orígenes del tango: «Lo apadrinó la corneta / del mayoral del
tranvía, / y los duelos a cuchillo / le enseñaron a bailar». El tango se había hecho presente ya en «Buenos Aires», pro- puesto a los ultraístas españoles «como un eficaz turrón de azúcar que endulzase él solo la ciudad desdibujada y lacia», y, en efecto, por un tiempo compartió en los poemas de Bor- ges la ternura de las tapias celestes («Villa Alvear»), o acom- pañó efusiones sentimentales, como en «Soneto para un tan- go en la nochecita» o en ese «Tarde cualquiera» que registró las para mí alguna vez enigmáticas menciones de Elflete, La payasa, Sin amor y El cuzquito, que allí «cavaron como penas la hora perdida y grande» (Luna de enfrente). Ahora versos ajenos le animaban a dejar a un lado el poema de Buenos Aires que entretejerían los tangos «y que no sabe de otros perso- najes que el compadrito nostálgico, ni de otras incidencias que la prostitución» («Después de las imágenes», Proa, s, noviembre de 1924), un poema que también pareció ajusta- do al ocio mateador, a la criollona siesta zanguanga y a las trucadas largueras de zonas como Núñez o Villa Alvear, aje- nas al centro babélico, para atribuir a su música «una moti- vación belicosa, de pelea feliz», que de algún modo él mismo ya creía haber intuido: «Ignoro si esa motivación [la aducida por Camino] es verídica: sé no más que se lleva maravillosa- mente bien con los tangos viejos, hechos de puro descaro, de pura sinverguencería, de pura felicidad del valor, como los describí en otras páginas», explicaba en «Ascendencias del tango» (El ¿dio- ma de los argentinos). En efecto, así lo había descrito en «Ca- rriego y el sentido del arrabal»; después no tenía más que fijarse en «El alma del suburbio», donde «al compás de un tango, que es La morocha, / lucen ágiles cortes dos orilleros», y que descubrir en el «El guapo» a un «cultor del coraje», como Evaristo Carriego permite comprobar. No es difícil se- guir las consecuencias de esa revelación, que algún tiempo después culminaron en «Hombre de la esquina rosada». Ya había propuesto y a veces desechado valoraciones diversas del XXVII