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Dos papas, pelarlas y picarlas en cuadritos; lavarlas bien antes de echarlas en la olla.

Tomar un
manojo de cebolla larga, un tomate “de aliño”, un par de dientes de ajo y mucho cilantro, todo
esto dentro de la licuadora. En una olla con agua hirviendo depositar pastas de conchita. Media
cucharada de sal, dejar cocinar cuarenta minutos. Caliente al plato. Insípido. ¿Más sal?, ¿quizás un
trozo de carne? No mamá, no sabe igual.

Entre el colegio y la casa había una calle pavimentada, limitada por hileras parejas de casas
desabridas. De camino a clase sorteaba los estorbos del andén: charcos, motos mal parqueadas,
gente despreocupada conversando en la puerta. Una de las viviendas llama mi atención “se hacen
dibujos”. Cada dia camino a clase y de regreso a casa leía ese letrero y comenzaba a divagar al
respecto: ¿quién será la persona que dibuja? ¿dibuja para tareas? ¿dibujaría lo que yo quisiera?
¿debo llevar los materiales para el dibujo? Ensoñaba cada dia con tener dinero, tocar a la puerta y
quizás una joven saldría a mi encuentro, pediría especificaciones y accedería a dibujar una
caricatura infantil. Yo iría por mi afiche 3 dias después, coloreado y resplandeciente, pagaría.

Nunca pasó, al final me mudé.

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