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Distinguidos presentes, mi postura es que el aborto debe ser un derecho fundamental

de la mujer como parte del derecho a la libertad individual sobre su propio cuerpo.
Negar este derecho constituye una violación inaceptable de los derechos humanos.

Desde el punto de vista ético, nadie debe tener la potestad de obligar a una mujer a
llevar adelante un embarazo no deseado contra su voluntad. Hacerlo constituye un
atropello inadmisible contra su autonomía física y mental. La decisión de ser o no
madre debe ser estrictamente personal.

En casos de violación, forzar a una víctima a parir al hijo de su agresor es una crueldad
indescriptible que la revictimiza y prolonga su trauma indefinidamente. Ninguna mujer
debería verse obligada a cargar con ese peso.

Cuando se detectan malformaciones fetales graves incompatibles con una vida digna,
es un acto de compasión permitir la interrupción del embarazo por razones
humanitarias.

Desde una perspectiva de salud pública, el aborto inseguro realizado en condiciones


precarias es una de las principales causas prevenibles de mortalidad materna a nivel
global según la OMS. Despenalizarlo con acceso a procedimientos médicos adecuados
salvaría miles de vidas.

Por otro lado, los embarazos forzados en situaciones de pobreza extrema contribuyen
a perpetuar los ciclos de miseria, falta de oportunidades y sufrimiento infantil.

Si realmente queremos una sociedad más justa e igualitaria, debemos garantizar los
derechos reproductivos de la mujer y su libertad de decisión sobre su propio cuerpo. El
aborto debe ser legal, seguro y accesible.

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