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Tensiones y Dilemas de La Producción Cocalera
Tensiones y Dilemas de La Producción Cocalera
TENSIONES Y DILEMAS
DE LA PRODUCCIÓN COCALERA
Francisco Gutiérrez Sanín, Investigador del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI),
de la Universidad Nacional de Colombia. Correo electrónico: fagutierrezs@unal.edu.co
RESUMEN
Los retos asociados al cultivo de la coca han sido objeto de debate más o menos permanente desde su inserción
en el país. Este artículo se orienta a caracterizarlos, apoyándose en material empírico nuevo –una encuesta
entre usuarios del Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito (PNIS) en Puerto Asís
y Tumaco, trabajo de campo en esos dos municipios, bases de datos de afiliados al PNIS en otros territorios y
trabajo de archivo– y en una reflexión sobre el significado de la coca en el largo proceso de expansión de la
frontera agraria en Colombia.
ABSTR AC T
[71]
The challenges associated with coca cultivation have been the subject of more or less permanent debate since
its insertion in the country. This article aims to characterise them, based on new empirical material–a survey
of users of the Integrated National Programme for the Substitution of Illicit Crops (PNIS) in Puerto Asís and
Tumaco, field work in these two municipalities, databases of PNIS affiliates in other territories and archival
work–and a reflection on the meaning of coca in the long process of expansion of the agricultural frontier in
Colombia.
*
Presento aquí resultados de investigación llevada cabo en el contexto del proyecto
Drugs and (dis)order,
https://www.soas.ac.uk/drugs-and-disorder/
INTRODUCCIÓN
Los retos asociados al cultivo de la coca han sido objeto de debate más o menos permanente
desde su inserción en el país. Este artículo se orienta a caracterizarlos, apoyándose en material
empírico nuevo –una encuesta entre usuarios del Programa Nacional Integral de Sustitución de
Cultivos de Uso Ilícito (PNIS) en Puerto Asís y Tumaco, trabajo de campo en esos dos municipios,
bases de datos de afiliados al PNIS en otros territorios y trabajo de archivo– y en una reflexión
sobre el significado de la coca en el largo proceso de expansión de la frontera agraria en Colombia
(Ciro, 2016; Fajardo, 2002; Jaramillo, 1988; Jaramillo, Mora y Cubides, 1989; Molano, 1989).
Lo que planteé en el párrafo anterior es “la versión micro” del dilema. Argumentaré también
que el dilema tiene una versión macro. El núcleo de este es el siguiente: de cierta manera, la coca
es el cultivo que necesita el país. La pequeña propiedad viable tiene un peso enorme en la pro-
ducción cocalera. La coca es un excelente empleador, exactamente por las mismas razones por
las que el café solía serlo (Nieto Arteta, 1958): tiene límites duros para asimilar grandes cambios
tecnológicos, y la recolección de la hoja necesita mucha mano de obra. Los territorios cocaleros no
parecen tener una gran proclividad al monocultivo, tanto por razones históricas y culturales como
por racionalidad económica pura y dura (en la medida en que la coca es rentable pero riesgosa,
es conveniente diversificar).
El país necesitaría precisamente un cultivo de esa naturaleza. A la vez, la coca implica en el ám-
bito macro costos prohibitivos. Es un cultivo ilegal, que por definición no puede regular el Estado.
Involucra entonces a actores violentos –narcotraficantes, autodefensas y guerrillas– que, a cambio
de la provisión de seguridad y de alguna forma de regulación, construyen relaciones de poder que
pasan por la amenaza y la coerción. Los efectos negativos sobre el Estado de tener una economía
de estas proporciones en amplios territorios son también enormes.
En la reflexión que sigue, me apoyo en la rica literatura sobre cultivos ilícitos que se escribe en
el país desde hace más de tres décadas. Agrego a esa reflexión en curso: (i) un esfuerzo de síntesis
para determinar las distintas fuerzas y corrientes que atraviesan la economía cocalera en términos
de dos grandes dilemas; (ii) el desarrollo de cada uno de ellos, en particular del macrodilema1; y
El artículo tiene la siguiente estructura. Comienza con una revisión necesariamente somera de
la literatura pertinente. La segunda parte explica los datos y métodos que uso en el artículo. La
tercera se dedica al dilema micro, es decir, a la manera en que es vivido por cultivadores, recolec-
tores, mujeres y otros sectores sociales. La cuarta parte se concentra en el dilema macro: en los
retos que el cultivo de la coca le presenta al país. La quinta considera algunos contraargumentos a
lo que expongo en la parte empírica. En las conclusiones recapitulo y planteo algunos problemas
de política.
LA LITERATURA
La literatura identificó ya los perfiles fundamentales de los conflictos que genera la inserción
de cultivos de uso ilícito en el país. A falta de una política de redistribución significativa dentro
del mundo andino, el “hambre de tierras” (Fajardo, 2002; Molano, 1989; para su relación directa
con la coca véanse Gootenberg, 2007; Hobsbawm, 2018) actuó incesantemente como motor de
expansión de la frontera agraria. Diferentes oleadas de colonización construyeron un patrón de
poblamiento en el que los campesinos hacían presencia en nuevos territorios en los que carecían [73]
de acceso a bienes, servicios y mercados, y muchas veces también de tradiciones básicas de auto-
rregulación (Jaramillo, 1988).
Segundo, las condiciones en las que entró la coca –poblamiento reciente y ausencia generalizada
de provisión de bienes públicos y servicios– no solo hicieron de ella un producto muy superior a
otros, sino que coadyuvaron a producir una profunda “desorganización social” (Hobsbawm, 2018,
1
Lo que llamo aquí microdilema está mejor comprendido y analizado en la literatura, incluso por escritos ya clásicos de
la década de 1980. Las implicaciones macro, sin embargo, han quedado más en la oscuridad.
p. 444; véase también Jaramillo, 19882). Este efecto “desorganizador” ha sido ampliamente docu-
mentado hasta hoy (véase por ejemplo Christian Aid, 2019).
Tercero, y como consecuencia de las dos constataciones anteriores, la frontera agrícola cocalera
estuvo vinculada a los conflictos que marcaron otras colonizaciones (Molano, 1990, 1996; véase
también el estupendo artículo de LeGrand [1989], que no solo es una síntesis sino, además, una
revisión del tema aún hoy útil).
Cuarto, las guerrillas –y un tiempo después los paramilitares– entraron tempranamente a los
territorios cocaleros. De seguro lo hicieron teniendo en mente sus planes de expansión territorial,
pero también las restricciones políticas muy reales que enfrentaban –como no hostilizar a los colonos;
la génesis de esto con respecto de las Farc está muy bien descrita por Ferro y Uribe (2002)–. El rol
de las Farc, por ejemplo, fue doble. Uno, se convirtió en un importante intermediario, que por lo
tanto estuvo en posición de capturar rentas del mercado global y con eso financiar su expansión.
Dos, asumió el papel de regulador de la economía cocalera y de la vida social en general. Esto se
volvió una fuente clave de legitimidad, precisamente en vista de la “desorganización social” que
en efecto afectaba de forma severa a la sociedad regional en su conjunto.
El papel de la guerrilla como garante territorial del “orden” y las “buenas costumbres” –do-
cumentado para otros territorios (con y sin coca) por Hobsbawm (2018)– marcó las trayectorias
territoriales allí donde hubo presencia significativa de cultivos. Esto incluye las dinámicas de reclu-
tamiento: los hombres que ingresaron a las Farc reportaron en un estudio el “gusto por las armas”
[74]
en sus regiones de origen debido a la coca, y destacaron como uno de los motivos para su ingreso a
la guerrilla acceder a una “vida libre de malos pasos e influencias” (Ascanio, Losada y Farías, 2019).
Por lo dicho, la coca ha sido descrita con frecuencia en la literatura académica y en el debate
público como un “cultivo de guerra” (Kilcullen, 2015) y “el combustible del conflicto” (Pizarro,
2004). Sin embargo, el grueso de la literatura sugiere que el lugar de la coca en la sociedad co-
lombiana supera esta terminología simplista. La coca claramente puede haber tenido una función
constructiva en las economías regionales en las que se insertó. No se trata solo de la mejora en
la calidad de vida de los colonos y jornaleros agrícolas. Por ejemplo, en su valioso trabajo Torres
(2011) plantea que la coca pudo haber actuado en Putumayo como un imán para la presencia del
Estado. El mecanismo que expone es el siguiente: la coca atrae personas de todas partes del país,
por lo que genera un aumento de la densidad demográfica y del peso de la economía regional en
el conjunto nacional (Duncan, 2014; Vásquez, 2015). Eso por su parte atrae inversión y atención
de diversos políticos. El proceso culmina, de modo inevitable, con alguna semblanza de presencia
estatal. Es decir, coca y presencia del Estado no son necesariamente contradictorias; aquí aparecen
como complementarias. Además, la coca puede haber mejorado la situación específica de importantes
2
El propio Hobsbawm (2018, p. 303) argumenta gráficamente en qué consiste esa “desorganización” para otro caso,
esta vez el México de la primera mitad del siglo XX: “el estado de Guerrero [era] tan renuente a la ley, donde –como
se dice– la prosperidad económica se mide en revólveres nuevos, que los hombres prefieren comprarse antes que una
radio nueva”. De manera análoga, un exmiembro de las Farc dice en su recuento autobiográfico: “Los campesinos que
vivían arrancados, llevados por la miseria que se vivía antes de la coca, ahora eran mafiositos que creían que se habían
ganado el mundo entero, con buenos deslizadores, revólveres y pistolas al cinto, varios millones en un bolso, era común
que les sobraran las mujeres de toda clase, se volvió normal que los campesinos que eran pobres ahora tuvieran una
mujer en cada pueblo” (Ramírez Guzmán, 2017).
sectores sociales. Así, para Arenas, Majbub y Bermúdez (2018) en la economía cocalera las mujeres
La caracterización de la economía cocalera ciertamente fue un punto focal de los debates que
precedieron al Acuerdo de Paz (Bermúdez, 2018). Con independencia de la valoración que se
haga del programa de sustitución que este creó, el acuerdo constituyó un progreso significativo al
menos en la medida en que le dio explícitamente voz al campesinado cultivador de coca3. Fue con
la idea manifiesta de recoger de manera sistemática aspectos de esa voz que decidí llevar a cabo
una encuesta entre participantes del PNIS. Esto me lleva a la siguiente sección.
DATOS Y MÉTODOS
Este artículo utiliza esencialmente tres clases de fuentes. Un trabajo de campo que desarrolló
el equipo de investigación4 durante más de un año en Putumayo y Tumaco, en el curso del cual se
efectuaron cerca de 150 entrevistas a diferentes sectores sociales. Con base en las inquietudes sur-
gidas del análisis de dicha experiencia y en la literatura relevante, se estructuró junto con Christian
Aid (2019) y con la participación de la Coordinadora Nacional de Cultivadores de Coca, Amapola y
Marihuana el formulario de una encuesta que se aplicó durante los meses de junio y julio de 2019
en veredas aleatoriamente escogidas de los dos municipios en mención (tabla 1). Después de la
encuesta, el equipo de investigación llevó a cabo varias reuniones de devolución de los resultados,
tanto en Bogotá como en los territorios respectivos. Estas a la par arrojaron importantes conjeturas,
ajustes y correcciones. [75]
Tabla 1.
Grupo objetivo: hombres y mujeres mayores de 18 años inscritos en el Programa Nacional Integral de
Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito (PNIS) en:
3
Aunque en Bermúdez (2018) se sugiere de hecho que este fue un paso atrás.
4
En el marco del proyecto Drugs and (dis)order, https://www.soas.ac.uk/drugs-and-disorder/
Tipo de operación estadística: muestreo estratificado por conglomerados desiguales. La unidad primaria
de muestreo fue la vereda, la unidad secundaria de muestreo correspondió a la familia perteneciente al
programa y la unidad informante correspondió al jefe del hogar.
Población sujeto: debido a problemas de acceso, se estudió una parte de la población así:
Puerto Asís: la población estudiada la conformaron 3138 familias ubicadas en 108 veredas, correspon-
diente al 70 % de la población objeto.
Representatividad: representativos de las familias que forman parte de la población conformada por las
108 veredas de Puerto Asís; y las 66 veredas de San Andrés de Tumaco.
Globalmente tanto para Puerto Asís como para San Andrés de Tumaco el tamaño muestral es representativo con un
nivel de confianza del 95 %.
Todo instrumento de investigación tiene límites y problemas. Las encuestas y las entrevistas en
profundidad no son la excepción (Ann Fujii, 2018). A la vez, puestas en conjunto y analizadas a la
[76] luz de la experiencia reiterada de los conflictos regionales que genera –o que previene– la econo-
mía cocalera (Ramírez, 2001; Torres, 2011) pueden dar una visión poderosa de la manera en que
los actores involucrados en el cultivo evalúan su propia experiencia vital, así como los motivos,
percepciones y normas que los animan. Las entrevistas permiten ahondar mucho más en aspectos
específicos, mientras que la encuesta ayuda a establecer efectos de grandes números, evaluar su
magnitud e identificar interacciones. Aunque no se puede suponer que haya una forma simple
de comparar los resultados que arroja un corpus de entrevistas con los de una encuesta, ambos
instrumentos sí parecen converger en la identificación de importantes patrones análogos. En la
sección sobre contraargumentos, sin embargo, discuto la pluralidad de voces y experiencias que
hay sobre la evaluación de la experiencia cocalera, y evalúo las posibles evidencias contrapuestas.
Finalizo la sección con una advertencia sobre la terminología. Utilizo diferentes palabras para
referirme a los cultivadores de coca, entre otras “campesinos”. Desde prácticamente cualquier de-
finición académica de campesino que se adopte los cultivadores de coca lo son. La encuesta reveló
que más del 90 % de los cultivadores se autoidentificaban como campesinos, lo que por supuesto
no se contradecía con el hecho de que también muchos se consideraran afros o indígenas.
MICRODILEMAS
Paso entonces a la evidencia. ¿Cuál es la situación del cultivador o del raspachín? El uno y el
otro tienen mucho que ganar con la introducción del cultivo de la coca. Primero, es un cultivo
con pocas barreras a la entrada. La coca, por ejemplo, produce varias cosechas al año –en algunas
versiones hasta bimensualmente– y es de rendimiento temprano. Segundo, es más lucrativo que
otros. Es verdad que por mucho la tajada del león del negocio –las superganancias generadas por
Tabla 2. Comparación de ingresos entre productores de coca y productores agrarios en el Censo Nacional Agropecuario (2014)
Los cultivadores de coca también tienen acceso a crédito, semillas y a una comercialización que
llega al lugar de producción. Esto desempeña un papel crucial en toda economía agraria en general,
pero muy en especial en territorios carentes de bienes públicos, de servicios técnicos y de extensión
para los campesinos. Aquí también ejerce un rol la informalidad de los derechos de propiedad. Solo
un porcentaje relativamente bajo de cultivadores tiene los derechos sobre la tierra por completo
formalizados –como se sabe, en este particular no necesariamente están en una posición excepcional
con respecto de otros productores agrarios en Colombia–. Aunque de la encuesta dimana que su
acceso al crédito formal no es tan limitado como podría esperarse dadas estas circunstancias, esto
no se compara con el tipo de crédito que puede ofrecer la economía cocalera.
No se trata solo, por ejemplo, de oferta financiada de semillas e insumos, sino del hecho de
que el comercio local fía al productor una vez sabe que está involucrado en el negocio (pues esto
equivale a una certificación de capacidad económica). Al menos igual de importante es el tema de
la comercialización. Sin vías de acceso, los productores se encuentran con dificultades inmediatas
para sacar todos sus productos legales al mercado. Más aún, viviendo en territorios marcados por
el conflicto armado y la producción ilegal, enfrentan numerosos riesgos al sacar sus productos:
extorsiones y ataques, por ejemplo. Según las entrevistas, con frecuencia los mismos productos
legales que tratan de sacar al mercado son decomisados por la policía (por carecer de certificados
del ICA y del Invima, o por alguna otra razón).
El hecho de que el productor esté en la ilegalidad lo hace vulnerable también con respecto de su
producción legal. Incluso aquellos que por una razón u otra superan esos desafíos pueden quedar
fuera del juego por una brusca depresión de precios5. La coca no sufre de estos problemas, porque
en general los compradores –por ejemplo a través de pequeños intermediarios– acuden al lugar
de producción. Los precios pagados al productor también parecen ser mucho más estables, entre
otras cosas por el peso tan pequeño que tienen los campesinos en toda la cadena de la producción
cocalera (Wainwright, 2016).
El gráfico 1 muestra que los cocaleros invierten los modestos excedentes obtenidos gracias al
carácter limitadamente lucrativo del producto y a su viabilidad en un contexto regional carente
de bienes públicos y de acceso regularizado a los mercados, en tres grandes rubros: educación
(de lejos el más importante), finca raíz (tierra y vivienda) y activos fijos (vehículo, sobre todo de
trabajo). Las entrevistas corroboran este resultado. La educación ciertamente aparece entre las
obsesiones de los cocaleros. Hacer que sus hijos estudien, y si tienen éxito que hagan su bachille-
rato o su universidad en alguna de las grandes ciudades del suroccidente colombiano, es una de
sus apuestas de largo plazo más trascendentales, como lo revelan la encuesta, grupos focales y las
entrevistas (grupo focal 1). La encuesta ofrece evidencia a favor de la tesis de que la inversión de los
excedentes de la producción cocalera no solo va a educación, finca raíz y activos fijos, sino de que
esto está permitiendo un avance intergeneracional. Todo esto podría relacionarse positivamente
con la construcción de Estado, como planteó en su momento Torres (2011).
Porcentaje encuestados
50% Educación
Tierra
40%
Vehículo
30% Vivienda
51.9
20%
18.4
10%
12.1
7.5
0%
Hasta aquí la parte “positiva” del dilema. La “negativa” (la tabla 3 sintetiza los dos aspectos del
microdilema) aparece nítida en la literatura relevante, la encuesta y las entrevistas: se percibe que
el avance social que acabo de describir se paga en términos de riesgo, inestabilidad y violencia.
5
No hay ninguna agencia estatal como el extinto Idema que pueda ofrecer precios de sustentación.
El hecho de que un cultivo ilícito sea más riesgoso que uno legal es obvio. El cultivador puede
Tabla 3. Microdilema
Positivo Negativo
La evolución es un mecanismo del que los propios protagonistas de la economía cocalera están
[80] bastante conscientes. En efecto, es más o menos fácil encontrar cultivadores que han asimilado las
lecciones del pasado y pueden hablar de ellas con fluidez. Una vez más, esto lo corroboran varias
fuentes.
Es que uno recibía 700 mil pesos cada semana y se enloquecía. Todos decían que había que gastar porque
a la semana siguiente se volvían a llenar los bolsillos. La verdad es que yo guardaba algo, ahorraba y así
pude comprar un lotecito para una casa en Yarumal y pagar la universidad de mi hijo mayor (declaración
citada en Díaz, Tulande y Riveros, 2018, p. 113)7.
Nótese la tensión entre la visión de lo que ocurría en la región y la práctica real que reporta el
campesino (de ahorro y de pago a la universidad de su hijo). También debe haber un efecto sim-
ple de normalización relativa de la prosperidad acotada que ofrece a los productores la economía
cocalera.
Dicho aprendizaje longitudinal tiene además una base material: la densificación demográfica y
una creciente presencia de Estado y mercados, por ejemplo, pudieron haber hecho evolucionar los
patrones de consumo y las normas y valores8. Es decir, también hubo trascendentales transformaciones
6
Este es solo un ejemplo. En terreno se encuentran diferentes posibilidades de segmentación. Por ejemplo, diferentes
tipos de migración hacia la región productora –familias completas versus individuos– parecen estar asociados a com-
portamiento diferencial. Cultivadores y recolectores también destacan diferencias entre ellos.
7
Más interesante aún encontrar este tipo de declaración en un libro que documenta las desgracias que genera la coca.
8
Típicamente, el trabajo de Christian Aid (2019) trata sobre un territorio cocalero relativamente “joven”, en donde no
ha habido ni densificación de la presencia estatal ni experiencias regulatorias como las que he referenciado aquí.
territoriales. Según Jaramillo (1988) en territorios sin “comunidad ni Estado”, la entrada repentina
Se irán constituyendo así agrupamientos, en principio precarios y aislados, en territorios con una historia
prácticamente inédita y donde no existe consiguientemente tradición institucional o cultural, verdadero
sedimento de toda vida social estable y prolongada. Todo es allí nuevo, casi todo precario y transitorio
(Jaramillo, 1988, p. 21).
Sin embargo, en la medida en que ya no “todo” es “nuevo y precario”, se produce una ma-
duración social y la ampliación de los horizontes temporales. Diversas oleadas de poblamiento y
mayor densidad demográfica permiten una cierta construcción institucional que también cambia
el panorama (Torres, 2011).
Adviértase que estas transformaciones pueden haber tenido lugar en un contexto en el que
en todo caso persisten las dimensiones negativas del dilema: presencia de grupos armados que
ejercen la violencia contra la organización social autónoma y contra cualquier otro actor que les
incomode; límites a la construcción estatal; alineamiento de las agencias oficiales contra los culti-
vadores; fumigaciones; erradicaciones y decomisos de la pasta (y posterior encarcelamiento) que
alteraron esa visión de que “la otra semana también nos llenamos los bolsillos”. El riesgo latente
incentivó el ahorro. De manera más prosaica pero a la vez abrumadora, la vida cotidiana en la
ilegalidad es durísima. Los cultivadores expresan con claridad cómo viven el dilema. La coca por
lo común ofrece perspectivas económicas bastante favorables; pese a ello, la asocian con violencia9.
En general, preferirían hacer el tránsito hacia un cultivo legal viable. [81]
MACRODILEMAS
Tabla 4. Macrodilema
Positivo Negativo
9
En los términos del excelente artículo de Espinosa (2006): la coca para los campesinos es “un mal necesario”.
Esta afirmación podrá parecer abrupta, por decir lo menos, pero se puede explicar en términos
simples. El razonamiento debe comenzar con el “síndrome agrario colombiano”, que con claridad
identifica la literatura: concentración de la propiedad basada en buena parte en la violencia, ciclo
colonizador de expropiación forzada, monocultivo, baja productividad y predominio de economías
rurales que por lo corriente son muy malas empleadoras (Kalmanovitz y López, 2006; PNUD,
2011). El mundo cocalero es el antónimo de este síndrome.
Lo que sucede en el síndrome agrario se contrasta con la economía cocalera. Esta última se ca-
racteriza por un gran predominio de la pequeña y mediana propiedad, en condiciones más o menos
igualitarias (sobre todo para un país con una concentración tan extrema en el acceso a la tierra
como Colombia). Incluso aceptando en gracia de discusión el argumento de que una propiedad
de más de diez hectáreas dedicadas a la coca es grande –vuelvo al tema en la siguiente sección–,
esta es un cultivo de pequeños y medianos propietarios.
Gráfico 2. Distribución de áreas cultivadas de coca por parte de los usuarios del Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito
en Córdoba (N = 226510). Nótese la casi total concentración de usuarios entre las cero y tres hectáreas
1500
1000
[82]
500
0
0 2 4 6 8 10 12
10
La base de datos tiene 2865 registros, los no incluidos en los gráficos son datos faltantes con respecto de esta columna.
11
Usando el paquete Ineq de R.
Algo análogo puede decirse en cuanto al monocultivo. Numerosas fuentes sugieren que la pro-
Gráfico 3. Proporción de área cultivada de coca sobre el total de área cultivada. N = 187612
800
600
400
200
0
0.2 0.4 0.6 0.8 1.0
Todavía más, la coca es una economía que podría ser muy buena empleadora. Durante los perio- [83]
dos de cosecha, que son frecuentes, cientos de personas transitan desde otras regiones –a menudo
cruzando fronteras– para recoger la hoja. Aquí no hay cifras siquiera preliminares, pero la encuesta
sugiere que los jornaleros agrícolas ganan en la economía cocalera más que en otras economías
agrarias. Así también lo sugieren la literatura secundaria, entrevistas, expedientes judiciales y otras
fuentes. Más aún, podría ser el caso de que esto ejerce una presión hacia arriba sobre otros jornales
agrícolas; de nuevo, un fenómeno que se reporta desde hace más de veinte años (Molano, 1996).
Aquí hay una variación regional que hay que tener en cuenta. Pero si es razonable suponer que
un cultivador de coca obtiene entre 700 mil y un millón de pesos por cada hectárea sembrada, la
implicación es que aquellos que tienen entre cinco y diez hectáreas se configuren como una clase
media rural pequeña pero dinámica. Lo que tiene en mente esa clase media rural –que según todas
las fuentes accesibles es muy pequeña– es inversión en educación, finca raíz y activos fijos, más que
en consumo ostentoso. El ingreso monetario –no así la calidad de vida– de los más afortunados
de este sector podría estar acercándose al de la clase media alta de las ciudades, sobre todo en los
pocos casos en donde además del cultivo llevan a cabo parte del procesamiento de la coca.
Otros sectores sociales con mucho mayor peso demográfico pueden haberse beneficiado de
la economía cocalera. Uno de ellos son las mujeres. Parecería ser que han ganado en autonomía,
12
Hay ocho registros en los que se reporta más área cultivada en coca que área poseída. Esto de hecho es posible, dadas
las formas de registro en copropiedad, cultivos sobre baldíos, etc. Sin embargo, los eliminé por seguridad. El resto de
registros que se descartaron corresponden a que no se reportó o el área en coca o el tamaño del predio o ambos.
capacidad de decisión y uso del tiempo dentro de la economía cocalera. Podría haber muchas ra-
zones –buenas y malas– para ello.
Los numerosos sobresaltos y accidentes asociados al hecho de tener un cultivo ilegal podrían
empujar a las mujeres a la primera fila de la actividad productiva y de la toma de decisiones. Tam-
bién es posible que el mundo cocalero, que se caracteriza por una vigorosa vida pública –que va
desde participación en organizaciones sociales hasta aparentemente elecciones–, abrigue procesos
asociativos que le den más espacio a las mujeres.
Por último, la economía cocalera tiene un efecto de derrame positivo sobre la economía re-
gional. Irriga al comercio, generando lo que tendría que llamarse círculo virtuoso: productores y
trabajadores que gozan de una prosperidad relativa y con capacidad de garantizar ingresos futuros
en horizontes temporales más o menos largos promueven un comercio dinámico, que a su vez les
ofrece crédito a aquellos.
No se trata de un panorama idílico, no solo porque ninguno lo es, sino porque el mundo de la
producción cocalera está signado por la presencia de actores armados no estatales. Esto está en el
corazón del macrodilema: una economía que por definición no puede regular el Estado y que por
consiguiente está regulada (a veces operada) por combinaciones de estructuras políticas y de crimi-
nalidad organizada. Los intereses vitales de ellas no son, ni pueden ser, plenamente compatibles con
los de los campesinos y jornaleros agrícolas. Además, la presencia de dichas estructuras crea alinea-
mientos territoriales y nacionales de diversas agencias del Estado en contra de los campesinos. La
[84]
economía cocalera –por ser buena empleadora y por sus efectos de derrame positivo– atrae poblacio-
nes flotantes, y muchos pobladores ya establecidos pueden ver esto como una fuente de problemas13.
Todo esto explica la ambivalencia de los cultivadores hacia la coca, que expresa la encuesta y que he
venido analizando aquí.
Gráfico 4. Respuesta a la pregunta sobre la experiencia que ha tenido el encuestado con la coca
Positiva
Ambas
150
Negativa
100
50
13
Un tema crucial y poco estudiado, pero que ya reportaron Jaramillo et al. (1989) y Hobsbawm (2018).
CONTRAARGUMENTOS Y EVALUACIÓN
Ni creo que un debate sobre los campesinos más prósperos cambie esa impresión. Tampoco
tendría gran impacto en la política pública. La razón para ello es la siguiente: por las evidencias [85]
que existen, las áreas dedicadas a la siembra en el mundo cocalero están tan apiñadas en predios
tan pequeños, con colas muy delgadas a la derecha (remito al gráfico 3), que cualquier política
pública que se concentrara por caso, en propiedades de cinco o menos hectáreas captaría a la
abrumadora mayoría de los productores. Además, es difícil ver qué utilidad pueda tener el rociar
con químicos a una incipiente clase media rural –en un país que necesitaría con desespero que ese
sector se fortaleciera–, en lugar de pensar en términos de su transformación.
Podría plantearse, sin embargo, que la evidencia que se entregó aquí está truncada por arriba14.
Por una parte, solo he usado datos de campesinos que entran al PNIS. En el PNIS pueden haber
no entrado productores con cultivos relativamente grandes, así que aquí hay una posible fuente de
sesgo. Por otra, en muchas encuestas quienes responden tienden a subestimar sus ingresos. Para
reforzar este punto, vale la pena recordar que en terreno no es infrecuente que tanto campesinos
como personas pertenecientes a otros sectores reporten la existencia de terrenos medianos y gran-
des cultivados con coca. Por desgracia, aparte de esta información anecdótica no hay mucho más.
De manera un poco sorprendente, ni en la literatura relevante ni en las noticias proveídas por las
autoridades, ni tampoco en terreno, tales versiones han sido corroboradas por una corriente sig-
nificativa de datos específicos: “nos tomamos (o fumigamos) la finca X con mil hectáreas de coca”,
o “pasamos al lado de un gran cultivo de coca ubicado en tal y tal parte”, o “miren, tomé las fotos
14
Menos interesante es en este escenario la observación de que los cocaleros reciben apenas boronas del mercado global.
Wainwright (2016) y otros demuestran que en efecto es así. Pero la comparación que le importa a los productores no es
con otro estado del mundo hipotético en el que estarían mejor –si el mercado global de la coca fuera menos desigual–,
sino con las alternativas que efectivamente tienen a la mano.
de este predio enorme cultivado con coca”15. Nótese el contraste con, por ejemplo, laboratorios,
o con grandes propiedades relacionadas con otras economías ilícitas, como la marihuana: en uno
y otro caso la impresión difusa se soportaba en información específica. Pero la relativa al mundo
cocalero (¿aún?) no ha aparecido.
Acéptese en gracia de discusión que pese a lo que dije en el párrafo anterior podrían tenerse
grandes cultivos de coca16 que no han sido descubiertos ni por las autoridades, ni por los investi-
gadores en terreno, ni por las ONG, ni por los periodistas, ni por los vecinos17. De modo un poco
menos verosímil, supóngase que esas grandes propiedades tienen sus propios jornaleros, de tal
suerte que los jornaleros que trabajan en otros predios no estuvieran muy enterados de su existen-
cia. Nada de esto se puede descartar del todo: los grandes cultivos podrían estar bien protegidos
de las autoridades por sobornos oportunos, y escondidos de la vista del público por una combina-
ción de amenazas y otros métodos que hagan difícil el acceso a todo el mundo. Esto, por supuesto,
cambiaría el cálculo del Gini que presenté en la quinta sección de este documento. En cambio,
no debilitaría la aserción de que el grueso de las unidades productivas se concentra en pequeños
propietarios y que el puñado de personas que tienen entre, por decir algo, cinco y diez hectáreas
no corresponde ni de lejos a un sector narco sino a una clase media rural.
Aunque pueda haber grandes propiedades cocaleras que escapan a la observación de todo el
mundo, es muy poco probable que sean muchas. En los territorios actuales de fuerte presencia
cocalera, por otra parte, hay miles de pequeños campesinos. Incluso si el Gini para el mundo
cocalero es significativamente más alto del que calculé con base en datos del PNIS, se tiene una
[86] población rural que demográficamente está concentrada en pequeños cultivadores. Y estos tienen
una economía viable, que no está atada por lazos de dependencia o deferencia a la gran propiedad.
Más aún, los campesinos con diez o un poco más hectáreas disfrutan de cierta prosperidad, y con
seguridad pueden invertir en distintos rubros. Sin embargo, sus posibilidades de acumulación están
claramente acotadas: sufren de la inestabilidad característica de una economía ilegal, sus trayectorias
de vida están marcadas por sobresaltos, catástrofes y accidentes y deben lidiar con la informalidad
predominante en el mundo cocalero, así como también con la existencia de múltiples formas de
tramitar la propiedad en territorios colectivos.
En síntesis: se necesitaría admitir muchos supuestos para concluir que hay un sector significativo
de grandes propietarios en el mundo cocalero. Tales supuestos no son absurdos, aunque tomados
en su conjunto no pueden ser altamente probables18. Si esa conclusión fuere cierta, eso, claro está,
influiría en la caracterización de la economía cocalera y de la vida social que prohíja. Además, se
mantendría en pie el hecho de que la economía cocalera abriga una pequeña propiedad viable con
15
En mi propia experiencia, he conversado con varias personas de diferentes proveniencias e ideas que reportan la
existencia de grandes cultivos, pero cuando he preguntado concretamente cuáles, dónde, de propiedad de quiénes, o
administrado por quiénes, nunca he recibido respuesta.
16
Es muy importante notar aquí que me estoy refiriendo a áreas cultivadas de coca, no a predios que puedan tener cul-
tivos de coca pequeños o medianos. Los datos que aquí se revelan muestran que sí hay predios grandes con presencia
de coca; aquí aludo no a grandes predios, sino a grandes cultivos.
17
Se puede también conjeturar que los límites de estas propiedades no pueden establecerse con facilidad por métodos
de georreferenciación. Dada la ilegalidad de la producción supuestos como este no son completamente irrazonables.
18
¡La probabilidad es multiplicativa!
un peso social y demográfico enorme, así como una clase media rural pequeña que por restricciones
El punto de fondo es que esa pluralidad está signada por los dos dilemas que analicé aquí. Por
un lado, la pequeña propiedad sostenible y posibilidades de avance social (personal e intergene-
racional). Por otro, el espectro de la violencia. Una vez más, en este terreno –el de la violencia– se
pueden plantear algunos argumentos orientados a debilitar la existencia del dilema. Destaco tres:
poner en cuestión que la economía cocalera esté asociada a la violencia, que involucre una menor
presencia del Estado, o que bloquee los canales institucionales a través de los cuales se pueden
tramitar los conflictos.
El primero se basa en que no es claro que haya una relación entre, por ejemplo, la existencia de
cultivos de coca y el aumento de los homicidios; este de hecho es uno de los temas sin resolver de la [87]
literatura19. Es cierto que, en contextos de competencia entre estructuras armadas por tener acceso a
la materia prima, la población civil puede resultar fuertemente victimizada20. ¿Cómo compatibilizar
este vacío con la convicción que expresan numerosos pobladores –tanto en las entrevistas como en
la encuesta– de que la coca llega asociada a la violencia? Hay en realidad dos respuestas. Una, la
percepción de la violencia no necesariamente está asociada a más actos violentos. Por ejemplo, un
grupo armado puede imponer un orden social con amenaza, y por este procedimiento de hecho
disminuir las tasas de diferentes hechos violentos, a la vez incrementando la sensación de los pobla-
dores de que están en peligro. Aunque el reporte de “control total” por parte de actores armados
que se sugiere en algunos textos es sin duda una exageración, la regulación del cultivo ilícito por
parte de actores armados no estatales induce necesariamente a formas de control coercitivo de la
población que atraviesan la vida social, y que se pueden vivir como –así como expresar en formas
concretas de– violencia y riesgo. Nótese cómo en este ejemplo tal sensación no es “subjetiva” en
el sentido peyorativo –es decir, infundada–; tiene un correlato factual del todo entendible, pero
que no se revela en los conteos de hechos victimizantes. Dos, la violencia a la que se refieren los
pobladores no tiene por qué casar con los fenómenos que típicamente se cuantifican por medio
de bases de datos. Por ejemplo, el aumento de reclutamientos por parte de actores armados no
estatales, la proliferación de amenazas, la imposición de órdenes, los retenes, golpizas, castigos de
19
Lo mismo se puede decir sobre otras formas de violencia.
20
Por ejemplo, asesinatos de campesinos que deciden venderle a la organización A y no a la B, porque A ofrece mejores
precios.
distinta índole, son fenómenos que se viven como expresiones concretas de violencia por parte de
las comunidades afectadas pero pasan por debajo del radar de las bases de datos21.
Con respecto de la presencia del Estado, es claro que identificar hasta qué punto los territorios
cocaleros están peor que otros similares –usando por caso criterios socioeconómicos como nece-
sidades básicas insatisfechas, etc.– en términos de, por ejemplo, dotación de servicios y de bienes
públicos, es un problema puramente empírico22. Por otra parte, el hecho de que son el escenario
de una seria fractura del Estado porque este no puede regular la principal economía agraria del
territorio es un problema definicional mientras esté vigente el régimen prohibicionista en el país.
En este sentido específico y crucial los territorios cocaleros tienen menos Estado. Hay un correlato
operativo de esto, por ejemplo, en los límites legales para invertir en territorios con cultivos ilícitos.
Algunos autores (en particular Torres, 2011) muestran que aquella fractura es compatible con el
crecimiento en la dotación de bienes públicos y la provisión de servicios, hasta cierto punto. El que
la economía cocalera no pueda ser regulada estatalmente pone un techo –más de hierro que de
cristal– al flujo de bienes y a la presencia de agencias estatales con capacidades transformadoras
(como muestra la propia Torres, 2011), y en cambio crea sus propios problemas para los pobladores
(Ramírez, 2001).
21
También podría haber una subestimación de actos violentos, debido a la presencia limitada del Estado en las regiones
respectivas.
22
Que hasta donde llega mi conocimiento no se ha abordado en la literatura relevante.
CONCLUSIONES
Esto tiene algunas implicaciones de política, sencillas pero importantes. La primera es que para
desarrollar políticas sensatas de sustitución hay que tener en cuenta los trade-offs –efectos positi-
vos y negativos y sus relaciones mutuas– que genera la economía cocalera (Christian Aid, 2019).
En particular, no parece verosímil esperar que haya otra economía agraria que prospere en un
contexto caracterizado por la casi total ausencia de bienes y servicios públicos, carencia de vías de
comunicación, proliferación de actores armados no estatales y vulnerabilidad de los campesinos.
Una vez más, este es un problema empírico: es posible, pero poco probable, que se encuentren
sustitutos adecuados. Eso quiere decir que los campesinos pagarán un precio por entrar a cualquier
propuesta de sustitución. La encuesta que se presentó aquí y otras evidencias muestran que están
dispuestos a pagarlo.
Esto tiene límites. La familia campesina tiene que poder garantizar su subsistencia; lo que impli-
caría que el aparato burocrático respaldando cualquier programa pudiera garantizar unos mínimos
de cumplimiento (lo cual no es el caso hoy en día). Tendría que haber programas orientados a
una transformación territorial en una escala significativa. Esa intuición, de hecho, estaba incluida
en el Acuerdo de Paz. Este argumentaba que la paz “estable y duradera”, como dice la consabida
[89]
fórmula, estaría atada a grandes cambios en el territorio, que pondrían juntas la reforma rural,
la sustitución, la participación política y la construcción de una vida pública sin armas (Gobierno
de Colombia-Farc-EP, 2016). No obstante, ese proceso apenas se ha comenzado y mucho me temo
que las probabilidades de que inicie en serio son bastante bajas. Además, hay aspectos centrales
que requieren de análisis específicos concentrados no solo en la dimensión territorial sino en la
estructura social de la producción cocalera. Por ejemplo, ¿qué políticas específicas se requieren
para preservar el avance relativo de importantes sectores sociales?
Como fuere, la crisis por la que pasa el Acuerdo de Paz y el languidecimiento paulatino del
PNIS no eximen a nadie de seguir pensando el problema, entre otras cosas porque este no va a
desaparecer de la noche a la mañana. ¿Cómo enfrentar los dilemas de la economía cocalera? Nótese
que, en la medida en que algunos de los aspectos positivos de los dos dilemas dimanan del hecho
de que la economía sea ilegal, responder simplemente “legalización” no es suficiente.
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Anexo
Entrevistas y grupo focal
Entrevista 1: cultivador y recolector, Puerto Guzmán, Putumayo, 2018.
Entrevista 2: recolector, químico y líder comunitario, Puerto Asís, Putumayo, 2018.
Grupo focal 1: líderes veredales, Puerto Asís, Putumayo, 2018.