Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Miguel Dalmaroni
La palabra justa
Literatura, crítica y memoria en la Argentina
1960-2002
6 La palabra justa
ISBN 956-284-386-6
Memorias 155
La moral de la historia.
Novelas argentinas sobre la dictadura
(1995-2002)
1
Véanse especialmente AAVV, Ficción y política. La narrativa argentina du-
rante el proceso militar, Buenos Aires, Alianza, 1987; y Sosnowski, Saúl,
Represión y reconstrucción de una cultura: el caso argentino, Buenos Aires,
Eudeba, 1988.
156 La palabra justa
leer la literatura escrita durante “el Proceso”, que –como suele suce-
der con los ejercicios de lectura de lo no dicho– no evitarían del todo la
atribución de sentidos posteriormente construidos o buscados). Pa-
ralelamente, las políticas del relato de otros discursos sociales –en
especial las subjetividades políticas radicalizadas, los organismos de
Derechos Humanos, los medios de comunicación de masas, y los
proliferantes géneros del testimonio que esas voces ponían en circu-
lación– eran caracterizadas desde cierta crítica universitaria, según
veíamos antes, como totalizaciones de sentido reproductivas tendien-
tes a obturar la semiosis social sobre el pasado en la narratividad
clausurada del mito. Ahora bien: entre 1995 y 1996, estas controver-
sias toman un nuevo impulso, conectado visiblemente con algunos
cambios y algunos hechos históricos que (como sugieren otras inves-
tigaciones2) dieron inicio a una nueva fase de la posdictadura. Por
una parte, los medios de comunicación de masas y algunas voces de
ex represores o de jefes militares registraron como convicción social
los efectos de las leyes de impunidad y de los indultos a los
exterminadores, interviniendo con nuevos relatos de los hechos de
fuerte impacto mediático: en 1994 los genocidas de la Escuela de
Mecánica de la Armada (ESMA) Juan Carlos Rolón y Antonio Pernías
admitieron ante el Senado de la Nación que el secuestro, la tortura y
el asesinato habían sido órdenes superiores ejecutadas por ellos y
por el resto del personal de la marina de guerra; en 1995, Horacio
Verbitsky daba a conocer en El vuelo las similares y más detalladas
confesiones de ex capitán de corbeta Adolfo Scilingo, que tras la pu-
blicación del libro comenzó a repetirlas por televisión. Las declara-
ciones de Scilingo parecían trazar un corte con la doxa hegemónica
previa, la del Nunca más, no solo porque rompían el mandato del
secreto militar y divergían de su discurso público hasta ese momen-
to, sino además porque proponían una continuidad entre la subordi-
nación de los uniformados a las órdenes ilegales de sus superiores y
el consentimiento de “gran parte de la población” a “la barbaridad
que se estaba haciendo”. Ese mismo año, el comandante en jefe del
Ejército Martín Balza, también por televisión, pretendió que pasara
2
Véase Sonderéguer, María, “Historia y memoria en los relatos del pasado
reciente”, en Vázquez, María Celia y Pastormerlo, Sergio (comps.), Literatu-
ra argentina. Perspectivas de fin de siglo, Buenos Aires, Eudeba, pp. 355-389;
María Dolores Béjar en la serie “Dossier Educación y Memoria” que se pu-
blica con la revista Puentes de la Comisión Provincial por la Memoria de la
provincia de Buenos Aires, y Sandra Raggio en su proyecto de tesis de maes-
tría (inédito) proponen una periodización cuya última “fase”, que denomi-
nan “de la Memoria”, se inicia en 1995 con la confesiones del ex oficial de la
Armada Adolfo Scilingo y otros de los sucesos que mencionamos aquí.
Memorias 157
3
Verbitsky, Horacio, El vuelo, Buenos Aires, Planeta, 1995. Este tipo de de-
claraciones parecía, como sugiero, encontrar su condición de posibilidad
en la clausura de los juicios a ex represores en los tribunales civiles, esto
es, al hecho de que las confesiones no tenían ahora consecuencias penales.
A la vez, forman parte de nuevas condiciones de discursividad social so-
bre el tema; durante el período previo, entre 1984 y 1990, las posibilidades
del relato social sobre la dictadura estaban fuertemente limitadas por dos
circunstancias: por una parte, la conjetura –alentada por una sencilla y
sensata predictibilidad histórica– de que el ciclo constitucional reciente-
mente repuesto volviese a ser interrumpido por un nuevo golpe militar;
por otra, el argumento jurídico que, en los tribunales y a ojos de la opinión
pública, permitiría juzgar y condenar a los genocidas: sus víctimas habían
sido secuestradas, torturadas y asesinadas en estado jurídico de inocen-
cia, es decir sin que mediara juicio previo alguno (con lo cual, cualquier
referencia a la vinculación de algunas con organizaciones políticas ilega-
les armadas quedaba del lado de los argumentos del terrorismo militar).
4
Ese clima de movilización desembocó en dos actos multitudinarios en Pla-
za de Mayo, el sábado 23 y el domingo 24 de marzo de 1996, a los que en
años posteriores suele hacerse referencia con la figura de “la plaza de los 20
años” (es decir el vigésimo aniversario del golpe del 24 de marzo de 1976).
5
Entre los más destacados se cuentan los tres tomos de La voluntad a que ya
hicimos referencia, compilados por Eduardo Anguita y Martín Caparrós,
el primero de los cuales se editó en marzo de 1997 (Anguita, Eduardo y
Caparrós, Martín, La voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria
argentina 1966-1973, Buenos Aires, Norma, 1997).
6
Gusmán, Luis, Villa, Buenos Aires, Alfaguara, 1995; Heker, Liliana, El fin
de la historia, Buenos Aires, Alfaguara, 1996.
158 La palabra justa
7
Vuelvo más adelante sobre esta novela de Heker.
8
Panesi, Jorge, “Villa, o médico da memória”, en Luis Gusmán, Villa, San
Pablo, Editora Iluminuras, 2001. Traducción al portugués de Magali de
Lourdes Pedro, pp. 187-198.
9
A la luz de esta hipótesis se podría revisar la periodización que propone
María Teresa Gramuglio, quien incluye las novelas de Gusmán y de Kohan
que analizo a continuación en una fase que se abriría tras el “corte abrup-
to” de la investigación de la CONADEP y del juicio a las juntas (Gramuglio,
María Teresa, “Políticas del decir y formas de la ficción. Novelas de la
dictadura militar”, Punto de vista, 25/74, Buenos Aires, diciembre de 2002,
pp. 9-14). En cambio, sería posible discutir y complejizar la hipótesis a
partir de lo que propusimos con Margarita Merbilhaá en torno de Glosa
pero sobre todo de Lo imborrable, la novela de 1993 de Juan José Saer
(Dalmaroni, Miguel y Merbilhaá, Margarita, “Un azar convertido en don.
Juan José Saer y el relato de la percepción”, en Drucaroff, Elsa (dir. del
vol.), La narración gana la partid, tomo 11 de Jitrik, Noé, Historia crítica de la
literatura argentina, Buenos Aires, Emecé, 2000, pp. 321-343).
Memorias 159
11
Borges, Jorge Luis, “Deutsches Requiem”, en El Aleph, en Obras completas,
Buenos Aires, Emecé, 1974, pp. 576-581.
12
Rovner, Jonathan, “Dr. Jekyll y Mr. Hide. Entrevista a Luis Gusmán”, en
Radar libros, Página/12, Buenos Aires, 12 de noviembre de 2002, p. 8. Como
me sugirió Annick Louis, para no simplificar sería necesario advertir que
el cuento de Borges no es un relato realista; también es posible conjeturar,
no obstante, que la tradición que inicia el cuento deja abierta la posibili-
dad de su flexión realista, tal como nota Gusmán al referirse a la posibili-
dad, perturbadora pero concebible, de hacer hablar al coronel. Por otra
parte, también cabe preguntarse si Gusmán puede sostener en Villa el ve-
rosímil serio que la novela se propone construir: cómo se soporta, por ejem-
plo, que Villa asesine a su ex novia –en una especie de eutanasia obligada–
sin que la lectura resulte desplazada a la experiencia de un grotesco que
parece no deliberado, es decir completamente ajeno al gusto de la novela
o, si se quiere, estéticamente inaceptable o poco serio.
162 La palabra justa
exterminadores dieran con sus padres, refugiados allí junto con Íñigo,
un ex marido de Ana. Mientras, la mujer comienza a ser extorsionada
por Varelita, el torturador que hace veinte años la secuestró y que
antes de empujarla al exilio pudo hacerle creer que, narcotizada, era
ella quien había cantado el dato del lugar donde se escondían Íñigo y
los padres de Santoro. Varelita tiene ahora una carta, pronuncia un
nombre y miente un lugar donde ese tercer desaparecido, dice, está
vivo, internado con otro nombre en un manicomio. Sabe que el mie-
do y la culpa de Ana le impedirán denunciarlo y la obligarán a pagar
lo que pida y a imponerse la esperanza de que lo imposible pueda
ser cierto. Ana Botero –que no se llama así pero, como sabe Varelita,
es el nombre de guerra que Íñigo le inventó por unos días– empren-
de la busca inútil de Pablo Díaz, el nombre de sobrevida que el
extorsionador inventa para Íñigo. Tras confirmar la macabra estafa,
Ana ha recobrado la necesidad de saber todo lo callado y va al
reencuentro de Federico. Tala los verá juntos, buscando nombres y
rastros del pasado, y provocando el reencuentro forzado y fatal de
Varelita con su ex socio en el exterminio, Varela (que ahora se llama
Aguirre y que vive en la chacra de los Santoro, apropiada como botín
de guerra). La forma de la narración, por su parte, nos permite saber
siempre, de un modo mucho más nítido que en Villa, a quién debe-
mos temer o despreciar, a quién compadecer13.
En Ni muerto has perdido tu nombre, lo olvidado y lo callado de la
historia de la represión forman parte de lo que se narra –de las condi-
ciones de los personajes y sus biografías, digamos– pero parece casi
completamente ausente de los modos de narrar: estos, en cambio,
explicitan las situaciones más atroces con una economía de la nomi-
nación y la descripción que Gusmán ha presentado en una entrevista
como la “escritura sin estilo” de “un narrador casi neutro”, resultado
–dice– de “un ejercicio casi flaubertiano”. Aunque no siempre lo lo-
gre en Ni muerto has perdido tu nombre, Gusmán ha declarado con
nitidez que ese narrador que buscó para la novela venía exigido por
13
Hay, no obstante, una estrategia narrativa que conviene por lo menos
advertir, relevante si se tiene presente el título de la novela, precisamente
la estrategia de los nombres falsos, pseudónimos o alias: Pablo Díaz es el
nombre del más conocido de los sobrevivientes de la llamada “Noche de
los lápices” (un grupo de estudiantes secundarios detenidos-desapareci-
dos en La Plata en 1977); “Varela Varelita” es el bar en que desayunaba
regularmente Carlos “Chacho” Álvarez, principal dirigente argentino de
la centroizquierda democrática de los noventa y vicepresidente de la na-
ción entre 1999 y 2001. En esos detalles de la novela, sin embargo, el ejer-
cicio de la ironía y del humor macabro queda constreñido al discurso de
los victimarios.
Memorias 163
16
Gramuglio, María Teresa, “Políticas del decir y formas de la ficción”, op.
cit., p. 13.
Memorias 165
17
En la segunda y última parte de la novela, “TREINTA DEL SEIS (EPÍLO-
GO)”, capítulo “Seis”, parágrafo “IX” es el “yo” del narrador personaje
quien sabe para sí que el niño a quien sus apropiadores llaman “Anto-
nio”, “se llama Guillermo” (p. 178).
18
Nadie sabrá que el narrador ha corregido subrepticiamente la frase que
encuentra en el cuaderno de comunicaciones de la unidad militar donde
Memorias 167
20
No ignoro la densidad de los varios y diversos problemas que puede abrir
el uso que hago aquí de la calificación “moral”. Puedo aclarar, para co-
menzar a controlar la noción, que quisiera referirme principalmente a un
rasgo de la literatura moderna que la historia literaria conoce bien –desde
Auerbach hasta Barthes, pasando por Lukács, Bajtín, R. Williams y tantos
otros– pero que, como ha señalado con acierto Hayden White, puede con-
siderarse un rasgo central de la condición moderna misma, es decir de
nuestra condición histórica, desde que está a la vez en la filosofía moder-
na y en la narratividad de la historiografía moderna. Me refiero al vínculo
Memorias 169
24
Heker, Liliana, “La trama secreta de una traición”, Clarín, Cultura y Na-
ción, Buenos Aires, 8 de agosto de 1996, p. 6.
25
Por supuesto, no postulo de ningún modo que Heker ignore esa tradición
porque pueda desconocerla.
172 La palabra justa
26
Véase, por ejemplo, el texto polémico sobre la novela de Graciela Daleo,
una ex militante montonera detenida-desaparecida en la ESMA y luego
liberada por sus captores (Daleo, Graciela, “¿Cuál es el fin de la historia?”,
Radar. Ocio, Cultura y Estilos en Página/12, Buenos Aires, I, 4, 8 de septiem-
bre de 1996, p. 9).
Introducción 173
cuenta que se puede callar en voz alta, que el chisme de pueblo pue-
de funcionar al revés. Que el silencio también viaja de boca en boca”;
en suma, acumula pruebas argentinas para la frase de William Seward
Burroughs que hace de epígrafe de la novela: “Hablar es mentir. Vi-
vir es colaborar” (pp. 232 y 12). Así, la condición ideológica de posi-
bilidad de esa galería del consentimiento social con el horror está en
lo que podríamos imaginar como una decisión previa a la escritura:
como si la novela postulara que cualquier narrativa literaria sobre
este tema no puede sino dar por ciertas e inconmovibles las respues-
tas de oposición más definidas y radicales: se está explícita e inequí-
vocamente en contra de todas las formas imaginables de la complici-
dad con la dictadura, hasta de la más inadvertida, o se es un colabo-
rador; por supuesto, el relato ha elegido imaginar, en función de ese
punto de partida, el caso de una víctima cuya condición de completa
inocencia resulta definitiva e indiscutible; por otra parte, la voz prin-
cipal es la de un narrador que participa activamente de aquella con-
vicción antidictatorial inequívoca: el propio Fefe –un héroe de la gue-
rra de 1982 en Malvinas27–, que duda solo de los sucesos que desco-
noce y de las voces ajenas, no de sus creencias, y que sobre el final de
la novela promete pasar a la acción: “Voy a denunciarlo para que
aparezca en todas las lista de represores. Voy a ponerme en contacto
con HIJOS de Buenos Aires y Rosario. Porai le podemos organizar
un escrache. Eso para empezar. Si aparece algún resquicio legal para
acosarlo pongo a trabajar a mi abogado”28.
De El fin de la historia a El secreto y las voces, de Villa a Dos veces
junio, se suceden entonces búsquedas y variaciones diversas de la
novela argentina que se propuso narrar el horror de la dictadura. Es
posible que, para la historia de las narrativas sociales sobre esa expe-
riencia extrema, resulte especialmente relevante el paso de la figura
individual del colaborador directo a la figura colectiva de las com-
plicidades de casi todos. Pero aún no es posible, por supuesto, cerrar
evaluaciones, tampoco en el campo más restringido de la historia
literaria: el corpus sigue abierto y muchas de las tradiciones estéticas
y políticas disponibles para enriquecerlo o desviarlo no han sido ex-
ploradas.
27
Se trata del mismo personaje de una novela anterior de Gamerro, Las islas
(Buenos Aires, Simurg, 1998); el hecho de que además Fefe sea un hacker
–una forma nueva de la figura del enemigo del sistema– resulta, por su-
puesto, de cierta importancia para leer qué clase de héroe propone la fic-
ción de Gamerro.
28
Se refiere a Greco, el subcomisario, coejecutor del asesinato de Ezcurra
junto al ya finado comisario Neri y contacto entre la policía y los militares.