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En este sentido, la inspiración constante de las élites en otras cortes europeas hizo que
llegaran a nuestro país –y a la más cortesana de sus ciudades– ecos del tránsito del juego
al sport que se estaba produciendo en la Inglaterra victoriana. Los nobles, imitados en
esto por la alta burguesía –y bajo la advocación de la corona– fueron los primeros en
lanzarse al mundo de reglamentación, competición y práctica pública del deporte. Y
empezaron, como no podía ser de otra forma, por aquellos deportes que recogían la
esencia del modo de vida aristocrático, como la hípica, el polo o la esgrima.
A partir de los años sesenta las crónicas periodísticas van trufándose de palabras
inglesas como jockey, turf o gentleman-riders, explica Ortega Kuntscher, avisando de la
paulatina transformación de la escenificación nobiliaria en práctica deportiva. Es en este
momento cuando, como sucederá en las décadas siguientes con otros deportes
provenientes de Inglaterra, la planificación urbana incluirá espacios para la práctica
espectacularizada de la hípica. Y el lugar escogido será la Castellana, en el entorno de
los actuales Nuevos Ministerios.
Ver el gran espacio que ocupaba en los planos de época puede llevar a imaginarlo
parecido a un estadio moderno, pero debemos pensarlo más como espacio que como
edificio, pues tenía solo dos tribunas. En su superficie de césped se celebraban también
partidos de polo (el duque de Alba era el presidente de la Sociedad Madrid Polo Club),
juegos y reuniones sociales de la aristocracia y la alta burguesía capitalina.
También sirvió como uno de los primeros escenarios para las exhibiciones aéreas en la
capital, no siempre con buenos resultados, como veremos. En 1910 voló por primera
vez un avión sobre Madrid en el aeródromo de la Ciudad Lineal. Solo unos días
después, se llevó a cabo ya una exhibición privada con la asistencia de la infanta Isabel
en los altos del Hipódromo (eran vuelos de menos de cuarto de hora y en un radio de no
más de un kilómetro). El 3 de marzo de 1911 se celebraba en el Hipódromo la primera
Copa de Aviación de Madrid y el aviador Mauvais estrelló su aeroplano contra la
multitud que atestaba las pistas. Varias personas resultaron heridas y una mujer murió.
Avanzando el siglo XX, el hipódromo quedó fuera de lugar, en las dimensiones del
espacio y el tiempo. Su presencia supuso durante años un obstáculo para el ensanche de
la ciudad y acabó siendo derruido en 1933. Sin embargo, solo un año después se
aprobaría la construcción de un nuevo hipódromo en las inmediaciones de El Pardo, el
de la Zarzuela, que se inauguró en 1941. El deporte aristocrático se alejaba de los
espacios de la ciudad trabajadora y la gente corriente se empezó a aficionar a las
carreras de galgos, remedo popular de la hípica donde las apuestas ilegales eran un
elemento central. La monarquía, así es Madrid, también estuvo invitada a la fiesta con
una estafa que involucraba al mismísimo Alfonso XIII. Pero esa es otra historia.