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Habían llegado ya al final del pasillo. Una luz fría y distante recaía sobre sus rostros.

Ellos no se
miraban, sus miradas incisivas miraban a ella, la puerta. Una puerta de madera, era nueva, pero
por la consistencia de la habitación que esta resguardaba, parecía rota, cansada; parecía vieja.
Persona 1:
¿Y si no entramos?

Persona 2:
Pero ya llegamos hasta acá

Ambos quedan callados observando a la puerta


Persona 2:
¿Te da miedo?

Persona 1:
No sé si es miedo. Tengo la sensación
De que no nos va a servir esto

Persona 2:
¿Por qué lo decís?
Persona 1:
Lo digo porque lo estoy pensando ahora.
Ya está

Persona 2:
No, no está nada. Hace meses venimos
Hablando de este lugar, ahora que estamos,
A vos se te ocurre que te da miedo

Persona 1:
(luego de un silencio)
A vos también te da miedo, si no
ya hubieras abierto la puerta

Persona 2:
No es importante que a mí me da miedo.
Yo no existo. Vos existís, vos tenes que entrar.
Alice, vos tenes que dar el primer paso.

Alice:
Pero no lo quiero, no lo necesito. ¡No me pueden
Obligar! (dejando caer débiles lagrimas)

Persona 2:
Nadie te obliga, no es necesario llorar,
Obligar nace de la necesidad de imponer
Algo a alguien, y aquí nadie te impone nada.
No es una obligación, es “tu”. Simplemente tú.

Alice mira a su derecha, no había nadie; nunca lo hubo. Alice abre la puerta, se ve una mesa con
personas rodeándola de pie, en el techo hay globos de colores. La gente está de pie, aplaudiendo.
Sobre la mesa de ver un pastel color rosado, con dieciocho velas. En la base de la torta se ve un
cartel: “Felices 18 años Alice”. Alice ahora, era adulta.

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