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JORGE LUIS BORGES, ESCRITOR ARGENTINO

orígenes del tango: «Lo apadrinó la corneta / del mayoral del


tranvía, / y los duelos a cuchillo / le enseñaron a bailar». El
tango se había hecho presente ya en «Buenos Aires», pro-
puesto a los ultraístas españoles «como un eficaz turrón de
azúcar que endulzase él solo la ciudad desdibujada y lacia»,
y, en efecto, por un tiempo compartió en los poemas de Bor-
ges la ternura de las tapias celestes («Villa Alvear»), o acom-
pañó efusiones sentimentales, como en «Soneto para un tan-
go en la nochecita» o en ese «Tarde cualquiera» que registró
las para mí alguna vez enigmáticas menciones de Elflete, La
payasa, Sin amor y El cuzquito, que allí «cavaron como penas
la hora perdida y grande» (Luna de enfrente). Ahora versos
ajenos le animaban a dejar a un lado el poema de Buenos Aires
que entretejerían los tangos «y que no sabe de otros perso-
najes que el compadrito nostálgico, ni de otras incidencias
que la prostitución» («Después de las imágenes», Proa, s,
noviembre de 1924), un poema que también pareció ajusta-
do al ocio mateador, a la criollona siesta zanguanga y a las
trucadas largueras de zonas como Núñez o Villa Alvear, aje-
nas al centro babélico, para atribuir a su música «una moti-
vación belicosa, de pelea feliz», que de algún modo él mismo
ya creía haber intuido: «Ignoro si esa motivación [la aducida
por Camino] es verídica: sé no más que se lleva maravillosa-
mente bien con los tangos viejos, hechos de puro descaro, de pura
sinverguencería, de pura felicidad del valor, como los describí en
otras páginas», explicaba en «Ascendencias del tango» (El ¿dio-
ma de los argentinos). En efecto, así lo había descrito en «Ca-
rriego y el sentido del arrabal»; después no tenía más que
fijarse en «El alma del suburbio», donde «al compás de un
tango, que es La morocha, / lucen ágiles cortes dos orilleros»,
y que descubrir en el «El guapo» a un «cultor del coraje»,
como Evaristo Carriego permite comprobar. No es difícil se-
guir las consecuencias de esa revelación, que algún tiempo
después culminaron en «Hombre de la esquina rosada». Ya
había propuesto y a veces desechado valoraciones diversas del
XXVII

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