Está en la página 1de 441

The Oath We

Give
Monty Jay
A todos los que nunca creyeron en los cuentos de hadas
porque entendieron al villano.
Y a mí, por terminar la serie de mi vida.
ADVERTENCIA

Este es un romance oscuro. Trata temas delicados. Esto incluye, pero no se


limita a, escenas sexuales gráficas, violencia gráfica, asesinatos en serie,
agresión sexual, tráfico de personas, menciones de suicidio e ideas suicidas,
secuestro y tortura. Si alguno de estos temas o similares le resulta
desencadenante, le rogamos que no continúe.

Las advertencias de desencadenantes para todas las historias de Hollow Boys


se encuentran al final de esta página web.
https://www.montyjay.org/hollowboys
Hex Girl—Dreadlight, Maiah Wynne
Black Magic Woman—VCTRYS
Lifeless Stars—Palaye Royale
Heartless—Dermot Kennedy
I Need My Girl—The National
THE DEATH OF PEACE OF MIND—Bad Omens
Follow You—Bring Me The Horizon
Another Life—Motionless in White
Dial Tone—Catch Your Breath
Broken—Palaye Royale
Voices—Motionless in White
Destroy Myself Just For You—Montell Fish
Eternally Yours—Motionless in White
Machine—Neoni
Rain—Sleep Token
Pretty Little Fears—6LACK, J. Cole
Talk to a Friend—Rain City Drive
Alkaline—Sleep Token
Sugar—Sleep Token
Spiracle—Flower Face
Shameless—Camila Cabello
A Thousand Years—James Arthur
Desert Rose—Lolo Zouaï
Sex and Candy—Alexander Jean
Let me Be Sad—I Prevail
Unknown/Nth—Hozier
Without You—Lapalux
Infra-Red—Three Days Grace
Past Life—Sølv
Lose Control—Teddy Swims
Whiskey N Honey—Hueston
Till Death do Us Part—Rosenfeld
Para escuchar la lista de reproducción completa, visite Spotify
“Al final todo se conecta”
Charles Eames
NOTA DEL AUTOR
¡Hola! ¡Soy yo, Monty! Antes de saltar en este libro, hay algunas cosas que
quería decir.
En primer lugar, gracias por leer. Te quiero y te aprecio.
En segundo lugar, este libro trata muchos trastornos mentales. La salud
mental es un espectro, afecta a cada persona de forma diferente y en ningún
caso estoy diciendo que estos personajes que he creado sean el estandarte de
estos trastornos y enfermedades en concreto. 43,8 millones de adultos sufren
enfermedades mentales al año. 1 de cada 5 adultos en Estados Unidos padece
una enfermedad mental. Casi 1 de cada 25 adultos (10 millones) padece una
enfermedad mental grave. Yo misma vivo con una enfermedad mental y los
efectos de un diagnóstico erróneo. Sólo quería que todo el mundo supiera que
se ha investigado y cuidado mucho para crear los personajes de Silas y
Coraline, pero no soy en absoluto una experta. Silas, quién es y el trauma
que experimenta en este libro puede no ser lo que otras personas con este
trastorno han pasado. Así que, por favor, no pienses que porque yo haya
escrito mi personaje de esta manera se refleja para toda la comunidad que
experimenta y vive con estas enfermedades. Si tienes preguntas sobre estas
enfermedades mentales, te insto a que te pongas en contacto con quienes las
padecen de primera mano.
En tercer lugar, quería aprovechar este momento para compartir algunas
ideas erróneas sobre la esquizofrenia. Es una de las enfermedades mentales
más mal diagnosticadas e incomprendidas. Así que, si pasas de página,
encontrarás información extraída de WEB Md.
Si un ser querido o tú tiene problemas de salud mental, acude a un
profesional sanitario y busca tratamiento. Lo más difícil para cualquiera es
pedir ayuda. No te hace débil, te hace muy fuerte.
Con todo mi amor,
MJ.
Mito nº 1: Significa que padeces un trastorno de identidad disociativo (TID).
Éste es uno de los mayores malentendidos sobre la esquizofrenia. Una
encuesta reveló que el 64% de los estadounidenses cree que la enfermedad
implica un TID, es decir, que alguien actúa como si fuera dos o más personas
distintas. Algunos de los síntomas más comunes de la esquizofrenia son las
alucinaciones y los delirios, que incluyen oír voces en la cabeza y actuar
según creencias falsas. Esto no es lo mismo que el TID.
Mito nº 2: La mayoría de las personas con esquizofrenia son violentas o
peligrosas. En las películas y series de televisión, ¿quién es el asesino
enloquecido? A menudo es el personaje que padece esta enfermedad. Aunque
las personas con esquizofrenia pueden actuar a veces de forma impredecible,
la mayoría no son violentas, sobre todo si reciben tratamiento. Las personas
con esquizofrenia tienen más probabilidades de ser víctimas de la violencia.
También son más propensas a hacerse daño a sí mismas que a los demás:
las tasas de suicidio entre las personas con esquizofrenia son elevadas.
Cuando las personas con este trastorno cerebral cometen actos violentos,
suelen tener otra afección, como problemas de conducta en la infancia o
abuso de sustancias. Pero el trastorno por sí solo no te hace físicamente
agresivo.
Mito nº 3: Los malos padres son la causa. A menudo se culpa sobre todo a
las madres.
Pero la esquizofrenia es una enfermedad mental. Tiene muchas causas, como
los genes, los traumas y el abuso de drogas. Los errores que hayas cometido
como padre no le provocarán esta enfermedad a tu hijo.
Mito nº 4: Si uno de tus padres tiene esquizofrenia, tú también la tendrás.
Los genes influyen. Pero que uno de tus padres padezca esta enfermedad
mental no significa que estés destinado a padecerla. Puede que tengas un
riesgo ligeramente mayor, pero los científicos no creen que los genes sean la
única causa. Ciertos virus, una alimentación insuficiente antes de nacer y
otros factores influyen en la activación de los genes. Si uno de los progenitores
padece esquizofrenia, el riesgo de padecerla es de un 10%. Tener más de un
familiar con esquizofrenia aumenta el riesgo.
Mito nº 5: Los esquizofrénicos no son inteligentes. Algunos estudios han
descubierto que las personas que padecen esta enfermedad tienen más
problemas en pruebas de habilidades mentales como la atención, el
aprendizaje y la memoria. Pero eso no significa que no sean inteligentes.
Muchas personas creativas e inteligentes a lo largo de la historia han
padecido esquizofrenia. Los científicos están estudiando incluso los vínculos
entre los genes que pueden estar relacionados tanto con la psicosis como con
la creatividad.
Mito nº 6: Si tienes esquizofrenia, debes estar en un psiquiátrico. Hubo un
tiempo en que las personas con enfermedades mentales eran enviadas a
manicomios o incluso a prisiones. Pero ahora que los expertos conocen mejor
esta enfermedad, son menos las personas que necesitan ingresar en centros
de salud mental de larga duración. El nivel de atención que necesita depende
de la gravedad de sus síntomas. Muchas personas con esquizofrenia viven de
forma independiente, mientras que otras viven con su familia o en viviendas
de apoyo en su comunidad. Es importante que estés en estrecho contacto con
tu médico y que cuentes con el apoyo necesario para continuar el tratamiento.
Mito nº 7: Si tienes esquizofrenia no puedes mantener un trabajo. La
esquizofrenia puede hacer que te resulte más difícil conseguir un trabajo e ir
a trabajar todos los días. Pero con el tratamiento adecuado, muchas personas
pueden encontrar un puesto que se adapte a sus habilidades y capacidades.
Mito nº 8: La esquizofrenia hace a la gente perezosa. La enfermedad puede
hacer que a alguien le resulte más difícil ocuparse de sus necesidades diarias,
como vestirse y bañarse. Esto no significa que sean "vagos". Simplemente
necesitan ayuda con su rutina diaria.
Mito nº 9: Aparece con un brote psicótico repentino.
Realidad: Algunas personas tienen un gran acontecimiento mental que
conduce a un diagnóstico de esquizofrenia. Pero los síntomas pueden
aparecer con el tiempo y son difíciles de notar. Si tienes síntomas tempranos
de esquizofrenia, podrías:
Ser menos sociable
Mostrar menos interés por las actividades normales
Retirarse de la vida cotidiana
Otros síntomas, como los delirios y las alucinaciones, pueden aparecer más
tarde.
Mito nº 10: No tiene tratamiento. Aunque no existe una cura conocida para
la esquizofrenia, el tratamiento puede ayudarle a controlar sus síntomas y
reducir el impacto en su vida. Los medicamentos antipsicóticos pueden
ayudar a estabilizarte y reducir el riesgo de futuros síntomas. La psicoterapia
y la terapia cognitivo-conductual también son herramientas útiles que
pueden enseñarte a manejar mejor el estrés y a vivir bien. Pero la
esquizofrenia a veces puede empeorar con el tiempo. El tratamiento suele ser
necesario para el resto de la vida.
Con tratamiento, muchas personas pueden llevar una vida plena y
productiva.
"En este día, juro hacer mía tu furia, soportar la tormenta de tu venganza y
mantenerte siempre a salvo".

Dos años.
Esa es toda la paz que tuvimos antes que nuestro pasado despertara de
entre los muertos.
Se levantó de la tumba con manos maliciosas, hambriento, y dispuesto a
enterrarnos a dos metros bajo tierra. Las lápidas de nuestros enemigos han
sido derribadas, y nos recuerda que nunca podremos escapar de las
cadenas de los corruptos.
Buscar venganza por mi amor perdido consumió mi pasado, pero esa
violencia y ese deseo de castigo ponen ahora en peligro el futuro de mis
seres más cercanos.
Se nos da una elección, una opción singular.
Volver a Ponderosa Springs. O cosechar las consecuencias.
Pero es más que los infames Hollow Boys en peligro esta vez.
Es ella.
La maldita.
Un espejismo de mujer demasiado testaruda para su propio bien.
Coraline Whittaker y yo compartimos un enemigo común. Su miedo a él y
su posesión sobre ella es la única razón por la que acepta trabajar conmigo.
Prometemos protegernos mutuamente. Hasta que la muerte nos separe o el
hombre que atormenta sus sueños sea finalmente enviado a la tumba.
Lo que ella no sabe es que hay algo más que un villano entrelazándonos.
No es sólo venganza lo que quiero. No es la satisfacción de arruinar el
pueblo que nos manchó.
La quiero a ella.
Una vez más, he hecho un voto para proteger a alguien, he tomado su
venganza y la he hecho mía.
Las apariencias engañan.
Ponderosa Springs no es el único con secretos. Dejaré que el mundo
conozca los míos antes que me la arrebaten. Ese pueblo podrido sabe lo que
le hago a la gente que me quita cosas que me pertenecen.
¿Repiten el mismo error?
Ni el mismo Dios los librará de mi maldad.
Antes de la Libertad Hola, Rosie Arrastrarse

Estrellas Débiles. Hija de tu Madre La Maldita

No todo es lo que parece Luces Apagadas Claveles Rosados

Mala Suerte Viejos Hábitos Aquí Viene la Novia

Chantaje Zugzwang Oh, Hermano

Espejismo Silencioso Hasta que la Muerte Perforado

El Regreso del Hombre del Saco Mamá enloquecida Nos separe

Caen las Sombras Conociendo a los Hawthornes Sin Límites

Voz en el Lienzo Personas Heridas Pies Fríos

Una Oferta Un Lado Oscuro Código Hex

Altas Horas de la Noche Muerte del Sol El Styx Para Siempre


ESCENAS EXTRAS
El Dinero de Papá Nuestra Cuarta Un Halloween más que real

Copos de Nieve Miel Oscura

Este Desdichado Corazón


Antes de la Libertad
Febrero
—No eres esquizofrénico.
Diez años.
He esperado diez años a que alguien que no fuera Rosemary Donahue me
dijera esas palabras. Para que alguien que estuviera vivo y fuera jodidamente
competente confirmara lo que yo sabía desde hacía tanto tiempo.
Mi mirada no se inmuta ante esta afirmación. Mantengo el contacto visual
con Jennifer L. Tako, de la Institución Sanitaria Evergreen. Llevo casi un año
viéndola tres días a la semana. Esta mujer bajita y canosa con una mancha
de nacimiento justo debajo del ojo izquierdo me ha dicho lo único que he
necesitado oír desde que era joven.
Espero. Espero durante varios minutos en un silencio confortable. Espero a
que se me quite un peso de encima, a experimentar una sensación de
validación, pero eso nunca llega. No puedo sentir otra cosa que no sea
aceptación.
Había pasado gran parte de mi vida viviendo una mentira creada para
proteger a los demás. Algunos que no merecían mi silencio y otros que
siempre lo recibirían libremente. Y ahora, tengo que sentarme aquí con esta
verdad -mi verdad- y tratar de darle sentido a lo que significa para mi futuro.
¿Sabría vivir una vida que no fuera una mentira?
Jennifer se ajusta las finas gafas ovaladas en el puente de la nariz, cruzando
una pierna delicada sobre la otra, con una expresión agria en el rostro. Me
pregunto si los terapeutas saben que también nos dan las herramientas para
leerlos.
—No estoy segura de qué tipo de médico pensó que este diagnóstico estaba
bien. Fue extremadamente imprudente y merece una revisión de su licencia
médica —Su mirada se suaviza un poco cuando me mira a través de la mesa
de café que nos separa—. Siento que nunca podamos preguntarle su
razonamiento, Silas. Tú, como mínimo, mereces una explicación.
Me muerdo el interior de la mejilla, sosteniendo mi lengua.
Ponderosa Springs, un pueblo que ella nunca entenderá, tomará medidas
drásticas para encubrir sus viles secretos y su corrupción. No hay juramento
hipocrático en el mundo lo suficientemente fuerte como para impedir que
alguien, incluido un médico, mienta para evitar represalias.
—Sí —digo claramente—. Yo también.
No hay preguntas persistentes para ese médico. Sé por qué mintió a mis
padres, por qué falsificó informes médicos para ajustarlos a su diagnóstico.
Sólo lamento que muriera en un accidente de barco antes de que pudiera
hacerle tragar sus propias rótulas por lo que le había hecho a ella.
Por supuesto, Jennifer no sabe nada de esto. No lo necesita para evaluarme
adecuadamente. Nadie sabrá nunca por qué Ronald Brewer hizo creer a unos
padres cariñosos y a un pueblo despiadado que un niño de doce años tenía
esquizofrenia.
Un secreto. Un juramento que juré llevarme a la tumba. Hasta el día de hoy,
he mantenido mi palabra con ella. Esta era la única manera de seguir
protegiéndola.
Aunque mi promesa de mantenerla a salvo se había roto el día de su muerte,
juré sobre su lápida que nadie se saldría con la suya si hacía daño a Rosemary
Donahue. Nunca más.
El precio por la cabeza de Stephen Sinclair era la venganza, y escupiría en la
cara de Dios para conseguirla.
—Quiero decir que me sorprende tu reacción —observa Jennifer, ladeando un
poco la cabeza—. Pero desde que te conocí, Silas Hawthorne, siempre has
sido una superficie de agua tranquila. Nadie conoce las profundidades que
hay debajo, ¿verdad?
La comisura de mi labio se tuerce en respuesta.
—¿Desde cuándo sabes que no eres esquizofrénico?
Relajo la espalda en el sillón de cuero, miro alrededor del despacho de cristal
y acero, cruzo los brazos sobre mi ancho pecho y suelto una pesada
exhalación.
—Desde que tenía quince años.
Lo sabía a los doce años; sabía lo que veía, pero habían sido muy buenos
convenciéndome de que todo era mi imaginación. Eran inflexibles.
"No hay ninguna niña. Nunca hubo una niña", me decían.
Ella no existió. Su voz está en tu cabeza. Un pequeño juego enfermo que mi
mente jugó conmigo.
Una y otra vez.
Daba igual lo que dijera, nadie me creía nunca.
Así que cedí y me callé. ¿Para qué hablar si nadie daba importancia a lo que
decía? Quizá me habían condicionado tanto que hasta me las había creído
durante un tiempo.
—¿Fue entonces cuando dejaste de tomar la medicina?
Asiento lentamente.
—Píldoras de vitamina B.
Una sonrisa se dibuja en sus labios. Estoy seguro que se supone que mi
terapeuta no aprueba el intercambio de medicamentos, pero Jen siempre ha
sido así de genial y creo que, dada mi situación poco común, una sonrisa está
justificada.
—El episodio que tuve, cuando... —Hago una pausa, odiándome por tener
que preguntar. Odio que me hayan hecho dudar tanto como para necesitar
que me tranquilicen—. Cuando me internaron aquí, ese episodio, ¿qué fue?
Hay destellos de la primavera pasada que recuerdo, fragmentos de una
pesadilla. Sage Donahue regresando a Ponderosa Springs tras la muerte de
su hermana. Las voces que acudían a mí por primera vez en mi vida, viendo
la casa de Frank Donahue arder en llamas mientras los demonios bailaban
entre ellas.
Veo estos momentos, fragmentos, y la mitad de las veces es como si ni
siquiera fuera yo. Simplemente estoy viendo una película, y el personaje
principal resulta que se parece a mí.
—El episodio que llevó a su ingreso fue un brote psicótico. Experimentaste
un trauma inimaginable, la muerte de alguien a quien estabas unido
emocionalmente. Ese daño, unido a años en los que nadie te creyó, te metió
en una espiral que no podrías haber parado ni, aunque quisieras. Es una
coincidencia desafortunada, pero no es esquizofrenia.
Jennifer hojea los papeles que tiene sobre las rodillas y frunce las cejas
mientras sigue hablando.
—Si tuviera que adivinar, tampoco fue el episodio que registraron cuando eras
joven. Apenas hay información en los registros del Dr. Brewer, ni de lejos
suficiente para concluir un diagnóstico tan grave a esa edad.
Me burlo, sin poder evitarlo.
Mi primer episodio.
Era un niño gritando por ayuda. No por una alucinación o un delirio. Nadie
me escuchaba; no me oían. Tenía pánico, miedo, y nadie creería lo que había
visto.
—Por lo que he deducido de tus padres y de los escasos registros, mostrabas
signos tempranos de depresión, que es probablemente la razón por la que tus
padres te llevaron al médico para empezar. Tenían miedo de tu repentino
cambio de comportamiento, y creo que siempre tuvieron las mejores
intenciones para ti. Siguen teniéndolas, pero su confianza estaba fuera de
lugar. Siento que fueras tú quien pagara por ello, Silas.
Vuelvo a mirar a Jenn, sabiendo que se disculpa de verdad. Que una parte
de ella se preocupa por mí y por lo que pasó. Una preocupación genuina por
mi salud la llevó a esta conclusión.
Esta explicación. Una respuesta.
Tranquilidad que odio admitir que necesitaba.
Cuando me internaron aquí, creí todo lo que decían de mí. Cada susurro,
cada mentira, rumor y verdad estirada.
Porque cuando Sage volvió y se acercaba el primer aniversario de Rosemary,
empecé a ver cosas, a oírlas al oído. Las vi, y me carcomieron hasta que creí
que eran reales. Hasta que confié en lo que me decían y di peso a sus falsas
palabras.
Pensé, joder. Tenían razón: tengo esquizofrenia y no he tomado medicación
desde el primer año de instituto.
Mi mente se convirtió en un lugar aterrador. Lo había sido antes, pero esto
era diferente. Ese año, brotaron espinas letales de raíces nefastas. Mi mente
goteaba lodo negro que rezumaba por todos los poros y me ahogaba con
engaños.
Se retorcía y se arrastraba, se deslizaba con criaturas demasiado aterradoras
para que la mayoría las imaginara. Mi monstruo, mis demonios, las sombras
que se deslizaban por las paredes y adoptaban formas humanoides.
Paralizaban a la gente de miedo.
Aunque se habían marchado y aún no han regresado desde mi
hospitalización, había aceptado el recuerdo de su existencia, me había
acostumbrado a él. Me di cuenta que yo siempre sería una bestia mucho más
temible que mi mente y el mal que puede producir.
Estoy terriblemente peor.
Porque soy y siempre he sido real.
—¿Vas a ser tú quien les diga a los habitantes de Ponderosa Springs que el
apodo de 'Esquizofrénico' ya no aplica?
Me inclino hacia delante, apoyando los codos en los muslos, y observo cómo
el rostro de Jennifer se tuerce de tristeza. Las comisuras de sus ojos se
arrugan mientras intenta dedicarme una sonrisa amable y tranquilizadora.
Qué horrible, piensa, que este pobre chico haya vivido todo esto.
—Creo que tus amigos y familiares pueden ayudar a dar la noticia una vez
que salgas de aquí.
Sin previo aviso, mi cuerpo se tensa, los hombros se tensan y mi estómago se
retuerce.
—No.
Lo más claro posible, sin lugar a dudas, no.
—Silas. —Sus cejas se elevan hasta la línea del cabello en señal de
sorpresa—. Puedo proporcionar una amplia prueba médica y los datos que
he reunido durante tu estancia aquí. Yo soy tu prueba de este falso
diagnóstico.
Una picazón se acumula en mi garganta, rascando y arañando la carne de la
boca. Algodón se aloja en lo más profundo de mis vías respiratorias, y
entrelazo mis manos delante de mi. Por costumbre, me doy golpecitos con los
pulgares.
Niego con la cabeza.
—No quiero decírselo. Todavía no. No… —Arrugo las cejas y frunzo los
labios—. Confidencialidad médico-paciente. No se lo diré a nadie, y tú
tampoco.
Jennifer me observa en silencio, analizando cada pequeño movimiento y
expresión facial, estoy seguro. Independientemente de lo que su título le diga
sobre mi comportamiento, no cambiaré de opinión.
Ella lo sabe.
—Se aprovecharon de ti y de tu familia. Todos confiaron en un profesional
para que diera prioridad a tu salud, y él abusó de todos ustedes en tu estado
más débil. Es, como mínimo, mala praxis. No hay disculpa que repare lo que
hizo. Pero hoy, puedes trabajar para sanar. Tú, tus padres, tus amigos.
—Sigo teniendo depresión —señalo, reclinándome en el sillón de cuero y
colocando las manos detrás de la cabeza para mirar al techo—. Estoy
jodidamente triste de forma crónica. No estoy totalmente curado ni sano,
Tako.
Su suspiro de fastidio ante mi terquedad hace que se me crispen los labios.
Pasó un mes entero antes de que hablara con ella, e incluso entonces tardé
en darle respuestas de más de una palabra. Ella sabe que si no quiero hacer
algo, no lo haré.
Pero eso nunca le ha impedido intentarlo, y siempre he admirado eso de ella.
Una mujer de carácter fuerte y duro.
—La salud mental es algo complicado. Una cadena perpetua de preguntas
con pocas respuestas y muchos momentos de soledad. Se te permite tener
esperanza —me dice—. Se te permite empezar de cero y tomar una nueva
dirección, Silas.
Mis dientes muerden mi lengua y aprieto las muelas, con el músculo de la
mandíbula palpitando. Hago un agujero en el techo gris plomo con la mirada.
—No me creerán, y no los culpo —digo en voz alta, aunque era un
pensamiento interior.
Esperanza.
Todas las veces que intenté contárselo a mis padres con la esperanza de que
me creyeran. Hasta que un día, me rendí.
En esos momentos quería decírselo a los chicos con la esperanza de que me
escucharan, pero algo siempre me lo ha impedido.
Sintiendo esperanza por primera vez cuando conocí a Rosemary, sabiendo
que tenía una persona en esta puta Tierra que sabía la verdad, y ahora ¿qué
me queda de esa esperanza?
Sólo me queda el dolor de perderla.
A la mierda la esperanza, porque me jodió hace mucho tiempo.
—Si nunca les das la oportunidad, no tienen posibilidad de sorprenderte.
Asiento con la cabeza, simplemente porque no tiene sentido discutir con ella.
No lo entendería. No hay ningún título que pueda recibir que la ayude a
comprender algo que yo aprendí a una edad muy temprana.
Siempre ha sido mejor permanecer callado que arriesgarse a pronunciar
palabras que nadie cree.
Estrellas Débiles.

Coraline
Ocho meses de libertad
Noviembre
El trozo de papel que tengo en la mano está gastado.
Arrugado por haberlo metido dentro de unas Vans naranja quemado que
tengo en el fondo del armario. Me sorprende que conserve el color blanco que
tenía de cuando me lo entregaron.
Aliso el pulgar sobre los dígitos garabateados, la luna me proporciona la luz
suficiente para distinguirlos con claridad. Apoyo la espalda en el lateral de la
casa de mis padres, los listones blancos se me clavan en la espalda y el techo
me roza los muslos.
El cielo nocturno está brillante esta noche. Mucha gente ni siquiera sabe que,
debido a la ausencia total de interferencias luminosas, la costa de Oregón
ofrece algunas de las mejores vistas de la luz de las estrellas y la Vía Láctea.
Hubo un tiempo en que me pasaba horas en este tejado, tumbada boca arriba,
soplando anillos de humo y contemplando lo vasto que era nuestro universo.
Sonreía para mis adentros mientras las estrellas me guiñaban el ojo, como si
me dijeran con picardía: “Nunca conocerás todos nuestros secretos, pero
puedes admirar nuestras verdades”.
Lágrimas mojan mis mejillas, se derraman tan despreocupadamente que ya
ni siquiera las noto hasta que pasa una brisa.
No suelo ser así. Llorona y triste. No suelo tropezar borracha en el tejado de
mis padres para llorar por lo que me ha pasado, para compadecerme de mí
misma. La vida es un péndulo constante de dolor. Todo el mundo lo
experimenta, y yo no soy especial.
Así que tal vez sea el coñac caro de mi padre que robé de su despacho o el
olor de la lluvia en el viento lo que está desenterrando estas emociones que
enterré cuidadosamente.
Sigo pensando que, si sigo haciendo las cosas como antes, si me amoldo a la
persona que era antes de que me secuestraran, la vida volverá a la
normalidad. La semana pasada quedé con unos amigos del instituto. Nos
sentamos en la cafetería que frecuentábamos todos los jueves durante los
veranos que no íbamos a la escuela. Ayer, mi madrastra y mi padre me
exigieron que fuera a una exposición de arte, y fui. Esta noche me sentaré en
el tejado a contemplar las estrellas.
El té en el Café de Luca era amargo y frío. Los amigos que una vez conocí eran
extraños con vidas en movimiento, mientras que la mía está estancada. Al
arte, que siempre había sido algo en lo que encontraba alegría, le faltaba vida.
Y las estrellas ya no me parecen tan brillantes.
Cuando me miro al espejo, parezco la misma. Soy la Coraline que reconocen
mi familia y mis amigos, pero ahora soy una persona diferente. Nunca había
tenido tanto miedo. Miedo a respirar, a moverme, a vivir.
Por dentro, sigo siendo Circe.
Dejé ese sótano físicamente, pero sigo viviendo en él mentalmente.
Lo odio. Me desprecio por vivir con miedo, por estar estancada y por no seguir
adelante con mi vida. Fui secuestrada, golpeada, violada. ¿Y qué? Hay
millones de personas que experimentan eso. Yo tengo suerte. No debería
sentirme tan jodidamente triste.
La cama que tengo desde el primer año de instituto es demasiado blanda.
Siempre hay demasiado sol, y todo es ruidoso. La comida sólo sabe a
sustento, y la alegría se ha convertido en un sueño fuera de mi alcance.
La vida no debería ser tan dura.
El viento agita el pequeño trozo de papel entre mis dedos. Con manos
temblorosas, marco los siete números a los que nunca pensé que llamaría.
Me prometí que no lo haría. Pero ya no puedo más. ¿Qué daño puede hacer?
Cuando empieza el tono de llamada, inmediatamente quiero colgar. Esto es
estúpido. He sobrevivido, he salido de ahí con mi adinerada familia
esperándome lista para dejarme reluciente y nueva. Podría haber sido peor.
Mi dedo se cierne sobre el botón Finalizar llamada, pero una voz rasposa se
filtra por el altavoz.
—Coraline.
Mi nombre se le escapa de la lengua. No se precipita. Se toma su tiempo, no
se apresura ni lo acorta, lo mantiene en la boca hasta pronunciar la última
sílaba.
—¿Cómo sabías que era yo?
Mi corazón golpea con fuerza contra mis costillas, agitándose dentro de mi
pecho por los nervios. No esperaba que contestara. Tal vez una parte de mí
esperaba que siguiera sonando hasta que recibiese su buzón de voz.
—Soy el heredero de una empresa de ciberseguridad —dice sin rodeos, como
si fuera obvio—. ¿Estás bien?
Son tres palabras sencillas que llevo ocho meses escuchando una y otra vez,
pero que salen de su garganta, de él. Hace que mis ojos produzcan más
lágrimas y que mi pecho se apriete.
Dios, odio esto.
No sé cómo explicarlo, pero sé que lo dice en serio. Que no lo pregunta por
cortesía, sabiendo que mentiré y diré que estoy bien. En su voz, que suena a
noche y a brasas crepitantes, hay una preocupación genuina.
El sollozo que resuena en mi pecho se escapa y me tapo la boca con la mano
para contener el resto. Cierro los ojos con fuerza mientras mi cuerpo tiembla.
Odio llorar. Detesto mostrar esta debilidad, esta vulnerabilidad que no tiene
cabida en mi vida ni en esta ciudad.
—¿Dónde estás...?
—No, no lo hagas, estoy bien —Apresuro mis palabras, negando con la cabeza
a nadie que me pueda ver, escuchando a través del teléfono el sonido de él en
movimiento como si se estuviera levantando para venir en mi ayuda.
Un completo extraño que ni siquiera conoce.
Me muerdo el labio inferior para que no me tiemble.
—¿Te he despertado?
—No —dice simplemente.
Hasta ese momento, no tenía ningún plan. Ni siquiera estoy segura de saber
por qué me metí en el fondo del armario para sacar este número de un par de
zapatos olvidados.
Cuando vino a verme al hospital, estaba amargada.
Había pensado que mi odio a mí misma y mi rabia me empujarían por la vida.
Alimentaría mi necesidad de vivir, pero con el paso de los meses, la rabia se
desinfló. Un globo pinchado. Ahora, sólo me queda un vacío en el pecho que
siento como si me apuñalaran con cuchillos empapados en recuerdos.
Un terapeuta al que vi durante un tiempo dijo que era el duelo. Estoy en duelo
por la chica que murió en el sótano y tratando de hacer las paces con la que
queda. Creo que estoy cansada.
Rara vez duermo sin pesadillas, y los días están llenos de ansiedad, mirando
constantemente por encima del hombro, esperando y esperando el día en que
mi monstruo cumpla su promesa.
La presión por sí sola es demasiado. El peso me ha destrozado los hombros y
estoy cansada de asfixiarme. No puedo respirar, nunca. ¿Por qué nadie puede
verlo? ¿No pueden ver cómo me pongo morada? ¿Las manos de mi mente
ahorcándome?
Porque cada vez que me miro al espejo, lo veo.
—Me dijiste que sabías lo que era luchar contra demonios que no puedes
ver —empiezo, sin estar segura de adónde me dirijo, pero esperando que el
destino final tenga sentido—. ¿Lo decías en serio?
Hay más ruido de fondo, el crujido de una cama y el susurro de una manta.
Voces apagadas en la noche. Mis mejillas se calientan mientras sacudo la
cabeza. Ha sido una estupidez.
—Lo siento, probablemente estés ocupado...
—Quise decir cada palabra —suelta, interrumpiendo mi prisa por colgar el
teléfono.
Mi cabeza se apoya en el lateral de mi casa mientras contemplo las estrellas,
preguntándome si, dondequiera que esté, puede notar lo tenue que está el
cielo, habitualmente brillante, o si eso es sólo un efecto secundario de lo que
me ha pasado.
El silencio se apodera de nuestra conversación, y todo el zumbido de su lado
del teléfono se calla mientras el chasquido de una puerta resuena en mi oído.
Está mudo dondequiera que esté. Me pregunto qué estará haciendo, si es
capaz de seguir viviendo después de todo lo que ha pasado, si soy la única
que sigue atrapada.
Rompe el sonido de la quietud con una voz como la grava.
—¿Por qué llamaste?
Me reiría si pudiera. Es la misma pregunta que me haría si una chica a la que
apenas conozco me llamara a la una de la madrugada. Quiero decir, ¿por qué
lo he llamado? ¿Quién es él para mí?
—Yo…
—No mientas —La intrusión no es cruel, no es una exigencia. En cambio, se
siente como una dura verdad, como si supiera lo que estaba pensando antes
de hablar—. Sólo soy una voz al teléfono. No pienses en mí como una persona.
Sólo una voz, un oído.
No me debe nada. Ni un gramo de amabilidad ni un segundo más en esta
ridícula llamada, pero está aquí, de todos modos. Y es esa tierna generosidad
la que rompe algo en mí.
No tengo a nadie.
Estoy rodeada de gente y de buenos deseos, pero estoy completamente sola
con mis pensamientos. No hay nadie con quien pueda hablar de la experiencia
que atormenta mis sueños y se alimenta lentamente.
Nadie entiende el miedo o la vergüenza. Que no se fue cuando me rescataron,
que existe bajo la superficie de mi piel. Sin embargo, a nadie le importa lo
suficiente como para pelar la primera capa, todos ellos demasiado asustados
de lo oscura que será la sangre que derramaré sobre ellos.
Todos quieren conocer el horror del sótano. Las cadenas de noticias quieren
una exclusiva, los periódicos quieren citas directas para alimentar la
curiosidad humana, pero a nadie le importan las secuelas de lo que me hizo.
Sólo soy un titular para Ponderosa Springs. Un trofeo para mis padres.
—No tengo a nadie más... —Me trago la verdad con grumos en la garganta—.
No creo que nadie entienda lo que me está pasando.
—No pueden ver a los demonios, ¿verdad?
Niego con la cabeza, mis sollozos salen ahogados mientras lucho con la simple
respuesta de “No”.
Nadie ve nada de eso. Cómo un minuto me siento fuerte, y al siguiente, me
estoy quebrando. Cómo me odio por lo que pasó, y la culpa de mi débil
voluntad me carcome. Es una vergüenza que no le desearía a nadie.
—Hoy hace un año que me secuestraron.
Deja que el silencio se prolongue, sin decir nada. Sé que es porque quiere
darme espacio, espacio para reunir el valor y poder seguir hablando. Por fin
pronunciar en voz alta palabras que enterré con la vieja Coraline.
Ocho meses de libertad, ocho meses encerrada en una nueva prisión, y esta
vez, yo soy el alcaide. No se lo he contado a nadie, ni a la policía, ni al
terapeuta, ni a mi familia. Es una bóveda dentro de mí, una que me dije que
si la mantenía cerrada, acabaría desapareciendo.
Pero no es una persona con la que estoy hablando.
Es sólo una voz.
—Salía de una fiesta. —Cierro los ojos con fuerza, deseando que cuando los
abra vuelva a esa noche para no volver a salir—. Era la primera fiesta
universitaria a la que iba. La primera de muchas.
Una carcajada sin gracia sale de mi boca al recordar el tequila que nos
bebimos mis amigos y yo.
—Nada malo pasa cuando estás empezando en la vida, ¿verdad? No a los ricos
y justos, no a mí. Nunca a mí.
Hay partes de aquella noche que recuerdo vívidamente. La música de
ambiente a todo volumen, toda la gente que conocía y la que no. Tragos de lo
que creo que era tequila y lo mucho que me dolía la barriga de tanto reír.
Había abrazado a mi mejor amiga del instituto, una chica que ahora sólo es
una desconocida para mí, y gritado: “¡Es la mejor noche de mi vida!”.
—Un amigo tenía que llevarme de vuelta, pero se había emborrachado y se
había acostado en un sofá. No quería dormir en un sitio cualquiera, así que
decidí volver caminando al campus. Eran sólo unos pocos kilómetros, eso era
todo. Ni siquiera recuerdo nada más allá de salir de casa. Es un gran agujero
negro en mi mente. Pero yo...
Llevo las rodillas al pecho, dejo caer la frente sobre las rodillas y permito que
mi cuerpo sienta el dolor de las lágrimas mientras me aprieto el teléfono
contra la oreja. Me permito recordar, llorar y sufrir libremente, sin que nadie
me vea.
Sólo una voz al otro lado para oírme. Para juzgarme.
—Cuando me desperté, estaba desnuda y tenía frío. Me rociaron con una
manguera de agua y me examinaron. Todavía siento sus manos por la noche,
puedo ver el flash de la cámara en mi piel mientras hablaban en voz alta sobre
mi cuerpo. Por cuánto podrían venderme. Ni siquiera sé si intenté gritar
porque las drogas lo hacían todo borroso. Me tenían tan jodidamente drogada
que para cuando Step... —Me muerdo la lengua, tan fuerte que el sabor
metálico de la sangre me llena la boca. Su nombre me pone enferma—. Tuve
síndrome de abstinencia las primeras semanas que estuve en ese sótano.
Sola. Estaba llena de vómitos y tenía unos calambres musculares de locura.
Era una agonía mental, y sólo era el principio.
» Ojalá hubiera muerto en ese sótano. —Un sollozo se apodera de mi voz, y
lloro lágrimas pesadas por el altavoz del teléfono a una voz que no me debe
nada—. Quiero volver y morir allí. Se llevó tanto de mí, ¿por qué no se lo llevó
todo? ¿Por qué dejarme así de vacía?
Grito las palabras a un cielo oscurecido, suplicando una respuesta que nunca
obtendré. Hay un millón de preguntas que me hago cada día, y ni una sola
vez he sido capaz de encontrar una sola respuesta.
¿Por qué era tan débil? ¿Por qué yo? ¿Por qué lo amaba tanto que aún siento
sus brasas abrasando mis venas? ¿Cómo tenía tanto control sobre mí?
Mis gritos se ven interrumpidos por una respuesta. No de las estrellas, sino
de la voz al otro lado del teléfono.
—Para llenarla.
—¿Qué? —Levanto la cabeza, con las cejas fruncidas.
Su tono es una mano firme, agua en calma.
—La vida te dejó vacía para que tuvieras espacio para llenarla. Sólo somos
huecos si nos permitimos seguir siéndolo.
—¿Cómo? ¿Por dónde empiezo? Yo no...
—Aprende, Coraline. Viviste por una razón. Averigua por qué.
—¿No se supone que sólo eres un oído? —Me río un poco, levanto la palma
de la mano y me limpio las lágrimas de las mejillas, inhalando una profunda
bocanada de aire fresco. Estoy mareada por tantas emociones.
—Y una voz —señala, y aunque no puedo verlo, oigo la sonrisa burlona en
sus palabras.
Una ligera lluvia moja mis brazos. Es la forma que tiene la naturaleza de
decirme que mi sesión de descarga emocional está llegando a su fin. Pero me
quedo unos minutos, aliviada por tener algo, lo que sea, que me aferre a la
tierra durante un par de segundos más.
No tengo por qué ser Coraline Whittaker, sobreviviente de la Casa de los
Horrores de Sinclair. No soy la galardonada artista prodigio ni la regia hija de
James Whittaker. No soy la hermana mayor de una chica por la que me he
atrapado en este pueblo ni la hermana pequeña de un hermano cuya propia
culpa se filtra en la mía.
Soy Coraline. No estoy bien, ¿y ahora? Es suficiente.
—No quiero morir —susurro.
—Entonces no lo hagas.
La lluvia cae un poco más fuerte, rebotando en el techo. Me lamo una gota,
dejando que el agua se lleve las lágrimas de mi rostro. Puede que, si llueve lo
suficiente, no sea capaz de notar la diferencia.
—Tampoco sé vivir.
—Nadie sabe hacerlo.
Renunciando a los límites, le pido otro consejo. Podría ser la razón por la que
me cuelga, porque no sé mucho del hombre que está al otro lado del teléfono,
aparte de rumores y de verlo por ahí, pero todo el mundo sabe lo que
Rosemary Donahue significaba para él.
—¿Cómo viviste después de perder a Rosemary?
Siempre pensé que su dolor era hermoso. Un recuerdo vivo de un amor
perdido demasiado pronto.
Para mi sorpresa, no cuelga ni me manda a la mierda. En lugar de eso,
suspira. El sonido de un encendedor se abre paso a través del altavoz.
—No lo hice.
Me burlo:
—¿Así que estás muerto?
—¿No lo sabes? —Una vez más, oigo su sonrisa. En mi mente, sólo puedo ver
sus labios, inclinados hacia arriba en las esquinas—. Dicen que estoy muerto
por dentro.
—Me llaman maldita. Me pregunto qué es peor.
Mientras sigue lloviendo más fuerte, tengo que entrar antes de resbalarme del
tejado y llevar a cabo mis pensamientos suicidas. ¿Se puede morir por
accidente si el plan era suicidarse?
—Gracias. Te lo debo —digo en voz baja, con la garganta ronca de tanto llorar.
—Está bien —murmura, sin presionarme a dar más de lo que estoy dispuesta,
aceptando mi declaración.
Los relámpagos iluminan el cielo y truenos suenan a lo lejos.
—No me vuelvas a llamar. Y no volveré a llamar. Yo sólo...
—Lo sé —Hay una pausa en su voz—. No tienes que explicarme nada. Sólo soy
una voz, ¿recuerdas?
Sé que esta llamada no me arregla. No cura mis miedos ni mi trauma, aunque
deseo desesperadamente que algo lo haga. Pero es bueno estar viva y no estar
bien. Tener a alguien con quien hablar, saber que hay alguien ahí fuera que
sabe que estoy luchando por cada aliento.
Después de esto, tendré que volver a ser fría, indiferente e insensible sólo
para pasar el día. Me permito este momento de debilidad, pero no otra vez.
—Coraline —dice antes de que pueda colgar.
—¿Sí, Silas?
La voz del otro lado me recuerda una vez más que no es sólo una voz o un
oído. Que es una persona que también siente ese dolor, ese vacío interior, y
busca algo que llene sus huecos.
—Tuve que aprender a no vivir por el trauma y la pérdida. Vivo a pesar de ello.
No dejes que gane.
DOS AÑOS DE LIBERTAD
Marzo
No todo es lo que parece

Silas
La vida es pérdida.
Los espacios intermedios en el tiempo no son más que nosotros tratando de
lidiar con ello. Distracciones para todas las experiencias inevitables,
escondiéndonos del hecho de que morbosamente, todos morimos al final.
—Casi hemos terminado, Sr. Hawthorne, y podemos volver a comprobar sus
constantes vitales antes de dejarlo salir de aquí.
—Por un segundo, pensé que mi padre iba a resucitar, Taylor —Una risa
desenfadada atada al chiste referente a su padre—. Scott lo hace muy bien,
como dije las primeras veces.
En la cara de mi padre se dibuja una sonrisa dirigida a la joven con bata roja,
a pesar de que su cuerpo está siendo bombeado con productos químicos.
Podría sonreír el resto del día; no importaría. Los ojos nunca mienten, y los
suyos pintan el retrato de un hombre que está jodidamente cansado. Cuando
la enfermera termina de comprobar la máquina y nos deja solos en la
habitación, me agacho y recojo la bandeja vacía del suelo.
Mi silla araña el suelo mientras me acerco, sosteniendo la palangana a la
altura de su pecho. Con la misma suavidad con la que había sonreído antes,
inclina la cabeza y vacía el poco contenido que tiene en el estómago.
Dejo que mis ojos encuentren la pared blanca como cáscara de huevo en la
dirección opuesta. Odia que lo vean débil, que lo miren cuando está en su
punto más bajo. Siempre lo ha odiado. Hago todo lo que puedo para proteger
su orgullo ahora, intentando pensar en otra cosa que no sea esta enfermedad
que lo está matando lentamente.
¿En este preciso momento, qué estoy pensando?
Preparándome para mi vida sin mi padre en ella. Preparándome para enseñar
a Levi y Caleb a vivir sin él. Fortalecer los músculos de mis hombros para
soportar el peso del dolor de mi madre.
Pero la preparación para la muerte tiene un límite. Puedes planear el funeral,
comprar la parcela y leer los libros de duelo, pero al final, no importa. La
muerte siempre barre la alfombra bajo tus pies.
El cáncer está avanzado. Lo hemos sabido desde el principio. Estos
tratamientos son para mi madre, algo que creo que sólo yo sé. Papá no quiere
morir sin que ella sepa que intentó estar con ella todo el tiempo que pudo.
Es egoísta cuando lo tomas al pie de la letra, cruel para algunos, pero ¿cuándo
no es egoísta la gente con las personas a las que quiere?
Además, Scott Hawthorne no renuncia a las cosas que ama, y menos a mi
madre.
—Lo siento —refunfuña, agarrando la servilleta con la palma de la mano y
levantándola para limpiarse la boca—. Le dije a tu madre que el yogur de la
nevera estaba malo esta mañana.
Yogur, claro.
No es uno de los muchos efectos secundarios de la quimioterapia.
—La próxima vez probaremos con avena —respondo, sin molestarme en decir
lo primero. No es ciego ni ingenuo. Simplemente no quiere admitirlo en voz
alta ante su hijo mayor. A pesar que me doy cuenta.
¿Cuándo se darán cuenta los padres de que, al cabo de un tiempo, nosotros
también empezamos a analizarlos?
Mi padre será fuerte hasta el día de su muerte, y haré todo lo que esté en mi
mano para que lo sea.
—¿Has revisado los puntos de datos que envié...
—Mis pensamientos y valoración de Sync Tech ya están en tu email, papá.
Me dirijo a la papelera, tiro el cubo sucio y me doy la vuelta.
—¿Te gusta la idea de la junta de comprarlos?
Los ordenadores siempre me han gustado. Tienen sentido para mí; no hacen
preguntas y suele haber un código para arreglar los problemas cuando la
cagan. Entender la empresa de mi familia no es un problema; lo es la gente
que trabaja en ella.
Los humanos no son lo mío. Nunca han sido lo mío, probablemente nunca lo
serán. Entiendo las emociones, las siento, pero las odio activamente cada
segundo del día. ¿Y las personas? Tienen un montón de ellas. Ninguna tiene
manual. No puedes anular su sistema, y la mitad de las veces, lo que ves
nunca es lo que realmente obtienes.
Un suspiro me abandona mientras vuelvo a mi asiento, hundiéndome en la
silla. Se me antoja un cigarrillo, busco cualquier cosa que me quite el olor a
vómito y el aroma clínico de los hospitales.
Estos dos últimos años me han parecido precipitados, adelantados, como si
el mundo se hubiera dado cuenta de que había empezado a curarme y me
hubiera dicho: “Toma. Esto es todo lo que te perdiste mientras estabas de
luto”.
Me está dando un dolor de cabeza permanente, todas las cosas en las que
tengo que hacer malabares.
—Su consultoría de seguridad es impresionante. Los márgenes de beneficio
son decentes. Es fácil ver por qué el consejo está interesado.
—¿Pero?
Cuando lo miro, tiene una ceja levantada. Sus ojos están hundidos, su cuerpo
parece más frágil a medida que pasan los días. Puede que no entienda cómo
funciona la gente todo el tiempo, pero puedo leerla, y eso lo he sacado del
hombre que tengo delante.
—No me basta para querer comprarlos. Su inteligencia de seguridad es débil,
y eso es decir poco. La respuesta a incidencias es demasiado lenta —Presiono
entre mis ojos con el pulgar y el índice, esperando que desaparezca el
dolor—. Y odio al puto dueño.
Se ríe. La misma risa que he oído casi todos los días en mi casa durante toda
mi vida. Profunda y estomacal. Me pregunto si ese sonido resonará en los
pasillos cuando él ya no esté o si el tiempo me lo robará a mí también.
La muerte no es el enemigo.
Ya es hora.
—Sí, es un poco imbécil.
Me burlo. Es una evaluación suave.
—Hijo —Su mano se acerca para apoyarse en mi brazo, dándole un
apretón—. Sé que esto es mucho a tu edad. Cuando yo tenía veintidós, estaba
intentando decidir a qué bar iba. Nunca quise poner la empresa en tus manos
tan pronto, pero...
—Lo sé —digo simplemente. No necesita malgastar su energía diciéndome
algo que ya entiendo—. No pasa nada.
—Siempre has sido bueno en eso —Aparece su sonrisa desdentada—. Saber.
El duro diagnóstico que mi padre había recibido el otoño pasado significaba
que, a la madura edad de veintidós años, yo me haría cargo de Hawthorne
Technology como director general en funciones hasta que lo heredara. Me
había licenciado antes de tiempo y ya había empezado a trabajar por debajo
de él en la empresa, para disgusto de muchos.
Quizá ayudaría que supieran que lo último que quiero es aprender a dirigir
una empresa multimillonaria. Sin embargo, sé que no es mi edad lo que les
preocupa.
Todos tenemos que hacer sacrificios, y escuchar los murmullos en la oficina
sobre mi competencia mental es algo que estoy dispuesto a soportar por él.
Me ama, ha hecho mucho por mí, y darle la tranquilidad de que el legado de
nuestra familia está en buenas manos es lo menos que puedo hacer.
—Tienes buenos instintos. Los mejores, Silas. Confía en ellos, siempre. No
fallarás —dice con severidad, infundiéndome confianza—. Le haré saber a la
junta que no seguiremos adelante con Sync Tech.
Mi móvil vibra en el bolsillo mientras le saludo con la cabeza. Lo saco del
bolsillo delantero y encuentro un mensaje de Rook. Cuando se desbloquea, el
mensaje de grupo que ha creado ya está abierto, y una foto suya con un porro
en la boca mientras descansa en la playa es el texto más reciente.
El sol rebota en las gafas de sol negras que lleva, y su piel está bronceada
como nunca antes la había visto. Tiene unos cuantos tatuajes nuevos en el
pecho, y me hace pensar en todo lo que nos hemos perdido en nuestras vidas
debido a la distancia. Sin embargo, su sonrisa sigue siendo la de Rook, el
mismo chico de siempre.
Thatcher: Tu pecho parece un pupitre de escuela media.
Rook: He abrazado cactus mejor que tú.
Me burlo en el fondo de la garganta. Los dos aún no han superado sus peleas
infantiles. A menos que alguien los detenga, seguirán así eternamente hasta
que alguien salga herido, y sin duda será Rook.
Todos los sentimientos de Thatcher están ligados a Lyra. No le queda ninguno
para el resto de nosotros.
Alistair: Cierren la boca.
Ahí está. Padre Caldwell al rescate. Me sorprende que no le dijera a Rook que
usara protector solar. Nos hemos distanciado, pero en el fondo, nos
conoceremos hasta que nos salgan canas.
Tiempo, espacio, distancia, muerte.
Nada de esto nos quitará lo que sabemos con certeza: que nos conocemos en
lo más profundo de nuestro ser. Nunca es algo que digamos en voz alta, sino
una conclusión inevitable.
Somos lo que somos. No importa adónde vayamos o cómo cambiemos,
siempre existirá esta cuerda anudada y retorcida que nos enreda a cada uno.
Lo que encontramos el uno en el otro cuando éramos niños es algo de lo que
nos negamos a desprendernos.
Son hermanos para mí. Cada uno de ellos. Más espesos que cualquier sangre.
Thatch es el único al que veo con regularidad, ya que ambos decidimos
quedarnos en Ponderosa Springs tras la detención de Stephen Sinclair.
Incluso nos habíamos graduado juntos en la universidad, y los otros chicos
habían venido a apoyarnos.
Dos años.
Han pasado dos años desde que pulsamos play en una vida sin venganza. Se
sienten como si hubieran pasado tan deprisa, como si no hubiera
transcurrido nada de tiempo, y ayer mismo yo estaba enterrando cadáveres.
Sin embargo, en mi pecho, lo siento.
El tiempo que se me ha escapado de las manos.
Se mide por mi duelo y sus etapas.
La aceptación ha sido lo más doloroso.
—¿Cómo están los chicos? —Mi padre tose en su puño después de preguntar,
probablemente habiendo mirado ya por encima de mi hombro la pantalla de
mi teléfono. Siempre ha sido así de entrometido.
—Vivos —gruño, hundiéndome más en la silla.
—Impactante.
Me tiemblan las comisuras de los labios. No tiene ni idea de lo impactante
que es. Que hayamos sobrevivido ilesos a toda la traición y la muerte y que,
de algún modo, hayamos podido seguir adelante como si nunca hubiera
ocurrido.
Por fuera, claro.
Hay cicatrices en cada uno de nosotros que nunca se borrarán. Heridas
profundas que nos sangran mutuamente y que sólo nosotros podemos ver.
Salimos vivos, pero no ilesos.
—Alistair se acaba de casar —le digo, porque eso es lo que la gente normal
dice de sus amigos. Compartir las actualizaciones ordinarias de sus vidas
adultas.
Siento el peso de su mirada y lo miro. Sus ojos se han abierto de par en par
y en su ceño se dibuja el escepticismo.
—¿Y la chica estaba dispuesta? ¿Caminó hacia el altar por su propia
voluntad?
Un resoplido sale de mi garganta.
—Eso parece.
Niega con la cabeza, como si no pudiera creer lo que le he contado. No lo
culpo. Alistair Caldwell nunca pareció del tipo de los que se casan. Era más
bien de los que se quedaban en un rincón hasta que morían.
Mi padre sólo lo había visto bajo dos aspectos: enfadado o causando
problemas. Hay cosas de los chicos que mi familia nunca entendería. Nunca
habían dicho abiertamente que desaprobaran mis amistades, pero podía verlo
en sus caras. Sin embargo, rehusaban quitarme algo y causarme infelicidad.
Pero nunca los conocerían como yo. Nadie los conocería.
Nunca había visto lo mucho que alguien como Alistair se preocupa por la
gente. Cómo daría fácilmente su propia vida por alguien a quien ama.
A nuestra maldita manera, creo que nos preocupamos más que la mayoría.
—¿Planeas pasar por el altar antes que me muera? ¿O darme nietos?
Pongo los ojos en blanco mientras le miro.
—Pasas demasiado tiempo escuchando a mamá.
No me sorprende ni un poco que ella lo haya metido en esto. Si intenta
hablarme de otra de las hijas solteras de sus amigas, dejaré de ir a la cena
familiar.
Haría cualquier cosa para darle a mi padre todo lo que pide antes que fallezca.
¿Casarme con alguien? No va a suceder.
—Sé que perder a Rosemary fue duro para ti —Me pone una mano débil en el
hombro—. Pero se te permite amar de nuevo, chico.
Mi mandíbula se tensa.
Eso es lo que más le gusta decirme a todo el mundo. Rosemary querría que
fueras feliz. Puedes seguir adelante. Ella querría eso para ti. Como si la
conocieran mejor que yo.
¿No creen que ya lo sé? ¿Que no sé qué ella querría que tuviera una buena
vida, que encontrara a alguien a quien amar? Rosie probablemente se haya
revuelto en su tumba al menos un millón de veces desde que murió por todas
las cosas que he hecho. Sé que ella querría que siguiera adelante.
Y una parte de mí lo ha hecho. He pasado los dos últimos años aceptando
que se ha ido y que nunca volverá. No es mi amor por Rosie lo que me impide
entregarme a otra persona.
Siempre he creído que el amor es como el agua, que fluye entre los cuerpos y
las almas. No puedes detener su flujo porque una vía esté cerrada.
Simplemente encuentra otra salida.
Es la parte de mí que se niega a volver a amar. He condenado mi alma porque
sé lo que es el dolor de perder a alguien. No volveré a hacerme eso.
—Sí —es la única respuesta que doy. ¿Qué más puedo decir?
Mi teléfono vibra en mi mano, y cuando miro la pantalla bloqueada, esta vez
no es un mensaje del chat de grupo. Es un correo electrónico.
Silencio mi correo electrónico del trabajo cuando estoy fuera de la oficina y
con papá en la quimioterapia -muy responsable por mi parte-, así que es mi
correo personal el que ha recibido un nuevo mensaje. Lo abro, esperando
spam, pero se me fruncen las cejas al abrirlo.
Es un remitente desconocido con un archivo de vídeo cifrado adjunto y una
línea de texto.
No he terminado con ustedes cuatro. Hora de volver a casa, chicos.
Mientras empiezo a descargarlo, espero en silencio que sea un virus que
intenta robarme los datos bancarios. La enfermera vuelve a entrar y aparta
de mí los ojos curiosos de mi padre, mientras lo desengancha de la bomba de
quimio.
Los finos vellos de mi nuca se erizan lentamente, uno a uno, y la habitación
parece demasiado fría. Mi agarre en el teléfono se tensa a medida que
continúa cargando, y no importa cuánto espero, sé que esto no es un hacker
al azar.
La suerte nunca está de mi lado.
La voz de mi padre, mezclada con la de la enfermera, se desvanece en el fondo,
alejándose cada vez más de mi mente mientras mi atención se centra en el
vídeo. Me aseguro rápidamente que el volumen está bajo antes de pulsar Play.
Me recibe una pantalla oscura, pero sólo permanece así unos segundos.
Pronto, mi pantalla se ilumina y la persona que graba mueve la cámara hacia
arriba. Lo que se desarrolla ante mí es una escena que ya he visto antes.
Una escena que he vivido.
Rook, Alistair y yo nos colocamos en círculo alrededor de una hoguera
incipiente. Rook enciende las llamas mientras Alistair y yo agarramos el
cadáver mutilado de Conner Godfrey y lo arrojamos a las llamas.
Todos estamos cubiertos de sangre, deshaciéndonos de un cuerpo en mitad
de la noche en el patio trasero de Lyra Abbott. Nuestros rostros están limpios,
no habría forma de negarlo o de que los abogados nos libraran.
Cada minuto, en cámara. En el teléfono de alguien más, Dios sabe de quién.
Gente que no conozco, gente que quiere algo de nosotros.
Me tiembla la mandíbula, los músculos se tensan dolorosamente. Me invaden
oleadas de emociones, demasiadas para poder manejarlas. Todas se mezclan,
rugen y se enredan en la rabia.
—¿Estás bien, hijo? —Oigo distante.
Dos años. ¿Eso es todo?
¿Dos años antes que esta puta ciudad tuviera que volver de entre los
muertos? ¿No estaba contenta con su libra de carne? Quería comernos
enteros.
Asiento con la cabeza y levanto la vista del móvil para mirar a sus ojos
preocupados.
Nos miramos fijamente. Miro un rostro que he conocido toda mi vida. Un
hombre que me ha amado sin duda, sin miedo, me ha apoyado, y no sé cómo
hablarle.
No con la verdad. No sin mentir.
La amargura, la culpa abrumadora, me queman por dentro, retorciéndome
las tripas en miserables espirales. Estas emociones, esta maldita carga que
me persigue desde el momento en que me diagnosticaron mal, son grilletes,
pesados e insoportables, que se arrastran detrás de mí a cada paso.
Quiero contárselo. Todo.
Que no soy esquizofrénico; nunca lo he sido. Me callé para proteger a
Rosemary. Las palabras no se formaban después que me dieran el alta porque
no quería que se odiara por no haberme creído antes, por haberme llevado a
ese médico.
Hay tantas cosas que quiero decirle, y su reloj de arena se está quedando sin
arena.
¿Mi padre va a morir sin conocer plenamente a su hijo?
¿Habría un momento en que pudiera ser sincero con él? ¿Cuando las palabras
no fueran tan escasas y mi voz se sintiera cómoda siendo escuchada?
Una vez más, asiento con la cabeza.
Siempre ha sido mejor permanecer callado que arriesgarse a pronunciar
palabras que nadie cree.
Mala Suerte

Coraline
¿Soy la única persona en este restaurante que se siente como un maniquí?
Posada, vestida y colocada para la exhibición. Cuando pasan a mi lado y me
miran, pueden admirar lo bien arreglada que estoy. Lo pulido de mi atuendo,
lo brillante de mi cabello.
Ninguno de ellos sospecha que soy de plástico, o quizá ese sea su secreto. Los
camareros que me rellenan el agua sin preguntar, la élite de Ponderosa
Springs que pasa para hablar con mi padre, todos pueden oler el plástico que
se deshace de mi carne. Todos saben que soy falsa, un fraude, pero
simplemente no dicen nada.
Soy una chica rota y dulce que apenas sale adelante emocionalmente y que
intenta por todos los medios volver a este mundo superficial de tiburones
como un pececillo. Soy su broma interna favorita.
Uso el tenedor para apartar otro trozo de salmón sobrevalorado. Hay un
pescado que murió para ser cocinado en exceso y servido a personas que
probablemente no pueden saborear nada debido a los años de ahumado y
mentiras que les queman la lengua.
—Deja de jugar con tu comida.
Mis dedos se aprietan alrededor del utensilio que tengo en la mano. No la
apuñales. No en público.
Cumpliré veintidós años en mayo, dentro de dos meses, y estoy aquí sentada
murmurando una disculpa en voz baja a mi madrastra para no montar una
escena. En cuanto siento que su mirada crítica se aparta de mí y vuelve a su
conversación anterior, aflojo el tenedor.
Durante mucho tiempo, nunca entendí por qué le caía tan mal a Regina. Me
conocía desde que nací y siempre había preferido el papel de la madrastra
malvada en lugar de quererme como a su propia hija. No fue hasta que fui
mayor cuando comprendí lo que veía cuando me miraba.
Soy un bache en su vida, por lo demás bien pavimentada. Soy el producto de
una aventura, de un arrepentimiento antes de la boda de sus sueños, y se ha
pasado toda mi vida haciéndome pagar por el pecado de mi padre de
enamorarse de otra mujer.
—¿Has elegido tu vestido para la recaudación de fondos, Coraline? —La voz
profunda de mi padre prácticamente hace sonar la porcelana fina.
James Whittaker es una fuerza. Una exigencia en una habitación llena de
ofertas. La respuesta a todas sus preguntas es siempre afirmativa, y mirarlo
a los ojos es un riesgo.
Me encuentro con su mirada, la diferencia en nuestra apariencia se hace más
notable cuanto mayor me hago. Cada día me parezco más a mi madre, y eso
sólo alimenta su odio hacia mí. Soy el recuerdo constante del amor que había
perdido, el amor por el que pensaba dejarlo todo.
¿Qué clase de mujer hace que un rico generacional renuncie a su futuro de
éxito y notoriedad por uno inestable y mediocre?
Una maldita.
Solíamos ser íntimos, cuando el color de mis ojos era más verde que marrón.
Me llamó su amiga hasta que cumplí trece años, y pasábamos todos los
domingos en el muelle. Yo dibujaba en mi cuaderno mientras él pescaba.
Entonces dos mechones de mi cabello se volvieron blancos y dejamos de pasar
tiempo juntos.
Me dije que nos distanciamos por mi secuestro, pero es una mentira
reconfortante. Su implicación con el Halo, que según él fue un chantaje de
amigos de la universidad, no hizo sino presionar más nuestro tenso vínculo.
Rompimos los trozos hace años y nunca nos molestamos en volver a
recogerlos. En lugar de eso, decidimos quedarnos encima de ellos como
extraños, dejando que los cristales rotos nos rebanaran la planta de los
talones.
Mejor seguir sufriendo que admitir la verdad.
Aunque estoy agradecida por ello. Su disgusto por mí.
Me enseñó la lección más importante cuando conseguí salir de aquel sótano.
No hay nadie en este mundo que te cuide mejor que tú mismo.
—No voy a ir —Agarro la copa de agua que tengo delante y bebo un pequeño
sorbo, preparándome para la avalancha de preguntas e insultos pasivo-
agresivos.
Estamos en público, lo que significa que la conversación será en voz baja y
con sonrisas forzadas. Los buitres que nos rodean se mueren de ganas de
chismorrear sobre la mesa de alguien, y lo último que quiere mi padre es más
atención negativa.
Ayuda a mi causa porque no me presionarán demasiado con tantos ojos
encima. Soy, después de todo, la chica que sobrevivió. Su jodido Harry Potter
personal. Sería mala prensa si muestran lo poco que realmente les importa.
—¿Por qué? Todo el mundo nos espera allí como una familia. Incluso le dije
al hijo del senador Bloom que estabas deseando verlo.
Carson Bloom, pienso para mis adentros, es un idiota ególatra que intentó
que me metiera cocaína en el baño en la fiesta de reelección de su padre, no
cree en el cambio climático y se cree la segunda venida de Cristo.
Nada de eso importa, por supuesto. Francamente, podría ser miembro del
partido comunista y no les importaría. Siempre y cuando me case con ricos,
mantener la reserva genética rebosante de dinero manchado de sangre y
prestigio.
Así, cuando hablan de mí, pueden enumerar todos mis logros en una lista
con viñetas a sus compañeros. Como si, de alguna manera, lo que logro en
mi vida es un reflejo de su crianza estelar.
Mis muelas se juntan y sonrío con los labios apretados.
—Tendrás que dar mis más sinceras disculpas. Tengo una clase que dar esa
tarde.
Regina se burla.
—Seguro que puedes cancelarla. No es que sea obligatorio. Ya estás pasando
mucho tiempo con ellos, por no hablar de la gala benéfica de arte que se
avecina. Estoy segura que entenderán que faltes un día.
Su tono petulante hace que las ganas de apuñalarla con este tenedor vuelvan
a brotar dentro de mí, dejándome un sabor metálico en el fondo de la
garganta. Me entran impulsos de gritar hasta hacer añicos los cristales o
romper todo lo que tengo a la vista, solo para que todos puedan ver lo que
realmente vive dentro de mí.
Para mostrarles a ellos y a toda esta ciudad podrida lo rabiosa y vil que soy
bajo la superficie. Que no soy de plástico, sino una fuerza de autodesprecio y
miseria que aterrorizaría sus soñolientas vidas.
Mi sola presencia les asustaría tanto que nadie volvería a pronunciar mi
nombre en voz alta.
Una suave mano izquierda se posa sobre la mía. No me había dado cuenta
que apretaba la tela del vestido a la altura del muslo hasta que unos dedos
suaves aprietan la mía. Suelto la tela azul oscuro y le dirijo una sonrisa
tranquilizadora.
Ella es un recordatorio constante de por qué me siento en estas cenas en
silencio, una marioneta con las manos de la sociedad metidas en el culo, y
me trago cada miserable palabra. Me muerdo la lengua y me como sus
pomposas estupideces a bocados.
Mi hermana pequeña.
—No les importaría —corrijo—, pero esta clase es una de las únicas salidas
sanas que tienen estas chicas. Eso parece más importante que socializar,
¿no?
Agarro un trozo de pescado, me lo llevo a la boca y mastico despacio mientras
espero su respuesta, deseando en silencio que me den un motivo para
estallar. Mantengo la mandíbula apretada para proteger a Lilac, pero no estoy
dispuesta a aguantar más.
—Creo que lo que estás haciendo es increíble, Cora —La suave voz de Lilac
es un bálsamo sobre mi piel caliente. Miro sus suaves rizos rubios, agradecida
de que, a pesar de todo, se haya convertido en una persona amable—. Las
chicas de allí te adoran.
Estaría a un mapa entero de este jodido lugar si no fuera por ella. No le guardo
rencor por su edad ni porque Ponderosa Springs tenga a Lilac encadenada un
año más. Un año más y podré llevármela lejos, muy lejos, donde sea libre de
convertirse en lo que quiera, a su manera.
No ha hecho nada malo y me ha amado cada momento de sus diecisiete años.
A sus ojos, yo nunca he estado maldita, sólo soy su hermana mayor. Lilac no
se merece que la abandone la única persona que la ama de verdad porque yo
no puedo soportar la presión.
Sufriré en silencio un año más, y luego ambas seremos libres.
Esta vez, para siempre.
—Tan humanitaria —Regina arrulla, tomando su copa de vino por el tallo,
haciendo girar el líquido rojo alrededor—, ¿Cómo esperas encontrar un
marido cuando estás tan dedicada a la filantropía? No vas a rejuvenecer.
Abro la boca, pero mi padre se apresura a interrumpirme.
—Cariño, sabes que te apoyamos, especialmente tu arte. Lo que haces por
esas chicas es admirable, pero...
—¿Pero? —suelto, girando la cabeza hacia él.
Mis ojos le retan a terminar esa frase, y como James es incapaz de ser sumiso
con nadie, lo hace.
—No deberías pasar tanto tiempo rodeada de gente así. No es sano para ti.
Ahí está.
Por fin algo de verdad en esta conversación.
Decirle a la gente que he ganado el Future Generation Art Prize es un logro.
Que la gente escriba artículos sobre la posibilidad de que mi futuro trabajo
cambie el mundo del arte es impresionante. El hecho que dé clases de arte a
sobrevivientes del Halo es algo que me hace parecer amable, pero la cuestión
es que, en realidad, estas cosas me importan una mierda.
Hay que fingir ser humano, tener corazón. Aquí, en Ponderosa Springs, es tan
vital para la reputación que resulta casi creíble. Pero por dentro, debes ser
frío y preocuparte sólo de tu aspecto y de la asombrosa cantidad de dinero en
tu cuenta bancaria.
Ni a ellos ni a nadie les importa que la obra que ganó ese estúpido premio
fuera una que creé en los días posteriores a mi intento fallido de suicidio. Que
una voz y la voluntad de crear algo más grande que yo fue lo único que me
impidió morir.
No puedo preocuparme por el puñado de mujeres que vienen dos veces por
semana a clase.
No, todas son parias o drogadictas, manzanas podridas que manchan mi
imagen. No les importa una mierda que estas personas no pueden avanzar
en esta sociedad porque lo que pasó las mantiene congeladas.
Sus experiencias y traumas les hacen recurrir a las drogas, algunas de ellas
tan desesperadas por adormecerse, por olvidar, que llenan sus cuerpos de
sustancias químicas. No pueden trabajar porque la mayoría tiene miedo de
salir de casa. A nadie le importa lo que les ocurra porque todas deberían
sentirse afortunadas por haber sobrevivido.
Como si eso fuera suficiente.
Ninguno de ellos ensuciaría su reputación para entenderlas como yo lo hago.
¿Por dentro? No soy diferente de cualquiera de las chicas que cruzan esas
puertas.
Sólo tengo dinero para vestir mi trauma con un par de zapatos de Manolo
Blahnik.
—¿Gente como qué? ¿Sobrevivientes? —Me limpio la boca, intentando
quitarme el sabor amargo—. ¿Sabías que una niña de quince años entra en
mi estudio? Quince años. Tenía trece cuando la secuestraron y luego la
vendieron. Dime, ¿qué clase de persona es exactamente, James?
—Coraline —me advierte, moviendo los ojos para recordarme dónde estamos.
Como si me importara una mierda.
Sacudo la cabeza ante la imposibilidad de su paraguas privilegiado, arrojando
la servilleta sobre el plato que tengo delante.
—Lo siento. Tal vez ustedes dos deberían leer un periódico local para refrescar
la memoria. Parece que han olvidado que yo también fui una de esas chicas
rescatadas de una red de tráfico de personas —Clavo una mirada fría en mi
padre—. ¿Debería agradecerte, papi querido, que tu amistad con Stephen
evitara que me vendieran? ¿O a mi madre por esos genes malditos que me
hicieron tan especial como para conservarme?
Mi voz está justo por encima de un nivel aceptable. Puede que les importe
una mierda lo que piensen los demás, pero a mí este pueblo me ha llamado
maldita toda mi vida. Lo que crean de mí no me quita el sueño.
Los demonios lo hacen.
—No nos hables así —sisea mi madrastra, señalándome con un dedo
acusador—. Es mi dinero el que te mantiene en ese apartamento y te permite
la libertad de dar esas clases gratuitas. Harías bien en recordarlo.
—El dinero de mi padre, Regina. ¿Lo has olvidado? Te casaste en esta familia
con nada más que zapatos baratos y esperanza —Mis labios se curvan en una
sonrisa maliciosa—. Pero de todas maneras, no lo pagues más. No lo
necesitaré después de vender mi parte de Elite.
Ambos parecen perder la lengua, recordando con dureza que mi difunto
abuelo me dejó una gran participación en la empresa familiar de ingeniería
petrolífera que ningún abogado puede quitarme. Me resultaría fácil
vendérsela a un rival, y eso es exactamente lo que pienso hacer cuando Lilac
se gradúe.
Irritada, de algún modo todavía hambrienta, y aburrida de esta conversación,
presiono las manos contra la mesa, empujando mi silla hacia atrás, dispuesta
a marcharme.
—Cora —dice Lilac con delicadeza—. No te vayas.
Me levanto y me inclino un momento para darle un beso en la frente, con el
aroma dulce y floral de su perfume. Cuando enderezo la espalda, mi pulgar
alisa las arrugas de su frente.
—Te veré mañana antes de tu partido. Mándame un mensaje si necesitas
ayuda con tus deberes de química esta noche.
Ella asiente, aceptando esta ofrenda de paz. He hecho todo lo que he podido
para protegerla de todo lo que he vivido, pero, aun así, ella sabe que estar
cerca de Regina y James es difícil para mí.
Permito que me exhiban, que me paseen como a un poni, sólo para que la
dejen en paz. Si la atención de todos está puesta en la maldita, no tendrán
tiempo de manchar a Lilac. Ella puede existir en paz.
—Llamaré al auto para ti —James se aclara la garganta, con una disculpa en
el fondo de la boca que nunca dirá en voz alta.
—No hace falta —Me alejo de la mesa.
—Coraline...
—Déjala irse, J —Regina se limpia una pelusa invisible de su traje y
sonríe—. No hace falta montar una escena. ¿Nos vemos el domingo en el
brunch?
No le dirijo una segunda mirada, y mucho menos una respuesta.
Simplemente me alejo de nuestra mesa de la esquina, con los tacones
chasqueando contra el suelo mientras salgo. Siento todas las miradas
clavadas en mí, prácticamente oigo las cabezas que giran en mi dirección.
Que miren. Que me miren embobados. Quizá tengan algo mejor de lo que
hablar cuando me vaya.
Cuando por fin salgo y el aire fresco me llega a los pulmones, sólo tardo unos
segundos en buscar en el bolso el paquete de cigarrillos y el encendedor.
Necesito algo rápido para calmarme antes de insultar a una farola.
Mi teléfono se ilumina en el fondo de mi bolso con un mensaje de texto.
Renuncio a la nicotina y agarro el teléfono, dispuesta a caminar a toda
velocidad hasta mi apartamento, pero me veo incapaz de moverme. Cuando
miro el número desconocido de la pantalla de inicio, mi columna vertebral se
desmorona, mi lengua afilada se adormece y mis escudos caen.
El teléfono se me cae de las manos y se estrella contra el asfalto. Los vehículos
pasan, la gente se mueve, pero me quedo estancada mientras mi mente
empieza a gritar, convirtiéndose en un rugido mortal.
Desconocido: ¿Me extrañaste?
Chantaje

Silas
Las personas luchan constantemente contra dos versiones de sí mismas.
El individuo que dan al mundo, la persona que existe en público para que los
ojos la vean y las versiones que esconden, la persona que son cuando nadie
los ve.
Esto no es malo, es un hecho. Todos lo tenemos.
Mis ojos siguen la cabeza de cabello castaño lacio como un alfiler a través de
la concurrida calle principal de Ponderosa Springs, la resolución de la cámara
de seguridad opaca las salpicaduras de pintura en su camiseta blanca.
Varios hombres hacen un esfuerzo por mirarla, ya sea echando un vistazo
por encima del hombro o deteniéndose por completo.
Me pregunto si se da cuenta.
La atención que le prestan los hombres.
Cómo parecen no poder evitarlo cuando ella está cerca. Obligados a mirar.
Admirar. No es la belleza lo que atrae su atención, muchas mujeres son
hermosas. Hay algo más, algo inexplicable en su atractivo.
Me pregunto si de ahí vino su apodo. Mucho antes que Stephen Sinclair me
los gritara. Era una pregunta que quería saber desde que salió volando de
aquella casa de los horrores con las alas destrozadas.
Como un reloj, entra en el estudio a mediodía, como siempre, y pronto
desaparece de mi vista. Veinte minutos: la veo casi todos los días durante
veinte minutos a través de mi pantalla, y cada vez me hago las mismas dos
preguntas.
¿Qué versión de ella vi la noche que me llamó? ¿Y qué hace que Coraline
Whittaker esté maldita?
Espiar a la gente a través de cámaras de tráfico públicas es ilegal y
moralmente ambiguo. No digo que lo que hago esté bien. Digo que podría ser
mucho peor si quisiera. Quiero decir, ¿técnicamente? Podría piratear casi
todas las cámaras por las que pasa habitualmente, pero eso me parece ir
demasiado lejos, incluso para alguien como yo.
Soy un asesino, pero también me educaron para respetar los límites de las
mujeres.
No somos amigos, Coraline y yo. No le debo mi preocupación. Sin embargo,
sé cómo suena cuando está asustada. Sentí su miedo a través de ese teléfono,
y nadie merece tener miedo así.
Así que, aunque la chica de la pantalla es prácticamente una desconocida
para mí y yo no soy más que una voz que escuchó hace tiempo, sólo quiero
asegurarme que está bien. Es una especie de consuelo ver esos veinte
minutos de su día, ruido de fondo para llenar el vacío durante un rato.
—¡Silas! ¿Sigues ahí?
Parpadeo, aparto los ojos del ordenador y agarro el teléfono de la mesa, lo
quito del altavoz y me lo llevo a la oreja.
—Sí —murmuro, aclarándome la garganta.
—¿Qué has averiguado del correo electrónico?
Mi mandíbula se tensa de fastidio. No con Alistair, sino con la situación. No
sé qué me irrita más, si el hecho de que nos estén chantajeando o que la
persona que lo hace sea buena. Un hacker y jodido programador.
Ayer recibí otro correo electrónico, esta vez sin vídeo, sólo otra frase ominosa.
No me hagas hacértelo entender.
Sin firma ni nombre. Sólo ese puto vídeo, una prueba que podría enviarnos a
todos a prisión si se publica. ¿Todo por lo que hemos trabajado, de lo que
hemos escapado? Se arruinaría con una filtración a la prensa.
Siento que mi dolor de cabeza regresa, o tal vez nunca se fue.
—No —Suspiro—. Lo transmitieron con enlaces distribuidos. Hay demasiados
servidores y tardaré un minuto en llegar al remitente original. Quien lo envió
o pagó mucho dinero por el anonimato o es mucho mejor que yo.
Por mi ego, voy a decir lo primero.
—Voy a fingir que sé qué mierda acabas de decir —gruñe Alistair, con un
zumbido sordo de fondo. Las máquinas de tatuar trabajaban más de la
cuenta, por eso quería esperar para está llamada. No quería estar en casa,
sabiendo que Briar sería demasiado entrometida para su propio bien y se
enteraría de esto antes que tuviéramos un plan en marcha.
—Aún no puedo rastrear su ubicación —digo sin rodeos.
Había intentado enviar malware en mi respuesta al correo electrónico, pero
se ha quedado sin abrir, lo cual es estupendo para el remitente, pero me deja
con una larga lista de pistas que seguir que me va a llevar unas cuantas
semanas, si es que consigo encontrar una puerta trasera.
Dos malditos años.
¿Eso es todo lo que pudimos conseguir? ¿Esa es toda la paz que tengo?
A la mierda esta ciudad y su incapacidad para dejar que alguien salga vivo.
Estoy seguro que, ahora más que nunca, no va a parar hasta enterrarnos a
los cuatro bajo sus pies.
Me paso una mano frustrada por la cara, más disgustado por Rook y Alistair
que por otra cosa. Thatcher y yo seguimos viviendo aquí, él por elección y yo
por obligación. Pero hasta este momento, habíamos podido simplemente
existir en silencio.
Nos habíamos acomodado demasiado a nuestras nuevas vidas, a nuestros
papeles. Intentamos seguir adelante y olvidar, construir vidas para nosotros
mismos que no estuvieran manchadas de oscuridad, intentando
desesperadamente borrar la marca negra que este lugar imprimió en
nosotros.
Pero hay cosas de las que nunca podemos desprendernos.
Cosas que se niegan a soltarnos.
—Rook está seguro que es el drogadicto hijo de papá en busca de venganza.
Su apellido recibió un buen golpe cuando Stephen fue arrestado.
Resoplo.
—Puede que Easton Sinclair se haya especializado en informática, pero no es
mejor que yo. Si se cayera un árbol en Japón, Rook le echaría la culpa a él.
Alistair deja escapar una risa ahogada, y es un sonido agradable de oír. Su
risa. No recuerdo que nosotros fuéramos nunca de los que se reían, pero
Alistair nunca lo hizo, y ahora parece que lo hace más.
Ese familiar sentimiento de culpa empieza a instalarse en mí, cavando en la
boca de mi estómago y escarbando allí. Nunca lo dirán, pero soy la razón de
todo esto. ¿Las vidas que han intentado empezar? Arruinadas por mi culpa.
Por mi desquiciada y desesperada necesidad de venganza.
La venganza por Rosemary empezó con la culpa de no haber estado allí
cuando más me necesitaba, y ahora el futuro de mis amigos está en peligro,
dejándome exactamente donde empecé.
—Podría haber contratado a alguien...
Dos fuertes golpes resuenan en las paredes de mi despacho. Me inclino un
poco en la silla, intentando compartimentar las partes de mi vida. La parte de
mí que tiene que lidiar con mi pasado y la versión que intenta labrarse un
futuro.
—Tengo que irme.
—Esta es la última vez, Silas —dice Alistair, con convicción en su voz—. Esta
es la última vez que vuelvo a ese maldito lugar. Aunque me mate.
Lo dice en serio. Cada palabra. Si no resolvemos esto y hacemos borrón y
cuenta nueva esta vez, morirá antes que este lugar lo retenga aquí. Estoy casi
celoso que tenga la capacidad de irse, que pueda ser quien quiera en Seattle,
un nuevo Alistair que nadie conoce.
No hay rumores ni susurros. Sólo él existiendo.
Nunca he sabido lo que se siente. Existir sin que nadie tenga una idea
preconcebida de quién soy.
Asiento con la cabeza, aunque él no pueda verlo.
—Entendido.
Cuando la línea se corta, le digo a quienquiera que esté al otro lado de la
puerta que pase, rezando en silencio para que no sea el puto Ted de finanzas.
Ese tipo me da urticaria.
Mis oraciones deben de estar calando en alguien, porque mi padre abre la
puerta, con su traje a medida y la cabeza increíblemente alta. De esta manera,
es difícil imaginarlo tambaleándose, y menos aun sometiéndose a algo tan
debilitante como la quimioterapia.
Sus pasos son mesurados cuando cruza la habitación, con los zapatos de
vestir haciendo clic en el suelo, y de repente deseo poder saltar por una de
las ventanas de cristal que van del suelo al techo que hay detrás de mí.
Scott Hawthorne luce su infame cara de piedra, la que solía poner a Caleb y
Levi cuando se saltaban las clases o rompían uno de los jarrones de mamá.
Nunca había recibido una hasta este momento.
—Hijo, tenemos que hablar.
No me digas.
Me inclino hacia atrás mientras él se acomoda en la silla de cuero frente a mi
escritorio, con varios papeles esparcidos por la superficie que lo sorprendo
ojeando antes que levante la vista hacia mí.
Una tos le sale de los pulmones y se toma un momento para taparse la boca
con la mano.
—¿Tengo que llamar a alguien? —pregunto, con la mano buscando mi
teléfono.
—No —Me hace un gesto con la mano para que lo deje, con las cejas juntas
mientras recupera el aliento—. Estoy bien.
Le doy un segundo para que recupere su férrea compostura, me reclino en la
silla y cruzo los brazos frente al pecho.
—Tu madre y yo no pensamos que esto fuera a ser un problema, ya que se
suponía que no ibas a tomar las riendas tan rápido —Se limpia la boca con
los dedos pulgar e índice y suelta un suspiro—. Pero, por desgracia, la junta
no está dispuesta a ceder.
—¿Sobre?
La votación para que yo asuma el cargo no está prevista hasta dentro de
meses, y ya me he asegurado la mayoría. No hay nadie más que pueda ocupar
este puesto: soy el mayor de los Hawthorne, y la junta nunca se ha desviado
de esa tradición.
Otra oleada de culpabilidad me golpea. ¿He hecho algo mal? Puede que no
ame este trabajo, pero me gusta lo suficiente como para luchar por él. Por el
bien de mi padre, al menos.
—Para asumir el cargo de CEO de Hawthorne Technology, tienes que estar
casado.
Desde mi diagnóstico incorrecto de esquizofrenia, había aprendido
rápidamente a educar mis expresiones faciales, manteniendo todo lo que
siento o experimento bajo la superficie de un rostro monótono.
Siempre ha sido más fácil así, guardándome la verdad, guardándome lo que
siento dentro. Pero ahora mismo, estoy seguro que el shock que estoy
experimentando se nota en mis facciones.
¿Casado?
—¿En qué jodido año estamos? —Me pregunto a mí mismo.
Siempre he sabido lo estrictos que son los directivos que residen en la
empresa, lo disciplinados que han sido en el pasado, pero ¿esto?
—Lo sé, es arcaico —Se lleva la palma de la mano a la frente—. Pero tu
tatarabuelo puso la estipulación y nunca se han apartado de ella. He
intentado razonar con ellos, dadas las circunstancias, pero no cambian de
opinión.
En realidad, quiero reírme de la broma de mal gusto que el universo ha
decidido gastarme. Parece que soy el remate interminable. Doy y doy, pero
todo lo que quiere hacer es tomar.
Le di mi voz a cambio de silencio. Le di mi paz a cambio de aceptación. ¿Y
ahora? ¿Lo único que nunca jamás quise volver a hacer y me obliga?
Vete a la mierda.
—Silas —Mi padre dice mi nombre con una profunda tristeza en su voz, y
enfoco mis ojos en los suyos—. Esto no es lo que quería para ti. Nunca. Pensé
que tendrías mucho tiempo, que yo tendría más tiempo. Esto era...
—Lo sé —le digo, porque lo sé.
Lo único que mis padres han querido para mí es felicidad. Eso es todo lo que
siempre pidieron a cualquiera de sus hijos.
Me presiono con los dedos las cuencas de los ojos, deseando que desaparezca
este dolor de cabeza y pensando en todas las técnicas que Jennifer me enseñó
en terapia cuando se trata de manejar el estrés.
¿Pero este estrés? ¿Todo? Parece demasiado para cualquiera.
—Ya me las apañaré —digo entumecido, sin saber cómo me las apañaré, pero
sabiendo que lo haré—. ¿Cuánto tiempo tengo?
Si pudiera tener el tiempo suficiente para destruir ese vídeo, podría
preocuparme de encontrar una esposa más tarde. Una que esté de acuerdo
con vivir en casas separadas y firmar un acuerdo prenupcial. La gente tiene
matrimonios arreglados de ricos todo el tiempo; no es tabú. Tendré que pasar
por el proceso de encontrar a alguien.
—Esa es la cosa. No quiero que lo hagas.
Levanto la cabeza y enarco una ceja.
—Estamos discutiendo la venta de Hawthorne Tech. Hay muchos
inversores...
—No —suelto, con más rabia en la voz de la que me gustaría usar con mi
padre—. Trabajaste para esta empresa. Nuestra familia trabajó para ella, y
no se arruinará por mi culpa.
No puedo...
No permitiré que nada más se destruya por mi culpa. Esto no puede
desmoronarse. No lo permitiré.
Se me acelera el ritmo cardíaco, una presión abrumadora me golpea el cráneo
como un mazo. Mi padre va a morir... ¿tengo tiempo para prepararme? Un
cibervillano amenaza la libertad de mis amigos y ahora tengo que casarme.
Siento que mi mente empieza a arrastrarse hacia un lugar oscuro,
arrastrándose con los brazos rotos hacia un pozo del que apenas pude salir
la primera vez. El océano ruge en mis oídos y la habitación parece inclinarse.
Estoy perdiendo el control, puedo sentir cómo se me escapa entre los dedos
apretados. Si no puedo controlar mi vida, ¿cómo puedo mantener el control
de mi mente?
—Mereces casarte por amor, Silas —dice con suave desenfado—. Por felicidad
y por alegría. No por capricho, no de forma forzada. Quiero que conozcas la
felicidad de la familia.
—Papá —me ahogo, luchando por respirar.
Se está muriendo, renunciando a su empresa por mi culpa.
Mis amigos tienen problemas por mi culpa.
Rosemary murió por mi culpa.
Todo es culpa mía. Todo.
—Esto no se discute, Silas. Ya he hecho un plan para presentar a la junta.
Tu madre ya ha aceptado...
La estática zumba en mi cerebro mientras caigo hacia la oscuridad, arañando
y agarrándome a cualquier cosa a la que aferrarme para que el mal que llevo
dentro no me trague entero.
Estoy seguro que por fuera parezco sereno y tranquilo. Él no puede ver lo que
está pasando en mi mente, nadie puede. Estoy buscando una manera de
salvar esto.
Tu culpa. Todo esto es culpa tuya.
Me arde el pecho, las palabras que quiero decir están ahí en mi lengua, listas
para suplicar y disculparme. Para gritarle al mundo que lo intenté, que no es
culpa mía.
No...
No me culpes a mí.
Mi mano engancha una rama en mi mente, aferrándome a ella para salvar mi
vida mientras cuelgo justo sobre el charco de impotencia. Las criaturas
chasquean los dientes, hambrientas de mí.
Por capricho, sin otra opción, miento a mi padre por primera vez.
—Tengo novia.
Espejismo Silencioso

Coraline
Soy una adicta.
A llenar el vacío más que nada.
Sucede que el éxtasis y el alcohol son lo que uso para hacer esto.
Si alguien me preguntara, culparía a las drogas que me inyectaron antes de
enviarme a Stephen. Me obligaron a perseguir el subidón. Eso es más fácil
que admitir que no soy lo bastante fuerte para pasar esta vida sin los sábados
que paso borracha o drogada.
¿Sinceramente? Si alguien me preguntara, probablemente lo mandaría a la
mierda.
Aprovecho la cobertura del humo para deslizarme por la estancia de Vervain,
un popular bar de narguiles entre los lugareños de West Trinity Falls y una
escapada ilusoria para los forasteros.
Afrutado. Picante. Terroso. Embriagador.
Las diferentes flores y hierbas arden en humo aromático, dándole a todo un
filtro nebuloso. Siento un cosquilleo en la piel cuando mi droga favorita
empieza a hacer efecto. Como si un relámpago estuviera a lo lejos,
acercándose a mi posición, listo para golpearme en cualquier momento.
Cuando llego al fondo, hay una puerta de salida iluminada con un neón rojo.
Un portero de pie, vestido de negro, se eleva sobre los clientes del bar con una
mirada severa.
Abro el bolso, agarro un viejo envoltorio de chicle arrugado y se lo doy al
hombre amenazador que tengo delante. Lo sujeta entre dos dedos y baja la
mirada brevemente para leer las palabras garabateadas en el interior del
papel de aluminio.
Espejismo silencioso.
La contraseña es correcta. Mi vestido es lo suficientemente corto. Y la suerte
está de mi lado esta noche, o quizá sea el maquillaje ahumado plateado y el
pintalabios morado intenso. Posiblemente una combinación de todos ellos.
En cualquier caso, asiente con la cabeza hacia la salida, y yo me deslizo a su
lado para presionar con la mano para abrirla.
Cuando la puerta falsa se abre, la niebla ficticia se filtra por mis tobillos. Me
adentro a hurtadillas en las fosas de Vervain y me encuentro en un refugio
tóxico reservado a dos sábados de cada mes.
El club nocturno inspirado en los bares clandestinos está vivo.
Brillante. Zumbando. Ardiendo.
Es una combinación del caleidoscopio de colores del interior y el éxtasis.
Estoy flotando mientras me abro paso, la mente me da vueltas mientras
admiro los tubos de neón que trazan intrincados dibujos por las paredes, el
techo y el suelo.
La música retumba en mis venas. Nunca ha sonado mejor que en este
momento. Me desinhibo y solo pienso en encontrar el nirvana.
En la oscuridad de la noche, busco felicidad artificial para llenar el vacío de
mis días vacíos.
Me dirijo a la barra translúcida en el corazón del club, iluminada desde dentro
para crear el efecto visual perfecto para alguien que está alucinando. Cuando
llego al borde, mis manos encuentran el frío material del mostrador, dejando
que refresque mi cuerpo caliente.
Miro a la gente que circula por el bar desde todas las direcciones, la
complexión redonda da a los camareros un recorrido de 360º alrededor de las
botellas de alcohol y los vasos. Vislumbro un cabello morado, lo que me hace
levantar el brazo para llamar la atención de Tinx.
La excéntrica camarera, con la cabeza medio afeitada, me lanza una mirada
cómplice, enganchando los dedos alrededor de una botella de Casamigos
Blanco y abriéndose paso entre los clientes antes de llegar a mí y ponerme
delante un vaso de chupito vacío.
—Te eché de menos el sábado pasado, nena —Su aro plateado en los labios
capta la luz mientras habla y vierte el líquido transparente en el vaso que
tengo delante. Había estado tan celosa de ella la primera noche que la conocí.
Cómo podía vestirse libremente por fuera como una segunda piel, sin drogas,
sin repercusiones. Podía simplemente ser.
—Te perdiste mi dinero —Le guiño un ojo, inclinándome para recoger un
salero de la bandeja y entregándole mi cartera para que la esconda tras la
barra durante la noche.
—Esas propinas que dejas pagan la mitad de mi alquiler, zorra —Se encoge
de hombros—. No puedes culparme por adularte.
Me río de forma odiosa, sabiendo que el único momento en que se me permite
oír ese sonido extraño es debido a las drogas. Triste vida, ¿verdad? Incapaz
de reír a menos que me esté ahogando en sustancias químicas.
La mitad de su alquiler ni siquiera es un gasto perceptible en mis registros
contables. La mayoría de la gente de aquí trabaja toda su vida por una cuarta
parte de mi riqueza, ¿y yo simplemente nací con ella? No me parece justo,
porque no es que me lo merezca más que Tinx.
Todo se debe a que nacimos en dos caras distintas de la moneda.
Yo en Ponderosa Springs y ella aquí.
Un lugar donde las normas son más bien una sugerencia y la autoridad se
recibe siempre con desprecio. Los ciudadanos son muy distintos de los que
viven a veinte minutos de aquí. Aquí, adoptan una actitud sin complejos, con
pasión por rebelarse contra los ricos.
West Trinity Falls no finge. Su propia esencia es un testimonio del deseo
humano de libertad y de buscarse la vida a su manera. Incluso si eso significa
bailar al borde de la legalidad y desafiar el statu quo.
Por eso los chicos de Springs están tan desesperados por cruzar la línea de la
ciudad. ¿Aquí? Donde el agua salada de la costa se mezcla con el olor de las
hogueras y la noche te electriza las venas, podemos ser lo que nos dé la puta
gana.
Es la razón por la que estoy aquí ahora, para ser lo que quiera. Para escapar
de las pesadillas y los sueños.
—Tráeme una lima y la pagaré los próximos tres meses —digo con ligereza,
pasándome la lengua por el dorso de la mano antes de verter una línea de sal
sobre ella.
Le daría más si me lo pidiera, pero no lo hará. Probablemente se lo daría todo,
contenta de pudrirme bajo un puente el resto de mi vida.
—¡Oye! ¡Necesito otra cerveza!
Cuando el diablo no puede llegar a ti, envía a un borracho con derecho.
Un tipo se abre paso a empujones hasta el frente del bar, chocando conmigo
mientras golpea su botella vacía contra el mostrador.
—Tienes que cerrar la puta boca —Giro la cabeza para agitarle las
pestañas—. Pero no todos podemos conseguir lo que queremos, ¿verdad?
Tinx no se molesta en contener la risa mientras busca la cerveza del idiota,
empujándola delante de él para que la agarre y pueda volver con su grupo de
amigos escondidos en la esquina que miran fijamente a mujeres a las que en
realidad nunca tendrán las bolas de hablar.
—Zorra —murmura en mi dirección, con sorna, mientras me mira de arriba
abajo.
—¡Gracias a Dios! —Me pongo una mano en el pecho, haciendo un pequeño
mohín—. Por un momento me preocupé que te gustara.
Estoy segura que está confundido mientras se marcha, preguntándose si su
insulto exagerado le ha dado ventaja o no, pero mientras mi lengua limpia la
sal del dorso de mi mano, no me importa.
—Tienes un corazón de oro bajo ese exterior de zorra, Whittaker.
—No —Niego con la cabeza, apretando el vaso de chupito contra mis labios e
inclinando la cabeza hacia atrás, dejando que el tequila queme cada gramo
de responsabilidad en mi garganta—. Todo es un complot para engañar, para
que el karma deje de joderme.
Extiendo la mano, arranco la lima de sus dedos y muerdo la pulpa de la fruta,
dejando que el cítrico avive el fuego de mi garganta.
No soy una buena persona.
Soy mala, enfadada y rencorosa, llena de traumas ignorados y preguntas que
nunca tendrán respuesta. La única persona que me importa es Lilac.
No estoy bien. Estoy jodida y no tengo arreglo.
Pero eso no importa esta noche. La esperanza es que con cada canción que
ponga el DJ, con cada chupito de tequila que me tome, me iré a casa
entumecida y, durante unas horas, dormiré. No sentiré absolutamente nada,
acurrucándome más bajo la manta de alcohol y éxtasis.
Todo para escapar del hecho de que mi mente era tan débil que me permitió
enamorarme de mi captor. Todo para evitar ese estúpido mensaje de texto de
mierda que probablemente era una broma tonta.
Todo para negar lo vacía que sigo estando.
Otro trago más y ya estoy lista para moverme a la pista de baile para que,
cuando el efecto completo de este caramelo ilegal llegue en el momento
perfecto, pueda sentir el zumbido lamiendo la orilla, justo ahí, listo para
ahogarme de felicidad.
—¿Coraline?
Me erizo, mis hombros se tensan, la columna se endurece.
El anonimato que me proporciona West Trinity Falls es lo que más ansío. Sólo
unas pocas veces alguien se ha fijado en mí aquí. Sólo tres veces he tenido
que deslizarme en la versión de mí misma que odio en el único lugar en el que
encuentro libertad total.
Un sabor amargo arruina el chicle de sandía en mi lengua.
Cuando giro la cabeza, veo un par de grandes y curiosos ojos verdes clavados
en los míos. Rayos de luz nos atraviesan la cara mientras la contemplo, las
ondas de rizos negros, un bonito vestido rojo pintando su menuda figura.
Se parece a todos y a nadie. Rasgos distintos, pequeños, que hacen difícil
creer que no la reconocería, pero lo suficientemente disimulados como para
confundirla con otra persona.
—¿Te conozco? —pregunto con sinceridad, con tono acusador, mi guardia
tratando de volver a cerrarse de golpe, pero lenta a causa de las drogas.
Una pequeña sonrisa curva sus labios mientras asiente.
—Lyra Abbott. Fuimos juntas al instituto, a la escuela secundaria y a la
primaria.
Mis cejas se crispan, se juntan. Intentar encontrarla en mi memoria está
resultando difícil, tal vez por la situación, tal vez porque simplemente no
puedo recordar. Todo lo anterior al secuestro está borroso.
—Está bien si no me recuerdas. Apenas sabíamos la una de la otra, por no
hablar de hablar. Pero sólo quería venir y...
—Si has venido a pedirme perdón o a preguntarme qué ha pasado —suelto,
con una profunda exhalación que me hace enchansar las fosas nasales—, ya
puedes irte. Yo no hablo de eso. Siento decepcionarte.
Mis manos empujan mi cuerpo desde la barra, dispuesta a desaparecer entre
la multitud. A su favor, su rostro permanece tranquilo, sin que le afecte mi
tono y mi clara acusación. Casi como si, diga lo que diga, ella seguiría siendo
amable.
—He venido a invitarte a una copa —señala detrás de ella—. Bueno,
queríamos invitarte a una copa.
Dos personas más se sitúan detrás de ella, lo suficientemente atrás como
para que no me haya fijado en ellas al principio.
Sage Donahue no ha hecho más que aumentar su belleza con el paso de los
años. Es una lección rápida de por qué todo el mundo estaba tan enamorado
de ella en el instituto.
La novia de Ponderosa Springs, con sus ondas rubias fresas naturales, su
piel pálida y pecosa y sus característicos labios rojos. Pero ahora hay algo
más en ella. Edad, madurez, suavidad, espera...
Me paso la lengua por el labio inferior.
—¿Por qué?
Es al darme cuenta de Sage cuando las piezas de un puzzle encajan.
Lyra se encoge de hombros despreocupadamente, dando un sorbo a su cóctel
anaranjado del que tengo ganas de beber un trago.
—Nadie necesita verse tan solo en un club.
—No estoy sola —intento decir a la defensiva, pero creo que suena más a
derrota—. Además, ¿no debería invitarles tres copas? Quiero decir, sus novios
son la razón por la que estoy aquí, ¿no? Es lo menos que puedo hacer.
—Esposo —Una voz nueva me hace cosquillas en los oídos—. Y no nos debes
nada. Sólo está siendo amable.
Mi mirada se dirige a su mano, que rodea un vaso. En su dedo anular hay un
tatuaje de una línea negra.
Echo mi primera mirada física a Briar Lowell, colocándose un poco más cerca
de Lyra, que es varios centímetros más baja que ella. Unos ojos afilados que
dudo que se pierdan mucho me observan. Está en guardia, lista para proteger
a su amiga si hago otro comentario sarcástico.
Si fuera una mujer de apuestas, diría que esa voluntad de defender a la gente
que la rodea es una de las razones por las que uno de los hombres más
violentos y notorios de Ponderosa Springs la eligió.
No los reconocí de inmediato ni los conocía realmente, pero ellos sí que me
conocen a mí. Los Hollow Boys desempeñaron un papel muy importante en
el descubrimiento del Halo. Sin ellos, quién sabe qué habría sido de cientos
de chicas desaparecidas.
—Escucha —Se me hace un nudo en la garganta al intentar tragar, necesito
otro trago—. No soy la chica con la que tienes que ser amable. Soy una mierda
de persona, incluso peor amiga. Podrías hacerlo mucho mejor.
—Bienvenida al puto club, chica. Pero Lyra aquí es buena recogiendo
extraviados —Sage pone sus manos sobre los hombros de Lyra, apretando
juguetonamente antes de mirarme—. Oh, ¿y la mierda de chica mala? No
funciona con ella. Así que mejor deja de luchar contra tu viaje de éxtasis y di
que sí. Créeme, es mucho más fácil así.
La Sage del instituto probablemente nunca me habría echado un segundo
vistazo. ¿Esta versión? No estoy familiarizada.
Mis dientes rozan mi labio inferior.
Joder. Gimo en el fondo de mi garganta.
Es increíble. Es la mejor droga, ¿pero cuando hace efecto? No toma
prisioneros. No la llamaron placentera por nada. Cuando se hace cargo, no
hay nada más que belleza, incluso en un mundo feo de mierda.
La esperanza bulle en mis entrañas. La euforia me recorre las venas y el calor
me llega hasta los dedos de los pies. Por mi vida, no puedo encontrar una
razón para no decirles que sí. Quiero lanzarme en caída libre a los brazos del
mundo por el que merezco ser amada.
—¿Un chupito? —Arqueo una ceja.
—¿Alguna vez es sólo uno? —Sage sonríe—. ¿Qué bebes?
Me cepillo el cabello planchado detrás de la espalda, tomándome mi tiempo
para sentir los mechones bajo mis dedos.
—¿Existe algo más que el tequila?
Briar, por primera vez desde que acerco, esboza una sonrisa.
—Gracias a Dios —respira, saludando suavemente a Tinx—. Estoy cansada
de emborracharme con vodka con estas zorras.

Sage había tenido razón. Un chupito nunca es sólo uno.


Con todos los efectos del Molly fluyendo por mis venas y el alcohol filtrándose
por mi organismo, todo está a todo color. El club es un caleidoscopio que me
ciega los ojos con una neblina de felicidad.
Nada malo puede tocarme aquí.
Las luces de neón palpitan bajo la pista de baile translúcida que hay bajo mis
pies al ritmo de la música. El DJ mezcla una canción con otra,
entrelazándolas a la perfección. Una nueva canción suena por los altavoces y
la pelirroja a mi derecha chilla por encima del ruido circundante.
Sus manos delgadas y cálidas me agarran por los hombros y me sacuden de
un lado a otro. El brillo del sudor y la luz sobre su piel me hace sonreír incluso
antes de que hable.
—¡Me encanta esta jodida canción!
Mi cabeza se inclina hacia atrás por la risa. Sólo soy una pequeña parte de
un mundo enorme en esta multitud. Cuerpos por todas partes, manos que se
mueven, caderas que se contonean. El corazón me palpita en el pecho, la
cabeza me da vueltas.
Observo el pequeño círculo de chicas que me rodea mientras Sage suelta mi
cuerpo. Las manos de Lyra y Briar están entrelazadas, agarradas la una a la
otra mientras bailan sincronizadas. Tienen las espaldas juntas y sus cabellos
son un remolino de mechones rubios y negros.
La pequeña charla que habíamos compartido antes se había reducido aun
más a pedidos de bebidas y gritos sobre canciones favoritas. ¿Quizá habíamos
hablado? ¿Tal vez no? Sólo sabía que nunca me había sentido tan feliz
rodeada de un grupo de gente que no buscaba información sobre lo que me
había pasado. Nada de sanguijuelas chupasangres en busca de una
exclusiva, acercándose a mí sólo para ganar sus treinta minutos de fama.
Todas estamos aquí para divertirnos.
Ellas porque aparentemente acababan de reunirse, según Sage y yo, para
escapar. Nos habíamos juntado en una perfecta colisión silenciosa.
La armonía de estilo EDM parece animarse físicamente. Los remolinos de luz
que salen de los altavoces se deslizan hacia mí con un propósito, los
tentáculos crepitantes de la música se enroscan alrededor de mi cintura,
instando a mi cuerpo a bailar.
¿Qué pensaría la élite de Ponderosa Springs si pudiera verme ahora mismo?
Mis brazos se elevan por encima de mi cabeza, se doblan ligeramente, y mis
ojos se cierran mientras me balanceo, el ritmo contagioso me cautiva.
Empieza poco a poco, sonidos ambientales que crean tensión en la
habitación. El ritmo asciende, subiendo lentamente, haciéndote sentir cada
tick hasta la cima de la montaña rusa.
Al llegar a la cima, todo se queda en silencio y, cuando abro los ojos justo
cuando vuelve la repentina oleada de música, la discoteca se mueve a cámara
lenta. Las chicas que me rodean empiezan a saltar ligeramente al ritmo,
uniéndose al resto de cuerpos mientras saltamos.
Sonrisas cegadoras, cabello alborotado, el persistente olor a hierba.
Es euforia.
Pura indulgencia humana.
Pero nada bueno puede durar, no realmente.
No hay suficientes drogas y alcohol en el mundo para negar este hecho.
En mi visión periférica, lo veo.
Sage ha dejado de saltar, con el brazo derecho levantado por encima de la
cabeza mientras mueve lentamente las caderas hacia delante y hacia atrás.
La bebida que tiene en la mano se agita en el vaso, se derrama por el borde y
cae al suelo.
Esto no me habría llamado la atención si no fuera porque el tipo se desliza
detrás de ella sin ser detectado. Tardo en reaccionar cuando levanta el brazo,
deja caer algo en el contenido de su bebida e intenta pasar como si nada.
De repente, no estoy en Vervain, ahogándome en la dicha.
Tengo dieciocho años, vuelvo a casa de una fiesta universitaria y no recuerdo
haber bebido tanto como para tropezarme. Siento que mi cuerpo no es mío,
que reacciona con una rabia sin explotar de la que no sabía que vivía dentro
de mí.
—¡Eh, imbécil! —Grito, mis uñas oscuras se clavan en la tela de su camisa
con saña, tirándole hacia atrás por el hombro—. ¿Vas por ahí adulterando
tragos a las chicas, pedazo de mierda?
El ambiente del club cambia de un momento a otro, la energía hostil y la
tensión son tan densas que apenas puedo respirar.
—¿Qué?
Quizá lo dijo Briar o Lyra. No puedo oírlo bien por encima de la música que
retumba alrededor.
El tipo se da la vuelta, con el cabello rubio grasiento balanceándose delante
de su cara, la ira frunciendo sus cejas mientras arranca su hombro de mi
agarre de un tirón.
—¿De qué demonios estás hablando? —gruñe.
Mis dientes muerden la carne de mi lengua lo suficiente como para hacer
brotar sangre mientras me inclino para agarrar la bebida de Sage de su mano.
Allí, flotando en lo alto de su bebida, hay una pastilla sin disolver. Me tiembla
la mano al arrojarle a la cara del tipo el líquido del interior del vaso. El alcohol
gotea por la parte delantera de su boca.
—¡Qué mierda! —Se pasa la mano por la cara, limpiándosela con malicia—.
Jodiste a la persona equivocada, maldita perra estúpida...
Nunca antes había sido tan agresiva, nunca había sido el tipo de chica que
se lanza primero y pregunta después. Pero esta noche es aparentemente la
noche de las primeras veces.
Le golpeo la nariz con el puño, sin apenas sentir el retroceso de mi brazo. La
sangre brota de su nariz, goteando como una cascada sobre el suelo
despejado que hay bajo nosotros. La gente de alrededor se percata de la
animosidad, provocando el estallido del caos.
Gritos. Empujones. Gente intentando escapar antes que llegue la seguridad.
Lo veo todo borroso. Mi pecho se agita, mi mente empieza a dar vueltas y
emociones que no tienen nada que hacer aquí bullen en mi interior. Echo el
brazo hacia atrás, listo para golpear de nuevo a este tipo, que se está tapando
la nariz, tratando de retroceder ante mí.
Sólo quiero verlo desangrarse. Ahogarse y morir aquí mismo en este suelo.
Justo cuando vuelvo a balancearme, un brazo singular se enrosca alrededor
de mi cintura. La fuerza hace retroceder mi cuerpo hasta un pecho
brutalmente sólido. Me retuerzo en su agarre, pataleando, pero sin moverme.
Jesús, joder, este guardia de seguridad es grande.
Mis uñas se clavan en el antebrazo sellado alrededor de mi torso, arañando
su piel, pero no soy más que un gatito atacando a Godzilla. Apenas se inmuta
por mi débil estilo de lucha. Simplemente consigue alejarnos de la multitud
frente a mí.
—¡Las chicas! No puedo dejarlas, así como así —grito, moviendo
frenéticamente los ojos para encontrar a las personas que acababa de conocer
pero que no quiero abandonar a su suerte.
Pero cuando las vislumbro, hay tres cuerpos más grandes que las cubren,
alejándolas del tumulto. El malestar, la adrenalina y el alcohol me revuelven
el estómago, formando una mezcla violenta.
Estoy a punto de vomitar, a punto de decírselo mientras desaparecemos del
abarrotado club hacia un pasillo apartado y poco iluminado. ¿Adónde vamos?
¿Adónde me lleva?
No, no, no. Otra vez no. Esto no puede volver a pasar. Por favor.
Mis pies golpean el suelo, el eco silencioso de la música en la distancia en la
parte de atrás de mi mente, mientras mi espalda se encuentra con la pared,
la piel expuesta me hormiguea cuando choca con la superficie.
Unas manos musculosas me enjaulan. Siento el peso de las cadenas que me
amarran a noches frías y solitarias. Mi estómago ruge por comida que nunca
probaré. Estoy desesperada por aire fresco que no sepa a moho en mi lengua.
La lucha que antes había en mí ya no existe. He permitido que el miedo me
trague entera y me deje helada. Mis manos tiemblan incontrolablemente, mis
pensamientos son un revoltijo, un caótico torbellino de preocupaciones
pasadas y presentes. La abrumadora sensación de que algo terrible está a
punto de suceder no abandona mi estómago.
La mente es un lugar peligroso, y la mía ha sido tomada por una tormenta,
en espiral, ahogándome mientras busco desesperadamente un ancla en
medio del viento embravecido.
—Por favor —le ruego.
Dios, me odio. La súplica medio ahogada me amarga la garganta y me siento
patética por pronunciarla en voz alta. Sacudo la cabeza de un lado a otro y
mi cuerpo se desploma contra la pared.
No puedo volver al sótano.
No puedo ser una víctima, no otra vez.
No puedo.
Me ahogo en recuerdos de traumas que odio. Me dijo que volvería por mí, y
tardé un rato en darme cuenta que no se refería solo físicamente. Mis
respiraciones son superficiales, pequeños jadeos como si mis pulmones
tuvieran miedo de tomar demasiado aire.
Stephen Sinclair nunca me dejaría en paz.
Lo olería en el aire. Sentiría su presencia detrás de mi hombro a cada paso
que diera. Oiría su voz en mis sueños. Estoy decidida a que sólo la agridulce
misericordia de las manos de la muerte me libraría de él.
Me estoy desmoronando para que todos lo vean, y no puedo detenerlo.
El tiempo se me escapa de las manos. Los segundos se alargan hasta la
eternidad, pero todo avanza a toda velocidad. Soy hiperconsciente de cada
sensación, cada sonido, cada movimiento a mi alrededor. Es como si mis
sentidos estuvieran a mil por hora y cada estímulo me bombardeara sin
descanso, haciéndome sentir como si estuviera a punto de desmoronarme.
Mi pecho se contrae aún más, mi cuerpo tiembla, mis músculos se tensan
como si estuviera lista para huir de una amenaza invisible. La habitación
parece cerrarse sobre mí, las paredes me aprietan cada vez más.
Necesito escapar, encontrar un lugar seguro, aunque creo que nunca he
sabido lo que es la seguridad.
—En 1815, Adolf Anderssen sacrificó las dos torres y la dama para dar jaque
mate a Lionel Kieseritzky.
Se me erizan pequeños vellos detrás de la nuca, los escalofríos se dispersan
y se extienden por mis brazos desnudos. Apenas oigo las palabras, mi cerebro
no comprende las frases.
Sólo la voz.
Suave y tranquila como el cielo nocturno.
Silas Hawthorne.
—La jugada final, 23.Qh6#, le dio el nombre de la Partida Inmortal.
Unas manos cálidas, mucho más grandes que las mías, me acarician la
cabeza. Las yemas de sus dedos me masajean la parte posterior del cuero
cabelludo con las palabras pronunciadas; mechones de mi cabello se enredan
en los huecos de sus dedos mientras su voz me arrastra hacia tierra firme.
Mis cejas se crispan mientras abro los ojos. Lágrimas resbalan por mis
mejillas, una mezcla de frustración, confusión y miedo. El pasillo está oscuro,
casi vacío, y lo único que puedo distinguir es la forma de su cuerpo.
—Bobby Fischer, la partida del siglo, ocurrió durante la Guerra Fría. Durante
años se habló de esta partida de ajedrez como símbolo de la guerra política.
Fischer ganó, convirtiéndose en el primer estadounidense en ganar el
Campeonato Mundial de Ajedrez.
La intensidad empieza a disminuir mientras él sigue divagando. La opresión
de mi pecho se va disipando y mi respiración, aunque agitada, se estabiliza.
Está hablando de lo que creo que es historia del ajedrez. Un tema tan aleatorio
y fuera de lugar, pero no es el contexto lo que ha distraído mi cerebro.
Es su voz.
La misma que me murmuró al oído a través del altavoz de un teléfono y evitó
que saltara al vacío. Es una mezcla de oscuridad y calidez, un rumor bajo que
surge de lo más profundo de su pecho. Una sola vela parpadeando en un
abismo de nada.
—Shāh māt, el rey está indefenso o el rey está derrotado, se traduce como…
—Jaque mate —Me ahogo con la palabra.
El éxtasis sigue bombeando por mi organismo, el alcohol y el choque de
adrenalina. Me siento agotada. Como si la tormenta en mi interior estuviera
disminuyendo, pero yo siguiera bajo la lluvia torrencial.
Me sostiene la cabeza con las manos, me rodea la base del cuello con los
dedos y me tira hacia delante. Mi frente cae sobre su pecho, mi nariz aspira
el olor a tabaco y colonia pegado a su camisa, atrayéndome más cerca.
Mi cuerpo busca el suyo, buscando... no sé. ¿Comodidad? ¿Calma?
El mundo sigue borroso, y lo único que sé es que él es lo único que impide
que me caiga al suelo.
—Coraline —susurra mi nombre como un secreto—. Respira para mí, Hex.
Respira.
Dejo que mi peso caiga sobre él, insegura de si será capaz de soportarlo, pero
sabiendo de algún modo que lo hará. Respiro entrecortadamente mientras
inhalo lentamente por la nariz.
—No me juzgues, Silas —Aprieto los ojos con fuerza, sintiendo cómo las
lágrimas se filtran por mi rostro—. No...
No se lo digas a nadie. No recuerdes esto. No pienses que soy débil.
Esto es mortificante.
La forma en que mi vulnerabilidad se ha filtrado de mí como venas abiertas,
y no había nada que pudiera haber hecho para detenerlo. No importa que sólo
una persona lo haya visto. Una persona es suficiente.
Sólo hace falta que una persona sepa lo débil que eres por dentro, sólo una,
para destruirte. No puedo dejar que eso pase, no cuando estoy tan cerca de
salir de aquí.
—¿Cómo puedo juzgar la forma en que eliges matar tu tristeza?
Hay una parte de mí que quiere apartarlo, huir y fingir que esto nunca ha
pasado. Pero una parte más pequeña está tan cansada, y sus brazos son tan
innegablemente cálidos.
—¿Puedes...?
Hago una pausa, sin saber qué preguntar ni cómo hacerlo, pero sabiendo que
no quiero que se vaya. Todavía no. Necesito unos segundos más para
derrumbarme y luego me iré. Recogeré los pedazos esparcidos de mi orgullo
y fingiré que esto ha sido un sueño.
Pero necesito unos momentos más.
—Lo que sea —murmura, manteniéndose firme, sin hacer un solo movimiento
para alejarse de mí. Me echa la cabeza hacia atrás y me obliga a mirarlo a la
cara. Uno de sus pulgares me quita una lágrima del rostro.
Es la primera vez que veo a Silas esta noche. La poca luz que hay en este
pequeño pasillo hace que su cara brille.
Por un momento, somos dos extraños en una habitación vacía, conectados
sólo por nuestros ojos. Nuestros pasados no se solapan y somos totalmente
desconocidos el uno para el otro. Es sólo un segundo en el que me permito
imaginar un mundo en el que puedo sentirme atraída por él sin
repercusiones.
Sus ojos son oscuros, como tierra empapada, y tan jodidamente vacíos,
suplicando que la vida los llene, anhelando una chispa. Sigo sus rasgos desde
la frente recta y distinguida hasta la inclinación de su fuerte nariz.
Las pecas, algo tan suave e inocente, espolvorean los planos de sus mejillas
castaño claro, y sus labios son tan atractivos que siento un repentino y
abrumador deseo de verlo sonreír. Solo hay que ver cómo su boca se inclina
hacia arriba y muestra lo que sé que son unos dientes de un blanco cegador.
Me entran ganas de tocarlo, pero me niego.
Nunca quise esto, conocerlo más allá de su reputación. Que me conociera,
que me viera. No quería que fuéramos dos extraños en una habitación vacía,
porque sé quién soy y lo que le haría a él y a cualquier hombre que se me
acercara demasiado.
Soy la rueca en la que los chicos se pinchan los dedos. Los dejo comatosos
sólo con el recuerdo de mi tacto.
No soy la princesa. Soy la manzana podrida.
Un veneno hecho para demoler los felices para siempre.
No soy buena para él, para nadie.
—Suéltame.
El Regreso del Hombre del Saco

Coraline
—¿Señorita Whittaker?
Me inclino sobre mi taburete y echo un vistazo al lienzo que tengo delante.
Soy demasiado joven para que me llamen por otro nombre que no sea mi
nombre de pila. Pero tiene un poco más de sentido cuando veo quién está ahí
de pie.
—Hola, Faye. Coraline está bien. En realidad, no soy tu profesora —le digo
con dulzura, más suave con ella de lo que soy con la mayoría. Quizá porque
me recuerda a Lilac—. ¿Puedo ayudarte en algo?
—Sí, lo siento. Tienes razón, culpa mía —Se sonroja y se coloca un mechón
de cabello rosa suelto detrás de la oreja—. Me preguntaba... quiero decir, está
bien si no... no quiero ser un problema ni nada. Sólo estaba pensando, si
pudiera...
—¿Qué necesitas? —La corté en seco, sabiendo que tiene fama de divagar.
Sé que se debe a su juventud y a lo que ha pasado, pero este mundo no será
fácil para ella, aunque debería serlo. Si no aprende a exigir lo que quiere a la
vida, ésta se lo quitará hasta que no le quede nada.
Aunque se esté pudriendo por dentro, su voz tiene que seguir viva, o no tendrá
ninguna posibilidad de salir adelante.
Con una rápida inclinación de cabeza, se endereza.
—¿Podría llevarme algunas pinturas a casa? Sólo los colores primarios estaría
bien. Mi madre me ha dicho que está intentando ahorrar para comprarme
pronto las mías, pero quería ver si me podía prestar algunas hasta entonces.
Mi frío y oculto corazón se descongela lo suficiente como para permitirme
sentir que me duele por ella. Su madre soltera ya está gastando dinero en
llevarla desde West Trinity Falls, y con otros cuatro niños en casa y el precio
de la pintura, pasará un tiempo antes de que las consiga.
Giro en mi taburete antes de levantarme y caminar hacia la pared de
materiales que se extiende a lo largo de todo el estudio. Hay armarios,
estanterías y cubos llenos de diferentes medios y materiales.
Agarro una de las bolsas que me sobran, abro la solapa y empiezo a llenarla.
Faye aún está aprendiendo, pero es increíble con la acuarela. Así que, junto
con el acrílico, añado un paquete de acuarelas Winsor & Newton sin abrir, de
las que nunca usaré porque las odio. Mis manos sacan pinceles, planos y
redondos. Papel, un par de recipientes pequeños, tres paletas, un rollo de
cinta adhesiva, algunos lápices y un compás de dibujo.
Esto sería mejor que cualquier viaje de materiales de arte. Es pintura cara y,
si es lista, guardará estos materiales durante mucho tiempo. Cuando la bolsa
está casi llena, vuelvo a cerrarla y extiendo el brazo hacia ella.
—Toma.
Este mundo le quitó tanto. A los quince años, apenas tiene para dar. Es
injusto que, antes incluso que tuviera tiempo de convertirse en una persona,
sufriera un trauma irreversible.
Su cara redonda se ilumina, sus ojos brillan con un fino velo de lágrimas.
Juro por Dios que, si lo hace, la echaré.
Llorar no es algo que pueda soportar. Ni por mí ni por nadie. Detesto hacerlo,
y nunca sé cómo ayudar a alguien que está pasando por ello. Prefiero evitarlo
lo mejor que puedo.
Es un desperdicio de agua y no hace más que hacerte sentir peor al final.
—No, no, no puedo hacer eso —Ella levanta las palmas, negándose al
principio—. Son tuyas.
—Lo que significa que puedo hacer lo que quiera con ellas. Tómalo, Faye.
Todo lo de dentro es reemplazable. Eres buena, pero necesitas práctica.
Considera esto más para mí que para ti. Me hace quedar mal si no eres buena.
Esto la hace reír mientras solloza un poco, conteniendo las lágrimas para que
no caiga ninguna. Haré que esto sea sobre mí si eso significa que se llevará
la bolsa. Haré que me vea como la arrogante Whittakers del que provengo si
eso significa que ella puede tener esta única cosa buena.
Suavemente, y por suerte, me acepta la bolsa, metiendo la cabeza debajo de
la correa y dejándola reposar sobre su hombro.
—Gracias —Sacude un poco la cabeza—. Ni siquiera sé cómo pagarte por esto.
—Apaga la luz cuando te vayas, entonces estamos en paz. Nos vemos la
semana que viene —Levanto una ceja, saco el lienzo del caballete y lo dejo
sobre una de las mesas de madera que hay junto a la pared.
Suena música suave por los altavoces mientras limpio y me echo un trapo al
hombro. Boston, de Augustana, empieza mi lista de reproducción de
principios de los 2000.
—¿Hay algo más? —pregunto, aun sintiendo su presencia detrás de mí.
Recojo todos los pinceles y paletas olvidados de hoy y los arrojo rápidamente
al fregadero enjabonado cuando ella habla.
—Siempre nos dices que seamos directos con nuestro arte, y creo que es tu
forma de decirnos que seamos directos en la vida. Así que me pregunto por
qué nunca vas a reuniones de grupo. Creo que podrías ayudar a algunas
personas. Dejarles ver lo normal que eres, lo bien que te has adaptado.
Me erizo, la columna vertebral se me pone dura y los hombros tensos.
Normal.
Nadie es normal. Es un término social que se aplica a la gente, pero
independientemente de las experiencias de la vida, nadie es realmente
normal. Y menos yo, pero es la imagen que doy a la gente. Ni siquiera puedo
enfadarme con ella por asumirlo.
—Me adapté porque mi familia tiene dinero. Pagué para estar bien. Si
aparezco en esas reuniones con mujeres que tienen problemas de verdad, no
será más que una bofetada para ellas.
—Eso no es...
—Vete —Asiento con la cabeza hacia la puerta, mirándola por encima del
hombro en su dirección—. Saluda a tu madre de mi parte y nos vemos a las
cinco y media la semana que viene.
Dando por hecho que he terminado la conversación, oigo por fin el ruido de
sus pasos que se alejan hacia la puerta del garaje. Toda la pared frontal del
estudio se enrolla hasta el techo, dejando completamente al descubierto el
interior del espacio cuando está levantada.
Deja entrar ráfagas de aire fresco en el interior, lo que permite que la pintura
y el olor a productos químicos se vayan a otra parte, así que intento
mantenerla abierta todo lo que puedo, aunque es raro porque el tiempo en
Oregón es una mierda.
Cuando me doy la vuelta, sus pies están en la acera y mira a ambos lados
cuando digo su nombre desde mi sitio. Se da la vuelta y el viento le despeina
el cabello rosa chicle.
—Alguien me dijo que sobreviví por una razón. Era esto, enseñarte. Date la
gracia de encontrar cuál es la tuya. Cúrate en tus términos, no en los míos.
Sé que lo ha preguntado porque todas buscamos una respuesta sobre cómo
curarnos y seguir adelante, pero la verdad es que seguir adelante no es una
fórmula única. Es lo que hace que todo sea mucho más difícil, tratar de
encontrar lo que te hace querer levantarte por la mañana.
Sonríe y dice adiós con la mano.
—Gracias, Coraline.
Luego se va, cruza la calle hacia la camioneta de su madre y me deja sola en
el estudio. Faye siempre es la última en irse, sobre todo porque la dejo
quedarse hasta que su madre sale del trabajo, aunque sé que no debería.
Vincularse no nos hará bien a ninguna de los dos. Apegarme cuando sé que
me voy. Cuanto más cerca esté, más me verá como un modelo a seguir, y no
quiero eso. No soy nadie a quien admirar, no realmente.
¿Qué pasó en ese sótano? ¿Qué hizo mi mente para sobrevivir?
Es jodidamente vergonzoso y débil. Apenas rasguño la superficie de lo que
Faye o cualquiera de esas otras mujeres pasaron.
¿Para Faye? Estoy recuperada. Estoy curada.
Pero si me hubiera visto la otra noche, derrumbada en los brazos de un
hombre al que apenas conocía, huyendo en cuanto pude recuperar el aliento,
negándome incluso a darle las gracias por lo que había hecho...
Ella me vería muy diferente.
Ella vería lo que hago cuando me miro en el espejo.
Ruedo los hombros, diciéndome que olvide el recuerdo. Llevo dos años sin
cruzarme con Silas Hawthorne. Esto es algo excepcional. Puedo evitarlo una
vez más; no tendré que volver a verlo.
Me tomo mi tiempo para limpiar el gran local con un alquiler manejable que
era un almacén que reconvertí. Las paredes interiores están cubiertas de
ladrillo expuesto. Las salpicaduras de pintura adornan el suelo de hormigón.
El puñado de caballetes vacíos colocados en círculo da a cada artista espacio
suficiente para crear con intimidad.
Lo que aparece en el lienzo de alguien le pertenece, a menos que se le dé
permiso para pertenecer a otros.
Me llevó algún tiempo, pero conseguí crear lo que yo consideraba un espacio
seguro. Incluso con el tenue olor a trementina, las velas de lavanda que
mantengo encendidas lo combaten bien.
Bajo de la escalera metálica con cuidado de no derramar la jarra de riego que
llevo en la mano. Me sorprende que todos los planetas que cuelgan del techo
y están esparcidos por la habitación hayan aguantado tanto tiempo. La falsa
hiedra de las paredes necesita una nueva instalación y hay que fregar el suelo.
Al principio había comprado este lugar por razones egoístas. Necesitaba un
lugar al que pudiera huir, donde pudiera ensuciar, crear y respirar lejos de
miradas indiscretas. Donde los muros pudieran derrumbarse y yo pudiera
simplemente existir.
Es agotador tener tanto miedo a ser algo que no sea defensivo y frío.
A mis padres les encanta decir a sus amigos que esto se convertirá algún día
en mi propia galería, que apenas estoy iniciándome en el mundo del arte.
Como si fuera a compartir algo más de lo que creo con esa gente.
Les encantaría. Dejar que una estampida de imbéciles pisotee mi único
consuelo para obtener un poco más de reconocimiento. Salí de una
organización de tráfico sexual que mi padre apoyaba sin saberlo, ¿no es
suficiente atención?
El arte es íntimo. No debe compartirse antes de que el artista esté preparado
para que se vea, completamente estable en su amor por la obra antes de
abrirla a la crítica.
Mientras vuelvo a colocar la escoba en el armario de suministros, suena mi
teléfono. El corazón me falla por un segundo, solo un instante, pero cuando
meto la mano en los bolsillos del mono y veo el nombre de Lilac parpadeando
en la pantalla, suelto un suspiro.
En cuanto pulso Responder y lo apoyo contra mi oreja, su voz flota por el
altavoz.
—No sabía que era posible que alguien vistiera tanto de negro —dice—.
¿Sabías que era el día de la foto o te vestiste a propósito como el quinto miembro
de Kiss?
Me burlo, metiendo el teléfono entre la oreja y el hombro.
—Hola a ti también, dulce hermana.
—Hola, hola, responde a la pregunta.
Lilac Whittaker sacó todo lo bueno de sus padres cuando nació, y fue ganando
más a medida que crecía. Creo sinceramente que su sonrisa es lo que me
hace seguir adelante, y daría el mundo por su felicidad.
La mayoría de los días vivo por ella antes que por mí. Asegurar su felicidad y
encontrar su alegría me ha mantenido viva. Cada vez que entra la oscuridad
y los sueños se vuelven demasiado reales, pienso en ella.
La dulce Lilac teniendo que enterarse que me había quitado la vida porque
estaba demasiado cansada para seguir adelante. Nunca querría que se
culpara a sí misma o ser perseguida por mi dolor. No le haría eso.
Sufriré por la vida tanto como sea necesario si eso significa que ella puede
conservar su alegría.
—¿Por qué mierda estás mirando mi anuario escolar?
—Lo encontré en una caja en mi armario. Esto es jodidamente oro —Se ríe un
poco y oigo pasar páginas—: Estabas muy comprometida con el rollo emo.
Se me dibuja una sonrisa en los labios mientras atravieso el estudio, agarro
un bote de líquido limpiador y una toalla para limpiar los taburetes.
—El negro es el color más odiado por tu madre. Intentaba rebelarme en
silencio.
No hay mucho que un adolescente pueda hacer para rebelarse contra su
familia cuando creces con unos padres como los míos. Desde que tuve edad
para hablar, he puesto a prueba los límites de su paciencia.
Me daba a mí misma la suficiente ventaja como para molestarlos, pero
mantenía mis notas estelares y los premios de arte en un estante para seguir
siendo un buen caballito de premio en el establo. Lo suficientemente salvaje
como para asustar a la alta sociedad.
Cuando cumplí los dieciocho, ya no necesitaba el delineador negro ni los
pinchos metálicos. Podía hacer lo que me diera la puta gana cuando me fuera
a la universidad, y fue esa mentalidad la que hizo que me secuestraran y me
encerraran en un sótano.
Jugar limpio con ellos ahora es cortesía para mi hermana.
—Emmet y tú se ven lindos. Incluso su delineador de ojos es un poco caliente.
Respiro con sorpresa. Hacía tanto tiempo que no oía su nombre. ¿Cuánto
hace que no pienso en él?
El historial de hombres que he arruinado por culpa de mi corazón maldito es
corto, pero suficiente para mostrar un patrón. Creo que Emmet fue el que
más me dolió. Nos amábamos de todas las formas posibles a los dieciséis
años.
Aunque el informe oficial decía que su depresión le hizo saltar del puente,
todo el mundo siempre supo que había sido yo. Incluso sus padres, que no
me dejaron ir a su funeral, lo sabían.
No era una coincidencia que hubiéramos roto el día anterior. Que yo me
hubiera encargado de poner fin a la relación. Había sido culpa mía.
Puede que mi madrastra me llame bruja como broma habitual en nuestra
casa, pero tiene razón en una cosa.
Estoy maldita.
Dentro de mí vive un hechizo que aplasta los corazones de los hombres. Mis
huesos están construidos con un maleficio, una magia oscura que vuelve
locos a los chicos. Esta maldición con la que vivo hace del amor un arma letal.
Enamorarse de mí no es el miedo. Es lo que pasa cuando me enamoro de
ellos.
Todos los hombres que he amado han desaparecido, han muerto o han
perdido la cabeza. Puede que la magia no sea algo que la mayoría crea. Puede
que las maldiciones no sean reales para algunos, pero las cosas sólo pueden
pasar tantas veces antes que te des cuenta de que un hilo común en estas
tragedias siempre eres tú.
—Solía traerte gusanos de gominola cuando me recogía para nuestras citas.
Te gustaba.
Hablar de Emmet, pensar en la persona que era en el instituto, se parece
mucho a recordar a un antiguo compañero de clase. Alguien a quien veía y
de quien oía cosas, pero a quien nunca llegué a conocer.
Es imposible cuantificar la distancia entre lo que fui y lo que soy ahora.
¿La distancia entre lo que era y lo que soy ahora? Años luz.
—Pues claro que sí. Yo era una niña y él traía caramelos. Todavía no tengo a
nadie más con quien compararlo —Aunque no estoy allí, puedo verla
levantando los brazos—. Te niegas a tener citas, lo que significa que no puedo
interrogar a nadie como una buena hermana pequeña debería.
Espero que no esté conteniendo la respiración. Otra persona no entrará
románticamente en mi vida nunca más. No lo digo en el sentido típico en el
que la gente lo dice como una broma o un escudo porque nunca se les ha
dado la oportunidad adecuada.
Lo digo en el sentido de que, aunque mi alma gemela descendiera de las nubes
y el destino escribiera en grandes letras mayúsculas en un espejo que esa
persona era la elegida... me daría la vuelta y me iría como si no la hubiera
visto.
—Me gusta estar sola, Li. No me molesta.
Termino con los taburetes, deslizo el material de limpieza debajo de un
armario y me apoyo en uno de los escritorios de madera que sostienen una
serie de pequeñas esculturas de arcilla.
—Sí, te molesta.
Mis cejas se disparan hasta la línea del cabello.
—¿Perdón?
—A nadie le gusta estar sola, especialmente a ti, Cora. Lo entiendo, te encanta
mostrarle al mundo esta versión fría y remota de ti que le pega a la gente si se
acercan. No te culpo. Pero no mientas y digas que lo disfrutas. Te conozco.
Es más joven que yo, pero no es tonta. No puedo ocultarle todo, y aunque no
lo entienda la mayoría, Lilac no necesita los detalles. Sólo sabe que su
hermana mayor no es la misma que desapareció aquella noche de otoño.
—¿Debería pagarte la terapia con Cash App o Venmo?
—Déjame ir esta noche, y hazme ñoquis de mantequilla marrón. Estaremos en
paz.
Suelto una pequeña carcajada.
—¿A qué hora…
—Dios mío —dice de repente.
El tono de nuestra conversación cambia de ligero y fácil a otra cosa. Levanto
la mano para sostener el teléfono y dejo lo que estoy haciendo para empezar
a buscar las llaves, dispuesta a conducir de inmediato a casa de nuestros
padres.
Una y otra vez en el teléfono, ella repite:
—Oh Dios mío, oh Dios mío. Esto no está pasando, esto no está pasando.
—Lilac —mi voz es aguda, intentando sacarla del pánico para poder averiguar
qué está pasando—. ¿Qué ha pasado?
—Coraline, yo… —tartamudea. El miedo le ha metido la mano en la garganta
y le ha estrangulado las cuerdas vocales—. Las noticias. Pon las noticias.
Mi confusión se mezcla con preocupación. Me recuerdo que debo respirar,
concentrarme en cada inhalación y exhalación de mis pulmones. Cuando
encuentro el mando de la televisión, se me resbala de las manos sudorosas y
cae al suelo.
De algún modo, se pulsa el botón de encendido y la pantalla se ilumina. La
emisora de noticias aleatoria que aparece debe de haber copado todos los
canales, y la emisión de emergencia se extiende por todos los canales locales.
La voz del presentador de las noticias exige mi atención mientras intento
asimilar todo lo que dicen. Sus voces se suman al caos que se arremolina
dentro de mí. Revuelo, huesos y dientes. La tumba de mi trauma desenterrada
con abandono.
—¡Coraline! ¡Cora! ¿Estás bien? ¿Dónde estás? Estoy en camino...
Oigo débilmente la voz de Lilac mientras mi teléfono cae al suelo. Mi peso es
demasiado grande para mis rodillas y mis pies tropiezan hacia delante. Una
mano sale disparada, golpeando contra un escritorio mientras lucho por
mantenerme en pie, tratando de no desplomarme sobre el suelo, de
mantenerme en pie.
Sabía que ese mensaje de texto no era una broma ni una casualidad. Debería
haber confiado en mis instintos. Debería habernos sacado a Lilac y a mí de
aquí antes.
Delante de mí aparece una pantalla teñida de rojo. A la izquierda aparece una
foto de un rostro que conozco de memoria. El olor a Old Spice me llega a la
nariz y las náuseas me hacen tambalear el cuerpo.
—Noticias de última hora. Un preso se ha fugado anoche de la penitenciaría de
Rimond. Nos dicen que el preso es Stephen Sinclair, detenido hace poco más
de dos años por su implicación en una organización nacional de tráfico sexual.
Las fuerzas de la ley consideran a este hombre armado y peligroso.
Una parte enferma de mí se siente aliviada. El juego de la espera por fin ha
terminado. Nunca fue un si, siempre fue un cuándo. Desde el momento en
que puse un pie fuera de ese sótano, ha estado tratando de encontrar su
camino de regreso a mí.
He vivido al borde de mi asiento, esperando con la respiración contenida el
regreso de mi hombre del saco.
La cara de Stephen vuelve a aparecer en la pantalla. Se me abre el pecho y
siento que se abren las compuertas.
Se lo dije. Se lo dije a todos. Lo grité durante días.
Yo era su Circe, y Stephen Sinclair siempre volvía por mí.
Caen las Sombras

Silas
La aullante brisa me azota la cara mientras me abro paso por el sendero
apenas existente, plagado de arbustos y árboles. El olor a sal se adhiere al
aire y, al llegar a la desembocadura del sendero, puedo ver la larga extensión
de tierra que se desvanece en el horizonte del cielo.
Tres siluetas perfilan el cielo cada vez más oscuro.
El pico se eleva sobre la escarpada costa de Oregón, haciendo sombra a Black
Sands Cove, una playa que sólo conocen los lugareños. Oigo las olas
rompiendo contra las escarpadas rocas, y solo ese sonido me trae recuerdos.
Mis pies no han sentido este terreno desde que nos separamos. El Peak es
aislado, secreto, nuestro. Es donde crecimos, tomamos caminos separados y
ahora es donde nos reunimos.
Desde el momento en que encontramos este lugar, se había convertido en
nuestro.
Los aullidos del viento resuenan en la ciudad costera a la que hemos llamado
hogar durante demasiado tiempo. Este era nuestro punto de ruptura.
Habíamos dejado de vivir en un lugar plagado de traiciones y secretos que
acechaban en cada esquina empedrada.
El sol se pone lentamente, desapareciendo tras un manto de nubes mientras
camino más hacia el borde del acantilado.
—Bienvenidos a casa —saludo a los tres, con la voz atrapada por el viento.
Rook se vuelve para mirarme, su cabello castaño claro asomando por su
visera plana puesta hacia atrás. Tiene una sonrisa en la cara mientras me
estrecha en un fuerte abrazo, como si fuera la primera vez que nos vemos
desde que han vuelto. Pero es Rook, y a veces hay que dejarlo hacer lo que
quiera.
Humo. Siempre ha olido a humo.
Le doy una palmada en la espalda, me alejo y saludo a Thatcher con la cabeza,
con las manos metidas en el pantalón para evitar el contacto físico. Alistair
es el último en darse la vuelta, con una chaqueta de cuero sobre los hombros.
Estoy bastante seguro que es la misma del instituto.
—¿Están bien las chicas?
—Actualmente ocupando mi casa —refunfuña Thatcher.
—Nadie está encantado de vivir contigo, cactus. No pongas esa cara de
preocupación.
—Primera noche de vuelta y Rook ya ha matado a alguien —La mandíbula de
Alistair se tensa, pasándose una mano frustrada por la boca—. Este lugar es
un puto agujero negro, no un hogar.
—No maté a nadie. Drogué a alguien y le ayudé a tirarse de un puente. Dos
cosas muy diferentes a los ojos de la ley.
Thatcher pone los ojos en blanco.
—Llevas dos segundos en la facultad de Derecho. Cálmate.
—Dos segundos más que tú —murmura Rook, llenándose la mano de Skittles
antes de metérselos en la boca—. Puede que algún día necesites esos
segundos después de apuñalar a la persona equivocada.
Todos tendremos ochenta años haciendo esto, discutiendo como niños. O tal
vez sólo seamos Alistair y yo separando versiones geriátricas de Rook y
Thatcher.
Thatcher, que es incapaz de no tener la última palabra, se queda de pie con
suficiencia mientras el viento abre la chaqueta de su traje.
—A diferencia de ti, pequeño, mi familia me quería de verdad, y no tengo que
trabajar en el sistema judicial para acceder a mi herencia.
Alistair emite un sonido ahogado, mezcla de risa y asombro, pero intenta
disimularlo con una tos. Sacudo la cabeza mientras miro al suelo, tomando
mi labio inferior entre los dientes y aspirando un suspiro.
Rook pierde los estribos, murmurando obscenidades, mientras nosotros nos
quedamos mirando. Pero la mención de la herencia me recuerda una de las
muchas razones por las que estamos aquí.
Nunca se me ha dado bien comunicarme, facilitar los temas de conversación
o empezar con charlas triviales. Al crecer, me limitaba a decir lo que tenía que
decir y seguir adelante. Nadie necesitaba más que eso.
Excepto la otra noche en Vervain.
Mi memoria me recuerda a Coraline, sus manos aferradas a mi camisa.
Por primera vez, alguien estaba desesperado por que hablara. Lo necesitaba.
Nunca había sabido lo que se sentía, alguien que necesitaba mi voz. Pero con
cada palabra que murmuraba, ella se derretía. Perdió esa mirada salvaje en
sus ojos y comenzó a respirar.
—Necesito casarme.
La palabra “joder” se queda corta en los labios de Rook. Levanto la cabeza y
veo tres pares de ojos clavados en mí. Esperando, por supuesto. Me subo la
capucha a la cabeza mientras una ligera lluvia empieza a caer del cielo cada
vez más oscuro.
—¿Esto es por tu padre? —Alistair pregunta—. No te está obligando a casarte
con alguien, ¿verdad?
—No. Pero la junta no me dará el título de director general hasta que haya
alguien legalmente vinculado a mí —Ese persistente dolor de cabeza vuelve,
justo detrás de mis ojos—. Papá quiere vender.
—Pues que venda.
—No.
Aprieto los dientes y fulmino a Alistair con la mirada. No lo entiende, y nunca
esperaría que lo hiciera. Dejaría que el apellido de su familia se pudriera si
tuviera el control total, y no lo culpo por ello.
¿Mi familia? No son como la suya.
Fue una de las razones por las que me sentí fuera de lugar cuando los conocí.
Todos mis amigos tuvieron una infancia horrible y brutal, provocada por sus
padres. Aunque la mía no fue muy buena debido a los diagnósticos erróneos,
nunca fue porque mi madre y mi padre no me quisieran.
No lo entenderían.
A pesar de haber metido la pata, creyendo más a un médico que a mí, hicieron
todo lo posible por salvarme.
—Mi padre ha pasado toda su vida queriéndome. Este es su apellido, mi
apellido. No lo dejaré morir sabiendo que su empresa fue vendida.
—¿Vas a casarte, entonces? ¿Contratar a una esposa falsa?
—Le dije a mi padre que tengo novia.
No fue mi momento de mayor orgullo ni el más inteligente. Pero necesitaba
que me diera tiempo, y no iba a hacerlo a menos que le diera alguna esperanza
de que realmente me casaría por amor.
Hice lo que tenía que hacer. Siempre lo hago.
—Silas, lo digo con cariño —dice Rook, con cara de confusión—, ¿pero qué
mierda?
Él va a ser el que tenga el mayor problema. Yo, casándome con alguien por
conveniencia. Lo volverá loco. Porque a pesar de que hace dos noches, lo vi
obligar a un hombre a tragar un frasco de medicina y proceder a empujarlo
desde un puente al agua helada porque había intentado drogar a su novia, el
corazón de Rook es gentil.
Lo único que ha querido desde que perdí a Rosemary es que yo fuera feliz.
Nunca me enfadaré con él por eso, por lo protector que es conmigo, aunque
su constante preocupación por que tome medicinas me fastidie.
Decírselo debería ser más fácil, pero no lo es porque lo protector que es.
—Ya me las arreglaré —es todo lo que puedo decir.
Lo resolveré, con el tiempo. ¿Pero ahora mismo? No tengo ni puta idea de lo
que voy a hacer.
—Genial —Thatcher aplaude—. Porque hay algo más importante que tus
inminentes nupcias. Stephen Sinclair ha salido de la cárcel y nos está
chantajeando. ¿Qué hacemos con ese problema?
—Ni siquiera sales en el vídeo, imbécil. Probablemente te librarías con una
advertencia —gruñe Rook, metiéndose la mano en el bolsillo delantero para
sacar un porro ya liado—. ¿Cómo salió?
—Con ayuda. Eso me informaron en la cárcel cuando llamé para asegurarme
que era el único preso fugado.
El sonido de un encendedor resuena justo antes que una nube de humo
envuelva la cabeza de Rook.
—Tengo que asegurarme que papá se quede encerrado —murmura,
inhalando profundamente.
—No podemos esperar a que Silas rastree el correo electrónico. Tenemos que
movernos —señala Alistair—. Si es Stephen, no sabemos dónde está. Si es
otra persona, estamos igual de jodidos.
Mi cabeza late con una presión creciente.
La culpa que arrastro es una compañera implacable, una sombra que me
sigue a todas partes. Es el hueco de mi estómago, un recordatorio constante
de que he puesto en peligro a estas tres personas y a sus seres queridos.
Mi ira y mi desesperación por vengarme han vuelto a trastornar sus vidas. Si
pasa algo, si vamos a la cárcel o alguien muere, será por mí. Será culpa mía,
y es una carga que me ha sentado mal.
El egoísmo de mi pena será la condenación de ellos.
—Lo siento —digo, sin saber cómo retractarme o decirlo mucho mejor.
—¿Por qué?
Las cejas de Rook se contraen y el blanco de sus ojos se vuelve rosado por la
hierba.
—Esto es por mi culpa —Me meto las manos en los bolsillos delanteros,
mirando al cielo que gotea—. Ustedes volviendo. El chantaje. Todo esto. Es
culpa mía. No podía dejar pasar la muerte de Rosemary, necesitaba
vengarme. Ustedes no...
—Cierra la maldita boca —La fuerte voz de Alistair retumba con el trueno en
la distancia—. No había una pistola en mi cabeza. Todos sabíamos lo que
firmamos, y lo haría de nuevo. No eres el único que quería esto. Todos
queríamos darle su merecido a este lugar.
—Empezamos juntos. Lo terminamos juntos —añade Rook—. Acabaremos
con esto y dejaremos atrás este puto infierno. Todos nosotros.
—Eso significa que tenemos que seguir el único rastro que tenemos
ahora —murmura Thatcher—. Y a Rook no le va a gustar.
Voz en el Lienzo

Coraline
—Ahora estás a salvo.
Entonces, ¿por qué me siento tan expuesta? ¿Por qué siento que me estoy
abandonando cuanto más avanzamos?
Me sacan de la protección de la familiaridad, me empujan hacia lo desconocido
sin muchas explicaciones. Mis pies se arrastran, desesperados por dar la
vuelta, por regresar. No quiero irme.
Sin embargo, he aprendido que siempre es mejor seguir siendo obediente que
lidiar con la agonía del castigo.
Dos personas de uniforme me flanquean, agentes de policía, cada uno con una
mano enroscada alrededor de la parte superior de mi brazo.
—172 demasiado Central. Necesito una ambulancia en 1798 West Crew Lane.
Tengo una mujer con graves laceraciones en rostro y brazos.
—10-4, 172, rescate en camino.
Sus voces son estática de televisión, ruido aleatorio que araña el aire, crepita
en mi piel. Un zumbido que llena mis oídos con poco propósito. Apenas las
reconozco como palabras, solo como sonidos.
Nunca pensé que ver a otras personas, a alguien que no fuera él, me causaría
tanto impacto. Es una confusión extraña para mi sistema regulado que alguien
que no sea él pueda bajar los escalones y entrar en el sótano poco iluminado.
Que existiera alguien que no fuera él.
¿Cuánto hace que no veo otra cara? ¿Cuánto hace que no veo mi cara?
Con manos dolorosamente firmes, me guían hasta el último escalón y me
conducen a través de una puerta abierta hasta una habitación bañada por la
luz del sol. Me sobresalto, cierro los ojos de inmediato y reclino la cabeza contra
el hombro.
Mi cuerpo se aparta del sol abrasador que entra en esta nueva habitación.
Tardo unos instantes en adaptarme, con los ojos entreabiertos al parpadear
por el ardor. Intento asimilar el espacio, pero solo vislumbro algunas cosas
antes que mis ojos vuelvan a cerrarse.
La habitación me llega en destellos entre parpadeos.
Muebles pulidos, electrodomésticos inteligentes, decoración interior impecable
y toda la riqueza que se filtra entre medias. Es un mosaico, una pequeña pieza
de un cuadro más grande. La parte de arriba de su casa.
El lugar bajo el que he vivido.
Todo este tiempo, había una casa encima de mí. La gente vivía su vida,
bulliciosa, completamente ajena a mi presencia unos metros más abajo.
Bajo la mirada mientras avanzamos, observando el hollín y la suciedad que
cubren mis pies. Cada paso deja una mancha de suciedad en el reluciente suelo
de madera. Nos cruzamos con varias personas en nuestro camino hacia la
puerta principal, cada una de ellas borrosa, irreconocible, mientras dejo que mi
cuerpo sucumba insensiblemente a su dirección. Me paso la lengua por el labio
inferior, notando la piel muerta y las grietas a lo largo del borde.
Cuando nos acercamos a la puerta principal abierta, puedo oler el aire fresco.
Me embosca en cuanto salimos de la casa y bajamos los escalones. Me quema
la garganta al respirarlo, mis pulmones sedientos se lo tragan.
¿Cuánto hace que no huelo aire fresco?
El estómago se me revuelve mientras mi vista intenta ajustarse, mis sentidos
abrumados por el caos exterior, demasiadas cosas sucediendo a la vez. Los
autos de policía esparcidos por el camino de ladrillo, los gritos, el sol.
Se me eriza el vello de la nuca.
Por encima del quejido de las sirenas y el ruido está su voz, gritona, amarga y
furiosa, pero sigue siendo un bálsamo para mis nervios enfurecidos.
—Step... —Mi voz es estrangulada por las manos secas en mi garganta,
incapaz de pronunciar su nombre.
Una mano aprieta mi delgado brazo, un suave apretón para darme algún tipo
de consuelo no verbal.
—No pasa nada. Se marcha. Nos lo llevamos. No volverá a hacerte daño.
No estoy segura de cuál lo dice porque lo único en lo que puedo concentrarme
es en la forma en que mi pecho se agarrota por el pánico.
¿Se va?
El miedo aprieta su mandíbula, se aferra a mi corazón y se atiborra de lo poco
que queda. Sus dientes serrados desgarran y roen el órgano que apenas late.
El miedo es una bestia hambrienta, no importa cuántas veces lo alimentes.
Al otro lado del césped, Stephen se revuelve contra varios agentes,
resistiéndose a que lo empujen hacia un auto de policía abierto. Tiene las
esposas selladas a la espalda y el cabello rubio sucio revuelto, que se balancea
mientras forcejea.
Lágrimas me escuecen los ojos, resbalan por mis mejillas y me hacen cosquillas
bajo la barbilla. Así era su cabello las noches que se quedaba conmigo.
Los dos en aquel delgado colchón amarillento metido en un rincón del sótano.
Mi piel sentía cada aliento constante de su cálida boca mientras apoyaba la
cabeza en mi pecho. Las palmas de mis manos recuerdan la suavidad de su
cabello, los huecos entre mis dedos anhelando las sedosas hebras.
Nos pasábamos horas tumbados, mirando los dibujos a carboncillo que me
dejaba pegar en la pared, hablando de su día hasta que por fin se quedaba
dormido. En esos momentos de soledad en los que no se pronunciaban
palabras, todo parecía ir bien.
No había dolor ni tristeza. Sólo nosotros.
Era suya. Y él era mío.
—Coraline...
Mi cuerpo se mueve, casi por instinto. Me suelto de las manos que me sujetan
y tropiezo con la fuerza. Mis frágiles piernas se tambalean debajo de mí,
luchando por sostener mi peso mientras me muevo. Camino por la hierba
descoordinada y perezosa, encontrando el equilibrio más rápido de lo esperado
hasta que consigo correr.
Las briznas de hierba me rozan las plantas de los pies. Mi cabello enmarañado
atrapa el viento y siento cómo se mece contra mi espalda baja.
—¡Stephen! —grito. La fuerza de mi grito me destroza la garganta, pero no me
importa el dolor.
Mi voz capta su atención, su cabeza gira en mi dirección, sus cejas fruncidas
mientras me busca. Atisbo sus ojos azules desde esta distancia, austeros y
que todo lo ven. La fuerza del viento me arranca del hombro la camisa blanca
manchada, dejando al descubierto el viejo vendaje.
Su mirada severa se suaviza al instante cuando me encuentra, su rostro se
relaja y baja los ojos. Se me cae el estómago y mis siguientes movimientos
pillan a los agentes que están a su lado lo suficientemente desprevenidos como
para permitirlo.
Me lanzo sobre él.
Le rodeo el cuello con los brazos y entierro la cara en su pecho. El sonido de su
espalda al golpear la puerta del auto detrás de nosotros es un ruido sordo. El
olor a madera y especias me envuelve.
Mi cuerpo se aferra a él tanto como mi alma. Él es mi gravedad. Mi tierra, sol y
luna. No ha habido otra voz en mis oídos durante quién sabe cuánto tiempo. No
he sentido otra caricia ni he inhalado aire que él no me haya proporcionado.
Apenas recuerdo mi vida sin él. Mi propio nombre es una palabra extranjera.
Stephen Sinclair es mi hogar. Me duelen las muñecas por sus cadenas que me
mantienen a salvo. Sus manos son las que me alimentaron, su beso el que me
rompió y me curó. Nadie más ha sido capaz de amarme.
Es sólo él.
—No me dejes —grito en su camisa, clavando las manos en su cuerpo, tirando
de él más cerca—. Por favor, me lo prometiste. Prometiste que nunca me
dejarías. He sido tan buena.
El aliento de su suspiro roza mi mejilla. La sensación de sus labios presionando
a un lado de mi cabeza me hace empujar más en el suave toque. Su voz es un
zumbido en mi oído, que calma mi miedo.
—Circe, mi dulce niña —murmura—. Sólo podemos volver si les dices la verdad.
Diles que yo no te retuve allí. Querías quedarte conmigo. Díselo, y nunca te
dejaré.
Circe.
Sólo Circe.
La policía, que se había quedado paralizada por mi arrebato, ha recuperado el
movimiento. Sus manos no tardan en agarrarse a mí, separándonos con fuerza,
pero me niego a soltarme.
—Estoy… —Un sollozo me roba las palabras, la sacudida insoportable para
mis quebradizos huesos—. Tengo miedo, Stephen. ¿Adónde me llevan? No
puedes irte, ¡por favor!
La retirada de su cuerpo es una sacudida, el calor es sustituido
inmediatamente por el frío amargo del abandono. Me envuelven y me arrastran
hacia atrás, pero sigo luchando. Con las manos rasguñando y arañando, grito
por él.
No podemos estar separados. No puedo dejar que me deje.
¿No lo entienden? ¿No lo ven?
Él me ama. Yo lo amo.
Lloro, lloro, lloro.
Sollozo hasta que ya no puedo derramar más lágrimas, hasta que todo lo que
puedo hacer es vomitar y temblar. Las lágrimas me ahogan hasta que mis ojos
se cierran, y todo lo que puedo oír son sus palabras de despedida mientras me
alejaban.
Las últimas palabras que me dijo.
—Eres mía, y volveré por ti, Circe. Siempre volveré por ti. Sólo me perteneces a
mí.
Alguien me roza el hombro al pasar a mi lado, haciéndome parpadear. Me
tomo un segundo para recordar dónde estoy, qué estoy haciendo. El zumbido
de la gente mezclándose llena mis oídos y vuelvo a centrar mi atención en las
personas que llenan mi estudio, que había convertido en una exhibición para
la ocasión. Parpadeo a través de la niebla, moviendo los dedos de los pies
sobre los tacones, intentando sentir el suelo de mi presente bajo mis pies.
Me concentro en el zumbido de la gente que se mezcla en mis oídos, los
cuerpos que se arremolinan alrededor de mi estudio expuesto para su
disfrute. Huelo sus esfuerzos que se pasean como platos de plata.
Estoy bien. No está aquí. Yo estoy bien.
Ese mensaje de texto que recibí el otro día ha hecho más difícil permanecer
en mi vida actual. Mis pesadillas han empeorado y han vuelto los flashbacks
que aparecen de la nada.
El poco trabajo que he realizado en los dos últimos años se ha ido a la deriva.
Un aleteo en el viento. Un mensaje de texto de alguien haciéndome una jodida
broma tonta y vuelvo a desgarrarme por las costuras, reventando y
recogiéndome las entrañas con las manos sangrantes.
Estoy aquí, en esta sala llena de gente, dejando que admiren mi trabajo,
dejando que me admiren, preguntándome si en el fondo todos pueden ver la
vergüenza. Si pueden ver lo débil que soy, lo tonta y estúpida que me siento
por enamorarme de mi captor.
Estas personas que escriben artículos especulando sobre lo que pasó y piden
entrevistas excesivas, me juzgan. Como si supieran lo que fue, como si
hubieran podido aguantar dos segundos la tortura que yo soporté.
Ninguno de ellos sabe lo que me costó sobrevivir. Lo que mi cuerpo hizo para
salir con vida.
—Esta pieza es impresionante, Coraline.
Me estremezco cuando una mano suave me toca el codo, mi cabeza gira y mis
hombros se relajan al reconocer el rostro familiar.
Hedi Tenor.
Una madre desconsolada de un pueblo vecino. Su única hija, Emma, fue una
de las muchas chicas rescatadas de los contenedores de transporte de mi
padre tras la detención de Stephen.
Sin embargo, la historia de Emma no fue de rescate y alegría. Sólo pudo
aguantar tres meses antes que la gravedad de sus heridas acabara con su
vida en la fría y silenciosa cama de un hospital. En su memoria, Hedi creó
Light.
Es una organización que se dedica a apoyar a las sobrevivientes del tortuoso
círculo sexual dirigido por la familia Sinclair durante décadas. El Halo es
responsable de miles de mujeres víctimas de la trata, desaparecidas y
asesinadas. Pero Light, ayuda a proporcionar recursos a familias y
sobrevivientes.
Vivienda, terapia gratuita, asesoramiento en grupo, asesores financieros. Les
ayudan con cualquier dificultad que puedan tener para integrarse en la
sociedad.
—Doscientos mil dólares parece un poco caro, ¿no? —Arruga la nariz,
felizmente ajena a la riqueza de la habitación que nos rodea, mientras se lleva
a los labios una copa de champán carísima.
Al menos, creo que es champán. No sé nada de esta gala, excepto que se
vende mi trabajo. Dejé que la planificadora de Regina se encargara de todo el
evento. No es que nada de esto me importara, de todos modos.
El que fuera un mugriento almacén que dominaba la esquina de la calle con
su fachada industrial, había trabajado durante meses para transformarlo,
convirtiéndolo en un estudio de arte que permitiera respirar a la creatividad.
Un refugio para artistas.
Había dejado el exterior en paz, porque me gustaba el encanto del ladrillo
desgastado. Echo un vistazo a las vigas de acero expuestas originales de los
altos techos, que se funden bien con la gran pared de ventanas que había
mandado colocar, porque quería tanta luz natural como fuera posible.
Los suelos de hormigón están pulidos con un acabado liso, y las salpicaduras
de pintura de una clase anterior aún decoran el suelo. El planificador había
hecho bien, moviendo las robustas mesas de trabajo de suministros,
caballetes y tableros de dibujo. Las paredes del almacén están adornadas con
mis obras, organizadas para que los invitados se paseen por el espacio.
Incluso rediseñaron el pequeño rincón que antes era un acogedor salón lleno
de sofás y sillones vintage para convertirlo en un espacio elegante.
Es sofisticado, lujoso, pomposo.
Todo lo que odio.
—Algún idiota rico ya ha pagado el doble —Mis labios se inclinan en las
comisuras—. Por todos ellos.
La alta sociedad de Ponderosa Springs está presente, junto con mi madrastra
y mi padre. ¿Cómo podrían perderse un evento como este? ¿Coraline
Whittaker, la sobreviviente, vendiendo sus cuadros en una exposición
privada?
Demasiado bueno como para dejarlo pasar.
Los ojos de Hedi se abren de par en par.
—Aquí hay doce obras de arte. Es imposible que te deje donar tanto dinero.
Tienes que quedarte una parte para ti.
La miro fijamente.
—Puedes, y lo harás —Recorro brevemente la sala con la mirada, observando
a toda la gente con sus ropas de diseño y sus narices al aire—. No te sientas
culpable por aceptar dinero de esta gente. Te aseguro que está mucho mejor
en tu bolsillo que en el de ellos.
Utilizan su dinero para drogas y chantaje, y gastan incontables dólares en
yates nuevos y acompañantes. Al menos así tengo cierto control sobre adónde
va ese dinero.
Es la única forma en la que me siento cómoda poniendo precio a mi arte.
Sabiendo que está ayudando a Hedi y su equipo. Sabiendo que estoy haciendo
algo para ayudar.
—¿Haces todo esto, la enseñanza, someterte a estas personas que claramente
te desagradan, pero no vienes a una sola reunión? —Levanta una ceja rubia,
observándome atentamente.
—Es un complejo —Me encojo de hombros—. Hay otras personas que
necesitan esas reuniones mucho más que yo. Sólo estaría malgastando
recursos.
Cuando nos conocimos, intentó durante meses que fuera a la sesión de grupo.
Prefería arrancarme los globos oculares con pinzas, y se lo había dicho. No
me gusta desahogar mis traumas delante de la gente y, además, lo decía en
serio.
Hay otras mujeres que lo necesitan mucho más que yo.
Sin embargo, cuando me preguntó si estaría interesada en ofrecer algunas
clases gratuitas a las sobrevivientes, mi respuesta había sido un sí inmediato.
Me niego a muchas cosas, pero necesitaba eso, algo a lo que agarrarme para
no hundirme.
Nunca había dado clases de arte y, sinceramente, no me considero una
profesora. Realmente sólo explico los diferentes medios y la mejor manera de
aplicarlos al lienzo. El resto lo hacen ellas. Lo que quieran crear en las dos
horas que pasamos juntos es cosa suya.
Pueden hablar o callar. Pintar o dibujar. Esculpir o moldear. No se espera de
ellas nada que no esté roto cuando entran aquí.
En el arte, te dan permiso para ser la versión más fea de ti mismo sólo para
que puedas hacer algo bello de ello.
Suspira, inclinando un poco la cabeza hacia la derecha mientras la sacude.
—No entiendo por qué haces eso.
Arqueo una ceja.
—¿Hacer qué?
—Eso —Señala mi cuerpo—. Sólo porque tengas dinero no significa que tu
experiencia, por lo que pasaste, no sea válida, cariño. El dinero nunca puede
quitar ese dolor. Puedes sufrir. Puedes hablar de ello como cualquier otra
persona.
Tengo un nudo en el estómago, rocas pesadas que me agobian y me hacen
sentir mal. Sé que tiene buenas intenciones, y oigo lo que dice, pero nunca lo
entenderá.
La culpa, la vergüenza.
Cómo cada día me odio más y más cuando pienso en cómo ansiaba su tacto
por la noche cuando hacía frío, que la comida ni siquiera importaba cuando
él bajaba esos escalones. Sólo quería verlo. Estar cerca de él.
Me pone enferma saber lo mucho que le quería. ¿Qué carajo me pasaba?
¿Quién hace eso?
En lugar de responder, asiento con la cabeza, volviendo a centrar mi atención
en mi cuadro y esperando que mi silencio sea suficiente para ella, y como se
trata de Hedi, porque es amable, lo es.
—¿Cuándo pintaste esto? —pregunta, cambiando de tema sin problemas.
—Hace poco más de un año.
Recuerdo los cuatro días enteros que le dediqué. La forma en que me levanté
de la cama a medianoche y vine a este mismo estudio para contemplar un
lienzo vacío hasta que los pájaros cantaron fuera.
Me llevó un día entero agarrar un pincel. Querer crear lo que sentía dentro
de mi cabeza. Podía verlo claramente, pero era como si mis manos hubieran
olvidado cómo pintar. Lo cual ya es bastante doloroso de por sí.
La única cosa en la que eres buena, la única cosa que sientes que estás
destinada a hacer, ¿y de repente no puedes? Es desgarrador.
Pero cuando el pincel tocaba el lienzo, entraba en acción la memoria
muscular. Cada pincelada y cada salpicadura que ponía el óleo delante de mí
salían como sangre de una vena abierta.
—¿Cómo se llama? Los cuadros tienen nombre, ¿no?
Miro fijamente el lienzo.
El cuadro representa el rostro de un hombre dividido en dos partes. La mitad
superior se funde a la perfección con un fondo cada vez más oscuro, un
pequeño cosmos a lo lejos que añade un elemento surrealista. La mitad
inferior de la cara es visible. Me llevó horas conseguirlo. Una boca dibujada
con una línea dura, un tinte gris azulado en su piel, inmóvil como si sólo
fuera una estatua.
Es imposible que nadie sepa quién lo inspiró. Que la mayoría de estas
pinturas que algún extraño compró provienen de un lugar crudo, profundo y
doloroso dentro de mi alma.
Sin embargo, el universo es agudo.
Últimamente, parece recordarme constantemente que hay una persona que
conoce ese lugar en mí. Lo ha oído. Lo ha presenciado. Calmado.
Se me pone la carne de gallina cuando una voz familiar responde a la
pregunta de Hedi.
—Voz en el lienzo.
Una Oferta

Silas
No he venido aquí sólo por el bien de mi corazón.
Cuando acepté la invitación de Light, supe que Coraline era la artista
destacada.
Sabía que estaría aquí y quería verla.
Después de lo que pasó en Vervain y la noticia que Stephen se había
escapado, quería asegurarme que él no se había puesto en contacto con ella.
Tenía cero sentido, pero quería asegurarme que ella estaba bien.
Coraline Whittaker es un misterio para este pueblo.
Para mí.
Ella es un espejismo, un fenómeno óptico natural que curva los rayos de luz
para producir la imagen de una chica que es un rostro familiar pero
desconocido bajo la superficie.
Admiro en qué se convirtió. Cómo convirtió su dolor en rabia. Mordió a los
periodistas que le hacían demasiadas preguntas. Endureció su mirada para
que la gente del pueblo dejara de acercarse a ella en público.
Se convirtió en algo a lo que temer.
Sé lo que es eso.
Cuánto más fácil es dar miedo. Si la gente te tiene miedo, no se arriesgará a
acercarse.
La verdad es que no conozco a Coraline.
La verdad es que no.
No lo que la hace reír o su color favorito. Quién quería ser de mayor o si es
alérgica al marisco.
Eso es lo que hace esto... extraño para mí. Tener esta conexión con una
persona que apenas conozco.
No la conozco como la mayoría, pero la conozco de una forma que nadie más
podría conocer.
Nuestro trauma es un espíritu afín, una confusión emocional que comparten
dos extraños en un camino entrelazado. Ambos hemos huido, intentando
olvidar, y el pasado nos castiga a los dos por ello.
Light, al ser el organizador de este evento, fue simplemente un plus moral
para mí.
Hedi Tenor había acudido a la empresa de mi padre cuando acababa de poner
en marcha la organización y nos había pedido que fuéramos cofundadores.
Era una forma de vincular el nombre de Hawthorne a algo bueno, había dicho
la directiva.
Me había negado.
En lugar de eso, le hago un cheque cada vez que necesitan financiación o una
donación en nombre de Rosemary. No quería que esta organización, el trabajo
de Hedi y su dolor se convirtieran en una herramienta de marketing para
Hawthorne Technology.
Esas chicas merecen ser algo más que una carta de lástima.
—¿Qué ves?
Giro sólo la cabeza para mirarla, inmóvil a mi lado. Hay varios centímetros
entre nuestros hombros, creando una brecha. ¿Sabe lo evidente que es?
¿Cómo mantiene físicamente a los demás a distancia, tanto como lo hace
emocionalmente?
Trazo con la mirada la inclinación de su delicada nariz y sus uñas de color
índigo metiendo un mechón de cabello blanco detrás de su oreja.
¿Qué es lo que veo?
Una mujer a la que casi todos los hombres de esta sala se han parado a
admirar de un modo u otro.
No sólo porque es la artista, sino por su atractivo. Eso no tiene nada que ver
con su belleza. Muchas mujeres son bellas, pero así es como ella absorbe
silenciosamente la atención, inconsciente del efecto que tiene en los demás.
Está en su forma de andar, en sus gestos al hablar, en su postura.
Hay un brillo distante en sus ojos que dibuja sus labios en línea recta. La
hace inaccesible, como si no quisieras perturbar los pensamientos que nadan
en su mente.
Y sin embargo...
No puedes jodidamente evitarlo. Casi no tienes más remedio que verla de
cerca.
No está de más que el vestido plateado que lleva se adapte a todas sus curvas,
le baje hasta el pecho y deje al descubierto su pierna izquierda hasta justo
por encima de la cadera, dejando una cantidad de piel expuesta de buen gusto
en algunos, pero una cantidad condenatoria en ella.
Me vuelvo hacia el cuadro y me meto las manos en los bolsillos.
—Un hombre que piensa demasiado y dice muy poco —digo, preguntándome
si mi voz sigue teniendo el mismo efecto en ella en esta habitación iluminada
que en las sombras de un pasillo silencioso.
—Forbes 30 Under 30 no mencionó que eras crítico de arte —Por el rabillo del
ojo, veo sus delgados brazos cruzados frente a su pecho.
—¿Crees todo lo que lees sobre mí?
—Lo poco que he leído parece ser todo mentira —No me extraña la forma en
que acentúa la palabra "poco", queriendo recordarme lo poco que se interesa
por mí—. Dicen que no hablas mucho. Sin embargo, no parece ser el caso.
—Contigo.
Mi respuesta la sorprende. Tal vez sea la sinceridad, tal vez sea su
incredulidad. Es cierto que no hablo mucho, ni con desconocidos ni por
diversión, pero me gusta hablar con ella.
Me gusta saber que mi voz quiere ser escuchada por alguien, y aunque ella lo
niegue, quiere ser ese alguien. Creo que Coraline Whittaker se interesa por
mí más a menudo de lo que me quiere hacer creer. Que hay una curiosidad
que siente hacia mí porque aquella noche en Vervain... ¿Cuando mi voz fue
lo único que evitó que cayera al abismo?
Lo sentí.
Esa conexión. La que sentí cuando la vi salir de la mansión Sinclair. La que
sentí cuando la visité en el hospital. Ese lenguaje secreto que sólo los dos
entendíamos cuando me llamaba. Ese pequeño hilo del destino que se negaba
a dejarme de mirarla en aquel club.
Zumbaba entre nosotros como un secreto.
Le mata no poder agarrar las tijeras y cortarlo.
Me mata que quiera más.
No debería querer más de nadie. Especialmente no de ella.
—¿Se supone que eso debe hacerme sentir especial?
Giro la cabeza hacia un lado y nuestras miradas se cruzan por primera vez
esta noche. No hay ni una pizca de timidez. Me sostiene la mirada, con una
ceja oscura arqueada y los labios pintados de rojo oscuro formando una línea
que no deja lugar a la diversión.
Duramente bella, con muy pocos acentos de suavidad en su rostro.
Su cabello castaño se desliza por detrás de los hombros, con mechones
blancos por delante recogidos detrás de las orejas para mostrar los diamantes
que adornan sus lóbulos. Cada movimiento parece calculado, como si hubiera
perfeccionado el arte de la autopreservación en un mundo que solo le había
enseñado a ser precavida.
—Algo así —me burlo, sin romper el contacto visual.
Quiere que la gente la vea fría.
Pero no puede ocultar la calidez de sus ojos castaños. No pueden mentir. A
pesar del aire de distanciamiento, esa fría indiferencia para recordar a los
demás la distancia que pone entre ella y el mundo, hay restos de una criatura
más suave bajo la superficie, sólo que escondida.
Esa fortaleza invisible que había erigido a su alrededor la protege de todos.
Incluida ella misma, imagino.
—¿Has venido a buscarme para que te de las gracias? —suelta, entrecerrando
los ojos—. ¿O necesitas una disculpa por haberme escapado de Vervain?
Házmelo saber para que pueda terminar con esto, y podamos volver a no
saber que el otro existió.
Creo que una parte de mí podría ser sádica por disfrutar con esto. Sabiendo
lo poco que me molesta su mordacidad, la terquedad que la hace mezquina.
No soy el enemigo de Coraline, pero soy una amenaza.
Sabe que esta actitud no funciona conmigo y eso la jode.
Es lindo.
—¿Por qué te hago sentir tan incómoda, Coraline?
Su cabeza se sacude, las cejas fruncidas como si la hubiera golpeado.
—Tú no —dice ella con firmeza, la barbilla alta.
—Estás tensa —murmuro.
La comisura de mis labios se tuerce, solo un poco, y una sonrisa que no puedo
evitar se dibuja en mi boca cuando sus cejas se disparan hasta la línea del
cabello. Un innegable rubor rosado tiñe sus mejillas bronceadas.
Puede que no sea bueno con la gente, pero soy jodidamente increíble con los
puzles.
No soy su enemigo. Soy una amenaza.
Coraline se siente atraída por mí, y eso le molesta. La molesta tanto, que
podría recibir lo peor de su veneno si la presiono un poco más de la cuenta.
—¿Perdón? —Coraline se burla, ofendida o al menos intentándolo.
—Tu postura es rígida, los brazos están cruzados; estás a punto de dejarte
pinchazos de uñas en la piel si sigues apretando —Inclino un poco la cabeza
y la sorprendo soltando el agarre de sus brazos—. Tu cuerpo me está diciendo
que estás incómoda. Te he preguntado por qué.
Un camarero pasa con una bandeja de champán burbujeante y ella agarra
una copa, la sujeta con cuidado entre los dedos mientras baja la mirada, con
los ojos encapuchados.
—Sólo quiero saber qué es lo que quieres de mí. Preferiría acabar de una vez.
No hace falta tanto juego previo.
Paso la lengua por delante de mis dientes, chupándomelos. Mientras asiento
con la cabeza, elogiándola en silencio por la andanada de insinuaciones
sexuales, ella se mantiene erguida, presumida, como si acabara de mover su
peón hacia mi última fila, tratando de ascenderlo a dama para poder dar
jaque mate.
—¿Qué podría querer de ti?
—Bueno —Suspira, se lleva la copa de champán a los labios y bebe un
sorbo—. Ahora te debo dos favores.
Estoy a punto de decirle que no fueron favores. Contestar al teléfono y
calmarla en el pasillo no es algo por lo que necesite que me pague. No los hice
con la esperanza de que ella me diera algo a cambio, pero fuimos
interrumpidos.
—¡Silas! —Mi nombre es un grito, pasos pesados acercándose mientras miro
a Daniel Highland, el director de marketing de la empresa—. No me dijiste
que estarías aquí esta noche.
Agarro su mano extendida y la estrecho con fuerza.
Daniel es lo que llamo un gusano.
Los gusanos son programas maliciosos autorreplicantes que se propagan por
las redes sin que el usuario interactúe. Daniel es un gusano. Corrompe a los
que trabajan por debajo de él, convirtiéndolos a todos en versiones mini
pomposas de sí mismo.
Cuando la junta vote por mi, mi primer acto como CEO será despedirlo.
Es inofensivo físicamente, pero es tóxico para el lugar de trabajo. Sobre todo,
teniendo en cuenta que no le gusta que me haga cargo o yo en general. No
tengo tiempo ni energía para cuidar egos heridos en el trabajo.
—No es mi trabajo decirte todo lo que hago —Mi tono es mucho más tenue
hacia él en comparación con la versión más ligera que acababa de tener con
Coraline.
Su sonrisa es viscosa, dientes de porcelana que parecen demasiado falsos y
demasiado grandes para su pequeña boca.
—Claro, claro. Tú eres el jefe. Bueno, casi —Se ríe, sacudiendo un poco la
cabeza—. Me encontré con tu padre justo antes de salir de la oficina. Ni
siquiera sabía que estabas saliendo con alguien. Nadie en la oficina parecía
saberlo.
Mi mandíbula se tensa y mis dedos se flexionan en el bolsillo. La pistola que
llevo en la cadera, oculta por la chaqueta, prácticamente canta el nombre de
Daniel, con una bonita bala esperando en la recámara.
Fue esa bocaza suya la que le contó a la mayoría de la empresa el diagnóstico
de cáncer de mi padre antes incluso de que tuviera la oportunidad. Daniel
nos aseguró que solo intentaba aliviar un poco la tensión de mi viejo, pero yo
lo veía claro como a un cristal.
Es el tipo de hombre que disfruta despojando a otro de su orgullo sólo para
sentirse un gran hombre.
—Me gusta mantener mi vida privada en privado.
—Por supuesto —Él asiente, juntando los labios—. Es sólo que, con tus
problemas de salud mental, no sé cómo alguien como tú podrá manejar una
relación seria. Será mucho para el cerebro una vez que te hagas cargo por
completo, ¿no?
Aunque tuviera esquizofrenia, ¿qué mierda le pasa?
Daniel no reconocería la salud mental ni, aunque le dieran con una piedra en
la cara. Aunque estoy seguro que se suicidará a los cincuenta por algún tipo
de depresión tardía.
No tiene ni idea de lo que es capaz alguien con ese trastorno. Lo que pueden
y no pueden hacer. Para él, es simplemente la historia de origen de un villano
en las películas de suspenso. A sus ojos, soy un maníaco violento e
incontrolable. Lo cual no podría estar más lejos de la realidad para quienes
viven con esquizofrenia.
Pero a la sociedad le resulta más fácil demonizar la salud mental que dedicar
tiempo a aprender sobre ella.
—Por cierto, ¿quién es la afortunada? ¿Alguien de Springs? He vivido aquí
todos mis cuarenta y cinco años. Dudo que no la conozca.
Sabía que preguntaría. ¿Por qué no lo haría? Sabe que estoy mintiendo. Al
menos, espera que lo haga. Cualquier cosa para conseguir otra oportunidad
en mi trabajo.
Simplemente no tengo una respuesta o incluso una mentira preparada.
—Coraline Whittaker.
Giro la cabeza hacia la derecha, justo cuando su suave mano me pasa por el
brazo, me sujeta el antebrazo y se inclina hacia mi cuerpo. El olor a lavanda
me llega a la nariz.
Me mira, moviendo las pestañas oscuras como si me dijera que le siga el
juego. ¿Es su forma de devolverme el favor? ¿Intenta ayudarme? Coraline no
tiene ni idea de a lo que se ha comprometido. Lo que significa para Daniel,
para mi futuro.
¿Podría la mujer maldita de Ponderosa Springs ser mi salvación?
—Soy una chica afortunada —Tararea con una sonrisa que no le llega a los
ojos mientras devuelve la mirada a Daniel—. ¿Trabajas con Silas?
Pequeñas agujas pinchan mi nuca al oír cómo dice mi nombre, recordándome
cómo lo dijo la otra noche. Una sensación que creía desaparecida hace tiempo
se agolpa en mis entrañas.
Deseo.
Deseo oírla decir mi nombre otra vez.
Jadeando. Gimiendo. Gritándolo.
Mis dientes se hunden en el interior de mi mejilla mientras los ojos de Daniel
se abren un poco, recién ahora asimilando su presencia, sorprendido que ella
exista, estoy seguro.
—Efectivamente —Se aclara la garganta, sacudiéndose la sorpresa, pero sin
dejar de mirarla de un modo que me incomoda—. Acabo de ver a tu madre,
Regina, antes que se fuera. No mencionó nada de que tuvieras novio.
Sus afiladas uñas se clavan en la tela de mi chaqueta mientras esboza una
sonrisa encantadora y endereza la columna.
—Madrastra —corrige—. A algunas personas no les gusta hablar de los
asuntos privados de los demás. Pero parece que a ti sí. Un poco chismoso,
¿no?
La sonrisa de suficiencia de Daniel parece desvanecerse, su ojo se tuerce y su
masculinidad se desinfla al ver cómo Coraline lo mira por encima del hombro,
a pesar de ser varios centímetros más baja, incluso con tacones.
Este mundo le enseñó a llevar su riqueza y luego la castigó por ello. Pero no
le quita cómo la posee, como un escudo.
—Huh —tararea, frunciendo las cejas—. Regina siempre ha parecido el tipo
de mujer que se apresura a compartir noticias emocionantes. Que su hijastra
se comprometa me parece bastante emocionante.
Ahí está.
Esto va a correr rápido como la mierda.
Mi pequeña mentira de que tenía novia se había convertido en una espiral en
la que le contaba a mi padre que ya había planeado declararme. Entré en
pánico: me estaba interrogando, exigiendo conocer a una chica imaginaria.
Le dije lo que necesitaba oír para que no tuviera que preocuparse. Yo sería
capaz de resolverlo y él podría seguir concentrándose en la escasa posibilidad
de mejorar.
Me hice cargo de Hawthorne Tech para aliviar el estrés, no para darle más.
No le fallaré, no después de todo lo que ha hecho por mí. No puedo fallarle.
¿Y si eso significa mentir? Lo haré.
No hay nada que no haga por la gente que amo.
—¿Compromiso rápido, supongo? Gran momento para ti, Hawthorne. Justo
antes que la junta decidiera no declararte CEO por tu estado civil.
La idea de disparar a este tipo en la cara ha alcanzado un máximo histórico.
Pero él es la menor de mis preocupaciones.
Tengo a una mujer del brazo interpretando el papel de falsa prometida para
el que no se apuntó, clavándome las uñas en el brazo, dispuesta a salir
corriendo hacia la salida más cercana. El pánico hace que le tiemblen los
dedos, y sé que está empezando a sentir que las paredes de esta habitación
se cierran a su alrededor.
Con cuidado, para no asustarla más, quito mi brazo de su agarre y se lo
enrosco alrededor de la cintura, de modo que pueda arroparla con seguridad
a mi lado. Es fácil, como si ya lo hubiera hecho un millón de veces.
Mi gran mano recorre toda su cadera, el calor de su cuerpo se extiende a lo
largo de mi costado. Jadea un poco, un ruido silencioso en el fondo de su
garganta. Me tomo mi tiempo, quizá porque es la única vez que puedo
acercarme tanto sin que me muerda.
Gira la cabeza para mirarme, con sus profundos ojos marrones brillando bajo
las luces. Hay una suavidad en ella cuando baja la guardia, y es tan
impresionante como sus bordes ásperos.
Con delicadeza, le acomodo un mechón de cabello detrás de la oreja antes de
pasarle un nudillo por la mejilla. Estas manos que han hecho cosas
despiadadas no deberían tocar cosas tan delicadas.
—Cuando lo sabes, lo sabes —digo con calma, la mentira resbala de mi lengua
como el agua.
Está hiperenfocada en mi cara, y me niego a romper el contacto visual, incluso
cuando Daniel hace otro comentario aburrido.
—¿Aún no hay anillo?
Niego con la cabeza, agarro un mechón de su cabello blanco y lo froto entre
los dedos sin dejar de mirarla.
—Estamos esperando para elegir uno juntos.
Mis ojos le dicen que siga mirándome, que no aparte la vista. Que siga
mirándome. Daniel no existe, y ella está bien.
Hay una necesidad en mí de decirle que está a salvo conmigo. Que, por alguna
razón, sé que no dejaré que nada malo la toque. No cuando estoy cerca.
Probablemente sea por su trauma, esa conexión entre nosotros.
—Bueno —Daniel se aclara la garganta—. Caroline, fue un placer conocerte.
Estoy seguro que te veré en la recaudación de fondos de la empresa.
—Coraline —Giro mi cabeza de golpe, mirándolo con ojos entrecerrados,
diciendo su nombre más como un gruñido—. Estaremos allí.
Cuando la bola de demolición de mi colega se marcha, siento que ella se aleja
de mí, que se me escapa de las manos y, tal como esperaba, se dirige hacia
la salida. Huyendo como lo hizo en Vervain.
Huyendo de mí, sin saber que la persecución es una de mis partes favoritas.
La sigo y camino más despacio, así que cuando salgo de su estudio, ya tiene
un cigarrillo entre los labios manchados de rojo y busca lo que supongo que
es un encendedor.
Me meto la mano en el bolsillo de la chaqueta y saco un paquete de cerillas.
Las sostengo entre los dedos, ofreciéndolas como una forma de intentar hacer
las paces antes de que empiece de verdad la guerra.
Me los quita, enciende uno y se pone a fumar. Apoya la espalda contra la
pared de ladrillo, inclina la cabeza hacia el cielo e inhala una bocanada de
humo antes de soltarlo en la noche.
—¿Lo has hecho a propósito? —pregunta, tomando otra aspirada—. ¿Me
tendiste una trampa para poder cobrar uno de tus jodidos favores?
La dureza de antes se ha multiplicado por diez.
Siento que se me tensa la mandíbula, enfadado sin motivo, molesto porque
pensó que la utilizaría. Pero no me conoce. ¿Qué otra cosa podía esperar?
—¿Qué te hace pensar que no tengo ya una prometida?
Coraline gira la cabeza para mirarme, sosteniendo el cigarrillo entre dos
dedos. El aire parece tensarse, cargado de una tensión innegable. El peso de
su ira se hace sentir sobre mí, las elegantes curvas de su rostro iluminadas
por las farolas, la piel de su pierna expuesta al aire nocturno.
—Si mi futuro marido me abrazara como tú lo hiciste en Vervain, lo mataría.
Este lugar cuenta historias. Historias del mal que has hecho y los rasgos
malvados que llevas, Silas Hawthorne —Sus palabras atrapan el viento
nocturno, flotando como los zarcillos del humo—. Desleal no es una de ellas.
Hay un impulso de ser transparente con ella, de hacerle saber que no soy lo
que dicen que soy. Un impulso de hablar y ser honesto, porque creo...
Creo que Coraline sabe lo que es que el mundo haga suposiciones sobre quién
eres antes de que tengas tiempo de averiguarlo por ti mismo.
A Ponderosa Springs le encantan las historias. Cuanto más aterradora, mejor.
Le dijeron que era una víctima, que siempre lo sería. Una mujer maldita que
tenía la costumbre de encontrarse en relaciones tóxicas, como si consintiera
que la secuestraran. Me dijeron que tenía esquizofrenia, que tenía que serlo
para encubrir un crimen que había visto una vez de niño. Un hombre cuyo
silencio hablaba de su enfermedad mental y no de su miedo a que nunca le
creyeran.
Nos encontramos aquí como dos personas a las que se les han dado
narrativas que no queríamos, tratando de convertir en verdad las palabras
que alguien más escribió.
—Mi padre tiene cáncer —le digo con sinceridad, porque por primera vez en
mucho tiempo... siento que puedo—. Tengo que casarme para hacerme cargo
de una empresa con mi apellido. Si no, la perdemos.
Coraline asiente y tira las cenizas al suelo.
—Así que está relacionado con el dinero —tararea, haciendo suposiciones que
no debería.
—Está relacionado con la familia.
Una burla resuena en sus labios, justo antes de dar otra calada, hablando
alrededor del humo.
—¿Cómo es tener la última familia decente en este pueblo de mierda?
—Sé que no tenías idea de en qué te habías metido, Coraline. Pero este
acuerdo podría beneficiarnos a ambos. Con Stephen escapándose, yo podría
ayudar...
—No necesito que me protejas de él —Ella se aparta de la pared, un fuego
ardiendo en ella ante la mención de su nombre—. No necesito que nadie me
proteja de él.
—No es protección lo que puedo ofrecerte, Hex.
El apodo se me escapa antes de que pueda atraparlo.
—¿Sí? ¿Entonces qué? ¿Dinero? —Ella sacude la cabeza, con una sonrisa
lúgubre en los labios—. Ya tengo bastante con mi apellido, gracias, fanfarrón.
Me paso la palma de la mano por delante de la boca. Maldita sea, es
jodidamente testaruda. Tan segura de sí misma antes que la corrija.
—Venganza —digo rápidamente—. Puedo ofrecerte una oportunidad de
vengarte.
Y protección, pero no le diré esa parte. Necesita sentir que es ella la que tiene
el control. No me importa dárselo, por ahora.
Mantiene la boca cerrada durante unos minutos, como si estuviera
debatiendo sus próximas palabras, sopesando sus opciones antes de tirar el
cigarrillo a la calle. Veo cómo mete la mano en el bolso y toma un pintalabios
y un espejo compacto.
Coraline se toma su tiempo, trazando las líneas de su boca. La suave curva
de sus labios parece invitar al tacto del aplicador. Hay intimidad en la simple
observación.
Con cuidado, se frota los labios antes de pasarse el meñique por la comisura
de los labios para eliminar el exceso.
—No la necesito.
El pequeño espejo chasquea en la palma de su mano al cerrarlo, haciéndome
parpadear por el rastro de sus labios.
—Necesitar venganza significa que todavía me importa una mierda. Ya no me
importa un carajo Stephen Sinclair.
Permanezco inmóvil en la acera mientras sus tacones chasquean a cada paso
que da hacia mí. No creo que pudiera moverme, aunque quisiera, no con la
forma en que las sombras rebotan en su piel y la mirada decidida de sus ojos.
Hay algo en esta mujer. Algo que no puedo comprender pero que quiero
agarrar con ambas manos y apretar hasta que su cuerpo arda con las marcas
rojas que dejan mis manos.
—Siento lo de tu padre, Silas.
Sus pequeñas palmas recorren los bordes de mi chaqueta, quitándome las
pelusas inexistentes de los hombros. El movimiento es falso, pero sus ojos
brillan de sinceridad.
—Pero no —Me dedica una sonrisa desdentada, rápida, delicada.
Rechazándome con gracia.
—No quieres estar unido a alguien como yo. Esta soy yo devolviéndote otro
favor. Si crees algo de lo que este pueblo te dice... Cree que estoy maldita.
Altas Horas de la Noche

Coraline
Me tiemblan las manos cuando pulso el botón de encendido del lateral del
teléfono y veo cómo la pantalla se vuelve completamente negra. Los mensajes
de texto sin contestar desaparecen mientras tiro con calma el iPhone a la
papelera, a mi lado, y escucho cómo golpea el fondo del cubo metálico.
Ambas manos se agarran al lavabo, la cabeza caída entre mis hombros
mientras respiro.
¿Me has echado de menos?
¿Has olvidado cómo se siente mi amor?
Hoy llevabas mi color favorito.
¿Recuerdas lo que pasa cuando me ignoras, chica Circe?
Incluso encerrada en el cuarto de baño de este restaurante con cuatro
esquinas que puedo ver, sigo queriendo mirar por encima del hombro.
Sacudo la cabeza, apretando los dientes, mientras siento que una lágrima cae
de mi ojo.
Las noches son largas.
No recuerdo la última vez que dormí una noche entera, pero ahora las horas
pasan muy despacio. Los ojos no se me cierran y me paso el tiempo sentada
en el salón, mirando fijamente a la puerta principal con una pequeña pistola
en el regazo, esperando.
Los mensajes nunca fueron una broma. Ni una burla.
Era él.
He estado esperando este momento desde que salí del sótano. Nada se siente
diferente, tal vez excepto el hecho de que ya no me siento loca, sabiendo que
ese giro en mis entrañas tenía razón. Sabía que volvería por mí.
Que Stephen Sinclair esté libre no cambia nada para mí.
Entre rejas, me tuvo prisionera, y ahora hará lo mismo.
Estoy preparada para él, y cuando aparezca, porque sé que lo hará, le meteré
una bala en el cráneo.
Le dije la verdad a Silas hace dos noches. No quiero vengarme. No quiero
matarlo como venganza. No hay ningún impulso en mí de matarlo de hambre
durante meses, alimentarlo sólo con carne cruda durante una semana como
castigo por no decir las cosas correctas. No necesito romperle el tobillo
derecho o dislocarle uno de los hombros para sentirme reivindicada.
Lo quiero muerto.
Que ya no exista en este planeta podrido. Fuera de mi vida. Fuera de mi puta
cabeza.
No le tengo miedo. Estoy cansada de los juegos.
Respiro y me miro en el espejo del baño. Rápidamente, me retoco el corrector
de ojeras, cubriendo las bolsas moradas que tengo allí. Sacudo un poco el
cuerpo y sonrío varias veces.
Cuando estoy satisfecha de que parezca creíble, salgo, saludada por el olor a
aceite de freír. El bullicio de las conversaciones aumenta cuanto más me
acerco al comedor principal.
La Cafetería de Tilly es un centro neurálgico en Ponderosa Springs, uno de
los únicos establecimientos que no se ha modernizado desde los años setenta
y que parece que encajaría mejor en un pequeño pueblo que aquí.
Lo frecuentan jóvenes de instituto y universitarios, pero ¿qué esperan? Es el
único local abierto veinticuatro horas. ¿Dónde si no van a comer los
drogadictos y los que no duermen?
Esta noche, Lilac y yo no somos ninguna de las dos cosas.
Vuelvo a nuestro puesto de la esquina, junto al gran ventanal. La oscuridad
de los pinos se extiende kilómetros más allá del estacionamiento de grava
iluminado con neón.
Lilac sonríe mientras le da otro mordisco a su hamburguesa con queso y chile,
y los restos de su comida gotean por sus antebrazos, lo que hace que una
sonrisa genuina se dibuje en mis labios mientras agarro una patata frita.
—No me puedo creer que seas vegetariana —refunfuña alrededor de un
bocado de paro cardíaco—. Parece ilegal.
—Vas a vomitar eso por todas partes en cinco horas —le digo.
Tiene entrenamiento a las ocho de la mañana. Si yo fuera su madre, le habría
dicho que se volviera a dormir cuando entró en mi salón en pijama y zapatillas
de deporte, pidiendo ir por comida. Pero no soy su madre. Soy su hermana.
Su coleta se agita mientras niega con la cabeza y da otro mordisco para
demostrar su opinión. Lilac es una tenista increíble. Probablemente la mejor
del instituto Ponderosa, y no porque sea un don natural.
Es disciplinada sin medida, centrada y decidida a ser la mejor.
Es un rasgo que heredamos de nuestro padre. Sin embargo, ella es capaz de
equilibrar su deseo de éxito y su amor a la vida mucho mejor que yo o que
nuestro progenitor paterno.
Cuando se le antojan hamburguesas, la complazco. Aunque sean las tres de
la mañana y odie Tilly. Se merece breves momentos de felicidad como estos.
—Tu revés se veía bien ayer.
—Gracias —Sonríe, tragando su comida—. El entrenador dice que, si sigo a
este ritmo, llegaré a los nacionales otra vez.
Las clases acaban de terminar, pero su entrenamiento no. Abril es el
comienzo de su temporada baja, y tiene todo el verano para trabajar antes
que vuelvan los partidos. La rutina que sigue fuera de temporada es estricta,
pero le gusta.
Me aseguro de estar allí para recogerla y alimentarla. A veces la llevo a la
mansión de cristal donde viven sus padres, pero la mayor parte del tiempo
está conmigo, viviendo cómodamente en mi habitación de invitados.
Regina y James sólo la quieren en casa cuando hay visitas.
—Por supuesto que lo harás. Eres la mejor jugadora de tenis que conozco.
Pone los ojos en blanco, deja la hamburguesa y se limpia las manos para
agarrar el móvil, repleto de un millón de notificaciones. ¿Qué tiene ser
adolescente y tener tanta gente con la que hablar?
¿Creces y sólo anhelas tranquilidad?
¿O nos alejamos de la gente por sobrevivencia?
—Soy la única jugadora de tenis que conoces, Cora.
Lilac sonríe ante la pantalla, mordiéndose el labio inferior antes que sus dedos
vuelen por las teclas. Parece decidida a contestar lo antes posible. Solo hay
una razón por la que miras así un teléfono, y no son los memes de gatos.
—¿Quién es el chico? —pregunto, levantando una ceja juguetonamente.
Una sonrisa socarrona se dibuja en sus labios.
—Chica.
Agarro otra patata frita y la mojo en un vaso de batido de vainilla que tengo
delante.
—¿Sí? ¿Pensé que habías renunciado a las chicas después de lo que pasó con
Brit?
Me hace un gesto con la mano para que lo deje.
—Eso fue hace tres meses. Lo he superado. No éramos exclusivas, de todos
modos.
Me río de lo muy suya que es esa respuesta.
Desde que Lilac podía hablar, era su propia personita, a la que no molestaban
los límites ni las reglas que le imponía el mundo. Cuando intento recordar
cosas de antes de ser secuestrada, lo único que tengo en la cabeza es a ella.
Dio sus primeros pasos a los diez meses porque se negaba a gatear. Yo
acababa de cumplir seis y ella había dado cinco pasos antes de caer en mis
brazos larguiruchos. Las dos acabamos en el suelo.
La ayudé a sacarse su primer diente cuando tenía cinco años. Había visto el
truco del cordel y el pomo de la puerta en Internet. Cuando intenté
arrancárselo dando un portazo, gritó y exigió hacerlo ella misma. Regina
estaba enfadada por la sangre en el suelo. Aquella noche nos reímos de ello
bajo las sábanas.
Hasta los dieciocho años, la peinaba para cualquier ocasión. Le cubría las
rodillas con tiritas cuando pensaba que quería ser patinadora profesional. Le
enseñé a maquillarse y a dominar el arte de la regla. La tomé de la mano en
todas sus pesadillas, ahuyenté al monstruo que había debajo de su cama y
me pasé horas dejando que me lanzara pelotas de tenis como si fuera una
diana humana.
Un periodista me preguntó una vez en un café qué era lo que más echaba de
menos durante los dos años que estuve fuera.
Le tiré mi café helado a la cara y más tarde, cuando me calmé, pensé en mi
respuesta.
Era Lilac.
Me perdí dos años de su vida, y cada momento lejos me mataba.
Durante meses en ese sótano, sollocé. Aterrorizada que pensara que la había
dejado voluntariamente. Que la había abandonado sin despedirme. Sólo
había querido verla a ella cuando llegué al hospital.
Me había perdido dos años y juré que no me perdería ni un segundo más.
—¿Me vas a hablar de ella o tengo que curiosear?
Guarda silencio sólo un momento antes de explotar en información. Nunca
es difícil conseguir que hable de sí misma: su signo zodiacal es Leo y nunca
me deja olvidarlo.
—Es tan bonita, Cora. Y juega al fútbol. Nuestras conversaciones duran
horas, y son mucho más significativas que cualquiera de las que he tenido
con gente de Ponderosa Springs. Ella es... profunda. Hablamos por mensaje
de texto de cosas que importan —dice con efusividad, y yo me limito a sonreír
mientras la escucho hablar.
—¿Tiene nombre?
—Reece —Su rostro se vuelve rosa cuando lo dice.
La dejo cotorrear sobre su enamoramiento, la escucho leer conversaciones
entre las dos y doy mi visto bueno cuando me enseña selfies de la chica.
La escucho, la dejo ser adolescente y me deleito en su capacidad de sentir
estas cosas. Tener esperanza, saber que tiene toda la vida por delante y que,
haga lo que haga, yo estaré ahí para apoyarla.
—¿Está Reece practicando sexo seguro?
—Oh, Dios mío —Una mezcla de gemido y chillido resuena en nuestra cabina
mientras se lleva las manos a los ojos—. Ni siquiera hemos salido, nos
conocimos en el chat del distrito escolar. El sexo no ha surgido, Cora.
—No te estoy avergonzando. Sólo pregunto. No enseñan sexo seguro para
pansexuales en el instituto. Todavía puedes contraer herpes de...
—No termines eso. Te tiraré esta hamburguesa encima.
Pongo los ojos en blanco.
—Tan dramática.
Suena el timbre y la puerta de cristal se abre. Otro cliente nocturno entra,
pero cuando miro, debido a mi naturaleza humana, maldigo en silencio al
universo.
El grupo capta la atención como una nube de oscuridad. Una pausa
silenciosa cubre la cafetería. Incluso el sonido metálico de los cocineros se
detiene.
Es el efecto Hollow Boys.
Un chiste que solía hacer mi grupo de amigos cuando entraban en una
habitación. Cuando soportas el peso de sus apellidos y su reputación, no hay
forma de pasar desapercibido.
Ya sea por respeto o por miedo, la gente se detiene, mira fijamente y baja la
voz cuando llegan, sin importar dónde vayan o aparezcan. Sus ojos recorren
el interior retro de la cafetería y finalmente se posan en una mesa vacía no
muy lejos de la nuestra.
El tiempo pasado lejos de Ponderosa Springs no ha disminuido su influencia.
Ha crecido con los años. Son todo lo que los prestigiosos imbéciles de
Ponderosa Springs temen.
De adolescentes, eran la anarquía, un voraz incendio forestal que había que
apagar pero que no se pudo contener a tiempo. Ahora que son adultos con
acceso total al dinero y al poder que ofrece su legado, no hay esperanza de
liberación.
Usarán su poder para vengarse del sistema que los convirtió en monstruos
en cuanto se sientan tentados.
Son los ricos devorando a los ricos.
Sin embargo, todo el mundo conoce la verdad.
Los Hollow Boys siempre han tenido los dientes más afilados.
—¿Crees que se hacen trenzas? —susurra Lilac al otro lado de la mesa,
mirándolos por encima del hombro durante una fracción de segundo antes
de darse la vuelta. Se atreve a hacer una broma, pero no se atreve a dejar que
la oigan.
Resoplo una carcajada en el fondo de la garganta mientras caminan hacia el
pasillo.
Alistair Caldwell encabeza la fila, como siempre; sólo sabe ser el primero.
Cabello oscuro. Ojos oscuros. Maldito corazón oscuro. Si alguna vez tenía un
problema, era famoso por resolverlo con sus puños. Era extraño que alguien
que odiaba esta ciudad tanto como él poseyera tanto de ella.
Detrás de él, jugueteando con su chaqueta de cuero hasta que Alistair se
encoge de hombros, Rook Van Doren. Irradia rebeldía con una sola cerilla
entre los dientes y una sonrisa juvenil. El blanco de sus ojos está teñido de
rojo por la hierba. Estoy segura que sus antojos son la razón de que estén
aquí tan tarde. Me pregunto cuándo lo dejará, antes o después de seguir a los
hombres de su familia y convertirse en juez.
—Como si Thatcher Pierson dejara que alguien lo tocara —digo haciéndola
soltar una risita con su batido.
Thatcher no camina; planea, flotando sobre su enorme ego. Su historia es la
historia de miedo favorita de todo el mundo, ya que no sólo es un legado de
la familia fundadora, sino el hijo del único asesino en serie de Ponderosa
Springs. Lleva el miedo en su tez pálida casi tan bien como su traje recién
planchado.
La risa de Lilac llama la atención del último miembro de su grupo. Como si
necesitara otro encuentro con Silas Hawthorne. El silencioso misterio que se
aferra a su persona como una sombra se proyecta sobre nuestra mesa cuando
se desliza en el reservado junto a Rook.
Soy humana, con ojos, y no me culpo por fijarme en él.
Parece demasiado grande para caber en la cabina. Sus bíceps se flexionan
mientras cruza un brazo por detrás de la cabina. Los músculos amenazan
con romper en pedazos los hilos de su camiseta gris ajustada.
Tatuajes desde la punta de sus largos dedos hasta la garganta adornan su
piel marrón claro. Varios diseños que, como artista, estoy demasiado lejos
para apreciar realmente. Su cabello, normalmente rapado cerca del cráneo,
está cubierto con un gorro negro.
Silencioso, tranquilo, firme, con esa confianza inquebrantable. Su presencia
es una exigencia sin palabras, una orden sin voz. Es una fuerza imparable,
sin cambios desde el instituto.
Conocía a Silas antes de todo esto: la llamada, Vervain, la gala de arte. Todo
el mundo lo conocía. Su aspecto, su reputación, la historia que Ponderosa
Springs construyó para él. El hijo mayor de la familia Hawthorne, de mirada
pétrea, comportamiento intimidante y esquizofrénico diagnosticado.
Mis ojos rastrean su rostro.
Los artistas que pintan rostros o esculpen cuerpos buscan siempre el
equilibrio perfecto de la simetría. Porciones de excelencia, sin defectos. Silas,
sin saberlo, es probablemente la mayor referencia mundial para este dilema
exacto.
Llama la atención lo equilibrado que está todo. Pómulos afilados y bien
definidos, que crean sutiles sombras que juegan a lo largo de su rostro,
acentuando su fuerte mandíbula actualmente tensa. Una belleza áspera y
dura que hace imposible no fijarse en él en una habitación.
“El Esquizofrénico” lo llamaban, era injusto y poco original. Pero si algo
necesita esta ciudad son etiquetas. Creo que ya entonces me sentí
identificada con el hecho de que me pusieran un nombre que nunca encajaba
con mi narrativa.
Habíamos pasado años en los mismos colegios, toda nuestra infancia
básicamente, y puedo contar con los dedos de una mano el número de veces
que me había cruzado con él en los pasillos o me había topado con él.
Corríamos en círculos diferentes, e incluso a una edad temprana, una vez que
encuentras un grupo de personas... Te quedas ahí, sin atreverte nunca a salir
de él.
Parece que el universo recupera el tiempo perdido y nos vuelve a poner en el
espacio del otro.
—Ohh... —Lilac tararea, una sonrisa de complicidad en su rostro—. ¿A cuál
te estás comiendo con los ojos?
Le dirijo la mirada, frunciendo las cejas.
—¿De qué mierda estás hablando?
—No has dejado de mirar la cabina desde que se sentaron, así que derrama.
¿Cuál te gusta?
Tengo que mantener físicamente mis ojos en los suyos para que no se desvíen
hacia Silas. Me muerdo el interior de la mejilla y sacudo la cabeza.
—Termina tu comida para que podamos llegar a casa. Tienes que levantarte
en cuatro horas.
Lilac resopla, pero hace caso, devorando tranquilamente su hamburguesa
con queso con una mano mientras con la otra consulta distraídamente su
teléfono. Intento ignorar la tensión entre mi cabina y la suya.
Lo cual está resultando difícil, teniendo en cuenta que nuestra última
conversación giró en torno a que yo fuera su falsa esposa después de intentar
hacerle el simple favor de jugar a los novios. Eso me pasa por intentar ser
amable. Me fastidian y acabo metiéndome en mucho más de lo que había
planeado.
Me sentí como una mierda dejándole lidiar con las secuelas de eso. Espero
que se le ocurra una mentira sobre que lo engañé o lo dejé, algo creíble. No
me importa lo que diga de mí, siempre y cuando no esté atada a él
románticamente. Aunque sea falso.
Soy lo último que necesita añadir a su plato.
Miro hacia él un instante, preguntándome qué le pasa por la cabeza. Cómo
es capaz de soportarlo todo. Su padre se está muriendo y él está con sus
amigos, la viva imagen de la despreocupación.
Detente, me digo bruscamente. No te involucres. No pienses en lo que piensa
Silas ni en cómo está. Mantente lejos.
Estoy segura que podrá encontrar a alguien agradable. Bonita, más adecuada
para lo que busca. No será difícil, es atractivo y tiene más dinero que Dios.
Es lo mejor para los dos. Mejor para él, si soy honesta. Los hombres no
pueden acercarse a mí y sobrevivir.
Los muertos no cuentan cuentos.
Lilac suelta un sonoro eructo, frotándose las manos.
—¿Lista para irnos?
Asiento con la cabeza, agarro el bolso y me lo subo al hombro mientras salgo
de la cabina y mantengo la cabeza erguida. Me niego a mirar en su dirección
mientras camino hacia la caja.
Cuando meto la mano en la cartera para recoger mi tarjeta, aparece la
camarera detrás del mostrador.
—Se encargaron de su comida —Ella sonríe, como si esto fuera algo bueno.
Algo agradable.
—Eso es tan lindo...
—¿Quién? —Interrumpo a mi hermana, con la mano apretada alrededor del
dinero que tengo en la mano.
Sin esperar mi reacción, la camarera arquea las cejas confundida y señala en
silencio hacia donde Silas está sentado con sus amigos, ajeno a nuestra
conversación.
La irritación me calienta las venas.
Saco un billete de veinte dólares y se lo doy como propina antes de girar sobre
el talón del pie.
—Cora, ¿adónde vas?
El pantalón de chándal me resbala por las caderas mientras me acerco a su
mesa, y no me molesto en arreglármelo cuando llego al borde. Siento que se
me van a romper los dientes si los aprieto más.
Cuatro pares de ojos se posan en mí.
PUM.
La palma de mi mano golpea la superficie roja, debajo de la cual hay dinero.
Ignoro el resto, encontrándome con un par de ojos marrones mucho más
oscuros que los míos, que esconden secretos e intenciones desconocidas.
—Ya que esto no quedó suficientemente claro la otra noche, permíteme ser
franca —murmuro, con el cabello cayéndome sobre el hombro mientras
empujo el dinero hacia él.
Rebusco en mi bolso, saco varios billetes de veinte y los dejo caer sobre la
mesa.
—No puedo ser comprada, y esto nos deja a mano —digo—. Yo invito la cena
esta noche, chicos.
El Dinero de Papá

Silas
Mis oídos zumban cuando otra bala atraviesa el objetivo que tengo delante.
No es el poder del arma lo que me atrajo ni el daño de la bala lo que me
mantiene casado con ella.
Es el olor.
Una columna de humo sale en espiral del cañón y desprende un aroma de
caos controlado. Es un sabor penetrante, a productos químicos quemados
mezclados con el trasfondo metálico de la pólvora caliente. A medida que se
desvanece, deja tras de sí un rastro fugaz de carbón quemado, una terrosidad,
la fuerza bruta del arma.
El aroma es una prueba de toda la belleza que se encuentra en la violencia.
Mi teléfono vibra sobre la mesa de madera que tengo delante. Un mensaje de
texto de Rook ilumina la pantalla, haciéndome saber que está aquí. Retiro los
cartuchos vacíos de delante de mí y meto otro cargador en la Canik negra de
9 mm; luego la deslizo bajo la cinturilla de mis pantalones, a la altura de la
cadera.
Empiezo a recoger la mesa, desmontando los rifles de francotirador que había
disparado antes y metiéndolo todo en la bolsa de lona negra. Sostengo por un
momento en mis manos el Desert Eagle de calibre cincuenta. Un regalo que
Rosemary me hizo hace años y que ya sólo utilizo para practicar tiro al blanco.
Es poco práctica para el día a día.
Las dos frases grabadas en los laterales del metal son las que he conservado
conmigo. En todas las armas que tengo, incluso en la que llevo en la cadera,
se lee lo mismo.
Non timebo mala a la izquierda.
Vallis tua umbra a la derecha.
Las mismas palabras están tatuadas a lo largo de la parte exterior de mi mano
izquierda y derecha, desde la muñeca hasta los nudillos. Rosie había iniciado
la tradición grabándolas en el regalo, sabiendo lo mucho que significaban las
palabras, y yo la había continuado.
Coloco el arma dentro de la bolsa, cierro la cremallera y me la echo al hombro,
esquivando el sol abrasador más allá de los pinos.
Cuando atravieso la puerta trasera de la casa de mis padres, sé que no podré
salir rápidamente porque la voz de Rook resuena desde la cocina. Genial,
jodidamente fantástico. Pasará una hora antes que salgamos por la puerta.
—Tardaré dos minutos. Sólo déjame darte un recorte.
Cuando entro, mi madre está tirando de los mechones de cabello de Rook, de
puntillas, inspeccionando el largo hasta el cuero cabelludo como si fuera un
niño y ella estuviera buscando piojos.
—Me lo estoy dejando crecer, mamá —murmura, sonriendo, a segundos
probablemente de decirle que sí. Siempre le ha costado decirle que no.
—Esto era mucho más fácil cuando eras pequeño y no podías decir que no.
—¿Eso es antes o después que le hicieras un corte de tazón? —Mi voz anuncia
mi presencia mientras les observo desde la entrada.
—¡No era un corte de tazón! Era lindo —Agita su mano en mi dirección,
haciéndome señas para que me vaya y dejando a Rook libre de su inspección
maternal—. ¿En qué lío se han metido esta noche?
Rook sonríe, frotándose las manos, y yo respondo antes que tenga ocasión de
meterse el pie en la boca y provocarle un infarto a mi madre.
—Póquer —Me aclaro la garganta—. Con unos amigos.
Sus cálidos ojos color avellana se arrugan suavemente en las comisuras y
sacude un poco la cabeza. No sé si sospecha que miento o no. Probablemente
le diría a la gente que sabe cuándo lo hago, pero llevo mintiéndole casi toda
la vida y nunca se ha dado cuenta, o quizá sea porque no tenía motivos para
hacerlo.
Zoe Hawthorne brilla con el suave toque del tiempo y la experiencia,
desvaneciéndose en sus últimos años con gracia. Cada sonrisa desprende
empatía. Todo en ella es maternal, y he tenido suerte de tenerla.
Todos los chicos lo son, especialmente Rook.
Es su favorito por mucho.
La luz de la cocina ilumina su cabello castaño, con suaves vetas plateadas en
las raíces que se niega a teñir. Le gustan las canas, dice que le dan un aspecto
regio.
—Mientras estás fuera, Rook, tal vez puedas convencer a mi hijo para que
traiga a su prometida alguna vez. Aparentemente, no somos lo
suficientemente buenos para que nos la presente —Su voz es juguetona,
haciéndome saber que está bromeando, pero en el fondo, sé que toda esta
situación la ha disgustado.
—Pronto, mamá. Te lo prometo.
Tan pronto como elija una esposa.
La cena familiar de esta semana fue para interrogarme. Planes de boda, quién
era mi futura esposa, por qué no se lo había dicho. Por suerte, por algún acto
de Dios, Daniel no se lo había mencionado a mi padre en el trabajo todavía,
pero es sólo cuestión de tiempo antes de que esto me explote en la cara.
Mi plan a partir de ahora es simple.
Voy a contarles la verdad sobre Coraline. Había estado en el lugar equivocado,
en el momento equivocado, sin saber de mis próximas nupcias, y trató de ser
una buena amiga ayudando a ahuyentar a un colega entrometido.
Lo cual, si sale bien, me dará el tiempo suficiente para hacer una lista de
mujeres decentes que estén dispuestas a contraer un matrimonio concertado
durante al menos dos años. Sobre el papel, eso suena imposible. ¿En
Ponderosa Springs?
Será fácil.
La mayoría de las hijas y hermanas que se quedan aquí, ¿qué, para salir
adelante? Quieren ser las mejores, ¿y cómo se consigue eso aquí? Con dinero.
Resulta que tengo mucho.
Sin embargo, hay una mujer en particular, una que parece odiar la idea de
estar atada a mi dinero. Lo cual es gracioso, considerando que ella es la única
que quiero.
Por pura conveniencia. Ella entiende lo que está en juego, sabe sobre
Stephen. Tenemos un enemigo mutuo, y eso nos haría grandes socios.
—Bueno, cuídate esta noche. Papá se va a enfadar por no haberte visto, pero
no quiero despertarlo —Ella tira de Rook en un fuerte abrazo que él devuelve,
besándolo en la mejilla suavemente—. Gracias por mis flores, dulce niño.
Cuida de mi bebé.
—Siempre, mamá —murmura Rook, dejando que la apriete un poco más de
lo normal antes de separarse.
Cuando camina hacia mí para darme el mismo amor, la miro.
—Soy un adulto, ¿sabes?
—¿Y? Siempre serás mi bebé. Dame un abrazo antes de irte.
Me abalanzo sobre ella, le rodeo la cintura con los brazos y me inclino para
que me rodee el cuello con los suyos. Siempre ha olido a vainilla desde que
era niño. Ahora, esté donde esté, la vainilla me recuerda a casa.
—La próxima vez que entres en esta casa, será mejor que lleves a esa chica
del brazo, o me lo tomaré como algo personal.
Presiono con mis labios a un lado de su cabeza.
—Sí, señora.
Odio esto. Siempre he odiado esto.
La sensación en mi estómago que me lleva al silencio. La mierda que siento
por dentro, sabiendo que miento a mi familia. Sabiendo que es lo único que
hago, joder.
Mi salud mental, este compromiso, Stephen.
No creo que ninguno de ellos me conozca realmente.
No realmente, no el verdadero yo.
Decir la verdad parece fácil, pero no lo es cuando todo el mundo sabe que
eres una cosa determinada desde que eras joven. No cuando decir la verdad
les preocuparía.
Después de despedirnos, Rook y yo despejamos la distancia entre la cocina y
la puerta principal. En el momento en que nuestros pies tocan el porche, oigo
el chasquido de un encendedor, seguido del olor a humo de cigarrillo.
—Escala del uno al diez. ¿Cuál es la probabilidad de que Easton intente
matarme esta noche?
—Un once.

Rook había decidido para el grupo que no era necesario llamar a la puerta.
Así que los tres le seguimos por los sorprendentemente vacíos pasillos de la
mansión Sinclair. A veces tropezamos con suerte en nuestro libertinaje.
Se rumorea que todos los jueves por la noche, Easton Sinclair se reúne con
sus amigos para jugar al póquer, siguiendo de cerca los pasos de su padre al
convertirse en el jefe de la casa de su familia.
Cómo pudieron permitirse el mismo estilo de vida después de que Stephen
fuera a la cárcel es algo que quiero saber. No te embargan los bienes y luego
sigues viviendo de lujo.
La pistola que llevo en la cadera me aprieta el costado, la ira que no es mía
hace que apriete los puños. No me sorprendería que Easton supiera de la
existencia de la chica secuestrada en la casa de su infancia. Todo el tiempo,
la dejó pudrirse bajo su riqueza por miedo al poder de su padre.
Había sido un cobarde toda nuestra puta vida; no me habría sorprendido.
—¿Cómo sabes adónde vas? —pregunta Alistair por encima de mi hombro
mientras yo vigilo por si vienen las amas de llaves o Lena Sinclair, que aún
lleva su anillo de casada y vive en los terrenos.
—Ya he estado aquí antes —dice Rook en voz alta, sin importarle si alguien
lo oye. Creo que quiere ser atrapado, sólo para añadir un poco más de caos a
nuestro plan—. Una vez me follé a Sage dentro del salón de billar. Algo así es
difícil de olvidar.
Thatcher se burla desde atrás, mordiéndose la lengua para no decir algo
sarcástico, estoy seguro.
El odio que ha fluido y refluido entre nosotros y el único hijo de Stephen
Sinclair va mucho más allá de que Rook le robara la novia hace años.
No, nuestros apellidos han chocado desde antes de nuestros nacimientos.
Nuestra rivalidad está construida en los cimientos de Ponderosa Springs.
Sangre llena de odio esparcida bajo el suelo. El Halo comenzó una vez como
venganza, la unión de los hombres Sinclair que secuestraron, golpearon y
violaron a las hijas y hermanas de las familias fundadoras de Ponderosa
Springs.
Caldwell.
Van Doren.
Pierson.
Hawthorne.
Las mujeres de nuestro legado eran un trampolín para lo que se convirtió en
la mayor organización vil que Stephen había orquestado. Donde secuestró a
chicas jóvenes e inocentes y se lucró vendiéndolas a Dios sabe quién.
Estábamos destinados a odiarnos, y aunque me gustaría pensar que estoy
por encima de enemistades heredadas, es difícil no continuar cuando Easton
Sinclair es un maldito hijo de puta y lo ha sido desde que le conozco.
Cuando llegamos al final del pasillo, Rook gira a la izquierda y se detiene
frente a unas pesadas puertas dobles de caoba. Detrás de ellas se oye música
y, en lugar de tomarse un segundo para repasar nuestro plan, las aprieta con
dos manos tatuadas y las empuja.
Punto final, sin precaución en todo momento.
Su mano está siempre en el acelerador, y morirá allí.
—Maldito impaciente —refunfuña Alistair mientras las abre de un empujón.
—Cuánto tiempo sin verte, Sinclair —grita Rook, extendiendo los brazos hacia
la sala llena—. ¿Tienes espacio para repartirnos?
Los cuatro nos filtramos en la sala de póquer empañados por la niebla de los
puros. Más allá del velo de humo, cuatro de los amigos de Easton están
desplomados en sus sillas, sin apenas prestar atención a sus manos,
colocados por las drogas o el alcohol o consumidos por las mujeres que flotan
por la sala.
Easton no se ve mucho mejor. Probablemente lo peor que le he visto en los
años que le conozco.
Su cara está enterrada en el cuello de una chica con un escueto vestido rojo,
su cuerpo, de espaldas a nosotros, encaramado encima de la mesa de fieltro
verde, con fichas de póquer esparcidas por ella. Los tirantes de su vestido
cuelgan sueltos de sus brazos mientras él mira por encima de su hombro en
nuestra dirección.
—Váyanse a la mierda de mi casa —exige, golpeando a su compañera en la
cadera, lo que provoca que ella se deslice desde la mesa hacia otro grupo de
mujeres.
El lado izquierdo de su cara se ha curado decentemente. Gracias a varias
cirugías plásticas, esas cicatrices de quemaduras son blancas, corriendo por
debajo de la cuenca de su ojo todo el camino hasta su barbilla. La piel a rayas,
con el recuerdo de la mano de Rook presionando su cara contra el lateral del
tubo de escape de su moto.
—Di por favor —se burla Rook, sonriendo con satisfacción.
Burlarse de él es su juego favorito.
Easton tiene la mandíbula tensa, crispada por la ira ante nuestra intrusión,
pero eso es lo único familiar en él. Mueve la mano y agarra el cuello de una
botella de vodka. Tiene el cabello rubio despeinado, los ojos enrojecidos y la
piel pálida y enfermiza.
Parece que el tiempo tampoco ha sido benévolo con él.
—Chúpame la polla, Van Doren —Se relame, se lleva la punta de la botella a
los labios y engulle un trago de líquido antes de limpiarse la boca con el dorso
de la mano—. Lárgate, o la policía puede obligarte. Tú eliges.
—No eres mi tipo, hombre —Rook se mete las manos en los bolsillos y se
balancea sobre los talones—. Tengo una verdadera erección por las pelirrojas.
¿Tal vez si pruebas un poco de tinte para el cabello y podemos volver a esto?
No necesito ver para saber que lleva una sonrisa de comemierda en la cara,
sabiendo que Easton está cayendo en picado a un montón de cenizas
mientras él se queda con la chica. Se merece todo lo que está viviendo ahora
por lo que la hizo pasar.
Nuestros apellidos pueden haber originado nuestro odio. ¿Pero Sage
Donahue? Ella es la gasolina para estos dos.
Easton se ríe maníacamente, echando la cabeza hacia atrás.
Enarco las cejas y miro a Alistair, que le observa en silencio.
—¿Recurrir a la bebida después de que papá fue a la cárcel? Qué
cliché —Rook murmura.
Esto lo hace recuperar la sobriedad, el sonido del cristal rompiéndose al
golpear la botella contra la mesa. Sus pasos hacia adelante son más
coordinados de lo que esperaba. Camina hasta estar frente a la cara de Rook.
Mi amigo sonríe mientras el hombre que representa todo el dolor de su novia
levanta el puño.
—Tócalo —El clic del seguro de mi pistola resuena en el aire, el extremo del
cañón golpea a Easton en la sien—. Pónmelo fácil.
Lo observo tenso. Todo el mundo es un tipo duro hasta que hay un arma de
por medio.
El silencio resuena en la sala. Todo el mundo se ha quedado inmóvil.
—Despejen la puta habitación —gruñe Alistair hacia los inocentes
transeúntes que aún están dentro.
Escucho el arrastrar de pies, susurros silenciosos mientras se escabullen
fuera de la habitación, mientras apunto la pistola al cráneo de Easton,
observando sus ojos vidriosos mientras sigue mirando fijamente a Rook.
Obviamente, la implicación de Easton en el Halo no fue suficiente para que lo
detuvieran con su padre y los demás implicados, pero sabemos que es el
siguiente en la línea de sucesión.
Lo que significa que cualquier información que tenga, la queremos.
—¿Vas a echarme a tus perros encima? ¿Debo esperar que Alistair empiece a
sacarme a golpes las estupideces que quieren? —gruñe Easton, girando la
cabeza para mirarme.
Mi dedo roza el gatillo. Sólo un poco de presión y está muerto.
—Soy demasiado viejo para juegos contigo —responde Alistair, agarrándolo
del hombro y empujándolo a una silla vacía—. Me lo vas a poner fácil.
Hacemos una pregunta y tú respondes.
Aprieto la culata de la pistola contra su frente, haciendo presión para
enfatizar.
—¿Dónde está? —Thatcher habla por primera vez desde que llegamos.
—Sé más específico —sonríe—. ¿Quién?
Alistair le agarra un puñado de cabello y le echa la cabeza hacia atrás para
que lo mire, con la piel sudorosa y pálida resaltada por las luces del techo.
—Dije que soy demasiado viejo, no que no lo haré. Ser un sabelotodo sólo va
a empeorar las cosas. ¿Dónde está tu padre?
Easton sonríe mientras se pasa la lengua por el labio inferior seco.
—Esto es jodidamente impagable.
Muevo el brazo hacia la pared, aprieto el gatillo y siento el golpe del martillo
contra el metal cuando una bala se incrusta en la pared. Astillas de madera
se filtran por el aire.
—Va a ser sangriento si no hablas.
Su mandíbula se tensa, sus dientes rechinan mientras mueve sus ojos hacia
mí.
—No se ha puesto en contacto conmigo. Me enteré por las noticias, como todo
el mundo. ¿La última vez que hablamos? Lo estaban arrestando.
—Jodida mierda. ¿Su único hijo no ha sabido nada de él en dos años?
Inténtalo de nuevo, Easton.
—Quería salir —Sacude la cabeza—. Cuando supe que Sage no iba a dejarte,
le dije que quería salir.
—Cuida tu maldita boca...
—Lo mucho que me odias nunca —interrumpe Easton a Rook, sacudiendo su
cabeza del agarre de Alistair—, nunca quitará lo que ella significa para mí,
Van Doren. Supéralo, o mátame.
No sé todo lo que pasó entre ellos tres. Ni el trauma que sufrió Sage a manos
de Easton, un chico al que conocía de toda la vida. ¿Lo que sí sé? Ella era un
peón en un negocio del que nunca quiso formar parte. Su joven relación se
convirtió rápidamente en un intercambio que ella no consintió. Una forma de
que su padre pagara sus deudas, y ella era el dinero.
A pesar de todo eso, ¿hay algo que sé con certeza? Easton Sinclair no ama a
Sage.
Tal vez en su mente, con su visión sesgada del amor, es real para él. O tal vez
es el poder que tenía sobre ella y su vida que él anhela.
Pero él no la ama. No de la forma en que Rook lo hace.
Hay una gran diferencia entre ambos.
Uno arriesgaría a la chica por el poder. El otro lo daría todo por ella.
Rook es mi mejor amigo, pero si eso significara matarme o salvar a Sage...
Estaría muerto.
—¿Nos estás diciendo que no grabaste el vídeo que nos enviaron? —pregunto,
intentando reconducir la conversación al asunto que nos ocupa. Se pasarán
horas discutiendo y no llevará a ninguna parte.
Suspira, pasándose la palma de la mano por la boca.
—Sí, grabé el vídeo en el que te deshacías del cadáver de Godfrey. Te seguí
desde la ciudad hasta la cabaña de Lyra. Lo grabé, pero ya no lo tengo. Una
vez que se lo envié a Stephen, lo borré.
El puño de Alistair atraviesa el aire, asestando un sólido puñetazo a la
mandíbula de Easton, haciendo que su cabeza se desplace hacia un lado. El
impacto de piel contra piel resuena en la habitación, pero lo único que sigue
es la risa de Easton.
—Los cuatro son tan jodidamente cerrados —Escupe sangre al suelo, una
risita hace vibrar su pecho—. Con la cabeza tan metida en el culo de los
demás, no pueden ni empezar a entender lo mucho que quiero a Stephen
muerto. Que él esté fuera no sólo te afecta a ti, también jode mi vida.
—Guarda tus problemas con papá para un terapeuta —dice Rook con dureza,
con los brazos cruzados frente a su pecho—. No estamos en el mismo equipo
aquí.
—No le debo a ninguno de ustedes una explicación por mi participación. No
se sienten ahí y actúen como si me conocieran.
—Todo esto es muy conveniente para ti —presiona Thatcher, ajustándose las
solapas de la chaqueta—. No sabes nada. Estás en la oscuridad. No eres más
que un espectador inocente.
—Te dije que no sé dónde está.
—¿De dónde viene el dinero, entonces?
El sudor se acumula alrededor del cuello de Easton, que cierra la boca y junta
los labios. El aire que lo rodea tiene un sabor a resentimiento y hostilidad,
como un perro que gruñe antes de atacar, con los pelos de punta.
—Soy más inteligente que tú, Sinclair. No es muy difícil hacer cuentas. Tú y
tu madre ni siquiera han pestañeado desde que lo arrestaron. ¿Sobre el
papel? Ambos deberían haberlo perdido todo. Sin embargo... —Thatcher
enarca una ceja, abriendo los brazos—. Aquí estás, viviendo entre los ricos
como si nada hubiera pasado.
Muevo la pistola mientras él se mueve, se reclina en la silla y se frota la
mandíbula hinchada antes de cruzar los brazos delante del pecho.
—Tu padre es un imbécil, pero Wayne Caldwell cuida de su amante —Dirige
sus ojos a Alistair, clavando un cuchillo familiar en su pecho—. Pagar por el
silencio de mi madre tiene un buen precio.
La rotundidad de sus palabras nos deja sin palabras. Aprieto con fuerza la
pistola y enarco las cejas. Quiero decir que me sorprende, pero el padre de
Alistair lleva años acostándose con Leah Sinclair.
Hay peso en sus palabras, un peso que desearía que no existiera.
—¿No me crees? —Arquea una ceja—. Las declaraciones están en mi
despacho. El código de la caja fuerte es 6598.
—Mi padre puede meter su dinero y su polla en la basura que quiera —gruñe
Alistair—. Quiero un seguro.
—Llama a la maldita State Farm, Caldwell.
Aprieto con fuerza el frío metal de la pistola contra su sien y noto que se
estremece. Me inclino más cerca, mi aliento en su mejilla, el olor a alcohol y
a días de sudor pegado a su piel.
—Pruebas, Sinclair. Pruebas de que no estás ayudando a tu padre.
Veo cómo se le contrae la nuez de Adán; el miedo a una bala flota en el aire,
presionando contra su piel como un peso físico del que ningún alcohol puede
librarle.
—Si te ayudo —Su respiración sale entrecortada—. Entonces quiero algo de
ello.
Siento que la comisura de mis labios empieza a curvarse, formando una
expresión poco común: una sonrisa burlona. Levanto las cejas y lo miro con
desprecio.
—¿Qué tal si me das tu puta dirección IP y no salpico tus jodidos sesos en la
pared?
Copos de Nieve

Coraline
El ruido sordo de un bote de pintura que se derrama por el suelo resuena
detrás de mí.
Un líquido acrílico y pegajoso me mancha la planta de los pies mientras busco
las llaves y me calzo el primer par de zapatos que veo cerca de la puerta. Hay
una vela encendida en la estufa que no me molesto en apagar.
Deja que se queme.
Hace diez minutos, estaba sola en casa, con música heavy sonando por los
altavoces de mi apartamento, perdida en el que iba a ser mi nuevo cuadro
favorito.
Hace diez minutos, todo iba bien.
Mis pies golpean la escalera del garaje y abro el auto antes de llegar al rellano.
Un hombre se aprieta contra la puerta del garaje y me la abre con cara de
perplejidad.
Lo deje en shock, estoy segura.
Alguien en mi estado saliendo a toda velocidad de un histórico complejo de
apartamentos con un alquiler más alto que el pago de una hipoteca: ondas
naturales plagadas de cabellos sueltos, camiseta negra ajustada con más
agujeros que tela, sin sujetador, y pantalones que me quedan tan holgados
que tengo que sujetarlos mientras corro.
Este hombre, tal vez mi vecino o alguien que vive en el mismo piso, por lo
menos, está echando un vistazo a la cintura de mi ropa interior Calvin Klein.
Espero que esto le distraiga lo suficiente como para no llamar a la policía por
ser testigo de lo que probablemente piensa que es un intento de robo.
Tengo el pecho agitado, respiro a bocanadas mientras me deslizo en el asiento
delantero del auto, renuncio al cinturón de seguridad y pego mi nuevo
teléfono al soporte pegado en las rejillas de ventilación. Lágrimas se me pegan
a las mejillas, resbaladizas y húmedas. El zumbido del motor me hace temblar
las manos.
Rápidamente abro el hilo de mensajes de Lilac, dispuesta a ignorar el mensaje
más reciente para poder localizarla, pero mis ojos no pueden evitarlo. Se
desvían hacia la pequeña burbuja azul, y el miedo que las palabras habían
provocado antes me golpea con fuerza una vez más.
Lilac: Fruta del dragón.
Es una fruta estúpida y tonta, que Lilac odia y vomitó una vez cuando era
joven. Es estúpido, pero es nuestra palabra clave. Le hice inventar una, y
pensó que sería divertido. Se suponía que era por si pasaba algo malo
mientras estábamos separadas, para hacerme saber que necesitaba ayuda,
que estaba en problemas.
Es temeraria y salvaje, a veces piensa que las reglas del mundo no se aplican
a ella, pero... no utilizaría esto como una broma. Lilac lo sabe mejor, sabe que
sólo debe usarla cuando su vida está en peligro. Yo le enseñé mejor.
Las jodidas emociones asquerosas y viles me mastican las entrañas.
Miedo, culpa, vergüenza.
Le enseñé a defenderse. A usar el spray de pimienta que llevaba en el llavero
y la pistola eléctrica que tenía bajo el asiento. Le enseñé a huir de los
problemas, a correr. Todo lo que desearía que alguien me hubiera enseñado,
y el miedo me dice que no será suficiente.
No hice lo suficiente para protegerla.
Mis dientes rechinan, dejando que la adrenalina que corre por mis venas
adormezca todo lo demás. Piso el acelerador y salgo del estacionamiento.
—Siri —Espero su respuesta robótica antes de volver a hablar—. Llama a
Lilac.
La voz repite la orden antes que el temido tono de llamada resuene en el
interior del auto.
Suena.
Me salto un semáforo en rojo. El chillido de un claxon viene de mi izquierda
mientras atravieso el tráfico a toda velocidad, escapando de un accidente por
unos segundos, estoy segura.
Suena.
Mis lágrimas emborronan el mapa en la pantalla del teléfono y mis nudillos
se vuelven blancos al apretar el volante y girar bruscamente a la derecha para
no perderme una curva.
Suena.
Su última ubicación está a veinte minutos de mí. Veinte minutos.
Suena.
Tardé menos de cinco en desaparecer. En un momento, estaba caminando a
casa. Al siguiente, estaba inconsciente. Secuestrada. Drogada. Desnuda. Me
habían pasado dos años en menos de cinco minutos. ¿Qué podría pasarle en
veinte?
Suena.
—¡Hola, soy Lilac! Estoy aquí, pero no contesto el teléfono, obviamente. Si...
—¡Joder! —grito, interrumpiendo su mensaje de voz pregrabado—. Joder.
Joder. Joder.
Mis manos golpean el volante hasta que las palmas se tiñen de un violento
tono rojo. Estoy atascada detrás de otro auto, la luz roja que cuelga sobre
nosotros se burla de mí.
Dejo caer la cabeza sobre el volante, sacudiéndola mientras lágrimas calientes
resbalan por mi rostro. No son lágrimas de pena, sino de rabia, de frustración
teñida de pánico. Mi cuerpo está tan abrumado por las emociones que no
tiene más remedio que derramarlas.
Es algo morboso y horrible lo que estoy haciendo.
Espero que mi hermana haya tenido un accidente de auto o se haya hecho
daño haciendo senderismo. Le he dicho muchas veces que siempre vaya con
amigos cuando explore senderos, pero ¿ahora? Espero que no me haya
escuchado.
Prefiero que sea testaruda a la alternativa. Quiero ser una persona optimista,
creer en los accidentes. Pero en el fondo de mis entrañas, sé que ella está en
problemas, y él está involucrado.
Stephen siempre ha tenido poca paciencia conmigo, sobre todo cuando me
niego a hablar con él.
Los primeros meses en el sótano, me negué a abrir la boca. Ni una palabra.
Eso fue hasta que me dislocó el hombro.
Me colgaba durante horas. Pesadas cadenas atornilladas al techo de
hormigón que me rodeaban la muñeca. Me quedaba colgada, flotando justo
por encima del suelo, con los dedos de los pies rozando el suelo, burlándose
de mí, haciéndome saber que el alivio estaba a pocos centímetros por debajo
de mí y que lo único que tenía que hacer era hablar.
Me tuvo allí con un hombro dislocado durante dos días hasta que aprendí a
hablar una vez que me hablaban.
Esto me pasa por ignorar sus mensajes.
Pensé que vendría directamente por mí, pero fui una jodida estúpida al pensar
eso. Nunca es tan fácil con él.
Stephen quiere que me rompa. Quiere que lo necesite. Destruirá todo, me
matará de hambre y me torturará hasta que la única luz que vea sea la que
él da.
No puede haber nada más que él para mí.
Así que, aunque quiero ser optimista, ser la chica que espera lo mejor, sé que
le ha hecho algo porque sabe que Lilac es lo único que me importa.
Alguien toca el claxon detrás de mí, haciéndome dar un respingo, y piso el
acelerador y paso el semáforo. Intento seguir las indicaciones del mapa, con
el cuerpo tembloroso mientras miro la pantalla del móvil, viendo cómo la
distancia entre nosotras se acorta cada vez más.
Lilac no lo conseguirá, me dice mi mente, y sé que eso es indudablemente
cierto.
No sobrevivirá a Stephen.
Siempre ha habido depravación en mis huesos, oscuridad en mi alma. Soy el
subproducto de una aventura, nací maldita y maté a mi madre antes que me
conociera para demostrarlo.
¿Esa maldad, tanto regalada como robada? Me ayudó a soportar Stephen
Sinclair.
Lilac no es como yo. Ella es buena, rebosante de luz. No lo logrará.
—Oye, Siri. Llama...
Necesitaré ayuda, ¿verdad?
¿Llamar a quién?
¿La policía local? No van a hacer nada, la mitad de ellos probablemente siguen
trabajando con Stephen.
¿Nuestro padre? Ni siquiera estoy segura de si contestaría al teléfono.
No tengo a nadie porque me he convertido en una isla. Un día me miré al
espejo y me dije que es mejor estar sola. Cuando estás sola, nadie puede
hacerte daño.
Pero esa es la cuestión.
Cuando estás sola, nadie puede ayudarte tampoco.
Me muerdo el interior de la mejilla, sabiendo que necesito calmarme. Necesito
ayuda, y ahora mismo solo puedo pensar en una persona.
—Llama a Silas Hawthorne.
Mis manos giran el volante mientras tomo una curva, parpadeando
insensiblemente mientras suena el teléfono. Empiezo a odiar los tonos de
llamada.
Mis dientes se hunden en mi labio inferior. A pesar de lo que pasó en Vervain,
de mi comportamiento de zorra en Tilly y fuera de la gala de arte, necesito
que responda a esta llamada.
Soy egoísta, plenamente consciente de lo poco merecedora que soy de su
bondad, pero aun así necesito que me atienda.
Para mi alivio, contesta al segundo timbrazo. Esa voz tranquila y firme, como
brasas crepitantes, rebota en las ventanillas de mi auto, envolviéndome en el
olor a humo de puro y colonia cara.
—Coraline.
La forma en que saborea cada sílaba de mi nombre mientras habla hace que
me recorra un escalofrío. Lo dice como si ya supiera que estoy en apuros,
como si esperara mi llamada.
—Silas —Suelto un suspiro—. Necesito...
Necesito ayuda. Necesito ayuda.
Lo necesito, pero no sé cómo pedirlo. Cómo confiar en alguien.
—Lo que necesites, ya es tuyo.
En mis momentos más oscuros, cuando el pánico me araña el pecho y
amenaza con consumirme, ha sido su voz, su recuerdo, lo que me ha sacado
del borde una y otra vez.
Y no tengo ni idea de por qué.
Hay algo en ella, una nota o un zumbido, algo que tranquiliza. Canta nanas
a mi corazón acelerado hasta que vuelve a latir con normalidad. A pesar de
todo, no puedo negar lo que hace por mí.
No soy nada para él. Lo he tratado mal y, sin embargo, responde. No quiero
tener nada que ver con él, no quiero acercarme lo suficiente como para hacerle
daño, pero cada vez me cuesta más alejarme.
Quiero aceptar su devota voluntad de ayudarme, pero no puedo. Todo el
mundo quiere algo de ti, y yo quiero conocer su punto de vista. ¿Qué quiere
de mí? ¿Por qué me ayuda?
—Mi hermana está en problemas, y no sé cómo explicarlo, pero creo que
Stephen está involucrado. Yo no… —Me trago el nudo que se me forma en la
garganta—. No sabía a quién más llamar.
¿Esta cosa entre nosotros? No puede tener nada que ver con Lilac. Esto no es
sobre nosotros o la falta de nosotros; es sobre ella. Silas y yo compartimos un
enemigo común. Llamarlo también le ayuda con Stephen.
No es más que una transición entre los dos.
Eso es todo lo que puede ser.
—¿Dónde estás?

El sol empieza a ponerse cuando entro en Black Sands Cove. Desde el


estacionamiento asfaltado hasta la playa de arena hay unos dos kilómetros.
Me duele el pecho al ver las plazas de estacionamiento vacías y el auto de
Lilac solo. Salgo rápidamente de mi vehículo, corro hasta la ventanilla del
conductor del BMW y encuentro su teléfono en el asiento del copiloto.
Desde este lugar parten tres senderos diferentes que pueden llevarle arriba y
abajo por la costa, con recorridos que van desde los tres kilómetros hasta los
diez.
Podría estar en cualquier parte.
Me muerdo la lengua mientras la furia me calienta por dentro.
Si Stephen se la llevó, será su ruina.
Lo haré pedazos con mis dientes, le arrancaré los huesos uno a uno hasta
que se convierta en un patético saco de carne. No quedará nada de él cuando
acabe. No descansaré hasta que su sangre pinte mis palmas.
Mis dedos se tensan sobre las llaves. Cierro el puño en torno a ellas y me
aseguro de que una sobresale del agarre antes de golpear con el lateral de la
mano la esquina de la ventana. El choque del metal contra el cristal resuena
en mis oídos.
Siento un dolor sordo a lo largo de la muñeca, pero lo ignoro mientras meto
la mano para abrir el auto desde dentro. Cuando abro la puerta, tengo
cuidado de no tocar los cristales esparcidos por el interior antes de agarrar
su teléfono del asiento del copiloto.
Me siento aliviada cuando se enciende la pantalla.
No sé qué busco cuando lo reviso. Estoy invadiendo su intimidad sin
remordimientos, recorriendo mensajes de texto recientes para ver si había
quedado con alguien hoy aquí, pero no encuentro nada.
Estoy buscando en sus redes sociales, tratando de vislumbrar cualquier cosa
que pueda ayudarme a averiguar dónde puede estar o quién es el culpable
cuando el rugido de una moto retumba en la distancia.
Los faros aparecen cuando la moto entra en el estacionamiento, seguida por
el icónico Dodge Challenger gris pizarra de 1970 de Silas. No me sorprende
que haya traído a sus amigos, dadas las circunstancias.
Si Stephen tiene algo que ver con esto, es mejor que estén todos aquí.
El portazo del vehículo me hace estremecer. Los cuatro se mueven en
sincronía, sombras amenazantes que se deslizan al unísono. Una parte de mí
siempre ha estado celosa de ellos, de su unión. Cómo nunca estaban solos,
siempre en manada.
Me fascinaba la idea de que algo más que el legado familiar los uniera tan
estrechamente. No sólo se conecta con una persona a través de la historia.
¿Qué hacen el uno por el otro? Hay traumas y secretos que los unen.
A pesar de lo enigmáticos que son todos, sólo puedo mirar a Silas. Esos
profundos ojos marrones dicen palabras que su boca no dice. Cuando tratas
con alguien como él, alguien que no habla ni muestra ninguna emoción,
aprendes rápidamente a captar los micromovimientos.
¿Cómo ahora, con las cejas bajas, los ojos entrecerrados mientras me mira
de arriba abajo? Está preocupado por mí, comprobando si tengo heridas,
asegurándose que estoy bien.
Cuando detiene su mirada en mi mano, la miro instintivamente, observando
el pequeño charco de sangre que se acumula en el suelo. Como si mi cerebro
acabara de recordarme mi herida, un sordo latido irradia de mi muñeca.
Levanto la mano y miro el malvado corte que se extiende desde la comisura
de la muñeca hasta el nudillo, goteando sangre.
—¿Qué ha pasado?
—Nada —respondo secamente, frotándome la muñeca en los pantalones para
limpiarme un poco la sangre—. Sólo un corte de la ventanilla del auto.
No soy débil.
No por fuera.
No les mostraré lo rota que estoy realmente.
Aunque uno de ellos ya lo sepa.
Independientemente de mi indiferencia hacia él, de mi lucha interna con mi
atracción y mi necesidad de distancia, sé que Silas guardará ese secreto. No
les dirá lo rota y asustada que estoy.
Silas Hawthorne es el guardián de los secretos. La fuerza imparable y el objeto
inamovible. Agua silenciosa, con profundidades desconocidas llenas de
misterios que se llevará a la tumba.
—Encontré su teléfono, pero no puedo encontrar ninguna mención de a dónde
podría haber ido, si es que llegó a salir de este estacionamiento. Creo que
deberíamos separarnos.
Rook, Alistair y Thatcher me observan, los tres conjeturando sus valoraciones
sobre mí, sacando conclusiones sobre lo que saben y lo que ven. Las miradas
nunca me han incomodado, sólo me han molestado. Puedo soportar las
miradas; lo que me molesta es que me juzguen.
—¿Qué? —suelto—. ¿Qué están mirando?
—¿Sin presentación? —pregunta Rook, levantando una ceja—. Pagas nuestra
comida la otra noche, ¿y eso te hace pensar que puedes empezar a dar
órdenes?
No me entienden. No lo entienden, y eso está bien. Yo tampoco los necesito,
pero no he venido aquí para hacer amistad con ellos. No estoy aquí para
estrechar lazos o hablar de nuestras tristes historias.
Quiero encontrar a mi hermana.
No los llamé. Llamé a Silas. Si tienen un problema con eso, tienen que
hablarlo con él.
—No me interesan las presentaciones entre nosotros. No cuando sabes mi
nombre y yo sé el tuyo. ¿Ahora mismo? Eso es todo lo que necesitamos saber
el uno del otro —replico con dureza—. La temperatura está bajando. Si está
en algún lugar de Black Sands Cove, no sobrevivirá a los elementos durante
la noche.
—No te ofendas, pero ¿por qué deberíamos ayudarte? —Esta pregunta viene
de Thatcher, con las manos metidas en sus pantalones, mirándome como si
pudiera ver mi esqueleto—. La única razón por la que estamos aquí es porque
afirmas que esto tiene que ver con Stephen. ¿Por qué iba a salir de la cárcel
sólo para ir por tu hermana? Si te estás aprovechando de la situación, no te
gustará el resultado.
Me rechinan las muelas y me tiembla la mandíbula mientras guardo el
teléfono de Lilac en el bolsillo trasero. Por el rabillo del ojo, veo a Silas
acercarse un poco más a mí antes de hablar.
—Ella no es el enemigo aquí. Cuidado por donde pisas —La voz de Silas es
áspera, atravesando mi piel con calor, escandalizando a su amigo, al parecer
por la expresión de su cara.
Sin embargo, no necesito que nadie me defienda.
Hago contacto visual directo con el hombre al que llaman muerte. El que se
rumorea que filetea viva a la gente por diversión y se queda dormido con el
sonido de los gritos. Sus duros ojos azules se clavan en los míos, pero me
niego a acobardarme, a apartar la mirada.
—¿Crees que te tengo miedo, Pierson? —Una sonrisa cruel tira de la comisura
de mis labios—. He soportado torturas que te harían cagar en tus pantalones
Brioni. No te avergüences tratando de intimidarme.
Me tomo un momento para mirarlos a todos, y luego agarro la parte inferior
de la camisa y arranco un largo trozo de tela, sintiendo cómo la tela cede bajo
mis dedos.
—Al menos conoce de marcas —le oigo murmurar en voz baja.
—Quieres a Stephen muerto, ¿verdad? Estupendo. Yo también —Envuelvo el
material negro alrededor de mi muñeca sangrante mientras hablo—.
Necesitas encontrarlo, y soy tu mejor oportunidad para ello. Así que o nos
ayudamos mutuamente, o te quitas de mi camino.
Thatcher inclina un poco la cabeza y juro que veo un destello de respeto en
su mirada.
—No me importa lo triste que sea tu historia. Te estamos haciendo el favor de
estar aquí.
No puedo evitar burlarme.
—¿Entonces sabes dónde se esconde? ¿Cuál es su plan? —Sacudo la cabeza
ante su despiste—. No hay nadie que le conozca mejor que yo. Sé cómo se
mueve, cómo piensa. ¿Si estás cerca de mí? Estás diez pasos más cerca de él.
—¿Y se supone que debemos creer en tu palabra?
Doy un paso amenazador hacia delante. ¿Qué es lo peor que va a hacer este
tipo? ¿Matarme? Tendrá que hacer mucho más que eso para asustarme.
Los Hollow Boys son un juego de niños comparado con lo que he visto.
—Deja que él te encierre en un sótano durante dos años, y entonces podrás
volver a hacerme esa jodida pregunta.
Thatcher tiene los ojos fríos y levanta la barbilla mientras me mira.
—Eres un juego de niños comparado con lo que he visto. Ayúdame o no —Me
encojo de hombros, rechazándolo con la mirada antes de apartar la vista—.
Voy a buscar a mi hermana.
Se nos acaba la luz del día y no tengo tiempo ni paciencia para discutir con
Thatcher Pierson. Tiene sus razones para desconfiar de mí, estoy segura, pero
me importa una mierda.
No lo he llamado.
Llamé a Silas.
Y ahora mismo, estoy empezando a arrepentirme de esa decisión.
Dejo que decidan su próximo movimiento sin mí, dirigiéndome hacia el muelle
de madera que conduce a la playa. Hay cuevas en el extremo más alejado de
Black Sands Cove.
Los adolescentes van allí a fumar hierba y follar como conejos. Lilac es lista.
Si necesitara esconderse, iría allí. Obligo a mi corazón a ir más despacio,
respirando por la nariz y exhalando por la boca.
El viento aullante del océano se arremolina en mis oídos, una brisa empapada
de agua salada me acaricia el rostro mientras la madera se convierte en arena
maleable. Me agarro la cintura de mis pantalones, sabiendo que no he tenido
tiempo de cambiármelos, pero deseando haberlo hecho. Estoy a un segundo
de quitármelos y hacer esta cacería en ropa interior.
El rugiente océano es turbulento, se precipita y choca, azules oscuros y
naranjas profundos se extienden por el cielo cada vez más oscuro. Black
Sands Cove siempre ha tenido una belleza intocable, sobre todo cuando está
vacía.
—¡Lilac! —grito su nombre con la esperanza de que sus oídos estén cerca para
oírlo—. ¡Lilac!
Sólo me responden los ecos que rebotan entre los pinos a mi izquierda. Sólo
hay silencio durante varios segundos antes que su nombre vuelva a ser
gritado desde lo profundo de los árboles, por una voz más grave esta vez,
seguida de otra, y luego otra.
Me siento mal por ser tan dura, sabiendo que están ayudando, pero me lo
quitó de encima.
No estarían aquí si no obtuvieran algo de ello. Recuerda eso, Coraline. Todo
tiene un precio.
Me duele la garganta cuando vuelvo a gritar su nombre, el pecho se me aprieta
cuando la poca esperanza que tenía empieza a desvanecerse, dejándome
consumida por el pánico.
Recuerdo el dolor de sus golpes, cómo algunas noches le rogaba que me
golpeara con los puños para que no me colgara de las cadenas. Vivía con un
vacío constante de comida y conexión física. Como si una pequeña criatura
habitara en mis entrañas, arañándome, recordándome lo que me faltaba.
Me alimentaba sólo con lo mínimo para mantenerme viva pero dependiente
de él, desesperada por su regreso, incluso si eso significaba salir herida en el
proceso.
Imagino a mi hermana pequeña en ese escenario en mi cabeza, incapaz de
evitarlo. Su cabello rubio manchado de sangre y suciedad. Su cuerpo atlético
y sano arrancado de cuajo por las manos del hambre. Cierro los ojos y me
agarro el estómago con la mano mientras las náuseas sacuden mi cuerpo.
Sus gritos me rodean, chillan, sacuden mis tímpanos mientras suplica por su
vida. ¿Gritó por mí cuando se la llevó? ¿Se preguntaba dónde estaba? ¿Estaba
enfadada porque no estaba allí para protegerla?
Tengo unas manos en la espalda, sus palmas grandes y cálidas se deslizan
por mi columna vertebral mientras la persona que las posee circula hacia la
parte delantera de mi cuerpo. Sus dedos se deslizan alrededor de mis caderas,
sin agarrarme, solo descansando sobre mi piel.
La brisa atrapa su olor a tabaco y roble. El aroma calmante de la tierra
empapada de niebla en el bosque, con toque de algo casi femenino. Es tan
intenso, tan absorbente, que prácticamente puedo ver las gotas de lluvia
resbalando por las puntas de los pinos.
—Respira para mí, Hex. Respira —murmura Silas en un susurro bajo,
ocultando su voz al viento como si ella estuviera escuchando, esperando para
contarle secretos al mar—. Vamos a encontrarla.
Se oye un chasquido, un movimiento de telas que se escucha detrás de mis
ojos cerrados, antes de que sienta sus dedos tirando de mí, subiéndome los
pantalones por las caderas. Unas manos fuertes y poderosas, pero
jodidamente suaves conmigo.
Como si yo fuera frágil. Como si no fuera peligrosa para alguien como él.
—Ella es lo último bueno que me queda. No puedo perderla.
—Te lo prometo —dice mientras sus dedos enhebran algo en cada trabilla de
mis pantalones, rodeando mi cintura por completo—. Cuando abras los ojos,
vamos a seguir buscando, y no vas a pensar en lo que pasó con Stephen.
Estás a salvo.
Un cinturón.
Lo siento cuando me lo aprieta alrededor de la cintura, el cuero me mantiene
los pantalones levantados mientras él lo sujeta en su sitio.
Estoy entre agradecida e irritada.
Toda mi vida, sobre todo después de mi regreso a Ponderosa Springs, la gente
me ha mirado como si fuera un rompecabezas, rota e indigna de ser
recompuesta, demasiado trabajo para ellos.
Sin embargo, para Silas, soy como el cristal.
La forma en que ve claramente a través de mí, capaz de ver lo que necesito
sin que yo lo diga. Como si cuando me mira, pudiera oír cada pensamiento
que pasa por mi cerebro.
—Relájate y abre los ojos —me dice arrastrando el pulgar por el pómulo—.
Vamos, abre los ojos para mí, Hex.
Me muerdo el labio inferior y siento cómo se me abren los párpados.
Silas Hawthorne es el dueño del término ojos muertos.
Mantienen una inquietante quietud, como si las ventanas a su mundo
carecieran de emoción. Belleza endurecida y pura masculinidad que lleva casi
mejor que su ajustada camiseta negra.
¿Qué aspecto tenía cuando estaba vivo?
—Hex —murmuro—. ¿Por qué me llamas...
—¡Coraline!
Mi cuerpo se sacude, electrizado por el sonido de la voz de Lilac llamándome
a gritos. Giro la cabeza hacia el lugar de donde procede, alejándome del
contacto de Silas y acercándome a la voz de mi hermana.
—¡Lilac, estoy aquí! ¿Dónde estás? —grito por encima del aullido del viento,
con los ojos buscando frenéticamente entre los árboles.
Creo que mi mente me está jugando una mala pasada, que sólo ha sido mi
imaginación, pero la veo caer de los árboles, cayendo de pie en la maleza alta
mientras gira la cabeza para buscarme.
Cuando me encuentra, el mundo parece ralentizarse por un segundo.
Nuestros pies golpean el suelo mientras corremos la una hacia la otra. No nos
detenemos hasta que su cuerpo choca contra el mío. Le rodeo el cuello con
los brazos, le sujeto la nuca con las palmas y la aprieto demasiado contra mi
pecho.
El alivio que me invade es instantáneo. Un globo desinflado.
Huele a sudor y suciedad, pero el alivio que me invade es instantáneo. Me
digo que nunca daré esto por sentado, la sensación de tenerla entre mis
brazos. Su seguridad. Me juro que nunca volveré a ponerla en peligro.
Nada me impedirá hacer lo necesario para protegerla.
—Lo siento mucho —solloza, con el cuerpo tembloroso—. No lo sabía, Cora.
Te juro que no lo sabía.
Justo debajo del sonido de las olas, oigo los pasos de Silas, lo suficientemente
cerca como para oír nuestras palabras, pero también proporcionándonos un
momento de intimidad.
—Shhh, no pasa nada —la tranquilizo, acariciándole el cabello con las palmas
de las manos mientras arqueo las cejas—. ¿Qué ha pasado, Li? ¿Qué es lo
que no sabías?
Esta pregunta provoca otro grito en su garganta, más lágrimas e hipo. Intento
prepararme para lo peor, prepararme para lo que tenga que decir, pero se
limita a llorar, demasiado nerviosa para hablar.
—Lilac, mírame —Meto su cabeza entre las palmas de mis manos y le levanto
el rostro para mirarla desde arriba—. Es muy importante que me digas la
verdad, ¿Sí? Todo lo que ha pasado. Te prometo que no me enfadaré.
—Soy tan estúpida, Cora. Debería haberlo sabido. Tú me lo enseñaste mejor,
pero pensé... —Un ruido ahogado le roba el aliento antes que vuelva a
hablar—. Parecía real. Me pareció tan jodidamente real.
Permanezco en silencio, dejando que se tome el tiempo que necesite para
hablar. Para decir las palabras que necesita. Mis dientes se hunden en el
interior de mi mejilla, anticipándome.
—Iba a conocer a Reece por primera vez. Acordamos vernos aquí porque a las
dos nos gusta la playa. Estaba tan emocionada que llegué treinta minutos
antes. Pero la persona que apareció no era Reece.
Se me hiela la sangre, el viento se vuelve helado.
—¿Quién era? —insisto.
—Stephen —Grandes lágrimas caen de sus ojos mientras me mira. Sólo veo
dolor—. Reece nunca fue real. Todo fue un truco para llegar a ti. Todos los
regalos, las conversaciones nocturnas. Era un juego. Era él.
Siento tanto y a la vez nada.
Hay un entumecimiento que se apodera de mí.
—¿Qué regalos?
—¿Eh?
—¿Qué clase de regalos te envió?
—Um, flores —murmura, con los hombros quietos mientras su cuerpo deja
de temblar—. Una copia anotada del libro Circe y un par de dibujos a
carboncillo.
Esa enfermedad anterior vuelve.
Le regaló mis dibujos, los que colgaban de las paredes de aquella celda de
hormigón y veían cada cosa vil que me había hecho. Le dio a mi hermana
pequeña mi trauma como regalo.
—¿Las flores parecían tulipanes al revés? —me aclaro la garganta.
Como si necesitara más pruebas de que fue él quien la atrajo. Como si no
creyera ya cada palabra que ha pronunciado. Mi mente sigue en negación.
Quizá lo estaba desde que oí la noticia de su huida. Necesitaba pruebas
concretas.
Que realmente había vuelto por mí.
—Sí, dijo que se llamaban campanillas de invierno. ¿Por qué? —pregunta
confundida, sin saber que los regalos que le habían hecho eran para mí.
Stephen se está burlando de mí.
Mis dibujos a carboncillo.
Un libro con mi apodo.
Las flores que solía traerme.
—En la Odisea de Homero, Hermes dio moly, una hierba mágica, a Odiseo
para protegerlo de la magia de Circe. Un biólogo llamó a la campanilla de
invierno la moly de la vida real —digo distraídamente, escupiendo las
palabras que me había dicho por la noche—. Stephen solía decirme que
cuando se cansara de mí y estuviera listo para dejarme ir, me haría atragantar
con ellas.
No lo decía en voz alta para que ella lo supiera, para que nadie lo supiera.
Simplemente salió como si el recuerdo necesitara ser dicho en voz alta.
Es apropiado para él.
Verse a sí mismo como el héroe, Odiseo, de nuestra historia.
Soy la malvada y astuta Circe que le había engañado en el amor, obligándolo
a quedarse conmigo. No le dejé elección, solía decirme. Todo fue culpa mía,
decía mientras me acariciaba el cabello.
La maldición de mi sangre, esos ojos de bruja, hacían imposible que me
vendiera. Tuvo que retenerme. Hice que me retuviera en ese sótano. Era
prisionero de mi amor, de mi cuerpo y de mi alma.
Fue por mi maldición que no podía dejarme ir.
No se dirá lo mismo de mi hermana.
Suelto a Lilac y me giro para ver a Silas, que está de pie justo detrás de mí,
inmóvil, observándome con la misma expresión pasiva de siempre.
No hay pena, no hay simpatía, sólo ojos muertos.
—Tenemos que hablar.
Este Desdichado Corazón

Coraline
—¿Está bien? —Oigo en el momento en que cierro la puerta detrás de mí.
Silas está apoyado en la isla de granito oscuro de su cocina, con los brazos
cruzados delante del pecho mientras me mira. Su apartamento es
exactamente como me lo imaginaba, aunque no lo había pensado. En el
camino, me lo imaginé por un momento.
Huele a café recién hecho y a su colonia, una mezcla reconfortante.
Es caro, con un toque masculino. De planta abierta, con madera oscura y
detalles en negro, es melancólico y está impregnado de su olor. Dos
dormitorios, iluminación taciturna con paredes pintadas de carbón, lo mejor
que el dinero puede comprar en Ponderosa Springs.
Minimalista, elaborado por un diseñador, seguro, y perfectamente él.
La falta de color, la limpieza, es tan diferente de mi apartamento, un reflejo
físico de nuestra desemejanza.
—No —Exhalo pesadamente, con el pecho apretado—. Pero está dormida y
estará bien, eventualmente.
No mentía cuando dije que teníamos que hablar, pero tampoco iba a dejar
sola a Lilac. Su apartamento estaba más cerca de Cove que el mío. Se había
quedado dormida en el auto, lo que significaba que probablemente me
quedaría a dormir en el sofá de Silas Hawthorne esta noche.
Más cerca de lo que nunca quise estar de él.
Atravieso el salón, entro en la cocina y me sitúo en el lado opuesto de la isla,
apoyando los brazos en la fría superficie. Las luces colgantes iluminan
suavemente su cara, y no puedo evitar contar rápidamente las pocas pecas
que espolvorean sus mejillas y su nariz.
—Gracias —le digo, tragándome mi orgullo, sabiendo que se merece mi
sincera gratitud. Aunque sólo sea en este momento—. Por todo.
Me mira fijamente durante un segundo antes de recoger la caja cuadrada
blanca que tiene delante y abrirla con el pulgar para mostrar material médico.
—Estoy bien. Yo no...
—No estaba preguntando —interviene, tomando algunas cosas antes de
acercarse a mi lado de la isla. Veo cómo Silas coloca una gasa, algo de cinta
y lo que creo que es agua oxigenada—. No necesito que sangres en mi cocina.
Sin preguntar, extiende su mano, tira suavemente de mi mano hacia arriba y
la gira con la palma hacia arriba antes de desabrochar el trozo de tela
empapado en sangre.
No puedo evitar estremecerme al ver mi herida. Apenas la había sentido hasta
que se me pasó la adrenalina. El olor a antiséptico me quema la nariz
mientras me la limpia. El escozor es intenso, pero me quedo quieta, inmóvil,
como si sus dedos alrededor de los míos fueran un ancla.
—Deberías comer algo —murmura, envolviéndome la mano con la venda—.
Tengo sobras de ternera y brócoli en la nevera. Puedo calentártelo.
Niego con la cabeza, mirándolo fijamente mientras él se centra en mi corte.
—No como carne.
—¿Eres vegetariana?
—Técnicamente pescatariana, sigo comiendo pescado. ¿Te sorprende? ¿Me
considerabas carnívora? —Arqueo una ceja y sus dedos aprietan mi pulso.
Me pregunto si estará contando el aumento de mis latidos.
Hay una suavidad en Silas, de la que nunca hablaron los rumores. Una
quietud que las duras historias omiten. Como si estuviera en sintonía con
mis emociones, con las emociones de todos a su alrededor, sabiendo
exactamente cuándo se necesita su atención.
—No me sorprende, sólo curiosidad.
Cuando termina, me da la espalda, limpiándose.
Los músculos de su espalda se flexionan bajo la camisa mientras recoge una
taza de café. Desvío rápidamente la mirada y giro el cuerpo hacia la isla,
apoyando los codos en ella.
—Stephen solía... —Hago una pausa, la comprensión de que él es una de las
únicas personas con las que he hablado voluntariamente sobre lo que me
pasó pesa sobre mí. La idea de ser vulnerable me pone enferma, pero hay algo
seguro en él.
» Solía hacerme comer filete crudo. Ahora el olor me enferma.
Lo escucho moverse detrás de mí antes que reaparezca en el lado opuesto de
la isla, con una taza gris oscuro delante.
—¿Lo quieres muerto? —pregunta—. ¿Por eso querías hablar? —Agarra una
cuchara, la sumerge en un tarro de miel antes de removerla en la taza.
Metódico, como si lo hiciera todos los días.
—No. Quise decir lo que dije. No quiero venganza, Silas.
—¿Entonces por qué estás aquí, Coraline?
Nos invade un suave silencio mientras él sigue removiendo miel en su café y
lo miro fijamente. Nuestros ojos se cruzan y nos miramos el uno al otro.
¿En qué estás pensando, Silas?
¿Qué ves cuando me miras así?
¿Ve en secreto lo vil que soy por dentro? ¿Puede ver mis partes feas y egoístas
que salen en cuanto me enfado o tengo miedo? ¿O simplemente no ve nada?
Otra chica, otra cara entre la multitud.
Es una estatua estoica, destinada a ser admirada pero nunca realmente
comprendida. Silas encarna la idea de que la presencia de una persona puede
decir mucho sin necesidad de una sola palabra.
—Vine a preguntarte si aún necesitas a alguien que haga de novia falsa.
Es contundente, precipitado, desvergonzado. Es la única manera de ir al
grano sin echarme atrás. Arrancada rápidamente como una vieja tirita, era la
razón por la que quería hablar con él.
—No —Hace girar la cuchara en círculo, mirándome hacia abajo y luego de
nuevo hacia arriba, pero la mirada en sus ojos es diferente ahora. Arrugados
en las esquinas, brillan con una alegría que nunca he visto en él.
Es una mueca, sin llegar a mover los labios.
—Necesito una esposa.
Si muero de un paro cardíaco, la causa de la muerte es o la forma en que me
mira o la forma en que dice esposa. Quizá una combinación de ambas, pero
con suerte, Lilac podrá seguir cobrando el seguro.
Esposa.
Que no cunda el pánico. No entres en pánico.
Esta es la razón por la que vine aquí esta noche. La razón por la que voy a
dormir en su sofá, por la que estoy en su jodido apartamento.
—Si hago esto, si hacemos esto, necesito que me hagas una promesa.
Silas no habla, sólo espera a que continúe, dándome espacio para hablar. Es
diferente, refrescante, hablar con alguien que escucha de verdad y no sólo
espera a que le responda.
—Pase lo que pase, sacarás a Lilac de aquí —Me aseguro que mis ojos no
vacilen. Las tonalidades de nuestros iris chocan, una mirada de ébano y
moca, ninguna cede.
» Puedes usarme para acercarte a Stephen. Casarte conmigo lo enojará. Lo
atraerá. Me colgaré de tu brazo y haré el papel para Hawthorne Tech. Pero si
algo me pasa en el proceso, debes asegurarte que cuiden a mi hermana. Es
la única manera de que diga que sí.
Protegerla había sido el único pensamiento en mi cerebro cuando ella cayó en
mis brazos. Yo sola no soy suficiente para mantenerla a salvo, y menos de un
hombre como Stephen Sinclair.
Pero cuatro familias fundadoras sí pudieron.
Puede que a veces sea demasiado orgullosa para pedir ayuda a los demás,
pero ¿por Lilac?
Mendigaría en las calles por cambio.
Haría cualquier cosa para asegurar su futuro.
Esto nunca debió ser parte del plan, pero Stephen no debía salir de prisión.
Tengo que hacer lo que tengo que hacer. Me estoy quedando sin opciones.
—¿Lo sabe ella?
Parpadeo para disipar la niebla mental.
—¿Qué?
—¿Lo sabe tu hermana? —vuelve a preguntar, entrecerrando un poco los
ojos—. ¿Qué te estás matando por su felicidad? ¿Que la única razón por la
que sigues en Ponderosa Springs es porque no puedes dejarla?
Un dolor agudo me atraviesa el corazón. Los muros que me rodean vuelven a
levantarse de golpe; no me había dado cuenta que los había dejado caer.
Si nos casamos, pienso hacer voto de silencio. No puede leerme así. Me niego
a que me haga sentir tan jodidamente transparente.
Aprieto los labios formando una línea apretada, sintiendo cómo crece la
tensión en mí. Siento el impulso de rebelarme, de apartarlo, de empujarlo
hacia abajo por pensar que podía acercarse. Mi lengua se desliza lentamente
por mis dientes delanteros mientras sacudo la cabeza.
—No —digo con firmeza—. Ella es felizmente inconsciente. Y va a seguir así.
Esta noche, una parte de su inocencia fue robada. Por encima de mi puto
cadáver volverá a pasar.
Silas me clava una pesada mirada.
—La pérdida de la inocencia es inevitable. Nos pasa a todos. No puedes
detener el destino, Hex.
Inclino la cabeza y alzo ambas cejas en señal de desafío. Mi voz es cruda por
la convicción.
—Mírame.
Sin perder un segundo, responde:
—Lo hago.
Como terciopelo líquido, recoge la cuchara y se pasa el utensilio por los labios,
limpiando las gotas de café que quedan en la superficie, sin romper ni una
vez el contacto visual. Los músculos de sus brazos se flexionan mientras se
apoya en la isla de la cocina y se lleva la taza a la boca.
Las gruesas venas de sus antebrazos, bajo capas de tinta, captan la luz.
Silas es el tipo tranquilo de guapo.
No grita. Es un susurro al oído en la oscuridad. Es el sonido que hace la piel
de gallina cuando aparece a lo largo de mis brazos, un encanto sólo reflejado
por el aire frío deslizándose sobre la piel caliente.
El aire se agitaba a nuestro alrededor.
Habrá un precio por este matrimonio arreglado, y mi corazón lo pagará.
Lo peor es que no será él quien lo rompa. Seré yo.
Soy la única villana de esta historia.
Hago esto por Lilac, pero no seré egoísta con Silas Hawthorne en el proceso.
Su corazón no se merece lo que soy capaz de hacerle.
—Reglas —Me aclaro la garganta—. Tiene que haber reglas entre nosotros.
¿Cuánto tiempo tenemos que estar casados?
Golpea con el dedo el borde de su taza de café.
—Dos años, según la junta.
—Asumo que quieres que me mude contigo. Será raro si no lo hacemos, pero
quiero que mi hermana se quede aquí hasta que se ocupen de Stephen. Lilac
y yo podemos compartir habitación.
Asiente en voz baja.
—Nada de sexo —Mis dientes se hunden en mi labio inferior, ocultando
suavemente una sonrisa mientras él hace un sonido de ahogo con la
bebida—. Puedes tener una amante aparte o doce.
El sonido de la taza contra la isla de mármol es como un trueno en mis oídos,
su estruendo calienta el aire cargado. Su mandíbula se tensa, su mirada
encapuchada se clava en mí. Pasan los segundos y los siento como gotas de
agua en la piel.
—¿Piensas hacer lo mismo?
Mis ojos se abren, sus palabras saben a desafío.
—¿Qué si lo hago?
Cuando llega a su altura máxima, la más mínima parte de su tenso abdomen
asoma por la apertura de la camisa. Dejo caer los ojos una fracción de
segundo hasta que la camisa vuelve a su sitio.
Hay un crujido en el aire.
La mención de la palabra sexo me hace pensar en él.
Sexo sucio y duro.
Sexo con Silas.
Miro sus manos, grandes palmas con las que probablemente me magullaría
el culo. Nos destrozaríamos mutuamente en el dormitorio. Ninguno de los dos
estaría dispuesto a ceder el control, dejándonos a los dos llenos de besos
amoratados y arañazos profundos.
La lujuria no ha sido una emoción que haya sentido en mucho tiempo, y no
me gusta admitir que la echo de menos. La forma en que me lamía la parte
posterior de los talones, el calor que me subía hasta el vientre y me quemaba
por dentro.
Igualo su postura, erguida con los brazos cruzados, sin decir una palabra
mientras sus ojos recorren mi cuerpo abiertamente. Es mi ego diciéndome
que está pensando lo mismo que yo.
Silas se inclina hacia delante y entrecierra los ojos al considerar mis palabras.
—No hay trato —gruñe, y el sonido me produce un cosquilleo—. Nadie creerá
que le soy infiel a mi mujer. Todos saben lo que pasa cuando alguien toca lo
que me pertenece.
—No soy tuya —Ardo en cólera y aprieto la mandíbula.
El calor y la irritación se arremolinan en mi interior, una llama ardiente.
—Ahora mismo, no —Sus afilados dientes muerden su labio inferior haciendo
que mi cuerpo se estremezca mientras sus ojos recorren mi cuerpo—. En
privado, puedes llevar la voz cantante. ¿Pero para el resto del mundo? Eres
jodidamente mía, y no comparto.
La electricidad me recorre la espina dorsal.
No soy algo que se pueda poseer, nunca más.
Pero no puedo negar que la idea de dejar que Silas Hawthorne controle mi
cuerpo me excita.
Necesito desesperadamente echar un polvo o al menos tener un orgasmo
antes que esto ocurra.
—Entonces queda la abstinencia hasta que nos divorciemos porque no me
voy a acostar contigo.
Aunque quiero, si nuestras circunstancias fueran diferentes, le haría cosas
perversas, muy perversas. Sin embargo, ya estamos demasiado unidos. El
sexo sólo difuminaría las líneas, y ninguno de los dos necesita eso.
No puedo arriesgarme.
Su mirada se ensombrece mientras me sonríe en silencio.
—Entonces será mejor que te abastezcas de baterías, Hex. Las necesitarás.
Mis mejillas se sonrojan y en mi mente se agolpa la imagen de él viéndome
tocarme con uno de mis juguetes. Pero me la quito de la cabeza, enarcando
las cejas.
—Los matrimonios arreglados son algo común, Silas. ¿Por qué tenemos que
montar un espectáculo para el público?
El fuego, ese ardor en sus ojos, se apaga, la emoción desaparece casi de
inmediato.
—Mis padres —Suspira, pasándose una mano por la mandíbula rugosa—. Le
rompería el corazón a mi madre si supiera que me casé por algo que no fuera
amor. No le haré eso. Es mi única condición.
Por mucho que me disguste el concepto de ser propiedad tanto en privado
como en público, lo entiendo. Me molesta entenderlo, pero su lealtad a su
familia hace que le admire de una forma que no esperaba.
Silas tampoco quiere estar en esta situación. Estoy segura de que estar unido
a mí no estaba en sus planes.
Pero lo hará porque tiene que hacerlo.
Lo hará porque quiere a la gente que le rodea.
Somos dos personas muy diferentes, con experiencias muy similares.
No necesito conocer sus sueños ni su color favorito para comprender quién
es. Su lealtad es más elocuente que las palabras, y su inquebrantable deseo
de proteger a los que le rodean refleja el mío.
Eso me basta para seguir adelante con esto.
Eso me basta para confiar en él.
—Actuar para los suegros —Le sonrío con los labios apretados—. Entendido.
Ya sé que su madre me va a odiar. Las madres siempre me odian.
—¿Alguna otra regla?
—Sí —Asiento, mordiéndome el interior de la mejilla.
—Nada de enamorarse. No digo esto para tentarte. Esto se aplica a los dos.
Esto tiene que seguir siendo lo más falso posible, o me voy.
Es lo mejor, mantener las distancias, ser una zorra. Me lo agradecerá a la
larga.
Da otro sorbo a su café, con los ojos fijos en mi rostro por el movimiento,
antes de volver a hablar.
—¿Es ese tu mayor miedo, Hex? ¿Enamorarte?
Su pregunta es tan inesperada, tan ajena, que me río como respuesta.
—No puedes tener miedo de algo que nunca has conocido —respondo con
sinceridad.
Silas ha amado, y por lo que he oído... Él dio cada onza de sí mismo. Podría
fácilmente dejarlo caer en mí y luego chuparlo hasta secarlo. Usar sus
emociones a mi favor. Dejar que se acercara a mí, y luego marcharme una vez
que estuviera demasiado lejos o simplemente ver cómo se destruía a sí mismo
como todos los hombres que se atrevieron a intentarlo antes que él.
El pueblo puede llamar villano a este hombre, pero por dentro es un
enamorado. Desprende un olor. Buenas intenciones y romance. Su tierno
corazón sangra por los que le importan.
Es fácil hacerse una idea de él, escrita en cada centímetro de su ser: alguien
que lo daría absolutamente todo por aquellos a los que ama.
Soy demasiado malvada para merecer ese tipo de devoción.
—No, Silas. No tengo miedo al amor —digo con firmeza—. Pero deberías
tenerme miedo. Hago daño a la gente que intenta preocuparse por mí,
Hawthorne. No dejes que te conviertas en una víctima más de mi desdichado
corazón.
Hola, Rosie

Silas
—Silas, cuando sepamos hacia dónde vamos, ¿podemos tener un jardín?
—Claro.
—Quiero cultivar claveles.
—¿Claveles?
—¡Y peonías!
—De acuerdo.
—Di que lo juras.
Nos dimos cuenta de adónde íbamos, pero el único jardín que Rosemary
Donahue tiene ahora son las flores que he entregado mensualmente a su
lápida.
Ha pasado tiempo desde la última vez que estuve aquí. Paso la mano por
encima de su tumba. La piedra está desgastada, las letras de su nombre
erosionadas, un doloroso recordatorio del tiempo transcurrido.
Claveles rosas.
—Hola, chica Rosie.
Una cálida brisa me saluda. Una suave caricia de aire natural, un saludo
desde más allá del velo de los vivos. La muerte y el duelo son diferentes para
todos, pero por alguna razón, siempre he sentido que ella está aquí conmigo
cuando la visito.
—Hace ya cuatro años que te fuiste. No parece real, ¿verdad?
Una sensación familiar me corroe las entrañas. Mis costillas están
fuertemente atadas, lo que sólo me permite respirar rápida y lentamente. Es
el corte de papel a lo largo de la piel sensible, un recordatorio no deseado.
No se siente más que culpa.
Culpa codiciosa que consume tiempo.
Estoy vivo y ella no.
No estuve allí cuando me necesitó. No pude salvarla.
Si hubiéramos cambiado de posición, como tantas veces he suplicado, la vida
de Rosemary sería a todo color. Habría aprovechado al máximo cada aliento,
cada día. Convertido incluso los peores momentos en algo hermoso, porque
eso es lo que hacía.
Era una existencia hermosa.
El espacio dentro de mí, el reservado para Rosie, me duele. No es una elección;
es un hecho inquebrantable. Se llevó con ella una parte de mí que nadie
volverá a tener. Es suyo y nunca se lo quitaría.
Me llevó tiempo darme cuenta que seguir adelante, hacer el duelo, no me
quitaba el amor que sentía por ella. Pensé que, si seguía enfadado, si hacía
daño a las personas que le habían hecho daño, eso me traería la paz.
Perseguir la venganza sólo me abrió más puertas al dolor.
No estoy orgulloso de lo que hice en mi duelo, de cómo dejé que mi odio hacia
mí mismo me controlara. Aunque las personas implicadas en la muerte de
Rosemary se merecían su destino por lo que le habían hecho no solo a Rosie,
sino a todas las demás chicas que se habían llevado, todavía hay muchas
cosas de las que me arrepiento.
Sobre todo, por no haberme dado cuenta antes que curarme de su pérdida
no era intentar olvidarla. Era una forma de honrarla. Una forma de tal vez
ayudarla a encontrar la paz en la otra vida, sabiendo que estoy bien aquí sin
ella.
Tuve este sueño después que me dieron de alta del psiquiátrico, la noche
después que Lyra mató a Conner Godfrey.
Estaba viendo cómo tiraban de Rosemary en dos direcciones distintas. La veía
existir en ese lugar intermedio de nada blanca y sólida, con un brazo tendido
hacia la Tierra y el otro tironeado en la dirección opuesta.
Estaba atrapada, incapaz de pasar al otro lado por mi culpa. No podía
abandonar su cuerpo mortal porque estaba preocupada por mí.
Le estaba causando dolor al tratar de curar mi culpa. Era una dura verdad,
saber que me había dicho a mí mismo que todo esto era por Rosemary, para
vengar su muerte, cuando en realidad solo era yo tratando de enmendar el
no haber estado a su lado cuando murió.
Mis ojos encuentran el suelo que la sepulta. Es demasiado duro para sostener
a una chica que fue demasiado amable y gentil.
—Cuando te diga esto, espero que tenga sentido. Espero que no te enfades y
que sepas que esta vez lo hago por las razones correctas.
Hay otra brisa, esta vez más fuerte, que me quita la capucha de la cabeza.
Sacudo la cabeza y me paso la palma de la mano por el cabello rapado. Odiaba
que intentara esconderme con la capucha.
Al principio, respirar dolía sin ella. Despertar sabiendo que no volvería a abrir
los ojos hacía físicamente imposible inhalar y exhalar. Como si el oxígeno me
recordara que yo estaba vivo y ella no.
A veces odio que ahora sea más fácil.
Ese tiempo, de hecho, ha hecho que la pérdida de ella duela menos.
También ha hecho más difícil recordar. Recuerdo quién era como persona,
qué aspecto tenía y algunas cosas que había dicho. Ella es tan real como las
voces que van y vienen en mi cabeza. Las que a veces toman forma y se lanzan
a lo largo de la pared en forma de sombras.
Son las pequeñas cosas que he perdido en el camino de la curación.
Dejando caer partes de su risa, dejándola atrás. Olvidar el olor de su perfume,
perder el sonido de su voz en mi oído.
No duele, y a veces desearía que doliera.
Con el dolor viene el recuerdo. El latido y el dolor de la pérdida son un
recordatorio constante de la persona que ya no existe. Cuando te duele,
recuerdas todo con tanta claridad porque el dolor te obliga a ello.
Cuando dejas de sufrir, olvidas.
La herida deja de supurar lentamente, la piel se junta y crea una cicatriz. Una
cicatriz que a veces pica o pincha, recordándote que está ahí, pero que en el
día a día apenas te das cuenta de que está ahí.
Rosemary Donahue no merecía que nadie le hiciera daño eternamente.
Hace dos años, justo antes de que los chicos y yo nos separáramos, me paré
frente a esta misma tumba y le hice una promesa. Juré que dejaría a Stephen
en el pasado, dejando que se marchitara en una celda para pagar por sus
pecados.
Por su culpa tengo que romper otra promesa a la chica que yace dos metros
más abajo.
—Te dije que lo estaba dejando pasar, lo que Stephen hizo. Prometí que lo
haría mejor, que sería mejor la próxima vez que apareciera —Mi garganta arde
con furia silenciosa, furia que he mantenido bajo la superficie demasiado
bien—. Pero esto no es venganza, Rose. Es por los chicos, por Sage. Su futuro.
Es él o nosotros esta vez.
Esta vez no es venganza para mí. Me toca vivir el lado opuesto de la moneda.
Intento proteger a los que quiero mientras un hombre intenta vengarse de
nosotros por la vida que le robamos.
Espero que sepa que todo lo que hago a partir de ahora no es con un corazón
vengativo.
Lentamente, me muevo hasta sentarme contra el respaldo de su lápida. Apoyo
la columna en la lápida e inclino la cabeza para mirar al cielo. Cuando Rosie
y yo íbamos al instituto, nos sentábamos espalda contra espalda y mirábamos
hacia arriba. Yo la escuchaba mientras se inventaba historias sobre los
conejitos de las nubes.
A menudo se olvida que no sólo teníamos una relación. Cuando murió, perdí
a mi amiga.
Rose y yo sufrimos un trauma que nos cambió la vida y que nadie más que
nosotros creía. Teníamos fe en las palabras del otro porque habíamos pasado
por ello juntos. Aquel suceso nos había unido.
Así que ahora, cuando vengo a visitarla, le hablo de lo bueno. Le hablo de la
boda de Alistair, sabiendo que le encantaría saber que el hombre enfadado al
que llamaba “hermano mayor” por fin había dejado que alguien lo quisiera.
Aunque él lo odiaría, le hablo de Thatcher, de Lyra, de quien creo que sería la
mejor amiga. Me aseguro de que sepa que cuido de Sage, aunque Rook está
haciendo un buen trabajo por su cuenta.
Le hago saber que estamos bien, que independientemente del chantaje que
pende sobre nuestras cabezas, de la posibilidad de que vayamos a la cárcel si
se libera, estamos bien. Que lo hicimos bien sin ella.
Le cuento lo malo.
Que la posibilidad de que vea a mi padre está llegando más pronto de lo que
había pensado. Lo que me lleva a hablar del trabajo y de Stephen, llegando
finalmente a la parte de mi mentira piadosa de tener novia. Ella se reiría si
estuviera aquí, se reiría de mí por entrar en pánico.
Derramo mis entrañas ante una lápida que no tiene más remedio que
escuchar, y espero que la chica que una vez conocí me oiga.
—Mamá me matará si descubre que estoy mintiendo. Simplemente no puedo
dejar que papá muera sabiendo que el trabajo de toda su vida está siendo
vendido. Después de todo lo que intentaron hacer por mí, Rose, no puedo
permitirlo —Me trago el nudo de frustración que tengo en la garganta, dejando
escapar un suspiro mientras deslizo la palma de la mano por mi mejilla—. Y
Coraline, ella es...
¿Coraline es qué?
Terca. De carácter fuerte. Demasiado testaruda. ¿Una chica a la que deseo
besar cada vez que está en la habitación?
En el silencio de este cementerio, me permito sonreír mientras sacudo un
poco la cabeza.
—Coraline es... Coraline. No sé mucho sobre ella aparte que es una artista, y
a Rook le gusta, lo cual no es sorprendente: es fan de cualquiera que le eche
mierda a Thatcher.
¿Quería pegarle un tiro en el pie a Thatch por cómo le hablaba? Tuve el
impulso, sí.
¿También disfruté viéndola masticarlo y escupirlo ella sola? Por supuesto.
Pone cara de valiente, pero está a un momento de romperse en pedazos.
Cuando estamos solos, lo veo. Lo siento.
La vi en mi cocina la otra noche. La vi cuando se quedó dormida en mi sofá,
hecha un ovillo, protegiéndose incluso cuando está inconsciente.
Stephen la lastimó. Nadie más que ella y él sabrá lo que pasó en ese sótano.
Tiene tanto miedo de ser vista como una víctima que no se permite sanar.
Sé lo que es sentir ese trauma, una herida viva, que respira. Estar apegado a
la ira, a la necesidad de venganza. Pero para Coraline, es como si su pasado
la hubiera consumido. La ha hecho dura, inaccesible, y me vuelve loco porque
sé que ella no es así. Muestra destellos de ello, pero nunca toda la verdad.
—Creo —suspiro, mordiéndome el interior de la mejilla—, creo que quiero
conocerla más. Pero ella no me lo va a poner fácil si lo intento. Está dolida y
es jodidamente orgullosa. Puedo verlo cada vez que hacemos contacto visual.
Es como una extensión de sí misma, vive en cada habitación que pisa como
una sombra. Está en su arte. Me mata. Sabe que podría encontrar consuelo
si dejara entrar a alguien, pero se niega.
Coraline me da ganas de hablar.
Abrirme para poder tenerla. Tirar de las cuerdas que ella ha enrollado tan
fuertemente alrededor de sí misma para que yo pueda ver lo que hay debajo
mientras ella se desenreda para mí.
Hay algo en su forma de moverse, en cómo habla tan descaradamente con
una fiereza subyacente en cada palabra, en cómo sus ojos captan la luz y se
derriten como la miel cuando me mira.
Esa conexión entre nosotros es palpable, zumba en el aire, y cada vez es más
difícil de ignorar. Pronto estaremos bajo el mismo techo; entonces no tendrá
dónde esconderse de mí. Llevará mi apellido, vivirá en mi espacio.
Estamos a punto de estar atados durante al menos dos años, y ella no puede
resistirse a mí tanto tiempo. Especialmente si aplico un poco de presión.
Apenas lo he intentado.
Se va a romper por mí.
No tengo miedo de una maldición, especialmente cuando se parece a Coraline
Whittaker.
Hija de tu Madre

Coraline
—Pensé que habías dicho que no estarían aquí.
—No estaban —murmura Lilac mientras la sigo por los escalones de entrada
a la casa de nuestros padres—. Supongo que volvieron pronto de su viaje.
Había venido porque necesitaba ayuda para empaquetar el resto de sus cosas.
Es normal que se quede conmigo la mayoría de los días, pero ahora no quiero
que se aleje de mí. Habíamos podido convencer fácilmente a Regina de que
Lilac quería quedarse conmigo durante el verano y que volvería a casa en
cuanto volvieran las clases.
No estoy segura de que realmente escuchara la conversación, sólo asentía con
la cabeza mientras hojeaba una revista sensacionalista. En cualquier caso,
Lilac se viene conmigo; los detalles no importan.
La mano de Lilac agarra el pomo de la puerta principal, sólo para que la abran
de un tirón desde el lado opuesto. Dentro está Regina, con un vestido verde
perfectamente planchado que me recuerda a un moco.
Lleva el cabello rubio retocado recogido en rulos y tiene esa expresión de
fastidio permanente en el rostro mientras cruza los brazos delante del pecho.
—Coraline —se burla—. ¿Cuándo pensabas contarnos a tu padre y a mí que
estás comprometida con el hijo mayor de los Hawthorne?
Como si la hubiera oído, mi padre aparece por la esquina, con pantalones de
vestir, como siempre. Pero la expresión de su cara es distinta de la que
esperaba. No es una mirada de desprecio o desaprobación; casi parece feliz.
Al parecer, el compañero de trabajo de Silas de la otra noche había soltado
oficialmente la lengua sobre lo que vio en la gala de arte.
No quería verlos. Realmente no quería verlos ahora que sabía que se habían
enterado de mi próximo matrimonio. Porque si esto tiene que ser real en
público para Silas... Eso significa que tengo que hacerlo real para las dos
personas frente a mí que se hacen llamar mis padres.
Espero por Dios que Silas no quiera tener una boda de verdad porque no
quiero que esta gente lo vea. Tal vez eso debería haber sido algo que
mencionar cuando estaba exponiendo mis reglas. Culpo al hecho de que me
distraje con sus brazos en esa camisa.
El cerebro sexual lo arruina todo.
No me gusta la idea de casarme para estar juntos. No es lo de dedicarse la
vida el uno al otro, eso está bien. Es tener a toda esa gente alrededor para
verlo. En mi mente, algo así debe ser algo privado. No quiero ser vulnerable
ante el mundo, sólo ante la persona que está frente a mí esperando para dar
el "Sí, acepto". Sólo esta persona puede verme en un estado de debilidad, con
todos mis muros derribados y sin nada entre nosotros más que las manos.
—Hola, Regina —Me subo las gafas de sol a la cabeza—. James.
—Esto va a ser incómodo... —Lilac murmura por lo bajo, deslizándose dentro
de la casa y dirigiéndose hacia las escaleras, dispuesta a irse dejándome con
los buitres como una traidora.
Pero probablemente sea lo mejor. Es una mentirosa terrible.
La conversación entre Silas y yo sobre este acuerdo terminó con el acuerdo
de que yo podía contarle la verdad a Lilac y él a sus amigos. Esas eran las
únicas personas que podían saber lo que estaba pasando entre nosotros.
—¿Y dónde crees que vas, señorita?
Li se vuelve hacia su madre, junta los labios e intenta no parecer molesta.
—Voy a recoger el resto de mis cosas. Me quedo con Coraline este verano. Ya
te lo he dicho, mamá.
—Cariño, Silas y Coraline van a necesitar su espacio. Planeando una boda,
un enlace prenupcial —Regina suelta una risita—. Ningún hombre quiere
cargar con equipaje.
—Pero...
—Ella no es equipaje —interrumpo, mi madrastra y yo hacemos contacto
visual—. Y la queremos en nuestro espacio. Se quedará conmigo este verano,
Regina. Así tendrás más tiempo libre para pasar en el club de campo.
Lo que le pasa a la mujer que tengo delante es que, cuando la insultan,
siempre encuentra la forma de responder. Casi nunca es un insulto directo.
A veces es un cumplido solapado; otras veces es pura mezquindad.
Cuando estaba en el instituto, me había ido de la lengua por algo que ahora
no recuerdo, así de pequeño era, pero ¿después? Ella se acostó con mi
profesor de historia, y dos días después, mi nota de clase bajó a una C, lo que
jodió mi media de notas.
No tenía pruebas, pero estaba convencida que se lo había follado sólo para
que me bajara la nota.
Lilac es capaz de escabullirse escaleras arriba, evitando el resto de esta
conversación.
—¿Sin anillo? —Regina presiona, sus tacones sonando mientras camina
hacia mí y me toma la mano para inspeccionar el dedo desnudo. Sus garras
me arañan la palma.
—Aún no hemos elegido ninguno —digo con sorna, soltando mi miembro de
su mano.
Sus labios se curvan en una sutil sonrisa y ladea ligeramente la cabeza, como
si me estuviera evaluando. Su mirada escrutadora desgarra mis sencillos
pantalones cortos y mi camiseta. Levanto la barbilla un poco más.
No recuerdo ningún momento en el que no me haya mirado así. Incluso de
niña, el peso de sus ojos condescendientes me inquietaba. Era como si yo
fuera una amenaza, que todo mi ser fuera un insulto para ella.
Pero yo había crecido, tenía espina dorsal y había descubierto que en el
mundo hay bestias mucho más temibles que la madrastra malvada.
Me adentro de lleno en mi antigua casa, observando la reciente remodelación
para adaptarla al nuevo estilo del año de Regina. Una vez, cuando yo tenía
catorce años, estaba tan obsesionada con el malva oscuro que había mandado
pintar la piscina de ese color.
—¿Por qué no nos lo presentaste en la gala?
Muevo los ojos hacia mi padre, de pie con las manos en los bolsillos en el
vestíbulo mientras Regina camina detrás de mí para cerrar la puerta
principal, asegurándome dentro de esta casa hasta que Lilac termine de hacer
las maletas.
—Silas es una persona reservada —La mentira se me escapa fácilmente, sobre
todo porque creo que puede ser verdad—. Los dos lo somos. No queríamos
decir nada hasta que estuviéramos preparados.
Voy a tener que sacar pistas contextuales de lo que he visto de él hasta ahora
con esta conversación y tratar de evitar poner las cosas en piedra. Regina
informará de cada detalle de esto a sus amigos del club de campo y se
extenderá como la pólvora.
Debí, al menos, sentarme y hablar de colores favoritos con este tipo. Ni
siquiera establecimos una línea de tiempo para la relación. ¿Cómo espera que
haga esto en público si ni siquiera nos conocemos?
—No puedo creerlo. Temíamos que fueras una solterona, pero parece que has
tenido suerte —Se ríe mientras rodea la cintura de mi padre con un brazo,
apoyándose en él—. Podrías haber elegido a alguien un poco más estable
mentalmente, pero con esa cantidad de dinero, en realidad no importa.
Se ríe como si fuera divertido.
Como si le conociera y la broma de su fortuna fuera gratuita.
Un sabor cobrizo llena mi boca, la presión de mis dientes se hunde en mi
lengua.
Regina no es más que una rata en este engañoso pueblo; esas personas
autoproclamadas honorables que ocultan sus defectos y esqueletos bajo el
ego y el dinero empapado en sangre.
Caminan como la realeza en lo alto de sus torres de marfil, empujando a la
gente debajo de ellos en su camino a la cima, construyendo imperios sobre
huesos rotos. Durante años, me habían dicho que los Hollow Boys eran
villanos. Que su reino del terror había contaminado esta respetada ciudad,
conocida por albergar la universidad más prestigiosa del país.
Pero no se puede corromper algo que ya está podrido de por sí.
Ellos sólo eran chivos expiatorios.
Es la razón por la que el Halo duró tanto. Los jodidos secuaces de mente
estrecha y densa tenían la vista puesta en los chicos que volaban iglesias y
hacían travesuras sin sentido, en lugar de quitarse el velo de los ojos y ver
que los hombres a los que adoraban eran falsos ídolos. Compraban y vendían
a sus hijas como trozos de carne. Convirtieron a las chicas en una mercancía.
Despojadas de su humanidad y convertidas en nada más que vacas lecheras.
—Regina, te aguanto por el bien de Lilac —Me acerco a ella, con las manos
cerradas en pequeños puños—. Me hago la simpática. Escucho tus
interminables quejas y lloriqueos.
La veo encogerse un poco en los brazos de mi padre, pero eso no impide que
su boca intente hablar.
—¿Cómo te atreves a hablarme...?
—Pero si dices una palabra más sobre Silas, si tienes un pensamiento
negativo sobre él, me aseguraré que estés en la calle sin nada más que tu
chispeante personalidad cuando me lleve mi trozo de Elite —La miro con
desprecio mientras me inclino hacia delante—. El pobre tiene olor, y no te
gustará cuando te deje cubierta de él.
Sólo de pensar en quedarme a escuchar las palabras que intenta soltar me
enoja. Así que decido no esperar. Simplemente me doy la vuelta y me dirijo
hacia los escalones para ayudar a Lilac.
Cuanto antes empaquete sus cosas, mejor.
No quiero estar en esta casa más tiempo del necesario.
Así que, durante los siguientes treinta minutos, me trago mi rabia. Dejo que
hierva a fuego lento y la descargo doblando la ropa con violencia y metiéndola
en una maleta.
Antes, sus comentarios me resbalaban como el agua. Podía ignorarlo y seguir
adelante. Soy así con mucha gente.
Es más fácil eludir. Tengo más salidas y emociones menos intensas. Aún no
me había cansado de que la gente me pisotee. Stephen cambió eso, y supongo
que es algo que tengo que agradecerle.
Forjó mi lengua sin tapujos a partir de los gritos de agonía y construyó mi
espina dorsal de acero a partir de la verdadera desesperación.
Soy un nervio expuesto.
Cada roce de oxígeno, cada comentario desagradable y cada cumplido
despreciativo me producían agudas y agonizantes sacudidas de dolor. Y algo
dentro de mí masticaba ese dolor y lo convertía en ira.
Estar enfadada es más fácil que estar triste.
Estar enfadada es mejor que ser la víctima.
—¿Ya casi terminas de recoger tus cosas del baño? —pregunto por encima
del hombro cuando se abre su puerta, me giro y espero encontrarla con una
bolsa llena de sus cosas, pero en su lugar encuentro a mi padre.
Cuando lo miro, es difícil ver otra cosa que no sea mi trauma.
Ya no puedo rememorar con cariño nuestros recuerdos porque ahora todos
me parecen inútiles. Los viajes de pesca y los brownies nocturnos en la
cocina. Todas y cada una de las risas que compartimos son polvo
desvanecido.
Cuando detuvieron a mi padre por su implicación con el Halo, se apresuró a
soltar prenda para salvar su culo. Afirmó que no se involucró hasta que yo
había desaparecido. Él simplemente estaba cumpliendo para llevarme de
vuelta a casa a salvo.
Había contado a la policía todo lo que necesitaba saber y, a cambio, sólo
cumplió seis meses de condena. Pasó ciento ocho días entre rejas por
proporcionar al Halo contenedores de transporte que traficaban con chicas.
Ya está.
Todo por mí, dijo. Todo para que volviera.
¿Es mi amargura hacia los hombres como él lo que hace imposible creerle? O
simplemente mi instinto me dice que es un mentiroso.
Así que cuando lo miro, todo lo que veo es un hombre que solía conocer.
Somos extraños, de pie en los cuerpos de padre e hija.
Se mueve como si se sintiera incómodo estando solo en una habitación
conmigo. Arqueo las cejas y me fijo en la bolsa blanca que lleva colgada del
brazo izquierdo.
—El comentario de Regina estuvo fuera de lugar —Se aclara la garganta
después de decirlo, con ganas de decir más, pero le interrumpo, sin darle
oportunidad de explayarse, y en su lugar entrecierro los ojos mirándole.
—¿Vienes a disculparte por ella? Si es así, puedes ahorrarte el aliento —Me
niego a mirarlo y me giro para doblar otra de las sudaderas de Lilac en un
cuadradito.
Siento su presencia detrás de mí como un muro invisible que me atrapa.
—Coraline, yo... —Se detiene, como si estuviera eligiendo sus palabras
cuidadosamente—. ¿Eres feliz? ¿Con Silas? ¿Él te hace feliz?
Pongo los ojos en blanco con tanta fuerza que temo que se me queden
pegados, y sacudo la cabeza ante su atrevimiento. Hace unas semanas, este
hombre había intentado emparejarme con un tipo que me ofreció mamársela
en un baño.
—¿Por qué te importa una mierda, James? —Mi voz es áspera, pero no lo
inmuta, sólo le hace soltar un pesado suspiro, un sonido que encierra todo el
cansancio de nuestra relación.
Nunca ha sido muy bueno manejando mi actitud. Cuanto peor me pongo,
más posibilidades tengo de que se vaya, como siempre.
—Eres mi hija, y a pesar de lo que puedas creer, a pesar de algunas de mis
acciones, quiero que seas feliz.
—Unos años demasiado tarde para eso —escupo con maldad, volviéndome
hacia él lentamente. Ha entrado unos pasos más en la habitación, un poco
más cerca de mí que antes.
» ¿Has venido a preguntarme si puedo llevar tu ropa a la tintorería? —Hago
un gesto hacia la bolsa de ropa que cuelga de su brazo, con un tono de enfado
en la voz.
—Ten —Su mano se extiende hacia mí—. Nora hubiera querido que tuvieras
esto. Iba a ser el vestido que llevara en nuestra boda... —Se aclara la garganta,
incómodo antes de continuar—. Quédatelo. Deshazte de él, póntelo, lo que
quieras.
La incredulidad se apodera de mí.
Ni siquiera sabía que había planeado casarse con mi madre. Demonios, creo
que es la primera vez que le oigo pronunciar su nombre en voz alta. Todo lo
que he oído es la vil mierda que Regina ha dicho a lo largo de los años y las
suposiciones de su ira.
Como no me muevo para aceptarlo, pasa a mi lado y lo deja en la cama, junto
a la maleta abierta de Lilac.
—¿Guardaste esto? ¿Después de todos estos años? —pregunto, con la voz
apenas por encima de un susurro. Miro entre la bolsa y su cara en busca de
cualquier atisbo de deshonestidad.
—Sí —responde, metiéndose las manos en los bolsillos—. No sé por qué
exactamente. Regina quemaría la casa si lo supiera, pero quizá me recordaba
a una época en la que las cosas eran más sencillas. Cuando era joven y estaba
enamorado. Antes que la vida se interpusiera.
Me rechinan los dientes.
A pesar de todo, la ira, el dolor, la amargura, puedo ver el dolor grabado en
su cara. Puedo ver la semblanza de un hombre joven abrazando a un bebé
contra su pecho, solo en la habitación de un hospital, con lágrimas en la cara
mientras tararea, sabiendo que el amor de su vida yace fría en la habitación
de al lado.
Nada de esto tiene sentido, que me dé esto, que me hable así. No tiene sentido.
—Veo tanto de Nora en ti. El mismo espíritu tenaz, tus mechones blancos.
Tienes sus ojos.
Me trago el nudo que tengo en la garganta.
—¿Por qué me cuentas todo esto? ¿Por qué ahora?
Quiero creer que, a lo largo de los años, ambos hemos dejado que Regina
envenenara nuestra relación, que ella ha sido la cuña que nos ha separado.
Hay verdad en sus palabras, no puedo negarlo, pero el perdón no está en mi
lengua.
James se encoge de hombros, se pasa una mano por el cabello oscuro y una
sonrisa triste se dibuja en la comisura de sus labios.
—Hay muchas cosas de las que me arrepiento, Coraline. Cosas de las que
espero que algún día podamos hablar cuando estés preparada.
Me deja allí después de eso, tomando mi silencio como respuesta, cerrando
la puerta tras de sí.
Me quedo allí, mirando el vestido que estaba destinado a llevar una mujer
que nunca conocí, y siento el peso de sus palabras asentarse en mi pecho.
Mis dedos tiran de la cremallera de la bolsa y dejan al descubierto el vestido.
Capas de encaje y delicada seda con intrincada pedrería a lo largo del corpiño
y botones marfil en la espalda. Tiene una elegancia atemporal que ha
superado la prueba del tiempo.
Mis cejas se juntan en señal de confusión cuando me fijo en un pequeño trozo
de papel descolorido metido bajo el tul blanco, cuyos bordes retraídos le dan
un tono amarillento.
Son votos.
Siento que me asomo a un mundo que nunca estuvo destinado a mí, un
mundo que sólo pertenece a James y Nora. Es el recuerdo de un amor que se
perdió, de una promesa incumplida, de un sueño que nunca llegó a realizarse.
Mientras leo, lágrimas queman las comisuras de mis ojos, y me deja
pensando.
¿Es alguien realmente quien pretende ser?
Luces Apagadas

Coraline
—¿Cuánto por la noche?
Dirijo la cabeza hacia la voz y me quito el cigarrillo de los labios.
—¿Disculpe? —Suelto una bocanada de humo hacia el hombre que tengo
delante.
Lleva el cabello rubio peinado hacia atrás, el traje azul recién planchado y la
cartera fuera, con el pulgar limando los billetes.
¿Me está proponiendo trabajo sexual en este momento?
Como si respondiera en silencio a mi pregunta, sus ojos recorren mi cuerpo
y una sensación de náuseas se instala en mi estómago. Desvío la mirada
hacia el vestido de tirantes. Es un poco corto y enseña algo de piel con la
espalda abierta, pero hace calor, y es pleno puto día. ¿Qué mierda le pasa?
—¿Cuánto por la noche? —repite, con voz grave y casi gutural.
Me alejo un paso, mofándome mientras sacudo la cabeza, dándole otra calada
a mi cigarrillo antes de tirarlo hacia la calle.
Mi primer viaje a Portland en meses, ¿y con esto me recibe la ciudad?
¿La audacia y la ignorancia de algunos hombres al suponer, basándose en lo
que llevo puesto, que estoy en venta? Un pensamiento escalofriante cruza mi
mente. ¿Es por eso que Stephen me eligió? ¿Por mi aspecto?
Lo aplasto inmediatamente después de pensarlo.
Que me secuestraran no fue culpa mía. Puede que me cueste aceptar algunas
cosas de lo que pasó, pero esa no es una de ellas. No hice nada para merecer
lo que me hicieron.
—¿Qué tal si te retiras de una maldita vez?
Una voz atronadora, profunda y amenazadora, resuena detrás de mí.
Lo siento como una niebla densa, enroscándose a mi alrededor, moviéndose
como la bruma.
Intuitivamente, o tal vez porque su tono me hace dar un respingo, doy un
paso atrás y mis zapatos negros chasquean en la acera. Mi espalda choca
contra su pecho y mi cabeza queda a unos centímetros de su barbilla.
El Sr. Corredor de Bolsa, o tal vez un gestor de valores, da un paso atrás,
ligeramente sorprendido por la repentina intervención. El miedo le hace
tragar saliva.
—Mira, no quiero problemas —murmura, metiéndose la cartera en el bolsillo,
levantando las manos en señal de defensa—. Pensé que era...
—No me importa. Márchate mientras aún puedas.
Ahogo una carcajada, no por las palabras, sino por la forma en que el hombre
palidece, mete el rabo entre las piernas y se escabulle.
Cuando se ha ido, me giro para mirar al caballero de brillante armadura que
no quería ni necesitaba, con la intención de decirle que puedo luchar mis
propias batallas, pero decido mantener la boca cerrada cuando lo veo.
Los ojos castaños oscuros de Silas reflejan el sol y su expresión severa se
desvanece cuando aparta la mirada del hombre detrás de mí y me mira.
El traje gris que lleva complementa a la perfección mi vestido, como si hubiera
estado en mi habitación mientras me vestía y me hubiera observado para que
fuéramos a juego. La forma en que se pliega y se dobla sobre el músculo de
su pecho y sus brazos. Me muerdo el interior de la mejilla e inclino la cabeza
para ver más de cerca los tatuajes que se extienden por su cuello, asomando
por encima del traje.
Me siento físicamente pequeña en su presencia.
—¿Tengo pinta de estar en venta? —Arqueo una ceja, cruzando los brazos
delante del pecho para crear cierta distancia entre nosotros.
Se burla, con aire en los labios. Si no lo supiera, pensaría que es una risa
suave, pero, de hecho, lo sé. Silas levanta despacio el dedo índice y desliza un
mechón de cabello blanco por delante de mi rostro; su anillo dorado brilla a
la luz.
—No se te puede poner precio —susurra roncamente, inclinándose más cerca,
su pecho rozando mis brazos—. Los hombres seguirían pagando millones,
pero eso no tiene nada que ver con tu aspecto.
Se me revuelve el estómago, el calor me sube a las mejillas, pero me burlo
para disimular el efecto que me producen sus palabras.
—Acabemos con esto —murmuro, aclarándome la garganta y dándole la
espalda—. Tengo que volver al estudio esta noche.
—Sí, señora.
Oigo los pasos de Silas mientras nos dirigimos a la entrada del juzgado.
Una vez que pasamos por los detectores de metales, un guardia de seguridad
nos hace un gesto con la cabeza antes de registrar la bolsa de otro visitante.
Intento concentrarme en el chasquido de mis tacones al caminar, pero sólo
puedo pensar en que me dirijo a obtener mi licencia de matrimonio.
Me voy a casar.
Puedo sentir la mirada de Silas atravesándome la nuca, como si pudiera
sentir mi pánico, desprendiendo cada capa de aprensión con sus ojos
mientras el pavor se filtra por mis venas. Recorremos un largo pasillo y
llegamos al ascensor después de pasar tres controles de seguridad.
Silas me abre la puerta del ascensor y entro. Una vez pulsado el botón, me
sudan un poco las palmas de las manos. Puedo oler su colonia, sentir el calor
que irradia.
Sabía que esto iba a ocurrir. Acepté, pero de repente me invadió el pánico.
¿Y si esto no funciona? ¿Y si Stephen mata a alguien cuando se entere? ¿Qué
pasa si la familia de Silas se entera de la verdad, que todo esto es un engaño?
¿Y si...? ¿Y si...? ¿Y si...? ¿Y si...?
El ruido metálico y el rechinar de los engranajes llenan mis oídos. Un grito
desgarrador atraviesa el aire cuando el ascensor avanza bruscamente. Mi
cuerpo sale disparado hacia delante, mis manos se extienden instintivamente
para agarrarse a las barandillas de ambos lados mientras las luces parpadean
durante unos segundos antes de volver a la normalidad.
—Tienes que estar jodiendo —gime Silas a mi lado, pulsando el botón de
ayuda de emergencia. Un tono de llamada llena el reducido espacio.
Apenas puedo oír la conversación entre él y la ascensorista por encima del
ruido sordo de mis oídos. Me pica la garganta y el calor me sube por la
espalda.
Como si necesitara otra señal, se va la luz por completo, sumergiéndonos en
una oscuridad total. La señora del altavoz nos asegura que pronto vendrá
alguien a ayudarnos, pero ya es demasiado tarde.
Espacio pequeño y oscuro.
Cierro los ojos, intentando estabilizar mi respiración y calmar mis
pensamientos acelerados. Nadie habla de lo sofocante que es la oscuridad.
Cómo forma manos tangibles, las envuelve alrededor de tu garganta y aprieta
hasta que olvidas cómo era la luz.
Dos años que pasé ahogándome en la oscuridad.
—Todo va a estar bien...
—Esto es un error —escupo, apoyándome en la pared detrás de mí—. Esto es
una señal de que todo este jodido asunto es un error.
Una carcajada maníaca brota de mis labios mientras sacudo la cabeza.
—Ni siquiera nos conocemos. Somos extraños, y esto es un estúpido error.
No podemos hacer esto...
—Detente —Su voz rebota en las paredes—. Respira.
Me da un vuelco el corazón cuando me doy cuenta que se ha acercado y su
aliento mentolado me hace cosquillas en el rostro. Pensé que tenerlo tan cerca
solo aumentaría mi ansiedad, pero no es así.
He estado caminando sobre una cuerda floja, y él se ha convertido en esa red
firme debajo de mí. Siempre ahí por alguna razón cuando mi mente entra en
espiral y el mundo se mueve demasiado rápido.
Inhalo, llenándome la nariz de su olor antes de soltarlo por la boca.
—Buena chica, Hex —elogia suavemente, sus dedos tocando suavemente mi
brazo—. Pregúntame.
—¿Qué? —susurro, respirando hondo de nuevo mientras abro los ojos,
aunque no puedo verlo.
—Lo que necesites saber, pregúntamelo —Su voz es firme—. Pregúntame.
Déjame hablarte. Haz de mí algo más que una voz.
Déjame hablarte.
Así es como empezó esto, ¿no? Todo porque fui a buscar su número en un
par de zapatos. Cuando me estaba desmoronando y su voz me ayudó a
recoger los pedazos.
Tal vez, de algún modo, mi cerebro relacionó su voz con seguridad, algún tipo
de bucle de retroalimentación positiva. Cuando le oigo, me siento más ligera.
No esta persona pesada, dañada y agobiada por el dolor.
Me muerdo el labio inferior. ¿Cómo le digo que necesito que siga siendo una
voz? ¿Que no puedo querer conocerlo?
Cómo se dice quiero saberlo todo de ti más que todo. Lo que serás y dónde
has estado. Quiero saber qué se siente al tocarte, al tocarte de verdad, joder.
¿Cómo le digo que quiero eso pero que no puedo tenerlo?
Que lo mataría si tomaba lo que quería.
—¿Cuál es tu color favorito? —pregunto tontamente.
Silas se mueve a mi lado, su hombro toca el mío antes que le oiga deslizarse
hacia la pared, sentándose. Sabiendo que vamos a estar aquí un rato, me uno
a él en el suelo, estirando las piernas hacia delante.
—Naranja —exhala, suspirando alrededor de las palabras.
Reprimo una carcajada.
—¿Cómo naranja neón?
—Como un naranja rojizo.
Me sorprende su respuesta. Parece un tipo de gris. La mayoría de la gente
incluye su color favorito en su casa o en su vestuario. Nunca le he visto vestir
de naranja y no lo he visto en su apartamento.
Probablemente sea algo personal.
—¿Cuál es nuestra historia? —Dirijo la mirada hacia delante, observando el
negro extenderse ante nosotros, dejando que la presión de la pierna de Silas
apretándose contra la mía actúe como recordatorio de que ya no estoy
atrapada en ese sótano.
—Me viste y te enamoraste locamente. Exigiste que me casara contigo.
Una sonrisa se dibuja en mis labios mientras giro la cabeza hacia él, aunque
no puedo distinguir sus rasgos en la oscuridad.
—¿Acabas de hacer un chiste, Hawthorne?
Su hombro se levanta encogiéndose a mi lado, confirmando lo que oí en su
voz, una sonrisa burlona.
—En serio, no puedes enviarme a la casa de tu familia y esperar que sea
realista si no tengo una mentira preparada. Si las cosas fueran diferentes,
¿cómo nos habríamos conocido?
Se hace silencio por un momento, sólo el sonido de nuestras respiraciones
antes que él hable.
—Tu estudio —dice, con su pierna presionando más fuerte mi muslo—. Hedi
me dijo que viniera a ver el trabajo que estabas haciendo para Light. Estabas
terminando una clase, llevabas algo viejo y holgado, un mono o una camiseta
con demasiados agujeros. Y no podía irme sin conocerte.
Se me corta la respiración y aprieto los labios. Es sólo un cuento, una
fantasía. Pero una parte secreta de mí desearía que fuera real, aunque solo
fuera por un momento.
—De alguna manera te convencí para ir a cenar, que será la parte más difícil
de esta historia para conseguir que mi familia crea.
—¿Por qué? —pregunto, frunciendo el ceño en señal de confusión.
—Porque eres una maldita testaruda.
Me río, fuerte. Una carcajada de verdad que siento en lo más profundo del
estómago, un sonido desinhibido de alegría, porque tiene razón.
—Me pasé el resto de la noche intentando que recrearas ese sonido —Se
inclina un poco más a mi lado—. El resto mi madre no necesita oírlo.
El ascensor se sacude y se me escapa un grito ahogado. Un ruido jodidamente
desagradable resuena en mis oídos y mi mano sale disparada, agarrándose a
su muslo. Mis uñas se clavan en su piel mientras mi estómago cae en picado.
Aprieto los ojos, como si eso fuera a evitar mi inminente perdición. Entonces
el corazón se me acelera por un motivo totalmente distinto. Silas pasa su
brazo por detrás de mí, me agarra la cadera con la palma de la mano y me
arrastra hasta su regazo.
Instintivamente, abro las piernas, a horcajadas sobre él, y mis manos se
apoyan en sus hombros para equilibrarme mientras me fuerza a entrar más
en su espacio.
—Hazme otra pregunta, Hex —Su aliento me calienta el cuello, la gravilla de
su garganta me roza la piel.
El corazón que irradia su cuerpo hace que me resulte imposible resistirme a
empujarme contra él. Sus dedos trazan patrones en mis caderas.
Esto es malo.
Tan jodidamente malo.
Un dolor, profundo e implacable, palpita entre mis muslos. Me muerdo el
interior de la mejilla, intentando ignorarlo, sintiendo cómo el sofoco se
extiende por mi piel. Intento no cometer la estupidez de apretarme contra su
regazo como una gata necesitada.
—Y-yo… —tartamudeo y tropiezo con las palabras. Me alejo un poco de él y
presiono firmemente su pecho con las manos para estabilizarme. Mis rodillas
se clavan en el suelo—. Hazme una pregunta.
—Tu tatuaje —dice suavemente—. ¿Por qué Medusa?
Casi me había olvidado del tatuaje negro y gris en la parte superior de la
espalda. Pero el recuerdo me invade, el destello de las agujas y la tinta al
grabarse en mi piel.
Eso es exactamente lo que se siente en este momento con Silas.
Un profundo ardor, un leve tirón cuando la aguja penetra en la piel. Es agudo
y sordo a la vez y te deja un recuerdo permanente de la experiencia.
De nuevo, el ascensor se sacude y se estremece a nuestro alrededor,
haciéndome caer de nuevo sobre su pecho. Presiono la cabeza contra su
cuello, con la palma de la mano apoyada detrás de su cabeza contra la fría
pared metálica.
—Convierto a los hombres en piedra, ¿por qué si no? —mi voz está teñida de
un calor que no puedo controlar.
Su agarre se hace más fuerte y me aprieta los costados con tanta fuerza que
me zumba la piel. Todo está tan caliente -la presión entre mis muslos, su
aliento caliente contra mi oreja- que siento como si un fuego me quemara las
venas.
—Mhmm —tararea, con los labios presionando el lateral de mi garganta.
Siento la vibración del sonido en mi piel, haciendo que mis muslos aprieten
su cintura.
—Eso no es una respuesta —suelto entre el calor, dejando caer mi peso sobre
su regazo, casi gimo cuando siento su endurecida longitud debajo de mí
presionando mis húmedas bragas.
—Intento decidir si debo seguir dejando que me cuentes mentiras para que
puedas seguir fingiendo —Sus dientes rozan la piel sensible de mi cuello—.
O decirte que veo a través de ti.
Mi respiración se acelera, utilizo mi mano detrás de su cabeza para crear
espacio, miro hacia abajo. Está oscuro, pero puedo sentir sus ojos en mi boca.
Nos inclinamos el uno hacia el otro, mi frente toca la suya.
Puedo sentir su aliento, como un secreto. Oculto e irresistible.
—No lo hagas —Sacudo ligeramente la cabeza, siento que se congela debajo
de mí—. Esto no es real.
Mis palabras pretenden recordarle que este acuerdo es falso, tal vez atravesar
el velo de la lujuria con la razón.
—Nada en la oscuridad lo es —murmura, la punta de su nariz chocando con
la mía—, Si está oscuro, sigue sin ser real.
Su mano sube desde mi columna vertebral hasta la base de mi cuello antes
de acercarme con un apretón contundente.
Nuestros labios están tan cerca que casi se tocan, tan cerca pero no lo
suficiente.
La razón empieza a desangrarse.
Lo que pasa en la oscuridad se queda aquí, me digo. Podría besarlo en las
sombras y olvidaríamos lo ocurrido cuando desaparezcan.
Pero el ascensor da una última sacudida: aparentemente, lo único que nos
rodea con la mente despejada es una máquina. Me alejo, con el pecho agitado
mientras lo miro a los ojos.
Ya no nos cubre la oscuridad.
La luz ha vuelto, y la realidad también.
Conseguimos desenredar nuestras extremidades, poniéndonos de pie y
moviéndonos con naturalidad hacia los extremos opuestos del ascensor. Me
rodeo la cintura con un brazo, con las mejillas ardiendo, porque el silencio no
hace más que aumentar la incomodidad.
Silas se aclara la garganta justo antes que resuene un ding y se abran las
puertas.
Fuera hay varios miembros del personal con caras de preocupación. Cuando
salimos, enseguida empiezan a hablar con Silas. Después de todo, él es ese
hombre y yo no soy más que una mujer delicada y frágil.
Me abstengo de poner los ojos en blanco antes de alejarme unos metros, sólo
para tener algo de espacio. Mi mente bloquea todo, se encierra en sí misma y
mantiene conversaciones a las que otros no tienen acceso.
La primera vez que tropecé con Vervain, buscando a alguien con quien
enrollarme, estaba desesperada por borrar el recuerdo del cuerpo de Stephen
dentro del mío. Quería desprenderme de las células de la piel que había
quemado con la punta de los dedos, cerrar los ojos y no verlo encima de mí.
Descubrí que la única forma de hacerlo era teniendo el control. Tenía que
estar encima. Tenía que ser rápido y sólo por la felicidad sin sentido que viene
con un orgasmo. No se trataba de conexión o sentimiento, sólo de intentar
alejar el recuerdo del hombre que robó mi cuerpo.
Silas Hawthorne tenía sus manos sobre mí y, aunque estaba a horcajadas
sobre su regazo, ni una sola vez pensé en otra cosa que no fuera él. Sólo olía
su aroma a tabaco y roble.
Incluso en la oscuridad total, en mi mente seguía estando la cara de Silas.
Eso nunca vaciló por un segundo.
No tengo miedo del sexo con él. Tengo miedo de que no sea sólo sexo entre
nosotros. No cuando hay esta conexión entre nosotros. Un lenguaje
susurrado. Uno que él escucha cuando estoy en apuros y que le permite saber
cómo anclarme. Palabras que se sienten como un bálsamo calmante en mi
piel después de años de estar en llamas abrasadoras.
Necesito distraerme y busco mi teléfono en el bolso. Pensaba enviarle un
mensaje a Lilac para preguntarle qué quería cenar y recogerlo de camino a
casa, pero en la pantalla aparece un número desconocido.
Desconocido: Yo no le habría hecho daño, Circe. Sabes que no te haría eso. Solo
fue para que recibieras mis regalos. ¿Te han gustado? Asegúrate de decirle al
Esquizofrénico que mantenga las manos donde deben estar, ¿vale? Te echo de
menos. Te veré pronto.
¿Cómo mierda sigue consiguiendo mi número?
—Silas —llamo por encima del ruido del personal del juzgado.
Sus ojos se dirigen inmediatamente a los míos, sin prestar atención a nadie
excepto a mí. Sus pasos acortan la distancia que nos separa. Sin pronunciar
palabra, giro el teléfono para que vea la pantalla.
—¿Puedo quedármelo? —Hace un gesto hacia el teléfono cuando termina de
leer, la química que tuvimos en el ascensor ha desaparecido, sustituida por
una mirada de enfado—. Te compraré uno nuevo.
Asiento, dejando que me lo quite de las manos.
—Tenemos que prepararnos para lo que va a hacer cuando se entere que
estamos casados —digo—. No se lo tomará bien.
—Con eso cuento.
Viejos Hábitos

Silas
—¿Quieres dejar de masticar tan jodidamente fuerte? —Alistair dice mientras
patea la mierda de la silla rodante de Rook a mi lado con un fuerte golpe.
Miro a Rook, que sonríe mientras se come otro Dorito, chasqueando los
dientes ruidosamente solo por ser un dolor en el culo. Tiene los dedos llenos
de polvo de queso y los pies levantados sobre mi mesa. Sacudo la cabeza,
pensando en cuántas veces ha hecho exactamente lo mismo a lo largo de los
años de nuestra amistad, encerrado en cualquier cueva que yo haya creado,
comiendo un bocadillo mientras me dedico a joder con el ordenador.
El teclado resplandece bajo mis manos. Los tintineos de la máquina de
escribir de imitación resuenan cuando giro ligeramente la cabeza para mirar
una de las pantallas más pequeñas a la izquierda del gran monitor iluminado
que tengo delante.
—¿Qué estás haciendo exactamente, y por qué tengo que estar aquí para ello?
—Vinculación, Thatcher. No actúes como si no me hubieras echado de menos
—dice Rook, señalando las pantallas que tiene delante—. Y está haciendo algo
genial con la tecnología. Agujeros de gusano y cortinas de humo digitales.
Thatcher pone los ojos en blanco. En el reflejo de una de las pantallas, le veo
cruzarse de brazos y apoyarse en la mesa metálica que tiene detrás.
—¿Sabes siquiera lo que significan esas palabras?
—No.
Suelto una carcajada. Lleva mucho tiempo con esto. Me sorprende que sólo
se haya dado cuenta de eso.
Números verdes aparecen en cascada en la pantalla a mi derecha y aparece
una sonrisa de satisfacción. Después de semanas rastreando correos
electrónicos y analizando direcciones IP, la red que ha tejido se deshace con
cada pulsación.
Siento que me relajo en mi trabajo. Todo a mi alrededor parece ralentizarse,
el suave zumbido de los servidores y las luces parpadeantes se desvanecen
en un ruido blanco que envuelve el sótano de mi apartamento. Es un consuelo
temporal de la realidad. Las estanterías de cables y placas de circuitos
proyectan tonos de neón a lo largo del escritorio de cristal y metal que tengo
delante.
Mi patio de recreo. Mi refugio seguro.
Durante semanas, he archivado las líneas recibidas y analizado cada
dirección IP en orden inverso. En cuestión de minutos, si tengo suerte, tendré
el servidor de correo electrónico original del remitente.
No podré rastrear su ubicación, pero podré hacer lo más parecido.
Hay reglas que debes seguir con la tecnología, códigos y secuencias que son
inmutables. Pero una vez que las dominas y comprendes cómo funcionan, ya
es tuya.
Cuando era joven, mi padre me dijo que todo hombre que se precie debe saber
jugar al ajedrez. Fue aprendiendo ese juego cuando me enamoré de los
ordenadores. Me contaba las jugadas en notación algebraica. Peón a Peón, el
Caballo es tomado.
Hackear es una gran partida de ajedrez. Por eso se me da tan bien.
—No es por apresurar a tu genio, pero tienes que estar en el juzgado en menos
de una hora —dice Rook a mi lado, como si necesitara que me recordaran qué
día es hoy.
Hoy es el día de mi boda.
El rostro de Coraline aparece en mi mente, los dedos se ralentizan un poco
sobre las teclas al recordar la sensación de su cuerpo apretado y cálido
presionado contra el mío hace tres días. Me paso la lengua por delante de los
dientes y aún siento su olor en la nariz.
Lavanda y miel.
Ingredientes simples, adictivos en su piel.
Desde entonces, ha ignorado todos y cada uno de mis mensajes, menos hoy,
cuando le envié la hora a la que debía estar en el juzgado de Ponderosa
Springs, lo que me valió un simple Ok.
Ni siquiera la palabra completa.
No sé si me evita porque odió lo que pasó en el ascensor o porque le gustó, lo
que la asusta. Todo en ella es un enigma. Hay una suavidad que asoma, sólo
para ser combatida por una dureza regia que resuena en su lengua afilada.
Como si su cerebro se sintiera vulnerable y enviara robots para apagarlo,
eligiendo atacar a cualquiera que se atreva a acercarse demasiado para
romper sus muros. Sé que ella lo siente, esa conexión entre nosotros.
—Hablando de tu prometida —dice Rook—. ¿Qué pasa con eso?
Me giro un poco hacia él, arqueando una ceja.
Aparta los pies del escritorio, se inclina hacia delante y apoya los codos en
las rodillas.
—¿Sabe lo de tu esquizofrenia?
¿Ah, sí? Quiero preguntar.
Este tipo ha sido mi mejor amigo durante años. Me obligó a comer cuando lo
único que quería era marchitarme. Me apoyó mientras estaba amargado,
celebró cuando me curé.
Nunca ha habido un momento, bueno o malo, sin Rook Van Doren en él.
Sin embargo, todavía no me conoce.
No del todo, no completamente, no de la forma en que lo conozco.
—Ella creció en Springs, ¿no? —replico.
Rook creció en un hogar violento con un padre que le inculcó que la angustia
sería su forma de arrepentirse. Cada día, incluso cuando no lo veo
físicamente, sé que lucha por no perseguir el subidón del dolor. Es la droga
favorita de RVD.
La mordedura, el aguijón, el torrente de sufrimiento.
Le supura como un mal hábito y lucha por recuperarse.
Solíamos echar carreras por el bosque alrededor del Peak cuando éramos
niños. He estado a su lado mientras huíamos de la policía. Sé que le aterroriza
perder las cosas buenas que tiene en su vida.
Sage. Los chicos.
Sonriendo para ocultar su secreto más oscuro de todos. Que a veces no es
feliz. A veces, las pesadillas de su pasado todavía se arrastran a la cama con
él y lo mantienen como rehén.
—Sólo quiero asegurarme que sabe lo de tus medicinas. De esa manera, no...
—No necesito un maldito cuidador, Rook —Mi voz es dura, fría y cortante. Lo
triste es que ni siquiera estoy enfadado con él.
Estoy frustrado por la situación.
No lo culpo por su actitud. Sé que solo tiene miedo de perderme después de
todo lo que hemos pasado, pero también hace que sea imposible hablar con
él.
La única persona a la que quiero contárselo más que a nadie, y no puedo
porque será el primero en ingresarme de nuevo en el hospital.
La pantalla de mi ordenador parpadea, con la dirección IP del remitente
original en primer plano. Me muerdo el interior de la mejilla, sintiendo un
poco de alivio por haber acabado con lo más difícil.
—No es Easton —murmuro.
La dirección IP que nos dio no coincide. Lo que significa que destruir la
antigua oficina de Stephen mientras Easton miraba después de que lo
retuviéramos a punta de pistola fue infructuoso.
Todo lo que descubrimos fue que Wayne Caldwell está, de hecho, pagando la
factura de su amante y su único hijo. Sé que Alistair dice que no le molesta,
educa sus facciones y sigue adelante.
Pero lo conozco.
Sé que el niño que lleva dentro, que nunca recibió de su padre la infancia que
se merecía, está dolido. Por eso hoy, cuando fui a recogerlo, Briar estaba de
mal humor y él golpeaba un saco de boxeo.
Las heridas que un padre deja en su hijo nunca desaparecen.
Sólo crecen con ellos hasta la edad adulta.
—¿Es Stephen?
Me encojo de hombros y miro a Alistair por encima del hombro.
—Probablemente. No estoy seguro. En cualquier caso, quien lo haya enviado
está a punto de que le borren todo el disco duro.
El software a medida que he pasado años construyendo fue construido para
cosas como esta. En unos minutos, el reloj avanza antes que entregue un
malware a su sistema. Ni siquiera tendrán tiempo de saber que está ahí antes
de que destruya su sistema y se borre.
—¿Borrará el video? —Thatcher pregunta desde detrás de mí.
Asiento con la cabeza, reclinándome en la silla y colocando las manos detrás
de la cabeza.
—A menos que hayan hecho una copia, cosa que dudo teniendo en cuenta lo
mierdosos que son sus cortafuegos, desaparecerá en los próximos veinte
segundos.
Un problema menos, quedan varios más.
Al menos yo quemando un cuerpo no saldrá en las noticias nacionales.
—¿Te apetece celebrar esta pequeña victoria?
Tres cabezas se giran hacia Alistair, la curiosidad pasa por cada uno de
nosotros.
—Briar quiere jugar a un juego —murmura, metiéndose el teléfono en el
bolsillo de la chaqueta de cuero.
Un juego.
El Cementerio. El Laberinto. El Gauntlet. El Peak.
Todos son anfitriones de un juego perverso diferente en el que al menos uno
de nosotros ha participado en los últimos años, variando en peligro y siempre
desquiciado.
Teníamos quince años cuando competimos en el Gauntlet por primera vez. El
primer día de primavera, West Trinity Falls y Ponderosa Springs entran en
guerra. Los juegos y los lugares cambian cada año, pero la adrenalina
permanece. El juego de ese año fue Fugitive. Algunos chicos conducían
vehículos y hacían de policías, y la otra mitad eran sus prisioneros fugados.
El objetivo era robar algo de valor en el pueblo del equipo contrario y volver a
tus límites sin que te atraparan.
Habíamos ganado después de robar un auto patrulla del departamento local
de West Trinity. Esa fue también la primera vez que el padre de Rook tuvo
que pagar la fianza para sacarnos de la cárcel.
Llevábamos jugando desde que éramos niños. Siempre será algo que bombea
adrenalina por nuestras venas como fuego líquido.
Rook resopla, con una sonrisa de satisfacción adornando sus labios.
—Estoy seguro que eso no tiene nada que ver con su perversión
primitivo/presa en la que están metidos los dos.
—Vete a la mierda, Van Doren. Le marcaste el culo a Sage. Con un
encendedor —Alistair levanta el dedo corazón en su dirección, pero la
respuesta de Rook es simplemente sacar la lengua y guiñar un ojo como un
niño—. Además, no fue idea de Briar. Fue de Lyra.
Thatcher suelta una risita en voz baja, un sonido raro que sólo sale cuando
su novia está cerca o se menciona. Se lleva el pulgar y el índice a los ojos y
sacude la cabeza.
Lyra es astuta, va a las chicas sabiendo que Thatch diría que no. No porque
no quiera jugar, sino porque con todo lo que está pasando, su principal
prioridad es proteger a la reina de los bichos favorita de Ponderosa Springs.
—Iniciación de la Sociedad de Solitarios para Coraline —dice.
A pesar de los años transcurridos, seguimos siendo rehenes de la misma
hambre cautivadora de rebelión, con el alma embriagada por la emoción de
lo que ocurre al caer la noche.
Somos criaturas de la noche todo el tiempo, sangrantes del caos e
indomables.
No importaba adónde fuéramos o lo lejos que nos alejáramos, seguiríamos
para siempre a merced de la oscuridad.
—¿Qué juego? —pregunta Rook.
—El escondite —La boca de Alistair se curva en una sonrisa siniestra—. En
la Universidad de Hollow Heights.
Mi sangre corre caliente por mis venas ante la idea de buscarla, demostrando
que por muy buena resistencia que oponga, no puede escapar a esa conexión
entre nosotros.
Aún puedo sentir sus uñas clavadas en mis hombros, su temblor bajo mis
caricias en el ascensor. Quería derretirse y doblarse ante mí, pero su mente
se negaba.
Quedar atrapado con ella en aquel ascensor no hizo más que confirmar algo
que ya sabía hasta la médula de mis huesos. Un pensamiento que había
reprimido e intentado negar desde el momento en que salí de su habitación
del hospital, dos años atrás.
Deseo a Coraline Whittaker.
¿Esa cosa siniestra y dolorosa dentro de ella que araña y muerde? ¿La que la
asusta? Quiero que me deje marcas. Me llama a gritos cuando me deja
acercarme, suplicándome que pase mi lengua por cada centímetro cuadrado
de su tensa piel.
Sus vanos intentos de poner distancia entre nosotros sólo alimentan mi
hambre. Coraline quiere que le tema, como si esa cosa adorable y oscura que
lleva dentro fuera algo de lo que huir. Ella es la única que no puede ver que
es un canto de sirena.
No es su aspecto lo que atrae a los hombres a las profundidades de su mar,
ahogándose por una oportunidad de tocarla.
Es el aura de misterio que envuelve cada uno de sus movimientos. Esa fuerza
intocable, intangible, enterrada en sus huesos.
Puede luchar si quiere. No cambiará nada.
Lo que sea que me dé, me lo tragaré entero.
—Necesitamos máscaras.
Zugzwang

Silas
El aire huele a lluvia, tocado con un zumbido que te hace saber que pronto
caerá un rayo.
—¿Crees que aparecerá?
Me paso la lengua por el labio inferior cuando los faros aparecen entre los
árboles. El auto de Coraline atraviesa vacilante las puertas de hierro ya
abiertas que conducen a la Universidad de Hollow Heights.
Alistair me arrebata el cigarrillo entre los dedos, dando una larga calada antes
de expulsar varios anillos de humo que se pierden en la oscuridad.
—Sí.
Mi camisa negra de manga larga se estira sobre mi espalda mientras cruzo
los brazos, recostándome sobre mi auto.
Estoy gratamente sorprendido, teniendo en cuenta que cuando le envié un
mensaje con la propuesta del juego de esta noche, me dejó en leído.
Chica testaruda.
Se detiene con cuidado en una de las muchas plazas libres del
estacionamiento de estudiantes, apaga el vehículo y abre la puerta.
Hundo los dientes en mi labio inferior cuando sale y el viento le atrapa el
cabello. Se lo lleva hacia atrás formando una cortina de mechones castaños
y se coloca mis dos mechones favoritos detrás de las orejas.
—Me encanta el olor a allanamiento de morada —Rook aúlla mientras pasa
un brazo por encima del hombro de su novia.
Acostumbrarme a ver a Sage Donahue fue uno de mis retos más difíciles tras
salir del psiquiátrico. Es la gemela de mi ex novia muerta. Durante mucho
tiempo, lo único que veía cuando la miraba era a Rosemary, pero el tiempo
había sido una bendición secreta.
Ya no me sobresalto cuando se acerca ni evito mirarla. Todas sus diferencias
de aspecto empezaron a ser más claras. Ella es sarcástica y a veces demasiado
dramática, mientras que Rose era más relajada. Sus cabellos son de distintos
tonos de rojo, sus ojos de distintos colores, sus narices de distintas formas.
Poco a poco se fue convirtiendo en Sage, ya no era el reflejo del amor que
había perdido.
Me dio paz que una parte de Rose, por pequeña que fuera, pudiera vivir en
su felicidad. Sé que haría feliz a su hermana verla convertirse en la persona
que siempre pensó que podría ser su gemela.
—No es allanamiento de morada si tienes llaves —Alistair sacude las llaves
en la mano con una sonrisa burlona antes de metérselas en el bolsillo.
—¿Es esa mi camiseta? —dice Briar, inclinando la cabeza para mirar el
atuendo de Sage.
—Literalmente tienes puestos mis pantalones.
Sacudo la cabeza divertido y suelto una pequeña bocanada de aire por los
labios mientras vuelvo a mirar a Coraline, que avanza lentamente por el
estacionamiento hacia nuestro grupo. Las chicas corren a su lado, sonriendo,
mientras Coraline parece aterrorizada por la atención. Incluso nerviosa, como
si no fuera ya una de ellas.
Había sido aceptada en el momento en que golpeó a un hombre adulto en la
cara por Sage.
Las veo interactuar, ahogando el sonido de los chicos, sus hombros empiezan
a relajarse, una sonrisa se dibuja en sus labios antes que su risa resuene en
mis oídos.
Coraline podría ser feliz si creyera que lo merece.
Cuando empiezan a caminar un poco más cerca, sus ojos parpadean hacia
los míos, dejo que me observe mientras la bebo.
Sus extremidades bronceadas se exhiben en unos shorts negros que apenas
le cubren. Un ajustado crop top negro a juego de Thrasher se extiende sobre
sus tetas, poniendo en mi mente una imagen gráfica de mi polla encajada
entre ellas. Mi polla se agita detrás de mis jeans al pensarlo.
Este pueblo me dice que estoy muerto. Durante un tiempo, una parte de mí
lo estuvo.
Coraline Whittaker ha despertado algo en mí.
Deseo, anhelo, necesidad.
Un dolor que nunca había sentido por nadie. No necesito que ella me ame.
No se trata de amor.
Necesito que sea mía.
—Rook tiene la misma camiseta —dice Thatcher cuando se acerca lo
suficiente como para oírle por encima del aullido del viento, apoyándose en el
auto a mi lado, Lyra cayendo sobre su pecho mientras él envuelve el suyo
alrededor de su frente.
—Debe de tener buen gusto, entonces —dice ella ajustándose la chaqueta de
cuero que lleva sobre los hombros.
—Discutible —murmura antes de presionar la nariz contra la cabeza de Lyra,
enterrándola en sus rizos sueltos como un psicópata. Bromeo diciendo que
viviría dentro de su cuerpo si pudiera.
El cual se convirtió en un largo debate sobre la perversión de vore1.
—Ahora que todo el mundo está aquí, vamos a repasar las reglas —Lyra se
frota las manos—. Tenemos treinta minutos para escondernos. Cuando se
acabe el tiempo, cada uno envía un mensaje de texto a su buscador con una

1 Abreviatura de Vorarefilia: se caracteriza por la existencia recurrente de fantasías sexuales


vinculadas a la idea de devorar o ser devorado en vida por otra persona, sea en parte o totalmente.
pista. Si no encuentras a la persona que se esconde, puedes llamarla para
que te dé alguna pista. Pero sólo pueden decir frío o calor.
—¿Quién busca a quién? —pregunta Coraline, cruzando los brazos delante
del pecho y mirando al grupo en busca de alguien que le dé una respuesta.
Cuando su mirada se detiene en mí, cae en la cuenta.
—Es una cosa de pareja, entendido. Pregunta estúpida —dice mientras
asiente—. Así que estarás...
—Cazando a mi prometida —Tiro de mi labio inferior entre los dientes,
evitando una sonrisa burlona.
Relámpagos surcan el cielo, rompiéndose en el horizonte como un
rompecabezas, acompañados por el rugido de los truenos, avisos de que la
tormenta se acerca.
—Tienen treinta minutos para encontrarnos —dice Briar, continuando con
las reglas—, y no pueden ayudarse unos a otros. Tienen que cazar solos,
chicos.
Coraline levanta una ceja.
—¿Qué se llevan los ganadores?
—Eso queda entre tú —Rook señala en su dirección antes de hacerme un
gesto con el pulgar—, y el silencioso.
Las parejas que nos rodean empiezan a dispersarse, preparándose antes que
las chicas se dispersen para esconderse. Coraline da un paso más hacia mí,
situándose a escasos centímetros de donde me apoyo contra el capó de mi
auto.
Sus ojos son oscuros, de esos que invitan a entrar. Te atraen.
—Estaba empezando a pensar que no ibas a aparecer.
—No iba a venir —Junta los labios y un rubor tiñe sus mejillas—. Pero
entonces recordé haber oído hablar de todos los juegos infames a los que
jugaban en el instituto. La adolescente que hay en mí no me dejaba decir que
no a la oportunidad de vivir la fantasía que tenía de ser invitada.
Entrecierro un poco los ojos mientras inclino la cabeza, mordiéndome el
interior de la mejilla con diversión.
—¿Tenías un enamoramiento por uno de los espeluznantes Hollow Boys en el
instituto, Hex?
Pone los ojos en blanco, pero sigue ruborizada. Solo estaba bromeando, pero
algo me dice que puede que haya acertado con mi suposición.
—Ya te gustaría —se burla, restándole importancia—. ¿Qué obtendré cuando
gane?
Me empujo del auto, doy otro paso adelante y la miro por debajo de la nariz
con las manos metidas en los bolsillos. Todo en ella es pequeño comparado
conmigo.
—¿Qué quieres? —mi voz es un gruñido áspero, más ronco de lo normal.
Coraline canturrea en el fondo de su garganta, debatiendo sus opciones. Miro
sus manos, con las puntas de los dedos teñidas de azul y manchadas de
pintura.
Me mira fijamente, con ojos decididos.
—Tienes que contarme un secreto —dice finalmente, segura de sí misma en
sus palabras—. Algo que nadie más sepa de ti.
El viento aullante transporta todas las verdades susurradas que nunca he
dicho en voz alta. Un pensamiento pasa por mi mente sin mi consentimiento.
¿Me creerías?
¿Tengo la fe suficiente para que, si se lo digo, confíe en mis palabras sin
pruebas físicas? ¿O sería como todos los demás, colocada dentro de una caja
en mi vida, una caja que está justo fuera de mi alcance pero que nunca podré
tocar?
—¿Y cuando yo gane? —pregunto.
—Si es que ganas —señala, clavando sus ojos en mí con un desafío—. Te daré
lo mismo a cambio.
Lo dice como si fuera suficiente. Como si un secreto suyo fuera todo lo que
quiero de ella.
—¡El cronómetro comienza en un minuto! —Lyra grita desde donde está.
Giro la parte superior del cuerpo, agarro la máscara que descansa sobre el
capó de mi auto y la sostengo con una mano mientras niego con la cabeza.
—No —murmuro, con determinación—. No quiero un secreto tuyo, Hex. Los
quiero todos.
Me cubro la cara con el pasamontaña negro, dejando sólo los ojos a la vista.
Está a punto de volver a hablar, dispuesta a discutir, pero me inclino más
hacia ella, con la boca junto a su oreja y huelo su olor a lavanda en el cabello.
Su cuerpo se estremece bajo mi contacto, haciéndome sonreír detrás de la
fina tela que cubre mi cara.
—Cuando te encuentre, no si, te haré saber lo que quiero —susurro,
arrastrando mi boca por el contorno de su oreja—. Empieza a correr.

Coraline
La Universidad de Hollow Heights es un espectáculo de terror durante el día,
sacado directamente de las páginas de una historia victoriana de fantasmas.
¿Cuándo se pone el sol? Es una pesadilla.
Se me eriza el vello de la nuca mientras atravieso a toda velocidad las
columnatas del distrito Kennedy. La lluvia salpica contra el adoquinado, los
truenos retumban a lo lejos.
Las sombras del bosque Ponderosa en la distancia se mueven en la noche,
sus troncos se retuercen en el viento como dedos nudosos que me hacen
señas para que avance. Los lamentos del Pacífico gritan a mi lado, la brisa
salada se cuela por los arcos. Las gárgolas que vigilan el campus se iluminan
cuando cae un rayo y parecen moverse cuando vuelven a sumirse en la
oscuridad.
Invitamos al éxito, reza el lema de la universidad desde hace décadas.
Las únicas invitaciones que se envían para este lugar son al infierno.
Está construida sobre huesos y dientes agrietados. Secretos sangrientos
empapan las páginas de los libros de la Biblioteca Caldwell. La tragedia y la
traición brotan de todas las estatuas y fuentes del recinto.
Aquí es donde la gente envía a sus hijos para que se conviertan en grandes
líderes, sólo para sorprenderse cuando en su lugar se convierten en animales
corruptos y ávidos de dinero.
Una parte de mí se alegra de no haberme graduado aquí.
Hay un silencio espeluznante cuando atravieso las pesadas puertas de caoba.
Cada pisada resuena a kilómetros por los oscuros pasillos. Huele a espanto,
y una parte de mí tiene miedo de admitir que me asusta aminorar la marcha
por temor a vislumbrar un fantasma.
La alarma de mi teléfono casi me hace salirme de mi piel. El sonoro ruido que
perfora el silencio me recuerda que ya no me queda tiempo para esconderme.
Rápidamente, me sumerjo en una de las puertas cerradas de las aulas de la
primera planta del departamento de inglés.
La puerta se cierra detrás de mí cuando atravieso la sala. Es un aula tipo
auditorio, con interminables filas de asientos a mi izquierda. Sabiendo que
tengo que enviar pronto una pista a Silas, decido esconderme detrás de la
mesa del profesor.
Mi tren de pensamiento es que Silas estará abriendo puertas, asomándose al
interior de cada una de ellas para encontrarme. Así que deslizo la espalda por
el lateral del escritorio, dejando que el gran trozo de madera me oculte de la
puerta.
Sin embargo, me deja frente a una pared de ventanas altas que dan a la plaza
del campus. Seguramente, no andaría por ahí fuera bajo la lluvia.
Sin tiempo para cambiar de opinión, abro el móvil y le envío un mensaje. El
pulso me late en el pulgar mientras escribo, con los latidos retumbando en
mis oídos. No esperaba que esto fuera tan jodidamente intenso, pero en
cuanto salimos del estacionamiento, se convirtió en algo más que un juego.
Estoy siendo perseguida.
Acechada y rastreada por un depredador que se rumorea que no se detiene
ante nada para conseguir lo que quiere.
"Se rumorea que si caminas por donde me escondo a medianoche, puedes oír
los gritos de una chica cuyo amor no correspondido la hizo quitarse la vida".
El zumbido de mi mensaje al ser enviado resuena en la silenciosa habitación.
Me quito rápidamente la chaqueta de cuero, sintiéndome estúpida por
llevarla, sabiendo que iba a correr, y la tiro delante de mí. Coloco el teléfono
contra mi pecho, escuchando el latido de mi corazón en mis oídos, tratando
de recuperar el aliento, y mi cabeza se inclina hacia atrás, golpeando el
escritorio de madera detrás de mí.
Mis ojos se centran en el espectáculo de luz eléctrica que baila por el cielo, la
oscuridad y el viento que danzan fuera del patio de Hollow Heights.
No había ninguna razón real por la que aceptara esto. No una buena de todos
modos.
Estaba sentada en el suelo, salpicado de lonas manchadas de pintura,
mirando un lienzo en blanco mientras intentaba decidir si debía pedir comida
tailandesa y ver The Great British Baking Show, cuando Lyra envió otro
mensaje de texto. No iba a venir.
Y entonces, esta pequeña cosa.
Una chispa.
Se encendió y atravesó mi pecho como una estrella fugaz. Un rayo de
esperanza de que tal vez, sólo tal vez, podría forjar amistades. Que esta podría
ser una oportunidad para no estar tan jodidamente sola.
Cuando intentaba integrarme de nuevo en mi antigua vida, visitando a amigos
del pasado, tratando de seguir adelante, seguía metiendo la pata. Era
demasiado callada o demasiado dura para los amigos que conocía desde la
secundaria. Ya no era divertida.
Esto alivió una verdad brutal sobre mi futuro.
No merezco la vida que una vez tuve porque soy una persona diferente.
Una versión más mala y fría.
Mi aislamiento de la gente se debía al miedo, el miedo que veía en el espejo
cada mañana al despertarme. Vivía bajo mi piel, cucarachas que excavaban
en mi carne, y sólo yo podía verlo. Miedo a no merecer nada bueno, porque
no soy buena.
Muchas mujeres que he conocido a través de Light son amables. Corazones
generosos y cariñosos que sonríen a pesar del horror de sus experiencias.
Florecen como hermosas flores y la gente admira su fortaleza. Yo admiro su
fuerza para seguir amando y confiando en este mundo después de lo que les
hizo.
Nadie elogia en lo que me convertí.
No soy un tulipán que puedas arrancar de la tierra, poner en un jarrón y
admirar hasta que se marchite.
Me convertí en tierra estéril. Un valle desolado donde no podía prosperar la
vida. No podías tomarme en tus manos sin que me comiera cualquier jaula
en la que intentaras meterme.
Me juzgan, me critican, me dicen que debería estar agradecida y aprender a
curarme. Como si mi ira no fuera el resultado de mi intento de mudar piel
vieja y remendar cicatrices. Como si mi maldita ira no fuera yo aprendiendo
a sanar.
Merezco mi ira, y ella me merece a mí.
El tono de mi teléfono suena con fuerza y me apresuro a contestar, necesito
que se calle antes de que abandone mi escondite.
—¿Alo? —susurro, sin tener tiempo de comprobar el identificador de llamadas
antes de pulsar el botón verde neón.
—Coraline.
Esa maldita voz. Su maldita voz.
Es criminal.
La forma en que pronuncia mi nombre es como la de los pecadores que
suplican aleluya. Se le escapa de la lengua como una plegaria que saborea y
deja que permanezca en sus labios. Su voz resuena por toda la habitación,
aferrándose al aire como si no quisiera dejarla salir de su boca, queriendo
retenerme allí.
—Frío —murmuro, recordando las reglas que Lyra había dicho antes.
Sólo podía obtener indicaciones de temperatura. Frío cuando estaba lejos,
templado cuando se acercaba, caliente cuando estaba a punto de
encontrarme.
—No tienes frío, Hex —dice con voz ronca a través del altavoz—. Te sentí arder
bajo mis manos el otro día.
Se me revuelve el estómago y trago saliva con nerviosismo. Esta conversación
me retrotrae a aquella noche en la azotea en la que Silas no era Silas. Sólo
era una voz.
Una voz que cura, alivia y hace que mis muslos se tensen.
Me parece ridículo que una persona que tiene fama de no hablar hable
conmigo. Que un marginado plagado de misterios deje oír su voz a alguien
como yo.
El hombre del que decían que era un vacío insonoro posee una voz que me
revuelve por dentro.
Aparentemente, mi coño se activa con voz.
Ahora es peor porque tengo una imagen concreta de cómo es ahora.
Silas Hawthorne ha sido letal en el departamento de aspecto desde el
instituto, delgado y tonificado, moviéndose como si fuera el dueño del suelo
bajo él. Aunque mis amigos y yo solíamos bromear sobre su reino del terror,
mi respiración siempre se entrecortaba cuando él entraba en una habitación.
¿Y ahora? Es un hombre.
Brazos gruesos y musculosos, alto e imponente en las habitaciones más
grandes, todo en él da una vibra de poder. Está esculpido en granito,
construido para la guerra en nombre del Imperio Romano, pero lleva el
corazón de un poeta griego, goteando amor trágico en cada vena abierta.
A lo lejos se oye un portazo que me hace dar un grito ahogado. Los pasillos
vacíos hacen que todo suene más cerca de lo que parece, como si estuviera a
mi lado.
—¿Se te acelera el corazón, sabiendo que voy a encontrarte?
Me burlo, mintiendo entre dientes.
—Más frío.
Mis oídos captan el sonido de su exhalación, como si se estuviera riendo. Una
risa corta, rápida y secreta.
—¿Te acabas de reír? —susurro, sin poder evitar preguntar.
—Grita para mí y podrás averiguarlo —Su aliento sisea, burlándose de mí.
Otro portazo rebota por el pasillo hasta el salón en el que estoy. El miedo me
recorre la espina dorsal, pero no del tipo al que temo. Es más bien el tipo de
miedo que persigue la gente. El tipo de miedo que los adictos a la adrenalina
quieren embotellar y tragar cuando están aburridos.
—¿Quieres saber qué me darás cuando gane, Hex? —Lo dice como una
amenaza, justo antes de que otro portazo retumbe en mi oído—. Una probada
de esa boca de bruja.
Me paso la lengua por el labio inferior al pensarlo, sabiendo que me devoraría
con la boca si se lo permitiera. No sé mucho de Silas Hawthorne, pero no se
anda con rodeos en la cama.
Hay una energía innegable que me hace saber que saldría de su cama con
moratones en la garganta y arañazos en la piel.
No sólo me besaría; me devoraría entera y joder si no quiero permitírselo.
Mis muslos se presionan, se frotan arriba y abajo, obligando a mis shorts de
jeans a rozar mis bragas húmedas. La pequeña chispa de fricción me hace
desear más, me hace desearlo todo.
Me muerdo la lengua mientras la mano que no sujeta el teléfono recorre mi
cuerpo. La palma de la mano roza mi pecho y mis pezones se tensan alrededor
del metal que los atraviesa, haciéndome arquear la espalda hacia mi propio
tacto.
—Más cálido —tarareo cuando mis oídos captan el sonido de sus botas
tocando el suelo de marfil.
Dejo que mi mano roce mi estómago, con las piernas estiradas mientras cierro
los ojos. En la oscuridad de esta aula, dejo que mi mente divague, que piense
en Silas mirándome desde arriba, observándome.
Cómo sus ojos me bebían, como lo hicieron cuando salí de mi auto esta noche.
—¿Sabes dulce, Coraline? Si fuera apostador, diría que sí —susurra, con una
promesa malvada en el fondo de la garganta—. Vas a gotear como miel en mi
lengua, ¿verdad?
Su voz se vuelve eléctrica, manos tangibles, me enciende, prácticamente me
obliga a deslizar la mano por debajo del dobladillo de mis pantalones cortos.
Intento contener el gemido de mi garganta cuando las yemas de mis dedos se
arrastran por el centro de mis bragas.
Estoy mojada, empapando la fina tela, goteando como miel, y sólo puedo
pensar en Silas lamiéndola.
El sonido de sus pisadas se aleja y mis oídos se tensan, intentando escuchar
si se abre otra puerta, pero no oigo nada. Siento mis entrañas como un resorte
a punto de romperse, solo su respiración al otro lado de la línea cuando mis
dedos se cuelan en mi ropa interior.
—¿Estás escondida en algún lugar donde nadie pueda verte tocándote?
Abro los ojos de golpe, presa del pánico, y giro la cabeza alrededor del
escritorio, mirando hacia la puerta cerrada. No hay ningún otro punto de
entrada, y cuando miro hacia las altas ventanas, no hay más que lluvia. Ni
un solo indicio de movimiento.
—¿Cómo...?
—Si gimes un poco más alto la próxima vez, podré encontrarte, Hex —Tiene
una sonrisa de satisfacción en los labios; la oigo en la forma en que sus
palabras se curvan y me envuelven.
—Frío —jadeo cuando mi dedo corazón se desliza entre mis pliegues,
enviando una onda expansiva de placer desde la punta de los dedos de los
pies hasta la columna vertebral. Un dolor irradia desde mi interior,
suplicándome más, suplicándole más.
—Cuando te encuentre con tu mano aún en las bragas, ¿me vas a dejar
sustituir tus dedos por mi lengua?
Se me corta la respiración cuando sus bromas burlonas se convierten en algo
más primitivo, un gruñido grave en su boca con cada palabra. Con los ojos
cerrados, es casi como si estuviera pegado a mi oído, con sus labios
rozándome la sensible piel del cuello, murmurando cada palabra obscena.
—Helado —me burlo, frotando círculos apretados alrededor de mi clítoris.
Soy cualquier cosa menos fría. Mi cuerpo arde, mi mente se arremolina con
imágenes lascivas. Imágenes de Silas enredándome la mano en el cabello,
sacudiéndome hacia atrás mientras me deja marcas rojas en el culo de tanto
follarme por detrás. La mirada en sus ojos cuando ve mis pezones perforados
por primera vez, lo llena que estaría con su polla enterrada hasta la
empuñadura en mi cuerpo.
—Tsk. Tsk —Silas chasquea la lengua—. No te mientas, nena. No finjas que
no me quieres entre esos muslos, comiéndote el coño hasta empaparme la cara.
Porque eso es lo que haré si me dejas encontrarte.
Fuera cae un rayo, seguido de un trueno desgarrador. Mi espalda se arquea
y mis caderas presionan más mi dedo mientras me froto con más fuerza. Mi
coño gotea sobre mi mano y un gemido entrecortado se mezcla con la
tormenta.
Quiero sus ojos oscuros mirándome desde entre mis piernas, llevándome al
borde del placer y viéndome caer por el precipicio.
—Te abriré, llenaré tu coño chorreante con mis dedos. Te abriré para que esté
listo para mi polla. No serás más que un agujero apretado para que lo use, ¿sí?
Sus palabras me hacen temblar, las caderas me tiemblan mientras persigo la
fricción de mi mano. Abro las piernas como si quisiera hacer sitio a sus
anchos hombros, como si ya estuviera aquí.
Esto es tan jodido, pero mi cuerpo ya se ha rendido a su voz. Soy una
marioneta en sus cuerdas vocales, dejándolo que me use y juegue conmigo a
su antojo. Lo dejaría usar mi cuerpo como un juguetito, nada más que una
cosa para que él use y abuse hasta que acabe conmigo.
—¿Me estoy acercando?
—Caliente —jadeo, mi cuerpo follando mis dedos con vigor—. Tan
jodidamente caliente.
—Apuesto a que estás cerca, ¿verdad, nena? Puedo oír ese coño apretado
haciendo un lío —Gime como si le doliera físicamente—. Dime dónde estás,
cosita bonita.
El sudor gotea entre mis senos por debajo de la camisa mientras me
masturbo, las intensas oleadas de placer de mi clítoris me hacen temblar.
Tanteo para ponerle el altavoz y caigo a cuatro patas cuando el teléfono cae
al suelo, sin que me preocupe la idea que me encuentre, agachada y con la
mano en los pantalones.
Mis caderas se muelen contra mi mano, los ecos de mis gemidos y mi coño
húmedo resuenan en el aula. Estoy tan cerca que puedo saborear las secuelas
de mi clímax en la lengua.
—¿Y si me corro antes de que llegues? —Se me hace un nudo en la garganta
y termino con un gemido desesperado, prácticamente rogándole que me
encuentre para follarme hasta que mi cuerpo se abra para él.
—Entonces habrás sido una buena chica para mí, Hex.
La sensación es indescriptible. La forma en que esa frase rebota en las
paredes que me rodean, una línea directa a mi clítoris. Mis caderas empujan
hacia delante, llevándome al límite. Me golpea como un tren de carga, con el
corazón golpeándome el pecho.
—Silas... —gimo mientras las pulsaciones resuenan en todo mi sistema
nervioso. Mi coño se cierra y se abre en torno a la nada, deseando que sea él.
Me retuerzo, meciéndome por la réplica que me envía pequeñas sacudidas
por el vientre. Mi pecho se agita mientras dejo caer la cabeza entre los
hombros, intentando recuperar el aliento.
—Ese es el orgasmo más fácil que conseguirás de mí —Su tono es amenazador,
impregnado de una lujuria insaciable—. Trabajarás mucho más duro para el
resto.
Me estremezco ante la amenaza, saco mi mano resbaladiza de mis pantalones
cortos mientras me apoyo en el dorso de las piernas, arrodillada en la
oscuridad.
Suena la alarma de mi teléfono. Una sonrisa ilumina mi rostro, una pequeña
carcajada cae de mis labios. Un orgasmo y una victoria. Me invade una oleada
de orgullo adolescente. Acabo de derrotar a un Hollow Boy en uno de sus
propios juegos.
—Gané —digo exhalando—. Paga, Hawthorne. Dame tu secreto.
Me pregunto si el resto de las chicas ganaron o cayeron en circunstancias
similares a las mías.
—Me encanta ver cómo te corres.
Arqueo las cejas, confusa. La satisfacción que había sentido momentos antes
se desploma como un globo que se desinfla, la habitación vuelve a estar
demasiado silenciosa.
Entonces lo oigo, mi ego se resquebraja. Un sonido que me hiela hasta los
huesos, un repiqueteo inconfundible que atrae mi mirada hacia la pared de
ventanas.
Ahora hay más que oscuridad fuera.
Justo al otro lado del cristal está Silas, iluminado por los relámpagos que
proyectan una sombra ominosa sobre su rostro, dejándome ver sus ojos
ardiendo en los míos.
—Levántate de tus rodillas con la boca abierta así, Coraline, antes que rompa
este vidrio y haga que te ahogues con mi semen.
Lo observó todo. Ganó y no dijo nada sólo para verme correrme en mi mano.
Lentamente, traza letras en la ventana con el dedo índice, deletreando una
palabra con trazos medidos que hacen que mi corazón se acelere.
Zugzwang.
—¿Inglés? —exclamo, mordiéndome la lengua mientras le miro fijamente,
usando el escritorio que tengo detrás como apoyo para ponerme en pie. Aún
me tiemblan las rodillas, pero me niego a mostrárselo.
—Alemán —gruñe, con un tono lleno de sarcasmo. Su voz es áspera y ronca
por falta de uso, y odio la forma en que me hace cosquillas en la columna
vertebral—. Cualquier movimiento que hagas sólo empeorará tu posición.
—¿Otro término de ajedrez? ¿Y qué? ¿Qué significa eso para mí?
Todo esto fue un maldito error. Venir aquí, hacer esto con él. He caído en un
agujero del que nunca podré salir. Mañana, me casaré con este hombre.
Mañana, será una lucha para mantener intacto cada muro que lo protege de
mí.
Mañana comienza realmente la guerra para proteger su corazón.
—Jaque mate inevitable —Me mira fijamente con ojos entrecerrados que ven
todas las mentiras que he intentado meter en lo más profundo. Sabe que lo
que acabamos de hacer rompió un muro que nunca podré reconstruir.
—Significa que ahora eres mía, Hex.
Hasta que la Muerte

Coraline
Cuando era pequeña, tal vez ocho o nueve años, mi padre y Regina me
llevaron a mi primera y única boda. En aquel momento, no entendía qué
significaba todo aquello. Lo único que sabía era que era bonita la finca
histórica donde los novios intercambiaban votos.
Durante la recepción, mientras los padres bailaban y bebían toda la noche,
dejando a sus hijos al cuidado de niñeras y cuidadores, me escabullí al
exterior y atravesé un arco de piedra hasta el jardín trasero, donde los pétalos
de las rosas colgaban como farolillos rojos sobre ramas negras. Pequeños
charcos de luz procedentes de antorchas colocadas estratégicamente
iluminaban senderos que serpenteaban entre setos recortados con cristales
que centelleaban como estrellas.
Fue junto a una de esas luces donde un chico llamado Jeremy me regaló una
flor.
Una singular rosa roja que juré conservar para siempre. Éramos pequeños y
no teníamos ni idea de lo que el mundo nos deparaba. ¿Pero en ese momento?
Lo sabíamos todo. Lo sentíamos todo. Corazones diminutos que jugaban al
pilla-pilla vestidos de etiqueta hasta que caíamos sobre la hierba húmeda,
con nuestros pechos agitados y nuestras risitas resonando en la noche.
Me había mirado antes de irse, tomando mi pequeña mano entre las suyas, y
me había dicho: “Te amo”.
No había sido verdad. Acabábamos de conocernos; aún no sabíamos lo que
significaba esa palabra, no realmente. Se la habíamos oído decir a nuestros
padres, la habíamos visto en las películas cuando la gente se tomaba de la
mano.
Pero para nosotros, en aquel jardín, era amor.
Fue suficiente.
No fue hasta meses después cuando me enteré, por las amigas cotillas de
Regina, que mi maldición había cerrado el círculo por primera vez. Jeremy
había muerto en un accidente de auto con sus padres después de salir de
aquel jardín.
No recuerdo si lloré, sólo que me había sentido culpable por no haber
guardado la rosa que me regaló para siempre como le había dicho que haría.
Aún no lo sabía, pero mi corazón maldito ya se había cobrado dos vidas antes
incluso de empezar a creer que mi madre me había transmitido alguna
brujería.
Un maleficio.
Una maldición.
En eso es en lo único que he estado pensando durante los últimos veinte
minutos, mientras permanezco de pie en este sagrado cuarto de baño del
juzgado, intentando domar mi cabello para que se rinda, pero sigue
negándose a cooperar.
Aprieto las palmas sudorosas contra el lavabo y me miro en el espejo. Los
mechones sueltos vuelan alrededor de mi rostro, burlándose de mí. El
elegante moño que tenía en mente es inútil, no cuando el lado izquierdo de
mi cabello simplemente no se queda recogido.
—¿Necesitas spray para el cabello?
Miro al espejo y veo claramente el reflejo de mi hermana. Lleva una bolsa de
ropa familiar sobre el brazo y lo que creo que es su kit de maquillaje en el
otro.
—¿Qué haces aquí? —pregunto, dándome la vuelta para que estemos frente
a frente—. ¿Y por qué tienes eso?
Sus bonitas sandalias marrones chasquean contra el suelo mientras camina
hacia mí. Su vestido amarillo combina a la perfección con su piel bronceada
y sus rizos dorados enmarcan su rostro.
No podríamos ser más diferentes.
—A pesar de lo sentimental de este vestido, es demasiado bonito para no
llevarlo, y me niego a que te cases con... —Mira mi sencillo vestido negro de
arriba abajo con desagrado—. Eso.
El vestido de novia de mi madre.
Era una reliquia para algo más que utilizarlo yo. No quería deshonrar su
memoria llevándolo para una boda que sólo son papeles firmados en un
juzgado. Siento que estoy faltando el respeto a su memoria.
—No es una boda de verdad, niña. No necesitamos una niña de las flores.
Se le escapa un suspiro, los hombros caen mientras se acerca y deja el vestido
en el lavabo, junto a su kit de maquillaje.
—Él también parece nervioso —Se apoya en el lavabo junto a mí, sonriendo
mientras me golpea con la cadera—. Si eso ayuda.
—¿Cuándo lo viste?
—Me asomé a la sala del tribunal —Sus ojos centellean con esa picardía que
conozco tan bien.
¿Silas está nervioso?
Espera, claro que sí. Tampoco es que tuviera muchas opciones.
—¿Desde cuándo eres tan entrometida? —le pregunto, pinchándole el hombro
con el índice, con una sonrisa juguetona en los labios.
—Chica, solía meterme debajo de tu cama mientras hablabas de mierda con
tus amigos por teléfono —se burla ella—. Siempre he sido entrometida. Ahora
te das cuenta.
Me río, sacudiendo la cabeza ante su tontería. En los días más oscuros, nunca
ha dejado de ser una luz al final del túnel.
—Aunque está muy atractivo con esmoquin.
No puedo evitar el rubor que calienta mis mejillas ante sus palabras.
—Dios mío, te gusta —jadea como si me hubiera atrapado en una mentira—.
¡Te gusta tanto!
Pongo los ojos en blanco ante su reacción exagerada, intentando borrar mis
sentimientos del rostro.
La atracción no es la razón por la que no estoy cantando melodías de boda y
revolviéndome el cabello de alegría. Sé cómo es, sé que hay cientos de chicas
que matarían por estar en mi lugar.
Me hace sentir vulnerable. Me hace sentir segura, como si pudiera abrirme y
saber que él no huiría asustado por lo que hay dentro.
—No, no me gusta —miento, saboreando su amargura en la lengua—.
Además, no importa, Lilac. Esto es... simplemente no importa.
Un suspiro derrotado sale de sus labios, renunciando a emocionarme por este
momento. Con dedos ágiles, mete la mano en el bolso y saca de su interior
un broche azul y plateado. Es una joya impresionante, con un intrincado
diseño de diminutos cristales azules y delicadas filigranas plateadas.
—Necesitas algo azul —Lilac me hace un gesto con el dedo para que me dé la
vuelta. Decido no discutir con ella y vuelvo a mirarme al espejo.
» Sé que tienes miedo —susurra, metiéndome los dedos por el cabello y
enrollándomelo—. Fingir que sé por lo que has pasado no lo mejorará, y
discutir para que me dejes entrar no lo va quitar.
Me muerdo el interior de la mejilla mientras me arregla el cabello,
recordándome todas las veces que he hecho lo mismo por ella. ¿Cuándo
creció?
—Pero creo que Silas podría ser bueno para ti, Coraline. Creo que tú también
podrías ser buena para él. Los dos apestan a tristeza.
Se me revuelve el estómago.
—No lo conoces —Enderezo los hombros cuando me ata el moño detrás de la
cabeza—. Esto es para mantenerte a salvo, Lilac. No se trata de amor. No todo
el mundo sueña con eso.
—Solías hacerlo —afirma, mirándome a los ojos en el espejo—. Soñabas con
enamorarte. Puede que tú no lo recuerdes, pero yo sí. Cada cuento de hadas
antes de dormir, cada cita con Emmett. Admiraba cómo perseguías el amor.
Ahora, simplemente lo bloqueas.
Eso fue antes de que me volviera indigna, quiero gritar.
Quiero que lo entienda, pero no sé cómo decírselo.
Que hay partes de mí que aún viven en el sótano de los Sinclair. Me quitó
cosas que nunca recuperaré.
No puedo perseguir el amor porque sé jodidamente el mal sabor que deja.
El amor es un arma, y ya he matado a demasiada gente con ella.
Pero tiene razón. Tengo miedo.
Aterrorizada de que un buen hombre, un gran hombre, como Silas vaya a
morir por mi culpa. Hay dos partes de mí desgarrándome por dentro. La parte
que sabe cómo termina esto y la parte que quiere ser egoísta.
Quiero conocerlo. Saber cómo lucha con cosas que no existen, cómo
sobrelleva que su mente le juegue constantemente malas pasadas. Si siguen
atormentando sus días y sus noches. Quiero saber qué le asusta y si es lo
mismo que me asusta a mí.
Lo quiero, pero no más de lo que quiero que viva.
—Ojalá pudieras verte como yo te veo. Como te ven los demás. No eres una
perra fría, Coraline. No importa lo que el mundo intente decirte —Sus dedos
empujan el pasador en la parte superior de mi moño, manteniendo
efectivamente los mechones en su lugar—. Eres amable y tu corazón está
hecho para dar. Eres ferozmente protectora, tienes más miedo de herir a los
demás que de herirte a ti misma. Puedes dejar entrar el amor, Cora. No te
estoy diciendo que te enamores de él. Sólo te pido que si se presenta la
oportunidad, permanezcas abierta a la posibilidad. Te pido que te arriesgues
a ser feliz. Verte tan triste me está matando.
Quiero a mi hermana, y cuando veo las sutiles lágrimas en sus ojos brillar
por las luces superiores del cuarto de baño, me mata. Haría cualquier cosa
por asegurar su felicidad, pero no puedo mentirle.
No puedo decirle que lo intentaré porque no puedo.
Así que hago lo siguiente mejor.
—Dame el estúpido vestido.

Silas
—Señor —La jueza se aclara la garganta—. Si la novia no está aquí en los
próximos diez minutos, tendremos que reprogramar.
Miro por el corto pasillo que pasa junto a los bancos de madera. No soy una
persona ansiosa. Rara vez, o nunca, dudo de mí mismo. Pero sabía que
después del juego del escondite de anoche, la probabilidad de que Coraline se
asustara era alta.
Tal vez sea la ignorancia que me dice que aparecerá de todos modos. Que es
demasiado testaruda y fuerte como para echarse atrás. Sé lo mucho que Lilac
significa para ella, y Coraline sabe que mantendré mi palabra. Que si algo le
pasa, cuidaré de ella.
A pesar de nuestra conexión, no arriesgará la seguridad de su hermana.
Si el correo electrónico que recibí esta mañana de quien supongo que es
Stephen, es algo en que creer, ella va a necesitar mi protección de él. Era una
línea, suficiente para hacerme saber que mi pequeño virus había jodido todo
su plan.
¿Crees que necesito un vídeo para acabar con ustedes cuatro? Este juego no
ha hecho más que empezar.
—Necesito un momento —le digo a la única otra persona en esta sala, la jueza
sentada en la plataforma elevada detrás de mí.
Avanzo a grandes zancadas por el pasillo, apretando las palmas de las manos
contra las grandes puertas. Cuando se abren al vestíbulo principal, me
encuentro con cientos de personas correteando por los suelos de alabastro.
Hombres y mujeres con atuendo de trabajo, desconocidos al azar que
intentan no faltar a sus citas con el tribunal.
Es muy diferente de la silenciosa habitación que acababa de dejar. Me meto
la mano en el bolsillo en busca del teléfono, dispuesto a llamarla y a atraerla,
pero parece que no tengo que hacerlo.
Entre el mar de cuerpos sin rostro, desciende de la gran escalera. Lleva el
cabello recogido, dejando al descubierto sus rasgos afilados. El maquillaje
que lleva es diferente de su habitual delineador oscuro. Es más suave, más
neutro. La luz del sol que entra por la pared de ventanas toca cada paso que
da por el mármol y el granito.
Su vestido blanco sigue cada curva de su cuerpo como una segunda piel.
No esperaba que se pusiera un vestido de novia, pero ahora que lo ha hecho,
no quiero verla con otra cosa, envuelta en kilómetros de tela de seda que
quiero destrozar con los dientes.
—Jesucristo —murmura un hombre que pasa a mi lado y se detiene a
observarla.
Me pregunto si es el escote pronunciado que muestra kilómetros de su tersa
piel o el delicado encaje que viste sus brazos lo que le ha hecho detenerse.
Sería fácil distraerse con su aspecto, pero no es eso lo que me tiene tan
fascinado. Es la forma en que levanta la cabeza, imperturbable ante los ojos
que la miran, sin un ápice de nada más que confianza en cada paso que da
hacia mí.
La seda se desliza hacia abajo, un charco de tela que fluye alrededor de sus
pies cuando por fin llega hasta mí. Con una sonrisa tensa en los labios, se
sostiene el vestido por la cintura y lo agita.
—¿Demasiado?
Sus ojos brillan a la luz del sol, como oro fundido.
Miel derretida en café. Jodidamente mi favorito.
Tienen una calidez que podría derretir las preocupaciones y una agudeza que
podría cortar a través de la mierda.
Los ojos nunca mienten.
Es a la vez dulce y feroz. Miel y castaño. Fría y caliente.
Un pequeño enigma.
—Perfecta.
Sus mejillas se tiñen de rosa cuando se aclara la garganta. La confianza que
tenía hace un momento se desvanece bajo mi mirada. Como si lo que pienso
la cohibiera.
—¿Lista? —pregunto, tendiéndole la mano para que la acepte.
—No —murmura, con los dientes tirando nerviosamente de su labio
inferior—. No puedo...
Un paso adelante, diez atrás, con éste.
—Coraline —Suspiro, preguntándome qué le habrá hecho Stephen para que
me tenga tanto miedo. Qué le había contado su pasado para que se opusiera
tanto a confiar en los demás.
—No, no se trata de mí. —Ella sacude la cabeza, con el ceño fruncido—.
¿Estás seguro que quieres hacer esto? Sé que lo haces por tu padre, pero
¿estás seguro que él querría esto para ti? ¿Seguro que no quieres aguantar
para casarte con alguien a quien amas?
Dudo un momento antes de responder, consciente que los segundos pasan y
que tenemos que reunirnos pronto con el juez.
Sus preguntas flotan en el aire como una densa niebla, acorralándome. La
verdad es que sé que mi padre no querría esto para mí. Pero no puedo
decírselo, porque lo usará como excusa para librarse de esto, y eso es todo lo
que es. Quiere que dude de esto. Quiere que huya para no ser responsable de
lo que pase después de que digamos "sí, quiero".
Pasé dos años en una juerga de venganza porque era lo que quería.
Pero si soy sincero conmigo mismo... La quiero a ella. Quiero esto con ella.
No son las circunstancias ideales, casarse con ella antes de que nos
conozcamos de verdad, pero aun así la quiero. Quiero los dos años de acceso
a este espejismo de mujer porque, por primera vez en mucho tiempo, me hace
sentir vivo. Hay una chispa dentro de mí que antes no existía, que nunca creí
que pudiera existir.
Egoístamente, quiero sus próximos dos años: setecientos treinta días
protegiéndola, conociendo sus costumbres, desentrañando su misterio hilo a
hilo.
¿Y el resto? ¿Atraer a Stephen, salvar la empresa de mi familia? Todo se ha
convertido en un beneficio añadido.
—Estoy seguro. Eres la única que tiene dudas aquí —Me giro ligeramente,
tratando de agarrar el picaporte de la puerta de la sala—. Vamos a perder
nuestra oportunidad si...
—Detente. Para dos segundos —sisea, me agarra de la manga del esmoquin
y tira de mí para que la mire—. Deja de fingir que lo tienes todo bajo control.
Deja de fingir que esto es lo que quieres. Tu padre se está muriendo y el
hombre responsable de la muerte de tu ex novia quiere arruinarte la vida. Por
dos jodidos segundos, deja de ser un cimiento tan sólido y enséñame las
grietas de tu acera.
Me paso una palma por la mandíbula.
—¿Qué quieres que te diga aquí para llevarte al altar, Hex?
—La verdad —dice con firmeza, exigiendo una respuesta para la que no estoy
seguro que esté preparada—. Silas calmado y frío y Coraline rota y
desordenada. Siempre estás ahí, intentando estar ahí para mí, para los
demás. No puedo hacer esto si soy la única que se apoya. Tienes que apoyarte
un poco en mí también.
Me rechinan los dientes. Éste es el problema de callarse: todo el mundo
asume tus sentimientos. Construyen tu relato sin hechos y te lo escupen
como si fuera verdad, utilizando pistas contextuales y mentiras para tejer una
red que les permita entenderte.
Cuando no hablas, nadie conoce tu historia.
Es una guerra que tuve que crear para mí, una batalla que luché por
Rosemary. Una que he estado luchando durante años. Dejando que el mundo
me diga quién soy, qué siento y en qué me convertiré.
Los médicos, mis padres, mis amigos, incluso Rosie.
Nadie me conoce porque nunca le di a nadie la oportunidad de hacerlo.
—Estoy a meses de perder al hombre que me crio —La miro, la miro de verdad
por un momento. Su piel bronceada resplandece al sol, la boca llena en una
línea recta—. Me aterroriza fallarle. Me asusta cómo será la vida sin él. Temo
no tener tiempo suficiente para aprender a mantener con éxito nuestra
empresa familiar antes que él muera. Pero tengo una madre y dos hermanos
que no pueden permitirse ese miedo.
Me acerco a ella, me meto en su espacio y, lentamente, agarro su mejilla con
la mano. Le rozo con el pulgar justo debajo del ojo y le inclino el cuello hacia
atrás para que me mire.
Quiero que me vea para que oiga estas palabras y sepa que nunca han sido
dichas en voz alta a nadie más que a ella. ¿Que estas partes de mí? Nadie
más las tiene. Nadie lo sabe.
—Estoy a momentos de dejar que la culpa de lo que he hecho me coma vivo.
No puedo dormir por la noche porque sé que la razón por la que Stephen
intenta destruir a mis amigos es por mi culpa. Todo lo que pienso, todo lo que
sueño, es enviar una bala a través de su cráneo y terminar con esto para
siempre.
Dejo que me vea, inmóvil. Le hago saber que no huyo de esto, de ella.
Estoy en esto con ella. Estoy poniendo mi confianza en ella también.
—Estoy a segundos de besarte la jodida boca porque estás demasiado
hermosa y aún sientes la necesidad de preguntarme si estoy seguro de
casarme contigo —mi voz es un susurro en el fondo de mi garganta.
Las facciones de Coraline se suavizan mientras mi pulgar le recorre el labio
inferior. El mundo la había asustado hasta dejarla irreconocible, había herido
y golpeado su alma. Sin embargo, está aquí, asustada de hacerme daño.
A pesar de todo lo que ambos hemos pasado, necesito que ella sepa que estoy
en esto. Venga lo que venga, signifique lo que signifique para ella, siempre
tendrá a alguien con quien contar.
Más que una voz. Más que un número de teléfono.
Siempre me tendrá a mí.
Dejo caer mi frente sobre la suya, respirando su aroma.
Su respiración se entrecorta en la garganta y echa la cabeza hacia atrás como
si quisiera darme acceso, como si quisiera que explorara su boca con mi
lengua. Le clavo los dedos en la nuca, aferrándome a mi autocontrol.
—Pero no lo haré —murmuro, apartándome de su rostro, creando espacio
entre los dos—. La primera vez que te bese, Hex, será cuando te convierta en
mi esposa.
Coraline se pasa la lengua por el labio inferior, atrapando mi pulgar en el
proceso.
—No hay nadie más en el mundo con quien preferiría hacer esto —digo
sinceramente—. ¿Me estoy apoyando en ti lo suficiente?
Se aclara la garganta, asiente lentamente con la cabeza y da un paso atrás.
El calor le sube por el cuello y le tiñe las mejillas.
—Deberíamos... —Ella señala hacia las puertas detrás de mí—.
Probablemente deberíamos entrar ahí.
Mis dientes me pellizcan el labio inferior mientras sacudo la cabeza. Esta
maldita chica.
Como si siempre hubiera sido idea suya, le tiendo la mano y abro la puerta
para que pase. Para mi sorpresa, llegamos hasta el final sin decir ni pío y por
fin estamos delante de la jueza.
—Me alegro que todos hayamos podido venir —dice, reajustándose la bata
negra y colocándose las gafas en el puente de la nariz—. ¿Estamos listos para
empezar?
Giro mi cuerpo cara a cara con Coraline, que hace lo mismo. Una vez más,
extiendo las dos manos. Voy a cincuenta, y solo necesito que ella dé los otros
cincuenta.
Respira hondo antes de deslizar sus manos entre las mías, asintiendo con la
cabeza.
—Genial —La jueza aplaude, levanta un trozo de papel blanco y lee en él—.
Coraline Whittaker y Silas Hawthorne, hoy han decidido contraer matrimonio.
El matrimonio es un compromiso con la vida, con lo mejor que dos personas
pueden encontrar y sacar el uno del otro. Ofrece oportunidades para
compartir y crecer que ninguna otra relación puede igualar. El matrimonio
no es sólo una ceremonia o un trozo de papel; es un pacto entre dos personas
para amarse, honrarse y apreciarse el uno al otro durante el resto de sus
vidas.
Mi pulgar roza la parte superior de su mano como si intentara suavizar todos
esos años de soledad con un simple gesto, haciéndole saber que estoy aquí
mismo, igual de roto, y que sigo sin irme a ninguna parte.
—¿Tienen los votos preparados, o debo seguir leyendo del guion?
Dirijo mi mirada hacia la jueza.
—Los votos estándar serán...
—En realidad —interrumpe Coraline—, tengo algo, si te parece bien.
Frunzo el ceño mientras ella saca un trozo de papel amarillento del interior
de la parte delantera de su vestido. La jueza, detrás de su escritorio levantado,
se ríe de su escondite.
Se aclara la garganta, con las mejillas sonrojadas.
—Silas, prometo ser tu paz cuando el mundo sólo te da guerra. Ser tu
guardián secreto y tu refugio seguro. Hoy juro ser la única persona que te
acepte por lo que eres y por lo que llegarás a ser —Me mira y me sostiene la
mirada mientras pronuncia la última frase—. Hasta que la muerte nos separe.
El papel parece demasiado viejo para ser suyo. Independientemente de su
significado para ella, independientemente de si estaban destinados a mí,
todavía hacen que mi pecho se contraiga.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que alguien había sido mi paz? ¿Cuánto
tiempo había estado en guerra sin tiempo para descansar?
—¿Sr. Hawthorne? —dice la jueza, instándome a intercambiar mis propias
promesas con la mujer que tengo delante.
La veo doblar el papel y guardárselo en el vestido antes de volver a tomarme
la mano. Coraline se inclina hacia mí y me susurra en voz baja.
—Puedes hacer los normales. Sé que no estaba planeado ni nada.
Sacudo la cabeza y la agarro de las manos para acercarla a mí.
—En este día, juro hacer mía tu furia, soportar la tormenta de tu venganza y
mantenerte siempre a salvo. Prometo permanecer a tu lado. No importa lo que
venga, nunca estarás sola. Hasta que la muerte nos separe.
Cada palabra es cierta, cada promesa pienso cumplirla. No importa lo que me
cueste. Ya no soy sólo yo en esto; es ella también.
—Coraline, ¿aceptas a Silas como tu legítimo esposo mientras ambos vivan?
Las palabras de la jueza vibran en el aire inmóvil. Se hace un silencio doloroso
antes que ella respire hondo y me apriete las manos.
—Sí, acepto.
—Silas, ¿tomas a Coraline como tu legítima esposa mientras ambos vivan?
La realidad de esta situación debería estar imponiéndose, pero, por alguna
razón, lo único en lo que puedo pensar es en el final de esto: cuando me
ordenen besar a la mujer que tengo delante, mis labios rozando los suyos
para poder saborear la dulzura de su boca, disolviendo con mi lengua todas
las palabras sarcásticas y las sonrisas burlonas.
—Sí, acepto.
—¿Tienes anillos para intercambiar?
El pánico se apodera del rostro de Coraline, pero la comisura de mis labios se
levanta. Puede que no haya planeado los votos, pero sí esto. Me meto la mano
en el bolsillo y saco los dos anillos.
Le entrego el mío, un sencillo anillo de oro con un grabado en el interior que
dice #dd4a3d. Es mi pequeño secreto, aunque ella no se da cuenta al
ponérmelo en el dedo.
Lentamente, le devuelvo el favor, deslizando por su dedo el diamante solitario
redondo con una alianza de oro a juego. No es llamativo ni demasiado grande;
es de una belleza sigilosa, reflejo de la mujer que lo lleva.
—Por el poder que me confiere el estado de Oregón, los declaro marido y
mujer —La jueza suspira, como si esta fuera su parte menos favorita—. Ahora
puede besar a la novia.
Los ojos de Coraline se abren de par en par cuando mi mano se desliza por
su cabello y tiro de ella para acercarla. Tengo que acostumbrarme a sentir el
anillo enroscado en el dedo.
—Nada de lo que pueda darte se parecerá al amor, Silas.
—Entonces fingiré.
Su respiración se entrecorta, pero me la trago.
Mi boca presiona la suya en un choque hambriento. No soy suave ni gentil;
la paciencia es lo último que tengo en mente.
Los labios de Coraline se abren bajo los míos, sometiéndose antes incluso de
que la obligue. Le aprieto el cabello con los dedos, mantengo nuestras bocas
juntas y recompenso su buen comportamiento recorriéndole el interior de la
boca con la lengua.
Me sumerjo y robo mi primer bocado de la Bruja de Ponderosa Springs. La
Maldita.
Por una vez, esta ciudad podría haber conseguido algo cerca de lo correcto.
Su boca es un hechizo.
Se estremece en mi abrazo, lo que hace que agarre la parte delantera de mi
esmoquin con ambas manos. Tirando de mí hacia ella, mueve sus labios lenta
y minuciosamente sobre los míos. Cuando se pone de puntillas, necesitando
la altura extra para acercarse más a mí, como si no pudiera acercarse lo
suficiente, sonrío contra su boca. Le rodeo la cintura con el brazo libre y la
aprieto contra mi pecho antes de levantarle los pies del suelo.
Es todo lo que un primer beso nunca debería ser. No es dulce ni bondadoso.
No se da con amor.
Un suave gemido sale del fondo de su garganta, haciéndome morderle el labio
inferior para que me dé más de ese sonido. Lo succiono en mi boca para que
me llene de su sabor, de esa magia oscura metida en lo más profundo de sus
venas que sabe a puta miel y azúcar en el fondo de mi garganta. Los senos de
Coraline me rozan el pecho, haciéndome gemir. Su cuerpo suplica por mí, por
el placer que sé que puedo darle.
Quiero follarme a mi mujer, justo en esta habitación, y no me importa quién
mire. Que la vean abierta en uno de estos bancos de madera. Que el mundo
vea lo flexible y jodidamente buena que es para mí, con sus piernas
temblando mientras me suplica que deje de hacerla correrse, sólo para que
yo siga hasta que ella se corra dos veces más.
Más. Más. Más.
Es la brujería de su lengua que me hace desearla en cantidades insanas.
—Disculpen —La incómoda voz de la jueza resuena en mis oídos, haciendo
que Coraline despegue sus labios de los míos inmediatamente—. Hay otra
pareja esperando para casarse hoy.
Durante una fracción de segundo, me pregunto si puedo hacer que Rook
encuentre la forma de despedir a esta mujer. En contra de mis deseos, vuelvo
a poner a Coraline en pie y la observo juguetear con su cabello y alisarse el
vestido.
Nos vamos de esta habitación como marido y mujer.
Sé que este matrimonio es falso. Con los años he aprendido a distinguir entre
la realidad y los juegos de mi mente.
Pero nada se ha sentido más real que ese beso.
Mamá enloquecida

Silas
Bang. Bang. Bang.
Otra fuerte sucesión de golpes en mi puerta principal.
—Joder —murmuro, pasándome una mano por la cara.
Anoche había estado en la oficina hasta tarde revisando informes para volver
a casa y pasarme dos horas colocando un dispositivo de rastreo en el teléfono
de Easton Sinclair.
Aunque no encontramos nada en la mansión Sinclair que probara que estaba
ayudando a su padre, no iba a confiar en su palabra. No cuando sé que es
una maldita serpiente.
Abro la puerta de un tirón y veo a mi hermano pequeño al otro lado. Sigue
siendo varios centímetros más bajo que yo, pero parece mucho mayor de lo
que recuerdo de la última vez que lo vi.
—¿Levi? —Arrugo la frente—. ¿Qué mierda estás haciendo aquí?
—Ser un hermano fantástico y hacerte saber que el huracán Zoe aterrizará
en tu puerta en la próxima hora —Mete un papel en mi pecho desnudo,
dejándose entrar en el apartamento.
No necesito mirar para saber que va a la cocina, probablemente a asaltar mi
nevera. Desde pequeño ha tenido un apetito que refleja un pozo sin fondo.
Al bajar el papel, siento que un dolor de cabeza ataca mi cerebro de inmediato.
Campanas de boda para el multimillonario de la tecnología y la heredera del
petróleo.
El Ponderosa Springs Tribune describe con desagrado nuestra tranquila
relación, sin olvidarse de mencionar la historia de terror del tráfico de
personas de Coraline para añadir contexto.
Como si su trauma fuera necesario para atraer más atención a su periódico
de mierda. Una foto de los dos saliendo del juzgado se coloca en la columna
de la izquierda.
Me trago las ganas de partirlo por la mitad y saco el móvil de mi pantalón de
chándal gris. Llamo a Coraline tres veces antes que responda, sonando sin
aliento.
—¿Sí?
—Te necesito en mi apartamento en los próximos treinta
minutos —murmuro, frotándome la frente para aliviar la tensión—. Es una
emergencia.
—¿Qué ha pasado? —se apresura a decir, con el eco de algo pesado cayendo
de fondo—. ¿Es Stephen?
—Peor —Suspiro—. Es mi madre.
Coraline suelta un suspiro; prácticamente puedo oír su pánico a través del
teléfono. Le había dicho que después de la boda tendría que reunirse pronto
con mis padres. Había pensado darle todo el tiempo que necesitara, pero, al
parecer, tres días es todo lo que vamos a tener.
—Pronto estaré allí —murmura por el altavoz, sin darme más tiempo para
informarla antes de colgar y dejarme solo con el tono de llamada.
Jodida mujer, eligiendo entrar en pánico por su cuenta, y luego dejarme
hablar con ella por teléfono antes de que llegue aquí. Me va a matar, estoy
seguro.
Cierro la puerta principal y avanzo lentamente por el frío suelo hasta la
cocina.
—Felicidades —murmura Lev alrededor de una magdalena comprada en la
tienda—. Mamá te va a matar. Se siente bien ver caer al hermano de oro.
Pongo los ojos en blanco. Se pregunta por qué le digo que él es el dramático.
Me dirijo a la máquina de café y preparo una jarra antes de agarrar dos
frascos de pastillas. Una para la migraña y otra para la depresión. Jennifer
Tako estaría muy orgullosa de saber que sigo tomándolas y no las he
cambiado por vitaminas.
—No sólo te casaste antes de que conociera a tu mujer, sino que se enteró
por un periódico. Estás jodido.
—Deja que me preocupe por nuestra madre —le digo—. ¿Por qué estás en
casa? ¿Pasó algo con tus prácticas en Boston?
Veo el café prepararse lentamente, tomándose su tiempo, como si no fuera lo
único en esta habitación que me hará pasar el que está a punto de ser el día
más largo de mi vida.
—Yo también te he echado de menos, imbécil —Estoy de espaldas a él, pero
sé que me está vacilando—. Los becarios tienen una semana libre y quería
venir a ver a papá.
—¿Caleb?
Lev guarda silencio, lo que me dice más que cualquiera de sus palabras
juguetonas. Cuando hay suficiente café, lo sirvo en una taza y me vuelvo
hacia él antes de repetir mi pregunta.
—Ya conoces a Caleb, Silas —Suspira, deja la magdalena a medio comer y se
apoya en mi isla—. Está evitando sus problemas. Navegando por su vida,
apenas contesta a mis llamadas. Evitando su casa para no tener que
enfrentarse al hecho de que papá se está muriendo.
Que Levi y Caleb sean gemelos es sólo uno de sus interesantes rasgos. Son
un conjunto de rasgos de personalidad que han cambiado y crecido a lo largo
de los años. Levi estudia microbiología en Boston, mientras que Caleb está
en SoCal, solo va a la universidad para que nuestros padres le paguen su
apartamento en la playa.
Pero su vínculo siempre ha sido inquebrantable. Hasta ahora, hasta que
nuestro padre enfermó y empezaron a notarse las diferencias en su forma de
manejar el estrés.
Levi es un poco como yo, quiere enfrentarse al problema para poder
arreglarlo. Caleb es... Caleb tiene miedo. Cree que, si no piensa en ello,
desaparecerá. Papá no está enfermo si no viene a casa.
Ninguno de los dos está equivocado, pero sé que un día Caleb lamentará no
haber visto más a papá antes de morir. Sin embargo, esa no es mi batalla. No
le obligaré a afrontarlo como creo que debería. Sólo estaré ahí para ayudarle
a recoger los pedazos.
—Es egoísta, que actúe de esta manera. Ni siquiera habla con mamá —su voz
está teñida de veneno cuando le miro.
—Caleb está lidiando con ello en su propio tiempo, a su manera. No tiene
nada de egoísta. Dale tiempo para que lo haga solo. Cuando esté preparado,
volverá a casa —digo con calma, echando una cucharada de miel en mi
café—. ¿Y tú? ¿Cómo lo llevas?
—Estoy bien —Se encoge de hombros con indiferencia. Es robótico y
practicado. Probablemente es lo que le dice a mamá, lo que le dice a papá, a
sus amigos de la costa este cuando le preguntan.
Caleb puede estar evitando, pero Levi está desviando.
Me acerco hasta situarme a su lado. Me apoyo en la isla de la cocina y lo miro,
esperando a que me mire.
—Lev, mírame.
Tras unos instantes de silencio, levanta lentamente la cabeza para que
nuestros ojos se encuentren.
—No soy mamá. No soy papá. No hace falta que te hagas el fuerte por
mí —Cruzo los brazos delante del pecho—. Aquí puedes estar triste. O
enfadado. O feliz. Siente lo que necesites sentir.
Puede que se crean hombres, duros y que van por el mundo por su cuenta,
pero siempre serán mis hermanos pequeños. Niños que necesitan permiso
para no ser fuertes todo el tiempo.
Su padre se está muriendo delante de él; se le permite quebrarse.
—¿Alguna vez te asustas, Si?
—Todo el tiempo —le digo sinceramente.
—Yo también —Traga con fuerza—. Siempre tengo miedo. Esperando la
llamada de que se ha ido. Cada vez que suena mi teléfono, me entra el pánico.
¿Qué vamos a hacer cuando no esté aquí?
Se le llenan los ojos de lágrimas y ojalá pudiera quitarle el dolor. Ojalá hubiera
una forma de mejorar las cosas, pero nada de lo que diga puede hacerlo.
—Viviremos, lo recordaremos y seremos felices porque eso es lo que él quiere
para nosotros. Todo lo que siempre ha querido. No será fácil, y habrá días
que te cueste más que otros, pero aprender a amar el recuerdo de alguien a
quien has perdido ayuda. Sólo lleva tiempo.
Es lo que me ayudó a llorar a Rosemary, lo que me ayudará a llorar a mi
padre cuando fallezca. Aprender a amar el recuerdo, lo que fueron en esta
Tierra en lugar de centrarme en que no están aquí.
El duelo no es una batalla cuesta arriba.
Es un proceso que tiene bajadas y subidas, no sólo subidas.
Levi asiente, aceptando mis palabras, pero sin escucharlas realmente. No lo
hará, no hasta que esté preparado, y eso es todo lo que puedo pedirle ahora
mismo.
—¿Cómo lo haces? —pregunta, con el ceño fruncido—. ¿Papá, Hawthorne
Tech, la esquizofrenia? Estoy luchando, joder, y tú eres como un muro de
piedra, como siempre.
Me muerdo el interior de la mejilla, intentando pensar en cómo responder sin
añadirle más presión. No sé cómo decirle que no quiero estar así, pero tengo
que hacerlo. Por él, por Caleb y por mamá. Si me derrumbo, si empiezo a
intentar explicarles la verdad de mi enfermedad mental, será demasiado para
ellos.
No puedo cargarles con eso, ni tengo por qué hacerlo, al menos no ahora.
Porque asomándose desde la entrada de la cocina está mi mujer.
El anillo es un ajuste, pero ¿llamar a Coraline mía? Fácil.
Su metro setenta y cinco de estatura, sus mechones castaños cayendo en
cascada sobre sus hombros, enmarcando sus rasgos afilados, la curiosidad
brillando en sus ojos, casi como si estuviera esperando escuchar también mi
respuesta.
El hambre se agrupa en mis entrañas.
La chaqueta de cuero que ha hecho varias apariciones cuelga de sus
hombros. Me recuerda a Alistair y su obsesión por la chaqueta que tiene
desde el instituto.
Una diminuta camiseta blanca de tirantes que deja ver su estómago me hace
pensar en lo fácil que sería destrozar el material con los dientes.
Coraline me mira, demasiado ocupada observándome como para darse
cuenta de que me he percatado de su presencia, con sus suaves ojos
marrones recorriendo las líneas de mi cuerpo sin camiseta. Si mi hermano
pequeño no estuviera en la habitación con nosotros, la dejaría seguir.
—Coraline —Mi voz ronca hace que sus ojos se fijen en los míos, con un rubor
en las mejillas al saber que la han atrapado.
Levi gira la cabeza tan rápido que me da vértigo. Contengo mi enfado mientras
se comporta como si nunca hubiera visto a una chica.
Ella le dedica una sonrisa sin mostrar sus dientes, saludando torpemente con
la mano. Sus caderas se balancean cuando se acerca más a la cocina,
provocándome con la perspectiva de darle la vuelta solo para ver de qué color
son sus bragas.
—Hola —respira en voz baja, estrangulando la correa de su bolso.
—Maldita sea —murmura Levi en voz baja como si no pudiéramos oírle.
Al instante extiendo la mano y le doy un manotazo en la nuca.
—Modales.
Coraline tiene que morderse el labio inferior para no sonreír, y me encuentro
irrazonablemente enfadado con sus dientes por guardárselo, ocultando una
de las raras y bellas cosas que hace.
Me gusta su sonrisa. Me gusta su risa. Ella me gusta.
Me resulta extraño que me guste alguien. No he tenido un flechazo desde la
escuela media, y esto se siente mucho más intenso de lo que recuerdo.
—Levi, el hermano más atractivo —Extiende su mano para estrechar la de
ella—. ¿Cómo demonios te consiguió este imbécil?
Malditos hermanos.
Están creados para ponerte nervioso constantemente. Es por eso que Rook
se lleva tan bien con mi familia.
—¿No eres tú el gemelo más joven? ¿Puedes ser el más atractivo si hay una
copia mayor de ti? —Ella ladea la cabeza, parpadeando mientras finge
confusión, le acepta la mano y se la estrecha—. Y a mí me gustan los
silenciosos y melancólicos.
El se burla.
—Caleb desearía tener esta mandíbula.
Como si fuera una goma elástica, vuelve a ser el mismo. Nuestra conversación
anterior se desvanece, todo su miedo oculto tras una sonrisa cegadora.
La veo molestarlo durante unos minutos más, escuchando sus bromas antes
de que él se dirija al baño y nos deje a solas.
—¿Cuál es la emergencia? —pregunta, inclinándose para asegurarse de que
Levi no está al alcance del oído de nuestra conversación.
—Mi madre y mi padre vienen hacia aquí.
Sus ojos se abren de par en par antes de bajar la mirada hacia su atuendo y
volver a mirarme.
—¿No se te ocurrió mencionarlo antes? Me habría puesto algo, no
sé... —Levanta las manos—. ¿Más de novia, joder? Parezco Jackie el
Destripador.
—Estás buenísima —murmuro—. Y a mis padres no les importará lo que
lleves puesto, Hex. Mientras puedan conocerte.
Se burla.
—Lo dudo. ¿Cómo se han enterado? Creía que nos ibas a conseguir algo de
tiempo.
Simplemente deslizo el periódico que me dio Levi por la isla en su dirección,
luego agarro mi café y bebo un sorbo mientras ella lee. Arruga la nariz
mientras hojea la página.
Su nariz hace exactamente lo mismo cuando está a punto de correrse.
Joder.
No pienses en eso ahora mismo. Piensa literalmente en cualquier otra cosa,
idiota. Por reflejo, me miro la entrepierna. Lo último que necesito es que se
me pare antes que mi madre entre en casa.
—¿Encontrar el amor después de la casa de los horrores? ¿Crees que alguna
vez se cansan del ángulo del secuestro?
—¿Y tú? —pregunto—. ¿Nunca te has cansado de que sigan hablando de lo
que te pasó?
—Sí —respira, presionando el pulgar y el índice en la comisura de los
ojos—, pero tengo la piel gruesa, así que ya no me molesta. Sólo seré una cosa
en este pueblo, para esta gente. Nada de lo que haga cambiará eso. Es sólo
que es...
—Agotador —Termino la frase por ella, viéndola retirar la mano y asentir con
la cabeza. Como si por un instante se diera cuenta que somos más parecidos
que diferentes.
Cuando las cadenas de noticias reciclaron su historia a escala nacional una
y otra vez, mostrando las mismas imágenes de vídeo de ella huyendo del
sótano sólo para arrojarse a los brazos de su captor, recuerdo que me recorrió
una profunda sensación de comprensión.
Comprendí cómo se sentía.
Tener que escuchar la historia que la gente se inventa sobre ti porque nunca
dices la verdad públicamente. Como si le debieras al mundo tu historia, o
ellos se la inventarían por ti.
Para este pueblo, ella puede ser para siempre la chica que fue secuestrada.
Pero eso no es todo lo que es, ni todo lo que llegará a ser.
Me pregunto si ella lo sabe.
—¿Fue difícil para ti? —Coraline pregunta—. ¿Crecer con esquizofrenia y que
todo el mundo lo supiera?
Me doy cuenta que es la primera vez que me pregunta por ello. Es la primera
vez que hablamos de mi salud mental.
—A veces.
Lo cual no es mentira.
Era extremadamente difícil saber la verdad sobre mi propia mente, pero aun
así tener que dejar que la gente creyera lo contrario. Me preguntaba
constantemente: ¿cómo es posible que no lo vean? ¿Cómo es posible que no
me crean? Y siempre encontraba la respuesta: ¿por qué iban a hacerlo?
—No quería preguntarte —Hace una pausa y me mira a la cara, buscando
cualquier señal de emoción—. Pensé que, si querías hablar de ello, lo harías.
Levanto una ceja.
—¿Y si decidiera no hablar nunca de ello contigo?
Levanta un hombro y se pasa un mechón de cabello blanco por detrás de la
oreja, sin inmutarse.
—No me importaría. No es asunto mío.
Su franqueza, su tono descarado e inquebrantable, hace que se me muevan
los labios. Sé que sus palabras son sinceras, duras pero ciertas. No son
floridas, ni falsas patrañas de simpatía para hacerme sentir mejor.
—¿No te importa que sea esquizofrénico?
—Me importa que recibas el apoyo y la atención médica que
necesitas —Sacude la cabeza, se agacha y agarra un trozo de la magdalena a
medio comer de Levi, hablando alrededor de la golosina—. No soy
completamente cruel. Pero no, no me importa. Es una enfermedad mental,
no la peste.
Su voz es como una brisa de honestidad que se lleva toda la simpatía y los
consejos falsos que he oído a lo largo de los años. Siento sus ojos clavados en
mí, estudiándome como si hubiera estado con ella.
—Gracias.
—No lo hagas —Coraline suelta una burla, frunciendo el ceño—. No me des
las gracias. Es lo mínimo. Me irrita que sientas la necesidad de dar las gracias
a alguien por tratarte como a un ser humano.
Cómo esta mujer piensa que es cruel está más allá de mí.
—Yo…
—¡Silas Edward Hawthorne!
La voz de mi madre atraviesa mi apartamento y hace que Coraline dé un
respingo. Abre mucho los ojos y se queda boquiabierta.
—Oh, te llamaron por nombre completo. Estás jodido —se ríe Levi mientras
vuelve a la cocina.
Miro a Coraline y le rodeo la cintura con un brazo protector, haciéndole saber
en silencio que puede apoyarse en mí si lo necesita. Vacilante, me pone una
mano en el pecho desnudo y me mira parpadeando.
—¿Lista, esposa?
—Lista como nunca lo estaré.
Conociendo a los Hawthornes

Coraline
Escuché una vez que no decides si eres un buen padre, tu hijo decide si eres
un buen padre.
No he conocido a Caleb, pero si Silas y Levi sirven de indicación, Zoe y Scott
Hawthorne son unos padres estupendos. Nunca había conocido ni formado
parte de una dinámica familiar cálida. Mis padres no organizaban noches de
juegos en familia ni debatían sobre lo que había aprendido en la escuela.
Se apresuraban a entregarme a los cuidadores y sólo me arrancaban de sus
doradas estanterías cuando era necesario para que su aspecto pareciera más
equilibrado.
Yo era un peón, una ficha de repuesto para una imagen de familia feliz.
Estas personas sentadas en esta mesa se entienden y se mueven unas con
otras como si fuera lo más fácil del mundo.
Nunca he conocido un hogar que no sintiera como cáscaras de huevo
esparcidas bajo mis pies, a la espera de abrirme en canal por caminar con
demasiada dureza.
—Llevo meses buscando un nuevo pasatiempo. Estas clases de arte suenan
perfectas. ¿Cuándo las impartes? —Zoe sonríe, tomando otro sorbo de su vino
tinto.
—Es principalmente para sobrevivientes del Halo, pero el próximo jueves voy
a dejar que Light organice un evento en el que algunas de las chicas a las que
enseño podrán vender sus trabajos. ¿Te apetece venir, para que te conozcan
antes de unirte a una clase? —Le devuelvo la sonrisa, antes de arrancar una
judía verde con ajo de mi plato.
—¡Cuenta conmigo! —chilla dando palmadas—. Mira eso, cariño, un nuevo
pasatiempo para mí.
¿Qué dice de mí que esperara que se largara en cuanto supiera a quién
enseñaba? Cuando se dio cuenta que no era una piscina de cotilleos llena de
mujeres de la alta sociedad, sino una terapia para chicas que habían visto la
crueldad de la vida.
Supongo que me había acostumbrado tanto a las réplicas indirectas y a las
miradas de compasión que no sabía cómo era un alma genuina y amable.
Toda esta cena había cambiado mis expectativas. Pensaba que mi trabajo
consistía en colgarme del brazo de Silas y verme bonita. Me ponía nerviosa
que me vieran tan cerrada con mi atuendo, demasiado dura en los bordes,
que esperaran que llevara un vestido. Hablar cuando me hablasen, comer con
el tenedor correcto y no parecer nunca menos que perfecta.
Pero no habían querido nada de eso de mí.
A pesar de sus preocupaciones intencionadas, lo único que querían era
conocerme. Conocer a la persona que su hijo mayor había elegido para pasar
su vida. Me ardió el pecho; no esperaba sentirme tan culpable por mentirles,
pero eran tan amables, tan interesados en quién era yo con intenciones
genuinas, que no pude evitar odiarme un poco por haberlos engañado.
—Que Dios me ayude, todavía estoy pagando el último
pasatiempo —murmura Scott, dándole un codazo a Silas, que está sentado a
su lado—. ¿Recuerdas cuando empezó a tejer?
—Tuve que llevar jerséis de punto al colegio todos los días durante seis
meses —interviene Levi—. ¿Sabes lo que picaba esa mierda?
—¡Lenguaje, Levi Vincent!
—Lo siento, mamá —murmura, metiéndose un trozo de filete en la boca y
sonriéndole con una sonrisa infantil que me dice que la ha utilizado para salir
de muchos problemas a lo largo de su vida.
Sonrío, escondiéndome detrás de mi copa de vino y observando cómo existen
entre ellos. Aunque Silas no habla mucho, puedo ver lo cómodo que está con
ellos aquí. Lo relajados que parecen sus hombros y sus rasgos faciales. Una
luz en sus ojos que ilumina su cara.
La mano de Silas se desliza por la mesa. Sin fijarse en los demás, empieza a
jugar con la punta de mi mano, frotando círculos alrededor de mis uñas,
trazando las yemas de mis dedos. Tan casual, como si lo hubiera hecho un
millón de veces antes.
—¿Así que te gusta lo que haces, Coraline? —me pregunta Scott, mi atención
se centra en él.
Quizá sea porque no le conozco bien o porque sólo le he visto de pasada, pero
para ser alguien que lucha contra el cáncer, parece perfectamente sano.
Sospecho que de ahí le viene a Silas su fachada de muro de piedra.
El peso del mundo podría descansar sobre sus hombros, pero nunca dejarían
que nadie más lo viera.
—Sí, me gusta —Asiento con la cabeza—. Con el tiempo me gustaría seguir
licenciándome en Historia del Arte, pero disfruto enseñando. Vender mis
cuadros es sólo para alquilar.
—Silas va a tener que ceder una de estas habitaciones para que trabajes.
Seguro que podríamos conseguir un contratista aquí para ampliar —apunta
Zoe, mirando a su alrededor como si viera dónde colocaría una habitación
extra para que yo pintara.
—Oh, eso no es necesario...
—Ya está hecho —interrumpe Silas, tomando mi dedo y deslizando su pulgar
arriba y abajo antes de hacer girar mi anillo—. Quería esperar a que Coraline
se instalara antes de convertir el lugar en una zona de obras.
Lo miro, intentando ocultar mi sorpresa cuando nuestros ojos se cruzan.
Lleva todo el día... diferente. Sus manos no se separan de mí; de un modo u
otro, me está tocando. Es un espectáculo convincente, mucho mejor que yo,
que acabo de acostumbrarme a sus manos sobre mi cuerpo.
Es falso, lo sé. Pero a veces, cuando sus dedos rozan mi cuerpo o me atrae
hacia su pecho, parece demasiado real.
—Ese es mi chico —Scott le da una palmada en la espalda a Silas,
sonriendo—. Te está tratando bien, ¿verdad? Puedes decírmelo. No es
demasiado mayor para que lo castigue.
—Es un poco gruñón antes de tomarse el café, pero nada que no pueda
manejar.
—Bueno, si necesitas que lo mantenga a raya, me llamas para que te ayude.
—Señor Hawthorne, respetuosamente —le enarco las cejas
juguetonamente—, soy cinturón rojo en taekwondo. Creo que será él
intentando pedirte ayuda.
La risa rebota por la habitación. Un sonido tan común en la vida cotidiana,
pero del que mis oídos habían estado privados durante tanto tiempo. Es...
agradable.
Al darme cuenta que todo el mundo está terminando de comer, aprieto las
manos contra la mesa, empujo mi silla y me excuso para ir a la cocina a
buscar el postre de la nevera que Zoe había traído.
Todavía puedo oír los ecos de sus risitas y su conversación mientras
desenvuelvo la tarta y busco en la cocina de Silas platos pequeños en varios
gabinetes antes de encontrar por fin el adecuado.
Me rodea la cintura con las manos y me aprieta el estómago mientras dejo los
platos en la encimera. Giro la cabeza hacia el hombro y reprimo una sonrisa.
—Me tocas mucho —le digo cuando me aprieta ligeramente. El calor de sus
manos es como fuego sobre mi piel fría. El calor me invade y me hace apretar
los muslos.
—Eres muy tocable, Hex.
Su voz me hace cosquillas en la piel, me estremezco en su abrazo, pero él solo
me abraza más fuerte, hundiendo la cabeza en el espacio entre mi cuello y mi
hombro, aspirando mi olor.
—No creo que tus padres nos estén espiando en la cocina —Pongo las manos
sobre la encimera, estabilizándome. Es difícil concentrarse, jugar a fingir
cuando se siente tan bien. Fuerte y firme, cada músculo de su pecho y su
abdomen apretados contra mi espalda—. Ya podemos dejar de fingir.
Jadeo cuando me empuja hacia delante, presionando su parte inferior contra
mi culo, obligándome a sentir su dura polla contra mí. Mi piel ansía más, la
necesidad recorre mis venas. Mi cuerpo se derrite y se deja llevar por él.
No se explica por qué es la única persona que me toca sexualmente y no me
hace entrar en una espiral.
No existe un manual sobre el trastorno de estrés postraumático; es decir,
estoy segura que alguien ha escrito uno, pero la forma de afrontarlo es
diferente para cada persona. Nadie habla de cómo en un momento estás
besándote con un chico en el baño de un club y al siguiente estás debajo de
tu violador. Ese olor puede dejarte en el suelo de la cocina con la cabeza entre
las rodillas, jadeando.
Había pasado de ser una joven universitaria sexualmente positiva a alguien
que ya no creía en el deseo ni en el impulso sexual.
Pero Silas, es como si supiera cómo mantenerme anclada en el presente. Con
sus dos manos, me sujeta a la tierra, se niega a soltarme y me hace sentirlo
todo.
Es aterrador.
—Esto no es para ellos. Esto es para mí —murmura contra mi piel, dejando
caer besos ligeros como plumas.
—Yo… —Un gemido me roba las palabras mientras me aprisiona contra el
mostrador, con mi cuerpo palpitando mientras me aprieta por detrás.
Hay un deseo palpitante de sentirlo. Piel con piel. Sin ropa ni barreras. Sólo
a él.
—Cuando se vayan, ¿me dejarás bautizar este lugar? —Gruñe mientras
inclino la cabeza hacia su pecho, dándole más acceso a mí—. Te inclinaré
sobre esta encimera, te veré abrir las piernas y te llenaré de mi polla hasta
que estés goteando en el suelo de mi cocina.
Cierro los ojos y me dejo llevar por la sensación de sus manos apretando mi
estómago, forzando la unión de nuestros cuerpos. No me deja dudar, se niega
a dejarme pensar demasiado, sabiendo que, si lo hiciera, me apartaría,
forzaría la distancia entre nosotros para protegernos a los dos de la ira de una
conexión rota.
Caer es divertido hasta que tocas el suelo.
Cuando uno de nosotros se queda con los huesos quebradizos y el otro está
muerto.
Se oye un carraspeo detrás de nosotros y mi rostro está ardiendo. Estoy
segura que tengo el color de una boca de incendios. Me escabullo hacia un
lado, lejos del agarre de Silas, y veo a sus padres riéndose desde la entrada.
—Dios mío —murmuro al mismo tiempo que Silas dice:
—¿Podemos ayudarles? —Tiene la mandíbula tensa, el músculo le salta en la
mejilla.
—Oh, no seas tan tenso. Tu padre y yo fuimos jóvenes una vez —Zoe envuelve
su brazo alrededor de Scott, tirando de él a su lado—. No queríamos
interrumpiros, tortolitos, pero queríamos comentarte algo antes de irnos. Tu
padre tiene que madrugar.
Código para "tiene quimioterapia", estoy segura.
—Tu padre y yo estuvimos hablando —Mira a su marido, mordiéndose el
interior de la mejilla—. Sabemos que están legalmente casados y nos
alegramos mucho por ustedes. Me gustaría ver a mi hijo mayor pasar por el
altar. Con todo lo que está pasando, yo…
Hace una pausa, con la emoción en la garganta mientras se tapa la boca con
una mano.
—Me gustaría morir sabiendo que he podido ver casarse al menos a uno de
mis hijos —le dice Scott, con los hombros erguidos, mientras habla de la
muerte con despreocupación, como si fuera algo para lo que ya se hubiera
preparado. A pesar de la quimioterapia, no está rezando por un milagro;
simplemente se ha sometido a su destino. No sé qué es más doloroso, si
aferrarse a la esperanza o aceptar la muerte tan pronto.
—Papá —Silas se aclara la garganta—. Coraline y yo...
—Nos encantaría.
Las palabras vienen de un lugar de tristeza, de culpa. Lo último que necesito
o quiero ahora mismo es tener una boda, pero esta gente, esta familia, se
merecen algo bueno.
Su madre y su padre no tienen ni idea de por qué hemos hecho esto. Todo lo
que saben es que su hijo parece ser feliz. No quiero quitarles eso, todavía no.
—¿En serio? —A Zoe se le iluminan los ojos—. ¡Dios mío, esto es fantástico!
Creí que iba a tener que sacar las lágrimas.
—La tarjeta contra el cáncer viene bien —bromea Scott ligeramente, con una
sonrisa a juego en la cara.
Me acerco a Silas y le rodeo la cintura con un brazo. Sé que no lo habíamos
planeado ni hablado, pero no puedo negarme a sus padres. Así no. No cuando
sé que simplemente me estoy aprovechando de su amabilidad, tejiendo una
bonita red de mentiras mientras su hijo y yo trabajamos para corromper el
sistema.
—No quiero agobiarte —dice Zoe, adentrándose en la cocina hacia mí antes
de pasarme la palma de la mano por el brazo, tranquilizándome,
reconfortándome, como haría una madre—. Fui bendecida con tres niños
revoltosos, pero secretamente he estado esperando una hija. Me encantaría
más que nada planear esta boda para ustedes dos, con tu ayuda, por
supuesto. Podríamos conocernos más porque me encantaría hacerlo contigo,
Coraline.
Me dolía saber que nunca había tenido la oportunidad de sentirme aceptada
así por mi propia madre, de experimentar el amor incondicional entre un hijo
y un padre.
Creo que duele más saber que le estoy mintiendo.
—Por supuesto, Zoe —le digo.
—¡Fantástico! ¿Quedamos a comer la semana que viene para repasar algunos
detalles?
Asiento con la cabeza justo antes de que me envuelva en un abrazo. El olor a
vainilla me llega a la nariz y me doy cuenta de que esa es la nota dulce del
aroma de Silas. Vainilla, como su madre, que lleva su amor con él allá donde
va.
Cuando se separa de mí, tomo aire. Scott sonríe a su mujer con cariño, como
si sostuviera el sol. Silas desliza un brazo protector alrededor de mi cintura,
y Levi se une, preguntando por la tarta.
Por un breve instante, me permito imaginar cómo sería si ésta fuera mi
familia. ¿En quién me habría convertido si las manos destinadas a criarme
hubieran alimentado mi espíritu en lugar de hacerme odiarlo? ¿Si las
palabras amables se dieran libremente y no con un regusto ácido?
Mi teléfono vibra en mi bolsillo y, cuando lo saco, frunzo las cejas.
—¿Quién es? —pregunta Silas a mi lado, como si notara mis hombros tensos.
—Mi casero —Siento un escalofrío que me recorre la espina dorsal.
» ¿Diga? —pregunto vacilante, acercándome el teléfono a la oreja mientras me
alejo del grupo.
—Srta. Whittaker, soy Ian, de su edificio de apartamentos —empieza—. Siento
llamarla tan al azar, pero la seguridad del edificio acaba de informarnos que
han entrado en su apartamento.
Mi corazón se para y el tiempo se detiene.
Las afiladas garras del pánico se hunden en mi pecho y aprietan con fuerza.
Me recuerdo a mí misma que Lilac está hoy con Regina en la peluquería, que
está a salvo, pero eso no detiene la avalancha de miedo.
Escucho a Ian decirme que la policía ya está allí, pero su voz empieza a
ahogarse. Ya nada es seguro, ni siquiera las cuatro paredes de mi casa, que
debían ser un santuario contra el caos.
La realidad vuelve con sus manos rápidas y frías, recordándome que ésta no
es mi familia. Que no soy una esposa de verdad, y que hay un hombre ahí
fuera que se niega a dejarme marchar.
Nada bueno es real. No para mí.
No para siempre.
Personas Heridas

Coraline
Lo que solía ser un refugio seguro para mí se ha convertido en un retorcido
reflejo de la confusión que vive en mí. Cada centímetro de este lugar es ahora
un recordatorio de lo mucho que tengo que temer. Me había permitido
alejarme demasiado del plan. Había dejado que Silas me arrastrara más hacia
él y me alejara del peligro del que no podía protegerme.
Stephen Sinclair ha arrasado mi apartamento.
Puedo sentir su presencia en todas partes. Su malicia perdura en cada plato
roto. En cada trozo de tela destrozado hay una posesión desgarrada. La
pintura negra que salpica cada pared está marcada con sus huellas
dactilares.
Mientras deambulo por las ruinas de mi hogar, el olor a Old Spice hace que
me ardan los ojos. Se ha filtrado en cada recuerdo que creé aquí,
contaminando la vida que había construido tras él solo porque podía hacerlo.
Apenas me inmuto al pasar por encima de un montón de cristales rotos,
caminando hacia mi dormitorio mientras Lilac habla de fondo con Silas. Sus
voces son estática, ruido blanco.
La puerta chirría al abrirse. Me niego a llorar, no con gente aquí, pero cuando
veo el estado de mi habitación, siento la tentación. No por la tristeza, sino por
la ira que hierve en mi estómago, desbordándose por mis venas.
Todos mis proyectos actuales están demolidos. Acuchillados, quemados y
destrozados más allá de lo salvable. Las plumas de mis almohadas están
esparcidas por mi cama rota. Mi ropa ha sido arrancada de su sitio, rota y
empapada en pintura.
Pero es el único lienzo que descansa sobre un caballete encima del caos lo
que sella mi furia.
La letra garabateada de Stephen está escrita con pintura acrílica roja en una
obra que yo ya había empezado y que a Silas le resultaba muy familiar. El
recorte de periódico de nuestro matrimonio está clavado en ella, con una nota
debajo.
Nunca librará tu cuerpo de mi recuerdo. Si estás en mí, entonces me niego a
dejarte. Nunca escaparás de mí, Circe.
—¿Cora? —La suave voz de Lilac resuena detrás de mí.
Estoy cegada por la rabia, el rojo se filtra en mi visión por todos los rincones.
Solo puedo sentir la rabia latiendo por mis venas, latiendo en mis oídos,
bombeando a través de mi corazón.
¿No tomó suficiente de mí en ese sótano? Tuvo que recordarme que aún tenía
corazón, sólo para poder destruir lo último que quedaba de él.
Hay un rugido en mis oídos, tan intenso que casi me ciega.
No le bastaba con tomar sólo una parte; tenía que tenerlo todo. Con manos
callosas, me rompió las costillas una a una, arrancándome el estúpido órgano
de la cavidad torácica para poder alimentarse de él.
Nunca iba a parar, no hasta que me devorara entera. Hasta que toda yo
volviera a pertenecerle, aunque no estuviera viva.
Recuerdo la noche en que supliqué a Silas por teléfono desde la azotea.
Cuando supliqué volver y morir en aquel sótano, me quedé tan vacía que no
quería vivir. Lo único que quería era que se llevara lo que quedaba de mí y
dejara mi cuerpo en la dura tierra para que se pudriera en paz.
Supongo que las estrellas estaban escuchando esa noche, y me habían
concedido mi deseo.
—Oye —Siento la suave mano de Lilac en mi hombro—. Todavía podemos
salvar algunas de estas cosas. Sé que se ve mal...
—No me toques —gruño, apartando el brazo de su contacto. No me molesto
en girarme para ver la tristeza que se dibuja en su rostro. No tengo energía
para hacerla sentir mejor ahora—. Déjame en paz.
—Coraline. No puedo imaginar lo que se siente, pero lo resolveremos juntas,
¿de acuerdo? La policía dijo que pudieron atrapar a uno de los hombres que
huía del apartamento. Todo saldrá bien, te lo prometo.
—Lilac —digo con una exhalación entrecortada—, te pido que me des un poco
de puto espacio antes de decir cosas que no quiero decir.
—Yo…
—¡Tus estupideces alegres no van a ayudarme ahora mismo! —Mi cuerpo se
arremolina mientras levanto las manos—. Sólo quiero que me dejes en paz.
Se estremece, mis palabras le crecen unas las manos y la golpean, y retrocede
hacia la puerta con los ojos vidriosos. Nunca le había hablado así, ni siquiera
le había levantado la voz.
Hay tanta ira en mí, tan potente que casi me siento embriagada de su poder.
Ahora mismo soy un ser humano volátil, y temo que cualquiera que entre en
contacto conmigo quede tan destrozado como me siento yo.
—Ella no se merecía eso.
Silas aparece, apoyado en el marco de la puerta, observándome con esos ojos
oscuros. Ojos que ven demasiado, más de lo que quiero que vea.
—Si quisiera un sermón sobre mi comportamiento, lo pediría —Aprieto los
dientes—. Sé que soy una zorra, y sé lo que no se merecía.
—No eres una zorra, Coraline. Solo estás dolida, eso es todo —dice.
Odio cómo suena tan seguro de sí mismo. Como si lo supiera a ciencia cierta.
Como si estuviera seguro de que no soy una persona horrible, como si me
conociera.
—Me hiciste correrme una vez, ¿y de repente me conoces? —Me río con
incredulidad—. Sé jodidamente realista, y lárgate.
Sus ojos se entrecierran, con sus brazos cruzados frente a su pecho,
manteniéndose firme.
—¿Necesitas algún sitio donde poner toda esa ira, Hex? Ponla en mí. Dame lo
mejor que tengas.
Me alejo de él y me distraigo intentando encontrar algo en esta habitación que
merezca la pena salvar. Pateo papeles y ropa para ver qué hay debajo del
estruendo.
Mi boca intenta sellarse; si tuviera pegamento, la cerraría a la fuerza para
contener el veneno que corre por mis venas, amenazando con vomitar de mi
garganta hacia cualquiera que se acerque demasiado, que intente ayudar.
Nadie puede ayudarme. Nadie entenderá que me odio por la forma en que
quiero herir a otras personas por la forma en que me hirieron a mí. No porque
me haga sentir mejor o más poderosa; hace que después me sienta como una
mierda, pero le da a toda esta angustia un lugar adónde ir.
—Eres testaruda. No quieres oírlo, pero sé lo que estás haciendo. Puedo verlo
en tus ojos, todo ese dolor supurando bajo la superficie. No puedes retenerlo
para siempre, Coraline. Te matará.
—No sabes una mierda de mi dolor, Hawthorne —Mis palabras están
impregnadas de veneno, con la intención de herir, para obligarlo a salir de
esta maldita habitación. No me importa si hiere sus sentimientos. No me
importa si me odia. Sólo lo quiero lejos de mi camino de destrucción antes de
que tome todo lo bueno de Silas y me lo trague entero.
Lo señalo con el dedo, los ojos ardiendo de rabia.
—Tu novia ha muerto. Llora por ello. La órbita de mi ojo se rompió porque no
abrí la boca para su polla lo bastante rápido. Nuestras historias no son
iguales.
Quiero estar sola con mi rabia, esconderme para poder sufrir en paz. No
quiero a nadie aquí para verme desmoronarme. El mundo entero me vio
perder la cabeza en televisión nacional. Fui la historia del siglo, millones de
ojos viéndome estallar en fragmentos de cristal diminuto sólo para empeorarlo
compadeciéndose de mí.
Así que les corté. Dejé que me pisaran con los pies descalzos y me clavé en
sus talones como pequeñas cuchillas de afeitar.
Quiero romperme. Quiero llorar y tirar cosas yo sola sin que nadie me vea, en
un silencio donde lo único que oigo son los latidos de mi corazón.
—Mi mejor amigo se pasó la vida tragándose el dolor como si fueran clavos
oxidados para convertirlo en un arma. Vi cómo se lo comía vivo, y ahora le
observo en las secuelas —me dice—. ¿Ser mezquina? Eso no hará que me
vaya, Coraline. He soportado tormentas mucho más violentas que tú. No eres
lo que el mundo te dice. No eres una zorra. Eres una chica. Una chica que
fue abusada. Una chica que sólo intenta sobrevivir.
Siento que mi pecho va a derrumbarse sobre sí mismo, que el espacio vacío
donde solía estar mi corazón es sólo un agujero negro que absorbe toda la
bondad de la habitación para volver a escupirla.
—Vete a la mierda, Silas.
Se adentra en la habitación como si mis palabras fueran una invitación. Se
alza sobre mi habitación destruida, entre los escombros de mi casa, como
una estatua. Una impresionante pieza de arte esculpida en un espacio de
pura malicia.
—Si no aprendes a aceptar que fuiste una víctima antes de ser una maldición,
lo único que harás será seguir cortando a gente que no te hizo daño —Su
cabeza se inclina, observándome—. ¿Es eso lo que quieres? ¿Cortar a todo el
mundo para quedarte sin nadie?
—Yo no fui la víctima —siseo, sintiendo que las lágrimas resbalan por mis
mejillas. Estoy agotada, cansada de que Silas siempre me encuentre tan
destrozada—. ¿No sabes leer un periódico? Estaba enamorada de él. Quería
estar allí.
Recojo jirones de tela como si fueran los jirones de mi corazón y los lanzo al
aire, viendo cómo llueven sobre mí. Mi voz es casi un grito.
—Eso no es una víctima. No estoy rota: todo mi dinero me recompuso. ¿No te
das cuenta? Yo me lo busqué, Silas. Yo pedí todo esto.
Tú lo pediste.
Me quieres. Di que me amas.
Quieres quedarte aquí conmigo para siempre, ¿verdad?
Tienes suerte de tener dinero, chica. Es horrible para los que no lo tienen.
Podría haber sido peor, ¿sabes?
Eres una de las afortunadas.
Las palabras de Stephen y el cruel aluvión de acusaciones de todos los que
me rodean resuenan en mis oídos, mil pequeños martillos golpeando mi
mente. Estoy tan cerca de estallar con una rabia que podría consumir el
mundo, tan cerca de desgarrar la tierra con los dientes.
Pero entonces ocurre algo milagroso.
Silas me pasa un mechón de cabello por detrás de la oreja y me deja la palma
de la mano en la mejilla, absorbiendo las lágrimas que había intentado
contener desesperadamente. Levanto lentamente la vista hacia él, con las
cejas fruncidas. Me mira fijamente antes de esbozar una suave sonrisa.
Por primera vez desde que conozco el nombre de Silas Hawthorne, sonríe.
Una puta sonrisa de verdad. Es triste, desgarradora e inconfundiblemente
genuina. Como si supiera que en ese momento yo necesitaba algo cálido, algo
amable más que cualquier otra cosa.
Me mira, el desastre que soy, como si fuera alguien a quien merece la pena
sonreír. Es un regalo que da a muy, muy pocas personas. Un regalo que
silenciosamente me dice que soy digna de su gracia, de su bondad.
—No, Hex —susurra, sacudiendo la cabeza—. Hiciste lo que tenías que hacer
para seguir con vida. Eso nunca te hizo débil. Nunca significó que te lo
buscaras. Te convierte en una sobreviviente.
Se me escapa un sollozo de la garganta.
Tengo miedo.
Miedo de lo que pueda hacer a la gente que me importa. Vidas inocentes son
destruidas por personas dañadas que fueron heridas antes de tener la
oportunidad de sanar. Soy el ejemplo en este arte de destrucción.
Pasé por algo horrible, viví, y todo el mundo me dijo que tenía suerte.
Pero nadie me enseñó a vivir con ello. Con este peso, este dolor, estos
recuerdos.
—Sigues viviendo en modo sobrevivencia. Sólo tienes que aprender a
apagarlo, cariño.
Un Lado Oscuro

Silas
No hay nada más que silencio en la oscuridad de mi despacho, lo que permite
que mi mente se calme. El humo de mi puro se arremolina en el aire, con un
bourbon en la mano mientras me reclino en la silla.
Miro el arma que descansa sobre la madera frente a mí, el metal negro que
brilla a la luz de la luna que entra por la ventana que hay detrás de mí.
Hace una hora, eso fue lo que usé para matar a alguien.
Todavía puedo oler la pólvora y la sangre chamuscando el aire, oír el sonido
que hace una bala cuando atraviesa un cráneo y atraviesa la materia cerebral.
La persona que había sido capaz de consolar a una destrozada Coraline días
atrás no existe en esta habitación. No esta noche.
Aprieto los dedos en torno al vaso y me lo llevo a los labios para beber un
largo y lento trago de whisky.
Charlie Monroe suspendió la escuela de tecnología a finales de los noventa.
Trabaja, bueno, trabajaba, en una tienda cercana de reparación de
ordenadores. Con una mujer y un hijo en casa, Charlie era una ingenua
víctima de las circunstancias a la que le ofrecieron dinero a cambio de sus
servicios de pirateo informático y, al parecer, de vandalismo.
Me pregunto si Stephen Sinclair le advirtió a quién se enfrentaría cuando lo
atraparan. El destino que encontraría al final de mi pistola si descubría que
era él quien jodía con mis amigos. Mi esposa.
Fue valiente, al principio. Todos lo son.
Por eso romperlos es tan jodidamente divertido.
—¿Medio millón por un ligero trabajo informático y destruir el apartamento de
una chica? —Se ríe entre dientes, con el olor a cigarrillo rancio en el aliento—.
Eso fue jodidamente fácil.
Rook tardó menos de veinte minutos en pagar la fianza de esta rata, sólo para
meterlo en la parte trasera de un auto y llevarlo al Peak, dejándolo solo
conmigo.
Seguro que pensó que había tenido suerte, al pasar sólo dos días en la cárcel
para salir impune.
La culata de mi arma lo golpea en la cabeza con un ruido sordo. Sangre mana
de la herida casi de inmediato y él gruñe, cayendo de lado, incapaz de
agarrarse la cabeza palpitante debido a las cuerdas atadas a su espalda.
—Medio millón es todo lo que vale tu vida —tarareo, mirándolo mientras se
arrodilla en el suelo mojado—. Qué patético.
Hay una rabia sin explotar en mí que quiero liberar en este idiota. Tomarme mi
tiempo antes que una bala acabe con su vida. Aplastarle el cráneo con mis
propias manos o romperle la columna, pero quiero ahorrarme eso.
Quiero ser paciente y guardar toda mi rabia para el hombre que realmente se
la merece. Cuando por fin tuviera en mis manos a Stephen Sinclair, haría que
me suplicara que lo matara, ahogándose en su propia sangre. Lo haría
suplicarme por la misericordia de la muerte.
Lamentaría cada gramo de dolor que infligió a Coraline Whittaker.
Mis manos aprietan la pistola que tengo en la mano, la rabia amarga me sabe
a peniques en la boca pensando en lo que le hizo pasar. Lo que vivió en ese
sótano.
—Stephen tiene algo especial reservado para ustedes cuatro. Conseguirá a esa
chica sin importar a cuánta gente maten para evitarlo —Sonríe, mostrando sus
dientes amarillentos.
—Charlie —digo mientras me pongo en cuclillas frente a él—. Esta bala va a
entrar en tu cráneo esta noche.
—Así que acaba de una vez, cobarde.
—Si quieres llevarte los secretos de Stephen a la tumba, no te lo
reprocharé —Ladeo la cabeza, observando su reacción—. Pero tu familia sí.
Sería una pena que todo ese dinero que les dejas desapareciera.
—No puedes...
Aprieto la punta de la pistola contra su frente.
—Dejaré a tu hijo en la cuneta de la pobreza. Cada cuenta que tengas será
chupada hasta dejarla seca, y todo lo que quedará de ti será tu mujer
maldiciendo tu nombre mientras se pudre en las calles.
Sus ojos se abren de par en par, su nuez de Adán se balancea mientras se
debate en silencio si estoy mintiendo. Como si no tuviera ya todo lo que necesito
para arruinarlo, y ni siquiera necesita estar vivo para verlo.
—Un botón, Charlie. Es todo lo que tengo que apretar.
—¿Todo esto por una zorra? —Se burla, tratando de zafarse de sus
ataduras—. Estás jodidamente loco.
En la oscuridad de la noche, solos el hombre al que voy a matar y yo, sonrío
con los dientes al aire. Me pongo en pie y le clavo mi bota de combate en el
hombro, obligándole a rodar sobre la espalda.
—Certificado —le digo mientras le presiono la garganta con mi bota, ejerciendo
presión—. Di una palabra más sobre mi mujer y dejaré tus tripas en la puerta
de tu casa. ¿Crees que tu hijo disfrutará encontrando lo que queda de su padre?
Todo el mundo tiene un punto débil, un punto en el que se rompe. Sólo hay que
saber encontrarlo.
—¿Qué quieres saber?
Resultó ser inútil. Todo lo que me dijo ya lo sabía y no me dejó más cerca de
encontrar a Stephen. Charlie era el hacker que ayudó a enviar los correos
electrónicos y había accedido a ayudar a destrozar el apartamento de
Coraline.
Odiaba que Stephen supiera lo que estaba haciendo. Dejando a Charlie como
carnada a propósito, sabiendo que lo atraparíamos. Sabiendo que me enojaría
cuando no obtuviera nada de él.
Lo único que me dio esta noche fue un maldito dolor de cabeza y sangre en
mi camisa blanca.
Matarlo no me alivió la rabia ni el estrés. No me hizo sentir mejor. No cuando
sé que el responsable de hacer daño a Coraline sigue ahí fuera respirando,
jugando al ajedrez conmigo.
En todo caso, sólo empeoró las cosas.
Estoy rebosante de rabia no derramada que no tiene adónde ir. No puedo ser
el hombre paciente y amable que había sido con Coraline el día que entraron
a robar en su apartamento.
No con todo el ruido consumiéndome. Toda la culpa masticándome por
dentro. No hay nadie a quien culpar por esto excepto a mí. Coraline está
reviviendo la peor experiencia de su vida porque yo la convencí que casarse
conmigo era lo correcto. Alistair se deteriora lentamente con el peso de estar
en este pueblo y tener a sus padres respirándole en la nuca.
Todo esto para decir que, si no hubiera dejado que Rosemary Donahue
volviera sola a casa desde la biblioteca después de aquella pelea, ninguno de
nosotros estaría en esta situación.
Mi egoísmo ha causado esa discusión. Mi egoísmo ha puesto a toda esa gente
que me importa en el camino de un pedazo de mierda narcisista que no se
detendrá hasta que ya no respire.
No nos he dado otra opción.
Es matarlo o dejar que nos siga matando.
Más sangre en mis manos, independientemente de quién cometa la matanza.
Miro hacia la puerta de mi despacho y oigo cómo cruje al abrirse. Coraline
asoma la cabeza por la rendija de la puerta con el cabello oscuro por encima
del hombro.
Había hecho que los chicos se quedaran aquí hoy mientras los de la mudanza
llevaban las cosas de Lilac y Coraline dentro y había pedido a las chicas que
vinieran para ayudar a Coraline a desempaquetar sus cosas.
Había sido la distracción perfecta, mantener a todo el mundo ocupado para
que ella no notara mi ausencia, no cuestionara mi comportamiento y, para
cuando se despertara por la mañana, todo volviera a nuestra versión de la
normalidad.
Al menos, ése había sido el plan.
Desliza sus pies descalzos hacia el interior y presiona su espalda contra la
puerta, haciendo que se cierre con un chasquido. Sigo las líneas de sus
piernas al descubierto, kilómetros de piel suave y bronceada que suplican
que mis dedos las toquen.
La polla se contrae detrás de los pantalones. Esta noche pendo de un hilo, y
el hecho que ella esté aquí, vestida con una camiseta holgada y unos
pantaloncitos cortos, no ayuda.
Sólo hace que hierva más mi sangre. Tentándome a hacer algo de lo que se
arrepentirá a la luz del día.
—Estos son mis cuadros —dice Coraline en medio del silencio. Sigo su mirada
por mi despacho, cuyas obras de arte, que compré en la gala, cuelgan de las
paredes gris pizarra.
Los doce.
—Idiota rico que pagó el doble —Inclino mi vaso en un fingido brindis—.
Encantado de conocerte.
Incluso en las sombras de esta habitación, puedo ver cómo sus mejillas se
enrojecen, cómo los nervios la corroen mientras se balancea sobre sus
talones.
—¿Por qué los compraste todos? ¿Por Light?
—Me parecían demasiado privadas para estar en otra casa que no fuera la
mía. Era como si ya me pertenecieran.
Nuestras miradas se cruzan. El aire entre nosotros se llena de electricidad.
Se queda callada un momento, estudiando mi cara como si intentara reunir
el valor para decir algo.
—¿Dónde has estado?
Arqueo una ceja.
—¿Jugando ya a la esposa regañona?
—¿Es cierto? —exige, sin una pizca de pregunta en su tono.
Aprieto el vaso de cristal con los dedos mientras me reclino en la silla y la
miro por encima del escritorio. Es muy lista, mantiene las distancias y se
apoya en la puerta para huir en cualquier momento.
Cuanto más tiempo pasa allí, menos me resisto a la idea de ver lo bonita que
estaría su boca de bruja estirada e hinchada alrededor de mi polla. Quiero
usar su jodido cuerpo apretado como válvula de escape para esta rabia. Que
se vaya a la mierda toda la culpa.
—Sé más específica, Coraline. Si quieres saber algo, sé una niña grande y
pregúntame.
Sus ojos se entrecierran al tiempo que levanta la barbilla y me mira fijamente
antes de cruzar los brazos delante del pecho, como si eso fuera a protegerla
de mí.
—¿Mataste al hombre que ayudó a destruir mi apartamento esta noche?
El sonido de su tráquea rompiéndose bajo mi bota resuena en mis oídos.
Asiento con la cabeza, me llevo el borde del vaso a los labios y bebo un sorbo
antes de arrojar sobre mi escritorio la bala que atravesó a Charlie Monroe
justo entre los ojos.
—Souvenir —digo por encima del traqueteo del metal contra la madera,
observando cómo la bala plateada rueda por el escritorio antes de detenerse.
Eso hizo más ruido que su cuerpo cuando cayó del Peak, estrellándose contra
el mar embravecido y las rocas de abajo.
Sus ojos se abren de golpe, como sorprendida por lo que he hecho.
—Dios mío.
Finjo confusión, frunciendo las cejas.
—¿Olvidaste con quién te casaste, Hex? ¿Olvidaste lo que soy, o ignoraste
todos los rumores y esperaste que fuera diferente?
Ya dije una vez que las personas luchan constantemente contra dos versiones
de sí mismas.
La persona que quiere existir cuando nadie está mirando se preocupa por
Coraline. Quiere mostrarle cómo ayudarse a sí misma a sanar. Quiere ser el
hombro en el que ella caiga. Esa persona puede darle paz.
¿El individuo que le doy al mundo? No le importa cómo se siente en este
momento. Soy un hombre despiadado que no dudará en mandar a otra
persona gritando al infierno si amenaza a los que me importan. He visto
demasiada corrupción y he perdido a demasiada gente como para que me
importe una mierda lo condenada que esté mi alma. Esta persona sólo le
traerá guerra.
—Maldita sea, Silas —sisea, pasándose las manos frustrada por el cabello—.
¿Por qué? ¿Por qué no podías dejarlo en paz?
Me inclino hacia delante en la silla y dejo el vaso sobre el escritorio, con los
ojos oscurecidos y la mandíbula tensa.
—Cuidado con lo que dices, Coraline —advierto, con una amenaza en el fondo
de la garganta—. La poca paciencia que me queda se está agotando. No
discutas conmigo esta noche.
Se mueve por la oscuridad con los puños cerrados a los lados. Una pequeña
bola de ira. Disfruto viéndola intentar intimidarme. Sus palmas golpean el
escritorio frente a mí, con ondas de cabello cayendo por delante de sus
hombros, esos dos mechones blancos atrapando la luz de la luna.
—No es tu trabajo protegerme. Te pedí que cuidaras de Lilac. Ese fue nuestro
acuerdo —Ella empuja su dedo índice en la madera—. Yo no estaba de
acuerdo en que jugaras en el estereotipo de alfa imbécil.
—¿Qué tal si nos haces un favor a los dos, Coraline? —Me rechinan las
muelas—. Vete a la mierda de aquí.
Se sacude como si la hubiera abofeteado. Me doy cuenta que es la primera
vez que le hablo así. La primera vez que lo necesito.
No lo hago para ser malo. Lo hago porque si no se va, lo que le haga hacer a
continuación la mandará a la cama saciada y hará que se despierte con el
estómago lleno de remordimientos.
No quiero que se odie por permitirse tenerme, aunque sólo sea una noche.
Su lengua rosada recorre su labio inferior, ladeando la cabeza mientras juega
a un juego que va a perder.
—¿Y si no lo hago? ¿Qué vas a hacer, Hawthorne?
Una sonrisa de satisfacción se despliega en mis labios, pasándome la lengua
por los dientes delanteros.
—Te follaré hasta que te rompas —mi voz es ronca por la lujuria—. No tengo
paciencia para ser amable con tu cuerpo. Follaré mi agresividad contenida en
tu apretado coño hasta que gotee por tus muslos. Así que lárgate o desliza tu
culo sobre mi escritorio y abre las piernas.
Es testaruda, tiene que aprender las lecciones por las malas en vez de
escucharlas, y yo estoy demasiado ido de la cabeza como para que me siga
importando una mierda cómo se siente por las mañanas.
No cuando todo en lo que estoy concentrado es en doblar su culo sobre este
escritorio y follármela por el suelo.
Coraline es demasiado transparente; puedo verla debatir las opciones. Quiere
quedarse, quiere entregarse a mí, pero tiene miedo. Tanto miedo que espero
que se vaya.
Que deje que me folle mi puño hasta que me derrame con su maldito nombre
en los labios.
Pero en lugar de eso, se levanta y empieza a rodear el borde de mi escritorio.
Su holgada camiseta se desliza por su hombro, dejando que la luz de la luna
revele una cicatriz blanca que atraviesa su clavícula.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto.
Coraline se desliza entre el escritorio y yo, con el olor a lavanda de su cabello
mojado, y sube su culo al escritorio, con las piernas colgando justo delante
de mis rodillas.
—Todavía te debo un favor más —dice suavemente—. Esto nos deja a mano.
Sonrío, pasándome una mano por la mandíbula. Nunca he sido el tipo de
hombre que necesita retribución, pero si esa es la excusa que quiere darme
para que la toque, vale.
—Quítate los pantalones —ordeno, con voz ronca desde el fondo de la
garganta, ronca por la lujuria atrapada allí atrás.
Hace lo que le pido sin rechistar. Por mucho que quiera negar su atracción,
lo que más desea es portarse bien conmigo. Desliza lentamente los pantalones
por sus largas piernas, tomándose su tiempo, y me provoca con cada
centímetro de tela perdida. Hundo los dientes en el labio inferior y separo un
poco más los muslos, dejándome caer en la silla. Mis dedos desabrochan el
botón de mis jeans, bajando la cremallera mientras inclino la cabeza,
fijándome en las bragas de seda negra adornadas con encaje que apenas
ocultan algo a mis ojos hambrientos.
—Bragas también.
Su pecho se agita, una respiración entrecortada se escapa de sus labios
mientras sigue nerviosa mis instrucciones. La vergüenza y el deseo endurecen
sus pezones, tensos bajo la fina camisa. Es una combinación mortal, su
necesidad de hacer lo que le digo para que la recompense y sentirse débil por
acatar órdenes sin luchar.
A Coraline Whittaker le gusta comportarse.
Y no hay nada que me guste más que convertir a una mujer testaruda en una
puta necesitada. Completamente, totalmente a mi merced, viéndola gemir y
llorar por un orgasmo que no puede tener a menos que yo lo diga.
Su ropa interior se desliza hasta los tobillos y, antes de que la deje caer al
suelo, la agarro con la mano izquierda, apretando el puño alrededor del suave
material.
La sostengo entre los dientes, el olor de su excitación tan cerca de mi nariz
me hace gemir mientras me bajo los jeans de un tirón, lo justo para poder
sacar mi polla palpitante de los bóxers. La gruesa punta está roja, dolorida y
pidiendo alivio.
Un fuerte jadeo me hace levantar la vista justo cuando Coraline habla.
—¿Tienes un piercing?
La plateada luz de la luna capta el metal a lo largo del tronco, tres púas
espaciadas uniformemente desde la base hasta la mitad del tronco, brillando
mientras están clavadas en los duros músculos de mi polla.
Dejo caer sus bragas sobre mi regazo antes de responder.
—Si me suplicas que te folle, te enseñaré para qué sirven.
Sus ojos abandonan mi cara y descienden por mi cuerpo, contemplando mis
dedos alrededor de la base de la polla, los piercings fríos contra mi palma.
—Nosotros... —Traga saliva, sus ojos pasan de mi cintura a mis ojos—. No es
una buena idea.
—¿Por eso estás goteando sobre mi mesa? —gruño, señalando con los ojos su
coño.
Su coño desnudo y expuesto, rosado y goteando para que la haga correrse.
Me desea tan dentro de ella que no puede soportarlo. Hago rodar la dura yema
del pulgar contra mi enrojecida punta, untándola de pre semen.
Se sonroja y sus pupilas se dilatan. Coraline observa cada movimiento
mientras la suelto antes de agarrar sus bragas de seda y envolverlas alrededor
de mi polla.
La sensación de mis manos callosas y su ropa interior tirando de los piercings
bajo mi palma me arranca un siseo de la garganta.
Utilizo los pies para moverme hacia delante, y la silla que tengo debajo se
acerca al borde del escritorio donde ella está sentada, obligándola a abrir más
las piernas para acomodar el tamaño de mis hombros. Así tengo la cara justo
delante de su coño, justo donde me moría por estar desde hacía meses.
—No te preocupes, Hex. No voy a follarte esta noche. Pero vas a desear que lo
hubiera hecho.
Muerte del Sol

Silas
—Silas.
Su gemido cae en la habitación a oscuras, como un fantasma en la cáscara
de mis oídos mientras le doy un beso en la parte superior del muslo. Los
nudillos de Coraline se agarran al borde del escritorio con tanta fuerza que se
vuelven blancos, como si eso fuera a curar el dolor que siente entre los
muslos.
Se me tensan las bolas, con la boca tan cerca de un coño que suplica que le
llene con una carga tras otra hasta que no pueda caminar sin que yo gotee
por sus muslos. Mantengo un ritmo constante, con la palma de la mano
frotando mi polla arriba y abajo mientras la otra recorre la cara interna de su
muslo.
—Pon los pies en el escritorio —le digo—. Asegúrate de mantener esas piernas
abiertas y ese coño en mi cara.
El calor de sus entrañas me arrulla mientras hace lo que le digo. Coloco mis
dedos justo en el borde de su coño, arrastrando un dedo burlón arriba y abajo
por la abertura de su coño hinchado. Un soplo de aire pasa por mis labios,
rozando su piel húmeda.
—Espera, no he hecho nada desde... —tartamudea, poniéndome una mano
en la cabeza para evitar que me dé un festín. Me mira con ojos de pánico y
mejillas teñidas de lujuria.
—Usa tus palabras, hermosa chica. Háblame —Le froto la piel con el pulgar,
intentando sacarle las palabras.
—Cada vez que he intentado acostarme con alguien más, no me quedo con
ellos —Sus dientes rozan su labio inferior, parece tan desgarrada y a la vez
tan necesitada—. Me pierdo en mi mente, en el pasado. Quiero quedarme aquí
contigo, Silas, pero no sé cómo.
Mi mandíbula se tensa.
Quiero saborear su orgasmo en mi lengua. Quiero que se quede aquí conmigo.
Lo que haga falta para conseguirlo. Lo que haga falta para que confíe en mí.
Mi mano se mueve de entre sus muslos y se acerca a su cadera para agarrar
mi pistola, mientras le doy un cálido beso en el interior de la rodilla.
Gira la cabeza para mirar a su lado cuando le doy un codazo en la muñeca
con la empuñadura de mi pistola, ofreciéndole el arma.
—¿Qué estás haciendo?
—Asegurándome que te quedas conmigo —murmuro—. Y dándote el control
si no lo haces.
—No puedes hablar en serio —jadea, con el pecho agitado—. Vas a dejar que
te apunte a la cabeza con un arma cargada mientras...
—Lo he dicho, ¿no? —interrumpo, arrastrando el labio inferior por la cara
interna de su muslo, apenas rozándola. Sus ojos oscuros se encienden de
deseo cuando la miro desde el vértice de sus muslos—. ¿Si esto es lo que te
hace sentir segura? ¿Si esto es lo que necesitas para dejarme saborearte?
Está bien.
Aprieto la cara contra su piel, recorriendo con la punta de la nariz la parte
superior de su pierna lisa, inhalando y exhalando un gemido de dolor. Su olor
me está volviendo loco.
—Recibiré una bala en el cráneo, Hex. Sólo asegúrate de correrte en mi lengua
antes de apretar el gatillo.
—No puedo...
—Toma la maldita arma, Coraline. No te lo volveré a pedir.
Aprieto el metal contra su cálida piel hasta que ella la extiende tímidamente
y me la quita, con la mano temblorosa enroscándose en el mango.
—Buena chica —Gimo mientras sigo bombeando mis caderas contra mi puño,
la fricción entre la piel y la tela es la cantidad justa de dolor—. Confío en que
no me matarás. Vas a confiar en mí para comerte el coño.
Me lanzo hacia ella, cortando cualquier discusión. Mi lengua lame una franja
por la abertura de su coño, obligando a Coraline a echar la cabeza hacia atrás
con un puto gemido que hace que mi polla salte en mi mano.
El frío metal de mi pistola presiona contra mi sien, haciendo que se me
caliente la sangre. Esta es la única forma en que quiero morir.
Su coño sabe cómo sabía que sería. Almizclado y dulce, fundiéndose en mi
garganta, haciéndome desear más.
Mi boca hambrienta presiona más profundamente entre sus pliegues y gimo
mientras lamo su humedad, mientras mi lengua rueda plana contra su
clítoris, rodeando el capullo con círculos estrechos.
Su coño está caliente contra mis labios, su cuerpo tiembla debajo de mí
mientras recorro con un dedo la parte interior de su muslo, deteniéndome
justo antes de llegar a su pequeño agujero.
—Joder, sí —gime, jadeando mientras sus uñas me arañan el cabello
recortado, haciendo que un escalofrío me recorra la espina dorsal.
Retiro la mano de la polla y uso las dos para explorar su cuerpo. Mis grandes
palmas acarician su cintura antes de deslizarse bajo su camiseta, trazando
el contorno de sus costillas antes de recoger sus senos entre mis manos.
Mis dedos rozan sus pezones, haciéndome inclinar la cabeza.
—¿Tienes piercing? —murmuro, devolviéndole la pregunta de antes mientras
dejo caer un beso en la cima de su montículo.
Me mira, con la cara enrojecida por el éxtasis, y me hace un bonito gesto con
la cabeza mientras se muerde el labio inferior.
Esta maldita mujer.
Un gruñido me desgarra la garganta al abrirle la parte delantera de la camisa,
dejando sus tetas al descubierto y colgando como frutas maduras para que
les hinque el diente. Dos joyas de corazones adornan cada lado de sus oscuros
pezones.
Este es mi Jardín del Edén, y pecaré siempre que se parezca a ella.
Llevo mi palma a su boca, apretando sus mejillas, haciendo que frunza esos
bonitos labios.
—Escupe —ordeno.
Y como está tan desesperada por ser buena para mí, lo hace.
Utilizando la saliva de su boca como lubricante, vuelvo a envolver mi polla
con la mano, gimiendo al sentir la resbaladiza sensación de su saliva y sus
bragas rozando cada vena de ella.
—¿Esto nos deja a mano, nena? ¿Me dejas usar tu cuerpo? ¿Crees que voy a
dejarte ir después de esto? Esa boca inteligente tuya es mía para follármela.
Este coño será mi desayuno, almuerzo y cena. Y cuando me sienta
jodidamente sádico, meteré mi polla en ese culo apretado sólo porque
puedo. —mi voz es un susurro en la oscuridad—. Nunca estaremos en
paz —me burlo, mi voz es un susurro en la oscuridad.
Coraline grita mientras continúo mi exploración. Mi lengua es un borrón
mientras rodeo su clítoris, aplicando la presión justa mientras deslizo un
dedo dentro de su húmedo agujero.
Se aprieta contra mí y sus caderas se inclinan hacia delante para perseguir
el placer que le produce mi boca. La pistola se desliza desde mi sien hasta
apoyarse en mi hombro, su mente cae hacia la liberación mientras su cuerpo
se afloja debajo de mí.
Su resbaladiza humedad cubre mi mano, ruidos mojados que resuenan en
mis oídos mientras meto y saco mi dedo de ella con movimientos medidos,
acariciando ese suave punto enterrado en lo más profundo de sus paredes.
—Silas, Silas —jadea, con la respiración cada vez más agitada. Sus tetas
suben y bajan con el movimiento, haciéndome rozar su clítoris con los
dientes. Sus piernas se tensan y se juntan mientras se estira para recibir mi
boca.
Sonrío contra su piel y retiro mi lengua resbaladiza, dejándola sin alivio. Abre
los ojos y me araña el cuero cabelludo.
—No, estaba justo ahí —Es un pequeño grito roto, acariciando mi ego casi
tan bien como mi mano acaricia mi polla.
—No creíste que te dejaría correrte tan fácil, ¿verdad, Hex? —pregunto.
Me reclino en la silla, me acaricio la polla tiesa y muevo el puño arriba y abajo.
El prepucio resbala por mi dureza mientras hundo los dientes en el labio
inferior, gimiendo.
—Por favor —susurra, ardiendo de vergüenza por necesitarme tanto, joder.
Mis caderas se agitan contra mi puño, los músculos de mis brazos y muslos
se tensan mientras el placer me recorre. Entrecierro los ojos cuando sus
dedos intentan introducirse entre sus muslos.
—Juega con tus tetas para mí. Muéstrame cuánto lo deseas. Lo mucho que
quieres cabalgar mi polla —mi voz ahogada es baja y áspera—. Y si quieres
follarte, usa mi pistola para hacerlo.
Estoy poniendo a prueba sus límites, sabiendo que estuvo muy cerca y que
hará lo que sea para alcanzar esa cima. Pero, ¿hasta dónde está dispuesta a
llegar por mí?
Mi piel se prende en llamas cuando ella inhala y se toca uno de los senos con
la mano derecha, pellizcando el pezón con dos dedos y arqueando la espalda
para disfrutar de la sensación.
—Joder, sí —gimo, con la respiración entrecortada mientras ella guía
lentamente el cañón de mi arma por los labios empapados de su coño y
levanta las caderas para apretarse contra el metal letal.
La misma arma que usé para matar a alguien esta noche.
Ella es una cosa hermosa y embrujante, su cara ardiendo de felicidad, los
labios entreabiertos y los ojos entrecerrados, sin romper nunca el contacto
visual de mi polla palpitante mientras me follo la mano a la vista de su clítoris
frotándose contra mi pistola.
Mi muñeca se retuerce y tira, acercándome al orgasmo.
—Qué coño más bonito. Toda necesitada y lista para mí. ¿Quieres ser un
juguetito sucio para mí, Coraline? ¿Sólo un agujero para que caliente mi
polla?
Al oír mis palabras, su coño se aprieta contra el mango de la pistola, un
gemido largo y prolongado que sube de tono como si no pudiera aguantar
más. Esos jadeos silenciosos de sus labios carnosos me dicen que se está
acercando de nuevo.
Vuelvo a mi posición anterior, agarro su muñeca con la mano libre y saco la
pistola de su coño hinchado. El grito que sale de sus pulmones es música
para mis oídos. Me estremece las bolas, amenazando con derramar esperma
sobre mi puño.
—¡Silas! —suplica, retorciéndose debajo de mí.
Mi nombre nunca ha sonado mejor, un quejido destrozado en sus labios
perversos.
—No has respondido a mi pregunta.
Obligo a sus dedos a soltar el arma y la sujeto yo mismo mientras acaricio su
sensible capullo con la lengua. Un charco de su excitación cubre el escritorio
bajo su culo.
—¡Sí! Sí, quiero ser tu juguete, sólo un agujero para ti. Por favor, haré lo que
sea.
—Sigue suplicando, nena —tarareo—. Me gusta oírte suplicar por mí.
—Necesito correrme —me suplica, con el sudor goteando entre sus tetas,
incapaz de respirar hondo—. Me duele, Dios, me duele, por favor.
—¿Aquí? —Le ofrezco, mi lengua se acerca a su clítoris palpitante. Ella gime
con una sacudida, persiguiendo mi lengua—. ¿Te duele este coño justo aquí?
Mi boca acaricia su núcleo una y otra vez, lamiéndolo, jugando con él.
—Sí, Silas. Justo ahí, justo ahí.
El fuego recorre mis venas mientras mis caderas empujan mi puño
erráticamente, perdiendo el ritmo. Mi respiración agitada se mezcla con la de
Coraline mientras tarareo entre sus muslos.
—Estoy tan cerca, por favor, no pares —Tiene lágrimas en los ojos. Dios,
pensar en su precioso rostro cubierto de lágrimas porque necesita correrse
hace que me tiemblen las caderas.
Me meto su clítoris en la boca, pasando la lengua alrededor del capullo antes
de introducir el cañón de mi pistola en su húmedo agujero, obligando a sus
paredes a estirarse a su alrededor, haciéndola saltar por los aires y
sumergirse en un océano de euforia.
Coraline cierra los ojos de golpe, arquea la espalda y sus gritos de placer
resuenan en mi despacho. La fuerza de su orgasmo la hace temblar y su coño
se contrae en pequeños espasmos alrededor del metal que lleva dentro.
Cuando me clava sus uñas en el hombro, surco mi mano sin rumbo. El
inevitable clímax en la boca de mi estómago estalla.
—Coraline. J-Joder, nena —gimo cuando por fin alcanzo mi orgasmo. La
presión dentro de mí finalmente se rompe y gruesos hilos de semen pintan
mis dedos, cubriendo sus bragas de seda.
Mi lengua no puede evitar limpiar los jugos que ella desprende mientras me
estremezco con las réplicas de mi liberación. El sabor salado y dulce de su
excitación me impregna la barbilla mientras echo la cabeza hacia atrás. Ella
cae de espaldas sobre el escritorio, con las palmas de las manos apoyadas
detrás para mantenerla erguida.
Está agotada. Cansada y feliz.
Si supiera que esto es sólo el principio de lo que quiero de ella antes de
follármela. Como si mi polla estuviera de acuerdo, se estremece y se endurece
mientras me levanto. Cuando me meto entre sus muslos, me mira
parpadeando, aun intentando controlar la respiración.
Me agarro a su nuca, juntando nuestras bocas. Ella gime, metiendo mi lengua
en su boca para que pruebe el sabor de su liberación. Apenas he arañado la
superficie de lo profundo que quería penetrarla.
Me tiene, y ni siquiera se da cuenta, tan consumida por intentar mantenerme
a raya que no sabe que quiero su dolor. Quiero sus gritos de dolor y su rabia.
Esa persona que esconde del mundo, la que teme en el espejo.
La quiero.
Y no sé lo que eso significa para mí, para nosotros. Nunca he sido de pensar
con claridad cuando algo que quiero está en el horizonte.
Le ordeno que abra la boca y veo cómo frunce las cejas, confundida, pero baja
la mandíbula y separa los labios rosados para mí.
Le sujeto la cara con la mano antes de meterle las bragas de seda en la boca.
La tela está manchada con mi semen, y una parte aún gotea por los bordes
de encaje.
Hay un deseo en mis entrañas que se ha ido acumulando allí desde el
momento en que puse los ojos en Coraline. Es un fuego violento que se
tambalea y gime, se retuerce bajo la tierra como lo hace bajo mi piel. Es
completamente inesperado y abrumador, como si no pudiera saciarse de sí
mismo. Sangra y se extiende al contacto.
Es la muerte del sol, sustituido por las motas de oro de sus ojos.
—Eres mi esposa, Coraline Hawthorne. Si quiero cubrirme con la sangre de
mil hombres más para protegerte, lo haré —le digo—. No pueden hacerte daño
sin tener que responder ante mí.
Nuestra Cuarta

Coraline
Nadie habla de lo poderosas que son las manos.
No la fuerza innata que pueden desprender, sino la sensación que pueden
proporcionar cuando se unen a la persona adecuada.
Algunas manos pueden simplemente existir y evocar emociones.
Silas tiene las manos así.
Lo cual es lo más lamentable del mundo para mí, personalmente.
Esta mañana, mientras se preparaba el café, cosa que hace todas las jodidas
mañanas, fastidiosamente puntual con su estúpido zumo de habas, lo
observé desde la habitación de Lilac.
Técnicamente, nuestra habitación, ya que la compartimos porque me niego a
compartir cama con él. Me morderé la lengua y dormiré en una cama frente
a la de mi hermana de diecisiete años hasta que se vaya a la universidad, sólo
para no caer en lo de dormir en la misma cama. Me impondré.
En fin, sus manos.
Eran las cinco de la mañana, en punto, y aún no me había dormido. Lo cual
no es nuevo: nunca duermo, y si lo hago, nunca es toda la noche. Mi mente
me despierta a todas horas para recordarme lo aterradora que puede ser la
oscuridad.
No estaba segura de si Silas se había acostado o si, como yo, padece insomnio
crónico. Algunas noches, en la quietud de la noche, no oigo nada desde su
dormitorio, y otras noches, oigo el chirrido de su puerta al abrirse antes que
se abra la puerta del sótano, y desaparece en su cueva, sin volver hasta las
cinco de la mañana siguiente para prepararse el café.
Así que esta mañana, lo estoy mirando desde mi habitación, con un cuaderno
de dibujo en el regazo, y sólo puedo concentrarme en sus manos. Y los
músculos de la espalda. Se ondulan y abultan con cada movimiento que hace.
Bien definidos, espaciados uniformemente a medida que ondulan a lo largo
de su columna vertebral hasta su estrecha cintura. Piel marrón dorada
salpicada con sombras de luz moteadas por el sol.
Silas Hawthorne tiene una buena cintura, joder.
Pero sus manos.
Silas tiene las manos grandes, con palmas anchas y dedos largos que mueve
con sutil gracia mientras prepara el café. Las venas bajo su piel se elevan
como una cordillera en miniatura, recorriendo sus nudillos y pasando por su
muñeca hasta llegar a sus brazos.
Aprietan y sujetan las cosas con tanta fuerza, pero con una suavidad que
nunca he visto.
Sus manos me hacen un nudo en el estómago.
Deseo de sentirlas sobre mí, deseo porque sólo mirarlas me hace recordar su
tacto. Cada uno de sus segundos.
Llevo toda la mañana intentando limpiar mi estudio de arte para el acto
benéfico de Light de hoy, y en lo único que puedo pensar mientras cuelgo
adornos es en sus jodidas manos sobre mi cuerpo y en la noche en su
despacho.
Cuando el velo de las sombras nos ocultaba y nuestras manos exploraban
territorio peligroso. Un escalofrío recorre mi espina dorsal, mi núcleo se tensa
como si pudiera sentir el frío metal de su pistola presionado contra mi piel
recalentada.
Han pasado tres días.
Me ha dejado tranquilamente mantener las distancias, sin sacar ni una sola
vez el tema en las conversaciones casuales que nos vemos obligados a
mantener cuando ambos chocamos al volver a casa del trabajo. Suele llegar
a casa más tarde que yo y siempre hace la misma pregunta cuando entra por
la puerta.
—¿Comieron?
Lilac es siempre la que contesta con un sí antes de decirle que hay sobras en
la cocina o con un no, vamos a pedir comida para llevar.
Es dolorosamente doméstico.
Los dos se han hecho amigos sin mi consentimiento. Lo cual no había previsto
que fuera un problema antes porque son muy diferentes. Lilac es ruidosa,
constantemente en la cara con su personalidad burbujeante, y Silas es,
bueno... no es eso.
Ayer llegué a casa y los encontré en el salón, ambos sentados en el suelo con
un tablero de ajedrez entre los dos. Él intentaba enseñarle mientras ella no
paraba de hacer pausas en la televisión para sumergirse en una explicación
introspectiva de cada una de sus escenas favoritas de Move.
Silas se quedó callado, asintiendo con la cabeza mientras ella hablaba, y no
en el sentido de ignorarla, aplacándola hasta que terminara. No, cuando ella
hacía una pausa, él le hacía preguntas. Y yo veía físicamente cómo mi
hermana se iluminaba al responder.
No hay nada que le guste más que la gente escuche sus teorías y fijaciones
actuales. Es su lenguaje del amor.
Y mi lenguaje del amor es cuando la gente trata bien a mi hermana.
Es el equivalente a los hombres sosteniendo bebés. Hace algo raro en mi
interior.
Esa noche, antes de acostarme, tuve que recordarle que se trataba de algo
temporal, y que encariñarse con él sólo se lo pondría más difícil. No era algo
permanente: Silas Hawthorne era un momento fugaz en nuestras vidas. Ella
lo sabía. Pero Lilac es... bueno, es ella, y no escucha.
Tendré que estar ahí para recoger los pedazos cuando esto termine y ella eche
de menos su compañía.
—Mierda.
La pancarta que intento colgar fuera del estudio se me cae una vez más de
las manos. Tengo exactamente dos horas antes que empiece a llegar la gente,
y este estudio es un desastre. Nada está listo, y me estoy hundiendo cada vez
más a medida que pasa el tiempo.
—Estúpidas manos calientes y sexys —maldigo en voz baja, estrangulando la
pancarta entre mis manos—. Estúpida colonia que huele bien, estúpida
lengua que...
—Parece que llegamos justo a tiempo.
Casi me caigo de la escalera y me doy la vuelta. La pancarta cae al suelo y
miro a la gente que está debajo de mí.
Sentada en la acera frente a mi estudio abierto, Sage me mira con unas gafas
de sol negras que le protegen los ojos del sol veraniego y una sonrisa.
—¿Qué están haciendo aquí?
Lentamente, empiezo a bajar los peldaños de la escalera hasta que vuelvo a
estar en el suelo, donde deben estar los pies. A la mierda la escalera y a la
mierda la pancarta.
—Silas llamó, dijo que podrías necesitar ayuda —Briar lleva una sonrisa de
satisfacción y lo que estoy asumiendo es la sudadera con capucha de Alistair
por el tamaño de la misma, la forma en que cae hasta la mitad del muslo
antes que sus medias de red tomen el relevo—. Parece que tenía razón.
—Sabes —tararea Lyra, balanceándose sobre sus talones—, empiezo a
ofenderme porque no nos preguntes tú.
Me muerdo el interior de la mejilla, insegura de poder decirles la verdad.
Que estoy tan acostumbrada a no tener apoyo, a tener que hacerlo todo sola,
que olvidé que ahora había gente dispuesta a ayudarme.
—No te lo tomes así —le digo—. Soy así con todo el mundo. Pedir no es algo...
—¿Se te dé bien? No me digas —interrumpe Sage, colocándose las gafas en la
cabeza—. No te preocupes, lo superarás con estás dos. Yo lo hice, sólo lleva
algo de tiempo.
—¿Hacen esto porque estoy casada con el mejor amigo de sus
novios? —pregunto, mirando a cada uno de sus rostros, cruzando los brazos
delante del pecho—. Si sólo somos civiles por asociación, está bien. ¿O es por
lástima? ¿Por lo que me pasó? Es que necesito saber por qué se esfuerzan
tanto en ser amable conmigo.
Briar ladea la cabeza.
—¿Por qué eres tan escéptica?
Admiro la franqueza de su pregunta, aunque estoy segura de que quería decir:
"¿Por qué eres tan zorra?".
No es que quiera ser así. Reservada y desconfiada. Pero es duro cuando una
persona tras otra te decepciona. Quiero creer que sus intenciones son
buenas, pero no puedo evitar desconfiar.
—¿Una amiga mía del instituto, Yasmine? —les ofrezco, plenamente
consciente que todo el mundo conoce a la hija de dos magnates del arte, una
chica a la que conocía desde la guardería. Nos enamoramos juntas del arte y,
con la misma rapidez, aquella obra maestra de la amistad se vino abajo.
» Estuvo a mi lado cuando me rescataron. Me envió paquetes de “recupérate
pronto” y flores a mi habitación del hospital. Incluso vino y me trajo comida
casera para animarme a volver a pintar —Me paso la lengua por el labio
inferior, sacudiendo la cabeza mientras suspiro—. Sí, bueno, tres meses
después, hubo un frenesí de noticias, la gente sabía cosas que sólo le había
contado a Yasmine. Las cicatrices que Stephen me había dejado, la tortura y
la humillación a las que me había sometido, todos los secretos que le había
contado en confianza se hicieron públicos y la gente los devoró.
Rompió algo en mí saber que desconocidos de todo el mundo estaban leyendo
que me obligaban a comer de un cuenco para perros y a hacer mis
necesidades en un cubo, escuchando podcasts y presentadores de noticias
que hablaban de mi estado mental.
“¿Cómo puede alguien enamorarse de una persona que te disloca el hombro?”
“Tenía que estar metida en alguna mierda pervertida antes de ser
secuestrada”.
Me habían abierto en canal, aún viva y capaz de sentir, mientras la gente
miraba mis entrañas. Curioseaban con sus manos entrometidas, haciendo
suposiciones basadas únicamente en lo que les decían los medios de
comunicación.
Me convertí en una historia. Mi humanidad fue olvidada.
Era la misma razón por la que me había negado a hablar con los medios.
Yasmine fue sólo la primera en traicionar mi confianza.
—Qué puta mierda —murmura Briar.
—Todavía vive en Springs. Podríamos...
—No se te permite apuñalarla. Si te arrestan, Thatcher nos echará la culpa,
y yo no voy a lidiar con su melodrama —interviene Sage antes que Lyra pueda
terminar la frase, haciéndola poner los ojos en blanco.
—Iba a decir que podríamos rajarle las ruedas —corrige Lyra, y aunque sus
rasgos dan una impresión inocente y tímida, hay una mirada en sus ojos que
me dice que mataría a alguien si tuviera que hacerlo—. De todos modos, no
estamos tratando de ser amigas para ganar dinero rápido de los tabloides.
—¿Entonces por qué?
—Chica —suspira Sage, como si fuera obvio—. Eres nuestra “cuarta”.
Arrugo la frente.
—¿Cuarta qué?
—¿Nunca has visto The Craft2? ¿El clásico de culto de 1996?
Niego con la cabeza, lo que la deja boquiabierta, como si acabara de decirle
que he cometido un delito.
—La noche de cine está planeado para este fin de semana. No puedo, en
conciencia, dejarte seguir andando en este mundo sin ver a Fairuza Balk3
dominar —ordena—. Pero por ahora, que sepas que eres nuestra cuarta. Si
tardas en hacerte a la idea, que así sea.
—Ahora formas parte de la Sociedad de los Solitarios —dice Lyra—. Los
olvidados. Los que nunca encajaron en la jerarquía de Ponderosa Springs.
Todavía puedes estar sola; sólo estaremos solas juntas.
Los perros viejos no aprenden trucos en un día, pero hay una parte de mí que
ansía lo que ofrecen.
Sentido de pertenencia.
Saber que hay gente ahí fuera a la que le importas y que te echaría de menos
si murieras. Saber que no estás sola y que encajas en algún sitio, por pequeño
que sea el espacio.
Como en la noche del escondite, esa chispa de esperanza se enciende en mi
pecho.
Así que ofrezco una rama de olivo.
—¿Quién de ustedes sabe colgar una pancarta?

2 Película Jóvenes Brujas.


3 Actriz que interpreta a Nancy Downs en Jóvenes Brujas.
Varias horas después, la gente llena el interior de mi estudio totalmente
decorado. Hedi y los demás miembros de la junta de Light ya habían
pronunciado breves discursos, y habían empezado las pujas por los cuadros
de las chicas.
Fue una buena concurrencia, por la que creo que tengo que dar las gracias a
Zoe Hawthorne. Entró con un pequeño ejército de mujeres y hombres con
bolsillos llenos que buscaban limpiar su conciencia con algo de caridad.
Me daba igual quiénes fueran; lo único que importaba era el dinero que iba a
parar a los bolsillos de las sobrevivientes. Dinero que algunas de ellas
necesitan desesperadamente para obtener los recursos que merecen para
curarse.
—¡Señorita Whittaker!
Vuelvo la mirada hacia Faye, que se abre paso entre la gente para llegar hasta
mí. Sus pantalones cortos andrajosos y su cabello rosa destacan como un
pulgar dolorido entre los ricos.
Pero a ella no le importa. La sonrisa de su rostro no puede ser atenuada por
gente estirada. Hoy no.
—Hola, Faye —Le devuelvo su cálida sonrisa.
Está sin aliento cuando se detiene frente a mí.
—¿Debería llamarla Sra. Hawthorne ahora que está casada?
Me atraganto con mi propia saliva, tosiendo mi respuesta.
—Coraline está bien.
—No te vas a creer lo que acaba de pasar. ¡Alguien ha comprado mi cuadro!
¿El cubismo sintético con el que me ayudaste? ¡Se acaba de vender!
—Felicidades, Faye.
Mi sonrisa es genuina. Pura felicidad, intocada por la oscuridad. Un torrente
de alegría en una noche de tormenta. Nadie se lo merece más que ella. Tiene
toda la vida por delante; esta alegría que está experimentando, es sólo un
pequeño momento en lo que espero sea una larga vida.
Faye me toma por sorpresa, me rodea con sus brazos y me aplasta contra su
cuerpo.
Me está abrazando.
Sé cómo abrazar, pero el hecho de que me tome desprevenida me hace sentir
incómoda mientras le devuelvo el abrazo tímidamente.
—Gracias —respira, apretando su agarre—. Gracias. Ojalá esas palabras
fueran lo bastante grandes para expresar lo que has hecho por mí.
—No hace falta que me des las gracias. Todo esto ha sido cosa tuya —Le doy
unas suaves palmaditas en la espalda y me aclaro la garganta—. Ve a
celebrarlo con tu familia y saluda a tu madre de mi parte.
La veo desaparecer entre la multitud en dirección a su familia, con las mejillas
encendidas por la vergüenza. No porque me haya abrazado, sino por el
evidente afecto físico en público. ¿Ser vista como blando por toda esta gente,
como si me importara? Me convierte en un objetivo.
—Eres muy buena en esto —La aguda voz de Sage flota sobre mi hombro.
Me giro para mirarla a mi lado y sonrío.
—¿Pararme derecha y lucir bonita?
Ella arquea una ceja.
—¿Crees que eres bonita?
Mi boca se abre un poco antes de que su boca se funda en una cálida sonrisa.
Por un segundo, había vislumbrado a la chica que había visto en el instituto.
La infame chica mala a la que todo el mundo temía.
—Es broma —Me da un golpe en la cadera con la suya—. Lo de enseñar se te
da bien.
Hoy me siento incómoda con todos estos elogios. No es algo normal en mi
vida, nunca lo ha sido, y de repente, hay palabras amables por todas partes,
más de las que he oído en toda mi vida, y no sé cómo manejarlo.
—Entonces, ¿han follado? —pregunta sin rodeos, sonriéndome con un brillo
cómplice en los ojos.
Toso, sorprendida.
—¿Qué? ¿Qué? ¿Por qué preguntas? ¿Dijo...?
—Rook adivinó. Dijo que Silas tenía un brillo de post orgasmo —Se ríe.
—¿No es esto incómodo para ti? ¿Hablarme de esto después que saliera con
tu hermana? —Mis escudos se levantan de golpe, esperando que retroceda
antes de que me equivoque y diga algo que no tiene sentido decir en voz alta.
Me desvío y muerdo cuando la gente se acerca demasiado, pero Sage también
tiene dientes.
—Cariño, no intentes ser mala conmigo —Los ojos de Sage se encienden con
el desafío, sus ojos azules ardiendo mientras se mira las uñas rojas—. Heriré
tus sentimientos.
Dudo que alguien, incluyéndome a mí, pueda ganarle a Sage Donahue. Su
ira es notoria.
—No quise decir eso. Yo sólo… —Me muerdo el interior de la mejilla—. Hablar
de esta mierda me hace sentir incómoda. Soy una zorra cuando estoy
incómoda. Sólo somos amigos.
Amigos que pueden haber tonteado o no. Amigos que están en un falso
matrimonio. Es una amistad extraña, pero eso es todo lo que es. Eso es todo
lo que puede ser.
—Claro que sí. ¿Por eso acaba de aparecer?
Me aparto de su rostro sonriente, dispuesta a preguntarle a qué se refiere,
cuando vislumbro el imponente cuerpo de Silas entrando por la puerta
principal.
—¿Por qué está aquí?
Todavía lleva puesto el traje del trabajo, el costoso material que le cubre los
hombros y se ciñe a su cintura. Se ve adinerado, incluso importante, y no sé
cómo la gente puede creer que se casó conmigo.
Lo que me hace recordar que tenemos un evento con su compañía
próximamente. Lo que significa que tendré que encontrar una manera de
convencer a la gente que soy alguien que Silas quiere. Alguien que merezca
su apellido.
No me jodas.
—Porque se preocupa —Sage se inclina hacia mí y susurra—: Nadie se
preocupa como Silas Hawthorne. Todos tenemos una maldición, Coraline.
Esa es la suya.
Sage se aleja de mí, dejándome a mi suerte mientras rezo en silencio para que
no me encuentre, pero es imposible. Es como si tuviera una especie de radar
para mí.
Decido encontrarme con él a medio camino, ya que sus ojos ya han
encontrado los míos, y una vez que estamos lo suficientemente cerca el uno
del otro, él es el primero en hablar.
—Este lugar se ve genial.
—Las chicas fueron de gran ayuda. Gracias por llamarlas. Aunque no tenías
que venir. El trabajo debe estar ajetreado.
Me muevo bajo su dura mirada, inamovible de mi rostro como si no quisiera
mirar a ningún otro sitio que no sea yo. La atención de alguien tan intenso es
abrumadora.
—Esto… —Señala el espacio que nos rodea—. Light, ayudar a estas chicas,
es importante para ti, ¿No?
Asiento en silencio, insegura de cómo responder con palabras, tan temerosa
de demostrar a alguien, especialmente a él, lo mucho que me importa.
—Entonces estaré aquí —Levanta una mano, empujando un mechón de
cabello detrás de mi oreja—. Si es importante para ti, puedo saltarme una
reunión presupuestaria por ello.
Sus dedos rozan mi mejilla, sólo ligeramente con el dorso de su nudillo. El
anillo que lleva en el dedo anular capta la luz, un recordatorio físico de los
lazos que nos unen.
Es la primera vez que me toca desde la noche en su oficina.
Se me calienta el vientre de pensarlo, se me crispan los muslos mientras el
calor se acumula en mi interior.
—Silas —Me aclaro la garganta—. Sobre la otra noche. Yo…
—¡Bueno, James, nunca pensé que vería el día! —Uñas en una pizarra
interrumpen mi vómito verbal—. ¡Por fin hemos conseguido localizar a la feliz
pareja!
Me estremezco visiblemente cuando veo a Regina y a mi padre separarse de
la multitud, caminando a la par hasta situarse frente a nosotros. Ella lleva
un sombrero con plumas y su aspecto es muy parecido al de una cacatúa.
Silas, siempre atento a mi lenguaje corporal, desliza un brazo íntimamente
alrededor de mi cintura, apoyando la palma de la mano en mi cadera mientras
me atrae hacia su cuerpo.
—Regina Whittaker —Ella le extiende una mano—. Un placer conocerte
finalmente.
Silas le acepta la mano y se la estrecha por cortesía. Una cosa que me gusta
mucho de este hombre es que nunca esboza una sonrisa. Es decir, no
muestra ninguna emoción en su rostro, pero me gusta que no cambie su
forma de ser con la gente.
Silas es Silas.
Lo que ves es lo que hay.
Pero conmigo es diferente. Como que esa afirmación no se aplica cuando
estamos solos. A veces Silas es cualquier cosa menos Silas. Es algo
completamente distinto.
Es el tipo de hombre que compra una colección entera de tus obras de arte
porque no quiere que nadie tenga las partes secretas de ti que sí das a la
gente de buena gana. Las quiere todas para él.
—James.
La mandíbula de mi falso marido se tensa al estrechar la mano de mi padre,
con un brillo cómplice, una amenaza persistente en sus ojos. Silas conoce a
mi padre; James ignora alegremente hasta qué punto.
—Coraline, ¿qué es este atuendo? ¿No tuviste tiempo de cambiarte antes del
evento?
Desvío la mirada hacia el pantalón de jean desgastado y el top blanco que
llevo puesto.
—Es un acto benéfico, Regina. A nadie le importa una mierda mi ropa.
—Cariño, esa boca, te lo juro —Extiende la mano y me da un golpecito en la
mejilla mientras niega con la cabeza. No le arranco el dedo de un mordisco
cuando se retira—. ¿Qué tal llevan la vida de casados? Lilac no es una carga
demasiado pesada, ¿verdad? Intenté decirle a Coraline que un hombre como
tú querría su propio espacio.
Trato de ocultar la sorpresa en mi rostro. ¿Se le está insinuando? ¿Delante
de mí? ¿Delante de mi padre?
—Nos gusta tenerla. Es estupenda.
—Bueno, espero que las dos se ocupen de ti. Intenté que Coraline supiera
llevar una casa, pero siempre estaba muy ocupada con sus dibujitos.
Cada vez que abre la boca, recuerdo por qué quiero cosérsela.
—¿Los dibujitos que se vendieron por medio millón de dólares en mi último
año de instituto? —suelto, deslizando una mano protectora sobre el estómago
de Silas, sintiendo la ondulación de sus abdominales bajo la camisa—. Nos
cuidamos mutuamente, Regina.
—Seguro que sí —Asiente, mirándome como solía hacerlo cuando bajaba las
escaleras de adolescente, juzgando cada kilo de peso, cada prenda de ropa.
—Silas —Mi padre se aclara la garganta—. Nos encantaría invitarte a cenar
una noche. Nuestro chef hace costillas de primera que combinan a la
perfección con una botella de whisky. ¿Eres un hombre de whisky puro?
—Bebo bourbon —Los músculos de su mandíbula se crispan, su voz suave
como la noche líquida—. Y no como carne.
Intento disimular el asombro, pero me cuesta mirarlo. Lo del bourbon ya lo
sabía. Tiene un carrito en su despacho, repleto de hielo todas las noches, pero
¿la carne?
—¿Desde cuándo? —pregunto.
Silas baja la mirada, la dureza de sus ojos se suaviza, y como si no fuera gran
cosa, como si fuera lo más sencillo del mundo, dice:
—Ya que me dijiste que no te gusta el olor.
Casi parece ofendido de que yo piense diferente. Como si fuera evidente que
si a mí no me gusta algo, a él tampoco.
Me derrito un poco en esos ojos castaño oscuro, con el corazón
apretándoseme en el pecho. Es un gesto tan pequeño, pero es lo más amable
que alguien ha hecho por mí.
Mi mano en su estómago se desliza hasta su pecho y, aunque mis padres
están allí mirándonos, no puedo evitar ponerme de puntillas para darle un
beso en la comisura de los labios.
Casto y rápido, un agradecimiento sin palabras.
—Parece que no tendremos que esperar mucho por los nietos, J.
El calor de mi cuerpo se enfría como el hielo. Vuelvo a apoyar los pies en el
suelo y entrecierro los ojos para mirarla.
—Regina, respetuosamente, ¿por qué mierda te importa?
—¿Perdón? —jadea, con los ojos muy abiertos.
No pensaba decir nada, pero como ya he empezado, no hay quien me pare.
—Ni una sola vez, ni una sola vez en mi vida, te ha importado una mierda. Y
ahora, ¿qué? Porque me case con alguien con dinero, ¿te importa? Intenté
durante años ganarme tu amor, como si fuera algo por lo que hubiera que
trabajar en vez de dártelo gratuitamente —Sacudo la cabeza ante su
atrevimiento, con una sonrisa rencorosa en el rostro—. Me pasé la infancia
haciendo todo lo posible por ser lo que tú querías, y nunca fue suficiente para
ti. Así que, te lo preguntaré de nuevo, ¿por qué mierda te importa?
—No puedes hablarme así. Te crié lo mejor que pude, pero siempre has sido
tan... problemática. Desde el principio —balbucea Regina como un pez fuera
del agua—. James, ¿vas a dejar que me hable así?
—Coraline...
—Te sugiero —interrumpe Silas, dirigiéndose directamente a mi padre—, que
elijas con cuidado esas próximas palabras, James.
Mi padre siempre ha sido una fuerza imparable, pero Silas es un objeto
inamovible. Son titanes chocando, y si tuviera que apostar, mi dinero estaría
en mi marido. Falso o no. Silas es un protector por naturaleza; cuando estás
en su círculo íntimo, nadie puede tocarte.
—Ustedes dos pueden comprar algo o irse —los corto, harta de esta
conversación, cansada de hablar con ellos, de fingir que realmente les importa
una mierda.
Este evento no es sobre ellos, y eso es lo que estoy haciendo, convertirlo en
sobre mis padres de mierda. No quiero arruinar esta oportunidad para estas
chicas, así que me suelto del agarre de Silas y salgo a tomar un poco de aire
fresco.
Y al igual que aquella noche en la gala de arte, Silas me sigue y se reúne
conmigo a la luz del día. El sol nos ilumina a los dos mientras se mete las
manos en los bolsillos. Lo miro, lo miro de verdad durante un segundo.
Por mucho que intente negarlo, me gusta.
Mucho más de lo que nunca quise. Hace que sea jodidamente difícil no
hacerlo. Todo lo que hace, todo lo que dice, me hace querer ceder.
—¿Qué necesitas? —Silas pregunta.
—¿Eh?
—¿Qué necesitas? —vuelve a preguntar—. Frunces el ceño cuando estás
enfadada. Dime cómo arreglarlo.
Esto es exactamente de lo que estoy hablando. Esta persona observadora que
ha visto a través de mí desde la primera llamada telefónica. Nadie se ha
preocupado por mí como él. Prestado atención a la forma en que me muevo y
cómo me siento la forma en que tiene.
Toda mi vida me han hecho creer que no soy adorable. Que soy una criatura
maldita y difícil de amar que no merece ser amada, y Silas... lo hace parecer
tan fácil.
—Te digo lo que necesito para sentirme mejor, ¿y tú simplemente lo arreglas?
¿Un chasquido de dedos? ¿Y si te dijera que apuñalar a Regina con un tenedor
me haría sentir mejor, Hawthorne?
Se acerca a mí y me frota las arrugas de la frente con el pulgar.
—Tienes el control de un monstruo, Hex. Lo que necesites, ya es tuyo.
Lo que da miedo no es que se vea a sí mismo como un monstruo.
Es que le creo.
Miel Oscura

Silas
—¿Dónde está la bella Caroline esta noche, Silas?
Mi mandíbula se tensa mientras miro a Daniel Highland, dejando su pregunta
en el aire por un momento. Le doy la oportunidad de corregirse, pero cuando
es tonto y no la aprovecha, lo hago por él.
—Mi mujer se llama Coraline, Daniel —le digo, irritado por su flagrante falta
de respeto—. No me hagas recordártelo otra vez.
Se traga el miedo a ser despedido. Ahora que he sustituido oficialmente a mi
padre, con el visto bueno de la junta por mis nupcias, su trabajo pende de un
hilo, y él lo sabe.
Levanto los dos dedos hacia el camarero, que rápidamente me sirve otra copa
y desliza el líquido ámbar por la barra hacia mí. Necesito un dispensario
entero para aguantar el resto de la noche.
—Se me debe haber olvidado —Se aclara la garganta, tosiendo en su
puño—. No volverá a ocurrir.
Asiento con la cabeza y levanto el vaso de bourbon hacia él antes de dar un
sorbo. Sabe su nombre; solo quiere meterse en mi piel como sea sin faltarme
al respeto descaradamente. No, es un maldito gusano, así que lo hace
disimuladamente.
Mi silenciosa respuesta hace que se aleje corriendo, excusándose en voz baja
como un perro pateado, dejándome cavilando solo por primera vez esta noche.
Solo con los noventa millones de pensamientos corriendo por mi mente.
Tonterías del trabajo con las que nunca esperé tener que lidiar tan pronto.
Planes de boda de mi madre, que quiere que nos casemos a finales del mes
que viene. Lo entiendo, de verdad: no estamos seguros de cuánto tiempo le
queda a papá y no es que vayamos a celebrar una gran ceremonia. Es privada,
sólo nuestras familias y amigos en la catedral de San Gabriel. Pero es otro
estrés añadido a nuestras vidas.
Coraline se lo ha tomado todo con calma, apenas se inmuta cuando mi madre
aparece con paletas de colores para la cena de ensayo y diferentes sabores de
pasteles. Por no hablar de Lilac, que se lo está pasando en grande eligiendo
las flores para la ceremonia y no para de hablar de comprar el vestido de
novia desde hace días.
Esa parte, puedo entenderla. Coraline de blanco es mi sueño húmedo favorito.
No me importará volver a verla vestida de novia.
Tener a Coraline en mi apartamento no es tan invasivo como pensaba. Me
gusta tenerla cerca, aunque es muy caliente y fría. Un día me deja entrar y al
siguiente me vuelve a dejar fuera.
Es un juego divertido.
Ella fingiendo que no le gusto, yo dejándola pensar que creo eso.
No soy de los que niegan lo que quieren; nunca lo he sido. Soy una persona
directa. Si quiero a alguien, lo quiero. Ellos lo sabrán, y quiero a Coraline.
Más y más, cuanto más tiempo existe en mi casa.
Me duele la cabeza cuando pienso en Stephen. Eso y tener que estar en esta
maldita recaudación de fondos del trabajo me hace desear haber traído
analgésicos. Ni siquiera es una recaudación de fondos, es un evento de
socialización demasiado caro con empresas de la competencia. Lo que
significa que no tengo más remedio que entablar conversación.
Mi padre era mucho mejor que yo en esto. Es capaz de entretener a la gente,
charlar y reír. Yo no soy ese hombre.
¿Pero en el trabajo, aquí? Al menos puedo hacer algo. Al menos mis manos
no están ociosas.
Lo peor de Stephen es que no podemos hacer nada. No hay pistas que seguir;
no ha habido una palabra desde que irrumpió en el apartamento de Coraline.
Sólo somos blancos fáciles.
Sabemos que está ahí fuera, observándonos. Podemos sentirlo en el aire. Su
presencia se aferra a Ponderosa Springs como un virus.
Cuando pienso en Stephen, miro instintivamente a mi alrededor en busca de
Coraline. Había ido al baño, pero hacía varios minutos, lo que significa que
se ha metido en una conversación de la que necesita ayuda para salir.
Coraline es dulce cuando está a gusto, pero la chica tiene los dientes afilados.
Y aunque ver cómo se los chasqueaba a su madrastra el otro día me excitó,
me gustaría mucho no tener que contener a la gente mientras ataca a alguien
por imbécil.
Observo el salón de baile, iluminado por la suave luz dorada de las lámparas
de araña. La gente se mueve con elegancia, riendo y hablando entre sí con su
ropa excesivamente cara. Una banda de dos músicos toca música suave en
un rincón mientras los camareros llevan bandejas de plata llenas de
aperitivos.
Estoy a punto de acercarme a los baños cuando veo su vestido de seda
naranja tostado hasta el suelo. Me encanta cómo lleva el cabello, despeinado
hacia la espalda y recogido detrás de las orejas para resaltar su afilada
mandíbula.
Cada vez que lo lleva así, sólo pienso en enrollar esos mechones marrones y
blancos alrededor de mi muñeca. Usarlo como empuñadura para meterle mi
polla hasta la garganta.
Estoy tan distraído con ella, con lo letal que es su figura con ese vestido, que
no me fijo en lo que está haciendo. No me doy cuenta de que está pestañeando
a un hombre que lleva una maldita pajarita.
No hasta que uno de los dedos de él recorre la longitud de su brazo.
Me paso la lengua por la mejilla, me bebo el resto de la bebida y la dejo sobre
la barra.
No puedo culparlo.
Coraline es miel oscura.
Dulce, irresistible, pero con un filo sin igual.
La muñeca de aspecto perfecto para la alta sociedad que podía subirse a unos
tacones y robar el corazón de cualquier persona con la que se cruzara. Pero
bajo la superficie, había una agudeza, una maldad que te decía que sería una
descarada entre las sábanas.
Ella es lo que todo hombre en esta sala desea, pero nunca podrían tener.
Porque es mía.
Me coloco detrás de Coraline y me inclino sobre ella para mirar al hombre que
tiene delante.
—Silas... —respira cuando mi pecho toca su espalda. Se me contrae algo en
las tripas, al saber que ni siquiera necesita mirar para saber que soy yo.
—Carson Bloom —me dice el rubio, tendiéndome la mano para que se la
estreche. No le afecta mi llegada, su sonrisa es de confianza.
Definitivamente es hijo de un político.
—Silas Hawthorne —Acepto su oferta, deslizando mi palma contra la
suya—. ¿Eres ciego?
—¿Qué? ¿Qué? ¿Por qué, hombre, qué mierda? —se queja cuando aprieto el
puño, aplastando sus tendones. Los nudillos se me ponen blancos de
estrangularle los dedos y oigo el crujido de los huesos bajo mi agarre.
Inclino la cabeza.
—Es la única excusa que se me ocurre para que no vieras el anillo en su dedo.
—Silas, detente —murmura Coraline, volviéndose hacia mí, con las manos en
mi pecho.
Un escalofrío me recorre como veneno helado, sin que me afecte el dolor que
se retuerce en la cara de Carson mientras sigo apretando. Ahoga un gruñido
de dolor mientras entrecierro los ojos.
—Vuelve a tocar a mi mujer y el próximo escándalo que tendrá que tapar tu
papi será tu asesinato.
Le suelto la mano y deslizo la mía en el bolsillo del pantalón. Se lleva la
muñeca al pecho, como si temiera que se la robara.
Asiento con la cabeza.
—Gracias por venir, Carson.
Él ni siquiera miró a Coraline antes de salir corriendo. Si tuviera que adivinar,
a buscar atención médica. Me paso una mano irritada por la mandíbula y
miro hacia el centro de tensión.
Maldito estrés sexual.
Ella cree que esto es maldito un juego, que bromeo cuando digo que lo mataré
si se acerca demasiado. Tengo el control de este tablero, y Coraline está a dos
movimientos de ser jaqueada.
—¿Me estás jodiendo? —Me mira como si su cara de miedo fuera a asustarme.
Lo usa con Lilac todo el tiempo. Es jodidamente adorable. Como una pequeña
gatita que cree que es una gran pantera mala. Si cree que romperle la mano
al de la pajarita es malo, que espere a ver lo q voy a hacer cuando lleguemos
a casa.
—Nos vamos, Hex —gruño, pasando el dorso de mi nudillo por su mejilla—.
Ahora.
Coraline
—No puedes hacer mierdas como esa, Silas. Si él hubiera hecho algo con lo
que no me sintiera cómoda, lo habría solucionado —Me hierve la sangre, la
vergüenza me quema las mejillas mientras cierro la puerta de su dormitorio
tras de mí.
Me alegro que mi hermana esté con sus padres esta noche porque tengo la
sensación de que esto va a ser una discusión fuerte. Por desgracia, mis cosas
están en su enorme armario, lo que significa que para salir de este vestido,
tenemos que tener esta conversación de nuevo.
—Soy más que consciente de lo que eres capaz, Coraline.
—Entonces deja de ponerme en una posición en la que tenga que seguir
recordándotelo.
—No me pongas en una situación en la que tenga que demostrarte lo
despiadado que puedo llegar a ser —dice en tono sombrío, recostándose en la
silla detrás de mí.
Lo miro fijamente a través del espejo, con los pies bien abiertos. Sus muslos,
increíblemente fuertes en sus pantalones negros.
No le mires los muslos, Coraline. Estás enojada.
—Ni siquiera puedo empezar a explicar cuánto estás exagerando. Es
inofensivo.
Me quito los pendientes y desvío rápidamente la mirada mientras los dejo en
la cómoda, a mi lado. La tela del vestido me araña la parte baja de la espalda.
—No me importa si es un maldito santo. Nadie toca a mi mujer —la voz de
Silas es ronca, casi como si estuviera detrás de mí, justo en mi oído.
Un escalofrío me recorre los brazos cuando me giro para mirarlo en su
postura de hombre extendido. Cruzo los brazos desafiante, lista para abrir la
boca y soltar otro comentario sarcástico, pero me encuentro distraída.
Se quita la corbata del cuello y enrolla el resbaladizo material negro alrededor
de su tonificada mano, apretándola con fuerza. Un violento escalofrío me
recorre la espalda.
—¿Se vuelve a acercar otra vez? —Hace una pausa, haciendo contacto visual
conmigo—. Le metería una bala con la pistola con la que te follé el coño.
Se me hace un nudo en el vientre de placer, sintiendo la humedad en mis
bragas al oír sus palabras, recordando el placer que Silas puede proporcionar
a mi cuerpo cuando se lo permito.
—¿Esto es lo que pasa? —Trago saliva por el deseo en mi garganta—. Cuando
te pones celoso, te pones a matar.
Y porque estamos solos, porque sólo estamos nosotros y siempre me sale una
versión diferente de Silas en las sombras, sonríe, ladeando un lado de la boca,
mostrándome su arrogancia.
—No estoy celoso, Hex —Hay una risita en su voz, oscura y exigente—. Sé a
qué sabe ese coño tuyo tan apretado, y es mi polla lo que ansías. Protejo lo
que es mío. No confundas las dos cosas.
—Yo…
—No lo niegues, joder —suelta, sacudiendo un poco la cabeza—. No te hagas
la mentirosa.
Aprieto la espalda contra la cómoda, sintiendo que necesito el apoyo. Siento
que mi cuerpo cede, pero mi voz se mantiene firme, intentando mantener la
imagen de que no lo deseo.
—Jódete.
Silas empieza a desabrocharse con cuidado los botones superiores de la
camisa, dejando al descubierto la piel dorada de debajo, lo que hace que me
roce los muslos bajo el vestido.
—Podrías, si te lo permitieras. Someterte a mí sexualmente no te hace débil,
Coraline —Me observa, follándome con los ojos. Me pregunto si puede ver mi
corazón latiendo con esa intensa mirada—. ¿Quieres dirigir el espectáculo ahí
fuera? Yo te prepararé el terreno. ¿Aquí dentro? Relájate y deja que te haga
sentir bien, nena. Dame el control, y te mostraré lo bien que se siente soltarlo.
Control.
Ceder el control.
¿Por qué iba a hacerlo, si acababa de recuperar algo? ¿Por qué iba a dejarlo
todo por un jodido hombre?
Porque confías en él.
Una molesta vocecita en mi cerebro se hace eco de ese pensamiento. Mis
pezones se tensan bajo la ropa, como si mi cuerpo quisiera secundar la idea
de mi cerebro.
La lujuria es una traidora.
—¿Y si quiero parar? ¿Si me pierdo en mi cabeza y no puedo permanecer en
el momento contigo?
El miedo intenta acabar con mi deseo, diciéndome que no puedo tener una
vida sexual. No una sana en la que pueda vivir el momento con mi pareja. El
miedo me dice que siempre me perseguirán las manos de Stephen.
—Entonces dices rojo, y todo se detiene.
—¿Tan fácil? —Me burlo incrédula, siempre tan fácil. Como cuando él lo dice,
eso es ley.
—Esa es la única parte fácil de follarme, Coraline —Sus ojos arden en la
oscuridad de lujuria, como si se muriera por que diga que sí, por ceder—.
Pero sí, así de fácil. Siempre estarás a salvo conmigo, incluso de mí.
Me duele el alma, mi corazón se salta un latido y reajusta el ritmo. Me muerdo
el interior de la mejilla, asustada.
Porque realmente le creo. Mi corazón confía en él, y me niego a que mi cerebro
lo acepte. Que, por primera vez en mucho tiempo, confío en alguien. Creo en
sus palabras.
Nunca he creído en las palabras como creo en las suyas. Desde el momento
en que hablamos en el hospital, incluso entonces, a pesar de lo cautelosa que
era, le creí cuando me dijo que podía llamarlo. Por eso marqué su número,
porque en algún lugar profundo de todo mi sufrimiento, sabía que podía
confiar en él.
¿Y mi cuerpo? Mi cuerpo lo desea.
Desesperadamente.
Mis tacones chasquean contra el suelo y doy un paso adelante, tragándome
mi orgullo en nombre del placer. Pero levanta la palma de su mano y me pide
que me detenga.
—¿Me deseas? —Inclina la cabeza, las sombras se extienden por los
contornos de su atractiva cara—. Te arrastrarás.
Arrastrarse

Coraline
No sé qué es peor, si que me obligue a admitir lo mucho que le deseo o que
me obligue a demostrarle lo mucho que mi cuerpo le necesita.
Se me escapa un suspiro tembloroso mientras mis pulgares se enganchan en
los finos tirantes del vestido. La tela se desliza por mis hombros y cae en
cascada por mi cuerpo como el agua. De un solo golpe, la tela se hunde en el
suelo.
Salgo del charco de tela naranja que rodea mis pies, dejándome sólo un par
de tacones y mi ropa interior de encaje. Estoy totalmente expuesta a sus ojos,
sin barreras entre mi piel y su mirada.
Creo que esta es la peor parte.
Dejar que me vea, cómo es mi cuerpo, lo que Stephen dejó en él. Salí del
sótano, pero el sótano aún perdura en mi piel. Una cicatriz blanca y dentada
que empieza en un hombro, cruza mi clavícula y se detiene en el otro.
Pequeñas marcas me atraviesan las rodillas y los muslos, y aunque él no
puede verlas, siento la vergüenza de las marcas de los azotes en la espalda.
Son pocas, pero se notan de cerca.
Mi cuerpo no es una superficie lisa. Está rígido y lleno de cicatrices. No es
sexy, es repulsivo.
—Joder.
Me encuentro con los ojos de Silas y se me corta la respiración.
Sus ojos no me inspeccionan, midiendo cada imperfección, marcando cada
pitido.
No, me admiran.
Devoran hambrientos la visión de mi piel desnuda, su labio inferior atrapado
entre los dientes. Es suficiente para encender un pequeño fuego en mi vientre,
una pizca de confianza vuelve a mi cuerpo.
Con cuidado, me arrodillo, apoyando las manos en el suelo delante de mí. Mis
ojos de párpados pesados se clavan en los suyos mientras empiezo a
arrastrarme, con el cabello cayendo en cascada sobre mis hombros,
dejándome llevar sin pudor por mi deseo.
Cuando llego al espacio entre sus muslos, me elevo sobre el dorso de los
mismos, colocando las manos sobre sus fuertes piernas.
Silas se inclina hacia delante y me agarra la barbilla con dos dedos.
—Has un puchero con esos jodidos labios bonitos y di por favor.
Me muerdo suavemente el labio inferior.
—Por favor, Silas.
Como si me recompensara por mis ruegos, sus dedos desabrochan el botón
de su pantalón, poniéndose en pie y elevándose por encima de mí. Tengo que
estirar la columna para colocar la cara frente a su cintura, sentada sobre las
rodillas. Todo en Silas me hace sentir pequeña en su presencia.
Apoyo las manos en sus muslos y veo cómo se baja los pantalones y los bóxers
hasta que su dura polla golpea contra su abdomen, haciéndome agua la boca
y los nervios se acumulan en mi estómago.
Es tan grueso como mi muñeca, y ni siquiera quiero cuantificar cuántos
centímetros. Porque no estoy muy segura de que tantos centímetros quepan
en mi cuerpo mucho más pequeño.
—Saca la lengua para mí, cosita bonita —me ordena, mirándome fijamente
con serena exigencia en los ojos.
Con la boca ya entreabierta, la abro un poco más, mirándolo mientras saco
la lengua. Silas se dobla por la cintura, me agarra el rostro con una mano y
me besa suavemente en la frente.
Una paradoja de acciones. La calma antes de la tormenta.
—Quiero que mojes mi polla con tu boca, prepárame bien para tu coño, Hex.
No puedo follarte la cara como quiero con mis piercings —Su aliento es cálido
contra mi piel, su pulgar acaricia ligeramente la curva de mi mandíbula—. No
querría romperte esos bonitos dientes.
Me agarra con fuerza la cara y me escupe en la lengua, obligándome a cerrar
la boca, a tragar. Bourbon y calor. Su sabor familiar me llena la garganta y
un gemido retumba en mis labios.
Podría ahogarme en él. El embriagador bourbon y el humo de su aliento. Me
quedo con la boca abierta cuando retira la mano y acerca la punta de su polla
a mis labios.
Mi cuerpo permanece inmóvil mientras él recorre mi arco de cupido,
dejándolo reluciente de semen. Sin poder evitarlo, deslizo la lengua,
saboreándolo, deseando más mientras le chupo la cabeza y la meto en la boca.
Su cabeza se echa hacia atrás y un gemido torturado brota de su pecho
mientras mi lengua húmeda hace efecto. Muevo suavemente la cabeza y solo
rozo con cuidado unos centímetros de las barras metálicas que hay en el
centro de su dureza.
Aprieto el interior de mis muslos, intentando crear fricción para mi clítoris
palpitante, necesitando su tacto, pero necesitando más sus sonidos de placer.
Mi boca lo adora, arrancando gemidos embriagadores de su garganta. Sus
dedos se enredan en mi cabello, recogiendo mechones y sujetándome. Le
acaricio la parte inferior de su polla, deslizo la lengua por los lados y uso mi
saliva para cubrir cada centímetro.
—Esa es mi chica —gruñe mientras juego con los piercings de la parte
superior, rodeándolos antes de volver a meterme la punta en la boca. Cada
segundo que paso de rodillas me hace desearlo más.
Quiero hacerlo sentir bien. Para compensar todo lo bueno que ha hecho por
mí. Cada momento que me ha sostenido mientras me desmoronaba,
guiándome cuidadosamente para que volviera a estar bien.
Quiero que mi cuerpo sea su consuelo, como su voz es el mío.
Me agarra con fuerza el cuero cabelludo y me da unos cuantos bombeos
superficiales en la boca, lo justo para provocarse. No dejo de mover la lengua
hasta que su polla gotea con mi saliva, brillando en la penumbra. La humedad
se acumula entre mis muslos cuando él se retira, la necesidad que siento de
él me invade como un incendio.
Destruyendo. Incendiando. Abrasando todo lo que existía antes de él.
Se apodera de cada fibra de mi ser. Toda mi composición química está
desesperada por fundirse y separarse hasta que pueda volver a unirse para
ser todo lo que él quiere.
Silas me hace querer romperme en pedazos y olvidar todo lo que era antes de
él, para volver a recomponerme y encajar perfectamente con él. No esta
maldita versión de mí misma.
Quiero ser alguien que lo merezca.
Su alabanza.
La mano en mi cabello me echa hacia atrás con un chasquido, y un gemido
sale de mi boca mientras mi mirada es forzada hacia arriba.
—¿Vas a portarte bien conmigo, Hex? ¿Me dejarás usar tus agujeros hasta
que goteen mi semen? —gruñe, con ojos intensos e inflexibles—. Asegúrate
de tu respuesta porque no sólo voy a follarte. Te voy a arruinar. Tu cuerpo no
es tuyo, es mío. Es mi templo para adorarlo y mío para destruirlo.
Mi corazón se eleva. Su templo.
Ser convertido en un agujero para su placer es degradante. Debería
ofenderme. Debería molestarme ser despojada de mi humanidad, pero es todo
lo que quiero de un hombre en quien confío.
Todo lo que anhelo de un hombre que quiero.
Eliminar los pensamientos, eliminar todos los recuerdos y simplemente
sentir.
Intento asentir con la cabeza, pero su agarre no me deja.
—Palabras, nena. Necesito las palabras.
—Sí, Silas. Seré una buena chica —murmuro, lamiéndome los labios
hinchados.
El hambre, un hambre pura y dura, se arremolina en sus ojos oscuros.
Utilizando el agarre improvisado en mi cabello como palanca, me levanta de
las rodillas, haciéndome jadear antes de que su boca esté allí para beberme.
Me devora, me rodea la cintura con el brazo y me levanta del suelo.
Instintivamente, lo rodeo con las piernas; su tonificado vientre me roza el
coño y me hace gemir en su boca. Nuestras lenguas se arremolinan y se
recorren mutuamente mientras él nos acerca a la cama, sosteniéndome con
un solo brazo durante todo el trayecto.
Reboto contra el colchón cuando me suelta, me deslizo nerviosa hacia el
cabecero mientras él avanza hacia mí como un depredador dispuesto a
consumir a su presa favorita.
Los dos chocamos. Nos rendimos y dejamos que nuestros cuerpos hagan lo
que desean desesperadamente. Me rindo a su deseo, el que he intentado
ignorar durante tanto tiempo.
Mi mano se agarra a su nuca cuando se arrastra entre mis piernas, volviendo
a juntar nuestros labios, como si no pudiera soportar que estuvieran
separados. Dos estrellas en colisión que esperaron siglos para tocarse,
negándose a separarse.
Silas gime en mi boca cuando le hundo los dientes en el labio inferior, tirando
de él juguetonamente. Mis manos recorren sus hombros y se deslizan hasta
su pecho, donde le agarro por los dos lados de la camisa y se la arranco. Los
botones repiquetean contra el suelo de madera, pero no me importa.
—Me gustaba esa camisa —murmura contra mis labios, inclinando mi cabeza
hacia atrás para pasar su lengua por mi mandíbula y presionando besos con
la boca abierta a lo largo de mi piel.
—Me gustaba la camiseta blanca que me rompiste la otra noche —Jadeo
mientras él muerde la columna de mi garganta, dientes voraces arañando mi
piel—. Estamos en paz.
Busco su polla, necesito que me alivie el dolor entre los muslos, pero me
aparta la mano.
—Aún no estás lista para mí. Tengo que follarte con mi boca primero, nena.
Tengo que aflojar este apretado coño, o no voy a caber —gruñe, acomodando
la parte superior de su cuerpo entre mis piernas abiertas.
Se me retuerce el estómago al pensar en él abriéndome de par en par. Las
yemas de sus dedos suben lentamente por mis muslos, recogen el borde de
mis bragas y me las bajan hasta dejarme el coño al descubierto.
Suelta un gemido al verlo y me da un beso hambriento en el interior del muslo
mientras acomoda la parte superior de su cuerpo entre mis piernas.
—Tan jodidamente hermosa, nena.
Le rasco el cuero cabelludo con las uñas, rastrillando el cabello bien recortado
y haciéndole erizar mientras se deja tocar.
—Me encanta cuando haces eso.
Estoy tan cachonda que no puedo calcular pensamientos que no estén
directamente relacionados con mi coño, pero intento anotarlo mentalmente
para más tarde. Me ruborizo bajo sus elogios, mis caderas se sacuden hacia
arriba mientras él sopla aire hacia mi empapado núcleo.
Silas busca en el interior de mis muslos, recorriendo la piel con las palmas
de las manos, las yemas de los dedos acercándose peligrosamente a mi
centro, pero deteniéndose justo donde más lo necesito y vuelven hacia mis
rodillas.
—Silas —le suplico, retorciéndome debajo de él, me duele todo—. Por favor.
—Ah, vamos, Hex. Puedes hacerlo mejor —su voz roza mi piel, el pulgar roza
mi clítoris—. Suplícamelo.
—Me duele todo. Haz que se sienta mejor, Silas, por favor.
Su respuesta es presionar más fuerte con el pulgar, dibujando pequeños
círculos, haciéndome abrir más las piernas para él, dejándole entrar. Gimo
en el fondo de la garganta cuando siento que dos dedos se deslizan dentro de
mí, abriéndome sin previo aviso.
—Oh, joder...
—Eso no es ni la mitad de mí, nena —murmura con una risa siniestra, como
si estuviera deseando sentir lo apretado que será. Me sorprende lo bien que
mi coño se abre para él, dejando que sus dedos entren en mi apretada
abertura.
La boca de Silas sustituye a su pulgar y su lengua caliente se arremolina en
ese sensible manojo de nervios, jugueteando con él como si ya supiera
exactamente lo que necesito para llegar hasta allí. Este hombre tiene una
boca perversa; cada toque y cada lengüetazo tocan el punto justo,
haciéndome arquear fuera de la cama.
Aprieto las caderas contra su cara y recibo cada embestida de sus dedos, que
entran y salen de mí. Le agarro los hombros con las manos, necesito algo que
me aferre a él antes de levitar de este maldito colchón.
Cuando las puntas de sus dedos rozan ese punto blando de mi interior, tiro
la cabeza contra la almohada. Me invaden sensaciones sobre estimulantes y
mi vientre se contrae. Mis caderas ruedan sobre los deliciosos círculos que
frota alrededor mi clítoris, forzando cada vez más sus dedos.
Los gemidos que brotan de mí son involuntarios, salen de mi garganta como
si estuvieran hechos para Silas. Como si hubieran estado esperando solo para
él. Solo para sus oídos.
—Estás tan cerca, nena. Vamos, sé buena y córrete para mí —Entierra su
cara entre mis muslos, las vibraciones de su voz masajean mi coño—. Dios,
no puedo esperar a sentir cómo estrangulas mi polla así.
Los lascivos ruidos que hacen su boca y sus dedos entre mis piernas me
vuelven loca. Su lengua absorbe cada gramo de humedad de mi coño mientras
me folla con sus dedos con movimientos medidos. Estoy al borde del abismo,
y cuando sus dientes rozan mi clítoris, con el dolor justo para combinar con
el placer, me rompo en pedazos.
Mis músculos se contraen y cierro los ojos de golpe, antes de soltarme y
correrme con un gemido agudo, con las uñas clavadas en la carne de su
espalda. Siento una gran satisfacción al saber que dejará este dormitorio
marcado por mí.
Bajo los ojos hacia él y veo cómo sigue hundiendo los dos dedos en mis
estrechas paredes, golpeando repetidamente el mismo punto, negándose a
parar, negándose a dejarme caer del subidón de mi orgasmo.
—Córrete otra vez. Sé que quieres hacerlo. Puedes hacerlo, pequeña —dice
entre besos contra mi coño, con sus ojos oscuros revoloteando para mirarme,
entrecerrados y calientes.
No creía sus palabras. No creía que pudiera correrme así consecutivamente,
pero cuando un tercer dedo se introduce en mi agujero ya lleno, casi me quedo
ciega de éxtasis. Esa misma sensación formidable se despliega en mi vientre
mucho más rápido de lo que esperaba, y no tengo tiempo de advertirle antes
de que mi núcleo se convulsione, mis muslos se tensen alrededor de su cabeza
mientras mis caderas se agitan en su boca.
—¡Joder, joder, joder! —grito porque sigue sin parar, aunque me estremezco
en sus brazos con mi segundo clímax—. Silas, para, ¡oh Dios mío, por favor!
Parece no inmutarse y se limita a sujetarme las caderas a la cama con el
brazo. Mueve la cabeza de un lado a otro por debajo de mis muslos y hunde
la lengua en mi tierno coño, sin dejarme otra opción que quedarme tumbada
y aguantarlo, retorciéndome.
En el fondo de mi mente, esa palabra segura, rojo, flota en mi cerebro, pero
parece que no me atrevo a usarla. Porque no creo que realmente quiera que
pare. Mi cuerpo quiere más, por muy sobre estimulada que esté. Me chupa el
clítoris una vez más, se apiada de mi alma y me libera. Una humedad
reflectante cubre su mandíbula y su boca. Mis miembros parecen pegajosos,
derretidos e inútiles mientras intento hundirme aún más en la cama.
Unos ojos oscuros y brumosos se beben mi cuerpo, extendido solo para él,
completamente relajada y a su merced.
—Mira el desastre que has hecho —Sacude la cabeza y chasquea la lengua
antes de mostrarme lo empapados que están sus dedos. Sonríe, se toma el
labio inferior entre los dientes y me señala con un dedo—. Ven a limpiarme
con esa boca de bruja.
Con las pocas fuerzas que me quedan, me levanto del colchón, con los brazos
temblorosos por las réplicas del placer. Ignoro mis miembros aletargados,
desesperada por ser buena para él.
En este momento en el que no puedo pensar en nada, en el que sólo soy un
nervio expuesto, sintiéndolo todo, quiero ser todo lo que él necesita. Lo que él
anhela.
Utilizo la parte superior de sus hombros para mantenerme erguida, mi centro
empapado se encuentra con la base de su dureza mientras me meneo más
cerca. El calor de nuestros cuerpos apretados hace que me recorra un
temblor.
Mi boca se encuentra con la suya, el sabor de mi liberación agrio, un sabor
adictivo que me bebo. Paso la lengua por su paladar y se la chupo antes de
apartarme y acercarme a su mandíbula.
Limpio el desastre que he dejado en su cara, con la lengua arremolinándose
contra su piel, recogiendo los restos de mi orgasmo. Sus manos me aprietan
las caderas, meciendo su parte inferior contra la mía, dejándome sentir su
dura polla apretada contra mis suaves pliegues.
Los ásperos gemidos que me llegan al oído me incitan a levantar las caderas
para seguir su lento roce, apretando con más fuerza mi agarre en su espalda.
Los músculos de su espalda son firmes y tensos al tacto, como cables de acero
enrollados bajo su piel. Cada centímetro de su cuerpo es suave y liso, cada
músculo está perfectamente definido.
Cuando el roce se vuelve demasiado, le doy un beso justo debajo de la oreja.
—Te necesito, por favor.
Sólo hay una pequeña pausa antes que me tome en brazos y me tumbe de
nuevo en la cama. Su enorme cuerpo se cierne sobre el mío y, por un
momento, siento su corazón latir en mi pecho.
Es intenso, el momento más íntimo que se puede vivir, sentir el corazón de
otro contra el propio.
Esto es sólo sexo. Esto es sólo sexo. Esto es...
Las manos de Silas suben por mi vientre y me acarician los senos. Pasa los
dedos por el metal que atraviesa mis pezones erectos y juguetea con los
corazones negros a ambos lados del pezón, una decisión que tomé de
improviso mientras me drogaba con éxtasis en Vervain y de la que me alegro
en este momento.
—Son jodidamente deliciosas —murmura antes de atacarlas con su cálida
boca—. Voy a meter mi polla entre estas suaves tetas y follármelas hasta
correrme en tu bonita cara. Pero no esta noche.
Me arqueo ante sus caricias, con la cabeza ligera y el cuerpo pidiendo ser
tocado por sus dedos. Se toma su tiempo para acariciarme los senos,
repartiendo besos antes de apoyarse en las rodillas, quitarse la camisa y
tirarla al suelo.
Su tonificado vientre se flexiona mientras rodea con una gran mano la base
de su polla. El puño que cierra deja al descubierto varios centímetros, lo que
me hace agua la boca mientras se bombea un par de veces antes de guiar la
punta hasta mi húmedo núcleo.
—Esta noche, me voy a correr aquí, en este coño apretado. Te llenaré y te
dejaré goteando.
—Estoy con anticonceptivos —gimo, frunciendo las cejas mientras lo miro,
observando cómo arrastra su polla arriba y abajo por los labios de mi
coño—. Estoy limpia. ¿Estás...?
—¿Crees que estaría tan cerca de follarte sin protección si no estuviera
limpio? —Sus ojos se suavizan mientras inclina la cabeza—. Estás a salvo
conmigo.
Antes todo era tan intenso, dominado por el deseo, y ahora ya no. La lujuria
sigue bullendo en mí, pero ahora no sólo siento sexo, porque se me aprieta el
pecho.
Las emociones ruedan a través de mí, desbordándose.
Cuando la punta de su polla empieza a abrirme, me entra el pánico. Siento
que estoy demasiado dentro de él. Puedo desearlo físicamente. Pero no puedo
tenerlo emocionalmente.
No puedo hacerle esto.
Le pongo la mano en el bajo vientre, detengo su movimiento y lo miro a través
de las pestañas húmedas.
—Voy a romperte el corazón.
Se queda quieto, con la mandíbula tensa.
—Vas a dejarme entrar en el tuyo.
Demasiado tarde, pienso justo antes de que sus palabras y su cuerpo me
dejen sin aire. Sus caderas empujan hacia delante, atravesando mis
estrechas paredes internas, abriéndome lentamente, forzando mi coño a
alojar su longitud.
—Santa mierda —Gimo, meneando las caderas—. Joder, estoy tan llena.
—No estarás llena hasta que no esté dentro de ti.
No quiero ni mirar cuánto le falta para estar completamente dentro de mí. Mi
cuerpo se funde con el colchón, insegura de si tengo espacio para que quepa.
El duro cuerpo de Silas empuja el mío más profundamente, el frío metal de
su escalera de Jacob rozando mi húmedo centro.
—Relájate para mí, Hex —Una de sus palmas se mueve de mis caderas,
presionando ligeramente en mi bajo vientre—. Relájate y déjame entrar.
Déjame hacerte sentir bien, nena.
Mis muslos se abren imposiblemente, los ojos se me abren de golpe cuando
me penetra otro par de centímetros, esos piercings rozándome la base del
coño.
—Oh, joder, oh, joder —murmuro incoherentemente—, no creo... Dios, no
creo que quepa más.
Me muerdo la mejilla con los dientes, intentando respirar mientras me
penetra con su polla. Siento como si realmente me partiera por la mitad, como
si quisiera partirme en dos.
—Eso es. Esa es mi chica. Succiona mi polla dentro de ese apretado
coño —gime cuando toca fondo, mirando fijamente hacia abajo, donde
nuestros cuerpos se conectan, observando la masacre de mi coño—. Mírate,
Hex. Tomando todo de mí como una jodida buena chica.
Me da unas cuantas caricias, dejando que me acostumbre a estar tan llena.
Me deja sentir cada centímetro antes de acelerar sus embestidas. Mi cuerpo
empieza a encontrarse con el suyo, el increíble estiramiento hace que se me
doblen los dedos de los pies.
Ya estoy vergonzosamente cerca, y no ayuda cuando empieza a follarme de
verdad, tal y como prometió. Silas Hawthorne empieza a arruinarme. Por
dentro y por fuera.
Los golpes brutales y fuertes de sus caderas me ponen en órbita. La
profundidad de su polla me hace retroceder, pero no me deja. No, me agarra
de las caderas y me vuelve a colocar en su sitio para follarme como quiere.
—Joder, Silas. Es demasiado. Joder, estás en mi estómago —Casi grito,
arañando las sábanas debajo de mí para apoyarme, mi coño estirado al
máximo. Cada vena de su polla roza mis sensibles paredes, golpeando algo
muy dentro de mí que nunca antes había sido tocado.
Silas se inclina hacia mi rostro y me sujeta salvajemente la garganta. Sus
largos dedos se extienden por la parte delantera de mi cuello, apretando los
lados, sintiendo mi pulso bajo las yemas de sus dedos.
Bombea dentro de mí con embestidas que me hacen ver las estrellas,
despiadado con mi cuerpo mientras se empuja hasta el fondo, dejándome
sentirlo enterrado hasta la empuñadura antes de sacarlo casi por completo,
sólo para atravesarme de nuevo.
Una y otra vez.
El cabecero de la cama choca contra la pared con su paso, la cama tiembla
bajo nosotros por la fuerza que está ejerciendo sobre mi cuerpo.
—Estás tan jodidamente mojada. Tan jodidamente apretada. Dios, nada se
ha sentido tan bien como tú, nena. Me estás tomando tan jodidamente
bien —Baja la cabeza hacia mis senos y se lleva un pezón a la boca. El éxtasis
invade mi ser cuando se echa hacia atrás y mueve las caderas hacia delante,
cada vez más rápido, hasta que me sujeta la garganta para mantenerme
quieta y poder bombear dentro.
—Tan bueno... —jadeo, con la espalda arqueada sobre la cama—. ¡Voy a
correrme otra vez, joder, Silas!
El placer es demasiado. Estoy demasiado llena. Tan desbordante de placer
que se me saltan las lágrimas.
Silas me da un gemido de aprobación contra mi piel.
—Llora por mí, nena. Llora porque es tan jodidamente bueno y sabes que la
polla de nadie usa este bonito coñito como yo. Llora por mí.
Vuelve a sentarse sobre las rodillas, me agarra los tobillos con las manos, me
abre y obliga a mi cuerpo a seguir su ritmo. Golpea mis paredes como si
estuvieran hechas para él, moldeando mi coño para que se adapte a su polla
a la perfección, negándose a sacarla hasta que soy el agujero perfecto para
que él lo use.
—Yo… Dios… —murmuro incoherencias, un revoltijo de palabras y frases que
nunca antes había oído salir de mis labios.
—Shhh, no hables. Sólo tómalo.
Lo miro lo mejor que puedo, con los ojos entrecerrados y caídos, observando
cómo aprieta los músculos abdominales con cada embestida, con el cuerpo
bañado en sudor y las cejas fruncidas por la concentración, sus ojos oscuros
clavados en mí con mirada depredadora.
—Córrete para mí, Hex. Empapa esta polla, apriétame.
Como si mi cuerpo estuviera simplemente esperando su orden, siento que mis
músculos se contraen, mi espalda se inclina sobre la cama y un grito de
éxtasis me desgarra la garganta. Detrás de mis párpados parpadean luces
brillantes mientras me estremezco con gemidos entrecortados, arrastrada por
una corriente de éxtasis que sabe a la ambrosía más dulce.
Así se sentían los dioses, estoy segura de ello.
Completa y absolutamente eufóricos, como si nada pudiera tocarlos.
Me agito entre las olas, apenas percibo su voz ronca por encima de mí, sólo
siento sus embestidas entrecortadas, superficiales y rápidas.
—Dime dónde voy a correrme esta noche —ordena, mirándome lascivamente,
persiguiendo su propia liberación—. Dilo, cosita bonita.
—Mi coño —murmuro, hundiéndome en el colchón que tengo debajo,
contenta de dejar que el material de felpa absorba mi cuerpo completamente
follado. Mis paredes internas se contraen, apretándose alrededor de su polla,
sintiendo esas barras rozar la piel de mi interior.
Jesucristo. Como si necesitara los piercings con una polla así de grande.
—Así es, nena. Es todo mío, todo mío, joder —gruñe con brutales y cortos
empujones, sus caderas golpeando mi pegajosa piel mientras pierde el
ritmo—. Joder, voy a llenarte. Voy a llenar este coño. Joder, joder…
Cuando se corre, bombeando un chorro tras otro de esperma caliente en mi
coño, es un momento de una crudeza maravillosa. Hay tanta emoción en su
rostro, normalmente pasivo.
Las cejas fruncidas, los dientes clavados en el labio inferior, la cabeza
inclinada hacia atrás de placer mientras sigue bombeando perezosamente
dentro de mí, follando su semen en lo más profundo de mi ser.
Había tenido sexo antes. Antes de todo.
Perdí mi virginidad en mi segundo año de secundaria con Ian, pero eso no era
esto.
Había sido capaz de eliminar por completo mi mente de la ecuación. Forcé a
mi cabeza a vaciarse, y todo lo que podía hacer era sentir. Mi cuerpo
zumbaba, se retorcía y empujaba hacia él. Me perdí en un ciclón de placer,
ahogándome lentamente en un charco de éxtasis.
No había miedo. No había recuerdos.
Una dicha absoluta y envolvente cubre mi mente y mi cuerpo. Silas es mejor
que cualquier éxtasis que haya tomado. No hay droga que pueda igualar esto.
Nada malo puede tocarme aquí. Con él.
Cuando en la oscuridad de este dormitorio sólo resuenan nuestras pesadas
respiraciones, mi estómago empieza a temblar. Me arden los ojos de lágrimas
y sé que voy a romper una regla fundamental de las relaciones sexuales: no
llorar después del sexo.
Pero no puedo evitarlo, no cuando sé que me estoy enamorando de él.
No de una forma brutal, descarada, que se siente como puños rompiendo a
través de mis huesos y dientes perforando mi carne, no de la forma en que el
amor se ha sentido en el pasado. No de la forma en que mi mente convenció
a mi amor antes de él.
—Coraline —dice Silas, mirándome con preocupación en sus ojos oscuros—.
Oye, háblame. ¿Sigues aquí conmigo?
De esta forma enfermizamente dulce y suave que me hace jodidamente llorar.
¿Por qué ahora? ¿Por qué él?
Tantas veces he suplicado ser esa mujer hermosa, deseada, gentil y amable.
Noches caí de rodillas y recé a cualquier dios que me escuchara para ser una
persona digna del amor verdadero.
En cambio, me dijeron que estaba desechada. Destinada a ser sólo noches
amargas y mañanas manchadas. Toda mi vida iba a ser maldecida como una
cosa maldita, sin amor.
Pero Silas se toma su tiempo con mi nombre, como si fuera su palabra favorita
que quiere mantener en la boca el mayor tiempo posible. No se precipita como
un mal presagio. La pronuncia como una profecía destinada a su boca.
Silas no me hace sentir maldita.
Me hace sentir amada.
—¿Por qué no me dejas salvarte de mí?
La Maldita

Silas
Coraline está envuelta en mi sudadera cuando vuelvo al dormitorio. Metida y
escondida entre la tela negra, está sentada contra el cabecero de la cama con
las rodillas recogidas hacia el pecho.
Desde la puerta, parece tan pequeña, esta alma frágil y diminuta, y me cuesta
creer que alguien le haya tenido miedo alguna vez.
La taza caliente en mis manos produce vapor mientras camino hacia ella, con
mis pantalones de chándal colgando sueltos de mis caderas mientras me
siento en el borde de la cama, dejándole espacio, pero extendiendo la taza en
su dirección.
—No bebo café —murmura, secándose el rostro con la manga de la sudadera.
El enrojecimiento mancha sus mejillas, las lágrimas siguen cayendo de sus
ojos.
No puedo decir que ésa fuera la reacción que yo quería después de acostarnos
la primera vez, pero ella es imprevisible. Es una de las muchas cualidades
que me gustan de ella.
Cómo cada día es diferente y siempre hay algo que descubrir.
—Es té de lavanda —Me aclaro la garganta—. Lilac mencionó que es lo único
que te ayuda a dormir. Lavanda fresca, no la falsa. Sus palabras, no las mías.
Parpadea y mis dedos tienen que luchar para no extender la mano y secarle
las lágrimas. La única forma que tengo de consolarla es lo último que
necesita.
Quiero abrazarla, tocarla, hacerla sentir segura físicamente, pero el tacto es
un desencadenante para Coraline. Es una línea difícil de caminar cuando
todo lo que quiero hacer es tocarla.
—Creí que se había acabado —Me tiende la mano, me quita la taza y se la
pone contra el pecho.
Me llevo la mano a la nuca, rascándome ligeramente.
—Compré una planta.
—¿Compraste una maldita planta de lavanda? ¿Por qué?
Me abstengo de reírme, porque eso es lo que dijo Rook cuando se lo conté por
primera vez. Muevo la cabeza arriba y abajo, asintiendo lentamente,
confirmando sus palabras.
—Porque te gusta.
¿Cuándo se dará cuenta que no hay nada que no haga por ella? Que si es lo
que ella desea o beneficia su bienestar, lo haré. Conseguiré lo que sea.
¿Quiere un jardín de lavanda? Le conseguiré dos.
Se lo merece.
—Esto es falso, Silas.
Como si intentara recordárselo a sí misma, como si intentara forzarse a
creerlo cuando no creo que hayamos fingido nunca. Ni una sola vez he fingido
nada con ella.
—Pero parece real, ¿no?
—Eso es lo que me asusta —Se lleva la taza a los labios, bebe un sorbo y me
mira por encima del borde, con el rostro cubierto por la capucha.
Giro mi cuerpo completamente, colgando una pierna de la cama.
—¿Por qué tienes tanto miedo de hacerme daño?
Hay un lapso de silencio en el que ella busca mis ojos y no puedo leerla. No
tengo ni idea de lo que quiere decirme. Su mirada vacía me rompe el corazón,
saber que lo que sea que la hace apartarme la asusta tanto.
—Sé que lo que voy a contarte te va a parecer una locura. Como si me lo
estuviera inventando o estuviera todo en mi cabeza, y puede que lo esté, pero
para mí es real. Es lo suficientemente real, y si te lo cuento... —Ella inhala
profundamente, sollozando—. Cuando te lo cuente, necesito que me creas,
Silas. Prométeme que no me harás sentir como si estuviera loca.
Coraline no tiene ni idea de lo mucho que la entiendo. La desesperación de
necesitar que alguien, cualquiera, valide lo que está pasando en tu mente. No
tiene ni idea de hasta dónde tuve que llegar para tergiversar la verdad y que
encajara con la visión que los demás tenían de mí.
Diga lo que diga, le creeré porque sé lo doloroso que es cuando nadie más lo
hace.
—Lo prometo.
Y eso es todo lo que hace falta. Mi palabra basta para que empiece a hablar.
Le permito, por primera vez, compartir su historia con oídos que entienden lo
que es guardar un secreto. Ocultar la verdad, llevarla a cuestas como una
guerra de cien años.
Es una historia que comienza con el encuentro de un chico en una boda
cuando ella era joven, que le regaló una flor y fue la primera persona que le
dijo que la queria. Una historia que terminó con la muerte de ese chico en un
accidente de auto esa misma noche.
La primera víctima de la maldita.
—Me olvidé de él, como si no significara nada, como si fuera un parpadeo en
mi memoria. Crecí, y no volví a pensar en él hasta que estuve en la escuela
media. Hasta que conocí a un chico llamado Riley.
Mis cejas se fruncen mientras la escucho hablar. Me parece que hacer
preguntas cuando la gente tiene mucho que decir es infructuoso. Cuando das
a los demás el espacio para hablar, te dirán todo lo que necesitas saber.
Coraline sólo necesitaba un oído de confianza al cual derramar sus penas; el
resto vendría solo.
—Salimos en sexto curso. Tenía un hueco entre los dientes que me pareció lo
más bonito que había visto nunca. Se parecía un poco a Justin Bieber —Se
ríe, como si aún pudiera ver su cara en su mente—. El último día de clase
antes de las vacaciones de verano, me besó en la escalera. Fue rápido, bonito,
dulce. Todo lo que esperas de un primer beso. Justo antes de irse, murmuró
un te quiero tan rápido que ni siquiera tuve la oportunidad de responderle.
No recuerdo si lo habría dicho en serio o no. Aquella noche estuve junto al
teléfono durante horas, esperando un mensaje o una llamada suya, pero
nunca llegó. Mi padre me dijo a la mañana siguiente que Riley se había
ahogado en la piscina de su vecino. Así de fácil, estaba allí, y luego ya no.
Lo recuerdo lejanamente, un chico de nuestro curso murió ahogado. Cosas
como esa no pasan desapercibidas por la fábrica de rumores. Sólo que nunca
supe que Coraline estaba saliendo con él.
Sus lágrimas silenciosas se convierten en sollozos y sus manos intentan
secarlas frenéticamente mientras le tiemblan los hombros. Ahora que estoy
seguro que su llanto después del sexo no se debe a un recuerdo traumático,
acorto la distancia entre los dos.
Le agarro la taza de té y la dejo sobre la mesita antes de estrecharla entre mis
brazos. Apoyo la espalda en el cabecero y coloco su pequeño cuerpo sobre mi
regazo.
Cansada de luchar contra mí o agotada físicamente por el día de hoy, se deja
caer sobre mí. Se rinde, se derrite y deja caer la cabeza sobre mi pecho. Dejo
que se refugie aquí, al abrigo de mis brazos.
—Y entonces Emmet, Dios, Emmet… —Se ahoga con las palabras, y mi jodido
corazón se rompe por ella.
Aprieto su nuca contra mi pecho, y con la otra recorro su columna,
calmándola. Mis labios presionan la parte superior de su cabeza. Todo lo que
quiero es protegerla de esto, protegerla de este dolor, porque nadie lo ha
hecho. Nadie se preocupó por ella, y eso me enfurece y me rompe a la vez.
—En 1997, Deep Blue se convirtió en el primer ordenador en derrotar a un
campeón mundial de ajedrez —digo suavemente, abrazándola fuerte contra
mi cuerpo—. Deep Blue cambió su alfil y su torre por la reina de Gary
Kasparov después de sacrificar un caballo para ganar posición en el tablero.
Coraline tiene hipo en mis brazos y me escucha atentamente.
—Es mi partida favorita de todos los tiempos porque Kaspárov tuvo una
oportunidad. Estaba en una posición jugable, pero renunció, la primera vez
en su carrera que concedía la derrota. Cuando le preguntaron por ello, dijo
que había perdido su espíritu de lucha.
Siento que Coraline se relaja un poco contra mí y me detengo para darle un
suave beso en la sien.
—No hay derrota cuando te niegas a perder. Sólo podemos ser derrotados
cuando renunciamos a nosotros mismos, Coraline.
Gira la cabeza, me mira y apoya la barbilla en mi pecho.
—¿Cómo sabes tanto de partidas de ajedrez?
—Cuando era joven, tenía las partidas de ajedrez en bucle en los auriculares.
Me calmaba cuando tenía mucho que decir, pero no tenía espacio para hablar.
Nos hundimos en mi edredón gris acero, escuchando la respiración del otro.
Es agradable saber que algo que me reconfortaba de niño puede hacer lo
mismo por ella ahora.
Durante unos instantes, nos quedamos así sentados hasta que ella suelta un
suspiro y sigue hablando, terminando su historia con su novio de instituto
de muchos años, Emmet, que se suicidó justo después que ella rompiera con
él.
—Stephen era sólo la confirmación, el único de ellos que realmente quería
muerto, y él consiguió vivir. Siempre había insistido en que yo tenía la culpa
de que acabara en su sótano. Que había algo en mí que le convertía en un
monstruo obsesivo, que le hacía sentir que tenía que tenerme o moriría.
—Por eso te llama Circe —digo suavemente.
Lo que antes era una broma de mal gusto que Regina le echaba en cara se
convirtió en algo muy real para ella. Coraline creía sinceramente que estaba
maldita. Que había sido maldecida para arruinar a los hombres y chicos que
decidieran amarla.
Por eso tiene tanto miedo de dejarme entrar, porque teme hacerme daño. Lo
que en sí mismo me dice todo lo que necesito saber sobre Coraline. Algo que
ella ni siquiera ve en sí misma.
No es cruel ni antipática.
Está dispuesta a vivir su vida sola si eso significa no hacer daño a otras
personas.
—Si valoraras tu vida, dejaría de intentar enamorarme de ti —murmura
contra mi pecho.
Suelto una risita, un ruido extraño en el fondo de mi garganta, un ruido de
sonido sin usar.
Sus ojos se abren de par en par, brillando con un poco más de luz que antes.
—Deberías reírte más, Silas. ¿Por qué te empeñas tanto en ocultarlo?
—Le hice una promesa a alguien, a quien juré proteger. Un juramento que he
mantenido durante mucho tiempo, Hex.
—¿Una promesa de no hablar?
Me muerdo el interior de la mejilla.
—Algo así.
Se incorpora, endereza la espalda y se sienta a horcajadas sobre mi regazo,
con las rodillas fuera de mis caderas. Mis manos caen detrás de mi cabeza y
noto el calor entre sus muslos.
—Dámelo.
—¿Darte qué? —Arqueo una ceja y dirijo mi mirada a su parte inferior
desnuda.
—Eso no —Pone los ojos en blanco y sonríe—. Te di mi palabra de ser la
guardiana de tu secreto. Hiciste un juramento, guardaste un secreto. Ahora
puedes dármelo a mí.
—Es mi juramento —digo sinceramente—. No sé si me creerás.
—Silas —Inclina la cabeza, con el cabello saliéndole de la capucha—. Puede
que sea mala en esto de las emociones y de conectar con la gente. Lo entiendo.
Pero una cosa que puedo prometerte es que, pase lo que pase, te creeré. Tu
voz es el sonido en el que más confío del mundo.
Qué contradicción con todo lo que he oído toda mi vida. Lo decía en serio
cuando dije que no sé si es mi promesa dársela. No lo sé, y no puedo pedir
permiso a la persona porque está muerta.
No me gusta suponer lo que Rosemary querría porque nadie la conocía como
ella se conocía a sí misma. Pero si tuviera que adivinar... Coraline es con
quien ella querría que lo compartiera.
La única otra persona en mi vida que ha pasado sus años representada como
algo que no es, viviendo en una historia que no fue escrita por nuestras bocas.
Lo sentí en cuanto vi Coraline. Sabía que había algo en nosotros que nadie
más sería capaz de entender.
La miro, sabiendo lo mucho que le costó contarme su pasado. Para compartir
esas partes de ella conmigo. Por eso es peligrosa para mí, no porque tenga un
mal historial con los hombres, sino porque quiero hablar.
Quiero dar el salto de fe, para ver si ella me devuelve el favor de creer. Estoy
tan jodidamente cansado de llevar esto sobre mis hombros solo. Cansado que
el mundo me vea como una cosa y sepa quién soy por dentro.
Y sé que es ella quien necesita saber la verdad, porque mientras estoy aquí
sentado, mirándola, no hay ni una pizca de miedo en mis huesos. No hay ese
traqueteante “y si...” rebotando en mi cabeza como con los chicos. Sé que
cuando diga lo que voy a decir, ella confiará.
Porque es Coraline.
Soy la voz que ella necesita. Ella es los oídos a los que quiero hablar.
—No soy esquizofrénico.
Sus ojos se abren de par en par y, a su favor, se recupera bien. Es mejor de
lo que esperaba que fuera su reacción inicial. Siento como si hubiera
destapado un desagüe dentro de mí y el agua que tenía encerrada empezara
a salir.
Sale de mí como sangre de venas abiertas.
—Cuando tenía doce años… —me aclaro la garganta—. Llevaba unos meses
viendo a un psiquiatra. Mis padres estaban asustados por lo aislado que era.
Pensaron que hablar con alguien que no fueran ellos sería bueno para mí.
Incluso todos estos años después, puedo ver la pequeña versión de mí mismo
acudiendo a esas citas, pasando horas sentado en un sofá de cuero, jugando
al ajedrez y hablando de nada.
No me pasaba nada. Sólo estaba callado.
—Había terminado mi sesión del día y estaba esperando a que mi madre me
recogiera cuando oí llorar a una chica. Pensé que podría estar en problemas,
así que seguí el sonido. Lo seguí hasta que encontré a mi médico abusando
de una niña —Me estremezco, apartando los ojos de Coraline durante un
segundo, recordando los flashes de lo que vi—. Me entró el pánico y empecé
a gritar. Sólo quería ayudarla, llamar la atención de alguien para que lo
detuviera. Pero acabé aprendiendo hasta dónde es capaz de llegar la gente vil
de Ponderosa Springs para ocultar sus secretos.
Le cuento a Coraline cómo me sedaron y, cuando desperté en el hospital,
estaba escuchando a esa escoria de médico decirles a mis padres que tenían
un hijo esquizofrénico.
La rabia hierve en mis venas al revivir los recuerdos de aquel momento, al
sentir el escozor de la traición en mis labios mientras suplicaba que me
escucharan, un niño de doce años suplicando a sus propios padres que
confiaran en él.
Morí ese día. No cuando Rosemary fue asesinada, sino ese mismo día, morí.
El hijo que conocían, el que criaron, había desaparecido. Había muerto y
había sido reemplazado por algo que no pertenecía. Me convertí en un jodido
cadáver, y nadie más que yo podía oler mi alma putrefacta.
¿Y lo peor? No puedo enfadarme con ellos.
No cuando no tenían elección. Había un profesional médico diciéndoles que
todo lo que vi ese día había sido una alucinación. Los pensamientos en mi
cabeza ahora estaban contaminando mi realidad. Mi madre y mi padre
estaban aterrorizados por mí. Todo lo que querían era ayudar.
—Durante un tiempo, realmente me lo hicieron creer. Que me lo había
inventado todo —Froto mis manos por mi cara—. Entonces conocí a
Rosemary.
Entonces conocí a Rosie, y todo cambió.
—Era la chica que viste, ¿verdad? —pregunta Coraline, acercándose más a
mi estómago, sus manos enjaulando mi cara antes que sus uñas arañen a lo
largo de mi cuero cabelludo.
Asiento con la cabeza.
—Nunca me habría hablado de los abusos si yo no la hubiera visto. Nunca
me dijo por qué estaba viendo al psiquiatra en primer lugar. Rosie era buena
guardando secretos. Incluso conmigo.
No sé cómo no nos habíamos cruzado antes de los quince años, pero era como
si el universo supiera que nos necesitábamos para sobrevivir.
—Le hice la promesa de que nunca se lo diría a nadie, y ella prometió creerme
cuando le dijera que no había voces, que no estaba perdiendo la cabeza.
Viví toda mi vida con un diagnóstico erróneo de esquizofrenia para
mantenerla en secreto. Para mantenerla a salvo. Porque era la única persona
que tenía y no quería perderla.
—Mi brote psicótico tras el regreso de Sage fue real. Todo el trauma de perder
a Rose, simplemente... —Exhalo, apoyándome en las manos de Coraline—.
Me jodió, pero la hospitalización fue lo mejor para mí. Si no hubiera sido así,
no estaría aquí. No habría descubierto la verdad por mí mismo.
No hay dolor de cabeza, sólo un alivio total.
Las presas se derrumban sobre sí mismas dentro de mí. Ya no me siento
atrapado en mi propia cabeza. Soy un río caudaloso, que fluye, que siente.
—Los chicos —murmura—. ¿No lo saben?
Niego con la cabeza.
—Decírselo entonces habría significado traicionar a Rosie. No podía hacerle
eso.
Aunque había querido hacerlo. Aunque le había suplicado que me dejara
decírselo, para que mis amigos más íntimos me conocieran por lo que
realmente era y no por lo que este pueblo les decía que era.
Pero ella se negó, y era mi secreto para darles. No podía hacerles creer la
verdad de Rosemary. Así que me lo tragué, lo mastiqué como si fueran clavos
y viví con ellos apuñalándome la garganta cada vez que abría la boca.
Hasta que dejé de hablar porque me dolía demasiado mentirles.
—Cuando estés listo —tararea, con un bostezo robándole la voz—, se lo dirás.
Yo iré contigo. Podemos hacerlo juntos.
La miro, levanto la palma de la mano hasta su mejilla y rozo con el pulgar
justo debajo de su ojo. Una pequeña sonrisa se dibuja en la comisura de sus
labios. Verla así, vulnerable y abierta, me inunda de calor.
Esta mujer no es una maldición, nunca lo ha sido.
Es un jodido regalo.
Claveles Rosados

Coraline
El último lugar en el que esperaba estar en mi vida era ante la tumba de
Rosemary Donahue.
No la conocía.
No hablamos ni una sola vez, apenas tuvimos clases juntas. No fui a su
funeral, aunque toda la escuela lo hizo. No la conocía.
—Espero que te gusten los claveles —murmuro a la roca erosionada en el
suelo, colocando las flores que compré sobre su lápida—. Google dice que los
de color rosa se supone que representan gratitud o algo así.
Me abstengo de golpearme la frente con la mano. ¿Qué va a hacer?
¿Devolverlas si no le gustan las jodidas flores?
Esto ya me parece una estupidez por mi parte, como si lo estuviera
fastidiando todo. Después de lo de anoche con Silas, de escuchar su historia,
su verdad, y de quedarme despierta hablando hasta que el sol estaba alto en
el cielo, solo había una cosa que quería hacer hoy.
Quería hablar con Rosemary.
—Sé que esto es probablemente muy raro, yo apareciendo así. No nos
conocemos, pero no te siento como una total extraña para mí. Me estoy
enamorando de alguien a quien tú una vez amaste, y siento que eso nos
conecta de alguna manera. Quiero decir, tenemos que ser algo similares, ¿no?
Tenemos el mismo tipo.
Estoy tentada de reírme de mi propio chiste para calmar los nervios, pero
cuando el silencio me responde, acabo sintiéndome más ansiosa. Quizá sea
porque la primera vez que admito abiertamente mis sentimientos por Silas es
ante su novia muerta.
Me siento como el niño del cartel de la incompetencia emocional.
—De todos modos, eso no es lo que quería decir, y si estás escuchando, espero
que tomes esto y sepas que lo digo en serio —Suelto un suspiro—. Gracias.
Gracias por amarlo. Nunca he conocido a alguien que merezca tanto amor
cada segundo de cada día como Silas.
Ni siquiera estoy segura de que el amor que tengo para dar sea suficiente para
un hombre como él. Mi corazón se siente como un órgano sucio, ennegrecido
y podrido que estoy presentando a una persona con las manos limpias. Se
mantiene unido con tiritas viejas y chicle. No está intacto; está fracturado y
desdichado, y sé que él se merece más.
Puede que ni siquiera lo acepte. Si fuera yo, no lo haría.
—Gracias por amarlo, por enseñarle a amar a los demás. Su corazón me ha
ayudado de más formas de las que soy capaz de comprender. Creo que la
bondad de la que todos hablan siempre de ti se le ha pegado, probablemente
sin que se diera cuenta.
El silencio del cementerio me rodea, y lo agradezco un poco en este momento.
Puedo decir lo que quiera aquí, y no cambiará nada, pero me siento bien al
darle las gracias. Expresar mi gratitud.
—Creo que lucho tanto contra él porque lo supe desde aquella primera
llamada, ¿sabes? —Hago una pausa, sacudiendo la cabeza—. No puedes
responder a eso, me doy cuenta. Lo siento. De todos modos, sentí que incluso
antes de que me conociera, en ese tejado, yo estaba rota, y eso estaba bien.
Me hace sentir que ser Coraline es suficiente, maldita y todo eso.
Su sola voz me había reconfortado más aquella noche que lo que me habían
reconfortado los cuerpos enteros de otras personas en años. Hay una
seguridad en él que nunca antes había conocido.
Una confianza.
—Siento haber divagado. Sólo quería agradecerte todo lo que hiciste por Silas,
y supongo que también por mí. Te prometo que haré todo lo posible para
proteger el corazón que alimentaste. Gracias, Rosie.
Mientras pronuncio su nombre, la cálida brisa de verano me acaricia el rostro,
haciéndome estremecer involuntariamente. Nunca he creído en la vida
después de la muerte, pero ahora quiero creer que es real y que ella me ha
oído.
—Grandes mentes, ¿eh?
Una voz atraviesa la paz del cementerio, y me giro de la lápida que tengo
delante, encontrándome con una copia de la chica a dos metros bajo tierra,
sosteniendo su propio juego de flores.
—Sage —susurro, con el rostro enrojecido—. Yo no... yo no...
—No he oído nada —Me despide con una sonrisa, acercándose y poniendo las
margaritas en sus brazos junto a los míos—. Tus secretos están a salvo con
mi hermana.
El alivio me recorre el cuerpo. No es que me avergüence de lo que siento por
él. Es solo que no me gusta la idea de que todo el mundo sepa lo que pasa
dentro de mi cabeza todo el tiempo, especialmente esto.
Sage refleja mi postura, de pie a mi lado para mirar la tumba de su hermana,
y creo que es revelador.
Que nos sentimos como diferentes versiones del mismo espejo.
Crecimos en hogares similares, con la misma reputación de Ponderosa
Springs inculcada desde pequeñas, pensando constantemente en lo que
piensan los demás.
—¿Te importa si te doy un consejo injustificado? Rook dice que debería
empezar preguntando primero, aunque lo voy a decir de todas formas.
Me río y le hago un gesto para que continúe.
—Déjalo entrar.
Arrugo las cejas.
—¿Qué?
—Lo harán de cualquier manera. Cuando un Hollow Boy quiere algo, lo
consigue. Está en su naturaleza. Sé lo que es llevar una máscara, y sé que
tienes miedo de quitártela, pero hay más en la vida que fingir. Déjalo entrar.
Será mucho más fácil para tu corazón que si derriba esos muros a la fuerza.
Sage y yo, nos sentimos como dos caras de la misma moneda.
Dos chicas que ocultaron quiénes eran durante tanto tiempo porque
sabíamos que, si mostrábamos la verdad a este lugar, lo harían pedazos. Así
que lo mantuvimos en privado, demasiado reservado. Ella aprendió un poco
más rápido que yo a dejar entrar a los demás.
—¿Qué hago si ya está dentro? —murmuro.
Dios, ¿cuánto tiempo había pasado desde que hablé con alguien sobre
problemas de chicos? ¿Cuánto hacía que no tenía a alguien con quien hablar?
—Entonces díselo, o no parará.
Es complicado, quiero decir. Es complicado porque sé que es mejor para mí
mantener mi distancia emocional. Físicamente, ya hemos estado más cerca
de lo que dos personas deberían estar. Ese hombre estaba en mis putas tripas
anoche.
Es mejor si guardo este secreto para mí y Rosemary. Porque si le digo a Silas
que lo amo, no se detendrá. No se detendrá hasta que lo mate, y no quiero
perderlo.
No quiero robarle a Zoe y Scott Hawthorne su hijo. No quiero robárselo a los
chicos. Egoístamente, no quiero que me odien por llevármelo.
Es fácil decir que la maldición está en mi cabeza hasta que has vivido lo
mismo que yo. Hasta que has visto cómo hiere a la gente.
—No vas a romperlo, ¿sabes? —Ella arquea una ceja como si pudiera ver a
través de mí—. No conozco a Silas de la forma en que Rook o los otros chicos
lo hacen, pero lo conozco lo suficiente. Lo suficiente como para saber que no
va por ahí tocando a la gente. Conoce a Rook desde que eran niños, y los he
visto abrazarse quizá dos veces... Sin embargo, parece que no puede
mantener sus manos lejos de ti.
Quizá porque me he acostumbrado a la frecuencia con la que Silas me toca,
no me había dado cuenta de que lo hacía. La mano despreocupada en mi
cadera cuando pasa por detrás de mí, el brazo colgado alrededor de mi
hombro, colocándome el cabello detrás de la oreja al azar.
Es algo que hacemos a menudo. No es algo que nos esforcemos por hacer de
cara al público porque es algo... ¿nuestro?
—¿No es esto incómodo para ti? —digo, tratando de apartar la atención de
mí, haciendo un gesto a nuestro alrededor—. Hablar de esto conmigo, aquí.
—No —dice en voz baja, rozando con los dedos la parte superior de la tumba
de su hermana—. Hice una promesa. Hace unos años, después que mataran
a mi padre...
—¿Pensé que el incendio en el que quedó atrapado fue un accidente?
Sage arrastra la lengua por delante de los dientes.
—¿Has conocido a mi novio?
Buena observación.
¿Rook Van Doren y el fuego? Nunca un accidente.
Es bueno saber que no soy la única con secretos enterrados. Reconfortante.
No necesito saber los detalles, porque no importan. Es agradable no estar tan
sola.
—Fue por Rose. Ella ya había muerto, y cuando enterraron a nuestro padre,
juré que pasara lo que pasara, no dejaría que Silas muriera triste. Juré que
me aseguraría que fuera feliz. Así que no, no es incómodo porque puedo ver
lo que tú podrías ser para él, lo que él podría ser para ti.
Me trago el nudo que tengo en la garganta.
¿Podría decírselo? ¿Que la razón por la que tengo miedo es que en realidad
estoy maldita y no es sólo un apodo, por mucho que me gustaría que lo fuera?
—Espero que no pienses que estoy tratando de reemplazar a Rosemary por
estar en este acuerdo con él. Nunca le haría eso a él ni a ninguno de ustedes.
Sé lo importante que ella era. Respeto el amor que siente por ella. El amor
que todos ustedes sienten por ella.
Lo cual es cierto.
No quiero que nadie piense que estoy faltando el respeto a su memoria. Sé lo
importante que es para todos ellos, especialmente para Silas.
—No vas a reemplazarla, Coraline. No te vemos de esa manera. Tampoco
Silas. No puedes reemplazar lo que ellos tenían porque lo que ustedes
comparten es completamente diferente —dice, mirándome—. Me gustas,
Coraline. Te entiendo. Yo fui tú. Y no se me ocurre mejor manera de que Silas
honre la memoria de mi hermana que enamorándose de nuevo. Es todo lo
que ella hubiera querido para él.
Aquí Viene la Novia

Silas
—Adelante —gruño, sintiendo ya un dolor de cabeza palpitante en las sienes.
La puerta se abre y entra la última persona con la que quiero tratar hoy.
—Me alegro de haber podido pillarte antes que te fueras hoy, jefe.
Me abstengo de tirarle a la cabeza la grapadora que tengo en el escritorio.
Daniel no dice jefe con respeto. Es una indirecta, su forma pasivo-agresiva de
recordarme que nunca seré mi padre. Que nunca estaré a la altura de su
legado en esta empresa.
Me inclino hacia delante y cierro el portátil mientras él sigue caminando hacia
el interior y se sienta en la silla de metal frente a mi escritorio. Me tiende una
pila de papeles.
Los miro, pero no los leo antes de hablar.
—¿Qué estoy mirando, Daniel?
—Nuestras nuevas ventajas y propuestas de valor para la seguridad de los
puntos finales —dice, orgulloso de sí mismo por haber hecho lo mínimo—. Sé
que...
—Ya te dije que no había terminado el desarrollo del software —lo interrumpo,
mezclándose mi irritación con Stephen y Daniel. Agarro los papeles y se los
arrojo al pecho—. Quita esto de mi maldito escritorio. Si ventas no tiene los
nuevos materiales de marketing para los cortafuegos de nueva generación
para esta noche, no te molestes en venir a la oficina mañana.
Palidece y balbucea:
—¡No puedes despedirme!
Arqueo una ceja, rogándole que me ponga a prueba ahora mismo.
Daniel sacude la cabeza, burlándose de lo increíble que soy obligándolo a
hacer su trabajo. Recoge los papeles que habían revoloteado por el suelo antes
de señalarme con el dedo.
—Le dije a la junta que esto pasaría. Tu trastorno mental te hace
impredecible, piensas con las emociones y no con la cabeza. Usted no es apto
para CEO.
—Sal de mi oficina, Highland.
—Más te vale que Caroline y tú duren en esa farsa de matrimonio. Ese asiento
es mío en el momento en que firmes los papeles del divorcio.
Mi mandíbula se tensa.
El aire de mi despacho se convierte en una presión espesa y pesada que
aumenta con cada palabra que sale de su boca. Es un calor agobiante,
sofocante, que irradia desde lo más profundo de mí como las ondas de calor
del asfalto caliente.
Daniel sigue divagando, levantándose y abriendo la boca, pensando que no lo
despediré porque lleva mucho tiempo trabajando aquí. Perder su trabajo es
lo último que debe temer en este momento.
Mi palma encuentra el frío metal de mi pistola. Como la luna llama a la marea,
la violencia me encuentra a mí. La yema de mi dedo traza la curva del gatillo,
su familiar fuerza me recorre.
Cuando se gira para mirarme, dispuesto a darme otro pedazo de su deslucida
mente, se queda inmóvil, congelado en una conmoción y un terror que duran
quizá dos segundos antes que el sonido de una bala abandonando la
recámara resuene entre las paredes de mi despacho.
El grito de niña de Daniel hace que me piquen los oídos. Cae al suelo,
agarrándose la pierna mientras un líquido oscuro y carmesí sangra de la
herida justo encima de la rótula.
Se retuerce de dolor, intenta arrastrarse hacia la puerta con lágrimas
cayéndole por la cara mientras me levanto. El olor a pólvora y plomo me
inyecta adrenalina líquida en el corazón.
Me pongo en cuclillas para que estemos a la altura de sus ojos cuando se
acobarda en la esquina, atrapado sin ningún sitio adónde ir y sin otra opción
que enfrentarse al cañón hueco de mi pistola.
El lateral del arma capta la luz del techo.
No temas al mal. La sombra y el valle son tuyos.
Le presiono el cuello con la culata de la pistola y le levanto la barbilla para
obligarlo a mirarme; quiero que vea lo poco que valoro su vida.
—Dime, Daniel —Inclino la cabeza, con una sonrisa en la comisura de los
labios—. ¿Cómo se llama mi mujer?
Sus labios tiemblan y sus ojos se apartan de los míos mientras traga saliva
antes de pronunciar una palabra susurrada.
—Coraline.
—Recuerda ese nombre. Es el que te salvó la vida.

Todavía me ruge la sangre en los oídos cuando entro en la tienda de novias,


el aire perfumado contrasta directamente con la pólvora que queda en mi
traje.
Soy una artillería letal entrando en un lugar que apesta a suavidad femenina,
con la adrenalina todavía bombeando por mis venas cuando piso la gruesa
alfombra. Vestidos de diseño cuelgan de percheros alrededor de la habitación,
los vestidos blancos brillan como focos.
—Señor —Una señora vestida con un sencillo conjunto negro de falda y
chaqueta a juego se cruza en mi campo de visión—. ¿Puedo ayudarle?
—¿Dónde está mi mujer?
Sigo con las manos en los bolsillos mientras la miro con expectación. Estoy
de mal humor y lo único que va a evitar que me convierta en un imbécil con
todos los que me rodean está entre los muslos de Coraline.
Mi mente está en guerra, y quiero el consuelo que sólo da su cuerpo.
El rostro de la mujer se da cuenta.
—Sr. Hawthorne, lo siento mucho, no tenía ni idea que hoy se uniría al cortejo
nupcial. Están en la parte de atrás. Déjeme ver si están decentes...
—Usted y su personal van a tomar un almuerzo prolongado —interrumpo,
sacando la cartera del bolsillo antes de sacar unos cuantos billetes de cien
dólares y ofrecérselos—. Ponga el cartel de cerrado cuando se vaya.
Ya había reservado la tienda para ese día, así que no tenía que preocuparme
de que otras futuras novias anduvieran por ahí. Sé que la atención pone
nerviosa a Coraline, y quería que disfrutara del día. Tanto como pudiera
dadas las circunstancias.
—Por supuesto —Se aclara la garganta, aceptando el pago—. Su privacidad
es nuestra mayor preocupación. ¿Hay algo más en lo que pueda ayudarle?
Sacudo la cabeza, paso junto a ella y me dirijo a la parte trasera de la tienda.
Mis manos descorren la cortina púrpura oscuro que divide la tienda por la
mitad, entre el escaparate y la zona de probadores.
Risas resuenan por toda la sala y las chicas aplauden mientras Coraline, de
pie en el centro de la habitación sobre una pequeña plataforma circular, gira
con su vestido de novia color marfil ondeando alrededor de su cuerpo.
—Vera Wang nunca falla, joder —dice Sage desde su sitio en uno de los
lujosos sofás, con una copa de champán en la mano, pero Coraline no le
presta atención.
La pared de espejos frente a ella le ofrece mi reflejo en la puerta. Una suave
luz rosa ilumina su rostro cuando se vuelve para mirarme, con el cabello
oscuro suelto por detrás, un largo velo recogido en la coronilla y una cascada
de tul que le cae por la espalda.
El vestido de gala sin tirantes tiene un escote pronunciado que me permite
ver perfectamente el espacio entre sus tetas. Una costosa seda envuelve la
parte superior, formando ondas de tul que se mecen alrededor de sus pies.
Mis dientes se hunden en mi labio inferior ante los lazos de gasa de seda
negra de su cintura.
—Silas, ¡qué mierda! —murmura Briar, volviéndose hacia mí—. Da mala
suerte ver a la novia con vestido.
—¿Parece que me importa una mierda? —respondo, frotándome la mandíbula
mientras devoro la visión de ella en el exuberante material.
—¿Es tu forma de decirnos que nos larguemos? —pregunta Lyra, arqueando
una ceja.
Asiento despacio, viéndolas reír como colegialas mientras recogen sus cosas.
Ya sabía que mi madre se había ido a pasar la tarde con mi padre, así que
solo les queda despedirse de sus amigas antes de que la tenga para mí solo.
Se escabullen silenciosamente fuera del probador mientras me acerco a mi
mujer, que aún no se ha movido de su pedestal en medio de la habitación.
—Te estás colando en mi día de chicas, Hawthorne —dice, ladeando la cabeza,
con una sonrisita en los labios—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Me subo a la pequeña plataforma con ella, le pongo las manos en las caderas
y la giro para que mire hacia la pared de espejos que tenemos delante. Bajo
la cabeza y arrastro la nariz por su cuello, inhalando su aroma.
—Pasé todo el día detrás de mi escritorio pensando en cómo te sientes bajo
mis manos —Aprieto sus costados para enfatizar—. Quiero usar este cuerpo.
Jadea cuando mi lengua roza el pulso de su garganta.
—¿Esta es tu manera de decirme que el contacto físico es tu lenguaje de
amor?
Sonrío contra su piel, forzando sus caderas hacia las mías, haciendo que su
culo roce contra el bulto de mis pantalones, que no dejará de palpitar hasta
que haya vaciado hasta la última gota de semen en su apretado coño.
—Creo que podrías ser mi lenguaje de amor, Hex.
Coraline hace un ruido en el fondo de la garganta cuando el material del
vestido produce un horrible sonido de desgarro. Arranco puñados de tul de
la falda, adelgazándolo hasta que soy capaz de sentir su culo desnudo
apretado contra mi entrepierna.
—¿Sin bragas, Hex? —Tarareo mi aprobación—. ¿Esperabas que apareciera
y te follara con uno de estos vestidos?
—Este es un Vera Wang vintage de cuatro mil dólares.
—Ya no. Ahora no tiene precio porque va a ser el vestido en el que te empapes
de semen para mí.
Su pecho se hincha con una profunda respiración mientras mis palmas
recorren la parte delantera de su cuerpo, rozando la gasa por su vientre antes
de hundirse en el escote para ahuecar sus grandes tetas.
—¿Pasó algo...?
—Hablamos luego —murmuro—. Ahora mismo, vas a ver cómo te uso.
Tocarla no es suficiente. Retorcer sus sensibles pezones entre mis dedos,
jugar con esos bonitos piercings no es suficiente. Quiero destrozarla y
enterrarme en la ruina. Moriría feliz allí.
—¿Me vas a follar ahora? —pregunta.
Entorno los ojos hacia ella en el reflejo del espejo y le agarro el rostro para
que me mire. La miro y me relamo al ver lo jodidamente impresionante que
es.
Esos ojos marrones se arremolinan con lujuria, desesperados por mí.
—Abre grande y di por favor.
Sin perder un segundo, me pestañea y me dice:
—Por favor, ¿te follarías a tu mujer, Silas?
Y deja caer la mandíbula, sacando su lengua rosada para que escupa. Y eso
es exactamente lo que hago antes de acercar mi boca a la suya, forzar mi
lengua entre sus labios, saborear y devorar cada gota de ella.
—Sé una buena puta para tu marido y ponte a cuatro patas —Mi mano golpea
su culo, haciéndola saltar—. Boca abajo, culo arriba, cosita bonita.
Le doy un beso en los labios antes de soltarla y sonrío mientras se tambalea
desde la plataforma, ya sin fuerzas en las rodillas. Me acaricio la polla a través
del pantalón, frotándomela de la raíz a la punta, intentando aplacar el calor
que me abrasa. Pero no tengo suerte.
Soy incapaz de ser lento. De ser dulce y tomarme mi tiempo.
Quiero estar dentro de ella. Quiero que mi semen salga de ella para poder
volver a introducirlo con mi lengua.
Con una mano me quito el cinturón, guardando el cuero en la palma, antes
de desabrocharme los pantalones y bajar de la plataforma, siguiéndola
mientras se arrastra hacia el espejo.
Cuando está cómoda, deja de mirarme a través del reflejo. Lentamente, me
arrodillo detrás de ella y le doy la vuelta a la poca tela que le queda por encima
de la cintura. Agarro su culo desnudo con la mano y esta vez lo golpeo un
poco más fuerte.
—¡Silas! —gimotea, alejándose de mí.
Niego con la cabeza, chasqueo la lengua y le paso el cinturón por la delicada
garganta y por la hebilla antes de tensarlo. Me recorre una oleada de
satisfacción y mi polla se retuerce mientras ella jadea.
—Hoy no vas a correr, Hex —Mis puños rodean el cuero, usándolo como
correa para mantenerla quieta—. Te vas a tumbar aquí y te vas a llevar cada
puto centímetro de mí en tu coño.
Coraline gime, mordiéndose el labio inferior con la cabeza inclinada hacia el
techo, asintiendo con impaciencia. Sonrío y me bajo los pantalones con la
mano libre, dejando mi polla al aire, lo que me hace sisear entre dientes.
Arrastro los dedos entre sus muslos, sintiendo cómo su humedad empapa mi
mano. Un gemido me hace cosquillas en la garganta mientras rodeo su
clítoris, sintiendo cómo sus muslos se abren más para darme más acceso a
su cuerpo.
—Me encanta que ya estés goteando por mi polla —Presiono mis caderas
contra su culo, frotando mi polla contra su piel caliente—. Me encanta lo
necesitado que está este precioso coño de mí.
Utilizando sus jugos, lubrico mi polla y bombeo un par de veces antes de
guiar la punta hasta su entrada. Coraline gime, meneando el culo mientras
hundo la punta en su calor sofocante.
Veo cómo su apretado coño me succiona dentro de ella, cada centímetro de
mi dura longitud atravesando su carne cálida y rosada hasta que me
introduzco hasta el fondo hasta que no queda espacio entre nosotros.
Estoy enterrado profundamente dentro de ella.
Aliviado, contento, en casa.
La fuerza de mi embestida hace que ella apoye una palma en el espejo,
tratando de mantenerse erguida mientras me alojo en sus estrechas paredes.
Es tan cálido, tan caliente, tan húmedo que no puedo evitar inclinar la cabeza
hacia el techo, dejando que un fuerte gemido me sacuda el pecho.
Joder, nunca nada se ha sentido tan bien. Nada volverá a sentirse tan bien.
La forma en que su coño se estira para mí, haciendo espacio, queriendo todo
de mí.
—Este dulce coño está hecho para mí, nena —gruño, retirándome a
regañadientes antes de dar otra embestida hambrienta—. Jodidamente
perfecto para mí.
—Tan llena. Demasiado —Se inclina más hacia el espejo, con la otra mano
presionando su bajo vientre, buscándome allí—. Dios, te siento en mi
garganta.
Siento el calor de sus paredes interiores tirando de mí cada vez que retrocedo,
solo para volver a introducirme dentro de ella, cada embestida intentando
hundirme más, queriendo estar incrustado en cada centímetro de su cuerpo
y recubierto de su ADN para que no pueda pasar ni un segundo sin que yo
fluya a través de ella. Si pudiera arrancarme físicamente el alma para coserla
a la suya, lo haría.
Y sin embargo, dudo que estuviera lo suficientemente cerca.
Su pequeño cuerpo se enciende en mis manos con cada caricia, sus muslos
tiemblan mientras sus palabras se entremezclan, arrebatadas por gritos de
placer que se precipitan sobre ella como cascadas de éxtasis.
Quiero que se desmorone. Quiero que los dos nos desmoronemos hasta que
queden restos de lo que fuimos. Todo para que podamos recomponernos el
uno al otro, hasta que seamos un mosaico.
Mis caderas marcan un ritmo brutal y sólo salgo hasta la mitad antes de
volver a penetrarla, pues no quiero estar demasiado tiempo fuera de sus
estrechas paredes. Su bonito culo me golpea el estómago cada vez que toco
fondo.
Mis ojos oscuros miran al espejo y ven sus tetas desbordándose por encima
del vestido, rebotando con la fuerza de mis caricias. Su cabeza está inclinada
hacia abajo mientras tiembla entre mis brazos. Su cuerpo, mucho más
pequeño, intenta aguantarme y mantenerse erguida al mismo tiempo. Pero
quiere sucumbir al placer, quiere dejar que sus miembros se rindan.
—Mira qué jodidamente sexy eres —Jalo de la correa que la rodea hacia atrás
para que se mire en el espejo. Su boca se abre más, los párpados caen para
cubrir al menos la mitad de esos ojos de cordero—. Qué puta tan bonita y
embriagada de polla, nena.
Tiene el rímel corrido por el rostro, las mejillas rojas, el vestido roto y las
piernas abiertas para que abuse de su coño hasta que haya tenido mi dosis.
Maldita sea, es perfecta.
—Silas —suplica, con la voz entrecortada por el agarre que tengo sobre el
cinturón que rodea su garganta—. Silas, Silas.
Es un desastre divino. Arruinada y a punto de correrse sobre mi polla. Mi
hermoso y divino desastre. Me clavo en ella con más determinación, más
hambre, utilizando los sollozos de felicidad que salen de sus labios como
combustible. El sudor caliente y sus jugos corren por mis muslos, y su coño
se une a sus gritos. Las paredes huecas de la habitación me devuelven el
sonido a los oídos.
—Eres una jodida buena chica, tomándome todo así, Coraline —Mis dientes
rechinan—. Voy a llenarte hasta que reboses de mí.
Sueno más duro de lo que quisiera, pero todo se siente tan brutal mientras
intento saborear cada centímetro de mi longitud sembrando en mi nuevo
hogar. Ella me mira en el reflejo, con los ojos húmedos y derritiéndose por mí.
Está suave y empapada por todas partes, tragándome como una ola.
Suelto el cinturón, sujeto sus caderas con las dos manos y aprieto su suave
carne con las palmas, utilizándolas como palanca para hundirme al máximo
con cada embestida. Se estremece, gime dulcemente, a punto de caer al vacío,
y mis bolas se tensan, deseando seguirla hasta el precipicio.
Como no me siento lo bastante cerca, rodeo su cintura con los brazos y la
atraigo hacia mí. Grita por el cambio de posición, con mi polla alojada tan
dentro de ella, con los piercings asaltando su punto G hasta el punto de que
es casi demasiado.
Pero nunca tendré suficiente.
Su culo apretado descansa sobre la parte superior de mis muslos mientras la
empujo arriba y abajo por mi eje, usando su coño para masajear mi polla
como un juguete. Me la follo como si fuera mía para arruinarla, porque lo es.
Destrozaré, arruinaré y demoleré todo lo que ella conoció antes y caeré de
rodillas adorando la belleza de lo que ella reconstruye.
Mis labios presionan un beso a un lado de su cuello, mi respiración errática
en su oído mientras saboreo el sudor que gotea por su garganta.
—Empapa mi polla, nena. Córrete sobre mí. Muéstrame lo bien que te hago
sentir —gimo, sintiendo que ya empieza a deshacerse, que ese apretado
resorte de su bajo vientre se parte en dos.
—Joder, joder, mierda, Dios mío —maldice, con el cuerpo rígido entre mis
brazos.
Su coño me estrangula, un tirón hambriento que me pone al borde del abismo
justo cuando se derrama sobre mis muslos, palpitando alrededor de mi polla
hasta que la lleno con mi semen.
—Coraline.
Su nombre es una súplica en el pliegue de su cuello mientras sigo bombeando
mi semen en su coño empapado, follándonos a los dos a través de las secuelas
de nuestro orgasmo. Incluso cuando se desploma sobre mí, como una
marioneta que ha perdido los hilos, sigue gimiendo y lloriqueando mientras
mueve las caderas hacia atrás, correspondiendo a cada embestida.
No quiero salir nunca, no quiero dejar su cuerpo nunca.
Ella es opio. Una sustancia adictiva que nunca quiero dejar. Ese sutil y dulce
aguijón de las drogas que se inyectan en tu torrente sanguíneo, sus
tentáculos envolviendo tu mente, atrayéndote a ese lugar apartado donde se
esconden los susurros sutiles y la dulce liberación.
Hay paz en su cuerpo. Una paz tranquila después de que el mundo se haya
negado a darme sólo guerra durante años. Una quietud que el caos de mi
interior ansía.
—Silas —susurra, con la cabeza apoyada en mi hombro—. Creo que lo has
conseguido. Estoy oficialmente arruinada.
Meto la cabeza en el pliegue de su cuello y acribillo su garganta a besos,
pasando la lengua por debajo del cinturón de cuero para aliviar la piel
enrojecida. Sonrío mientras me mantengo dentro de ella.
—Tú también me has arruinado.
Arruinó el miedo a amar por la pérdida inminente.
La muerte no es un quizá; es una obligación para todos nosotros. Da miedo
saber que en cualquier momento nos pueden arrebatar, un segundo aquí y al
siguiente ya no. Es aún más escalofriante cuando piensas en amar a alguien
sabiendo que, hagas lo que hagas, morirá.
Pero ella lo vale. Vale el dolor, vale el miedo, vale la pena si se va antes que
yo. Vale su peso en oro, y me gustaría destruir a cualquiera que la hiciera
sentir que no lo es. Como si amarla fuera algo difícil de hacer.
Amar a Coraline Whittaker vale la muerte inevitable.
La tranquila quietud del aire se rompe como un cristal cuando suena mi
teléfono. Las cosas buenas rara vez están hechas para durar y este momento
de paz... no es diferente.
Basta una frase para que vuelva la guerra. Destrucción imparable. Los
edificios se derrumban, los monumentos se desmoronan y todo lo bueno se
convierte en cenizas.
—Tenemos un jodido problema.
Oh, Hermano

Silas
Luces rojas y azules de la policía iluminan la fachada de la casa de la infancia
de Alistair Caldwell.
Creo que es la primera vez que pisa esta propiedad desde que dejó Ponderosa
Springs hace dos años. No había nada que viviera dentro de esos muros que
mereciera la pena visitar. No importaba cuántas veces su madre y su padre
intentaran rogarle que volviera a casa, que regresara y ocupara el lugar que
le correspondía, para tener un hijo al que transmitir su legado.
Como si no le hubieran tratado como a una bolsa de repuestos desde que
nació. Como si no lo hubieran creado en una placa de Petri por si le pasaba
algo a su hermano mayor Dorian.
Si supieran cuánto lamentarían haber elegido a su hermano mayor como
heredero.
—¡Maldito cobarde! ¿Ni siquiera puedes salir y enfrentarte a mí?
El ruido sordo del cuerpo de Easton Sinclair estrellándose contra el lateral de
un auto patrulla resuena cuando salgo del asiento delantero de mi auto.
Miro a Rook, los dos unos pasos por detrás de Alistair y Thatcher.
¿Qué tenía que ver la familia Caldwell con esto? De todos los lugares para que
Easton apareciera, ¿aquí es donde elige?
Thatcher se desliza junto al agente con los brazos alrededor de Easton,
tratando de obligarle a sentarse en el asiento trasero con las esposas sujetas
a la espalda.
—¿Le importa si tenemos unos minutos antes que se lo lleve? —Levanta
varios billetes de cien dólares entre los dedos y espera unos segundos a que
el policía mayor se los acepte, embolsándose el dinero.
—Tienes veinte.
Cierra de golpe la puerta del auto, antes de hacer girar a Easton para que nos
mire, dejando que se apoye en el lateral del vehículo mientras se aleja para
darnos nuestro el tiempo pagado.
Easton tiene los ojos sombríos, la piel pálida y sudorosa. No estoy seguro de
cuánto tiempo ha pasado, pero si tuviera que adivinar... Hacía meses que
Easton Sinclair no estaba sobrio.
El olor a alcohol que desprende me revuelve el estómago ante el aroma de
suciedad y alcohol.
—Por supuesto, ustedes cuatro aparecerían —Él enseña los dientes—,
¿Wayne Caldwell te llamó para rescatarlo?
—¿Qué mierda estás haciendo aquí, Sinclair? ¿Stephen te envió aquí para
intentar jodernos? —pregunto.
—¿Por qué no le preguntas a Alistair?
Easton Sinclair siempre ha sido predecible. Sigue órdenes como un perro
apaleado y rara vez se desvía del camino trazado ante él.
No conocía a este tipo. No era la persona que había crecido odiando. ¿Esta
persona? Era un extraño. Lo que lo hacía mucho más peligroso ahora, antes
de que pudiera predecir su próximo movimiento estúpido. ¿Ahora? Había un
aire de incertidumbre.
Pero no fue él quien me sorprendió.
Era la persona a la que yo llamaba un hermano.
—Quién te lo ha dicho.
Algo cambia cuando Alistair habla. Todo se tensa dificultando su respiración,
convirtiendo la energía de sangre caliente en frío vengativo.
Los hombros de Thatcher se endurecen al mirar a nuestro amigo, con las
cejas crispadas por la confusión y tan rápido, como una estrella fugaz, el dolor
pasa por sus ojos antes de volver al pasivo Pierson.
—Stephen tuvo la amabilidad de llamarme hoy, sólo para decirme que he
llevado el apellido equivocado toda mi vida, sintió que ya era hora —Easton
escupe las palabras como si le quemaran la lengua. Ojos afilados como
cuchillos, el odio puro que emanaba de su mirada era palpable. El desdén y
la repugnancia se derraman hacia Alistair.
—Tu padre ni siquiera tiene las bolas de salir y enfrentarse al hijo que nunca
reclamó.
El ambiente se espesa, cargado de tensión, a medida que se deshilacha el
vínculo que habíamos cultivado durante años. Podía sentir cómo el hilo que
nos unía a los cuatro se rompía y se enrollaba. Una advertencia de que
estábamos a punto de romper algo que quizá nunca pudiéramos reparar.
Éstos son los momentos en los que realmente se te pone a prueba. Elegir
apoyar a alguien después que te haya engañado.
Una verdadera prueba de lealtad.
Sólo que nunca esperé que fuera Alistair Caldwell quien nos diera esa prueba.
Siempre pensé que sería yo.
—¿De qué demonios estás hablando...
—Wayne Caldwell es mi padre, Van Doren. Aprende a leer el jodido ambiente,
imbécil —Easton suelta un chasquido, levantándose del auto como si fuera a
intentar ir por él, pero se tambalea demasiado borracho para mantenerse en
pie por sí mismo—. Un heredero drogadicto. Un repuesto podrido. Y un
bastardo. El trío completo para el rey de Ponderosa Springs. Qué jodidamente
irónico.
Aunque intenté no hacerlo, dirijo la mirada hacia Alistair durante un breve
segundo. Sólo para ver su rostro, sólo para encontrarlo sólido como siempre.
—¿Dónde está, Sinclair? Sé que no llamó para revivir viejos
recuerdos —pregunta, ignorando la revelación de su nuevo hermano,
ignorándola porque ya lo sabía, esto no fue un shock para él como lo fue para
el resto de nosotros.
—¿No querrás decir Caldwell, hermano? —Easton escupe, pintando de saliva
la camisa negra de Alistair antes de sonreír, orgulloso de sí mismo.
Alistair agarra la parte delantera de la camisa de Easton y lo golpea contra el
lateral del auto de policía con tanta fuerza que rompe la ventanilla trasera.
—Sigues siendo un maldito enfermo de mierda Sinclair. Nunca serás mi
familia —gruñe Alistair, con los nudillos blancos mientras agarra el material
de su camisa—, ¿Quieres una oportunidad para vincularte con el padre que
nunca conociste? Entonces preguntaré de nuevo, dónde mierda está Stephen.
Dicen que la sangre es más espesa que el agua.
Quienquiera que fueran no crecieron en Ponderosa Springs.
—No sé dónde está ahora mismo —Traga saliva y me mira, con el dolor de
espalda mitigado por el alcohol, estoy seguro—. Pero sé dónde estará el día
de tu boda.
Todo el espacio parece quedar en silencio cuando el oficial regresa.
Llevándose a Easton lejos de nosotros y a la cárcel por la noche para que se
calme. Dejándonos con más respuestas que preguntas y la fe rota.
—Yo… —Alistair empieza, pero Rook le interrumpe.
—¿Quieres hablar? Puedes hacerlo en El Cementerio.
Mis botas oscuras se topan con el asfalto erosionado y agrietado. Plagado de
malas hierbas que crecen a través de las grietas, agujereado por décadas de
abandono. A pesar de lo vacío que está, el olor a gasolina y sangre todavía
golpea mi nariz recordándome el instituto.
El Cementerio es un espacio muerto y estéril, que dio origen a la anarquía.
Un hipódromo abandonado que los chicos de Ponderosa Springs convirtieron
en un refugio para la rebelión. Peleas ilegales, carreras no sancionadas y pura
adrenalina.
Había pasado la mayor parte de mis fines de semana aquí, luchando en el
mismo círculo de hierba en el centro de la pista en la que me encontraba
ahora mismo.
He crecido viendo pelear a Rook y Alistair. No es una novedad para un chico
que vive para infligir dolor y otro que necesita el daño para sobrevivir.
Pero era la primera vez que lo hacía con malicia.
Los nudillos de Rook se abren cuando lanza otro puñetazo a la mandíbula de
Alistair. Cuando se echa hacia atrás para atacar de nuevo, lo rodeo con los
brazos y lo levanto del suelo.
Lucha contra mí como un niño, sacudiéndose contra mi agarre.
—¡Cuánto tiempo! —grita hacia Alistair, que está sentado en el suelo
limpiándose con la mano la boca ensangrentada—, ¡Cuánto jodido tiempo!
Pongo a Rook en pie, apoyando las manos en su pecho para evitar que vuelva
a embestir. Su cabello se agita delante de su cara, con una rabia que parece
dolerle, mientras señala por detrás de mi hombro.
—¡Cuánto hace que sabes que es tu jodido hermano!
La mandíbula de Alistair se mofa, empujándose desde el suelo, mirando a
Thatcher, que no se molestó en ofrecerle una mano. Nos sentíamos divididos,
y yo parecía ser el único que entendía de dónde venía Alistair.
La culpa se despertó en mi estómago. Caliente y urgente, agitándose como un
fuego a punto de consumirme.
—¿Cuanto...?
—Dos años —Alistair gruñe, escupiendo sangre sobre la hierba
moribunda—, Wayne me lo dijo justo antes de irme de Ponderosa Springs, no
pense que jodidamente volveríamos aquí. No se suponía que fuera un maldito
problema.
—¿No se te ocurrió mencionarlo antes de irte? —habla Thatcher cruzando los
brazos delante del pecho.
—No importaba. No importa ahora. No cambia nada.
—¡Lo cambia todo! —Rook grita, lanzando sus manos al aire.
El miedo y el dolor palpitan en mi pecho.
Si le dijera la verdad ahora, ¿cambiaría todo? ¿Cómo me ve? ¿Decirle la
verdad haría más daño que bien?
Puede que a ellos les cueste admitir lo que cada uno de nosotros significa
para el otro, pero a mí no. Puede que no lo diga en voz alta, pero siempre he
sabido lo que significan para mí.
Nunca he tenido miedo al amor, sólo a perderlo.
Y ahora mismo, me aterroriza que mi verdad haga añicos este vínculo
inestable. Que sea la gota que colme el vaso.
—Oh, ¿así que ahora importa con quién estamos emparentados? —Alistair se
burla, con el cabello oscuro pegado a su cara sudorosa—: ¿Eso determina
quién soy para ti, Van Doren?
—Cómo carajos voy a confiar en ti, cómo voy a creer una palabra que salga
de tu puta boca.
La verdad se posa en mi lengua, rogándome que la deje salir, mientras Alistair
da un paso amenazador hacia delante. Tentado de devolverle el golpe a Rook
para que coincida con su boca ensangrentada.
—Cuidado, suenas un poco como tu padre. No actúes como un maldito
santurrón. Olvidas que no nos enteramos de lo de Sage hasta que te la follaste
y se te rompió el corazón de niño bonito.
Mi pecho se me oprimió, unas manos se me metieron dentro y tiraron de mis
nervios a flor de piel. Su discusión era sólo la punta del iceberg, sólo un
anticipo de cuál sería su reacción hacia mí.
No podía seguir callado, no cuando me había sentido tan cómodo hablando
con Coraline. Ella me había dado demasiada confianza en mis propias
palabras, con qué facilidad había aceptado mi voz.
Me resultaba imposible mantener los labios jodidamente cerrados.
—Todos tenemos secretos —La peste que llevo dentro se derrama—: No
significa que no haya confianza. Algunos secretos son más pesados que otros.
Es más difícil compartir su peso.
Rook me mira a los ojos, retirando su atención de detrás de mí. Mis manos
siguen sobre su pecho, y una parte de mí quiere agarrar su camisa con las
palmas, solo para asegurarme que no se va a ninguna parte.
—¿Sí? —dice Rook, con la mandíbula apretada—, ¿Cuál es el tuyo?
Veo todos los recuerdos que hemos tenido juntos pasar ante mis ojos.
Sabiendo que después de esta conversación, los recuerdos con Rook y los
chicos podrían ser todo lo que quede de los Hollow Boys.
Mi lengua se arrastra por mis labios secos:
—No soy esquizofrénico.
Retiro las manos de su pecho, doy un paso atrás y me giro para quedar frente
a cada uno de ellos. El peso de mis secretos me presiona mientras trago
saliva.
—No soy esquizofrénico —lo repito, sólo para saborearlo en mi lengua.
Mi boca se hace agua alrededor de la verdad, desesperada por saber más y se
la doy. Observo sus caras mientras cuento cada parte de mi historia. Cada
detalle del secreto que me guardé durante mucho más tiempo del que debería
haberlo hecho. El secreto que juré guardarme para proteger a Rosemary.
Se los digo porque no somos nada si no podemos estar uno al lado del otro
en el desconocimiento. Era la razón por la que nos habíamos encontrado.
Cada uno de nosotros tenía un dolor indescriptible. Era la primera vez que
hablaba del mío.
Las palabras brotan de mí, tan desesperadas por compartirlas tras años de
tortura. Siempre las he tenido en la punta de la lengua, suplicando que las
dijera, pero el miedo me protegía.
Coraline había ayudado a quitarlo. Me enseñó que un poco de fe en la voz de
alguien hace mucho.
—¿Por qué no nos dijiste? —la voz de Rook está ahogada por la incredulidad.
Pena tal vez de no haberme interrogado antes—. ¿Por qué sufriste solo?
Lo miro, sabiendo que su blando corazón sentirá la culpa de esto. Que se irá
de aquí y se odiará a sí mismo por no ser alguien en quien yo pudiera confiar.
Como si fuera su culpa.
Pero Rook nunca ha tenido la culpa. Él siempre ha sido un solsticio para mí.
Una persona con la que podía simplemente existir sin agotarme. Él es
combustible para mi alma. Siempre lo ha sido. Siempre lo será.
—¿Me habrías creído? ¿O habrías pensado que lo decía para no tener que
tomar la medicación?
Hay una pausa, cada uno de ellos sabe la respuesta. Que, sin contarles los
abusos de Rosemary, ninguno de ellos habría tomado mis palabras como
verdad. Cada uno de ellos habría tenido demasiado miedo de las
consecuencias de que no me medicara.
No los culpo.
No estoy enfadado con Alistair.
No puedo sentir nada más que alivio, sabiendo que los que siempre han sido
cercanos a mí me conocen. Cada uno de nosotros tiene una historia, historias
increíblemente duras.
Duelen y sangran. Cuando caen en saco roto, se convierten en mito. Pero no
por ello son menos reales para nosotros. Los miro, sabiendo que, a pesar de
las mentiras, una verdad es nuestra base sólida.
—Todos somos circunstancias increíbles que son una verdad completa.
Perforado

Coraline
—Coraline, el plan va a funcionar —Silas vuelve a decirme, con las manos en
mi cabello mientras me sujeta el rostro—: Te lo prometo.
—Pero ¿y si se entera que hemos adelantado la boda, y luego qué? Aparece
con una bomba atada al pecho... No se trata sólo de ti y de mí, es tu familia
también Silas —murmuro, con el corazón acelerado a pesar que han pasado
horas desde que me contó lo que dijo Easton.
—No lo hará. No te hará daño. Sólo necesito que confíes en mí.
¿Sí? ¿Y qué hay de ti? Quiero decir, ¿quién te protege?
Suena la alarma de mi teléfono y me sobresalto. Dejo el pincel y me paso las
manos frustradas por el cabello.
Mañana me caso por segunda vez, y todo lo que siento en el estómago es
pavor. Sé que Silas dice que tiene un plan. Sé que confío en él.
Pero hay demasiadas vidas en peligro, demasiada gente a la que he llegado a
querer y que podría resultar herida en el fuego cruzado de esto. Si Stephen
se enterara de lo que los chicos planean hacer, podría ser catastrófico y ¿para
qué?
Por mí.
Todo esto por mí.
Me rechinan los dientes mientras aprieto con las manos el lienzo negro,
empujándolo hacia delante y viendo cómo se estrella contra el suelo. La
pintura lo salpica todo.
Pensé que pasar el día en mi estudio me ayudaría a aliviar los nervios, pero
creo que sólo lo ha empeorado. Estar sola con mis pensamientos, sin nadie
que me saque de mi espiral.
Una espiral que me llevaba a aguas peligrosas, en las que Silas me odiaría
por entrar.
—¿Te estás acobardando, Hex?
No termino de pensar porque Silas está apoyado en la puerta principal. Los
latidos de mi corazón golpean en mi garganta, tamborileando fuerte en mis
oídos.
Es injusto que se vea tan bien en traje. Imposiblemente fuerte, músculos
incapaces de ser ocultados por el resbaladizo material negro. Sonríe, me mira
con una ceja arqueada.
—Dicen que da mala suerte ver a la novia antes del día de la boda,
Hawthorne —Me levanto del taburete, dejando el lienzo en el suelo.
Se aparta del marco de la puerta y se adentra en la habitación con las manos
metidas en los bolsillos.
Odio que, aunque quiera protegerlo manteniendo las distancias, haciendo
una estupidez estomacal como llamar a Stephen y ofrecerme a él para salvar
a Silas, siguiera queriéndolo cerca de mí.
Cuando está en la habitación, es difícil no querer estar a su lado. Toda su
existencia es un bálsamo para mi alma. Como si estuviera hecho para
mantenerme en calma.
—Tengo un regalo para la novia. Necesita ser entregado personalmente —dice
con voz ronca, deteniéndose cuando está frente a mí. Mirándome con una
sonrisa en los ojos.
Mi ceja se levanta.
—¿Puedes dejar de comprarme mierda, por favor?
—Deja de ser fácil de comprar y me lo pensaré —murmura, se inclina hacia
delante y me da un beso en la frente antes de sacar una caja negra del bolsillo.
A pesar de mi miedo al mañana, me permito tener este momento con él. Sin
saber cuántos más podría tener. Sabiendo en mi corazón que haría algo
estúpido si eso significaba que él estaba a salvo. Incluso si eso hacía que me
odiara.
Abre la caja con un chasquido.
—Qué macho alfa eres —me río mientras miro los anillos de los pezones que
descansan sobre el material de felpa—. ¿Tienes miedo que olvide tus iniciales?
Dos anillos plateados en los pezones, con las iniciales S y H en cada lado, me
miran fijamente.
—Mi mamá te dio sus zapatos por algo viejo. Lilac te dio algo azul. Esto es
algo nuevo —Sus ojos se oscurecen. Esos ojos como tierra empapada, suelo
firme en el que la vida podría crecer, pero eligió no hacerlo. Un lugar donde
echar raíces y florecer—. Como recordatorio de a quién perteneces.
Mis dientes se hunden en mi labio inferior.
—¿De una manera falsa o de una manera real?
Sus dedos se mueven para colocarme un mechón de cabello suelto detrás de
la oreja, una costumbre suya que me está empezando a gustar.
—Nada de lo nuestro ha sido nunca falso, Coraline.
Se acerca y ninguno de los dos dice nada, mientras busco su cara, mis ojos
se desvían entre su mirada y sus labios. El aliento de Silas me recorre en el
rostro y se inclina lentamente hasta que sus labios apenas rozan los míos.
Mis manos se apoyan en su pecho, empujándolo un poco hacia atrás.
—Tengo miedo de hacerte daño. Hay algo malo en mí —murmuro.
Grandes palmas se cierran alrededor de mis caderas, tirando de mí hacia su
duro pecho.
—Tocarte siempre me ha parecido más un regalo que una maldición, Hex.
—¿Y si te mata?
—Dolería menos que no volver a besarte.
Las yemas de sus pulgares rozan las curvas de mis caderas, calentándome la
piel. Detecto cada centímetro de su mandíbula con los dedos, la piel suave
bajo mi tacto antes que él se incline hacia adelante, sellando nuestras bocas.
No debería estar haciendo esto. No cuando sé lo que voy a hacer después de
hoy. No debería dejarlo entrar, sólo para romper mi corazón y el suyo
alejándolo.
Pero sus labios son adictivos, la forma en que devoran cada centímetro de mí,
bebiéndome como si nunca pudiera saciarse de mí. Mi cuerpo es un pozo en
el que le encanta ahogarse.
—Sé buena y quítate la camiseta —Me muerde el labio inferior y tira de mi
camisa hacia el pecho.
El deseo me invade, quiero sucumbir al placer de estar con Silas por última
vez. Sólo quiero ser egoísta un momento más. Así que le doy rienda suelta a
mi cuerpo y espero que me toque tan profundamente que nunca me libre de
él.
Sigo sus reglas y termino de quitarme la camisa. Me conoce lo suficiente como
para saber que no llevo sujetador debajo, porque sus palmas me agarran las
tetas. Me aprieta la suave carne, haciéndome arquear hacia él con un grito
ahogado.
El fuego me quema en el bajo vientre, mis manos se agarran a sus hombros
en busca de apoyo mientras él hunde su cara en mi cuello. Sus labios se
posan en la zona blanda entre mi cuello y mi hombro.
—Silas —Gimo, sintiendo la presión de su boca—. No puedo esconder
chupetones en mi vestido de novia.
—Bien —gruñe, mordiéndome la garganta para probar su punto—: Que todos
sepan que me perteneces. Este cuerpo, esos labios de bruja, tu corazón. Todo
es mío.
Sabía que cuando termináramos, mi piel estaría llena de marcas rojas y
moradas. Marcada y manchada por su boca para que el mundo supiera que
soy suya.
Aunque sólo sea por unos días más.
Mis brazos se enrollan alrededor de su cuello, un segundo estoy en el suelo y
al siguiente me levanta por los muslos, mis piernas se enrollan alrededor de
sus caderas haciendo que se me caigan los zapatos mientras gira y nos lleva
hacia atrás.
Mis manos, ávidas, trazan las líneas de sus hombros y su cara mientras se
arrodilla en el suelo. Acostando mi cuerpo horizontalmente sobre el suelo.
Jadeo cuando mi espalda choca contra algo frío y húmedo.
—¿Qué...?
—Deja que tu cuerpo haga arte para mí, Hex —murmura en mi garganta,
deslizando su boca por mi pecho, su lengua rozando mi pezón erecto,
haciéndome gemir.
Se toma su tiempo para desnudarme y desnudarse, y me alegro. Quiero
saborear cada segundo de esto. Arraigarlo profundamente en mi cerebro para
que pueda ser un lugar secreto de felicidad para mí en el futuro. Cuando el
mundo vuelva a oscurecerse, Silas estará allí como un faro de luz.
Dicen que los Hollow Boys son pura oscuridad, maldad podrida.
Esas personas nunca han amado a uno de ellos. Nunca han mirado bajo el
velo y han visto lo cegadora que es la luz que hay debajo.
Silas me separa los muslos, abriéndome para él. El aire frío roza mi cuerpo
desnudo, haciéndome estremecer, pero su cálida boca sustituye el escalofrío.
Solo verlo de rodillas adorándome entre los muslos es suficiente para
ponerme al límite.
Sus largos dedos se clavan en la piel sensible del interior de mis muslos y me
abren para que su lengua se introduzca entre mis pliegues. Si había algo que
sabía de él era que siempre estaba hambriento. Siempre desesperado por
darme más orgasmos de los que sabía soportar.
Me quería seca y entumecida cuando terminara. Follar con Silas equivalía a
tener la cabeza vacía, sin pensamientos.
Su lengua golosa me pasa por el clítoris, succionando el manojo de nervios
en su boca. Mi espalda se arquea por el lienzo, con la pintura pegada a la
espalda, mientras meneo las caderas contra su boca. Pongo una mano en su
hombro y la otra en su cabeza, apretándome contra su hábil lengua.
—Fóllame —digo de forma ahogada cuando un dedo se desliza dentro de mi
coño, masajeando mis paredes internas con mesurada habilidad—. Dios, eres
demasiado bueno en esto.
Sus ojos se entrecierran, sonriéndome entre mis muslos. Sus grandes manos
se arrastran por debajo de mí, me agarran el culo con las palmas y me
estrechan contra su cara antes que todo mi mundo gire sobre su eje.
Literalmente.
Silas voltea nuestros cuerpos con facilidad, su espalda ahora apoyada en la
lona, mientras la mía se coloca a horcajadas sobre su boca. Sigue subiendo
y bajando los labios por mis pliegues, trazando círculos alrededor de mi
clítoris. La presión de mi peso sobre su boca contrae mi estómago.
—Vas a cabalgar mi cara y empapar mi lengua como una buena chica,
nena —Tararea, haciéndome estremecer—. Y luego vas a cabalgar mi polla y
dejar que te llene ese apretado coño.
Asiento sin pudor, con gemidos ahogados que resuenan en el estudio vacío
mientras balanceo las caderas hacia delante y hacia atrás. Me aprieta el torso
mientras persigo la deliciosa fricción entre mis piernas.
—Juega con tus tetas mientras te follo con mi lengua, Hex.
Mis manos recorren todo mi cuerpo, me acarician los senos, juguetean con
los piercings y me provocan un siseo de placer. Cuando estoy con Silas, todo
es cálido. Esa parte vacía en mí, calentada por su existencia, y ahora mismo
estoy ardiendo con él.
—Estoy tan cerca —gimoteo más rápido con su lengua, desesperadamente
cerca del límite.
Silas aplasta la lengua, presionando con fuerza contra mi clítoris, moviendo
la cabeza con mis movimientos espasmódicos. El oleaje de mi orgasmo se
construye en una ola sorda pero cada vez más inminente. Respiro de forma
incontrolable y errática mientras mis caderas se retuercen en su agarre, pero
él me sujeta, negándose a que pare.
Cuando sus dientes rozan mi clítoris, grito su nombre en mis labios mientras
caigo por el precipicio y en un charco de éxtasis. Mi clímax me recorre como
el agua, cae en cascada por todo mi cuerpo y me hace temblar de placer.
Silas sigue lamiéndome y jugando con mi coño hasta que le suplico que pare.
Le suplico que me folle. Mi mano se estrella contra el lienzo mientras él me
desplaza por su cuerpo hasta que me siento a horcajadas sobre su pecho. La
pintura roja cubre el material que tenemos debajo, remolinos y salpicaduras
de color que marcan cada movimiento impulsado por el deseo, y me alegro en
silencio de que haya algo físico con lo que recordar esto.
Somos arte y destrucción. Todo lo bello que hay en medio, perdido el uno en
el otro.
—¿Vas a montar mi polla? ¿Ser una buena puta esposa y dejar que tu marido
use ese apretado coño? —gruñe, guiándome sobre su regazo.
Las venas de su polla presionan mi húmedo coño, haciéndome estremecer al
apretarme contra él. Lo necesito dentro de mí, cada centímetro brutal.
Me muerdo el interior de la mejilla, levantándome para alinearlo con mi
entrada. Desciendo lentamente sobre él, saboreando la sensación de su polla
llenándome y estirándome centímetro a centímetro. El delicioso dolor que
acompaña a su penetración, sintiendo cómo mi cuerpo se abre solo para él.
Silas separa ligeramente los labios y echa la cabeza contra la lona con un
gemido. Cuando toca fondo, completamente dentro de mí, me quedo quieta,
apenas me muevo antes de girar las caderas, levantándome lentamente antes
de bajar de nuevo. Acaricio su polla con mis paredes internas.
—Silas —Gimo, clavándole las uñas en el pecho para apoyarme, saboreando
cada centímetro de él enterrado en mí. Sus dedos se hunden en mi piel a la
altura de mis caderas, ayudándome a subir y bajar por su cuerpo.
Nos movemos en sincronía, follando el uno con el otro como si nuestros
cuerpos estuvieran hechos para ello. La forma en que gira sus caderas hacia
las mías y mi cuerpo se encuentra con el suyo.
—Tan bien para mí, nena. Tomando esta polla tan bien, qué buena jodida
chica —murmura, sentándose y poniendo sus labios sobre los míos. Me rodea
la cintura con los brazos y hace palanca para penetrarme.
Mi lengua roza sus labios hinchados, mordiéndolos ligeramente. Nuestros
movimientos se aceleran a medida que aumenta nuestra sed. Silas me lleva
una mano a la boca y me mete el pulgar.
—Chúpalo —Me ordena y mi lengua ya está obedeciendo, chupando
lentamente antes que lo aparte y lo lleve a mi palpitante clítoris. Sus
embestidas golpean con más fuerza, haciendo que mi culo retroceda con cada
golpe profundo.
—Joder, joder, oh joder —murmuro, ante la sensación de su dedo moviendo
círculos alrededor del sensible capullo mientras su polla me empala.
Estirando y masajeando mis paredes internas, esos piercings a lo largo de su
dureza rozándome.
Mis paredes se tensan a su alrededor, haciéndole gemir dentro de mi cuerpo,
obligándolo a moverse con urgencia. Como si solo pensara en hacerme correr.
—Tan jodidamente apretado. Tan jodidamente bueno —susurra contra mi
piel sudorosa, mi clímax se acerca rápidamente.
Silas me llena a la perfección, cada caricia golpea exactamente donde yo lo
deseo. Sus manos me agarran con tanta fuerza que me queman la carne, me
marcan bajo la piel. Usa mi cuerpo como válvula de escape para sus deseos
sexuales.
El nudo de mi vientre se aprieta, su nombre sale de mis labios como una
plegaria.
—Córrete para mí, nena. Ordeña mi puta polla.
Me encuentro con sus caderas una y dos veces, con todos mis nervios a flor
de piel antes de estallar. Otro orgasmo me atraviesa, empapando su cuerpo
con mi humedad mientras sigue follándome. Mis paredes internas se
estrechan en torno a él, dándole lo que necesita para alcanzar su propio
orgasmo.
—Eso es. Eso es, eso es. Voy a llenar este coño —gruñe en mi oído,
bombeando dentro de mí hasta que gime contra mi piel, follando su semen
dentro de mi cuerpo. Vaciándonos a los dos antes de que se ralentizara y
finalmente se detuviera.
Nos quedamos allí, envueltos el uno en el otro sobre la lona. El sudor cubre
nuestra piel mientras escuchamos la respiración del otro. Mi cuerpo sigue
temblando por la fuerza de mi orgasmo.
—Tan hermosa cuando te corres por mí, Hex.
Silas me aparta el cabello del rostro, pintándome la frente con pintura por
accidente mientras me sonríe. Dientes y todo, dándome mi regalo favorito.
Su felicidad.
—Si no crees en la maldición, ¿por qué me llamas hex? —murmuro, dejo caer
mi frente sobre la suya, mis miembros se sienten débiles.
Siento sus dedos en mi nuca, frotándome suavemente.
—Hexadecimal.
—¿Eh?
—No significa maldita, nena. Es la abreviatura de hexadecimal —murmura,
frotando su nariz contra la mía—. Desde el momento en que te vi salir de esa
maldita casa del infierno, hubo una conexión secreta entre nosotros. Te
entendía, veía tu dolor y quería quitártelo. Como si supiera lo que necesitabas
antes que me lo pidieras. No te estoy llamando maldita, estoy diciendo que
tienes un lenguaje especial que sólo yo puedo descifrar.
Lágrimas queman el rabillo de mis ojos, resbalando por mis mejillas en
silencio.
Saber que no hay nadie que entienda lo que necesito más que él. En un
momento de caos, supo ayudarme a encontrar la paz. Cómo ni una sola vez
me ha hecho sentir dañada o rota.
Siempre me ha visto sólo como Coraline, y eso siempre le ha bastado.
Mi corazón se resquebraja. Lo que queda de él se hace añicos.
Amo a este hombre. Lo amo y eso me asusta. Lo amo y es la única razón por
la que sé que tengo que dejarlo.
Silas me deja en el apartamento después de asearnos. Honra a los dioses de
la boda pasando la noche con los chicos esta noche, dejándome a solas con
mi hermana para prepararme para mañana.
Dejándome tomar una decisión, una por la que espero que me perdone algún
día. Cuando tenga tiempo y espacio para entender por qué lo hice. Que no
tomé esta decisión a la ligera y que fue por él. Por las personas que ama.
No podía ponerlo a él y a esa gente en riesgo. No por mí. Yo no valía eso. No
importa cuánto Silas trató de convencerme de lo contrario.
Mientras cae la noche y mi hermana se queda dormida. Me siento sola en el
apartamento, escuchando el tono de un número de teléfono al que nunca he
querido llamar.
—Aquí estás, Circe. Te he estado esperando.
Nos separe

Silas
¿Cuándo te das cuenta que la mujer con la que te casas no aparece?
¿Cuánto tiempo te quedas al final del pasillo, esperando hasta que estás
seguro que te ha dejado embarcado?
Quizá si no conociera a Coraline, habría esperado más, pero en cuanto puse
un pie delante del cura dispuesto a casarnos, supe que algo iba mal. Lo sentí
en mis huesos, como una premonición de algo maligno.
—¿Dónde mierda está mi mujer?
Las chicas me miran preocupadas.
—Se suponía que nos encontraríamos aquí para prepararnos, pero no
contesta al teléfono y no sabemos nada de ella desde anoche —dice Lyra,
vestida con un vestido naranja rojizo a juego con las flores que decoran el
interior de la capilla.
Me froto la mandíbula, enviando mi puño a través de la pared detrás de mí
porque Dios la maldiga.
Sabía que no debería haberle contado lo que Stephen había planeado, sabía
que debería haber dejado su testarudo culo a oscuras, pero no podía hacerle
eso. Omitir sigue siendo mentir, y ella nunca me habría perdonado que le
ocultara la verdad, no después de todos los secretos que compartimos. No
después de haberle prometido que guardaría mis secretos.
—Su teléfono no para de saltar al buzón de voz —murmura Sage mirando su
teléfono como si tuviera las respuestas.
—¿Adónde iría? ¿Por qué iba a...?
—Porque no quiere que la encontremos. Porque hizo algo jodidamente
estúpido —Interrumpo a Lyra, justo cuando la puerta del vestuario de las
chicas se abre de golpe.
—No está fuera de la capilla ni en el apartamento —Rook resopla, su traje
planchado ahora arrugado por la angustia.
Ojalá no conociera bien a Coraline.
Ojalá no hubiera sabido que iba a hacer esto, ojalá no la hubiera dejado sola
anoche. Quería ser inconsciente en este momento, porque tal vez el
desconocimiento me traería más paz que el conocimiento. Me aprieto los ojos
con los dedos y suelto un suspiro.
—Se fue con Stephen —digo las palabras, aunque saben a veneno en mi
garganta. Miedo y rabia creando un ácido tóxico en mi estómago porque ella
es testaruda, pero también sé que está asustada ahora mismo. Asustada y
sin mí. Asustada y jodidamente sola cuando no tiene por qué estarlo.
Una sensación general de estrés y pánico se apodera de la sala. Los cerebros
de todos se revuelven para averiguar cómo encontrarla.
Esto es lo bueno de conocer a Coraline Whittaker.
Sabía que corría riesgo de fuga desde el momento en que la conocí y sabía
que cuando le hablara de Stephen y de nuestro plan, necesitaría un seguro
para sus alas. Así que, aunque los anillos para pezones que le regalé eran
inocentes, también tenían un microchip.
—Maldita sea —murmuro, mirando fijamente su ubicación.
—¿Qué? ¿Dónde está?
—Te voy a dar una maldita oportunidad para adivinar.
Coraline
No hay miedo en mí.
Mientras miro a través de la habitación al hombre que destroza lo que queda
de su despacho, no siento nada. A pesar del pinchazo en las muñecas, no le
tengo miedo. Stephen Sinclair puede ponerme las manos encima físicamente,
pero nunca podrá volver a tocarme. No como lo hizo en ese sótano.
Antes, no sabía quién era. No tenía identidad ni autoestima. Stephen era
capaz de moldear mi mente, abusar de mi natividad y convertirme en su
muñequita perfecta. Antes le había resultado fácil quebrarme, destrozar mi
mente y convertirla en su patio de recreo.
¿Ahora? Sabía quién era, y esa persona nunca, nunca pertenecería a Stephen
Sinclair. No importa cuánto me lastimara físicamente, nunca me tendría.
Nunca tendría la persona que soy con Silas Hawthorne, que le pertenecería
para siempre.
—Se lo llevaron todo, lo que sea que estés buscando hace mucho que se
fue —digo mientras Stephen tira un cajón de su escritorio por encima del
hombro, el estruendo de las cosas sobrantes retumba contra el duro suelo de
madera.
Llevaba dos años viviendo debajo de esta oficina en la mansión Sinclair y era
la primera vez que le echaba un vistazo decente.
Habíamos hecho un trato cuando llamé. Yo vengo a él voluntariamente y él
deja Ponderosa Springs. Junto con todos en él.
Era un intercambio justo. Yo a cambio de su libertad.
El cabello de Stephen le cuelga más allá de las orejas. Los mechones de
cabello lacio y fibroso se balancean cuando me mira. Sus labios se curvan
sobre sus dientes amarillentos en un gruñido y sus ojos se entrecierran.
La cárcel no había sido amable con el anterior decano de Hollow Heights. Su
cabello, antes rubio, estaba ahora apagado y moteado de gris. Los dientes
amarillentos por el abandono, la piel pálida. El traje de piel bien cosido que
una vez llevó se estaba deteriorando. Mostraba cuánta corrupción supuraba
en su interior, rezumaba miseria.
—Necesitamos dinero, cariño —Mira por encima de su búsqueda maníaca—.
Tengo que ser capaz de cuidar de ti.
La bilis se asienta en el fondo de mi garganta. La forma en que me habla como
a una niña.
—Si me dejas sacar dinero de mi cuenta...
—No necesito el dinero de tu padre, Circe. Soy un hombre, sé cómo cuidar de
ti.
Apreto mi mandíbula, los molares rechinan unos contra otros. Me mira desde
el otro lado del escritorio, con la ira encendida en su mirada.
—Sería rápido, Stephen —suelto—: Cada segundo que pasamos en Ponderosa
Springs es otro paso más cerca de Silas. No digas que no te lo advertí.
—¿Crees que va a ser tu caballero de brillante armadura, Coraline? —Se
burla, su risa parece partir el aire—. No significas nada para él. Eres
simplemente un medio para un fin para Hawthorne.
Me burlo, poniendo los ojos en blanco:
—¿Y qué, Stephen? Significo algo para ti. Soy tu chica especial.
Deja los papeles en sus manos y se acerca a la silla a la que me ha atado.
Siseo cuando me agarra por el cabello, me levanta la cabeza con un doloroso
apretón y me mira como si estuviera por debajo de él.
Ese olor familiar suyo me llega a la nariz.
—Eres mía, Circe. Me amaste una vez, puedes amarme de nuevo. Yo
empezaría a olvidar todo sobre Silas, hará esto mucho más fácil para ti.
Nunca lo amé. En realidad, no. Mi mente hizo lo necesario para sobrevivir a
la tortura. Me hice la muerta como una zarigüeya en la carretera tratando de
evitar la muerte de los cazadores furtivos. Me adapté e hice lo necesario para
sobrevivir.
No había amor en ese sótano.
La saliva se me acumula en la boca antes de escupírsela.
—Vete a la mierda.
Esperaba su mano en mi cara, anticipaba el sabor metálico en la boca antes
de que me llenara la garganta. Me dolía el labio por el golpe. Me dolía de
familiaridad. Los abusos de Stephen eran como entrar en la casa de tu
infancia, la recordabas, conocías sus secretos y nunca podías escapar de ella.
Siempre formó parte de ti.
Había sobrevivido a él una vez y podía hacerlo de nuevo. Incluso si no lo hacía,
sabía que cuidarían de Lilac y Silas estaría a salvo.
Todo terminaría ahora, para todos. Podrían ser libres y felices. Liberados de
las cadenas, Stephen Sinclair nos envolvió a todos. Todos podrían finalmente
avanzar hacia un futuro más brillante, y eso hizo que el dolor valiera la pena.
Su mano me agarra el rostro, manteniéndome firme:
—¿Voy a tener que enseñarte a comportarte otra vez, Coraline?
Muestro los dientes, mostrando la sangre de mi boca:
—No soy la chica que dejaste pudrirse en ese sótano, Stephen. No me
romperás esta vez.
Otra mano me golpea la mandíbula, el hueso de la mejilla palpita de dolor. Se
me salen las lágrimas de la fuerza del golpe. Quizá si lo enfadara lo suficiente,
si lo presionara lo suficiente, acabaría con esto rápidamente para los dos.
Su brazo se echa hacia atrás para golpearme de nuevo, pero nunca llega.
Unos golpes resuenan al otro lado de la puerta.
Una vez, dos veces, a la tercera la madera se astilla en la habitación. La puerta
se sale completamente de las bisagras cuando el cuerpo de Silas atraviesa la
entrada.
Me estremezco ante la fuerza pura que irradia de él en oleadas, cómo entra
en la habitación tras derribar una puerta.
Stephen se aparta de mi cuerpo, justo cuando Silas se asoma en mi dirección.
Solo me mira una vez, antes de avanzar hacia Stephen como un depredador
salvaje.
Se me revuelve el estómago cuando Stephen intenta acercarse a la pistola que
tiene sobre la mesa, pero no es lo bastante rápido. Justo cuando rodea la
empuñadura con la mano, la gran palma de Silas se estrella contra ella.
Con fuerza, sujeta la mano de Stephen con la suya y la golpea contra el
escritorio. El crujido de sus huesos llega a mis oídos mientras repite el
proceso hasta que el arma cae al suelo y la mano de Stephen queda
destrozada.
—Dicen que usar un arma elimina el aspecto personal de un asesinato —dice
Silas suavemente—: Esto es personal.
Aunque su cara sangra de miedo, Stephen fuerza la risa a salir de sus labios.
—¿Los otros tres perros no quieren jugar? —murmura, tratando de liberarse
del agarre de Silas. Con un rápido movimiento, Silas responde agarrándole
por el cuello con un puño de hierro antes de golpearle contra el escritorio.
Sus ojos brillan de rabia:
—Nada de juegos esta noche. Esto termina entre tú y yo.
—Nunca terminará —Stephen se atraganta, mientras Silas aprieta su
garganta, usando ambas manos para estrangular el aire de su tráquea—. No
puedes matar mi memoria. Viviré en ella para siempre.
—Mírame.
Las venas de los brazos de Silas se abultan mientras su agarre se tensa. La
cara de Stephen se vuelve de un desagradable tono púrpura. Cada respiración
se convierte en una lucha, aferrándose a una vida que no merece.
Durante años imaginé cómo sería. Ver morir a Stephen, cómo se apagaba la
luz de sus ojos y se le iba el color de la cara. Era mi sueño reconfortante en
aquel delgado colchón del sótano.
Nunca esperé que su muerte fuera a manos del hombre que amo.
—Mírala, quiero que recuerdes su rostro y sepas que pasarás una eternidad
en el infierno pagando por lo que le hiciste —Silas gime en un susurro
silencioso—. Si pudiera matarte dos veces lo haría.
Veo cómo Stephen pierde la vida, cómo el miedo se dibuja en sus rasgos
mientras gorgotea en busca de aire. Una parte de mí quiere apartar la mirada,
protegerme de la violencia, pero no puedo.
Silas tiene toda mi atención.
He sido testigo de cómo cargaba con el peso de una culpa que nunca tuvo que
soportar, he visto cómo sufría en silencio, demasiado asustado para decir la
verdad. Pero en este momento, mientras el hombre que casi destruye su vida
exhala su último aliento, veo algo en Silas.
Esa oscuridad en él que asusta a los demás. Pero nunca a mí.
No mata por placer o venganza, sino por justicia. Para un cierre.
La muerte entra en la habitación con manos frías, llena el aire y el cuerpo de
Stephen Sinclair, finalmente se queda inerte.

El olor de la carne quemada es rancio. Lleva un toque de sudor agrio, un olor


a aguas residuales sin tratar.
Se ha chamuscado en la tela de mi vestido de novia de siete mil dólares.
Supongo que el olor persistente es la menor de mis preocupaciones, teniendo
en cuenta el estado de la tela.
Desgarrado, embarrado de tierra, salpicado de sangre.
Ya no era un vestido blanco que marcaba el comienzo de un compromiso para
toda la vida, sino un vestido de despedida que simbolizaba el final de una
novela de terror de la que había estado atrapada entre las páginas durante
años.
Con cada brasa crepitante que revolotea desde el profundo agujero en el suelo
llega una sensación de alivio. Siento que otro grillete se abre dentro de mí.
Tengo por delante años de curación, sólo el principio de mi ardua batalla,
pero ¿por primera vez desde que me secuestraron?
Los barrotes de mi jaula dorada se han derretido y, por horrible que sea el
olor de la piel carbonizada, huele a libertad. Mi libertad.
—¿Y ahora qué? —Rook es el primero en romper el silencio, echando un
vistazo a Sage, a quien acerca a su lado.
La forma en que Rook Van Doren mira a Sage Donahue, es una obra de arte.
Como La Creación de Adán, pero con ojos. Sus dedos se extienden, apenas
rozándose. Tanta emoción, en un gesto tan simple.
Todos estamos atrapados en un lugar de incredulidad por diferentes razones.
La liberación es muy diferente para cada uno de nosotros. Sin embargo,
Stephen Sinclair, ardiendo en el fondo de esta tumba, representa nuestra
prisión.
Una persona que nos conecta a todos. Una persona que ha muerto y nos ha
liberado a cada uno de nosotros.
—¿Vamos a Tilly? —murmura Lyra, balanceándose sobre sus talones—. No
comimos en la recepción.
El resplandor del fuego baña nuestros rostros y es Briar quien ríe primero.
Creo que no me doy cuenta, porque en cuanto el sonido llega a mis oídos, mi
propia alegría retumba en mis labios.
Todos nos reímos. Diferentes tonos, algunas risitas, otras carcajadas.
Masculinas y femeninas. Pura emoción humana en la oscuridad de la noche
que zumba más fuerte que las cigarras en los árboles. Es una risa que hace
que me duela el estómago, que me duelan las costillas y que extienda una
mano para afirmarme contra Silas.
Thatcher sacude la cabeza y besa suavemente la coronilla de Lyra,
murmurando en voz baja:
—¿Qué voy a hacer contigo, señorita muerte?
Eran una pareja improbable, pero había algo en ellos que funcionaba. Como
el helado y las patatas fritas. Uno era muy dulce y el otro muy salado. Pero
se equilibraban mutuamente.
Era parecido a cómo Alistair emitía una vibración muy de jódete no me hables
con su chaqueta de cuero y Briar era muy soy super simpática, pero mi novio
aterrador te dará una paliza. Él era una sombra, y ella era la luz. Uno sin la
otra se sentía mal.
Cualquiera de ellos sin el otro, se sentía mal. Fuera de lugar y supongo, que
así es para mí ahora.
Miro a Briar, Sage y Lyra, sabiendo en este momento que odio a Stephen
Sinclair, pero una parte de mí está agradecida por haber acabado donde
acabé. No me dan ganas de revivir el sótano, pero hacen que merezca la pena.
No éramos amigas desde el instituto ni hermanas obligadas a cuidarnos
mutuamente. La sangre y el tiempo que pasamos juntas no tenían nada que
ver con nuestro vínculo.
Fue este trauma. Un mal horrible y desagradable que viviría con nosotros
para siempre, pero que también nos unió.
A lo largo del camino del dolor, tropezamos unos con otros, nos aferramos el
uno al otro y nos negamos a soltarnos.
No nos habríamos conocido sin el dolor. No habríamos amado tan
profundamente como lo hacemos sin el miedo.
Nos agarramos fuerte porque nos negamos a perderlo.
Sabemos que es raro y quebradizo y totalmente nuestro.
Mis ojos se vuelven hacia Silas, encontrándolo ya mirándome. Este dolor
también me llevó a él. Obligó a nuestros caminos a cruzarse, entrelazarse y
cerrarse. Hasta que estuvimos aquí, sembrados en el alma del otro como dos
trozos de tela desgarrados.
No encajábamos a la perfección, pero encajábamos como nosotros.
Su pulgar me pasa por el labio inferior magullado:
—Pregúntame cuál es mi color favorito.
Ni una sola vez desde que nos conocimos se ha dado por vencido conmigo.
Nunca me ha visto como una cosa dañada y sin amor. Planeo pasar el resto
de mi vida devolviéndole el favor. No importa lo frío que lo mantenga en el
apartamento.
—¿De qué se ríen?
La voz desconocida pero familiar nos recuerda cruelmente que Ponderosa
Springs es una hidra. Con cada cabeza que cortas...
Dos vuelven a crecer.
Sin Límites

Silas
Me giro primero, dejando a Coraline detrás de mí, pero ella se apresura a
ponerse a mi lado. La amo, pero no estoy de humor para su testarudez.
No estoy de humor para perderla.
—Quédate detrás de mí —Sus ojos marrones se entrecierran preparados para
negar con la cabeza, pero la detengo—: Por favor, hex.
No estoy siendo un macho alfa imbécil. No le estoy diciendo que no puede
protegerse a sí misma.
Me aterroriza perderla.
Un sabor familiar me llena la boca, se filtra entre los dientes y me revuelve el
estómago.
Miedo, miedo helado.
No puedo perderla. No la perderé. No cuando acabo de tenerla.
Easton Sinclair está de pie en la oscuridad, avanzando sigilosamente con
paso tambaleante. Las llamas del edificio a nuestras espaldas proyectan una
luz parpadeante sobre su pálida cara. Es una sucesión de sombras y luces
rojas anaranjadas que silban.
Ya no es el hombre que recuerdo de mi juventud, ni siquiera el que se coló en
mi fiesta de compromiso. Las bolsas moradas bajo los ojos y los pómulos
hundidos cuentan la inquietante historia de un hombre que ya no está.
El deterioro de su salud, tanto física como mental, brilla en sus ojos.
Está desquiciado, demacrado y con una puta pistola en la mano.
—Supongo que destruir mi vida sería jodidamente hilarante para ustedes
cuatro, ¿no? —Se rasca la cabeza con el cañón del arma, manía entrecortada
en su propia risita—. ¿Es ese el olor de mi padre quemándose? Espera, lo
siento, padrastro. Todavía estoy intentando entender el término.
Somos más que él, pero eso no ayuda a calmar los latidos de mi corazón.
Incluso con la pistola guardada en la parte trasera de mis pantalones, un
movimiento y podría disparar a cualquiera de nosotros antes que yo pueda
disparar.
Los números no importan cuando alguien no tiene nada que perder.
—Easton. Mírame.
Mi mano quiere alcanzarla, mientras Sage da un paso desalentador, con las
palmas hacia arriba para demostrar que no es una amenaza, como si alguna
vez lo hubiera sido.
—Se acabó para todos nosotros ahora. No tienes que...
—Cállate.
En un abrir y cerrar de ojos, su emoción pasa del delirio a la ira pura y
balancea el brazo en dirección a ella, de modo que la mira por el cañón de su
pistola.
Se oye un grito ahogado cuando Rook la agarra de la muñeca, tirando de ella
hacia atrás, hacia su pecho, antes de hacerla girar detrás de él.
—Quieres desquitarte, hazlo conmigo —regatea, aun sujetando la muñeca de
Sage por detrás de él con un doloroso agarre—. Déjala fuera de esto.
Está claro que no importa lo que Easton vino a hacer aquí, no se irá hasta
que alguien esté sangrando. No importa lo que le digamos, hay una mirada
en sus ojos que me dice que está demasiado lejos para que lo saquen de esta
cornisa.
Está destrozado y la persona que queda en pie entre los pedazos de Easton
Sinclair... es alguien con quien no sabemos cómo tratar.
—¿Dejarla fuera de esto? —se burla, el sonido rebota en los árboles—. ¿Qué
ofreces a este jodido grupo, Van Doren? ¿Humor? Porque seguro que no es
inteligencia.
—¿Qué quieres, hombre? ¿Quieres dinero? —pregunta Alistair, tratando de
desviar su atención de una persona en singular. Así, si dispara, fallará si no
tiene un solo objetivo—. Podemos conseguirte dinero. Podemos conseguirte
ayuda.
—¿Ayuda? ¡No quiero tu maldita ayuda! —Easton es una bomba, hace tic-tac
con el paso de los segundos, y se nos acaba el tiempo—. ¿Por qué iba a aceptar
tu ayuda? ¿Porque somos sangre? ¡Que te jodan! ¡Que los jodan a todos!
Tiembla de rabia contenida, sus lágrimas brillan ante las llamas.
Independientemente de su estado actual, es tan víctima como nosotros. Un
tono diferente de gris moral, sólo que coloreado en el lado opuesto.
Es nuestro villano, como lo fuimos para Ponderosa Springs.
Y aunque una parte de mí lo entiende. Su ira y resentimiento, también está
apuntando con un arma a la gente que quiero. No lo entiendo lo suficiente
como para perdonarle la vida si hace algo estúpido como dispararle a uno de
nosotros.
—No era de ustedes para matarlo —balbucea, limpiándose con dureza la nariz
con el dorso de la mano, los dedos temblorosos alrededor del arma—. No era
de ustedes para vengarse. No tienen ni idea de lo que pasé, de lo que me hizo
hacer, malditos idiotas. Era mío para acabar con él y ni siquiera pudieron
dejarme tener eso.
—Tienes razón —Doy un paso adelante, asintiendo con la cabeza mientras
las ramas crujen bajo mis pies. Los dedos de Coraline se entierran en mi traje,
tratando de mantenerme cerca, pero sigo caminando.
Hasta que me suelta y estoy delante de todos. Por el rabillo del ojo, veo a Rook
negando con la cabeza, pero sin querer hacer más movimientos bruscos.
—No sabemos lo que te pasó y nadie lo sabrá si no dejas eso. ¿Quieres que
conozcamos tu historia? ¿Que la gente entienda lo que hiciste? —le pregunto,
me sudan las palmas de las manos—. Date la oportunidad de contarla,
Sinclair. No seas él.
Hay un silencio fascinante que pasa en el aire, nadie se mueve ni respira
mientras Easton me mira fijamente.
Desde este punto de vista, parece más un niño triste que un hombre en pie
de guerra. Al menos, merece una oportunidad. Para reescribir su historia,
cambia el final.
El mal no se hace, se elige, y puedes elegir no aceptarlo.
—Sólo pon el arma...
—Me lo quitaste todo —refunfuña, su cabello rubio grasiento atrapando el
viento, sus ojos azules muertos sin señales de vida.
» Te llevaste a Sage —Balancea la pistola en su dirección.
» Tomaste mi apellido —Dirige su arma hacia Alistair.
» Tomaste mi venganza.
Es entonces cuando su mirada y su objetivo se fijan en mí. Respira
profundamente. Inclina la cabeza y deja que la luna ilumine las lágrimas de
su cara. Llevo la mano al arma que tengo a la espalda y oigo el ruido de unos
pies arrastrándose detrás de mí.
» Y ahora, voy a tomar algo de ti.
A veces, por mucho que queramos cambiar el final, no podemos.
A veces, el final es sólo el final.
El familiar sonido de un gatillo apretándose retumba en el bosque.
Aunque físicamente es imposible, el tiempo se ralentiza lo suficiente para
escuchar la pequeña explosión dentro del arma. La pólvora se expandió y
obligó a la bala a bajar por el cañón.
Es curioso cómo funciona el tiempo.
Cómo se ralentiza cuando menos te lo esperas. Te da la oportunidad de dejar
que cada movimiento de un momento se hunda en tu piel. Te da la
oportunidad de recordar cada segundo que pasa por el reloj de arena.
—¡Agárrenlo, maldición!
—B, pide ayuda.
Un zumbido lejano retumba en mi tímpano, un aturdimiento en mi mente y
una sensación abrasadora en mi pecho.
Miro hacia abajo y pongo una mano sobre mi camisa blanca abotonada, pero
al retirarla descubro que la palma de la mano está pintada de carmesí.
—Joder.
El suelo cede un poco bajo mis pies, como si estuviera sobre una cama de
agua apenas llena. Mis rodillas se doblan debajo de mí, ya no están
dispuestas a sostener mi peso y una ráfaga de aire llena mi cabeza.
Brazos me envuelven mientras siento la tierra fresca bajo mi espalda. El olor
a lavanda y miel mezclado con pólvora. Me da náuseas, olerla con algo tan
violento encima.
—Silas. No, no. Estás bien. Todo está bien.
—Joder, Coraline, está sangrando. Está sangrando.
—Thatcher, ¡dame tu maldita chaqueta!
Brazos y manos se agitan por encima de mí. Justo después de las frenéticas
ramas, los pinos de Ponderosa se separan lo suficiente para que pueda ver el
cielo nocturno. La mayoría de la gente no sabe que la costa de Oregón es el
mejor lugar para ver la Vía Láctea. No hay interferencias de luz que atenúen
el brillo de las estrellas.
Hay caos en mis oídos, pero no hay pánico en mí.
—Oye, mírame, por favor.
Mis ojos revolotean, mirando hacia arriba. Coraline tiene el cabello sobre los
hombros, colgando hacia mi cara. Noto el calor de su regazo mientras me
estrecha contra su vientre.
—Eres tan cálida, nena —Trato de perseguir su tacto, su olor, ella—. ¿Puedes
sentir el maldito frío que tengo?
—Silas, mantén los ojos abiertos para mí. Eso es, sigue mirándome,
cariño —Me mira, con lágrimas que se deslizan por su rostro y caen sobre mí.
Sus suaves manos me acarician la cabeza, recorriendo los contornos de mi
cara.
Hay miedo en su tono, pánico que no puedo consolar porque todo está tan
entumecido. Apenas siento mis dedos, apenas siento que mi mano levanta
temblorosamente un mechón de cabello detrás de su oreja.
—Podría mirarte siempre, Hex —susurro, las palabras me escuecen en el
pecho.
Intento respirar hondo, pero jodidamente me duele. Como si unas cuchillas
me destrozaran el interior de los pulmones. Toso, ahogándome con la saliva
en la garganta.
El rojo salpica el vestido blanco de Coraline y arranca un sollozo de sus labios
que puedo sentir contra mí.
—Por favor, aguanta, Silas. Sé que duele, pero vas a estar bien. Vamos a estar
bien, ¿Sí? —su voz es un sollozo, su cuerpo tiembla mientras me abraza más
fuerte—. Nos vamos a ir a casa. Tú y yo, nos iremos a casa. Tienes que plantar
más lavanda, tienes que hacerlo porque yo no sé cómo. ¿De acuerdo?
Se me escapan lágrimas por el rabillo del ojo, no de dolor, sino de una tristeza
que hacía mucho tiempo que no sentía. Una tristeza arraigada que me quita
el dolor del pecho.
No creo que consiga volver a casa.
Pero no puedo decirle eso. No cuando el mundo le ha robado lo suficiente. No
quiero que pierda la fe en la esperanza. En su futuro y en la luz que la espera
al final de este túnel.
Nadie merece la luz como Coraline. Nadie la necesita más.
Hace unos años, lo único que quería era morir.
Ahora, puedo sentir los latidos de mi corazón ralentizándose.
Ahora, me estoy muriendo y todo lo que quiero es otro día con ella.
Sólo un día más para poder empaparme de su risa, sentir su tacto,
experimentar su amor.
Una taza más de té de lavanda.
Una cucharada más de miel en mi café.
Un día más.
—Coraline —Toso su nombre, con los labios húmedos por el sabor metálico.
—¡Ayúdenme! ¡Por favor!
—Oye, oye... Silas, estoy aquí, hombre. Sólo aguanta. Ya viene la ayuda.
Aguanta, ¿Si? No, no, mantén los ojos abiertos...
Rook.
—Chicos no pueden decírselo a nadie. —El labio de Rook se tambalea, todavía
goteando sangre en su barbilla—. Tienen que prometerlo.
Mis pequeños puños se tensan a los lados, con sólo once años mido nada
menos que 1,55, a veces 1, 60 cuando llevo ciertos zapatos, mis posibilidades
de darle una paliza al padre de Rook eran escasas.
Pero quería hacerlo.
Lo deseaba tanto que me daban ganas de salirme de la piel. Incómodo por la
rabia que me recorría el cuerpo.
Es Rook.
Roba gusanos de gominola y necesita más tiritas que un niño normal, pero es
Rook y no se merece que le peguen.
A él no. No cuando sé lo amable que es.
Especialmente por su padre.
—Juramento de meñique —gruñe, frotándose el labio con la manga. Poniendo
cara de valiente, pero tengo la sensación de que se suponía que nunca
descubriríamos este secreto.
No debíamos ver la vergüenza en su cara. Si lo hubiera sabido, no habría
aceptado venir aquí en bicicleta. Nunca lo habría avergonzado así, apareciendo
y descubriendo este secreto que había ocultado durante quién sabe cuánto
tiempo.
Habría esperado a que estuviera listo para decírmelo.
—No voy a jodidamente jurar por el meñique. Eso es estúpido —refunfuña
Alistair, su cabello oscuro balanceándose delante de sus ojos, cruzando sus
brazos delante del pecho—. Devuélvele el golpe la próxima vez. Te enseñé a
cerrar el puño.
—¡Entonces júrenlo! —Rook grita—, Ustedes no entienden. Tienen que jurar que
mantendrán la boca cerrada. O delataré quién puso arañas en el cajón de la
ropa interior de Dorian.
Técnicamente, éramos todos nosotros. Alistair fue sólo el que los vertió.
A Rook y a mí nos llevó días encontrar tantas arañas, por no mencionar que
tuvimos que lidiar con Thatcher quejándose de la suciedad.
—Jurar no significa nada si no hay nada que jurar —digo en voz baja, aunque
Rook no necesitaba preguntarme. Cada secreto, cada miedo, cada sueño.
Los guardaría por él. Los mantendría a salvo.
—No juraré por mi familia —Thatcher agarra una de las manzanas que hay en
la cocina y le da un mordisco a la pulpa roja—: Eso es de mal gusto y sería una
mentira.
—¿Tienes alguna idea mejor entonces, genio?
Camina hacia la nevera; aun no entiendo cómo no ha sudado el jersey en el
trayecto en bici hasta aquí. Se tarda una eternidad en llegar de su casa a la de
Rook.
—En la mitología griega, El Styx es uno de los ríos del inframundo —murmura,
sacando una bolsa de guisantes congelados que entrega a Rook, que la recibe
feliz colocándosela en la boca hinchada—. En la Ilíada y la Odisea, Homero
decía que los dioses juraban por el agua del Styx como su juramento más
vinculante.
—Entonces juramos por el Styx —dice Rook rápidamente, asintiendo con la
cabeza, ni siquiera estoy seguro que sepa lo que significa, pero tiene demasiado
miedo de no tener algún tipo de atadura que mantenga nuestro silencio.
—Espera —Alistair se mete la mano en el bolsillo delantero y saca un rotulador
negro. Primero me agarra del brazo, jalándolo hacia él antes de garabatear un
círculo de mierda con lo que creo que es una calavera dentro y palabras
garabateadas a lo largo de las líneas interiores.
En la parte superior pone Admin One y en la inferior Styx Ferryman.
—Qué haces, no me dibujes uno —Thatcher intenta evitar su toque, pero con
un poco de lucha Alistair consigue que se quede quieto.
—¿Qué es? —pregunto, mirando la tinta sangrante en mi piel morena.
—El óbolo de Caronte —murmura entre dientes con la tapa del rotulador en la
boca—. Para pagar nuestro camino a través del Styx a la otra vida.
Arrugo las cejas cuando dibuja lo mismo en Rook, y luego en sí mismo.
—Ya está.
—¿Qué hace exactamente esta mierda?
Se vuelve a meter el rotulador en los pantalones y responde.
—Así encontramos el camino de vuelta —Nos mira a cada uno, con la
mandíbula apretada—: Robamos. Quemamos. Sangramos. Prometemos que,
pase lo que pase, encontraremos el camino de vuelta, incluso en la muerte.
Es un dibujo tonto. Una promesa tonta que hacemos. ¿Quién sabe dónde
estaremos dentro de veinte años? Puede que mañana ni siquiera nos
conozcamos.
—¿Leíste La Ilíada y la Odisea? ¿Alguien más sabía que Ali sabía leer? —dice
Thatcher.
—Te golpearé si vuelves a llamarme así.
Sacudo la cabeza, mirándome la marca del brazo.
Ahora mismo, siento que es el momento más importante de mi vida.
No importa adónde vayamos o lo que pase, recordaré esto. Recordaré que tuve
amigos, que se preocuparon lo suficiente en este momento para hacer esta
promesa.
Se siente bien.
Me parece suficiente.
—¿Al Stix? —Formulo la pregunta y ellos responden a la vez.
—Al Stix.
Coraline llora y me muero por estar allí para consolarla.
Rook lo hará.
Mi mente resuena.
Rook la ayudará a llevar el peso de la pena, para que no esté sola. Los chicos
se apoyarán el uno en el otro. Se obligarán mutuamente a seguir adelante
porque es lo que hacemos. Seguimos adelante.
—Te... te amo. —Me ahogo, un frío insoportable se aferra a mi conciencia,
pero el sueño es una canción que no puedo bloquear. Sus manos son fuertes
y me hunden.
Coraline está borrosa. No puedo ver su rostro, y espero que oiga esas palabras
y sepa que siempre fueron para ella.
—Silas. No, por favor —ruega Rook, pero no hay nadie a quien rogar.
Dios no está aquí.
Porque la sombra y el valle son míos.
No temo al mal.
—Prométem-m..
Mi voz ya no funciona. Esta vez me ha abandonado para siempre.
—Te lo prometo, Si. Lo juro por el Styx, la protegeré.
—¡No! Rook no digas eso. No digas eso. Él está bien, ¿de acuerdo? ¡No digas
eso! Él está bien. Cariño, estás bien...
Su voz es un canto a distancia.
No creo que sus labios de bruja puedan lanzar un hechizo que detenga esto.
No cuando se siente tan inevitable. La muerte lo abarca todo. Es una manta.
Un escudo.
—Estás bien. Te amo. Estás bien. Te amo.
Hay sonidos fuertes, flotando en el espacio, pero la oscuridad es un consuelo.
Me llega cuando el frío se va y la nada se apodera de mí.
Soy aire y todo lo que hay en medio.
No tengo límites.
Pies Fríos

Silas
Nada duele.
Hay un entumecimiento que me ha envuelto como una chaqueta destinada a
protegerme del dolor. Luces brillantes me ciegan mientras parpadeo, con los
ojos intentando adaptarse.
Hierba alta me llega a la cintura y se mece contra mi cuerpo, pero el viento
no aúlla. Flores de colores brillantes se extienden ante mí, interminables
tanto en longitud como en color.
Flores silvestres tan brillantes que hacen que me duelan los ojos, pero no hay
abejas zumbando.
Extiendo la mano hacia abajo, incapaz de sentir la brizna de hierba verde bajo
mi palma, aunque envuelve mis dedos. Era todo y nada a la vez.
La sensación de estar vivo, pero no vivir realmente era abrumadora. Toda la
belleza que me rodeaba era burlona, incluso cruel. Me mostraba la vida en
toda su maravilla, pero me dejaba atrapado en un vacío interno de nada.
—¡Silas!
Una voz rompe el silencio a mi alrededor. Me giro para mirar detrás de mí,
pero no veo nada, sólo kilómetros y kilómetros de flores. Cuando me doy la
vuelta, frunzo el ceño cuando una figura se empieza a pixelar en la distancia.
Tomando forma con cada paso que daba hacia delante.
—¡Silas! —Vuelve a gritar, esta vez puedo ver la sonrisa en su rostro, la alegría
que irradia a su alrededor como un halo.
—¿Rosie? —Me ahogo con su nombre, lágrimas resbalan por mis mejillas en
un torrente. Lágrimas de alegría porque está bien, porque es feliz, porque está
aquí. Pero también están empapadas de miseria, de tristeza porque estoy
muerto.
Morí, y dejé a Coraline sola.
Se detiene a unos metros de mí, con el cabello castaño ondulándole alrededor
de su rostro y el mismo atuendo que llevaba el último día que la vi.
—Quería venir a despedirme —Inclina la cabeza, las pecas que salpican sus
mejillas se arrugan mientras me sonríe—: La última vez no pudimos
despedirnos.
Mi cuerpo, mi alma se han sentido pesados durante años. Me pesa la pena
de no haberme despedido nunca de ella, de ser la última persona en la que
confió para verla antes que la mataran.
—Lo siento, Rosie. Siento haberte dejado volver sola a casa —Mi voz suena
apagada en mis propios oídos, pero sé que ella la oye, porque empieza a
fruncir el ceño—. Siento no haberte protegido, cuando prometí que lo haría.
—No fue tu culpa, Silas. Morí y no fue culpa tuya.
Su voz es suave, dulce, tranquilizadora. Muy suya.
—Tú no tienes la culpa de mi muerte —Vuelve a sonreír, la juventud de sus
rasgos hace que me arda el pecho. Nunca llegó a experimentar la vida, nunca
llegó a ser nada. Rosemary era un mundo de posibilidades convertido en
tragedia—. Morí y está bien que te perdones.
En el fondo de mi mente, oigo voces. Rugidos y gritos a lo lejos, pero no hay
nada detrás de mí. Esa sensación de entumecimiento empieza a desaparecer,
mis huesos tienen peso y puedo sentir mis pies debajo de mí.
—Tengo los pies helados.
Se me desploma el corazón al mirar hacia abajo y ver sus pálidos pies sin
calcetines. Lágrimas me queman el interior de los ojos y las dejo caer. Quiero
traerla de vuelta conmigo, para que tenga la oportunidad de experimentar la
vida. Para que pueda volver a ver a Sage, para que pueda volver a enamorarse.
Quiero darle infinitas posibilidades. Quería tanto eso para ella.
—Siempre se te enfriaban los pies sin calcetines —digo, con un nudo en la
garganta.
—¿Oye, Silas? —Su voz es un susurro ahora, el lugar intermedio de las flores
comienza a desvanecerse. El frío está volviendo a mi cuerpo y por mucho que
quiera que Rosie sea feliz, quiero volver.
Quiero volver con Coraline porque no puedo dejarla sola.
Soy su rompedor de maldiciones.
No puedo ser otra persona que ella pierda. Quiero ser la persona que
demuestre que puede ser amada, fuerte e infinitamente sin que eso me mate.
—¿Sí? —pregunto.
Rosemary inclina la cabeza y una sonrisa de sueño se dibuja en la comisura
de su rostro. A la deriva hacia un lugar de paz.
—¿Puedes cargarme una última vez?
Quería volver, ¿pero esto? Esta era la despedida que nunca pude decirle a la
persona que me mostró bondad por encima de todo. Este era el cierre con
una persona que me enseñó cómo amar para que lo tuviera dominado cuando
conocí a Coraline. ¿Quién me enseñó tanto sobre mí mismo antes que yo
supiera quién era?
Este era un adiós a mi culpa, por no haber estado allí.
Así que la miro por última vez, sabiendo que mientras viva, llevaré el amor
que Rosemary Donahue y yo compartimos para siempre. Como testamento a
su memoria, un gracias por todo lo que hizo.
Murió sabiéndose querida por muchos y eso es todo lo que cualquiera de
nosotros puede pedir al final de sus días.
—Siempre, dulce Rosie.
Código Hex

Coraline
Tres meses después.
—¡Lilac! ¡Vas a llegar tarde! —grito desde el final del pasillo.
Oigo sus pasos llenos de actitud saliendo de su dormitorio. Sacudo la cabeza
cuando aparece frente a mí, subiéndose el bolso al hombro.
—¿Cómo esperan que aprendamos algo tan temprano, joder? —refunfuña,
frotándose el sueño de los ojos.
—Es tu último año, ¿cómo no te has acostumbrado a esto ya? Tienes que
empezar a dormirte más temprano.
—Silas dice que ser noctámbula es un signo de inteligencia —murmura
bostezando, con su cabello rubio recogido en un moño desordenado. Le
sonrío, los dos se han unido cada vez más últimamente.
Creo que es porque Silas tiene miedo de ser el malo porque sabe que la
aprobación de Lilac significa mucho para mí. Así que básicamente la mima
mucho.
—Tu bolsa de tenis está en la puerta, el bagel con extra de queso crema está
en el mostrador. Que tengas un buen día, Li —Me inclino hacia delante y le
doy un beso en la mejilla.
Antes que me separe, me abraza, lo que me hace soltar una carcajada.
—Te amo, Coraline. Gracias por ser feliz.
Me duele el corazón.
—Gracias por ayudarme a encontrarla.
La miro caminar hacia la puerta principal, escabullirse por la puerta y
dirigirse a la escuela antes de entrar en mi estudio en casa.
El cuadro que acababa de terminar anoche está en el caballete, todavía
secándose, y Silas está de pie frente a él. Sin camiseta, en chándal gris.
El chándal le cuelga de las caderas. Me permite ver perfectamente su cuerpo,
las curvas de sus músculos, el hueco de sus caderas y la fuerza de la parte
baja de su espalda.
Su piel es marrón tocada por la luz del sol, y siempre que se flexiona los
músculos se ondulan bajo la piel, bailando bajo su piel.
Debería ser un crimen para él tener este aspecto.
Me meto detrás de él, le rodeo la cintura con los brazos y aprieto mi mejilla
contra su espalda. Respiro el olor de su gel de baño.
Nunca me gustó mucho el contacto físico hasta que conocí a Silas y me
enseñó a quererlo. Ahora siento que no puedo estar en la misma habitación
que él sin tocarle.
—¿Cómo se llama éste? —pregunta, sin dejar de mirar el óleo que tenemos
delante.
Una de las cosas que más me gustan de él es el apoyo que presta a mi arte.
No sólo mi trabajo con Light y la enseñanza, sino mi propio arte. Se queda
conmigo durante horas mientras hablo de conceptos, me da ideas y siempre
se interesa por el producto final.
Me hace sentir importante, aunque yo no me sienta así.
—Rompe maldiciones —susurro.
El parecido del hombre del cuadro con Silas es exacto. Como si pudiera salir
del cuadro y reflejar al hombre que tengo entre mis brazos.
Silas murió dos veces durante la operación. Murió y volvió a la vida dos veces.
Había muerto y había vuelto a mí, para demostrarme que no estaba maldita.
Argumento que fue él desafiando a la muerte lo que rompió mi malvado
hechizo. Silas estaba dispuesto a cruzar la parca sólo para demostrarme que
valía la pena volver.
Quería pasar el resto de mi vida devolviéndole el favor. Demostrando que era
digna de un amor como el suyo.
—¿Eso es lo que soy, hex? —tararea, girándose para mirarme, sus manos
ahuecando mi rostro—, ¿Tu rompedor de maldiciones?
—Lo eres todo, Silas Hawthorne. Todo —Me inclino hacia su tacto, sonriendo
mientras presiono mis labios contra su pulgar—: Aunque estés pintando tu
despacho de ese horrible color naranja.
Se ríe, profundo y empapado de whisky. Adictivo.
—Tiene un nombre, ¿sabes? —Ladea la cabeza, mirándome—: El color.
—Sí, lo sé, naranja culo feo.
—Código hexadecimal #dd4a3d. —Sonríe—: Se llama Coraline.
—¿Soy tu color favorito?
—En todo eres mi favorito, Hex.
Poco a poco he aprendido que el pasado no importa cuando entregas el resto
de tu vida a alguien como Silas. Cuando sabes que él será el principio y el
final de todos tus días. ¿Todo lo anterior a él? No existe, él no lo permitirá.
El dolor, la herida, la miseria.
Nada de eso importa cuando estoy con él. No soy la bruja maldita de
Ponderosa Springs. No soy difícil de amar.
Silas me ama como si fuera como respirar, fácil, naturalmente, como si
estuviera hecho para ello. Y lo amo con cuidado, con ternura, como si fuera
lo único que me mantiene viva.
Nuestro amor es algo vivo, que respira: nos llena hasta que no queda espacio
para nada más.
Puede que esos fueran los votos de mi madre a mi padre en aquel juzgado,
pero estaban destinados a que yo se los dijera a él.
Seré para siempre su paz cuando el mundo sólo da guerra. Mis labios
guardarán todos sus secretos y mis brazos serán su seguridad. Hice el voto
de ser la única persona que lo acepte por lo que es y por lo que llegará a ser.
—Te amo —murmuro—: Te amo.
Hasta que la muerte nos separe.

Silas
—Otra vez.
Coraline gime mientras mi mano recorre su vientre, clavando las uñas en su
piel caliente y sudorosa.
—Silas...
—Otra vez, Coraline —murmuro entre sus muslos, sacando la lengua para
arrastrarla por su coño. Las vibraciones bajas y suaves de mi voz profunda
envían ondas de placer directamente a su coño, reverberando a través de su
clítoris hasta que está a punto de llorar—. ¿No presumías de cómo lo
aguantabas? ¿No prometiste ser mi niña buena, hex?
Se levanta de la cama, con los brazos tensos contra la cuerda que sujeta sus
muñecas al cabecero.
—Yo... Yo...
Levanto la vista. Choco con sus cálidos ojos marrones, una mezcla entre sobre
estimulación y placer se entremezcla en sus iris.
Le advertí.
Le dije lo que haría si me dejaba tener su cuerpo. No me conformaba con que
Coraline se corriera. Necesitaba que se rompiera. Para ver esas paredes
derrumbarse a su alrededor un orgasmo a la vez.
—Vamos —la insto, presionando sus muslos contra el colchón para
mantenerla abierta y flexible para mí—. Has sido tan buena conmigo toda la
noche. Puedes hacerlo.
La he llevado al límite. Un orgasmo con mi pistola, otro con mis dedos, ahora
la quería al límite antes de hacerla ahogar mi polla.
Más. Más. Más.
Sólo quiero más de ella. Toda ella.
Tres meses de pura libertad parecen el paraíso para ella. Los muros
construidos a su alrededor se han derrumbado y me ha dejado entrar de lleno
en su corazón. Dejándome hacer un hogar allí.
Me mira a través de sus pestañas húmedas, con lágrimas en sus mejillas
cálidas y brillantes bajo la suave luz de la lámpara.
Mi expresión se ensombrece, me siento sobre las rodillas y extiendo la mano
por encima de su cuerpo hasta el cajón de la mesita de noche. Saco el
consolador de silicona que le hice comprar hace unos meses.
—¿Qué eres, Hm? —susurro, atrapando el juguete a sus labios una orden
silenciosa para abrir para mí—. Dilo, Coraline.
—Soy tuya. Soy tu mujer —Se ahoga, contoneándose debajo de mí—. Sólo
tuya. Sólo... sólo un agujero para ti.
Con la boca ligeramente abierta, introduzco el juguete rosa entre sus labios
suaves como almohadas, hinchados por mis besos.
Mi mano aprieta su muslo, mi polla taladrando un agujero a través de mis
pantalones al pensar que mañana estarán magullados. Su lengua se
arremolina y su boca chupa el consolador. Se lo meto aún más en la garganta,
provocándole arcadas, pero sigo haciéndolo hasta que está bien mojado.
Se me dibuja una sonrisa en la cara al ver cómo le brillan los ojos al pensar
que me ha complacido.
Cuando estoy satisfecho, vuelvo a colocarme entre sus piernas, boca abajo,
mientras beso su coño chorreante. Con una mano sujeto su muslo a la cama
y con la otra arrastro la polla de silicona por sus resbaladizos pliegues.
—Así es —acepto, apretando la carne de su muslo con mi mano—. Mi puta
que vive para ser llenada con mi semen, ¿sí?
Coraline asiente, con los ojos cerrados mientras le meto la punta del
consolador en el coño. Sus estrechas paredes lo engullen, succionándolo, y
no es mi momento de mayor orgullo estar celoso de una polla de mentira.
Pero Dios, es tan jodidamente hermosa.
Tan jodidamente buena para mí.
Un quejido entrecortado sale de su boca:
—Silas, no puedo. Es demasiado. Demasiado.
—Estás bien —la tranquilizo—. Vas a quedarte ahí tumbada y te vas a portar
bien. Vas a ser una buena chica para mí, Coraline.
Me encanta esto.
Viéndola temblar y retorcerse, abrumada por el placer. Su precioso coño rosa
hinchado por tanta atención.
Es toda mía.
Mi terca y hermosa esposa.
Empujo el juguete más adentro, mi cuerpo obliga a sus piernas a abrirse
mientras ella intenta cerrarlas en represalia.
—¡Joder! —grita cuando coloco mi boca sobre su clítoris. Me lo meto en la
boca, rozando con los dientes el sensible manojo de nervios, antes de lamerlo
con la lengua.
Su vientre se contrae y sus caderas se acercan a mis caricias en una batalla
perdida. Su coño quiere más, pero su mente cree que es demasiado.
Le meto la polla con embestidas cortas y rápidas, acelerando al ritmo que
marca mi lengua. Su excitación se filtra en mi boca, ahogándome con su
placer.
—Silas, me voy a correr, cariño. Me voy a correr —Gime desde el fondo de su
garganta, luchando contra sus ataduras mientras me folla la cara.
Esta es mi parte favorita.
Retiro completamente mi contacto, haciéndola gritar de agonía. Se agita
contra la nada, como un animalillo salvaje enloquecido. Una sonrisa de
satisfacción pinta mis facciones mientras me apoyo en la parte trasera de mis
piernas. Me desabrocho los pantalones y me los bajo lo suficiente para sacar
mi dolorida polla.
—Por favor, Dios mío. Necesito... —Jadea, no está segura de si quiere más o
necesita que pare.
Me acaricio mientras ella me mira, con el cabello enmarañado y alborotado,
su rostro enrojecido.
—Usa tus palabras, Coraline —gruño, untando mi pre semen en la punta de
mi polla—: ¿Qué necesitas, nena? Quieres correrte otra vez, ¿verdad?
¿Quieres que use ese puto agujero apretado?
Cuando no contesta, sólo levanta las caderas en el aire, me arrastro sobre su
cuerpo. Mi mano agarra sus mejillas, obligándola a mirarme.
—Abre —le exijo que abra los labios. Mi boca escupe saliva, que gotea sobre
su lengua—. Dime lo que quieres. Lo que te mereces.
Aflojo un poco mi agarre para que pueda hablar y espero su respuesta
después que traga saliva.
—Quiero que me hagas correrme. Fóllame, Silas, por favor, te lo suplico. Estoy
vacía sin ti.
Ahí está.
Mi cosita arruinada. Suave y dulce sólo para mí. Creyéndose tan indigna de
amor y afecto.
—No eres una maldición, nena. Eres una maldita bendición.
Mis labios presionan los suyos, un beso hambriento en el que nuestras
lenguas se rozan. Me agarro la base de la polla con una mano, la otra apoyada
junto a su cabeza.
Y finalmente, como he estado pensando toda la noche, me empujo a casa.
Un sonido depravado y desolado sale de sus pulmones mientras se estira
alrededor de mi cuerpo. Se retuerce a mi alrededor haciéndome gemir.
—Ya estoy tan cerca —gime.
Mi boca desciende hasta sus tetas, girando alrededor de su sensible pezón
antes que mis dientes muerdan los bonitos piercings con mis iniciales.
Tirando de ellos juguetonamente.
Me doy un festín con sus tetas. Lamiendo y chupando, tomándome mi tiempo
mientras siento como saltan con cada embestida en su cálido cuerpo.
—Espera —le ordeno, contra su piel, sacándola antes de volver a meterla de
un largo golpe—: No tienes permitido correrte todavía.
Se aprieta a mi alrededor, tensando su cuerpo para no explotar. Me apoyo en
las rodillas, jugando a este juego con ella sólo porque sé que estoy cerca.
Hacer que se corra. Acorralarla, ya me tiene al límite.
Le agarro las caderas con las dos manos y las uso como asas para empujarla
hacia delante y hacia atrás sobre mi polla. Miro hacia abajo, observando cómo
me lanzo dentro de ella, dentro y fuera. Sus jugos resbaladizos brillan a lo
largo de mi polla mientras ella acepta cada centímetro.
—Eso es, cosita bonita —Tarareo, bombeando mis caderas más rápido,
escuchando su coño abofetear contra mi pelvis—, ¿Se siente bien?
Ella asiente mientras gime, echando la cabeza hacia atrás en las almohadas.
—Me encanta cuando me usas. Ser tu pequeña zorra.
No me jodas.
—Dios, la forma en que te degradas me hace ansiarte más —siseo entre
dientes apretados, dándole una embestida castigadora. Me mantengo
enterrado dentro de ella, moviendo las caderas.
» Mírate —le digo, observándola a los ojos cuando se fijan en los míos. Una de
mis palmas se apoya en su vientre, presionando mientras salgo y empujo de
nuevo, sintiendo cómo mi polla se mete dentro de ella—. ¿Me sientes dentro
de tu coño, Hex? ¿Sientes cómo suplica que lo llene?
—Dios, por favor... por favor...
Se retuerce debajo de mí, empujando sus caderas para recibirme empujón
tras empujón mientras empiezo a perderme en su cuerpo.
El calor resbaladizo y apretado que me absorbe cada vez que la saco. Me
obliga a correrme, no me deja otra opción que llenarla.
Su coño es el paraíso y moriría mil veces por quedarme aquí para siempre.
El cosquilleo en mis bolas me marea, mi agarre de sus caderas se tensa,
mientras uso su coño como si fuera mi juguete personal.
—Córrete para mí, hermosa chica.
Y como es tan jodidamente dulce, lo hace.
—Eso es —gimo, perdiendo el ritmo de mi empuje perdido en la persecución
de mi clímax—. Eso es, joder.
Se aprieta a mi alrededor, estremeciéndose sobre mi cuerpo, y es todo lo que
necesito para meterme en ella una última vez antes de correrme.
—Sí, sí, sí —Ella grita a través de su orgasmo, mis caderas siguen follando
mi semen en su coño, dejándola cabalgar el éxtasis.
La cabeza me da vueltas, el pecho se me agita mientras me retuerzo dentro
de ella. Me duelen los músculos de euforia, incapaz de contener los gemidos
de placer que se escapan de mi boca.
Sigo besándola por el pecho, subo por la curva del cuello y me inclino hacia
ella mientras le desato lentamente las muñecas. Cuando está libre, me tomo
mi tiempo para acariciar su piel en carne viva.
—¿Estás aquí conmigo, Hex? —murmuro contra su piel irritada. Me tomo mi
tiempo para masajearle los dedos y las palmas de las manos.
Sabe lo que le pido. Sabe que quiero asegurarme que no regrese a una época
anterior a mí. Un tiempo en el que no estaba segura.
Coraline parpadea, una suave sonrisa se dibuja en el borde de sus labios
mientras asiente.
—Siempre aquí contigo.
Dejo que estire los brazos, moviéndome de entre los muslos. Pero
quedándome en la cama con ella. Dejando que mi cuerpo se enrosque
alrededor del suyo, atrayéndola hacia mi pecho.
Mi cabeza cae en el pliegue de su cuello.
Es cálida y huele a sudor y a sexo.
Su cuerpo se hunde en la cama, en mi cuerpo, mientras murmura:
—Estoy embarazada.
Miro hacia abajo observándola:
—¿Qué?
—Estoy embarazada —Sonríe, escondiendo su rostro en mi pecho—. Lo
descubrí ayer por la mañana.
Coraline me ha dado todo lo que nunca pensé que tendría. Una familia propia
y amor sin condiciones. La admiro constantemente, su fuerza y su dedicación
a los que forman parte de su vida. Y ahora lleva a mi hijo, nuestro primer
bebé en el hogar. Qué niño tan afortunado.
Nunca pude elegir a Rosemary. Nuestra conexión fue circunstancial, un
regalo de algo más allá de nosotros para ayudarnos a superar nuestro dolor.
Eso nunca me quitará el amor que siento por ella, porque fue real y me salvó.
Pero nunca pude elegir.
Desde el momento en que la vi, elegí a Coraline. Hoy, mañana y todos los días
siguientes. Elegiré amarla, entregarme a ella.
Porque no podía ser nadie más que ella.
Somos nosotros, para siempre. Muerte inevitable y todo eso.
El Styx Para Siempre

Silas
Los funerales marcan el final de la vida.
Es rápido, agudo y, por muy preparado que estuvieras para que la muerte se
llevara a tu ser querido, sigue doliendo. Duele de una forma que nunca
puedes predecir y la única tirita, el único bálsamo que curará la herida es lo
que menos quieres.
Tiempo.
Es el enemigo. El ladrón. Agua salada sobre una herida fresca. Hasta que un
día deja de serlo. Hasta que un día miras la cicatriz nudosa, que ya no es
rosa, y agradeces que la distancia del dolor te haya ayudado a crecer.
—¿Cómo estás, cariño? —La mano de mi madre se apoya en mi hombro,
dándome un suave apretón.
Tiene el rostro rojo, manchado de lágrimas que tardarán meses en dejar de
caer. Hoy, mi madre ha enterrado a su mejor amigo. La persona con la que
eligió pasar la eternidad, sabiendo que la eternidad no es real.
El amor es así de perverso. Lo consume todo y está lleno de tanta esperanza
que te hace creer que puedes vencer a la muerte, que puedes alcanzar la
eternidad si te aferras lo suficiente.
—Estoy bien, mamá —le digo mientras estamos de pie junto al ataúd de Scott
Hawthorne—. ¿Puedo hacer algo por ti?
Parpadea y se quita las lágrimas con la mano mientras me mira fijamente. Me
pregunto si está recordando los días de mi juventud o si intenta no quebrarse
porque me parezco tanto a mi padre.
—Me gustaría que te vayas.
Abro los ojos y frunzo las cejas. En todos mis años de vida, mi madre nunca
me había dicho algo así. Siento que se me desencaja la mandíbula mientras
la miro boquiabierto.
—¿Qué?
—¡No de esa manera, niño tonto! —Me da un manotazo en el brazo, como si
fuera obvio lo que quería decir. Como si no fuera lo último que esperaba que
dijera en el funeral de mi padre—. Te has quedado en este pueblo por todos
menos por ti. Nunca ha sido lo que querías o lo que era bueno para ti. Tu
padre y yo lo sabíamos, pero nada de lo que hubiéramos dicho te habría hecho
marcharte. Has encontrado tanto aquí. Ponderosa Springs siempre será parte
de ti, Silas, pero no tiene que ser para siempre.
Desde que empecé el instituto, me han querido fuera de aquí. Lejos de los
susurros y los rumores. Sé que es lo que quieren, lo que mi padre querría,
sólo que nunca tuve la oportunidad de averiguar si era lo que yo quería.
Sería fácil decir que en este pueblo sólo queda el mal. El pueblo que me
convirtió en un villano, en una historia de miedo, en un monstruo, pero no
es tan fácil.
Este lugar alberga recuerdos que nunca podrán ser trasladados. Aunque la
vida no sea eterna, los recuerdos sí lo son. Ponderosa Springs es un pueblo
vacío, pero lleno por completo.
La nostalgia de los juegos de la infancia perdura en los terrenos de la casa
familiar de los Caldwell. Los ecos de las risas se posan sobre el tejado del
instituto, los nudillos ensangrentados y la adrenalina encuentran descanso
en El Cementerio. La victoria está en casa en cada Gaulent y el caos está
grabado a fuego en cada calle.
Nuestras marcas están aquí, se quedarán aquí.
Podemos elegir abandonarla, pero esos recuerdos permanecen con ella.
¿Cómo te despides de eso?
—La empresa de papá, mamá. No puedo aceptarla e irme después de haberme
instalado en el puesto de director general —le digo, que es más fácil que
explicar el resto.
—Tu padre se preocupa más por tu felicidad que por esa empresa, Silas.
Pensamos que te irías después de la graduación, pero cuando Rosemary
murió tu dolor te mantuvo arraigado aquí. Llevo años viendo cómo este lugar
se te queda pequeño.
Pero no todos los recuerdos son buenos.
Aquí también vive la muerte. Secretos y dolor. Mentiras y acciones
imperdonables. Nunca podremos caminar por los terrenos de Ponderosa
Springs sin pensar en los cuerpos que enterramos en él. Las vidas que nos
llevamos y las que nos arrebataron.
¿La posibilidad de dejar eso atrás? Eso es fácil.
Construir una vida con Coraline que no esté constantemente vigilada ni se
hable de ella. Darle a mi chica el espacio que necesita para curarse y crecer.
Estar ahí para ver en qué se convierte sin el peso de la vergüenza sobre sus
hombros.
—Lo pensaré, ¿Sí?
—Muy bien, dulce niño —murmura.
Reúno a mi madre entre mis brazos y estrecho su pequeño cuerpo contra mí.
No me siento culpable por no contarle la verdad sobre mi esquizofrenia. No
cuando la verdad no importa.
Lo tenga o no, no cambiaría la forma en que me quiere. La forma en que
siempre me ha amado. La creencia no es la validación que necesito de ella.
La creencia era algo que necesitaba de mí mismo.
La verdad sólo traerá culpa y tristeza a su vida, dos cosas que no necesita
mientras se embarca en su viaje de duelo. Luchará por perdonarse a sí misma
por confiar en un médico antes que en las palabras de sus propios hijos, como
si tuviera elección. Olvidará lo asustada que estaba por mí y se odiará por no
creerme.
No le haré eso.
La gente en mi vida que necesita saber, lo sabe.
Eso es lo que importa.
El funeral de mi padre avanza, como la vida. Doy la mano para ser cortés,
escuchando condolencias de gente que no le conocía.
Cuando la última persona sale de la iglesia, la recién reconstruida de St.
Gabriels, me quedo solo. Bueno, al menos por un momento.
Las puertas del santuario se abren y, al levantar la vista de mi asiento en los
escalones del altar, veo a Alistair, Rook y Thatcher entrar. Vestidos con varios
trajes, y pareciendo mucho más mayores de lo que recuerdo que éramos.
Han pasado seis meses desde el día en que nos paramos sobre una tumba
vacía que apestaba a carne quemada y secretos. Todos vestidos de punta en
blanco, uno de nosotros con traje de novio, un día que se suponía que
marcaba el comienzo de una nueva aventura.
Marcó el amargo final de nuestra venganza.
Alistair juró no volver nunca aquí, pero había pocas cosas que no haría por
mí. Se tragaría poner un pie en Ponderosa Springs si eso significaba estar
aquí para celebrar la vida de mi padre.
—¿Cómo de molestos crees que estarían si quemara este lugar por segunda
vez? —pregunta Rook mientras se desliza en uno de los bancos, echando los
brazos detrás de la cabeza y sintiéndose como en casa.
—Tengo que tomar un avión mañana, si acabas en la cárcel, estás por tu puta
cuenta.
Sonrío a Alistair, asintiendo en silencio, pero también sabiendo que lo
sacaríamos en cuanto lo encerraran.
—Estoy harto de funerales —murmura Rook, con las gafas de sol oscuras
ocultando sus ojos—, va a ser agradable despertarse mañana sin la
preocupación de que maten a uno de ustedes.
—¿Acabas de decir algo con lo que estoy de acuerdo?
—¿Podemos por favor deshacernos del American Psycho ahora?
Thatcher se desliza en el banco detrás de él, inclinándose hacia delante:
—Ya quisieras, Van Doren.
Es un momento de silencio. Sólo nosotros existiendo en la finalidad de que
esta parte de nuestras vidas si ha terminado. La última pieza de ajedrez
enemiga está fuera del tablero y tenemos el control total de la partida.
Bueno, casi todos, pero honestamente... Mi menor preocupación en la vida es
Easton Sinclair. Me he vengado y él me dio una oportunidad que nadie más
tuvo.
Una oportunidad para despedirme de Rosemary. Una oportunidad para
disculparme. Una oportunidad para dejar ir mi culpa.
Así que, aunque me disparó, si alguna vez lo vuelvo a ver... Se lo agradeceré
y espero que Rook no esté cerca porque no es tan indulgente con Easton como
yo.
—¿Se acuerdan de cuando éramos niños y nos colábamos en la biblioteca
Caldwell de Hollow Heights para lanzar petardos? —dice Rook, haciéndome
recordar una época en la que éramos mucho más pequeños e incluso más
imprudentes.
—Recuerdo que Thatcher te echó la culpa —resopla Alistair, cruzando sus
brazos delante del pecho mientras sonríe—: Aunque fue idea suya.
—En primer lugar, fue idea tuya, Ali —Thatcher argumenta—: Estabas
enfadado con tu padre, yo simplemente te di una solución. No me culpes a
mí de tu mal genio.
—Creo que hemos tenido esta discusión antes —murmuro—: Cuando
teníamos como trece años en la parte de atrás del auto de mi padre.
Mi padre había sido quien nos había recogido del despacho del decano
después de que nos hubieran grabado las cámaras. Fue después cuando me
dediqué a aprender a piratear cámaras de seguridad. Sin vídeo no hay delito.
—No digo que vaya a echar de menos Ponderosa Springs, pero —Rook hace
una pausa, mira a cada uno de nosotros—, este lugar nos mantiene unidos,
¿qué tenemos sin él?
La pregunta resuena sin respuesta. Ninguno de nosotros sabe qué responder,
porque creo que ninguno lo sabe. Acabamos de descubrir que podemos ser
personas diferentes de lo que este lugar esperaba que fuéramos.
—Podríamos comprar este lugar, saben —digo bruscamente, no sé si lo digo
en serio, pero sé que no quiero perderlos.
Tal vez fue mi experiencia cercana a la muerte y el shock en el corazón lo que
me trajo de vuelta, pero me quedaría con Ponderosa Springs para siempre,
con dolor y todo, si eso significaba que podía quedarme con los chicos.
—¿Qué mierda haríamos con una iglesia?
—Me refiero a Ponderosa Springs —Hago un gesto hacia ellos—, Alistair está
a punto de heredar la mayor parte de la tierra de todos modos. Cada uno de
nosotros es dueño de una parte de este lugar, podríamos comprar el resto y
dividirlo. Podríamos hacerlo nuestro.
¿Podríamos convertir una ciudad de los horrores en un hogar? ¿O había
demasiado maldito daño?
—O podríamos venderlo —dice Alistair enérgicamente, ya decidido antes que
lo sometamos a votación—. Este pueblo no nos hace. Nosotros lo hacemos.
¿Mantenemos el lugar que nos hizo o vendemos el lugar que nos condenó?
Las puertas del santuario se abren de nuevo, pero esta vez son nuestras
mejores mitades. Coraline sonríe al verme y suelta la mano de Sage para
dirigirse hacia mí por el pasillo central.
Nunca me cansaré de esperarla al final del pasillo. No importa cuántas veces
nos casemos, siempre la esperaré aquí.
Me levanto cuando llega al último escalón y bajo hasta situarme frente a ella.
Le acomodo el cabello por detrás de las orejas y le rozo el labio inferior con el
pulgar.
—Hola, hex.
—Hola, cariño —susurra y me rodea la cintura con los dos brazos antes de
ponerse de puntillas para besarme suavemente en los labios. Es rápido, corto,
mi hábito favorito.
Todo es mi favorito cuando se trata de Coraline.
—¿Estás bien?
Asiento con la cabeza:
—Ahora mejor.
—¿De qué estaban hablando? —pregunta Briar al lado de Alistair, sonriendo,
completamente ajena a nuestra conversación potencialmente cambiante.
—Recuerdos —digo simplemente.
No es una mentira. No es verdad.
Ante nosotros había caminos de libertad. Caminos donde no seguía la
reputación de los infames Hollow Boys. Un lugar al que no llegaban los lejanos
ecos de nuestro torturado pasado.
Siempre seremos los hijos bastardos de Ponderosa Springs, pero ahora
sabemos que eso no es todo lo que somos.
Somos más que rabia, pecado, linaje y silencio.
Alistair Caldwell es más que ira. Es un feroz protector, un hermano mayor,
una sombra que no puede existir sin un poco de luz.
Conocer a Rook Van Doren no es una condena interna. Es una bendición
presenciar su ardor, su infierno que consume y libera las brasas de los que
ama.
Y Thatcher Pierson no es una manzana caída de un árbol siniestro. Es el
recordatorio de que la historia de nuestra familia no determina nuestro
futuro. Que el amor es acción y nunca palabras.
Soy más que palabras que nadie cree. Soy una voz para alguien que la
necesita.
No somos criaturas de la noche sin amor y con apetito de violencia. Hay gente,
nuestra gente, dispuesta a transformar las sombras para mostrarnos la vida
más allá de la venganza y el trauma.
Más allá de las llamas de nuestra rabia destructiva, quedaría para siempre
un único hilo de obsidiana entretejiendo nuestras almas. Permanecerá en
nosotros como un recordatorio. Que una vez fuimos sólo cuatro chicos,
pequeños niños que, en la oscuridad de nuestras vidas, forjaron una familia
a partir de nuestra desesperación.
No éramos sangre, pero eso significa una mierda en el gran esquema de todo.
Es fácil amar a alguien que comparte tu ADN. La verdadera prueba del amor
incondicional es a quién decides no abandonar nunca, independientemente
de la relación.
Eso es lo que somos los unos para los otros.
Familia.
—¿Adónde vamos ahora? —pregunta Rook inclinándose hacia delante,
apoyando los brazos cruzados en el banco que tiene delante.
El miedo a la separación pesa sobre sus hombros. Sé que nunca nos
dejaremos, en realidad no, pero la posibilidad de que futuros diferentes nos
separen también me asusta.
—Donde mierda queramos —Alistair se inclina, le alborota el cabello, como
solía hacer cuando éramos más jóvenes—, Donde mierda queramos, Van
Doren.
Aprieto más a Coraline contra mí y presiono los labios contra su cabeza,
respirando el olor de su cabello. Sé que tengo entre mis brazos a la persona
por la que daría cualquier cosa. Aunque esté realmente maldita y amarla me
mate, moriré saciado.
Iré con su aroma de lavanda en mi nariz, el recuerdo de su tacto arraigado en
mi piel. Lleno y rebosante de ella me encontraré con la muerte con un gracias
y un favor.
Mi favor será este, darle ventaja a mi alma la próxima vez. Es testaruda y
difícil de atrapar.
—¿Hacia el Styx? —les ofrezco.
En el amanecer de la muerte, con un nuevo comienzo en el horizonte.
—Al Styx.
Este es el eco, que se escucha a través de las vidas.
ESCENAS EXTRAS
Un Halloween más que real
**Sin editar**

Alistair
El suelo húmedo cruje bajo mis botas a la entrada del Laberinto. El imponente
laberinto de setos rezuma niebla y me invita a adentrarme en sus muros para
recoger un premio que sólo yo puedo ganar.

Me acerco el teléfono a la oreja y oigo una vez el tono de llamada. Mi sonido


favorito suena por el altavoz.

—Aún no he podido enviarte una pista.

Mis pies se adentran en la entrada del laberinto de setos que hay detrás del
distrito de Bursley, alejándome del presente y acercándome al pasado. Este
pedacito de historia que comparto sólo con la ladronzuela que se esconde
dentro.

—No hace falta —Sonrío, el plástico de la máscara de calavera oculta mi


sonrisa de la oscuridad—, ya sé dónde estás, nena.

Me paso la lengua por el labio inferior, prácticamente saboreando el sabor de


su cuerpo en mi lengua cuanto más me adentro en el laberinto. El olor a tierra
mojada me sigue a cada paso, los insectos croan en el bosque justo a mi lado.
Sé que su corazón late en su pecho y me muero por darle un mordisco.
Mi polla se tensa contra mis pantalones negros, desesperada por ser
enterrada dentro del apretado coño de mi mujer.

Mi esposa.

Todavía me vuela la puta cabeza que tenga una, y mucho menos una como
Briar. Nunca creí que sería otra cosa que rabia y tormento, pero en los
momentos tranquilos de nuestra casa, cuando cae la oscuridad y sólo
estamos nosotros... Todo en mí es gentil.

Me inclino ante ella, me derrito y me fundo con ella. Ha tomado a un hombre


que sólo se alimentaba de dolor y lo ha convertido en alguien que no
reconozco. Una versión de mí mismo que nunca creí que pudiera llegar a ser.

—¿Cómo piensas excitarme si ya no te tengo miedo, Caldwell? ¿Se te levanta


sin el olor de mi miedo? —La sonrisa en su voz me hace reír.

La adrenalina corre por mis venas mientras la niebla se disipa con cada uno
de mis pasos, la hiedra atrapándome en el interior mientras giro a la
izquierda, serpenteando por este laberinto con sutil facilidad.

Aún no he empezado a jugar y ya estoy listo para devorarla entera. Este es


nuestro juego, ella se burla, se mofa, me empuja hasta que no tengo más
remedio que perseguirla.

—Respira hondo para mí, nena —le digo—, es la última que lo harás
libremente. Una vez que te atrape, todas tus reparaciones serán mías.

Oigo su respiración entrecortada, un pequeño gemido en el fondo de su


garganta ante mi amenaza. Giro a la derecha y miro la franja de oscuridad
que tengo delante. Prácticamente oigo los latidos de su corazón en mis propios
oídos.
Vivo por el control que me da sobre su cuerpo y le encanta cómo la hace sentir
cuando se deja llevar. Mi polla palpita al pensar en su preciosa y frágil
garganta entre mis manos. Sabiendo que con un fuerte apretón podría acabar
con su vida. Se me pone dura sabiendo que deposita esa confianza en mí.
Que me confía su placer, su vida.

—¿Vas a...?

—¿Robarte el aliento hasta que esos lindos ojitos vean estrellas? —Respiro en
el teléfono—: Sí, nena, lo hare.

Me acerco cada vez más al centro del laberinto y sé que me estoy acercando
a ella a cada paso que doy. Briar gime al teléfono, probablemente con las
bragas empapadas de solo pensarlo.

—Te encanta cuando te follo hasta que vuelves a la conciencia aunque te


asuste, ¿verdad, ladronzuela? Saber que podría matarte con mis propias
manos si aprieto un poco demasiado fuerte. ¿Crees que esta vez podré parar
sólo para que te desmayes, nena?

—Tienes que atraparme primero, Caldwell.

—Ladronzuela, estás atrapada en mi laberinto. ¿Cómo pudiste pensar que


escaparías de mí?

—No quiero —La sonrisa en su voz hace que me arda el pecho—. Pero huir de
ti es jodidamente divertido.

—Es porque sabes que siempre te atraparé —Sonrío—: Ahora corre,


ladronzuela. Haz que esto sea divertido para mí.

La llamada se corta, guardo mi teléfono en el bolsillo y me pongo la capucha


sobre la cabeza. El deseo se arremolina en mis entrañas mientras corro una
vez que me he abierto paso hasta el círculo interior del laberinto. Sabiendo
que me estoy acercando.

Ponderosa Springs es mi peor enemigo. Detesto que todo mi futuro con Briar
esté justo delante de mí y justo cuando creo que está a mi alcance, este
maldito lugar me jala hacia atrás.

Sin embargo, ¿Hollow Heights? ¿Esta tierra impía de secretos y muerte? Es


donde conocí a Briar. Es donde comenzó nuestra historia. Este laberinto por
el que estoy serpenteando, es uno de los primeros lugares donde la perseguí.

Es duro no saber lo que es el amor. Es aún más duro cuando lo descubres y


te das cuenta de que podrías perderlo. Dicen que hay un momento, un
momento singular, en el que te das cuenta que amas a alguien.

Amarlo de verdad, incondicionalmente.

Fue entonces cuando sentí que mi odio por este lugar se desvanecía. He
detestado la ciudad que me crió y me condenó desde que era joven. Pero
ahora, es tolerable. Porque aquí no sólo vive la miseria y el trauma.

Briar también existe aquí.

Nuestra historia, nuestro comienzo. Existe más allá de estos pinos y fue
entonces cuando supe que era más que lujuria, más que su miedo.

Era un para siempre.

Mis ojos vislumbran una melena rubia azotando la oscuridad, apenas un


mechón antes que desaparezca tras un muro verde oscuro.

—Ahí estás, nena —murmuro, acelerando mi cuerpo mientras la persigo.


El suelo desaparece cuando mis pies golpean contra él y el viento aúlla en
mis oídos, haciendo todo lo posible por hacerme retroceder. Pero no puedo
detenerme. No cuando lo que quiero está justo delante de mí, a un metro de
distancia.

Los setos que me rodean se convierten en una mancha infinita a medida que
acelero, el suave parloteo de su respiración se hace más fuerte a cada paso.

Mis largas piernas acortan la distancia que nos separa, y una vez que doblo
la curva, hay un tramo de terreno delante de mí y ella está justo ahí. Moviendo
los brazos, haciendo todo lo posible por mantener la distancia.

Pero no hay escapatoria de mí. No para ella.

Justo cuando cree que tiene ventaja, su pie resbala y yo aprovecho la


oportunidad. Un conejo herido atrapado por un lobo hambriento.

Cuando estoy lo bastante cerca, me abalanzo sobre ella y le rodeo la cintura


con el brazo. Su espalda choca contra mi pecho, los hombros le tiemblan por
intentar escaparse de mí y respira agitadamente. Mi brazo se enrosca en su
vientre y la sujeta contra mí con fuerza.

—Buen intento, ladronzuela —Presiono la boca de mi máscara contra su


oreja, mi mano libre serpentea por su cuerpo y rodea su garganta—. Pero eres
jodidamente toda mía.

Briar
Mis ojos revolotean, despertando a la euforia. Mi cuerpo es fuego líquido, arde
de placer mientras recupero la sensibilidad en mis miembros.

—Joder... —balbuceo cuando mi cuerpo se sacude hacia atrás, clavándose en


el suelo húmedo. Alistair vuelve a empujar dentro de mí, hundiendo toda su
polla en mis paredes. Mi coño, despierto y necesitado, se aprieta a su
alrededor, atrapándolo para que no pueda moverse.

—Maldita sea, estás tan jodidamente apretada así, nena.

Me araña los muslos con las manos, clavándolas en la piel mientras empuja
mi cuerpo laxo contra el suyo. Parpadeo más allá de la niebla, la garganta me
arde de una forma que me encanta. La máscara sigue cubriendo el rostro de
Alistair, con los pantalones bajados lo justo para que su polla se introduzca
dentro de mí.

Me quito la camiseta y, cuando miro mis tetas desnudas, veo marcas rojas
brillantes en ellas. Un gemido resuena en mi boca, mi coño gotea. Cuando
Alistair utiliza mi cuerpo para su placer, hay algo que me vuelve loca.

Cuando estoy desmayada y no tengo control sobre lo que hace. Sólo para
despertar la forma más alta de placer. Es mi droga favorita.

—Más, por favor, Alistair —Gimo y abro más las piernas para darle más
acceso a mi cuerpo. Mis manos se aferran a sus brazos, atrayéndolo hacia
mí.

Él gruñe en respuesta, sus caderas golpean con más ferocidad. Nuestra piel
sigue deslizándose una sobre la otra, mi espalda se arquea para acogerlo cada
vez más adentro.

Muevo mis dedos, tirando de la máscara de su cabeza. Me estremezco cuando


nuestros ojos se cruzan, mi hermoso chico enojado.

El único lugar donde permito su ira es en el dormitorio. Sólo allí puede usar
toda esa ira y darle un buen uso.

Y me encanta. Vivo por ella. Me muero de hambre sin ella.


Sus embestidas son brutales y me acercan al límite. Darme el control sobre
mi placer sólo hace que las cosas sean más intensas. No hay nadie en el
mundo en quien confíe más que en él.

Mi orgasmo aumenta, mis súplicas se hacen más fuertes y desesperadas con


cada embestida. Siento que Alistair se acerca, que su polla palpita dentro de
mí. Eso hace que mi orgasmo sea mucho más fuerte.

Llegamos juntos a la cima, nuestros gritos resuenan en el aire nocturno que


nos rodea.

Nos desplomamos sobre la hierba húmeda que tenemos debajo, jadeando


mientras nuestros miembros aún tiemblan por la intensidad de lo que acaba
de ocurrir entre nosotros.

—Feliz Halloween —digo riendo y me doy la vuelta para rodearle el pecho con
el brazo y acurrucarme a su lado.

Inclina la cabeza y me da un beso en la frente.

—Feliz Halloween, Ladronzuela.


Rook
—Nena —gimo, persiguiéndola, comiéndome con la mirada su culo apretado
en esa falda a cuadros mientras lo hago—. No puedes estar enfadada conmigo
en serio ahora mismo.

Su respuesta es enviar un dedo corazón a su espalda, continuando


acechando a través del estacionamiento hacia mi moto, y aunque no puedo
verla, está haciendo pucheros.

Sonrío. No es culpa mía que se le dé mal esconderse de mí. O que sea un poco
torpe y haya volcado una estantería, dejando al descubierto su escondite.

Pero está bien. Me quedo con sus pucheros. Incluso su versión enfadada
cuando está estresada por el trabajo y me riñe, incluso cuando me da la ley
del silencio en respuesta cuando me olvido de sacar la basura.

Aceptaré cada mal humor, lo tomaré, lo guardaré muy dentro y lo apreciaré


por el resto de mi vida. La quiero para siempre, en todas sus formas, incluso
en las que no guste mucho.

En todas sus formas, Sage Donahue es mía.

Cuando llega a mi moto, se gira, cruza los brazos y se apoya en el asiento,


negándose a mirarme.

Me acerco a ella despacio, como si fuera un animal enjaulado al que no quiero


asustar. Mi mano encuentra su cintura cuando estoy lo bastante cerca,
empujando la tela de su camisa hacia arriba para poder sentir la suave piel
de su cadera bajo las yemas de mis dedos.
Lo que nunca admitirá en voz alta es que no puede resistirse a mí. Incluso
cuando está muy tensa, soy el toque que la desata.

—Vamos, FT. No te enfades conmigo —Me inclino, presionando un beso


contra su cuello, sintiéndola estremecerse bajo mi tacto mientras mi aliento
caliente desliza sobre su piel—. Podemos jugar otra vez si quieres, o...

Gira la cabeza y me mira por primera vez desde que la encontré en la


biblioteca. Esos ojos azules como llamas se clavan en los míos, su cabello
rubio fresa suplica mi puño, y ya siento mi polla presionando contra la
cremallera.

—¿O? —Ella arquea una ceja, dándome una actitud que me hace querer
follármela hasta que esté en carne viva y suplicándome que pare.

Mi pulgar y mi índice le agarran la barbilla: —O puedes inclinar ese dulce


culo sobre mi moto para que te haga correrte.

Con la otra mano, la deslizo desde la cadera por el material de su falda hasta
encontrar el vértice de sus muslos. Mis dedos rozan la piel sensible del
interior de sus muslos, antes de pasar por sus bragas.

—Este coño no está enfadado conmigo, nena —Le muerdo el labio inferior,
saboreando su brillo labial de fresa—. Vamos, sé una buena puta para mí y
date la vuelta.

La adrenalina corre por mis venas, sabiendo que esto tendrá que ser rápido
porque no tengo ni puta idea de cuándo acabarán los demás sus juegos.

Pero sinceramente, me importa un carajo si alguien nos pilla.

Que miren.
Mi chica es una diosa cuando toma mi polla, el mundo sería tan afortunado
de verla.

Los ojos de Sage parpadean y sé que ya está cediendo. Mi polla se retuerce de


anticipación mientras su falda se sube por sus muslos, mientras froto mis
dedos por su clítoris, sabiendo que ese pequeño piercing secreto está
enviando mil rayos de placer a través de ella.

—Esto es jodidamente injusto —gimotea, separando un poco los muslos para


dejar espacio a mi mano—. Eres un idiota.

—Te encanta —murmuro, sonriendo mientras giro su cuerpo, obligándola a


inclinarse sobre el asiento de mi moto.

El aire de la noche le produce escalofríos cuando le subo la falda y dejo al


descubierto sus bragas. Su culo apretado está a la vista, suplicando que lo
tome.

Utilizo el pie para separarle más las piernas, empujando sus bragas hacia un
lado para poder deslizar un dedo dentro de su húmedo coño.

—¿Sólo un dedo? ¿Eso es todo? —se burla, gimiendo mientras acoso su punto
G, acariciando sus paredes internas hasta que derrama sus jugos sobre mi
mano.

—Eres una maldita mocosa —mi voz es baja y ronca—. Eres una mocosa, que
se va a correr en toda mi polla.

Mi nombre es un susurro en sus labios mientras agarro mi polla y dejo que


toque sus labios húmedos justo antes de hundirme dentro de ella.
Introduciéndome más profundamente, hasta que ella está imposiblemente
llena de mí. Me arranca un gemido gutural.
—Joder, Sage —resoplo, empujando mi longitud dentro de ella. Jadea y
conozco el placer que siente, que sólo yo le doy—. Te sientes tan jodidamente
perfecta.

Gimo entre dientes apretados mientras mi polla se estremece de placer al ver


lo apretada que está, lo bien que encaja a mi alrededor.

Gime y echa la cabeza hacia atrás de placer. Sus estrechas paredes ordeñan
mi polla hasta que sólo puedo pensar en correrme en su precioso coñito. Mis
embestidas se aceleran drásticamente para poder entrar más profundo en
ella, observando lo bien que ella se ve cuando me la follo sólo porque puedo.

Mis manos agarran sus caderas, mientras me abalanzo sobre ella. Ese culo
redondo se sacude cada vez que toco fondo. Grita cada vez, lo que me empuja
a aumentar el ritmo.

Miro hacia abajo, observando cómo la suave carne se agita de un lado a otro,
tomando cada centímetro de mí como si estuviera hecha para ello. Nunca me
cansaré de verla actuar como una buena puta para mí.

—Tan bueno —gime—. Tan jodidamente bueno.

El sonido de piel contra piel resuena en el estacionamiento, amortiguado


únicamente por sus gritos de placer. Me agarro con más fuerza, sabiendo que
voy a dejar bonitos moratones en su suave piel.

Dios, quiero que esto dure, aunque sé que se no puede.

No me malinterpretes, mi chica se siente así de bien todo el tiempo, pero hay


algo mejor en saber que nos pueden pillar. Que alguien podría estar
observándonos.
Me empuja a penetrarla con más fuerza, su cuerpo se queda flácido sobre el
asiento de la moto. Una de mis palmas baja para golpear su culo, dejando
una fea huella roja.

—Tomas esta polla tan jodidamente bien —murmuro—: Eres una puta muy
buena para mí. Gritando mientras te follo, sabiendo que alguien podría oírte.
¿Te gusta eso, nena? ¿Quieres que alguien vea lo puta que eres para mí?

Ella aprieta más sus paredes interiores en respuesta.

Se siente tan bien que apenas puedo controlarme. Es demasiado bueno para
durar, casi doloroso en su éxtasis.

—Oh Dios —su voz es aguda y débil—. Voy a correrme. Por favor... Por favor...

Inunda mi polla, goteando sobre mis pantalones mientras me la follo durante


su orgasmo, escuchando sus gritos. Entonces ocurre, un profundo espasmo
muscular me recorre la entrepierna y siento cómo se me tensan las bolas
mientras me vacío en su apretado agujerito una y otra vez.

Mi polla se estremece dentro de su coño chorreante mientras sigo


penetrándola, empujando todo mi semen dentro de sus paredes.

Mis músculos tiemblan y mi corazón se acelera mientras mi orgasmo se


apacigua, me retiro lentamente, oyendo su débil gemido de protesta.

Odio esta parte, dejar su cuerpo. Si pudiera quedarme enterrado dentro de


ella para siempre, lo haría. Pero ella se quejaría de que tenemos trabajo que
hacer o algo estúpido como comer.

No había nada más que necesitara en esta vida excepto a ella. Ella lo es todo.
—Todavía sigo molesta —Hace un mohín mientras se vuelve a ajustar la falda,
se gira para mirarme, mi polla salta al pensar en mi semen aun corriendo por
sus muslos.

Le empujo un mechón de cabello detrás de la oreja, deslizo los dedos por


detrás de su cuello y la atraigo hacia mí para poder besarla.

Mi lengua se desliza en su boca, necesitando consumirla y beberla. Me rodea


la cintura con los brazos y me atrae hacia ella.

Me muevo hacia atrás cuando necesito aire, apoyando mi frente contra la


suya.

—¿Qué tal si te llevo a dar un paseo nocturno, fumamos y vamos a ver el


atardecer en la cima?

Una sonrisa cegadora se dibuja en sus labios y sé que la tengo.

—¿Podemos parar a comer algo antes?

Me río, le doy un beso en la frente y asiento con la cabeza.

Es difícil odiar este lugar, Hollow Heights, Ponderosa Springs, todo. Es difícil
odiar este lugar porque es donde la encontré.

Y he pasado los dos últimos años viendo cómo le crecían de nuevo las alas,
viendo cómo pasaba de ser la niña rota que una vez fue a convertirse en la
intrépida mujer que es ahora.

Tengo suerte de que me deje quedármela. ¿Pero más que eso?

Estoy tan jodidamente contento que decidiera quedarse conmigo.

También podría gustarte