Está en la página 1de 5

Noveno Paso

“Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño causado, excepto

cuando el hacerlo implicaba perjuicio para ellos o para otros.”

BUEN juicio, capacidad para escoger el momento oportuno, valor y prudencia—

estas son las cualidades que necesitaremos al dar el Noveno Paso.

Después de hacer una lista de las personas a quienes hemos perjudicado, haber

reflexionado cuidadosamente sobre cada caso, y haber intentado adoptar la actitud

adecuada para proceder, veremos que las personas a las que hemos de hacer

reparaciones directas se clasifican en diversas categorías. A algunas nos debemos

dirigir tan pronto como nos sintamos razonablemente seguros de poder mantener

nuestra sobriedad. A otras, no podremos hacer sino enmiendas parciales, ya que

una plena revelación les podría hacer a ellos o a otras personas más mal que bien.

En otros casos, será aconsejable dejar pasar un tiempo antes de hacer

reparaciones, y en otros más, por la misma naturaleza de la situación, nunca nos

será posible ponernos en contacto directo con las personas.

La mayoría de nosotros empezamos a hacer ciertas enmiendas directas desde el

día que nos unimos a Alcohólicos Anónimos. En el momento en que decimos a

nuestras familias que de verdad vamos a intentar practicar el programa, se inicia el

proceso. En esta esfera, rara vez hay dudas en cuanto a escoger el momento

oportuno o andar con cautela.

Queremos entrar por la puerta anunciando a gritos las buenas nuevas. Al regresar

de nuestra primera reunión o tal vez después de leer el libro “Alcohólicos

Anónimos,” normalmente tenemos ganas de sentarnos con algún miembro de la


familia dispuestos a admitir los daños que hemos causado por nuestra forma de

beber. Casi siempre queremos hacer más: queremos admitir otros defectos que han

hecho difícil convivir con nosotros. Esta será una situación nueva, muy diferente de

aquellas mañanas de resaca cuando de un momento a otro pasábamos de

despreciarnos a nosotros mismos a culpar a la familia (y a todo el mundo) por

nuestros problemas. En este primer intento, sólo es necesario que admitamos

nuestros defectos de una forma general. En esta etapa puede ser poco sensato

sacar a relucir ciertos episodios angustiosos. El buen juicio nos sugerirá que

andemos a paso mesurado. Aunque estemos completamente dispuestos a confesar

lo peor, tenemos que recordar que no podemos comprar nuestra tranquilidad de

espíritu a expensas ajenas.

Se puede aplicar un enfoque muy parecido en la oficina o en la fábrica. En seguida

pensaremos en algunas personas que están bien enteradas de nuestra forma de

beber y que se han visto más afectadas. Pero incluso en estos casos, puede que

nos convenga ser más discretos de lo que fuimos con nuestra familia. Tal vez

debamos esperar algunas semanas o más antes de decir nada. Primero debemos

sentirnos bastante seguros de habernos enganchado bien al programa de A.A.

Entonces estamos en condiciones de dirigirnos a esta gente, decirle lo que A.A. es

y lo que estamos intentando hacer. En este contexto, podemos admitir sin reservas

los daños que hemos hecho y pedir disculpas. Podemos pagar o prometer pagar

cualesquier deudas, económicas o de otra índole, que tengamos. La bondadosa

reacción que tiene la mayoría de la gente ante esta sinceridad humilde muchas

veces nos asombrará. Incluso aquellos que nos han criticado más severamente, y

con razón, frecuentemente se muestran bastante razonables la primera vez que les
abordamos. Es posible que este ambiente de aprobación y alabanza tenga un

efecto tan estimulante que nos haga perder el equilibrio produciendo en nosotros un

apetito insaciable de más palmadas y elogios. O podemos ir al otro extremo

cuando, en raras ocasiones, nos dan una recepción fría o escéptica. Puede que nos

sintamos tentados a discutir o insistir obstinadamente, o tal vez caemos en el

desánimo y el pesimismo. Pero si nos hemos preparado bien de antemano, estas

reacciones no nos desviarán de nuestro firme y equilibrado propósito.

Después de esta prueba preliminar de hacer enmiendas, puede que nos sintamos

tan aliviados que creamos haber terminado nuestra tarea. Querremos dormirnos en

nuestros laureles. Puede que nos sintamos fuertemente tentados a evitar los

encuentros más humillantes y aterradores que todavía nos quedan. A menudo

fabricaremos excusas persuasivas con el fi n de esquivar estas cuestiones. O

puede que lo dejemos para mañana, diciéndonos que todavía no ha llegado la hora

propicia, aunque en realidad ya hemos pasado por alto muchas buenas

oportunidades de remediar una grave injuria. No hablemos de prudencia mientras

sigamos valiéndonos de evasivas.

En cuanto nos sintamos seguros de nuestra nueva forma de vida y, con nuestro

comportamiento y ejemplo, hayamos empezado a convencer a los que nos rodean

de que de verdad estamos mejorando, normalmente podemos hablar sin temor y

con completa franqueza con aquellos que han sido gravemente afectados, incluso

con aquellos que apenas se dan cuenta de lo que les hemos hecho. Las únicas

excepciones serán los casos en que nuestra revelación pueda causar auténtico

daño. Podemos iniciar estas conversaciones de una manera natural y casual. Pero
si no se presenta la oportunidad, en algún momento querremos armarnos de valor,

dirigirnos a la persona en cuestión, y poner nuestras cartas boca arriba. No

tenemos que sumirnos en remordimientos excesivos ante aquellos a quienes

hemos perjudicado, pero a estas alturas las enmiendas deben ser francas y

generosas.

Sólo puede haber una única consideración que frene nuestro deseo de hacer una

revelación total del daño que hemos hecho. Esta se presentará en las raras

ocasiones en las que el hacerlo supondría causar un grave daño a la persona a

quien queremos hacer enmiendas. O—de igual importancia—a otras personas. Por

ejemplo, no podemos contar con todo detalle nuestras aventuras amorosas a

nuestros confiados cónyuges. E incluso en los casos en que es necesario hablar de

tales asuntos, intentemos evitar que terceras personas, sean quienes sean, salgan

perjudicadas. No aligeramos nuestra carga cuando inconsideradamente hacemos

más pesada la cruz de otros.

Pueden surgir muchas preguntas peliagudas en otros aspectos de la vida en los

que entra en juego este mismo principio. Por ejemplo, supongamos que nos hemos

bebido una buena parte del dinero de nuestra compañía, ya sea que lo hubiéramos

“tomado prestado,” o hubiéramos inflado excesivamente los gastos de

representación. Supongamos que, si no decimos nada, nadie se va a dar cuenta.

¿Confesamos inmediatamente nuestras irregularidades a nuestra compañía ante la

certeza de un despido instantáneo y la perspectiva de no poder conseguir otro

trabajo? ¿Vamos a ser tan rígidos respecto a las enmiendas que no nos importe lo

que le pueda pasar a nuestra familia y a nuestro hogar? O, ¿debemos consultar


primero con aquellos que se van a ver gravemente afectados? ¿Exponemos la

situación a nuestro padrino o consejero espiritual, pidiendo ardientemente la ayuda

y la orientación de Dios—y resolviéndonos a hacer lo debido cuando sepamos con

certeza cómo proceder, cueste lo que cueste? Naturalmente, no hay una

contestación adecuada para resolver todos estos dilemas. Pero todos ellos

requieren que estemos enteramente dispuestos a hacer enmiendas tan pronto y

hasta donde nos sea posible, según sean las circunstancias.

Sobre todo, debemos intentar estar completamente seguros de que no lo estamos

retrasando porque tenemos miedo. Porque el verdadero espíritu del Noveno Paso

es la disposición a aceptar todas las consecuencias de nuestras acciones pasadas

y, al mismo tiempo, asumir responsabilidad por el bienestar de los demás.

También podría gustarte