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COLECCIÓN BICENTENARIO

El habitante de las grandes


ciudades está acostumbrado
a llevar monedas en el bolsillo.
En eso no nos diferenciamos
de los personajes más remotos
de la antigüedad, convencidos
portadores de los más diversos
objetos para realizar intercam-
bios. En las edades más lejanas,
era siempre necesario llevar un
talismán en el pliegue de las
vestimentas. Nuestras módicas
monedas –la de un peso, pon-
gamos por ejemplo–, no por su
modestia dejan de ser descen-
dientes de un sistema arcaico
de denarios, dracmas y bigatus.
La Biblioteca Nacional propone
la continuidad de la experiencia aquel que rebusca en su último
de la Máquina del Bicentenario. bolsillo una moneda esquiva. Si
Ponga una moneda en la ranu- aparece, aquí tiene la máquina
ra y verá aparecer un libro en que se la devuelve en forma de
la bandeja de la máquina. Una libro, con un evocativo estuche
vieja máquina, en este caso ya de cigarros. De algún modo se
en desuso, de expender cigarros. enlaza el recorrido entre viejas
También ellos fueron misteriosa monedas de bronce griegas o
moneda de cambio, como lo re- romanas, la vida en las ciuda-
cuerdan casi todo el cine del si- des envuelta en el sueño de una
glo XX, buena parte de la litera- “máquina expendedora”, las ex
tura universal y célebres tangos volutas desde su ambientada
que no desaparecieron de la me- melancolía fumadora y estos li-
moria urbana. En la gran novela bros de la literatura argentina y
de Italo Svevo, La conciencia latinoamericana contemporánea.
de Zeno, aparece esa mixtura
de cigarros, apología literaria y Biblioteca Nacional
placeres eruditos que ya pare-
cen parte de otra civilización. En
toda gran urbe, un ciudadano es
Biblioteca Nacional María Teresa Andruetto

Dirección: Horacio González


Subdirección: Elsa Barber Stefano

© 2015, Biblioteca Nacional


Agüero 2502 (C1425EID)
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
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Impreso en Argentina - Hecho el


depósito que marca la ley 11.723
La novela juvenil que aquí pre-
sentamos narra el viaje de
Stefano, un adolescente que deja
su pequeño pueblo en Italia y se
aventura a una experiencia des-
conocida por los lejanos parajes
del sur de América. Un recorri-
do que va de Génova al Hotel
de los Inmigrantes en el puerto
porteño, de las tareas rurales en
las pampas a la vida en el circo,
del padecimiento de la pobreza
al descubrimiento del amor y la
sexualidad. Un recorrido que os-
cila entre la memoria, hecha de

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retazos, orígenes y filiaciones, y Stefano es un homenaje a su
el descubrimiento de un nuevo padre, quien, al igual que el
mundo que se revela a cada paso protagonista de esta historia,
y por el que debe luchar para no dejó su tierra natal después de
quedar atrapado en un pasado la guerra buscando horizontes
que no cesa de reaparecer. más felices.
La autora, María Teresa Andruetto,
nació en Córdoba en 1954 y es
hija de inmigrantes italianos. Es-
cribe para niños, jóvenes y adul-
tos. Participó en la formación de
maestros y dirigió colecciones y
revistas especializadas. En 2012
recibió el premio Hans Christian
Andersen, considerado uno de los
premios más importantes de la
literatura juvenil.

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Stefano
Ricordare una cosa significa
vederla –ora soltanto– per la
prima volta.
(28 gennaio 1942)
A mi padre
[Recordar una cosa significa
verla –ahora solamente– por
primera vez]

Le cose le ho viste per la prima


volta un tempo –un tempo che
é irrevocabilmente passato.
Se il vederle per la prima volta
bastava a contentare (stupore,
estasi fantastica), ora richiedono
un altro significato. Quale?
(22 agosto 1942)
Uno
[Las cosas las he visto por
primera vez en un tiempo
–un tiempo que ha pasado Ella preguntó: ¿Regresarás?
irrevocablemente–. Si el verlas Y él contestó: En diez años.
por primera vez bastaba para Después, lo vio marcharse y no
contentar (estupor, éxtasis hizo un solo gesto.
fantástico), ahora reclaman otro Distinguió, por sobre la distancia
significado. ¿Cuál?] que los separaba, los tiradores
derrumbados, el pelo de niño
Cesare Pavese ingobernable, la compostura to-
davía de un pequeño. Sabía que
Ambos textos han sido tomados de correría riesgos, pero no dijo una
Il mestiere di vivere, de Cesare Pave- palabra, la mirada detenida allá
se. Giulio Einaudi editore, Torino, 1952 en la curva que le tragaba al hijo.
A poco de doblar, cuando supo
que había quedado fuera de la

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mirada de su madre, Stefano se una petaca de vino. Stefano sintió
secó los ojos con la manga del el fuego del vino arrasando la
saco. Después fue hasta la casa garganta, su resaca en el pecho;
de Bruno y lo llamó. El amigo pensó que su madre estaría pen-
salió y su abuela se quedó en la sando en él.
puerta, mirando cómo se iban. Ugo tomó la acordeona y cantaron
Dieron unos pasos y Bruno volvió hasta que quedaron dormidos,
la cabeza para ver si ella seguía
en la puerta, hasta que el sendero Ciao, ciao, ciao,
les escondió la casa. Entonces el morettina bella ciao,
humor empezó a cambiárseles. ma prima di partire
Por el camino se les unieron Pino un bacio ti voglio dar...
y Remo y, poco más tarde, uno
que llevaba una acordeona y se Mamma mia dammi cento lire
llamaba Ugo. Al atardecer, se che in America voglio andar,
cobijaron bajo el alero de una che in America voglio andar...
iglesia, sacaron unos panes y Ugo Despertaron echados unos sobre

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otros. Andando, encontraron a un en un rincón de la cocina. Era un
viejo que seguía a una vaca vieja sitio sombrío que olía a coles, pero
como él, dos niñas a las que Ugo hacía calor junto al fuego de una
y Pino hicieron bromas hasta que estufa de guisa.
echaron a correr asustadas y una Habían salido ya al camino, cuan-
mujer de luto que a Stefano le do la escucharon gritar:
hizo pensar nuevamente en su –¡A ver si mandan algo, que de
madre. Se detuvieron al borde de aquí todos se van y de nosotros ni
un huerto, se acuerdan!
–¿Qué quieren? –preguntó una
vieja. Ella gritaba, con el carro a la ras-
–Algo caliente. tra, y yo corría a encontrarla, Ema.
–¡Todos los días pasan pidiendo! Salía a buscar paja y de regreso
–protestó ella y se metió en la gritaba mi nombre, Stefano, y yo
casa. corría hacia ella.
La vieja sacó un pan y se lo dio. Desde el camino que llevaba a
Se sentaron a comerlo en el suelo, nuestra casa, ella me llamaba,

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Stefano decía, Stefanin, y yo co- tío desde Argentina; Ugo y Remo,
rría a encontrarla... los ahorros de su casa; Bruno, lo
Y ella abandonaba los ejes, se que juntó su abuela en años; y
refregaba las manos y echaba el Stefano, lo que su madre había
calor de su aliento a los dedos de conseguido por la venta de una
hielo, mientras yo arrastraba el máquina de coser. Ya era bastante
carro hasta el patio... bueno que no hubieran tenido que
vender a Berta.
Se metieron en una cola que daba Nadie se movió cuando se hizo
la vuelta a Génova y allí estuvieron de noche y la oficina cerró. Una
todo el día. Avanzaban lentamente mujer le dio el pecho a su niño
porque en la mesa de Migraciones que lloraba; ni bien el niño se
debían sellar pasaportes, mostrar hubo metido entre la blusa,
las libretas de trabajo y entregar quedó dormido. Un hombre joven
los billetes de barco. que llevaba abrigo gris jaspeado
Todos llevaban algún dinero: y parecía de mejor condición
Pino, el que le había enviado su que los demás, los convidó con

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castañas. Iba a trabajar a un ho- Tu non scrive non torni,
tel de Buenos Aires. Avanzada la tu sei fatta di gelo...
noche, se sacó la manta y la puso
sobre la mujer que dormía con el Ugo sacó la acordeona y los
hijo al pecho. acompañó. La mujer se llamaba
Una mandolina sonaba: Gina y tenía un sombrerito color
chocolate calzado hasta las
Scrivimi... orejas. Alguien dijo: ¡Otra! ¡A ver
non lasciarme piú in pena... linda, canta otra!, y al calor de
los aplausos siguieron hasta la
Una mujer joven que le había madrugada.
pedido al hombre de abrigo jas-
peado, hacía un momento, un ci- Encima de la parva había unas
garrillo, siguió al de la mandolina: ramas para el fuego. Unas ramas,
Ema, y una torcaza muerta.
... na frase un rigo appena Ella dijo: ¿Has visto lo que
calmeranno il mio dolor. encontré?

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Y yo la miré a los ojos. A la madrugada, los que cantaban
Ella dijo: ¿No crees que fue una se durmieron; el niño y su madre
suerte, Stefanin? despertaron con el día y salieron
Y yo contesté: Sí, mamá. a caminar por el muelle, hasta que
Ella dijo: ¿Has visto qué gorda es? la fila empezó a moverse.
Y yo le tanteé el tamaño bajo el plu- El barco está completo, informó
maje y aunque no me pareció tan el de la oficina cuando les tocó el
gorda le hice que sí con la cabeza. turno, pero ellos insistieron hasta
convencerlo. El hombre selló los pa-
Gina viajaba a Argentina a casar- saportes, puso cinco veces Destino:
se: en Rosario, la espera su novio, Buenos Aires, y le dijo a otro:
eso ha dicho, aunque Stefano la –Suma estos cinco y se cierra la
vio durante la noche responder lista.
con picardía a la mirada del Después, anduvieron por la ciu-
hombre de jaspeado; es amiga de dad, hasta la hora de la partida.
la que amamantaba al niño y se El barco salía a la madrugada: se
llama Berta, como su vaca. llamaba El Syrio.

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las barandas carcomidas o sobre
Debajo de la casa, estaba el los bultos, duermen hombres,
establo. mujeres, niños. Stefano ve, entre
Nos calentábamos con el aliento de las personas y los baúles, antes
las vacas. Teníamos muchos ani- que a nadie, a Gina y al hombre de
males, pero los fuimos vendiendo, jaspeado. Deja que sus amigos se
hasta que solo nos quedó esa vaca. ubiquen con la cara hacia el mar y
Le pregunté: ¿Crees que Berta busca, sin saber por qué, un sitio
tendrá cría antes de hacerse vieja? próximo a ellos.
Si podemos servirla, dijo. La mujer habla, llena de gestos;
Le pregunté: ¿Y cuánto cuesta eso? después parece tener frío por-
Lo que no tenemos, dijo. que se cruza los brazos contra
Y no dijo más. el pecho, y el hombre le pone el
saco sobre los hombros, se le
Han salido a caminar por la acerca, le dice algo al oído, y ella
ciudad, pero la impaciencia los vuelca la cabeza hacia atrás, y
arrastra pronto al muelle. Contra ríe. Stefano no ha visto antes de

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hoy una mujer así, con la risa Vuelve a soñar con Gina, noches
grande y la cabeza tumbada más tarde. Esta vez el lugar del
hacia atrás. sueño es un desierto. La recono-
ce, a pesar de que su vestido es
Duermen en literas, algunos en el apenas más oscuro que la arena;
suelo. En el compartimento han se le bambolea la falda, la ve
quedado sus amigos, el de la man- perdiendo fuerzas; trata de acer-
dolina y el hombre de jaspeado. carse, pero ella no lo escucha. No
Stefano y Pino se acuestan en el sabe cómo, pero la alcanza, y le
suelo, sobre el balanceo del agua; ofrece un jarro de agua. El agua se
están cansados y se duermen. le cae a ella de la boca; él le seca
Stefano camina por la selva detrás la cara, el cuello, y ve sus tetas
de una mujer; la mujer está herida bajo la tela mojada.
en la mejilla, bajo el sombrerito. Cuando despierta mira hacia
Despierto, ve al hombre de jas- uno y otro lado: todos duermen.
peado: desde su litera mira el agua Entonces, mete la mano bajo la
enfurecida tras el ojo de buey. manta y se toca.

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–Sucede cuando soñás con las
...Y porque solo nos quedó esa tetas de una mujer –agrega Ugo
vaca, hacía frío en la casa. por lo bajo.
Aquí, junto a la estufa, el recuerdo Stefano se pone colorado y teme
de aquel frío es más intenso, Ema. que su amigo le haga una broma,
Le pregunté: ¿Haremos fuego hoy? pero no dice nada. Ugo también
Pero ella dijo: No. hace silencio y lo acompaña, en
¿Por qué no?, le pregunté. ese mirar el mar color de plomo.
Aún no es invierno, dijo. Se llamaba Agnese, pero casi na-
Ella temblaba cuando lo dijo. die la llamaba por su nombre.
Vestía de negro, de negro hasta
En la cubierta, mirando el mar color las enaguas.
de plomo, Stefano le cuenta a Ugo Desde que mi padre murió, no hizo
que amaneció mojado y no sabe otra cosa que arrastrar ese carro.
por qué. Soñaste con una mujer, Todos los días el carro.
dice Ugo, pero Stefano asegura El carro, Ema, y el grito de ella:
que no ha soñado con ninguna. ¡Stefanin! ¡Stefanin!

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Tenía la cara huesuda y los ojos –Que era bueno, eso recuerdo. ¿Y
de brea. el tuyo?
Y murió de tisis. –No lo sé. Murió en la batalla del
Piave antes que yo naciera; todo
–¿Cuánto hace que no lo ves? lo que sé es que llevo su nombre,
–preguntó Stefano. y que mi madre no se ha sacado el
–Seis años –dijo Remo. luto desde entonces.
Estaban solos en la cubierta; más Los dos quedaron en silencio,
allá, Bruno y Pino se habían unido Remo pensando quizá en su pa-
a una rueda y se oían sus risas. dre y Stefano sin encontrar una
–¿Lo reconocerás? huella del suyo, salvo la fotografía
–Sí. que lleva su madre entre la ropa.
–¿No habrá cambiado en seis Es la foto de un hombre alto, vesti-
años? do con el uniforme de los alpinos,
–Lleva un lunar contra la ceja pero está muy ajada y se le ha
izquierda. borrado el rostro.
–¿Qué más recuerdas de él? –¿Cómo harás para encontrarlo?

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–No lo sé. Le seguiré el rastro. Ella dijo: La Madama te manda esto.
–¿Y qué harán cuando se Era un saco oscuro, el saco de su
encuentren? hijo muerto. Yo me lo puse porque
–Dinero. Y se lo enviaremos a mi hacía frío...
madre y estaremos todos juntos, Me lo puse y lo abotoné.
como antes. ¡Qué bien estás, Stefanin!, dijo mi
madre, y los dos reímos.
Esa tarde, Stefano extrañó como Pero uno de los botones salta y
nunca a su padre y ha deseado ella me reprende:
con todas sus fuerzas lo imposi- ¡No debes respirar tan fuerte!
ble: ser como Remo, ir a su en- Más tarde todavía me dirá:
cuentro, buscar hasta alcanzarlo, Si comes la manteca con los dien-
seguro de que, al final de algún tes, nunca tendrás nada.
camino, estará esperándolo, con
el rostro un poco borroso, vestido Hace años de esto, Ema, pero
de alpino. es como si todavía la estuviera
escuchando...

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sea solo un sueño, los dos ase-
Pino sabe muy bien a dónde va. guran que sí, que se irán nomás
Los han invitado, a Bruno y a él, a con Pino a Montenievas, a la casa
que vayan a la Pampa, a un lugar de su tío.
llamado Montenievas, donde está
el campo de su tío. Le dije que yo buscaría la paja del
Stefano no puede imaginar lo camino.
que le están diciendo, que las va- Pero ella contestó que no.
cas andan sueltas por el campo No todavía.
y se pierde la vista en los sem- La veo en la cocina: saca agua
brados, que la tía de Pino tiene de la que hierve en un latón,
tantas gallinas que no saben qué echa el agua sobre la torcaza
hacer con los huevos, y a veces muerta y la despluma con dedos
deben dárselos a los cerdos. A él diestros, luego la chamusca so-
le parece que su amigo, en el en- bre la llama y la desventra. Lava
tusiasmo, exagera. Sin embargo, víscera por víscera, desechando
entre la alegría y el miedo de que solo la hiel amarga. Cuando está

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limpia, la divide en cuatro y dice:
Tenemos para cuatro días. En medio de la noche los ha des-
Yo no digo nada. Solo miro cómo pertado la tormenta, el ruido del
separa una de las partes y luego agua contra la banda de estribor.
oigo que me envía a guardar las El llanto de un niño viene del ca-
tres restantes sobre el techo de la marote vecino o de otro que está
casa, para que el sereno las man- más allá. Aquí donde ellos esperan,
tenga frescas. nadie grita, solo el hombre de jas-
Cuando regreso, está sacando de peado dice que el mar esta noche
la bolsa harina de maíz. Mete la no quiere calmarse y es todo lo que
mano hasta el fondo y yo escucho dice; habla con serenidad, pero
el ruido que hace el tazón al ras- Stefano sabe que está asustado.
par la tela. Al llanto del niño se han sumado
¿Alcanza?, pregunto. otros, pero nadie ha de tener más
Para esta vez, dice. miedo que él, que quisiera que
¿Y mañana? a este barco llegara su madre y
Dios dirá. lo apretara entre los brazos y le

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dijera, como cuando era pequeño –¡Un rayo dio en las hélices!
y todavía no soñaba con América, El grito crece, como la llamarada
duerme, ya pasará. Pero él no que comenzó en la proa, y se fun-
podrá dormirse esta noche Santa de con otro:
María madre de Dios, porque –¡A los botes! ¡Todos a los botes!
su madre está lejos ruega por Pero no hay botes para todos.
nosotros, y él rumbo a América La tripulación intenta ordenar
pecadores, en medio del mar y el caos: se ubicarán primero los
la tormenta. Entonces recuerda niños y las mujeres y, si quedan
ahora y en la hora que tiene bajo sitios, los hombres. Stefano ve a
la ropa el rosario de su madre, Gina descender a una chalupa,
y lo saca de nuestra muerte, lo desde los brazos del hombre de
aprieta entre las manos de nues- jaspeado. En otra cae la mujer
tra muerte y se lanza de nuestra que viaja con el niño; cae con él,
muerte, desesperado, de nuestra apretado contra el pecho.
muerte, a rezar. Alguien grita:
–¡Aquí, Stefano!

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Es Pino. Arroja al agua las mesas El hijo de Gastaldi se fue a América.
del bar y pide que se larguen. Ya lo sé.
Stefano se lanza tras él, da Y también Giovanni Grangetto.
brazadas enloquecidas para Prepara la mesa.
alcanzar una mesa y, cuando la Puse sobre la mesa dos platos
alcanza, se echa bocabajo, y se y dos jarros con agua. Ella volcó
deja llevar por el oleaje. Entonces en el centro la polenta y la cortó,
ve un bote que desaparece en el Ema, así como yo te enseñé, con
agua, los cuerpos, los brazos en el hilo...
alto; queda flotando el sombreri- Después puso el cuarto de palo-
to de Gina, boya un momento so- ma en mi plato, todo en mi plato.
bre el mar y acaba hundiéndose, Yo renegué para partirlo en dos,
como todo. pero ella dijo:
No.
Yo remendaba unos zuecos junto Duele recordar los ojos que tenía
a la ventana. Desde ahí me animé cuando dijo que no.
a decir:

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Abre los ojos. Está en el agua, Me mira y no dice nada. Solo huye
con la boca tocando la salmuera. a la cocina.
Tarda en subirle la conciencia, en Yo voy tras sus pasos.
comprender que flota. Trata de re- Y vuelvo a decir: Iré a América.
cordar quién es, se llama Stefano, Y ella vuelve a mirarme con los
ha venido viajando en un barco, ojos de piedra.
dónde está la costa, el agua lo ha
tragado y lo último que vio fue un El balanceo lo duerme, lo sume en
sombrerito flotando sobre el mar. un sueño en el que galopa sobre
un caballo blanco. El caballo ca-
Ella decía: balga en un pantano, pero tiene
Come tú que estás creciendo. las patas inmaculadas. Él también
Por favor, madre, entre los dos. está de blanco y viaja cara a un
Come tú, yo no quiero. sol que lo enceguece. En la línea
Al terminar la comida sé que del horizonte, esperan cuatro
vendré a América. Se lo digo. caballos negros. Sobre los cuatro
Ella me mira, Ema. caballos, ahora lo sabe, están sus

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amigos. Los llama, y solo Pino Envuelto en sogas, lo tiran sobre
parece entenderle, los demás la cubierta, lo dan vuelta como a
taconean y se marchan. una bolsa de papas, y lo envuel-
Despierta echado sobre la mesa, ven en mantas. Tiembla, alguien
engarrotado y hambriento; tiene se echa encima de él, y le mete
la boca seca, como el mar, amar- en la boca un aliento de aguar-
ga, y le parece ver algo, allá lejos. diente. El olor del aguardiente
lo marea, le hace recuperar, por
Yo le pedía que viniéramos a completo, la conciencia. Sabe
América... que lo desvisten, y que le acer-
Pero ella decía: No. can algo caliente. Después, lo
Decía: Esta es la tierra de tu padre. tiran en una litera y le vuelven a
Allá se puede hacer dinero, dije dar vino, hasta que se duerme.
yo.
¡Cosas que inventan! Pero nadie Antes que yo, se habían ido todos;
regresa para contar... bastaba volver la cabeza, Ema,
para saberlo.

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Nadie en la calle, solo viejos.
El que tocaba la mandolina era Despierta con la luz en alto. Alguien
uno de ellos: iba por la mañana, le ofrece un plato de comida.
los domingos, a la iglesia y rezaba La mirada de Stefano atraviesa al
por los que habían muerto, por los que está delante de él; después
que habían cruzado el mar. Estaba pregunta por los otros, pero el
ciego y tenía, prendida en la ropa, hombre habla una lengua que él
una estampa de Santa Lucía. no entiende.
Había otro: el que estaba junto al Le toman la mano y recuerda, se
Campanile, a la entrada del pue- llama Stefano y ha venido viajando
blo. A ese le faltaban las piernas. en un barco, el barco se llamaba...
Repetía todo el tiempo: Mamma, no sabe cómo se llama, el barco
sarai con me non sarai più sola. en que viajaba se ha incendiado,
Y otro: ese que llamaban Pierino recuerda, y cada palabra le abre
che fa il bambino y que hace tiem- la memoria a otros recuerdos cada
po se volvió loco. vez más dolorosos, en el barco via-
Y nadie más. jaban sus amigos, viajaba Bruno,

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dónde está Pino ahora, le había La tierra de mi padre nos mata de
prometido llevarlo a lo de un tío, a hambre.
dónde irá él ahora, en el barco via- Ella gritó: ¡No insultes!, y escondió
jaba una mujer que ha amado en la cara para que no la viera llorar.
sueños, y Ugo, en su cabeza vuelve Y yo me eché a sus pies, y le besé
a sonar la música de Ugo. las manos, y le pedí:
Tiene una mano entre las manos Perdóname, mamá.
de un hombre que habla. Él no en- Ella me deja decirle lo que le digo.
tiende lo que el hombre dice. Solo Después acomoda la voz y habla:
quiere saber qué ha pasado con Te irás si quieres, pero debes
sus amigos, y hace preguntas, esperar.
pero el hombre tampoco entiende.

Ella decía:
No me iré. Esta es la tierra de tu
padre.
Y yo, Ema, no sé por qué le dije:

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Dos no tiene pasaporte, pero el co-
misario de a bordo habla con los
de Repatriación, y las cosas se
Se acercan dos vapores: uno de arreglan.
Sanidad y otro de Aduanas. El ins- Al fondo, tras el muelle, las casas
pector sube, mira los registros de de chapa colorida, el edificio de
enfermería, y levanta la bandera Aduanas con su techo en declive
de práctica libre. hacia la banquina del puerto.
El río huele a podrido. Son pere- Más allá, la estación Retiro y,
zosas las maniobras del buque acá nomás, el Hotel y el ruido
para entrar en la Dársena Norte, de la gente contra las barandas.
hasta que finalmente echa el Stefano camina entre hombres
ancla. Antes del desembarco, un y mujeres desconocidos, que
empleado de Prefectura llama tienen fotografías en las manos;
a los pasajeros para revisar los cada tanto, alguien grita un
pasaportes, y ponerles el sello nombre y el que pasa se vuelve a
del Hotel de Inmigrantes. Stefano mirar quién ha llamado.

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A la entrada del albergue, desde la costa. Hace horas que está en
la larga fila donde esperan un la entrada del Hotel, esperando,
lugar donde dormir, alguien grita pero ya consiguió una manta,
su nombre: podría incluso alcanzar para los
–¡Stefano! dos la manta, para fabricarse en
Le cuesta reconocerlo, con esa el suelo un sitio donde dormir.
ropa demasiado grande, pero es Los pescadores, dice, lo cuidaron
Pino el que lo abraza, llora y ríe sin tres días seguidos, creyendo que
que él pueda decir una palabra. moriría. Ya no es el muchacho
que era, el amigo que hacía reír;
Yo preguntaba: Esperar, ¿cuánto? ahora habla con una voz que se le
Hasta que seas grande, me decía. quiebra. Pero no ha muerto: está
Tengo doce años. ahí contándole a Stefano cómo se
Tienes que esperar más. ha salvado. Por inercia, por cos-
Pino le cuenta a Stefano cómo tumbre, comienzan nuevamente
hizo para salvarse. Lo encontró a hacer planes, aunque los dos
un barco de pescadores cerca de saben que todo les da lo mismo.

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Stefano piensa en su madre, en –¿Y si en ese tiempo no consegui-
las ganas que tiene de contarle mos nada? –pregunta Stefano.
este miedo de morir. Le escribi- –¿Ya te olvidaste? ¡En cin-
rá, le dirá que es verdad, que en co días estaremos camino a
América las vacas se crían solas, Montenievas! –contesta Pino.
y que las gallinas, si viera ella, Los dormitorios de las mujeres
ponen tantos huevos que a veces están a la izquierda, pasando
deben dárselos a los cerdos. los patios. Por la tarde, después
de comer y limpiar, después de
El Hotel está a pocos pasos de la averiguar en la Oficina de Trabajo
dársena; tiene largos comedores y el modo de conseguir algo, los
un sinfin de habitaciones. Les ha to- hombres se encuentran con sus
cado un dormitorio oscuro y húme- mujeres. Un momento nomás,
do. En la puerta, un cartel dice: Se para contarles si han conseguido
trata de un sacrificio que dura poco. algo. Después se entretienen
–Solo podremos estar aquí cinco jugando a la mura, a los dados o
días. a las bochas.

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Algunos, como Pino y Stefano, Algunas mujeres que parecen
prefieren escuchar a Geppo, haber llegado solas, buscan en los
a Beppe, a Severino, que han hombres un poco de dinero. Una
venido desde Nápoles a buscar que tiene la cara huesuda y la boca
trabajo en los talleres de algún grande insiste, hasta que Pino dice
diario. Ellas esperan bajo las que no tienen una lira; entonces ella
galerías: las que tienen niños en deja de ofrecerse, hace una sonrisa
los brazos, la que saca la teta y la un poco triste y promete, fregándo-
coloca en la boca del hijo, la vieja se la mano entre las piernas:
que se ha quitado los botines, –Otro día te presto esta cosita.
una niña que parece un mucha- Cuando el sol baja, Pino y Stefano
chito y acompaña a su madre que salen a caminar por la ribera, has-
está a punto de parir. De toda esa ta el muelle de los pescadores. Es
gente venida de lejos, le quedan la hora en que el organito pasa: lo
a Stefano algunos nombres, el arrastra un viejo de barba y gorra
recuerdo de un gesto, el dibujo marinera que lleva un loro monta-
que hace en la cara una nariz. do sobre el hombro.

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A veces, junto a las barcazas, se de tanto llevarse la sangre de los
detienen a oír el mandolín que soldados, también la de mi padre.
suena en una rueda y las cancio- Cuando nací, ya había muerto.
nes que cantan los hombres de Todo lo que recuerdo son esas
mar. Pero no solo hay italianos en canciones que hablan de hombres
el puerto. Ya el segundo día se han sangrando en el agua. Y mi madre
hecho, ni saben cómo, amigos de que dice que ha muerto junto al
unos gallegos que limpian pesca- Piave. Y una foto, la única que tene-
do junto a la costa y van por la ma- mos, que ella guarda bajo la blusa.
ñana a verlos, ayudan un poco, y Mi madre siempre ha dicho que
regresan, los tres días siguientes, me parezco a él.
con algunas monedas.
La mujer que tiene la boca grande
No conocí a mi padre, Ema. habrá leído lo que dicen sus ojos
Murió en el Piave, durante la para dejarse tocar así, como
guerra. ahora se deja, a cambio de nada.
Dicen que el agua corrió encarnada Stefano ha sentido menos miedo

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en medio del mar que frente a bajo la blusa y me mostraba:
esta mujer que lo ahoga. ¡Mira hijo, mira, los mismos ojos!
¿Qué te pasa?, pregunta ella, y él Y yo miraba la foto. El rostro bo-
la mira. rroso sobre el papel.
¿Es la primera vez?, pregunta ella, No se le veían los ojos.
y él dice que sí con la cabeza.
Dejame a mí, dice ella, y le toma las La niña que parece un muchachito
manos y se las lleva bajo la falda. y su madre esperan a unos primos
Dejame a mí, repite, y él se aban- que viven en Paraná; el que se
dona, empuñado por ella, la de llama Beppe se fue a Tucumán, a
la boca grande, la que no tiene trabajar como linotipista; Geppo y
nombre. Severino han conseguido emplear-
se en un diario de Buenos Aires, y
Ella decía: la mujer de la cara huesuda viajó
Tienes los mismos ojos, Stefanin, ayer no saben hacia dónde.
las mismas manos. Pino y Stefano se marchan hoy
Después sacaba la foto que tenía y ya llegaron otros a ocupar su

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sitio. En la Oficina de Trabajo –En cambio yo –dice Stefano–,
les han arreglado el viaje hasta creo que ya lo hemos vivido todo.
Montenievas. El viaje en tren es
una de las regalías que el país da Verás cómo todo cambia, me
a los que se ajustan a la Ley de prometía.
Residencia. Y la misma oficina or- Pero nada cambió, Ema, y yo me
denó un telegrama a Vittorio Pretti, vine...
de Montenievas, avisando de la
llegada del sobrino y su amigo. El tren atraviesa la llanura. Legua
Dejan atrás el Hotel de Inmigrantes, tras legua, nada más que alam-
el mar, el ajetreo del puerto. Van a brados, postes de quebracho y
la estación Retiro y desde ahí, en lechuzas. Es verdad que las vacas
un tren, hasta la Pampa. No llevan andan sueltas, vacas negras, can-
equipaje, no tienen nada. tidades de vacas, y por la tarde
Pino dice: el sol tiñe todo de rojo. Stefano
–Es como si fuéramos recién y Pino no habían visto jamás
nacidos. animales sueltos, pastando, ni

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tampoco habían visto, como aho- –Trabajaremos en el campo de mi
ra ven, el horizonte y el sol, allá, tío hasta que podamos comprar
escondiéndose. algo de tierra –dice Pino.
En algún sitio cambian trenes.
El campo recién arado llega casi Fue el día de San Bartolomé, para
hasta la estación. Nadie en el an- la procesión... cuando regresó de
dén, solo un hombre que acaba la iglesia.
de desmontar; tiene bombachas Volvió a preguntarme: ¿Te irás?
y un cinturón con monedas. Nada Y yo, otra vez, le contesté que sí.
más que el hombre y ellos, y el Ella dio vueltas por la casa, y se
mugido de las bestias. metió en la cocina a preparar algo
Después, otra vez el tren, atrave- para la cena.
sando campos más salvajes, tie- Cuando la tuve fuera de mis ojos,
rras más secas. Recorren medio me animé a preguntar:
país y casi no han visto gente. ¿Vendrás conmigo?
–Debe de haber mucho por hacer No, dijo ella, y solo dijo no.
acá –dice Stefano.

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En la estación espera un hombre y, todo esto y mira a la que está junto
junto al molinete, una muchacha. al molinete. El tío Vittorio se da
Stefano la ve, mientras Pino y su vuelta, hace una seña y la mucha-
tío se abrazan. El tío de Pino pre- cha se acerca.
gunta acerca de unos primos de –Mi hija Lina –dice.
Cantalupa, por una tal Margherite Lina habla, dice algo a Pino, a
y por un lugar llamado el Trapuné. Stefano, pero lo que dice es un
El viento embolsa la pollera de la susurro que ninguno de los dos
que está parada junto al molinete. entiende. Después, camina hacia
Luego ella baja la cabeza, se sabe el sulky y ellos van detrás.
mirada y baja la cabeza.
–Mi tío Vittorio –dice Pino. ¿Qué quieres, dijo, lo blanco o lo
Stefano cuenta que él es de amarillo?
Airasca, que tiene en Cantalupa Yo dije: Lo amarillo.
unos parientes, y que su madre Y ella guardó la clara para otra
arrastra cada día un carro desde comida.
su pueblo hasta el Trapuné; dice

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En el patio están asando un cerdo. –Veinticuatro. Para que no ex-
Mi madre decía: quemar la carne trañés la comida que te hacía tu
es pecado. Le echan un mejunje madre –dice Doménica, y le pide a
que huele a ajo y vinagre. Mi Imelda que prepare la mesa.
madre decía: tirar el pan lleva al
infierno. En el hueco de la puerta, Ponía a hervir sobre la estufa, por
entre la galería y la cocina, decía: un buen cuarto de hora, una cace-
no derroches la comida, decía: si rola con agua, dos dientes de ajo,
comes la manteca con los dientes un puñado de sal y una cebolla
nunca tendrás nada, Stefano no pequeña.
sabe si mirar lo que se asa afue- Yo cortaba pan, lo ponía en los pla-
ra o lo que la tía Doménica bate tos, y ella echaba encima el caldo.
adentro, sobre el mesón. Después decía:
–¡Cuántos huevos! ¿Qué está ¡No te apurés! Tienes que esperar
haciendo? que se ablande.
–Un flan. Me veía comer así, con gusto, y
–¿Tantos? preguntaba:

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¿No es cierto que está bueno, Stefano corre a buscar los pa-
Stefanin? vos, una manada de trescientos
Y yo tomaba otro plato, uno más. que Lina y sus hermanas crían.
Pero si quería otro, ella decía: Busca desorientado bajo la lluvia
Basta ya. Guarda para la noche. que se descuaja. Entonces ve
a Lina arreando las aves bajo la
Han visto los nubarrones y se lar- piedra, hacia el bosquecito de
gan al campo a recoger animales, eucaliptus.
antes que se desate la piedra. Se refugian bajo los árboles, hasta
Vittorio grita: que la tormenta pasa, él nada más
–¡A las vacas, Pino! ¡Que te ayude que mirándola, entre los pavos,
Vigin! centenares de pavos que graz-
–¡A los pavos, Stefano! nan. Cuando termina la pedrada,
–¡Imelda, Luisella, a cubrir la salen a recoger a los pichones
huerta! desperdigados por el campo. Lina
–¿Y Lina? ¿Dónde está Lina, se toma el delantal y Stefano pone
Cristo Santo? ahí las crías heridas por la piedra;

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después guían la manada hacia –No es tanto lo que perdimos,
los corrales. Vittorio –dice Doménica.
Más tarde, junto al fuego de la co- Pero Vittorio no hace más que
cina, evitando mirarse a los ojos, rezongar:
secan las crías y se secan los dos. –¡Dio faus! ¡Porca miseria! ¡Justo
Imelda está haciendo gönfiun, cuando estaba levantando el
tiernos gönfiun espolvoreados trigo!
con azúcar, y Doménica los lleva
a la mesa, para que los coman Aquella vez, bajo la lluvia, Lina
con la leche. Al calor de la cocina, dijo:
hacen balance: Pino dice que ya ¿Viste lo que encontré?
curó a la vaca que se metió en el Yo la miré a los ojos.
brete y Vigin que son dos nomás Dijo: ¿No fue una suerte que lo
las ovejas muertas; Lina y Stefano encontrara?
secan las crías de pavo en la coci- Yo contesté que sí.
na de guisa, y son diez los pollos Dijo: ¿Has visto cómo tiembla?
muertos que recogió Luisella. Y yo le acaricié las plumas

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húmedas y le hice que sí con la aprende una tarea, y ya aprendió
cabeza. a marcar, a capar, a descornar, su
tío dice:
Al terminar el día, Stefano busca –¡Este sí que es mi sobrino! –y
a Lina, nada más que para verla. lo dice orgulloso, con su voz de
A veces, incluso, habla con ella. barítono.
Las cosas han cambiado en estos Stefano, en cambio, es uno más
meses: Pino no está con él en el entre los peones, y sabe que de-
cobertizo donde duermen los berá trabajar duro por un pedazo
peones, está en la casa, con su tío. de tierra. Sabe también que eso
Stefano sabe que ya no compra- le llevará tiempo y tiene miedo de
rán un pedazo de tierra, ni se irán que ella no pueda esperarlo.
juntos a ninguna parte. Vittorio
solo tiene tres hijas y este sobrino Una vez le pregunté: ¿Qué hacía
ha venido a ocupar el lugar del papá antes de la guerra?
hijo, el lugar de quien va a suce- Ella dijo: Cuidaba la viña del
derlo en el campo. Cada vez que Coronel Nicolai.

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¿Y después?, pregunté yo. así como ha llegado hasta ella.
Ella dijo: ¿Después qué? Él le habla de su madre, de la tie-
¿Qué pasó con la viña?, digo. rra que ha dejado, de los amigos
Con la guerra se perdió todo. muertos; a veces, con resenti-
miento, también habla de Pino
Por la tarde, Stefano va hasta los y de las diferencias que Vittorio
corrales o hasta la huerta para hace entre los dos. Dice que nun-
ayudar a Lina. Ella, mansa, se ca podrá dejar de contarle todo
deja seguir. Él prepara la tierra, eso, que seguirá diciéndoselo
saca las malezas... No tiene ni qué cuando sean viejos. De cuando
prometerle; Vittorio le pagará a fin en cuando se anima y le acaricia
de año, cuando venda la cosecha. el brazo, la mano. Después vuel-
Se recuestan los dos a la sombra, ven, cada uno por su lado, hacia
junto al estanque, y se abandonan la casa.
contra la chapa fresca. Lina sabe
que Stefano ha sobrevivido al Yo le preguntaba si era grande la
hambre y al naufragio, y que es viña.

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Y ella decía: Grande, sí, como de
aquí al camino. Con las cepas de Recorre con el sulky las leguas
uva frambua... que lo separan de este caserío
¿Y había comida en ese tiempo?, llamado Montenievas. Es otoño y
le preguntaba. la luz da en las cosas como una
Sí, había. Más que ahora. flecha, todo herido por ella esta
mañana de sábado, este abril.
Entonces era bueno el coronel, Enrolla las riendas en uno de los
recuerdo que le dije. palenques de la plaza y entra al
Y ella levantó la cabeza, Ema, y almacén de ramos generales. En
me miró. la puerta, una mujer rubia vende
No. No era a mí a quien miraba sino alfeñiques, trozos de chocolate,
a alguien que estaba más allá de mí. cigarrillos. La mujer es gorda y
Después dijo: está vestida de verde; desapare-
El pan del patrón, Stefano, tiene cen las medias bajo el vestido y el
siete cáscaras y la más rica es la escote deja ver el nacimiento de
quemada. las tetas. Las manos arman con

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destreza los cigarrillos y los aco- una muda de vestir, zapatos, un
modan sobre la mesita. Aunque sombrero y un corte de género
nunca ha fumado, Stefano pide para Lina; después, se acoda en
uno. Ella enciende un mechero y el mostrador del bar, junto a otros
le hace reparo con la mano; y él se hombres, y pide, como ellos, un
acerca, como si fuera a besarla, vaso de vino y anchoas verdes.
chupa y escupe el tabaco que le
ha quedado en los labios. El olor Antes, nuestra casa olía a an-
del tabaco se huele mezclado choas en salsa verde, mi casa al
con el perfume de ella, un olor de otro lado del mar, Ema, la casa de
melaza un poco rancia. Stefano mi madre.
pregunta cuánto debe, pero la Ella picaba ajos con la cuchilla de
gorda hace no y no con la cabeza. asas, y yo me trepaba a su pollera
–Regalo de la casa –dice, y vuelve negra, en la nariz el ajo, el perejil,
a sus cigarros. el vinagre.
Durante la mañana, Stefano A mediodía se sienta al sol, en
compra utensilios de cocina, un banco de la plaza, frente a la

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iglesia. Es la hora en que termina la mano en el bolsillo y le da al
la misa de once. Stefano se entre- caballo unos terrones de azúcar.
tiene mirando a la gente, retazos En la vidriera abarrotada hay un
de conversación que pasan a su instrumento para hacer música
lado y se alejan. Después cada y por esa razón se ha quedado
uno se mete en su casa, y la plaza en la plaza hasta que abrieran.
y él quedan solos. Adentro solo está el dueño, un
En el silencio de la siesta, bajo hombre ojeroso y calvo. Stefano le
el sol del otoño, se adormece. pregunta cuánto cuesta. El hombre
Cuando despierta, una perra le dice una cifra y cuenta cómo lo
está husmeando los botines. Él ha conseguido: Lo trajo un negro,
saca un pañuelo y se los limpia; completamente negro, dice, nunca
luego se acomoda la ropa y cami- había visto de esa gente por acá.
na por la plaza, hasta que abren –¿Cómo hay que hacer para que
los negocios. Antes de meterse suene? –pregunta Stefano.
en la casa de rezagos, va hasta Y el hombre contesta: Hay que
donde tiene atado el sulky, mete soplar.

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Cuando llegué a la calle, destapé
Mi madre me dijo: la vianda. Y miré.
Es hora de llevarle la comida al Y miré otra vez.
ciego. Y vi lo que el ciego no ve: el
Cuando tomé la curva y bajé al ojo amarillo, el ojo del huevo
camino, todavía me dijo: mirándome.
¡Si te la comes, ella no nos dará Y lo comí.
ropa, Stefanin!
Yo bajé hasta la casa de la Stefano le cuenta a Lina que en la
Madama y retiré la vianda: una tienda de rezagos hay un saxo, un
rebanada de pan y encima un instrumento para hacer música.
huevo. Le ha pedido al dueño que no
Ella también dijo: ¡No vayas a co- lo venda, él juntará dinero para
mértela!, pero no ruega porque no comprarlo.
es mi madre. Esa noche se lo cuenta a Pino. Y el
El camino hace varias curvas día de la carneada, en la euforia
y después toma la calle ancha. del trabajo, se lo dice a Vittorio.

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–¿Y para qué?, ¡si para cantar Doménica se ocupa de la grasa
Piamontesina bella no hace falta y de picar el cuero de cerdo para
eso! –contesta Vittorio. los chorizos. Los demás arman las
Pero por la tarde, mientras morcillas, ponen los huesos en sal
Stefano lava las tripas, se le acer- gruesa y lavan tripas y cacerolas.
ca y pregunta cómo se llama ese Junto a Vittorio, Stefano y Pino
instrumento que ha visto en la atan las ristras de chorizos.
tienda del turco Rasú. Después, –¿Así? –pregunta Stefano.
se hace llevar las tripas limpias –Así –dice Vittorio y, a su vez,
al galpón y comienza a embutir. pregunta:
Es una tarea delicada que Vittorio –¿Eso, Stefano, no será para mú-
no cede a nadie. Bastaría un poco sica de turco?
de aire entre la mezcla, para
desperdiciar el esfuerzo de todo Recuerdo que era otoño, una sies-
el año; por eso salar, embutir y ta de otoño, y que en la vidriera,
cortar los dados de tocino, son entre los trastos, vi una tuba...
cosas que solo hace él. Recuerdo que le pregunté: ¿Cómo

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tengo que hacer para que suene? allá a su mujer y a sus hijos, dice
Hay que soplar, me dijo el hombre que nunca pensó que demoraría
de la tienda. Y yo soplé. tanto en juntar el dinero para
traerlos; ya lleva veinte años de
Todos los meses baja al pueblo ausencia, los hijos han de ser
con miedo de que hayan vendido hombres, y él va para viejo.
el saxo. Llega, ata el caballo, cru- También Stefano habla. Cuando
za la plaza y va hasta la tienda. Y pasa la tormenta y está por irse,
espera junto a la puerta, hasta que el hombre toma el saxo y se lo
el hombre lo hace pasar. da. Que lo lleve igual, después lo
Él no sabe de qué vive ese hom- paga. Dice que nadie más que él
bre, nunca hay nadie, solo él que compraría ese trasto, que hace
va a mirar. Cierta vez, se desata años que lo tiene.
una tormenta y Stefano se queda
en la tienda toda la tarde. El hom- Lina me preguntó: ¿Y ese saco?
bre trae anís y beben, le cuenta Es de tu padre, le contesté.
que ha venido de Siria y que tiene Ella dijo: ¡Qué bien te queda!

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Y aunque yo sabía que me que- pantalón de lanilla con la cintura
daba grande, le hice que sí con la alta, los tiradores. Ve el saxo y ya
cabeza. no hace falta que Stefano diga
nada porque es el otro el que
El hombre de la tienda le cuenta a empieza a preguntar acerca del
Stefano que en Montenievas hay instrumento y luego cosas de él,
un músico de escuela, que se lla- de dónde es, cuánto hace que ha
ma Aldo Moretti, y que vive donde llegado a Montenievas.
termina la calle de la plaza.
Stefano no sabe qué le dirá, y tal Cansado de verme en la puerta,
vez no diga nada, solo preguntar me hacía pasar. Y yo entraba a
de dónde es él, de Italia sí, pero de la tienda, soplaba, y por el soplo
dónde, y si es verdad que enseña pasaba la música. Eso que habrá
música, y hablar un poco la lengua. durado un instante, ha atrave-
Moretti se queda mirándolo tras sado la memoria y ahora viene
los ligustros. Bien podría ser su a mí, Ema, a ti... Recuerdos que
abuelo: zapatillas de paño, el siguieron, como han seguido

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combatiendo el olvido mi madre, tanto de su pueblo que podría ir
el ruido del jarro raspando la tela, con los ojos cerrados.
el mar en los días horrorosos del
naufragio. Me preguntó: ¿Te irás?
Y yo contesté que sí.
–¿Cómo dijo que se llama? –pre- Ella dijo otra vez: Esta es la tierra
guntó Aldo Moretti. de tu padre.
–Stefano, señor. Y se dio vuelta para que no la viera
–Pase. llorar
Él pasa y da con una mujercita Después, no sé cuánto tiempo pa-
que tiene el pelo blanco. Moretti samos, Ema, los dos, en silencio,
dice: hasta que ella dijo:
–Este muchacho es de Airasca, Está bien, te irás si quieres, pero el
María. año próximo.
–¡De Airasca!
–Sí, señora. ¿Usted conoce? –¿Conocés Giavenno? –preguntó
–No, pero Aldo me ha hablado Moretti.

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–Mi madre lo nombraba... El Después mira a su marido. Él
seminario, la iglesia, pero no cuenta que lo sacaron en peni-
conozco. tencia a las galerías una noche y
–Fue en Giavenno donde aprendí se durmió sobre el suelo helado;
a leer música... Y a vos, ¿quién te que tuvo un ataque de reuma, el
enseñó? primero, y su madre comprendió
–No he aprendido, no sé nada que el seminario no era para él.
–dice Stefano, y se ruboriza. Ella regresa a la cocina.
–Fue el preboste de Giavenno el –¿Qué instrumento toca? –pre-
que me enseñó. ¿Ves la espalda gunta Stefano.
encorvada? ¡Gracias a esto me –Lo que se aprende en la iglesia.
salvé de ser cura! Aldo habla y mira hacia la cocina.
Stefano ríe. La mujer se le acerca Luego agrega por lo bajo:
y dice: –Es como con las mujeres. Hay
–Debieras venir seguido por acá, que conocer a varias para elegir.
hace años que no veo a Aldo con- Stefano ríe otra vez. Disfruta del
versar tanto. correr de la tarde, junto a este

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hombre cálido. Después le pre- Scrivimi, non lasciarme più in
gunta qué instrumento eligió. pena...
–El mandolín –dice Moretti.
Y Stefano recuerda a Gina, a Ugo
Lina me preguntó: ¿Cómo se lla- que seguía con la acordeona al de
ma eso que has comprado? la mandolina con la misma fe con
Y yo se lo dije. que él escucha ahora a Aldo.
Como después no dijo nada, le
pregunté: ... na frase un rigo appena
¿Has visto qué lindo es? calmeranno il mio dolor.
Pero ella siguió sin decir nada.
Scrivimi, sarà forse l’addio
Moretti se levanta y regresa con che vuoi dare al cuor mio.
el mandolín. La mujer dice que Scrivimi se felice sei tu.
Stefano debe quedarse a cenar,
que sí, coniglio, solo eso, no es Tu non scrivi e non torni,
molestia. Aldo canta: tu sei fatta di gelo,

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così passano i giorni Y repite mi nombre: Stefanin,
senza amore per me... Stefanin, como cuando era un niño.
Pregunta si soy feliz y yo no sé qué
Stefano aprende los tonos y se decir.
le va la tarde. Cuando oscurece
le dice a Moretti que no quisiera, Stefano vuelve a lo de Moretti, a
pero debe irse, y que ese es el pri- sacar la nota, una octava más alta
mer día feliz que pasa en América. ragazzo, que el otro hace vibrar
con la púa, piano Stefano, piano
Son sus ojos que por la noche pianíssimo.
vuelven y preguntan. Con el sonido del mandolín, alle-
Sus ojos, Ema, y su pollera negra. gro adesso, vuelven la casa suya,
Yo nunca sé qué decirle. el mundo.
Me pregunta: ¿Por qué te fuiste? Y el viejo se convierte en los
Y yo no sé qué decir. amigos que ha perdido, en el
Extiende la mano y en el sueño la padre que ha perdido, en el her-
mano no llega hasta mí. mano que no tuvo.

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Pero las cartas están echadas. Tres
Se irá, così figlio mío, se irá.
A veces pienso que no es verdad
lo que ha pasado; que de todo lo Lo atraen esas mujeres con el
que ha pasado, nada es verdad. pelo teñido que ríen en los ca-
Que sos vos la que decía: No te rromatos y andan con las piernas
vayás. desnudas. Detrás del corralón, los
Que sos vos, Ema, y no mi madre. hombres del circo Los Hermanos
Otras veces pienso que el deseo Juárez levantan la carpa; ya lim-
de venir a América, mi madre, tu piaron el baldío y ahora, a los
madre, el viaje a Montenievas y gritos, tiran de los tientos. Mucha
ese circo donde estuve, han exis- gente ha ido a verlos: animales
tido solo para que te encontrara... traídos de lejos, niños vestidos
Y a veces pienso que todo lo que con ropas coloridas, personas
pienso es la misma cosa. que hablan de manera extraña.
Una mujer cocina, sobre un bra-
sero, un guiso que huele bien y,

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un poco más lejos, dos hombres No son las canciones que le
asan un cordero. enseñaba Aldo, son La Dolores,
Stefano ayuda a armar las gradas. Pipistrella, Madama da la finestra,
Después se hace de noche y ca- Pippo non lo sá, canciones alegres
mina hasta el sulky, pero pasa de que hablan de mujeres que trai-
largo la plaza y se deja llevar hasta cionan y de hombres que se han
la casa de Moretti. Aldo saca vino, puesto en ridículo.
anchoas, salame; luego prueban Ensayan hasta la madrugada.
los tonos con el mandolín y tocan Entonces, sí, Stefano se marcha.
variantes, versiones mejoradas de
las canciones que Stefano escu- Le pregunté: ¿Viste lo que me
chó por la tarde. dieron?
Stefano canta: Lina hizo que sí con la cabeza.
Después dijo: ¿Para qué querés
Si vas a Calatayud, pregunta por eso, acá, en el campo?
la Dolores... Yo me encogí de hombros. Y ella
se fue.

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Yo la seguí unos pasos, la tomé del puesto, en un recipiente calzado
brazo y la volví hacia mí. con hielo y sal gruesa, una cre-
Estábamos detrás de la huerta y ma que huele a vainilla. El viejo
nadie podía vernos. Le vi la cara Lucca fue domador, pero ahora,
mojada, y la besé. a causa de la artrosis, le dejó el
Después le pregunté: ¿Por qué lugar a su hijo. Lucca es un hom-
llorás? bre gruñón, que habla el dialecto
Y ella dijo: Es por eso que com- de los vénetos. Stefano ve cómo
praste. Te alejará de mí. gira la manivela y la crema per-
fumada con vainilla se convierte
Regresa el sábado a donde está en un helado que hace rechinar
el circo; esta vez lleva el saxo y los dientes.
toca, a un paso de la boletería, la Una mujer se acerca a Stefano
música que ensayó. y le pregunta dónde aprendió a
Bajo la carpa, a la entrada, un tocar. Es extraña y, por momentos,
viejo vende helados que hace hermosa, a pesar de los dientes
en un armatoste de metal. Ha grandes, la cara llena de pecas y

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el cuerpo quizá demasiado flaco. –¡No te enojés, tesoro! –dice ella,
Es tanto el interés que pone, que y le pide a Stefano que vuelva a
Stefano acaba tocando para ella tocar Desde el alma.
todo lo que sabe, canciones de Stefano vuelve a tocar, se cruza
aquí y allá que se le han ido que- de un motivo a otro, de un tema
dando en la memoria. a otro, para mostrar todo lo que
Alrededor se ha formado un coro, sabe. El hombre hace gestos de
una rueda alegre que envuelve aprobación; dice:
a Stefano y a la mujer. La mujer –No está mal lo que toca el
silba las canciones, como si fuera gringuito...
un hombre; de pronto, grita: Ella le grita:
–¡Camilo! –¿Te gustaría que se quedara con
Y el dueño del circo, un hombrón nosotros?
que tiene un cigarro calzado entre Pero Camilo ya se ha ido hacia el
los dientes, se acerca. Le dice: otro lado de la carpa.
–En toda la tarde no has hecho Stefano toca todavía un rato
nada. Solo escuchar al muchacho. más, hasta la hora de la

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función, y luego se mete a ver el está eufórico y todos le agradecen
espectáculo. a Stefano que se haya hecho ami-
go de esa gente, todos menos Lina.
Le pregunté: ¿Por qué llorás? Vuelve un sábado y otro al cir-
Y ella dijo: No lo sé. co, hasta que la mujer de pelo
Sí que lo sabés, dije yo. colorado le dice que esa es la
Y ella contestó: última semana que pasarán en
Es por el saxo... No es algo que Montenievas. Dice, también, que
sirva, aquí, en el campo. en la orquesta hace falta alguien
como él y que, si quiere, puede
Termina, los sábados, de trabajar, irse con ellos.
se baña, ata el caballo al sulky y
va al circo. Una vez, incluso, va con Por la noche, en los sueños, toda-
Lina, Luisella, Imelda, Pino, Vittorio vía mi madre pregunta: ¿Por qué
y Doménica, y la mujer de pelo co- te fuiste?
lorado arregla las cosas para que Pregunta por qué te fuiste y yo no
no paguen entrada. El tío Vittorio sé qué decirle.

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Pregunta si soy feliz y yo no sé qué –Tal vez pueda juntar dinero y
decirle. regresar a buscarla –dice.

Lo primero que hace es hablar con Yo, Ema, hubiera querido traer a
Pino. Pino no parece sorprender- mi madre, tenerla conmigo, pero
se, dice que también él ha pensa- ella no quiso...
do alguna vez en irse, pero que ha Estaba... como atada a la tierra.
comprendido que en ningún lugar Yo era joven y no comprendía.
estará como en la casa de su tío. Ahora comprendo...
Después pregunta: Ahora que he dejado de andar,
–¿Y Lina? ¿Qué harás con ella? ahora que me he quedado
Stefano no se siente capaz de quieto...
prometer nada, ni a Lina ni a na-
die: eso es tal vez lo más difícil. Ha dejado la decisión para último
Dice que lo único que sabe es que momento y, el domingo por la tar-
debe irse, que hablará con ella y de, va a hablar con Vittorio.
entenderá. Vittorio grita, se enfurece, no

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comprende la razón, el capricho visto mirar de esa manera a su
de irse con esa gente que vive hija otras veces, dice:
de no hacer nada, que no tiene –Si te va bien, podés venir a
ganas de trabajar. Cuando se buscarla.
calma, le pide a Stefano que se Ella pregunta: ¿Te irás?
siente, manda a llamar a Pino y Yo no sé qué decir.
a los peones y pide a las mujeres Vuelve en los sueños y pregunta:
que sirvan vino, tumín, salame, ¿Te irás?
puruná. Y yo, Ema, no sé qué decirle.
–¡Doménica! –grita–. ¡Stefano Solo sé que hubiera querido traer-
se va de músico! ¡Vamos a la conmigo.
despedirlo!
Lina y Luisella traen jarras con La última tarde que comparte con
vino y ristras de salame. Lina ellos, Stefano le cuenta a Moretti
mira a Stefano. Él baja la cabeza; y a su mujer las injusticias que
pero cada vez que ella va hacia la cometió Vittorio desde el primer
cocina, la mira. Vittorio, que lo ha día. Ellos son los únicos que le han

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dicho que hace bien en irse, en
buscar otras oportunidades. Es su voz que por la noche vuelve.
–El pan del patrón, Stefano, tiene Vuelve, Ema, y pregunta si soy
siete cáscaras –dice Moretti. feliz.
–¡Es lo que decía mi madre! En el sueño, su mano no llega
Siete cáscaras y la mejor está hasta mí, pero su boca dice:
quemada... ¿Por qué te fuiste?
Pero Stefano no termina de curar Ahora que tendremos un hijo, ella
su resentimiento con Pino, con vuelve y pregunta por qué.
Vittorio.
María ha cocinado polenta con Stefano, preocupado por la falta
salsa, crema y chorizos. Él recuer- de noticias, le escribe a la madre
da la polenta que comía con su de Pino para que averigüe lo que
madre, aquella dura como un pan. le pasa a su madre y espera an-
Qué comerá su madre ahora, con sioso una respuesta.
quién comerá. Hace ya tres cartas La carta de Gemma dice que
que no tiene respuesta. Agnese estuvo enferma y que

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todavía se encuentra un poco
débil. Dice también que Stefano Me preguntó: ¿Por qué llorás?
no debe preocuparse, porque los Y yo dije: No lo sé.
vecinos la cuidan y, ahora que el Sí que lo sabés, dijo.
prete la llevó a vivir a la casa pa-
rroquial, no le falta la comida. Aldo va a la despensa y regresa
Stefano piensa que su madre ha- con una botella. La descorcha
brá estado verdaderamente mal y deja caer, desde lo alto, el vino
para que el cura se la haya llevado. grueso. El vino espuma ligera-
Solo cuando ella le escriba, sabrá mente en los vasos. Luego, las
la verdad. Le encargó a Pino que burbujas se disuelven.
vaya al correo todos los meses y –Si la espuma se va –dice–, el
pregunte si hay carta para él. Por vino es bueno. Este es de nuestra
su parte, pondrá un telegrama primera cosecha en América.
cuando lleguen, con el circo, al Todavía quedan algunas botellas.
pueblo que sea, para que siempre A los postres, mojan en el barbera
sepa dónde está. los biscotti. Luego María recuerda

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que le quedan unas castañas en pasará a saludarlos antes de irse.
almíbar y corre a sacarlas del María dice, cuando Stefano ya
aparador. está en la calle:
Stefano y Aldo cantan, hasta –Sería injusto pedirte que te
pasada la medianoche, todo lo quedes...
que saben, pero vuelven siempre Y él regresa hasta donde han
a aquella canción que Stefano quedado los dos y los abraza.
aprendió, la primera de todas, la Sabe que no tendrá fuerzas para
tarde que se conocieron. regresar a despedirse.

Scrivimi, sará forse l’addio En el sueño, yo gritaba su nombre.


che vuoi dare al cuor mio. ¡Agnese! ¡Agnese!
Scrivimi se felice sei tu. Y corría hacia ella.
Le pedía que viniera conmigo, y
Stefano se despide, como si fuera agitaba la gorra.
esa una más de las tantas noches Pero ella levantaba la mano, allá
compartidas, pero promete que lejos, y se iba.

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promete despedirse en la maña-
Vittorio le dice a Stefano que no se na. Eso, nada más.
vaya caminando hasta el pueblo,
que ensille el caballo viejo y lo Lina dijo: No.
deje en la plaza. ¿Por qué no?, le pregunté.
Las mujeres se han ido a dormir, Porque no.
no se oyen ruidos en la cocina. Si Lina no hubiera dicho que no,
Solo han quedado los tres hom- tal vez nosotros no nos hubiéra-
bres, despiertos, en la casa, y mos conocido, Ema...
está avanzada la noche cuando se
despiden: una despedida un poco No se despedirá de nadie, ni de
brusca, aunque al abrazarse, tam- Lina. No pudo dormir en toda la
bién a Pino se le quiebra la voz. noche, toda la noche escuchan-
Después, Stefano sale a la galería do el chillido de las lechuzas. A
y ve a Lina, que se las ingenió para las tres, antes que se levanten a
estar ahí esperándolo. No habla, ordeñar, busca el caballo y se va.
solamente lo mira. Él sí habla: Al pasar frente a la casa, ve a

122 123
Lina, bajo la galería, con una Verás que también mi padre
manta sobre el camisón. Stefano cambia.
se acerca y, a un paso de ella, se Pero nada cambió y yo me fui.
detiene; bajaría a abrazarla, pero
tiene miedo de quedarse. Tiene, Trabaja en la orquesta, tocando
también, vergüenza de prome- los solos en los números de
terle nada. Ella se queda mirán- acrobacia, un momento antes
dolo, y él tampoco dice nada. que los trapecistas se larguen de
Se vuelve a mirarla, hasta que las hamacas y queden suspendi-
sale al camino, y todas las ve- dos en el aire. Camilo ha puesto
ces que se vuelve, ella está ahí, a Stefano en el carretón de los
mirándolo. payasos, que tiene una cama
desocupada. Con un lugar donde
También Lina me pidió que no me dormir, y qué comer, lo que gane
fuera, Ema. le quedará limpio.
Pero yo igual me fui. En el trapecio trabaja la mujer
Dijo: Verás cómo todo cambia. de pelo colorado. Se llama Tersa,

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Tersa Williams, y, ahora lo sabe,
toca la armónica. Se encarama Había venido con su madre desde
por las noches al trapecio, se Gales, desde un pueblo que se
cuelga cabeza abajo y hace llama Cardigan.
sonar la armónica. A Stefano le Pasó con el circo y yo fui tras ella, sin
asombran las costumbres de esta pensar... sin saber que ese camino
gente, lo que comen, la ropa que me llevaba, también, hasta tu casa.
usan, el modo en que hablan; A veces pienso que es el recuerdo
gente venida de todas partes el que le da tanta importancia a
que se ha ido sumando al circo. las cosas...
Uno de los payasos es húngaro, La nombro porque es invierno y
son de Lignano el domador y el estamos los dos aquí, Ema, junto
viejo Lucca, y la contorsionista a la estufa...
es brasileña. Pero de todo esto, ... y porque sé que a vos puedo
Stefano solo recordará a Rosso y contártelo todo, hasta lo que me
a la que ahora toca la armónica, pasó con esa mujer que se llama-
balanceándose sobre el trapecio. ba Tersa...

126 127
No se le ha olvidado el olor del
Desde la puerta de la casilla don- perfume que tenía, un olor como
de duerme, la vio despedir a un de mandarinas.
hombre. La oscuridad no lo deja
ver quién es, pero ella tiene una Yo le preguntaba: ¿Cuándo?
bata azul y un cigarrillo en la boca. Y Tersa me decía: Cuando seas
Stefano la ve una vez. Y después grande, tesoro.
la ve otras veces. No todas las Me daba vergüenza que me dijera
noches es Camilo el que la visita, eso...
ha salido de ahí también Nerón,
el marido de la contorsionista, Piensa en ella todo el tiempo: le
que hace lucha libre en los molesta la risa que tiene, y no le
intermedios. gustan las pecas, ni los dientes un
Un día, antes de la función, ella le poco demasiado grandes, pero a
pregunta: pesar de eso, se acostaría con ella.
–¿Te gustaría saber qué hago en No es verdad que la espiara,
la casilla? pero desde que le preguntó si le

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gustaría saber lo que hace en la Me había pedido que no mirara
casilla, Stefano empezó a mirarla. hacia atrás, pero me volví una vez,
Una noche lo ve el encargado de antes de doblar, y levanté la mano.
la boletería: se llama Bratti y tie- Solo cuando estuve seguro de que
ne una mujer que se deja clavar había quedado fuera de sus ojos,
cuchillos y cortar la cabeza en me sequé las lágrimas.
todas las funciones. Al día si-
guiente, cuando se cruzan, Bratti
le pregunta:
–¿Te gusta la colorada?

Lo último que me dijo mi madre


fue:
Si un día pasas por Rosario, buscá
a mi amiga Chiara.
Búscala. Averiguá si está viva.
Después, yo bajé al camino.

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Cuatro Le pregunté: ¿Cuánto cuesta?
Y Tersa me dijo: Lo que no tenés.
–¿Lo hiciste alguna vez? –le
Junto a la cama hay una mesa preguntó.
pequeña y encima, una fotografía. Stefano dijo que sí. Ella no le
Stefano mira en la foto a una niña creyó; le sacó los zapatos, le abrió
que tiene en los brazos una mu- la camisa, la bragueta... Y todo el
ñeca de trapo. La mujer pregunta: tiempo le dijo: Se hace así... así...
–¿Algo fuerte? –Vas muy rápido –le reprocha
Y sin esperar respuesta, enjuaga después.
una copa y echa en ella una media
de cognac. Después dice: Tersa tiene veintiocho años.
–¿Cómo has venido a dar aquí? Su madre y ella vinieron desde
Y Stefano habla de Airasca, del Gales hasta Gaiman, a trabajar
viaje al puerto, de los días del en la granja de unos parientes
naufragio, de la vida en el campo. lejanos. Y se quedaron ahí, hasta
que pasó el circo de Juárez.

132 133
–¡Hubiera sido una señora Luego la vi encabezando el cortejo,
que hace dulces! –dice y ríe con sus hermanas del brazo. Yo iba
brutalmente. detrás de ella. Dos niños que lleva-
Después se levanta y le pide a ban, como ella, crespones negros,
Stefano que no mire. Apenas más le tomaron la falda. Ella se soltó
allá de la cama, están el lavatorio del brazo de Imelda, se agachó
y la jarra; Stefano escucha el ruido un poco vuelta hacia mí y antes de
del agua en el latón y luego la jarra levantarse me miró, y yo vi que los
que asienta en el suelo y el sonido ojos, esos no, no habían cambiado.
de las manos haciendo espuma. Recibí el telegrama de Pino y tomé
el tren. Al verla pensé que era yo el
Volví a ver a Lina cuando murió que estaba destinado a ella, y que
Vittorio. Había engordado y estaba ese hombrón era demasiado torpe
como si hubieran pasado más para ser su marido.
años de los que en verdad pasaron.
Apenas si me saludó, se metió –¿Y qué pasó con el circo? –pre-
entre la gente y buscó a su marido. gunta Stefano.

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–Pasó que mi madre se enamoró Ahora que estoy aquí, a tu lado,
del padre de Camilo, y dejó todo Ema, y te veo encender el fuego,
para irse con él. el pasado regresa como si nunca
Dice esto y enciende un cigarri- se hubiera ido.
llo. Después se sienta a su lado, Vuelve esta memoria que no acaba...
y le cuenta que Juárez por ese Vuelve como el agua, y te moja, y
tiempo ya estaba casado. Era un me moja...
viejo puerco, dice, que se burló
de mi madre: le prometió que Beben los dos, desnudos sobre
nos respetarían, pero nadie nos la cama. Tersa tiene el pubis
respetó; la gente no hizo más que también colorado y una mancha
odiarnos. Mi madre acabó por oscura cerca del ombligo.
enfermarse, y murió. Y yo aprendí –¿Y Camilo? –se anima a pregun-
a hacer esto que hago, a colgar- tar Stefano.
me del aire. –Nos hemos criado juntos, como
–¿Querés otro cognac? hermanos casi, como hermanos
que se odian.

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–Pero... La miraban desde abajo y le sil-
–A veces lo dejo meterse en mi baban, y ella también los miraba
cama. A veces, cuando tengo para hacerme sufrir...
ganas. Pero llegaba la noche y me llama-
Después Stefano pregunta por ba, Ema, decía algo, una palabra,
qué se quedó en el circo. y yo iba a la casilla.
–Por el gusto de hacerles daño Tenía un olor como de mandari-
–dice ella. nas... Las mujeres de pelo colora-
Dice esto y se levanta. Saca la do huelen así...
escupidera y la lleva al otro ex-
tremo de la casilla. Él escucha el Por la noche juega a los dados
chorro que cae y después, otra con los dos que viven con él.
vez, el ruido del agua en la pa- Son hermanos y han venido hace
langana. Cuando regresa, tiene muchos años, desde Calabria.
puesta la bata azul, y dice: Uno de ellos se enamoró de una
–Andate. Va a amanecer. acróbata y se metió en el circo.
Ese es Pippo, el más despierto

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de los dos. Un año después se pequeña familia que ha armado
les unió Mimmo, que era soltero con los dos.
y no tenía trabajo, y se quedaron A veces, por la noche, Tersa lo
en el circo, incluso después que llama y él va con ella y le hace el
murió la mujer de Pippo. La mujer amor. Ella dice:
se largó una noche del trapecio –¡Cuánto aprendiste! –y ríe.
y no alcanzó la hamaca. Algunos, Tersa silbaba. Yo la oía entre los
no ellos, le dijeron a Stefano que ruidos de la noche.
se suicidó, que los dos la querían Decía por lo bajo: ¡Pst! ¡Stefano!
y que ella se suicidó. Se llamaba ¡Vení!
Aída, dicen, y le muestran una Y yo entraba a la casilla.
foto de Aída y un puñado de aba-
lorios. Están contentos de tenerlo Tersa trepa al mástil que sostiene
a Stefano con ellos, y lo cuidan, la carpa y toma la hamaca que le
le piden que no se enamore de larga Nerón. Después se columpia
la colorada porque le hará daño. hasta lanzarse al aire y tomar la
También Stefano disfruta de la cuerda que, otra vez, le tiran. En

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ese momento, cuando ella se ha- lo que me había dicho mi madre.
maca, antes de lanzarse al vacío, Después sí, cuando ella murió,
Stefano toca el saxo. La orquesta me acordé de su amiga Chiara y
hace una entrada y después toca empecé a buscarla...
solamente él. Luego no hay más ... Pero solo recordaba su nombre:
que el silencio, y ella que hace Chiara Martino.
equilibrio sobre la soga, se cuelga ... Con solo el nombre, cómo iba
cabeza abajo y toca la armónica. a encontrarla, Ema, en una ciudad
Stefano todavía no pudo acos- tan grande...
tumbrarse. Espera sin aliento que Tres, cuatro semanas, es lo que se
ella le silbe para hacer con el saxo demoran en cada pueblo, pero en
ese solo, mientras todos aplau- las ciudades pasan más tiempo,
den. Entonces, la ve bajar por el hacen incluso amigos, una vida
mástil, hasta los brazos de Nerón. fuera del circo. Hasta los niños, los
hijos de Camilo y el de la contor-
Una vez pasamos, con el circo, por sionista, van a la escuela durante
Rosario, pero yo no me acordé de esos meses.
Hace dos años que Stefano está el fotógrafo. Toma a una mu-
está en el circo. Una mañana de jer y al marido, que apenas si le
lunes, sale con Tersa a conocer llega al hombro. La mujer tiene un
Tucumán. Les gusta ese sitio, vestido claro, de talle bajo, que le
a pesar del verano húmedo y de roza los tobillos. Stefano piensa
las moscas. En la plaza, en una que ellos, con la diferencia de
confitería que tiene barandas de edad que los separa, no parecen
madera blanca, toman refresco. menos ridículos que la que se
Él se hace lustrar los botines. saca la foto y su marido.
Después cruzan la plaza y van a la
iglesia. Alguien, una mujer, le dice Desde que dejé el campo y fui
a Tersa que no se puede entrar tras ella, no hizo otra cosa que
con la cabeza descubierta, y ella burlarse.
saca de la cartera un pañuelito y ¿Cómo has venido a dar aquí?,
se lo pone. decía, ¿si no sos más que un niño?
Junto a la fuente, mirando por la Pero cuando mi madre murió,
cámara que asienta en un trípode, Tersa caminó por las bardas

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hasta encontrarme y me llevó de fuera a lanzarse sobre el que está
regreso a casa. a su lado, sometido bajo el peso
de su brazo.
Los pantalones y el saco, que le
va un poco apretado, son de un Ahora que somos dos...
hombre. La mirada ha adquirido Ahora que te veo andar por la
firmeza y compensa con creces la casa, haciendo las cosas de los
modestia de la ropa que lleva. Sin dos... y la memoria, esta memo-
embargo, es todavía un mucha- ria, me golpea... sé que todo su-
cho de dieciocho años que tiene la cedió para que te lo contara, Ema.
cara, quizá, demasiado triste.
Ella le ha pasado el brazo sobre –Quedarnos, ¿dónde?
el hombro. Hay más ternura en la –Aquí –dijo Stefano.
mano que se abandona, que en la –Quedarnos, ¿a qué? –insistió
mirada. A pesar de la quietud de ella.
la foto, Tersa tiene en los ojos un Stefano piensa que podría encon-
movimiento, una tensión, como si trar trabajo en la banda municipal:

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tal vez necesiten un instrumento –¿Por qué golpeaste a mi pepona?
de viento. En una pensión, los dos Es la primera vez que Stefano
podrían arreglárselas bien... ve llorar a Tersa. Se le acerca y
Ella dice: la acaricia, hasta que los dos se
–¡Pero si no sos más que un calman. Entonces, ella cuenta lo
niño...! que el viejo Juárez le hacía a su
Stefano ha soportado que se madre. Rompió las fotos que te-
acueste con Camilo y con Bratti, níamos, dice, destrozó mi muñe-
que lo llame cuando ella quiera, ca de trapo, lo poco que trajimos
pero esto no. Nunca se ha descon- de Gales, para que no nos queda-
trolado así: le echa, en la cara, el ra ni la sombra. Por gusto nomás,
agua de la jarra, y de un manotazo, para hacernos daño. Después,
arroja al suelo lo que hay en la me- le vuelve a los ojos un hielo, va
sita. La fotografía de la niña con su hasta la puerta, y dice:
muñeca cae y el vidrio se quiebra. –Ahora, andate y no vuelvas más.
Ella recoge la foto, también la foto Una noche, en Chacharramendi,
se ha mojado, y dice: escucharon unos golpes en la

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puerta y alguien dijo que busca- manta y la echa sobre los hom-
ban a Stefano Pronello. bros de Stefano.
Aunque estaba avanzado se- Cuando llegan al pueblo, está
tiembre, hacía frío, y las gentes amaneciendo. Es un pequeño
se habían metido en sus casas. El pueblo en el Sur, la gente vive ahí
policía dijo a Stefano que le traía como se vive en cualquier sitio:
un radiograma, proveniente de no hay en él nada que merezca
Montenievas. la pena, solo hombres y mujeres,
Solo recuerda la voz de ese como otros; pero Stefano lo re-
hombre que le da la noticia. Y cordará siempre, porque es ahí
se ve caminando en la noche donde lo ha alcanzado la muerte
helada, desde el guadal a los de su madre.
rastrojos, entre los cuises que Pippo dice que hará café y le pide
carcomen las bardas, hasta que a Tersa que se quede con ellos.
lo encuentran. –¡Ni siquiera me he vestido!
Desde el camino, Pippo y Tersa lo –dice ella.
llaman; ella se acerca, se quita la

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Yo le pedía, Ema, que viniera cigarrillo y se lo ofrece a Stefano.
conmigo, le decía que aquí, en El recuerdo de Agnese está en el
América, estaríamos bien. hijo, en ese silencio que no com-
Pero ella no quiso venir. parte con nadie.
Decía: Nadie ha regresado para Es ahí, en el bar de la estación, en
contar. Santa Rosa de la Pampa, mientras
Aquella noche, yo jugaba, con Pippo, espera el tren en el que viaja Pino,
a las cartas y escuché mi nombre. cuando Stefano descubre que la
Alguien vino y me preguntó si yo presencia de Tersa le molesta,
era el que soy, y entonces dijo que que no la desea, que no tiene ga-
mi madre había muerto. nas de contarle nada.
Y yo grité, como ella gritaba: El tren llega y el amigo baja,
¡Maledetto Cristoforo Colombo algo más cansado el paso. Se
que descubrió la América! alojan los tres en un hotel, frente
a la estación. Ella los deja, dice
Esperan a Pino en el bar de la que se va a caminar por la ciu-
estación. Tersa pide al mozo un dad, y los amigos hablan, en el

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comedor, hasta la noche. Stefano buena cosecha; lo demás sigue
quiere saber de su madre, cómo igual, salvo por Lina que se casó.
fueron los últimos días, pero Pino El mozo trae las copas y una
no sabe otra cosa que lo que ya le botella de vino y lo que Stefano
contó, y todo lo que sabe está en estuvo a punto de decir, cae en
esa carta que le envió su madre y el vacío. Tersa pasa a saludarlos;
que, ahora, le trae a Stefano. La dice que esperará a Stefano en la
carta solo dice que Agnese murió habitación, que será mejor. Y sube
el ocho de junio, en la casa parro- las escaleras.
quial; que murió, dice el cura, con –¿Qué hacés con una mujer así?
los auxilios de Dios. –pregunta Pino.
Después, se han quedado los dos –¿Qué más da una u otra?
en silencio. Al final de la tarde, Pino se levanta. Cuando regresa,
mirando tercamente al suelo, dice:
Stefano pregunta cómo está el –Si querés saber más de Lina,
campo, cómo están todos. Pino ahora que tu mujer no está...
dice que bien, que han tenido Pero Stefano contesta que no, no

154 155
necesita saber nada. Después, Y ella dijo: Esta vez sí.
cuando han bebido otra copa,
agrega: Al día siguiente, en el tren que
–No es mi mujer. Es... una puta los lleva a Chacharramendi,
que tengo. Stefano le dice a Tersa que
Pino ríe, ríe como antes. Y dice: dejará el circo. Solo regresa a
–Eso me pareció cuando la vi... armar sus cosas. Ella no com-
pero la tratás como si fuera tu prende qué le pasa. Ir a dónde,
mujer. pregunta, a morirse de hambre
en algún pueblo.
Tersa dijo que no. –¡Me pediste que te perdonara y
¿Por qué no?, le pregunté. ahora te querés ir! –dice ella.
¡No sos más que un chico!, dice. Stefano no contesta. Ha llovido y
Yo no digo nada. Solo escucho lo el campo está verde. En el aire de
que me dice, y el ruido de la lluvia vidrio de la tarde, vuelven los dos
sobre el techo de la casilla. a Chacharramendi.
¿Puedo quedarme?, le pregunté.

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Había en el mundo un camino que a vivir a Tucumán, pero él dice
llevaba hasta tu casa. que ya no quiere, que no tiene
Pero yo no sabía cuál era. deseos de ir con ella a ninguna
Cómo iba a encontrarte, Ema, en parte. Aunque no han vuelto a
un mundo tan grande, si yo no hablar de la partida de Stefano y
sabía ni siquiera tu nombre. él le hace, todavía, a veces, con
–Sentate aquí, a mi lado –dice desesperación, el amor, ella em-
Tersa. pieza a aceptar que él se vaya,
Stefano la ve lavarse la cabeza, el que la deje.
jabón haciendo espuma. Después Alguna vez, Stefano había pensa-
ella se echa agua hasta que sale do en Tucumán como una ciudad
limpia, retuerce el pelo y se lo en- donde quedarse, donde olvidar
vuelve; junto al blanco de la toalla, ese ir sin nada de un lugar a otro.
el pelo se le ve más rojo. Se lo había pedido a Tersa, le ha-
Tersa ha dejado de recibir a bía rogado, con la esperanza de
Bratti y a Camilo; incluso le que entendiera, y ella, en cambio,
ofreció a Stefano que se vayan se había burlado de él.

158 159
Ahora recordaba todo eso, sin que soy el hijo de Agnese.
comprender qué le había suce- También debo decirle que mi ma-
dido, como si aquello le hubiera dre ha muerto.
pasado a otro que se llamaba, Ella me preguntó: ¿Sabés dónde
como él, Stefano. vive?
Hacía de esto dos años. Después Solo recuerdo el nombre de la
habían dejado esa ciudad, y calle, le dije.
viajaron durante meses, siempre
hacia el sur, deteniéndose en Fue con Tersa a ver a Pino, a en-
cada pueblo tres, cuatro sema- contrarse con él en Santa Rosa,
nas, hasta que lo alcanzó, en y entonces comprendió que no
Chacharramendi, la noticia de la encontraría en el mundo rastro
muerte de su madre. alguno de su madre, que no que-
Tersa me preguntó: ¿Tenés dónde daba en la tierra otro testimonio
estar? de su paso, más que lo que él lle-
No lo sé, le dije. Buscaré primero vaba adentro de sí. Fue ahí, frente
a la amiga de mi madre. Le diré al amigo que hacía preguntas,

160 161
cuando supo que dejaría a Tersa. ladrillo tras ladrillo, una casa.
Durante los días que siguieron, Pero estaba solo, Lina se había
Stefano volvió a ver en ella, a ve- casado, y no existían ya razones
ces, a la mujer que había deseado. para regresar al campo.
Lo demás era el recuerdo de su Y no regresó, ni cuando recibió el
madre y la culpa de haberse ido telegrama de Pino que decía que
lejos, de haberla dejado sola: una Aldo Moretti había muerto de un
mujer en el camino con la mano en ataque al corazón, y que lo ente-
alto, pidiéndole que se quedara. rraron la tarde que él llegó.
Hubiera deseado regresar a
Montenievas. Allí, pensaba, ha- Me escondí para llorar y toqué
bría vivido, por lo menos, en algo otra vez esa canción que Aldo me
parecido a una casa. Esa familia, había enseñado.
esa muchacha que había dejado Sarà forse l’addio... para seguir
atrás, eran como él, hombres y viviendo, porque para vivir, Ema,
mujeres llegados de lejos que hay que aprender a dejar atrás el
habían hecho, en la llanura, pasado.

162 163
Desde aquella mañana en que salí
de mi casa, no había hecho otra Fue al abrazarla, el cuerpo del-
cosa que andar... Pero fue ese día, gado entre sus brazos fuertes,
en Chacharramendi, cuando me cuando Stefano pensó que tam-
dije: Para atrás no vuelvo. bién Tersa había sufrido y que
estaba sola, como él. Y a ella le
Ella lo acompañó a tomar el tren. pareció que ese que la abrazaba
Tenía puesto un sombrero negro y ya no era un muchacho; que
zapatos de tacos y a Stefano vol- era un hombre el que se iba en
vió a parecerle, como alguna vez el tren, desde la estación de
antes, una mujer hermosa. General Acha hasta Rosario.
–¿Estás bien? –preguntó Stefano, Después subieron al vagón y
ya sobre el andén. hablaron, hasta que la máquina
Ella dijo que sí. Después se sacó comenzó a moverse. Cuando el
los guantes y le acomodó cuida- tren se iba, ella gritó, todavía:
dosamente el saco; le sentaba –Si no la encontrás...
bien ese sombrero negro. No dijo más. Levantó la mano

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y luego le dio la espalda y ahí noche y pasaron ofreciendo los
se quedó, sin mirarlo, hasta que servicios del coche comedor.
se fue. Más tarde, en el vagón ya a os-
curas, Stefano sacó del bolsillo
Yo quise abrir el paquete, pero la armónica que Tersa le había
Tersa dijo: dado en el andén y se puso a
Ahora no, cuando te vayas. tocar.
¿Chocolates?, le pregunté.
Sí, dijo, para que comas en el Lo demás ya lo sabés, Ema, por-
viaje. que lo hemos vivido juntos.
Don José me dijo que preguntara
Él la miró desde la ventanilla: el en la casa de la puerta verde.
cuerpo menudo bajo el abrigo. Y yo golpeé la puerta y abriste vos.
Después, todavía adivinó la lla- ...Tenías el pelo tomado con
marada de pelo bajo el sombrero unas presillas y un vestido con
y dejó que le hiciera piruetas en margaritas...
la cabeza, hasta que se hizo de

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Stefano tiene veinte años, pero decidida, le ha tomado cariño y
está cansado, como si fuera un a veces lo invita a comer con su
hombre de cuarenta. Necesita una familia. La mujer cocina que es
mujer, un hijo, necesita una casa. una delicia: lo despierta a veces,
Solo lleva una valija con algo de los domingos, el olor del ajo y la
ropa, el saxo y la armónica que fritura de pescado. A los postres,
le regaló Tersa. Con el dinero que mientras lava los platos, ella le
ha podido ahorrar en estos años, pide a Stefano que traiga el saxo.
compra oro en una casa de em- Él sabe bien qué le gusta y toca: La
peño, en Rosario. Después alquila Dolores, Malagueña, Granada...,
una pieza. hasta que el marido dice que es
El hospedaje se llama El Lucerito hora de dormir la siesta.
y está cerca de la estación. Le ha En el patio hay unos parrales y,
tocado una habitación pequeña, entreverada, una glicina. Por las
junto a la cocina, y tiene que atra- noches, ahora que la primavera
vesar la galería para ir al baño. La comienza, Stefano se sienta a
dueña de la casa, una andaluza fumar bajo las ramadas. A veces

168 169
conversa con otros hombres que Y el hombre contesta que sí, que
trabajan en el puerto y que están, estaría bien.
como él, solos. Uno de ellos, se Yo sabía que la calle se llamaba
llama Ernesto, le cuenta a Stefano Paraná, era lo único que sabía.
que, en la tienda donde está em- Lo recordaba porque en el barco,
pleado, necesitan gente. cuando Ugo le preguntó a Gina
dónde quedaba Rosario, ella había
Al dueño de la tienda le ha caído dicho: Junto al río Paraná. Y yo, me
bien Stefano. Le parece que podría acuerdo bien, miré la dirección que
desempeñarse correctamente, me había anotado mi madre y vi
pero necesita referencias. Ernesto que la calle se llamaba como el río.
Ceballos puede ser uno, agrega,
porque hace años que trabaja en la La dueña de la pensión no tiene
tienda, pero necesita alguien más. inconveniente en dar referencias
Stefano pregunta: de Stefano; desde que lo vio, dice,
–¿La dueña de la pensión donde le ha parecido una persona respe-
vivo, estaría bien? tuosa y honesta.

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La palabra de doña Carmela ha Había caminado desde temprano,
sido decisiva para el dueño de toda la mañana, cuando llegué a
la tienda que, un mes más tarde, la zapatería.
está seguro de haber elegido Se me ha quedado, Ema, el olor de
bien, tanto que resuelve pagarle los zapatos viejos y el otro, más
un curso de contabilidad por co- fuerte, del tabaco que don José
rrespondencia. Stefano aprende masticaba.
rápido, el dueño lo comprueba Él dijo: ¿Doña Chiara? En la esqui-
entusiasmado. na. La casa de puerta verde.
Por la noche, después de cenar Yo le pedí un vaso de agua y me
con Ernesto en el patio, se retira senté en la vereda.
a la pieza, a estudiar. Le ofre- Él preguntó: ¿Viene de lejos?
ció algo más de dinero a doña
Carmela, porque necesita dejar, En trabajar y estudiar, se le van
hasta tarde, la luz encendida. los días. Solo tiene libres los
domingos. Se levanta temprano
y desayuna bajo el emparrado.

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A veces, antes de comenzar con casaron. Es un hombre débil,
la cocina, Carmela trae el mate agrega en un susurro, un hombre
y unos bizcochos espolvoreados sin voluntad, pero bueno, eso sí.
con azúcar y se sienta con él a En ocasiones también Stefano
conversar. Hablan de la guerra habla, pero no demasiado porque
que otra vez se desató en Europa debe salir a buscar a la amiga
y ella pregunta si le quedan pa- de su madre. Por momentos, lo
rientes en Italia. persigue el temor de que Chiara
–Estaba mi madre, pero ya ha Martino se haya mudado a otra
muerto –dice Stefano. calle, a otra ciudad, incluso, por-
Ella sí, tiene un hermano en que las noticias de su existencia
Barcelona. Después le cuenta son las que le dio su madre, allá
cosas de España, dice que ha en Italia, cuando era un niño.
nacido en Montefrío y que vino a
Argentina con sus padres. Que a Eras casi una niña...
su Paco lo conoció en el barco, Estabas detrás de tu madre, cuan-
y apenas llegados a Rosario se do me solté del abrazo...

174 175
Recuerdo que preguntaste: ¿Venís la sombra. Repetirá, después,
de lejos? con los años, ese gesto, infinitas
Yo, en cambio, no sé qué te veces, pero aún no lo sabe. Todos
contesté... se han metido en sus casas, solo
Solo sé que no podía dejar de unos niños juegan al tejo, hasta
mirarte... que, desde una ventana, alguien
los llama a comer.
Es el tercer domingo que sale Hace todavía unas cuadras,
a buscarla. Le pidió a Carmela unas pocas, hasta el almacén.
un papel para envolver el pan y Tenía intención de regresar al
un pedazo de carne; y después hospedaje, pero la almacenera a
de caminar toda la mañana, se la que le ha preguntado por una
sienta a comer en el banco de tal Chiara Martino, cree que en
una plaza. La calle que recorre la otra cuadra, en la que sigue
está, a todo lo largo, bordeada de no, la otra, vive una mujer con
casuarinas; también las hay en la ese nombre, que averigüe en la
plaza y Stefano busca reparo bajo zapatería de la esquina.

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coser; tiene un delantal de cuero
Ahora que tendremos un hijo y hasta las rodillas y, a su lado, un
repasamos la vida para seguirla fuentón con aserrín, a donde van
juntos, comprendo a mi madre, a parar los retazos de suela y los
sus palabras. escupitajos de tabaco.
Todo el camino me siguió diciendo Stefano pregunta si conoce a una
lo que allá decía, golpeándome la tal Chiara Martino y el hombre se
memoria como el agua... queda mirándolo por sobre los
Siempre la soñaba lejos, parada anteojos. En la otra esquina, dice,
en la puerta de nuestra casa, con en la casa que tiene la puerta
la mano en alto; pero anoche, Ema, verde. Después le pregunta:
¿lo creerás?, soñé que llegaba –¿Es del Norte?
hasta nosotros y me abrazaba. Stefano dice que sí, que es pia-
montés. El zapatero se levanta y
El olor de los zapatos le llega le extiende la mano; él también
antes incluso que la imagen del es italiano, explica, vino hace
hombre sentado a la máquina de diez años desde Calabria.

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–¿Es pariente de doña Chiara?
–pregunta.
No, pariente no, contesta Stefano.
Después, camina hasta la casa
que está en la otra esquina y
golpea la puerta verde. Alguien,
una jovencita que tiene presillas
en el pelo y un vestido con flores,
abre la puerta y él pregunta por la
señora Chiara.
Ella se vuelve y llama a su madre.
–¿Quién es, Ema? –preguntan
desde el fondo.
Y Ema dice: No lo sé, un hombre.

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