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Aún más, si no queremos fallar en nuestro intento para determinar el valor de la filosofía,
deberemos primero liberar nuestras mentes de los prejuicios de los que erróneamente llamamos
hombres “prácticos”. El hombre “práctico”, con el significado con que normalmente se utiliza para
esta palabra, es el que sólo reconoce las necesidades materiales, el que entiende que los hombres
deben tener alimento para el cuerpo, pero que descuida la necesidad del alimento para la mente.
Si todos los hombres estuvieran desarrollados, si la pobreza y la enfermedad estuvieran reducidas
al punto más bajo posible, aún habría mucho que hacer para producir una sociedad valiosa; e
inclusive en el mundo actual los bienes para la mente son al menos tan importantes como los
bienes para el cuerpo. Es exclusivamente entre los bienes para la mente en donde el valor de la
filosofía será encontrado; y sólo aquellos que no sean indiferentes a estos bienes pueden ser
persuadidos de que el estudio de la filosofía no es una pérdida de tiempo (…)