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Este esquema trata de mostrar, fundamentalmente, tres aspectos:

1. Que los Padres conciben al ser humano formando una unidad indivisible, en la que se
pueden distinguir tres ámbitos interconectados entre sí: el cuerpo, el alma y el espíritu.
Estos tres ámbitos están en relación unos con otros a través de su centro u órgano
unificador: el corazón.
2. El esquema ilustra también las dos direcciones posibles de las tres potencias del alma
(el deseo, el ardor y la razón): cuando se dirigen hacia el amor de sí, el deseo se
convierte en avidez, el ardor se convierte en cólera, y la razón se convierte en
orgullo. En cambio, cuando las mismas potencias se dirigen hacia el amor de Dios, el
deseo se convierte en impulso de amor, el ardor se convierte en fuerza y vigor para
el combate espiritual, y la razón se convierte en fuente de humildad. Cuando todas las
potencias del alma están tendidas hacia Dios, entonces el espíritu accede a la visión de
Dios. El paso de una a otra dirección (del amor de sí al amor de Dios) es lo que en
el lenguaje bíblico y filocálico se denomina «conversión» (metanoia): con-vertere, es
decir, «dar la vuelta», «cambiar de dirección», coincidiendo, convergiendo con
Dios. Por último, el esquema muestra que el espíritu forma parte integrante del ser
humano, pero que, al mismo tiempo, es un ámbito específico y diferente del alma.

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