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Fiodor Dostoievski, Crimen y castigo (1866) —No es eso exactamente lo que dije -comenzó en un tono natural y modesto.

so exactamente lo que dije -comenzó en un tono natural y modesto. Confieso, sin embargo,
Al día siguiente se despertó tarde, después de un sueño intranquilo que no le había procurado descanso que ha captado usted mi modo de pensar, no ya aproximadamente, sino con bastante exactitud.
alguno. Se despertó de pésimo humor y paseó por su buhardilla una mirada hostil. La habitación no Y, al decir esto, parecía experimentar cierto placer.
tenía más de seis pasos de largo y ofrecía el aspecto más miserable, con su papel amarillo y polvoriento, —La inexactitud consiste en que yo no dije, como usted ha entendido, que los hombres extraordinarios
despegado a trozos, y tan baja de techo, que un hombre que rebasara sólo en unos centímetros la están autorizados a cometer toda clase de actos criminales. Sin duda, un artículo que sostuviera
estatura media no habría estado allí a sus anchas, pues le habría cohibido el temor de dar con la cabeza semejante tesis no se habría podido publicar. Lo que yo insinué fue tan sólo que el hombre
en el techo. Los muebles estaban en armonía con el local. Consistían en tres sillas viejas, más o menos extraordinario tiene el derecho..., no el derecho legal, naturalmente, sino el derecho moral..., de
cojas; una mesa pintada, que estaba en un rincón y sobre la cual se veían, como tirados, algunos permitir a su conciencia franquear ciertos obstáculos en el caso de que así lo exija la realización de sus
cuadernos y libros tan cubiertos de polvo que bastaba verlos para deducir que no los habían tocado ideas, tal vez beneficiosas para toda la humanidad... Dice usted que esta parte de mi artículo adolece de
hacía mucho tiempo, y, en fin, un largo y extraño diván que ocupaba casi toda la longitud y la mitad de falta de claridad. Se la voy a explicar lo mejor que pueda. Me parece que es esto lo que usted desea,
la anchura de la pieza y que estaba tapizado de una indiana hecha jirones. Éste era el lecho de ¿no? Bien, vamos a ello. En mi opinión, si los descubrimientos de Képler y Newton, por una
Raskolnikof, que solía acostarse completamente vestido y sin más mantas que su vieja capa de circunstancia o por otra, no hubieran podido llegar a la humanidad sino mediante el sacrificio de una, o
estudiante. Como almohada utilizaba un pequeño cojín, bajo el cual colocaba, para hacerlo un poco más cien, o más vidas humanas que fueran un obstáculo para ello, Newton habría tenido el derecho, e
alto, toda su ropa blanca, tanto la limpia como la sucia. Ante el diván había una mesita. incluso el deber, de sacrificar esas vidas, a fin de facilitar la difusión de sus descubrimientos por todo el
No era difícil imaginar una pobreza mayor y un mayor abandono; pero Raskolnikof, dado su estado de mundo. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que Newton tuviera derecho a asesinar a quien se le
espíritu, se sentía feliz en aquel antro. Se había aislado de todo el mundo y vivía como una tortuga en su antojara o a cometer toda clase de robos. En el resto de mi artículo, si la memoria no me engaña,
concha. La simple presencia de la sirvienta de la casa, que de vez en cuando echaba a su habitación una expongo la idea de que todos los legisladores y guías de la humanidad, empezando por los más antiguos
ojeada, le ponía fuera de sí. Así suele ocurrir a los enfermos mentales dominados por ideas fijas. […] y terminando por Licurgo, Solón, Mahoma, Napoleón, etcétera; todos, hasta los más recientes, han sido
criminales, ya que al promulgar nuevas leyes violaban las antiguas, que habían sido observadas
Pero cuando empezó a revolver los trozos de tela, de debajo de la piel salió un reloj de oro. Entonces no fielmente por la sociedad y transmitidas de generación en generación, y también porque esos hombres
dejó nada por mirar. Entre los retazos del fondo aparecieron joyas, objetos empeñados, sin duda, que no retrocedieron ante los derramamientos de sangre (de sangre inocente y a veces heroicamente
no habían sido retirados todavía: pulseras, cadenas, pendientes, alfileres de corbata... Algunas de estas derramada para defender las antiguas leyes), por poca que fuese la utilidad que obtuvieran de ello.
joyas estaban en sus estuches; otras, cuidadosamente envueltas en papel de periódico en doble, y el »Incluso puede decirse que la mayoría de esos bienhechores y guías de la humanidad han hecho correr
envoltorio bien atado. No vaciló ni un segundo: introdujo la mano y empezó a llenar los bolsillos de su torrentes de sangre. Mi conclusión es, en una palabra, que no sólo los grandes hombres, sino aquellos
pantalón y de su gabán sin abrir los paquetes ni los estuches. que se elevan, por poco que sea, por encima del nivel medio, y que son capaces de decir algo nuevo,
Pero de pronto hubo de suspender el trabajo. Le parecía haber oído un rumor de pasos en la habitación son por naturaleza, e incluso inevitablemente, criminales, en un grado variable, como es natural. Si no
inmediata. Se quedó inmóvil, helado de espanto... lo fueran, les sería difícil salir de la rutina. No quieren permanecer en ella, y yo creo que no lo deben
No, todo estaba en calma; sin duda, su oído le había engañado. Pero de súbito percibió un débil grito, o, hacer.
mejor, un gemido sordo, entrecortado, que se apagó enseguida. De nuevo y durante un minuto reinó »Ya ven ustedes que no he dicho nada nuevo. Estas ideas se han comentado mil veces de palabra y por
un silencio de muerte. Raskolnikof, en cuclillas ante el arca, esperó, respirando apenas. De pronto se escrito. En cuanto a mi división de la humanidad en seres ordinarios y extraordinarios, admito que es un
levantó empuñó el hacha y corrió a la habitación vecina. En esta habitación estaba Lisbeth. Tenía en las tanto arbitraria; pero no me obstino en defender la precisión de las cifras que doy. Me limito a creer
manos un gran envoltorio y contemplaba atónita el cadáver de su hermana. Estaba pálida como una que el fondo de mi pensamiento es justo. Mi opinión es que los hombres pueden dividirse, en general y
muerta y parecía no tener fuerzas para gritar. Al ver aparecer a Raskolnikof, empezó a temblar como de acuerdo con el orden de la misma naturaleza, en dos categorías: una inferior, la de los individuos
una hoja y su rostro se contrajo convulsivamente. Probó a levantar los brazos y no pudo; abrió la boca, ordinarios, es decir, el rebaño cuya única misión es reproducir seres semejantes a ellos, y otra superior,
pero de ella no salió sonido alguno. Lentamente fue retrocediendo hacia un rincón, sin dejar de mirar a la de los verdaderos hombres, que se complacen en dejar oír en su medio "palabras nuevas.
Raskolnikof en silencio, aquel silencio que no tenía fuerzas para romper. Él se arrojó sobre ella con el Naturalmente, las subdivisiones son infinitas, pero los rasgos característicos de las dos categorías son, a
hacha en la mano. Los labios de la infeliz se torcieron con una de esas muecas que solemos observar en mi entender, bastante precisos. La primera categoría se compone de hombres conservadores,
los niños pequeños cuando ven algo que les asusta y empiezan a gritar sin apartar la vista de lo que prudentes, que viven en la obediencia, porque esta obediencia los encanta. Y a mí me parece que están
causa su terror. obligados a obedecer, pues éste es su papel en la vida y ellos no ven nada humillante en desempeñarlo.
Era tan cándida la pobre Lisbeth y estaba tan aturdida por el pánico, que ni siquiera hizo el movimiento En la segunda categoría, todos faltan a las leyes, o, por lo menos, todos tienden a violarlas por todos sus
instintivo de levantar las manos para proteger su cabeza: se limitó a dirigir el brazo izquierdo hacia el medios. […]
asesino, como si quisiera apartarlo. El hacha cayó de pleno sobre el cráneo, hendió la parte superior del
hueso frontal y casi llegó al occipucio. Lisbeth se desplomó. Raskolnikof perdió por completo la cabeza,
se apoderó del envoltorio, después lo dejó caer y corrió al vestíbulo. […]

Raskolnikof volvió a sonreír. Había comprendido inmediatamente la intención de Porfirio y lo que éste
pretendía hacerle decir. Y, recordando perfectamente lo que había dicho en su artículo, aceptó el reto.

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