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El hipódromo de la Castellana donde los

nobles lucían el palmito y se celebró la


primera competición de fútbol en España
Entre los años 1877 y 1933 existió en este rincón del
actual distrito de Chamberí un hipódromo, lugar de
sociabilidad elitista e intento aristocrático de
demostrar a la sociedad su papel en el proceso de
modernización de la ciudad. También se usó para
albergar las primeras exhibiciones de aviación –una
acabó en tragedia–, partidos de rugby o fútbol
Durante el siglo XIX, el olor de los caballos eran aún una de las fragancias asociadas a
la cotidianidad de los madrileños. Las diligencias, simones, tranvías de sangre, las
caballerizas de la soldada dentro de la ciudad o las carretas de los traperos subrayaban el
transcurrir del día con el sonido de los cascos contra el empedrado. Sin embargo, el
caballo seguía siendo, fuera de su productividad económica, un elemento central en el
mundo simbólico de la nobleza. Montera de estatus y linaje que remitía a un pasado
caballeresco y precontemporáneo.

En este sentido, la inspiración constante de las élites en otras cortes europeas hizo que
llegaran a nuestro país –y a la más cortesana de sus ciudades– ecos del tránsito del juego
al sport que se estaba produciendo en la Inglaterra victoriana. Los nobles, imitados en
esto por la alta burguesía –y bajo la advocación de la corona– fueron los primeros en
lanzarse al mundo de reglamentación, competición y práctica pública del deporte. Y
empezaron, como no podía ser de otra forma, por aquellos deportes que recogían la
esencia del modo de vida aristocrático, como la hípica, el polo o la esgrima.

En opinión de la investigadora Marie-Linda Ortega Kuntscher, el papel de la nobleza en


la modernización de Madrid a lo largo del siglo XIX es muy discutible, pero no así su
esfuerzo comunicativo para convencer a la sociedad de su importancia central en la
misma. De esta manera, se hacen más presentes en el espacio público y hasta publicitan
sus nuevas residencias palaciegas de la zona de la Castellana o el Ensanche, que se
construyen con grandes ventanales y encuentran hueco en la prensa de la época a través
de grabados.

En 1841 se crea en Madrid la primera Sociedad de Fomento de la Cría Caballar –


formada por un selecto grupo nobiliario–, se imprimen unos reglamentos para carreras y
se llevan a cabo las primeras entre el 15 y el 20 de abril de 1843. Al principio, estas
pruebas hípicas de velocidad y resistencia tuvieron poco éxito e, incluso, tuvieron que
suspenderse en distintas ocasiones, por lo que en 1845 la reina Isabel II y el gobierno
ofrecieron premios especiales para animar a la inscripción. Este fue el primer año que se
llevaron a cabo en la Casa de Campo (perteneciente a la Corona), donde siguieron
celebrándose durante las siguientes décadas en primavera y en otoño, con los triunfos
invariables de los duques de Frías, de Fernán Núñez y de Alba; o los marqueses de
Alcañices, Villafranca o el señor de Salamanca.

A partir de los años sesenta las crónicas periodísticas van trufándose de palabras
inglesas como jockey, turf o gentleman-riders, explica Ortega Kuntscher, avisando de la
paulatina transformación de la escenificación nobiliaria en práctica deportiva. Es en este
momento cuando, como sucederá en las décadas siguientes con otros deportes
provenientes de Inglaterra, la planificación urbana incluirá espacios para la práctica
espectacularizada de la hípica. Y el lugar escogido será la Castellana, en el entorno de
los actuales Nuevos Ministerios.

En 1977 aparece la Guía de carreras de caballos de la península, editada por El


Campo, revista de reciente creación subtitulada subtitulada Agricultura, jardinería y
sport. Aparecen en sus páginas regatas, monterías, villas… Un escaparate más de la
vida aristocrática perteneciente a José Luis Albareda, que participará en la comisión
creada por el conde de Toreno (ministro de Fomento) para la construcción del
hipódromo.

El proyecto, que suscitó polémica –curiosamente Toreno pertenecía al Partido Liberal,


que lo criticaba por elitista– se aprobó el 15 de mayo de 1977. La idea de situarlo al
final de la Castellana partió del duque de Fernán-Nuñez, miembro señero de la Sociedad
de Fomento de la Cría Caballar. A la construcción del hipódromo madrileño les
acompañaron otros de su género en diversas ciudades de España, como el de Sevilla
(1874), o el de Can-Tunis en Barcelona (1883).
Público viendo una carrera en 1929 https://urbancidades.files.wordpress.com

El encargado de levantar el hipódromo fue el ingeniero Francisco Boguerín y su


inauguración no pudo tener más tintes reales: la celebración de los esponsales entre
Alfonso XII y María de las Mercedes de Orleans el 31 de enero de 1878. Aunque se
trataba de un lugar bastante fuera de la ciudad, estaba a tiro de paseo en carruaje desde
el eje Prado-Recoletos, donde estaba conformándose el nuevo espacio nobiliario. La
Castellana era ya un ámbito de expansión en la mente de las élites madrileñas y
resultaba un escenario perfecto para la exhibición pública que les era tan propia.

Ver el gran espacio que ocupaba en los planos de época puede llevar a imaginarlo
parecido a un estadio moderno, pero debemos pensarlo más como espacio que como
edificio, pues tenía solo dos tribunas. En su superficie de césped se celebraban también
partidos de polo (el duque de Alba era el presidente de la Sociedad Madrid Polo Club),
juegos y reuniones sociales de la aristocracia y la alta burguesía capitalina.

Con el siglo XX el deporte de ecos aristocráticos fue decayendo, quedando como un


nicho de sociabilidad aristocratizante. El espacio, sin embargo, fue importante para
acoger las primeras manifestaciones deportivas de algunas disciplinas importadas como
el baseball o el football. En este sentido, cabe resaltar que albergó el Concurso Madrid
de Foot-ball Association en 1902, que pasa por ser la primera competición de fútbol
nacional y antecedente directo de la Copa de España (luego del Rey).

También sirvió como uno de los primeros escenarios para las exhibiciones aéreas en la
capital, no siempre con buenos resultados, como veremos. En 1910 voló por primera
vez un avión sobre Madrid en el aeródromo de la Ciudad Lineal. Solo unos días
después, se llevó a cabo ya una exhibición privada con la asistencia de la infanta Isabel
en los altos del Hipódromo (eran vuelos de menos de cuarto de hora y en un radio de no
más de un kilómetro). El 3 de marzo de 1911 se celebraba en el Hipódromo la primera
Copa de Aviación de Madrid y el aviador Mauvais estrelló su aeroplano contra la
multitud que atestaba las pistas. Varias personas resultaron heridas y una mujer murió.

Avanzando el siglo XX, el hipódromo quedó fuera de lugar, en las dimensiones del
espacio y el tiempo. Su presencia supuso durante años un obstáculo para el ensanche de
la ciudad y acabó siendo derruido en 1933. Sin embargo, solo un año después se
aprobaría la construcción de un nuevo hipódromo en las inmediaciones de El Pardo, el
de la Zarzuela, que se inauguró en 1941. El deporte aristocrático se alejaba de los
espacios de la ciudad trabajadora y la gente corriente se empezó a aficionar a las
carreras de galgos, remedo popular de la hípica donde las apuestas ilegales eran un
elemento central. La monarquía, así es Madrid, también estuvo invitada a la fiesta con
una estafa que involucraba al mismísimo Alfonso XIII. Pero esa es otra historia.

PARA SABER MÁS:


 Kuntscher, M. L. O. (2019). Los nobles madrileños, de los salones y los teatros al
hipódromo o cómo entrar en la carrera de la modernidad. Arte, ciudad y culturas
nobiliarias en España (siglos XV-XIX), (31), 414-429.
 Los primeros aeródromos y vuelos sobre Madrid (Historias matritenses)
 Pujadas, X., & Santacana, C. (2003). El club deportivo como marco de sociabilidad en
España. Una visión histórica (1830-1975). Hispania, 63(214), 505-521.

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