Aidan y ella lo besó. Sintió su respuesta
inmediata.
Después de un momento, Aidan preguntó:
—¿Tienes idea de cuánto te amo, Kate? —habló con tono provocativo—. Mi dulce
Katrine —ese nombre en sus labios, era como una caricia.
—Mmm. Casi tanto como yo te amo —respondió Kate.
—Oh, no, en eso estás equivocada, es al contrario —aseguró Aidan.
—No estoy de acuerdo —indicó Kate y levantó la cabeza. Los ojos de Aidan
también brillaron.
—Estás discutiendo, Kate. En realidad, podría llamarte regañona. Sólo tengo una
cosa que añadir a eso.
Kate gimió y con una mano le cubrió la boca.
—¡No, no lo digas! ¡No te atrevas a decirlo! Lo he escuchado durante toda mi vida
adulta.
Aidan le apartó la mano de su boca.
—Mas no de mí —opinó Aidan y le tomó la mejilla—. Esto será diferente, confía
en mí —Kate asintió y él sonrió. Deslizó el pulgar por los labios de ella y murmuró—:
Bésame, Kate —ella sonrió y obedeció, porque él tenía razón, era diferente.
Kate casi podía jurar que lo escuchó decir "te amo".
Fin