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Una noche oscura y lluviosa, en un pequeño pueblo

rodeado de espesos bosques, vivía una niña llamada Sofía.


Desde su ventana, podía observar una mansión abandonada
que siempre había despertado su curiosidad. La leyenda
decía que esa mansión estaba maldita y que cualquier
persona que se aventurara en su interior nunca volvería a
ser la misma.

Un día, movida por la intriga, Sofía decidió explorar la mansión.


Convencida de que no existían fantasmas ni maldiciones, se adentró
en la casa con valentía. Las grietas del techo goteaban agua y los
pisos crujían bajo sus pies, mientras la oscuridad demostraba ser su
única compañía. A medida que avanzaba, Sofía sentía cómo el
ambiente se volvía más denso y tenebroso.
De repente, algo atrapó su atención: un cuadro antiguo en la pared.
Representaba a un hombre de aspecto sombrío, con ojos hundidos
y una sonrisa maliciosa. La imagen parecía seguir a Sofía con la
mirada, enviándole escalofríos por la espalda. Decidió alejarse
rápidamente, pero cuando volvió la vista atrás, el cuadro había
desaparecido.

A medida que exploraba la mansión, los sucesos extraños se volvían


más frecuentes. Objetos que se movían solos, ruidos inquietantes y
sombras que parecían acecharla. Sofía se preguntaba si todo eso
era producto de su imaginación o si realmente había algo oscuro en
esa casa. Decidió subir al desván, donde se decía que se escondían
los secretos más perturbadores de la mansión.
Al abrir la puerta del desván, una ráfaga de aire frío sopló. Sofía se
adentró, solo para encontrarse con una habitación llena de
muñecas antiguas y rotas. Sus ojos de vidrio parecían desafiarla,
como si guardaran una historia macabra.

Mientras exploraba el desván, Sofía encontró una vieja caja de


música. Con curiosidad, giró la manivela y de repente la melodía
empezó a tocar. Pero algo no estaba bien: la música se distorsionó y
se volvió aterradora. Sofía sintió un escalofrío recorrer su columna
vertebral y, sin pensarlo dos veces, cerró la caja de música,
deteniendo el sonido inhumano.

No estaba dispuesta a ser una víctima más de la mansión maldita.


Decidió buscar respuestas y se adentró en la biblioteca de la
mansión. Allí encontró un libro empolvado, el cual contenía
información sobre la historia de la casa. Descubrió que el dueño
original era un hombre llamado Edgar, quien se decía que
practicaba magia negra.
Edgar había hecho un pacto con una entidad oscura para obtener
riqueza y poder, pero a cambio, su alma fue condenada a vagar por
la mansión por la eternidad. Sofía llegó a la conclusión de que debía
encontrar la forma de liberar el alma atormentada de Edgar para
acabar con la maldición de la mansión.

Decidida, buscó en el libro un ritual de liberación y lo llevó a cabo


en el sótano de la mansión. Siguiendo las instrucciones al pie de la
letra, Sofía invocó a la entidad y rogó por la liberación de Edgar. En
ese momento, el aire se volvió pesado y una figura etérea emergió
del suelo.

El espíritu de Edgar, finalmente libre, agradeció a Sofía por liberarlo


y desapareció en la oscuridad. La casa dejó de emitir los sucesos
paranormales y volvió a ser una mansión en ruinas, sin ningún signo
de maldad. Sofía había logrado su cometido y ahora el pueblo
estaría a salvo de los horrores que antes lo asediaban.

Satisfecha y con una lección aprendida acerca de la curiosidad, Sofía


dejó atrás la mansión abandonada. Nunca más se aventuraría en
lugares peligrosos, comprendiendo que algunos secretos están
mejor guardados en lo más profundo de la oscuridad. Y así, la
historia de la mansión maldita pasaría a formar parte del pasado,
mientras Sofía seguiría su vida con una nueva sabiduría.

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