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Autores:
Karina Fernández
Teresita Vernino
Daniel Riccardo
PRIMERA PARTE
Identifique en qué consiste la historia, esto es, su argumento. Reconozca los principales
personajes, qué tratamiento se hace de la temporalidad. Señale, además, aquellos
fragmentos en los que predominen segmentos descriptivos y de diálogo.
Establezca, también, a qué eje temporal corresponde esta narración.
El hombre obeso
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Si Oswald Senjen permanecía en el bar hasta la hora del cierre, Kristoffer se
escabullía fuera del local, mientras en el vestíbulo alguien ayudaba al poeta a ponerse su
abrigo forrado de piel, y le esperaba en la calle. Casi siempre, el gran coche de Oswald
Senjen estaba aguardándole; él subía, el auto partía y se alejaba rápidamente. No
obstante, en dos ocasiones el poeta se marchó caminando lentamente y Kristoffer lo
siguió. El chico se sentía un vil y agresivo personaje de la ciudad y de la noche, al
acosar a aquel hombre que no le había hecho ningún daño, y del cual nada sabía; sin
embargo, odiaba a aquel ser que le arrastraba en pos de sí. La primera vez le pareció que
el hombre obeso volvía un poco la cabeza a un lado y a otro, como para asegurarse de
que nadie lo seguía. Pero la segunda vez caminó mirando hacia delante, y Kristoffer se
preguntó si aquella leve reacción nerviosa de la primera vez no habría sido fruto de su
imaginación.
Una noche, en el bar, el poeta se volvió en su cómodo asiento y miró al barman.
Hacia finales de noviembre, Kristoffer recordó súbitamente que sus exámenes
empezaban dentro de una semana. Se sintió desanimado y con remordimientos de
conciencia; pensó en su porvenir y en su familia de Norland. El hondo temor que le
embargaba se hizo aún más fuerte. Tenía que librarse de aquella obsesión, o le
destrozaría la vida.
Pero por esos días sucedió algo inesperado. Una noche Oswald Senjen se puso
en pie para marcharse. Era demasiado temprano y sus amigos intentaron retenerle, pero
él rehusó quedarse.
—No —dijo—. Quiero descansar. Necesito descansar.
Cuando se hubo marchado, uno de sus amigos dijo:
—Tiene mala cara esta noche. Está muy cambiado. Seguro que le sucede algo.
Otro de los amigos replicó:
—Es el mismo viejo achaque de cuando estuvo en China. Debería cuidarse. Por
el aspecto que tenía esta noche, se diría que no llegará a fin de año.
Cuando Kristoffer escuchó estos comentarios, que venían de un mundo real,
exterior a él, sintió un instantáneo y profundo alivio. Al menos para ese mundo, aquel
hombre era una realidad. La gente hablaba de él.
«Sería conveniente —pensó—, sería una buena forma de liberarme, discutir todo
ese asunto con alguien.»
No eligió a un compañero de estudios como confidente. Imaginaba los
comentarios que el tema suscitaría, le repugnaban. Recurrió a un alma cándida, un chico
dos o tres años menor que él, que lavaba vasos en el bar llamado Hjalmar.
Hjalmar había nacido y se había criado en Oslo, sabía cuánto se pueda saber
sobre esa ciudad, y casi nada de lo que se hallaba fuera de ella. Él y Kristoffer habían
mantenido siempre buenas relaciones, y a Hjalmar le gustaba charlar brevemente con
Kristoffer en la cocina, después de las horas de trabajo, porque sabía que éste no le
interrumpiría. Hjalmar era un espíritu revolucionario y solía atacar a los inútiles y ricos
clientes del bar, que volvían a casa en grandes coches, con espléndidas mujeres de
labios y uñas pintados de rojo, mientras los mal pagados marineros halaban cuerdas
empapadas en brea, y los cansados trabajadores conducían sus percherones a los
establos. Kristoffer habría preferido que no hablara de eso, porque a veces su nostalgia
de los botes y la brea, y del olor de los caballos sudorosos era tan fuerte, que se
transformaba en un dolor físico. El miedo mortal que le inspiraba la idea de regresar a
casa con una de aquellas mujeres que Hjalmar describía, era la prueba de que su sistema
nervioso andaba muy mal.
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Tan pronto como Kristoffer mencionó el crimen a Hjalmar, se dio cuenta de que
el pinche sabía todo lo relativo al asunto. Hjalmar tenía los bolsillos llenos de recortes
de periódicos, que contenían todos los informes sobre el crimen, sobre los arrestos, y
también, enfurecidas cartas referentes a la actitud de la policía.
Kristoffer no estaba seguro de cómo explicar su teoría a Hjalmar.
—Sabes, Hjalmar —dijo finalmente—, creo que ese hombre gordo que viene a
menudo al bar es el asesino.
Hjalmar se quedó mirándole boquiabierto, pero en seguida captó la idea, y sus
ojos brillaron.
Después de una breve pausa, Hjalmar le propuso que fueran a la policía, O que
consultaran a un detective privado. Kristoffer tardó un rato en convencer a su amigo,
tanto como le había costado persuadirse a sí mismo, de que su teoría era muy débil y de
que la gente los tomaría por locos.
Entonces, Hjalmar decidió, aún más entusiasmado que antes, que ellos debían
ser los detectives.
A Kristoffer le causó una extraña impresión, a un tiempo alarmante y
tranquilizadora, el enfrentarse con su pesadilla a la luz blanca del fregadero, y oírla
comentada por otro ser humano. Sintió que se aferraba a aquel chico como un náufrago
se aferra a quien sabe nadar. Pero a cada instante temía arrastrar consigo a su salvador
hacia el oscuro mar de la locura.
La noche siguiente Hjalmar le dijo a Kristoffer que debían idear un plan para
sorprender al asesino y obligarle a delatarse.
Kristoffer escuchó durante un rato sus diversas sugerencias y finalmente sonrió.
—Hjalmar, eres un hombre... —dijo y se interrumpió—. No, no creo que
conozcas sus versos. Pero te los recitaré de todos modos. Dicen:
Dinesen, Isak (2010). “El hombre obeso”. En: Carnaval y otros cuentos.
Madrid: Nórdica Libros.
A4, tipo de letra Times New Roman 12, interlineado 1 y 1/2, Justificado,
páginas numeradas, márgenes prefigurados.
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II. Consigna de lectura
Establezca qué dos narradores aparecen y en qué consiste aquello que cuentan. ¿Cuál es
su situación presente y de qué se ocupa cada uno de ellos?
Infiera qué busca señalar el autor respecto del lugar que ocupa la ficción y qué
vinculación mantiene con la realidad.
Paul Auster
Le oí este cuento a Auggie Wren. Dado que Auggie no queda demasiado bien en él, por
lo menos no todo lo bien que a él le habría gustado, me pidió que no utilizara su
verdadero nombre. Aparte de eso, toda la historia de la cartera perdida, la anciana ciega
y la comida de Navidad es exactamente como él me la contó.
Auggie y yo nos conocemos desde hace casi once años. Él trabaja detrás del mostrador
de un estanco en la calle Court, en el centro de Brooklyn, y como es el único estanco
que tiene los puritos holandeses que a mí me gusta fumar, entro allí bastante a menudo.
Durante mucho tiempo apenas pensé en Auggie Wren. Era el extraño hombrecito que
llevaba una sudadera azul con capucha y me vendía puros y revistas, el personaje pícaro
y chistoso que siempre tenía algo gracioso que decir acerca del tiempo, de los Mets o de
los políticos de Washington, y nada más.
Pero luego, un día, hace varios años, él estaba leyendo una revista en la tienda cuando
casualmente tropezó con la reseña de un libro mío. Supo que era yo porque la reseña iba
acompañada de una fotografía, y a partir de entonces las cosas cambiaron entre
nosotros. Yo ya no era simplemente un cliente más para Auggie, me había convertido
en una persona distinguida. A la mayoría de la gente le importan un comino los libros y
los escritores, pero resultó que Auggie se consideraba un artista. Ahora que había
descubierto el secreto de quién era yo, me adoptó como a un aliado, un confidente, un
camarada. A decir verdad, a mí me resultaba bastante embarazoso. Luego, casi
inevitablemente, llegó el momento en que me preguntó si estaría dispuesto a ver sus
fotografías. Dado su entusiasmo y buena voluntad, no parecía que hubiera manera de
rechazarlo.
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Dios sabe qué esperaba yo. Como mínimo, no era lo que Auggie me enseñó al día
siguiente. En una pequeña trastienda sin ventanas abrió una caja de cartón y sacó doce
álbumes de fotos, negros e idénticos. Dijo que aquélla era la obra de su vida, y no
tardaba más de cinco minutos al día en hacerla. Todas las mañanas durante los últimos
doce años se había detenido en la esquina de la Avenida Atlantic y la calle Clinton
exactamente a las siete y había hecho una sola fotografía en color de exactamente la
misma vista. El proyecto ascendía ya a más de cuatro mil fotografías. Cada álbum
representaba un año diferente y todas las fotografías estaban dispuestas en secuencia,
desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, con las fechas cuidadosamente anotadas
debajo de cada una.
Mientras hojeaba los álbumes y empezaba a estudiar la obra de Auggie, no sabía qué
pensar. Mi primera impresión fue que se trataba de la cosa más extraña y desconcertante
que había visto nunca. Todas las fotografías eran iguales. Todo el proyecto era un
curioso ataque de repetición que te dejaba aturdido, la misma calle y los mismos
edificios una y otra vez, un implacable delirio de imágenes redundantes. No se me
ocurría qué podía decirle a Auggie, así que continué pasando las páginas, asintiendo con
la cabeza con fingida apreciación. Auggie parecía sereno, mientras me miraba con una
amplia sonrisa en la cara, pero cuando yo llevaba varios minutos observando las
fotografías, de repente me interrumpió y me dijo:
Tenía razón, por supuesto. Si no te tomas tiempo para mirar, nunca conseguirás ver
nada. Cogí otro álbum y me obligué a ir más pausadamente. Presté más atención a los
detalles, me fijé en los cambios en las condiciones meteorológicas, observé las
variaciones en el ángulo de la luz a medida que avanzaban las estaciones. Finalmente
pude detectar sutiles diferencias en el flujo del tráfico, prever el ritmo de los diferentes
días (la actividad de las mañanas laborables, la relativa tranquilidad de los fines de
semana, el contraste entre los sábados y los domingos). Y luego, poco a poco, empecé a
reconocer las caras de la gente en segundo plano, los transeúntes camino de su trabajo,
las mismas personas en el mismo lugar todas las mañanas, viviendo un instante de sus
vidas en el objetivo de la cámara de Auggie.
Una vez que llegué a conocerlos, empecé a estudiar sus posturas, la diferencia en su
porte de una mañana a la siguiente, tratando de descubrir sus estados de ánimo por estos
indicios superficiales, como si pudiera imaginar historias para ellos, como si pudiera
penetrar en los invisibles dramas encerrados dentro de sus cuerpos. Cogí otro álbum. Ya
no estaba aburrido ni desconcertado como al principio. Me di cuenta de que Auggie
estaba fotografiando el tiempo, el tiempo natural y el tiempo humano, y lo hacía
plantándose en una minúscula esquina del mundo y deseando que fuera suya, montando
guardia en el espacio que había elegido para sí. Mirándome mientras yo examinaba su
trabajo, Auggie continuaba sonriendo con gusto. Luego, casi como si hubiera estado
leyendo mis pensamientos, empezó a recitar un verso de Shakespeare.
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—Mañana y mañana y mañana —murmuró entre dientes—, el tiempo avanza con pasos
menudos y cautelosos.
Eso fue hace más de dos mil fotografías. Desde ese día Auggie y yo hemos comentado
su obra muchas veces, pero hasta la semana pasada no me enteré de cómo había
adquirido su cámara y empezado a hacer fotos. Ése era el tema de la historia que me
contó, y todavía estoy esforzándome por entenderla.
A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times, y
me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día
de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y
amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el
teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me
pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?
Pasé los siguientes días desesperado, guerreando con los fantasmas de Dickens,
O´Henry y otros maestros del espíritu de la Natividad. Las propias palabras “cuento de
Navidad” tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas
efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad
eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del
mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse
escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los
términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería corno tratar de imaginar un caballo de
carreras sin patas o un gorrión sin alas.
No conseguía nada. El jueves salí a dar un largo paseo, confiando en que el aire me
despejaría la cabeza. Justo después del mediodía entré en el estanco para reponer mis
existencias, y allí estaba Auggie, de pie detrás del mostrador, como siempre. Me
preguntó cómo estaba. Sin proponérmelo realmente, me encontré descargando mis
preocupaciones sobre él.
–Fue en el verano del setenta y dos -dijo-. Una mañana entró un chico y empezó a robar
cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi
vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos
de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había mucha
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gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi. Pero cuando
me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre,
y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por
la avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le
había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo
que era.
“Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carnet de conducir junto
con tres o cuatro fotografías. Supongo que podía haber llamado a la poli para que le
arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carnet, pero me dio pena. No era más que
un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de
enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que en una de las fotos
estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o su abuela. En otra estaba sentado a los
nueve o diez años, vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara.
No tuve valor. Me figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de
Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo?
“Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela,
pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad
y yo me encuentro sin nada que hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el día en
su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así
que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y
entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué
diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo
para devolver la cartera personalmente.
“La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba, y
recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí todo parece
igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio.
Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada.
Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco
más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta
arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy
buscando a Robert Goodwin.
“–¿Eres tú, Robert? -dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la
puerta.
“Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es
ciega.
“–Sabía que vendrías, Robert -dice-. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en
Navidad.
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“Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y
corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las
palabras salían de mi boca.
“–Está bien, abuela Ethel -dije-. He vuelto para verte el día de Navidad.
“No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera
decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así, y de pronto, aquella anciana
me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.
“No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que
parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos
habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella
mujer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como
para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y
puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente.
“Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un verdadero
basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa
ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo estaba, yo le mentía. Le dije
que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de
casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos.
“A1 cabo de un rato empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la casa,
así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un pollo precocinado,
sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de
cosas. Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre
los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente. Recuerdo que
los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos
a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que
hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue
entonces cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el
numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y
nunca me he perdonado por ello.
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“No debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había
quedado dormida en su butaca. Demasiado Chianti, supongo. Entré en la cocina para
fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No
parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una
nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui. Dejé la
cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el
final de la historia.
—Una sola —contestó—. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por
haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la decisión
de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí. No sé qué le había pasado, pero en
el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.
—Sí, probablemente.
—Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.
—Le mentí, y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.
—La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien se
la quitaste fuese su verdadero propietario.
—Yo no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.
Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una sonrisa malévola
se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel
momento era tan misteriosa, tan llena del resplandor de algún placer interior, que
repentinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia. Estuve a punto de
preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría.
Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que
se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad.
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—Siempre que quieras —contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los
ojos—. Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase
de amigo eres?
—Excepto el almuerzo.
Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta.
Lea el cuento “La casa de azúcar” de Silvina Ocampo. Establezca qué focalización
predomina y reflexione en cómo este recorte de la percepción incide en su
interpretación de la historia.
Las supersticiones no dejaban vivir a Cristina. Una moneda con la efigie borrada, una
mancha de tinta, la luna vista a través de dos vidrios, las iniciales de su nombre
grabadas por azar sobre el tronco de un cedro la enloquecían de temor. Cuando nos
conocimos llevaba puesto un vestido verde, que siguió usando hasta que se rompió,
pues me dijo que le traía suerte y que en cuanto se ponía otro, azul, que le sentaba
mejor, no nos veíamos. Traté de combatir estas manías absurdas. Le hice notar que tenía
un espejo roto en su cuarto y que por más que yo le insistiera en la conveniencia de tirar
los espejos rotos al agua, en una noche de luna, para quitarse la mala suerte, lo
guardaba; que jamás temió que la luz de la casa bruscamente se apagara, y a pesar de
que fuera un anuncio seguro de muerte, encendía con tranquilidad cualquier número de
velas; que siempre dejaba sobre la cama el sombrero, error en que nadie incurría. Sus
temores eran personales. Se infligía verdaderas privaciones; por ejemplo: no podía
comprar frutillas en el mes de diciembre, ni oír determinadas músicas, ni adornar la casa
con peces rojos, que tanto le gustaban. Había ciertas calles que no podíamos cruzar,
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ciertas personas, ciertos cinematógrafos que no podíamos frecuentar. Al principio de
nuestra relación, estas supersticiones me parecieron encantadoras, pero después
empezaron fastidiarme y a preocuparme seriamente. Cuando nos comprometimos
tuvimos que buscar un departamento nuevo, pues según sus creencias, el destino de los
ocupantes anteriores influiría sobre su vida (en ningún momento mencionaba la mía,
como si el peligro la amenazara sólo a ella y nuestras vidas no estuvieran unidas por el
amor). Recorrimos todos los barrios de la ciudad; llegamos a los suburbios más
alejados, en busca de un departamento que nadie hubiera habitado: todos estaban
alquilados o vendidos. Por fin encontré una casita en la calle Montes de Oca, que
parecía de azúcar. Su blancura brillaba con extraordinaria luminosidad. Tenía teléfono
y, en el frente, un diminuto jardín. Pensé que esa casa era recién construida, pero me
enteré de que en 1930 la había ocupado una familia, y que después, para alquilarla, el
propietario le había hecho algunos arreglos. Tuve que hacer creer a Cristina que nadie
había vivido en la casa y que era el lugar ideal: la casa de nuestros sueños. Cuando
Cristina la vio, exclamó: - ¡Qué diferente de los departamentos que hemos vivido! Aquí
se respira olor a limpio. Nadie podrá influir en nuestras vidas y ensuciarlas con sus
pensamientos que envician el aire. En pocos días nos casamos y nos instalamos allí.
Mis suegros nos regalaron los muebles del dormitorio y mis padres los del comedor. El
resto de la casa la amueblaríamos de a poco. Yo temía que, por los vecinos, Cristina se
enterara de mi mentira, pero felizmente hacía sus compras fuera del barrio y jamás
conversaba con ellos. Éramos felices, tan felices que a veces me daba miedo. Parecía
que la tranquilidad nunca se rompería en aquella casa de azúcar, hasta que un llamado
telefónico destruyó mi ilusión. Felizmente Cristina no atendió aquella vez al teléfono,
pero quizá lo atendiera en una oportunidad análoga. La persona que llamaba preguntó
por la señora Violeta: indudablemente se trataba de la inquilina anterior. Si Cristina se
enteraba de que yo la había engañado, nuestra felicidad seguramente concluiría: no me
hablaría más, pediría nuestro divorcio, y en el mejor de los casos tendríamos que dejar
la casa para irnos a vivir, tal vez, a Villa Urquiza, tal vez a Quilmes, de pensionistas en
alguna de las casas donde nos prometieron darnos un lugarcito para construir ¿con qué?
(con basura, pues con mejores materiales no me alcanzaría el dinero) un cuarto y una
cocina. Durante la noche yo tenía cuidado de descolgar el tubo, para que ningún
llamado inoportuno nos despertara. Coloqué un buzón en la puerta de calle; fui el
depositario de la llave, el distribuidor de cartas. Una mañana temprano golpearon a la
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puerta y alguien dejó un paquete. Desde mi cuarto oí que mi mujer protestaba, luego oí
el ruido del papel estrujado. Bajé la escalera y encontré a Cristina con un vestido de
terciopelo entre los brazos. - Acaban de traerme este vestido - me dijo con entusiasmo.
Subió corriendo las escaleras y se puso el vestido, que era muy escotado. - ¿Cuándo te
lo mandaste a hacer? - Hace tiempo. ¿Me queda bien? Lo usaré cuando tengamos que ir
al teatro, ¿no te parece? - ¿Con qué dinero lo pagaste? - Mamá me regaló unos pesos.
Me pareció raro, pero no le dije nada, para no ofenderla. Nos queríamos con locura.
Pero mi inquietud comenzó a molestarme, hasta para abrazar a Cristina por la noche.
Advertí que su carácter había cambiado: de alegre se convirtió en triste, de
comunicativa en reservada, de tranquila en nerviosa. No tenía apetito. Ya no preparaba
esos ricos postres, un poco pesados, a base de cremas batidas y de chocolate, que me
agradaban, ni adornaba periódicamente la casa con volantes de nylon, en las tapas de la
letrina, en las repisas del comedor, en los armarios, en todas partes como era su
costumbre. Ya no me esperaba con vainillas a la hora del té, ni tenía ganas de ir a teatro
o al cinematógrafo de noche, ni siquiera cuando nos mandaban entradas de regalo. Una
tarde entró un perro en el jardín y se acostó frente a la puerta de calle, aullando. Cristina
le dio carne y le dio de beber y, después de un baño, que le cambió el color de pelo,
declaró que le daría hospitalidad y que lo bautizaría con el nombre Amor, porque
llegaba a nuestra casa en un momento de verdadero amor. El perro tenía el paladar
negro, lo que indica pureza de raza. Otra tarde llegué de improviso a casa. Me detuve en
la entrada porque vi una bicicleta apostada en el jardín. Entré silenciosamente y me
escurrí detrás de una puerta y oí la voz de Cristina. - ¿Qué quiere? - repitió dos veces. -
Vengo a buscar a mi perro - decía la de voz de una muchacha -. Pasó tantas veces frente
a esta casa que se ha encariñado con ella. Esta casa parece de azúcar. Desde que la
pintaron, llama la atención de todos los transeúntes. Pero a mí me gustaba más antes,
con ese color rosado y romántico de las casas viejas. Esta casa era muy misteriosa para
mí. Todo me gustaba en ella: la fuente donde venían a beber los pajaritos; las
enredaderas con flores, como cornetas amarillas; el naranjo. Desde que tengo ocho años
esperaba conocerla a usted, desde aquel día en que hablamos por teléfono, ¿recuerda?
Prometió que iba a regalarme un barrilete.
—Los barriletes son juegos de varones.
—Los juguetes no tienen sexo. Los barriletes me gustaban porque eran como enormes
pájaros: me hacía la ilusión de volar sobre sus alas. Para usted fue un juego prometerme
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ese barrilete; yo no dormí en toda la noche. Nos encontramos en la panadería, usted
estaba de espaldas y no vi su cara. Desde ese día no pensé en otra cosa que en usted, en
cómo sería su cara, su alma, sus ademanes de mentirosa. Nunca me regaló aquel
barrilete. Los árboles me hablaban de sus mentiras. Luego fuimos a vivir a Morón, con
mis padres. Ahora, desde hace una semana estoy de nuevo aquí.
—Hace tres meses que vivo en esta casa, y antes jamás frecuenté estos barrios. Usted
estará confundida.
—Yo la había imaginado tal como es. ¡La imaginé tantas veces! Para colmo de la
casualidad, mi marido estuvo de novio con usted.
—No estuve de novia sino con mi marido. ¿Cómo se llama este perro?
—Bruto.
— Lléveselo, por favor, antes de que me encariñe con él.
—Violeta, escúcheme. Si llevo el perro a mi casa, se moriría. No lo puedo cuidar.
Vivimos en un departamento muy chico. Mi marido y yo trabajamos y no hay nadie que
lo saque a pasear.
—No me llamo Violeta. ¿Qué edad tiene?
—¿Bruto? Dos años. ¿Quiere quedarse con él? Yo vendría a visitarlo de vez en cuando,
porque lo quiero mucho.
֫—A mi marido no le gustaría recibir desconocidos en su casa, ni que aceptara un perro
de regalo.
-—No se lo diga, entonces. La esperaré todos los lunes a las siete de la tarde en la Plaza
Colombia. ¿Sabe dónde es? Frente a la iglesia Santa Felicitas, o si no la esperaré donde
usted quiera y a la hora que prefiera; por ejemplo, en el puente de Constitución o en el
Parque Lezama. Me contentaré con ver los ojos de Bruto. ¿Me hará el favor de quedarse
con él?
—Bueno. Me quedaré con él.
—Gracias, Violeta.
—No me llamo Violeta.
—¿Cambió de nombre? Para nosotros usted es Violeta. Siempre la misma misteriosa
Violeta.
Oí el ruido seco de la puerta y el taconeo de Cristina, subiendo la escalera. Tardé un rato
en salir de mi escondite y en fingir que acababa de llegar. A pesar de haber comprobado
la inocencia del diálogo, no sé por qué, una sorda desconfianza comenzó a devorarme.
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Me pareció que había presenciado una representación de teatro y que la realidad era
otra. No confesé a Cristina que había sorprendido la visita de esa muchacha. Esperé los
acontecimientos, temiendo siempre que Cristina descubriera mi mentira, lamentando
que estuviéramos instalados en este barrio. Yo pasaba todas las tardes por la Plaza que
queda frente a la iglesia de Santa Felicitas, para comprobar si Cristina había acudido a la
cita. Cristina parecía no advertir mi inquietud. A veces llegué a creer que yo había
soñado. Abrazando al perro, un día Cristina me preguntó: -
—¿Te gustaría que me llamara Violeta?
-—No me gusta el nombre de las flores. –
—Pero Violeta es lindo. Es un color. –
—Prefiero tu nombre.
Un sábado, al atardecer, la encontré en el puente de constitución, asomada sobre el
parapeto de fierro. Me acerqué y no se inmutó.
—¿Qué haces aquí? –
—Estoy curioseando. Me gusta ver las vías desde arriba. –
—Es un lugar muy lúgubre y no me gusta que andes sola.
—No me parece lúgubre. ¿Y por qué no puedo andar sola?
—-¿Te gusta el humo negro de las locomotoras?
—Me gustan los medios de transporte. Soñar con viajes. Irme sin irme. “Ir y quedar y
con quedar partirse.”
Volvimos a casa. Enloquecido de celos (¿celos de qué? de todo), durante el trayecto
apenas le hablé.
—Podríamos tal vez comprar alguna casita en San Isidro o en Olivos, es tan
desagradable este barrio- le dije, fingiendo que me era posible adquirir una casa en esos
lugares. -No creas. Tenemos muy cerca de aquí el Parque Lezama. - Es una desolación.
Las estatuas están rotas, las fuentes sin agua, los árboles apestados. Mendigos, viejos y
lisiados van con bolsas, para tirar o recoger basuras.
—No me fijo en esas cosas.
—Antes no querías sentarte en un banco donde alguien había comido mandarinas o pan.
—He cambiado mucho.
—Por mucho que hayas cambiado, no puede gustarte un parque como ése. Ya sé que
tiene un museo de leones de mármol que cuidan la entrada y que jugabas allí en tu
infancia, pero eso no quiere decir nada.
18
—No te comprendo- me respondió Cristina. Y sentí que me despreciaba, con un
desprecio que podía conducirla al odio. Durante días, que me parecieron años, la vigilé,
tratando de disimular mi ansiedad. Todas las tardes pasaba por la plaza frente a la
iglesia y los sábados por el horrible puente negro de Constitución. Un día me aventuré a
decir a Cristina:
—Si descubriéramos que esta casa fue habitada por otras personas ¿qué harías, Cristina?
¿Te irías de aquí?
—Si una persona hubiera vivido en esta casa, esa persona tendría que ser como esas
figuritas de azúcar que hay en los postres o en las tortas de cumpleaños: una persona
dulce como el azúcar. Esta casa me inspira confianza ¿será el jardincito de la entrada
que me infunde tranquilidad? ¡No sé! No me iría de aquí por todo el oro del mundo.
Además, no tendríamos adónde ir. Tú mismo me lo dijiste hace un tiempo. No insistí,
porque iba a pura pérdida. Para conformarme pensé que el tiempo compondría las cosas.
Una mañana sonó el timbre de la puerta de calle. Yo estaba afeitándome y oí la voz de
Cristina. Cuando concluí de afeitarme, mi mujer ya estaba hablando con la intrusa. Por
la abertura de la puerta las espié. La intrusa tenía una voz tan grave y los pies tan
grandes que eché a reír.
-—Si usted vuelve a ver a Daniel, lo pagará muy caro, Violeta. –
—No sé quién es Daniel y no me llamo Violeta- respondió mi mujer.
-—Usted está mintiendo.
—No miento. No tengo nada que ver con Daniel.
—Yo quiero que usted sepa las cosas como son.
—No quiero escucharla. Cristina se tapó las orejas con las manos. Entré en el cuarto y
dije a la intrusa que se fuera. De cerca le miré los pies, las manos y el cuello. Entonces,
advertí que era un hombre disfrazado de mujer. No me dio tiempo de pensar en lo que
debía hacer; como un relámpago desapareció dejando la puerta entreabierta tras de sí.
No comentamos el episodio con Cristina; jamás comprenderé por qué; era como si
nuestros labios hubieran estado sellados para todo lo que no fuese besos nerviosos,
insatisfechos o palabras inútiles. En aquellos días, tan tristes para mí, a Cristina le dio
por cantar. Su voz era agradable, pero me exasperaba, porque formaba parte de ese
mundo secreto, que la alejaba de mí. ¡Por qué, si nunca había cantado, ahora cantaba
noche y día mientras se vestía o se bañaba o cocinaba o cerraba las persianas! Un día en
que oí a Cristina exclamar con un aire enigmático:
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—Sospecho que estoy heredando la vida de alguien, las dichas y las penas, las
equivocaciones y los aciertos. Estoy embrujada -fingí no oír esa frase atormentadora.
Sin embargo, no sé por qué empecé a averiguar en el barrio quién era Violeta, dónde
estaba, todos los detalles de su vida. A media cuadra de nuestra casa había una tienda
donde vendían tarjetas postales, papel, cuadernos, lápices, gomas de borrar y juguetes.
Para mis averiguaciones, la vendedora de esa tienda me apreció la más indicada: era
charlatana y curiosa, sensible a las lisonjas. Con el pretexto de comprar un cuaderno y
lápices, fui una tarde a conversar con ella. Le alabé los ojos, las manos, el pelo. No me
atreví a pronunciar la palabra Violeta. Le expliqué que éramos vecinos. Le pregunté
finalmente quién había vivido en nuestra casa. Tímidamente le dije: ¿No vivía una tal
Violeta? Me contestó cosas muy vagas, que me inquietaron más. Al día siguiente traté
de averiguar en el almacén algunos otros detalles. Me dijeron que Violeta estaba en un
sanatorio frenopático y me dieron la dirección.
—-Canto con una voz que no es mía- me dijo Cristina, renovando su aire misterioso. -
Antes me hubiera afligido, pero ahora me deleita. Soy otra persona, tal vez más feliz
que yo. Fingí no haberla oído. Yo estaba leyendo el diario. De tanto averiguar detalles
de la vida de Violeta, confieso que desatendía a Cristina. Fui al sanatorio frenopático,
que quedaba en Flores. Ahí pregunté por Violeta y me dieron la dirección de Arsenia
López, su profesora de canto. Tuve que tomar el tren en Retiro, para que me llevara a
Olivos. Durante el trayecto una tierrita me entró en un ojo, de modo que, en el momento
de llegar a casa de Arsenia López, se me caían las lágrimas como si estuviese llorando.
Desde la puerta de calle oí voces de mujeres, que hacían gárgaras con las escalas,
acompañadas de un piano, que parecía más bien un organillo. Alta, delgada, aterradora
apareció en el fondo de un corredor Arsenia López, con un lápiz en la mano. Le dije
tímidamente que venía a buscar noticias de Violeta.
—¿Usted es el marido?
—No, soy un pariente- le respondí secándome los ojos con un pañuelo.
—Usted será uno de sus innumerables admiradores- me dijo entornando los ojos y
tomándome la mano. - Vendrá para saber lo que todos quieren saber, ¿cómo fueron los
últimos días de Violeta? Siéntese. No hay que imaginar que una persona muerta,
forzosamente haya sido pura fiel, buena.
—Quiere consolarme- le dije. Ella, oprimiendo mi mano con su mano húmeda,
contestó:
20
—Sí. Quiero consolarlo. Violeta era no sólo mi discípula, sino mi íntima amiga. Si se
disgustó conmigo, fue tal vez porque me hizo demasiadas confidencias y porque ya no
podía engañarme. Los últimos días que la vi, se lamentó amargamente de su suerte.
Murió de envidia. Repetía sin cesar: “Alguien me ha robado la vida, pero lo pagará muy
caro. No tendré mi vestido de terciopelo, ella lo tendrá; Bruto será de ella; los hombres
no se disfrazarán de mujer para entrar en mi casa sino en la de ella; perderé la voz que
trasmitiré a esa otra garganta indigna; no nos abrazaremos con Daniel en el puente de
Constitución, ilusionados con un amor imposible, inclinados como antaño, sobre la
baranda de hierro, viendo los trenes alejarse”. Arsenia López me miró en los ojos y me
dijo:
—No se aflija. Encontrará muchas mujeres más leales. Ya sabemos que era hermosa
¿pero acaso la hermosura es lo único bueno que hay en el mundo? Mudo, horrorizado,
me alejé de aquella casa, sin revelar mi nombre a Arsenia López que, al despedirse de
mí, intentó abrazarme, para demostrar su simpatía. Desde ese día Cristina se transformó,
para mí, al menos, en Violeta. Traté de seguirla a todas horas, para descubrirla en los
brazos de sus amantes. Me alejé tanto de ella que la vi como a una extraña. Una noche
de invierno huyó. La busqué hasta el alba. Ya no sé quién fue víctima de quién, en esa
casa de azúcar que ahora está deshabitada.
http://biblio3.url.edu.gt/Sopa/2010/SOcampo_casa.pdf
Consigna de escritura: TP N° 5
Narre el cuento “La casa de azúcar” de Ocampo, en tercera persona y desde el punto
de vista de Cristina. Puede agregar información que no aparezca en el cuento original si
fuera necesario siempre y cuando resulte coherente y verosímil respecto del texto fuente
(extensión sugerida: no más de dos carillas).
Ahora diré de la ciudad de Zenobia que tiene esto de admirable: aunque situada en
terreno seco, se levanta sobre altísimos pilotes, y las casas son de bambú y de zinc, con
muchas galerías y balcones, situadas a distinta altura, sobre zancos que se superponen
unos a otros, unidas por escalas de cuerda y veredas suspendidas, coronadas por
miradores cubiertos de techos cónicos, cubas de depósitos de agua, veletas, de los que
sobresalen roldanas, sedales y grúas. No se recuerda qué necesidad u orden o deseo
impulsó a los fundadores de Zenobia a dar esta forma a su ciudad, y por eso no se sabe
si quedaron satisfechos con la ciudad tal como hoy la vemos, crecida 24 quizá por
superposiciones sucesivas del primero y por siempre indescifrable diseño. Pero lo cierto
es que si a quien vive en Zenobia se le pide que describa como vería feliz la vida, es
siempre una ciudad como Zenobia la que imagina, con sus pilotes y sus escalas
colgantes, una Zenobia quizá totalmente distinta, flameante de estandartes y de cintas,
pero obtenida siempre combinando elementos de aquel primer modelo. Dicho esto, es
inútil decidir si ha de clasificarse a Zenobia entre las ciudades felices o entre las
infelices. No tiene sentido dividir las ciudades en estas dos especies, sino en otras dos:
las que a través de los años y las mutaciones siguen dando su forma a los deseos y
aquellas en las que los deseos o bien logran borrar la ciudad o son borrados por ella.
24
El objetivo de esta actividad es que reconozca las categorías principales de los textos
descriptivos y que realice una producción propia.
Propuesta de trabajo
Escriba una descripción de una ciudad inventada por usted. (Puede hacer que
confluyan en esa descripción varias ciudades que sí existen o inventarla desde la nada.
¿Desde la nada?)
Considere al redactar su texto en las posibilidades que proporciona acudir a
comparaciones, metáforas, elementos, partes, cambio de las perspectivas (desde arriba,
desde abajo, de izquierda a derecha, etc.). No olvide aprovechar todos los sentidos.
También, tenga en cuenta los recursos propios del cine, es decir, un plano general, una
panorámica, un plano detalle, un close up, un zoom, etc.
(Extensión sugerida, entre 20 y 30 líneas.)
25
Eunice y Ana Olivia nos vieron venir y estaban esperándonos en el vestíbulo. Cómo
quisiera que pudieran echarle una mirada a estas dos. Honestamente están para llorar.
Eunice es una cosa grande, vieja y gorda, con un trasero que debe pesar cien kilos. Anda
por toda la casa, llueva, truene o relampaguee, en un viejo camisón pasado de moda al
que llama kimono, pero que en realidad no es más que una sucia bata de franela. Masca
tabaco y trata de parecer una dama mientras escupe a escondidas. Se la pasa parloteando
acerca de la fina educación que posee, todo para hacerme sentir mal, lo que en realidad
nunca me ha molestado porque sé de hecho que ni siquiera puede leer las caricaturas del
periódico sin deletrear en voz alta cada palabra. Si hay que concederle algo, es que
puede sumar y restar dinero tan rápido que no dudo que podría estar en Washington
trabajando donde lo hacen. Y no estoy diciendo que no tenga bastante dinero. Ella dice
que no, pero yo sé que lo tiene porque un día encontré accidentalmente cerca de mil
dólares escondidos en un florero al lado del porche. No toqué ni un centavo, pero
Eunice insiste en que robé un billete de cien, lo que es una mentira venenosa de
principio a fin. Claro que todo lo que ella dice se toma como si fueran órdenes del
cuartel general, ya que ni un alma del Molino del Almirante puede decir que no le debe
dinero. Tan es así que si ella dijera que Charlie Carson (un viejo ciego e inválido de
noventa años que no ha dado un paso desde 1896), la tiró sobre su espalda para violarla,
todo el mundo en este condado juraría sobre una pila de Biblias que es verdad.
Bueno, pues Ana Olivia es aún peor. Sólo que no altera tanto los nervios como Eunice,
quien es una malhumorada de nacimiento que debería estar encerrada en algún ático.
Ana Olivia es pálida, flaca y tiene bigote. Se mueve como agachada y se pasa la mayor
parte del tiempo tallando un madero con su chuchillo para cerdos de catorce pulgadas,
cuando no está tramando alguna maldad como la que le hizo a la señora de Harry Steller
Smith. Juré que nunca se lo diría a nadie, pero cuando se ha cometido un ataque
inhumano a la vida de una persona, al diablo con las promesas, digo yo.
La señora de Harry Steller Smith era el canario de Eunice. Llevaba ese nombre por la
mujer de Pensacola que le prepara un remedio casero para la gota. Un día escuché un
sonoro escándalo en el salón, y al ir a investigar encontré a Ana Olivia azuzando con
una escoba a la señora de Harry Steller Smith hacia una ventana abierta –la puerta de la
jaula también estaba de par en par. Si no hubiera entrado yo en ese momento, nunca
hubiera sido atrapada. Se asustó entonces de que pudiera decírselo a Eunice y restó
importancia al asunto, diciendo que no era justo tener a una criatura de Dios encerrada
de esa manera; pero yo sabía que en realidad ella no soportaba el trino de la señora de
Harry Steller Smith. Sentí un poco de pena por ella y, como me dio dos dólares, la
ayudé a inventar una historia para Eunice. Claro que yo no quería tomar el dinero, pero
de verdad pensé que le ayudaría a tranquilizar su conciencia.
Lo primero que Eunice dijo cuando puse un pie en la casa fue: “¿Así que por ‘esto’
huiste a nuestras espaldas para casarte, Marge?”.
—¿No es la cosa más guapa, tía Eunice? –respondió Marge.
Eunice me miró de arriba a abajo y añadió: “Dile que dé la vuelta”. Mientras le daba la
espalda dijo: “De seguro recogiste a este enano de la basura. ¿Para qué? ‘Esto’ no es un
hombre”.
26
Nunca había sido tan menospreciado en toda mi vida. Es verdad que soy un poco
achaparrado, pero aun no he acabado de crecer totalmente.
—Claro que lo es –contestó Marge.
Ana Olivia, que había estado parada con la boca tan abierta que las moscas bien podían
entrar y salir por ella, sentenció:
—Ya oíste lo que dijo mi hermana. No es un hombre de ninguna manera. No me gusta
la idea de que este enano ande por aquí asegurando que es un hombre. Ni siquiera es del
sexo masculino.
—Parece que olvidas, tía Ana Olivia, que este es mi esposo, el padre de mi futuro hijo
que viene en camino –insistió Marge.
Eunice chasqueó la boca de forma grosera como suele hacerlo y agregó: “Todo lo que
puedo decir es que de seguro yo no andaría presumiéndolo”.
¿Es esta una amable bienvenida? Y todo después de que renuncié a mi excelente
posición como empleado de “Todo en efectivo”. Pero esto no es sino una muestra de lo
que vino luego, esa misma tarde.
Después de que Bluebell despejó la mesa de la cena, Marge preguntó de la manera más
amable si podríamos tomar prestado el auto para ir al cine de la ciudad.
—¡Debes haberte vuelto loca! –contestó Eunice como si le hubiéramos pedido el
kimono que traía encima.
—Debes haberte vuelto loca –repitió también Ana Olivia.
—Son las seis de la tarde, y si piensas que voy a dejar a este enano conducir mi semi
nuevo Chevrolet 1934 hasta el teatro y de regreso, debes haberte vuelto loca –machacó
Eunice.
Naturalmente este lenguaje hizo llorar a Marge.
—No te preocupes cariño –le dije–, he manejado bastantes Cadillacs en mis tiempos”.
—Humf –pujó Eunice.
—Seguro –dije yo.
—Si cuando mucho ha manejado alguna vez un arado me comería una docena de
gusanos fritos en trementina –dijo Eunice burlona.
—No voy a dejar que se refieran a mi esposo de esa manera. Están actuando de forma
incomprensible. ¿Cómo se les ocurre pensar que recogí por ahí a un hombre totalmente
extraño en un lugar totalmente extraño? –aclaró Marge.
—Si le viene el saco que se lo ponga –gruñó la tía Eunice.
—Ni creas que podrás engañarnos con una bonita historia –vociferó la tía Ana Olivia
con su bramido usual, tan parecido al rebuzno de un burro que no podría diferenciarlos.
—No nacimos ayer, ¿sabes? –remató Eunice.
Marge advirtió decidida:
—Quiero que entiendan que desde hace tres meses y medio estoy legalmente casada con
este hombre y hasta que la muerte nos separe, según lo certificó un juez de paz.
Pregunten a quien quieran. Míralo tía Eunice, es libre, blanco y tiene 16. Y además, a
George Far Sylvester no le gusta oír que se refieren a su padre de esa manera.
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George Far Sylvester es el nombre que escogimos para el bebé. Tiene un sonido fuerte,
¿no creen? Sólo que como están las cosas, por ahora no tengo ningún sentimiento claro
sobre el tema.
—¿Cómo es que una muchacha puede tener un bebe con otra muchacha? –preguntó Ana
Olivia en un calculado ataque a mi hombría.
—Oh, shhhh, ya basta –dijo Eunice–. Basta ya de oír acerca de esa película en la ciudad.
—Oh-oh-oh, pero es Judy Garland –sollozó Marge.
—No importa cariño –le dije–, debo haber visto esa película hace diez años en Mobile.
—¡Eso es falso de toda falsedad! –gritó Ana Olivia–. De verdad eres un canalla. Judy
no ha estado en el cine por diez años.
Ana Olivia no ha visto una sola película en sus 52 años de vida (ella no le dice a nadie
su edad, así que envié una carta preguntando al ayuntamiento de Montgomery y me
contestaron muy amablemente), pero está suscrita a ocho revistas de cine. Según la
anciana maestra Delancey, es el único correo que recibe aparte del catálogo de Sears
Roebuck. Además, está morbosamente enamorada de Gary Cooper y llena un baúl y dos
maletas con sus fotos.
Finalmente nos levantamos de la mesa y Eunice se movió pesadamente hacia la ventana,
miró los árboles de bayas y dijo:
—Los pájaros se acomodan ya en sus ramas. Es hora de ir a la cama. Usarás tu viejo
cuarto Marge. He arreglado un catre para este caballero en el porche trasero.
Tomó un minuto entero para que el comentario cayera sobre nosotros.
—¿Y cuál es la objeción, si no es mucha curiosidad, a que duerma con quien es
legalmente mi esposa? —pregunté.
Inmediatamente las dos tías comenzaron a gritarme y a imprecarme. Así que Marge
buscó una conciliación rápida:
—¡Alto… deténganse! No soporto más. Vamos cariño, vamos, ve a dormir donde ellas
dicen. Mañana ya veremos…
Eunice dijo entonces:
—Ya me extrañaba que la criatura no tuviera ni una pizca de sentido después de todo.
—Pobre pequeña —completó Ana Olivia envolviendo con su brazo los hombros de
Marge y llevándosela—. Pobre pequeña, tan joven, tan inocente. Vamos, ven conmigo
para que llores todo lo que quieras en el hombro de la tía Ana Olivia.
Durante mayo, junio, julio y la mejor parte de agosto he ocupado y sudado ese maldito
porche trasero sin persianas. ¡Y Marge no ha abierto la boca en protesta ni una sola vez!
Esta parte de Alabama es pantanosa, con mosquitos que podrían asesinar a un búfalo si
tuvieran oportunidad, sin mencionar a los peligrosos bichos voladores y a una batida de
ratas lo suficientemente grandes como para arrastrar un tren de aquí a Timbuctú. Si no
fuera por el pequeño y aun nonato George, mis huellas ya hubieran levantado el polvo
del camino desde hace mucho. No he tenido cinco segundos a solas con Marge desde
aquella primera noche.
Una u otra tía siempre están acompañándola como chaperones. La semana pasada
enloquecieron porque Marge se encerró en su cuarto y no pudieron encontrarme por
ninguna parte. La verdad es que he pasado el tiempo observando a los negros empacar
28
el algodón. Tan sólo por rencor dejé que Eunice se acercara más a Marge y, mientras,
nada ha salido bien.
Después de ese día agregaron a Bluebell al turno de vigilancia. ¡Y durante todo este
tiempo no he tenido ni siquiera unas monedas para cigarros!
Eunice me ha estado ladrando un día sí y otro también para que consiga trabajo:
—¿Por qué no va el pequeño pagano este a conseguirse un empleo honesto? –—insiste.
Como ya lo habrán notado, nunca me habla directamente, aunque la mayor parte del
tiempo soy el único en su real presencia.
–Si fuera la clase de hombre que puede llamarse “un hombre”, estaría luchando por
poner un poco de pan en la boca de esa muchacha, en vez de rellenar la suya con mis
embutidos –continúa ladrando.
Pero deben saber que por tres meses y trece días he estado viviendo casi exclusivamente
de verduras frías y sobras de cereal. He tenido que consultar dos veces al doctor Carter,
quien no está del todo seguro si tengo escorbuto. En cuanto a que no estoy trabajando,
quisiera saber lo que un hombre de mis habilidades, un hombre que sostenía una
excelente posición en “Todo en efectivo”, puede hacer en un pueblo pulguiento como El
Molino del Almirante. Aquí no hay más que una tienda y el propietario, el señor
Tubberville, es tan perezoso que casi le duele tener que vender algo. Luego está la
Iglesia Bautista de la Estrella Matutina, pero ya tienen predicador. Un fulano viejo y
repelente llamado Shell, a quien Eunice fue a rogarle un día por la salvación de mi alma.
Ahí escuché con mis propios oídos cuando él dijo que yo ya estaba demasiado perdido.
Pero es lo que Eunice ha hecho con Marge lo que realmente se lleva el premio mayor.
Ha puesto a esa muchacha en contra mía de manera tan vil que no hay palabras para
describirlo. Incluso llegó un punto en que Marge comenzó a tratarme de modo
impertinente, pero le receté un par de buenas cachetadas y puse un alto a su actitud.
¡Ninguna esposa mía va a faltarme nunca al respeto, no en esta vida!
Las líneas enemigas se han apretado a mi alrededor: Bluebell, Ana Olivia, Eunice,
Marge y el resto del Molino del Almirante (Población: 342 habitantes). Aliados:
ninguno. Esa era la situación el domingo 12 de agosto, cuando llevaron a cabo el
atentado contra mi vida.
El día había estado silencioso y hacía suficiente calor como para derretir piedras. El
problema empezó exactamente a las dos de la tarde. Lo sé porque Eunice tiene uno de
esos estúpidos relojes cucú y el maldito acababa de darme un buen susto. Estaba
ocupándome de mis asuntos en la estancia, componiendo una canción en el piano
vertical que compró Eunice para Ana Olivia. Incluso le contrató un maestro que venía
una vez a la semana desde Columbus, Georgia. La anciana maestra Delancey –mi amiga
hasta que decidió que quizás esto no era muy sabio-, cuenta que el elegante profesor
salió de la casa una tarde, lloroso y con la cola entre las patas, brincó a su Ford cupé y
no se volvió a saber de él. Bueno pues, como les decía, estaba tratando de mantenerme
fresco en la estancia sin molestar a nadie, cuando entró corriendo Ana Olivia con el
cabello retorcido en rizos y chillando histérica:
—¡Cesa ese ruido infernal en este mismo instante! ¿No nos puedes dar un minuto de
paz? Y quítate de mi piano, enano mañoso. No es tu piano, es mi piano, y si no te
29
mueves de ahí ahora mismo te juro que te llevaré a la corte el primer lunes de
septiembre.
En realidad, está celosa de que yo sea músico de nacimiento, y de que las canciones que
salen de mi cabeza sean absolutamente maravillosas.
–Y mire lo que le ha hecho a las teclas de marfil genuino, señor Sylvester –añadió
caminando alrededor del piano–. Ha enchuecado cada una de ellas desde la base por
pura y simple maldad.
Ella sabe bien que el piano estaba listo para el patio de chatarra desde el momento en
que entré en esta casa, así que le dije:
—Ya que es usted una sabelotodo, señorita Ana Olivia, quizá le interese saber que estoy
en posesión de unos cuantos conocimientos yo mismo. Cosas que quizá otra gente
estaría muy agradecida de poder enterarse. Como lo que le pasó a la señora de Harry
Steller Smith, por ejemplo. (¿Recuerdan a la señora de Harry Steller Smith?)
Ella se detuvo y miró la jaula del canario vacía.
—Me lo juraste —dijo, poniéndose de un aterrador color morado.
—Quizá lo hice y quizá no —le dije. Fue una maldad traicionar a Eunice de esa manera,
pero si una persona deja en paz a otra persona, entonces quizá pueda hacerme de la vista
gorda.
Pues sí señor, ella salió de la estancia tan tranquila y callada que no la reconocerían, así
que fui a estirarme sobre el sofá, la más horrible pieza de mueblería que haya visto
jamás, parte de un juego que Eunice compró en Atlanta en 1912 por dos mil dólares en
efectivo –o cuando menos eso asegura. El juego es negro combinado con un llamativo
verde claro y huele a plumas de pollo mojadas en un día húmedo. Hay una gran mesa en
una esquina del salón, en la que se apoyan los retratos de la madre y el padre de Eunice
y Ana Olivia. El papá es bien parecido, pero aquí entre nos, estoy convencido que tiene
sangre negra de alguna parte. Fue capitán en la Guerra Civil, y eso es algo que nunca
olvidaré a causa de su espada, exhibida sobre un paño en la estancia, y figura
prominente en las acciones que vendrán enseguida. La mamá tiene la misma mirada de
perro malhumorado de Ana Olivia, sólo que en la mamá luce mejor.
Así que ahí estaba yo, apenas echándome una cabeceada, cuando escuché a Eunice
bramando: “¡¿Dónde está..? ¿Dónde está..?!” Y lo siguiente que supe fue que estaba
parada en el marco de la puerta, con las manos plantadas en sus rellenas caderas de
hipopótamo y con todo el grupo detrás de ella: Bluebell, Ana Olivia y Marge.
Pasaron varios segundos, Eunice golpeando el suelo con su gran pie descalzo tan rápida
y furiosamente como podía y abanicándose el rostro regordete con un anuncio de cartón
de las Cataratas del Niágara.
—¿En dónde están? —preguntó—. ¿En dónde están los cien dólares que se apropió
mientras volteaba mi confiada espalda?
—Esa es la paja que rompió la espalda del camello ––respondí yo. Pero estaba
demasiado acalorado y cansado como para levantarme.
—Esa no es la única espalda que se va a romper —agregó amenazante con sus ojos de
insecto a punto de saltar de sus órbitas–. Ese es el dinero de mi funeral y lo quiero de
regreso ahora. Que si no sabría yo que “éste” robaría hasta a los muertos.
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—Quizá sí los tomó —balbuceó Marge.
—Tu mantén la boca fuera de este asunto, señorita –—ijo Ana Olivia.
—Tan seguro como que estamos aquí que robó mi dinero. ¡Miren sus ojos… negros de
culpa! —chillaba Eunice.
Yo bostecé y respondí lentamente: Como dicen en la corte, si una de las partes acusa
falsamente a otra, entonces esa parte acusadora puede ser encerrada en la cárcel, incluso
si de cualquier manera es en esa institución estatal en donde debería ya estar encerrada
para protección de todos los involucrados.
—Dios lo va a castigar —sentenció Eunice.
—Oh, hermana –agregó Ana Olivia—, no esperemos a Dios.
Eunice avanzó entonces hacia mí con una peculiar mirada –su percudido camisón de
franela sacudiendo el piso–, seguida como lapa por Ana Olivia, en tanto, Bluebell
lanzaba un gemido que debió haberse oído claramente de aquí a Eufala y de regreso y
Marge, ahí parada, retorcía las manos y gimoteaba:
—Oh-oh-oh… devuelve el dinero, por favor cariño.
—¿También tú, Bruto? –la interrogué yo citando a Shakespeare.
—Vaya, mira qué actitud –dijo Eunice—, y se la pasa acostado todo el día sin hacer
absolutamente ni el mínimo esfuerzo de pegar el timbre en una carta.
—Vergonzoso —soltó Ana Olivia.
—Uno pensaría que el bebé lo va a tener él y no esta pobre criatura –seguía parloteando
Eunice.
Bluebell puso su granito de arena: —Esa es la verdad… sí señor.
—¡Vaya, si es la vieja olla negra diciéndole percudido al comal! —le grité yo.
—Después de alimentarse aquí por tres meses, este enano tiene la audacia de lanzar
injurias hacia mí –reclamó Eunice.
Apenas me había sacudido esa ceniza negra de la manga, les advertí: –El doctor Carter
me ha informado que estoy en una peligrosa condición, enfermo de escorbuto, y no
puedo soportar la menor agitación a riesgo de la propensión a echar espuma por la boca
y morder a alguien.
Bluebell sugirió entonces:
—¿Por qué no regresarlo a su basurero en Mobile, señorita Eunice? Estoy harta y
cansada de cargar con sus responsabilidades.
Naturalmente esta mujer negra como el carbón me hizo enojar tanto que no pude
razonar con claridad. Así que, fresco como un pepino, me levanté, tomé un paraguas del
perchero y la golpeé en la cabeza con él hasta que se partió en dos.
—¡Mi parasol de seda japonesa! –chilló Ana Olivia.
—¡Mataste a Bluebell, mataste a la pobre de Bluebell! —moqueó Marge.
Eunice empujó a Ana Olivia diciendo: –¡Ha perdido la cabeza, corre hermana! ¡Corre y
trae al señor Tubberville!
—No me agrada el señor Tubberville —dijo Ana Olivia sumisa—. Mejor voy por mi
cuchillo para cerdos —y se apresuró hacia la puerta. En ese momento, poniendo en
riesgo mi propia vida, me lancé hacia ella atrapándola con una buena tacleada que
lamentablemente me lastimó horriblemente la espalda.
31
—¡La va a matar! —aulló Eunice lo suficientemente fuerte como para sacudir toda la
casa—, ¡nos va a matar a todas…! Te lo advertí, Marge. Rápido niña, trae la espada de
papá.
Así que Marge trajo la espada de papá y se la pasó a Eunice —ni qué decir de la devota
y leal esposa. Por si esto no fuera suficiente, Ana Olivia me soltó un rodillazo terrible
en el abdomen y tuve que soltarla. Cuando nos dimos cuenta ya estaba en el patio
entonando himnos con histéricos aullidos:
Mis ojos han visto la gloria de la llegada del Señor;
Viene entre la cosecha donde las uvas de la ira están guardadas…
Mientras tanto, Eunice me perseguía por el lugar blandiendo salvajemente la espada de
su papá. De alguna manera me las arreglé para trepar al piano y de inmediato Eunice se
subió al taburete tras de mí –cómo resistió el desvencijado mueble a un monstruo como
ella es algo que nunca podré explicar.
—¡Baja de ahí, cobarde, antes de que te atraviese! —gritó mientras me lanzaba un
sablazo, y tengo una cortada de media pulgada para probarlo.
Para ese momento Bluebell se había recuperado y huía despavorida a unirse a los
servicios religiosos de Ana Olivia en el patio. Supongo que esperaban mi cadáver, y
Dios sabe que en eso hubiera acabado si Marge no se desmaya en ese momento. Es lo
único bueno que puedo decir de ella.
Lo que pasó después no lo recuerdo con exactitud, excepto que Ana Olivia reapareció
con su cuchillo para cerdos de 14 pulgadas y un montón de vecinos. Pero
repentinamente Marge era el centro de la atención y supongo que se ocuparon en
cargarla hasta su cuarto. En cuanto se fueron, como pude levanté una barricada en el
salón. Tenía contra la puerta todas esas llamativas sillas negras con verde, la gran mesa
de caoba que debía pesar un par de toneladas, además del perchero y muchas otras
cosas. Aseguré las ventanas y bajé las persianas. También encontré una caja de cinco
libras de caramelos achocolatados y en este preciso momento estoy masticando un
jugoso y cremoso chocolate de cereza. A veces vienen hasta la puerta y tocan, gritan y
ruegan. Sí, señor, han empezado a cantar una canción que suena diferente. Por lo que a
mí toca, les ofrezco alguna tonada en el piano de vez en cuando, tan sólo para hacerles
saber que estoy contento.
Tomado de First of the Famous. Editado por Whit y Hallie Burnett. Ballantine
Books, Nueva York, 1962.
Trabajo práctico Nº 7
Propuesta de trabajo
1) Lean el cuento “Mi versión del asunto” de Truman Capote, que encontrarán a partir
de la página 25.
2) A partir de la información que brinda el cuento, escriban una noticia respetando el
32
modelo de la pirámide invertida1.
Nota: La noticia debe incluir textos referidos (extraídos del mismo cuento —textuales o
adaptados—) que pongan en práctica todos los estilos estudiados (indirecto, directo,
mixto e híbrido). En el texto, deberá aparecer por lo menos un fragmento descriptivo y
una alteración temporal.
Trabajo práctico Nº 8
El movimiento posible en una descripción
1. Actividad en clase
-A partir de la imagen del cuadro de Dalí (en página 42) (Mujer en la ventana), tome
notas, esboce una descripción.
Modelo propuesto:
Texto de Speranza. Identificar el recorrido del texto
En el aire, de Graciela Speranza
El protagonista de la novela En el aire, un argentino que vive en Londres, es un
ilustrador que vuela a Nueva York y luego regresa. Los siguientes fragmentos
corresponden al viaje de regreso, cuando evoca sucesos ocurridos en Nueva York y
reflexiona sobre sus propios dibujos o sobre Joseph Cornell, pintor y escultor
neoyorquino:
1La pirámide invertida es una estructura que sugiere escribir organizando la información con los datos presentados
de mayor a menor importancia a través de la respuesta a las preguntas: qué (what), quién (who), cuándo (when),
dónde (where), por qué (why) y cómo (how).
33
Entre los apuntes del viaje, hay un dibujo que me gusta. Lo hice una noche muy tarde,
sentado en la cama del hotel mirando por la ventana, en uno de esos impulsos que a
veces me llevan directo a la libreta, por miedo a que algo se me escape o la memoria lo
deforme o lo pierda. Es un esbozo bien resuelto de una chica fumando desnuda, apoyada
en el marco de una ventana. Todavía tengo fresca la imagen iluminada a contraluz al
otro lado de la calle, reducida en la escala por la distancia (la 72 es una calle muy
ancha), y también la urgencia por dibujarla cuando la vi mientras me sacaba los zapatos
para acostarme. En el frente del edificio, casi a oscuras pasada la medianoche, el
rectángulo iluminado, descentrado en el recorte de mi propia ventana, le daba un marco
perfecto a la media silueta, suspendida en la oscuridad a una distancia que dejaba ver su
desnudez y al mismo tiempo conservaba su intimidad, como si la chica confiara en que
a esa hora y a esa distancia nadie podía estar mirándola. Era una noche fría de otoño y
daba un poco de aflicción verla así sin ropa, pero estaba tan a gusto fumando asomada a
la calle, que si en vez de dibujarla le hubiese sacado una foto, podría haber pasado por
una instantánea de verano. El marco plano de la ventana la recorta en el dibujo, resalta
el volumen del torso inclinado hacia delante como si fuera un camafeo, y le da al
conjunto un parentesco remoto con las mujeres repujadas en hierro que estaban en el
escritorio de mi padre. Me gusta el trazo despojado, suelto (sin la abundancia de líneas
con que a veces lo arruino todo), más producto del azar que me llevó a interrumpir el
dibujo que de la perspicacia para decidir cuándo algo está terminado y tengo que dejar
de recargarlo. Estaría dibujando muy concentrado porque me acuerdo bien de que
levanté la vista en algún momento y la chica ya no estaba, y sólo volví a verla cuando
dejé la libreta y me asomé a la calle. Debe haber sonado una alarma en el edificio,
porque cuando miré por la ventana, la chica estaba parada en medio de la vereda,
todavía desnuda, envuelta en una frazada, mirando para todos lados. No sé si a mí
también me pareció escuchar una alarma, o si me dio pena verla ahí abajo tan frágil,
tapándose con la frazada, pero me acuerdo de que me puse los zapatos y bajé corriendo
por las escaleras hasta la calle. Cuando salí la chica ya no estaba y aunque me quedé un
buen rato mirando desde la puerta del hotel, atento a los movimientos y las luces del
edificio, no vi nada. Tampoco volví a ver a la chica cuando subí al cuarto. La ventana
estaba a oscuras como el resto del edificio y siguió así hasta que me cansé de esperar y
volví a acostarme. El dibujo quedó a mitad de camino y debe ser por eso que me gusta.
Tiene algo de verdad, como si en el inacabado guardase el misterio de la corrida inútil o
34
la flaqueza de una ciudad que tiembla con cualquier alarma. No está mal, ahora que lo
miro, pero le falta carácter. Le falta, por ejemplo, la abstracción calculada de los
paisajes de una artista etíope que vi en Queens esa misma tarde en una muestra de
dibujo, o la imaginación febril de un inglés que inventa ciudades fantásticas, o la gracia
de un japonés que no le tiene miedo a la pura superficie del animé o el manga. Anoté los
nombres de los tres y los títulos de algunas obras en la libreta, pero no vienen a cuento.
El límite es difuso y sin embargo hay dibujos en que las cosas existen antes de
dibujarlas. A los míos les falta algo o, mejor dicho, les sobra algo. Eso pienso mientras
guardo la libreta, miro el reloj, y calculo cuánto falta para llegar a Londres. En un par de
horas deberíamos estar aterrizando.
*****
Descubrí a Cornell cuando llegué a Londres y desde entonces lo adopté como un
maestro de todo lo que no sé del arte. Tengo debilidad por sus cajas, las de los años
cuarenta y cincuenta, los homenajes a bailarinas y actrices, las casas de palomas y los
aviarios. Toda su vida está teñida por la misma melancolía difusa de las cosas
encerradas en las cajas (leí una biografía suya extraordinaria hace unos años), pero hay
sobre todo una escena que me quedó grabada. Cornell nunca aprendió a dibujar, ya lo
dije (en la familia sólo una de sus hermanas tomó clases de dibujo con el joven Edward
Hopper, ilustrador y maestro de dibujo itinerante en esa época), pero a los setenta años,
cuando sus cajas ya eran piezas de museo y artistas de varias generaciones peregrinaban
a su casa en Utopia Parkway, se anotó en un curso de dibujo al natural en el Queens
College. Mientras sus compañeros principiantes hacían bocetos de una modelo desnuda
en una de las primeras clases, Cornell no dibujó más que una curva vuelta sobre sí
misma en una libreta de apuntes barata, y abandonó el curso unas semanas más tarde. Sé
que hay algo revelador en la escena, pero no alcanzo a descifrarlo. Tampoco podría
precisar qué me atrae de Cornell, si la doble vida de recluso y de paseante, la dedicación
amorosa al hermano desvalido o la nostalgia de las cosas recolectadas, pero sé que
cambiaría todas mis dotes para el dibujo por su fórmula secreta para encerrar el mundo
en una caja detrás de un vidrio. Sólo puedo atribuir a la simetría un poco desquiciada de
mi vida que alguien me invite ahora a dibujar una caja.
Pasé mi última tarde en Nueva York en la galería Allan Stone mirando las obras de
Cornell, tratando de grabar en la memoria los colores, las proporciones ciertas, la
distancia real entre un objeto y otro, y los detalles ocultos que sólo se descubren
35
acercándose a las piezas para asomarse al interior desde los lados. Decidí que tenía que
ver la caja que eligiera antes de dibujarla, y aunque me costó resignar mis preferidas,
me decidí por uno de los aviarios que estaban expuestos en la galería, Untitled (Aviary),
una caja más despojada, menos ambiciosa, y quizá por eso más desafiante.
¿Podré describir la maravilla de la pieza sin dibujarla? La obra de Cornell nos obliga
a usar la palabra hermosa, pero ¿qué mejor? Eso dijo, con razón (también anoté la
frase en la libreta), un gran artista amigo suyo, Robert Motherwell. Pero el problema no
son los calificativos sino el orden de las palabras, que nos obliga a nombrar primero un
objeto y después otro, a organizar el recorrido desplazando el foco en el tiempo y en el
espacio, mientras que frente a la caja todas las cosas se ofrecen a la vez, y si la vista se
detiene en una antes que en otra, lo que se graba en la memoria es el conjunto que la
caja se encarga de preservar completo, enmarcado en la madera y cubierto por el vidrio.
Para describir la pieza, por lo tanto, no tengo más remedio que violentar el recuerdo
indivisible y empezar, por ejemplo, por la figura plana pegada y calada sobre madera
que está a la izquierda: un loro, o mejor dicho, una cacatúa, considerando el tamaño, el
color blanco del plumaje y el amarillo de la cresta, un ave más exótica asociada a
paisajes más remotos que no se muestran (el animal está posado sobre una rama), pero
se evocan en una estampilla de Mozambique pegada a la pared posterior, en la que
aparece un pez tropical que ilumina con colores vivos la blancura tiznada del interior de
la caja. En una de las paredes laterales hay un espejo alargado en el que el pájaro parece
estar mirándose y se duplica en el reflejo si uno se acerca y mira desde el lado opuesto.
A la derecha, junto al pájaro, hay un tablero rectangular cavado en la pared posterior
con una veintena de agujeros dispuestos en líneas de tres para insertar clavijas de
colores. Sólo hay dos clavijas en los agujeros. Una azul y una amarilla. El resto están
guardadas en un cajoncito con dos tirantes, adosado a la base de la caja. El cajón está
abierto, como invitando a jugar un juego cuyas reglas no se explican, pero el impulso se
frustra al mismo tiempo, porque entre las clavijas del cajoncito abierto y el tablero se
interpone el cristal que sella todo el resto. Hay además un tejido de alambre cortado que
sólo cubre un ángulo del tablero y dos espirales de alambre que surgen de unas
molduras interiores y, con líneas curvas complementarias, dan movimiento a las paredes
de la caja que (todavía no lo dije y quizás debería haber empezado por ahí) está
construida con maderas muy gastadas que conservan huellas de otros usos, viejas capas
de pintura, manchas de humedad, orificios, marcas. Creo que no me olvido de nada
36
importante y sin embargo lo que cuenta es lo que la caja despierta mirándola, sin
mostrarlo.
Hay una historia que me viene a la cabeza en cuanto pienso en Cornell y no consigo
separar de la melancolía de las cajas, como si encerrara una clave. Cornell tendría unos
sesenta años. En una de las cafeterías del Midtown que frecuentaba en sus escapadas a
Manhattan, se enamoró de una camarera, una chica de dieciocho años, madre soltera,
que alquilaba una piecita en Harlem. Empezó por dedicarle algunos de sus collages y
también algunas cajas; la chica parecía no apreciar del todo la naturaleza de los regalos
pero los aceptaba con gusto. Después la invitó a su casa en Queens, le mostró su taller,
le presentó a su madre y hasta se animó a besarla una tarde de verano. (Fue la primera
mujer que besó en su vida, según cuenta en los diarios.) Pero el idilio naufragó muy
pronto. Unos meses más tarde Cornell descubrió que la camarera había vendido los
regalos a un coleccionista de arte y estaba a punto de cerrar un arreglo mayor por nueve
cajas, robadas con la ayuda de un amigo en incursiones nocturnas a Utopia Parkway. Él
mismo pagó la fianza para sacarla de la cárcel y medió para que redujeran los cargos; la
camarera arrepentida juró reformarse. Cornell volvió a invitarla a su casa y hasta le
mostró el cuarto vacío de su madre con la esperanza de reavivar el romance. Fue la
última vez que vio a la chica. Unos días más tarde apareció muerta en la pieza que
compartía con un amigo en un hotel barato de Manhattan. El muchacho acababa de salir
de un hospital psiquiátrico y se declaró culpable. Cornell nunca se recuperó de la
tragedia, coronada por un detalle macabro: poco después de recibir la noticia, encontró
una tarjeta de Navidad de la chica en el buzón de su casa. Leí muchas vidas de artistas
pero ninguna me produjo el mismo efecto, una pena que desborda la biografía y va a
parar a los objetos que están dentro de las cajas y hasta tiñe el recuerdo de los objetos.
No hay arte que pueda contener el desamparo de vidas tan desoladas. El vidrio aísla las
cosas y evita el contacto con un mundo oscuro, inexplicable.
*****
Descubrí a Cornell cuando llegué a Londres y desde entonces lo adopté como un
maestro de todo lo que no sé del arte. Tengo debilidad por sus cajas, las de los años
cuarenta y cincuenta, los homenajes a bailarinas y actrices, las casas de palomas y los
aviarios. Toda su vida está teñida por la misma melancolía difusa de las cosas
encerradas en las cajas (leí una biografía suya extraordinaria hace unos años), pero hay
sobre todo una escena que me quedó grabada. Cornell nunca aprendió a dibujar, ya lo
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dije (en la familia sólo una de sus hermanas tomó clases de dibujo con el joven Edward
Hopper, ilustrador y maestro de dibujo itinerante en esa época), pero a los setenta años,
cuando sus cajas ya eran piezas de museo y artistas de varias generaciones peregrinaban
a su casa en Utopia Parkway, se anotó en un curso de dibujo al natural en el Queens
College. Mientras sus compañeros principiantes hacían bocetos de una modelo desnuda
en una de las primeras clases, Cornell no dibujó más que una curva vuelta sobre sí
misma en una libreta de apuntes barata, y abandonó el curso unas semanas más tarde. Sé
que hay algo revelador en la escena, pero no alcanzo a descifrarlo. Tampoco podría
precisar qué me atrae de Cornell, si la doble vida de recluso y de paseante, la dedicación
amorosa al hermano desvalido o la nostalgia de las cosas recolectadas, pero sé que
cambiaría todas mis dotes para el dibujo por su fórmula secreta para encerrar el mundo
en una caja detrás de un vidrio. Sólo puedo atribuir a la simetría un poco desquiciada de
mi vida que alguien me invite ahora a dibujar una caja.
Pasé mi última tarde en Nueva York en la galería Allan Stone mirando las obras de
Cornell, tratando de grabar en la memoria los colores, las proporciones ciertas, la
distancia real entre un objeto y otro, y los detalles ocultos que sólo se descubren
acercándose a las piezas para asomarse al interior desde los lados. Decidí que tenía que
ver la caja que eligiera antes de dibujarla, y aunque me costó resignar mis preferidas,
me decidí por uno de los aviarios que estaban expuestos en la galería, Untitled (Aviary),
una caja más despojada, menos ambiciosa, y quizá por eso más desafiante.
¿Podré describir la maravilla de la pieza sin dibujarla? La obra de Cornell nos obliga
a usar la palabra hermosa, pero ¿qué mejor? Eso dijo, con razón (también anoté la
frase en la libreta), un gran artista amigo suyo, Robert Motherwell. Pero el problema no
son los calificativos sino el orden de las palabras, que nos obliga a nombrar primero un
objeto y después otro, a organizar el recorrido desplazando el foco en el tiempo y en el
espacio, mientras que frente a la caja todas las cosas se ofrecen a la vez, y si la vista se
detiene en una antes que en otra, lo que se graba en la memoria es el conjunto que la
caja se encarga de preservar completo, enmarcado en la madera y cubierto por el vidrio.
Para describir la pieza, por lo tanto, no tengo más remedio que violentar el recuerdo
indivisible y empezar, por ejemplo, por la figura plana pegada y calada sobre madera
que está a la izquierda: un loro, o mejor dicho, una cacatúa, considerando el tamaño, el
color blanco del plumaje y el amarillo de la cresta, un ave más exótica asociada a
paisajes más remotos que no se muestran (el animal está posado sobre una rama), pero
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se evocan en una estampilla de Mozambique pegada a la pared posterior, en la que
aparece un pez tropical que ilumina con colores vivos la blancura tiznada del interior de
la caja. En una de las paredes laterales hay un espejo alargado en el que el pájaro parece
estar mirándose y se duplica en el reflejo si uno se acerca y mira desde el lado opuesto.
A la derecha, junto al pájaro, hay un tablero rectangular cavado en la pared posterior
con una veintena de agujeros dispuestos en líneas de tres para insertar clavijas de
colores. Sólo hay dos clavijas en los agujeros. Una azul y una amarilla. El resto están
guardadas en un cajoncito con dos tirantes, adosado a la base de la caja. El cajón está
abierto, como invitando a jugar un juego cuyas reglas no se explican, pero el impulso se
frustra al mismo tiempo, porque entre las clavijas del cajoncito abierto y el tablero se
interpone el cristal que sella todo el resto. Hay además un tejido de alambre cortado que
sólo cubre un ángulo del tablero y dos espirales de alambre que surgen de unas
molduras interiores y, con líneas curvas complementarias, dan movimiento a las paredes
de la caja que (todavía no lo dije y quizás debería haber empezado por ahí) está
construida con maderas muy gastadas que conservan huellas de otros usos, viejas capas
de pintura, manchas de humedad, orificios, marcas. Creo que no me olvido de nada
importante y sin embargo lo que cuenta es lo que la caja despierta mirándola, sin
mostrarlo.
Hay una historia que me viene a la cabeza en cuanto pienso en Cornell y no consigo
separar de la melancolía de las cajas, como si encerrara una clave. Cornell tendría unos
sesenta años. En una de las cafeterías del Midtown que frecuentaba en sus escapadas a
Manhattan, se enamoró de una camarera, una chica de dieciocho años, madre soltera,
que alquilaba una piecita en Harlem. Empezó por dedicarle algunos de sus collages y
también algunas cajas; la chica parecía no apreciar del todo la naturaleza de los regalos
pero los aceptaba con gusto. Después la invitó a su casa en Queens, le mostró su taller,
le presentó a su madre y hasta se animó a besarla una tarde de verano. (Fue la primera
mujer que besó en su vida, según cuenta en los diarios.) Pero el idilio naufragó muy
pronto. Unos meses más tarde Cornell descubrió que la camarera había vendido los
regalos a un coleccionista de arte y estaba a punto de cerrar un arreglo mayor por nueve
cajas, robadas con la ayuda de un amigo en incursiones nocturnas a Utopia Parkway. Él
mismo pagó la fianza para sacarla de la cárcel y medió para que redujeran los cargos; la
camarera arrepentida juró reformarse. Cornell volvió a invitarla a su casa y hasta le
mostró el cuarto vacío de su madre con la esperanza de reavivar el romance. Fue la
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última vez que vio a la chica. Unos días más tarde apareció muerta en la pieza que
compartía con un amigo en un hotel barato de Manhattan. El muchacho acababa de salir
de un hospital psiquiátrico y se declaró culpable. Cornell nunca se recuperó de la
tragedia, coronada por un detalle macabro: poco después de recibir la noticia, encontró
una tarjeta de Navidad de la chica en el buzón de su casa. Leí muchas vidas de artistas
pero ninguna me produjo el mismo efecto, una pena que desborda la biografía y va a
parar a los objetos que están dentro de las cajas y hasta tiñe el recuerdo de los objetos.
No hay arte que pueda contener el desamparo de vidas tan desoladas. El vidrio aísla las
cosas y evita el contacto con un mundo oscuro, inexplicable.
VII. Tarea:
-Escritura: Elija una imagen de un cuadro que le guste y descríbala. Incorpore, además,
algunos de los movimientos del texto de Speranza (pequeña narración, evaluación,
comparación). Extensión máxima: 1 página/extensión mínima tres párrafos.
40
VII. Lea el cuento de Mariana Enríquez “Fin de curso”. Establezca su
argumento, señale los principales personajes.
Escriba una breve interpretación del cuento:
¿qué es lo que ve Marcela a su juicio?
¿Cuál es su lectura del cuento: fantástica o realista? Justifique su respuesta.
Determine las razones por las cuales la narradora comienza a agredirse a sí
misma.
Extensión sugerida: una carilla
Fin de curso2
♠Mariana Enríquez
Nunca le habíamos prestado demasiada atención porque era una de esas chicas que
hablan poco, que no parecen demasiado inteligentes ni demasiado tontas, y que tienen ese tipo
de caras olvidables, esas caras que, aunque uno vea todos los días en el mismo lugar, es posible
que no las reconozca en un ámbito distinto, y mucho menos pueda ponerles un nombre. Lo
único que la diferenciaba era que se vestía mal, feo, pero no solamente eso: la ropa que usaba
parecía elegida para ocultar su cuerpo. Dos o tres talles más grandes, camisas cerradas hasta el
último botón, pantalones que no dejaban adivinar sus formas. Solo la ropa hacía que nos
fijáramos en ella, apenas para comentar su mal gusto o dictaminar que se vestía como una vieja.
Se llamaba Marcela. Podría haberse llamado Mónica, Laura, María José, Patricia, cualquiera de
esos nombres olvidables, intercambiables, que suelen tener las chicas en las que nadie se fija.
Era mala alumna, pero rara vez recibía la desaprobación de los profesores. Faltaba mucho, pero
nadie comentaba su ausencia. No sabíamos si tenía plata, de qué trabajaban los padres, en qué
barrio vivía.
No nos importaba.
Hasta que, en la clase de Historia alguien dio un pequeño grito asqueado. ¿Fue Guada?
Parecía la voz de Guada, que además se sentaba cerca. Mientras la profesora explicaba la batalla
de Caseros, Marcela se arrancó las uñas de la mano izquierda. Con los dientes. Como si fueran
uñas postizas. Los dedos sangraban, pero ella no demostraba ningún dolor. Algunas chicas
vomitaron. La de Historia llamó a la preceptora, que se llevó a Marcela; faltó durante una
semana, y nadie nos explicó nada. Cuando Marcela volvió, había pasado de chica ignorada a
chica famosa. Algunas le tenían miedo, otras querían hacerse amigas. Lo que había hecho era lo
más extraño que nosotras hubiéramos visto. Algunos padres querían llamar a una reunión para
tratar el caso, porque no estaban seguros de que fuera recomendable que nosotras siguiéramos
en contacto con una chica “desequilibrada”. Pero lo arreglaron de alguna manera. Faltaba poco
para que se terminara el año: para que termináramos la secundaria. Los padres de Marcela
2
En Las cosas que perdimos en el fuego, Barcelona, Anagrama, 2016, págs.117-123.
41
aseguraron que ella estaría bien, que ya tomaba medicación, que estaba contenida. Los otros
padres les creyeron. Los míos apenas prestaron atención: lo único que les importaba eran mis
notas, y yo seguía siendo la mejor alumna, como cada año.
Marcela estuvo bien durante un tiempo. Volvió con los dedos vendados, al principio con
gasa blanca, después con curitas. No parecía recordar el episodio de las uñas arrancadas. No se
hizo amiga de las chicas que se le acercaron. En el baño, las pocas que querían ser amigas de
Marcela nos contaban que no se podía, que ella no hablaba, que las escuchaba, pero nunca
respondía, y se las quedaba mirando tan fijo que, al final, también les dio miedo.
Fue en el baño, justamente, donde todo empezó de verdad. Marcela estaba mirándose
fijamente al espejo, en la única parte donde realmente podía hacerlo, porque el resto estaba
descascarado, sucio, o tenía declaraciones de amor imbéciles o insultos de alguna pelea entre
dos chicas rabiosas escrita con fibra o lápiz labial. Yo estaba con mi amiga Agustina:
tratábamos de resolver una discusión que habíamos tenido más temprano. Parecía una discusión
importante. Hasta que Marcela sacó de algún lado (el bolsillo probablemente) una gillette. Con
rapidez exacta se cortó un prolijo tajo en la mejilla. La sangre tardó en brotar, pero cuando lo
hizo fue casi a chorros, y le empapó el cuello y la camisa abotonada, como de monja, o de
prolijo varón.
Ninguna de las dos hizo nada. Marcela se seguía mirando al espejo, estudiando la
herida, sin un gesto de dolor. Eso fue lo que más me impresionó: no le había dolido, estaba
claro, ni siquiera había fruncido el ceño o cerrado los ojos. Recién reaccionamos cuando una
chica que estaba haciendo pis abrió la puerta y dio un pequeño grito y trató de detener la sangre
con un pañuelo. Mi amiga parecía a punto de llorar. Yo miraba y me temblaban las rodillas: la
sonrisa de Marcela, que seguía mirándose mientras se apretaba la cara con el pañuelo, era
hermosa. Su cara era hermosa. Le ofrecí a Marcela acompañarla hasta su casa, o hasta una salita
para que la cosieran o algo. Ella pareció reaccionar y dijo que no con la cabeza, que se tomaba
un taxi. Le preguntamos si tenía plata. Dijo que sí y volvió a sonreír. Una sonrisa que podía
enamorar a cualquiera. Durante una semana faltó otra vez. La escuela entera sabía del incidente
no se hablaba de otra cosa. Cuando volvió, todos trataban de no mirar la venda que le cubría la
mitad de la cara, y nadie lo conseguía.
Ahora yo trataba de sentarme cerca de ella en las clases. Lo único que quería era que me
hablara, que me explicara. Quería visitarla en su casa. Quería saber todo. Alguien me había
dicho que se hablaba de internarla. Me imaginaba el hospital con una fuente en el patio, no me
imaginaba un instituto para enfermos mentales sórido y sucio y triste, me imaginaba una
hermosa clínica llena de mujeres con la mirada perdida. Sentada a su lado, vi, como todos los
demás pero de cerca, lo que le estaba pasando. Todas lo veíamos, asustadas, maravilladas.
Empezó con sus temblores que no eran tanto temblores como sobresaltos. Sacudía las manos en
el aire como si espantara algo invisible, o como si intentara que algo no la golpeara. Más
adelante empezó a taparse los ojos mientras decía que no con la cabeza. Los profesores lo veían
pero trataban de ignorarlo. Nosotras también. Era fascinante. Ella se derrumbaba en público sin
pudores y a nosotras nos daba vergüenza.
42
Yo estaba sentada a su lado el día que salió corriendo de una clase. Todos la miraron
irse pero yo por algún motivo la seguí. Al rato noté que detrás de mí venía mi amiga Agustina y
la que la había auxiliado en el baño la otra vez, que a esta altura sabíamos que se llamaba Tere,
y era del otro quinto. A lo mejor nos sentíamos responsables. Creo que en realidad queríamos
ver qué iba a hacer, cómo iba a terminar todo esto.
La encontramos en el baño otra vez, que estaba vacío. Gritaba y lloraba como en un
berrinche infantil. La venda se le había caído y pudimos ver los puntos de la herida. Señalaba
uno de los inodoros y gritaba “ándate déjame ándate basta”. Había algo en el ambiente,
demasiada luz y el aire apestaba más de lo habitual a sangre, pis y desinfectante. Yo le hablé.
—¿No lo ves?
—¿A quién?
Me miraba ansiosa y asustada, pero no desorientada: estaba viendo algo. Pero no había
nada sobre el inodoro, salvo la tapa destartalada y la cadena, que estaba demasiado quieta,
anormalmente quieta.
Desconcertada por un momento, me agarró del brazo. Nunca antes me había tocado.
Miré su mano: Todavía no le habían crecido las uñas o a lo mejor se comía lo poco que crecían.
Se veían solo las cutículas ensangrentadas.
—¿No? ¿No? —Y mirando el inodoro otra vez—, sí que está. Está ahí. Hablale, decile algo.
—¿No lo escuchás?
—No
43
—Que no se va a ir. Que es de verdad. Que me va a seguir obligando a hacer cosas. Que no le
puedo decir que no.
—¿Cómo es?
Es un hombre pero tiene un vestido de comunión. Tiene los brazos para atrás. Siempre se ríe.
Parece chino pero es enano. Tiene el pelo engominado. Y me obliga.
Cuando Tere llegó con una profesora más o menos piola a la que había convencido de entrar al
baño (después nos dijo que en la puerta se habían juntado como diez personas que habían
escuchado todo haciéndose shhhh entre ellos), Marcela estaba a punto de mostrarnos qué la
obligaba a hacer el engominado. Pero la aparición de la profesora la confundió. Se sentó en el
piso, con los ojos sin pestañas que no parpadeaban, mientras decía que no.
Pero yo decidí visitarla. No fue difícil conseguir su dirección. Aunque su casa quedaba en un
barrio al que nunca había ido, me resultó fácil llegar. Toqué el timbre temblando: en el colectivo
había preparado la explicación de mi visita que iba a darles a sus padres, pero ahora me parecía
estúpida, ridícula.
Me quedé muda cuando Marcela abrió la puerta, no solamente por la sorpresa de que
atendiera —la había imaginado en cama drogada— sino porque se la veía muy distinta, con
una gorra de lana que le cubría la cabeza seguramente ya casi pelada, un jean y un pulóver de
tamaño normal.
No me invitó a pasar. Cerró la puerta y quedamos las dos en la calle. Hacía frío pero a
ella no le importaba.
—Quiero saber
Marcela me miró y olfateó el aire a mi alrededor. Después desvió los ojos hacia la
ventana. Las cortinas se habían movido apenas. Volvió a entrar a su casa, y antes de cerrar de un
portazo, dijo.
—Ya te vas a enterar. Él mismo te lo va a contar algún día. Te lo va a pedir, creo. Pronto.
A la vuelta, sentada en el colectivo, sentí cómo palpitaba la herida que me había hecho
en el muslo con una trincheta, bajo las sábanas, la noche anterior. No dolía. Me masajeé la
pierna con suavidad pero con la suficiente fuerza como para que la sangre, al brotar, dibujara un
fino trazo húmedo sobre mis jeans celestes.
44
SEGUNDA PARTE
APRESTAMIENTO, EJERCITACIÓN Y REVISIÓN
1. Lea el cuento de Cortázar. Marque los verbos en pretérito (pretérito
pluscuamperfecto, pretérito perfecto simple y pretérito imperfecto). Luego en
grupos establezcan cómo resultan agrupados estos tiempos verbales en función del
sentido que contribuyen a construir.
Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes,
volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la
trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su
apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la
tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su
sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante
posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el
terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo
los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en
seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo
rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del
alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los
ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por
la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y
adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte.
Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el
chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él
rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta,
protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra
su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las
páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde
45
siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo
retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era
necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir
de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso
despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a
anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la
puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda
opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez,
parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del
crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron.
El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y
entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer:
primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos
puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y
entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de
terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
Al cuento de Saki le sacamos los últimos párrafos. Sin buscar cuál es el final que el
autor escribió agregue su propio final a partir de los elementos que el propio texto
le sugiera.
Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel —dijo con mucho aplomo una señorita de quince
años-; mientras tanto debe hacer lo posible por soportarme.
Framton Nuttel se esforzó por decir algo que halagara debidamente a la sobrina sin dejar
de tomar debidamente en cuenta a la tía que estaba por llegar. Dudó más que nunca que
esta serie de visitas formales a personas totalmente desconocidas fueran de alguna
utilidad para la cura de reposo que se había propuesto.
—Sé lo que ocurrirá -le había dicho su hermana cuando se disponía a emigrar a este
retiro rural-: te encerrarás no bien llegues y no hablarás con nadie y tus nervios estarán
46
peor que nunca debido a la depresión. Por eso te daré cartas de presentación para todas
las personas que conocí allá. Algunas, por lo que recuerdo, eran bastante simpáticas.
Framton se preguntó si la señora Sappleton, la dama a quien había entregado una de las
cartas de presentación, podía ser clasificada entre las simpáticas.
—Casi nadie -dijo Framton—. Mi hermana estuvo aquí, en la rectoría, hace unos cuatro
años, y me dio cartas de presentación para algunas personas del lugar.
—Su gran tragedia ocurrió hace tres años —dijo la niña-; es decir, después que se fue su
hermana.
—¿Su tragedia? -preguntó Framton; en esta apacible campiña las tragedias parecían
algo fuera de lugar.
—Usted se preguntará por qué dejamos esa ventana abierta de par en par en una tarde de
octubre -dijo la sobrina señalando una gran ventana que daba al jardín.
—Hace bastante calor para esta época del año —dijo Framton- pero ¿qué relación tiene
esa ventana con la tragedia?
—Por esa ventana, hace exactamente tres años, su marido y sus dos hermanos menores
salieron a cazar por el día. Nunca regresaron. Al atravesar el páramo para llegar al
terreno donde solían cazar quedaron atrapados en una ciénaga traicionera. Ocurrió
durante ese verano terriblemente lluvioso, sabe, y los terrenos que antes eran firmes de
pronto cedían sin que hubiera manera de preverlo. Nunca encontraron sus cuerpos. Eso
fue lo peor de todo.
47
A esta altura del relato la voz de la niña perdió ese tono seguro y se volvió
vacilantemente humana.
—Mi pobre tía sigue creyendo que volverán algún día, ellos y el pequeño spaniel que
los acompañaba, y que entrarán por la ventana como solían hacerlo. Por tal razón la
ventana queda abierta hasta que ya es de noche. Mi pobre y querida tía, cuántas veces
me habrá contado cómo salieron, su marido con el impermeable blanco en el brazo, y
Ronnie, su hermano menor, cantando como de costumbre “¿Bertie, por qué saltas?”,
porque sabía que esa canción la irritaba especialmente. Sabe usted, a veces, en tardes
tranquilas como las de hoy, tengo la sensación de que todos ellos volverán a entrar por
la ventana…
La niña se estremeció. Fue un alivio para Framton cuando la tía irrumpió en el cuarto
pidiendo mil disculpas por haberlo hecho esperar tanto.
48
de nuestras dolencias y enfermedades, su causa y su remedio-. Con respecto a la dieta
no se ponen de acuerdo.
—¡Por fin llegan! —exclamó—. Justo a tiempo para el té, y parece que se hubieran
embarrado hasta los ojos, ¿no es verdad?
Framton se estremeció levemente y se volvió hacia la sobrina con una mirada que
intentaba comunicar su compasiva comprensión. La niña tenía puesta la mirada en la
ventana abierta y sus ojos brillaban de horror. Presa de un terror desconocido que helaba
sus venas, Framton se volvió en su asiento y miró en la misma dirección.
Con lo que pasa es nosotros exaltante. Rápidamente del posesionadas mundo estamos
hurra. Era un inofensivo aparentemente cohete lanzado Cañaveral americanos Cabo por
los desde. Razones se desconocidas por órbita de la desvió, y probablemente algo al
rozar invisible la tierra devolvió a. Cresta nos cayó en la paf, y mutación golpe estamos
de. Rápidamente la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura
para la somos de historia, química menos un poco, desastre ahora hasta deportes, no
importa, pero: de será gallinas cosmos el, carajo qué.
49
Primeras nociones sintácticas
La oración
Con respecto al orden en que deben ubicarse los distintos componentes de la oración,
identificamos:
50
d) Para no alarmarlo, le conté primero la llegada de mi tío.
I
Buenos Aires es un hombre
Que tiene grandes las piernas, Entonces sus duras manos
Grandes los pies y las manos Se crispan, vacilan, tiemblan,
Y pequeña la cabeza. ¡A igual distancia tendidas
De los pies y la cabeza!
(Gigante que está sentado
Con un río a su derecha, Sorda esta lucha por dentro
Los pies monstruosos movibles Le está restando sus fuerzas,
Y la mirada en pereza). Por eso sus ojos miran
En sus dos ojos, mosaicos Todavía con pereza.
De colores, se reflejan
Las cúpulas y las luces Pero tras ellos, velados,
De ciudades europeas. Rasguña la inteligencia
Y ya se le agranda el cráneo
Bajo sus pies, todavía Pujando de adentro afuera.
Están calientes las huellas
De los viejos querandíes III
De boleadoras y flechas. Como de mujer encinta
No fíes en la indolencia
II De este hombre que está sentado
Por eso, cuando los nervios Con el Plata a su derecha.
Se le ponen en tormenta,
Siente que los muertos indios Mira que tiene en la boca
Se le suben por las piernas. Una sonrisa traviesa,
Y abarca en dos golpes de ojo
Choca este soplo que sube Toda la costa de América.
Por sus pies, desde la tierra,
Con el mosaico europeo Ponle muy cerca el oído;
Que en los grandes ojos lleva. Golpeando están sus arterias:
51
¡Ay, si algún día le crece
Como los pies, la cabeza! Alfonsina Storni, en Languidez, 1920.
“Soneto”
Julio Cortázar
1) Lea la poesía de Borges. Identifique en primer lugar los contrastes que crea el poeta.
Marque, luego, los elementos que se enumeran más abajo y exponga alguna hipótesis
respecto de cómo proporcionan sentido: proposiciones subordinadas adjetivas, uso de
los dos puntos, conectores y modo de inclusión de la subjetividad.
6. Ejercitación
a) Revisión ortográfica: Completar el texto con las palabras de la lista según
corresponda (adrede se incorporaron varios parónimos):
Asía - hacia – hacía - asta – hasta – erró – herró – Onda – honda – —onda— reusó –
rehusó – aprender – aprehender- abría – habría – ablando –hablando – aya – halla —
haya— desecho – deshecho – echo –hecho —habría —hubiera
56
d) Revisión de formas varias. Completar los blancos con la expresión correcta
a) Los gastos ascendieron ………………………………de dos millones de dólares.
Acerca – a cerca
b) Cada año, un ………………………………..de visitantes pasa por el Museo de
Artesanías.
Sinfín – sin fin
c) La policía nunca sabrá el ………………………………..del crimen.
Por qué - porqué
d) Me conformo ………………………………..me den la mitad del dinero que me
pertenece.
Con que - conque
e) El entrenador fue categórico al decir que en el equipo no había ningún jugador
que estuviera ………………………………..
De más - demás
f) Se ha cuidado ………………………………..el medio ambiente, que ahora
estamos pagando las consecuencias.
Tan poco - tampoco
g) San Martín proyectó cruzar los Andes para liberar tres naciones y
……………………………….. lo hizo.
A sí mismo – así mismo - asimismo
h) Mi hijo mayor quiere estudiar Veterinaria y ………………………………..
Medicina.
Si no – sino
i) El director del circo logró comprar vestidos y accesorios
………………………………..precio.
A bajo - abajo
j) ………………………………..ir a la excursión tiene que contactar con el
asistente social de la institución.
Quienquiera – quien quiera
a) Esa agua está contaminada y es posible que se envenene el águila blanco que está
por beberla.
b) Me importa poco lo que se diga de ellos; yo sé que tanto el uno como el otro son
honestos en lo que hacen. Conmigo tuvieron un comportamiento y una paciencia
únicas.
c) Pablo Picasso y Salvador Dalí, pintores españoles del siglo XX, gozaron de una
carrera, una trayectoria y un éxito prolongados.
d) En el deporte, ninguna área penal es sencilla para los árbitros.
57
e) El abogado dijo que no iba a firmar porque el acta estaba demasiado tachado.
f) Los gases tóxicos que suben a la atmósfera limpio son uno de los mayores
problemas ambientales que afronta el hombre.
59
11. Reponga la puntuación adecuada y las tildes. No reponga mayúsculas:
Borges y yo
Al otro a Borges es a quien le ocurren las cosas Yo camino por Buenos Aires y me
demoro acaso ya mecánicamente para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel de
Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un
diccionario biografico Me gustan los relojes de arena los mapas la tipografia del siglo
XVIII las etimologías el sabor del café y la prosa de Stevenson el otro comparte esas
preferencias pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor Seria
exagerado afirmar que nuestra relación es hostil yo vivo yo me dejo vivir para que
Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica Nada me cuesta confesar
que ha logrado ciertas paginas validas pero esas paginas no me pueden salvar quizá
porque lo bueno ya no es de nadie ni siquiera del otro sino del lenguaje o la tradición
Por lo demás yo estoy destinado a perderme definitivamente y solo algún instante de mi
podrá sobrevivir en el otro Poco a poco voy cediéndole todo aunque me consta su
perversa costumbre de falsear y magnificar Spinoza entendió que todas las cosas
quieren preservar su ser la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre Yo he
de quedar en Borges no en mi si es que alguien soy pero me reconozco menos en sus
libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra Hace años yo
trate de librarme de el y pase de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y
con lo infinito pero esos juegos son de Borges ahora y tendre que idear otras cosas Asi
mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido o del otro.
(Jorge Luis Borges, “El amenazado”, en El oro de los tigres, O. C., Buenos Aires,
Emecé, 1974.)
Sintaxis. Relativas.
Puntuación
Los hombres se reunían para discutir temas políticos, y las mujeres sólo se ocupaban de
atender que no faltasen el café y los cigarros.
El libro tiene tres partes: primera, exposición teórica; segunda, aplicaciones prácticas, y
tercera, dudas más frecuentes.
Llegaron los celtas, rubios y ágiles; después, los íberos, morenos y recios; y a
continuación, los griegos, hieráticos y serenos.
Este dispositivo tuvo una vigencia muy corta; llegó al mercado a finales de los ’70 y nos
sirvió a algunos durante un tiempo.
Cinco helicópteros han estado buscando a los posibles sobrevivientes durante toda la
noche, además de los equipos que trabajan en tierra; sin embargo, por el momento, los
esfuerzos han sido inútiles.
Escasas disciplinas habrá de mayor interés que la etimología; ello se debe a las
imprevisibles transformaciones del sentido primitivo de las palabras, a lo largo del
tiempo.
Antes del alba morirá y con él morirán, y no volverán, las últimas imágenes inmediatas
de los ritos paganos; el mundo será un poco más pobre cuando este sajón haya muerto.
62
Considere qué particularidad presenta el modo de puntuar de los correspondientes
autores.
“La mayor”
A una edad en que los niños se desesperan por hablar, él puede pasarse horas
escuchando. Tiene cuatro años, o eso le han dicho. Ante el estupor de sus abuelos y su
madre, reunidos en el living de Ortega y Gasset, el departamento de tres ambientes del
que su padre, por lo que él recuerde sin ninguna explicación, desaparece unos ocho
meses atrás llevándose su olor a tabaco, su reloj de bolsillo y su colección de camisas
con monograma de la camisería Castrillón, y al que ahora vuelve casi todos los sábados
por la mañana, sin duda no con la puntualidad que desearía su madre, para apretar el
botón del portero eléctrico y pedir, no importa quién lo atienda, con ese tono crispado
que él más tarde aprende a reconocer como el sello de fábrica del estado en que queda
su relación con las mujeres después de tener hijos con ellas, ¡que baje de una vez!, él
cruza la sala a toda carrera, vestido con el patético traje de Superman que acaban de
regalarle, y con los brazos extendidos hacia adelante, en una burda simulación de vuelo,
63
pato entablillado, momia o sonámbulo, atraviesa y hace pedazos el vidrio de la puerta-
ventana que da al balcón. Un segundo después vuelve en sí como de un desmayo. Se
descubre de pie entre macetas, apenas un poco acalorado y temblando. Se mira las
manos y ve como dibujados dos o tres hilitos de sangre que le recorren las palmas.
“El Aleph”
64
Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que
deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el
engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos,
vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara
y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto
secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha
mirado: el inconcebible universo.
16. A partir del ejemplo de Juan elabore de modo similar una serie de oraciones en
las que la puntuación amplifique la primera oración.
II Vino Juan por la mañana, apenas había amanecido; subió la fruta: peras, manzanas,
uvas y una gran sandía; le pagué, como siempre, al contado.
III Vino Juan por la mañana, apenas había amanecido, a pesar de que sabe de sobra que
me acuesto tardísimo y no me gusta madrugar. Subió la fruta lentamente, haciendo
mucho ruido: peras, manzanas, uvas y una gran sandía; pero no tenía –o no quiso
traerme- pimientos de su huerta. Le pagué, como siempre, al contado, a pesar de sus
protestas de que después se lo pagara.
17. Los siguientes textos están conformados solo con oraciones simples: únalas
para formar una idea completa. En lo posible, no modifique la morfología de las
palabras.
Ej.: Recientemente compré una casa. La casa fue subastada por el banco. El banco la
embargó previamente a su dueño original.
Recientemente, compré una casa que fue subastada por el banco, el cual la embargó
previamente a su dueño original.
65
d) Leí un libro. La historia del libro se desarrolla en una isla. En la isla habita una
tribu de antropófagos.
e) En Monterrey hay muchas fábricas. Las fábricas contaminan el aire. Todos los
habitantes respiran ese aire.
f) Debés visitar esa casa. En esa casa, nació Juan Rulfo. Juan Rulfo es uno de los
escritores mexicanos más importantes de este siglo.
g) Esta mañana estaba en el banco. Al banco llegaron dos asaltantes. Los asaltantes
llevaban la cara cubierta.
h) El próximo sábado te entregaré tu regalo de cumpleaños. El próximo sábado se
realizará tu fiesta.
i) Ayer se incendió el edificio. En ese edificio viví durante diez años.
67
21. Revisión de sintaxis. Corrija las incorrecciones en el uso de los pronombres y
adjetivos de las siguientes oraciones:
22. Revise la definición que Calsamiglia y Tusón proponen del término “registro”.
Anote los elementos más importantes del concepto.
Analice los siguientes fragmentos que se presentan a continuación e identifique el
registro (campo, tenor y modo) usado. Justifique su respuesta.
Hay algunos, los tumberos, que son carne de reja –dijo El Chino-; nosotros
zafamos y no tenemos que volver. Yo no voy a volver.
Hay que evitar las rutas, había dicho el Chino esa mañana, cuando el sol ya
había despegado de la tierra, mientras corrían dando la espalda a la penitenciaría,
sintiendo su presencia de garra todopoderosa. Corrían y sudaban. Si uno los miraba
desde unos 400 metros podía notar que corrían. Las cinco cabezas semirrapadas
68
subiendo y bajando rítmicamente. Cinco cabezas, cinco puntos negros, como pulgas,
saltando sobre el suelo liso.
Habían pasado muchas horas desde la agitada mañana de sol: carreras, pocos
diálogos cortados, órdenes como sugerencias dadas por el Chino (el líder natural).
II
III
Hasta ahora, estudiaste la función que cumplen las glándulas endocrinas. Pero
¿existe otro tipo de glándulas? ¿Cómo están formadas? Veamos. Las glándulas son
estructuras que están constituidas por células que tienen la función de sintetizar y
secretar (liberar) sustancias. Las glándulas endocrinas, como ya estudiaste, sintetizan y
69
liberan hormonas a la sangre. Pero este no es el único tipo de glándulas que existe. En
nuestro organismo, también hay glándulas de secreción mixta y glándulas exocrinas.
Las primeras forman parte del sistema endocrino, mientras las segundas, no.
IV
(Cynthia Ozik, “Ella: retrato del ensayo como cuerpo tibio”, en Metáfora y memoria,
Buenos Aires, Mardulce, 2016.)
70
Por ejemplo, esto. El tano Fuzzaro está en el living de mi casa. Parado, mojado,
porque afuera está lloviendo. La campera inflable brilla bajo la luz del techo. Tiene la
respiración agitada. Vino corriendo. Es un heraldo. No puede saber que en algún
momento se va a comprar una moto y que vamos a andar los dos –cada uno en la suya-
surcando Boedo como bólidos. Todavía no sabe que una tarde de frío nos vamos a dar
un palo terrible en la Costanera y que él va a caer de cabeza al piso, sin casco, y que un
telón de sangre va a bajar a través de sus ojos. Así es la vida, me va a decir mientras yo
le trato de levantar la cabeza. Y después chau. Ya está, ya lo escribí. Ahora está
impaciente por hablarme. Me hizo despertar por mi vieja. Bajo de mi pieza con la ropa
del secundario todavía puesta. Me había quedado dormido con los pantalones grises, la
corbata azul, y la camisa celeste. Había estado escuchando Spinetta hasta morir. Ahora
tengo la boca pastosa y le digo al tano que se siente, que se saque la campera húmeda.
Hay un quilombo bárbaro, me dice, estábamos con Máximo en el Parque Rivadavia y de
pronto se le acercan unas chicas y… ¿Quiénes estaban en el parque?, le pregunto.
Máximo, el japonés Uzu, los hermanos Dulce… Y de golpe, detrás de las minas saltan
unos chabones que dicen, de guapos que qué estamos haciendo ahí y Máximo les dice
que está en donde se le canta y, casi sin darles posibilidad de que le contesten, lo
arrebata a uno y el chabón cae como un árbol. Y el otro se asusta y sale corriendo… Y
ahora fueron unos pibes del Parque a lo del Japonés. ¿A la tintorería?, le pregunto. Sí, a
la tintorería y le dijeron que el Parque Rivadavia está buscando a Máximo para surtirlo.
Un tal Chopper. ¿Sabés quién es Chopper? ¿Chopper?, digo. Chopper, ¡el que se bancó
a los de la plaza Flores cuando pelearon en la puerta del Pumper!, dice. Ahora lo tengo
claro. Chopper, un gordo medio rugbyer, un asesino a sueldo que se la pasa peleando en
cuanto baile se hace por la zona… ¿Qué pensás, qué pensás?, gatilla el Tano. Pienso que
la de Historia es una pesadilla de la que trato de despertar, le digo. ¿La de Historia, la
vieja de historia?, dice. ¿Qué tiene que ver?
(Fabián Casas, “El Bosque Pulenta” [fragmento], Los lemmings y otros, Buenos Aires:
Santiago Arcos editor, 2005.)
VI
… Y aún más. ¿Cómo podemos escribir la verdad sobre nosotros mismos? ¿Es
que acaso la conocemos? Hay la visión que nuestros amigos tienen de nosotros; la
visión que tenemos de nosotros mismos, y la visión que nuestro amante tiene de
71
nosotros. Hay también la visión de nuestros enemigos. Y todas ellas son diferentes.
Poseo una gran experiencia sobre todo en esto: muchas veces me han servido con el
café críticas de periódicos en que se me decía que era un genio y bella como una diosa,
y apenas había terminado de sonreír satisfactoriamente, cuando tomaba otro periódico y
leía que yo no tenía ningún talento, que estaba mal hecha y que era una perfecta arpía.
VII
(Sara Fernández Cardoso, Teoría, sociedad y poder [fragmento], Buenos Aires: Biblos,
2014.)
VIII
72
de la construcción del enunciador adecuado al escribir un texto y la identificación, en la
lectura, de sus rasgos.
IX
Definitivamente.
Algo andaba mal como para que Aguirre no le estuviera hincando el diente al
morfi o empinando el codo. Algo andaba mal como para que él dejara intacta una cena
que había pedido al mozo por inercia. Porque si Aguirre tenía devociones ésas eran por
San Jorge y el cuerpo y la sangre de Cristo. Estos últimos, representados en todo
elemento sólido y comestible que pudiera meterse en el buche y un buen tinto.
73
Algo andaba mal. Se lo veía angustiado. Estaba en otra. Y yo creía tener
una idea de por dónde se me había perdido el viejo.
Desganado y sin mirarme a los ojos, Aguirre me dio una respuesta de manual:
--¿Herrera? Un reverendo hijo de puta, Fátima. Mejor tenerlo lejos. Bien lejos.
Lo más lejos posible –comentó tamborileando los dedos sobre la mesa mientras
pispeaba la calle por la ventana.
Se notaba que había algo que lo incomodaba. Y sobre todo, que había algo que
Aguirre no me quería decir, pero que de todas formas tarde o temprano iba a terminar
averiguando.
Hervir los 200 g de crema de leche con la mitad del azúcar. Aparte mezclar la
otra mitad de azúcar con las yemas. Luego, unir ambas preparaciones en el fuego
revolviendo constantemente tratando de que las yemas no coagulen (a 85º C), o cuando
pueda napar la cuchara. Verter chocolate semiamargo bien picado. Revolver, hacer una
ganache, agregar los 600 g de crema batida a medio punto e integrar y homogeneizar la
preparación con movimientos envolventes. Disponer en un molde con una base de
bizcocho, de brownie o de marquise. Dejar en frío mínimo 6 horas. Decorar con más
bizcocho y un macaron.
XI
74
¿Cuántos segundos estuvo Dempsey fuera de combate en la histórica pelea con Firpo,
en Nueva York, en 1923? Diecisiete, siete más de los necesarios para ser derrotado.
Pero el árbitro contó mal y Dempsey volvió a la lucha. Al round siguiente, Firpo cayó y
el árbitro esta vez sí, contó hasta diez y lo dejó afuera. En 1973, un diario de Trelew
cumple cincuenta años. Para celebrarlo, cada sección elige destacar un hecho notorio de
1923. El despojo de aquella legítima victoria es el tema del periodista de deportes. Para
el de cultura, la elección también es obvia: en 1923, la Primera Sinfonía de Mahler fue
estrenada en el Colón bajo la batuta de Richard Strauss. Entre un acontecimiento y el
otro, irrumpe un crimen olvidado. De golpe los tres hechos confluyen: la música culta,
la pasión deportiva y el delito son parte de una misma trama conspirativa.
Dos horas más tarde habíamos conseguido permiso para entrar en el edificio de la
morgue. Dejamos atrás a los periodistas y a los curiosos, que se amontonaban detrás de
la reja a la espera de alguna revelación extraordinaria. Arzaky conocía bien el edificio,
yo me hubiera perdido en la sucesión de pasillos que giraban invariables a la izquierda y
escaleras que bajaban. El polaco avanzaba a grandes pasos, con esa especie de alegría
demencial que el crimen provoca en los detectives.
__Imagino que este caso será para usted una novedad __dijo Hatter con aire de
entendido.
75
24. En el siguiente texto, complete los blancos con los verbos en el tiempo y modo
que corresponde (elija un eje temporal en pasado):
Son las 7.15, el sol ya pica fuerte. Hay mucho movimiento de gente, de
carros, autos y vehículos de transporte. Al frente están los cuarteles del 1 y 2
de Infantería.
26. Complete las oraciones con el participio irregular de uno de los siguientes
verbos.
Ejercicio de gerundio
1. Bianco no le responde y se hunde otra vez entre las sábanas. Gina, murmurando
palabras incomprensibles, se levanta y empieza a caminar, descalza, por el dormitorio.
79
2. Bianco se sienta, se sirve un poco de cogñac, se lo toma, y volviendo a servirse un
poco más deja la botella otra vez sobre el escritorio.
5. Advirtiendo las fluctuaciones oscuras que deja pasar su mirada, Gina, que ha
terminado de juntar la mesa apilando la vajilla sucia sobre el aparador para que las
sirvientas la recojan a la mañana, se dirige a la habitación.
8. Un payaso, la cara oculta por un antifaz y una narizota colorada, hizo su aparición,
simulando hacer grandes esfuerzos para correr, pero avanzando muy despacio, hasta que
estuvo en medio del escenario.
10. De tanto en tanto, redactaba un informe para la embajada de Prusia, sin mucha
convicción, esperando el momento de liberarse de su misión, por considerarla indigna
de sus dones y peligrosa para su reputación.
12. Rozándole apenas las mejillas con los labios, casi sin detenerse, Marcos pasa junto a
ella y se aleja en dirección al jardín.
80
17. María se retiró del local encontrándose con sus amigas en la siguiente avenida.
81
▪ “Hay aproximadamente 800 razas –más que de cualquier otro animal- que
varían significativamente en tamaño, fisonomía y temperamento, presentando una
gran variedad de colores y tipos de pelo” (Luminias, Razas de perros – Juego
enciclopédico).
▪ Loretta Napoleoni se acordó de nosotros, los argentinos, en la primera línea de
un libro que escribió hace tres años sobre cómo la crisis sacude a los países de la
zona euro y cómo se propagan los movimientos de protesta: “La epidemia se inicia
con la bancarrota de la Argentina en 2001. Las consecuencias políticas de aquel
crack se extendieron como una mancha de aceite en América latina dando vida a
gobiernos nuevos que chocaron con las élites del Imperio occidental, consideradas
responsables del apocalipsis económico de más de una nación”, comienza diciendo
Napoleoni en “El contagio”, un ensayo -aún no traducido al español- que lleva como
subtítulo “Por qué la crisis económica revolucionará nuestras democracias”.
-¿Cómo se hace para crear esta conciencia?
-Soy pesimista. Sostengo que es preciso una revolución cultural y hay otros
elementos para tener en consideración. ¿Por qué los indignados españoles, los
Occupy Wall Street y la Primavera Árabe, han tenido un período de éxito y luego
de seis meses desaparecen mientras el movimiento hippie o el movimiento
estudiantil del ’68 han influido y han sobrevivido en el tiempo? […] La hippie fue
una revolución en el modo de vivir. Pasábamos horas discutiendo, leyendo,
hablando. Éramos todos iguales, leíamos los mismos libros, seguíamos a los
mismos gurúes. Estábamos unidos. Hoy no hay un sustrato, todo es improvisado y
relacionado a lo inmediato. (Clarín, 17/08/2014).
31. Reemplazar una de las estructuras de cada oración por una construcción
con gerundio equivalente, de manera que sea ejemplo de un uso correcto.
a) Se rio fuertemente y se alejó.
b) Seguimos los pasos de la receta y pudimos preparar la torta.
c) Comprendí los motivos y me fui del lugar.
d) Escuchó a su padre que tocaba la guitarra.
e) Mientras escucha rock entrena.
82
f) Había traducido el libro en enero y la editorial lo publicó en noviembre.
El susto es mío
Fue hace cincuenta y ocho años, sí, en una apacible tarde del fin del verano de 1947. El
Parque Retiro, aquel maravilloso territorio de la diversión que antes se había llamado
Parque Japonés, relucía en todo su esplendor.
Era como tocar el cielo con las manos. La imponente montaña rusa dominaba las
alturas y era la reina de las cosquillas en el estómago cada vez que el carrito cargado de
viajeros se precipitaba en picada hacia abajo. Desde allí se veía las calesitas y todos los
juegos de hamacas, aviones y cohetes espaciales que giraban a toda velocidad. Los
globos, el griterío infantil y adulto llenaba las superficies verdes de los canteros y las
grises de los senderos de cemento. La mina encantada no era una mujer contenta, como
bromeaban los adultos, sino un túnel nada plácido donde entraban carritos para cuatro
personas que, en la oscuridad, caían en pendientes empinadísimas, como para que las
chicas casaderas tuvieran la excusa para aferrarse al novio tocando las partes que ni
siquiera el zaguán de casa permitía. Ni hablar del martillo: era dos vagoncitos
sostenidos por caños de acero que hacía las veces de "mango", y que daba doble vuelta
dejando cabeza abajo a los intrépidos pasajeros, que bajaban con los pelos parados, una
palidez mortal y descomposturas varias.
La parte techada del parque era algo más sórdida. Barracas con shows donde se
podía ver al hombre de goma, la mujer barbuda, forzudos musculosos llenos de barniz y
esqueléticos faquires sentados en camas de clavos, sin olvidar a rollizas odaliscas e
intrépidos motociclistas. Los autitos chocadores, el tiro al blanco con premios
imposibles y un olor a fritanga de choripanes y pochoclo mezclado con perfume barato
y aroma de café servía de marco a las extravagancias del palacio de la risa, lugar de
pisos movedizos, círculos giratorios, toboganes, espejos deformantes donde te veías
alternativamente gordo, flaco, alto y petiso. Estaba también el misterio terrorífico del
83
tren fantasma, con sus esqueletos, ataúdes, demonios y monstruos prehistóricos
abalanzándose iluminados de rojo o verde sobre los desprevenidos viajeros.
Por el parque discurrían una muchedumbre colorida y variada que incluían en
alegre montón a familias completas con predominio infantil, apasionadas parejitas de
novios o "simpatías" como se denominaban a los festejantes amorosos en aquella época,
colimbas y marineros en busca de aventura y señoritas alegres que, con toda discreción,
contoneaban sus siluetas "Divito" realzadas por estampados brillantes y faldas cortonas
bien a la moda. El elemento erótico se completaba con el teatro Babilonia, estrictamente
prohibido para menores de 18 años, pero, curiosamente, emplazado en una de las salidas
del parque.
Aquella tarde estaban dando una revista titulada En el Babilonia está la paponia:
la paponia eran sin duda las pulposas coristas, idealizadas en los carteles, que no
reproducían fotos, sino que estaban decorados con dibujos aptos para casi todo el
público. Gasas, ombligos y sonrisas luminosas daban encanto sin ofensa moral y sexo
en medidas dosis. Del interior de aquel templo salían colimbas y marineros casi tan
descompuestos como del martillo y con los pelos tan parados como los de quienes
emergían del tren fantasma.
En aquel enjambre, de pronto, me perdí; mis padres se descuidaron, yo quedé
boquiabierto mirando algún juego y durante media hora me sentí el ser más desgraciado
de la Tierra. Me rescató un marajá y una odalisca de una de las barracas que se
apiadaron de mi llanto y anunciaron mi nombre por micrófono para que mis padres me
encontraran. No puedo reproducir aquí lo que mi familia opinó de mí en aquella tarde de
1947, pero para dar una idea puedo decir que fue el lenguaje que inspiró algunos de los
espectáculos que tuve el placer de hacer años más tarde. No obstante el susto y la idea
de que nunca iba a volver a ver a mi familia, que durante aquella media hora me amargó
la vida, cuando escuché mi nombre por los altavoces del parque supe que lo mío era el
show business.
(Fragmento adaptado de Enrique Pinti, “El susto es mío”, La Nación Revista, Buenos
Aires, 26 de junio de 2005.)
84
33. En las siguientes oraciones, subraye el sujeto y señale el predicado.
Identifique los núcleos y, si presentan errores, corríjalos.
La semana próxima, los alumnos del taller de teatro les van a ofrecer una
función al público. Desde el comienzo del año, el grupo teatral, mediante
improvisaciones, ejercicios y técnicas de trabajo variado, fueron acercándose al
tema que a muchos le interesaba presentar en la obra: las relaciones familiares.
A partir de algunas situaciones que todos seleccionaron entre las que
propusieron el coordinador, decidieron repartir el trabajo en tres grupos menores
para que cada uno de ellos armaran un guión adecuado (según los datos, el
ámbito y los personajes sugerido). Cuando los textos estuvieron listos, se lo
leyeron a sus compañeros para elegir el que más les gustara. Sin embargo, esto
no fue fácil, porque a todos les pareció interesantes dos de los guiones. Aunque
hubo un empate en la votación, finalmente llegaron a un acuerdo.
35. Revisión de temas dados. En los fragmentos que siguen, elija en cada caso la
opción adecuada:
85
b) Hay gran cantidad de células en el cuerpo humano y cada una de estas células
contiene/contienen una copia completa de ADN de ese cuerpo.
c) A partir de 1958, la historia de la radio en el interior cambió. Luego de un largo
período de estatismo, que culminó con un proceso licitatorio, la posesión de LU4 y
LU5, las dos emisoras principales por aquel entonces, cayó/cayeron en manos de
la/las empresa/empresas Anliot y Cusó, respectivamente.
d) Este grupo, que todavía vivía en la Edad de Piedra, había adivinado/habían
adivinado pero no comprendido que la escritura le podía servir para otras cosas que
no fueran el entendimiento entre ellos y con otros.
e) La postura de los autores mencionados, expuesta/expuestas en el apartado anterior,
confrontan/confronta con la que se expondrá a continuación.
Con el avance de la tecnología las industrias han cambiado la fuerza humana por robots
industriales capaces de desarrollar el mismo trabajo.
86
Con estas nuevas herramientas de alta tecnología, para las industrias mexicanas que
compiten entre ellas mismas y que tratan de alcanzar un lugar respetable en el contexto
mundial.
Ejercicio 37
Concordancia
De acuerdo con sus conocimientos, corrija las siguientes oraciones en caso de que sea
necesario; concéntrese, especialmente, en las cuestiones relacionadas con la
concordancia.
1. Suelen haber ratas en este lugar.
2. Habían muchas personas que querían participar de esa actividad.
3. Dicen que va a subir el dólar.
4. Llamaron por teléfono.
5. Ojalá hubieran más días de sol, y no tantos de lluvia.
6. Pueden haber muchas personas que quieran hacer eso.
7. Continúan habiendo grandes problemas.
8. Siempre han de haber quienes opinen diferentes.
9. Todavía van a seguir haciendo muchos días de frío.
10. Le comentó que su familia viajaban mucho todos los años.
11. La mayoría de estas personas es buena.
12. La minoría de los empleados permanecía ausente.
13. Infinidad de personas asistió al recital.
14. Me gustan la acelga y la espinaca.
15. La gente son malas.
16. Es notable la crisis en que está sumida el país.
17. Hubieron muchos problemas en la empresa.
38. Teniendo en cuenta las reglas estudiadas, identifique los errores que
haya en las secuencias que siguen, y proporcione las correspondientes
versiones corregidas.
▪ Nunca digas “de esa agua no voy a beber”.
▪ Lo hizo con toda la ansia del mundo.
▪ El agria expresión de su rostro me detuvo.
▪ En la calle se vende monedas, revistas viejas y toda clase de porquerías.
▪ La carne viene en cajas de cartón conteniendo cuatro piezas.
▪ Esta es la primer vez que le escribo.
87
▪ El Instituto Cervantes estará patrocinando una conferencia impartida por el Dr.
Juan Lorrolo.
▪ Le regalaron un teléfono móvil, pero no le usa nunca.
▪ El mes que le anunciaron el premio estaba de viaje.
▪ Busque el edificio que la puerta principal tiene un cartel que dice “Carbon
Company”.
▪ El ballet Olimpo estará actuando en el teatro Goethe de Nueva York desde el día
14 de octubre hasta el 28 de dicho mes.
▪ Los libros que habían sobre la mesa eran suyos.
▪ Juan y Ana están sentados en la tercer fila.
▪ Quizá, si podría, le convendría rehacer parte de su trabajo.
▪ En quien confío es Paco.
▪ Hubieron muchísimas personas que se quedaron sin asiento.
▪ Los artistas se dieron cuenta que los nuevos modelos eran fáciles para imponer.
▪ Se venden una serie completa de novelas de Henry James.
▪ Juan necesita que le acompañen.
▪ Me molesta el hecho que nadie nos dé instrucciones.
Preposiciones
39. En la mayor parte de las secuencias siguientes se ha usado mal una
preposición, o bien falta una preposición. Corrija donde sea necesario.
Henry Miller
42. Corregir los errores presentes en las frases verbales de las siguientes oraciones:
89
a. Debe estar enfermo, porque no es habitual que falte al trabajo.
b. Debes de comer menos dulces si quieres bajar de peso.
c. Pueden haber serios problemas.
d. Suelen haber alumnos extranjeros en el curso.
e. Parece que van a seguir haciendo unos días muy fríos.
f. Empieza hacer calor en septiembre.
g. Juan había satisfacido los pedidos de su madre.
h. Volví a repetir la información.
i. Voy a ir yendo a casa. ¿Venís?
43. Identifique las formas verbales del siguiente texto. Reconozca los tiempos
verbales empleados y el sentido de la elección de dichos tiempos.
90
44. Revisión de formas verbales irregulares. Complete los espacios en blanco
con los verbos conjugados en el modo, tiempo y persona que corresponda:
93
e) No me ha parecido bien que ………………………………(hablar, vos) en la
reunión de esta mañana.
f) Sentí mucho que ……………………………… (perder, él) su trabajo.
g) Me fastidiaba que ella siempre me ……………………………… (imitar)
h) Mamá no quería que ……………………………… (andar, nosotros) sin zapatos.
i) No creyó que ………………………………(decir, él) la verdad.
j) Le ordenó que ………………………………(traer, él) tres copias del
documento.
k) Haga lo que ………………………………(ser) necesario.
l) Querría que ………………………………(presentar , vos) el informe esta
semana.
m) Le habrían suspendido si no………………………………(estar, él) allí
puntualmente.
n) Si se lo hubieran pedido amablemente, él te
………………………………(hacer) ese favor.
48. Pase los siguientes diálogos a discurso indirecto. En todos los casos se
proporciona la frase para iniciar el pequeño texto.
Manolito. __Los diarios están llenos de malas noticias y nadie los devuelve por eso. Y
la vida está llena de cosas malas y todos la aceptan. ¡Y usted pretende devolver un
simple salamín porque está malo el relleno!
94
Papá. __¿A qué juegan?
Vos sabés Susanita que el otro día estábamos con mi papá y Felipe y yo dije
que………………………………………………………………………………………..
Mafalda. __Tal vez tu maestra sea de esas que pretenden que uno registre todo como un
grabador y seguramente lo que ocurre con vos es que retenés el concepto de lo que
escuchás en vez de palabrerío inútil. Vos captás el nudo del asunto. ¿No es eso?
Susanita. __¡No hay caso. El racismo es algo que no me entra en la cabeza! ¡Me resulta
una cosa inconcebible! __¡Me parece espantoso considerar inferiores a otros seres
humanos por el solo hecho de no ser como uno! __¿Todavía que tienen esa desgracia,
encima vamos a despreciarlos? Hay que ser más caritativos. ¡Caramba!
Mafalda. __¿Por?
Libertad. __Porque tenemos plata suficiente para dos semanas, pero no sabemos si
realmente la plata que tenemos será suficiente para dos semanas. ¿Entendés?
Felipe. __ Vos eras Mary, la muchacha que había heredado Rodeo Ranch con cien mil
cabezas de ganado__ le dice a Mafalda.
Mafalda. __Okey.
Felipe. __Vos eras Pete Joe, y con una triquiñuela habías despojado a Mary de Rodeo
Ranch__ le dice a Manolito.
Manolito. __Verisgüel.
Mafalda. __¡Por fin la justicia me dará a mí lo que es mío y a Pete Joe su merecido!
Felipe. __ No será tan fácil Mary: la guarida y Rodeo Ranch están a nombre de un
testaferro.
Homero. __Si su madre llega temprano, podremos ver todos juntos el noticiero de las
siete.
Bart. __¡Ay, papá, yo quiero ver al payaso Crosty! ¡No me interesan los noticieros!
Lisa. __A mí tampoco, Bart, pero si querés que te respeten a vos, aprendé a respetar los
deseos de los demás.
Esta noche, cuando entraba en casa, oí que Homero les decía los niños
que……………………………………………………………………………………….
MS: Uno de los aspectos más comentados del libro de Cline es su obsesión por los años
’80 y la cultura popular de esa década. Usted ya era un director de éxito en ese tiempo.
¿Qué le sugieren todas estas citas y referencias?
SS: La historia transcurre en 2045, pero el punto de inflexión pasa por todas las
referencias de estilo, música, alusiones al cine, la TV y la política de la década del ’80,
expuesta desde el libro como una especie de divisoria de aguas en el sentido cultural.
También me parece interesante el hecho de que los ’80, en comparación con los ’70 y la
época actual, fueron años políticamente muy tranquilos. Hay muchas alusiones en el
libro a esa relativa paz. Estábamos en esa década más atentos a los peinados y a la moda
que a la política. Duran Duran, Prince, Van Halen. Y en el libro también se habla de mi
obra cinematográfica durante esa década. Esta es una de las razones, si no la principal
que me llevó a querer hacer esta película.
97
(…)
MS: De las muchas referencias del libro a la cultura pop de los ’80 hay varias citas muy
precisas, partiendo del propio título, a los videojuegos. ¿Cómo se lleva con ese mundo?
SS: Muy bien. Me considero un buen jugador. Lo fui cuando aparecieron los
videojuegos en la década del ’70 y lo sigo siendo hoy. Este año no me pude ocupar del
tema porque tuve que filmar dos películas, pero siempre me las ingenio para encontrar
algún tiempo libre y seguir jugando. Empecé en 1974 con el Pong, jugando al tenis en
esa pantalla tan elemental. Ese año estaba filmando Tiburón en Martha’s Vineyard y al
final de cada día de rodaje peleábamos con Richard Dreyfuss 20 minutos para llegar en
bicicleta a un lugar que tenía un carrusel y todas esas máquinas. De allí en adelante no
me faltó nada. Tuve la consola Atari 2600, la de Nintendo. Jugué muchísimo: Dig Dug,
Asteroids, Defender, Pacman. ¡Y era muy bueno en todos! También Medal of Honor,
una historia que escribí y dirigí. Alguna vez tuve una empresa de videouegos, pero por
poco tiempo. Y debo haber sido una de las primeras personas que manejó videojuegos
de guerra. Volviendo a Ready Player One, debo aclarar que no es necesario ser un
experto en videojuegos para entender la trama. Esta es una película sobre una
competencia, no sobre un videojuego en particular.
(…)
SS: Voy más lejos. En realidad lo que más añoro es la organización que existía aquí en
los años ’30 y ’40 del siglo pasado. Extraño el sistema de los estudios. En esa época
dorada, la producción industrializada de películas convivía a la perfección con las
mejores expresiones artísticas. Fue la única época del cine en donde la industria y un
grupo excepcional de artistas (directores, productores, guionistas, actores y técnicos)
lograron coexistir de la manera más virtuosa en lo que hace a la creatividad. Gracias a
eso se podían hacer entre 700 y 800 películas por año. Me hubiese gustado ser parte de
ese mundo. Hoy las cosas son muy distintas. Por más que trabajemos bajo la marca de
algún estudio, todos somos, en el fondo, directores independientes.
98
50. Reconozca y categorice las distintas voces que aparecen en el siguiente
pasaje:
Vino el verano y no vino solo: llegó con los espejos, los trajes de baño, los
salvavidas, los rollitos… y nos preguntamos qué hemos hecho para merecer estos kilos.
La ciencia puede venir en ayuda de la balanza… aunque nunca puede reemplazar una
dieta balanceada y una buena dosis de ejercicio, claro.
Pero más allá de qué y cuánto comer y volvernos una calculadora de calorías y
una enciclopedia de nutrientes, hay otra pregunta importante que debemos hacernos a la
hora de cuidar la figura: cuándo comemos. Sí: el horario de las comidas influye, y
mucho en nuestro peso. El viejo lema de “desayunar como un rey” y sus etcéteras
parece ser muy cierto: un buen desayuno ayuda a bajar los kilitos extra. En un trabajo en
la revista Obesity (¡qué buen nombre!) se reportó que consumir 700 calorías en el
desayuno, 500 en el almuerzo y 200 en la cena hace bajar más de peso que invertir la
fórmula (200 calorías en el desayuno, y así sucesivamente). De paso, un buen desayuno
disminuye las probabilidades de contraer diabetes. Lo mismo vale si comparamos solo
almuerzo y cena: conviene acaparar más calorías al mediodía que a la noche. Otro
estudio realizado en Harvard indica que es conveniente cenar temprano, y dejar un buen
rato (¡varias horas!) hasta la hora de dormir. Peor todavía: cuanto más tarde cenemos
más riesgo habrá de obesidad y síndrome metabólico. No son buenas noticias para
nuestras costumbres tan noctámbulas en cuanto al prime time de la cena…
(Diego Golombek, “Dime a qué hora comes… y te diré cómo bajar de peso”
[fragmento], en La Nación Revista, 4 de febrero de 2018.)
51. Identifique en la siguiente carta apócrifa que Louisa May Alcott le dirige a
Emily Dickinson ecos y resonancias de voces:
99
Un amigo de mi padre, cometiendo sin duda una infidencia, me mostró hace tiempo
unos poemas suyos. Usted misma, según dijo, se los había enviado, alentada por sus
recomendaciones en la revista Atlantic Monthly: me refiero a su famosa –e influyente-
“Carta a un escritor joven” que, por supuesto, yo también leí.
Me encierran en la Prosa—
Me encerraban en el baño
¿Cómo explicarle el efecto que esos versos surtieron en mí? ¿La necesidad
inmediata que sentí de escribirle, aun cuando Higginson habló, con insistencia, de su
carácter reservado?
Tal vez convenga decirle enseguida, a modo de excusa, que aunque me crié en
un medio estimulante y participé muchas veces de tertulias que mi padre organizaba con
ilustres vecinos, nunca tuve oportunidad de compartir con alguien de mi edad —como
es su caso— la terrible cuestión de la escritura.
100
romances que atrajeron críticas feroces. Demasiada energía amoral, se me imputó. Caos.
Escasez patológica de genio.
(…)
¿Encontraré el tiempo para morir? No lo sé. Por ahora, no hago más que
mudarme a cada rato para escapar hacia algún sitio que no existe, lejos de los editores
que me piden que les dé más de lo mismo: fábulas de flores y niñas anticuadas,
ofreciéndome dinero a cambio, eso sí, con tal de que no se me ocurra salir del baño.
Si tuviera a bien contestar a esta misiva, contándome cómo ha sido para usted
escribir, le estaré eternamente agradecida.
52. Pase al estilo indirecto con un verbo que refiera en pretérito y una tercera
persona los siguientes fragmentos tomados de una entrevista de Ángela
Cassini a la escritora Claudia Piñeiro.
El lugar donde ocurre la escena del crimen es bastante específico. ¿Lo inventaste o
fuiste a analizar la zona?
101
– Es una zona por la que pasaba siempre, en el Parque 3 de Febrero. La usé en función
de lo que me acordaba pero después fui a verla e hice una investigación de ese lago.
Estudié exactamente cómo funcionaba el desagüe, qué compuertas tenía y cómo se
drenaba el agua. También estudié casos de cadáveres que no salieron a flotación, como
en el caso de mi novela, donde había algas que los tiraban para abajo.
-¿Cómo fue el proceso para publicar tu primera novela y cuál fue el recibimiento
que tuvo?
– Esta fue mi primera novela y yo la había mandado al Premio Planeta y quedó entre los
diez finalistas. Con ese precedente, lo presenté en la editorial Colihue y lo publicaron.
En ese momento, yo todavía no había publicado Las viudas de los jueves y nadie me
conocía. Para lo que es una editorial pequeña y un escritor desconocido, tuvo una buena
recepción. Además, tuvo una muy buena crítica en Página 12 y Elsa Drucaroff me
invitó a hablar de la novela en la Feria del Libro y la usó en sus cursos. Otra cosa que
pesó para que la novela tuviera un espaldarazo, fue que Sergio Randolfi, un escritor
muy reconocido y especialista en el género policial, puso mi novela en la serie de la
editorial Colihue; fue una casualidad.
https://republicable.wordpress.com/2015/10/31/entrevista-a-claudia-pineiro-
sobre-su-novela-tuya/
102
El Dj Mc Talibe
DEBÍA ser una broma. "La idea —recuerda Luca— nació porque Mc Talibe en Senegal
tiene muchos hermanos, unos veinte. Así, habíamos pensado en hacerle responder a un
anuncio económico que ofrecía en alquiler, una casa frente al mar. Mc Talibe se había
informado sobre el número de la vivienda y rápidamente se lamentó porque el lugar
para su familia era insuficiente. Entonces comenzó a nombrar uno después del otro, los
nombres de sus hermanos". Una broma radial, una burla para los oyentes de "Sintony",
la más oída entre las radios privadas de Cerdeña.
Mc Talibe es el nombre artístico de Serigne Sira Seck, un senegalés de 27 años que,
desde 2001, reside en Italia, entre Milán y Cerdeña. Un inmigrante privilegiado,
poseedor de un permiso regular de residencia, reclamado en discotecas y radios. En
febrero del año pasado, mientras estaba en Radio Dee Jay, lanzó una canción ("Yo yo ya
ya ye ye") que entró en el top ten. Además, Mc Talibe es un tipo simpático, que habla
el italiano a la perfección y que se adapta con facilidad a los ambientes más diversos.
Hasta aquel día, en el que le formularon la pregunta canónica sobre el racismo de los
italianos, respondía con una sonrisa.
Era el 1ro de julio.
—"¡Hola! Llamo por el aviso". Responde la voz de una anciana; el tono inicialmente es
cortés.
—"Soy un operario de Brescia - continúa Mc – y quisiera alquilar su casa".
—"¿De dónde es usted?", pregunta la señora.
—"Senegalés".
Como pueden testimoniar los oyentes de "Radio Sintony" (la conversación telefónica
fue transmitida al aire) en este punto, el tono de la voz de la señora cambia. Es
complicado, cauteloso. Mc no le hace caso. Pregunta en qué mes está disponible la casa
y la señora, mientras tanto, aclara que por el momento está ocupada.
103
—“Hay unos alemanes", aclara. Luego le hace saber que está reservada tanto para julio
como para agosto.
—"Ok, está bien. ¿Y para septiembre?".
—Nada que hacer.
—"¿Octubre?"
—Nada. Un fin de semana para elegir (—"Iría con mi novia, que es sarda"—, dice Mc).
Imposible. Un muro. Y cuando Mc pregunta por qué había publicado el anuncio, en
vista que no hay lugar, la señora cuelga.
En un país que tiene, entre sus parlamentarios europeos, a Borghezio que define “caras
de mierda” a los inmigrantes negros, el bautismo frente al racismo de Mc Talibe, podrá
incluso parecer suave.
En efecto, hemos visto ya otras manifestaciones de intolerancia. Pero el mismo Mc no
se lo esperaba. Se quedó muy mal. Y también, Luca, el conductor de la trasmisión, que
poco después ha llamado nuevamente a aquel número de teléfono:
—"¡Hola! Soy el doctor Lo Mónaco, de Brescia, un profesional independiente. Iría en
agosto, con mi esposa y mi hijo".
No es necesario aclarar que la propiedad frente al mar estaba libre y que el acuerdo se
alcanzó en pocos minutos. También esta llamada fue transmitida al aire y Mc, poco
después, recobró el buen humor. Hubo decenas de llamados para manifestar solidaridad
y hasta para ofrecerle hospitalidad en la zona más bella frente al mar en Cerdeña. A él, a
la novia sarda y, si quisiera, también a los veinte hermanos que viven en Senegal.
(La historia de Mc Talibe fue conocida en la famosa emisora sarda "Radio Sintony" de
Cagliari - 20 de julio de 2005)
104
Mc Talibe 2, la venganza
Contra el racista en el ómnibus
Sí, es propiamente un título gastado, una de las tantas frases hechas de la rutina
periodística. Pero "Mc Talibe 2, la venganza", en este caso específico, es la pura
descripción del hecho. Más bien, del pequeño hecho, porque se trató de un evento
pequeño, casi insignificante, y un poco penoso.
Por otra parte, tuvo las mismas características y hasta los antecedentes. En pocas
palabras, ocurre lo siguiente.
Serigne Sira Seck (es este el verdadero nombre de Mc Talibe), senegalés de 27 años que
desde 2001 reside en Italia, disk jockey establecido, cantante, productor musical, en el
comienzo del verano, para hacer una broma radial, responde a un anuncio y pide
alquilar una casa frente al mar en Cerdeña. Le responde una señora que, apenas
conocida su nacionalidad, le dice que la casa no estaba más disponible. Pero, pocos
minutos después, un amigo italiano de Mc marca el mismo número, se presenta como
un "doctor de Brescia" y, como por arte de magia, la casa pasó a estar disponible. Radio
Sintony mandó al aire, una después de la otra, las dos llamadas y así, impartió a sus
oyentes, una pequeña lección de racismo cotidiano que suscitó una cierta indignación.
Bien, la semana pasada a Mc le sucedió otra situación del mismo género de la
precedente. Protagonista, entre otros, siempre una señora, una mujer de alrededor de 50
años, vestida con sobria elegancia, el rostro algo oculto con un par de anteojos de sol de
marca. Estaba sentada en el ómnibus que hace el recorrido entre el aeropuerto de
Malpensa y la estación central de Milán. El ómnibus estaba lleno, pero al lado de la
señora había un asiento vacío.
—"¿Está libre?", preguntó Mc, que recién había bajado del avión proveniente de
Cagliari.
—"No", respondió la señora sin siquiera mirarle la cara, y colocando su cartera, para
confirmarlo cuando apenas había respondido.
—"Entonces —cuenta Mc Talibe— me quedé parado junto a aquel asiento. No había
pasado siquiera un minuto cuando otra señora subió al ómnibus y le hizo a esa señora la
misma pregunta que yo le había hecho. Le respondió que el asiento estaba libre, sacó la
cartera y le permitió acomodarse a la señora".
Es necesario saber que Mc Talibe es un joven de modales amables, un muchacho muy
educado. Pero es de aquellos que no tarda nada en decir las cosas. Es un tipo directo. Y
rápidamente, le preguntó a la señora por qué le había dicho que la butaca estaba
ocupada cuando en realidad, no lo estaba. No llegó la respuesta, sino solo una frase
incomprensible. Mc insistió. Y otras personas, que habían visto la escena, hicieron lo
mismo que él.
—"Le dijeron a aquella señora que se había equivocado, que así no se actúa".
Entonces, según parece, la señora dijo cosas que no se pueden creer. Una de esas cosas
parecen inventadas por un dramaturgo. Y entonces, él mismo le dijo:
—“Usted no sabe quién soy yo. Tampoco ella lo sabe", replicó Mc.
Y, viendo que lo tenía, abrió un diario que hablaba de él, donde había incluso una
fotografía suya. La señora no se sorprendió demasiado, y le dijo:
105
—"No me importa un c...".
Pero a otros pasajeros sí; en particular a algunos jóvenes negros. Estaban muy enojados.
Mc los invitó a calmarse. Fue hasta donde estaba el conductor, que en parte había
seguido la escena. Este llamó a la policía y le contó lo que había ocurrido. Y entonces,
el mismo conductor hizo lo que correspondía.
Debe de haber sido convincente en vista de que, al llegar a la estación, la policía los
estaba esperando. Todos los pasajeros descendieron; la señora, no. Los policías la
identificaron, le pidieron explicaciones sobre su comportamiento. Entonces dio una
respuesta irrisoria:
—"Tenía el lugar reservado para una amiga mía... Pero no llegó... Entonces, cuando me
di cuenta le dije a aquella señora que el lugar estaba libre... No fue un acto de racismo".
—“¿Pero cómo? ¿Todo esto en menos de un minuto, y rápidamente, después de que un
joven negro le había dicho que intentaba sentarse al lado de ella?”
—"Pensaba en otra cosa ", fue la respuesta.
Dice Mc:
-"Se avergonzaba muchísimo. La policía me dijo que si quería, podía denunciarla.
Decidí no hacerlo, es siempre una cosa horrible. Prefiero hacer saber a todos esta
historia. Espero que sirva para algo".
Habrá algún cauteloso que se preguntará cómo le ocurren tantas desventuras de este tipo
a Mc Talibe. ¿Tal vez, se las busca? ¿Es un modo de publicitarse? Improbable. Ya sea
la primera como la segunda historia, ambas sucedieron. Decenas de personas lo pueden
testimoniar. Mc Talibe no se las buscó. Nosotros tenemos otra hipótesis. El problema no
es que le sucedan todas a Mc. El problema es que él tiene los instrumentos culturales,
las relaciones sociales, digamos, el estatus, —es un artista— que le permiten reaccionar,
al contrario que a la mayor parte de los jóvenes como él. Es un poco como ciertas
enfermedades que parecen en aumento solo porque son diagnosticadas más que antes.
Deberemos difundir un poco más a Mc Talibe en toda Italia para lograr una proyección
masiva sobre la intolerancia y la estupidez.
(7 de septiembre de 2005)
(Ejemplos tomados de: Ángela Di Tullio, Manual de gramática del español, Buenos
Aires: La isla de la luna, 2005.)
56. Lea el capítulo 8 del libro Gramática pedagógica. Manual de español con
actividades de aplicación, de Guillermina Inés Piatti
Los booktubers entrelazan todo el tiempo las ficciones que cuentan con sus historias
personales.
Cabe señalar que en ningún caso los booktubers hacen esfuerzos por contextualizar o
explicar en qué consisten los géneros o la terminología que usan. Esto implica que
hablan para pares que manejan un conocimiento similar al de ellos: en ese contexto,
abundar en aclaraciones sería innecesario.
Entre los temas/géneros de los libros que leen están las distopías (el género más
transitado), entendidas como lugares desagradables, malos o peligrosos donde suceden
cosas ídem.
Esta booktuber espera que en los próximos libros esos personajes secundarios se
desarrollen mucho más.
107
Las reseñas suelen terminar con la mención de la calificación del libro comentado. Es
habitual que esta no resulte muy rigurosa, en tanto tiene bastante poco que ver con lo
que se comentó del texto.
Los videos incluyen algunos juegos que forman parte del dispositivo de relación con sus
audiencias; un ejemplo de esto es el blind-folded book challenge, que consiste en
vendarse los ojos y reconocer un libro al tacto.
En una nota transcrita en la web, Florencia Minici y Charly Gradín dicen que Tiranos…
demuestra cómo “internet se convirtió, en las últimas décadas, en una de las capitales
culturales de la existencia”.
Este producto mediático, que sólo circula por plataformas multimedia, pertenece a la
productora Mónaco, que a su vez está integrada por los creadores del programa, Agustín
Ferrando y Fernanda Montoro.
Es muy probable que Malena Pichot, quien hace unos años era una estudiante de la
carrera de Letras que cantaba cada tanto en una banda de jazz, nunca haya imaginado
que su catarsis en la web a raíz de un desamor la llevaría a convertirse en el primer
ejemplo “famoso” del fenómeno transmedia argentino encarnado en una persona.
108
Biblioteca. No obstante, decidí convencerme por mí mismo. O quizá refutarlo
descubriendo algún comentario o nuevo indicio de influencias y llegando así a saber
algo sobre Borges que nadie supiera.
(…)
Página 108, segundo párrafo: “El animal no está en una posición para entender
que el sol es el mismo ayer que hoy”. Compárese con “Funes el memorioso” (publicado
en 1942), a quien “le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera
el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)”. Pero no había
anotaciones que permitieran rastrear las lecturas de Borges.
109
g) ¿La casa donde está el café es suya? ➜
h) ¿Podría decirme dónde está ese café? ➜
i ) El libro llevaba una dedicatoria que estaba firmada por el autor. ➜
j ) Si la quería o no es cosa suya. ➜
61. Complete cada oración con el tipo de proposición indicada entre paréntesis:
a) Me gustaba tanto ese lugar ________________ (PSAdv consecutiva)
b) Mi jefe me preguntó ____________________ (PSS) _________________ (PSAdv
causal)
c) Llegó una nota con instrucciones _________________ (PSA)
d) _______________ (PSAdv Tiempo) encontré las fotografías ______________
(PSAdv Lugar)
e) _______________________ (PSAdv Condicional) habría pensado que no era
capaz.
f) Oigo con asombro una noticia _______________________ (PSA),
_________________ (PSAdv concesiva)
Oraciones condicionales
62. Use la información proporcionada en cada punto para construir oraciones
condicionales y expresar deseos, lamentos, especulaciones, etc., acerca de
situaciones pasadas
Ej. El año pasado tenías muchísimas ganas de irte de vacaciones, pero no pudiste por
exceso de trabajo.
110
Si el año pasado hubiera tenido menos trabajo, me habría ido de vacaciones.
63. En las siguientes oraciones complete los espacios en blanco con el verbo que
aparece entre paréntesis en el tiempo, modo, persona y número correspondiente
i. Si el castillo tiene algo de “penoso museo de figuras de cera”, como dice Borges,
el Paraíso Terrenal………….(adolecer) de la inanimada indiferencia de un tapiz.
64. Complete las oraciones condicionales con la forma correcta de los verbos entre
paréntesis
Desearía (desear, yo) que hubiera (haber) cibercafés también en los pueblos pequeños
de Perú.
112
Ejercicio 65
Estas preguntas son condicionales reales (posibles).
a) transfórmelas en condicionales hipotéticas (improbables),
b) respóndalas tal como se indica en el ejemplo
Ej. ¿Qué hacés si te asaltan en el subte?
¿Qué harías si te asaltaran en el subte?
Si me asaltaran en el subte, gritaría para que viniera un policía.
a) ¿Qué decís si te proponen robar un banco?
b) ¿Qué hacés si tenés muchísimo dinero?
c) ¿Qué te ponés si hace muchísimo frío?
d) ¿A qué hora venís si el subte no anda?
e) ¿Vale menos el café si viene de Ecuador?
f) ¿Si estoy sin plata, podés prestarme?
g) ¿Si tu novia no quiere salir un sábado a la noche, salís solo?
h) ¿Sabés qué hacer si hay un incendio en el edificio?
i) ¿Si los autos son eléctricos, hay menos contaminación?
113
Para trabajar cohesión
b) Explicar por qué en algunos casos no fue necesario usar artículos. Para
hacerlo sugerimos buscar otros ejemplos similares e inferir una regla
general.
114
Ejercicio de aprestamiento para trabajar cohesión.
115
Ejercicio de cohesión
70. Lea el siguiente texto e indique los casos de redundancia. Efectúe las
correcciones necesarias
Ejercicio 71
a. Complete los espacios en blanco con los siguientes pronombres y artículos (estos
pueden ser usados más de una vez y, por supuesto, no aparecen en el orden que
tienen en el texto): le, mi, nos, su, un, lo, el, la, una
Sé unas cuantas cosas sobre ___ pasado de _____ padre, y lo que no sé ______
he imaginado; tengo la impresión de que ____ padre se casó con mi madre porque la
consideraba apropiada como esposa. Debo admitir que admiro a mi madre por la manera
en que asumió _____papel de esposa suya, y nunca, que yo sepa, se ha quejado ni
demostrado celos. No puede ser fácil para ______ esposa afectuosa saber que nunca
será la primera en el corazón de su marido, y mi madre ______ sabía. Sin duda _____
padre admiraba la actitud de mi madre y pensaba que tenía un carácter excelente. ¿Por
116
qué casarse con otra? Mi padre ya había dejado atrás su juventud, y sus ideales estaban
rotos. ¿En qué clase de matrimonio se ha convertido? No hay peleas ni discrepancias,
pero no es precisamente un matrimonio ideal. _____padre respeta y quiere a mi madre,
pero no con ______clase de amor que yo concibo para un matrimonio. Mi padre acepta
a mi madre tal como es, se enfada a menudo pero dice ____ menos posible, porque es
consciente del sacrificio que ha tenido que hacer mi madre.
(Ana Frank, “Carta del 8 de febrero de 1944” [fragmento], en Ana Frank. Diario,
Buenos Aires, Debolsillo, 2015, págs. 208-209.)
La luna
Su volumen es 50 veces menor que el de nuestro planeta. El radio tiene 1737 km. Es el
astro más próximo a la Tierra, lo separa una distancia de 384.000 km. Carece de
atmósfera. Por esta causa, los rayos solares inciden directamente sobre la superficie
lunar, registrándose temperaturas superiores a 100 grados durante el día lunar y de 150
bajo cero durante las noches. No tiene agua.
117
Otra consecuencia de la ausencia de atmósfera es que no se produzcan vientos, nubes,
precipitaciones, factores todos que contribuyen a transformar el relieve. Por eso, el
satélite no presenta las alteraciones propias de la Tierra. Su superficie está formada por
una base sólida grisácea y algo arenosa. Cubierta de cráteres de variado tamaño, desde
muy pequeños hasta algunos que llegan a 200 km.
Las palabras que quedaron encerradas en los círculos no tienen significado propio, se
refieren a otras palabras o frases que ya han aparecido en el texto. Transcribilas y colocá
al lado el referente.
a la misma la Tierra
-------- --------------------------------
-------- --------------------------------
-------- --------------------------------
-------- --------------------------------
Con el signo ? señalamos que se omitió una palabra o construcción que puede ser
repuesta. ¿Qué palabra está elidida?
A veces las palabras se relacionan entre sí por nombrar objetos, acciones o estados
opuestos. ¿Qué ejemplo podrías señalar en el texto que trabajamos?
118
Señalá [ ] la enumeración que aparece en el texto. ¿Con qué denominación podrías
englobar a cada uno de sus componentes?
Cadena cohesiva:
La primera decisión la tienen que tomar los estudiantes al terminar los estudios básicos.
Los estudiantes que quieren seguir estudiando deben decidir entre estudiar bachillerato
o formación profesional. Algunos de los estudiantes que estudian bachillerato no están
decididos a estudiar unos estudios u otros.
Hombre al agua
Descubrir el fondo del mar es uno de los últimos retos que le quedan al hombre.
Una_____________ llena de emoción, pues su práctica comporta un alto riesgo.
El poblado marinero residencial «Aguas Claras» le ofrece una primera línea de casas
marineras, adosadas, con garaje, junto al paseo marítimo. Entre las_____________ hay
espaciosas zonas verdes, tres piscinas y paseos que siguen el curso de pequeños canales.
En «Aguas Claras» va a encontrar la que más se ajuste a sus necesidades.
119
76. Relacione la serie de nombres de la izquierda con los de la columna de la
derecha
77. Escribir los hiperónimos de las palabras subrayadas en los huecos de los
siguientes textos.
Tres de cada cuatro víctimas del terrorismo en España aseguran que no han recibido
ninguna ayuda económica. Además las___________ se cobran con mucho retraso.
78. Escriba los hipónimos de las palabras marcadas con negrita en los huecos de
los siguientes textos
Dentro del nuevo ____________ sólo se oye el silencio. Cuando se conduce un auto
como este, la música es el único ruido reconocible.
120
79. Para darle la coherencia y cohesión necesaria al siguiente texto, complete el
siguiente párrafo usando los conectores propuestos más abajo:
(Fuente: “Las islas nuevas”. María Luisa Bombal. En: Antología del cuento fantástico
Hispanoamericano siglo XX. Editorial Universitaria. 2005).
b) El sol calentó tarde. Rufino despertó, hacía rato que su mujer estaba levantada. Metió
la cabeza en el chorro de agua del patio trasero. Acabó de despertar. Se fue al interior de
la casa derecho a la cocina para prender fuego y se sentó a esperar que le sirvieran el
desayuno como todos los santos días.
c) Vacaciones, un bien preciado y cada vez más escaso. Tan valoradas que nos
afanamos en hacerlas entretenidas, distintas, reponedoras. Un par de días después de
regresar al trabajo, nos sentimos tan abrumados como antes de partir.
d) Fueron dos girasoles azules y un perro extremadamente flaco orejudo que Felipe, el
hermano de Cecilia, encontró antes de ayer paseando cerca de su casa.
81. En los espacios en blanco escriba el elemento cohesivo necesario para expresar
la referencia
121
Ellos hablaron mucho con Alfredo______________ explicaron por qué no debía tomar
esa actitud.
Ante la situación preocupante de la institución__________ trabajadores decidieron
entrar en asamblea permanente; _____, no tomaron ninguna reacción.
Cuando yo miré hacia _____ árbol_____ ____ vi un hornero_____ estaba comiendo un
trozo de pan.
___ llamaste a Pedro y __________ invitaste a una reunión el próximo fin de semana.
La cohesión es ______ difícil ______ la puntuación; por eso estos ejercicios son _____
sencillos ________los siguientes
83. Ordene las siguientes partes y forme un texto coherente. Después, complete los
espacios en blanco para que el texto esté bien cohesionado
B ___________, no hay felicidad sin salud. __________, parece que la dieta equilibrada
y el ejercicio habitual ayudan a la gente a estar mejor consigo misma. Los esfuerzos que
una vida sana requiere no son nada comparados con sus beneficios.
D Cuando se habla de “vida sana” mucha gente imagina todo tipo de penalidades.
_____________, esto es falso, ya que los hábitos saludables, como la comida
equilibrada o el deporte, reportan más satisfacciones que sacrificios.
Sin embargo/ por ejemplo/ por el contrario/ en suma/ por ello/ así
122
84. Ordene todos los elementos que facilitamos de tal manera que redacte, en una
hoja aparte, breves textos correctos en castellano. Utilizar todos los elementos y
respete la puntuación que se ofrece.
A) que no respeten / hasta la retirada / el código / severamente / por las autoridades / los
automovilistas / de la circulación / competentes / y las sanciones podrán ir / serán
castigados / de conducir. / del permiso
C) de la edición / una parte final / de que se trate. / una introducción, / y / del texto /
incluye / de actividades, / cada uno de los títulos / anotada / además
( ) y, por otra parte, de una gran resistencia, necesaria para todo perro pastor dedicado a
la trashumancia;
( ) Aunque los orígenes del collie o perro pastor escocés son muy antiguos, hasta casi la
mitad del siglo pasado no proliferaron en las exposiciones caninas.
( ) El aspecto de los collies es, por una parte, de una gran agilidad: hocico largo y
puntiagudo, orejas pequeñas y enhiestas con la parte superior caída;
( ) Ahora bien, esta afición, o incluso quehacer, puede verse ayudada si se conocen los
nombres científicos de las plantas.
( ) Por ello, la afición al cuidado de las plantas ornamentales crece de día en día.
123
86. Reescriba el siguiente texto utilizando los procedimientos de cohesión
(sinonimia, elipsis, referencia, etc.)
José Martí nació en La Habana, Cuba, en 1853. Cuba todavía era una colonia española.
José Martí, a los 16 años, fue deportado a España por su apoyo a los independentistas.
En España, José Martí estudió derecho y filosofía. José Martí regresó a Cuba en 1878.
José Martí sería nuevamente deportado un año más tarde.
José Martí vivió muchos años en Nueva York. En Nueva York, José Martí publicó
Ismaelillo y Versos sencillos, entre otras obras. José Martí fue uno de los principales
escritores hispanoamericanos del siglo XIX. El siglo XIX tuvo otros grandes escritores,
como Domingo F. Sarmiento o Rubén Darío.
En Nueva York, José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano. José Martí fue
delegado del Partido Revolucionario Cubano. José Martí desembarcó en Cuba en 1895
para luchar por la independencia. José Martí murió en 1895 durante un enfrentamiento
con tropas españolas.
124
88. Ordenar las siguientes oraciones y conformar tres párrafos coherentes
( ) Es decir, una de cada diez personas que pueblan la tierra pertenece a un pueblo
indígena o a un grupo tribal.
( ) Datos no oficiales de 1987 apuntaban que, en Bolivia, el número de blancos era casi
de medio millón, el de mestizos casi de dos millones y medio, y el de indios superaba
los cuatro millones.
Incluso tuvimos tiempo para ir al cine. A la salida del cine nos encontramos con un
amigo. Entonces empezó lo más divertido de la tarde, porque nos contó tantos chistes
que era imposible parar de reír. Llegamos a casa cansadísimos. Sin embargo, estábamos
contentos de haber tomado la decisión de trasladarnos a la ciudad.
90. Señale las anáforas y las catáforas que existen en el siguiente texto:
125
91. Determinar a qué mecanismos de cohesión responden las palabras en negrita
de este texto
Palabras
Hay palabras que dicen lo contrario de lo que significan y palabras que aun no
significando nada consiguen atravesar la barrera de los dientes y aletear como un pájaro
ciego durante unos instantes ante nuestros oídos. Algunas viven siglos y otras
desaparecen a las 24 horas de ser alumbradas. Muchas solo nacen para fecundar el
lenguaje, por el que son devoradas una vez cumplida su función reproductora. A ciertas
voces, después de haber sido encerradas dentro de una definición, se les escapa el
significado, como el jugo de una fruta abierta, y cuando vuelves a usarlas no tienen
sentido o han adquirido uno nuevo y sorprendente.
126
Un diccionario, pues, viene a ser un terrario en el que en lugar de ver salamandras o
ranas o tritones vemos la palabra salamandra, la palabra rana, la palabra tritón, incluso
la palabra palabra, mostrándonos sus hábitos significativos o formales, sus
articulaciones, su extracción social, sus intereses. Aguilar acaba de publicar el de
Manuel Seco, que constituye hoy por hoy el mejor zoológico de términos vivos
conocido. Al recorrerlo, uno se da cuenta de que estamos hechos de palabras, como La
Biblia o El Quijote, a cuyo lado, en todas las casas, debería haber un diccionario.
Texto 1
Ninguno de mis hermanos deseaba subir los peldaños de aquella sucia escalera. Ellos
temían encontrar, en la cúspide de la torre, al extraño ser de sus pesadillas. Ese insecto,
ese bicho que, desde niños, los atormentaba por las noches.
Texto 2
Era un lugar donde siempre al llegar la noche se agolpan muchas, muchísimas personas.
Era un bar donde solía aparecer Julia, mi triste y hermosa hermana mayor. Ella sentía
una ansiedad por visitar aquel lugar donde fue asesinada.
Texto 3
El recio invierno había tomado forma a los pies de la montaña. Los animales, los
árboles, todos podían sentir el abrazo del frío, del frío del alba. Miqueas camina entre la
maleza. Sus pocos vestidos dejan apreciar sus fuertes brazos y su duro pecho. Él es el
único, en la montaña, que ha vencido al frío invernal en muchas centurias.
94. Entre las palabras propuestas, elija el sinónimo de la palabra destacada en las
siguientes oraciones:
127
d) Su proyecto abarca numerosos aspectos.
Engloba – estrecha - distribuye
e) El tribunal suspendió al opositor por copiar la memoria.
Reproducir – instalar - plagiar
f) Ante aquel problema, el concejal se mostró vacilante.
Indeciso – tambaleante - seguro
g) A causa de su adicción al juego, el dueño de la empresa se encuentra al borde del
precipicio.
Salida – barranco - perdición
h) Sus continuas salidas de tono fueron la semilla de la discordia.
Simiente – causa - grano
i) Mis primas y mis amigas siempre hacen las cosas con mucha pompa.
Bomba – burbuja - ostentación
j) Hay que ir con cuidado; este tema es muy espinoso.
Comprometido – compacto – puntiagudo
k) Cuando bromea, el profesor es muy agudo.
Ingenioso – intenso – afilado - puntiagudo
l) Es muy peligroso ahogar las penas con la bebida.
Apagar – asfixiar – sumergir – oprimir
m) El atleta lanzó la jabalina a una distancia increíble.
Difundió – echó – arrojó - soltó
n) Al director general lo han condenado por corrupción.
Descomposición – putrefacción – perversión – soborno
o) La policía desarticuló una banda de delincuentes.
Desencajó – desbarató – dislocó - desajustó
p) El poeta ganó el concurso por un margen muy ajustado.
Diferencia – beneficio – borde - espacio
q) Espero que este fracaso te sirva de lección.
Deber – advertencia – tema - clase
r) La comisión técnica ha emitido un juicio muy completo sobre este problema.
Dictamen – proceso – cordura – sentencia
s) Este periódico es el órgano oficial de un partido político.
Medio – instrumento – víscera - portavoz
t) En aquel pueblo de la sierra viven en un abandono total.
Deserción – renuncia – indefensión - aislamiento
u) El policía municipal nos señaló la dirección correcta para llegar al centro.
Marcó – destacó – indicó – registró
v) Si tienes prisa, encárgaselo a Elena; la diligencia es una de sus virtudes.
Aplicación – carruaje – esmero – rapidez
128
95. Ejercicio de cohesión léxica. Sustituya el hiperónimo destacado por el hipónimo
adecuado
a) Hoy, después de varios días de aquella discusión con mi padre, sigo pensando
que yo tuve la razón; para no herir su orgullo, preferí quedarme callado.
b) Tuvimos todo lo necesario para irnos de viaje; a última hora no pudimos hacerlo.
c) El arquero estaba bien ubicado; la pelota dio un vuelco extraño y entró por el
lado izquierdo.
129
d) El profesor explicaba el tema mirando a un lado; los alumnos no prestaban
atención.
e) El conserje, al limpiar la oficina, desordenó todos los papeles; no pude encontrar
la comunicación del gerente.
f) No me gustan las escenas llenas de violencia; no veré la película que anuncian
hoy.
g) Era un hombre desordenado, impuntual; no le importaba lo que dijesen de él.
h) Toda la familia era aficionada a la música; su hijo Antonio resultó un hábil
pianista.
i) Debés poner las cosas en orden; lo primero que tenés que hacer es arreglar sus
libros.
j) Pasada la medianoche tuvimos un retraso de tres horas; cables viejos, basura y
raíces secas se habían enredado en las hélices; la lancha encalló en un manglar;
muchos pasajeros tuvieron que empujarla desde la orilla con las cabuyas de las
hamacas.
130
99. Ejercicio de cohesión. Seleccione el conector correcto para completar las
siguientes oraciones
131
132
100. Coherencia. Ejercicio de aprestamiento. Lea el siguiente texto. ¿Qué
problemas de coherencia presenta? ¿Se le puede asignar un tema?
133
102. Revisión de los elementos cohesivos. Reconozca y explique qué procedimientos
se tomaron en cuenta para lograr la cohesión en los siguientes párrafos. Considere
tanto la cohesión gramatical como la léxica
Enunciación
103. En la siguiente noticia ubique los deícticos y la modalidad de enunciación.
Agregue tres subjetivemas
CLARÍN- 13-10-14
Hacían secuestros virtuales con "lloronas" que simulaban ser las víctimas
Una modalidad que se repite. Cayó una banda acusada de cometer 13 delitos en un
mes, en barrios de la zona norte de la Ciudad. Hay siete detenidos, todos de la
comunidad gitana.
En marzo de este año, la zona norte de la Ciudad de Buenos Aires fue escenario de una
ola de secuestros virtuales. En ese mes se registraron al menos 13 casos. A raíz de las
denuncias, personal del área de Delitos y Sumarios de la Policía Metropolitana comenzó
una investigación que culminó este fin de semana, con la detención de siete personas
en los barrios de Floresta, Villa del Parque y Villa Devoto.
DEFINICIONES
Como tal, resulta del cruce entre relaciones de poder y relaciones de saber.
II
Proponemos, pues, para los deícticos la siguiente definición: los deícticos son las
unidades lingüísticas cuyo funcionamiento semántico-referencial (selección en la
codificación, interpretación en la decodificación) implica tomar en consideración
algunos de los elementos constitutivos de la situación de comunicación, a saber: el
136
papel que desempeñan los actantes del enunciado en el proceso de la enunciación; la
situación espacio-temporal del locutor y, eventualmente, del alocutario.
III
______________________________________________________________________
En los polos, por la posición de la Tierra respecto del Sol, los rayos bajan
oblicuamente…………………………………………. En consecuencia, no logran ser
absorbidos totalmente por el suelo, y un gran porcentaje del calor es rechazado por
reflexión. Las temperaturas son muy rigurosas; en muchos sitios no alcanzan valores
por encima de cero ni siquiera en verano……………………………………….Otra
característica es que en ambas áreas, a medida que se está más cerca de los polos, los
137
inviernos son más oscuros y los veranos más luminosos. En las zonas polares, verano e
invierno duran seis meses y, durante la estación más fría, el Sol no asoma en el
horizonte.
• Así, por ejemplo, las marcas extremas que se han registrado son -88ºC en la
Antártida, y -50º C en el Ártico.
• Se denominan regiones polares a los lugares más fríos del mundo que se hallan
en la parte superior e inferior del globo.
• esto es, bloques que por estar situados al borde de las costas se desprenden y
comienzan a flotar a la deriva.
(Ejercicio tomado del libro Lengua. Léxico, gramática y texto, coordinado por Mabel
Giammatteo e Hilda Albano. Publicado en Buenos Aires por la editorial Biblos en
2009.)
Las modalidades
Penetramos en uno de los dominios menos estables, uno de los más confusos
también, de la teoría de la enunciación; lamentablemente el análisis del discurso está
obligado a recurrir a él constantemente. Aquí nuestras ambiciones serán todavía
extremadamente modestas, y apuntarán solo a presentar algunos elementos necesarios
para un planteo del problema. Los términos “modalidades”, “modal”, “modalizador”,
“modalización” están cargados de interpretaciones, son reclamados por distintas
disciplinas, y remiten a realidades lingüísticas variadas.
Yo creo que está allí (yo ⁼ sujeto modal // creer ⁼ verbo modal),
con un modo gramatical (el imperativo): Quiero que te vayas, ¡vete!, etc.
a) quiero que usted salga; b) le ordeno salir; c) es preciso que usted salga; d)
usted debe salir; e) salga; f) ¡afuera!; g) ¡usht!; h) mímica; i) expulsión física.
Charles Bally piensa que la modalidad está siempre presente, la mayoría de las
veces incorporada: así, llueve corresponde en realidad a (yo compruebo que) llueve.
Dentro de los límites de este trabajo no podemos ocuparnos de los medios que
han propuesto los gramáticos generativistas para integrar a la teoría generativa los
elementos lingüísticos que corresponden a las modalidades; nos contentaremos con
algunas aclaraciones terminológicas. Según André Meunier, que se inspira en M. A.
K. Halliday, se pueden distinguir en particular dos grandes clases: las modalidades
de enunciación y las modalidades de enunciado, a las que se agregan las
modalidades de mensaje.
139
107. Identifique en el siguiente pasaje las citaciones, ya sean expresas o glosadas,
que remiten a la voz de los expertos:
¿Qué es leer?
Los estudios cognitivos han destacado el carácter procesual de la lectura: leer es,
desde esta óptica, un proceso cognitivo que involucra una serie de subprocesos que el
lector va realizando a medida que avanza en el texto. Entre ellos, la recuperación de
información previa sobre el tema, la formulación de hipótesis acerca de lo que va a leer,
la jerarquización de información, el procesamiento de los nuevos datos y su puesta en
relación con los ya almacenados. Desde esta óptica, leer ha sido definido como una
actividad de formulación y verificación de hipótesis: antes de comenzar a leer y a
medida que la lectura comienza, el lector va formulando hipótesis acerca de lo que va a
leer, por otro lado, avanza en la lectura por la necesidad o el deseo de obtener
información nueva. De modo que, a medida que el lector va incorporando la
información nueva que el texto le brinda, va confirmando o desechando las hipótesis
iniciales. En esta dinámica, los conocimientos previos –que el lector tiene almacenados
en su memoria- brindarían los esquemas para dar sentido a lo nuevo, en el que se ha
realizado una jerarquización ya que no es posible retenerlo todo.
140
activo. La tarea del lector consistiría fundamentalmente en hacer inferencias, en reponer
o completar lo que el texto no dice, pero da a entender.
Desde esta perspectiva, presente en los estudios realizados por la historia social
de la lectura, esta es concebida como una praxis social, determinada histórica y
culturalmente.
108. Construya una frase con cada una de las siguientes expresiones latinas:
110. Sustituya los nombres de los países por los gentilicios que les corresponden
Planteado en esos términos, no sé nada ni cómo y por lo tanto no tengo opinión sobre
ese tema. Pero sí me parece que cabe aclarar que no son los chicos, sino la sociedad
toda la que lee poco o menos que “antes”. (¿Y cuándo será “antes”?). Y no lee tanto –
libros, diarios, revistas, telegramas, cartas, documentos– por la misma razón que escribe
menos: no necesita hacerlo en la misma medida que en otros momentos para manejarse /
funcionar en la vida diaria. Las aptitudes se deterioran o se atrofian cuando dejan de ser
144
funcionales al uso cotidiano y la valoración / necesidad social: escribir clara y
rápidamente en letra cursiva era un arte aplicado que se enseñaba (caligrafía) y
“significaba” (grafología) y era necesario para la vida cotidiana. Dejó hace mucho de
serlo. Hubo un cambio ya del paso de la pluma a la birome, un salto a la máquina de
escribir (uso profesional) y un doble salto mortal con la computadora (uso familiar,
personal), que lo cambió, al sumarse el celular multifunción, todo. Hasta la importancia
relativa de los dedos: con el teclado manipulable con una sola mano los humanos hemos
revalorizado –e incluso resignificado– el uso del pulgar, que experimenta en estos
tiempos una especie de revival de protagonismo, en el proceso evolutivo, que no tenía
desde que despegamos de los primos más peludos.
Así, seamos obvios, el universo súper comunicado actual (cada vez más cosas
accesibles y más rápido) no ha significado un incremento en la aptitud / actitud para leer
y escribir sino su reemplazo por otras destrezas más funcionales que tienen que ver con
las nuevas tecnologías. Para enterarnos de qué pasa afuera (de nosotros) pasamos
primero de la ventana a la página, y de ahí a la pantalla. Es lo que hay hoy. La que
impone las necesidades y las reglas es la pantalla. Se lee y se escribe sobre todo en
pantalla. Y ese es el medio-soporte que impone las reglas y el código...
Así, como se trata –en las redes sociales– de un universo privado no reglado como el
público, es lógico que las formas escritas se peguen a las (informes) orales, sean su
versión sintética, brutalizada muchas veces por la ignorancia o el desprecio por las
formas que rigen la ortodoxia de la lengua escrita. Estos penosos mensajes “fonéticos”
de hoy en pantallas y pantallitas son el extremo opuesto a la formalidad extrema y
pautada que regía la comunicación epistolar de antaño, con modelos de cartas para cada
ocasión –comercial, de amor, de solicitud de empleo, de pésame, etcétera– y su tácito
145
código permisivo tan distorsionador como aquel otro tan rígido y artificioso que parecía,
sin embargo, “natural”.
Así, si antes leíamos (teníamos que leer) para informarnos, enterarnos de lo que pasaba;
si teníamos que leer para aprender lo que sólo estaba escrito (en los libros), y si nos
gustaba leer para satisfacer nuestra necesidad (por ejemplo) de aventuras, hoy no es así.
No es necesariamente así. Ni la información, ni los conocimientos y saberes ni la ficción
están sólo por escrito e impreso en libros. Los soportes y los medios han cambiado y la
absorbente, trabajosa y calificada operación de leer –estar solo, en silencio, concentrado
y haciendo una sola cosa– no se parece a casi nada de lo que hacemos habitualmente en
nuestra vida cotidiana, excepto dormir e ir al baño...
Por eso resulta “difícil” y “aburrido” a los más jóvenes. Es equivalente, en comparación,
a la sensación de estrés, vértigo y confusión que producen los mensajes y contenidos
nuevos a los generacionalmente “superados” por la innovación tecnológica.
Con todas las salvedades anteriores, cabe recordar que hay tres cosas diferentes que se
suelen confundir, entreverar: la aptitud para y la actitud de leer; la frecuentación de los
objetos llamados libros, y el desarrollo de la imaginación y la apertura de cabeza –en
saberes y sensibilidad– a través del acceso a la ficción, a los relatos en general, a la
literatura en particular. Todo puede ir junto o separado. Son cuestiones, fobias y amores
distintos.
146
percibe– es el gusto, el placer, las ganas. En este sentido, ni padres ni allegados ni
docentes pueden dar –por obligación curricular, malentendido cultural o compulsión de
buen sentido– lo que no les sale naturalmente. Si se percibe que la (falta de) lectura es
un “problema” en los demás, el primer gesto saludable es leer y verse / sentirse leer a
uno mismo. No es un gesto ni un factor aislado de otros gestos y factores.
Por eso, creo como siempre que el desarrollo del gusto por (no del hábito de) leer, sobre
todo ficción y literatura en general, se produce por desborde, por emulación, por
saludable contagio: es algo que otro tiene y disfruta y le gusta hacer, que yo también
quiero tener, saber cómo es. Por lo que uno ve hacer, experimenta en el otro, no por lo
que le dicen o pretenden que haga. Y para eso es fundamental y previo el
reconocimiento, la valoración del sujeto lector que propone la lectura. Otra vez: nadie
puede dar ni transmitir lo que no tiene.
Y hay algo más (o menos): antes de desarrollar la actitud (disposición para, ganas de) es
fundamental alcanzar rápido la aptitud (saber leer en silencio y de corrido: entender),
porque uno sólo disfruta de lo que le resulta placentero, no dificultoso de hacer. Para
leer y escribir –regularmente y con naturalidad– primero hay que aprender a hacerlo.
Eso, antes. Y después, ni enganchar ni atrapar a nadie. Creo que son conceptos
equívocos y –aunque bienintencionados– propios de un dealer, no de un lector activo
que disfruta de lo que lee: leer y compartir autores e historias es como tomar mate, no
como vender porro.
Y se puede entrar a la lectura por cualquier lado, sobre todo haciéndole caso a la sed, al
gusto, como dicen las propagandas. Hay que pensar en cómo uno empezó a leer –qué,
dónde y cómo– y no en lo que se supone que “necesita” el otro. El buen uso del espejo y
la memoria suelen dar algunas ideas que van más allá del peine y las pastillas.
Contratapa de Página 12
Lunes, 05 de marzo de 2012
147
Referencia bibliográfica
148
e) 1972 // capítulo: La estructura de los mitos // Buenos Aires // Claude Lévi-Strauss //
libro: Antropología estructural // Eudeba
f) Artículo: Los viajes de los niños. Peligros, mitos y espectáculos // pp. 91-110 //
Revista de Literatura // volumen LXXIII // enero-junio 2011 // número 145 // Sofía
Carrizo Rueda
g) Madrid // páginas 48-86 // libro: La transparencia y el obstáculo// Jean Starobinski
// Taurus // 1983 // capítulo: La soledad
h) números 35-36 // enero-diciembre 1997 // Artículo: Virgilio: razón y límite en la
figura del guía // páginas 51-58 //
http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/letras35-36.pdf // revista:
Letras. Facultad de Filosofía y Letras. UCA // Daniel Capano
i) https://dspace.palermo.edu/ojs/index.php/jcs/article/download/541/334 // artículo:
Espectáculo, teatro y comitencia política en la(s) Italia(s) del Renacimiento // Nora
Sforza // número 6 // 2016 // revista: Journal de Ciencias Sociales
j) libro: Espacios, imágenes y vectores. Desafíos actuales de las literaturas
comparadas // autor del texto: Michel Collot // Buenos Aires // texto: En busca de
una geografía literaria // compiladores: Mariano García, María José Punte y María
Lucía Puppo // páginas 59-75 // editorial Miño y Dávila // 2015
k) Revista: New Literary History // volumen 15 // W.T.J. Mitchell // Spring, 1984 //
páginas 503-537 // artículo: What is an Image? número 3
l) enero 2009 // páginas 111-130 // artículo: El instante y la oscuridad: el momentum
del cine // revista: Estudios visuales // René Thoreau Bruckner // número 6
–Fernando, si jugás con fósforos, vas a quemar la casa –me decía mamá, o bien–: Toda
fuegos de artificio.
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¿Te parece natural? A mí también, pero todo eso me inducía a tocar fósforos, a
acariciarlos, a tratar de encenderlos, a vivir por ellos. ¿Te sucedía lo mismo con las
gomas de borrar? Pero no te prohibían tocarlas. Las gomas de borrar no queman. ¿Las
comías? Eso es otra cosa. Los recuerdos de mis cuatro años tiemblan como iluminados
por fósforos. La casa donde pasé mi infancia, ya te dije que era enorme: se componía de
cinco dormitorios, dos vestíbulos, dos salas con el cielo raso pintado, con nubes y
angelitos. ¿Te parece que vivías como un rey? No creas. Siempre había líos entre los
¿Quién era? Nicolás Simonetti era el cocinero: yo lo quería con locura. Me amenazaba,
lechuga para que me entretuviera, me daba caramelo que derramaba sobre el mármol. Él
contribuyó tanto como mi madre a despertar mi pasión por los fósforos, que encendía
II
Adriana hizo una mueca de dolor y el pobre Spirito tuvo que fotografiarla de nuevo,
hundida en su silla, entre los invitados. En la cuarta fotografía, sólo los niños rodeaban a
Adriana; les permitieron mantener las copas en alto, imitando a los mayores. Los chicos
dieron menos trabajo que los grandes. El momento más difícil no había terminado.
Había que llevar a Adriana al dormitorio de su abuela para que le sacaran las últimas
cuarto, con los gladiolos y los claveles. Allí la sentaron en un diván, entre varios
almohadones superpuestos. En el dormitorio, que medía cinco metros por seis, había
No se podía ni respirar. Adriana sudaba y hacía muecas. El pobre Spirito esperó más de
media hora, sin decir una palabra; luego, con muchísimo tacto, sacó las flores que
habían colocado a los pies de Adriana, diciendo que la niña estaba de blanco y que los
III
lo olvida. Su nombre significa pequeño rey; para Plinio el Antiguo (viii, 33), este animal
fabuloso era una serpiente que en la cabeza tenía una mancha clara en forma de corona.
grandes alas espinosas y cola de serpiente que puede terminar en un garfio o en otra
virtud mortífera de su mirada. Esta terrorífica criatura reside en el desierto; mejor dicho,
crea el desierto. A sus pies caen muertos los pájaros y se pudren los frutos; el agua de
los ríos en que se abreva queda envenenada durante siglos. Que su mirada rompe las
piedras y quema el pasto ha sido certificado por Plinio. El olor de la comadreja lo mata;
en la Edad Media, se dijo que el canto del gallo. Los viajeros experimentados se
proveían de gallos para atravesar comarcas desconocidas. Otra arma era un espejo; al
151
IV
un pico muy largo y ancho, de cuya mandíbula inferior pende una membrana rojiza que
forma una especie de bolsa para guardar pescado; el de la fábula es menor y su pico es
breve y agudo. Fiel a su nombre, el plumaje del primero es de color blanco; el del
segundo es amarillo y a veces verde. Aún más singular que su aspecto resultan sus
costumbres. Con el pico y las garras, la madre acaricia a los hijos con tanta devoción
que los mata. A los tres días llega el padre; éste, desesperado al hallarlos muertos, se
abre a picotazos el pecho. La sangre que derraman sus heridas los resucita... Así refieren
los bestiarios el hecho, salvo que San Jerónimo, en un comentario al salmo 102 ("Soy
como un pelícano del desierto, soy como una lechuza del yermo"), atribuye la muerte de
los hijos a la serpiente. Que el pelícano se abre el pecho y alimenta con su propia sangre
hicieran un paquete con los libros del muerto y los llevó a su departamento. Indiferente
las enseñanzas de Israel Baal Shem Tobh, fundador de la secta de los Piadosos; otro, las
virtudes y terrores del Tetragrámaton, que es el inefable Nombre de Dios; otro, la tesis
de que Dios tiene un nombre secreto, en el cual está compendiado (como en la esfera de
eternidad, es decir, el conocimiento inmediato de todas las cosas que serán, que son y
que han sido en el universo. La tradición enumera noventa y nueve nombres de Dios;
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los hebraístas atribuyen ese imperfecto número al mágico temor de las cifras pares; los
Hasidim razonan que ese hiato señala un centésimo nombre. El Nombre Absoluto.
El narrador se llama Ryan; es bisnieto del joven, del heroico, del bello, del asesinado
Fergus Kilpatrick, cuyo sepulcro fue misteriosamente violado, cuyo nombre ilustra los
versos de Browning y de Hugo, cuya estatua preside un cerro gris entre ciénagas rojas.
aproxima la fecha del primer centenario de su muerte; las circunstancias del crimen son
enigmáticas; Ryan, dedicado a la redacción de una biografía del héroe, descubre que el
británica no dio jamás con el matador; los historiadores declaran que ese fracaso no
empaña su buen crédito, ya que tal vez lo hizo matar la misma policía. Otras facetas del
enigma inquietan a Ryan. Son de carácter cíclico: parecen repetir o combinar hechos de
remotas regiones, de remotas edades. Así, los esbirros que examinaron el cadáver del
héroe hallaron una carta cerrada que le advertía el riesgo de concurrir al teatro, esa
noche. También Julio César, mientras se encaminaba hacia el lugar donde lo aguardaban
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II.
castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es cierto que no salgo de mi casa, pero
también es cierto que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a
los hombres y también a los animales. Cualquiera puede entrar. No hallará pompas
Asimismo, hallará una casa inigualable. Hasta mis detractores admiten que no hay un
solo mueble en la casa. Otra mentira afirma que yo, Asterión, soy un prisionero.
¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo
demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor
que me infundieron las caras de la plebe. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido
llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La
gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las
Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una
116. Completar los espacios en blanco con los verbos que se encuentran entre
paréntesis usando el tiempo correcto. El eje debe estar en pasado
II
117. Marcar los gerundios de las siguientes oraciones. Explicar el matiz de cada
uno y corregir los usos incorrectos
b. Cuando volvió del desmayo, preguntó por la mujer, tratando de dominar su mareo.
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f. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la
mano derecha.
j. Durmiendo más por las noches, tendrás mejor rendimiento en tus tareas.
q. Esteban fue despedido del trabajo, encontrando uno mucho mejor al cabo de un mes.
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