vesot 6 ane ALFAGUARA INFANTIL.
Fantasmas en
la casa rodante
Marfa Luisa Silva
lustraciones de Maria Emilia Suérez
Jamas imaginé el General
don Amador de las Correas
que al habitar aquella casa solitaria,
tendria que compartiia con... un
lasmaly que
fantasmal yque Ae
esta situacién Cs
le traeria mas de
algin dolor p 5 fiea
de cabeza, 4 Seep r S)Esa noche, como todas las
otras en los tiltimos afios, el Gene-
ral don Amador de las Correas se
preparé para ir a dormir cerrando
hasta el tiltimo rincén de su casa.
Cerré ventanas y puettas,
cortinas y persianas, hasta la chi-
menea qued6 cubierta. Luego, ya
tranquilo, se retiré a descansar.
Esto no lo hacfa por miedo,
pues el General no le temfa aladrones ni a animales salvajes, ni
a gatos ni a ratones. 7
Lo que don Amador no que-
ria era perder al fantasma que
bitaba en su casa. Pues éste era
distraido y se extraviaba
_ facilmente en el bosque.
_ - Ademés, con los siglos,
habfa perdido la fa-
__cultad de traspasar
Ilevaba — escu-
chando sus rui-
El General y el
fantasma erat buenos amigos.
8
Don Amador heredé de su
abuelo aquella antigua casa en las
afueras de la ciudad, junto a un
bosque. Como le agradaba el cam-
po, se fue a vivir allf, sin saber que
la casa tenia un fantasma incluido.
La primera noche que escu-
ché los siniestros ruidos pro-
venientes del entretecho y que
continuaban por la escala,
se tiré cama abajo, salié /
de la habitacién muy &@
molesto y con voz au- J
toritaria grits:
—jHumano o
espiritu, cualquiera
sedis, pronto salid
pues no me
asustais!Fue tan enérgico el tono de
su voz, tan impresionante su fi-
gura alta y delgada, con el cabe-
Ilo revuelto vistiendo un pijama
arayas, en lo més alto de la esca-
lera, que al pobre fantasma no le
quedé més que aparecer y aclarar
la situacién.
BU... BU... BUUUUU..!
—se le escuché decir a una voz
de ultratumba—. Pero qué moda-
les, vivo aqui hace afios y nunca
se ha quejado nadie. Soy Freddy,
el fantasma.
—jAs{ que fantasma tene-
mos! —respondié irénico el Ge-
neral—. Pues bien, desde ahora
sdlo podréis apareceros a las 12 de
Ja noche. Ni un minuto antes ni
10
después. Haréis los ejercicios que
corresponden a vuestra condicién
y, al asomar el primer rayo de sol,
retornaréis a vuestro lugar de re-
poso. ;Entendido, sefior Freddy?
—:Y musica, podré escu-
char? —pidié el fantasma.
—Bien, pero de vez en cuan-
_- do, slo marchas y boleros.
Yo debo descansar.
( Desde entonces
bos fue respetuosa y
\solidaria.Sélo ‘un: ié
fae 2 vez sucedié algo
Fue una noche negra, el Ge-
neral se durmié olvidando cerrar
las ventanas, E] fantasma, distraf-
do como suele ser, saliéb sin darse
cuenta, por una de éstas, al bos-
qe y se perdid por tres dias,
iQué angustia suftié don
Amador cuando se dio cuenta de
su descuido!
Peto sdlo podia esperar, suspi-
rando languido por las noches, y
con una terrible picazén en las ma-
Nos por no tener puertas que cerrar.
Sin embargo, Freddy volvié
tiritando y con el sistema nervio-
so destrozado, a contar su terrible
experiencia. Al extraviarse, entrd
en la primera casa que vio con las
ventanas abiertas. Los gritos de
aquella familia al verlo aparecer
volando con la tunica blanca, cu-
briéndolo de pies a cabeza, hizo
que perdieran toda cordura.
—jiiFantasmas!!! —grité la
sefiora y se desmayé.
—¢Fantasmas?? ;jjFantas-
mas!!! —repitid el marido y se ta-
p6 la cara con la s4bana.
BFreddy tuvo que esconderse
en un incémodo cajén de ta co-
cina. Y cuando quiso escapar, lo
escuché el perro, quien con sus
ladridos hizo llegar a los bombe-
ros, la policia y hasta los suegros
para espantarlo.
De regreso, el General le pi-
dié disculpas y prometié que no
volverfa a suceder, pues él también
lo habfa extrafiado.
El General se retiré a dormir
y el fantasma, feliz, encendié la
radio y volando bailé un bolero.La vida habfa vuelto a su nor-
malidad, al menos asi lo creian
ellos. Hasta que aquella mafiana,
después de sus ejercicios, el Ge-
neral escuché los sonidos de una
muisica desconocida.
Al instante cogié sus anteo-
jos de larga vista y se dirigié a la
ventana.
jEra increfble lo que vefan
sus ojos! jNo podia ser!
{Una plateada, grande y vul-
gar casa rodante se habia instala-
do a la entrada del bosque!
EI General tuvo que cerrar los
ojos y volver a mirar para con-
vencerse. Pero asf era, alli estaba
aquel espanto. Junto a la casa se
veian dos sillones y una parrilla.
Don Amador no era hom-
bre de titubeos y sin pensarlo se
dirigié al lugar.
Llegé justo en el momento
en que de la casa rodante descen-
dfa una joven pareja.
— Hola, soy Florencia! —sa-
ludé sonriendo una chica de pelo
largo y ojos azules, extendiendo
su mano—. Y éste con la gui-
tarra es mi esposo, Tofio. Usted
7debe ser el duefio de aquella her-
mosa casa.
—General de las Correas, a
sus érdenes, sefiora —respondid
don Amador, mientras pensaba
que la cabeza le iba a reventar con
esa muisica—. Permitidme pre-
guntdros: ;qué os trae por aqui?
18
—Estamos de vacaciones
—tespondié Tofio—. Yo soy mui-
sico y Florencia es la mejor arte-
sana del pats.
—Ya veo —dijo el Gene-
ral—. ;Pensdis quedaros algunos
dias por estos lugares?
—Unos dos o tres meses
—contesté Florencia, mientras
19colocaba sobre un pafio de ter-
ciopelo collares, pulseras y cajitas
con mostacillas de colores.
El General creyé que iba
a desmayarse. «jjTres meses!!»,
murmur6, mientras el joven le
explicaba que ambos se habian
encantado con el lugar.
—2Y no teméis a los ladro-
nes? —pregunté esperanzado—.
Digo por la soledad de la casa en
el bosque.
—jiNo, no!! —respondié
Florencia—. No tememos a los
ladrones, ni a los animales salva-
jes, nia gatos ni a ratones, ni a
nada —agreg6.
Don Amador sdlo atiné a
despedirse y volvié a su casa.
20«Tres meses», se repetia. El
no podfa perder su tranquilidad.
Algo tenfa que hacer con ellos,
gpero qué?, no los podfa echar,
no se asustaban con nada. En-
tonces, tuvo una genial idea.
Esperé hasta que el reloj
diera las 12 de la noche. Con fir-
meza en la voz,
llamé al fantasma.
— Qué
sucede? —pre-
gunté Freddy
bostezando.
El General le
informé de la terrible
* _»situacién en que
%,, @\vivirtan los préximos
tres meses.
22
—Pero —agregd— esto no
sucederé si vos realizdis un buen
trabajo. Ellos dicen no temer a
nada, aunque a un fantasma, a
una aparicin siniestra durante la
noche en la casa rodante, habria
que verlo. ;Preparaos para empe-
zat la accién «fantasma en la casa
rodante»! Esta misma noche de-
béis aterrorizarlos!
— NO! Por favor —suplicé
el fantasma—. Si me vuelvo a per-
der en el bosque, no lo soportaria.
El General no acepté discul-
pas, prometié dejar abiertas ven-
tanas, puertas, cortinas y persianas,
y esperarlo despierto hasta que
regresara. Después, lo acompatid
hasta la puerta y lo observé irse
23volando, blanco y transparente,
sin mirar atrds.
Luego, se senté a leer en el
salén.
24
Don Amador desperté cuan-
do el sol ya estaba alto.
—)Caray! —rezongé—, me
quedé dormido. ;Qué habré pa-
sado anoche?
‘Tuvo que esperar hasta la ul-
tima campanada de las 12 de la
noche para poder ver a Freddy.
Curiosamente, esa noche el
fantasma bajé las escaleras de
dos en dos, sin lamentos. Pareciacontento y un suave olor a colo-
nia emanaba de él.
—:Qué os sucedié ayer? —in-
terrogé curioso don Amador.
—Bueno, en realidad no mu-
cho —dijo el espiritu mirando el
techo—, por lo cual volveré esta
noche para asegurarme de asus-
tarlos bien.
Dicho esto, partié sin des-
pedirse, dejando al General muy
sorprendido. Este pasé toda la
noche en vela esperandolo.
Como a las 10 de la mafiana
del dia siguiente, el fantasma no
aparecia, don Amador, preocupa-
do, se dirigié a la casa rodante.
Encontré a Florencia hilan-
do unos collares.
7—Buenos dias
—saludé—. :Na-
da nuevo en el
bosque?
—jNo, se-
fior! ZY usted cémo
est4? —pregunts ella.
—Preocupado por vosotros.
Decidme: zno habéis visto ni senti-
do algo extrafio las ultimas noches?
No deseo asustaros, pero —acer-
cAndose le susurré al oido— jen
I este lugar hay un fantasma!
| La carcajada de Florencia lo
hizo retroceder. Ella se aproximé
a él y con voz irénica respondié:
t —{St, sefior, hay uno, y aun-
%
que usted no lo crea ese fantasma
es nuestro!
28
—jEscuchadme! —hablo el
General, enojado—. No estoy
para bromas.
—Yo tampoco, General, y
no es un fantasma cualquiera, es
una curiosa y delicada fantasma.
Venjia en la casa rodante cuando
la compramos, se llama Viola y la
queremos mucho.
Don Amador no tuvo mds
remedio que contarle la verdad.
Florencia reconocié
que la noche anterior
la habfan despertado
unos ruidos extra-
fios, diferentes a “&
los de Viola, y luego
no habja sabido mas de
ella.
29—jEspero que su fantasma
no la haya secuestrado! —grité la
joven.
—jEsa pobre alma ingenua
de Freddy! —dijo el General—.
Seguro que se extravié. En cam-
bio, una dama fantasma jamas se
ausenta de su hogar sin avisar
donde va.
Por suerte, la llegada de Tofio
calmé la tensa situacién.
Ya més tranquilos, el General
los invité a su casa para conver-
sar sobre la extrafia desaparicién
de los fantasmas, seguro que a las
12 de la noche Freddy volveria.
30
La medianoche los encon-
tré conversando. Tan pronto el
reloj tocé la tiltima campanada,
vieron acercarse a la blanca figura
por el camino. No venia volando
sino casi bailando, muy relajado
sobre’el pasto.
El General se tranquilizé al
verlo, mas le duré poco, pues
tras cruzar Freddy la puerta,
una rafaga de aire helado penetrdSS
en la habitacién, haciéndolos
temblar de fifo, y una figura, en-
tre blanca y neblinezca, empezé
a girar en torno a ellos revisando
todos los rincones.
32
—jViola!
—grité Florencia—.
ué alegria verte!
El General parpadeé varias
veces, no podfa ser que aquella
macabra y etérea figura, de ojos
verdes fijos y mirada burlona,
fuera la querida Viola.
33Estaba cubierta por una ti-
nica blanca que sdlo dejaba ver
su penetrante mirada y, como
increfble detalle, el borde de la
ttinica tenfa bordados unos cora-
zones de mostacillas plateadas.
Después de girar en torno a
la habitacién como un tornado,
se quedé junto a Freddy y el Ge-
neral aprecié cémo lo miraba con
carifio, entornando las pestafias
mientras él suspiraba.
—Pero dénde estabas, Vio-
la? Nos tenfas muy preocupados
—recriminé Florencia.
Don Amador era un caballe-
ro y su fantasma también, por lo
cual ante la pronta mirada del Ge-
neral el fantasma tomé la palabra.
34
—Disculpe usted, sefiora,
mas la culpa es mia. La noche que
visité su casa rodante conoef a la
sefiorita fantasma Viola. La encon-
tré tan bella y encantadora, que la
invité a pasear por el bosque.
—jNos divertimos mucho
volando entre los Arboles! —inte-
rrumpié Viola con una vocecita
muy juvenil, mientras movia coque-
tamente el ruedo de su ttinica—.
Luego, fantasmeamos por el parque
de diversiones de la ciudad. ;Oh,
nunca lo habfa pasado tan bien!
—Quisiera dejar en claro
—dijo el fantasma— que mis in-
tenciones son serias. Amo a la sefio-
rita fantasma Viola y deseo hacerla
mi esposa.
35—Pero si recién lo conociste,
Viola —dijo Florencia—. Mejor
nos vamos a casa a conversar!
—Bien dicho —hablé el
General—. Calabaza, calabaza, ca-
da uno para su casa.
Luego, cerré todo lo que
acostumbraba a cerrar y se dirigié
a descansar.
36
La madrugada encontré al
General despierto y malhumorado.
El fantasma habfa tocado, toda la
noche, tristes boleros de amor y
habia declamado un sufrido
poema.
Decidié tratar de volver a
dormir. Pero, no bien habja ce-
rrado sus ojos, unos golpes en la
puerta lo despertaron.
—Perdone, don Amador, quelo molestemos tan temprano
—eran Florencia y Tofio—. Pero
pasa algo terrible, Viola ha llorado
y lanzado lastimosos quejidos to-
da la noche. Dice que o se casa
con su amor o se ir4 a enterrar a
una tumba y no saldré nunca més,
que se evaporard y no volveremos
averla.
Después le suplicaron que
él, que se vefa un hombre muy
criterioso, los ayudara.
El General les conté su des-
velada noche. Pensé unos instantes
y agregé que cuando un amor es
tan grande debe ser cuidado. Los
fantasmas deberfan ser felices.
Yo pienso lo mismo! —di-
jo Florencia—, que se casen y
38
luego vayan a vivir a la casa rodan-
te con nosotros.
El General, al escucharla,
sintié que una sensacién tibia le
impedia respirar y un suave dolor
oprimfa su corazdn. Se dio cuen-
ta que sentfa una enorme pena
de quedarse solo, de perder a su
amigo, de no tener a nadie
a quien escuchar ni
proteger. Y como
hombre sincero que
era, le conté su verdad
a los jévenes.
—;Entonces qué
haremos? —pregunté
Florencia, mientras
gruesas ldgrimas cafan
de sus ojos azules.
39Como buen
estratega que era,
don Amador lo
pensé unos minutos
y luego hablé con
voz segura:
—Mi casa es
grande, zpor qué no
me hacéis el favor de
aceptar mi hospitalidad? Podrfais
vivir conmigo mientras estéis
es
aqui, y asf los fantasmas tendrn
su luna de miel en la casa rodante.
Yo quedaria agradecido, pues no
deseo quedarme solo.
Florencia y Tofio aceptaron
la idea.
Esa misma noche se efectué
la mudanza. Entraron a la casa
40
instrumentos musicales y colla-
res, mientras una sombra blanca
con un clavel en su ttinica y un
suave olor a colonia salié volan-
do feliz.
Los jévenes se retiraron a
dormir en su nueva habitacién,
pero el General no pudo evitar la
costumbre de cerrar todo antes
de irse a la cama él también.
Cuando a la mafana si-
guiente entré a la cocina, Toto y
Florencia ya estaban alli. Un ex-
quisito olor a huevos con jamén
le dio la bienvenida.
—Siéntese, don Amador, al
instante le sirvo su desayuno con
pan amasado recién horneado
—lo saludé Florencia.
4El General se emocioné, ha-
cfa tanto tiempo que nadie le ser-
via un rico desayuno caliente. Se
devoré hasta la ultima miga y
luego le dio un beso en la frente
a la joven.
43Y asf la vida fue pasando fe-
liz para los tres, a veces en la me-
dianoche recibfan la visita de los
fantasmas.
No faltaron los problemas,
Por supuesto, como aquellas per-
sonas que viendo vacfa la casa
rodante trataron de robarla, pero
luego se arrancaron gritanto
«jFANTASMAS, FANTASMAS!»,
y ya nadie se atrevi6 a negar que
esa casa rodante estaba habitada
por espfritus.
Y aunque ha pasado el tiem-
po, el General atin sigue por las
noches cerrando ventanas, puer-
tas, cortinas y persianas. Pero
ahora siempre deja abierta la pe-
quefia ventana del bafio, pues tie-
ne la esperanza de que cualquier
noche algtin fantasmita entrar4
por ahi a jugar con él.