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El Club de las Excomulgadas

Agradecimientos

Al Staff Excomulgado: Pau Belikov por la

Traducción; Annammussa, CGLORIA, Nicole


MD2 y Zaphira por la Corrección; Laavic por la
Diagramación y Trufa por la Lectura Final de

este Libro para El Club De Las Excomulgadas…

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


A las Chicas del Club de Las Excomulgadas, que
nos acompañaron en cada capítulo, y a Nuestras
Lectoras que nos acompañaron y nos acompañan
siempre. A Todas….

¡¡¡Gracias!!!

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El Club de las Excomulgadas

Aviso Excomulgado

El Club de Las Excomulgadas ha realizado


este proyecto de fan traducción Sin Ánimo
De Lucro Alguno.

Está hecho por Fans para Fans, Siendo su


Distribución Complemente Gratuita.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


No ha tenido en ningún momento el objetivo
de quebrantar la propiedad intelectual del
autor o reemplazar el original. Su Único fin
es incentivar y entretener con la lectura en
nuestro idioma.

Así mismo las Incentivamos a Comprar Las


Obras de Nuestras Autoras Favoritas, ya
sea en el idioma original o cuando estén
disponibles en español, para seguir
disfrutando de estas grandes novelas.
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El Club de las Excomulgadas

Argumento
Una guerra se está gestando. La primera batalla se ha librado y Savannah
Levine quedó en pie, aunque maltratada y golpeada. Rescató a su hermanastro de
las pruebas médicas sobrenaturales, pero él está luchando para mantenerse con
vida. El Movimiento Sobrenatural de Liberación se lo llevó como rehén y tienen un
plan para exponer el mundo sobrenatural a los que no son conscientes de el.

Savannah ha invocado su energía interior para convocar hechizos con una


fuerza aterradora, una fuerza que nunca supo que tenía, mientras lucha por evitar
que su mundo sea destrozado. Pero es más que una cuestión de unos seres
sobrenaturales contra otros… tanto el cielo como el infierno han entrado en la

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guerra; bestias infernales, hombres lobo genéticamente modificados y todas las
fuerzas del bien y del mal se han unido a la refriega.

Únete a Savannah con Adam, Paige, Lucas, Jaime, Hope y otros personajes
perdidos, que no olvidados, en una batalla épica para un gran final de la serie.

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El Club de las Excomulgadas
Dedicatoria

Este libro es para todos los lectores de El Otro Mundo.

Para aquellos que lo descubrieron con Jauría hace una década, para esos que
acaban de descubrirlo hace un mes.

Tomasteis un sueño y lo hicisteis realidad.

Gracias.

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Unas Palabras de Kelley Armstrong...

Algunas series comienzan con un gran y ambicioso plan. Otras con una
simple historia. En mi caso esa simple historia fue Jauría Bitten, la cual escribí como
una novela independiente, tal vez para ser retomada dentro de unos años a través
de una secuela, pero ciertamente no pretendía poner en marcha una serie. Cuando
se planteó la posibilidad, estaba muy emocionada por la oportunidad de pasar más
tiempo con los personajes. Pero no podía imaginarme una serie de larga duración
centrado en mis hombres lobo. Tener a mi Manada enfrentando una amenaza
anual se volvería aburridor muy rápidamente.

La solución consistió en ampliar mi universo ficticio. No sólo introduciría


otros tipos de sobrenaturales, sino que contaría con nuevos narradores, tejiendo un

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mundo que se ampliaría con cada libro.

Parecía una gran idea. No me percaté de que cuando Secuestrada Stolen


saliera al mercado, mis lectores estarían felizmente acomodados, deseando seguir a
Elena Michaels y su Manada en más innumerables aventuras. Ellos no querían que
cambiara de narradores, sobre todo no un cambio a Paige, la joven bruja pedante
que conocieron en Secuestrada.

Un golpe de Magia Dime Store Magic tuvo un comienzo lleno de baches, pero
personamente creo que de hecho fue el libro que verdaderamente lanzó a Otro
mundo como una serie. Trajo una nueva cosecha de lectores que se sentían más
cómodos con las brujas que con los hombres lobo. También la mayoría de los
lectores originales se quedaron, una vez que descubrieron que Paige no era tan
mala como temían.

Cuando regresé a Elena en el sexto libro –La carta del infierno, Broken- pude
ver hacia donde quería que la serie se encaminara. También pude ver donde quería
que terminara. Así que empecé a volcar en él pistas. Hubo otros cinco libros antes
de que pusiera en marcha el final del juego con Despertando a la Bruja,Waking the
wicth, continuándolo en Hechizo atado, Spell bound y, por último, concluyéndolo

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ahora con Trece, Thirteen.

Si bien hay quien diría que lo adecuado habría sido regresar a Elena para
esta última historia, siempre he tenido otro plan. Volviendo a Secuestrada,
presentaba a una Savannah de doce años de edad y soñé con que la serie podría
funcionar el tiempo suficiente para que se convirtiera en una narradora adulta. Y
así, Savannah creció en la serie, encarrilando sus pasos a través de la vida de todos
los demás personajes, madurando lentamente hasta que con Despertando a la
Bruja, estuvo lista para empezar el recorrido que con Trece, consolidaría su lugar
como una verdadera "mujer" de Otro Mundo.

Aun así, no me he olvidado donde comenzó todo y con quién. Así que antes
de empezar el trayecto final, me gustaría llevaros a dar un rápido viaje al pasado, de
vuelta a Elena, al prólogo que puso en marcha la serie de Otro Mundo.

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Jauría: El Prólogo

Tengo que hacerlo.

Estuve resistiéndome toda la noche. Voy a perder. Mi batalla es tan fútil


como la de una mujer que, al sentir los primeros dolores del parto, decide que no es
un momento conveniente para dar a luz. La naturaleza se impone. Siempre.

Son casi las dos de la mañana, demasiado tarde para esta tontería y necesito
dormir. Cuatro noches investigando para cumplir con una entrega me han dejado
exhausta. No importa. La piel de atrás de las rodillas y los codos comenzó a
hormiguearme y ahora me arde. Mi corazón late tan aprisa que tengo que tomar
aire. Cierro los ojos fuerte, deseando que se vayan esas sensaciones, pero no se van.

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Philip duerme a mi lado. Él es otro motivo por el que no puedo irme,
escabullirme en la mitad de la noche otra vez y volver con un torrente de excusas
sin sentido. Mañana va a trabajar hasta tarde. Si tan solo pudiera esperar un día
más. Las sienes me laten. La sensación de ardor se extiende por la piel de mis
brazos y piernas. La ira forma una pelota tensa en mis tripas y amenaza con
estallar.

Tengo que salir de aquí... ya no tengo tiempo.

Philip no se mueve cuando salgo de la cama. Tengo una pila de ropa metida
debajo de mi vestidor para evitarme los ruidos de los cajones y de las puertas del
ropero. Tomo mis llaves con fuerza, para que no tintineen, abro suavemente la
puerta y salgo al corredor.

Todo está tranquilo. Las luces parecen atenuadas, como si las dominara el
vacío. Cuando toco el botón del ascensor, rechina su protesta de que lo estorbe a
esta hora impiadosa. La planta baja y la entrada están vacías. La gente que tiene
plata para alquilar tan cerca del centro de Toronto duerme cómodamente en este
momento.

Además de dolerme las piernas también me hormiguean y curvo los


dedos para ver si dejan de picar. Pero no. Miro las llaves del auto en mis manos.

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Ahora es demasiado tarde para ir a un lugar seguro. La picazón ha cristalizado en
un fuerte ardor. Con las llaves en el bolsillo, salgo a las calles, buscando un lugar
para cambiarme. Mientras camino, monitoreo la sensación en las piernas que se
traslada a los brazos y a la nuca. Pronto. Pronto. Cuando el cuero cabelludo
comienza a hormiguearme, sé que ya he camindado todo lo que puedo, así que
busco un callejón. El primero que encuentro está ocupado por dos hombres que se
acurrucan juntos, dentro de una caja de cartón de un televisor de pantalla grande,
pero el siguiente está vacío. Voy rápido hasta el extremo, me desvisto detrás una
barricada de tachos de basura y oculto la ropa bajo un diario viejo. Entonces
comienzo el Cambio.

Mi piel se estira. La sensación se hace más honda y trato de bloquear el


dolor. Dolor. Que palabra trivial: mejor diré agonía. No se puede decir que es sólo
"dolorosa" la sensación de que lo despellejen vivo a uno. Respiro hondo y

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concentro mi atención en el Cambio, bajando al suelo antes de que me doble en dos
y me vea obligada a hacerlo. Nunca es fácil. Quizás aún soy demasiado humana.
Esforzándome por mantener el control de mis ideas, trato de anticipar cada fase y
pongo el cuerpo en posición adecuada, con la cabeza gacha y los brazos y piernas
encogidas, los pies y las manos flexionadas y la espalda arqueada. Se me forman
nudos y tengo convulsiones en los músculos de las piernas. Me esfuerzo por
respirar y relajarme. Sudo y el sudor cae de mi cuerpo a chorros, pero los músculos
finalmente se ablandan y aflojan. Luego vienen los diez segundos de infierno puro
que antes me hacían jurar que preferiría morir antes que soportarlo otra vez.
Entonces se acaba.

Cambiada.

Me estiro y parpadeo. Cuando miro en derredor, el mundo ha mutado en


una paleta de colores desconocidos al ojo humano, negros y marrones y grises con
tonos sutiles que mi cerebro aún convierte en azules y verdes y rojos. Alzo la nariz
e inhalo. Percibo rastros de asfalto fresco y tomates podridos y plantas en macetas
en las ventanas y sudor de veinticuatro horas y un millón de cosas, que se mezclan
en un olor tan agobiante que me obliga a toser y sacudo la cabeza. Al volverme,
alcanzo a ver fragmentos de mi reflejo en una lata abollada. Mis ojos me

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devuelven la mirada. Estiro los labios y me gruño. Destellan colmillos blancos en
el metal.

Soy una loba, una loba de sesenta y cinco kilos con un pelaje rubio
descolorido. Lo único que queda de mí son mis ojos, chispeantes de una
inteligencia fría y una ferocidad que arde a fuego lento, que nunca podría
confundirse con nada que no fuera humano.

Miro en derredor, volviendo a inhalar la fragancia de la ciudad. Aquí estoy


nerviosa. Demasiado encerrada, confinada, apesta a humano. Debo tener cuidado.
Si me ven, creerán que soy una perra, de una cruza de razas grandes, quizá de perra
esquimal con Labrador amarillo. Pero una perra de mi tamaño causa alarma
cuando anda suelta. Voy hacia el fondo del pasaje y busco una salida a través del
pliegue debajo de la barriga de la ciudad.

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Mi cerebro está atontado, desorientado no por mi cambio de forma sino por
lo desnaturalizado de lo que me rodea. No logro orientarme y el primer callejón por
el que doblo resulta ser el que había encontrado en mi forma humana, el de los dos
hombres en la caja de Sony descolorida. Uno de ellos está despierto ahora. Tira de
los restos de una frazada con costras de roña, como si pudiera estirarla lo suficiente
para protegerse de la fría noche de octubre. Alza la vista y me ve y sus ojos se
abren. Comienza a retirarse, luego se contiene. Dice algo. Su voz me habla con ese
tono musical, exagerado, que la gente usa con los infantes y los animales. Si me
concentro podría entender las palabras, pero no tiene sentido. Sé lo que dice,
alguna variante de lindo perrito», repetida una y otra vez con una variedad de
inflexiones. Sus manos estiradas, las palmas hacia filera para alejarme, el lenguaje
físico que contradice el vocal. Atrás, lindo perrito, atrás. Y la gente se pregunta por
qué los animales no entienden cuando se les habla.

Huelo el abandono y el desgaste de su cuerpo. Huele a debilidad, como un


ciervo anciano empujado al borde de la manada, fácil de cazar para los
depredadores. Si tuviera hambre olería a cena. Por suerte aún no, por lo que no
tengo que contener la tentación, el conflicto, la repulsión. Resoplo y el aire se
condensa al salir de mi nariz, luego me doy vuelta y salgo corriendo por el callejón.

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Más allá hay un restaurante vietnamita. El olor a comida está metido en la
madera del edificio. En una extensión del edificio, al fondo, gira lentamente el
ventilador de un extractor, tocando a cada vuelta el protector metálico. Bajo el
ventilador hay una ventana abierta. Cortinas con dibujos desleídos de girasoles
salen a la brisa nocturna. Oigo gente en el interior, un cuarto lleno de gente,
gruñidos, silbidos de gente dormida. Quiero verla. Quiero meter el hocico por la
ventana abierta y mirar al interior Una mujer lobo puede divertirse mucho con un
cuarto lleno de gente desprotegida.

Comienzo a adelantarme pero me detiene un repentino crujido y un siseo. El


siseo se hace más suave, luego lo ahoga la voz aguda de un hombre, las palabras
como ramas quebradas. Vuelvo la cabeza a cada lado, el radar busca la fuente. Está
más adelante. Abandono el restaurante y voy hacia él. Somos curiosos por
naturaleza.

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Está parado en un estacionamiento para tres autos, en el pasaje estrecho
entre edificios. Tiene un walkie-talkie pegado al oído y se apoya en un codo, contra
un edificio de ladrillos, tranquilo, pero no descansa. Sus hombros están relajados.
Su mirada se pierde. Está confiado en que tiene derecho a estar allí y no teme a la
noche. Probablemente ayuda a esa actitud el arma que pende de su cinto. Deja de
hablar, toca un botón y mete el walkie-alkie en su funda. Sus ojos observan una vez
todo el estacionamiento, hace el inventario y, al no ver nada que requiera su
atención, se mete más al interior del l laberinto del callejón. Esto podría ser
entretenido. Lo sigo.

Mis uñas golpetean en el pavimento. No parece notarlo. Acelero esquivando


bolsas de basura y cajas vacías. Finalmente estoy lo suficientemente cerca. Escucha
el sonido sostenido de mis uñas y se detiene. Me oculto tras un basurero, y lo espío.
Se vuelve y trata de ver en la oscuridad. Luego sigue adelante. Lo dejo alejarse unos
pasos y continúo. Esta vez cuando se detiene, espero un segundo más antes de
ocultarme. Deja escapar una maldición apagada. Ha visto algo, un destello de
movimiento, una sombra que parpadea, algo. Su mano derecha va al arma,
acariciando el metal y luego la retira, como si le bastara para sentirse tranquilo.
Vacila, luego mira a un lado y al otro del callejón, y advierte que está solo y no

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muy seguro de qué hacer al respecto. Murmura algo, luego sigue adelante, un poco
más rápido.

Al caminar sus ojos van de lado a lado, alerta, al borde de la alarma. Respiro
profundo, y registro apenas brisas de temor, lo suficiente para hacerme latir fuerte
el corazón pero no como para perder el control. Es una presa aceptable para un
juego de caza. No va a escapar. Puedo controlar la mayoría de mis impulsos.
Puedo acecharlo sin matarlo. Puedo soportar la primera sensación de hambre sin
matarlo. Puedo verlo sacar el arma sin matarlo. Pero si huye no podré detenerme.
Esa es una tentación contra la que no puedo luchar. Si corre, lo persigo. Si lo
persigo, me mata o lo mato.

Al dar la vuelta por otro callejón, comienza a tranquilizarse.

Todo está tranquilo. Me adelanto ahora, poniendo el peso sobre los talones

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para apagar el sonido de mis uñas. Pronto estoy a pocos metros. Puedo oler su
colonia, que casi tapa el olor natural de un largo día de trabajo. Puedo ver sus
medias blancas que aparecen y desaparecen entre el borde del zapato y el borde de
las piernas del pantalón. Oigo su respiración, el ritmo ligeramente aumentado que
revela que camina más rápido que lo habitual. Me deslizo hacia delante, lo
suficientemente cerca como para abalanzarme y lanzarlo al suelo antes de que
pueda tomar el arma.

Su cabeza se alza. Sabe que estoy aquí. Que hay algo aquí Me pregunto si se
volverá. ¿Se atreverá a mirar, a enfrentarse a algo que no puede ver ni oír, sino sólo
intuir? Su mano va hacia el arma, pero no gira. Camina más rápido. Y luego sale a
la seguridad de la calle.

Lo sigo hasta el final y observo desde la oscuridad. Avanza con las llaves en
la mano hasta un patrullero estacionado, abre y se mete dentro. El auto ruge y sale
chillando. Miro las luces que se alejan y suspiro. Se acabó el juego. Gané.

Fue bueno, pero ni de lejos suficiente para satisfacerme. Estas calles laterales
son demasiado estrechas. Mi corazón late con una excitación que no logré
descargar. Mis piernas duelen de tanta energía contenida. Debo correr.

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Del sur viene un soplo de viento que trae el fuerte olor del lago Ontario.
Pienso en dirigirme a la playa, me imagino corriendo por la arena, sintiendo el agua
helada en mis patas, pero no es seguro. Si quiero correr; debo ir al barranco. Queda
lejos, pero no tengo opción a menos que quiera quedarme rondando callejones con
olor a humano por el resto de la noche. Giro al noroeste e inicio el viaje.

Casi media hora más tarde estoy parada en la cima de una colina. Mi nariz
se mueve, registrando los vestigios de una fogata de hojas en un patio cercano. El
viento me agita la piel, frío, vigorizante. Arriba, el tráfico pasa como un trueno por
el viaducto elevado. Debajo está el santuario, un oasis perfecto en medio de la
ciudad. Me lanzo hacia adelante. Por fin estoy corriendo.

Mis piernas adquieren ritmo antes de llegar a la mitad del barranco. Cierro
los ojos un segundo y siento el viento en el hocico. Al golpear mis patas contra la

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tierra endurecida, hay pinchazos de dolor en mis piernas, pero me hacen sentir
viva, como si me despertara de golpe luego de dormir demasiado. Los músculos se
contraen y extienden en perfecta armonía. Con cada paso siento dolor y un
estallido de felicidad física. El cuerpo me agradece el ejercicio, y me premia con
golpes de adrenalina casi narcotizantes. Cuanto más corro, más liviana me siento,
el dolor se libera como si mis patas ya no golpearan la tierra. Incluso en el fondo del
barranco siento que corro cuesta abajo, incrementando mi energía. Quiero correr
hasta eliminar toda la tensión de mi cuerpo, y que no quede nada más que las
sensaciones del momento. No podría detenerme aunque quisiera. Y no quiero.

Las hojas muertas crujen bajo mis patas. Una lechuza canta suavemente en
el bosque. Terminó su cacería y descansa contenta, no le importa quién anda por
ahí. Un conejo sale corriendo de los arbustos delante de mí, advierte su error y
vuelve a ocultarse en la maleza. Sigo corriendo. Mi corazón golpea alerte. El aire se
siente helado contra el calor de mi cuerpo, arde al pasar por mi nariz hacia los
pulmones. Respiro hondo, disfrutando del shock que produce al llegar a mi
interior. Corro demasiado rápido como para oler algo. En mi cerebro percibo
algunos rostros en una mezcolanza que huele a libertad. Ya incapaz de resistirlo,
finalmente me detengo, lanzo la cabeza hacia atrás y aúllo. La música sale de mi
pecho en una evocación tangible de pura felicidad. Hace eco en la barranca y sube

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al cielo sin luna, para que todos sepan que estoy aquí. ¡Soy dueña de este lugar!
Cuando acabo, bajo la cabeza, jadeando por el esfuerzo. Estoy parada allí, mirando
hojas amarillas y rojas de arce esparcidas por el suelo, cuando finalmente un sonido
logra atravesar hasta mi conciencia. Es un gruñido, un gruñido suave de amenaza.
Hay un pretendiente a mi trono.

Alzo la vista y veo un perro amarillo amarronado a pocos metros. No, no es


un perro. Mi cerebro tarda un segundo, pero finalmente reconocer eñ animal. Un
coyote. Tardo un segundo en advertirlo porque es algo inesperado. He oído hablar
de coyotes en la ciudad pero nunca me encontré con uno. El coyote se siente igual-
mente confundido por mí. Los animales no logran entender qué soy. Huelen a
humano, pero ven un lobo y justo cuando deciden que la nariz los engaña, me
miran a los ojos y ven un humano. Cuando me encuentro con perros, huyen o
atacan de inmediato. El coyote no hace ninguna de las dos cosas. Alza el hocico y

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huele el aire, luego se eriza y hace un gruñido prolongado con los labios estirados.
Es de la mitad de mi tamaño, no vale la pena. Se lo hago saber con un gruñido
cansino y un sacudón de la cabeza que dicen ―ya vete". El coyote no se mueve. Lo
miro un momento. Desvía la mirada.

Resoplo, vuelvo a sacudir la cabeza y lentamente le doy la espalda. Estoy a


medio giro cuando veo una piel marrón que se lanza contra mi hombro. Me lanzo
al costado, ruedo, luego me pongo rápidamente de pie. El coyote me mira
gruñendo. Respondo con un gruñido serio, el equivalente canino de "ahora me
estás enojando". Él coyote se queda firme. Quiere pelea. Bien.

Se me eriza el pelaje, con la cola abriéndose en abanico. Bajo la cabeza entre


los huesos de mis hombros y aplano las orejas. Le muestro mis dientes y siento el
gruñido que sube por mi garganta y sale reverberando a la noche. El coyote no
retrocede. Me agacho para saltar cuando algo me golpea duro en el hombro y me
desequilibra. Siento dolor en el hombro. Tropiezo y giro para enfrentar a mi
atacante. Un segundo coyote, gris-marrón, colgado de mi hombro, clavándome
los colmillos hasta el hueso. Con un rugido de ira y dolor, me alzo y lanzo todo mi
peso sobre el costado.

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El Club de las Excomulgadas
Cuando e1 segundo coyote sale volando, el otro se me lanza directo a la
cara. Agachándome, lo tomo de la garganta, pero mis dientes muerden pelo en vez
de carne y él logra escabullirse. Trata de retroceder para atacar de nuevo, pero me
lanzo sobre él, obligándolo a afirmarse contra un árbol. Se alza en dos patas,
tratando de escapar. Lanzo mi cabeza, apuntando a su garganta. Esta vez lo tomo
bien. La sangre llena mi boca, salada y gruesa. El compañero del coyote aterriza en
mi espalda. Siento que se me aflojan las piernas. Dientes que se hunden en la piel
suelta bajo mi cráneo. Siento un nuevo dolor. Concentrándome, mantengo aferrada
la garganta del primero. Me afirmo, luego suelto un segundo, lo suficiente como
para dar el golpe fatal y desgarrar. Al retirarme, la sangre que salta me ciega. Cierro
los ojos y giro fuerte la cabeza, desgarrando la garganta del coyote. Cuando siento
que está muerto, lo arrojo a un costado. Luego me lanzo al suelo y ruedo. El coyote
en mi espalda chilla de sorpresa y me suelta. Me levanto y giro en un solo

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movimiento, lista para acabar con este otro animal, pero se escabulle en la maleza.
Un destello de su cola y se ha ido. Miro el coyote muerto. De su garganta sale
sangre que la tierra bebe sedienta. Siento un sacudón, como el último temblor de
deseo satisfecho. Cierro los ojos y tengo un escalofrío. NO fue mi culpa. Me
atacaron. El barranco está en silencio, haciéndose eco de la calma que me inunda.
No canta siquiera un grillo. El mundo está oscuro, silencioso y dormido.

Trato de examinar y limpiar mis heridas, pero están fuera de mi alcance. Me


estiro y evalúo el dolor. Dos cortes profundos, los dos sangrantes, aunque sólo lo
suficiente como para mancharme la piel. Viviré. Giro e inicio el camino de regreso
a la ciudad, saliendo del barranco.

Cambio al volver al callejón. Luego me visto y salgo a la vereda como un


drogadicto al que hubieran pescado in fraganti Siento frustración. No debería acabar
así, sucia y furtiva, en medio de la basura y la roña de la ciudad. Debería terminar
en un claro en el bosque, la ropa abandonada en la espesura, estirada desnuda,
sintiendo el fresco de la tierra y la brisa nocturna haciéndome cosquillas en la piel.
Debería quedarme dormida en el pasto, exhausta, sin pensar, sólo con los vapores
de la satisfacción flotando en mi mente. Y no debería estar sola. En mi mente

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El Club de las Excomulgadas
imagino a otros, descansando en derredor sobre el pasto. Oigo los ronquidos
familiares, susurros y risas ocasionales. Siento la piel cálida junto a la mía, un pie
desnudo enganchado en mi pantorrilla, que se agita al soñar que corre. Puedo
olerlos, su sudor, su aliento, mezclados con el perfume de la sangre, de un ciervo
muerto en la cacería. La imagen se hace añicos y me encuentro mirando una
vidriera donde mi reflejo devuelve la mirada. Siento el pecho oprimido, de una
soledad tan profunda y completa que no puedo respirar.

Giro rápidamente y golpeo el objeto más cercano. Resuena un poste de la


luz. El dolor me recorre el brazo. Bienvenida de vuelta a la realidad: Cambio en
callejones y me arrastro de regreso a mi departamento. Mi condena es vivir entre
dos mundos. Por un lado, la normalidad. Por el otro, hay un lugar donde puedo ser
lo que soy sin temor a represalias, donde puedo asesinar y ni siquiera provocar un
gesto de quienes me rodean, donde incluso se me alienta a hacerlo para proteger ese

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mundo. Pero lo dejé.

Al caminar hacia el departamento, puedo sentir mi ira contra el pavimento a


cada paso. Una mujer acurrucada bajo una pila de mantas sucias me mira al pasar
e instintivamente se hunde más en su nido. Al dar la vuelta a la esquina, aparecen
dos hombres que me evalúan como presa. Resisto apenas el impulso de gruñirles.
Camino más rápido y parecen decidir que no vale la pena perseguirme. No debería
estar aquí Debería estar en casa, en la cama, no recorriendo el centro de Toronto a
las cuatro de la madrugada. Una mujer normal no estaría aquí. Es otra cosa que me
recuerda que no soy normal. No soy normal. Miro la calle a oscuras y puedo leer
un pequeño cartel en un poste telefónico a quince metros. No soy normal. Siento
un ligero aroma de pan fresco de una panadería que comienza a trabajar a
kilómetros de distancia. No soy normal. Me detengo delante de un negocio, me
tomo de una barra sobre la vidriera y me alzo. El metal se queja. No soy normal.
Nada normal. Repito las palabras en mi mente, flagelándome. La ira aumenta.

En la puerta de mi departamento me detengo y respiro hondo. No debo


despertar a Philip. Y si lo hago, no debo permitir que me vea así. No necesito un
espejo para saber cómo me veo, con la piel tensa, el color subido, los ojos

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El Club de las Excomulgadas
incandescentes de ira que ahora siempre vienen con el Cambio. Definitivamente
nada normal.

Cuando finalmente entro al departamento escucho la respiración de él que


me llega desde el cuarto. Aún duerme. Estoy casi en el baño cuando se interrumpe
la respiración.

—¿Elena? —musita adormilado.

—Voy al baño.

Trato de pasar la puerta, pero ahora está sentado, mirándome con su


miopía. Frunce el ceño.

—¿Vestida? —dice.

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—Salí.

Un momento de silencio. Se pasa la mano por el pelo oscuro y suspira.

—Es peligroso. Joder, Elena. Te lo dije la semana pasada. Despiértame e iré


contigo.

—Necesito estar sola. Para pensar.

—Es peligroso.

—Lo sé. Lo siento.

Me meto en el baño, y me quedo más de lo imprescindible. Hago de cuenta que


uso el inodoro, me lavo las manos con suficiente agua como para llenar un yacuzzi,
luego encuentro una uña que necesita de mi atención. Cuando finalmente creo que
Philip se ha vuelto a dormir, voy al cuarto. Está encendido el velador. El se
encuentra sentado, con los anteojos puestos. Vacilo en la puerta. No me decido a
pasar la puerta, meterme en la cama con él. Me odio por eso, pero no puedo
hacerlo. El recuerdo de la noche perdura y me siento fuera de lugar.

Como no me acerco, Philip baja las piernas de la cama y se sienta.

—No quise ladrarte —dijo. —Pero me preocupo. Sé que necesitas libertad y


trato...

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El Club de las Excomulgadas
Se detiene, frotándose la boca con la mano. Sus palabras me cortan. Sé que no
me quiere reñir, pero lo hace. Para mi es un recordatorio de que estoy jodiendo la
cosa, de que tengo suerte de haber encontrado a alguien tan paciente y comprensivo
como Philip, pero estoy desgastando su paciencia a velocidad supersónica y parece
que no puedo hacer más que esperar a que suceda el desastre.

—Sé que necesitas libertad —dice nuevamente. —Pero tiene que haber otra
manera. Quizá podrías salir de mañana. Si prefieres que sea de noche, podríamos ir
al lago en el auto. Podrías caminar. Y yo me quedo en el auto y te cuido. Quizá
podría caminar contigo. Quedarme veinte pasos detrás de ti. —Logra sonreír. —
Quizá no. Probablemente me arrestarían por cuarentón que anda acechando a una
jovenzuela.

Se detiene y luego se inclina hacia delante.

—Ahí, Elena, es cuando tú dices que a los cuarenta y un años no se es ningún


cuarentón.

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—Ya veremos qué se puede hacer —digo.

No se puede hacer nada. Tengo que correr de noche y tengo que hacerlo sola.
No hay manera de llegar a un acuerdo.

Viéndolo sentado al borde de la cama, sé que lo nuestro no tiene futuro. Mi única


esperanza es lograr que la relación sea tan perfecta en todos los demás sentidos
como para que Philip llegue a aceptar esta excentricidad. Para lograrlo el primer
paso tendría que ser que me meta en la cama, lo bese y le diga que lo amo. Pero no
puedo hacerlo. Esta noche no. Esta noche soy otra cosa, algo que él no conoce y
no podría entender. No quiero ir a él así.

—No estoy cansada —digo. —No me voy a acostar. ¿Quieres desayunar?

Me mira. Vacila y sé que he fallado... otra vez. Pero no dice nada. Vuelve a
sonreír.

—Salgamos. Tiene que haber algún lugar abierto en la ciudad a esta hora.
Daremos una vuelta hasta encontrar un bar. Tomaremos cinco tazas de café y
veremos el amanecer. ¿Está bien?

Asiento. No me atrevo a hablar.

—¿ Te duchas tú primero? —dice. —¿O tiramos la moneda?

—Ve tú.

Me besa en la mejilla al pasar. Espero hasta escuchar la ducha y entonces voy a


la cocina

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A veces me da tanta hambre.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L

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El Club de las Excomulgadas

Prólogo
Típico de los hombres. Te abres camino en el infierno peleando -
literalmente, a machetazos a través de legiones de bestias, zombis y engendros
demoníacos- para escabullirte a casa y pasar con él unos minutos robados… y él no
está.

Eve refunfuñaba mientras se paseaba por la pequeña casa flotante, sangre


multicolor se deslizaba goteando de su espada.

— ¿Dónde diablos estás, Kris?

Su compañero angelical, Trsiel, no podía cubrirla por mucho más tiempo y

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quería hablar con Kristof. Él había estado vigilando el mundo de los vivos para ella,
observando como sus hijos y su hija se veían envueltos en este lío. En realidad no
había mucho que un padre fantasmal pudiera hacer para ayudar, pero el
seguimiento ayudaba a que ambos se sintieran mejor.

Pero no estaba en la casa flotante. Tampoco estaba en la corte. Eve había


ido allí y se encontró con el palacio de justicia cerrado. El guardia de turno había
murmurado algo acerca de que las guardas mágicas necesitaban reparación, el
mantenimiento habitual. Lo que era mentira. La corte del Más Allá estaba cerrada
debido a que los más altos poderes corrían por todas partes, reclutando tropas para
apagar los incendios, tanto en la tierra como en el más allá. Pero no les iban a
contar a sus sombras que el mundo estaba al borde de la guerra. No, eso no serviría
de nada. Así que fingirían que todo iba bien. Y si veías una bestia monstruosa
corriendo por la calle principal, sin duda no era un perro del infierno escapado de
su dimensión. Aunque probablemente deberías informar a control demoníaco de
todos modos.

Eve entró en el dormitorio y miró a su alrededor. La cama estaba hecha, las


sábanas estiradas prolijamente. Kristof se había criado con sirvientas, cocineras y
amas de llave y, aunque se había despojado encantado de todo ese boato después

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El Club de las Excomulgadas
de su muerte, seguía manteniendo su mundo aquí, tan limpio y ordenado como si
todavía tuviera personal.

Eve limpió su espada en las sábanas de chipicientos hilos de algodón


egipcio. Por un momento estuvieron embadurnadas de un satisfactorio arco iris de
sangre. Luego se evaporó en el algodón blanco. Ella suspiró y envainó su espada.

—Está bien, dejaré una nota de verdad.

Conjuró papel y un bolígrafo.

Estimado Kris,

El cielo y el infierno están siendo desgarrados mientras ángeles y demonios luchan los
unos con los otros. En el mundo de los vivos, los sobrenaturales continúan dirigiéndose hacia

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una guerra entre los que quieren a revelarse ante los seres humanos y los que saben que tal
revelación destruirá todo lo que nos es querido. El velo entre los reinos se vuelve más delgado
con cada momento que pasa mientras nosotros caemos en picado hacia una catástrofe. Espero
que te encuentres bien.

Abrazos y besos,

Eve.

Acababa de terminar cuando oyó un repiqueteo detrás suyo y se giró para


ver... nada.

Otro repiqueteo sonó en el piso de madera pulida y miró hacia abajo para
ver un conejo blanco. Este se levantó sobre sus patas traseras.

—Eve Levine—chilló el conejo—. Poderosa hija de Balaam, señor de la


oscuridad y el caos. Me postro ante ti.

El conejo trató de inclinarse graciosamente, pero su cuerpo no completó


muy bien la maniobra y se desplomó sobre su vientre. Cuando levantó la vista, sus
ojos rosas brillaban con una luz sobrenatural. Eve se concentró y una segunda

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El Club de las Excomulgadas
forma se superpuso a la del conejo, la de algo parecido a un sapo con colmillos y
ojos que sobresalían sobre temblorosos pedúnculos. Ella parpadeó y el conejo
reapareció.

—Buena elección de forma, diablillo—dijo ella.

—Me planteé un gatito, pero no parecía aconsejable para reunirse con una
bruja oscura.

—Las brujas no matan gatos. Especialmente las brujas que han sido
reclutadas para la hermandad angelical —agarró su espada y la levantó. —Pero,
¿conejos? Roedores. Bichos. Nada hay en el manual en contra.

El conejo retrocedió.

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—Por favor, mi señora. Balaam tiene una legión de diablillos rastreando
cada dimensión en su busca. Está más que ansioso por hablar con usted.

—¿Lo está? ¿Y qué podría mi señor padre demonio querer de mí ?—dijo con
fingida sorpresa. —Espera… ¿Tiene algo que ver con esa gran revelación sobre la
que he escuchado hablar?

—¡Sí!, ¡sí!—el conejo dio golpes con la pierna trasera de la emoción. —¿Ha
oído hablar del glorioso plan? Después de siglos de clandestinidad, los seres
sobrenaturales han encontrado finalmente la fuerza de voluntad para darse a
conocer y ocupar su legítimo lugar como gobernantes del mundo de los humanos.

—Ya era hora.

El conejo dio un salto.

—Yo sabía que usted estaría de acuerdo. Ayudará a su padre, ¿no? Se unirá
a la lucha aquí y convencerá a su hija terrestre de hacer lo mismo.

—¿Savannah? —Eve intentó mantener su voz calmada.

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El Club de las Excomulgadas
—Por supuesto. Ella es una poderosa hechicera. Sin duda poderosa. Y muy
bien conectada con el mundo sobrenatural. El mismo Señor Balaam se le acercó,
pero ella ha rechazado su generosa oferta.

—Balaam se acercó a mi…—Eve se detuvo en seco mientras su espada


brillaba azul, imbuida de su furia. Pero el diablillo-conejo no pareció darse cuenta.
Respiró hondo para calmarse. —Será insensata. Por supuesto que hablaré con ella.
Ella escucha a su madre. Pero, en primer lugar, tendrás que decirme todo lo que
sabes acerca de los planes de mi padre para poder explicárselo adecuadamente a
ella.

El conejo se lo contó todo y ella se lo agradeció gentilmente… luego le cortó


la cabeza, la cual salió volando por el pasillo precisamente en el momento en que la
puerta de la casa flotante se abría. Una figura alta y de anchos hombros llenó el

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marco de la puerta. Cuando Kristof Nast entró, la cabeza del conejo rebotó sobre
sus lustrosos mocasines italianos.

—¿Eve? —dijo, mirando hacia sus pies mientras ella entraba en la sala
principal. La vio y sonrió. —Si hay cabezas decapitadas de conejo volando, sólo
hay una explicación. Eve ha vuelto —se detuvo al ver su expresión. —¿Qué pasa?

—Se trata de Savannah —dijo. —Está metida en problemas. Bueno, en


problemas más grandes. Tenemos que…

La luz resplandeció. Kristof desapareció. La casa flotante se evaporó y Eve


se encontró a si misma en otra dimensión, rodeada de bestias deformes, con Trsiel a
su lado y su espada ya en mano.

—Oh, mierda—murmuró cuando las bestias embistieron.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Uno
Conduje a mi medio hermano Bryce lejos de los escombros de la explosión
del laboratorio, haciendo caso omiso de sus protestas e ignorando a Adam que se
mantenía cerca haciendo muecas cada vez que Bryce tosía. No podía culpar a
Adam por preocuparse. El Movimiento de Liberación Sobrenatural había inyectado
a Bryce algo llamado “vacuna contra la mortalidad”, lo que sonaba genial, hasta que
descubrías que eso significaba que contenía ADN de vampiros, zombies y sólo Dios
sabe de que otras criaturas que el grupo había reunido para sus experimentos.

Así que la verdad era que yo tampoco quería atrapar lo que sea que Bryce
tuviera. Antes de escapar, la mujer que se lo había inyectado había sugerido que era
transmisible. Tenía que confiar en que no estuvieran los bastante locos como para

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hacerlo fácilmente transmisible. ¿Y si lo estaban? Pues entonces ya estaba jodida. La
única manera de salir del laboratorio había sido dejarnos caer en un pozo de agua
conectado a una alcantarilla subterránea. Bryce estaba tan débil que casi se había
ahogado y tuve que ayudarlo. Había estado a punto de hacerle respiración boca a
boca cuando se despertó por su cuenta, pero habíamos tenido mucho contacto. Así
que podría estar infectada. Pero era una preocupación para más tarde. En este
momento, estaba feliz de haber sobrevivido, sobre todo cuando todo el lugar se
había desplomado sobre nuestras cabezas cuando el movimiento de liberación voló
su propio laboratorio.

Nunca había estado tan contenta de estar andando, húmeda, maloliente y


sucia, por un callejón de Nueva Orleans. O de ver a Jeremy Danvers, el hombre
lobo Alfa, o a Jaime Vegas, su novia nigromante. O a Adam. Sobre todo a Adam.

Bryce podría ser mi hermanastro, pero conozco a Adam desde que tenía
doce años. ¿Bryce? Bueno, digamos que no somos íntimos.

—Giraremos en la calle aquí —dijo Jeremy. Estaba explorando el camino,


renqueando desde la explosión. —Deberíamos estar lo suficientemente lejos…

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Se detuvo y ladeó la cabeza, el oído de hombre lobo recogiendo algo que
nosotros no podíamos. Cuando frunció el ceño, Adam se movió a su lado y
susurró:

—¿Problemas?

—Puedo escuchar una radio de policía. Están buscando a dos hombres y a


una mujer que han sido vistos saliendo del lugar de la explosión.

—¿Dos hombres cubiertos de polvo y moretones? —dijo Adam. —¿Y una


chica que parece que se fue a nadar en una cloaca?

Jeremy asintió.

Miré hacia mi ropa empapada. La única indemne era Jaime, que estaba a

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manzanas de distancia cuando el edificio se derrumbó.

Jeremy dijo:

—Anita Barrington hizo sonar una alarma, lo que significa que habrá
miembros del movimiento de revelación buscándonos a todos nosotros. Vais a
tener que esconderos hasta que Jaime nos encuentre ropa limpia. Iré con ella
mientras lo hace.

—Estaré…—comenzó Jaime, luego se detuvo a sí misma. Como


nigromante, ella no tenía habilidades defensivas innatas. Como famosa, a sus
cuarenta y siete años, no tenía ninguna adquirida tampoco: por lo general con todo
lo que tenía que lidiar era con buscafollones en los espectáculos. —Necesito un
respaldo, pero no creo que debas ser tú —le dijo finalmente a Jeremy. —Bryce
necesita un guardia con súper oído y súper fuerza. Yo sólo necesito a alguien que
cuide las espaldas. Savannah puede hacerlo. No está magullada y llena de
moratones. Sus vaqueros son negros y de lejos no se verán húmedos.

Jaime me dio su chaqueta, una bonita chaqueta de cuero que se había


comprado en un viaje a Milán. Era un poco corta- ella mide un metro sesenta y

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El Club de las Excomulgadas
siete y yo soy unos veinte centímetros más alta—de modo que en mi parecía una
chaqueta recortada a la moda. Con la ayuda de su cepillo y un pañuelo, recogimos
mi pelo mojado hacia atrás y dejé de parecer una rata ahogada, aunque mis
zapatillas soltaran agua a cada paso.

Les encontramos a los chicos un lugar tranquilo para esperar. Luego nos
pusimos en marcha.

***

El Movimiento de Liberación Sobrenatural (Supernatural Liberation


Movement). Yo le añadía una vocal y los denominaba SLAM1. Su misión era revelar
al mundo humano la existencia de seres sobrenaturales. Había una muy buena
razón por la que no lo habíamos hecho nosotros: porque era una estupidez. Cada

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vez que el mundo se enteraba de nuestra existencia, rodaban cabezas…nuestras
cabezas. Aunque se pudiera argumentar que ya no estábamos en la Edad Media, no
se trataba sólo de que fuéramos diferentes en género, color de piel, religión,
orientación sexual o cualquier otra cuestión de igualdad. Teníamos poderes. Con
frecuencia poderes mortales que nos daban ventaja sobre los seres humanos. Puedes
apostar tu culo a que no seríamos recibidos con los brazos abiertos… excepto tal
vez por las instalaciones de investigación militar.

¿Por qué entonces estaba ganando terreno este movimiento? En primer


lugar, la mayoría de los sobrenaturales no están tan en sintonía con nuestro mundo
como yo. A través de las Camarillas y mi conexión con el Consejo interracial, yo
tenía la ventaja de ver las cosas desde una perspectiva global e histórica. En
segundo lugar, hay un montón de sobrenaturales descontentos aquí fuera,
especialmente los jóvenes que no entienden por qué diablos no deberían hacer
alarde de sus habilidades. Durante la mayor parte de mis veintiún años, estuve de
acuerdo con ellos: yo tenía el poder, así que lo utilizaba. Todo lo que esos jóvenes
sobrenaturales necesitaban era un hombre con un plan. Y lo encontraron en Giles
Reyes, conocido como Gilles Rais, un líder carismático que los había convencido
de que un montón de eventos inusuales en nuestro mundo -incluida yo, un híbrido
1
N.T: SLAM en ingles significa golpe, que es lo que el movimiento planea hacer, dar un golpe.

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El Club de las Excomulgadas
hechicero/bruja- consumaban algún tipo de profecía, que declaraba que era el
momento para la gran revelación. No le venía mal a Giles afirmar que en realidad
era un noble francés del siglo XV que había descubierto por casualidad la
inmortalidad y había, después de siglos de experimentación, hallado la manera de
otorgarla a todos sus seguidores. Esa fue la “vacuna” que le dio a Bryce. Pensé en
mi hermano, que estaba listo para caer redondo. Al parecer, no había sido
perfeccionada todavía.

Ahora, debido a nosotros, la vacuna de Giles había sido destruida antes de


que pudiera ser perfeccionada. Él iba a estar cabreado. Realmente deseaba poder
quedarme para verlo, pero teníamos lugares que visitar, cosas que hacer, un mundo
que salvar.

***

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Cuando los coches de policía pasaron silbando, con las sirenas ululando,
Jaime me agarró del brazo y gesticuló frenéticamente, riendo como si estuviera
compartiendo un jugoso chisme.

Estábamos cerca del distrito comercial cuando un coche patrulla dobló la


esquina, nos cortó el paso y clavó los frenos.

—Aparenta estar relajada —susurró Jaime.

Yo no había planeado hacer nada distinto.

—Hola chicos —dijo Jaime cuando los oficiales, una delgada mujer de
mediana edad y un joven fornido, salieron del coche. —Escuchamos las sirenas.
¿Qué está pasando?

—Una bomba fue detonada a pocas manzanas.

—¿En serio?—los ojos de Jaime se abrieron mucho mientras examinaba los


tejados. —¿Dónde? Tengo un blog y si pudiera conseguir fotos, sería…

—Ejem, bomba, ¿Jaime? —interrumpí. —La gente normal corre en la

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El Club de las Excomulgadas
dirección opuesta.

—Porque la gente normal no tiene una cuenta en Twitter con cientos de


miles de seguidores — sacó su teléfono móvil y mantuvo el tono. —¿Saben la
dirección? Puedo ponerla en foursquare2 ahora y luego twiteo las fotos cuando
lleguemos allí.

—No vamos a ir al lugar de la bomba… estamos yendo a tu entrevista —me


giré hacia los oficiales, articulando con la boca “Hollywood” y poniendo los ojos en
blanco.

—¿Podemos ver alguna identificación?—preguntó la mujer.

—Claro que sí —gorjeó Jaime, luego se rio. —Pero la fecha de nacimiento

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queda entre nosotros, ¿verdad?

Tengo que decirlo: Jaime hace el número de la famosilla cabeza hueca como
nadie. El agente de sexo masculino parecía listo para volver a subirse al coche, pero
su compañera insistió en la identificación.

Jaime mostró sus tarjetas y se ofreció a enviarles su foto autografiada. Les


explicó quien era, Jaime Vegas, renombrada espiritista, como ya habrían visto antes
en El programa de Keni Bales y otros. El policía de sexo masculino dijo que había
oído hablar de ella y que a su cuñada le encantaría una foto firmada.

—Esa es… una forma interesante de ganarse la vida —dijo la oficial mujer…
Medina según su placa. —Es usted libre de ir a su entrevista, señorita Vegas. Es su
amiga la que tiene que venir con nosotros.

—¿Qué? —gritó Jaime. —No. Ella no es mi amiga. Quiero decir, sí, por
supuesto que lo eres, cielo —una palmadita en mi brazo. —Pero es que es mi
publicista. La necesito para la entrevista.

—Entonces tendrá que reprogramarla, porque ella se viene con nosotros.

2
Aplicación para móviles para compartir la ubicación con tus contactos en una red social.

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El Club de las Excomulgadas
Fue vista entrando en el edificio de la bomba antes de la explosión y
abandonándolo poco tiempo después.

—¿No tendría que haberme ido antes de la bomba teniendo en cuenta que
todavía estoy viva?

La mirada de Medina me advirtió que no fuera tan listilla.

—Sólo queremos hablar con usted.

—Entonces hablemos aquí.

—Señorita, tenemos varios informes de testigos oculares. Eso es suficiente


para arrestarla, pero nos gustaría darle la oportunidad de hablar con nosotros
primero. Para que nos proporcione alguna pista sobre sus cómplices en la

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conspiración.

—¿Cómplices?—señalé a Jaime. —Es la única persona con la que he estado


conspirando hoy. ¿Tiene aspecto de una mente criminal?

—Usted fue vista en compañía de dos hombres.

—¿Dos? —Jaime me dio un manotazo en el brazo. —Oh, Dios mío, eres tan
egoísta.

—¿Qué aspecto tenían esos tipos?—pregunté.

Los oficiales intercambiaron una mirada. La mujer se aclaró la garganta.

—Tenemos descripciones preliminares, pero estamos esperando que usted


pueda contribuir con algo más. Sin duda ayudará a su situación si lo hace.

En otras palabras, la única “descripción” que tenían era la que Jeremy había
oído: dos tipos cubiertos de polvo de la explosión. Lo que sea que tuvieran de mí
era una mentira. Sí, yo había estado dentro de ese edificio pero había entrado por el
tejado, lo que significaba que nadie me había visto entrar. Salí a través de la red de

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El Club de las Excomulgadas
alcantarillado. Tenía la sensación de que sus “testigos” eran miembros del SLAM.

—Si alguien me vio cerca de este edificio, hay una explicación. Pero iré a la
comisaría si eso ayuda —me volví hacia Jaime. —Ve adelante, haz tú entrevista…

—De ninguna manera —dijo ella. —Esta joven es mi publicista y no pueden


tratarla como a una terrorista. Vine aquí para echar un vistazo a varios escenarios
para una posible actuación de caridad. Así es, caridad. Nueva Orleans ha pasado
por un infierno y si quieren que los turistas vuelvan, no pueden ir arrestándolos por
la calle…

Ella continuaba su perorata de diva mientras Medina comenzaba a guiarme


hacia el coche patrulla.

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—Está bien —le dije a Jaime, tratando de hacerla callar. —Quédate aquí.
Haz saber a Adam que me han entretenido. Él tendrá que posponer la entrevista.
No estaré mucho tiempo y…

—¡Quítele las manos de encima! —gritó Jaime a la policía.

—No me está tocando —dije. —Escucha, Jaime…

Ella apuntó una patada hacia las espinillas de Medina. No se aproximó. Fue
intencionado: si hay algo que puede hacer Jaime es patear con la precisión de una
artista de kung-fu vistiendo stilettos.

El joven oficial, Holland, la agarró.

—Basta ya —dijo. —O irá a la comisaría con ella.

Jaime se liberó.

—¡No se atreva a poner sus manos sobre mí! —fingió otra patada, y perdió
el equilibrio, tropezando. —¡Me ha puesto la zancadilla!

—Métela también en el coche —dijo Medina.

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El Club de las Excomulgadas
Cuando Holland la obligó a ir hacia el coche, Jaime puso poca resistencia.
Una vez en el asiento trasero, se deslizó haciendo espacio para mí.

—¿Qué demonios? —susurré cuando Medina cerró la puerta.

—Tú eres mi respaldo y yo soy el tuyo —dijo. —Si cogen a una, se llevan a
ambas.

Aunque apreciaba el apoyo, hubiera preferido que se asegurara de que


Jeremy y Adam conseguían llevar a Bryce a un médico. Antes de que pudiera
protestar, los oficiales se subieron a los asientos delanteros y arrancaron. Jaime me
tendió su móvil y susurró:

—Llama a Paige.

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No lo hice. Llamé a Lucas. Después de que me hubo contestado, me incliné
dentro del espacio entre los asientos delanteros.

—Estoy llamando al manager de Jaime para cancelar la entrevista. No hay


problema, ¿verdad?

Medina parecía a punto de decir que no, pero su compañero asintió con la
cabeza.

—Pero que sea breve.

Lucas esperó pacientemente al darse cuenta, por mi comentario a Medina,


de que algo estaba pasando.

—Oye —le dije. —Puedes llamar a Adam al Daily para posponer la


entrevista y la sesión de fotos. Jaime y yo… como que hemos conseguido que nos
arrestaran. Adam nos espera con el fotógrafo. Bryce o algo parecido.

—¿Me atrevo a preguntar qué está pasando?

—Mmm, mejor no. Parece que alguien creyó verme cerca de una explosión,

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El Club de las Excomulgadas
lo que una absoluta sandez. Estoy haciendo de niñera…—eché una rápida ojeada a
Jaime, que fingió fruncir el ceño. —Esto, haciéndole compañía a Jaime. De todos
modos, es un enorme malentendido que estoy segura será el entretenimiento de
todos en la oficina más tarde. Espero aclararlo pronto, pero dile a Adam que no
espere más de treinta minutos. Sé que tiene cosas importantes que hacer.

—Vale —Lucas hizo una pausa, luego preguntó — ¿Ambas estáis bien?

—Estamos bien. No nos hemos puesto totalmente en ridículo, por lo que no


se requiere intervención de emergencia.

Otro silencio por su parte.

—De verdad —le dije.

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Medina se giró para volver la vista hacia mí.

—Una llamada breve.

—Me tengo que ir.

—Está bien. Hacedme saber si necesitáis ayuda legal.

—Estoy segura de que no la necesitaremos. Sólo es un interrogatorio.

Medina me indicó que colgara. Le dije adiós y le devolví el teléfono a Jaime.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Dos

Cuando salimos fuera de la ciudad, me di cuenta de que eran policías


estatales. Supongo que debería haberme dado cuenta antes. Parecía extraño que un
departamento de fuera estuviera involucrado en el caso de una gran ciudad, pero tal
vez, incluso años después del Katrina, Nueva Orleans todavía se encontraba en un
estado de agitación burocrática.

Nos detuvimos en una pequeña estación de policía, en una carretera regional


rodeada de bosques y pantanos. Medina se bajó del coche mientras Holland tomaba

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notas en su libreta. Ella abrió la puerta. Cuando empezaba a salir, Holland abrió la
puerta de Jaime y se detuvo en seco.

—¿Qué es eso?—dijo.

Me volví para encontrarme con algún tipo de polvo negro untado en mi


asiento.

—Maldita sea —murmuré. —¿Me senté sobre eso?

Fui a limpiarme el culo, pero Medina me agarró las manos y tiró de mí tan
rápido que apenas tuve tiempo de reaccionar y decir —¡Oye!— antes de que
estuviera extendida de brazos y piernas contra el coche patrulla.

Jaime gritó, genuinamente ahora y trató de salir, pero Holland la empujó de


nuevo dentro y cerró la puerta.

—¿Es eso lo que parece? —preguntó mientras Medina me registraba. —


¿Algo procedente de la bomba?

—Podría ser —dijo ella.

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El Club de las Excomulgadas
No lo era. Lo que fuera que despedazó ese edificio no fue un poco de
pólvora de baja calidad. Pero demostrar cualquier familiaridad con lo que había
causado la explosión, o con las bombas en general, no parecía aconsejable.

Medina palmeó mis bolsillos traseros.

—Lo único que hay ahí dentro es mi billetera —dije. —Sin embargo, sigue
adelante y compruébalo.

Ella sacó la billetera. Luego extendió el brazo hacia el otro bolsillo trasero,
se detuvo y le hizo señas a Holland para que se acercara.

—¿Qué? —dije.

Traté de girarme y mirar, pero me aplastó contra el coche de nuevo. Estiré el

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cuello para mirar, teniendo cuidado para no mover nada excepto mi cabeza. Ella
sostenía un pedazo de papel doblado y un tubo de cartón prensado rociado de
polvo negro.

—Eso no…

Me empujó contra el coche de nuevo y desdobló el papel. Holland se inclinó


para leerlo. Maldijo. Su mirada se levantó hacia la mía, los labios fruncidos de
disgusto.

—¿Así que no sabías nada del bombardeo? ¿Entonces por qué está la
dirección en tu bolsillo?

—¿Qué? No. Eso no estaba en mi bolsillo. Ni el papel, ni ese polvo. Mira mi


billetera. ¿Notas algo raro? Está empapada. Al igual que mi bolsillo. Ese papel y el
tubo están secos, lo que significa que no pueden haber estado dentro.

—Está bien, y ¿cómo te mojaste? —preguntó Holland.

—Yo... es un poco embarazoso, ¿de acuerdo? Me caí en un charco. Aterricé


de culo.

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El Club de las Excomulgadas
—Sí, eso es embarazoso —dijo Medina. —Pero no tan embarazoso como la
verdad.

—¿Qué quieres decir?

—Tu billetera estaba en tu bolsillo trasero. Probablemente se te cayó en el


inodoro. Perdí un teléfono móvil así una vez.

—No, mis vaqueros están empapados…

—Entonces supongo que el accidente en el cuarto de baño fue aún más


embarazoso. O tal vez metiste estas cosas en tu bolsillo después de mojarlos.

—Me habría sentado sobre ellos con los vaqueros mojados. ¡Al menos
estarían húmedos!

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Medina me dio otro empujón, con tanta fuerza que mi barbilla golpeó contra
el coche. Me mordí la lengua y saboreé sangre.

Holland se hizo cargo, sosteniéndome mientras Medina sacaba mi


identificación de mi billetera húmeda.

—Savannah Levine —dijo ella. —Queda detenida por…

***

Medina arrestó también a Jaime, a pesar que no tenía ninguna evidencia


que sugiriera que estaba involucrada. Y ahí fue cuando realmente supe que esto no
era legal, sobre todo cuando Holland se mostró sorprendido por la decisión de
Medina. No se lo discutió. Ella era la principal. Pero cuando entramos y alguien
gritó que había problemas con un tipo en la celda de retención, Holland se ofreció a
ayudar y se fue rápidamente.

Medina llamó a un segundo oficial para que viniera, un chico apenas con la
edad suficiente para afeitarse. Él se hizo cargo de Jaime, quien no había dicho una
palabra desde que salimos del coche. Cuando ahora le eché una mirada,

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El Club de las Excomulgadas
parpadeaba fuertemente con la mirada desenfocada.

—¿Jaime? —dije.

Ella esbozó una débil sonrisa.

—Estoy bien.

No lo parecía. El oficial la había conducido hasta la mitad del pasillo


cuando oí un estrépito y me giré para verla doblada en dos, vaciando su estómago
sobre las baldosas de linóleo.

—Oh, Dios —dijo ella. —No puedo creer que yo hiciera esto —su voz salía
espesa, arrastrando las palabras.

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—Empezando la fiesta un poco temprano hoy, ¿no? —dijo Medina.

—¿Q…qué? —Jaime se esforzó en mirarla, los ojos negándose a enfocar.

Traté de llegar a Jaime, pero Medina tiró de mí hacia atrás.

—Tu amiga está bien. Sólo tiene que dejar de beber —gritó al joven oficial,
—Es de esos típicos de Hollywood. Probablemente se pasó la noche en la calle
Bourbon.

—¿Qué?—dije. —No, nosotras…

—¿Debería enviar la ficha policial a los diarios sensacionalistas?—preguntó


el joven oficial con una sonrisa.

—No, eso es exactamente lo que esta gente quiere. No existe la mala


publicidad. Yo me encargo del papeleo. Métela en la celda de los borrachos.

—¿Entonces es ese el cargo? ¿Embriaguez en público? ¿Para las dos?

Medina asintió. Abrí la boca pero su mirada me hizo cerrarla.

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Me empujó hacia la siguiente puerta abierta y cerró la puerta detrás de
nosotras mientras el otro oficial conducía a Jaime a las celdas.

—¿Qué diablos está pasando? —dije, girándome hacia Medina. —Primero


me preguntas por una bomba. Luego me arrestas por ello. ¿Y ahora lo cambias a
embriaguez pública?

—¿Prefieres el cargo de la bomba?

—No hay ningún cargo por bomba. Tú…

—No todavía, pero podría ser.

Me esposó a una silla, se sentó frente a mí y sacó su teléfono móvil. Después


de un minuto, me di cuenta de que los sonidos que escuchaba no eran de mensajes

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de texto o correo electrónico, ella estaba jugando.

Me sacudí en la silla.

—No me estás procesando.

—¿Quieres que lo haga?

Una parte de mí quería insistir en que me arrestara, sólo para ver si lo hacía
y así podría confirmar lo que sospechaba que estaba pasando. Pero el resto de mí
decía que era una idea muy estúpida.

Así que me ponía furiosa y me retorcía por dentro mientras que ella jugaba.

—Quiero hacer una llamada telefónica —dije finalmente.

—La hiciste.

—Esa no fue mi llamada oficial. Me estás reteniendo, por lo que tengo


derecho a…

—Tienes derecho a una llamada, si presento cargos.

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El Club de las Excomulgadas
Cerré los ojos y me concentré. Buscando el núcleo de quietud para luego
enfocar toda mi energía en lanzar…

—Yo no haría eso si fuera tú —dijo Medina.

—¿Hacer qué?

—Lo que sea que estés haciendo.

Me incliné hacia delante.

—¿Y qué sería eso? —encontré su mirada. —Oh, espera… tú sabes, ¿no?

—Sí, lo sé.

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Tal como sospechaba.

—¿Para quién trabajas? ¿Para el estúpido movimiento de liberación que


bombardeó su propio edificio?

Su cabeza se irguió de una sacudida.

—¿Me estás acusando de ser una terrorista, señorita Levine?

—¿Es eso lo que crees que son? Bueno, entonces estamos de acuerdo. De
cualquier manera, retenerme es una muy mala idea. Te sugiero que recapacites y
me dejes conseguirte un trato con los Cortez.

Sus ojos se entrecerraron.

—¿Estás tratando de sobornarme?

—Si eso es lo que hace falta.

Se levantó de un salto y me golpeó, a mí y a mi silla, contra la pared. Al


empujarme me agarró por el hombro, clavando los dedos mientras se inclinaba
hacia mi cara.

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El Club de las Excomulgadas
—No sé quién demonios son esos Cortez, pero puedo prometerte que no me
da miedo ninguna banda. No pueden comprarme y no pueden amenazarme.
Tampoco tú. Te estaba dando un respiro, señorita Levine. Manteniéndote con un
cargo menor hasta que pudiera consultar con mis superiores sobre la evidencia que
encontramos en tu bolsillo trasero. Pero si quieres ese cargo…

—No. No lo quiero. Yo…yo cometí un error.

—Un error muy grande —me empujó de nuevo, la silla golpeando


ruidosamente contra la pared. —Y no va a ayudar a tu caso. Dado que parece que
no te gusta estar aquí, vamos a ver si prefieres estar en la celda de los borrachos con
tu amiga.

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39
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Tres
Encontré a Jaime acurrucada, pálida y temblando en un rincón de la celda.
Traté de despertarla, pero no abrió los ojos. Cuando le dije que iba a llamar a un
guardia, se las arregló para murmurar,

—No. No lo hagas… causa más problemas. Sólo dame… minuto.


Comida… envenenada.

Miré a mí alrededor. La celda parecía como… bien, como una celda.


Alrededor de tres por tres metros. El típico lugar en una pequeña comisaría para
retener a la gente esperando presentar cargos o la vuelta a la sobriedad. Por lo visto
eran necesarias más celdas. Ésta tenía ahora cinco ocupantes. Al igual que Jaime,

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dos estaban tumbados en el suelo. Borrachos, supuse. Al menos estaban callados.

Había una cama, ocupada actualmente por una chica con el tipo de tatuajes
que proclaman "Lo tengo de una vez que estaba muy borracha". Sólo que, a juzgar por la
cantidad, fue más de una vez. Un montón de veces más, lo que sugeriría que se
trataba de una absoluta carencia de buen gusto más que de estupidez por ebriedad
en serie. Su cabello rubio estaba quemado en las puntas, como si hubiera abusado
de su plancha de alisar. Usaba vaqueros recortados con varios michelines, llenos de
hoyos por la celulitis, sobresaliendo por debajo. Su mitad superior también
sobresalía colgando, la camiseta de tirantes clamaba a gritos por un sujetador.

En pocas palabras, no era la clase de persona con la que yo me encontraba


con humor para tratar con amabilidad. Sin embargo lo intenté.

—Oye —dije —Mi amiga está muy enferma. ¿Crees que podría ocupar la
litera?

—Vete al infierno, puta de culo flaco.

Toda la frustración de la última hora estalló y cuando la agarré, mis manos


brillaban blancas.

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El Club de las Excomulgadas
La mujer gritó.

—Me estás quemando. Tú puta, estás…

La empujé fuera de la cama y aterrizó en el suelo, medio encima de una


anciana indigente. Le pedí disculpas a la anciana, pero ella parecía estar más allá de
oírme.

La motera se levantó tambaleándose y embistió. Levanté mis puños. Ella


sacó sus garras, arañando, escupiendo y aullando. Un golpe en el estómago la
detuvo antes de que consiguiera arrancarme la cabellera. Cuando se tambaleaba
hacia atrás, la derribé de una patada.

—Te vas a arrepentir —gimoteó desde el suelo. —Conozco gente.

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—Hombres, querrás decir. Grandes y feos hombres que viajan en grandes y
feas motos —me incliné por encima de ella. —¿Un consejo? Si vas a ir provocando
a la gente, saca el culo del puto asiento y aprende a luchar por ti misma.

Lloriqueó y siseó un poco más, luego se calló. Junto a ella, la anciana se


puso recta.

—¿Alguien llamó a un abogado?—preguntó.

Me giré hacia los barrotes. No había nadie allí.

—¿Es ese tu abogado? —dijo. — ¿Puede ayudarme? Tengo que salir de aquí.

Seguí la mirada de la anciana a la mitad de la habitación. Todavía nadie.

Jaime gimió. Me acerqué rápidamente y la ayudé a ponerse en el catre.


Antes de tenderse, le echó una mirada.

—No estoy segura de querer tocarlo —dijo.

—Eres lavable—dije. —Pero, pensándolo bien…

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El Club de las Excomulgadas
Me quité la chaqueta y la hice una bola para que sirviera de almohada y así
su pelo no tendría contacto con cuales fueran las criaturas que tal vez vivían en el
colchón.

—Gracias —dijo. —¿En cuántos problemas nos hemos metido?

Me puse en cuclillas a su lado.

—No hemos sido acusadas de la explosión, pero… algo huele a pescado


podrido. Evidentemente ese polvo y la nota no eran míos. Ninguna de las dos
hemos sido procesadas. Ninguna ha sido acusada. Pero estamos encerradas.

—Medina trabaja para alguien —dijo Jaime, sus palabras saliendo lentas,
como si le doliera hablar. —El movimiento o una Camarilla.

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—También lo pensé. Le grité sobre ello y ahora está convencida de que
intenté amenazarla con una banda llamada los Cortez.

—Tal vez, pero…

Se detuvo y ladeó su cabeza. Frunció el ceño. Entonces miró alrededor de la


celda y hacia el pasillo vacío a lo lejos.

—¿Fantasmas? —dije.

—No… estoy segura. Me pareció oír...—no acabó la frase, sacudió la cabeza


y luego palideció, como si el movimiento le hubiera revuelto el estómago. —Oh,
Dios. ¿Qué comí?

—Sólo un pastel y un café hace horas.

—Un café con leche. Debe haber sido la leche. Me siento como…

—¿Alguien llamó a un abogado? —entonó la anciana otra vez.

Me volví para encontrarla mirando fijamente hacia un espacio vacío con una
mirada que reconocí debido a todos mis años pasando tiempo con Jaime. Ella

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El Club de las Excomulgadas
estaba viendo un fantasma. Sucedía a veces con los enfermos mentales.

—¿Es mi padre? —le dije a Jaime. —¿Es a quién crees haber escuchado?

Ella asintió con los ojos todavía cerrados.

—¿Puedes mirar? ¿Ver si está aquí?

Una débil y sufrida sonrisa.

—Si fuera tu padre, le escucharía alto y claro. Kristof Nast no permite que le
ignoren. Él salió a buscarte después de la explosión —frunció el ceño y abrió los
ojos. —No he tenido noticias de él…

Parpadeó, luego se quedó mirando hacia el mismo lugar vacío, como la

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anciana.

—Oh —dijo ella.

—¿Está allí?

—Sí, pero… débil. Algo está mal —se levantó y se esforzó en escuchar.
Luego soltó otro: —Oh.

—¿Qué está diciendo?—pregunté.

—Apenas me llega. Tal vez porque estoy enferma.

Jaime hizo todo lo posible para comunicarse, sin éxito. Cuando empezó a
sentirse frustrada, la detuve y dije:

—Descansa. Puedo tener una segunda vía para contactar hoy.

Señalé con la cabeza hacia la anciana, que había estado siguiendo nuestros
esfuerzos plácidamente.

—Mmm, no estoy segura de que sea una buena idea —dijo Jaime. —Ella

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El Club de las Excomulgadas
está lo suficientemente loca como para ver fantasmas, pero eso también implica que
no es exactamente coherente.

—Bueno, sin ánimo de ofender, pero tampoco tú lo estás haciendo


demasiado bien. Descansa y veré que puedo conseguir.

La motera se escabulló cuando me senté al lado de la anciana.

—¿Vas a sacarme de aquí? —dijo la anciana, mirando fijamente hacia el


espacio blanco por encima de nosotras.

—Puede verlo, ¿cierto?—dije.

Ella asintió con la cabeza.

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—Bien —dije. —Así que ahora él va a hablar y usted me dirá lo que dice.

—Quiero salir.

—Lo cual él hará, tan pronto como me haya ayudado a hablar con él.

Ella volvió sus ojos oscuros hacia mí.

—¿Así que no puedes oírlo?

—No.

Ella sonrió.

—Entonces lo tengo todo para mí —miró hacia arriba y dijo —Sácame de


aquí.

Mi padre logró engañarla para que transmitiera un mensaje, diciéndome que


exigiera llamar a Lucas, pero después de eso, ella se dio cuenta. Le dijo quejándose
que no era estúpida y que se suponía que la iba a ayudar. Luego comenzó a
gimotear.

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El Club de las Excomulgadas
—Ignórala—graznó Jaime mientras yo trataba de calmar a la anciana. —
Puedo oírlo mejor ahora.

Me levanté y me acerqué a Jaime. Mi padre debió seguirme, porque la mujer


dejó escapar un grito de rabia frustrada. Extendió sus manos y gritó algo que no
entendí.

Después sonrió, se sentó en el suelo y empezó a murmurar para sí misma.

—Mierda —murmuró Jaime. —No es una loca. O no es sólo una loca. Es


una nigromante.

—¿Qué?

—Acaba de desterrar a tu padre.

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—¿Sin verbena?

—Utilizó un método más desagradable. Uno que nunca he aprendido


porque no quiero caer en la tentación de usarlo. Golpea a un espíritu a través de las
dimensiones.

—¡Mierda! —salté sobre mis pies y miré alrededor.

—No te preocupes, Savannah. Tu padre encontrará su camino de regreso. O


tu madre le localizará.

—¿Puedes hacer que ella lo sepa?

Ella sacudió la cabeza.

—Ahora no. Cuando está con una misión, no puedo llamar.

Quise argumentar que se trataba de una emergencia, pero confiaba en que


Jaime no dejaría que mi padre sufriera innecesariamente. Bueno podría hacerlo,
pero sólo si mi madre no se enteraba y en este caso, al final se enteraría.

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El Club de las Excomulgadas
—Está bien —dije. —Mi padre estaba diciéndome que siguiera adelante y
exigiera mi llamada telefónica. No estoy segura de que me guste como suena eso,
pero…

—Él no lo sugeriría si no fuera seguro. Así que ve. Trataré de conseguir que
alguien venga.

El pasillo había estado vacío desde que llegué. Me acerqué y me apoyé


contra los barrotes, pero no pude ver nada. Empecé a lanzar un hechizo de
detección, pero me detuve. No debería automáticamente buscar una solución
mágica cuando los métodos mundanos harían el trabajo. Ahora que tenía una
potencia de lanzamiento de hechizos equivalente a la de una niña de doce años,
debía conservar todo la energía que tuviera. Y, supongo, que era una buena regla en
general.

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Así que llamé a un guardia. Cuando nadie contestó, grité. Cuando siguió sin
venir nadie, empecé a lanzar el hechizo de detección de nuevo. Paré otra vez. Me
acerqué a Jaime.

—¿Tienes un espejo? —pregunté.

—Se llevaron mi bolso y me cachearon.

Me quedé allí esperando, hasta que ella suspiró y sacó un collar de debajo de
su blusa. Era un medallón. Lo abrí. En un lado había una foto pequeña de Jeremy.
En el otro lado, un espejo.

Sacudí la cabeza.

—Con algunas personas, esto escondería un arma. Contigo, espejos.

Ella hizo una mueca.

—Ten cuidado —le dije. —O te haré verte en el espejo.

—No, gracias —murmuró, pasando los dedos por su cabello enredado.

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El Club de las Excomulgadas
Yo angulé el espejo para mirar a ambos lados del pasillo.

—Veo un escritorio —dije. —Pero está vacío. Parece que hay hojas
esparcidas por el suelo.

—Monta un escándalo. Tú eres buena en eso.

Llamé de nuevo a gritos un guardia. Entonces agarré los zapatos de Jaime y


los hice sonar en los barrotes como un convicto de película de serie B.

Miré de nuevo hacia esas hojas caídas…alguien las había dejado caer por la
prisa. Recordé a la motera gritando durante nuestra lucha. Luego a la anciana
gritando cuando mi padre no le hizo caso. Si nadie había venido antes, desde luego
no vendrían por mi ruido estrepitoso.

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Me puse en cuclillas y estudié la cerradura.

—¿Vas a abrir eso con tu horquilla, cariño?—se burló la motera.

—No, voy a abrirla con la de ella.

Me acerqué a Jaime y le tendí una mano. Se sacó dos del pelo.

—Ves, siempre vienes lista para resolver problemas —le dije. —Espejos,
tacones de aguja, horquillas. Tengo la sensación de que ya has estado antes en la
cárcel.

Me hizo un feo gesto con el dedo mientras se volvía a recostar sobre el catre.

Me agaché ante la cerradura de nuevo. Por supuesto, ni de coña hay forma


de que puedas escapar de una celda de la prisión con una horquilla. Sin embargo,
servía muy bien como tapadera mientras me trabajaba la puerta con un hechizo de
cerradura.

Hacía dos días me habían dicho - alguna misteriosa entidad de otro mundo-
que mis hechizos no habían desaparecido realmente. Simplemente mi fuente de

47
El Club de las Excomulgadas
energía estaba bajo mínimos. Como una bruja neófita, podía desarrollar el poder a
través de la práctica, así que he estado practicando.

Había sido capaz de lanzar con éxito cosas simples, como una bola de luz. Y
ese destello de magia con la motera había reforzado algo que ya había
experimentado una vez antes: si me introducía lo bastante profundo en mi poder,
podía lanzar hechizos por la emoción, sin ni siquiera recitar un conjuro. Era un
truco importante. Si esta fuga de energía temporal significaba que podría llegar a
ese nivel algún día, entonces valía la pena. Pero ahora mismo, necesitaba toda la
energía que pudiera conseguir. Estaba decidida a abrir esta puerta, no importa
cuanto tiempo o concentración costara. Costó un montón. Veinte minutos más
tarde oí un pequeño clic.

—Por fin.

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Me puse en pie y tiré de la puerta. Se movió aproximadamente un
centímetro y se atascó, por algo dentro que la trababa.

—No puedes abrir una celda con una horquilla, so gilipollas —dijo la
motera.

Me giré para gruñirle, pero junté toda esa ira frustrada y en su lugar la arrojé
hacia la puerta. Otro clic. Cuando di un tirón, cedió un poco más, pero seguía sin
abrirse del todo.

—Lo estás consiguiendo —dijo una voz detrás de mí.

Me volví para encontrarme con Jaime, tambaleándose ligeramente. Ella me


apretó el hombro.

—Lo estás consiguiendo. Sólo mantén…

La puerta al final del pasillo se abrió de golpe y una cacofonía de gritos


explotó a través de ella, antes de que se cerrara de nuevo. Silencio. Luego el sonido
de pesadas botas.

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El Club de las Excomulgadas
Un momento después apareció un hombre a la vista. Parecía un estereotipo
de policía, incluido el bigote y la cara larga. Pero no llevaba puesto el uniforme. Lo
que si llevaba era sangre.

El pecho desnudo. La piel moteada de rojo. Más sangre caía goteando de


sus manos, las cuales colgaban a sus costados con los dedos gruesos y las uñas
convertidas en garras.

No hay mucho ante lo que yo retroceda. Un hombre lobo en mitad de un


Cambio es una de esas cosas.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cuatro
Retrocedí hacia Jaime con los brazos extendidos para protegerla. Ella
empezó a rodearme, su barbilla hacia arriba, la boca firme y el labio inferior
temblando ligeramente.

—Yo…Yo puedo ocuparme de esto —dijo.

—Jaime…

—No me tocará. Soy la…—su voz se acalló insegura, luego regresó más
fuerte. —Yo soy la compañera del Alfa. No se atreverá a tocarme.

—En circunstancias normales, estaría de acuerdo. Pero no creo que a este

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tipo le importe.

El hombre lobo paró delante de la celda. Si esas manos parcialmente


cambiadas no confirmaran ya que algo iba mal, sus ojos lo hacían. Las pupilas eran
tan enormes que sus ojos parecían negros. El blanco teñido de rojo. Respiraba con
dificultad y de forma entrecortada.

—Drogado—susurró Jaime. —¿Quién es tan estúpido como para drogar


un…?

—Hola damitas —dijo el hombre lobo, su voz un retumbar profundo, casi


un gruñido, como si sus cuerdas vocales estuvieran también cambiando. Igual que
su cara…nada drástico, solo que los planos y ángulos estaban descentrados,
haciéndole parecer desfigurado.

—¿Q…qué le pasa?—dijo con voz temblorosa la motera.

La mujer que había permanecido en silencio hasta el momento -una rubia de


unos treinta años con traje de chaqueta y pantalón- se había puesto de pie.

—Cállate —dijo entre dientes a la motera.

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El Club de las Excomulgadas
—Mira si tenemos algunas mujeres bonitas por aquí —dijo él, su mirada
deteniéndose en Jaime y en mí. —Mujeres bonitas en una jaula.

—La cual está cerrada —dije. —Si quieres entrar, tendrás que buscar la
llave.

—Sí —Jaime dio un paso más cerca de los barrotes y se echó hacia atrás el
pelo. —Si quieres visitarnos, tendrás que encontrar la llave.

—¿Están jodidamen…?—la motera se detuvo con un chillido .Congelada.


Atrapada en un hechizo de atadura.

—Bonito —susurró Jaime.

—No fui yo.

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La rubia dio un paso al lado de Jaime y se abrió de un golpecito el botón
superior de su blusa.

—Ve a buscar la llave —le dijo al hombre lobo—Entonces podremos jugar.

Él inspiró, sus fosas nasales aleteando, entonces se alejó moviéndose con


pesadez.

Cuando se alejó, la rubia susurró.

—¿Sabes qué es él?

—Canis lupus3—dije. —De la variedad humana.

—¿Y tú eres?

—Savannah Levine.

—¿Sav…?—sus ojos se abrieron como platos. Luego asintió con la cabeza.


—Bien.

3
Significa Lobo en latín.

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El Club de las Excomulgadas
—No tan bien. Mi magia está escacharrada, así que vamos a tener que
confiar en ti.

—¿Qué pasa con…? —miró a Jaime. —Espera. Te conozco. Tú eres…

—Buena en un escenario —dijo Jaime. —Pésima en una pelea. Tenemos


otra necro —señaló con la cabeza a la anciana. —Y supongo que un espectador
razonablemente inocente —un vistazo hacia la motera, ahora acurrucada en el
suelo.

—Keiran Courville —dijo la rubia. —Mi magia no está mucho mejor. He


estado enferma como un perro desde que me trajeron aquí. Drogada, creo.

—Mierda —miré a Jaime. Nada de intoxicación alimentaria después de

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todo. Ya sea Medina, ya Holland, debieron habérsela inyectado de alguna manera.
Apostaba por Medina.

Así que teníamos a cuatro sobrenaturales en una jaula, tres probablemente


drogadas. Un hombre lobo drogado suelto. ¿Qué demonios estaba pasando?

—¿Las damas ya están luchando por mí?—preguntó una voz.

Todas nos estremecimos cuando el hombre lobo se paseó de nuevo a la


vista.

—Necesitas una llave —dije.

—Que se joda la llave. No me importa. Quiero entrar ahora.

Agarró la puerta y tiró, los tendones del cuello se abultaron y la puerta se


abrió.

Di un paso delante de Jaime.

—Está bien, muchachote —dije. —Sabes que estás de mierda hasta el cuello
en estos momentos. Esa sangre me dice que alguien ha muerto. Y considerando que

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El Club de las Excomulgadas
es una estación de policía, ese alguien es un policía, lo que significa…

Me agarró por la pechera de mi camiseta.

—¿Te gusta usar esa boca, zorra? Te voy a mostrar dónde puedes usarla.

—¿Déjame adivinar? —dije. —¿Aquí?

Le di un rodillazo en la entrepierna. Sí, es un golpe bajo, pero no me


preocupaba mucho lo del juego limpio ahora mismo. O la preservación de su
capacidad reproductora.

Me caí de culo. Y él debería haberse caído al suelo también, porque fue un


golpe cojonudo. Pero sólo soltó un bufido y luego vino hacia mí mientras yo me
deslizaba rápida hacia atrás.

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—Oye, guapo —le llamó Jaime. —Olvídate de la niña. Tengo lo que tú
quieres.

Él miró de mí hacia ella, luego avanzó pesadamente hacia ella. Keiran lo


golpeó con un rayo de energía.

—¿Qué fue eso? —la motera chilló cuando el hombre lobo cayó hacia atrás,
con un círculo quemado en un costado.

Le lancé una bola de fuego -bueno, más bien parecía una luciérnaga- pero mi
puntería fue buena y lo golpeó en el ojo. Gritó más fuerte de lo que lo había hecho
cuando le di en la entrepierna.

Esa dosis de rabia reinició de golpe su estancado Cambio. Su frente y


mandíbula retrocedieron, la boca y la nariz sobresaliendo. Grueso y negro pelo
brotó de su pecho y espalda.

—¿Qué demonios? —chilló la motera. — ¿Qué coño es eso?

—¿Es eso un hombre lobo? —dijo la anciana nigromante. —Nunca he visto

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El Club de las Excomulgadas
a un hombre lobo.

Él la embistió. Lancé un hechizo de atadura. No funcionó. Keiran lanzó


algo y tal vez funcionara, pero no lo detuvo. Ni siquiera lo ralentizó. Agarró a la
anciana por el pelo y tiró. Su cuello se rompió. La arrojó a través de la celda. Ella
golpeó la pared y se desplomó como una muñeca de trapo.

La motera empezó a gritar. A gritar de veras. Un estridente gimoteo que


atrajo la atención del hombre lobo como el chillido de un conejo. Él se volvió hacia
ella.

Intenté otro hechizo de atadura. Cuando falló de nuevo, agarré a Jaime y la


empujé hacia la puerta rota de la celda, haciendo señas hacia Keiran para que nos
siguiera.

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Mientras salíamos desordenadamente hacia el pasillo, Jaime miró hacia
atrás. Sus ojos se agrandaron y se detuvo. La empujé a lo largo del pasillo y ella no
se resistió, sólo arrancó su mirada de la mujer gritando y del hombre lobo, y no
miró hacia atrás de nuevo.

Yo no miré hacia atrás en absoluto. No me atrevía, porque si lo hacía,


podría regresar e intentar salvarla. Si lo intentaba, perdería la oportunidad de
sacarnos de allí. Así que no lo hice.

La motera no gritó por mucho tiempo.

La puerta interior que daba a la parte delantera de la comisaría se abrió de


golpe. Me detuve en seco, los brazos extendidos para mantener a las otras atrás.

Medina entró como una bala, seguida por Holland. Ambos estaban mirando
por encima de sus hombros. Medina cerró la puerta sin hacer ruido, luego apoyó su
frente contra esta.

La mirada de Holland quedó fija en la puerta. Sus manos revolotearon por


delante de su pecho. Me llevó un segundo darme cuenta de lo que estaba haciendo.

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El Club de las Excomulgadas
Persignándose.

—Está bien, Rory —murmuró Medina, la cara aún contra la puerta. —


Ahora estamos a salvo.

Holland siguió persignándose y cerró los ojos. Le hice señas a Jaime y a


Keiran para que se quedaran quietas, entonces me adelanté sigilosamente y deslicé
la pistola de la funda de Holland. La tenía a mitad de camino antes de que se diera
cuenta. La agarró, pero yo dí un tirón liberándola. La cabeza de Medina se levantó
rápidamente. Fue a por su propia arma, pero su funda estaba vacía. Sus labios se
separaron en una maldición.

Cuando Holland abrió su boca, le hice un gesto de silencio, utilizando la


pistola para dar énfasis. Le hice señas a Medina para que abriera la puerta. Ella

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sacudió la cabeza.

Di un paso hacia delante y susurré:

—Abre la maldita puerta o te…

—No puedo.

Jaime pasó empujando con los hombros, agarró el pomo y tiró. La puerta no
se movió.

—Tiene un bloqueo temporal —dijo Medina. —Se abrirá en pocos minutos.


Pero tú… tú…

—No quieres salir por ahí —susurró Holland.

Medina asintió.

—Estaremos a salvo aquí. Sólo…

Un crujido nauseabundo procedente del interior de la celda. Luego un


gruñido. Medina se quedó inmóvil, luego me arrebató el arma de las manos y se

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El Club de las Excomulgadas
dirigió a la celda de retención.

Podría haberle advertido. Pero supuse que ya sabía que algo estaba pasando.
Y era una policía. Servir y proteger a los contribuyentes. Yo era un contribuyente.

Delante de la celda, se detuvo en seco.

—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío.

Un gruñido. Un resoplido. Fui por Medina. No era mi intención. Jaime y


Keiran incluso trataron de agarrarme. Corrí de todos modos.

El hombre lobo estaba a cuatro patas, espalda encorvada, pelaje todavía


escaso. Una versión de pesadilla de un lobo.

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La motera estaba muerta. Y… ya no estaba de una sola pieza.

El lobo estaba sobre ella, echando espuma sangrienta y otros pedazos que
caían de sus mandíbulas. Gruñó, su pelaje erizado y la mirada drogada fija en
Medina.

—Dispárale —susurré.

—Las… las balas. No son...—ella tragó. —No son de plata.

—Por el amor de Dios —estiré el brazo hacia la pistola.

Ella la retiró lejos de mí y se tambaleó hacia atrás.

—No, sólo lo harás enfadar…

El lobo corrió hacia la puerta de la celda y yo la cerré de golpe. Estaba rota y


no se cerraría, pero la bestia carecía de manos, lo que significaba que abrirla sería
imposib…

El lobo golpeó la puerta. La pared entera se sacudió. Tomó un barrote entre


sus mandíbulas y dio un tirón.

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El Club de las Excomulgadas
—La pistola —dije, girándome. —Dame…

Medina comenzó a correr hacia la puerta con cierre temporal. La agarré por
la pierna. Se cayó al suelo. La pistola salió volando. Ella se retorció, tratando de
quitarme de encima mientras el lobo…

Dos disparos sucesivos. Volví la vista a tiempo para ver al lobo derrumbarse.
Jaime estaba allí de pie, con la pistola aferrada entre sus manos.

—Veo que las lecciones de Jeremy están dando sus frutos —dije mientras me
ponía de pie.

—Cuando eres la novia del Alfa, necesitas saber cómo detener a estos tipos.

Ella lo estaba explicando en beneficio de Medina, poniendo un énfasis extra

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en “Alfa” y deslizando su mirada en dirección a la policía. Efectivamente, Medina
se puso pálida.

—Parece que sí conoce algo acerca de nuestra parte del universo.


Imagínatelo —me acerqué a ella, todavía acurrucada en el suelo. —Sin embargo,
por la mirada en su rostro, diría que no sabe tanto como debería. Como
exactamente a quien estaba poniendo bajo custodia. Ni quién está probablemente
de camino en este momento, rastreando a su novia, muy cabreado por la situación
y que incluso va a estar aún más cabreado cuando vea eso —señalé hacia el lobo
muerto en la jaula.

—Yo…Yo…

—Ese es el problema que estaban teniendo en el calabozo cuando llegamos,


¿no? No sólo fuiste lo suficientemente estúpida como para encarcelar a un…—miré
hacia Holland, todavía de pie junto a la puerta, en estado de shock. No tenía ni idea
de cuánto de todo esto estaba entendiendo, pero no correría riesgos—…un tipo
como este, sino que también lo drogaste. Liberando intencionadamente su animal
interno.

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El Club de las Excomulgadas
—No —se fue levantando. —Sólo lo arresté. Esa es mi tarea.

—¿En el movimiento de liberación?

—Sí. Detengo a personas como nosotros.

—¿Cómo nosotros? ¿Qué eres tú?

—Acies —dijo. Un medio-demonio de visión mejorada y poderes muy leves.


—Ellos me dan los sedantes, luego alguien viene a poner en libertad bajo fianza a
los prisioneros y se los lleva al laboratorio. A veces encuentro a los sujetos por mi
cuenta. A veces me avisan. Así fue con vosotras. Recibí una llamada. Mi contacto
no me dijo quiénes erais, solo os describió y me dijo dónde os encontraría. Los
sedantes han funcionado siempre —ella echó un vistazo dentro de la celda y tragó

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saliva. —Debe ser el último lote. Todo iba bien…

—Sí, muy bien. Todo lo que estabas haciendo era secuestrar a los de nuestro
tipo bajo acusaciones falsas y luego nos vendías como conejillos de indias para
espantosos experimentos.

Ella se enfadó.

—Esos experimentos nos salvarán. Son benignos…

—¿Benignos?—apreté mis puños con tanta fuerza que escuché débiles


estallidos de mis nudillos dando chasquidos. —Díselo a los sujetos que arrojaron
dentro de una fosa húmeda. ¡Antes de que estuvieran muertos! Esos benignos…—
levanté mis manos para dar énfasis y chispas salieron volando por todas partes.

Jaime me cogió por el codo.

—Qué tal si nos saltamos el juego de la culpa. Al final Jeremy me


encontrará y esto no es algo en lo que él debiera entrar a ciegas.

Tenía razón. La mayoría de los hombres lobo no podían seguir un olor


cuando viajabas en coche, pero Jeremy no era un hombre lobo promedio. Él tenía

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El Club de las Excomulgadas
un impulso extra por la sangre kitsune, que le ayudaba a encontrar a su familia
cuando estaba en peligro. Jaime era familia. Estaría en camino.

—¿Estoy drogada?—le pregunté a Medina.

Ella negó con la cabeza.

—Sólo me quedaba suficiente para uno más. Parecías bastante obediente —


hizo un gesto hacia Jaime. —Ella era la que estaba luchando.

—Cuando entraste aquí, ¿de qué estabas huyendo?

Ella señaló hacia la celda.

—¿No hay ninguno más?

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Negó con la cabeza.

Así que el hombre lobo se había liberado y ella y su compañero se metieron


aquí para escapar, sólo para atraparse a si mismos con él. Lo cual diría que fue
conveniente, salvo que ellos no eran los que habían muerto por su estupidez.

—Así que tan pronto como la cerradura se abra, ¿somos libres de irnos?—
preguntó Keiran.

Medina asintió.

Holland se sacudió de su estupor.

—N…no. Hay papeleo. Tenemos que hacer el papeleo. La gente no puede


solo salir de…

Miró a su alrededor y captó la vista de la sangre rociada por el suelo del


vestíbulo. Se tambaleó hacia la celda y Medina agarró su brazo para detenerlo.
Demasiado tarde. Holland vio lo que estaba allí, se dobló por la mitad y vomitó.

Todavía estaba vomitando con Medina a su lado, cuando el bloqueo

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El Club de las Excomulgadas
temporal de la puerta hizo clic. Keiran agarró la manecilla. Yo metí mi pie en su
camino, deteniéndola.

Keiran me lanzó una mirada fulminante.

—Me voy, ¿de acuerdo? No me importa lo que el Consejo diga sobre este lío
y sobre mí ―deber‖ de ayudar a limpiar este…

—Sólo iba a decir que tuvieras cuidado.

Saqué mi pie y ella la atravesó. Estaba a punto de seguirla, pero Jaime


capturó mi manga.

—No tan rápido —murmuró. Deslizó su zapato de tacón aguja por la


apertura de la puerta y puso su oreja en la rendija.

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Medina se acercó a grandes zancadas. Había apartado a su compañero de la
carnicería en la jaula y lo dejó sentado, apoyado contra una pared con la cabeza
sobre sus rodillas. Agarró la puerta. Cuando Jaime hizo un movimiento para
detenerla, le espetó:

—Quedaos aquí, hasta que me asegure de que la bruja está bien.

Cuando Medina se fue por la puerta, Jaime me lanzó una mirada


inquisitiva.

—Diablos, no —murmuré. —Ya he tenido suficiente de jugar al héroe.


Nosotras no las enviamos como cebo. Fue su elección. Bien podría aprovecharme.

Podíamos oír los zapatos de Keiran alejándose por el pasillo; a continuación


los pasos más silenciosos de los mocasines de Medina. Un murmullo de voces
cuando Medina la alcanzó. El chasquido de una puerta. Esperamos otros diez
segundos.

—Ningún grito aún —dijo Jaime.

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El Club de las Excomulgadas
—Siempre es una buena señal.

Salimos fuera.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cinco
Avanzamos cuidadosamente por el pasillo. Había dos puertas al fondo. La
de la izquierda conducía hacia a la sala de interrogatorios, la de la derecha hacia la
oficina principal.

Abrí la puerta de la derecha y escuché. Hace una semana, habría estado


avergonzada de mí misma por ser tan cauta, llamándome ratón asustadizo de
pequeña bruja. Una semana sin poderes me había enseñado que la única razón para
no tomarme ese segundo extra era el ego.

Al no escuchar nada, abrí la puerta y pasé primero.

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Todo estaba silencioso y tranquilo. Me giré para darle a Jaime el visto
bueno. Entonces me detuve.

Silencioso y tranquilo. En una estación de policía que acaba de ser arrasada


por un hombre lobo.

—¿Qué pasa? —susurró Jaime.

Levanté un dedo a mis labios y me giré, aguzando el oído.


Jaime me tocó el hombro y yo salté.

—Vamos a pasar —susurró.

Ella tenía razón. Si perder mis poderes me había vuelto cuidadosa, también
me había dado enviado de un codazo al borde de la paranoia. Un hombre lobo
acababa de arrasar una estación de policía aislada en la que sólo había visto a
cuatro oficiales, entre ellos Medina y Holland. Los otros dos debían haberse ido
hace rato. O estar muertos. A juzgar por la sangre en el hombre lobo, sospechaba la
segunda opción. Eso explicaría el silencio.

Pasamos por un cuadrilátero de cubículos. Algo crujió bajo los pies y miré
hacia abajo para ver un lápiz roto. Las lapiceras estaban esparcidas a mi izquierda.

62
El Club de las Excomulgadas
Los papeles cubrían el suelo alrededor de los escritorios. Sangre carmesí salpicaba
las páginas. Aunque solo gotas. Alguien herido, escapando cagando leches y
esparciendo material de oficina a su paso.

Di otro paso y escuché el golpe de la puerta de un coche. Supuse que era un


superviviente sentado en la zona de aparcamiento, pistola en mano, esperando a
que alguien —o algo— saliera por las puertas delanteras.

Me volví hacia Jaime.

—Deberíamos buscar una salida lateral —susurré.

Ella asintió. Enfrente estaba la zona de recepción. A nuestra derecha, otra


puerta estaba parcialmente abierta. Cuando nos dirigíamos hacia allí, me di cuenta

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de que había más rastros de sangre sobre el linóleo. Aún húmedos. Del hombre
lobo, supuse. Las rodeé y seguí andando.

Más sangre por delante. Mucha más. Embadurnando el frente de la puerta


parcialmente abierta. Unas líneas la atravesaban. Marcas de arrastrar. ¿Era el
hombre lobo el único responsable de esos rastros de sangre? No estaba lo bastante
segura para cruzar por esa puerta.

—¿Otro camino? —susurró Jaime detrás de mí.

Asentí con la cabeza. Mientras nos deslizábamos silenciosamente de vuelta


en la dirección por donde habíamos venido, no dejaba de mirar hacia atrás, hacia
las manchas de sangre en la puerta. ¿Y si alguien estaba allí, herido?

Me lo quité de la cabeza. Como había dicho antes, se había acabado lo de


jugar a héroe. Aunque estaba segura de que ese aspecto de mí, de auto sacrificio
fomentado por Paige y Lucas, estallaría de nuevo, no iba a asomarse aunque el
hombre lobo en la habitación de atrás estuviera muerto. Teníamos que escapar.
Este era el desastre de Medina. Dejémosla que se ocupara de ello. O dejemos que la
Manada lo hiciera…después de que estuviéramos a salvo.

63
El Club de las Excomulgadas
—¿Hola? —llamó una voz de hombre desde la zona de recepción. —¿Hay
alguien aquí?

Jaime se detuvo y volvió la vista hacia mí.

—Quiero informar de un accidente—gritó. —¿Hola?

Gesticulé hacia Jaime para que me siguiera y retrocedimos hacia una serie
de archivadores. Cuando la arrastré detrás de ellos, capté un destello de algo al otro
lado de la habitación. Jaime jadeó. Yo me giré.

No había nada allí.

Jaime había entrecerrado sus ojos y estaba tomando respiraciones


profundas.

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—¿Qué viste? —pregunté.

—Sólo un fantasma. Una especie de…—otra respiración profunda. —Un


residuo, creo. Me impresionó mucho. Lo siento.

Un residuo era una imagen espectral, por lo general, era la repetición de una
muerte espantosa, lo que significaba que Jaime tenía todo el derecho de parecer
como si estuviera a punto de vomitar. Pero, ¿por qué había captado yo un destello?

El tipo en la recepción gritó de nuevo. Me aplasté a mi misma contra Jaime.


Mi corazón siguió palpitando fuertemente. Traté de calmarme. Era sólo un tipo. En
el peor de los casos podía hacerme pasar por la recepcionista y deshacerme de él.

Sin embargo, mi diálogo interno no ayudaba porque no era el tipo lo que


hacía que mi corazón se acelerara. Seguía pensando en ese destello. Una duda
persistente e instintiva me decía que mirara de nuevo.

Me asomé y volví hacia atrás tan rápido que le di un codazo a Jaime.

—¿Qué…? —comenzó ella.

64
El Club de las Excomulgadas
Sujeté mi mano sobre su boca. Mi corazón estaba latiendo tan fuerte ahora
que apenas podía respirar. Ella alejó mi mano y articuló:

—¿Lo viste?

Asentí. ¿Qué había visto? No lo sabía. Mi cerebro se estaba haciendo


pedazos y añicos como una película atascada en una cámara.

No era humano. No, no era humanoide. Eso es lo que hacía tambalearse a mi


mente, porque no era humano y no era una bestia y eso no era posible. Yo vivía en
un mundo de monstruos, pero todos eran reconociblemente humanos. Sólo los
hombres lobo podían cambiar de forma. Este… Este no era un hombre lobo.

Ojos. Había visto ojos. Fríos e imperturbables, ojos de reptil explorando la

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habitación. Buscándonos.

Olvídate de lo que era…nos estaba buscándonos y cuando nos encontrara…

Sangre. Yo había visto sangre y vísceras goteando de sus deformes


mandíbulas. Me quedé mirando hacia la mancha en el suelo y ahora vi algo más
que las marcas de arrastrar. Vi marcas de garras.

—¿Hola? —llamó el hombre. —Jesucristo. Tiene que haber alguien aquí.

Un crujido. La apertura de la puerta. Un gruñido. Un grito inhumano, mitad


alarido, mitad gruñido.

Salí de mi escondite de un salto. La cosa voló hacia el hombre. Literalmente


voló, con curtidas alas carmesíes ondeando. Su hocico en forma de pico se abrió y
dejó escapar otro horrible grito.

—Hostias —dijo el hombre. — Jodida…

Golpeé a la bestia con un rayo de energía. O lo intenté. Lo que salió fue más
bien una lluvia de chispas inofensivas que roció a esa cosa. Eso soltó un grito, más
de molestia que de dolor y se echó hacia atrás. Cuatro patas con garras destellaron.

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El Club de las Excomulgadas
Las cuatro agarraron al hombre. Lo agarraron y desgarraron. La sangre se esparció.
Un brazo cayó a mis pies. El hombre estaba gritando. Tras toda esa sangre y ese
brazo yaciendo a mis pies y el hombre todavía seguía gritando.

Jaime tuvo que tirar de mí un par de pasos antes de que me recuperara. La


empujé por delante de mí a medida que corríamos hacia la segunda puerta. Mis
zapatillas patinaron y chirriaron debido a la sangre. Un gruñido llegó del otro lado
de la habitación. La bestia. El hombre se había quedado en silencio ahora. Gracias
a Dios, que había quedado en silencio. Pero eso significaba que la bestia había
escuchado mis zapatos.

Jaime abrió de un tirón la puerta. Caímos atravesándola. La cerré de un


portazo. La bestia la golpeó con un ruido sordo, la pared estremeciéndose. La
sostuve cerrada con las dos manos, apuntalando mis pies. Eso se lanzó hacia la

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puerta, una y otra vez, gritando.

Jaime me agarró del hombro. Levanté la mano para quitármela de encima y


entonces me di cuenta de que sostenía una barra de acero. Atascamos con ella la
manecilla. La puerta se sacudió dos veces más. Luego se detuvo. Unas garras
repiquetearon en el linóleo cuando la bestia se retiró.

Miré a Jaime. Ella no preguntó qué era esa cosa o cómo llegó hasta aquí. En
este momento, lo único que importaba era que estaba aquí.

—Está buscando otra manera de entrar —susurró Jaime.

—Lo que significa que tenemos que encontrar otra salida.

Me volví. Estábamos en una oficina. La oficina del jefe, suponía. Grande,


espaciosa, llena de luz natural… toda procedente de tragaluces sobre nuestras
cabezas. Tragaluces con rejas. No había otra salida.

Hubo un grito. Luego un grito ensordecedor. Me volví hacia la puerta.

—¡Holland! —dije. —Nos olvidamos de…

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El Club de las Excomulgadas
Un grito me interrumpió. El mismo tipo de grito horrible que había oído del
hombre que había sido desgarrado. Jaime me agarró del codo.

—Demasiado tarde—dijo. —Tenemos que encontrar una salida.

Me quedé congelada cuando el grito fue reemplazado por chasquidos


húmedo y gruñidos mientras la criatura devoraba al joven oficial. Después, todo
quedó en silencio.

Pegué mi oreja a la puerta.

Jaime tiró de mí hacia atrás.

—Recordará que hay una comida más grande aquí.

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Di un paso y casi me caigo de culo. Miré hacia abajo pare ver sobre que me
había resbalado: el extenso rastro de sangre que llegaba a través de la puerta.

Este continuaba más allá del enorme escritorio. Di dos pasos y me incliné
para ver lo que parecía ser una cuerda sobre el suelo. Otro paso. No era una cuerda.
Era un intestino que se extendía desde lo que quedaba de un torso vestido con…

—Medina —susurré, al ver la placa de identificación en la camisa del


uniforme.

Esa era la única forma en que la hubiera reconocido. Sus piernas y un brazo
habían sido arrancados. En cuanto a su cabeza, todavía seguía unida, aunque
apenas. Donde debería estar su cara, había un cráter sanguinolento.

Jaime rodeó el escritorio. Le tapé la vista.

—Hay alguien detrás de ella —susurró Jaime.

Miré detrás del escritorio. Había cuerpos ahí. Dos, quizás tres. Era imposible
saberlo. Una cara miraba hacia arriba desde la pila. La bruja rubia, Keiran.

—Está bien —dijo Jaime, tomando una respiración profunda. —

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El Club de las Excomulgadas
Necesitamos…—miró alrededor. —Un teléfono. Tenemos que encontrar el…

Abrió los ojos como platos. Se lanzó hacia delante.

—¡Savannah!

El frío acero presionó contra mi garganta.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Seis
—Diría “Que nadie se mueva”—dijo una ronca voz masculina. —Pero creo
que el cuchillo lo hace redundante.

Empecé a susurrar un hechizo. El cuchillo se presionó contra mi tráquea.

—Llamaría a eso moverse —dijo él. —Una palabra más y no estarás


hablando. O respirando.

—Hay algo allá afuera —dijo Jaime. —Una especie de bestia.

—Demonio—dijo él. —Demoníaco, por lo menos. Estaba probando un


nuevo hechizo particularmente complicado.

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Un hechicero. Uno que conocía la magia de brujas, lo que explicaba cómo
había aparecido de la nada. Hechizo de cobertura.

—¿Quién eres? —exigió saber Jaime, como si me hubiera leído la mente.

Él continuó como si ella no hubiera hablado.

—Esa bestia no era lo que esperaba convocar, pero ya la he enviado de


regreso. Al parecer con la barriga llena. Una pena lo de Jackie Medina. Una
persona muy agradable con la que trabajar. Tan dedicada a la causa. Tan crédula.

—Nos drogaba para hacernos más dóciles, ¿verdad?—dijo Jaime. —Las


drogas debían volver locos a los sobrenaturales. ¿Por qué?

—¿Es este el momento en el que explico mi plan maestro? Ejem, no.


Gracias, pero tengo cosas más importantes que hacer.

—Como limpiar este desastre—murmuré.

—Eso tampoco está en mi lista. Seguro que el Consejo o las Camarillas


tienen un equipo de limpieza de la escena del crimen en llamada rápida. ¿Y evitar

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El Club de las Excomulgadas
daños colaterales…? —se rió entre dientes. —Definitivamente no forma parte del
plan. En cuanto al plan en sí mismo, digamos que se experimentó un serio cambio
cuando la señora Medina me llamó y me dijo que tenía a Jaime Vegas y a
Savannah Levine bajo custodia. Las Parcas me deben estar sonriendo. Bueno, tal
vez no las Parcas, pero alguien lo hace. Quería una oportunidad para poner a
prueba mi hechizo y me dieron una mejor de lo que jamás podría haber imaginado.
Ahora, señora Vegas ¿podría hacerme un favor y llamar a Eve Levine? Sé que la
tiene en marcación rápida.

—No puedo…—Jaime comenzó.

—Sí, puedes —hizo un gesto hacia el cuchillo contra mi garganta.

¿Estaba diciendo llama a mi madre o yo muero? Importante déjà vu.

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Primero Leah O'Donnell, la medio-demonio que regresó del infierno. Ahora este
gilipollas. Todo el mundo buscaba a mamá. Lo cual significaba que, mientras que
una parte de mí decía que debía tener miedo, la verdad es que estaba muy
enfadada. Y esperando con impaciencia a que este hechicero empezara a negociar
con Jaime y relajara lo suficiente su agarre para poder escaparme.

—Puedes llamarla—repitió. —Y lo harás porque, si no lo haces, voy a


degollar a su hija y dejarla encima de esta pila de cadáveres.

—No lo entiendes—dijo Jaime. —Eve está fuera de cobertura. En algún


lugar donde no puedo alcanzarla.

—Te refieres a que está fuera en una asignación angelical.

A Jaime se le escapó una carcajada chillona.

—Ejem, no. Confía en mí, Eve Levine no es…

—Ella es un ángel. Un ángel ascendido. Una cazadora de recompensas


celestial.

Miré hacia Jaime, y esperé por una risa verdadera, no esa risita nerviosa.

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El Club de las Excomulgadas
Su boca se abrió. Se cerró. Tragó saliva. Me miró y se ruborizó.

¿Ángel? ¿Mi madre era un ángel?

Me entraron ganas de reír. Sólo que no pude porque tenía sentido para mí.
Tanto sentido como podía tener el concepto de que mi madre, bruja oscura y
medio-demonio fuera una agente divina.

Leah había dicho que mi madre le seguía la pista. Que mamá podía evitar
que volviera al infierno. ¿Quién podría hacer eso salvo un ángel?

Cuando mi madre vino por Leah, había visto su tenue contorno. También vi
algo brillante a su lado. Algo que ella había usado para atravesar sin
derramamiento de sangre el cuerpo que acogía a Leah y enviar su alma al infierno.

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¿Qué podría hacer eso si no una espada celestial?

Kimerion -un semi demonio que había estado ayudándonos- dijo que Leah
debía haber recibido ayuda divina para escapar de su dimensión infernal. Afirmaba
que era una colaboración entre lo angelical y lo demoníaco. Luego me había
preguntado por mi madre.

Es por eso que Leah la buscaba. Es por eso que este hombre la buscaba.
Debido a que mi madre tenía una línea directa con lo celestial.

Me sentía… confusa. Y luego eso se disipó y lo que tomó su lugar no fue


miedo u orgullo. Fue dolor. Dolor, porque este hijo de puta sabía que mi madre era
un ángel y yo no. Dolor porque yo confiaba en Jaime, confiaba en ella desde que
tenía catorce años y ahora me daba cuenta de que ella me había ocultado algo sobre
mi madre, algo importante.

Finalmente, Jaime dijo:

—Si sabes lo que es Eve, entonces entiendes que no está siempre a mi entera
disposición. Seis meses al año es un ángel. No puedo convocarla. Tengo
prohibido…

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El Club de las Excomulgadas
—¿No puedes?—dijo él. —¿O está prohibido? Son dos cosas diferentes. Si
Eve Levine descubre que su hija murió y que tú no tuviste ovarios para intentar
llamarla, extenderá la mano atravesando las dimensiones y te arrancará esos
ovarios atravesando tu ombligo.

—No puedo…

La hoja se deslizó por mi garganta. Sentí la piel separarse. Sentí la sangre


correr por mi cuello. Escuché a Jaime gritar. Intenté volverme, pero la hoja seguía
allí, cortando más profundamente y su otra mano envuelta alrededor de mi cabello
ahora, retorciendo mi cabeza hacia arriba.

¡Mamá!

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Mis ojos se me salían de la órbitas mientras jadeaba buscando aliento. Lo
encontré. De alguna manera lo encontré.

Pude respirar. La sangre rezumaba por mi cuello. Pero no era un chorro.


Dejé de retorcerme.

—Buena chica—murmuró el hechicero. —Señora Vegas, la pelota está en su


cancha.

Ella ya estaba diciendo el nombre de mi madre, volcando las palabras


mientras se quitaba el anillo de plata de mi madre y lo aferraba.

—Eve, te necesito, por favor, Savannah te necesita.

Hizo una pausa para tomar aliento y él hundió el cuchillo de nuevo. Jadeé,
con los ojos en blanco del dolor y un grito atrapado en mi garganta que no me
atrevía a dejar salir. Apenas me atrevía a respirar por temor a que al hacerlo se
presionara la cuchilla más fuerte contra mi garganta.

El hechicero estaba murmurando algo. ¿Un hechizo?

Ma…

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El Club de las Excomulgadas
Dejé de pensar. Apreté bien los ojos cerrándolos. No la llames. No la llames.

¿Estás loca? Hay un cuchillo…

No podía llamarla. No lo haría. Mi madre era un ángel. Un maldito ángel y,


si la gente sabía que yo podía convocar a un ángel, yo tendría un cuchillo en mi
garganta cada semana. Tenía que confiar en Jaime.

—Yo…Yo creo que está viniendo—dijo Jaime. —La siento y…

—Dile que cruce por allí.

Él señaló. Traté de mirar, pero el cuchillo no me lo permitió.

—Yo…yo no entien…

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—Dile que cruce por allí. Dentro del círculo.

¿Círculo? Ya no necesitaba mirar. Tenía que ser algo para atar a un espíritu.

—No—dije, jadeando. —Jaime, no te atrevas…

El cuchillo se clavó y solté un aullido. No pude evitarlo, incluso si hacía que


la hoja se hundiera aún más.

Apenas podía ver a Jaime a través de una bruma roja. Pero la fulminé con la
mirada, vertiendo cada pedacito de ira y traición en esa mirada.

No te atrevas a dejarlo atar a un ángel, Jaime. No te atrevas.

—Yo…yo no puedo decirle por dónde cruzar. No funciona así. Ella…

—¡Eve!—la voz de él se elevó gritando. —Estoy seguro de que puedes


escucharme. Vas a cruzar dentro de ese círculo o tu hija va a morir.

Cerré los ojos y me concentré tanto como pude. No cruces dentro del círculo.
No tenía idea de quién era este tipo o lo que estaba haciendo, pero quería utilizar a

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El Club de las Excomulgadas
un ángel y con todo lo que estaba pasando —el grupo de liberación, la vacuna de
inmortalidad—no podíamos dejar que eso sucediera.

Yo había engañado a Leah. Podría engañarlo, también. Sólo necesitaba


tiempo suficiente.

El hechicero reinició su encantamiento, gritando las palabras ahora. No


reconocí el hechizo. Ni siquiera reconocía el idioma. No era hebreo, griego o latín.

Algo más antiguo.

A medida que su voz se elevaba, alejó el cuchillo de mi garganta, apretando


más mi cabello. Movió la cuchilla cubierta de sangre hacia la izquierda. Hacia el
círculo.

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Mi puño se levantó con el hechizo en mis labios, pero me golpeó con la
cuchilla tan fuerte que mis rodillas cedieron y sólo su agarre sobre mi cabello evitó
que me cayera. Tiró de mí enderezándome.

—¡El círculo, Eve!—gritó. —Cruza dentro del…

Se detuvo. Y se echó a reír, una carcajada baja y ronca.

—Sí. Eso es. Gracias.

El cuchillo se separó de mi cuello lo suficiente para poder mirar hacia el


círculo y ver…

Mi madre. Vi a mi madre. No una tenue imagen o una aparición borrosa. Vi


a mi madre tan real como la había visto hacía nueve años, cuando ella había dejado
nuestra celda para que encontráramos una manera de salir del recinto donde
habíamos quedado atrapadas. Ella nunca regresó.

—Eve—dijo el hechicero.

Ella sacó algo de su espalda. Una espada de más de un metro de largo, el

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El Club de las Excomulgadas
metal brillando azul.

—¿Jaime? Dile que tiene cinco segundos para dejar caer su cuchillo o uso el
mío—dijo ella con la mirada fija en él, los oscuros ojos fulminándolo.

Podía oír a mamá. ¿Por qué podía oírla? Pero él también podía hacerlo. Su
cuchillo golpeó el suelo con un estrépito. Me soltó y caí de rodillas, mis manos
yendo hacia mi garganta.

—Bien—dijo ella.

Ella siguió caminando hacia él, pero bajó la espada. Levanté la vista hacia
ella.

Puedo verte. Y él puede verte también, ¿no? ¿Por qué puedo…?

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Mi mirada cayó al piso donde mi madre estaba dejando un rastro de huellas
de botas.

No debería ser capaz de dejar huellas de botas.

La bestia infernal. Él había convocado una bestia infernal y esta se había


materializado. Había cruzado las dimensiones y físicamente entrado en la nuestra.

¿Qué había dicho él antes de empezar el ritual?

Estoy probando un nuevo hechizo particularmente complicadol.

—Para —le dijo a Eve. —He soltado a Savannah. Sólo quería traerte aquí,
Eve. Tenemos unos planes muy especiales…

Mi madre levantó su espada. Lista para enviarlo al infierno, como había


hecho con Leah.

Balanceó la espada. Un corte limpio y sin esfuerzo atravesando del torso.


Los ojos del hechicero con expresión sorprendida. Su boca moviéndose. Entonces,
su mitad superior se deslizó hasta el suelo, la sangre saliendo a borbotones y el grito

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El Club de las Excomulgadas
muriendo en un lúgubre gorgoteo mientras sus piernas caían al suelo. Se quedó ahí,
parpadeando con la boca aún abierta y cualquier ruido que hiciera ahogado por los
gritos de Jaime.

—¿Qué demonios?—susurró mamá.

Ella retrocedió con la espada extendida y la mirada fija en esta como si


hubiera vuelto a la vida en su mano. Se resbaló con la sangre y miró hacia el suelo.

—¿Qué demonios?

Miró fijamente hacia sus vaqueros y blusa, empapados con la sangre del
hechicero.

—¡Qué demonios!

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Me quedé ahí, observándola y tratando con todas mis fuerzas no mirar hacia
ese horrible cuerpo dividido en dos partes.

Mi madre parpadeó. Luego dio un salto hacia adelante con la espada en alto
y atravesó el corazón del todavía parpadeante hechicero, dejándolo morir.

Jaime dejó de gritar. O al menos dejó de gritar audiblemente y apretó el


puño en su boca, cerrando los ojos. Después se puso rígida. Sus ojos se abrieron y
se fijaron en algo que yo no podía ver.

—Tú…tú la llamaste—susurró ella. —No sé lo que hiciste, pero…

Ella se estremeció y supe que estaba hablando con el fantasma del hechicero.
Mi madre saltó hacia adelante, pero Jaime levantó sus manos.

—Yo… está bien. Se ha ido—Jaime miró alrededor. —No lo entiendo.

—Yo si—mi voz salió en un tono bajo, apenas audible. Luego me giré hacia
mi madre. —Eres real. Quiero decir, estás aquí.

Di un paso adelante y estiré la mano. Mis dedos tocaron su manga. El tejido

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El Club de las Excomulgadas
se hundió bajo ellos y entonces la estaba tocando. A ella. Mi madre.

—Oh, Dios.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y ella se acercó a mí. Tragué saliva. La


sangre fresca corría por mi cuello. Ella se detuvo de golpe, le dio un tirón a su
camisa y se giró hacia Jaime.

—Primeros auxilios. Busca un kit. ¡Ya!

Mamá desgarró su camisa, haciendo saltar los botones y la presionó contra


mi garganta. Entonces me llevó hacia una silla y me hizo sentar. Todo lo que podía
pensar era, Es mamá. Mi madre está aquí. La puedo ver. La puedo oír. Puedo extender mi
mano y tocarla.

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Me senté allí sentada sin sentir dolor, mientras ella y Jaime atendían mi
garganta. Supongo que estaba en shock. Vagamente escuché decir a mi madre que
el corte era menos profundo de lo que parecía; el hechicero sabía lo que estaba
haciendo, infligiendo un daño mínimo mientras hacía que pareciera grave.

No me importaba. Mi madre estaba aquí. Justo aquí. Seguí tratando de


procesarlo, pero mi cerebro se negaba.

Mee vendaron. Nadie dijo mucho. Creo que todas estábamos en estado de
shock, incluso mamá, que no dejaba de mirar hacia el cadáver dividido en dos
partes como si esperara que se reparara por arte de magia.

—¿Cómo…cómo lo hizo?—susurré. —Eso no es posible—miré hacia Jaime.


—¿Verdad?

Ella sacudió negativamente la cabeza.

—Zombies, sí. Un fantasma que habita un cuerpo vivo, sí. ¿Traer de vuelta a
un fantasma en forma corpórea? No sucede. No se puede.

—Igual que no se puede manifestar una bestia infernal—dije. —Pero él lo

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El Club de las Excomulgadas
hizo.

Nadie me contestó.

—Tenemos que irnos—dijo Jaime, finalmente. —Podemos… aclarar todo


esto más tarde. Ahora mismo tenemos que llamar…— miró hacia el teléfono, luego
a los cuerpos.

—Nada de llamadas—dije recobrándome rápidamente. —O la primera


persona a la que la policía seguirá el rastro es a quien sea que reciba una llamada
telefónica después de la carnicería.

—Con cuidado, cariño—dijo mamá. —Probablemente no deberías hablar.

Cariño. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había oído eso? Nuevas

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lágrimas hicieron que el cuarto diera vueltas. Las limpié mientras ella se inclinaba,
ignorando la sangre mientras me abrazaba de manera vacilante, luego con más
fuerza, cuando no me desvanecí ante su toque.

—Está bien—susurró ella. —Todo está bien.

Sólo que no lo estaba. Estábamos en un cuarto con gente muerta. Cadáveres


que habían sido descuartizados, desgarrados y masticados y, en cualquier
momento, alguien iba a entrar por la puerta de la estación de policía y a
encontrarse con sangre y entrañas decorando la oficina del jefe.

Jaime tenía razón. Teníamos que salir de aquí. Y sí, eso significaba que,
después de once años, no podía detenerme a abrazar a mi madre, a pesar de que
podría desaparecer de vuelta al más allá en cualquier momento. Pero así es. La vida
no es justa. No cuando hay cuerpos de los que deshacerse.

Nos llevó cerca de treinta segundos darnos darse cuenta de que no podíamos
hacerlo. Ocultar los cuerpos era inútil dada la enorme cantidad de sangre. Todo lo
que podíamos hacer era llevarnos el kit de primeros auxilios —que habíamos
tocado— mirar bien alrededor y determinar si no habíamos tocado algo más que la

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El Club de las Excomulgadas
barra en la puerta. Llevárnosla también. Borrar nuestras huellas de pisadas de la
sangre. Esperar que mi sangre pasara desapercibida. Rezar para que no hubiésemos
derramado pelos… mejor dicho, rezar para que no los encontraran. La verdad es
que, en general, solo rezábamos para que los Cortez pudieran encubrirlo.

¿Podría una Camarilla encubrirlo? No estaba muy segura. No quería pensar


en eso.

Luego fuimos a los vestuarios a buscar camisetas limpias para mamá y para
mí. Agarramos ua blusa y un top de gimnasia de la taquilla de Medina. Jaime se
puso las zapatillas de deporte de Medina. No eran de su talla, pero servirían,
aunque ella insistió en llevarse también sus zapatos de tacón…eran sus favoritos.
Mi chaqueta estaba en la parte de atrás, en la celda, extraordinariamente limpia. Mi
cartera y el bolso de Jaime estaban en la habitación de enfrente. Mamá encontró

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nuestros informes de detención escondidos dentro del escritorio de Medina.
También nos los llevamos.

Lo último, y quizás lo más importante, era la cámara de vigilancia. Pero


tuvimos suerte. La cámara era una antigua que sólo monitoreaba la sala de
recepción. No habíamos estado allí. Me llevé la cinta de todos modos.

Antes de irnos, tomé prestado el teléfono de Jaime, el cual estaba en su bolso


y envié un mensaje a Adam. Un simple, Estamos bien, no vengáis por nosotras. Lo
último que necesitábamos era tener a Adam y a Jeremy apareciendo justo cuando
las autoridades descubrieran el baño de sangre.

Ni siquiera había tenido tiempo de volver a dejar el teléfono antes de que él


enviara un mensaje de respuesta. ¿Puedes hablar?

Mamá se inclinó para leer la pantalla y sacudió la cabeza negativamente.

—Más tarde.

Le envié una respuesta. Pronto.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Siete
Como noté más temprano, la comisaría estaba en una carretera regional
rodeada de terrenos pantanosos. Así que no había una salida fácil. Si un vehículo
desapareciera de una casa cercana a la escena de la masacre, la policía no
descansaría hasta encontrarlo.

Lo que implicaba que había que regresar a Nueva Orleans a pie, a través de
terrenos pantanosos con hierba hasta la altura del muslo y nuestros zapatos
chapoteando en el barro. El sol caía a plomo y la humedad se elevaba del suelo
húmedo como un baño de vapor. Cuando llegamos a una franja de cipreses
cargados de musgo, llamé a Adam.

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—¿Estás bien?—dijo en lugar de saludar.

—Estoy bien. ¿Cómo está Bryce?

—Aguantando. El avión casi está aquí. Él va a Miami, por lo menos


temporalmente. ¿Pero en cuanto a tu…?

—Síp, lamento el mensaje críptico, pero quería asegurarme de que Jeremy


no intentara localizar a Jaime.

—No lo ha hecho todavía. Lucas llamó y dijo que a vosotras dos os habían
detenido y que no quería que nosotros fuéramos detrás vuestro. Él estaba muy
tranquilo acerca de todo esto.

—Lucas es muy tranquilo para todo.

Adam echó a reír.

—Síp, bueno, yo no. Incluso Jeremy estaba inquieto. Pero Lucas insistió en
que nos contuviéramos hasta que hubiera un motivo de pánico. ¿Así que todo está
bien ahora? ¿Estáis fuera?

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—Lo estamos. En cuanto a estar bien…

Me tropecé con una vid. Mamá me agarró del brazo y me susurró:

—Mira por donde caminas, Savannah.

—¿Quién es?—dijo Adam.

—Uh…—miré a mi madre. —Es una larga historia. En cualquier caso,


mmm, vale, en cuanto a la cárcel….

—¿Se escaparon?

—Esto, no exactamente. El oficial que nos arrestó dijo que éramos libres de
irnos. Después del episodio del hombre lobo desmadrado.

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—¿Un hombre lobo desmadrado?

—Estaba drogado.

—Y eso lo explica todo—Adam respiró profundamente. —Vale, la historia


completa para más tarde. Versión corta: hombre lobo desmadrado e improvisada
liberación de la cárcel. Lo que nos costará algo de trabajo del consejo conseguir
arreglarlo, pero lo más importante es que estáis fuera y…

—Hay… más.

Una pausa.

—¿Quiero saberlo?

—Probablemente no. El hombre lobo no era el único que se comía policías


como aperitivo. Había una bestia infernal…

*****

No conseguí ir mucho más lejos con mi historia antes de que Adam me

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pusiera en el manos libres del teléfono, para que Jeremy pudiera escuchar con
Lucas, en conferencia desde Miami. Puse también el teléfono de Jaime en manos
libres.

Cuando llegué a la parte acerca de la pila de cadáveres y la bestia infernal


babeando en la puerta, Lucas dijo:

—Eso es…

—¿Acabo de perder la conexión o de verdad te has quedado sin palabras?—


dije.

—Creo que está tratando de averiguar si te han dado alguna de esas


drogas—dijo Adam.

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—No me han dado nada.

—¿Jaime?—dijo Jeremy. —¿Estás bien? ¿Algún efecto residual por la


inyección? Presumo que fue una inyección.

—Estoy bien—dijo Jaime. —Pero dadas las circunstancias, esa no es nuestra


principal prioridad.

Era la de él, aunque seguida muy de cerca por el hombre lobo muerto. En
cuanto al resto, la pelota estaba en la cancha de Lucas.

—¿Pueden limpiarlo los Cortez?—pregunté.

—Espera —dijo Adam. —Todavía sigo atascado en la parte en que una


entidad demoníaca se manifiesta en nuestro mundo. Eso es casi imposible. Hay
informes de eso, pero ninguno de menos de doscientos años, lo que implica que
ninguno ha sido verificado. ¿Estás segura…?

—¿Que la criatura con alas de murciélago, pico y garras como cuchillos de


carnicero, no era simplemente un perro policía muy, pero que muy feo?

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—No, me refiero a… Dices que fue un hechizo. Tal vez fue una ilusión.
Como un truco de brujo. Esas cosas son suficientes para asustar a lo bestia a
cualquiera.

—Pero no para desgarrar a lo bestia a cualquiera. Despedazó a un tipo,


Adam. Justo en frente de Jaime y mio. Lo desgarró miembro a miembro…

Jaime parecía a punto de vomitar de nuevo, así que me detuve.

—Lo siento—dijo Adam. —No estaba claro y yo…

—Tenías que ser claro. Eres un chico investigador. Lo sé.

Lucas intervino:

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—Ahora mismo voy a movilizar fuerzas. Dame todos los detalles que
puedas. ¿Te diste cuenta del número o la dirección de la comisaría?

Mi mamá me lo susurró y lo repetí. Cuando terminé, Lucas se quedó en


silencio.

—Hay alguien con nosotras—dije.

—Sí, lo he notado. Por un momento, parecía...—una larga pausa. —No


importa. ¿Esa dirección…?

—La persona que está con nosotras—dije. —Ibas a decir que tiene la voz
igual que mi madre.

Silencio.

—Es ella—dije.

Silencio.

—Es mi mamá. ¿Esa bestia infernal que el hechicero trajo? Estaba haciendo
una prueba para lo que realmente quería hacer, que era convocar a mi madre.

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—¿Quieres decir que ella está...?—comenzó Adam.

—Justo aquí. En carne y hueso.

Más silencio. Al final lo rompió Jeremy diciendo:

—Hola, Eve.

—Hola, Jeremy—dijo mamá con una sonrisa. —Mucho tiempo sin vernos.
Bueno, yo te he visto un montón de veces, pero tal vez por fin ahora tendremos la
oportunidad de un encuentro cara a cara.

—Yo…—comenzó Adam. —No lo entiendo. ¿Cómo…?

—No estamos seguras acerca del cómo—dijo mama. —Pero tenemos una

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idea bastante buena del por qué me trajeron. Yo no soy el fantasma promedio—
hizo una pausa. —Jeremy, ¿puedes explicarlo después de que colguemos?

Lancé una mirada a Jaime.

—Ella no se lo dijo—murmuró mi madre para mí. —Él lo descubrió.

Ella levantó su voz.

—Jeremy os dirá por qué soy una mercancía tan valiosa. Ahora, deberíamos
dejaros empezar a trabajar en el servicio de limpieza, chicos. Savannah está…—
miró hacia mi garganta vendada. —Verdaderamente no debería estar hablando
tanto.

—¿Qué?—dijo Adam. —Pensé que estaba bien. ¿Savannah?

Mamá hizo una mueca.

—Está bien, Adam. Sólo es… un golpe en la garganta. Va a estar dolorida


durante unos días.

—¿Golpe?—él juró por lo bajo. —Está bien, dinos dónde estáis. Estaremos

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rápidamente allí.

—Nosotros… no podemos hacer eso—dije. —Necesitamos pasar


desapercibidas hasta estar seguras de que nadie nos vincula a esa cosa.

—Entonces pasaremos desapercibidos con vosotras. Si estás herida, Jeremy


debería echarte un vistazo.

Mamá tomó el teléfono y quitó el manos libres.

—Hola Adam—dijo mientras ponía un poco de distancia entre nosotras. —


Sé que estás preocupado por Savannah, pero te prometo que está bien, pero tiene
razón y tenemos que pasar desapercibidas…

Su voz se fue alejando. Después de unos minutos, regresó y le pasó el

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teléfono a Jaime.

—Adam no está contento, pero Lucas estuvo de acuerdo con nosotras. Los
está volviendo a convocar a Miami, en el avión que viene a por Bryce. Nosotras los
seguiremos tan pronto como podamos.

*****

Mientras caminábamos sin descanso por el bosque después de hacer la


llamada, finalmente me golpeó. Un real y auténtico golpe. Mi madre estaba aquí.
Ahora. Conmigo. Podía abrazarla. Hablar con ella. Excepto que no podía. En
realidad no. Podía hablar y podía tocar, pero no de la forma que yo quería.

Quería cogerla de la mano y encontrar un lugar donde sentarnos y decirle,


“Cuéntame todo”. Háblame de tu nueva vida. ¿Cómo llegaste a ser un ángel? ¿Qué se siente?
¿Eres feliz? ¿Cómo está mi padre? ¿Cómo fue volver a estar juntos después de tantos años?
¿Eres feliz? Y era el total: ¿Eres feliz? Por supuesto podría habérselo preguntado cada
vez que Jaime se comunicaba con ella para mí, pero nunca lo hice porque no
confiaría en la respuesta a menos que pudiera ver su rostro. Ahora podía. Y aún así
no podía preguntar. No era el momento ni el lugar.

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¿Cuántas veces había fantaseado con este momento?

Cuando estuvimos juntas en esa celda bajo tierra y ella averiguó la manera
de salir, me había hecho quedarme atrás hasta que tuviera la certeza de que era
seguro. Recuerdo estar sentada en mi celda. Esperando. Esperando. Entonces
nuestros captores vinieron y me dijeron que estaba muerta y pensé, Están mintiendo.
La han atrapado escapando y nos mantenían separadas como castigo. Pero cuando
los días y noches pasaron en esa celda diminuta, había tenido que hacer frente a la
verdad. Si mi madre estuviera viva, habría movido cielo y tierra para venir a por
mí. Así que tenía que estar muerta.

Sin embargo, me complací con la fantasía. Después de irme a vivir con


Paige, hubo un montón de noches en que yacía despierta e imaginaba que la puerta
se abría y allí estaba mi madre, volviendo por mí.

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Ahora había vuelto y no era para nada como en mis sueños. Sí, había venido
por mí. Sí, me había salvado. Pero yo ya no era una niña. Ya no necesitaba a mi
madre para rescatarme de una vida infernal. Mi vida estaba bien. Siempre había
estado bien…mis problemas con Paige habían sido enfrentamientos ideológicos y
angustia adolescente, ya hacía tiempo resueltos.

Pero todavía era un sueño hecho realidad. Tal vez incluso mejor, porque no
necesitaba nada de ella. Sólo quería estar con ella. Pasar tiempo con ella. Tiempo
en privado y con tranquilidad… completamente imposible bajo las presentes
circunstancias. Así que caminé sin descanso por el bosque y lancé miradas a
hurtadillas en su dirección, para asegurarme de que seguía ahí y la vi hacer lo
mismo hacia mí. Sigue avanzando. Era todo lo que podíamos hacer. Eso y rezar
para que las Parcas le permitieran permanecer el tiempo suficiente para que
tuviéramos un poco de tiempo a solas.

La caminata por el bosque no era fácil para Jaime, incluso con zapatillas
deportivas. Pareja de un hombre lobo o no, ella no pasaba demasiado tiempo en el
bosque. Yo sí, debido a los numerosos viajes de camping y senderismo con Adam.
Y mamá estaba aguantando bien. Estuve esperando que su espada se enganchara

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en un árbol, pero ella evadió y esquivó obstáculos como si la espada fuera parte de
su anatomía.

—Cuando lleguemos a la ciudad, tienes que deshacerte de eso—dije por fin,


señalando hacia la espada.

Colgaba sobre su espalda. Simplemente colgaba allí, pegada a una cuerda


delgada, como si estuviera magnetizada. Lo que era físicamente imposible de hacer
con un trozo de metal tan grande, pero supongo que las reglas de la física no se
aplican para los bártulos celestiales.

—No puede —dijo Jaime. — Una gran no-no para los cuerpos angelicales.

—Dadas las circunstancias, creo que ellos harían una excepción—dije. —

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Teníamos que sacarla de la comisaría, porque era un arma homicida. Pero ahora
nos dirigimos a la civilización y no es precisamente una navaja de bolsillo. Tienes
deshacerte de ella.

—Lo sé. Es sólo...— asintió con la cabeza y dejó de caminar. —Voy a


intentarlo.

Mientras se la sacaba de su espalda, salí del sendero y encontré una


hondonada poco profunda llena de vegetación muerta. Ella hundió la hoja en un
costado. A pesar de cubrirla, todavía podía ver un brillo. Me metí dentro y extendí
la mano para empujarla más.

Mamá me agarró de la parte posterior de mi chaqueta y tiró de mí hacia


atrás.

—No, no, cariño —dijo. —No vas a tocarla sin manoplas de cocina.
Manoplas de cocina industriales.

Ella la empujó más abajo, la cubrió con más escombros y luego arrastró una
enorme rama caída encima de ella. Parecía algo excesivo, pero la dejé con ello.
Cuando terminó, caminó hacia atrás alejándose y murmurando:

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—Hasta ahora, todo va bien.

—Está bien—dije. —Si tienes que volver por ella, está señalizada. Ahora…

Un enorme crujido me hizo lanzarme de cabeza al suelo con los brazos por
encima de mi cabeza. Mientras me dejaba caer, vi lo que parecía una enorme rama
volando en el aire, partida en dos. Un torbellino de vegetación muerta giraba hacia
arriba. Luego explotó, húmeda y apestando a podredumbre. Me la quité de la cara
y miré a mi alrededor.

Jaime estaba agachada a diez pasos de distancia. Mi madre estaba de pie


donde yo la había dejado. Sobre su espalda, la espada brillaba azul, tan brillante
que tuve que apartar la vista.

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—Maldición—dijo. —De verdad esperaba que no sucediera esto.

Me ayudó a levantarme y me sacudió las hojas muertas de la ropa.

—Así que no puedes dejarla atrás—dije. —Literalmente no puedes. Eso es…


un inconveniente.

Jaime se levantó, quitándose hojas del pelo.

—Puedes esconderte detrás de un hechizo de desenfoque cuando no estemos


solas. Probablemente sea una buena idea. Estás tan acostumbrada a ser un
fantasma que es probable que te tropieces con las paredes y derribes ancianitas.

No era una solución ideal. Mamá no podía permanecer bajo un hechizo de


desenfoque mucho tiempo de un tirón. No se lo dijimos a Jaime. Resolveríamos las
cosas cuando tuviéramos que hacerlo.

Nos pusimos en marcha de nuevo y ajusté mi paso al de mi madre.

—Entonces ¿cuánto tiempo hace que tienes la espada?

—Te refieres a, ¿cuánto tiempo hace que soy un ángel?—bajó la voz. —Lo

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siento. Sé que es una gran sorpresa.

—Una que podían haber sido evitada—volví la vista hacia Jaime,


caminando detrás de nosotras.

—No—dijo mamá bruscamente. Agitó el dedo en dirección a Jaime. —No


la mires así y no te disculpes.

—Yo…—Jaime comenzó.

—Tú te sientes mal y no deberías —Mamá miró hacia mí. —No podía
decírtelo, Savannah. No podía. Habría sonado un pitido.

—¿Un pitido?

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—Interferencia cósmica. Sí, tal vez podría haber encontrado una forma de
evitarlo, pero si lo intentaba, las Parcas habrían resuelto que yo no podría ser más
su guía espiritual. Y nadie quería eso, ¿verdad?

—Correcto—miré hacia Jaime. —Lo siento.

Ella asintió. Sin embargo, todavía parecía culpable.

—Y ¿cómo es que ese hechicero no fue censurado?—dije. —Él me dijo lo


que eras.

—Ni idea. Igual que no tengo ni idea de cómo consiguió materializarme.

—Fue un hechizo. Le oí hacer el conjuro. Aunque no reconocí el lenguaje.

—Hmm— dio una patada para apartar una rama y murmuró —Me resulta
difícil creer que tal hechizo siquiera pueda existir. Sumamente peligroso. Lo cual
podría significar que no se trata simplemente de un viejo hechizo desenterrado sino
de algo…—sacudió su cabeza. —Lo resolveremos todo más tarde.

—Si todavía sigues aquí—dije. —Cuando las Parcas se den cuenta de lo que
pasó, te volverán a convocar, ¿cierto?

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Podrías desaparecer en cualquier momento. Eso es lo que quería decir. Sin
embargo, no podía decirlo, como si al verbalizarlo pudiera hacerse realidad.

—No lo sé—dijo. Se detuvo. —Tal vez no deberíamos tener tanta prisa.


Estamos lo suficientemente lejos de la comisaría. Tomemos un descanso.

Vamos a descansar. Vamos a hablar. Vamos a estar juntas mientras podamos.

Dios, cómo lo deseaba. Pero sabía que no deberíamos y, por su expresión,


ella también lo sabía. Habíamos dejado una masacre detrás, una que apestaba a
inexplicable y sobrenatural.

—Tendremos tiempo—dije y seguí caminando.

—Estoy segura de que lo tendremos—Me alcanzó y me alborotó el pelo,

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luego se echó a reír. —Ahora no resulta tan fácil hacerlo, ¿verdad?

Asentí y mi garganta se cerró. Ella puso su brazo alrededor de mis hombros,


me dio un apretón y seguimos así a través del bosque.

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Capítulo Ocho
Llegamos al primer motel, aún a unos pocos kilómetros de la ciudad y
decidimos que era suficiente. El lugar era un vertedero. Pero el recepcionista estaba
encantado de aceptar los sesenta dólares en efectivo y no nos pidió ni
identificaciones, ni tarjetas de crédito. Ni siquiera un nombre.

Probablemente nos echó un vistazo a Jaime y a mí y decidió que éramos


chicas de la calle. No se lo dije a Jaime. Su ego podría no sobrevivir. Después de
haber sido drogada, estar enferma, ver a gente ser despedazada y cortada por la
mitad y, después de caminar varios kilómetros a través de terrenos pantanosos, no
estaba en su ser glamuroso habitual. Yo estaba peor. Ni siquiera quiero pensar en
cómo se imaginó el empleado del motel que me había dañado mi garganta.

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Mi madre se escondió detrás del edificio mientras nosotras nos
registrábamos. La encontramos recostada contra la pared, pareciendo estar más
serena y tranquila que cualquiera de nosotras. La camisa de Medina era demasiado
pequeña —mamá está un poco por debajo de mi metro ochenta y dos—pero las
mujeres Levine no hemos sido bendecidas con curvas, por lo que le quedaba
ajustada y corta. Ella había llegado del más allá con unos vaqueros desgastados, no
muy angelicales, y botas de cuero. Su pelo liso y negro le llegaba hasta mitad de la
espalda. Estaba exactamente como la recordaba, lo que supongo tiene sentido. Los
fantasmas no envejecen. Pero parecía, bueno, digamos que viéndola ahora, me di
cuenta de por qué todo el mundo decía que nos parecíamos. Yo tenía el pelo un
poquito más corto y ojos azules. También tenía mejor gusto –era igualmente
partidaria de los vaqueros y las botas, pero mis gustos eran más Fifth Avenue4 que
Walmart5-. Aparte de eso, era como caminar hacia un espejo.

Ella estaba mirando hacia el campo, frunciendo el ceño.

—¿Ves algo? —dije.

4
Conocida marca de ropa.
5
Cadena de supermercados.

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—No, sólo... — miró hacia Jaime—. Me sorprende que Kris no esté
incordiando hasta volverte loca ahora mismo. Debe haber ido directo a las Parcas
para defender mi caso.

—En realidad, no —dijo Jaime—. Estuvo cerca antes de que llegaras, pero
hubo un problema. Vamos dentro y te lo explicaré.

*****

Mamá trató de no asustarse demasiado por la situación de mi padre.

—Encontrará la salida. Con el tiempo. El hombre es brillante, pero tiene un


pésimo sentido de la orientación. Una vez, me prometió un viaje a la playa y nos
tele transportamos al Sahara.

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—Tiene arena —dije.

—Exactamente lo que él dijo. Para ser sincera, me divertí más de lo que


alguna vez lo hice en la playa.

—Pero si tiene tan mal sentido de la orientación...

—Eso solo significa que se pierde mucho. Lo que implica que tiene que
conseguir no perderse tanto —sus dedos dieron golpecitos sobre la colcha. Entonces
dijo, más enfáticamente— Encontrará el camino de regreso. Bueno, chicas,
entonces el siguiente paso es...

—Descansar—dijo Jaime. —Por favor, dime que es descansar.

—Para descansar, necesitas de hecho sentarte —dije. —Has estado de pie


ahí desde que llegamos. Las camas están razonablemente limpias. Sólo tienes que
retirar la colcha y quedarte con la ropa puesta.

—Por favor —dijo mamá—. Por una vez, quédate la ropa puesta.

Jaime hizo una mueca hacia ella. Mamá tiró hacia atrás el cobertor, luego se

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El Club de las Excomulgadas
estiró y arrastró a Jaime hacia la cama, con la suficiente fuerza como para que ella
cayera encima.

Jaime puso los ojos en blanco, pero se quedó donde estaba y bromearon
durante unos minutos mientras Jaime se acomodaba. Observarlas era... extraño.
Sabía que mamá había sido la guía espiritual de Jaime durante años y supongo que
también sabía que eran amigas, pero verlas juntas, tan cómodas la una con la otra...

¿Era envidia? No sé. Pero me hacía sentir... extraña. Mi madre una vez me
llamó el centro de su mundo. Lo que no era una hipérbole materna. Realmente
había sido el centro de su mundo y ella había sido el mío. Nos habíamos trasladado
de ciudad en ciudad, sin permanecer en un lugar por mucho tiempo. Ella tenía
contactos y estudiantes, pero yo rara vez los veía y ellos nunca la veían fuera de los
negocios. Incluso mantenía a sus amigos a distancia. Esta relación con Jaime era

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diferente. Y yo estaba contenta por ella.

—Está bien, descansaremos primero, luego llamaremos a un taxi y


buscaremos un hotel de verdad —dijo Jaime—. Ya está, tenemos un plan.

—Bueno —dijo mamá—. Por mucho que odie discutir con mis mayores…

—Oye, nada de chistes de edad. Tú eres sólo dos meses más joven que yo.

—Ejem, ¿he mencionado que hice una visita a la vieja sala de registros en el
cielo? Parece que hay una ligera discrepancia en tu contabilidad.
—Si la hay, culpa a mi madre. Nunca miento acerca de mi edad. Nunca la
doy a menos que sea necesario, pero tampoco miento sobre ella.
Al ver que mi madre no respondía, volvimos la mirada para verla
sosteniendo el teléfono móvil de Jaime.

—Oye, ¿cómo conseguiste…?

—Mierda, han cambiado mogollón en una década —dijo mamá—. No te


preocupes, no enviaré mensajes de texto guarros a Jeremy. Tú ya lo haces bastante
de todos modos.

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El Club de las Excomulgadas
—Yo nunca…

—Fantasma, ¿recuerdas? Te puedo ver, incluso cuando tú no puedes verme


—hizo una pausa—. Eso no ha sonado bien. Permíteme aclararlo. Nunca me
quedo cerca cuando va más allá de mensajes de texto — presionó un par de
botones—. ¿Me pregunto cuántos ataques al corazón podría causar llamando a
algunas personas y recordándoles que me deben favores?

—Ellos pensarían que se trata de Savannah.

—Maldita sea.

—Volviendo al tema que nos ocupa —dije—. No podemos descansar, al


menos no demasiado tiempo. Eso es lo que mamá estaba a punto de decir antes de

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distraerse con la brillante tecnología del siglo XXI.

—Oh, sí, podemos descansar —Jaime se reclinó sobre la cama y cerró los
ojos—. Mira, lo estoy haciendo ahora mismo. Es tan relajante. Vosotras deberíais
probarlo más a menudo.

—Nosotras…

—…acabamos de escapar de una bomba, de la cárcel, de un hombre lobo,


una bestia infernal, un hechicero y de la muy afilada espada de Eve. Nos hemos
ganado un descanso. O yo lo he hecho. Vosotras podéis acompañarme.

—Tenemos que…

—¿Involucra correr? ¿Luchar? ¿Matar? No, no. No durante las


próximas…—comprobó el reloj de la mesilla—seis horas.

—Una.

—Cinco.

—Una.

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El Club de las Excomulgadas
Mi madre se echó a reír.

Jaime la fulminó con la mirada.

—Crees que es gracioso. Por supuesto que sí. Tú la criaste—. Ella se volvió
hacia mí—. Cuatro y media.

—Dos.

—Bien. Dos horas. Tiempo durante el cual no vamos a hacer o decir nada…

—Tenemos que hablar de lo que pasó y planificar nuestros próximos pasos.


Si quieres descansar en su lugar, seguro que unas cuantas mantas harán que la
bañera sea muy cómoda.

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—Vale. Habla.

*****

Comenzamos reconstruyendo lo que pasó en la comisaría. O una razonable


suposición, basada en lo que sabíamos. Medina había estado trabajando para el
Movimiento de Liberación Sobrenatural, sedando sobrenaturales y por último,
entregándolos al laboratorio, donde se convertían en conejillos de indias para la
vacuna. Entonces el amigo hechicero se agrega a la ecuación. O bien se infiltra en
el SLAM o se carga al proveedor farmacológico habitual de Medina. Él le da a ella
drogas para perturbar a los sobrenaturales en custodia, que les hace de todo, desde
enfermarles, pasando por volverles locos hasta totalmente psicóticos.

¿Por qué? Bueno, esa era la primera de muchas preguntas. Él no había


parecido sorprendido ante las reacciones por las drogas. ¿Por qué un sobrenatural
intencionalmente provocaría una escena en la que arriesgaba que los humanos
descubrieran nuestros poderes? Vale, eso es lo que el SLAM quería en última
instancia, pero este no era el tipo de ―revelación‖ que nos hacía parecer miembros
pacíficos y productivos de la sociedad.

Cualquiera que fuera el motivo, le dio las drogas a Medina. Luego ella nos

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El Club de las Excomulgadas
recoge a raíz de una llamada del SLAM. Él se entera. Y decide que sería un
momento muy, pero que muy bueno para probar ese nuevo hechizo en el que ha
estado trabajando. Nos utiliza a Jaime y a mí para atraer a mi madre y la convoca
en el mundo de los vivos.

¿Por qué?

—Un ángel siempre resulta útil —dijo Jaime—. Incluso en una lucha entre
demonios. Especialmente si eres también un medio-demonio. A Eve la buscan para
conseguir traficar por influencias más que a cualquier político.

—Puedo imaginarlo —dije—. Con Balaam liderando el lado pro-revelación,


incluso yo resulto útil. Él hizo una aparición personal hace unos días —me volví
hacia mamá—. Resulta que el movimiento revelación está albergando a un par de

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sus lacayos. Un realmente encantador dúo hermano-hermana, llamados Sierra y
Severin. Medios demonios de congelación con un talento especial para la tortura.
Balaam hizo que me tomaran como rehén para poder proponer una alianza.

—Ese hijo de puta —La espada de mamá bamboleó a su lado, destellando


azul brillante—. Escuché que había hablado contigo, pero tomarte de rehén…

—Ejem. ¿Eve? —Dijo Jaime—. ¿Podemos esperar antes de amenazar a un


señor demoníaco? ¿Incluso aunque se trate de tu padre?

—¿Entonces también se puso en contacto contigo? —dije—. ¿O lo intentó?

Mamá vaciló.

—Está bien —dije—. Ya soy mayorcita. Estoy acostumbrada a ser la


segunda opción. Y también a que me secuestren como una forma de llegar a ti.

Su expresión me hizo lamentar haber dicho eso.

—Lo siento, cariño —dijo ella—. Sé que has vivido un infierno por ser mi
hija. Nunca quise eso.

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El Club de las Excomulgadas
Me encogí de hombros.

—Honestamente, la relación costo-beneficio sale a mi favor. Le saco mucho


partido a ser tu hija y sólo ocasionalmente me gano alguna amenaza contra mi
vida. Incluso eso, sólo ha sido en la última semana más o menos. Lo que sospecho
no es coincidencia.

—No lo es. Las Parcas siempre han sido capaces de mantener en secreto este
curro de ángel. Si ya no es el caso, algo se ha estropeado —hizo una pausa—. En
realidad, muchas cosas se han estropeado. Allí es un infierno. Y no pretendo hacer
ninguna broma.

—El movimiento —dije—. Hizo que los demonios se dividieran y eso se está
propagando a todo, ¿no?

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—No sólo los demonios. También los ángeles están divididos. Los
ascendidos, por lo menos.

—¿Son sobrenaturales?

—La mayoría, pero la división no va en esa dirección. Algunos, ex humanos


y sobrenaturales, piensan que la exposición es lo mejor para todos. Otros, como yo,
creen que será una catástrofe. Así que es un caos, con las Parcas y todos los demás
tratando de mantener el orden, y haciendo un trabajo verdaderamente pésimo.
Balaam ha tenido diablillos y semi demonios durante semanas por ahí fuera,
recorriendo las dimensiones tratando de encontrarme. Los he estado matando a
diestra y siniestra. Pero un ángel pura sangre me vio hablando con uno. Y lo
siguiente, ya sabes, el rumor que está circulando de que soy una agente doble de
Balaam, lo cual es lo que muchos de ellos creen de todos modos.

Me acordé de lo que dijo Kimerion.

—Ellos creen que ayudaste a escapar a Leah, ¿no es así?

Jaime se sentó.

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El Club de las Excomulgadas
—¿En serio? Oh, sí, liberaste a la puta que intentó matar a Paige para que
ella pudiera volver a la tierra y tener otra oportunidad de conseguirlo. Y tal vez
también eliminar a tu hija.

—De acuerdo con la teoría de ellos, yo no estaba realmente tan molesta por
lo que Leah le hizo a Paige. Considerando que Leah estaba trabajando para Kristof,
probablemente yo tuve algo que ver, para que él pudiera obtener más fácilmente la
custodia de Savannah. Luego, llegué a sentirme un poco mal ya que Leah había
sido tratada de manera injusta. Así que accedí a liberarla por Balaam, para ayudar
al movimiento de liberación, con la promesa de que se mantendría alejada de
Savannah. Cuando incumplió el trato, la arrastré de vuelta a su dimensión infernal
antes de que me pudiera delatar.

—¿Ellos creen eso? —dije.

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—En las fuerzas angelicales, los ascendidos llevan la cuenta de las almas
recuperadas. Como muescas en nuestras espadas. Trsiel…—miró hacia mí—…mi
compañero, lleva otra cuenta para mí. La de enemigos ganados. En este momento,
las listas son aproximadamente iguales. Y soy muy, pero que muy buena en mi
trabajo — Levantó los pies para sentarse con las piernas cruzadas sobre la cama—.
Las Parcas saben que es mentira. Pero un ángel estuvo involucrado en la fuga de
Leah. Ellas también lo saben. Así que me pusieron en el caso, sabiendo que además
estoy cabreada y tengo muchas ganas de limpiar mi nombre. Todo esto significa
que hay múltiples razones por las que este hechicero podría haberme traído. Tal vez
quería un ángel para la lucha. O quería un ángel como rehén. O quería a la hija de
Balaam. O yo me estaba acercando demasiado a descubrir quien liberó a Leah. ¿Lo
importante ahora mismo? Que de hecho me trajo. Tenemos que averiguar quién era
este tipo, lo cual no va a ser…

Levanté una cartera.

—La cartera del hechicero muerto, con identificación y todo.

Mi madre sonrió.

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El Club de las Excomulgadas
—Chica lista.

—Soy una investigadora privada con licencia mamá, aunque me pase más
tiempo detrás del mostrador de recepción que en el campo de juego.

—Está bien entonces —dijo mamá—. Tú y yo podemos darnos una ducha y


luego ponernos en marcha. ¿Jaime? Tú solo sigue descansando. No necesitas
lavarte esa sangre de tu pelo. De todos modos es de color rojo. Y estoy bastante
segura de que no es vómito.

Jaime estaba en el baño, cerrando de un portazo la puerta, antes de que ella


terminara.

*****

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Mamá se acercó el juego de papel y cartas del motel y empezó a escribir.
Tan pronto como la ducha comenzó, colocó el papel en la mesita de noche, se bajó
de la cama y se colgó la espada sobre su espalda.

—Vamos, cariño.

—Pero...—lancé una mirada hacia la puerta del baño. —Oh.

—Sí, vamos a dejar plantada a la diva. Diría que me va a matar más tarde,
pero estoy bastante segura de que no es posible e incluso si lo es, simplemente
terminaré de vuelta adonde estaba esta mañana.

—Alguien tiene que…

—Lucas ya ha enviado un agente local. Eso es lo que estaba haciendo con su


teléfono antes… enviándole un mensaje con la dirección del motel. Ahora, vamos.

—Sólo un segundo.

—No podemos…—comenzó a decir.

Cogí el teléfono móvil de Jaime.

99
El Club de las Excomulgadas
—Puede que lo necesitemos.

Mamá sonrió.

—Esa es mi chica.

*****

El agente de la Camarilla estaba previsto que llegara en cinco minutos.


Fuimos a su encuentro en la esquina, desde donde podíamos mantener un ojo en el
motel hasta que llegara.

No hablamos hasta que llegamos allí. Entonces mamá dijo:

—A mí tampoco me gusta engañarla, Savannah.

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—No he dicho…

—Puedo verlo en tu cara. Sí, hubiera sido preferible decirle que se quedara,
pero por más que ella eche pestes acerca de querer mantenerse lejos de la acción,
nunca habría estado de acuerdo.

—Y si venía probablemente terminaría herida. Así que es mejor para ella


que la dejamos atrás.

—Exactamente.

—Y su falta de habilidad de ataque implica que no es de mucha ayuda en


una pelea, lo que significa que solo sería una persona extra para cuidar.

Ella suspiró.

—¿Quieres que lo niegue, Savannah? No lo haré. Mi principal preocupación


es que termine herida.

Miré mi reloj, luego me eché hacia atrás cobijándome a la sombra de un


árbol, por si acaso Jaime optaba por una inusual ducha corta y miraba por la

100
El Club de las Excomulgadas
ventana buscándonos.

—No estás de acuerdo—dijo mamá.

Una burbuja de pánico explotó dentro de mí. Por supuesto que lo estaba.
Siempre estaba de acuerdo con mi madre. Ella sabía que era mejor. Ella cuidaba
de…

Tomé una profunda respiración y silencié a la Savannah de doce años de


edad.

—Yo… estoy de acuerdo en principio, pero no lo habría manejado de la


misma manera.

—Bien —dijo ella, con tanto énfasis que salté—. Tú no eres una copia de mí,

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Savannah. No quiero que lo seas. Quiero que seas tú misma. En este caso, me
atengo a mi decisión. Estamos de acuerdo en estar en desacuerdo. Y seguimos
adelante. A menos que tú quieras…—Señaló con la cabeza hacia atrás, al motel.

Negué con la cabeza.

—Ya está hecho y supongo que ese es el coche del tipo de la Camarilla,
dando la vuelta a la esquina.

*****

El coche pertenecía al hombre que Lucas había enviado para buscar a Jaime.
Era un agente típico, un tipo totalmente modesto que probablemente podría ganar
un título de Combate Definitivo con una mano atada detrás de su espalda.
Comprobamos su identificación. Lucas le había enviado un mensaje de texto a
mamá con la información. También nos había enviado una frase código, que el tipo
repitió.

El agente no preguntó nuestros nombres. Ni mostró un ápice de curiosidad,


excepto cuando notó la brillante espada en la espalda de mamá. Incluso entonces,
lo único que hizo fue parpadear. Mamá dijo:

101
El Club de las Excomulgadas
—Vamos a dar plantón a nuestra amiga para ir a una convención de
Dragones y Mazmorras. —Ni siquiera sonrió. Jaime iba a adorar a este tipo. Y nos
iba a adorar a nosotras aún más, no sólo por abandonarla, sino por imponerle
además su compañía.

Él se fue. Esperamos hasta que llegó a la puerta del motel, luego nos fuimos
antes de que los fuegos artificiales comenzaran.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Ocho y Medio

Jaime

Jaime permaneció debajo de la ducha con los ojos cerrados, dejando que el
agua humeante le masajeara el cuello y la espalda. Podría ser un motel barato, pero
al parecer, al mediodía nadie usaba el agua y podía tenerla tan caliente como
quisiera, y la quería muy caliente. Incluso después de veinte minutos escaldándose,
juraría que podía sentir la sangre y la suciedad en cada poro.

Como siempre admitía, no estaba hecha para una vida de aventura. No a


menos que venga acompañada de comida rica, camas confortables y baños

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perfumados. Y Jeremy. Después de cuatro años juntos, él era el ingrediente clave
en su vida, incluso si significaba pasar alguna ocasional mañana, drogada y
enferma, en un catre sucio y lleno de plagas en la prisión.

Pensando en ese catre, Jaime vació el resto de la mini botella de champú


sobre su cabeza. Cuando bajó las manos se dio cuenta de que tenía sangre seca
debajo de sus largas uñas. Con un estremecimiento la removió y trató de no pensar
de dónde procedía. Cuando no funcionó, jugó a “qué voy a hacer cuando todo esto
termine”, el cual la había ayudado a superar muchas duras pruebas en el pasado.
Jeremy la había hecho jugarlo justo la última noche cuando se había sentido
impotente quedándose sentada en la sede de los Cortez mientras todo el mundo
salía corriendo a la acción.

Italia, Jeremy sugirió. Una semana en una villa italiana, sólo ellos dos. Tal
vez más de una semana, si ambos pudieran arreglarlo. Ese era por lo general el
principal escollo: sus propios horarios y responsabilidades, la carrera de Jaime y el
liderazgo de Jeremy como Alfa. Pero nunca se quejaban o deseaban que las cosas
pudieran ser diferentes. No eran niños. Habían construido sus propias vidas antes
de conocerse y todavía las tenían. Aprovechaban cualquier momento en que esas
vidas podían cruzarse, lo cual los hacía sentir a veces como niños, zafándose de sus
responsabilidades para hacer novillos juntos. Estos interludios se harían más

103
El Club de las Excomulgadas
frecuentes cuando él renunciara como Alfa y algún día, tal vez incluso vivirían y
envejecerían juntos. Pero por ahora, esto funcionaba y no te cargas aquello que
funciona.

Un golpe lejano la sobresaltó. Cortó el agua y escuchó. Debía ser la limpieza


de habitaciones o pizza a domicilio - las bestias infernales y los hechiceros
malvados no llaman a la puerta- pero no iba a arriesgarse lo más mínimo.

El golpe llegó de nuevo.

—¿Es en nuestra puerta? —gritó.

Ninguna respuesta. Jaime se envolvió con una toalla, salió de la bañera y


abrió la puerta una rendija.

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Las camas estaban vacías. Empujó la puerta. Toda la habitación estaba
vacía. Oyó la voz amortiguada de un hombre afuera. Mientras se esforzaba por
escuchar, el teléfono junto a la cama sonó.

Miró a su alrededor. Arma. Ella necesitaba un… agarró un vaso del lavabo y
fue a romperlo, y se dio cuenta de que era de plástico:

—Maldito motel barato—maldijo.

Bajó la vista hacia su ropa, dejada en un charco en el suelo. Tiró de su


cinturón y lo sostuvo en una mano. Como salió del baño, se aferró a su arma y rezó
para que Eve no estuviera allí o nunca lograría que se olvidara de esto. A Eve
todavía le gustaba recordarle el incidente de la ―marioneta‖, la vez que Jaime había
usado un calcetín para sostener un fragmento de cristal por si acaso era necesario
para luchar contra una secta de humanos enloquecidos que habían descubierto
como hacer magia. Jaime había considerado el arma improvisada bastante
ingeniosa, pero hay que reconocer que palidecía al lado de la espada de Eve. El
teléfono seguía sonando.

—¿Señorita Vegas? —Llamó el hombre de la puerta—. ¿Podría responder

104
El Club de las Excomulgadas
por favor?

Jaime miró hacia el teléfono. Nunca había oído que pudieran ser utilizados
como un método de muerte instantánea, así que avanzó con cuidado hacia la
mesita de noche, con la mirada fija en la puerta. Luego, sin soltar el cinturón,
levantó el receptor con la misma mano.

—¿Jaime?

Con esa única palabra, se dejó caer en la cama suspirando de alivio, las
armas cayendo. Era Jeremy.

—¿Jaime? ¿Estás ahí?

—Sí. Sola. En una habitación de motel. Con un extraño llamando a la

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puerta. ¿Te importaría contarme qué está pasando?

Trató de poner un poco de mordacidad en su voz, pero no se le daba bien


ponerse mordaz. Principalmente, estaba aliviada de descubrir que no iba a tener
que defenderse a sí misma, vestida con una toalla y armada con un cinturón.

Cuando Jeremy le explicó que había sido abandonada por sus amigas y que
Lucas había enviado una niñera, sintió una chispa de justa indignación, pero sólo
una chispa. Sí, dañaba su ego ser dejada atrás, pero sabía que estaba mejor fuera.
Lo que le molestaba, lo que de verdad le molestaba, era que Eve no le hubiera dado
la oportunidad de tomar esa decisión por sí misma.

—Lo sé —dijo Jeremy cuando ella se quejó—. A ella le pareció que era lo
mejor.

—No lo mejor. Lo más fácil. Ella es rápida para empuñar esa condenada
espada, pero no tan valiente cuando se trata de enfrentamientos personales. Todas
esas emociones confusas. La sangre es mucho más fácil de limpiar.

Jeremy se echó a reír, esa rica y profunda risa que hacía que su estómago
diera un vuelco y desear simplemente tumbarse en la cama y seguir hablando con

105
El Club de las Excomulgadas
él. Olvidar todo lo que estaba pasando. Pero todavía había un hombre ante su
puerta y probablemente debería vestirse antes de dejarlo entrar.

— Sí, preferiría que lo hicieras —dijo Jeremy cuando se lo dijo a él—. Él tal
vez no, pero yo lo haría.

Ella se echó a reír.

—Muy bien, entonces. Mi aventura ha terminado, gracias a Dios —hizo una


pausa—.Pero si sabes algo de Eve…

—Estás mortalmente ofendida por haber sido dejada atrás.

—Exactamente.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


*****

El pobre hombre había estado esperando el tiempo suficiente. Así que,


envuelta en su toalla, Jaime abrió la puerta una pulgada y le dijo al hombre que iba
a meterse volando en el baño para vestirse, luego echó a correr. Pasó al menos un
minuto antes de que escuchara la puerta del motel cerrarse. Cualquiera lo
suficientemente inteligente como para ser asignado como su escolta, tendría el
suficiente sentido común para darse cuenta de que conseguir un vistazo furtivo de
Jaime Vegas con una toalla no valía el riesgo de ofender al Alfa de los hombres
lobo.

Casi había terminado de vestirse con su ropa apresuradamente cepillada


cuando oyó otro golpe en la puerta. Frunció el ceño. El escolta había entrado; ella
estaba segura de que lo había oído moverse por la habitación.

Una voz aguda.

—¿Mami? ¿Por qué está cerrada la puerta con cerrojo?

Un suspiro desde la habitación. El escolta respondió:

106
El Club de las Excomulgadas
—Te has equivocado de habitación.

—¿Mami? —Golpes en la puerta más fuertes—. ¿Eres tú, mami?

Jaime se abrochó el cinturón en sus pantalones, luego abrió la puerta del


baño. El escolta, un tipo de pelo negro con traje, miraba por la ventana con los
labios fruncidos.

—Sonaba como una niña pequeña —dijo Jaime.

Echó un vistazo en su dirección.

—Lo es. Me desharé de ella. Pero le voy a pedir que dé un paso atrás y
vuelva allí dentro hasta que lo haga.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Jaime asintió y se retiró. Él esperó hasta que ella cerró la puerta. Lo oyó
quitar la cadena.

—¿Quién eres tú? —preguntó una chica.

—Tu mamá no. Y ahora, si te has olvidado del número de tu habitación, ve


a la oficina…

—¿Qué has hecho con mi mami? La oí hablar aquí dentro.

Jaime suspiró. La chica parecía lo bastante mayor para entenderlo, pero


insistía en que su ―madre‖ estaba allí dentro y cuanto más argumentaba el escolta,
más angustiada se la oía a ella.

Jaime dejó de molestarse con su pelo mojado y agarró la manecilla de la


puerta. Ella podría aclarar este problema de la ―voz de mami‖ sólo sacando la
cabeza.

Mientras giraba la manecilla, el escolta gritó:

—¡Oye! ¿Qué crees que estás…?

107
El Club de las Excomulgadas
—Estoy buscando a mi mami. La tiene aquí. Sé que la tiene.

—Vuelve aquí, pequeña…

Un gruñido. Luego un grito de dolor.

—¿Qué dem…?

Un estruendo. A continuación el golpeteo de pasos sobre la alfombra. El


grito del escolta, amortiguado, luego incomprensible. Jaime se sacó el cinturón, lo
envolvió alrededor de su mano y giró la manecilla lentamente, su pie desnudo
apoyado contra la parte inferior. Abrió lo suficiente para echar un vistazo y ver…

Algo voló hacia la puerta. La golpeó con un tamborileo, parecido al que


hace la lluvia y algo de eso cayó sobre la alfombra. Brillantes gotas rojas de sangre

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


se esparcieron por la pared y la alfombra.

Jaime cerró la puerta rápidamente y echó el cerrojo. Luego miró a su


alrededor frenéticamente en busca de armas de verdad.

¿Armas? ¿Contra algo que estaba matando a un agente entrenado de la


Camarilla? Levantó la mirada hacia la ventana.

¿Era lo suficientemente grande? Más vale que así fuera. Arrancó la barra de
la toalla, tambaleándose hacia atrás sorprendida cuando de hecho se soltó solo con
su mano. ¡Gracias a Dios por la construcción de mala calidad! Envolvió la barra
con una toalla para amortiguar el ruido y destrozó la ventana. Se las arregló para
quitar la mayoría del cristal y entonces alguien -o algo-, comenzó a tirar de la
puerta.

Un rápido barrido del resto del cristal y se fue hacia fuera, haciendo caso
omiso de las esquirlas que arañaron su estómago mientras se arrastraba
atravesándola. Si lo hubiera pensado antes, debería haber pasado los pies primero.
No lo hizo y se fue de cabeza al suelo, logrando aterrizar con una torpe voltereta y
rebotando de nuevo en pie. No eran exactamente artes marciales, pero a veces

108
El Club de las Excomulgadas
décadas de yoga daban sus frutos.

La parte de atrás del motel daba a un campo, con un bosque pantanoso a


unos quince metros de distancia. A ambos lados, el edificio se extendía al menos la
mitad de esa distancia. El bosque era realmente el dominio de Jeremy, no el de ella.
Dio unos pasos corriendo a lo largo de la pared trasera y entonces vio una sombra
extendiéndose desde el extremo más alejado. Otra se le unió. Ella se giró, apoyando
su espalda contra la pared. A través de la ventana rota, escuchó la puerta del baño
ceder con un crujido.

Jaime miró a través del terreno cubierto de malas hierbas hacia el bosque.
Respiró hondo, luego se echó a correr.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Nueve
Caminamos a lo largo de la calle, con mamá lanzando hechizos de
desenfoque cada vez que un coche pasaba.

—Tal vez una funda de violonchelo —murmuré, mirando la espada cuando


ella volvió a aparecer.

—¿Pareceré una violonchelista? ¿O una asesina escondiendo un rifle


automático?

Argumento válido. Mi madre no tenía pinta de asesina, pero tenía incluso


menos pinta de poner un pie en una sala de conciertos.

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—Una bolsa de hockey serviría —dijo mamá mientras avanzábamos—. Una
vez, justo después de conseguir el curro de ángel, tuve que entregar un mensaje a tu
padre durante su partido de hockey y no estábamos precisamente deseosos de
compartir todavía mi nueva ocupación con sus compañeros de equipo, así que la
escondí en su bolsa.

—¿Mi padre juega al hockey?

—Jugar podría ser una exageración. Más bien observa desde el banco de
castigo.

Me eché a reír.

—Eso, puedo imaginarlo. Pero, ejem... —miré hacia la espada. —Es una
espada de ángel, mamá. Meterla en una bolsa de hockey no parece correcto.

—Es una herramienta, cariño. Una que viene con algunos serios…—su
rostro se ensombreció por un momento, luego sacudió su cabeza. —Digamos que si
bien le he tomado cariño a blandir un trozo de metal de metro y pico, no tengo
ningún problema con embutir la puñetera cosa en donde sea que solucione el
problema. Irreverente, sí, pero las Parcas no esperan menos de mí.

110
El Club de las Excomulgadas
—Está bien. Vale, una bolsa de hockey podría funcionar, ¿pero que
posibilidad hay de encontrar una en Nueva Orleans…?

—Mmm, tienes razón. Aunque diría que una tienda de deportes sigue siendo
nuestra mejor apuesta.

*****

Lo era. La dejé afuera, entré y volví con un estuche para arcos. Todavía no
conseguiríamos pasar a través de un detector de metales, pero mamá podría
caminar como una persona normal, lo que significó -como advirtió Jaime-, que se
tropezó con unas cuantas personas antes cogerle el tranquillo a lo de ser corpórea
otra vez. También me compré un top de cuello alto sin mangas, que cubría el corte
en mi garganta.

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Cogimos un taxi para ir a la casa del hechicero muerto, la cual obtuvimos de
su carnet de identidad, junto con su nombre. Shawn Roberts. Vivía en el barrio
francés, en un apartamento sobre una tienda que vendía máscaras de lujo.

Él no vivía solo tampoco. Tenía una esposa. Y un Rottweiler. Ambos


ocupaban un lugar destacado en las fotos de su cartera. Ambos estaban en casa,
como una rápida llamada desde un teléfono público confirmó. No, yo no pedí
hablar con el perro, pero lo oí ladrar. Y ladrar. Y ladrar.

—¿Quién diablos tiene un Rottweiler en un apartamento? —Se quejó mamá


cuando estábamos al lado del edificio—. Y son las dos de la tarde. ¿No debería
estar ella en el trabajo?

Retrocedimos debido a un par de turistas borrachos con bebidas rosas en


vasos de plástico. Mamá se quedó mirando detrás de ellos, luego me agarró la
muñeca para comprobar la hora.

—Un poco temprano, ¿no es así?

—Estamos a una manzana de la calle Bourbon.

111
El Club de las Excomulgadas
Su rostro se arrugó por el desconcierto como si no supiera qué diferencia
suponía eso. Luego hizo una mueca.

—Maldita sea, realmente he estado muerta demasiado tiempo. También he


estado alejada de Nueva Orleans desde hace mucho. Me preguntaba qué era ese
olor.

—Los tenues efluvios de basura podrida, orina y vómito, mezclados con un


limpiador de calle. Eau del French Quarter6. Y cuatro cosas que probablemente no
hueles en el más allá.

—Cierto — inspiró profundamente—. A pesar de lo repugnante que es, me


trae de vuelta recuerdos agradables. Hice un montón de negocios aquí en los viejos
tiempos. Me encantaba Nueva Orleans, casi tanto como me encantaba Savannah,

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Georgia.

Sonreí.

—Lo recuerdo. En cuanto al motivo por el qué la esposa de Roberts está en


casa...—saqué un par de tarjetas de visita de la cartera de Roberts. De su esposa. Al
ser un marido considerado, debía haberlas repartido por ella. Ella era pastelera. La
dirección de trabajo se correspondía con su apartamento.

—Maldita sea—dijo mamá.

—Vamos a tener que hacerles salir. La pregunta es, ¿qué lograría que tanto
que la mujer como el perro…?

Un silbato. Seguido por un ladrido feliz. Me asomé desde nuestro escondite


para ver a la mujer de las fotos salir andando del edificio y el perro con su correa.

—Nuestra sincronización es excelente—dije.

*****

6
Agua del Barrio Francés

112
El Club de las Excomulgadas
Pillé las herramientas para el allanamiento de morada en la tienda de
artículos deportivos. Es asombroso lo que puedes conseguir allí. No eran
exactamente las herramientas reglamentarias de un ladrón de viviendas, pero
servirían.

Tenía varillas que se asemejaban a ganzúas, pero el hechizo de mamá de


cerraduras se ocuparía de eso. Luego, mientras ella se quedó vigilando, metí a
presión un lápiz en el ojo de la cerradura y rompí la punta.

—Un truco de Adam —dije—. Hace que sea difícil de abrir. Nos dará un
aviso con suficiente antelación para que podamos escapar.

—Tengo un hechizo de perimetro para eso.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—El cual puedes utilizar. Nunca está de más tener un respaldo.

En el interior, el lugar apestaba a perro, al olor del pelaje, a alimentos


enlatados y el ligero olor de una o dos veces en que Rover no debió sacarlo lo
suficientemente rápido. Lo que me hizo pensar…

—Tenemos que trabajar rápido—susurré—. Podría llevar al perro solo a una


salida para hacer pis.

Cogí los ordenadores. Había dos, ambos portátiles, sobre la estantería del
escritorio. La primera se inició sin problemas, sin pedir contraseña. Era de ella. La
segunda estaba protegida. No tenía tiempo para descifrarla. Como se trataba de un
ordenador portátil, no podía llevarme fácilmente el disco duro. Podría llevarme
todo, pero eso se notaría mucho más rápido que un disco duro desaparecido.

Así que me uní a mamá en su búsqueda. Ella había ganado el pleno de la


lotería. Un teléfono móvil. Roberts no llevaba uno consigo cuando lo comprobé y
pensé que lo había dejado en su coche. Este era un modelo antiguo del cual no
debía haber estado dispuesto a deshacerse. La tarjeta SIM había sido retirada, pero
tenía un montón de información de contactos guardada en el teléfono. Lo suficiente
para que nosotras siguiéramos la pista a con quien había estado trabajando.

113
El Club de las Excomulgadas
Tomamos el teléfono y nos fuimos.

*****

Nos dirigimos hacia una cafetería. Algo bastante fácil de encontrar en el


Barrio Francés. Yo había sacado dinero en efectivo cerca de la tienda de deportes;
Lucas lo había considerado bastante seguro, siempre y cuando abandonara la zona
inmediatamente después de utilizar el cajero. Le había dado algo a mi madre para
que no estuviera vagando por ahí con los bolsillos vacíos.

—¿Recuerdas que yo lo solía hacer? —había dicho ella—. ¿Asegurarme


siempre de que tuvieras unos pocos dólares en tu bolsillo?

—Pensaba que era para llamadas de emergencia.

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—Para eso, sólo habrías necesitado una moneda. Yo… recuerdo que cuando
era pequeña me gustaba llevar encima algo de dinero. Me hacía sentir más segura.

Yo nunca había considerado de esa manera. Incluso ahora, no estaba muy


segura de lo que quería decir. Supongo que tuvimos infancias muy diferentes. Yo
no sabía mucho sobre la de ella. Solo que cuando la había dejado atrás, se dejó
atrás a todos los que estaban en ella.

Escogimos una cafetería estrecha que anunciaba café de goteo lento. No


tenía ni idea de lo que era, pero sonaba prometedor.

Cuando entramos, mamá sacó un billete de cinco y dijo:

—Yo invito.

—No con eso.

Dirigió la vista a la carta de precios y se quedó mirándola fijamente un


momento. Maldijo. Luego sacó uno de diez.

—Tú ve a sentarte—dijo. —Yo me encargo de esto.

114
El Club de las Excomulgadas
—Está bien, me gustaría…

—Moca con nata batida y chispas de chocolate por encima— sonrió. —


¿Verdad?

Quería decir que sí. Maldita sea, de verdad que quise, pero mi expresión me
delató.

—Así que lo que bebías a los doce no es lo que bebes a los veintiún años,
¿no? —dijo ella.

—Mmm, no. Lo siento. Pero si tienes ocasión de conocer a Adam, puedes


llevarle uno de moca. Le encanta el dulce.

Su sonrisa se suavizó.

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—Espero tener la ocasión de conocer a Adam, cariño.

Me sonrojé y recordé nuestro beso después de la explosión de la bomba.


¿Había tenido esa intención? Dios, esperaba que él hubiera tenido esa intención,
incluso aunque fuera una preocupación completamente inapropiada bajo las
actuales circunstancias.

Tomé una respiración profunda y empecé a decir que tomaría un expreso,


pero recordé dónde estábamos y lo cambié por un café au lait7. No es mi bebida
habitual, pero hay algo en Nueva Orleans que la convierte en la única opción para
la cafeína.

Salí por la puerta lateral y encontré una mesa en el callejón. Mamá llegó
unos minutos más tarde, con dos cafés au laits y un surtido de bollería.

—Me imaginé que debías estar hambrienta. Yo sé que lo estoy —se sentó—.
Lo cual ha sido una sensación muy extraña. Me costó un minuto averiguar lo que
era.

7
Café con leche

115
El Club de las Excomulgadas
—No sueles tener hambre, asumo.

—No. Nunca me canso tampoco — tomó un largo trago de su café, luego


cerró los ojos y se estremeció—. Maldita sea, que bien se siente. Llevo diez años
tomando café en la otra vida, sintiendo como que hay algo que falta.

Ella tomó una galleta con arándanos de la selección y yo pegué un mordisco


a una magdalena de terciopelo rojo. Señaló con la mano mi elección.

—Hay cosas que no cambian.

Sonreí.

—Sí, todavía me gusta el dulce. Solo que no en el café. Bueno, vamos a


investigar ese teléfono móvil.

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Ella lo sacó de su bolsillo. Tendí mi mano. Ella vaciló, luego lo puso de
nuevo en su bolsillo.

—Todavía no —dijo—. Jaime está a salvo. Nosotras estamos a salvo —


tomó un sorbo de su café—. Háblame de Adam.

Me sonrojé de nuevo y sacudí mi cabeza.

—No hay nada que contar.

—Oh, hay mucho que contar — ladeó su cabeza, estudiando mi cara, luego
me regaló una sonrisa nostálgica—. Me he perdido demasiadas cosas, ¿verdad?

Quería decir que no, que no se lo había perdido realmente. Pero eso era una
tontería. Casi había transcurrido la mitad de mi vida desde su muerte. Imaginé
cómo habría sido si ella hubiera estado aquí. ¿Qué le habría contado acerca de
Adam? ¿Le habría pedido consejo? ¿O habría estado temido hacerlo? ¿Preocupada
de que me dijera que él era demasiado mayor para mí? ¿Qué pudiera burlarse de mí
y chivárselo a él?

116
El Club de las Excomulgadas
Excepto que, si ella hubiera estado aquí, el tema habría sido irrelevante,
porque no habría habido ningún Adam en mi vida. Ninguna Paige. Ningún Lucas.
Ninguna manada de hombres lobo. Ningún Consejo interracial. Ninguna
Camarilla, excepto tal vez los Nast y sólo porque estaríamos escondiéndonos de
ellos con mi madre tratando de mantenerme a salvo, lo que significaría
mantenerme lejos de los Nast.

Ningún Adam para mí. Ningún Kristof para ella. Una vida completamente
diferente para las dos.

¿Una vida mejor?

Me sentía desleal admitiendo que esta vida era mejor para mí. Era doloroso
admitir que también era mejor para ella. Pero lo era. Había dicho antes que quería

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preguntarle si era feliz. Ahora, al mirarla, no necesité hacerlo. Siempre había
pensado en mi madre como un espíritu libre, que le encantaba vagabundear, que
tenía que verlo todo, hacerlo todo, ser todo. Pero ahora, al recordar, no vi la pasión
por los viajes. Vi una inquietud ansiosa que la había mantenido despierta por la
noche, cuando me colaba dentro y la encontraba mirando por la ventana, sólo para
girarse y anunciar que teníamos que irnos de nuevo. No había excitación en su voz
en esas noches…había pesar.

Ella era diferente ahora. Con los pies en la tierra. Centrada. Todavía estaba
en constante movimiento, los dedos frotando su taza de café, reconociendo
visualmente el callejón. Pero no era ansiedad, era la vigilancia habitual de mi
madre.

—Háblame de ti —le dije—. De tu nuevo trabajo. Ser un ángel. Eso tiene


que ser genial —sonreí—. Teniendo en cuenta el tamaño de esa espada, supongo
que el cuerpo de ángeles no va de tocar el arpa y escuchar oraciones.

—No. Es más parecido a una cazadora de recompensas glorificada. Vamos


tras cualquier persona o cosa armando líos infernales donde no debe. Diablillos y
semi-demonios, fugitivos de alguna dimensión infernal, busca follones del más allá

117
El Club de las Excomulgadas
en general.

—Lo que explica por qué estabas sobre la pista de Leah O'Donnell.
¿Entonces eso sucede a menudo? ¿El que las almas escapen del infierno?

—No de esa forma. Cuando consiguen escapar, es de una dimensión


infernal menor y temporal. Algo así como una celda de detención para gente que
necesita un tiempo de aislamiento antes de estar preparados para unirse, o
reincorporarse, a la sociedad del más allá. Y ellos se escaparían dentro del más allá
o a algún otro reino de nuestro lado del velo. Se necesita un tremendo “mojo” para
venir aquí, y por eso las Parcas debería haber supuesto que la fuga de Leah no se
trataba de un incidente aislado.

—¿Pero te gusta el trabajo?—dije—. Pareces no tener ningún problema con

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


eso.

—El trabajo está bien. Lo que no me va es el despliegue.

—¿Despliegue?

—Los ángeles ascendidos son soldados celestiales. Soldados de carrera.


Vivimos en el reino angelical, como vive un soldado en los cuarteles. De vez en
cuando salimos, pero por lo demás es una vocación, no un trabajo de nueve a
cinco.

—¿Pero Kristof…? ¿No vives con…? —Hice una pausa—. No, espera. Es
por eso que Jaime dice que estás de excursión, cuando estás desplegada. Ni ella ni
él pueden comunicarse contigo.

Ella asintió.

—Tres meses dentro, tres meses fuera. Ellas comenzaron con seis y seis,
pero renegocié.

—Y esa es la parte que no te va. La de estar separada de él.

118
El Club de las Excomulgadas
—Hemos aprendido a sobrellevarlo. He aprendido a dejar de soltar pestes
por ello. Me gusta el trabajo. Me encanta, aunque espero que las Parcas no me
estén escuchando admitirlo. En cuanto a tu padre... digamos que estoy ausente sin
permiso más que cualquier otro ascendido. Afortunadamente, mi compañero y yo
tenemos el mejor registro de almas ensartadas de los alrededores, así que mientras
no haga alarde, las Parcas miran hacia otro lado.

Me incliné hacia delante.

—Cuéntame un cuento.

Dejó de beber su café.

—¿Hmm?

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—Solías contarme cuentos antes de dormir. Aventuras salvajes de las
tuyas… suprimiendo los detalles inadecuados, estoy segura. Cuéntame uno ahora.
Del más allá. Ya no tienes que suprimir nada.

Se echó a reír.

—En realidad, podría, ya que la que tengo en mente involucra a tu padre.


Muy bien, entonces. Una historia del más allá. Érase una vez que tu padre estaba
en el tribunal, defendiendo a un medio-demonio quien…

Mientras me contaba la historia, me recosté en mi silla con el café en una


mano, una magdalena en la otra y el resto del mundo pareció alejarse en un
remolino. Los detalles de lo que me estaba contando no tenían importancia. Yo
tenía diez años de nuevo y estaba acurrucada en la cama, escuchando la voz de mi
madre. Lo que sucediera después tampoco tenía importancia. Durante estos pocos
minutos, la tenia de vuelta. No a Eve Levine, la notoria bruja oscura. No a Eve
Levine, la hija de Balaam. Ni siquiera a Eve Levine, el ángel ascendido. Sólo a mi
madre. Yo y mi mamá.

*****

119
El Club de las Excomulgadas
Después de eso, nos pusimos manos a la obra. Yo no estaba familiarizada
con el viejo modelo de teléfono de Roberts, pero lo encontré con bastante facilidad.
Contactos, llamadas recientes, e-mails y agenda. Esas eran las cosas que queríamos.
Lamentablemente, ninguno de sus contactos estaba marcado como “cómplices del
mal en un complot para destruir la vida tal y como la conocemos”.

—Hay algunas posibilidades con la agenda —dije—. Parece que pasa un


montón de tiempo en el gimnasio. No te pareció un fanático del culto al cuerpo,
¿verdad?

—No. Más bien la variedad de zángano de oficina, que hace una parada en
el gimnasio una vez o dos veces por semana para mantener el neumático de
repuesto a raya.

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—Parece ser que ha estado reuniéndose con gente en el gimnasio. Lo cual
sería más útil si no se refiriera a ellos solo por una sola inicial. Y si él no fuera un
comercial.

—¿Una enorme lista de contactos?

—Más grande que la mía.

Ella sonrió.

—Si la tuya es como la mía, eso es grande. Está bien…—otro trago de café.
Otro estremecimiento dichoso —…empezaremos repasando esa lista. Nosotras…

Mi teléfono móvil, bueno el teléfono de Jaime, sonó. Alguna espantosa


melodía ochentera.

Mamá puso una mueca.

—Puedo cambiar eso, ¿verdad? Después de tres años de escucharla, por


favor, dime que por fin puedo cambiarla.

—Puedes. Inmediatamente después de esta llamada. Es Lucas.

120
El Club de las Excomulgadas
Respondí con un:

—¿Cómo de enfadada está Jaime?

—¿Te ha llamado?

Había una tensión en su tono que me hizo darme cuenta de que no era una
pregunta casual.

—Ella está bien, ¿verdad? —dije rápidamente—. Comprobamos la


identificación del tipo, dijo la contraseña, lo vimos llamar a la puerta. Quiero decir,
no nos quedamos allí para asegurarnos de que entraba, pero…

Mamá estaba inclinada hacia adelante, con el ceño fruncido. Separé el


teléfono un poco y subí el volumen para que ella pudiera escuchar.

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Lucas dijo:

—Jeremy tuvo que hablar con Jaime para conseguir que le abriera y ella lo
hizo. El agente se suponía que debía llevarla a un hotel y llamar por más
instrucciones. Después de una hora, Jeremy se preocupó. Sin embargo, le había
dicho al agente que se asegurara de que Jaime tuviera todo lo que necesitaba, así
que supuse que estaban…

—De compras.

—Sí. Después de otros treinta minutos, Jeremy insistió en que llamara a


nuestro hombre. A Jaime puede gustarle ir de compras, pero bajo las actuales
circunstancias, habría escogido sólo lo que necesitaba para una breve estancia de
hotel. Así que llamé. El agente no respondió. Dejé un mensaje. Han pasado veinte
minutos desde entonces.

Exactamente, no había llegado el momento de llamar a la Guardia


Nacional. Sospechaba que Jeremy estaba aplicando presión, a su tranquila aunque
inexorable manera.

121
El Club de las Excomulgadas
—Dame la dirección del hotel —dije—. Podemos aparecer por allí y ver…
No, ya habrás llamado. Ella no se ha registrado.

—Correcto. Paige está comprobando ahora las tarjetas de crédito de Jaime.


He puesto al departamento de seguridad a sacar los registros del GPS del vehículo
del agente. Mientras tanto, a Jeremy le gustaría que regresaras al motel.

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122
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Diez
Lucas nos tenía preparado un coche de alquiler. Todo el papeleo había sido
cumplimentado en nombre de la Corporación Cortez, así que sólo tuve que mostrar
mi carnet de identidad. Yo conducía. No queríamos a nadie parando a mi madre y
pidiéndole su carnet de conducir.

—Mierda —susurró cuando nos detuvimos en el parking del motel.

Un Toyota azul oscuro estaba estacionado frente a nuestra habitación. El


mismo Toyota azul que el agente había conducido.

Mamá estaba fuera del coche antes de que yo me detuviera. Dejó su espada

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en el maletero y corrió adentro. La puerta de la habitación del motel no estaba
cerrada con llave.

Yo estaba saliendo cuando el coche dio una sacudida y la parte de atrás se


levantó. Golpeó al caer con tanta fuerza que mis dientes traquetearon. Abrí el
maletero antes de que la maldita cosa atravesara rasgando el metal. La espada salió
volando –con estuche y todo- cruzando la puerta de la habitación del motel.

Salí tras ella. Cuando entré…

Sangre. Oh, Dios, había tanta sangre.

El agente estaba tendido boca arriba con los brazos en alto para protegerse
de algo. Su ropa estaba hecha jirones, la piel expuesta mutilada y desgarrada, como
si hubiera sido atacado por…

No tenía ni idea de que era lo que le había atacado.

Me dejé caer para mirar debajo de la cama.

—Ya lo he revisado —dijo mamá. Estaba de pie en medio de la habitación


ahora, girando lentamente.

123
El Club de las Excomulgadas
Corrí hacia el cuarto de baño.

—También he revisado ahí —gritó mamá.

Igualmente miré. No había más sitios dónde buscar. El cuarto de baño


estaba vacío, pero había huellas de sangre en el suelo.

Pequeñas huellas de deportivas.

—¿Mamá…?

Ella vino. Señalé hacia las huellas.

—Jaime debe haberse puesto las zapatillas de deporte de nuevo —dijo.

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Moví mi pie al lado de una de las huellas. La mía era casi dos veces su
tamaño.

Mientras mamá se agachaba para ver mejor, seguí las huellas en el


dormitorio y me di cuenta cuando lo hice de que la manecilla de la puerta del
cuarto de baño estaba torcida. Forzada.

—Jaime se encerró ahí —dije—Quien sea que mató al agente entró y…

Me detuve. Había una huella de mano en la parte exterior de la puerta del


baño. Era dos tercios del tamaño de la mía.

—Hay una huella de la mano de un niño aquí —dije—¿Cómo podría un


niño…?

—Niños —dijo mamá—Las huellas son de más de una persona. Y…

Se detuvo y se volvió hacia la ventana del baño mientras la cortina se


ondulaba. Tiró de ella hacia arriba. La ventana estaba rota, picos de cristal como
dientes de tiburón en el marco. Dientes de tiburón con sangre en los extremos.

—Ella salió por aquí —dijo mamá.

124
El Club de las Excomulgadas
Apunté hacia una pequeña huella de zapato sobre el asiento del inodoro.

—Y ellos la siguieron.

Y nosotras también.

*****

Directamente detrás del motel había una franja de matorrales que bordeaban
un área boscosa. No había ninguna señal de en qué dirección habían desaparecido
Jaime o sus perseguidores. Jaime era lo suficientemente inteligente como para
dirigirse hacia la calle. ¿Se lo habrían permitido? ¿O la habían conducido hacia el
bosque? Apostaba por lo segundo.

Yo tenía razón. Había un solo camino cubierto de vegetación que conducía

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hacia el bosque. Huellas frescas en la tierra blanda. Vides y maleza pisoteada.

Nos movimos rápidamente y en silencio, con las orejas atentas. Capté el


ocasional chillido de un pájaro. Eso fue todo.

¿Hacía cuánto tiempo había echado a correr Jaime? No quería pensar en


eso. Por supuesto lo hice. Nosotras nos habíamos ido hacia casi dos horas. Dos
horas corriendo a través del bosque, huyendo de sus perseguidores.

Si hubiera escapado, habría encontrado un teléfono y llamado a Jeremy. Si


no había llamado…

Corrí más rápido.

Cuando el camino se ramificó, no pudimos saber en qué dirección se habían


ido. Un bosque más denso implicaba menos maleza entre la que abrirse camino y
un suelo más seco, que no dejaba huellas. Nos separamos.

Me había alejado unos cuatrocientos metros cuando una figura irrumpió


desde el bosque. Era una niña. Una niña pequeña, de no más de once años. Sabía
que estábamos buscando niños, pero no lo había creído realmente, segura de que

125
El Club de las Excomulgadas
habría alguna otra explicación.

Era un niña, gruñendo y lanzando dentelladas como un perro rabioso, con


saliva goteando de su boca, sus ojos azules destellando, su coleta atravesada por
ramitas y cubierta de suciedad. Suciedad incrustada en su piel y en su ropa.
Suciedad y sangre. Parte de la sangre tenía que ser de ella…su cara y los brazos
desnudos estaban marcados por cortes y raspaduras. Pero había demasiada para ser
toda de ella.

Recordé ese cuerpo en la habitación del motel. El agente.

La niña corrió hacia mí e instintivamente empecé a lanzar. No me planteé


mi elección de hechizos. Solo pensé en ese cuerpo y lancé desde mi instinto. Un
hechizo revelador de demonio.

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La niña dejó escapar un grito horrible de agonía que me habría hecho parar
si eso no hubiera confirmado mi sospecha. Cuando terminé el conjuro, embestí
contra ella. Su pequeño cuerpo se dobló como una muñeca de trapo y se estrelló
contra el suelo. Hice una mueca, pero aún así me dejé caer a horcajadas sobre ella,
sujetando sus manos por encima de su cabeza mientras se retorcía con los ojos
fuertemente cerrados.

—Mantener tus ojos cerrados no va a ayudarte —dije—Ese grito me hizo


saber que tenía razón, demonio.

Ella abrió sus ojos. El azul aparecía iluminado por un rojo teñido de
naranja. Ella escupió, gritó y se retorció.

—¡Savannah! —la voz de mamá. Oí sus pies avanzando por el camino.

—Por aquí —grité—Tengo a uno.

Mantuve mi mirada en la chica mientras mamá se ponía de pie a mi lado.

—Es una niña —susurró ella.

126
El Club de las Excomulgadas
—No exactamente. Echa un vistazo a los ojos. Nunca vi ese color, pero sin
duda es demoníaco.

—No, bebé, no puede ser. Sólo es una niña. El Tratado de Berithian… —se
quedó mirando atónita cuando los ojos de la niña brillaron —Eso es un demonio.

—Ejem, síp. Yo…

La niña levantó la parte inferior de su cuerpo, enseñando los dientes y yendo


a colisionar rumbo a mi brazo. Mamá la atrapó en un hechizo de atadura.

—Gracias —dije—Lancé un hechizo revelador de demonio, lo que significa


que mis hechizos no funcionarán en ella durante un tiempo.

—Por eso precisamente no deberías lanzarlo si sospechas que hay un

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demonio.

—Sabía lo que estaba haciendo, mamá.

Yo había hecho la elección correcta, revelar al demonio antes de correr el


riesgo de dañar a la niña. El hecho de que no pudiera usar hechizos después no
significaba que yo estuviera indefensa.

Mamá se agachó junto a la niña.

—No lo entiendo. El Tratado de Berithian... —se movió detrás de la niña y


le sujetó los hombros—Está bien, voy a liberar el hechizo para que podamos hablar
con ella. Ah, ¿y el color de los ojos? Significa que en realidad no es un demonio.
Más bien una entidad demoníaca. Tú no habrás tenido ninguna experiencia con
estos tipos. Son estrictamente habitantes de la dimensión infernal. Por lo menos
hasta ahora.

Rompió el hechizo de atadura y la niña empezó a rechinar los dientes y a


lanzar patadas. La teníamos bien sujeta y cuando se dio cuenta que no iba a
ninguna parte, se conformó con sisear, los ojos alternando entre el rojo y el naranja.

127
El Club de las Excomulgadas
—¿Dónde está Jaime Vegas? —dijo mamá.

La niña escupió. Mamá sujetó un hombro con su rodilla y levantó la espada


sobre la cabeza de la niña.

—¿Sabes qué es esto?

La chica se rió.

—Sí, pero no puedes usarla, ángel, o matarás a la niña.

—¿Cómo conseguiste entrar en ella? El Tratado de Berithian prohíbe la


posesión demoníaca de niños…

—Los tratados son para los cobardes. Los Tengu 8 no son cobardes.

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—¿Cómo poseíste seres humanos de todos modos? —dije—Sólo los
demonios plenos pueden poseer vida…

—Nada es lo que era. Todo es como debería ser. O pronto lo será.

—Olvida el cómo —dijo mamá—Queremos a Jaime Vegas. La mujer que


estabais persiguiendo.

—Sabemos a quien perseguimos. Los Tengu no somos tontos. Mientras que


los demás persiguen las oportunidades, nosotros esperamos y estamos atentos a las
oportunidades. Entonces atacamos.

Se lanzó, sus dientes hincándose en mi brazo. Mamá la golpeó con un rayo


de energía. Ella se soltó y cayó hacia atrás, gritando.

8
Tengu es un demonio dentro de los elementos del folclore y mitología japonesa que suelen tener forma
animaloide. Habitan en los árboles, generalmente pinos y cedros, de las zonas montañosas. Algunas fuentes
opinan que los Tengu son descendientes de Susanowo-no-mikoto, el dios de la tormenta hermano de
Amaterasu, la diosa Sol. Sus características son su cara color rojo, y su prolongada nariz. Entre los objetos a
menudo asociados con los tengu se encuentran el shakujo, unos báculos en forma de anillo usados para la
magia y combate físico; el tokin, un sombrero con una forma rara, la cual es usada como copa; y el abanico
hauchiwa, el cual está hecho de hojas de Aralia Japonés o de plumas y se dice que tiene el poder de crear
grandes ráfagas de viento.
La función principal de los tengu es salvar a los guerreros de catástrofes, o ayudarlos en los combates. Otra
función que realizan es iniciar y transmitir las artes marciales a las personas.

128
El Club de las Excomulgadas
—Lastimas a la niña —susurró la niña—Lastimas a la niña.

—Síp, bueno, ¿sabes lo que realmente haría daño a la niña? —Mamá puso su
otra rodilla en el hombro de la niña, entonces envolvió ambas manos alrededor de
la espada y la niveló sobre el pecho de la chica.

—No lo harás —se rió la niña—Sé que no lo harás. Los de tu clase tienen
prohibido matar a un inocente.

—¿Quién dijo nada acerca de matar? —Mamá bajó la espada hacia el


estómago y utilizó la punta para levantar la camisa. Luego la bajó a una pulgada de
la piel desnuda de la niña.

—Todo lo que tengo que hacer es cortar un agujero lo suficientemente

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grande para extraerte. Te ensarto en mi espada y estás atrapado.

La niña cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, eran azules de nuevo. Miró
a mamá.

—¿Qu…qué? ¿Q…quién eres? —vio la espada y gritó.

—Buen intento —dijo mamá.

Ella bajó la punta hasta que rozó la piel de la niña. La muchacha dejó
escapar un aullido de dolor y terror mientras su piel se ampollaba.

—P…por favor —sollozó ella, mirándome—No dejes que me haga daño.

Vacilé y mi agarre se aflojó. La niña liberó una mano y yo me lancé a


agarrarla, pero ella se aferró a mi brazo con los dedos temblorosos mientras las
lágrimas corrían por su delgada cara.

—Por favor —dijo—No sé qué he hecho, pero lo siento. Seré buena. Pero no
dejes que me haga más daño.

—¿Mamá? —dije—¿Y si…?

129
El Club de las Excomulgadas
—Echa tu hechizo otra vez, cariño.

Lo hice. La niña apretó los ojos y trató de contener el chillido cuando la


revelación la atravesó ardiente.

—Como te dije —Mamá murmuró—Buen intento, demonio.

Ella tocó con la espada el estómago de la niña. Se ampolló al contacto, una


mancha al rojo vivo que hizo que mi estómago se revolviera. Vale, ampollas, una
quemadura, tal vez un corte… todo sanaría. No diría nada si se tratara de hacérselo
a un adulto. Pero no era un adulto, e incluso si la niña no podía sentirlo ahora, lo
haría una vez que el demonio se fuera.

Mamá llamó mi atención y lanzó un hechizo de privacidad para que el

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demonio no escuchara.

—Por eso poseyeron a niños. Sé que no es fácil, cariño. Se supone que no


tiene que serlo. Ese es el punto.

Asentí. Mi madre arrastró la punta de la espada a lo largo del estómago de la


niña. Sin aplicar presión, pero la piel se rompió de todos modos, la sangre
brotando.

—¡Lastimas a la niña! —gritó el demonio—¡No debes lastimar a la niña!

—No, te hago daño a ti. Y estoy a punto de hacerte mucho más daño si no…

—Se escapó. La nigromante. Se nos escapó.

—Entonces, ¿por qué sigues aquí?

Silencio. Mamá arrastró la espada de nuevo a lo largo del corte superficial.


El demonio se retorció, luego escupió.

—Ella está aquí. Los Tengu pueden olerla. Pero no podemos encontrarla. Se
esconde.

130
El Club de las Excomulgadas
La exhalación de alivio de mamá fue tan profunda que la espada se
estremeció, haciendo aullar al demonio. La levantó alejándola de la piel de la niña.

—Está bien —dije—Entonces tenemos que encontrar…

—En un momento —dijo mamá. —Jaime está a salvo. Ha encontrado un


lugar para esconderse. Tenemos que hacer unas cuantas preguntas más.

—Pero…

Ella bajó de nuevo la espada. A medida que el demonio se retorcía, yo


también lo hacía. Sí, teníamos preguntas, pero la principal había sido contestada. El
resto lo podíamos averiguar por nuestra cuenta.

—¿Quién os envió? —preguntó mamá.

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—Nadie nos ha enviado. Vimos la oportunidad. Actuamos. Los Tengu no
son esclavos.

—No, pero sois aduladores lameculos. Visteis la oportunidad de apoderaros


de Jaime. ¿Y hacer qué? ¿Quién la quiere? La ibais a entregar a alguien. ¿A quién?

—¿Mamá?

Levantó un dedo diciéndome que esperara.

—Mamá, no quieren a Jaime. Esa no es la oportunidad que vieron. Es a ti.


Vinieron por ti. Jaime es sólo un medio para un fin.

Mamá se volvió hacia el demonio.

—¿Es eso cierto? Me visteis materializarme y vinisteis por mí. Fuisteis tras
Jaime para conseguirme. ¿Quién…?

El demonio dejó escapar un gemido tan agudo que hizo que me dolieran los
oídos. Luego el cuerpo de la niña se quedó laxo, la cabeza colgando hacia atrás.
Los ojos cerrándose.

131
El Club de las Excomulgadas
—Y aquí vamos otra vez —murmuró mamá—Los Tengu adoran el drama.

Los párpados de la niña revolotearon. Luego se abrieron lentamente. Ella


parpadeó. Frunció el ceño. Miró hacia las copas de los árboles. Después hacia la
espada.

—¿Qué demonios? —dijo la niña.

Siguió desde la espada hasta el brazo de mi madre, luego a mi madre,


todavía de rodillas sobre sus hombros.

—¡Qué demonios!

La joven se retorció, pateando, golpeando e insultando sin parar. No era


exactamente el lenguaje que usarías si estuvieras tratando de hacerte pasar por una

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niña de once años de edad. Sin embargo, una mirada hacia la ropa andrajosa de la
niña y sabías que no se trataba de niños al azar sacados de la escuela. Era una niña
de la calle.

Esta vez fue mamá quien lanzó el hechizo revelador. La niña ni se inmutó,
sólo siguió luchando y gritando obscenidades.

Mamá se quitó de encima de los hombros de la niña, bajando su espada y


sostuvo a la niña del brazo. La niña dejó que mamá la ayudara a levantarse, luego
intentó darle un puñetazo. Mamá levantó su espada y dijo:

—Va a ser que no, cielo.

—Yo no soy tu cielo —gruñó la niña—Si me habéis traído aquí para alguna
perversión, os vais a arrepentir. Tengo amigos, sabes. Tienen cuchillos y…

Cuando se giró para hablar con mi madre, se estremeció. Se levantó la


camisa.

—¿Qué demonios? ¡Me cortaste! ¡Y quemaste! No podeis hacer eso. Tengo


derechos.

132
El Club de las Excomulgadas
—Sí, los tienes —dijo mamá, manteniendo un férreo control sobre el brazo
de la niña—Siento que estés herida. No era nuestra intención. Pero alguien te dio
algo, drogas o algo parecido. Atacaste a una amiga nuestra.

—Yo no ataque a ninguna maldita…

La chica se detuvo. Se quedó mirando fijamente su camiseta manchada de


sangre. Entonces levantó sus manos. Sus uñas tenían sangre incrustada. Abrió
mucho los ojos y la máscara de chica dura cayó, el horror cubriendo su rostro.

—No fue culpa tuya —dije rápidamente—Él que te dio la droga es el


culpable. Y nuestra amiga está bien. Pero hay otros niños. Tus amigos tal vez.
Recibieron las mismas drogas. Voy a llevarte a un lugar seguro y…

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El bosque estalló en ruidos cuando cinco niños irrumpieron, rodeándonos.
Agarré a la niña y la atraje hacia mí. Mis dedos volaron para un derribo, pero la
niña gritó y se separó de un empujón, interrumpiendo mi hechizo.

—Déjame en paz —dijo—Estos son mis…

Uno de los niños dejó escapar un aullido banshee 9 y salió corriendo hacia la
niña, sus manos curvadas en garras. La aparté justo a tiempo y lancé una patada,
alcanzándole en el muslo. Se desplomó, haciendo rechinar los dientes, con los
labios retraídos en un gruñido grotesco e inhumano.

Los otros merodearon, dando vueltas a nuestro alrededor, gruñendo y


mirando al muchacho caído, inseguros.

—Mickie —dijo la niña—Soy yo, Sara.

Se puso de pie con los labios todavía retraídos. Sus oscuros ojos
parpadearon, luego brillaron naranjas. Sara se tambaleó hacia atrás cayendo contra
mí. Puse mi brazo alrededor de ella y la sostuve allí.

—Está bien —murmuré—Son las drogas —miré a mamá—¿Podemos hacer


9
Espíritu maligno que anuncia la muerte.

133
El Club de las Excomulgadas
que se disipe lo que tienen?

—No sin el ritual —ella levantó su espada—O sin esto.

—Matarás a los niños si la usas —dijo el niño, Mickie. No tendría más de


catorce años, con un labio herido y el pelo con trenzas de raíz irregulares. El
mayor de ellos. Los demás lo miraban, esperando una señal.

—Está bien —le dijo mamá al niño—Así que no puedo usar la espada. Vi lo
que le hiciste a ese tipo en el motel. No soy tan estúpida como para luchar contra
todos vosotros. Por lo tanto, si dejáis ir a mi hija y a la niña…

Mickie la interrumpió con una risa burlona.

—¿Crees que los Tengu somos tontos? No te entregaría a nosotros tan

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fácilmente. No dejaremos que tu hija se vaya. Dicen que también es valiosa.
Esperará aquí con nosotros hasta que la nigromante sea encontrada. Entonces
vendrán con nosotros o mataremos a todos los niños. Uno a uno, los mataremos.

La niña empezó a gritar. Me costó un momento darme cuenta del por qué.
Supongo que es lo que tiene vivir mi vida: escuchas una amenaza y te resbala hasta
que haya una buena razón para sospechar que puede ser grave.

Puse mi brazo alrededor de la niña mientras mamá fingía negociar con el


líder.

—Él…él dijo… —el delgado cuerpo de Sara temblaba tanto que apenas
podía pronunciar las palabras—Nos va a matar. Mickie nos va a matar.

—El no quiere. Son las drogas. No dejaremos que nadie te haga daño.

—Quiero irme —susurró ella—Por favor, ¿puedes hacer que me dejen ir?

—Espera.

—Sé cómo… —me susurró algo que no pude captar, su voz demasiado

134
El Club de las Excomulgadas
amortiguada con lágrimas y lloriqueos.

Me incliné hacia abajo.

—¿Qué es?

—Dije que sé una forma para que podamos… —me hizo un gesto para que
bajara y ella pudiera susurrarme al oído. Me incliné.

—Podemos…

Ella me agarró del pelo y hundió sus dientes en mi cuello, justo por encima
de la venda. La arrojé lejos. Retrocedió a tropezones. Un pedazo de mi piel colgaba
de sus dientes. La sangre goteaba por su barbilla. Sus ojos brillaban de color
naranja.

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Me lancé contra ella, la agarré por la piel del cuello y la arrojé hacia los
demás justo cuando el muchacho detrás de mí cargaba. Mamá lo golpeó con un
derribo que lo envió volando de costado. Yo agarré su brazo y tiré de él a un lado,
dejándonos un camino despejado para salir.

Cuando una niña trató de correr para ponerse delante nuestro, mamá la
golpeó con un rayo de energía que la hizo caer, aullando y abrazándose el
estómago. Otro echó a correr hacia adelante. Mamá blandió su espada.

—¿Creéis que no voy a usarla para proteger a mi hija? —dijo ella—Ponedme


a prueba.

Se detuvieron. El que está detrás de ella avanzó sigilosamente. Mi mano


salió disparada. Un hechizo de derribo golpeó al chico tan fuerte que le envió
contra un árbol.

—Vere, Savannah —dijo mamá, su mirada en los niños—Usa tu hechizo de


detección para encontrar a Jaime, luego salid de aquí.

—Yo…

135
El Club de las Excomulgadas
—Savannah... —ella no miró hacia mí, pero me sentí como si volviera a
tener diez años de nuevo, la vez que volvíamos andando después de cenar y un
grupo de matones sobrenaturales se metieron en nuestro camino. Ella había tenido
razón al alejarme entonces. Pero ahora no tenía diez años e incluso con mis
hechizos esporádicos, podía luchar. ¿No acaba de demostrarlo?

—Podemos con ellos —susurré—Dos ya están heridos.

Los niños avanzaron arrastrando los pies.

—¡Quedaos donde estáis! —dijo mamá, su espada cortando el aire.

Los niños sisearon y gruñeron, pero sus miradas siguieron la espada y


dejaron de moverse.

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—Viste al agente —susurró mamá en respuesta—Era un sobrenatural. Un
escolta entrenado. No estamos…

Uno de los chicos cargó. Lancé un derribo. Fallé y estaba a punto de saltar
hacia adelante cuando mamá balanceó su espada. El niño aún estaba a menos de
dos metros de distancia. Pensé que era un ataque de advertencia, pero la punta
atravesó su camiseta y un resplandor naranja rezumó a través de ella. Mamá
hábilmente ensartó al demonio y tiró de la espada hacia atrás. El niño se derrumbó.
El Tengu estaba empalado en la espada de mamá, un brillante vapor malsano de
color rojo y naranja, rodando sobre sí mismo, un destello de ojos, dientes y garras
apareciendo, luego desvaneciéndose tan rápido que parecía un truco de la mente.

La espada cortó la nube naranja y roja en dos, un chillido desgarrando el


aire, luego desvaneciéndose mientras las dos mitades se evaporaban.

Bajé la vista hacia el niño, todavía en el suelo. Su pecho subía y bajaba.


Inconsciente. Había una línea de sangre en su camiseta, pero muy delgada, una
herida superficial.

—¿Alguien más duda de que utilizaré la espada? —dijo mamá.

136
El Club de las Excomulgadas
Los niños se quedaron totalmente inmóviles.

—Necesito que busques a Jaime —dijo mamá para mí—Puede haber más de
ellos por ahí. Ella necesita ayuda. Yo estaré bien.

Ella tenía razón. El grito del primer Tengu había atraído a otros corriendo,
pero eso no significaba que no hubiera más todavía buscando a Jaime.

—Está bien —murmuré.

—Gracias, cariño.

Retrocedí hasta estar segura de que Mamá tenía la turba de niños demonios
bajo control. Entonces me alejé a grandes pasos por el sendero.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Once
¿Una ventaja de estar en el bosque? Sabía que mi hechizo de detección
estaba funcionando. En la comisaría, un resultado negativo podía significar, bien
que el lugar estaba vacío, o bien que mi hechizo fallaba. El bosque nunca está
vacío. Me devolvía montones de pequeños puntos luminosos.

No funcionó todas las veces. De hecho, se apagaba con más frecuencia de lo


que brillaba. Pero mientras buscaba, evité lanzarlo cada pocos pasos y utilicé el
hechizo juiciosamente.

Capté un punto que era más grande que un conejo, pero no lo


suficientemente grande para ser Jaime. Podría ser un ciervo, pero no había visto

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ninguna señal de ellos, así que supuse que se trataba de otro niño. Me mantuve
alejada. No tenía sentido luchar si no tenía que hacerlo.

El Tengu dentro de Sara dijo que podía detectar el olor de Jaime en el


bosque. Lo que podía significar que se había enterrado bajo hojas, como habíamos
intentado hacer con la espada. Pero sumergirse debajo de vegetación en
descomposición sin duda sería la última opción de Jaime. Tenía una buena idea de
lo que habría hecho. Era una artimaña simple que no engañaría a la mayoría de los
seres humanos, pero los Tengu no estaban acostumbrados a rastrear a nadie en
nuestro mundo.

Así que caminé con mi mirada puesta en las copas de los árboles.
Efectivamente, capté un vislumbre de algo de color naranja tostado. La blusa de
Jaime. Miré más detenidamente. Su rostro se asomó entre las frondosas ramas a
seis metros de altura. Ella no dijo nada, sólo me miró y extendió el brazo hacia la
rama por encima, como si estuviera dispuesta a para trepar más alto.

—No estoy poseída —dije—. Paige me hizo tomar una dosis extra de té anti
posesión cuando estuve en Miami.

Ella bajó hasta la mitad, luego se instaló en una rama.

138
El Club de las Excomulgadas
—Todavía están cerca. Uno pasó por aquí hace un minuto.

—Mamá está reteniendo a la mayoría de ellos en el claro. Puedo ocuparme


de los rezagados. De todos modos, es a ella a la que realmente quieren. Como de
costumbre.

—Dímelo a mí —murmuró Jaime mientras se bajaba a otra rama—. No


necesitamos brebajes anti posesión. Necesitamos brebajes anti Eve —hizo una
pausa, suspiró y dijo—. Ella está bien, ¿verdad?

—Lo estaba la última vez que la vi, pero me gustaría llevarte a algún lugar
seguro y regresar a ayudarla.

—Correcto. Lo siento.

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—Tienes suerte de que esa treta funcionara —dije—. Por lo que recuerdo del
folklore Tengu, se supone que ellos son espíritus de aves. Como aves de presa.

—Lo que significa que estan acostumbrados a buscar sus víctimas en el


suelo.

No estaba segura de cuán cierto era eso, pero había funcionado, así que no
se lo discutiría.

Cuando se deslizaba bajando, un grito cerca la hizo caer al suelo. La hice


retroceder para ponerla a salvo entre mi persona y el árbol. Una harapienta niña de
unos trece años estaba en el sendero. Su boca se abrió tan ampliamente que su
mandíbula se desencajó cuando chilló de nuevo.

—Está llamando a los otros —dije—. Tenemos que conseguir salir…

Otra chica se unió al festival de chillidos desde el extremo opuesto del


sendero. Agarré a Jaime, la empujé hacia el bosque y echamos a correr.

No fue la mejor idea que haya tenido, como me di cuenta unos diez
segundos después. Era terreno pantanoso, por lo que nos resbalábamos y caíamos.

139
El Club de las Excomulgadas
Los Tengu corrían tan rápido y con un paso tan firme como los antílopes. Conduje
a Jaime hacia la izquierda y fui dando un rodeo de vuelta al sendero.

Acabábamos de llegar al sendero cuando un retumbar de pasos me hizo


empujar a Jaime de vuelta al bosque.

—¡Espera! —dijo ella.

Hizo un gesto y seguí su dedo para encontrarme con el resplandor azul de la


espada de mi madre. Un segundo más tarde, mamá apareció… pocos pasos por
delante de tres niños Tengu poseídos.

Una de nuestras perseguidoras irrumpió desde el bosque. Mi mano se


levantó, golpeándola con un derribo antes de que la primera palabra del

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encantamiento saliera de mi boca.

—Regresa al motel —gritó mamá—. Voy a estar justo detrás de ti.

—¿Es por este camino?

—Esperemos que lo sea.

No lo era. No exactamente en cualquier caso. Después de unos cinco


minutos, pudimos ver una carretera por delante. Corrimos hacia allí y nos
encontramos a casi medio kilómetro del motel. Un coche nos sobrepasó mientras
corríamos y ni siquiera redujo la velocidad.

Un tipo en el aparcamiento del motel nos vió. Estaba ya casi saliendo del
coche cuando surgimos dando la vuelta a la esquina, corriendo a toda velocidad
hacia nuestro coche de alquiler y metiéndonos dentro; Jaime y yo en la parte
delantera, mamá en la parte posterior. Él se quedó mirando fijamente hacia los
chicos que nos perseguían, se percató de sus ropas salpicadas de sangre, sus rostros
arañados y ensangrentados, se subió de nuevo a su camioneta y se fue en busca de
alojamientos más tranquilos.

Puse el coche en marcha atrás justo cuando dos niños se lanzaron sobre el

140
El Club de las Excomulgadas
maletero. Otro voló por encima del capó. Los otros fueron a por las ventanillas
laterales.

—Sabes, creo que he tenido esta pesadilla —dijo Jaime mientras golpeaban,
gritaban y aplastaban sus rostros ensangrentados contra el cristal—. Pero era con
zombies.

—Bastante parecido —murmuré—. Aguanta.

Salí disparada marcha atrás. Supongo que debería haber prestado más
atención en clase de física. El que estaba trepando hacia el techo salió disparado
por encima del coche, pero Sara, que todavía estaba encima del maletero, cayó
hacia atrás.

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Pisé los frenos antes de atropellarla. Puse la palanca de cambios en primera,
esperando tener suficiente espacio para girar. El chico que había salido volando del
techo saltó justo delante en mi camino. Comprobé el espejo retrovisor. Sara se
había levantado tambaleante, agarrándose del maletero para mantener el equilibrio.
Otro chico se subió al techo.

—Hijos de puta —dije—. ¿Por qué tienen que ser niños?

—Por la misma razón por la que no estás dando marcha atrás y mandándolo
todo a la porra —dijo mamá.

—El chico de delante es más grande—dijo Jaime—. Puede sobrellevar mejor


el impacto.

—Genial —dije—. Hemos pasado de ―No hagas daño a los niños‖ a ―Cuál va a
salir menos herido‖.

—Tira suavemente hacia adelante —dijo Jaime—. Derríbalo con cuidado.

—Atropéllalo. Pero gentilmente —murmuré y suavemente presioné el


acelerador.

141
El Club de las Excomulgadas
El chico en el techo empezó a saltar arriba y abajo. Una chica dio un salto
corriendo encima del techo e hizo lo mismo, haciendo que el coche se balanceara.

—Sólo mantén…—comenzó mamá.

Jaime gritó cuando su ventana se hizo añicos. Un niño metió la mano


dentro y agarró un puñado de su cabello. Mamá capturó el brazo del niño y lo
retorció hasta que aulló y la soltó, pero otro ya estaba llegando.

Un ruido. Algo me golpeó un lado de la cabeza tan fuerte que vi las estrellas.
Un ladrillo cayó a mi lado. Unas manos se introdujeron por la ventanilla rota del
conductor.

Pisé el acelerador. Las manos agarraron el volante y tiraron de él, y el coche

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se levantó por encima de la acera y chocó contra el motel. Me volví para lanzar un
derribo, o alguna otra cosa, pero el chico de repente se deslizó hacia atrás. Aterrizó
sobre el asfalto y se quedó allí, sin moverse.

Miré por encima del hombro a mi madre, pero ella estaba ayudando a Jaime
a luchar contra los niños. Uno de ellos salió volando. Esta vez, lo vi flotar en el
aire, retorciéndose como si algo lo sostuviera en alto. Entonces su cabeza se disparó
hacia atrás y gritó. El grito murió a la mitad y el muchacho cayó al pavimento,
inconsciente.

—Ah, un poco deus ex machina10 —dijo mamá cuando el niño que había
agarrado a Jaime por el pelo también salió volando—. O ángel ex machina.

—Es Trsiel —dijo Jaime—. O eso creo. Nunca se sabe con los pura sangre.
Todo lo que veo es una silueta brillante.

—Es él —dijo mamá—. Ningún otro pura sangre se molestaría — se asomó

10
Deus ex machina es una expresión latina que significa «dios surgido de la máquina». Se origina en el teatro
griego y romano, cuando una grúa (machina) introduce una deidad (deus) proveniente de fuera del
escenario para resolver una situación. Actualmente es utilizada para referirse a un elemento externo que
resuelve una historia sin seguir su lógica interna. Desde el punto de vista de la estructura de un guión,
―Deus ex Machina‖ hace referencia a cualquier evento cuya causa viene impuesta por necesidades del
propio guión, a fin de que mantenga lo que se espera de él desde un punto de vista del interés, de la
comercialidad, de la estética, o de cualquier otro factor, incurriendo en una falta de coherencia interna.

142
El Club de las Excomulgadas
por la ventana y gritó—Más vale tarde que nunca.

—Creo que acaba de enseñarte un dedo —dijo Jaime.

Mamá se rió.

—Ponlo en marcha, nena. Él puede encargarse y no querremos estar cerca


cuando el recepcionista se dé cuenta de que tiene niños de la calle inconscientes en
su aparcamiento.

Di a la marcha atrás. Sara ya se había ido, atravesando corriendo el


aparcamiento para escapar de su destino. Pasamos a su lado y salimos del
estacionamiento.

*****

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—Así que esos eran Tengu —dije mientras conducía—. He oído hablar de
ellos, pero no mucho. Como dijiste, no suelen cruzar.

—No —murmuró mamá—. Por lo general no lo hacen. Pero pueden hacerlo


bajo circunstancias especiales.

—¿Un ritual?

Negó con la cabeza.

—Guerra. Los Tengu son heraldos de la guerra.

*****

Cuando estuvimos lo suficientemente lejos del motel para estar seguras de


que habíamos perdido a los Tengu, Jaime llamó a Lucas y nos puso en el manos
libres. Le expliqué lo que había pasado.

Por segunda vez ese día, dejé a Lucas sin palabras.

—Entonces parece que los Tengu no están directamente conectados con el

143
El Club de las Excomulgadas
hechicero que invocó a la bestia infernal —dijo finalmente.

—Correcto. Al parecer, vieron a mamá cruzar y vinieron por ella, pero es


una movida de mierda completamente distinta. No sé si querías que hiciéramos
algo con el pobre tipo de la habitación del motel…

—No. Si tenemos a niños inconscientes en el aparcamiento, teneis que


manteneros alejadas. Ya he enviado un mensaje para desviar a parte del equipo de
seguridad de la comisaria, pero dadas las circunstancias no estoy seguro de que lo
logremos antes de que alguien descubra el cuerpo del agente.

Otra voz llegó.

—Todavía podemos manejarlo. Dos equipos más están de camino a Nueva

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Orleans, un equipo de seguridad y uno de limpieza para los medios de
comunicación.

—Hola, Benicio —dijo mamá—. Ha pasado mucho tiempo.

—Así es —dijo él—. Diría que es bueno escucharte, Eve, pero…

—Acabo de volver y ya estoy causando problemas. Lo sé.

—Entonces, ¿qué es lo que queréis que hagamos, chicos? —pregunté—.


¿Buscar refugio? ¿Ir a Miami?

—No voy a ir a Miami —dijo mamá antes de que ellos pudieran


responder—. Hemos identificado el hechicero y tenemos una lista de contactos
potenciales. Tengo a mi propio contacto aquí que puede repasar esa lista e
identificar los sobrenaturales. Esa es mi próxima parada.

Lucas y Benicio la querían en Miami. Preferiblemente metida en una celda


impenetrable, creo. Mamá argumentó que su contacto no querría hablar con nadie
más. Que se llevaran a Jaime a Miami. Que me llevaran a mí a Miami. Que
dejaran a mamá enfrentarse sola a cualquier potencial secuestrador. Que si no
ponía en peligro a nadie más, era decisión suya.

144
El Club de las Excomulgadas
Ellos estuvieron de acuerdo en la última parte. Yo no. Mamá necesitaba a
alguien que le vigilara su espalda.

Eso no le sentó bien ni a mamá ni a Lucas, pero finalmente llegaron a un


compromiso. Jaime se iría. Yo me quedaría, pero sólo hasta que enviaran a alguien
que no tuviera conexión personal con mi madre -tal vez Clay y Elena- para hacerse
cargo.

Estuve de acuerdo y nos dirigimos al aeropuerto donde el jet de los Cortez


estaba a punto de aterrizar.

*****

Antes de que Jaime se fuera, le concedí unos minutos a solas con mamá.

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Ambas dijeron que no lo necesitaban, bromearon con que ellas ya se ―veían‖ la una
a la otra muy a menudo normalmente. Pero yo insistí. En todos esos años, en los
que ellas habían trabajado juntas —en los que se habían hecho amigas, como ahora
me daba cuenta—nunca habían habitado el mismo plano físico juntas. No se
habían conocido hasta que mamá llevaba mucho tiempo muerta.

Decir que mi madre no era dada a los abrazos, es un eufemismo. Mientras


crecía, no creo haberla visto tener un contacto físico afectuoso con nadie, excepto
conmigo. Pero ahora, cuando me alejé para dejarles ese momento a solas y ellas se
abrazaron, vi lo mucho que esto significaba, y no sólo para Jaime.

Mamá se quedó hasta que el jet despegó. Luego cogimos mi nuevo teléfono
móvil y dejamos el coche de alquiler con desperfectos el aeródromo para que
Benicio se encargara. Él nos había alquilado otro —un Mercedes pequeño, que era
probablemente su idea de un vehículo económico—reemplazable, por si también
acababa destruido.

145
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Doce
El antiguo contacto de mamá vivía en un parque de caravanas en la salida
de la I-10. Supuse que había sido desplazado por el huracán Katrina y todavía no
tenía casa, pero mamá me dijo que no, que Toby siempre había vivido en una
caravana.

Si no hubiera sabido que esta zona había sido perdonada por el huracán,
habría estado segura de que esta caravana en particular había sido barrida por las
inundaciones y arrastrada de vuelta. Ciertamente tenía esa pinta. Incluso parecía
tener salpicaduras de barro hasta que me acerqué lo suficiente para ver que era
óxido. Una gran cantidad de óxido. Una ventana estaba tapiada. El techo combado
en dos de las esquinas. Una única bisagra sostenía la puerta mosquitera en su lugar.

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Donde otras caravanas tenían bonitos ―jardines‖ delanteros de césped e incluso con
parterres de flores, ésta tenía barro y latas de cerveza apiladas como estatuas.

Por lo demás era un parque de caravanas decente. Lo suficientemente


respetable para que nos sintiéramos cómodas dejando el Mercedes en el
aparcamiento para visitantes, aunque mamá le lanzó un hechizo de seguridad.

No nos preocupamos por acercarnos por sorpresa a la decrépita caravana, ya


que las demás ventanas estaban a oscuras con las persianas echadas.

—¿Cuál es su tipo? —pregunté mientras nos acercábamos.

—Rubias, creo. Estás a salvo.

Le lancé una mirada.

—Es un Aduro —dijo. Medio-demonio de fuego de grado medio—¿Sabes


cómo manejarlo, supongo?

—Sí.

—Bien.

146
El Club de las Excomulgadas
Caminó hacia el costado del remolque, colocó sus dedos sobre el aluminio y
frotó, como si limpiara una mirilla a través de un cristal sucio. Que era exactamente
lo que estaba haciendo, excepto que como medio demonio Aspicio, podía ver a
través de otras cosas, además del vidrio.

Se protegió los ojos con la mano y miró a través. Luego repitió el proceso un
poco más allá.

—Está en casa —murmuró—Viendo la televisión. Voy a necesitar que vayas


por la parte de atrás. Si no me equivoco, la otra ventana tapiada funciona como una
vía de escape.

—Entendido.

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Encontré la ventana tapiada y esperé mientras mamá llamaba a la puerta.
Pasó un minuto. Después se abrió la madera sobre la ventana. Un hombre calvo y
con gafas asomó la cabeza.

—Hola —dije.

Toby se detuvo. Parpadeó. Volvió la vista hacia la parte delantera de la


caravana.

—No, no estás viendo doble —dije—Mi madre todavía está ante la puerta de
entrada.

—Tú eres... —sus ojos se abrieron más, magnificados por sus gruesas gafas—
¡Mierda!

Se volvió hacia mí, con los dedos ardiendo. Esas manos resplandecientes
habrían funcionado mejor si no hubiera crecido cerca de Adam. Un fuerte golpe
lateral en sus antebrazos las inutilizó y le desequilibró. Mientras se tambaleaba en
la ventana, lo agarré por el cuello y tiré de él hacia la posición vertical.

—¡Lo tengo! —grité.

147
El Club de las Excomulgadas
Mamá dio vuelta a la esquina. Toby había estado resistiéndose, pero se
quedó inmóvil cuando la vio.

—E…Eve —dijo—Pensé que estabas… — me miró—No conseguí dar un


buen vistazo y sé que tu hija se supone que se parece a ti, así que supuse que era
quien estaba ante mi puerta. Tú sabes que no hablo con nadie sin una presentación.
Por eso que me escapaba. Si hubiera sabido que eras tú…

—Te escapabas muy rápido.

—Yo…

—Creíste que te habías librado fácilmente —dijo ella mientras ponía en el


suelo el estuche con su espada—Morí justo después de que jodieras nuestro acuerdo

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con los St. Clouds. Conseguiste quedarte con el dinero y como yo estaba muerta no
podía objetar nada. Sorpresa.

—Yo…yo no incumplí el acuerdo. Iba a darte el dinero…

—Es por eso que escuché que ya habías enganchado la camioneta a tu


caravana, dispuesta a salir corriendo rápidamente con rumbo desconocido. Hasta
que desaparecí y creíste que era seguro esperar.

—Está bien, así que tú… has vuelto. No sé cómo… Espera, nunca estuviste
muerta, ¿verdad? Todo fue una treta debido a que los Nast finalmente te echaron el
guante. ¡Maldita sea! Quiero decir, me alegro de verte, Eve.

—Estoy segura de que lo haces. Ahora mueve tu culo dentro antes de que
finalmente les des a los vecinos una excusa para hacer que desalojen esta chatarra.

*****

Como muchas cosas en el mundo sobrenatural, las apariencias engañaban.


Abrías la puerta de la caravana cutre de Toby y te adentrabas en un pequeño
recibidor que parecía tan decrépito como el exterior. Cerrabas la puerta exterior a
las miradas indiscretas, abrías la interior y era como si hubieras sido transportado a

148
El Club de las Excomulgadas
un lujoso loft del SoHo.

El lugar debía haber sido decorado por un profesional. Alta tecnología


postmoderna, lo que probablemente no es una categoría de diseño, pero es lo que
parecía a mí. Paige estaría en el cielo. La decoración no era de su estilo, pero el
hardware la haría a babear. Incluso yo sentía un poco de humedad en las comisuras
de la boca.

Era como si Toby hubiera entrado en la tienda de electrónica más


importante del país, dejado caer una tarjeta de crédito ilimitada y dicho “Dame lo
mejor de todo”. Música suave flotaba por todos los rincones de la caravana. Las luces
parecían encenderse según íbamos caminando. Una pantalla de ordenador del
tamaño de una televisión mostraba la cotización en bolsa de las acciones mientras
que una impresora que no hacía ningún ruido escupía páginas en una creciente pila.

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Las luces parecían conducirnos dentro, iluminando nuestro camino, luego
atenuándose cuando nos sentamos en el sofá. El volumen de la TV se subió de
forma automática. Toby tocó un botón a un lado del sofá y la TV se apagó, la
música murió y las luces se encendieron por completo. Traté de no parecer
impresionada.

—Está bien —dijo él mientras se volvía hacia mi madre—Yo…

Bajó la mirada hacia el estuche para arcos, el cual ella había metido bajo la
sombra del sofá. Una luz azul emanaba a través de la cremallera.

—¿Alguna vez has visto esos programas de la escena del crimen? —dije—
¿Dónde utilizan dispositivos luminosos para detectar sangre? Hace que la limpieza
sea mucho más fácil.

Trató de reír. No lo consiguió.

—Está bien Eve, te debo el dinero. Eran diez de los grandes, ¿verdad?

—Veinte. Más intereses.

149
El Club de las Excomulgadas
Él asintió con la cabeza y golpeó otro botón. Un ordenador portátil se elevó
en la mesa de café.

—Por lo tanto, si calculamos el interés basado en las tarifas de la década


pasada.

—Lo calculamos sobre la base de mis tarifas. ¿Recuerda cuáles eran?

—E…eso es ridículo. Nadie podría tomar prestado dinero a ese costo.

—Es por eso que nunca tuve que prestar a nadie. Puedes continuar y hacer
los cálculos si quieres, pero probablemente pueda ahorrarte algo de tiempo con una
oferta alternativa. Renunciaré a la deuda a cambio de información.

Él dudó, claramente tratando de averiguar qué podría posiblemente valer esa

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cantidad.

—¿Sabes que tienes un grupo secuestrando a sobrenaturales en Nueva


Orleans? —dijo mamá—¿Enrolándolos para ser ratas de laboratorio?

—¿Q…qué? —sus ojos se desorbitaron—No. ¿En serio? Yo…

—Sé que habías llegado a un acuerdo para evitar que arrastraran tu lastimero
culo también allí. No es como si te quisieran de todos modos. A lo largo de los
años, has estado metiéndote demasiadas drogas para ser un sujeto viable. Pero eres
útil como otro tipo de rata. Del tipo que entregará a cualquier sobrenatural al que le
deba dinero.

La mandíbula de Toby se movió. Luego dijo:

—No entregué a nadie. Ellos vinieron para hablar de la fauna local y yo


sugerí algunos nombres de empresarios del mercado negro.

—Quiénes podrían ser detenidos y desaparecer en silencio y, si te debían


dinero o habían invertido contigo… Bueno, entonces cuidarías de su dinero hasta
que regresaran. Bonita estratagema. Lástima que se haya ido a la mierda.

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El Club de las Excomulgadas
—¿Q…qué?

—El laboratorio voló por los aires esta mañana —señalé hacia el ordenador
portátil—Comprueba las noticias.

Lo hizo, tecleando mientras mamá hablaba.

—Por tanto el laboratorio ha desaparecido —dijo mamá—No es como si


fuera a recibir más sujetos de todos modos. ¿Conoces a la oficial Medina? Una
mujer agradable. No demasiado brillante. Alguien cambió los sedantes por
estimulantes o alucinógenos. Uno de los primeros sobrenaturales en recibir el lote
nuevo fue un hombre lobo. ¿Quieres adivinar cómo resultó?

La expresión de Toby decía que preferiría no hacerlo.

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—Medina está muerta. Como el resto del personal, además de los reclusos.
Ahora bien, no sé cuánto tiempo llevará el que la gente se dé cuenta de que un
puesto fronterizo de policía ha sido destruido, pero sucederá pronto. La cuestión es
si un equipo de limpieza de la Camarilla Cortez puede hacer algo antes.

—Cortez….

—Oh, adoras a los Cortez, ¿verdad? Y ellos te quieren de vuelta. Imagínate


lo felices que van a estar finalmente de tener una excusa para llevar tu culo a
Miami. Es una ciudad preciosa. Seguramente no conseguirás tomar mucho sol,
pero he oído que tienen claraboyas en las celdas.

—En realidad, no es así —dije.

—¿No?

—Están bajo tierra. Lo que nunca es un buen sitio para estar en Miami.
Benicio jura que toman todas las precauciones, pero si hay inundaciones por un
huracán, ¿qué crees que van a salvar ahí abajo? ¿Los archivos o los prisioneros?

—Es cierto —dijo mamá.

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El Club de las Excomulgadas
—Mira —dijo Toby—Suministré nombres a Jackie, no drogas.

—Jackie Medina —le pregunté para dejarlo claro y él asintió.

—A los Cortez no les va a importar —dijo mi madre—No, si les da una


oportunidad de sacarte de la calle. Estás jodido, Toby. O lo estarás sin mi ayuda.
Porque el tipo que le dio la droga a Medina también lanzó un hechizo muy
especial.

Ella se agachó y abrió su estuche. La luz nos inundó completamente.

—Ya ves, Toby, te equivocaste. No he estado escondiéndome. He estado


muerta. Hasta que un hechicero me hizo cruzar, andaba por el más allá. Y llevaba
esto.

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Sacó su espada. Toby saltó hacia atrás, sus rodillas golpeando su portátil y
tirándolo al suelo mientras se escabullía por encima del sofá.

Mamá giró la espada, el acero azul dejando una estela de luz.

—¿Sabes lo que es esto, Toby? Una pista: no es un sable de luz.

—Yo…yo no…

—Haz una conjetura —ella la agarró por la hoja y se la tendió—Mejor aún,


sostenla. Pruébala.

Él alargó la mano hacia la empuñadura. Cuando sus dedos la tocaron, dejó


escapar un grito y cayó hacia atrás con la mano levantada. Las ampollas
aparecieron en cada yema.

—Santa Madre de Dios —susurró.

—¿Así que eres un hombre religioso? Eso está bien. Lo hace todo más fácil.
Si esta espada acaba de quemar a un demonio de fuego, estoy segura de que puedes
adivinar lo que es. Y que esto… —la agarró por la empuñadura, luego la arrojó

152
El Club de las Excomulgadas
hacia arriba y la tomó por la hoja —…no es un truco de magia. Todo esto es para
decirte que puedo protegerte de los Cortez. Y que podría ser sabio ayudar a la causa
dándome la información que necesito.

Toby echó un vistazo más a la espada y decidió que se sentía hablador.


Mamá se recostó en el sofá, dejando la resplandeciente espada sobre la mesa de
café como un recordatorio.

—Conozco a Roberts —él murmuró cuando mamá terminó de explicar e


identificar al culpable—Debería haber entregado su nombre a Jackie. Lo habría
hecho, salvo que él tiene una esposa, una ex esposa y un hijo, así que alguien lo
echaría de menos.

—¿Has tenido contacto con él?

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—Roberts y yo no frecuentamos en los mismos círculos. Él era uno de esos
tipos que pretende ser demasiado bueno para nosotros. Inmaculado. Sólo que no lo
era, ¿verdad? Maldita sea. Si tan sólo lo hubiera sabido. Me costó una bonita fuente
de ingresos. Jackie pagaba a lo grande por cada nombre.

—También le costó mucho a ella —dije—Su vida. Estoy segura de que estás
molesto por eso.

Le llevó un minuto encontrar la expresión adecuada de pesar. Luego nos dio


todo lo que sabía acerca de Roberts, que no era mucho. No fue hasta que le
entregamos la lista de contactos de Roberts que empezamos a llegar a alguna parte.

—Oh, síp, conozco a algunos de estos tipos —recitó nombre y tipo de


sobrenatural de media docena de las entradas de Roberts. Dos estaban en el
negocio de proveer servicios básicos a la hermandad sobrenatural.

—Este tipo es un doctor —Toby señaló un nombre en la lista que yo estaba


escribiendo—Cobra más que una jodida clínica privada, pero es bueno. Discreto
también. Como ella —señaló el nombre de la única mujer en la lista. Amanda
Griffin.

153
El Club de las Excomulgadas
—¿Qué hace ella?

—Prostituta. Para tipos que no quieren preocuparse en ocultar sus poderes.


Amanda es un verdadero encanto. Dice que la mayoría de los seres sobrenaturales
quieren más charlar que joder. Les gusta ser capaz de hablar libremente. Lo cual es
una lástima. Ella buena para hablar, pero es aún mejor jodiendo.

—Ajá. Bueno, Roberts parecía necesitar charlar un montón. Si ella es la A en


su agenda, charlaban unas cuantas veces a la semana.

—Hija de puta —murmuró Toby—Amanda nunca me dijo que lo estaba


viendo. Ella sabe que me hubiera gustado algún secreto sucio sobre el tipo. Además
le habría pagado bien por ello.

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—Dijiste que ella era discreta.

—Claro, pero podríamos haber chantajeado al bastardo realmente bien.

Miré la agenda de Roberts.

—No tengo mucha experiencia contratando prostitutas, pero voy a suponer


que tres veces en una semana es un poco excesivo.

—Y también un poco caro —dijo Toby—Amanda no es barata.

Continuamos bajando por la lista. Había una o dos posibilidades más, pero
ninguna cuyas iniciales se correspondieran con las citas en la agenda. Amanda era,
entonces. Cuando terminamos, mamá recogió su espada.

—Busca una cuerda, Savannah —dijo ella.

—¿Q…qué? —dijo Toby, empezando a levantarse—¿Por qué necesitas


cuerda…?

Mamá apuntó la espada hacia su garganta y él volvió a caer sobre los


cojines.

154
El Club de las Excomulgadas
—Te he contado mi secreto, Toby. Sabes que estoy de vuelta y lo que soy.
Esa es una información muy valiosa. Ya que me traicionaste la última vez, no
confió en ti.

—¡Pero…pero no tenías que decírmelo! Habría escuchado tu oferta sin saber


que eres un ángel.

—Vaya. Error mío entonces. Pero, dado que lo sabes, no puedo tenerte
corriendo de aquí para allá. Tendrás que esperar aquí por los Cortez.

Su voz se volvió estridente.

—Prometiste protegerme de los Cortez.

—No, dije que podía. No que lo haría.

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—¡Serás zorra! —comenzó a levantarse. Un movimiento de muñeca con la
espada y volvió a sentarse—Me engañaste.

—Sólo te devuelvo el favor. ¿Savannah?

—Voy a por algo de cuerda.

*****

Tuvimos que conformarnos con alargadores y cinta aislante, pero bastaron.


Después llamé a Lucas y le dije dónde estaba Toby. Ellos tendrían un montón de
preguntas para él, preguntas que serían mejor contestadas bajo la custodia de los
Cortez. Es por eso que mamá jugó la carta del ángel: una excusa para hacer que los
Cortez se lo llevaran incluso después de que él hubiera cumplido el trato. Por
supuesto, ya que tenía la espada grande y brillante, no necesitaba una excusa, pero
no habría sido justo. En el mundo de mi madre, jugar limpio es importante, incluso
si su definición de justo era un poco flexible.

Cuando volvimos al coche, dije:

155
El Club de las Excomulgadas
—Necesitamos un disfraz.

Mamá me miró con las cejas levantadas.

—O nos disfrazamos o tendremos que dejar un rastro de sobrenaturales


atados y amordazados a nuestro paso —dije—Lo que podría ser apropiado,
teniendo en cuenta que la mitad de la población sobrenatural de Nueva Orleans
parece tener un ojo metido en esta mierda. Pero la próxima persona que te
reconozca podría escapar antes de estar a nuestra vista.

—No con mi vista —dijo ella—Tengo una visión sobrehumana, recuerdas.

Le lancé una mirada.

—Sí, entiendo tu punto de vista —dijo—No soy fácil de camuflar y sospecho

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


que tú tampoco, pero es posible que tenga una solución. Aprendí algunos trucos en
el otro lado. Esperemos que funcionen.

*****

El truco era un hechizo de glamour modificado. El normal permite al


lanzador asumir la apariencia de otra persona, pero sólo funciona si el destinatario
espera ver a esa otra persona.

La “modificación” de mamá era una versión más antigua de hecho, anterior al


hechizo que utilizábamos y no requería la expectativa para funcionar. Había oído
hablar antes de este hechizo. Incluso lo vi en un grimorio -un viejo libro de
hechizos- en la sede Cortez. Pero requería el más problemático de los ingredientes
especiales: sacrificio humano. Dominar el hechizo le costaba a una bruja un
promedio de un centenar de repeticiones. Ni siquiera los Cortez enseñaban a
usarlo desde antes de los tiempos de Benicio. La relación coste-beneficio era
demasiado desproporcionada.

Afortunadamente, mamá había aprendido el hechizo para ayudar con sus


obligaciones como caza recompensas celestial, lo que significaba que no contaba

156
El Club de las Excomulgadas
con cuerpos, ya que no hay manera de matar a alguien en el más allá. Así que
mamá podía lanzar el hechizo sin un cadáver. O podía en el más allá. ¿Aquí? Ella
no estaba segura. Además, era difícil de comprobar porque, incluso después de
lanzar el hechizo, ella me parecía igual. Así que abordamos a unos pocos
transeúntes desprevenidos, lo que dejó a algunas personas en Nueva Orleans
asombradas por las locas que preguntaban de qué color era su pelo.

Pero el hechizo había funcionado. Nos habíamos lanzado el glamour


basándonos en dos fotos de Glamour11, lo que era bastante apropiado. Escogimos a
las dos mujeres jóvenes con un aspecto promedio de sus páginas, lo que significaba
que todavía estábamos muy por encima de la media. En cuanto a la ropa, nos
equipamos con suéter, zapatillas y vaqueros. Dos estudiantes, bonitas, pero no
amenazantes.

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*****

Casi se nos escapa Amanda. Cuando llegamos se estaba yendo, bolsa del
gimnasio en mano. Ella parecía tener unos treinta, rasgos suaves y elegantes y el
pelo, rubio ceniza, largo a la altura de los hombros. Vestía clásica y elegante, con
pantalones, botas y una camisa Oxford. Pon un látigo en su mano y se vería lista
para un día de montar. Caballos, a eso me refería. No al tipo de montura que hacía
para ganarse la vida, según parecía.

Me acerqué resueltamente por detrás de ella y dije:

—Ejem, ¿Amanda? ¿Amanda Griffin?

Ella se dio la vuelta. Me miró de arriba abajo, sin expresión.

—¿Sí?

—Esto.. —me limpié las manos en los vaqueros—Lo siento, yo…yo estoy un
poco nerviosa. Soy Brianne White. Voy a Delgado con mi amiga aquí presente,
Sami. Alguien nos dio su nombre y, esto…

11
Revista femenina.

157
El Club de las Excomulgadas
Sus cejas se arquearon. Divertida.

—Si estás buscando un poco de experiencia universitaria, cariño, te puedo


dar algunos nombres. Pero eso no es lo mío.

—¿Experien…? —dejé escapar una risita aguda—Oh, no. No es eso. Quiero


decir…

Mamá se inclinó y me susurró al oído.

—Oh, cierto. Vale —eché una mirada nerviosa alrededor, luego encendí una
bola de luz en mi palma.

—Ah, ya veo —dijo Amanda.

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—Correcto. Así que, somos nuevas en la ciudad y oímos hablar de esta…
historia en marcha, y este tío que conocimos, Shawn Roberts, dijo que podrías…

—No mientas, Bri —susurró mamá. Cuando volví la vista hacia ella, se
inclinó y simuló susurrar—Ella puede comprobarlo. Di la verdad.

—Está bien. Cierto —limpié mis manos otra vez —Roberts no nos dijo dónde
encontrarte, pero nos envió a ese tipo llamado Toby. Él no quería ayudarnos
tampoco. Pero entonces Sami... —lancé una mirada de complicidad a mamá —Ella
como que… lo convenció.

—Estoy segura de que lo hizo —dijo Amanda—Y estoy segura de que no fue
difícil. Mirad, niñas, lo que sea que hayáis escuchado…

—Sabemos acerca del movimiento de libertad…

—Liberación —susurró mamá.

—Correcto. Movimiento de Liberación Sobrenatural. Reclutaron a un par de


nuestros amigos que van a la UCLA. Nuestros amigos quieren que nos unamos,
pero no estamos seguras de que sea una buena idea.

158
El Club de las Excomulgadas
—No lo es —dijo Amanda.

Exhalé.

—Lo que sea que estés haciendo, podemos ayudar. De Sami, dicen que es
una Conspicio, pero creemos que es una Aspicio. Ella puede hacer la cosa esa de la
visión de rayos X.

Eso detuvo los pasos de Amanda. Agitó la mano hacia la pared del edificio.

—Ese es el apartamento de la administradora. Mira dentro y dime que está


haciendo.

Mamá se acercó y aclaró una mirilla.

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—No sé donde esta ―ella‖, pero hay un tío dentro. De aproximadamente
ciento treinta kilos, viendo porno, vestido sólo con su… no, no creo que él lleve
puesto algo.

—Eso es bueno, ¿no? —dije—Quiero decir, no lo del tipo desnudo, sino el


poder de Sami. Sería útil, ¿verdad?

Amanda se encogió de hombros, pero sus ojos brillaban.

—¿Y el poder de cegar?

—Puedo causar ceguera temporal —dijo ella—Sólo dura unos minutos, pero
viene bien.

—Apuesto a que sí.

—Yo también puedo ayudar —dije—Conozco magia de brujas y de


hechiceros hasta el tercer nivel y normalmente me funciona.

Un despectivo asentimiento en mi dirección. Amanda puso una mano en el


brazo de mamá.

159
El Club de las Excomulgadas
—Qué tal si me salto el entrenamiento de hoy y os invito a una copa, chicas.
Hay un lugar pequeño y agradable en esta calle. Muy privado.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L

160
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Trece
Recibí un mensaje de texto de Elena cuando íbamos caminando hacia el bar.
Su avión había aterrizado y estaban listos para relevarme como guardaespaldas de
mamá. Envié un mensaje en respuesta para decirles que habíamos hecho contacto y
que tenía que seguirles el juego.

Amanda nos llevó a un pub de barrio, oscuro por dentro y apestando a


lúpulo. Ocupamos un reservado en la parte de atrás y Amanda explicó la situación.
Si yo fuera ella habría optado por dar muchos menos detalles a los potenciales
reclutas. Pero eso es lo que sucede cuando inicias una revolución sin previa
experiencia revolucionaria. Todo parecía como un juego genial de aventuras. Serás
cauteloso, por supuesto, porque es una cosa súper secreta. Pero cuando tienes una

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razón para irte de la lengua -como tratar de atraer a la causa a un medio demonio
Aspicio- estás encantada de tener la oportunidad de demostrar lo terriblemente
inteligentes que sois todos.

El grupo de Amanda era anti-SLAM. Yo lo sospechaba debido a que


Roberts había cambiado las drogas, pero para ser honesta, no podía ver la ventaja
de dar estimulantes a los hombres lobo… para ninguno de los bandos.

Ahora bien, cuando Amanda lo explicó, lo entendí… eran idiotas. Su


estratagema sólo demostraba que yo tenía razón acerca de su falta de experiencia
en todo este asunto de las revueltas. Estoy segura de que el plan tenía sentido para
ellos, pero para cualquiera que hubiera visto el lado oscuro de la vida sobrenatural,
era una idea muy, muy estúpida y con todas las garantías para salir horriblemente
mal.

Mira, el plan era este…

—Estallidos controlados de actividad sobrenatural —explicó Amanda—.


Este grupo SLM está tratando de convencer a los sobrenaturales de que salir del
armario es una buena idea. Pero no lo es. Lo sabemos, ¿verdad?

161
El Club de las Excomulgadas
Mamá y yo asentimos.

—El problema es que un montón de sobrenaturales no están tan seguros.


Piensan que su vida sería mucho más sencilla y mejor si no tuvieran que ocultar su
naturaleza, y se dicen a sí mismos que los seres humanos no van a reaccionar tan
mal. Claro, la Inquisición se acabó.

Nosotras volvimos a asentir.

—Pero nuestro argumento es que los humanos no van a temer menos a las
brujas y a los medio demonios de lo que lo hicieron en el pasado. Actualmente,
ellos simplemente no creen que existamos. Si supieran lo contrario sería igual de
malo que las cacerías de brujas. Pero decírselo a los sobrenaturales no sirve de
nada. Necesitan verlo.

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—Estallidos controlados de actividad sobrenatural —dijo mamá.

—Exactamente. Puede que no seais conscientes de ello, pero el SLM está


operando en Nueva Orleans. Operando fuertemente. Hemos oído que han estado
usando sobrenaturales en los cuerpos de policía para arrestar y sedar a otros
sobrenaturales. Luego los llevan a un centro en el que les lavan el cerebro.

No exactamente…

—Tenemos que encontrar esa instalación —dijo ella. —Encontramos una


oficina que están utilizando para reclutamiento local, pero no es el laboratorio.

—Así que ellos tienen una oficina en Nueva Orleans —dijo mamá—. Es lo
que nuestros amigos dijeron. Está en la calle Gray, ¿no es así?

Ella negó con la cabeza.

—McNally. Pero eso es sólo para entrenamiento. Necesitamos el


laboratorio. Aunque nos estamos acercando. Entre tanto, nos las hemos arreglado
para infiltrar a uno de los nuestros para sustituir al proveedor de drogas. Él le ha
proporcionado a un oficial drogas que en su lugar reducirán las inhibiciones.

162
El Club de las Excomulgadas
—Haciendo a los seres sobrenaturales más propensos a usar sus poderes —
dijo mamá.

Amanda sonrió radiante.

—Lo pillas rápido, cielo. Así que, mientras hablamos, hay unos cuantos
sobrenaturales encarcelados que van a decidir que realmente no quieren estar
presos y se olvidarán de que no deberían usar sus poderes para escapar. Estamos a
punto de ver unos buenos fuegos artificiales.

Oh, habían logrado algunos fuegos artificiales. Y cuando se dieran cuenta, al


fin entenderían lo estúpido que era “planear” un estallido sobrenatural.

Seguidamente Amanda preguntó acerca de nosotras. Desarrollamos nuestras

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falsas biografías, charlando hasta que sonó su teléfono móvil.

—Hola —dijo mientras contestaba—. Estaba pensando en ti. Tengo dos


nuevas reclutas aquí y quería pasarme por allí y present…

Hizo una pausa. Torció el gesto, como si hubiera oído mal.

—¿Qué?

Otra pausa. Entonces:

—¡Ostras! Tu…— tragó saliva. —Estás de coña, ¿verdad? —una pausa—.


No, por supuesto que no lo harías. Pero, ¿estás seguro? Quizás Roberts…

Ella parpadeó. Respiró hondo. Luego escuchó, sólo se limitó a escuchar, con
rostro inexpresivo, asintiendo con la cabeza y murmuró:

—Vale, vale—en voz baja.

—¿Toby? — tragó saliva—. ¿Estás…? —se calló en ese momento—. Lo


siento, lo siento. Entonces Roberts está muerto y Toby fue visto siendo llevado…
—se calló de nuevo cuando levantó la mirada hacia nosotras, fingiendo conmoción

163
El Club de las Excomulgadas
mientras escuchábamos. —Iré allí ahora mismo.

Se puso de pie, rebuscando en su bolso por dinero en efectivo y


murmurando:

—Tengo que irme.

—¿Es algo malo?—dije, levantándome también—. Tal vez deberíamos…

Mamá me agarró la mano por debajo de la mesa y apretó lo suficientemente


fuerte para detenerme a mitad de la frase. Me mantuve firme, lanzándole una
mirada. Amanda estaba demasiado aturdida para notarlo. Mamá negó con la
cabeza. La fulminé con la mirada, pero no confiaba en un hechizo de privacidad.
Así que me quedé sentada esperando a que Amanda estuviera fuera del alcance del

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oído.

—Deberíamos ir con ella —dije—. Puedo convencerla para que nos lleve
con ella. Estarán distraídos con esto. Será fácil obtener información.

—Sí, pero no lo necesitamos. Esta sección de su movimiento está a punto de


derrumbarse y van a estar muy ocupados recogiendo las piezas para escoltar
reclutas a una nueva sección.

—Pero…

—Ella nos dijo dónde encontrar a esa gente del SLAM. Y es lo que tengo
que hacer ahora mismo. Infiltrarme mientras están ocupados limpiando su propio
lio. Y descubrir exactamente qué le han dado a Bryce.

Tragué saliva.

—Bryce. Cierto—asentí y me levanté. —Vámonos.

Ella agarró de nuevo mi mano.

—Me gustaría que te fuera a Miami. Elena y Clayton está aquí ahora.

164
El Club de las Excomulgadas
Pueden cuidarme las espaldas.

Me puse rígida al oírlo. Al ser mi madre, quería lanzarme a la zona de


seguridad, incluso si eso significaba que ella pudiera ser llevada de vuelta a la otra
vida antes de que pudiéramos volver a vernos la una a la otra de nuevo. Y sin
embargo, por su expresión, tan cuidadosamente inexpresiva, supe que estaba
esperando que me negara. Que le diera una razón por la que debería quedarme.

Así que dije:

—Conozco a esta gente. Me tomaron cautiva. He conocido al líder y a todos


los jugadores clave. Me necesitas contigo.

Ella sacudió su cabeza.

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—Puedo manejarlo, nena. Estarías a salvo en Miami. Es lo que ellos
querrían. Paige, Lucas, Adam…

—Los llamaré desde el coche —dije. —No voy a pelearme con ellos para
conseguir quedarme, pero no me iré a menos que insistan.

Ella vaciló, luego asintió.

*****

Mientras caminábamos hacia el coche de alquiler, comprobé mi teléfono y


encontré un mensaje recibido de Adam. Sólo una línea: Me encantaría hablar.

Me quedé mirando ese mensaje. Tres palabras que podían significar sólo
“Hola, me aburro, ¡ponme al día!”. Salvo que cuando Adam quería decir eso, eso era
exactamente lo que escribía. Esto era diferente. Esto era… “MÁS personal” no es la
expresión correcta. Adam ha sido parte de mi vida desde que mi madre murió.
Lleva siendo mi amigo desde hace años. Le he contado cosas que nunca le he dicho
a nadie y creo que él ha hecho lo mismo conmigo. Siempre ha sido personal. Pero
esto… parecía diferente.

165
El Club de las Excomulgadas
Yo quería que fuera diferente. Eso es un hecho. Llevo esperando todos estos
años a que se convierta en algo diferente, pero nada había cambiado entre nosotros
hasta esta mañana.

¿De verdad que había sido esta misma mañana? Parecía como si hubiera
pasado una semana.

Pero esta mañana, Adam me había besado y no había sido un simple beso
en la mejilla. No había sido una especie de beso de “estoy feliz de ver que no has
fallecido bajo un montón de escombros”. Había sido uno de verdad, de esos que había
estado soñando desde que tenía doce años y él entró en mi celda para liberarme,
quemando la pared de la prisión para poner mi nombre en un corazón. También
quemó mi corazón para poner su nombre.

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Imagínate, ¿no? Cuando finalmente consigo besar al chico y antes de poder
descubrir si él realmente quiso hacerlo, me llevan lejos. Me arrojan a una cárcel.
Escapas de la cárcel. Escapas de una bestia infernal. Ves a tu madre resucitar de
entre los muertos. Escapas de niños poseídos por demonios. Aterrorizas a un
informante. Tomas unas copas con una prostituta. Te apresuras a infiltrarte en las
filas enemigas antes de que escapen de la ciudad. Es como si el universo estuviera
conspirando para mantenernos separados, aunque sólo habían pasado -comprobé
mi reloj- menos de diez horas.

Pensé en llamarlo a él en lugar de a Lucas. Pero esto era trabajo y Lucas


estaba al mando, por lo que pasarle un mensaje a través de Adam no sólo era
cobarde… era injusto pedirle que tomara una decisión acerca de mi seguridad.

Así que simplemente le envié un mensaje de respuesta: Llamaré tan pronto


como pueda.

Tan pronto como golpeé la tecla de enviar, me di cuenta de que no era


suficiente. Así que envié un segundo mensaje: No puedo esperar a verte.

Apreté el botón. Mis dedos temblaban, el corazón desbocado como si


acabara de enviar un mensaje con una declaración de amor eterno. Flexioné mis

166
El Club de las Excomulgadas
dedos y tragué saliva, mirando fijamente esa maldita pantalla, esperando el pitido
de un mensaje de respuesta, diciéndome mí misma que probablemente ni siquiera
lo vería hasta que tuviera un minuto libre y…

El teléfono pitó. El mensaje apareció: Ídem.

—¿Ídem?—susurré, una risa atrapada en mi garganta. —¿En serio? ¿Ídem?

Un segundo pitido. Una cara sonriente.

Murmuré para mis adentros, llamándolo algunos nombres aunque no podía


borrar la sonrisa de mi cara.

—¿Adam?

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Asentí con la cabeza mientras mis mejillas ardían. Mamá me sonrió, luego
nos condujo hacia el aparcamiento.

Llamé a Lucas. Aunque no estaba encantado con que me quedara, entendía


que esta operación tenía mejores posibilidades de éxito si uno de los infiltrados
conocía a las partes involucradas.

Procede con cautela, pero procede.

*****

Estábamos en otra cafetería, sentadas en la ventana mirando una pareja


acercarse. No iban caminando de la mano. Él no llevaba el brazo alrededor de su
cintura. Ninguna señal externa de que en realidad fueran una pareja, a menos que
miraras más de cerca y te percataras de sus manos rozándose mientras caminaban.

Mamá se inclinó sobre la mesa.

—Tengo que admitirlo, ya se ve bueno a Clayton Danvers desde el otro


lado, pero aún se ve mejor en persona —hizo una pausa—. No le digas a Elena que
yo dije eso —otra pausa—. Ni a tu padre.

167
El Club de las Excomulgadas
Sonreí.

—No hay nada malo con mirar escaparates si no miras para comprar. Elena
está acostumbrada. Clay es el que no quieres que se dé cuenta de que le estabas
echando un vistazo. No se lo toma muy bien. Pregúntale a Cassandra.

Mamá hizo una mueca.

—Vampiros.

Clay y Elena entraron. Ambos son rubios con ojos azules. Ambos llevaban
puestos vaqueros, zapatillas y camisetas, nada de menos de cinco años de
antigüedad. No importaba. Todavía parecía como si acabaran de salir de la página
desplegable de Vida al aire libre, recién duchados, atléticos y atractivos. Ambos

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estaban cerca de dejar la década de los cuarenta, pero había sido bendecidos con el
lento envejecer y rápido metabolismo del hombre lobo.

Me levanté y saludé con la mano. Clay se percató primero. Puso mirada de


indiferencia. Cuando sonreí y le seguí haciendo señas, frunció el ceño y miró hacia
otro lado, así que tuve un momento de consternación antes de recordar que todavía
estábamos disfrazadas.

Al otro lado de la mesa, mamá se rió entre dientes.

—Tienes toda la razón. Hay un hombre que no aprecia llamar la atención,


ni siquiera tratándose de chicas guapas.

Elena miró hacia nosotras y, después de sólo un minuto de pausa, sonrió y le


susurró a Clay. Su ceño se desvaneció. Me cambié de sitio, poniéndome al lado de
mamá y los dejé tomar asiento en el reservado frente a nosotras.

—Buenos disfraces—dijo Elena.

—Gracias —dije—. Y, como extra, conseguí ver cómo actúa Clay con el
resto de la población. ¿Ese ceño? No es muy atractivo.

168
El Club de las Excomulgadas
Elena se echó a reír.

—Creo que ese es el punto.

Clay resopló y tomó el biscotti12 de mi plato.

—Oye —dije—. ¿Podemos volver a ser groseros y despectivos? Así al menos


consigo comer algo.

Se interrumpió a la mitad. Extendí la mano. Él se lo entregó a Elena.

—Iré a por más —dijo mamá, haciéndome señas para que le dejara salir—.
¿Café para vosotros, chicos?

—Sí, pero deja que vaya Savannah —dijo Elena. —Ella sabe lo que nos

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gusta.

Elena me tendió un billete de veinte, pero es que era la medida de su


―pedido‖. No me sentí ofendida. Estoy contenta de que me trate como parte de la
Manada. Mientras crecía había pasado los veranos en Stonehaven con la Manada y
entendía la mentalidad. Los niños son mimados y consentidos, lo cual es
maravillosamente seguro y acogedor hasta que llegas a la edad en que te opones a
ser mimado. Ahí es cuando comienza la transición a miembro adulto de la
Manada, lo que significa -dado que es una estructura jerárquica- que comienzas
desde abajo. Como Alfa electo, Elena podía ordenarle a cualquiera excepto a
Jeremy que le trajese su café.

Mientras iba hacia el mostrador, oí a Elena presentándose a sí misma y a


Clay y me di una colleja mental a mi misma por olvidar que nunca habían
conocido a mi madre. Mamá debía haberles dicho hola a través de Jaime antes de
hoy, pero no era lo mismo.

Cuando regresé la cara de Elena estaba seria, su mirada preocupada. Incluso


Clay -sentado hacia atrás, ocupando la posición de beta- parecía preocupado. La

12
Los cantuccini, también llamados cantucci o biscotti di Prato, son uno de los dulces más apreciados de
la gastronomía toscana, típicos de Prato.

169
El Club de las Excomulgadas
voz de mamá contenía una extraña nota de incertidumbre.

—¿Qué pasa? —dije.

Levantaron la vista de golpe, como si les hubiera sobresaltado. Dejé sobre la


mesa el café y los biscotti.

—Parecía una intensa conversación —miré a Elena—. No me has mandado


alejarme por el café, ¿verdad?

Ella encontró mi mirada.

—No. Quería saber la opinión de tu madre acerca de esta misión.

—A Elena no le gusta —dijo Clay—. Estoy de acuerdo. Este psicópata de

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Rais te quiere para su colección, Savannah. Ya te has escapado de él una vez. ¿Y
ahora vas a volver?

—¿Así que crees que Giles es realmente de Rais?

—¿Importa? Incluso si no es el tipo que masacró niños hace cientos de años,


sigue siendo el tipo que actualmente ha estado masacrando sobrenaturales…

Elena le interrumpió.

—He expuesto mis preocupaciones a Benicio y a Lucas, y me han asegurado


que el riesgo es mínimo. Confían en que tu hechizo de glamour aguantará y, si algo
sale mal, nosotros estaremos listos para intervenir. También tendrás a Eve allí, con
su espada. Sigo sin estar encantada con la idea, pero tu madre me ha explicado por
qué tienes que estar ahí.

Dio un sorbo a su café, luego bajó la taza.

—Pero voy a pedirte que no alargues esta misión. Encontraremos el edificio.


Os infiltrareis. Conseguís algunos detalles. Y entonces os vais de allí, pronto.

—Así lo haremos —dije.

170
El Club de las Excomulgadas
*****

Teníamos sólo el nombre de la calle del punto de reunión, lo que hubiera


sido mucho más útil si se tratara de una calle corta. Nos separamos, y
comenzamos desde los extremos opuestos, buscando un frente de oficina que
gritara “interior de una célula activista”. Ninguna lo hizo. Era sólo una aburrida calle
de aburridos edificios de poca altura de oficinas.

Mientras caminábamos, mamá usaba sus poderes Aspicio tan discretamente


como era posible para mirar en los edificios, pero no vio nada. Y entonces una
camioneta giró entrando en un callejón a una manzana de distancia. Una sencialla
furgoneta blanca. Como la que el SLAM había utilizado para transportarme desde
su sala de reuniones.

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Se lo dije a mi madre mientras la empujaba a avanzar por la acera. Echamos
a correr. Cuando llegamos al callejón oímos la voz de un hombre y una mujer y el
pelo en mi nuca se erizó antes siquiera de que conscientemente los reconociera.

—Severin y Sierra—murmuré.

Los gemelos eran los ejecutores de Giles. La primera vez que me había
encontrado con su trabajo fue en la casa de un sobrenatural llamado Walter Alston.
Giles había querido que Alston convocara a Lucifer. Él no podía. Severin y Sierra
se habían asegurado de que estuviera realmente seguro de no poder torturándolo
hasta la muerte. El fuego es un poder increíble pero, para pura maldad, no hay
nada como un demonio de hielo.

—¿Así que estos son los dos que están trabajando con Balaam? —Dijo
mamá—. La funda de arco brillaba azul, la luz filtrándose hacia fuera.

Ella parecía completamente calmada, pero esa espada era mejor que
cualquier anillo de humor13.

13
Un anillo del humor está hecho de elementos termocromáticos, como el cristal líquido. Cambia de color
según la temperatura corporal de la persona y se considera un indicador del estado emocional.

171
El Club de las Excomulgadas
—Sí —dije—. Si somos capaces de hacernos con ellos, yo digo que se joda lo
de infiltrarnos.

—De acuerdo.

Hice un gesto hacia el estrecho callejón hacia donde habían conducido la


camioneta. Nos acercamos. Entonces, desde el fondo del callejón llegó un grito de
dolor. Una maldición. Sierra gruñendo:

—¡Atrápala!

Una mujer joven salió corriendo descalza, con una cuerda colgando de una
de sus muñecas. Viró en nuestra dirección, casi chocando con nosotras. Se detuvo.
Nuestros ojos se encontraron. Tenía el rímel corrido por las mejillas. Una estaba

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estropeada por una línea blanca, donde la piel había sido congelada.

Cuando sonaron pasos corriendo detrás de ella, supe lo que debía hacer.
Agarrar a la chica. Ella no iba a escapar de los gemelos, que estaban demasiado
cerca. Detenerla, entregarla y ganarme una presentación. Pero pensé en lo que
había quedado de Walter Alston, con los ojos sacados de sus órbitas, sus dedos y
dientes alineados sobre el escritorio. Me quedé parada.

Mamá tiró a la joven haciéndole desequilibrándola cuando llegaba corriendo


alguien y doblando la esquina. Era un chico anodino, unos años mayor que yo.
Severin. Se detuvo de golpe al ver a mamá sosteniendo a su objetivo.

—¿Esto es tuyo? —dijo mamá.

Nunca había visto nada perturbar a Severin. El tío parecía tener auténtica
agua helada en sus venas, pero cuando vio a mamá sosteniendo a la chica,
parpadeó. Luego se quedó mirando.

Su glamour desapareció, pensé. Oh, mierda. Si el mío, también...

Sierra dobló la esquina. Miró directamente hacia mí y mi estómago se tensó,


estando preparada para lanzar un hechizo. El enfado se traslucía en su rostro, luego

172
El Club de las Excomulgadas
se volvió hacia mamá.

—Eso es nuestro, rubita—dijo ella.

Exhalé aliviada.

—Lo sé —dijo mamá—. La estaba conteniendo para ti—miró a Severin—.


¿Dónde la quieres?

—Vinimos a ver a Giles —dije—. Tenemos información para él.

—Nadie ve a Giles —dijo Sierra.

—Sáltate esa parte —dijo mamá, su mirada aún sobre Severin—. ¿Dónde
quieres a tu cautiva? Preferiblemente antes de que ella tenga el sentido común de

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ponerse a gritar y atraiga a una multitud.

Los ojos de la muchacha se abrieron como platos. Antes de que pudiera


emitir el más mínimo sonido, mamá le tapó la boca con la otra mano. Severin
sonrió. Sierra frunció el ceño.

—Llévala hacia allí —dijo Sierra, apuntando hacia la camioneta—con los


demás.

Según íbamos avanzando por el callejón, vimos a dos tipos ayudando a otros
cautivos a salir de la camioneta. Un tercer hombre se dirigió en nuestra dirección.
Eché un vistazo a mamá. De vuelta al plan A.

—Así que habéis venido a ver a Giles —dijo Severin mientras seguía a
mamá.

El tercer tipo retrocedió hasta la puerta y ayudó a los otros dos a meter a los
cautivos en el edificio. Mientras caminábamos, Severin no hizo ningún esfuerzo
por ayudar a mamá con su carga, sólo siguió detrás de ella, pareciendo disfrutar al
verla manejar a la mujer joven retorciéndose con tanta naturalidad como si
estuviera llevando una bolsa de basura. Mientras caminaban, su mirada cayó a su

173
El Club de las Excomulgadas
culo.

Los ojos de Sierra se estrecharon y envió puñales de hielo hacia la espalda de


mamá. Ya había tenido la sospecha de que la relación con su hermano rompía el
tabú más antiguo y esa mirada prácticamente lo confirmaba.

Me aclaré la garganta.

—Correcto. Nosotras…

—¿Cuál es tu nombre?—Severin le preguntó a mamá.

—Sami —dijo mamá—. Y mi amiga aquí presente es Bri. Somos estudiantes


en Delgado. Algunos amigos de la UCLA nos hablaron de vosotros. Cuando nos
enteramos de cierta información que puede resultaros útil, decidimos que era hora

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de conocer a Giles.

—Si tenéis información, nos la diréis a nosotros—dijo Sierra. —Nadie habla


con…

—¿Cuál es tu poder?—interrumpió Severin, todavía dirigiéndose a mamá. —


Medio demonio, supongo. ¿Fuego? ¿Hielo?

—Visión.

Él se echó a reír.

—Apropiado.

—Soy un Aspicio.

Ahora fue Sierra quien rió.

—¿Una hija de Balaam? Mentira.

Me tensé y miré a mamá.

174
El Club de las Excomulgadas
Mamá me arrojó a la joven.

—Sujétamela.

Se acercó a la furgoneta, miró a través de la parte metálica y describió lo que


vio. Luego se dirigió hacia la puerta por donde los demás se habían ido. Hizo a un
lado al tipo de la puerta, miró a través del acero y describió lo que vio.

Entonces se giró hacia Severin y Sierra y esperó.

—Hostias—dijo Severin.

—No es posible —dijo Sierra—. Hay exactamente tres Aspicios vivos y


sabemos donde están todos.

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—¿Lo sabéis? —Dijo mamá—. Parece que el Señor Balaam no hace un
seguimiento de sus conquistas tan cuidadoso como debiera.

Con esto incluso Sierra dejó de fruncir el ceño. Estoy segura de que estaba
pensando en lo encantado que estaría Balaam si ella se presentaba con este regalo.
Una niña perdida hace mucho tiempo. Lista para unirse a la lucha cuando su nieta
estaba siendo una perra y le ignoraba.

Sierra hizo señas al hombre en la puerta para que me quitara de encima a la


chica. Él lo hizo, luego llamó por radio dentro para que alguien viniera a por ella.

—Y ¿cuál es esta información que tenéis que contarle a Giles? —preguntó


Sierra.

—¿Conocéis a Toby White? —preguntó mamá.

Sus expresiones decían que lo conocían.

—¿Shawn Roberts? —dijo ella.

La misma reacción.

175
El Club de las Excomulgadas
—¿Qué pasa con ellos? —dijo Severin.

—No estoy segura de si habéis estado escuchando las noticias, pero hubo un
problema en una comisaría justo a las afueras de la ciudad. Un problema que
acarrea un mogollón de cadáveres. Uno de ellos era Shawn Roberts.

—¿Y White?—preguntó Sierra.

—Un asunto diferente aunque conectado.

Severin juró por lo bajo.

—Las llevaremos dentro —dijo Sierra—. Si Giles está ahí, puede que hable
con vosotras. Tal vez no. En cualquier caso, recordad que es un hombre muy
ocupado.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Catorce
Mientras nos conducían por una puerta lateral le envié disimuladamente a
Elena un mensaje de texto para que supiera dónde estábamos. Mamá estaba muy
ocupada explicando lo de la funda del arco; ella la había dejado en el suelo para
ocuparse de la chica y ahora Severin y Sierra la habían visto. Mamá dijo que era
exactamente lo que parecía: un arco. Que íbamos de camino a su clase de tiro con
arco cuando habíamos decidido pasarnos por la casa de reunión y echar un vistazo,
y que precisamente sucedió que entonces atrapamos a la fugitiva y conseguimos
una presentación ¿Era una buena excusa? No. Pero si estuviéramos tratando de
meter armas de contrabando, meteríamos algo un poco menos llamativo -y un poco
más mortal- que un arco.

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Cuando entramos, miré a mí alrededor. La última vez que estuve en una
casa de reunión del SLAM lo que más me impresionó fue cuán serena era. Igual
que imaginaría de un culto o una comuna.

Lanza una bomba en la mezcla y esa serenidad sale volando y estalla el


infierno.

La gente se lanzaba de una puerta a otra. Oí voces subiendo el tono con


irritación, ira y ansiedad. En alguna parte alguien gritaba que no le importaba una
mierda si no era posible despejar en dos horas…que lo hiciera posible.

Cuando Sierra y Severin llegaron, la gente se desaceleró y bajó la voz,


claramente tratando de pasar desapercibida ante ellos. Tan pronto como los
pasábamos, el caos se elevaba tras su paso. Finalmente alcanzamos una puerta
silenciosa en el pasillo. Sierra llamó. Una mujer la abrió una rendija desde dentro.
Era de mi edad y tan gris que hacía que los gemelos parecieran supermodelos.
Verónica Tucker, más conocida como Roni.

Roni había sido la primera introducción al SLAM, cuando yo estaba


resolviendo los asesinatos que Leah había cometido. Ella era un cazador de brujas

177
El Club de las Excomulgadas
que justo ―sucedió‖ que estaba en la ciudad al mismo tiempo. No había semejantes
coincidencias, por supuesto. Estaba cazándome y luego fingió que había sido un
montaje, para así atraerme y entregarme a Giles.

—No va a recibir a nadie —susurró Roni—.Tendréis que…

Severin estampó la palma de su mano en la puerta, enviándola


tambaleándose hacia atrás. Sierra empujó atravesándola e hizo a un lado a Roni
mientras ella chillaba.

La sala era pequeña y estaba vacía. Sierra se dirigió hacia una segunda
puerta. Llamó, esperó a un “¿Sí?” y bloqueó la apertura para que no pudiera ver el
interior.

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—Hay un par de chicas nuevas aquí. Ellas…

—¿Reclutas?—dijo una mujer. —Con este lío y ¿tú nos traes reclutas?

—No —dijo Sierra, su voz fría—. Traigo información. Información


potencialmente importante. ¿Giles? Las chicas dicen que los problemas en la
comisaría de policía tienen algo que ver con Shawn Roberts y Toby White.
¿Quieres hablar con ellas?

—Sí, sí —la voz de Giles—. Por supuesto.

Él murmuró algo, presumiblemente a quien fuera que estuviera en el cuarto.


Un momento más tarde, tres personas salieron. Reconocí a dos de ellos de cuando
estuve cautiva. El tercero, un hombre apuesto de unos cincuenta años, era un
desconocido. Él se detuvo y nos echó un buen vistazo.

—Queridas —dijo, extendiendo una mano—. Quiero ser el primero en daros


la bienvenida a la causa —se volvió hacia la puerta—. ¿Giles? Si necesitas que
alguien les muestre a estas encantadoras señoritas los alrededores...

—Tengo mejores usos para tu tiempo, Gord —dijo Giles secamente, aún
desde el cuarto de al lado—. Te veré tan pronto haya acabado aquí.

178
El Club de las Excomulgadas
Ellos se fueron. Severin sostuvo la puerta y le hizo señas a mamá para que
entrara. La seguí. La puerta se cerró detrás de nosotras, Severin y Sierra se
quedaron en el pasillo.

Al principio no vi a Giles. Luego lo divisé ante una mesa, los papeles


esparcidos delante de él. Se levantó y se acercó a nosotras, la mano extendida y una
sonrisa de bienvenida en sus labios.

Giles Reyes. O, si las historias eran ciertas, Gilles de Rais, un noble francés
que había marchado a caballo con Juana de Arco. Sin embargo, no fue ese servicio
militar el que puso a de Rais en los libros de historia. Fue juzgado y condenado por
la muerte de al menos cuarenta niños. Conocía las historias de lo que les hizo a
esos niños. No las repetiría. Basta decir que ahora, al verlo por vez primera desde
que había oído las historias, el primer pensamiento en llegó a mi mente era que

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podría matarlo. Si lograba tocarlo sin vomitar. Y eso si acaso podía matarlo. Él
afirmaba ser inmortal y nosotros teníamos a Cassandra DuCharme como testigo
presencial hace setenta años para apoyar semejante declaración.

Lo único que pude hacer fue tratar de verlo como el hombre que recordaba:
Giles, líder del SLAM y nada más. Sólo un tipo bien vestido, de unos treinta años,
con barba, pelo y ojos negros.

—¿Está liquidándolo todo? —dijo mamá. —No puedo decir que lo culpe.
Me enteré de lo del laboratorio.

Sus ojos se ensombrecieron y el enfado crispó las comisuras de su boca.

—Bueno, cuanto menos estamos haciendo algunos cambios. ¿Afirmáis tener


información para mí?

Su mirada regresó a sus papeles, como si ya hubiera decidido que nada de lo


que pudiéramos decirle sería digno de su atención.

Respondí antes de que mamá pudiera. Había pasado suficiente tiempo con
Giles para entender un poco al hombre. Él podría actuar como el líder amigable e

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El Club de las Excomulgadas
imperturbable, pero pincharle, como mamá hizo, era igual que sacudir a una cobra
en reposo.

—La tenemos, señor. Lamento que hayamos llegado en tan mal momento,
pero creemos que esto es importante. ¿Conoce a Toby White y Shawn Roberts?

—Yo he…trabajado con el señor White. Mis fuentes sugieren que el señor
Roberts es un sobrenatural que no cree en mi causa. ¿Sospecho que estáis aquí para
confirmarlo?

—Roberts era parte de un grupo que interceptó su arreglo con Jackie


Medina. Planeaban enseñar a los sobrenaturales que exponerse a sí mismos es una
idea, muy, muy mala.

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Ahora tenía toda su atención. Hizo un gesto para que nos sentáramos. Le
conté un poco más sobre el movimiento anti-revelación. Ningún otro nombre o
detalle…no me importaba si eran idiotas, pero no iba echarles encima a este
psicópata.

—¿Sierra mencionó algo acerca de un puesto de policía? —dijo cuando


terminé—. Me temo que no he oído nada acerca de este incidente. ¿Qué me podéis
contar?

Le reiteré casi exactamente lo que Lucas había dicho que salía en las
noticias. Luego dije:

—Uno de los cuerpos encontrados era Shawn Roberts. No ha sido


identificado todavía, pero estaba allí. Y también Jackie Medina.

—¿Fue esa comisaría? —se puso de pie—. ¡Sierra!

Ella abrió la puerta.

—¿Por qué no me dijeron que el puesto de policía de Jacquelyn Medina salía


en las noticias?

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El Club de las Excomulgadas
—¿Jacquelyn…? ¿La oficial Medina? No sabíamos que era el de ella, señor.
No es una excusa, lo sé. Pondremos a alguien a investigar de inmediato.

—Sí, lo harás.

Ella cerró la puerta.

Giles se volvió hacia nosotras.

—¿Qué más me podéis decir?

—También creímos que debería saber lo de Toby White. Se lo ha llevado


una Camarilla.

La boca de Giles se cerró en una línea firme, como si estuviera esforzándose

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por evitar desahogar su frustración en nosotras. Primero los miembros del Consejo
interracial hacían volar su laboratorio. Luego el movimiento anti-revelación le
arrebata el control de un puesto de policía. Y ahora las Camarillas estaban en la
ciudad llevándose sobrenaturales. Tenía que sentir que le estaban dando desde
todos los lados. Yo sabía cómo se sentía.

—¿Qué Camarilla es la responsable?—preguntó.

—Sólo escuché que se lo llevaron antes de que el incidente del puesto de


policía siquiera llegara a las noticias, lo que significa que una de las Camarillas lo
averiguó y quizá es la culpable de asegurarse de que esto no haya sido una noticia
aún más grande.

—¡Sierra! —llamó otra vez, gritando ahora.

Ella abrió la puerta.

—¿Señor?

—Estas jóvenes han sido de gran ayuda. Por favor, haz que Severin las
escolte hasta Odele. Se unirán a un equipo en Atlanta. — Abruptamente murmuró

181
El Club de las Excomulgadas
su agradecimiento hacia nosotras, un deber que sus modales no le permitían eludir.
Luego se levantó, diciéndole a Sierra:

—Haz que Gordon y a los otros regresen aquí inmediatamente y trae todo lo
que tenemos sobre el asunto de ese puesto de policía.

Nosotras fuimos despedidas.

*****

Severin nos condujo al interior del edificio hacia un salón pequeño donde
dijo que Odele se reuniría con nosotras. Parecía dispuesto a pasar el rato con
nosotras allí, preguntando a mamá qué estaba estudiando en la facultad, qué le
gustaba de Nueva Orleans. Por un minuto, casi pude olvidar que no era un chico

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normal y corriente… hasta que Sierra llegó y se lo llevó a rastras para ―disciplinar‖
la furgoneta cargada de cautivos que ellos habían traído.

Realmente esperaba que simplemente nos dejaran allí, sin vigilancia y solas.
Lo hicieron, pero no antes de que Sierra nos advirtiera que la puerta estaba a punto
de ser cerrada y que no se podía abrir con un hechizo de energía. Si lo intentaba,
nos encontraríamos dentro para un poco de disciplina.

Una joven pareja pasaba por el pasillo mientras Sierra se llevaba lejos a su
hermano. Sosteniendo la puerta, Severin los llamó.

Ninguno de ellos era mucho mayor que yo. El tipo tenía cabello claro, cara
ancha y sonriente; la chica era pequeña, de cabello oscuro y un notable bombo de
embarazada. Iban cogidos de la mano y los dedos entrelazados.

—Estáis en el equipo de Odele, ¿no?—dijo él.

—Sí, claro —dijo el chico—. Estamos a la espera para ser enviados fuera.
¿Algo que podamos hacer por ti?

—En realidad, sí. Tenemos un par de reclutas que se unirán a vosotros.


Quedaos con ellas hasta llegue Odele.

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El Club de las Excomulgadas
—Hecho —dijo el hombre.

—He oído que atraparon a los traidores —dijo la chica cuando se unió a
nosotros—. Buen trabajo. No puedo creer que se volvieran contra nosotros de esa
forma. Dos de ellos eran miembros de nuestro equipo. Nunca sospeché nada.

—Nadie lo hace nunca —dijo Sierra—. Por eso tenemos que estar atentos.

La joven pareja asintió. Severin y Sierra se fueron, cerrando la puerta detrás


de ellos. El chico nos dijo que se llamaba Jake; su novia embarazada era Lori.
Mamá y yo nos presentamos, después nos acomodamos todos en las sillas para
esperar.

—¿Dijiste algo acerca de traidores? —dijo mamá después de unos minutos

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de silencio—. ¿Eran los que vimos que Severin y Sierra traían?

—Ajá —dijo Lori—. Eran miembros del movimiento. O al menos eso


creíamos. Entonces después de que explotara el laboratorio, trataron de salir
pitando. No nos llevó mucho tiempo averiguar por qué. Ellos pusieron la bomba.
Al parecer, eran de la Camarilla.

¿Así que el SLAM estaba culpando a sus propios miembros por la bomba?
Técnicamente era cierto…uno de los suyos la había activado, pero sólo estaba
siguiendo el protocolo para evitar ser descubiertos y había muerto. ¿De verdad
Giles iba a culpar a miembros inocentes para evitar que su grupo supiera lo que
realmente pasó? ¿O no eran tan inocentes? ¿La explosión les había hecho
replantearse su compromiso y tratar de romper con el grupo?

—Este lugar está muy concurrido —dijo mamá—. ¿Los trajeron a todos a
causa de la bomba?

—Oh, no —dijo Jake—. Ya estábamos aquí, entrenando y preparándonos


para desplegarnos. Esa bomba sólo significa que hemos adelantado la
programación. La misión comienza esta noche. Lori y yo fuimos dos de los
primeros en unirse y, seré sincero, hubo momentos en los que no estábamos seguros

183
El Club de las Excomulgadas
de que iba a suceder. Pero Giles lo ha hecho. Ha perfeccionado el suero y está a
punto de marcar el inicio de una nueva para los sobrenaturales —Jake palmeó el
estómago de Lori—. Además justo a tiempo.

Lori se ruborizó.

—Cuando llegue nuestro bebé, las cosas serán diferentes. Por eso nos
unimos. Para dar a nuestro hijo una mejor vida. Una en la que no tendrá que
ocultar sus poderes.

Miré hacia ellos, sus jóvenes rostros brillando, y no vi chicos a los que les
habían lavado el cerebro. Vi a dos jóvenes sobrenaturales, normales y enamorados,
a punto de tener un bebé y haciendo sinceramente lo que creían que era correcto
para su hijo. Si yo les dijera que escaparan, pensarían que era yo la ilusa.

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—¿Dijiste que el suero ya está perfeccionado? —dijo mamá—. Es el suero de
la inmortalidad, ¿no?

—Correcto —dijo Jake.

Lori se inclinó hacia delante.

—¿Puedes creerlo? ¿Inmortalidad? —Se rió en voz baja—. Al principio


cuando Giles nos dijo cuántos años tiene, no le creímos. Supusimos que era un
truco de reclutamiento. Pero luego, cuando vimos lo mucho que estaba trabajando
con el suero, empezamos a darnos cuenta de que hablaba en serio.

—Pero él descubrió la cura para la mortalidad siglos atrás, ¿no? —dije—. Si


se hizo inmortal a sí mismo….

—Pero no era algo que pudiera duplicar. No a gran escala en cualquier caso.

Es lo que habíamos imaginado. Me apostaría algo a que su propia


inmortalidad tenía algo que ver con los niños que había asesinado en el siglo XV.
No era algo fácil de repetir, pero él debía haber tenido algunas ideas de cómo
podría ser hecho de otra manera y había estado intentándolo durante siglos.

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El Club de las Excomulgadas
Cuando Casandra lo conoció durante la Segunda Guerra Mundial, parecía estar
experimentando con algún tipo de híbrido entre zombie y vampiro.

—Y el plan —dijo mamá—. Contadnos de que va.

—Creo que eso es todo lo que nuestras nuevas reclutas necesitan saber de
momento —dijo una voz desde la puerta. Una mujer alta y de piel morena entró.
Jake y Lori se levantaron. Nosotras seguimos su ejemplo.

—Hola, Odele —dijo Lori, su sonrisa vacilante—.Severin nos dijo que Bri y
Sami se unían a nosotros en Atlanta, así que pensé que estaba bien explicar…

—Así es —Odele puso una mano sobre el hombro de la joven—. Pero creo
que podemos reservar el resto para el viaje. Va a ser un largo viaje conduciendo

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


hasta Atlanta y tenemos que irnos ya —se puso más cerca de Lori y bajó la voz—.
¿Seguro que serás capaz, cariño?

Lori asintió.

—Quiero formar parte.

—Su trabajo la mantiene al margen, lo que significa que también estoy de


acuerdo con esto —dijo Jake, poniendo su brazo alrededor de la cintura de ella.

Odele se volvió hacia nosotras.

—Está bien, chicas. Sé que estamos yendo muy rápido aquí, pero vamos a
tener que abstenernos del parloteo hasta que estemos en el coche —se giró hacia
mamá—. Sami, ¿verdad? —Luego hacia mí—¿Bri?

Ambas asentimos.

Odele nos dio unas palmaditas en la espalda, una con cada mano y nos
impulsó hacia la puerta.

—Bienvenidas al equipo, chicas. Estamos a punto de hacer historia.

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El Club de las Excomulgadas

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Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Quince
En el camino de salida, Odele nos explicó el primer paso del plan: conseguir
llegar a la furgoneta que nos llevaría a Atlanta.

Por desgracia, no era tan simple como salir andando por la puerta y subirse
dentro.

—Por un lado, como os habréis percatado, estamos un poco cortos de


espacio para aparcamiento0000000 aquí —explicó—. Tenemos coches en un
aparcamiento público a una manzana, pero ¿estas furgonetas? Digamos que no es
algo que queramos dejar en un aparcamiento público.

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—Están moviendo los puestos de mando para la primera oleada de misiones
—dijo Jake—. Todo nuestro equipo y el de comunicaciones, todo lo que
necesitaremos en Atlanta.

—¿Incluyendo el suero? —dije.

Odele sacudió su cabeza.

—Es demasiado valioso. Será entregado separadamente, por el propio Giles.

—¿Y dónde está la furgoneta? —preguntó mamá.

—En un almacén, aquí en Nueva Orleáns.

Mamá me miró. No era lo bastante preciso. Lo único que podía hacer era
tratar de enviar un rápido mensaje para ponerles al tanto y confiar en que Elena y
Clay nos pudieran seguir.

*****

Los cinco nos apretujamos dentro de un coche de tamaño medio. Yo iba en


la parte de atrás con mamá y Jake. Había esperado tener la oportunidad de enviar

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El Club de las Excomulgadas
un mensaje con algunos detalles a Elena y Lucas, pero Jake galantemente se ofreció
a ocupar el sitio del medio y nada de lo que pudimos decir le hizo moverse. Enviar
mensajes de texto quedaba descartado. En su lugar, pasamos el viaje volviendo a
contarle nuestra historia a Odele. A su vez, ella nos contó sus antecedentes -una
maestra de instituto en Atlanta- y su tipo de sobrenatural. Era una Tempestras, un
demonio tormenta, como el padrastro de Adam. Jake y Lori eran chamanes. Así
que, en una pelea Odele sería la que habría que vigilar.

Confiaba en conseguir más detalles sobre la misión. De hecho, mamá y yo


no teníamos ninguna intención de ir a Atlanta, pero estábamos tan cerca de
conocer sus planes que no podíamos echarnos para atrás hasta que lo hiciéramos.
Pero llegamos al almacén sin saber más.

Había esperado llegar hasta las afueras de la ciudad. En su lugar,

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terminamos justo al norte del Barrio Francés, en el distrito Bywater junto a las vías
del tren de Press Street. Había almacenes, unos muy viejos que se remontaban por
lo menos a un siglo o dos, probablemente de cuando el muelle había estado más
concurrido. Muchos habían sido remodelados, sustituidos por lofts y galerías de
moda. Pero aún había secciones de los viejos almacenes. Y allí es donde nos
dirigimos, tomando un camino estrecho hacia un conjunto de almacenes que se
veían como si pudieran haber sido programados para la demolición antes del
Katrina. Ahora, ya que se habían librado, fueron dejados en pie hasta que la ciudad
pudiera soportar más lofts y galerías.

Ya había otro coche allí. La otra mitad del equipo. Cuando nos detuvimos,
Odele señaló hacia las tres personas esperando al lado. Will, un chico de pelo negro
con una chaqueta de cuero, era un medio demonio Adtendo, lo que significaba que
tenía el poder de la audición realzada. Andi, una mujer robusta de unos treinta
años, era nigromante. Peter, tal vez unos pocos años mayor que yo aunque ya
calvo, era un mago. La única con auténticos poderes ofensivos seguía siendo Odele.
Caer en la cuenta me ayudó a relajarme un poco.

Aparcamos y salimos.

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El Club de las Excomulgadas
—¿Nuevas reclutas? —dijo Will, adelantándose a grandes pasos—. ¿Qué
demonios hace Giles mandándonos nuevas reclutas ahora?

—Necesitábamos reemplazar a Lance y a Marg —dijo Odele.

Algunos del grupo se removieron inquietos ante los nombres. Supuse que
eran las dos que supuestamente habían resultado ser de la Camarilla.

—Entonces se reemplazan —dijo Will—con miembros aprobados del grupo.

—Sami es un Aspicio. Giles considera que será una valiosa adición para el
equipo.

—Su supervisión más tu súper oído —dijo Jake con una sonrisa—. Tengo
que admitirlo, es una combinación genial. Y Bri es una bruja. Eso añade algo que

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


tampoco teníamos —Pasó el brazo rodeando a Lori y se giró hacia el almacén—. Y
allá vamos, gente. El primer gran paso. ¿Quién está preparado? Yo sé que lo estoy.

Fue un buen intento, pero no logró disuadir a Will. Él exigió saber más
sobre quiénes éramos, de dónde veníamos y qué le hizo pensar a alguien, con dos
dedos de frente, que podíamos ser de confianza. Todas ellas preguntas
perfectamente válidas, ya que nadie había indagado muy profundamente en
nuestras historias de tapadera. Giles ni siquiera nos había preguntado de dónde
habíamos sacado nuestros datos. Will tenía razón al estar preocupado. Pero una
mirada a los rostros de los otros me dejó ver que a nadie más le importaba. Giles
dijo que estábamos dentro, así que estábamos dentro. Cuando Will continuó
presionando en busca de más detalles, Odele lo silenció. Esta misión era de ella.
Giles nos puso en el equipo. Era todo lo que él necesitaba saber.

Comenzamos a ir hacia el almacén.

—Tengo las llaves, así que conduzco, ¿no? —dijo Jake—. ¿Y Lori viene de
copiloto?

—Por supuesto —dijo Odele—. Será mucho más cómodo para ella, estoy

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El Club de las Excomulgadas
segura.

—Oh, no lo pregunta por eso —dijo Lori, sonriendo en dirección a Jake—.


Él necesita su navegador o terminaremos en el Golfo. El tío no tiene ni el más
mínimo sentido de la orientación.

Mamá se rió.

—Conozco a alguien así.

Lori miro atrás hacia ella.

—¿Ha ido alguna vez por helado a la tienda de la esquina y regresado dos
horas después con un revoltijo derretido en una bolsa?

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—Oye, que no estaba perdido —dijo Jake—. Sabía que la tienda de la
esquina no tenía tu favorito…

Sentí un chorro de algo en mi cara. Entonces Andi gritó y algo golpeó la


parte trasera de mis piernas. Caí de bruces. Mientras caía traté de girarme, pero
mamá aterrizó junto a mí, su mano golpeando la parte posterior de mi cabeza
mientras gritaba:

—¡Abajo!

Peter había caído justo delante de mí. Miré hacia él y por un segundo mi
cerebro no registró lo que estaba viendo. Había algo cubriendo su rostro.

No, nada cubría su rostro. Él no tenía rostro.

Me toqué la mejilla y luego separé mi dedo. Sangre. Había sido rociada con
sangre. ¿Qué clase de hechizo podría…?

Lori cayó de rodillas, gritando y agarrándose el hombro. La sangre brotaba


entre sus dedos. Jake se dejó caer a su lado.

—¡Ponte…! —comenzó mamá.

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El Club de las Excomulgadas
Lori dio una sacudida hacia adelante con las manos extendidas. Algo rojo
floreció en su pecho.

No era un hechizo. Era un arma. Miré a mi alrededor, pero no vi nada, sólo


nosotros, los coches y algunos edificios al menos a cincuenta metros…

—Francotirador —susurró mamá—. Quédate abajo, nena. Por favor,


quédate abajo. Lancé un hechizo de cobertura.

—Tenemos que conseguir entrar —dije—. Podemos avanzar lentamente


hacia el almacén.

—Está bien. Mantente boca abajo. Lanzaré hechizos de desenfoque a


medida que avancemos.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Empezamos a retroceder. Jake estaba arrastrando a Lori, gritando para que
alguien buscara ayuda, que llamara al 911, cualquier cosa. La mano de mamá
apretó mi brazo.

—No puedes ayudarlos —dijo.

Miré a mí alrededor. Andi estaba allí de pie, pareciendo aturdida, incluso


cuando otra bala pasó silbando junto a ella. Sólo Will yacía sobre su estómago, a
pocos metros de distancia, parcialmente oculto por un bidón de aceite oxidado.

—Tenemos que decirles que entren —susurré.

—No, ellos van a atraer los disparos.

Podía fingir que ella quería decir que si yo trataba de ayudar, ellos podrían
atraer los disparos hacia nosotras. Ella no quería decir eso. Era como volver a la
cárcel, cuando Jaime y yo dejamos a la bruja –Keiran- irse, a sabiendas de que ella
nos despejaría el camino.

—¡Entrad! —grité—. Es un francotirador. Tenéis que entrar al almacén.

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El Club de las Excomulgadas
—¡No! —Will gritó—. A los coches. Meteos en los coches. Estaremos
atrapados en el almacén.

—Un francotirador puede veros en los coches. Tenéis que…

—¡Los coches! —interrumpió él—. Todo el mundo a los coches —Sus gritos
taparon los míos y, como era de esperar, Odele y Andi se dirigieron a los
automóviles con Odele a la cabeza. Entonces una bala la derribó. Andi se congeló y
miró a ambos lados. Dio un paso vacilante hacia el almacén.

—¡No! —Will gritó—Andi, ¡corre a los coches!

Maldita sea, él iba a conseguir que los mataran a todos. No había tiempo
para discutir. No vi qué dirección eligió Andi. Nosotras alcanzamos la puerta del

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


almacén, mamá me empujó dentro y cerró de un portazo.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Dieciséis
Jake ya estaba dentro del almacén, inclinado sobre Lori. Me arrodillé a su
lado y le busqué el pulso. No había. Me quedé allí, mirando hacia su cuerpo sin
vida, a su estómago abultado. Jake entre sollozos decía que teníamos que pedir
ayuda, que alguien tenía que pedir ayuda, su voz apenas audible ahora solo
repitiendo lo mismo.

Una puerta de coche se cerró de golpe. Luego oí un grito, tan ronco que no
podía saber si era de Andi o de Will. Un momento después alguien golpeó la puerta
del almacén, como si cayera contra ella.

—Dejadme entrar —Will dijo con voz ronca—. Me han disparado.

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Mamá me atajó, empujándome detrás de la puerta.

—Quédate ahí.

Will aporreaba ahora.

—¡Abrid! Maldición, ¡abrid la puerta!

Trastabillé hacia la pared y me aplasté contra esta. Revisé mi móvil. Sin


cobertura. Por supuesto. Imagino que bloqueado. Si lanzas una emboscada, tienes
que ser lo suficientemente inteligente como para evitar que alguien llame pidiendo
ayuda. Permaneciendo por detrás de la puerta, mamá la abrió. No ayudó a Will a
entrar, sólo esperó a que la atravesara tambaleándose, luego la cerró de golpe.

—Me han disparado, perra —murmuró él, acunando su brazo.

—Esa no es razón para dejar que el resto de nosotros muramos contigo. No


cuando eras el idiota que les dijo que se metieran en los coches. No escucho un
motor en marcha. ¿Presumo que Andi no se unirá a nosotros?

—Ellos le dieron.

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El Club de las Excomulgadas
—Un disparo a través de la ventanilla del coche, ¿verdad? —dije mientras
lanzaba una bola de luz.

Él frunció el ceño.

—¿Vas a ayudarme o quieres que me arrastre primero?

—Ninguna de las dos cosas —dijo mamá—. ¿Savannah? Metete más


adentro. Pondré un hechizo perimetral en la puerta. Después tendremos que
explorar buscando más puntos de entrada.

—¿Savannah? —Dijo Will—. Creía que se llamaba…

Mamá rompió nuestros hechizos de glamour. O supongo que lo hizo,


porque la expresión de Will pasó de “¿Qué diablos?” a “¿Qué demonios?” en un

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


parpadeo.

—Te conozco —dijo Will, mirándome fijamente—. Tú eres la chica de


Lucas Cortez.

Las cejas de mamá se dispararon hacia arriba, pero se limitó a decir:

—Ve más adentro, Savannah. Ahora.

Me arrastré de nuevo hacia Jake, haciendo caso omiso de las protestas de


mamá. Toqué su brazo.

—Se ha ido—le dije.

Él negó con la cabeza, las lágrimas cayendo sobre el cuerpo de Lori.

—E…ella no puede haberse ido.

—Sabes que lo ha hecho —susurré—. Y sabes que ella no querría que te


quedaras aquí sentado, esperando recibir un disparo.

—No me importa —susurró él.

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El Club de las Excomulgadas
Bajé la vista hacia Lori y me acordé de ella en la casa de reunión, hablando
de una nueva vida para su hijo. Es todo lo que habían querido. Lo que cualquier
padre quiere, supongo. Lori y Jake no eran estúpidos. No eran malvados. Sólo eran
dos muchachos, no mucho mayores que yo, enamorados y a punto de tener un hijo.
Se habían unido para asegurar el futuro de ese bebé, no importa lo erróneo que
fuera y ahora ese niño nunca nacería y creo que, de todo lo que pasó, de todas las
tragedias que había visto desde que conocí a Giles, esta era la peor. La que me daba
ganas de salir corriendo y gritar: ―No me importa lo que todos quieran… ¡mirad lo que
habéis hecho!”

En lugar de eso respiré hondo y le dije a Jake:

—A ella le importaría. Ella querría que vivieras. Lo sabes.

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Le cogí del brazo. Él me dejó llevarlo lejos.

Si has visto un almacén, los has visto todos. Bueno, no exactamente, pero
cuando te juntas con la gente con la que yo me junto, ves una gran cantidad de
almacenes abandonados o poco utilizados. Son la guarida de elección para los
sobrenaturales que no andaban en nada bueno. Este se parecía a todos los demás,
un enorme espacio cavernoso lleno de mierdas.

—Eres Savannah Levine —dijo Will, siguiéndonos mientras empujaba a un


lado una caja para despejar el camino—. Trabajas para Lucas Cortez. Él es tu tutor.

—Savannah Levine —susurró Jake, como si hablara consigo mismo—. Tu


papá es… era Kristof Nast.

—Eso es mentira —dijo Will—.Tu madre trató de estafar a los Nast,


afirmando que eras la hija de Kristof.

—¿Perdón? —Mamá salió de la oscuridad con la funda del arco en mano, la


luz filtrándose a través. —Nunca afirmé que Kristof fuera su padre.

Will quedó boquiabierto cuando ella pasó junto a él y Jake para ponerse a

195
El Club de las Excomulgadas
mi lado.

—¿Tú eres... eres Eve Levine?

Miré a mamá.

—Creo que es la primera vez que te identifican después de mí.

—He estado muerta mucho tiempo —Gesticuló con la mano hacia una pila
de basura—. Chicos, arrastraos y escondeos allí, ya que parecéis ser bastante
inútiles de otro modo. Savannah y yo aseguraremos el edificio. Ellos deben estar
rodeándonos ahora mismo. Se tomarán su tiempo, porque estamos atrapados.

Cuándo Will abrió su boca, esperé que dijera que por eso había
desaconsejado entrar aquí. En vez de eso, dijo:

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—Así que no es una Nast, ¿cierto?

—Eso no es exactamente importante en este preciso momento, pero como


odio ser llamada zorra cazafortunas, lo voy a confirmar. Ella es una Nast. Ahora
escóndete.

Parecía como si a Will alguien lo hubiera golpeado en el estómago. Mamá


me hizo señas para que la acompañara mientras rodeábamos el perímetro. No
había ninguna ventana, lo que lo hizo más seguro para nosotras. Caminamos
rápidamente a lo largo de las paredes, turnándonos para lazar hechizos de
detección. No había nadie ahí fuera. Todavía no. Como dijo mamá estábamos
atrapados, por lo que estaban tomándose su tiempo para cerrar la red.

Mamá sacó su espada de la funda y se la echó sobre su espalda.

—No sirve contra las armas, pero es más fácil que llevarla arrastrando —
Dejó la funda sobre una caja—. Ahora, tenemos que encontrar la manera de enviar
un mensaje a… —se detuvo—. Teléfonos móviles. ¿Has llamado…?

—No hay cobertura. Es lo primero que intenté.

196
El Club de las Excomulgadas
—Vale —ella sacudió su cabeza—. Realmente llevaba muerta mucho
tiempo.

—Estoy segura que Elena vio lo que pasó. Sólo espero que no fueran
atrapados por quien sea que esté fuera.

—Oh, sabemos quien está ahí fuera. Benicio Cortez decidió no dejarnos
ocuparnos de esto, después de todo.

—Lucas nunca haría…

—Benicio lo haría. E iría a espaldas de Lucas para hacerlo.

Me gustaría creer que Benicio nunca ordenaría a un equipo abrir fuego


mientras yo estuviera en las inmediaciones, pero nunca es prudente hacer

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suposiciones acerca de lo que le importas. Aunque podría hacer suposiciones acerca
de la importancia de otra persona.

—Si él me pone en peligro, pierde a Lucas como heredero —dije—. No


puede correr ese riesgo. Con Héctor y William muertos, sólo tiene a Carlos, quien
encontraría una manera de derrocarlo y luego dirigiría la Camarilla hacia la ruina.

Mi madre hizo un ruido evasivo en respuesta.

Continuamos nuestro recorrido. Había dos salidas más: una puerta pequeña
y un juego de grandes portones. Ambas cerradas con llave. Ambas vigiladas, según
el hechizo de detección de mamá.

—Está bien —dije cuando llegamos a la parte delantera del almacén de


nuevo—. Yo digo que usemos la furgoneta. Rompemos las puertas y seguimos
adelante. Yo conduciré…

—Yo conduciré. Tú estarás en la parte trasera.

—Con los demás.

197
El Club de las Excomulgadas
—Me importa un carajo lo que…

—A mí sí me importa. No lo suficiente para arriesgar mi vida, pero lo


suficiente para tomarme el tiempo de decirles que se metan en la furgoneta —la
miré fijamente—. Sé que no es lo tú harías.

Ella palmeó mi espalda.

—Como te he dicho, tú no eres yo y no quiero que lo seas. Dedicaremos un


minuto extra para meterlos en la furgoneta. Jake tiene las llaves de todos modos.
Ahora…

Mamá me arrastró detrás de una pila de tablones. Nos asomamos justo


cuando luz se filtró a través de la oscuridad, al abrirse la puerta. Dos figuras

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entraron. Cuando la puerta se cerró de nuevo, todo se oscureció. Pude oír el tenúe
arrastrar de sus pasos.

¿Cómo podían ver? Sin la espada de mamá, estaríamos ciegas. No había


ningún hechizo para la visión nocturna…

Gafas de visión nocturna. Primero rifles de francotirador, ahora equipos de


vigilancia de alta tecnología. No había manera de que la gente anti-revelación
estuviera tan bien equipada.

Una Camarilla lo estaría. Los Cortez ciertamente lo estaban.

¿Estaba equivocada acerca de Benicio? No. Lucas decía que nunca


subestimara la capacidad de su padre para la duplicidad, pero nada era tan
importante para Benicio como su Camarilla, seguida de cerca por su hijo menor.
Puedo dudar del afecto de Benicio me tuviera, por mucho que doliera, pero no
dudo del que siente por Lucas y Paige.

Traicionar la confianza de Lucas y de Paige enviando francotiradores sin


avisarme, haría que Benicio perdiera a Lucas y en última instancia, a su Camarilla.

¿Podría Carlos estar detrás de esto? Era bastante inepto, pero tenía sus

198
El Club de las Excomulgadas
seguidores, aquellos que preferían tener a un tipo al mando al que pudieran
controlar. Ellos podrían hacerlo por él. Luego culpar a Benicio y meter cizaña entre
Lucas y él. Por el momento, no importaba quiénes fueran estos tipos, sólo que
podían ser de una Camarilla, es decir, perfectamente armados y organizados.

A la furgoneta, entonces. Pero primero hacia Will y Jake. No llegaríamos


muy lejos sin esas llaves. Tampoco llegaríamos muy lejos con la tremenda espada
brillando como un letrero de neón en la espalda de mamá.

—Puedo hacerlo —dijo cuando le propuse un hechizo de desenfoque—.


Pero todavía va a verse en la oscuridad. Debería volver a por la funda…

Entrecerró los ojos en la oscuridad del almacén.

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—El resplandor no penetra mucho —le dije—. Sólo tienes que utilizar el
desenfoque.

Ella negó con la cabeza.

—Ve tú. Los distraeré y les retrasaré.

—No…

—Sí —su tono de voz cambió a uno que recordaba muy bien, el que me
decía que no iba a conseguir comer galletas antes de la cena y que si seguía
incordiando no iba a comer ninguna galletas en absoluto—. Estaré justo detrás de
ti, nena. Recuerda que lo peor que pueden hacerme es enviarme de vuelta al lugar
del que vine —me tocó la mejilla—. Por mucho que me encante estar aquí
contigo…

—Quieres regresar.

Ella parpadeó.

—No me refería a eso. Sólo que…

199
El Club de las Excomulgadas
—Sí, mamá. Quieres regresar. No en este momento, pero si con el tiempo —
conseguí sonreír—. Ya soy mayorcita. Puedo asumirlo. Tu vida está allí. Él… papá
está allí.

Ella se detuvo.

—No creo que te haya oído nunca llamarlo así.

No lo había hecho. Pero por la expresión de su cara, debía haberlo hecho.


Incluso si Kristof no era ―papá‖ para mí, es lo que él era para ella; el padre de su
hija, el amor de su vida. Ella también me amaba, pero él estaba allí y su vida estaba
allí, y ella sabía que yo estaba muy bien sin ella. Estábamos bien la una sin la otra.

—Esto culpa mía—dijo ella—. Debería haberte hecho ir con Jaime. Estaba

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siendo egoísta. Quería pasar más tiempo contigo.

La abracé.

—Lo lamento, nena —susurró—. No debí dejar que te quedaras cuando no


era seguro.

—No me habría ido —retrocedí y la besé en la mejilla—. Trata de no morir


demasiado pronto, ¿de acuerdo? Me vendría bien un poco más de tiempo con
mamá —hice una pausa para aclararme la garganta cerrada—. Pero lo entenderé si
no lo consigo.

Ella me dio un apretón.

—Siempre encontraré una manera de mantenerme en contacto, no importa


lo que pase.

—Bien.

Otro minuto allí detenidas, abrazándonos la una a la otra. Luego me envió


por mi camino.

200
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Diecisiete
Deberíamos haber dejado un rastro de migas de pan. Todo lo tenía para ver,
era una bola de luz del tamaño de una chispa. No quería arriesgarme a una más
grande.

En cuanto a cómo mamá distraería a nuestros atacantes, esperaba un


montón de golpes, gritos y tal vez algunos disparos. No escuché nada. Ni siquiera
el sonido de pasos, lo que significaba que no venían tras de mí. Lo que fuera que
ella estuviera haciendo, funcionaba.

Encontré a Jake y Will después de revisar sólo dos pilas de basura. Les hice
un gesto para que se mantuvieran en silencio, luego susurré nuestro plan.

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—Podéis quedaros aquí si queréis —dije—. Cuando la furgoneta se vaya,
supondrán que todos vamos en ella.

—Necesito un médico —dijo Will—. Tú me vas a sacar de aquí, luego me


llevarás a una clínica para medio demonios en…

—Tú no me vas a dar órdenes…

—¿Se te olvidó esto? —Sostuvo colgando las llaves que debió haberle
cogido a Jake.

Se las quité de la mano.

—Gracias. Ahora ven con nosotros o quédate atrás. Tú eliges.

Se vino. También lo hizo Jake, que todavía estaba demasiado inmerso en su


dolor como para cuestionar algo.

Según avanzábamos sigilosamente, sentí un cosquilleo que bajaba vibrando


por mi columna. Se sentía raro, como un hechizo perimetral siendo disparado.
Excepto que yo no había colocado ninguno. Mamá lo había hecho, junto con…

201
El Club de las Excomulgadas
Un aullido resonó a través del almacén.

—¿Un hombre lobo? —Will giró sobre mí—. ¿Has traído un hombre lobo…?

Lo aplasté de bruces al suelo.

—No, no es un hombre lobo —le susurré al oído—. Y ahora cierra la boca.

Un hombre lobo habría sido agradable, especialmente si se trataba de uno de


los dos que estaban fuera al acecho. Pero el aullido provenía de una alucinación
desencadenada, que mamá había puesto en las entradas traseras. La aparición de
una bestia infernal.

—Quédate aquí —susurré.

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Avancé con cuidado con mi chispa de luz. Ambos chicos me siguieron.
Consideré dejarlos bloqueados con hechizos de atadura, pero eso se llevaría
demasiado de mi limitado poder.

No tuve que ir muy lejos de todos modos. Estábamos más cerca de la parte
de atrás de lo que creía y a unos metros pude distinguir el contorno tenue de
siluetas moviéndose en la casi total oscuridad. Miré a mi alrededor, luego me
agaché detrás de la pieza más cercana de lo que sea que fuera y apagué mi chispa.
Los chicos se mantuvieron pegados.

El ―lo que sea que fuera‖ detrás del que nos habíamos refugiado parecían ser
cajas rotas. Me asomé y traté de conseguir ver mejor a los intrusos. Si fueran de la
Camarilla, llevarían uniformes. Regulaciones internas de las Camarillas. Cada uno
tenía que llevar puesto un uniforme distinguible para que pudieran ser identificados
por otra Camarilla si se tropezaban los unos con los otros en una misión.
Presumiblemente, era para evitar que se mataran unos a otros, pero sospecho que
las Camarillas estuvieron de acuerdo sólo para no masacrar accidentalmente a su
propia gente.

Estos chicos eran espectros negros informes contra un paisaje gris oscuro.

202
El Club de las Excomulgadas
Necesitaba luz.

Calculé ángulos, trayectorias y potenciales consecuencias. Entonces lancé


una pequeña bola de luz en el camino de los invasores, pero la atraje hacia mí en
vez de lanzarla lejos. Ellos la vieron. Y yo los vi a ellos.

Corrí detrás de las cajas.

—Es una Camarilla.

—¿Los Cortez? —Susurró Jake—. Ellos vinieron tras de ti, ¿verdad?

Asentí con la cabeza.

—¿Qué? —Dijo Will—. No, no puede…

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—¿No puede qué? —dije—. ¿No pueden ser los Cortez?

—Sólo quiero decir, que tal vez estés cometiendo un error. Podría ser que ni
siquiera fuera una Camarilla.

—Conozco los uniformes. Esos son los Cortez.

Will se esforzó por mantener su respiración estable. El sudor le corría por la


cara, brillando bajo la penumbra de mi chispa de luz.

—Está bien —dije—. Puedo encargarme de esto. Es un error. No sabían que


yo estaba aquí. Sólo tengo que decirles que soy yo y estaréis a salvo…

Will se levantó de un salto para echar a correr. Lo agarré de la parte


posterior de su camisa y lo estrellé contra el suelo de hormigón. Entonces me senté
a horcajadas sobre su espalda y presioné mi mano contra su hombro, el que había
recibido un disparo. Él empezó a gritar, pero ahogué su voz.

—Mantén la boca cerrada o presiono de nuevo—susurré—Los Cortez


vendrán corriendo. No querrás que vengan corriendo, ¿verdad?

203
El Club de las Excomulgadas
—Ellos no nos harán daño, ¿verdad? —Dijo Jake—. Estamos contigo.

—Tú estás a salvo. ¿Will? Él no está tan a salvo, teniendo en cuenta que es
quien te ha tendido una trampa.

—¿Qué?—dijo Jake.

—Él llegó a un acuerdo con los Nast. El creía que ellos eran los que estaban
ahí afuera. Por eso que quería que corrieras a los coches en vez de hacia el almacén.
Para que fuera más fácil mataros uno a uno. Luego vino aquí tras nosotros para
podía vigilarnos. Por eso que estaba tan preocupado cuando se enteró de que yo era
una Nast. Tal vez ellos no estén tan dispuestos a pagar un pastón si se enteran de
que uno de los muertos es la nieta de Thomas Nast.

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—¿Así que lo sabías? —dijo Jake.

—Lo descubrí cuando no le gustó la idea de que los Cortez estuvieran ahí
fuera.

Pero el plan de Will no había fracasado. No del todo. ¿El equipo de


seguridad peinando el almacén? Eran los Nast. Yo solo no había querido que
gritara pidiendo ayuda. Podría haberle dicho que los Nast nunca lo dejarían salir de
aquí con vida, pero no me creería.

—¿Qué vamos a hacer? —susurró Jake.

—Busca algo con que atarlo. Vi una bobina de cable a la izquierda. Si no la


encuentras, usaré tu camisa.

Él asintió y se fue. Hice una mueca ante el golpeteo de sus zapatillas de


deporte, pero todo lo demás a nuestro alrededor estaba en silencio, el equipo de
seguridad se había ido hace tiempo. Sólo atar a Will y…

El chasquido de un rifle. Luego un golpe, a la izquierda. Donde yo había


enviado a Jake. Mientras me quitaba de encima de Will, me esforcé por escuchar.
Will también lo hizo. Con su súper oído, si hubiera habido cualquier cosa, incluso

204
El Club de las Excomulgadas
el roce de Jake retorciéndose en el suelo, él lo habría oído. En su lugar, hizo un
pequeño gruñido satisfecho. Jake estaba muerto.

No debería haberlo dejado ir. Maldita sea, no debí dejarlo ir.

Céntrate. No pienses en Jake. Piensa en ti misma y cómo demonios vas a


llegar a esa furgoneta…

Will se puso rígido. Seguía el rastro de un ruido. Cuando levanté la cabeza,


vi algo moviéndose a través del suelo. Un punto rojo. ¿Mi pequeña bola de luz? No,
eso…

Me lancé fuera de la trayectoria justo cuando el punto procedente del visor


del rifle comenzaba a deslizarse a través de mí. Un crack, tan cerca que hizo que

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mis oídos pitaran. El disparo le dio a Will en el costado y lo envió a chocar contra
la caja, haciéndolas tambalearse, el choque ahogando todo lo demás mientras me
levantaba de un salto, encorvada y lista para correr…

—¡Quédate donde estás! —gritó una voz.

El cañón de una pistola surgió de la oscuridad. Me giré para correr. Una


figura salió de entre las sombras por detrás de mí. Otra por el otro lado. Un
cuarteto. Cuatro hombres enmascarados y armados, con sus armas apuntadas hacia
mí.

—Soy Savannah Levine —dije, soltando tan rápido las palabras que apenas
eran inteligibles—. Los Cortez saben que estoy aquí. Sean sabrá que estoy aquí. Mi
hermano. Sean Nast.

Por favor, por favor, que uno de vosotros esté del lado de Sean. Que uno de vosotros al
menos piense que él será su próximo CEO. No me importa si piensan que soy su hermana o
no. Él cree que lo soy. Eso significa algo.

Silencio. Luego una de las pistolas bajó. Dos más cayeron una pulgada,
vacilantes. El cuarto no cedió, pero el pistolero cambió su peso, su cara

205
El Club de las Excomulgadas
enmascarada se volvió hacia sus compañeros.

El chirriar de otro par de botas aproximándose. El oficial que había bajado


su arma se volvió hacia el recién llegado.

—Señor, es…

—Mierda —el oficial recién llegado murmuró la palabra en voz baja. Luego
se quitó la máscara—. Señorita Nast.

El que no había bajado su pistola emitió un sonido más profundo en su


garganta y se movió de nuevo. La mirada del oficial superior lo silenció. Reconocí
al oficial. Su nombre era… Maldita sea, no lo recordaba. Lucas siempre decía que
era importante conocer los nombres de todos los miembros de una Camarilla. Era

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una lección que él había aprendido de su padre y una que Sean emulaba. Trata a
tus empleados con respeto, comenzando con aprender sus nombres.

Mientras el sudor resbalaba por mi cara, de verdad, de verdad que deseaba


haberle escuchado. Cuando cuatro agentes de seguridad armados te rodean, saber
el nombre del tipo a cargo supone una gran diferencia.

—H…hola—dije—. Nos conocimos en San Francisco.

Él asintió. Ni grosero. Ni tampoco amable. Simplemente educado. Hace un


par de años había habido alguna amenaza de seguridad contra la familia más
cercana, por lo que Sean había traído dos guardias adicionales en nuestro viaje de
fin de semana para montar. Este hombre había sido uno de ellos, lo que lo
convertía en un hombre de Sean. Tenía que serlo, si me había llamado señorita
Nast. Dios, esperaba que lo fuera.

Él hizo un gesto hacia los demás para que bajaran sus armas.

—Estamos del mismo lado —dije rápidamente—. Este hombre…—señalé


hacia Will, muerto en el suelo—. Él era vuestro contacto. Yo me había infiltrado en
el grupo. Los Cortez lo saben…

206
El Club de las Excomulgadas
Él levantó su mano interrumpiéndome y se volvió hacia los demás.

—Esto es nivel de seguridad cuatro, chicos. Voy a tener que llevar a la


señorita Nast fuera. Quiero que sigan peinando el edificio.

Cuando los despidió con un gesto de la mano, me tomó del codo y susurró:

—Date prisa.

Conseguimos dar unos cinco pasos antes de que una voz dijera:

—Capitán Kaufman. ¿A quién tiene ahí?

Kaufman se congeló. Empezó a decirme que corriera, luego cerró de golpe


la boca. Yo no podía correr teniendo hombres armados detrás de mí. La mirada de

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Kaufman cayó con una disculpa tácita cuando él agarró mi brazo.

—Señor —dijo—. Es Savannah… Levine.

El hombre de pie a tres metros de distancia no llevaba uniforme. No portaba


un arma. No lo necesitaba.

Era Josef Nast.

207
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Dieciocho
Josef Nast. El hermano de mi padre. Mi tío, aunque él nunca lo reconocería.
Nos habíamos vislumbrado el uno al otro sólo de pasada, su mirada siempre
congelando cualquier saludo, amistoso o sarcástico, en mi garganta.

Obtuve esa misma mirada ahora, una lenta mirada de disgusto y desprecio.

—Savannah —dijo él—. No puedes permanecer alejada de los problemas, ya


veo.

—Yo…

—Te has colocado en una posición muy peligrosa. Asociada a conocidos

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terroristas. Corriendo a través de un oscuro almacén, donde nadie puede esperar a
ver quién eres.

—Yo…

—Has causado suficientes problemas a mi familia, Savannah. Tu reclamada


paternidad mancilla la reputación de mi hermano. El hecho de que Sean lo crea
hace parecer al heredero elegido por mi padre crédulo y débil. Ahora date la vuelta.

—No.

—Dije que…

—Si vas a dispararme, lo harás mirándome a los ojos, los cuales te dirán
exactamente quién es mi padre, por mucho que puedas odiar creerlo.

No me miraba a los ojos. Él no podía porque yo tenía razón; mis ojos eran
sus ojos, los ojos de los Nast con ese azul brillante inconfundible.

—Ponte de rodillas, Savannah.

—Señor…—Kaufman se adelantó—. Usted no puede…

208
El Club de las Excomulgadas
—Tú y tú —Josef señaló hacia dos de los otros—. Llevaos al capitán
Kaufman fuera. Entregádselo a Anderson. Está acusado de insubordinación.

—No —Kaufman se movió a mi lado mientras sus dos compañeros se


adelantaban—. No voy a quedarme quieto…

Un rayo de energía de Josef derribó a Kaufman.

—Entonces no te quedarás quieto. Vosotros dos, lleváoslo fuera.

—Aunque él tiene razón —dijo una voz en la oscuridad—. No puedes


hacerlo, Josef. Y no lo harás —Mamá se acercó por detrás de Josef y puso la punta
de su espada contra su nuca—. ¿Puedes sentirla? —Dirigiéndose a sus hombres,
ella dijo —Pondré su cabeza junto a los pies antes de que cualquiera pueda apretar

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el gatillo. Bajad las armas.

—No te atrevas…—Josef se calló cuando la espada se clavó más profunda.

—¡Bajad las armas!

Cuando uno levantó su rifle, mamá golpeó con el pie la parte posterior de las
piernas de Josef, luego se abalanzó y cortó el brazo del oficial a mitad del bíceps.
Ocurrió tan rápido que él se quedó allí, mirando el arma caer al suelo en su mano
cortada.Entonces empezó a gritar.

Golpeé a Josef con un derribo antes de que pudiera levantarse. Mamá plantó
un pie en su espalda y empujó la punta de la espada a lo largo de su columna
vertebral, colocándola entre sus costillas. Luego señaló con la cabeza hacia el
oficial herido, sus gritos ahora reducidos a sorprendidas arcadas mientras trataba
frenéticamente de detener la hemorragia.

—Alguien podría querer ayudarle antes de que se desangre.

Kaufman fue el único que salió en su ayuda. Los otros se quedaron allí, las
miradas fijas en la brillante espada. Uno se persignó y murmuró en voz baja.

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El Club de las Excomulgadas
—Sí, la espada es lo que parece —dijo ella—. Y yo soy lo que parezco —se
inclinó sobre Josef, que se retorció para conseguir mirar hacia ella, tan sorprendido
como el oficial herido—. Hola, Josef. Te diría que Kris te manda saludos, pero no
va a estar nada contento acerca de esto. Realmente no va a estar contento. Y ahora,
Savannah y yo vamos a alejarnos y…

—No puedo dejar que haga eso, señora—dijo una voz detrás de nosotros.

Los reflectores se encendieron y vimos otra media docena de hombres


armados rodeándonos. El oficial al mando dio un paso adelante.

—Voy a pedirle que quite esa espada y deje que el señor Nast se levante.
Sólo voy a pedírselo una vez.

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—Yo no…

—¿Mamá?

Ella echó un vistazo por encima del hombro. Una media docena de miras
telescópicas salpicaban mi pecho. Ella lanzó un rápido hechizo de desenfoque y yo
lancé un hechizo de cobertura mientras caía al suelo.

—No se atrevan a amenazarla—dijo mamá. —¿Saben lo qué es esto?—


Levantó la espada, su pie todavía plantado sobre Josef. Cuando la mitad de los
hombres se estremecieron, ella dijo —Sí, lo saben. Y jodidamente seguro que nunca
han visto una, pero saben exactamente lo que es y saben que si tocan a mi hija, no
sólo van a perder un brazo. Lanzaré sus almas en la más profunda y oscura
dimensión infernal y nadie en el otro lado me va a detener, porque si ustedes me
joden, están condenados. Eternamente condenados.

Algunos de los rifles bajaron. El resto vaciló.

—Bajad las armas —dijo Josef—. Savannah Levine está bajo la protección
de mi sobrino, Sean y no puedo permitir que resulte herida.

Los oficiales que habían oído una historia muy diferente apenas hacía dos

210
El Club de las Excomulgadas
minutos se removieron incómodos, pero mantuvieron la boca cerrada.

—Sin embargo —continuó José—. La señorita Levine también está bajo la


protección de los Cortez, lo que hace que su presencia aquí, interfiriendo con una
operación Nast, contravenga el derecho inter-Camarillas. Tanto Savannah como su
madre serán retenidas bajo custodia…

—Y una mierda—dijo mamá.

Josef la miró directamente a los ojos. Lo que fuera que ella leyó en aquella
mirada la hizo tragar saliva.

Antes de que ella pudiera hablar, hubo un alboroto a un lado. Otros dos
oficiales se dirigieron hacia el círculo de luz, tambaleándose un poco mientras

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arrastraban a un hombre con camiseta y vaqueros, inconsciente, la cabeza
desplomada. En la penumbra, todo lo que pude distinguir fueron unos bíceps
musculosos y el pelo claro, y pensé, Clay. Entonces dieron dos pasos más, llegando
más cerca de la luz y mi corazón se estrelló contra mi garganta.

Me levanté de un salto, rompiendo el hechizo de cobertura e ignorando el


grito de mi madre. Los dos hombres dejaron caer a su cautivo. Él golpeó el suelo
con fuerza, un peso muerto estrellando la frente contra el cemento.

Agarré a Adam por los hombros y le di la vuelta. Le habían golpeado la cara


con moretones color púrpura, los ojos hinchados y cerrados, su nariz ahora
sangrando al golpearse en el suelo.

—Lo encontramos husmeando —dijo uno—. Parece ser que quemó un


agujero en la pared para entrar. Se resistió al arresto.

—Hijos de puta —gruñí.

Cuando uno me sonrió, me levanté de un salto. Mamá empezó a ir hacia mí,


pero Kaufman llegó primero, agarrando mi brazo y susurrando.

—No.

211
El Club de las Excomulgadas
Fulminé con la mirada a los oficiales y me arrodillé al lado de Adam otra
vez. Había sido golpeado hasta quedar inconsciente, pero respiraba. Gracias a Dios
respiraba.

Josef se acercó para bajar la vista hacia Adam.

—No reconozco a este hombre. Debe ser uno de los terroristas. Llevadlo
fuera y disparar…

—Es Adam Vasic —dije—. Es un delegado del Consejo y está bajo la


protección de la Camarilla Cortez.

Él frunció el ceño.

—Conozco a Adam Vasic. Es difícil afirmarlo con todos esos moretones,

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pero estoy bastante seguro de que no es él.

—Es Adam, hijo de puta —le dije, poniéndome de pie —. Desintegró una
pared para entrar. ¿Cuántos medio demonios Exustio hay?

—¿Estamos seguros de que eso es lo que pasó? —Josef se volvió hacia los
oficiales que trajeron a Adam. —¿Lo vieron desintegrarla?

Un oficial sonrió con satisfacción.

—No, señor.

Me incliné, puse a Adam sobre su costado y saqué su cartera. Agité tres


tarjetas de identidad

—Aquí tienes —le dije—. ¿Quieres pruebas? Toma esto.

Él ignoró mi mano extendida y miró a mi madre.

—¿Te gustaría que cogiese esa identificación, Eve? ¿Para confirmar que
realmente se trata de Adam Vasic?

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El Club de las Excomulgadas
—Kris tiene razón —dijo ella con los dientes apretados—. Eres un
despiadado hijo de puta.

Los ojos azules de Josef la miraron con total frialdad.

—Mi hermano nunca diría…

—¿No? ¿En serio?

Se enfrentaron. Josef apartó primero la mirada.

—Eve, si quieres que confirme la identidad de este joven, pondrás tu espada


en el suelo y vendrás de buena gana. Os llevaré a los tres detenidos. De lo
contrario…

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Mamá dejó la espada. Josef tomó las tarjetas de identidad y les echó una
mirada superficial.

—Sí, parece que se trata des Adam Vasic. Poned a los tres en la camioneta.
Tú mismo…—señaló a un oficial. —Toma esa espada.

—Tú no quieres hacer eso —dijo mamá mientras el oficial se acercaba.

El oficial vaciló. No era mucho mayor que yo y me di cuenta por su


expresión de que no sabía exactamente lo que era, sólo que una espada
resplandeciente capaz de cortar el brazo de un hombre no era normal.

—La Espada del Juicio —dijo mamá—. Fíjate bien, porque si alguna vez ves
una en esta dimensión, es el momento para los últimos sacramentos. Unos muy,
pero que muy rápidos últimos sacramentos. ¿La única persona que puede tocarla?
Un ángel.

El chico miró hacia Josef.

—¿De verdad crees que Eve Levine es un ángel? —dijo Josef—. Es la hija de
Balaam. El Señor demonio Balaam. Esa cosa viene de su mundo. Del infierno.

213
El Club de las Excomulgadas
Recógela ya.

Cuando nadie se movió, mamá se rió.

—No estás tranquilizándolos, Josef. Da lo mismo cielo o infierno,


claramente no es un juguete —ella se inclinó, deslizó sus manos debajo de la hoja y
la levantó como una ofrenda. Se acercó a Josef—. Si de verdad crees que es segura,
tómala.

—No me pongas a prueba, Eve —dijo, tan bajo que apenas le oí.

—Yo la cogeré, señor.

Uno de los oficiales se adelantó. Agarró la empuñadura y dejó escapar un


grito tan fuerte que todos se sobresaltaron. Él se tambaleó hacia atrás. Josef se

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acercó y agarró la mano del oficial. La palma del hombre estaba cubierta de
ampollas y se estremecía de dolor.

—Lección de Espada número dos —dijo mamá—. No tocar.

—Colócala en el suelo —dijo Josef—. La dejaremos atrás.

—Ejem, eso no funcionará tampoco.

Yo había estado agachada junto a Adam de nuevo, tratando de despertarlo.


Ahora me levanté y me interpuse entre ellos.

—Por favor no lo hagas—le dije a Josef—. Dos hombres ya han resultado


heridos. Deja que mamá ponga la espada en su espalda y haz que los oficiales nos
saquen. Ella no la sacará. Puedes averiguar qué hacer con ella más tarde.

—Pon la espada en el suelo, Eve —dijo Josef.

—Si hace eso, esta…

—Ya basta.

214
El Club de las Excomulgadas
—Pero la espada…

—No te preocupes, nena —dijo mamá—. Es tan terco como tu padre. Por
desgracia, no es tan brillante. ¿Por qué crees que Thomas le pasó por alto en favor
de Sean?

—Mamá, por favor —susurré.

Ella se encontró con mi mirada y asintió. Luego se inclinó y colocó la


espada en el suelo.

—Todo el mundo, quedaos atrás mientras me alejo —dijo—. Savannah


tiene razón. Dos personas ya han resultado heridas. No hagan que esta sea una
lección letal.

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Se enderezó y empezó a alejarse. Josef le hizo señas al oficial más cercano
para que la siguiera.

—A un lado, por favor —dije—. O en el frente.

La espada comenzó a temblar, repiqueteando contra el cemento. Mientras


todo el mundo la miraba fijamente, mi madre siguió caminando. Josef gritó para
que dos oficiales se llevaran a Adam y otros dos me escoltaran. Kaufman se acercó
a mí e hizo señas con la mano hacia el oficial más joven. Mi mirada estaba todavía
fija en la espada todavía sacudiéndose.

El chico empezó a atajar de camino hacia mí. Justo entre mamá y su espada.

—¡No…!—comencé a decir.

La espada voló por los aires. Salté hacia delante y tiré del chico hacia mí. Él
se giró. La espada pasó volando. El chico dejó escapar un grito. Caímos al suelo.
Mientras me levantaba a gatas, él quedó tendido, mirándose la mano. La última
articulación de su dedo meñique había desaparecido y la sangre fluía.

—Oh Dios mío —susurró. Su mirada se dirigió hacia mi madre. La espada

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El Club de las Excomulgadas
estaba en su espalda, unida a su misteriosa funda—. Oh Dios mío.

Agarré la mano del chico, saqué un pañuelo de mi bolsillo y lo envolví


alrededor del dedo sangrante.

—Alégrate de que es todo lo que perdiste —murmuré—. Ella os dijo que os


mantuvierais apartados.

Él me miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa y consiguió asentir con
la cabeza.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L

216
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Diecinueve
Desperté oliendo sangre.

Incluso antes de que pudiera abrir los ojos, el pánico me atravesó, esas
escenas de sangrienta devastación –el puesto de policía, la habitación del motel- me
inundaron de nuevo. Me levanté agitando las extremidades, abriendo los ojos para
encontrarme a mí misma...

Una celda. Estaba en una celda.

Tragué saliva, retrocediendo mentalmente nueve años, en otra celda. Una en


la que mi madre había muerto.

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Sacudí la cabeza para alejar el recuerdo y levanté las manos. No había
sangre. Lo que olía era cobre. Oí el distante repiquetear de agua contra metal.
¿Tuberías de cobre?

Me senté. Había barrotes frente a mí. Gruesas y oxidados barrotes de metal.


Cemento bajo mis pies. Luz tenue procedente del pasillo más allá. Ninguna dentro.
Un recuadro de piedra con barrotes de metal. No como cualquier celda de prisión
que hubiera visto antes. Definitivamente no como las celdas de los Nast.

Las había visto una vez cuando Sean me metió a escondidas para hablar con
un prisionero que tenía que interrogar para un caso. Eran tan similares a las celdas
de los Cortez que podrían haber sido hechas por el mismo diseñador. Había
variaciones en el tipo, desde celdas utilitarias de contención a celdas de larga
estancia ultra-seguras, pero todas parecían más una habitación de hotel que una
prisión. Sin barrotes. Sin cemento. Sin rincones oscuros. Sin agua goteando. Ésta
sólo necesitaba cadenas en los muros para convertirse en un calabozo propiamente
dicho.

Apoyé mi cara entre los barrotes, tratando de ver el final del pasillo. Cuando
mi corazón dejó de latir fuertemente, pude oír una respiración. Una ronca y

217
El Club de las Excomulgadas
dificultosa respiración. Sólo que no venía del pasillo. Llegaba desde…

Me giré lentamente, entonces dejé escapar un jadeo. Adam estaba tendido


en el suelo en un oscuro rincón de atrás. Corrí hacia él y me dejé caer de rodillas. Él
respiraba –obviamente- pero seguía inconsciente.

Le habían limpiado la sangre de la cara y tenía un esparadrapo sobre un


corte en la mejilla, pero esa era la extensión de los cuidados médicos. Bastardos.
Hay reglas muy estrictas para el trato a presos afiliados a otra Camarilla. Reglas
que no permiten golpearlos y arrojarlos a una celda oscura.

Entonces ¿qué significaba esto? ¿Sería siquiera Lucas capaz de encontrarnos?


¿Lo sería Sean? ¿Y dónde estaba mi madre? Entrecerré los ojos en la oscuridad,
pero no había rastro de ella.

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—¿Mamá? —llamé—. ¿Estás ahí?

Una tos desde algún lugar afuera. Una tos seca masculina. Nada más.

Sacudí el hombro de Adam. Después de un momento, él gimió.

—¿Adam? —dije—. ¿Puedes despertarte?

Otro gemido. Hizo una mueca. Tosió. Hizo una mueca de nuevo, se llevó la
mano al pecho. Empujé hacia arriba su camisa para ver que le habían vendado las
costillas. Estaba herido, herido de gravedad y simplemente lo dejaron aquí sin
siquiera un catre para mantenerle alejado del frío suelo.

—¿Adam?

Sus ojos permanecieron cerrados, pero sus labios se separaron.

—Agua.

Miré alrededor frenéticamente. Podía oír el agua, pero no estaba en ninguna


parte…

218
El Club de las Excomulgadas
Espera. Había una pila de cosas justo en la parte de dentro de los barrotes.

—Espera —le dije.

Me acerqué rápidamente y encontré mantas, barras energéticas, botellas de


agua y un balde. ¿El balde para…?

Entonces me di cuenta.

Llevé todo menos el balde de regreso hacia Adam. Destapé el agua y le


permití tomar un sorbo, diciéndole que fuera despacio. Entonces mojé una esquina
de una manta y limpié las costras de sus ojos hinchados. Él abrió uno.

—Hola —dijo, su voz débil—. Me siento como la mierda.

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—También pareces una.

Una risa floja, seguida por una mueca de dolor.

—Deberías ver al otro tipo.

—Lo hice.

—Maldita sea.

Sonreí y le di más agua.

—Ellos tenían armas —dijo—. Muy injusto. Me pusieron una en la cabeza


antes de que pudiera pelear mucho. Así que me rendí. Al parecer, eso no les hizo
gracia.

—Bastardos.

—Hum —abrió su otro ojo—. ¿Elena y Clay?

—No los vi.

—Bien. Significa que no los han capturado —tragó saliva y le di más agua—

219
El Club de las Excomulgadas
. ¿Tu mamá?

—No lo sé. Estaba con nosotros. Ahora no está. ¿Así que viniste con Elena y
Clay?

—Sip. Me uní en Nueva Orleans. Para vigilarte. No lo hice demasiado bien.


Elena es inteligente. Sabía que estábamos en inferioridad numérica. El teléfono
estaba bloqueado. Quería que nos quedáramos atrás. No le hice caso. Tenía que
hacerme el héroe. Pagué el precio.

Me incliné sobre él y sonreí.

—Te besaría, pero sospecho que sería doloroso.

Me miró. Ladeó la cabeza e hizo que mi corazón se disparara. Me dije a mi

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misma que lo había dicho con suficiente indiferencia y si él quería pensar que le
estaba tomando el pelo, podía y…

Puso su mano en la parte posterior de mi cabeza, tiró de mí hacia abajo y me


besó. Fue un beso suave, nuestros labios apenas tocándose, pero fue dulce, sexy y
lento, y cuando finalmente se terminó, fui yo quien se retiró hacia atrás,
preocupada de que me estuviera apoyando sobre él y lastimando sus costillas, pero
me mantuvo allí, su mano todavía en mi pelo, sujetando mi cara cerca de la suya.

—Supongo que responde la pregunta —dijo él.

—¿Había alguna pregunta?

—Por supuesto.

Arqueé mis cejas.

—He estado enamorada de ti desde que tenía doce años. Estoy segura de
que te habías dado cuenta.

—Me di cuenta cuando tenías doce. Y catorce. Y dieciséis años. Pero con el

220
El Club de las Excomulgadas
tiempo... —se encogió de hombros—. Creciste. Nos hicimos amigos.

—¿Así que pensaste que el resto sólo desapareció?

—Supuse que se había desvanecido. Que se convirtió en algo más.

—No, simplemente aprendí a ocultarlo mejor.

Me incliné y lo besé otra vez. Sólo un beso rápido.

—Eso duele, ¿no es así?

—El dolor no es necesariamente malo.

Me reí y desdoblé las mantas. Le puse una debajo y otra encima. Entonces

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me atrajo hacia él.

Había tantas cosas que quería decir. Tanto que quería preguntar. Tanto que
era total y absolutamente inapropiado y sin importancia bajo estas circunstancias.

Hablamos de lo que era importante, poniéndonos al corriente el uno al otro.


Eso significó que yo fui la que más hablé. Cuando terminamos, me acerqué a los
barrotes de nuevo y estiré el cuello para ver que había ahí fuera.

—Realmente me vendría bien el espejo de Jaime en este momento —dije—.


Antes escuché toser a alguien. Pero no tengo ni idea de dónde estamos, ni que
estamos haciendo aquí.

—Habéis sido extraviados —dijo la voz de un hombre. Era tranquila y


fuerte, muy cerca de ser el hombre tosiendo de antes.

—¿Quién está ahí? —dije.

—Habéis sido extraviados —repitió la voz—. Eso es más importante que


quién soy yo. No reconocerías mi nombre de todos modos. Eres demasiado joven.

—¿Cómo lo sabes?

221
El Club de las Excomulgadas
Una risa. Sonaba vagamente familiar, pero no podía ubicarla.

—Lo siento si te he ofendido, cariño, pero suenas joven. Eso no es una mala
cosa. Mejor que sonar viejo.

Adam apareció a mi lado, agarrando los barrotes para apoyarse.

—Has dicho que hemos sido extraviados —dijo Adam—. ¿Qué significa
eso?

Una pausa. Entonces dijo:

—Te han herido.

—¿Cómo…?

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—Puedo notarlo por tu voz. He estado en suficientes peleas para reconocer
el sonido de las costillas rotas. Ve a acostarte, chico. Aquí necesitarás tus fuerzas.

La boca de Adam se hizo una línea. No le gustaba que le llamasen ―chico‖,


pero la voz no sonaba sarcástica. Adam tiró de las mantas hacia los barrotes y se
acostó, luego tiró de mi pantalón hasta que me senté a su lado.

—Extraviados es exactamente como suena —dijo el hombre—. Cuando los


Nast quieren ocultar a alguien, los ponen aquí. Imagino que el papeleo dirá que
estáis en las celdas de prisión habituales. Entonces alguien irá a buscaros y…

—No estaremos allí —dije.

Adam susurró:

—Es sólo un juego. Lucas le dirá a Sean lo que sucedió y él nos encontrará.
No pueden escondernos de Sean. No por mucho tiempo en cualquier caso.

El hombre nos escuchó…un medio demonio con facultades auditivas,


supuse.

222
El Club de las Excomulgadas
—¿El joven Nast? Esa sí que es una conexión afortunada. Sí, si lo conoces,
entonces podría tratarse de un simple juego de poder. Uno incómodo, pero no os
pudriréis aquí abajo.

Esa tos de nuevo, desde más lejos, como si ratificara el punto de vista de
nuestro vecino.

—¿Cuántas personas hay aquí? —pregunté.

—Es difícil de saber —reflexionó el hombre—. Sois los primeros nuevos en


varios años. El resto… no son lo que yo llamaría sociables. Enfermos. Locos. En su
mayoría, una combinación de ambos. Encerrados y olvidados.

—¿Tú… tú llevas aquí años?

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Él se rió entre dientes.

—No, cariño. Unos pocos meses en este lugar enloquecerían a cualquiera.


Soy un habitual, aunque temporal visitante. Un caso especial. Trabajo para los
Nast. No trabajo voluntariamente, pero me mantienen con razonable comodidad si
me comporto —hizo una pausa—. No siempre me comporto bien.

—Así que te encierran aquí abajo.

—Sí, y es por mi propia culpa, como son rápidos en recordarme. Pero no me


llevo bien con la autoridad. O con las jaulas, por más bonitas que sean. No voy a
estar aquí mucho tiempo. He escuchado que tienen una misión para mí. Si no es
así, de todas formas me sacarán después de unos pocos días y me pondrán en hielo.

—¿Te mataran?

Una risa ahora.

—No, querida. Soy demasiado valioso. Quiero decir que me ponen


literalmente en hielo. Creo que hay leyes humanas contrarias al uso de prisioneros
para la experimentación científica. No se aplican a las Camarillas. Ellos nos usan.

223
El Club de las Excomulgadas
Criogenia14, en mi caso. Seis meses al año parece ser el límite de seguridad. En mi
caso, tiene la doble ventaja de mantenerme bajo control durante seis meses y
asegurarse de que no salgo de mi edad de utilidad antes de tiempo.

Me habría sorprendido si no supiera ya que todas las Camarillas estaban


trabajando en la criogenia, una de las muchas carreras científicas en las que se
involucraban. Los Cortez también había logrado congelar sujetos un máximo de
seis meses.

Así que no era noticia. Pero hizo despertar un recuerdo. Cassandra había
hablado sobre la ciencia criogénica hace unos años. No, ella no estaba interesada en
congelarse a sí misma para extender su disminuida esperanza de vida. Pero había
oído un rumor de que la Camarilla Cortez había capturado a dos vampiros y los
utilizaba para experimentos de criogenia. Dado que los vampiros no envejecen,

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


algo en su ADN podría ayudar a perfeccionar la congelación.

Por supuesto que Benicio no había admitido el secuestro de vampiros. Se


limitó a decir que si tal cosa alguna vez había ocurrido, sería fuera de territorio
norteamericano, que los sujetos serían bien tratados y serían liberados sin secuelas
permanentes.

Hace unos días, me enteré que el movimiento de liberación planeaba liberar


a Jasper Haig de la custodia de los Cortez. Jasper -Jaz, como era conocido- era
quien había matado a los dos hijos mayores de Benicio. A él se le estaba
permitiendo vivir mientras estudiaban su singular poder camaleónico. Cuando
confrontamos a Jaz sobre este plan para liberarlo, había insinuado que eran los
científicos de la Camarilla quienes se le habían acercado con una oferta. Ahora el
movimiento afirmaba haber desarrollado una vacuna contra la mortalidad
utilizando ADN vampiro. ¿Podría ser el mismo ADN usado en esos experimentos
de criogenia? ¿Una consecuencia de esos experimentos? Probablemente. Así que,
¿en qué más estaban trabajando?

14
La criogenia es el conjunto de técnicas utilizadas para enfriar un material a la temperatura de
ebullición del nitrógeno o a temperaturas aún más bajas.

224
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veinte
Nuestro compañero de prisión no habló mucho después de eso. Había hecho
contacto. Lo que parecía ser su único objetivo. Consolidarse como una potencial
fuente de ayuda debido a que teníamos conexiones. Si hubiera sido yo, habría
hecho lo mismo.

Las horas pasaron. Adam y yo hablamos un poco, pero yo quería que


descansara. No teníamos ni idea de lo que estaba pasando y obsesionarse con ello
sólo nos llevaría a entrar en pánico. Esperar y ver. Era todo lo que podíamos hacer.

Un guardia se pasó finalmente con más agua y barritas energéticas. Nos


indicó por gestos que permaneciéramos en la esquina de atrás, abrió una pequeña

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


rejilla y empujó los suministros a través de ella.

Todo el tiempo en que el guardia estuvo allí, Adam le habló. Ninguna


amenaza. Ni siquiera preguntas. Sólo trataba de hablar con el chico. Causarle
alguna impresión. Conseguir que nos viera como personas, no como prisioneros
anónimos. El tipo no respondió.

—Buen intento —dijo nuestro vecino cuando el guardia se fue—. Pero


puedes ahorrarte el esfuerzo, chico. Sordos y mudos. Todos lo son. Y tampoco
demasiado brillantes, sospecho.

Me acerqué a la rejilla. No la había notado antes; se veía como parte de los


barrotes. Me incliné y la sacudí. Luego lancé un hechizo de cerradura.

—Si te mantiene entretenida, hazlo —dijo el hombre—. Aunque, si miras


más de cerca, verás que no conseguirías sacar más que tu cabeza fuera.

Él tenía razón.

—Relájate y espera —dijo él—. Si estáis en lo cierto, alguien os está


buscando. Si no, utiliza las heridas del chico. Empeóralas y conseguirá atención

225
El Club de las Excomulgadas
médica. Esa sería una oportunidad para escapar.

*****

Adam dormitó de nuevo. Yo estaba sentada con los brazos alrededor de mis
rodillas, mirando a la nada cuando él se sentó a mi lado, su mano serpenteando
alrededor de mi cintura.

—Todo se va a arreglar —susurró él.

Asentí con la cabeza.

Se movió acercándose.

—¿Preocupada por tu madre?

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—Trato de no hacerlo. En el peor de los casos, morirá y volverá donde
estaba. De todos modos, es sólo una cuestión de tiempo antes de que las Parcas
descubran cómo recuperarla.

—Será duro —dijo él—. Perderla de nuevo.

—Por lo menos conseguí pasar algún tiempo con ella —dije—. No


exactamente tiempo de calidad. Pero ella pertenece al otro lado. Esa es su vida
ahora —Le lancé una sonrisa triste. —¿Sueno tranquila y madura por completo?

—Sin duda —me besó—. Incluso si no es así como te sientes.

—Lo haré. Con el tiempo.

Me apoyé en él y cerré los ojos.

—El resto también se arreglará —dijo—. Van a venir por nosotros. Elena y
Clay nos habrán seguido hasta el aeropuerto. Habrán tomado el jet de los Cortez.
Habrán llegado a la misma hora y descubierto dónde nos ha llevado Josef. A partir
de ahí, es sólo cuestión de seguir sus narices.

226
El Club de las Excomulgadas
Aun así… tantas conexiones podrían fallar.

—¿Y si Elena y Clay están también aquí abajo? —dije—. En algún lugar.

—Tanto mejor, porque ese mojo kitsune de Jeremy los encontrará con
mayor rapidez que cualquier nariz de hombre lobo.

Un carraspeo de nuestro vecino.

—¿Perdón? No es mi intención escuchar a escondidas, pero es difícil para mí


no hacerlo. ¿Dijiste hombre lobo?

Eché una mirada a Adam.

—No somos hombres lobos —dijo Adam—. Si eso es lo que te preocupa.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Esa risa otra vez.

—Sé que no lo sois. Clay sería Clayton, ¿no? Danvers. Y… el otro.

—Jeremy.

—Sí. ¿Los conocéis?

—Sí.

—Entonces mi nombre sí que podría significar algo para vosotros después de


todo. Mi apellido, por lo menos. Así que voy a presentarme, con la esperanza de
que vosotros le hagáis saber a Clayton que estoy aquí. Como Alfa, tal vez pueda
negociar mi liberación.

—Clay no es el Alfa. Lo es Jeremy.

Una pausa, luego:

—¿Todavía? Pensé que habría renunciado a estas alturas.

—Lo hará. Pronto. Pero Clay no será el Alfa. Lo será Elena.

227
El Club de las Excomulgadas
Su silencio me dijo que no tenía ni idea de quién era. ¿Cuánto tiempo hacía
que habían encerrado a este tipo?

—Elena es la esposa de Clay —le dije—. Compañera. Lo que sea. Ella es un


hombre lobo y el Alfa electo.

—Ya… veo. Supongo que Jeremy piensa que es inteligente, dejar a Clayton
como Alfa de facto, aunque sin enemistarse con aquellos que no lo querrían
liderando la Manada.

Abrí la boca para decir que ese no era el caso, pero Adam negó con la
cabeza. Si este tipo sabía tanto sobre la Manada y tenía súper oído…significaba que
era un hombre lobo. Un callejero de la vieja escuela. Lo que significaba que era
mejor mantener las cuestiones de igualdad fuera de la conversación.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—¿Y tú nombre? —dije.

—Miguel Santos —dijo él.

—Creía… —empecé a decir.

Entonces me detuve mientras me esforzaba por recordar los nombres de la


familia Santos que habían sido miembros de la Manada. Tenía un conocimiento
bastante decente de la historia de la Manada. Después de varios veranos en la finca
de Jeremy –Stonehaven- se me había permitido leer el Legado.

Jeremy había sido desafiado por el puesto de Alfa por su padre, Malcolm, un
brutal hijo de puta que fue respaldado principalmente por la familia Santos. Había
dos hermanos Santos, uno de los cuales tenía tres hijos. Dos de esos hijos y su tío
habían sido asesinados en la lucha por la Ascensión. El padre y el hijo más joven se
fueron. Ese hijo –Daniel- había dirigido un levantamiento contra la Manada años
más tarde. Daniel había sido asesinado, lo que significaba que el único Santos vivo
actualmente sería su padre. La edad parecía correcta, pero su nombre era Raymond
y yo estaba segura que había oído que Raymond -como Malcolm- había muerto
años antes que Daniel.

228
El Club de las Excomulgadas
Nuestro vecino no se lanzó a explicarlo, sólo esperó en silencio mientras yo
buscaba la solución.

—No eras de la Manada, ¿verdad? —dije.

—Sólo de niño. Me fui a los dieciséis años. Después de eso, estuve a punto
de ser miembro en dos ocasiones. Malcolm Danvers me quería de vuelta, pero yo
estaba… indeciso. Pasé algunos fines de semana con mis hermanos -Wally y
Raymond- hace muchos años, cuando estaba considerando el unirme. Así que
conozco a Clayton y al actual Alfa.

—Jeremy.

—Sí. Pero no a la mujer. Eso fue después de mi tiempo. Recuerdo haber

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


oído el rumor de que Clayton había mordido a una compañera. —Se rio entre
dientes—. Debería haber sabido que era verdad. Donde otros lobos se quejaban de
estar solos, él resuelve el problema. No es lo que yo querría, ya que nunca entendí
el estar compadeciéndose de uno mismo, ¿pero supongo que él es feliz?

—Mucho.

—¿Niños?

—Gemelos.

—Una compañera, hijos, un puesto de Alfa por llegar, aunque no


oficialmente. Sí, debe ser feliz. Me alegro de oírlo. Siempre estuve encariñado con
el chico. Escuché rumores durante estos años. Él tiene una gran reputación, lo que
también me alegré de escuchar. Siempre me preocupó que, con la influencia de…
—hizo una pausa—. No me gustaba tanto el Alfa actual. No quiero ser
irrespetuoso, puesto que parece ser amigo vuestro. Sólo que él no era… mi tipo de
hombre o mi tipo de hombre lobo. No como Clayton.

Me enfadé ante el insulto hacia Jeremy, pero no podía tomarla contra el tío.
Parecía un típico hombre lobo; todo músculo y testosterona. Para ellos, alguien

229
El Club de las Excomulgadas
como Clayton era un verdadero hombre lobo, si hacían la vista gorda ante su
doctorado y su acogedora vida doméstica. Jeremy era demasiado cerebral. Pero
incluso esos tipos tendrían que aceptar a regañadientes que la Manada había
prosperado. Y ahora había crecido, al haber superado la división interna y los
ataques externos. Una fuerza sólida, unificada e indivisible desde la Ascensión de
Jeremy.

Los detractores se lo atribuirían a Clayton, como el verdadero poder en la


Manada, una afirmación que le hacía reír. A este callejero, Miguel, podría no
gustarle mucho Jeremy ahora mismo, pero le gustaría mucho más cuando Jeremy
utilizara su influencia para sacarlo.

A las Camarillas no se les permitía mantener cautivos a hombres lobo


americanos. Si ellos cometían un crimen, tenían que ser entregados a la Manada

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


para el castigo. Lo cual, considerando todas las cosas, podría no haber resultado
demasiado beneficioso para Miguel. Pero fuera lo que fuera lo que él hubiera
hecho, debía haber sido por lo menos hace veinte años, si no conocía a Elena.
Jeremy probablemente decidiría que había sido suficiente castigado. De cualquier
manera, conseguiría liberar a Miguel.

*****

Dormí un poco después de eso, acurrucada contra Adam, con su brazo sobre
mí. Cuando nos despertamos, nuevas botellas de agua habían sido empujadas a
través de la abertura, junto con mantas adicionales como si se acabaran de dar
cuenta de que éramos dos. También habían reemplazado el balde.

Con la débil luz del pasillo pude ver que algunos de los moretones de Adam
ya estaban desapareciendo. Le dolían las costillas, pero insistía en que se trataba del
golpe, que no estaban rotas. Nuestro vecino no era el único con suficiente
experiencia peleando como para reconocer los signos.

Miguel se dio cuenta de que estábamos despiertos y conversó con nosotros


durante un rato. Fue una conversación extrañamente normal, como estar en un

230
El Club de las Excomulgadas
vuelo transoceánico, hablando de vez en cuando con el tipo a tu lado, pero más
que nada dedicándote a tus propios asuntos.

Él había oído rumores de que algo estaba pasando. Le conté lo básico. Si él


tenía una opinión acerca de que los sobrenaturales se expusieran a sí mismos, no la
dio.

Adam y yo también jugamos. Cuando desplegamos las mantas adicionales,


habíamos encontrado un paquete de cartas metidas dentro. ¿Se las daban a todos
los prisioneros? ¿O teníamos un guardia simpático por ahí? ¿Alguien que sabía
quién era yo y que le agradaba Sean? Eso esperábamos.

Había otras cosas de las que quería hablar. Cosas personales. Tengo la
sensación de que Adam sentía lo mismo, por las miradas en mi dirección cuando

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


pensaba que yo no me daba cuenta. Pero ninguno de los dos dijo nada. No era el
momento. O el lugar. Especialmente con nuestro vecino escuchando.

Así que jugamos a las cartas. Y charlamos. Y nos acurrucamos juntos bajo
las mantas para descansar.

231
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintiuno
Cuando un guardia llegó de nuevo, horas más tarde, no era el mismo. Ni
siquiera usaba el mismo uniforme, sólo la vestimenta estándar de la seguridad Nast.
Cuando se acercó a nuestra celda, se llevó un dedo a sus labios antes de que
pudiéramos hablar, depués nos hizo señas con la mano para que nos acercáramos a
los barrotes.

—Me envía Sean —susurró—. No se atreve a venir él mismo; su tío tiene


hombres vigilándolo. Él está en Miami con Bryce. Yo voy a llevaros con él.

Cuando vacilamos, dijo:

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—Sean dice que ambos están en deuda con él ahora y eso significa que
nunca tendrá que montar a Trixie de nuevo.

Adam se echó a reír. Trixie era un viejo jamelgo de un rancho en Colorado


que nos gustaba. La última vez que estuvimos allí, habían vendido el caballo que
Sean montaba normalmente y él quiso jugar a cara o cruz para ver quién tenía que
montar a Trixie. Nos habíamos negado. Era algo que nadie más podría conocer.

El guardia abrió la puerta.

—Dense prisa. El Capitán Kaufman les está esperando.

Según salíamos una voz llegó desde la celda de al lado.

—Te acordarás de mí, ¿verdad?

—Lo haré —dije y me detuve en su celda—. Le diré a Jeremy que estás aquí.
Él hará algo al respecto.

Miguel se había metido atrás, entre las sombras. Pero al ser tan oscuro este
lugar, mis ojos se habían acostumbrado a la luz tenue y pude verlo claramente.
Juzgar la edad de un hombre lobo es algo difícil. El hombre de la celda parecía de

232
El Club de las Excomulgadas
la edad del guardia, a finales de los cuarenta, principio de los cincuenta. Su pelo
oscuro estaba apenas veteado de plata. Era un par de centímetros más o menos más
bajo que yo, hombros anchos con una complexión musculosa. Ojos azules, pero un
azul promedio, nada excepcional. Supuse que sería considerado guapo para su
edad, pero me resultaba difícil apreciarlo porque sabía quién era ese hombre. No
era Miguel Santos.

—¿Mencioné que solía pasar los veranos en Stonehaven? —dije.

Sus labios se torcieron en una sonrisa sardónica.

—Me resulta difícil de creer, querida. A la Manada no…

—No les gustan los forasteros. Aunque, un amigo de la familia de doce años

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


de edad no es tan malo, siempre y cuando ella conozca su lugar y los trate con
respeto. Eso es algo que Clay se aseguró de que yo supiera. Tratar a Stonehaven y a
todos los allí presentes con respeto. Ya había metido la pata una vez.

—Tenemos que avanzar —susurró el guardia.

Continué.

—Había un dormitorio, sabes. Un dormitorio cerrado con llave. Ahora es el


cuarto de los gemelos, pero mientras yo crecía estaba siempre cerrado y cuando
preguntaba qué había allí, todo el mundo cambiaba de tema. Así que un día use un
hechizo de cerradura y entré. Clay me pilló. Me cayó una buena bronca. Pero me
dijo de quien era la habitación. La verdad es que no necesitaba que lo hiciera,
porque vi las fotos en esa habitación y lo descubrí. ¿Sabes a quién vi en esas fotos?

El hombre no dijo nada, pero su mirada se posó en mí y en esa mirada vi


algo más frío que cualquier mirada fulminante de Josef Nast. Me llevó un segundo
encontrar mi voz. Cuando lo hice, me apoyé contra los barrotes y susurré:

—Te vi a ti. Y no, Malcolm, no le diré a Jeremy que estás aquí.

*****

233
El Club de las Excomulgadas
Le pregunté al guardia -Curry como él mismo se presentó- si mi madre
estaba aquí abajo. Dijo que no y que no sabía donde estaba, pero que los hombres
de Sean la estaban buscando.

Nos condujo por el pasillo hasta una habitación vacía con sillas, escritorios,
un refrigerador antiguo y el microondas.

—¿Los guardias? —susurré.

—Sólo uno de servicio. Le han llamado de su puesto.

Arqueé mis cejas.

—¿Así de fácil?

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—Llamarlo de su puesto sí, porque incluso si un prisionero logra salir, no
hay lugar a donde ir excepto hacia arriba… directamente a la sede Nast.

—¿En serio? ¿Estamos en el sótano? ¿Cómo lo ocultan?

—No es sólo un sótano —Curry abrió una puerta y nos hizo pasar a un
pasillo largo con tubos oxidados por encima nuestro. —¿Huelen el agua? La mejor
construcción en el mundo no puede conseguir que este lugar sea más seco. El
noventa y cinco por ciento de la gente de arriba no sabe que estas celdas existen. Al
otro cuatro por ciento se les dijo que se cerraron hace veinte años. Es lo que
también escuchó Sean.

—¿Nunca lo comprobó? —dijo Adam. Parecía extraño para Sean. Hubo un


tiempo en que prefería enterrar su cabeza en la arena. Sin embargo, eso había
cambiado.

—Probablemente lo hizo —dijo Curry—. Sé que yo lo hice. Pero las


antiguas puertas están selladas. Hicieron una nueva. Una puerta oculta desde la
sala de procesamiento. Los prisioneros entran para ser procesados y enviados a uno
de los complejos penitenciarios y entonces…

234
El Club de las Excomulgadas
—Son extraviados —murmuré—. A través de un vertedero en el suelo.

—Algo así. La cuestión es… —abrió otra puerta y nos condujo a lo que
parecía un cuarto de almacenamiento—. La única salida es justo a través del centro
de seguridad. Y no hay manera de sobornar o inhabilitar a esa cantidad de
guardias.

—Entonces, ¿cómo haremos…?

Cuando entramos en la habitación, el Capitán Kaufman salió de detrás de


unas estanterías metálicas con cajas. Extendió su mano. Se la estreché y le presenté
a Adam.

—Ya os conocéis —dije—. Pero tú estabas inconsciente en ese momento.

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—Mis disculpas por ello —dijo Kaufman—. Esos hombres no eran parte de
mi equipo. No es así como hacemos las cosas —Señaló hacia las celdas—. Esto no
es como hacemos las cosas.

—Así es como Josef Nast hace las cosas. Y apuesto a que Thomas también
sabe que este lugar está aquí abajo.

Kaufman se removió incómodo. Incluso si era leal a mi hermano, no


menospreciaría al hombre que todavía seguía al cargo.

—Sólo sáquenos de aquí —dijo Adam.

Kaufman y Curry nos condujeron dentro de otro almacén. Ningún estante


de metal ni ordenadas cajas de madera aquí. Este era un agujero en la tierra,
atestado de cajas podridas y malolientes por las ratas muertas.

—Déjame adivinar —dije—. Hay un pasadizo secreto aquí mismo, justo


atravesando las alcantarillas.

Kaufman encendió la luz de su chaleco. Curry hizo lo mismo. Empecé a


lanzar un hechizo de bola de luz, pero me detuve. Podía ver bien con sus luces.

235
El Club de las Excomulgadas
Kaufman se detuvo frente a una puerta. Una gran puerta de metal, justo ahí,
clara como el día. Al lado de la puerta un escáner de seguridad estaba colocado en
el muro de hormigón.

—Esa es una pésima escotilla secreta —dije.

—No es secreta. No para cualquiera que trabaje aquí abajo.

—Entonces, ¿cómo…?

Kaufman tomó mi mano y tiró de ésta hacia la caja.

—Los dedos extendidos, por favor, señorita Nast.

Mi mano se introdujo en la caja. Un zumbido mecánico. Algo me tocó el

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pulgar. Entonces…

—¡Ay!—Tiré de mi mano. Mi dedo estaba sangrando. —Si se requiere


sangre virgen, te has equivocado de chica.

Kaufman solo se quedó allí, tieso como un palo, mirando la puerta. Eché un
vistazo a Curry. Él estaba resoplando flojito, la ansiedad convirtiéndose en pánico
mientras esperábamos...

Otro zumbido. Entonces un ruido metálico. Una luz verde brilló sobre la
puerta. Kaufman agarró la manecilla. Cuando volvió la vista hacia mí, su mirada se
dirigió a Curry que parecía a punto de mearse en los pantalones de alivio.

—Lo lamento, señor —Curry miró hacia mí—. Lo lamento, señorita. No fue
mi intención… lo lamento.

Kaufman abrió la puerta mientras Adam murmuraba:

—Sangre Nast.

Le lancé una mirada perpleja mientras pasábamos.

236
El Club de las Excomulgadas
—El mecanismo de la puerta —dijo Adam—. Es una especie de lector de
ADN.

—Es una ruta de escape para la familia —dijo Kaufman mientras nos hacía
avanzar

Una puerta que se abriría sólo para aquellos que tenían ADN Nast. Es por
eso que Curry estaba preocupado. No estaba seguro de que yo realmente fuera la
hermana de Sean, sólo de que Sean así lo creía.

Y hablando de eso:

—¿Así que hay una vía de escape para la familia sobre la que mis hermanos
no saben nada? Eso no les sirve de mucho, ¿no?

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—Serán informados si la situación lo requiere —dijo Kaufman.

Sí, pero demostraba donde yacían las prioridades de Thomas Nast. Mejor
mantener el máximo secreto acerca de la ultra secreta prisión ante cualquiera que
pudiera no estar de acuerdo, incluso si eso posiblemente significaba negarles a sus
nietos el acceso a una ruta de emergencia.

Al otro lado de la puerta, las luces se encendieron automáticamente según


caminábamos. Dios no quisiera que un Nast tuviera que cargar con una linterna. O
aprender de una bruja el hechizo de bola de luz.

Aquí no había olor a rata muerta. Ni paredes de cemento, ni tampoco suelos


con lodo. No era exactamente una pasarela telescópica de última generación, pero
era un limpio -estéril incluso- y largo tubo de metal con barandillas a ambos lados,
ya que el suelo poco a poco iba empinándose.

Caminamos rápidamente, los pasos haciendo eco y las luces apagándose tras
nuestro paso.

—¿A dónde da? —pregunté.

237
El Club de las Excomulgadas
Kaufman no respondió.

—No lo sabes, ¿verdad?

—Yo no sabía nada de las celdas inferiores, así que ni por asomo de esta
ruta de escape. Curry ha estado en las celdas, pero tampoco conocía esto. Tu
hermano tuvo que… persuadir a un arquitecto jubilado para hacerse con los planos.
Por supuesto, no tenía una copia impresa, pero su memoria era buena.

O Sean la hizo buena. Con sobornos o amenazas. Sean es más bien un chico
de zanahoria, pero no puedes llegar a su posición sin aprender también a utilizar el
palo.

Curry había dicho que Sean estaba en Miami, con Bryce. Cuando él se

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enteró de nuestra detención, habría llamado a Thomas de inmediato. Habría ido de
un lado para otro mientras Thomas afirmaba no saber nada de la operación, hasta
que finalmente le habría dicho, “Ah, claro, esa operación. Todavía no he tenido noticias
de Josef”. Pasarían unas horas, luego Thomas confirmaría que habíamos sido
retenidos. Un arresto legal. Que nos estaban llevando a la sede Nast, donde los
Cortez podrían reunirse con los Nast para discutir el asunto.

Pero antes de que Sean o cualquier Cortez consiguiera subirse al avión…


Hum, parece haber sido un problema de procesamiento. No estábamos donde se
suponía que debíamos estar. Por supuesto que nos encontrarían con el tiempo. No
puedes extraviar a los prisioneros. No por mucho tiempo de todos modos.

La respiración de Adam volviéndose cada vez más rasposa me hizo saber


que él encontraba difícil esta larga caminata cuesta arriba. Para cuando alcanzamos
la cima, parecía a punto de desmayarse.

—Danos un segundo —dije.

—Estoy bien—dijo Adam—. Puedo descansar cuando estamos a salvo.

La puerta de salida tenía otra prueba de sangre. Se abrió también para mí y

238
El Club de las Excomulgadas
salimos a una habitación que se parecía tanto al punto de entrada que casi me
pregunté si era otro diabólico giro de ingeniería…hacer que parezca que estás
subiendo hacia la libertad, sólo para ponerte de nuevo en el lugar donde empezaste.
Incluso Kaufman estaba parado allí, mirando boquiabierto, hasta que Adam trató
de empujarlo para pasar delante y el oficial volvió a asumir la cabeza de la marcha
con un brusco:

—Permítame, señor.

Cuando entramos en el pasaje asegurado, Kaufman y Curry sacaron sus


armas. Parecía extraño ver armas en manos de sobrenaturales, pero supongo que
era nuestro modo de actuar el que era realmente extraño: el arcaico rechazo a usar
algo distinto a los poderes sobrenaturales. Las armas detendrían un atacante rápido.
Además de forma más permanente, lo que podría explicar el por qué la mayoría de

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nosotros nos aferrábamos a las viejas costumbres.

Atravesamos la sala, esperando encontrar una salida. No había ninguna y


seguimos dando la vuelta, sólo para terminar de regreso donde comenzamos.

—Ejem, señor… —dijo Curry.

—Hay una salida —dije—. Sólo tenemos que encontrarla. Dado que la
habitación obviamente está vacía, imagino que es seguro separarnos. ¿Adam?
Siéntate.

Él levantó sus cejas. Lo tomé del brazo, lo llevé hacia una caja resistente y
susurré:

—Por favor. Antes de que te caigas.

Me hizo caso. Jugar al tipo duro estaba bien si nos mantenía en movimiento.
No estaría tan bien si teníamos una huida problemática y él se desplomara.

Mientras los oficiales recorrían las paredes buscando puertas ocultas, volví
mi mirada hacia arriba. El techo estaba al menos a cuatro metros del suelo. Lancé

239
El Club de las Excomulgadas
una bola de luz y examiné la oscuridad por encima de nuestras cabezas.
Efectivamente, había una trampilla.

—No nos lo están poniendo fácil, ¿verdad? —dijo Adam mientras miraba
hacia arriba.

Curry sacudió su cabeza.

—No puede ser tan difícil. Thomas Nast no es un hombre joven.

Me acerqué y despejé los viejas cajones y cajas de cartón, obviamente


dejados para hacer que pareciera un espacio de almacenamiento. Sólo cuando moví
mi bola de luz justo hacia la pared vi los peldaños.

Kaufman quería ir el primero, pero aquí era donde el poder sobrenatural

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triunfaba sobre el poder de las armas de fuego. Yo podría lanzar mi hechizo de
detección hacia la parte superior y asegurarme de que todo estaba despejado. O
podría si el hechizo funcionaba. No les conté esa parte.

Trepé. Entonces lancé. Pude captar un pulso tenue de vida. Tenue


significaba distante. Nadie estaba justo encima de nosotros.

Probé a empujar la trampilla. Por debajo, Kaufman se estiró para tocar


ligeramente mi tobillo; él quería ir el primero. Sólo estaba asegurándome de que la
puerta no necesitaba un hechizo de cerradura. No lo necesitaba, así que deje al tipo
con el arma ir por delante de mí.

Una vez que Kaufman alcanzó la cima, abrió una rendija de la escotilla y
luego lentamente la levantó. Curry tenía su arma en alto con una mano, la otra
flexionada junto a esta, listo para activar algún poder de medio demonio: hielo,
fuego, tal vez telequinesis. No tuvo que hacerlo. La habitación encima de nosotros
estaba despejada. Kaufman subió y le hizo señas a Curry para que fuera el siguiente
para que pudiera luego vigilar mientras Kaufman nos ayudaba.

Yo fui la última. Quería estar debajo de Adam, en caso de que él perdiera el

240
El Club de las Excomulgadas
equilibrio. No lo hizo. Subió, atravesó la escotilla y así lo hice yo, saliendo a…

Otro espacio de almacenamiento… de algún tipo de restaurante de comida


rápida, los estantes metálicos que nos rodeaban estaban equipados con cajas de
copas y servilletas.

Adam sacó una bolsa de una caja abierta.

—Después de treinta y seis horas sin cafeína, estoy pensando que tal vez me
llevaré esto.

Eran granos de café, marcados con el logotipo de una cadena de California.


Leyendo la etiqueta de otra caja, la abrí y le arrojé una pequeña bolsa.

—Prueba estos.

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—Granos de café cubiertos de chocolate. Mejor aún.

Dejamos a Kaufman y a Curry examinar la habitación. No veíamos la


necesidad de hacerlo. Eran aproximadamente cuatro metros cuadrados. La escotilla
había estado bajo una sección de azulejos que se levantaron cuando salimos,
después volvieron a acomodarse perfectamente en su lugar. Había solo una puerta.

Era demasiado simple para los chicos de seguridad, que al parecer tenían
que asegurarse de que no había trampas camufladas, dispuestas a hacer salir
volando a un desafortunado camarero.

—Es una cafetería, tíos —dije—. Puedo sentir gente fuera. Clientes.
Bebiendo café. Si escucho con atención, puedo incluso oírlos hablar. En cuanto a
por qué la ultra secreta escotilla de escape de los ejecutivos Nast da a una
cafetería…

—Son los dueños de la cadena —dijo Kaufman.

—¿En serio? No es de extrañar que Sean siempre me lleve a estas cafeterías.


Será tacaño…

241
El Club de las Excomulgadas
Kaufman me hizo callar educadamente, luego escuchó en la puerta.

—Una gran cantidad de clientes para esta hora —dijo Kaufman.

—Hay un espectáculo que termina a medianoche a la vuelta de la esquina —


dijo Curry—. Vienen aquí para tomar café y postre. Tuve que esperar veinte
minutos para tomar un café en mi descanso de media noche la semana pasada.

Kaufman asintió y susurró de vuelta hacia mí.

—Voy a tener que enfundar mi pistola cuando salgamos.

—Está bien.

—Una vez que estemos fuera, conseguiremos un taxi. Hay un coche

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esperando, pero está a unas manzanas de distancia. Más alejado de la sede.

—Lo entiendo.

Kaufman abrió la puerta y salió. Adam lo siguió, luego yo, con un rayo de
energía preparado. Curry me susurró al oído:

—Va a salir todo bien, señorita. Todo va a estar bien.

¿Parecía nerviosa? Tal vez lo estuviera. Una tontería, teniendo en cuenta que
estábamos entrando a hurtadillas en una cafetería. Un poco surrealista, también.

Frente a nosotros, Kaufman se puso recto. Nosotros hicimos lo mismo.


Simplemente cuatro personas saliendo por el pasillo con un rótulo de Solo Personal.
Dos de ellos con uniformes de seguridad y los otros dos con la ropa salpicada de
sangre, pareciendo como si hubieran dormido con ella puesta sobre un suelo sucio.
Sólo podíamos esperar que todos estuvieran demasiado ocupados hablando de la
obra para percatarse.

Cuando nos acercamos a la puerta batiente que conducía a la cafetería, el


murmullo de las conversaciones se hizo más fuerte. Hombres y mujeres hablando, y

242
El Club de las Excomulgadas
riendo, cubiertos tintineando contra porcelana, tazas sonando contra las mesas.

—Todo va a ir bien, señorita —susurró Curry de nuevo—. Sólo mantenga la


calma y no se altere, pase lo que pase.

Por el temblor en su voz, no era yo quien necesitaba consuelo. Kaufman me


hizo señas con la mano para que fuera a su lado. Adam puso su brazo alrededor de
mi cintura. Relajada. Sólo finge estar relajada.

Kaufman abrió la puerta. Salimos. Y veinte ―clientes‖ se pusieron de pie, sus


armas apuntando hacia nosotros.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L

243
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintidós
—Bastardo —gruñí mientras me giraba hacia Curry—. Nos has tendido una
trampa.

—Tengo hijos, señorita. Yo…

Lo envié volando con un hechizo de derribo. Cuando me volví para


enfrentar a nuestros atacantes, Adam me agarró del brazo y susurró:

—No.

Él tenía razón. Kaufman había levantado las manos y parecía a punto de


vomitar. Era hombre muerto. Si él hubiera creído que tenía una mínima esperanza

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de conseguir salir luchando, lo habría hecho, pero levantó sus manos y dijo:

—Quiero hablar con Sean Nast. Esta es su hermana…

—¿Se creyó esa trola de mierda, capitán? —Un oficial dio un paso
adelante—. Creía que era más inteligente.

—No, ella es su hermana —dijo Curry—. Su sangre abrió la puerta de


seguridad. Ella es una Nast…

Un golpe en la puerta principal. Las cortinas estaban todas echadas,


incluyendo una sobre la puerta. Un golpe más fuerte.

El oficial principal hizo señas para que su gente se moviera fuera de la vista,
se acercó, tiró de la cortina unos centímetros y gritó:

—Hemos cerrado.

Una tarjeta de identificación se estampó contra el cristal. El oficial principal


se estremeció y murmuró una maldición.

—Un equipo de seguridad inter-Camarillas —dijo él—. Que todo el mundo

244
El Club de las Excomulgadas
mantenga la posición, pero bajen las armas.

Abrió la puerta para dejar entrar a un hombre rechoncho y de pelo


entrecano. Otros dos lo seguían. Todos llevaban traje y parecían más agentes del
FBI que oficiales de seguridad.

Curry susurró.

—Es a lo que me refería, señorita. Informé a los Nast. Tenía que hacerlo.
Tengo hijos. Ayudarla a escapar…es traición. Pero me aseguré de que estuviera a
salvo. Por eso llamé a la oficina inter-Camarillas. También envié un mensaje a
Sean. Él sabrá lo que pasó. No va a regresar a las celdas. Tendrán que actuar dentro
de la ley. Estará bien.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Lo fulminé con la mirada.

—Estaría mucho más que bien si estuviera dentro de un taxi ahora mismo.

—Yo... yo tengo hijos, señorita.

—Deja de lloriquear —siseó Kaufman—. Sean confiaba en ti, Frank y la has


jodido. ¿Crees que conseguirás ahora llegar a cobrar tu indemnización dorada por
jubilación? Ambas partes te considerarán un traidor.

Curry palideció. Me aparté de él. El hombre canoso de traje se acercó a


nosotros.

—¿Señorita Levine? ¿Señor Vasic? Bo Stein. Voy a acompañarlos de regreso


a la sede Nast para una audiencia apropiada sobre estas denuncias.

—Que gracioso —dijo Adam—. Juraría que era a donde nos dirigíamos
hace veinticuatro horas. Antes de que termináramos encerrados en una sucia celda,
sin cama y con un balde para orinar.

Stein apretó los labios.

245
El Club de las Excomulgadas
—Esas acusaciones se oirán, señor. Me han dicho que los Cortez también
han sido avisados y que están de camino con su equipo legal. Esto se manejará
adecuadamente a partir de ahora.

—No vamos a volver a una celda de ningún tipo —dije.

—No lo harán. Estaremos con ustedes hasta que…

—Y quiero a mi madre.

Stein se quedó mirándome, como si la conmoción por mi encarcelamiento


me hubiera revuelto el cerebro.

—Eve Levine estaba con nosotros —dijo Adam—. El Capitán Kaufman


puede dar fe de ello. Fue traída desde el más allá. Manifestada.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Kaufman asintió.

—Es cierto, señor.

Yo dije:

—No la he visto desde que nos subieron al avión en Nueva Orleans. Quiero
que la encuentren. Si intentan decir que pasó al otro lado de nuevo, quiero a Jaime
Vegas del Consejo interracial aquí para hacer contacto.

—Comenzaremos a investigar…

—Antes de dar un paso más también queremos hablar con Lucas Cortez —
dijo Adam—. Dice que usted está con la seguridad inter-Camarillas, pero yo no lo
conozco.

Stein le entregó a Adam su teléfono móvil. Adam me lo pasó a mí.

Llamé a Lucas. Contestó al segundo timbrazo.

—Hola, soy yo —dije.

246
El Club de las Excomulgadas
Una pausa. A continuación, un suspiro, tan suave que más bien fue un
susurro.

—Savannah. Puesto que estás llamando desde el número del agente de


Stein, presumo que el intento de rescate ha sido frustrado.

—Lo fue.

—Habíamos esperado otra cosa. Sean se enteró de las intenciones de Frank


Curry solo hace media hora, por lo que era demasiado tarde para advertir al
Capitán Kaufman. ¿Estáis todos bien?

—Estoy bien. También Adam, aunque le dieron una paliza cuando nos
arrestaron. Mamá está perdida, pero dicen que se ocuparán de eso. ¿Entonce Stein

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


es legal? ¿Podemos ir con él?

—Tendréis que hacerlo, me temo. Pero sí, es un legítimo representante de la


agencia inter-Camarillas. Pronto tendremos este lío solucionado. Sean ya está de
camino. Estaba cerca del aeropuerto, así que le hice tomar el jet. Lo sigo con el
equipo legal en un vuelo comercial. Estaremos allí tan pronto como podamos.

Y eso fue todo. No había nada más que hacer excepto someterse a la
custodia Nast y confiar en que esta vez íbamos a tener nuestro debido proceso.

*****

Nos llevaron de vuelta a la sede. A la sala de juntas nada menos, donde


Stein dijo que descansaríamos, bajo su guardia, hasta que todo el mundo llegara
para la audiencia.

Mientras esperábamos se nos permitió tomar una ducha en el ala ejecutiva.


Luego un médico de la Camarilla atendió las lesiones de Adam y confirmó que,
efectivamente, tenía las costillas rotas pero ya sanando correctamente. Volvimos a
la parte de atrás de la sala de juntas, para tomar algo de comer, cuando los guardias
trajeron a mamá.

247
El Club de las Excomulgadas
Ella entró con su habitual andar seguro, su cabello elegantemente peinado,
la espada en su espalda, la mirada fija en mí y una sonrisa genuina. Cuando me
acerqué corriendo y la abracé, no puso una mueca de dolor, ni dio señales de estar
ocultando lesiones.

—Oye, nena, ¿estás bien?

Asentí con la cabeza.

—¿Tú?

—Apuesto que mejor que tú —Me besó en la mejilla, entonces echó un


vistazo a mi ropa arrugada y una mirada a la sala—. Parece que los asesores de la
empresa decidieron que, si bien no estaban convencidos de que perteneciera a las

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


fuerzas angelicales, era mejor no correr ningún riesgo maltratándome. Me
encerraron en una celda forrada de plomo, pero era bastante confortable. Creo que
esperaban que las Parcas me convirtieran en espíritu de nuevo y así poder lavarse
las manos en este asunto.

—Te permitieron mantener la espada.

—Mmm —Se retorció para enseñarme la espalda. Estaba unida por un


alambre de chispas rojas—. Mojo mayor. Costó la vida de un prisionero. Aunque
parece estar aguantando. Por desgracia. ¿Cómo está Adam?

Creía que él estaba justo a mi lado, pero ahora me di cuenta de que se había
quedado al otro lado de la sala.

—¿Vas a presentarnos? —dijo mamá.

—¿Presen…?

Adam y mi madre nunca se conocieron. A pesar de que me di cuenta de eso,


hubo un momento en que pensé que debía estar equivocada. Cada uno de ellos
había sido una parte muy importante de mi vida, pero mitades opuestas de la
misma. Aunque había tenido algún contacto con mi madre durante años y Adam

248
El Club de las Excomulgadas
había estado allí cuando ella estaba ―cerca‖ en forma fantasmal con la mediación
de Jaime, ellos nunca se habían encontrado cara a cara.

Miré por encima del hombro hacia él, que estaba ahora sirviendo un refresco
en copas para los dos. Metí mis manos temblorosas en los bolsillos.

—Está bien, cariño —dijo mamá, tirando de una de mis manos y


apretándola—. Lo sé.

Eso es todo lo que dijo: “Lo sé”. Pero cuando miré hacia él, supe que ella
sabía lo que Adam significaba para mí. Mis mejillas se encendieron.

—Algo ha cambiado, ¿no es así? —dijo ella.

Empecé a asentir, luego me encogí de hombros sintiendo como si tuviera

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


once años de nuevo, cuando le había hablado acerca de un chico de la escuela que
quería que fuera al baile y que creía que tal vez me gustaba, pero no estaba segura.

—Tal vez —dije—. Creo que sí.

—Cambió —murmuró ella—. Lo puedo ver en la forma en que te mira.

Me puse completamente roja ante eso. Según nos acercábamos, Adam


apoyó las copas y se volvió para saludarnos. Sonreía, pero no era su sonrisa
habitual. Tampoco era una nerviosa. ¿Reservada, tal vez? No era lo que esperaba y
me desconcertó un poco.

—Adam, esta, eh, es mi mamá —dije.

—¿Estás segura? —su sonrisa asomó ahora—. Porque no veo el parecido.

Mamá se rio y lo abrazó, pillándole con la guardia baja. Como he dicho,


mamá no es de las que dan abrazos, por lo que también me sorprendió un poco.

Cuando se apartó, le susurró al oído, probablemente pensando que no podía


oírlo.

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El Club de las Excomulgadas
—Debería haberla enviado de regreso a Miami. Lo lamento.

—No, eso está… —empezó a decir él.

—No está bien para nada —susurró ella—. Lo lamento.

Cuando ella dio un paso atrás, esa mirada reservada había desaparecido y
me di cuenta de que Adam se había enfadado con ella por llevarme consigo a
Nueva Orleans. Él no quería estar enojado -y segurísimo que no quería que yo
supiera que estaba enojado- pero lo estaba.

—¿Comerás ahora? —susurró él mientras se acercaba con mi bebida.

Asentí con la cabeza, tomé un plato y lo cargué. Comida rápida, no había


mucho más abierto a esta hora, pero no es como si yo, de todas formas, no comiera

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


estas cosas por decisión propia.

Comimos sin hablar mucho. No hay mucho que pudiéramos decir, rodeados
de guardias. Era un poco más de las tres de la madrugada. Sean llegaría pronto,
Lucas y Paige poco después. ¿Insistiría Thomas en esperar a una hora más
razonable, dejándonos acomodarnos? Nadie lo sabía. O si lo sabían, nadie nos lo
dijo.

*****

Una hora más tarde se produjo una conmoción en el pasillo. Esperaba que
fuera Sean, pero la puerta permaneció cerrada. Mamá daba vueltas alejándose de la
mesa. Parecía estar distraída y creí que simplemente estaba inquieta, pero cuando
levanté la vista estaba de pie en la esquina de espaldas a mí.

Me acerqué a ella.

—…así que es un desastre — Estaba diciendo ella. A nadie.

—¿Mamá?

250
El Club de las Excomulgadas
Se dio la vuelta. Un leve rubor rosa en sus mejillas y me llevó de nuevo
hacia la mesa.

—¿Con quién estabas hablando? —pregunté.

—Oh. Esto… con nadie. Probablemente. Solo… —Un encogimiento de


hombros, luego pasó un brazo alrededor de mis hombros y me dio un apretón—.
Estoy cansada, nena. No he estado cansada en diez años. Creo esto está afectando
a mi cerebro. Entonces, ¿qué está pasando?

—Ni idea —dijo Adam mientras ella se sentaba.

Volví la vista hacia la esquina. Mi padre. Ella lo sintió aquí. ¿Era él?

Otra conmoción en el pasillo. La puerta se abrió de golpe. Entraron

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


caminando dos enormes guardaespaldas seguidos por dos tipos con traje que
gritaban “abogado”. Con la pompa normalmente reservada para los gobernantes de
naciones despóticas, escoltaban a Thomas Nast.

Había visto antes a mi abuelo. Nos encontramos en varias ocasiones… si se


puede llamar “encuentro” a estar en la misma habitación y que él esté fingiendo
cuidadosamente que no existes. Pero lo primero que pensé al verlo hoy fue, Dios
mío, que viejo está. Thomas siempre había sido viejo… para mí, en cualquier caso.
Recuerdo la primera vez que lo vi, alto, con el pelo blanco, ligeramente encorvado
y pensé, “¿Este es el tipo? ¿Al que todo el mundo tiene tanto miedo? No parece tan malo”.
Él parecía… un abuelo.

Sí, odio admitirlo, pero la primera vez que vi a Thomas Nast, sentí un
zumbido de esperanza, porque se parecía a alguien que podía imaginar como un
abuelo. Orgulloso y severo, pero bondadoso. Pero no. La única persona que
suavizaba el corazón de Thomas Nast era Sean.

Sin embargo, mientras Thomas entraba, fue en mi otro hermano en quien


pensé. Había visto la forma en que Thomas actuaba cuando Bryce estaba cerca…de
la misma manera en que actuaba con todos excepto con Sean. Irascible. Prepotente.

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El Club de las Excomulgadas
Irritable, como si todos fueran unos incompetentes empeñados en complicarle la
vida. De la misma manera en que trataba al hombre que lo seguía al entrar a la sala.
Su hijo más joven. Josef.

No conocí a Thomas cuando mi padre estaba vivo, pero apuesto a que él


había tratado a Kristof como lo hacía con Sean. El chico favorito. El heredero. El
único que importaba.

Había visto lo que semejante favoritismo había hecho con Bryce. Las
elecciones que él había tomado. Lo miserable y enojado que estaba. En treinta
años, ¿se convertiría en otro Josef Nast? ¿Dispuesto a matarme, no porque yo fuera
una amenaza para él, sino porque tal vez complacería a Thomas? Finalmente
podría complacer a su padre.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Ni Thomas ni Josef miraron en mi dirección. No esperaba que lo hicieran.
Su gente se desplegó alrededor de ellos, colocando sus sillas correctamente,
sirviéndoles café y agua helada, inclinándose para susurrar y señalar detalles en los
documentos y en las pantallas digitales. Protegiéndolos de cualquier necesidad de
reconocer nuestra presencia.

Cuando Thomas estuvo acomodado, mamá se levantó. Se quedó de pie


durante al menos tres minutos. Desafiándolo a mirar hacia ella. Al no hacerlo, ella
empezó a avanzar con la barbilla bien alta y la espada brillando más intensamente,
como si se alimentara de su resolución. O de su rabia.

Thomas siguió sin levantar la vista. Los otros lo hicieron. Hasta ahora, se
habían esforzado en fingir que no había nada inusual en tener a la supuesta amante
-muerta hacía mucho tiempo- del anterior heredero entre ellos, una mujer que
ahora se murmuraba que era un ángel. Se giraron. Se quedaron mirándola. Unos
pocos dieron un paso más cerca, protegiendo a su líder. Otros retrocedieron.

—Tho… —mamá comenzó.

La puerta se abrió. Se oyeron voces.

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El Club de las Excomulgadas
—Lo siento, señor —dijo alguien en el pasillo. —Pero no están autorizados
a participar en el proceso.

—Ellos no van a participar. —La voz de Sean. Exhalé de alivio—. Están


aquí como observadores. La señora Michaels es un delegado…

—Lo entiendo, señor, pero no permitimos a su… especie…

—La palabra es hombre lobo—. El acento sureño de Clay—. Está bien.


Puedes decirlo. No te va a morder.

—Es un delegado del Consejo al que van a juzgar —dijo Sean—. La señora
Michaels está aquí para representar a Adam Vasic y al Consejo…

La puerta se cerró, silenciando sus voces. Capté lo suficiente como para

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


darme cuenta de que ellos no iban a admitir a un hombre lobo en la audiencia y no
había ninguna disposición que requiriera que un delegado del Consejo estuviera
presente cuando otro iba a juicio. Al final Elena lo interrumpió y su voz se elevó lo
suficiente como para que yo la oyera.

—Nos quedaremos aquí afuera, Sean. No hay ninguna regla en contra,


¿verdad?

El agente estuvo de acuerdo en que no la había.

—Entonces nos quedaremos aquí —dijo ella—. Dónde podamos oírlo todo.

Sonreí. El agente farfulló, pero no había nada que pudiera hacer. Era culpa
suya por no molestarse en saber lo suficiente sobre hombres lobo como para darse
cuenta de que serían capaces de escuchar desde el pasillo.

Me senté y esperé. Sean estaba aquí. Elena y Clay estaban aquí. Lucas
estaba en camino. Saldría bien. Tenía que ser así.

253
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintitrés
Cuando Sean entró, Thomas se puso de pie. Su mirada era cautelosa, pero
no había duda de la repentina chispa de calidez.

—Sean —dijo él—. ¿Qué tal el vuelo? Lamento que hayas tenido…

—A Bryce no le está yendo muy bien, abuelo. Gracias por preguntar. Y


gracias por llamar para ver cómo estaba. Él te lo agradece.

—Yo…

—Has estado muy ocupado —Sean se acercó a su abuelo—. El mundo


sobrenatural se está yendo al infierno. Espíritus demoníacos se abren paso en todas

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


partes. Una bestia infernal se materializó en el metro de Nueva York. Los
sobrenaturales están cosechando un recuento de cadáveres más rápido que los
demonios y las bestias infernales combinados. Por supuesto que estás demasiado
ocupado para preocuparte por Bryce. Aunque de alguna manera, a pesar de todo
esto, decidiste que puedes tomarte un descanso para someter a mi hermana a juicio
por traición.

¿Traición? ¿Qué? ¿Cómo?

—La señorita Levine no es tu herma…

—¡Lo es! —rugió Sean, haciendo que todo el mundo retrocediera. La


mayoría probablemente nunca le había oído siquiera levantar la voz—. Me han
dicho que hay una vía de escape especial en este edificio, asegurada por cerraduras
que requieren sangre Nast. Su sangre las abrió.

—No te molestes, Sean —dijo mamá—. No puede oírte. No querrá oírte.

Sean se volvió. Vio a mi madre y parpadeó.

—Eve.

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El Club de las Excomulgadas
Ella se acercó y le rodeó con el brazo, inclinándose para susurrarle:

—Tu padre te envía su amor. Siempre—. Luego ella se giró hacia Thomas.
—¿Vas a mirarme ahora?

Primero él se sentó, luego lentamente levantó su mirada. Cuando sus ojos


alcanzaron los de ella, su rostro se quedó inmóvil.

—Ha pasado mucho tiempo, ¿no? —dijo ella—. Veintidós años desde
nuestra charla.

—Nunca nos conocimos…

—Anda, corta el rollo —se acercó a su mesa. Sus guardaespaldas


mantuvieron sus posiciones, pero todo el mundo lentamente cuando barrió a un

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


lado las páginas frente a él y plantó sus manos sobre la superficie—. Te acuerdas de
esa conversación. Me amenazaste con… —se detuvo. Casi imperceptiblemente, se
volvió hacia Sean—. Me asustaste muchísimo —dijo después de un momento—.
Dejé que me asustaras. Era joven y estúpida, y dejé que arruinaras mi vida, la vida
de Kristof y la vida de nuestra hija, y nunca te perdonaré por eso. No me importa si
reconoces o no a Savannah. Ella no te necesita. Pero vas a dejarla marchar.
Savannah y Adam saldrán por esa puerta y tú puedes mantenerme en su lugar y…

Un tintineo suave y metálico. El alambre sujetando su espada había caído al


suelo.

—Ya era hora, señoras —murmuró mamá mientras extendía hacia atrás el
brazo buscando su espada—. Me retracto. Tal vez no me quedaré, Thomas. Me
dejarás ir y…

Ella brilló. No sólo la espada, sino todo su cuerpo.

—No —susurró. Ella levantó la vista—. ¡No!

Ella brilló de nuevo, casi desapareciendo por completo antes de volver en


mitad de una frase.

255
El Club de las Excomulgadas
—Dadme cinco minutos… —Su mirada se disparó hacia mí y corrí hacia
ella, haciendo caso omiso de los gritos de los guardias.

Y ella desapareció.

Simplemente desapareció.

Sabía que sucedería, pero me sentí como si alguien me hubiera golpeado en


el estómago. Era como todas las veces que me había imaginado su muerte. Nunca
había sabido lo que pasó, pero me lo había imaginado en todas las formas en que
una hija podía torturarse con las imágenes del asesinato de su madre. Sin embargo,
nada de lo que había imaginado se había sentido tan horrible como este momento.
Este momento cuando ella estuvo aquí. Y luego no lo estaba.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Adam llegó a mí primero, sosteniéndome contra su hombro. Me permití
derrumbarme encima de él, sin sollozar, sin ni siquiera llorar, pero deseando poder
hacerlo, el dolor sólo acumulándose.

—Deja ir a Savannah —le dijo Sean a Thomas en voz baja—. Por favor,
abuelo, sólo déjala ir. Eve dijo que no va a luchar por el reconocimiento de
Savannah. Yo tampoco. Ya no más. Eve tenía razón. Tú no quieres verlo, así que
no lo verás. Simplemente deja que se vaya. Déjalo estar.

Levanté la cabeza. Thomas no estaba mirando hacia mí. No estaba mirando


hacia Sean. Estaba mirando fijamente justo hacia el lugar donde mi madre había
estado. Se le veía cansado. Viejo, cansado y débil, y supe que él no quería seguir
con esto tampoco.

Sean se puso delante de él.

—Voy a sacarla de aquí, abuelo.

Cuando se volvía hacia mí, Josef rompió el silencio.

—Ella no puede simplemente irse tan tranquilamente. Participó en un acto


terrorista contra la Camarilla y debe enfrentarse a esos cargos…

256
El Club de las Excomulgadas
—Oh, por el amor de Dios —Sean se giró hacia su tío—. Nadie se lo cree
excepto tú, Josef y solo tratas de joderme llevando a juicio a Savannah…

—El Señor Nast tiene razón —Era uno de los hombres de traje. El abogado
de la agencia inter-Camarillas—. Se han presentado cargos. A menos que el señor
Nast desee formalmente retirarlos…

Todo el mundo miró hacia Thomas. Finalmente él miró hacia mí y fue


como si él mirara los ojos de un basilisco. Poco a poco, pero de manera irrevocable,
se convirtió en piedra.

—No —dijo—. No deseo retirar los cargos.

Sean se hundió un poco, luego se recuperó.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—Bien. Pero no podemos empezar hasta que llegue Lucas. Como
representante de la Camarilla Cortez, bajo cuya protección está Savannah, Lucas
Cortez tiene que estar aquí para presenciar el proceso. Como su abogado es del
todo punto necesario que esté aquí para representarla.

Josef fulminó con la mirada al Agente Stein, que estaba de pie, dando
tirones a su corbata.

—Sí, en circunstancias normales, sería cierto —dijo Stein finalmente—. Sin


embargo, tu familia ha protestado acerca de su participación alegando que como
ex tutor legal y actual empleador no se puede esperar que el señor Cortez sea
imparcial en este proceso.

—Él no tiene la intención de ser imparcial —dijo Sean—. Él es su abogado.

—Sí, bueno, la agencia inter-Camarillas se ha pronunciado a favor de su


familia en este asunto. La Señorita Levine será representada por el señor Turín, del
equipo legal de la agencia. En cuanto a los intereses de la Camarilla Cortez,
estamos tratando de tener un enlace de vídeo con Benicio Cortez, pero hemos
tenido dificultades técnicas.

257
El Club de las Excomulgadas
—Dificultades técnicas, mi culo —murmuró Sean—. Muy bien entonces, al
menos tendremos que esperar hasta que esas dificultades sean resueltas antes de
comenzar.

—No, hemos decidido que al señor Cortez se le puede poner al corriente tan
pronto como se establezca el enlace.

Sean se quedó allí de pie, mirando fijamente hacia Stein, que no enfrentaba
su mirada. Entonces se dejó caer en su silla con tanta fuerza que el chasquido
resonó a través de la sala.

La agencia inter-Camarillas, o los miembros claves de la misma, habían sido


sobornados y no había nada que pudiéramos hacer al respecto. Mi corazón empezó
a latir más fuerte. Esto era real. Yo estaba siendo juzgada por traición.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


El abogado principal de los Nast se levantó, se aclaró la garganta y
comenzó.

—Se alega que la señorita Levine estaba a cargo de un destacamento del


movimiento de revelación, habiéndose unido a la causa para ayudar a su abuelo, el
Señor Demonio Balaam…

—¿Qué? —le susurré a Sean mientras el abogado continuaba la lectura de la


acusación.

Sean echó un vistazo al documento, tensando la mandíbula. Adam extendió


el brazo buscando mi mano, pero la retiró y cuando traté de tomar la suya de todos
modos, sus dedos estaban tan calientes que tuve que contener un grito. Me lanzó
una mirada de disculpa, los flexionó y susurró:

—Conseguiremos arreglarlo.

El abogado siguió hablando. ¿La conclusión de la acusación? Que yo era


secretamente un miembro del SLM y había estado obteniendo información para
ellos tanto de las Camarillas Cortez como de la Nast, de ahí la acusación de

258
El Club de las Excomulgadas
traición. Junto a mi madre, a quien obviamente Balaam había liberado de la otra
vida, me uní al SLM en Nueva Orleans e iba a liderar una célula terrorista en
Atlanta. En ese momento intervinieron los Nast, salvaron el día y nos arrestaron a
mi madre, a mí y a Adam, a quien ellos sospechaban que yo había engañado
dándole mi versión de los hechos.

—¿Mi versión? —dije—. Mi versión es que mi madre fue traída por Shawn
Roberts para ayudar al movimiento anti revelación, lo cual confirmará Jaime
Vegas. Lucas Cortez también confirmará que yo estaba infiltrada en el movimiento
de revelación cuando ustedes tendieron una emboscada…

—Lucas es tu antiguo tutor. La señora Vegas es amiga tuya y de él —dijo


Josef, haciendo caso omiso de los intentos de los abogados para tranquilizarnos a
ambos—. Ella va a decir exactamente lo que él le ordene.

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—¿Y tu versión? —dije—. ¿De dónde sacaste esta supuesta prueba de que
soy parte del SLM? Has matado a todos en ese almacén.

—Hubo un superviviente. Una nigromante llamada Andrea Patterson. Ella


nos lo contó todo.

—Por favor —dijo Stein—. A ambos se les permitirá hablar.

Hizo un gesto hacia el abogado de los Nast, quien continuó.

—Y como este testigo declaró, la señorita Levine y su madre…

No entendí el resto de lo que dijo. Alguien estaba hablando detrás de mí.


Miré por encima del hombro, pero no vi a nadie.

—…condenadamente mejor que lo descubras —espetó la voz—. Nos


debéis…

La voz se desvaneció de nuevo, pero Sean también se había girado a mi lado


y estaba mirando fijamente hacia el espacio vacío. La expresión en su rostro...

259
El Club de las Excomulgadas
Debí tener la misma expresión ayer, cuando Shawn Roberts manifestó a mi
madre.

—¿Papá? —Sean susurró. Su mirada saltó hacia mí—. ¿Lo has oído…?

—Sonaba como… —tragué saliva—. Sonaba como él.

El aire detrás de nosotros parpadeó como diminutas bombillas intermitentes,


tan brillantes que tuve que apartar la mirada.

—…o haces que funcione o…

La sala quedó en silencio. La silla de Sean chirrió mientras se ponía de pie.


Miré hacia arriba.

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Un hombre estaba allí de pie. De cuarenta y tantos años. Unos centímetros
por encima del metro ochenta. Hombros anchos y una cintura engrosada, todo
mantenido bajo control por un traje de corte perfecto. Cabello rubio que ya
empezaba a clarear. Brillantes ojos azules. Los ojos de Sean. Mis ojos.

Kristof Nast.

Nuestro padre.

260
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veinticuatro
Se veía exactamente como yo lo recordaba. Exactamente como el día de su
muerte. El día en que accidentalmente lo arrojé contra una pared y lo maté.

Su mirada se dirigió a Sean y su rostro austero se iluminó con una sonrisa


tan grande que hizo que mis entrañas dolieran.

Extendió un brazo hacia su hijo pero sus manos pasaron a través de él.

—Hum —dijo—. No es exactamente lo que yo esperaba, pero supongo que


debería estar contento de que lograran algo.

—Papá —dijo Sean con voz ahogada.

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Kristof murmuró algo demasiado bajo para que yo lo oyera. Sean respondió.
Entonces Kristof extendió de nuevo el brazo, como si quisiera darle palmaditas en
la espalda y dijo:

—Espero que tengamos un momento después, pero no sé cuánto tiempo


pueden las Parcas mantener esto. Tengo que…

—Lo sé.

Sean dio un paso a un lado. Kristof, mi padre, me miró y me dedicó la


misma sonrisa que le había dado a Sean y yo me tropecé con mis propios pies, mi
corazón martillando y pensando, Te maté. Sabes que yo lo hice.

No importaba. Me lo había dicho antes a través de Jaime, pero no lo había


creído. No podía creerlo, hasta ahora al verlo en su rostro mientras se acercaba
hacia mí.

—Savannah—. Se inclinó hacia mi oído para susurrar —Tú madre está bien.
Furiosa, pero bien. Voy a arreglar esto para ti. ¿De acuerdo? —Se echó hacia atrás
y se encontró con mi mirada—. ¿De acuerdo?

261
El Club de las Excomulgadas
Asentí. Él se inclinó hacia adelante, besando mi mejilla sin tocarla. Luego se
enderezó y cruzó a zancadas la sala.

Nadie había hablado desde que apareció. Creo que la mayoría ni había
respirado.

Caminó directamente hacia la mesa de su padre.

La cara de Thomas estaba completamente demudada. Estaba temblando.


Una mano se deslizó por la superficie de la mesa, poco a poco, tentativamente,
estirándose buscando la de su hijo.

—Kristof…

—Eso no es Kristof —dijo Josef—. Es una ilusión. Un truco de demonio.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Uno de sus trucos. De Eve.

Su voz fue como un mazo quebrando el cristal, sacudiendo a todo el mundo


de un sueño, abogados y guardias parpadeando, haciendo rodar sus hombros,
susurrando que Josef tenía razón, que no podía ser Kristof porque no era posible,
que los fantasmas no podían aparecer sin más así.

Thomas se echó hacia atrás como si hubiera recibido una bofetada y cuando
lo hizo, me costó toda mi fuerza de voluntad para no echarme adelante y abofetear
a alguien yo misma. Abofetear a Josef.

No me gustaba Thomas Nast. Después de lo que le había hecho a su familia


y lo que nos había hecho a mi madre y a mí, nunca podría perdonar al hombre.
Pero el ver esa mirada en su rostro, esa esperanza y alegría aplastada con unas
pocas palabras, era más de lo que le desearía a alguien.

Mi padre se volvió hacia Josef.

—¿No crees que sea yo? Nombra una prueba.

—No voy a jugar a este juego.

262
El Club de las Excomulgadas
—Entonces lo haré yo. Cuando tenías ocho años, le prendiste fuego a un
lote de pergaminos que papá trajo a casa de un viaje. Pergaminos de un valor
inestimable que había conseguido mientras estaba en Egipto durante tu
cumpleaños…cuando no se había molestado en llamarte. Tú los colocaste sobre el
fuego. Deliberadamente. Le dije a papá que fui yo quien lo hice sin querer,
practicando mi hechizo de rayo de energía. Pensé que te estaba ayudando, pero no
lo hice, porque sólo me odiaste tanto más cuando no me metí en problemas.

Él hizo un gesto hacia Sean.

—Cuando Bryce tenía cinco años, se enojó conmigo porque llegué tarde a
una obra de teatro. La siguiente vez que estuvo en mi oficina, destrozó todos los
archivos de mi escritorio. Sean trató de echarse la culpa. No se lo permití porque
sabía que no serviría de nada. Bryce estaba enojado porque pensaba que me

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


importaba más el trabajo que él. Se metió en problemas por los archivos, pero me
aseguré de nunca volver a llegar tarde con él otra vez, aunque enfadara a papá con
mis ―prioridades equivocadas‖.

—Kristof…—Thomas volvió a extender la mano con los ojos brillantes por


las lágrimas.

—Sí, papá, soy yo. También era yo antes. Tres veces he tenido a tu
nigromante transmitiendo un mensaje. Tres veces te dije que Savannah era mi hija.
Tres veces me ignoraste.

—No pensé que realmente fuera…

—Pensaste lo que quisiste. Siempre lo hiciste. Todavía lo haces. Y como Eve


y Sean dijeron, el tiempo para eso ya ha pasado. Cree lo que quieras acerca de
Savannah. No estoy aquí por eso. Estoy aquí para decirte que la dejes marchar. Sé
cuál es tu objetivo final, el tuyo y el de Josef y te advierto que no hagas parte de
esto a mi hijo y a mi hija.

—¿Hijo? —Thomas volvió la vista hacia Sean. —Nunca amenazaría a


Sean…

263
El Club de las Excomulgadas
—Tengo dos hijos, papá, un hecho que tiendes a pasar por alto. Bryce está
enfermo. Necesita ayuda. Necesita que trabajes con los Cortez para detener a estas
personas y encontrar una cura para lo que le han hecho, porque lo que han hecho es
terrible y sólo va a empeorar.

—Los Nast no trabajan con los Cortez —dijo Josef.

—Bien. Persigue a estas personas por tu cuenta. Pero no montes esta farsa
de juicio para chantajear a Benicio Cortez. No pongas en peligro la vida de mi hijo
para poder sacar provecho de este caos y derrocar a los Cortez.

—Nosotros nunca…

—Te conozco, Josef. Y también te conozco a ti, papá. Veo lo que está

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


pasando aquí y… —se detuvo de golpe y miró hacia arriba. Frunció el ceño al
techo, luego volvió a mirar a su padre—. No pueden mantener el hechizo mucho
más tiempo. ¿Cuándo fue la última vez que oíste hablar de un fantasma
apareciéndosele a alguien que no fuera un nigromante, papá?

—Yo…

—Pregúntale a Adam. Ha sucedido, pero la magia requiere un


adelgazamiento del velo entre los mundos. Ese velo nunca ha sido más delgado de
lo que es ahora. Es un caos allí. No puedes dejar que se convierta también en un
caos aquí o que el velo se rasgue y el mundo corra el riesgo de encontrar algo más
que hombres lobo y brujas en su seno. —Se inclinó sobre la mesa de nuevo—. Deja
marchar a Savannah. Ayuda a Bryce. Soluciona este problema con o sin los Cortez,
pero no contribuyas al caos. Hagas lo que hagas, no contribuyas.

Lanzó otra mirada irritada hacia arriba, y murmuró:

—Lo sé, lo sé.

Caminó de vuelta hacia Sean, se inclinó y le susurró. Me senté para no


escuchar sin querer. Luego se acercó a mí y se arrodilló al lado de mi silla.

264
El Club de las Excomulgadas
—Me gustaría poder quedarme y arreglar de verdad esto para ti, Savannah.

—Lo sé.

—Será arreglado. Les estoy dando la oportunidad de dar marcha atrás, pero
si no lo hacen… tengo información. Material de chantaje. Darán marcha atrás, de
una manera u otra.

Asentí con la cabeza.

—Te amo. Espero que lo sepas. Me equivoqué al tratar de quitarle tu


custodia a Paige y cualquier cosa que ocurriera como resultado de eso es mi culpa.
Completamente culpa mía —Me dio un beso en la mejilla que juraría que pude
sentir—. Tú me liberaste, Savannah. Por mucho que me gustaría poder estar aquí

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


para ti y tus hermanos, me ayudaste a dejar todo esto y a encontrar a tu madre otra
vez. Nunca me lamentaré por ello.

Se puso de pie y se dirigió a Adam.

—Cuida de ella.

Adam asintió.

—Lo haré.

Regresó al lugar por donde había aparecido. Mientras comenzaba a


desvanecerse, frunció el ceño de repente, bruscamente mirando por encima hacia la
pared y dijo:

—¿Qué es eso? Espera. Algo se acerca…

Desapareció.

*****

¿Terminó el juicio después de eso? Por supuesto que no. Pero el tono
cambió. Mientras los abogados seguían hablando, la atención de Thomas se volvió

265
El Club de las Excomulgadas
hacia adentro, como si él no estuviera escuchando en absoluto.

Josef no iba a rendirse tan fácilmente. Fuera cual fuera el grandioso esquema
que habían maquinado, no lo iba a abandonar sólo porque su hermano muerto se lo
pidiera. O quizá no iba a abandonar precisamente porque Kristof se lo había
pedido.

Había visto lo que la dinámica familiar le había hecho a mis propios


hermanos. Todo lo que había oído acerca de mi padre apoyaba lo que acababa de
ver: él nunca había favorecido a ningún hijo. Pero tal vez a causa del obvio
favoritismo de Thomas -o tal vez porque Sean era más agradable- Bryce había
sufrido. Había crecido resentido con su hermano, a pesar de que lo amaba. Ese fue
el tira y afloja que desgarró a Bryce. Amaba de verdad al hermano al que quería
odiar.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Josef no tuvo semejante conflicto. Cualquier amor que hubiera sentido por
su hermano se había marchitado desde su muerte. Ahora Kristof era simplemente
un obstáculo para la felicidad de Josef, básicamente lo mismo que pasaría cuando
eran niños.

Así que el juicio siguió su curso. Pero no continuó por mucho tiempo antes
de que hubiera otro alboroto en el pasillo.

—Dios mío —murmuró mi abogado de la agencia inter-Camarillas—. ¿Y


ahora qué? ¿Ángel? ¿Fantasma? ¿Bestia infernal?

Un grito lo interrumpió. Provenía de la puerta trasera. Antes de que nadie


pudiera moverse, una figura familiar atravesó con grandes pasos la puerta.

—Severin —susurré.

Sierra lo siguió dentro de la sala y en cada mano sostenía la cabeza


decapitada de un hombre joven.

—¿Son suyos? —dijo ella.

266
El Club de las Excomulgadas
Las arrojó. Una golpeó a un abogado que se tambaleó hacia atrás,
desgarrándose el traje. La otra rodó a mis pies. Di un paso hacia delante con los
dedos chispeando.

—Oooh, Savannah, ¿recuperaste tus poderes? Tal vez serás útil para
nosotros después de todo.

—Thomas Nast —dijo Severin—. El Señor Balaam nos ha enviado para


transmitir un mensaje. Ha ignorado las súplicas de su hijo en favor de su hija. Tal
vez escuchará a su otro abuelo. El Señor Balaam le exige que libere a Savannah.
Inmediatamente.

Josef se levantó de un salto.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—Muy bien. Esto ha ido demasiado lejos —Se volvió hacia su padre—. ¿De
verdad esperan que nos creamos que un señor demonio se preocupa de esta chica?
¿Su nieta?

—Está bien, no me crean —dijo Sierra. Y sonrió—. Será mucho más


divertido de esa manera.

—Venimos a advertirles —dijo Severin—. Si bien estoy de acuerdo con mi


hermana, en que será más divertido si se niegan, es mi trabajo recomendarles
encarecidamente que no lo hagan.

—Tenemos que sacar a Savannah de aquí —susurró Adam acercándose


hacia Sean—. Balaam está tramando algo.

Pude ver la lucha interna en el rostro de Sean. Entonces un destello de algo


como dolor, su mirada cayendo a medida que asentía con la cabeza. Empujó su
silla hacia atrás y me hizo señas para que me levantara.

Cuando me puse de pie, me cogió por el codo y se dirigió hacia la puerta.


Adam se puso a mi otro lado. Tardaron un momento en darse cuenta. Entonces el
Agente Stein se levantó.

267
El Club de las Excomulgadas
—¿A dónde van?

—Voy a sacar de aquí a mi hermana —dijo Sean—. Un ángel intentó poner


fin a esta farsa de juicio. Mi padre intentó detenerlo. Ahora, un señor demonio está
tratando de detenerlo. Al permitir que se continúe sin la participación de los
Cortez, la agencia inter-Camarillas ha perdido su papel de árbitro imparcial. No
reconocemos su autoridad. Nos vamos.

—Tú eres parte de esta Camarilla —dijo Josef—. No te…

—Sí lo haré. O ya no seré parte de esta Camarilla —Su mirada estaba fija en
su abuelo—. Es tu decisión.

—No nos amenaces —dijo Josef.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Sean se volvió hacia la puerta. Dos de los tres guardias en nuestro camino se
hicieron a un lado. El tercero vaciló, pero no hizo ningún movimiento para
detenernos.

—Arréstenlo —Josef señaló con un dedo hacia sus guardaespaldas—. Ya.

Thomas se puso de pie.

—No. Esto ha ido demasiado lejos. Sean…

—Te está dando una última oportunidad —interrumpió Severin. —¿Dejarán


que se vaya Savannah?

—Nunca —dijo Josef.

Severin sonrió.

—Tomaré eso como su última palabra sobre el asunto.

Caminó hasta el centro de la habitación con Sierra a su lado. Dos de los


guardias sacaron sus armas como si finalmente se dieran cuenta de que deberían
hacer algo. Entonces cayeron de rodillas, gritando, con las manos en sus caras. Sus

268
El Club de las Excomulgadas
gritos murieron a mitad del grito cuando se derrumbaron, sangrando por sus ojos,
sus oídos, sus narices y sus bocas.

La cabeza de Severin salió disparada hacia atrás, los ojos en blanco. Yo


sabía lo que estaba pasando, pero me dije que no podía ser. No habían hecho los
preparativos adecuados. La última vez, habían tenido que dibujar un círculo ritual
y recitar los conjuros, y sin eso, no podrían…

La barbilla de Severin bajó. Sus ojos brillaban de un color verde brillante.

Balaam.

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269
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veinticinco
El señor demonio se detuvo justo delante de mí y acarició con dedos cálidos
mi mejilla. Cuando Adam tiró de mí hacia atrás, Balaam se giró hacia él.

—No me des una excusa, mocoso. No siento amor por tu padre en estos
días.

Me situé entre ellos y levanté mi barbilla, encontrando la mirada de Balaam.

—Esto no tiene nada que ver contigo —dije—. Agradezco el interés, pero
puedo manejarlo.

—No deberías tener que hacerlo, mi niña. Yo lo haré por ti — sonrió—.

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Gustosamente.

—No… —dije, pero él ya se había echado encima de Thomas.

Los guardaespaldas saltaron rodeando la mesa. Balaam agitó sus dedos y los
ojos de los hombres… estallaron. Simplemente estallaron, la sangre corriendo por
sus rostros mientras gritaban. Balaam hizo chasquear sus dedos y dejaron de gritar.
Todavía seguían vivos, todavía se retorcían en el suelo con las bocas aún abiertas,
pero no emitían ningún sonido.

—¿Me conoces, hechicero? —Balaam le dijo a Thomas.

—Yo…

—Envié un mensajero para ahorrarnos a ambos esta visita. Tú lo ignoraste.

—Yo…

—Di mi nombre, hechicero.

Thomas estaba allí sentado. Un anciano. Tan anciano, con sus legañosos y
acuosos ojos azules, su rostro poco más que una máscara de muerte con la piel

270
El Club de las Excomulgadas
tirante sobre el hueso. Nadie se acercó a él. Nadie podía. A mi lado, Sean se
mantenía inclinado hacia adelante, pero ahora tenía mi mano sobre su brazo. Un
hechizo de atadura esperaba en mis labios. No lo necesité. Él sabía que no había
nada que pudiera hacer.

Thomas se levantó. Parpadeó y recuperó de nuevo una década de sus años


perdidos, al recordar quién era. Su voz era firme cuando dijo:

—Tú eres el Señor Balaam y os pido disculpas por el malentendido. No


quise faltaros al respeto…

—Pero lo hiciste.

—No intencionadamente, señor. Esta audiencia ha terminado. La chica es

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libre de irse. Iba a decirlo cuando usted llegó…

—Es demasiado tarde. Maltrataste a mi nieta. Maltrataste a mi hija. Me has


maltratado a mí. No hay disculpa posible.

Él levantó sus dedos. Los ojos de Thomas se abultaron y yo grité:

—¡No!

Pero Balaam no cegó a Thomas. Los ojos del anciano simplemente se


habían hinchado por el dolor y la conmoción. Osciló un momento allí y pensé,
Bien, eso es todo, sólo una advertencia. Entonces cayó hacia delante, agarrándose el
pecho.

Sean corrió hacia nuestro abuelo. Traté de detenerlo, pero me pilló


desprevenida. Mi hechizo de atadura falló. Corrí tras él con Adam pisándome los
talones.

Thomas Nast había caído de rodillas. Balaam agarró la mesa entre ellos y la
lanzó golpeando a varios de los abogados antes de que pudieran quitarse de en
medio.

271
El Club de las Excomulgadas
La única persona que quedaba cerca de Thomas era Josef. Y él sólo se
quedó allí. Tal vez en estado de shock. Lo más probable que acobardado. Sólo Sean
corrió hacia su abuelo, gritando hacia él por encima de la conmoción mientras todo
el mundo se dirigía hacia las salidas. El estruendo de las pisadas iba acompañado
por las risas de Sierra, mientras se movía tan campante entre la estampida con sus
dedos tocando a izquierda y derecha, congelándoles cuando huían. Sus víctimas
aullaban sorprendidas y luego se giraban fuera del camino antes de continuar hacia
las puertas.

Balaam se paró frente a Thomas, ahora de rodillas, con una mano en el


suelo para sostenerse recto a sí mismo y la otra encima de su corazón mientras
jadeaba con los ojos en blanco.

Balaam extendió su mano.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—¡No! —grité. El grito de Sean se unió al mío.

La cabeza de Thomas cayó hacia atrás. Su torso salió disparado hacia


adelante. Su camisa se rajó. Su pecho se resquebrajó abriéndose, las costillas
estallando. Su corazón se desgarró y salió flotando hacia la mano de Balaam.

Sean llegó al lado de su abuelo, cayendo de rodillas y agarrándolo mientras


los ojos del anciano se cerraban. Yo patiné hasta detenerme detrás de Balaam, que
permanecía allí sosteniendo el corazón de Thomas. Bajó su vista hacia el corazón.
Sonrió. Y lo aplastó, lo arrojó a un lado y se giró. Se detuvo en seco al verme allí.

—Hijo de puta —dije—. Eres un cabrón enfermo.

Sus cejas se arquearon.

—Lo hice por ti, mi niña.

—No. No fue por mí. Nada de esto tiene que ver conmigo. Me usaste.
Aprovechaste la ocasión.

El extendió su mano y tocó mi barbilla con los dedos calientes y resbaladizos

272
El Club de las Excomulgadas
por la sangre de Thomas.

—Ahora mismo estás enfadada, pero recogerás los beneficios, hija mía. Ya
has visto lo que puedo hacer. Reconsidera mi oferta —sus labios se curvaron en una
sonrisa que no era una sonrisa en absoluto—. Piensa en ello y reconsidera mi
oferta.

Pasó a mi lado y siguió caminando, atravesando el caos, los abogados y los


guardias que se desplazaban quitándose de su camino. Sierra se colocó detrás de él
mientras salían por la puerta trasera.

Volví la vista hacia Sean, arrodillado en el suelo con el cuerpo de su


abuelo…nuestro abuelo. Di un paso hacia ellos. Una mano me agarró del brazo.
Sobresaltada me volví para encontrarme con Adam, como si hubiera estado allí

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


todo el tiempo, justo detrás de mí.

—No puedes —susurró—. Sé que quieres ir con él, pero tienes que salir de
aquí. Ya.

Miré hacia la puerta. Tan pronto como lo hice, la voz de Josef resonó en la
sala.

—Arrestadla. Ella trajo aquí a Balaam. Ella hizo todo esto.

Sólo quedaban tres guardias ilesos en la sala. Parecían haber quedado


paralizados por el shock, sin lealtad, pero las palabras de Josef los sacudieron. Los
tres se volvieron hacia mí. Y en los tres pares de ojos vi un nuevo propósito: algo
que podían hacer, una acción que podían realizar, un castigo que podía ser
infligido.

Eché un vistazo hacia Sean, pero él no lo había oído, demasiado inmerso en


su dolor. Adam me tomó del brazo. Me liberé y me dirigí hacia la puerta por mí
misma. Los guardias me rodearon. Golpeé a uno con un derribo. Otro se lanzó
hacia mí. Adam lo agarró y el tipo gritó de dolor. Adam lo arrojó a un lado y
echamos a correr hacia la puerta.

273
El Club de las Excomulgadas
Estaba extendiendo la mano hacia la manecilla cuando la puerta se abrió de
golpe. Allí estaba uno de los guardias inter-Camarillas con el arma levantada.

—Por orden de la…

Un movimiento borroso por detrás del guardia. Unas manos lo levantaron y


lo arrojaron dentro de la habitación; Adam y yo nos quitamos de en medio de su
camino. Entonces esas manos me agarraron tan rápido que no vi quién era y
levanté mis dedos para un derribo.

—Golpéame con ese hechizo y será la última vez que te salve —gruñó Clay.

Él me arrastró al pasillo. Elena tiró de Adam para que atravesara la puerta,


luego la cerraron y Lucas la bloqueó con un hechizo.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Me quedé allí jadeando como si acabara de correr quince kilómetros. Había
una media docena de cuerpos esparcidos por el pasillo. Algunos inconscientes. Un
par de ellos muertos. Uno de los muertos parecía como si hubiera sido pisoteado. A
Elena le habían arrancado la mitad del cabello de su coleta y un rasguño atravesaba
su mejilla. Clay tenía moretones que iban apareciendo por su rostro y hacía muecas
de dolor cuando estiraba su brazo malo. La chaqueta del traje de Lucas yacía en el
suelo y su camisa blanca estaba salpicada de sangre, además de la que goteaba
procedente de su nariz.

Me imaginé la escena aquí fuera cuando los gritos comenzaron en el


interior: Elena, Clay y Lucas luchando para conseguir entrar mientras todos los
demás se peleaban para salir.

—Thomas —dije—. Balaam lo mató…

—Explícalo más tarde —dijo Elena—. Por los pasos que escucho, estamos a
punto de ser alcanzados por la segunda oleada.

El primer guardia dobló la esquina antes de que ella hubiera terminado de


hablar. Él apuntó con su arma. Lucas lo golpeó con un derribo y Clay se tiró para

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El Club de las Excomulgadas
derribarlo. Detuve al segundo hombre con un hechizo de atadura. Este se quebró
antes de que lo soltara, pero duró el tiempo suficiente para que Elena enviara al tipo
volando. Ella me arrojó el arma del guardia. Clay pateó la del otro en nuestra
dirección.

Agarré la primera pistola y me quedé mirándola un segundo antes de darle


la vuelta, poniendo el dedo en el gatillo…

Adam la arrancó de mis manos.

—Cuerpo a cuerpo —dijo él.

En otras palabras, no era el momento ni el lugar para aprender a disparar. Él


abrió la puerta más cercana. Un almacén de artículos de oficina. Ahora un almacén

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de armas.

Estaba dando una patada a la segunda pistola cuando dos guardias llegaron
corriendo desde el otro extremo del pasillo.

—Adam —gritó Elena.

—¡Los veo! —Él gritó en respuesta—. Lucas, ¿puedes…?

—Tengo este lado. Savannah, cubre a Ad… —se detuvo y se volvió para
mirarme—. Lo siento, se me olvidó…

—Mi derribo funciona.

—Mejor todavía. Conserva tu poder.

¿Cuántas veces había oído eso? Si yo estaba luchando junto a Adam, debería
desequilibrar a nuestros atacantes con derribos mientras Adam lanzaba los ataques
frontales, como Lucas había hecho con Clay.

¿Lo había hecho de hecho alguna vez? Por supuesto que no. Yo tenía que
estar en la línea de ataque. Incluso si eso significaba que probablemente hacia más

275
El Club de las Excomulgadas
difícil la lucha para Adam.

Los lanzadores de hechizos se alinean para ataques expertos. Había jugado


bastantes juegos de video para saberlo. Esta era la primera vez que de hecho lo
hacía en la vida real.

Golpeé a un guardia con un derribo. Adam lo golpeó en el pecho con ambas


manos, abrasándole a través de la camisa y haciéndole gritar. El segundo hombre
levantó su arma. Lo golpeé con un rayo de energía, pero no confiaba en que
funcionara, así que lo respaldé con una patada. El hombre cayó al suelo. Agarré las
armas —más otra que Lucas había pateado en mi dirección—y las metí en el cuarto
de almacenamiento.

Nuestro fin estaba claro ahora, pero no necesitaba la audición de un hombre

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lobo para captar el repiqueteo de botas corriendo hacia nosotros.

Miré a Adam. Él respiraba profundamente, su magullado rostro estaba rojo


por el dolor y el esfuerzo. Eché un vistazo hacia donde Elena, Clay y Lucas se
estaban encargando de tres guardias.

—Estoy bien —dijo Adam—. Estoy usando más mis poderes que mis puños.
No estoy seguro de cuánto tiempo aguantaré, pero estoy bien para…

Un guardia se acercó corriendo alrededor de la esquina. Sólo uno esta vez.


Le envié dos derribos sucesivos, dejando a Adam derribarlo y desarmarlo.

Cuando Lucas me pasó otra arma, gritó:

—El objetivo principal, creo yo, es salir del edificio. No podemos desarmar a
todos los guardias y… —pateó a uno que había empezado a levantarse, su pie
golpeándole por un lado de la cabeza y enviándolo al país de los sueños.

—Estos tipos no se quedarán tumbados para siempre —dijo Elena—. Hora


de retirarse — miró a ambos lados, luego señaló en nuestra dirección—. Por ese
camino y…

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El Club de las Excomulgadas
Dos disparos desde el interior de la sala de reuniones. La puerta se abrió
estrepitosamente, cayendo de sus goznes. Un guardia desde dentro comenzó a
disparar. Nos tiramos al suelo para cubrirnos. Un grito desde el interior de la
habitación. A continuación, un gruñido. No podía ver a través del umbral, pero
Lucas golpeó a alguien con un hechizo. Clay se apresuró a entrar. Lo seguí y vi a
Sean levantándose de debajo del guardia que había quedado atrapado en el hechizo
de atadura de Lucas. Clay lo dejó inconsciente.

—Tenemos que irnos —dijo Sean, corriendo hacia nosotros—. Ahora.

Miré alrededor. Josef se había ido, presumiblemente a través de la puerta


trasera. Había médicos atendiendo a los guardias cegados y uno estaba inclinado
sobre el cuerpo de Thomas. Sean dio una última mirada a su abuelo, luego desvió
su mirada y se puso firme.

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—Tenemos que irnos —repitió. —Josef llamará a todos los guardias de la
ciudad para asegurarse de que no salimos de este edificio.

—Tenemos que separarnos —dijo Elena—. Clay y yo nos llevaremos a


Savannah.

—Bien —dijo Sean—. Los grupos más pequeños llaman menos la atención
—Sacó su tarjeta de acceso y me la entregó—. Úsala. Sirve para todos los accesos.

—Pero necesitas…

—Puedo conseguir sacarnos. Tú eres a quien de verdad quieren detener.

Rápidamente nos dijo cual era la ruta más segura. Luego nos fuimos por la
salida trasera.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veinticinco y Medio

Elena

Elena trató de retirar de la cara un mechón suelto de cabello, sólo para


descubrir que estaba cubierto de sangre. Maldita sea. Se tocó la frente y encontró el
punto de origen. Un simple corte. Probablemente habrá unas pocas más heridas de
guerra uniéndose a ésta, para mañana -golpes, magulladuras y dolor- pero nada
serio. Volvió la vista hacia Clay. Él se frotaba el brazo derecho. El antiguo arañazo
del zombie protestando, como siempre lo hacía después de una pelea. Por lo
demás, no parecía estar mal. Bien. Ahora, había que poner todos a salvo.

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Aunque la otra misión se había ido a la mierda. Esto parecía ser lo normal
en estos días. Maldita Camarillas. Maldito sea Benicio, también. Especialmente
Benicio. Sí, claro, entrad en la sede Nast. Les decís que ella quiere ver el
procedimiento. ¿Y qué si son una Camarilla rival? ¿Y qué si ella es un hombre lobo?
Y qué, entonces, si se habían llevado cautiva a Savannah bajo una falsa acusación
de traición. Hay reglas acerca de estas cosas, así que los Nast seguirían las reglas y
la dejarían entrar.

Y una mierda.

¿Por qué cuando las cosas se van a la porra, la gente todavía espera que los
demás sigan las reglas? Cualquier hombre lobo lo sabe. Cuando todo se reduce a la
supervivencia primaria, las reglas son lo primero que desaparecen. Será cuestión de
dientes y garras y cada lobo cuidará de sí mismo y su Manada. Los Nast
protegerían a los suyos y habían dejado muy claro que Savannah no era uno de los
suyos.

Maldita sea Benicio. Maldita sea ella también, por escucharlo. ¿Acaso no
había aprendido la lección después de la colosal cagada en el almacén? Cuando Eve
y Savannah quisieron infiltrarse en el grupo, a Elena no le había gustado. Sin
embargo, después de consultarlo con Jeremy, convino en que los riesgos eran

278
El Club de las Excomulgadas
aceptables, siempre y cuando entraran y salieran lo más rápido posible.

Entonces Savannah envió un mensaje de texto para decir que se unían


uniendo a la misión de Atlanta. Cuando Clay lo oyó, su elocuente reacción resumió
la propia de Elena. Joder, no. No era sólo una reacción instintiva esta vez. Era la
experiencia. Como Alfa electo sabía un par de cosas sobre el liderazgo y si el tal
Giles dejaba que unos nuevos reclutas se unieran a una misión crítica, él se había
dejado llevar por el pánico. Una situación peligrosa. Lucas tenía que haberlas
sacado en ese momento. Adam estuvo totalmente de acuerdo.

Elena sabía que podía haber persuadido a Lucas… si hubiera sido capaz de
ponerse en contacto con él. Pero sólo pudo llegar hasta Benicio y él restó
importancia a su preocupación y luego ya era demasiado tarde para intervenir.

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Y ahora estaban aquí, corriendo para salvar sus vidas mientras la Camarilla
Nast colapsaba en torno a ellos.

Elena apresuró a Savannah para atravesar la sala de juntas en dirección a la


puerta trasera. Puso su oreja sobre la puerta. Unas pisadas de botas retumbaban en
el pasillo principal. Alguien gritó:

—¡Las escaleras! ¡Están subiendo por las escaleras!

—¿Estás seguro? —Gritó alguien más—. Esas son las que están cerradas.

—Estoy seguro. Hay un agujero quemado donde solía estar el picaporte.

Savannah susurró.

—Un daño señuelo.

En otras palabras, Adam la había quemado intencionadamente para que


todo el mundo creyese que se habían ido por ese lado. Bien.

Cuando las pisadas de los guardias se desvanecieron, Elena empujó a


Savannah para que cruzara la puerta, luego se volvió a mirar a Clay. Llevaban

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El Club de las Excomulgadas
juntos tanto tiempo que es todo lo que necesitaba…una mirada. Él articuló
“Adelante”. Ella asintió con la cabeza y guio a Savannah mientras él se quedaba
atrás para cubrir la retaguardia.

Doblaron la esquina. Delante había unas escaleras con un rótulo advirtiendo


Sólo Personal Autorizado.

—Por ahí —murmuró Savannah.

—Bien, nosotras… —Elena captó el sonido de botas subiendo los


escalones—. ¡Mierda!

Miró a Clay, diez metros atrás y le hizo señas con la mano para que se
metiera en una habitación mientras ella corría a la puerta cerrada más cercana.

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Puso su oreja en la puerta, luego lentamente giró el pomo. Detrás de ella, Savannah
daba saltos de impaciencia, ya que esas pisadas en la escalera ahora eran lo
suficientemente cercanas como para que ella las oyera.

—Si está cerrada es probable que pueda lanzar…

La puerta se abrió. Savannah le dio un codazo, susurrando que se diera


prisa, que los guardias se acercaban. Elena se volvió para decirle que se lo tomara
con calma, que tenía que comprobar la habitación primero, pero alguien en la
escalera dijo:

—¿Por aquí, señor?

Y Savannah le dio un empujón, haciéndole atravesar la puerta.

—Lo siento —susurró mientras Elena se recuperaba.

Savannah se giró para cerrar la puerta detrás de ellas y, cuando lo hizo,


Elena captó un olor que por un segundo le provocó un cortocircuito cerebral,
diciéndole lo imposible…que Jeremy estaba aquí, cuando ella sabía que estaba a
tres mil kilómetros de distancia, en Miami.

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El Club de las Excomulgadas
—No cierres esa puerta por completo —dijo una voz—. No se puede abrir
desde dentro.

Elena se giró. Estaban dentro de lo que parecía una sala de personal. Las
luces eran tenues y al principio lo único que vio fue una figura levantándose de una
silla. Ese olor flotaba por la habitación. No era Jeremy -podía asegurarlo ahora-
pero olía como él, ese rico aroma a sándalo que conocía tan bien. También había
otro aspecto familiar en el olor. El distintivo olor almizclado de un hombre lobo.

El hombre dio un paso hacia adelante en la penumbra mientras sus ojos se


acostumbraban. Era un poco más alto que Elena, con una musculosa constitución.
Pelo negro con hilos plata. Ojos azules. En los ojos, no vio nada que reconociera.
Pero cuando su mirada se distanció de nuevo para abarcar al hombre por completo,
su corazón se detuvo. Sólo se detuvo y ella se quedó allí, congelada mientras cada

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pelo en su cuerpo se erizaba.

Conocía esa cara. Veía una versión de ella casi todos los días -una versión de
más edad, más angulosa, con ojos oscuros y ligeramente sesgados, diferente pero lo
suficientemente familiar como el olor- que fue lo primero que le hizo pensar que era
Jeremy. Aun así, no fue sólo la semejanza lo que hizo que su corazón se detuviera.
Era este rostro, uno que había visto la primera vez que Clay la llevó al dormitorio
cerrado para tratar de ayudarla a entender a Jeremy hace tantos años. El rostro que
había visto de nuevo cuando habían hecho limpieza en esa habitación para hacer
sitio a sus hijos, cuando Jeremy finalmente estuvo preparado para dejarlo ir… feliz
y aliviado de dejarlo ir. Había visto esta cara en las fotos en esa habitación y no
importaba que nunca hubiera conocido al propio hombre. Odiaba el rostro y odiaba
al hombre que lo llevaba y ahora, mirando al otro lado del cuarto y viéndolo en
carne y hueso, lo único que sentía era odio.

—Hola —dijo Malcolm Danvers—. Tú debes ser Elena.

—Él es… —Savannah comenzó.

—Oh, deja que lo adivine —dijo el hombre—. Eso va a ser mucho más

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El Club de las Excomulgadas
divertido —Dio un paso hacia Elena, sus fosas nasales dilatándose, bebiendo su
esencia—. ¿Sabes quién soy?

Forzó a salir las palabras a través de los dientes apretados.

—Lo sé.

—¿En serio? ¿Estás segura? Debo estar mucho más joven de lo que
esperabas. Y mucho más vivo.

—Temporalmente —dijo ella, un gruñido escapando con la palabra.

Él se rio y caminó hacia ella.

Malcolm Danvers. Estaba mirando a Malcolm Danvers. El cómo, el por

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


qué… nada de eso importaba. Este era el hombre que había hecho un infierno de la
vida de Jeremy. El padre que lo había despreciado y que nunca había dejado pasar
un día sin que Jeremy lo supiera. El hombre que había encontrado a Clay en el
pantano y lo dejó abandonado para que muriera. El hombre que más tarde había
decidido, después de que Jeremy rescatara a Clay, que Clay era el tipo de hijo que
quería. Clay nunca se lo había contado, pero ella había oído contado por Nick y
Antonio, cómo Malcolm trató de volver a Clay en contra de Jeremy. Por supuesto,
no funcionó. Había sido una necedad intentarlo. Pero Clay y Jeremy todavía
sufrían por ello.

¿Y ahora Malcolm iba a volver? No si ella podía evitarlo. Él iba a morir en


esta sala y Jeremy nunca se enteraría.

Elena lo vigiló mientras se acercaba hacia ella. Mientras se movía haciendo


un círculo a su alrededor, ella giró siguiéndolo, todos los músculos tensos y la
mirada fija en él.

—La compañera elegida por Clayton —dijo Malcolm—. Eres lo que yo


hubiera esperado. Bonita. Buena forma física. Suficientemente inteligente como
para saber cuándo hay que observar y escuchar. Pero dedicándome una mirada que

282
El Club de las Excomulgadas
dice que me sacarás el bazo tan pronto como te dé la oportunidad. Sí, exactamente
lo que esperaría de Clayton.

Él se echó a reír y el sonido era como garras raspando tu columna, una


versión perversamente distorsionada de la grave risa de Jeremy.

—Saludarás de mi parte a tu compañero, ¿verdad? —dijo Malcolm—. Dile


que lo recuerdo con cariño a pesar de todos sus intentos por asegurarse de que no lo
hiciera. Estoy deseando volver a verlo —miró hacia la puerta y sonrió—. Un día de
éstos.

Se dirigió hacia la puerta.

Elena se interpuso en su camino.

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—No vas a ninguna parte. Jeremy y Clay creen que estás muerto y odiaría
decepcionarlos.

Él echó hacia atrás la cabeza y soltó una carcajada. Luego se tiró hacia ella.
Ella le dio un puñetazo en el estómago. Él se dobló. Una buena patada lo habría
tirado al suelo, pero cuando lo intentó, él le agarró la pierna y la envió volando
hacia la pared. Mientras ella se levantaba, Savannah lo golpeó con un derribo.

—¿Savannah? —dijo Elena—Quédate fuera de esto. Por favor.

—Un buen consejo, pequeña bruja —dijo Malcolm mientras se


recuperaba—. Los cuellos de las chicas guapas se quiebran como ramitas. ¿Lo
sabías?

Él sí que lo sabía. Elena había oído que los callejeros no eran la única presa
que Malcolm Danvers cazaba. No era mejor que un vulgar asesino, habían dicho
ellos. Sin embargo, la Manada nunca lo echó. De hecho, casi lo habían elegido
Alfa. Esa fue una de las muchas injusticias que todavía perseguía a la Manada
treinta años después de que Jeremy se hiciera cargo. Los callejeros tenían buena
memoria.

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El Club de las Excomulgadas
Malcolm se volvió hacia ella.

—¿De verdad crees que puedes matarme?

—Voy a intentarlo —dijo ella.

Él sonrió.

—Mejores lobos que tú han dado todo lo que tenían y ahora descansan en
una tumba poco profunda. Eres muy valiosa para alguien que me importa. No
quiero hacerte daño.

—Entonces siéntate en esa silla y vamos a ver si tu cuello se quiebra como


una ramita.

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Él se rio, pero no había humor en ello.

—Has dejado que este asunto del Alfa se te suba a la cabeza, querida. Es una
farsa, lo sabes. Clayton será el Alfa. No eres más que la guapa tontita que se cree
que es un lobo feroz.

—Entonces debería ser fácil derribarme.

Su sonrisa se convirtió en una horrible mueca.

—No voy a matarte, zorra. No le haría eso a Clayton. Pero parece que él ha
descuidado enseñarte a respetar a tus superiores.

—Oh, respeto a mis superiores. Pero un cromosoma Y no te coloca


automáticamente en esa categoría.

—¿No? Bueno, tal vez te demuestre lo que significa. Tal vez te enseñe la
lección que mi chico falló en impartir.

Hace dos años, esa amenaza habría traído de vuelta recuerdos de sus años
en el infierno como niña de acogida y habría conseguido exactamente lo que él
quería, la habría asustado. Pero se había enfrentado a esos demonios en Alaska y

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El Club de las Excomulgadas
ahora al oír sus palabras, le miró a sus ojos y no sintió nada más que fría rabia.

—Sigue adelante e inténtalo —dijo ella.

Él cargó. Elena dio un paso a un lado en el último momento, lo agarró por


la parte de atrás de la camisa y tiró haciéndole perder el equilibrio. Él se soltó de su
agarre y le lanzó un puñetazo a la barbilla que la envió tambaleándose hacia atrás.
Ella bloqueó su siguiente golpe y luego acertó uno de los suyos.

Más temprano había pensado en los dolores y moretones que le saldrían


mañana por la pelea con los guardias. Pero después de unas pocas rondas con
Malcolm, estos comenzaron a hacer acto de presencia: un hombro palpitando
cuando lanzaba un puñetazo, el músculo de una pierna gritando cuando daba una
patada, un golpe que no tenía el poder que debería, un finta que no era lo bastante

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rápida.

Tener súper fuerza era mucho más útil contra un oponente humano. No
importaba lo mucho que entrenara Elena, la biología dictaba que nunca
desarrollaría la suficiente fuerza en la parte superior del cuerpo para competir con
un hombre lobo macho en buena forma física. A cambio, ella tenía que depender
de la velocidad y la experiencia. Hoy ninguna de las dos parecía ser suficiente.

Mientras Elena luchaba, seguía recordándose que Malcolm tenía que tener
por lo menos ochenta años. Pero no se veía como si tuviera ochenta, seguro como
el infierno que no luchaba como si tuviera ochenta años y no tenía ni idea de cómo
podía ser eso posible, pero lo era.

Cuando ella entrenaba con Clay, él se contenía un poco. Incluso con su


brazo malo, seguía siendo un hombre lobo con experiencia en la plenitud de la
vida. Si él lo daba todo, no podría vencerlo. Su cerebro insistía en que Malcolm era
un hombre viejo y ella un Alfa electo, maldita sea… debería ser capaz de vencerlo.
Pero no podía. Era como luchar con Clay a pleno rendimiento… después de que
ella hubiera estado dos días sin dormir y luchado contra un batallón de guardias
entrenados de las Camarillas.

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El Club de las Excomulgadas
Pronto Malcolm estaba conectando más golpes que ella. Incluso con
Savannah lanzando discretamente derribos para desequilibrarlo, Elena estaba
apenas manteniéndose en pie. Entonces un sólido golpe a la mandíbula la derribó.
Antes de que pudiera levantarse, Malcolm estaba a horcajadas sobre ella,
clavándola al suelo. Savannah empezó a avanzar, pero Elena levantó sus dedos,
diciéndole que esperara. Levantó la vista hacia Malcolm, abriendo mucho sus ojos
y vertiendo en su mirada cada onza de ese viejo temor que pudo sacar a relucir.

Él sonrió. Su mano se movió a su costado, luego se deslizó avanzando hacia


su pecho mientras él se inclinaba.

—¿Es esto lo que querías, querida? Creo que…

Ella le dio un cabezazo en la mandíbula, capturando su lengua entre sus

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dientes. Cuando él gruñó, liberó uno de sus brazos y lo estampanó contra su nariz.
La sangre salió a borbotones. Elena se lo quitó de encima y se puso de pie. Por el
rabillo del ojo, vio a Savannah corriendo hacia ellos. Elena le hizo señas para que
retrocediera, pero el movimiento llamó la atención de Malcolm y con una última
mirada llena de rabia hacia ella, cargó contra Savannah. Elena se abalanzó sobre él
justo cuando la puerta se abrió de golpe.

Clay entró, murmurando:

—Es fácil encontrarlas a las dos. Savannah dejó la maldita puerta


entreabierta…

Se detuvo. También lo hizo Malcolm. Elena ya estaba en el aire y lo golpeó


justo en la espalda. Esta vez fue ella la que lo clavó boca abajo sobre el suelo.

Entonces Elena levantó la vista y vio la cara de Clay. Vio la sorpresa


reflejada. La total y nauseabunda sorpresa. Había querido evitárselo. Si no podía
conseguirlo, al menos hubiera querido advertirle. Pero ya era demasiado tarde.
Llevó sólo una fracción de segundo pasar de la sorpresa al endurecimiento, sus ojos
volviéndose más fríos de lo que nunca había visto. Y en otra fracción de segundo,
esa mirada se desvaneció también.

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El Club de las Excomulgadas
Clay se acercó a ellos.

—Bueno, si alguna vez tenía que volver a verte, Malcolm, supongo que esta
es la forma que habría elegido —se agachó—. Derribado por una mujer, ¿eh?
Probablemente sea mejor dejar que todo el mundo siga pensando que ya estabas
muerto.

Malcolm se sacudió y gruñó, pero Elena lo tenía atrapado por los hombros.
Ella movió su rodilla encima de la columna vertebral y empujó. Cuando él siseó, le
agarró del pelo y le machacó contra la madera su nariz rota.

—Será mejor que le digas a tu zorra que se detenga —dijo Malcolm, su


respiración entrecortada por el dolor—. Ella ya amenazó con romper mi cuello.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Clay de cuclillas y miró a Elena.

—¿Dijiste eso, querida?

—Lo hice. Claro que esperaba hacerlo antes de que te dieras cuenta de que
estaba vivo. Pero ahora también es un buen momento.

Él se rio y cuando lo hizo, sus ojos azules brillaban, todo rastro de odio y
rabia consumido por algo más. Anticipación. Y cuando Elena vio eso, se alegró de
no haberle roto el cuello a Malcolm.

—No vas a dejar que me mate, Clayton.

—Oh, Elena, más que nada, hace lo que le place.

Malcolm soltó un bufido, como si dijera que ahí era dónde Clay había
fracasado como marido.

—Tal vez, pero si quisieras verme muerto, lo habrías hecho hace años.

—¿Lo habría hecho?

—Sí. Y no lo hiciste, porque a pesar de que fingías lo contrario, había un

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El Club de las Excomulgadas
vínculo entre nosotros. Fuiste leal a Jeremy, pero era yo quien te entendía.

—Vaya pues. Siento no estar de acuerdo, pero conozco una persona que sí
que me entiende. —Levantó la vista mientras Elena se quitaba de encima de
Malcolm—. Gracias, querida.

—Cuando quieras.

Malcolm sonrió y comenzó a ponerse de pie. Un gancho de izquierda de


Clay lo tumbó en el suelo de nuevo. Clay agarró a Malcolm antes de que pudiera
volver a levantarse.

—¿Sabes por qué no te mató hace todos esos años? —dijo Elena—. Porque
Jeremy sabría que Clay lo hizo por él y se sentiría culpable. Pero Jeremy no está

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aquí ahora. Y él ya piensa que estás muerto. Lo que significa que yo debería darte
las gracias. Porque hoy consigo dar a mi marido un regalo que me servirá para un
montón de aniversarios.

Clay sonrió.

—Y él lo aprecia.

—Bien, pero por mucho que me encantaría permitirte saborear el momento,


ahora mismo estamos a mitad de una fuga.

—No te preocupes. Será rápido.

Él esquivó el puño de Malcolm y lo lanzó al otro lado de la habitación.


Malcolm se recuperó rápidamente, pero ahora era él quien estaba sin aliento y
maltrecho por la lucha. Una mirada a Malcolm le había dado a Clay toda la energía
que necesitaba.

—Tal vez sea más rápido de lo que pensaba —dijo Clay mientras esperaba
que Malcolm se recuperara de los siguientes dos golpes—. Esta no es la pelea que
siempre imaginé.

288
El Club de las Excomulgadas
—Está viejo —dijo Elena.

Malcolm gruñó y corrió hacia ella. Clay le hizo una zancadilla, pero
Malcolm logró mantener su equilibrio y quitarse del camino cuando Clay se
abalanzó.

—Si quieres una pelea apropiada, Clayton, déjame ir —dijo Malcolm—.


Rétame después. Ninguno de los dos está en plena forma en estos momentos. No
recibirás ninguna gloria de este combate si nadie sabe que estoy vivo.

—¿Gloria? —Clay meneó la cabeza—. Me importa una mierda la gloria,


Malcolm. ¿Lo has olvidado?

—Te preocupa tu reputación. Sé lo que hiciste…

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—Todo el mundo sabe lo que hice. Esa era la cuestión. Sólo me importa mi
reputación si mantiene a mi Alfa y a mi familia a salvo. No les mantendré a salvo
dejándote marchar. Ya te dejé hacerlo hace veinticinco años. No lo voy a hacer otra
vez.

Él se lanzó. Malcolm hizo una finta, pero Clay logró acertar un golpe que lo
envió al suelo. Cuando Clay se iba a lanzar encima de él, la puerta se abrió de golpe
y dos guardias entraron corriendo, con las armas en la mano.

Savannah levantó sus manos en un hechizo.

—No haga eso, señorita —dijo el hombre que tenía delante. —Nosotros no
vamos a evitar que se vaya, pero necesitamos a ese hombre lobo.

Elena miró a Clay. Quería decirle que no escuchara, que siguiera adelante y
acabara con Malcolm. Por el bien de Jeremy tenían que matar a Malcolm y no
permitir nunca que Jeremy supiera que estaba vivo. Pero cuando Clay miró hacia
Malcolm, las pistolas se movieron en su dirección.

—Por favor —dijo el guardia—. No tengo nada contra la Manada, pero me


enviaron a capturarlo. Tengo que pedirle que se aleje.

289
El Club de las Excomulgadas
—¿Es necesario? —dijo Elena, enfrentando la mirada del hombre—. ¿Qué
pasa si cuando usted entró él ya estaba muerto?

—Entonces tendría que explicar por qué no los detuve. Y los hombres que lo
dejaron aquí tendrían que explicar por qué no estaba mejor protegido. Es una
valiosa propiedad de la Camarilla, señora. Debo insistir.

Cuando ella miró hacia Clay, él negó con la cabeza. Tenía razón, por
supuesto. Como líder de esta misión, ella tenía que concentrarse en mantenerlo a él
y a Savannah a salvo.

—Más tarde —murmuró Clay—. Solucionaremos esto más adelante.

Él se acercó donde yacía Malcolm aún sobre el suelo.

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—¿Ahora qué sé que estás vivo? No descansaré hasta que dejes de estarlo.
Recuérdalo.

290
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintiséis
Sólo dos guardias trataron de detenernos mientras recorríamos nuestro
camino para salir de la sede de los Nast. El resto pretendió no vernos. Uno incluso
distrajo a sus compañeros para que pudiéramos pasar a escondidas.

Inmediatamente después de la muerte de Thomas, el personal se había


vuelto hacia Josef, el alto rango Nast de mayor edad. Pero cuando la conmoción
pasó y las noticias de lo ocurrido se extendieron, muchos deben haberlo estado
reconsiderando. Sean era el heredero, lo que significa que ahora era el CEO, lo que
significa que no sería prudente evitar que su hermana huya del edificio. Sobre todo
ahora, cuando había corrido la voz de que yo era realmente su hermana.

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En el momento en que nos alejamos del edificio y de los bloqueadores de los
móviles, el teléfono de Elena empezó a vibrar. Era Lucas. Nos metimos entre dos
furgonetas en un estacionamiento cercano y me lo pasó mientras recuperábamos el
aliento.

—Estamos fuera —dije—. ¿Y vosotros?

—Hace veinte minutos —Oí decir a Adam de fondo—. ¿Dónde diablos


estabais?

—Adam estaba preocupado —dijo Lucas.

—Eso escucho. Nos encontramos con… un hombre lobo que Clay conoció
hace años. Hubo una pelea.

Lucas no pidió detalles. Sabe que cualquier callejero con el que nos
topáramos aprovecharía la oportunidad de luchar contra Clay y que él no tendría
más remedio que parar y defenderse.

—¿Puedes poner a Elena al teléfono? —dijo Lucas—. Ellos tienen un coche


y todos nosotros tenemos que llegar a él.

291
El Club de las Excomulgadas
Le pasé el teléfono. Elena le dio a Lucas instrucciones mientras Clay
comenzaba a hacernos avanzar.

—No le vamos a decir a Jeremy nada de Malcolm —dijo él cuando Elena


colgó el teléfono.

Elena no respondió. Cuando la miré, caminaba examinando


cuidadosamente la calle.

—Te lo digo a ti, Savannah —dijo Clay—. Elena no necesita que se lo diga.

—Tampoco se lo contaremos a Karl —dijo ella—. La resurrección de


Malcolm se queda entre nosotros.

—Pero¿ por qué no a Karl? —pregunté.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—Porque no quiero competencia sobre quién va a matar a ese hijo de puta
—dijo Clay.

—Malcolm mató al padre de Karl cuando él tenía unos quince años —me
explicó Elena—. No fue una pelea justa, si los rumores son ciertos.

—Cacería de callejeros —dijo Clay mientras comprobaba el otro lado de la


esquina, luego nos hizo señas con la mano para que nos subiéramos a la acera—.
Malcolm y los Santos solían rastrear y matar callejeros, incluso si se no se
permanecían alejados de los problemas y metidos en sus propios asuntos. Karl tuvo
suerte al conseguir escapar.

—Creo que Karl se culpa por lo que pasó —dijo Elena—. Pero no es el tipo
de cosas que le puedas preguntar. Y tampoco necesita esto ahora mismo.

*****

Llegamos al coche justo antes de que los demás se presentaran y entonces


condujimos hasta el apartamento de Bryce. Nunca había estado allí, lo que no es
sorprendente teniendo en cuenta que hasta hace dos días Bryce y yo no nos

292
El Club de las Excomulgadas
dirigíamos la palabra. Sean tenía las llaves, lo que tampoco era sorprendente. Él
suponía que no estaría vigilado, ya que los Nast sabían que Bryce estaba en Miami,
demasiado enfermo para moverse. Podríamos refugiarnos por un rato y decidir
nuestro siguiente movimiento.

Por fuera el edificio era exactamente lo que me habría esperado de Bryce.


Muy Nast. Ultramoderno, con coches BMW y Mercedes llenando el aparcamiento
y probablemente más Masters en Administración de Empresas por los pasillos que
en la Escuela de Negocios de Harvard. Ni uno de esos profesionales, que iban o
llegaban del trabajo, nos dirigió la palabra.

Sin embargo, atravesar la puerta de la casa de Bryce era como entrar en un


edificio totalmente distinto. Pintada en verdes, óxidos y naranjas, curiosamente
tonos naturales para un tipo que siempre tenía un comentario sarcástico acerca de

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los campamentos y viajes de senderismo que Sean hacía con Adam y conmigo.
Todos los muebles habían sido elegidos por comodidad, las sillas grandes y los
cómodos sofás. También había libros, estanterías atestadas de ellos. Junto con
estantes de música. Estantes cubiertos de polvo. Bryce había sido estudiante de
música antes de que nuestro padre muriera. Era difícil recordar eso ahora.

Sean y yo nos acomodamos en un sofá en la sala de estar. Clay y Elena


habían ido al despacho de Bryce dentro de la casa para llamar a Jeremy y después a
los gemelos. Lucas estaba hablando por teléfono con Paige. Adam estaba
merodeando, fingiendo fijarse en los cuadros de las paredes del pasillo, dándome
un momento a solas con Sean.

La cocina -la cual podía ver a través de la puerta de la sala de estar- era el
único lugar que parecía haber escapado a la redecoración de Bryce. Todo era
impecablemente blanco, relucientemente negro y con brillante acero inoxidable,
como algo sacado de los programas de cocina que Paige veía.

—La cocina no parece que se use mucho, ya veo —dije—. Parece que los
tres nos quedamos con el gen de comida a domicilio.

293
El Club de las Excomulgadas
Mi voz sobresaltó a Sean. Miró hacia la cocina, como si se estuviera
repitiendo mentalmente lo que yo había dicho. Luego sacudió la cabeza.

—Bryce cocina. Es muy bueno en eso. Solía decir que iba a ser chef algún
día. Papá nos llevó a Francia cuando Bryce tenía doce años para que pudiera ir a
una escuela de cocina allí durante nuestras vacaciones. El abuelo... —hizo una
pausa. Se aclaró su garganta—. El abuelo le puso a parir por eso. Dijo que papá
estaba llenando a Bryce la cabeza con tonterías, pero ya conoces a papá. Cualquier
cosa que nosotros… —su voz se quebró—. Cualquier cosa que nosotros
quisiéramos. Siempre y cuando fuéramos felices.

Puse mi mano en su brazo y me recosté contra él. Dudó un momento, luego


me abrazó, su cara apretada contra mi pelo y pude sentirlo temblar.

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—Lo lamento —susurré—. De verdad que lo siento muchísimo.

Respiró hondo y habló hacia la parte superior de mi cabeza.

—Odiaba lo que el abuelo te hacía y odiaba la forma en que trataba a Bryce,


pero aun así era… —otra respiración profunda—. Vi otros aspectos suyos. Aspectos
mejores.

Me senté y lo miré a los ojos.

—Espero que haya ido a algún lugar... —se sacudió el pensamiento y se


aclaró la garganta—. Fue bueno ver a papá. Realmente bueno. Ojalá Bryce hubiera
podido estar allí.

Asentí con la cabeza y me recosté contra él de nuevo, mientras él parecía


esforzarse por estar feliz con esa parte, por encontrar algo bueno en este día
infernal. No terminaba de conseguirlo. Ver a nuestro padre, sólo para perderlo otra
vez, le había dolido como a mí con mamá.

Sean se enderezó de repente.

—Bryce —Se puso de pie y se dirigió hacia el pasillo. Lucas entró, Adam

294
El Club de las Excomulgadas
detrás de él. Sean dijo:

—Tengo que ser el que le diga a Bryce lo del abuelo.

Lucas asintió con la cabeza.

—Pensé que querrías hacerlo. Ya se lo dije a mi padre, aunque creo que él


había presumido lo mismo. Bryce despertó hace una hora, pero lo han hecho caer
de nuevo.

—¿Caer de nuevo? —dije.

—Coma inducido —dijo Sean. Tomó aliento profundamente, hecho


polvo—. No le está yendo muy bien, Savannah. Tengo que volver con él.

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—Yo también. Quiero decir, no es que él quiera verme…

—Sí quiere. Pero debería irme ahora, incluso si sólo es por un día. —Él tenía
que apuntalar su reclamación de liderazgo con la Camarilla. Pero su hermano era
lo primero. Siempre lo sería.

—Iremos a Miami de inmediato —dijo Adam—. ¿Está el jet aquí?

—Lo está —dijo Lucas—. Deberíais iros pronto.

—¿Tú no vas a regresar?—le dije.

—Todavía no. También necesito que Adam se quede aquí.

—¿Qué? No —Adam se detuvo cuando estaba a punto de sentarse a mi lado.


—Lo siento, Lucas, pero lo que sea que está pasando, tengo que pasar de participar
esta vez. Estoy en muy mal estado.

—Lo está —dije—. Esos moratones no son todos de hoy. Los guardias que
lo detuvieron le dieron una paliza.

Adam se aclaró la garganta.

295
El Club de las Excomulgadas
—Lo siento. Hubo una pelea. Sus costillas están rotas. Necesita descansar.

Adam asintió.

—Nunca pensé que oiría eso —dijo Sean, conteniendo la risa.

A Adam se le veía avergonzado, murmurando que estaría bien en un día o


dos.

Hubo un momento de silencio. Adam se sentía violento. Yo también. Los


dos queríamos volver a Miami para poder pasar un poco de tiempo a solas. Dadas
las circunstancias era egoísta y lo sabíamos. Finalmente, con una mirada de
disculpa en mi dirección, Adam dijo:

—Lucas, si de verdad me necesitas...

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—Te necesito. Lo siento. No tienes que pelear, sólo conseguir introducirnos
en algunos lugares difíciles.

Adam levantó la vista.

—Si me necesitas para desintegrar puertas cuando tienes la fuerza de


hombres lobo y hechizos de cerradura, es que tamos hablando de fortificaciones de
aupa.

—Así es. También de múltiples puntos de entrada y múltiples sistemas de


seguridad —se giró hacia Sean—. Cuando Bryce despertó, nos dijo dónde cree que
retienen al niño de los Dahl.

Larsen Dahl era el niño clarividente a quien Bryce había secuestrado


colaborando con el movimiento de liberación. Bryce había estado tratando de
infiltrarse en el grupo, dándoles algo que querían para ser así capaz de reunir
información. Había planeado llevarse a Larsen de regreso y luego dar la
información a la Camarilla. Sin embargo, Giles había visto más allá de la
estratagema y la ―recompensa‖ de Bryce había sido ese chute que le habían
inyectado.

296
El Club de las Excomulgadas
Rescatar al chico -y a sus padres-, era una prioridad. Igualmente importante
era la oportunidad de coger como rehenes a sus captores…podrían ser capaces de
responder algunas preguntas sobre el movimiento. También me ofrecí a ayudar,
pero Lucas dijo que no, que yo realmente ya había pasado por bastante. Me
necesitaban de vuelta en la sede para explicarlo todo. Y había otra razón: me
necesitaban allí para mantenerme a salvo, porque según conviniera a los intereses
de una facción de los Nast, yo acababa de asesinar a su presidente ejecutivo.

Thomas y Josef habían esperado derrocar de alguna manera a los Cortez


llevándome a juicio con pruebas falsas. ¿De qué manera? Como dijo Sean, era
probablemente sólo un paso en un plan a largo plazo. Ahora no importaba, porque
Balaam había dado la vuelta a su complot para su propio beneficio.

El asesinato de Thomas Nast conduciría a la Camarilla Nast al caos cuando

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menos podían permitírselo. Como Balaam había fingido que lo había hecho para
salvarme, me había convertido en el chivo expiatorio. Hazme a mí -la protegida de
Lucas Cortez- el chivo expiatorio y así te aseguras de que no habrá alianza entre las
Camarillas para luchar contra el movimiento de liberación. Si haces que Sean huya
conmigo, divides además a los Nast, dejando a la mayor Camarilla impotente
frente a esta amenaza.

Que elegante jugada. Un movimiento verdaderamente digno de un señor


demoníaco. Yo estaría mucho más impresionada si no estuviera en el corazón de
dicha jugada.

Nos fuimos poco después de eso. Los Cortez habían movido el jet a otro
aeropuerto regional, que aún no estaba monitoreado por los Nast.

*****

Sean y yo pasamos el vuelo conversando. Estaba preocupada por él.


Realmente preocupada. Él acababa de perder a su abuelo. Podría estar perdiendo su
Camarilla. Había cortado toda relación con Josef y yo sabía que le escocía, porque
si bien no habían estado en buenos términos últimamente, habían sido íntimos una

297
El Club de las Excomulgadas
vez. El hijo de Josef había muerto poco después que nuestro padre y les había
unido la pérdida compartida.

Y Bryce estaba enfermo. Muy enfermo. Si moría, ¿qué le quedaría a Sean?


¿Yo? Él me amaba, lo sabía, pero yo seguía siendo la forastera que no comprendía
muy bien de dónde venía él y lo que significaba ser un Nast.

Así que estaba preocupada. Y no tenía ni idea de qué hacer al respecto, salvo
sentarme, escuchar y ofrecer palabras de esperanza sobre Bryce y el futuro. Así que
eso es lo que hice.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintiséis y Medio

Paige

Troy dirigió la camioneta hacia un pequeño estacionamiento cerca de la


pista privada de aterrizaje.

—Nos quedaremos aquí sentados y esperaremos el avión —dijo él.

Paige asintió. Si se bajaba, los guardias del todo terreno que estaba detrás de
ellos saldrían con el fin de velar por ella. Entonces tendría que entablar
conversación con ellos. Tal vez no ―tendría‖, sino ―debería‖. En cualquier otro
momento, no habría sido un problema. Pero ya había superado hace días el punto

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de ser capaz de mantener una charla social. Sólo quería acurrucarse en el asiento de
atrás y desaparecer durante unos minutos.

Cuando su móvil sonó estuvo a punto de ignorarlo. Entonces se dio cuenta


de que era Lucas.

—¿Es un mal momento? —preguntó cuando ella contestó.

—Nunca.

Contuvo sus siguientes palabras. Las habituales palabras que diría al estar
separados. Te extraño. Ahora eso sólo le recordaría a él que esta no era una de sus
pequeñas separaciones habituales, por perseguir casos, odiando estar separados
pero adorando lo que estaban haciendo. No había nada que adorar aquí y con cada
día que pasaba eso pesaba sobre él un poco más.

—¿El vuelo de Savannah llega en su hora? —preguntó.

—Así es. Estará aquí en cualquier momento.

—Bien —Hubo una larga pausa. Entonces dijo en voz más baja. —Te
extraño.

299
El Club de las Excomulgadas
Paige apretó la mano sobre el teléfono.

—Yo también te extraño.

Más silencio.

Ella se aclaró la garganta.

—Entonces… ¿Qué tal tiempo hace?

Un borboteo de risa estalló a través de la línea.

—El clima en Los Ángeles es perfecto, como siempre. ¿Y allí?

—Asqueroso, como siempre.

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Una risa ahora.

—Recibí una llamada de Mitchell DeLong. ¿Te acuerdas de Mitchell?

—Vagamente. Nigromante. Vive en Seattle.

—Correcto. Sólo que ayer por la noche, al parecer estaba cerca de Portland,
dirigiéndose al cementerio para realizar una invocación para un cliente. Era tarde,
estaba cansado y conduciendo de forma errática. Un oficial lo detuvo y descubrió
que Mitchell había olvidado guardar apropiadamente sus materiales de invocación,
entre ellos tres dedos humanos disecados.

—Eso no es bueno.

—Particularmente cuando se trata del cuerpo de policía de un pueblo


pequeño que no parece entender que la carne disecada indica una edad muy
avanzada. Están bastantes seguros de que el resto de la víctima de Mitch está cerca
y lo están reteniendo hasta que la encuentren. Él quiere que vaya y aclare el asunto.

—Ajá. ¿Le dijiste que estamos un poco ocupados?

300
El Club de las Excomulgadas
—Lo hice. Él no había oído nada acerca de esta situación. Pero no importa.
Él comprende que estamos comprometidos en otra cosa y por tanto se ha ofrecido a
pagar el doble de nuestra tarifa habitual.

Paige sonrió.

—¿Lo hizo?

—En vista de ello sugiero que consideremos la oferta. Le diré a mi padre


que, aunque nos damos cuenta de que este asunto del fin del mundo es importante,
tenemos una agencia de detectives que sacar adelante, cuentas que pagar, una
reputación que mantener, etcétera. Simplemente nos dejaremos caer por Portland
durante un par de días.

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—¿Yo también?

—Por supuesto.

—Gracias —sonrió y se acomodó en su asiento, doblando sus piernas debajo


de ella.

Un momento de silencio, luego él dijo:

—Regresaremos, Paige. Sé que es el elefante en la habitación, el tema que


ambos estamos tratando de evitar a toda costa…si todo esto puede significar que no
podamos volver a Portland, a la agencia, a nuestra vida normal. Si mis
responsabilidades hacia la Camarilla al final serán demasiado grandes como para
ignorarlas. No lo serán, te lo prometo. Mi padre tiene buena salud. La Camarilla
tiene buena salud. Esta tragedia de los Nast se propagará a través de todas las
Camarillas y requerirá algo de trabajo adicional de mi parte, pero una vez que esto
haya terminado, nos vamos a casa.

—Está bien... —ella lo dijo con cuidado, insegura. Ir a casa. Sonaba tan
simple. Tan obvio. ¿Por qué no íbamos a ir a casa? Teníamos una casa, una agencia, una
vida allí.

301
El Club de las Excomulgadas
Pero también tenían una vida aquí. Incluso una casa, después de haber
aceptado finalmente un apartamento de Benicio hace unos años. También tenían
trabajo aquí. Ella solía pensar que eso sólo se aplicaba a Lucas. Pero, a pesar de que
ella no tenía un puesto de trabajo, ni responsabilidades oficiales, su bandeja de
entrada y correo de voz siempre estaban llenos con mensajes de los empleados de la
Camarilla pidiendo esto o aquello, necesitando esto o aquello. Si no podían ubicar
a Lucas, acudían a ella.

¿Eso la convertía en su asistente? Él diría que no. Enfáticamente. Ella era su


socia. Y sin embargo, para el resto de la Camarilla ―asistente‖ estaba más cerca de
la verdad.

Dios, cómo la habría enfurecido eso diez años atrás. ¿Jugar a la buena
mujercita para su esposo? Nunca. Ella era Paige Winterbourne, ex líder del

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Aquelerre, líder del Consejo interracial. Pero la vida cambia. La perspectiva
cambia. Había llegado a comprender que Benicio no iba a adjudicarle el título de
VP a corto plazo y si lo hiciera, sería sólo para complacer a Lucas. También había
llegado a comprender que Lucas necesitaba su ayuda. Necesitaba su apoyo, su
apoyo incondicional, no contaminado por la envidia o el ego. Necesitaba que
estuviera allí, a su lado, la única persona con la que podía contar para mantenerlo
en el camino correcto, cantarle las cuarenta y velar por sus intereses con todo su
corazón… siempre. Siempre y cuando el pensara en ella como su socia y la tratara
como tal, sería toda la convalidación que necesitara.

—Lo digo en serio, Paige —dijo Lucas después de un minuto. —Sé que mi
padre va a necesitar nuestra ayuda una vez que esto se haya acabado. Hay mucho
trabajo por hacer. Pero nos vamos a casa primero. Él tendrá unos pocos días de
nuestro tiempo para lidiar con las consecuencias. Luego nos vamos a casa.
Descansamos. Nos ocupamos de los negocios de la agencia. Y cuando hayamos
terminado, volvemos para hacer más… hasta que podamos irnos de nuevo —una
pausa—. ¿Suena como un plan?

Ella sonrió.

302
El Club de las Excomulgadas
—Sí. Como un buen plan.

—Entonces eso es lo que… Espera — cubrió el auricular y murmuró unas


palabras, luego regresó—. Era Adam. Tengo que irme. Dile a Savannah que le
envía saludos.

—Lo haré. Creo que es su vuelo el que está descendiendo ahora mismo.

—Bien. Te llamaré cuando pueda.

*****

Paige se quedó al borde de la pista, lo más cerca al avión de Savannah que la


dejarían llegar. Más cerca de lo que cualquier persona normal alguna vez llegaría,
ni siquiera teniendo un vuelo privado. Sin duda, hay ventajas en ser la nuera de

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Benicio Cortez.

Se encontró a si misma esforzándose por echar ese primer vistazo a


Savannah. Había hablado con ella por teléfono más temprano, pero sólo durante un
minuto o dos, ambas rodeadas por otros, siendo imposible hablar de verdad.

¿Estaba Savannah molesta porque Paige no había ido con Lucas a Los
Ángeles? No pudo ir; él necesitaba que ella se quedara en Miami. Paige estaba
segura de que Lucas se lo dijo a Savannah. Incluso si se le hubiera olvidado,
Savannah habría entendido que no había sitio para Paige en esa audiencia. Pero la
comprensión lógica no era lo mismo que la comprensión emocional. Savannah
había sido arrestada por traición por la propia Camarilla de su padre. Había visto a
su madre desaparecer de su vida de nuevo. Había visto a un abuelo ser asesinado
por el otro. Y Paige no había estado allí para ella.

Pero estaba aquí ahora, esperando con impaciencia a que Savannah bajara
de ese avión. ¿Sería suficiente? Esperaba que sí. Dios, esperaba que así fuera.

Cuando Savannah apareció la primera, hubo un momento en el que Paige


pensó que de algún modo Eve se había quedado en su mundo después de todo. Fue

303
El Club de las Excomulgadas
esa primera visión fugaz, una mujer alta de cabello largo y oscuro, con el brazo
enganchado al de Sean Nast. Por supuesto, era Savannah. Pero de alguna manera
—atribuidlo al agotamiento—Paige esperaba ver a una chica salir de ese avión. La
chica que recordaba, la que siempre la necesitaba, por mucho que ella tratara de
fingir lo contrario.

Paige no pensaba en Savannah como una hija. Nunca había tratado de


ocupar el lugar de Eve. Ser sólo una década mayor que Savannah siempre lo había
hecho fácil. Savannah era como una hermana pequeña y, al final, como
probablemente sucede con la mayoría de las hermanas pequeñas, se convirtió en
una amiga. Cuando Paige la vio bajar de ese avión, se dio cuenta de que la parte de
“pequeña” se había ido. Savannah no necesitaba que Paige la cogiera de la mano y
le curara los golpes y moretones. Ella podía cuidar de sí misma. Paige estaba feliz

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por eso. Orgullosa. Pero tal vez, sólo tal vez, un poco triste, también.

Paige volvió su atención hacia Sean. Bajaba las escaleras, sin mirar a la
derecha ni a la izquierda. Él era el quien ahora las necesitaba a ambas. Lo vio
estremecerse cuando un motor rugió a la izquierda, luego sacudió su cabeza como
si se avergonzara por estar tan nervioso.

Ella se aproximó con rapidez a ellos. Su primera sonrisa fue para Savannah,
pero ella apenas pareció darse cuenta, con su atención enfocada en su hermano.
Paige le dio a él un abrazo y murmuró que el coche estaba cerca, que alguien más
recogería el equipaje. Savannah le había soltado el brazo y retrocedido, como si lo
entregara al cuidado de Paige. Savannah encontró su mirada entonces, dedicándole
una pequeña y cansada sonrisa, y articulando “gracias” mientras Paige conducía a
Sean hacia el coche.

Paige le hizo entrar en el coche, con un vaso de agua helada y un trago de


brandy. Él levantó el vaso de brandy, miró fijamente el ámbar por un momento y se
lo bebió de un trago. Entonces sus labios se torcieron asomando la sombra de una
sonrisa.

—Mejor.

304
El Club de las Excomulgadas
Paige sacó la botella.

Él levantó la mano.

—No, no debería… —una pausa—.Tal vez uno más. Gracias.

Mientras le servía, se dio cuenta de que Savannah no estaba en el todo


terreno. Se dio la vuelta para verla todavía allí de pie. Paige le dio el brandy a Sean,
luego retrocedió y cerró la puerta. Apenas tuvo tiempo de extender sus brazos antes
de que Savannah cayera entre ellos.

—Lamento lo que pasó —susurró Paige—. Y lamento no haber estado allí.

Savannah sacudió la cabeza.

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—Me alegro de que no estuvieras. Eres pésima en una pelea.

A Paige se le escapó una carcajada.

—Gracias —Se echó hacia atrás para mirarla—. ¿Cómo estás?

—Bien —Ella intentó una sonrisa, luego tragó saliva y negó con la cabeza—.
Nada bien.

Se derrumbó contra Paige de nuevo y ella la abrazó tan fuerte como pudo.
Sí, la niña pequeña había crecido, pero todavía la necesitaba. Al menos, por un
poco más de tiempo.

305
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintisiete
Con mucho gusto me habría quedado dormida un par de horas más. Pero
sentía como si apenas hubiera dormido en el viaje desde el aeropuerto antes de que
Paige estuviera sacudiendo mi hombro.

Ya estábamos aparcados y éramos las únicas que quedaban en el vehículo.


Fuera Benicio le estaba diciendo a Sean cuánto lamentaba escuchar lo de la muerte
de Thomas.

—No solíamos vernos a menudo cara a cara —estaba diciendo Benicio en


voz baja—. Pero lo conocía desde que yo era un niño. Dejará un enorme hueco en
nuestro mundo que no va ser cubierto fácilmente.

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Me terminé de despertar y salí tras Paige. Benicio dejó a Sean y se acercó a
mí.

—Lo solucionaremos, Savannah —dijo—. Vas a ser reivindicada y vengada.


Te doy mi palabra.

Revindicada y vengada. Hace un par de semanas me habría encendido solo


por eso. Ahora las palabras me parecían vacías. No quería justicia con una espada
de fuego. Quería paz y soluciones. Quería arreglar esta crisis. Arreglar nuestro
mundo.

Nos dirigimos hacia las puertas. Los guardaespaldas de Benicio de toda la


vida, Troy y Griffin, moviéndose para flanquearnos. Paige y Sean quedándose atrás
con los otros guardias.

—Troy se quedará contigo durante unos días, Savannah —dijo Benicio—.


Hasta que tengamos este asunto solucionado.

Eché un vistazo hacia Troy, quien articuló:

—Qué suerte tienes.

306
El Club de las Excomulgadas
—A pesar de que estoy segura de que a Troy le encantaría ser mi niñera —
dije, poniendo los ojos en blanco hacia él a espaldas de Benicio—, él debería
permanecer contigo. Podrías ser el objetivo…

—Tendré a Griffin y dos de mis hombres de respaldo. Yo podría ser un


objetivo, pero tu vas a ser un objetivo.

—Ya tienes veintiuno, ¿verdad? —dijo Troy.

—Los tengo.

—Bien, entonces puedo llevarte de copas.

—Sólo si puedes hacerlo en el salón ejecutivo —dijo Benicio—. Vas a estar


bajo llave durante un tiempo.

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Troy se ladeó por detrás de Benicio para señalar que nosotros lo
discutiríamos más tarde y tuve que reírme. Benicio suspiró y negó con la cabeza.
Griffin miró hacia atrás buscando a Paige y Sean, pero no nos habían alcanzado
todavía, así que nos metimos en el ascensor y él pulsó el botón.

—Paige me dijo que tus hechizos han vuelto —dijo Benicio cuando las
puertas se cerraron.

—Van y vienen. Estoy lidiando con ello.

Estoy lidiando con ello. Sorprendente lo tranquila que sonaba. Aún más
sorprendente era lo tranquila que me sentía. Mis poderes se apagaban y encendían
totalmente fuera de mi control, pero estaba aprendiendo a sobrellevarlo. Tal vez
aprendiendo a vivir con ello.

—Me gustaría que reconsideraras ese ritual que Adam encontró —dijo
Benicio.

Casi preguntó “¿Qué ritual?” Entonces me acordé: el que Adam había


descubierto para restaurar mis poderes.

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El Club de las Excomulgadas
—Dijo que hay un límite de tiempo —dijo Benicio—. No quiero que por
encontrarte inmersa en esta crisis, lo pierdas de vista.

—Lo apuntaré en mi agenda.

—Lo digo en serio, Savannah. Adam dijo que lo estás postergando porque
crees que te quitaron tus poderes para ayudarte a controlarlos. Pero teniendo en
cuenta lo que acaba de suceder, tienes que considerar la posibilidad de que eso sea
mentira. Un truco. Los demonios tienen espías. Podrían haber descubierto que
Adam estaba a punto de descubrir ese ritual y se aseguraron de que no lo utilizarías.

Volví la vista hacia él.

—Me lo estoy tomando en serio. Sólo… estoy bien por ahora. Te mantendré

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informado, ¿de acuerdo?

Él asintió. Entonces metió la mano en su bolsillo.

—Parece que Adam está bastante preocupado de que sufras ansiedad de


separación, si estás separada de tu teléfono móvil durante demasiado tiempo. Lo he
remplazado… de nuevo.

—Gracias. Trataré de no caerme en una alcantarilla o ser secuestrada de


nuevo.

Abrí el teléfono. Ya había un mensaje de texto de Adam, de comprobación.


Estaba a punto de responder cuando el ascensor llegó a su destino. Salimos a la
planta que albergaba el área médica.

Sean llegó un momento después y se nos unió.

—¿Está Bryce todavía inconsciente? —le preguntó a Benicio.

—Sí, pero puedo hacer que lo despierten si lo deseas.

Sean negó con la cabeza.

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El Club de las Excomulgadas
—Sólo me sentaré con él.

Pero cuando llegamos a la habitación los médicos estaban ocupados con


Bryce y nos pidieron que esperáramos afuera. Me metí en una oficina cercana para
llamar a Adam.

—Hola —dije cuando respondió—. ¿Te atrapé en medio de un súper secreto


allanamiento de morada?

—Ojalá. Todo se mueve lentamente aquí. Muy lentamente. Estoy bastante


descansado. Y ¿qué tal por allí?

—Tengo una sombra de metro noventa. Estoy contenta de que sea Troy. Me
agrada bastante Griffin, pero... ya sabes.

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—No es exactamente un tipo sociable —Vaciló—. Pero estoy contento de
que tengas a alguien. Me hace sentir mejor.

Me di cuenta de que en realidad no le hacía sentir mejor. Si Lucas era la


mano derecha de Benicio, Troy era su izquierda. ¿Cederme a su guarda de más
confianza cuando se avecinaban problemas? Significaba que yo estaba en más
peligro del que pensaba.

—Sólo espero que no me vaya a seguir muy de cerca cuando tú estés de


regreso —dije.

—Nos aseguraremos de que no lo haga.

—Acerca de eso. Nosotros. Los otros… no sé cómo quieres… manejarlo.


¿Debería hablar con Paige? ¿Hablas tú con Lucas? ¿O vamos viendo primero cómo
van las cosas…?

—Debería ser yo quien se lo diga. Si tienen algún problema con ello, querrán
hablar conmigo. Su mayor preocupación serás tú, que salgas lastimada… —dejó la
frase en el aire y mi corazón comenzó a latir con fuerza.

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—¿Adam?

—Sigo aquí. Sólo estaba pensando que tal vez deberíamos esperar para
decírselo.

Esto me supuso un duro golpe.

—Sólo por ahora —continuó—. Hasta que podamos hablar.

Un tremendo golpe ahora.

—Está bien.

Sean asomó su cabeza por la puerta.

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—Cuando estés lista.

Le dije adiós a Adam y traté de sacar la llamada de mi mente mientras


seguía a Sean a la habitación del hospital.

Cuando vi a Bryce, mi mirada fue como un rayo hacia Sean para calibrar su
reacción. Todo lo que vi fue alivio, lo que significaba que Bryce no debía verse peor
de lo que se veía anoche.

Muerto. Parecía muerto.

Sólo había estado en unos pocos funerales en mi vida. Evitaba que


aumentaran. Me hacía evocar demasiado el pasado; no sólo la muerte de mi madre
sino la idea de que ella nunca había tenido uno, que ni siquiera tenía una tumba,
que no tenía ni idea de dónde estaba su cuerpo.

Según fui haciéndome mayor, iba cuando mi presencia significaba algo para
alguien más. Como cuando la abuela de Adam falleció. O cuando Paige perdió a
una amiga de la infancia con cáncer. O cuando un primo de Lucas murió en un
accidente de coche.

Esto era como ver a mi hermano tendido en un ataúd. Su piel bronceada

310
El Club de las Excomulgadas
estaba cetrina. Su cabello rubio mal peinado. Sus manos cruzadas sobre su
estómago. Sus labios estaban anormalmente rojos, como si un empleado de la
funeraria hubiese aplicado lápiz de labios.

¿Respiraba? No lo parecía.

Lo primero que Sean hizo fue colocarle el cabello de Bryce.

—Hola Bryce —dijo—. Estoy de vuelta. He traído conmigo a Savannah.

Me moví a su lado y le dije hola. Sean habló un poco más con él, de alguna
manera consiguiendo darle el relato de las pasadas veinticuatro horas, sin
mencionar el calabozo, la farsa de juicio, la muerte de nuestro abuelo y la completa
devastación que había recaído sobre la Camarilla Nast.

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Cuando Sean dejó de hablar, nos quedamos sentados con Bryce durante un
minuto. Entonces el doctor asomó la cabeza por la puerta y, en lugar de hacerle
señas para que entrara, Sean le indicó que saliera de la habitación.

—Pero me gustaría oír… —empecé.

—Afuera —dijo.

Seguimos al médico a la oficina desde donde yo había llamado a Adam.


Sean me explicó que había insistido en que nadie hablara de la condición de Bryce
en la habitación. Los pacientes comatosos a veces podían escuchar lo que estaba
sucediendo a su alrededor y él no iba a correr ese riesgo.

—Su condición es estable —dijo el médico—. En este momento…

—Eso es todo lo que podemos esperar —interrumpió Sean, extrañamente


impaciente—. Sí, sí. Lo sé. Hasta que sepan lo que es, no pueden tratarlo.

—Estamos haciendo avances —dijo el médico. —Por fin hemos sido


capaces de analizar su ADN y determinar las modificaciones que se hicieron.

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El Club de las Excomulgadas
—¿Modificaciones? —dije—. ¿A su ADN?

El asentimiento de Sean hacia mí fue seco, solo del tipo “cállate y escucha”.
Entonces se contuvo y me apretó el brazo.

—Lo siento. Todo esto es nuevo para ti, ¿verdad? El código genético de
Bryce ha sido alterado. Suena aterrador…es aterrador, pero suponemos que los
cambios son de naturaleza sobrenatural. Eso es lo que sucede, por ejemplo, cuando
un vampiro renace o un hombre lobo es mordido. Una transformación a nivel
genético.

—Eso es lo que es, ¿no? —dije—. Un vampiro.

—En parte —dijo el médico—. Es un híbrido, por esa razón era tan difícil de

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analizar. También hay algo de hombre lobo.

—¿Hombre lobo y vampiro? —dijo Sean.

—Sí y además una tercera línea. Estamos… todavía estamos haciendo


pruebas al respecto. Tenemos resultados preliminares, pero soy reacio a decir algo
todavía. Incluso si estamos en lo cierto, no hemos visto ningún indicio de que tenga
algún efecto negativo, a pesar de lo uno podría pensar…

—Zombie —dije—. Ese es el tercer tipo, ¿no?

Él vaciló, luego asintió.

No fue un golpe de suerte. Sabíamos del encuentro de Cassandra con Giles


en la Segunda Guerra Mundial y que sus experimentos de inmortalidad
combinaban vampiros con zombies.

El médico se apresuró a decir:

—Pero no hemos visto ninguna señal de deterioro. La Camarilla Boyd ha


estado experimentando con ADN zombie durante años, con la esperanza de que
pudiera desentrañar el secreto de la inmortalidad y han hecho algunos avances.

312
El Club de las Excomulgadas
Creemos que algunos de sus investigadores ha estado involucrados en esto.
Parece… —Se detuvo y se aclaró la garganta—. El señor Cortez querrá explicarlo
todo. No me corresponde. Pero les puedo asegurar que la condición de su hermano
es estable. Sin embargo lo mantendremos en estado de coma mientras la
transformación del ADN continúa. Eso parece ser… lo mejor.

—¿Qué pasó? —pregunté.

El médico me miró sobresaltado.

—Yo no he dicho…

—Algo pasó cuando despertó, ¿verdad?

El médico miró a Sean con mirada nerviosa.

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—Por favor responda a mi hermana —dijo Sean.

Vaciló, luego dijo:

—No estamos familiarizados con el proceso de transformación de un


hombre lobo mordido. Afortunadamente, tenemos a alguien aquí que ha conducido
a uno al Cambio con éxito.

—Jeremy Danvers —dije—. Con Elena.

Vaciló.

—Sí, lo siento, olvidé que les conocen. También tuvimos la suerte de que el
señor Danvers estaba en el edificio cuando su hermano se despertó y con su
ayuda…

—¿Qué pasó? —dijo Sean.

—Comenzó, eh…

—A Cambiar —dije—. En un lobo.

313
El Club de las Excomulgadas
—No exactam… —se aclaró la garganta otra vez—. El señor Danvers ha
sido testigo de una sola transformación inicial de un hombre lobo mordido y eso
difícilmente constituye una muestra lo suficientemente grande para la
generalización…

—No fue un Cambio normal —dije—. Algo está mal.

—Yo… yo creo que deberían hablar con el señor Cortez acerca de esto. Y el
señor Danvers, que todavía debería estar disponible…

—Lo está —dijo una voz desde la puerta. Jeremy dio un paso dentro. —
Escuché que habíais regresado. Tengo que hablar con los dos acerca de Bryce.

*****

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El médico salió de allí lo más rápido que pudo. Jeremy nos contó que Bryce
había despertado y comenzó lo que parecía un Cambio parcial. Eso era normal.
Como lo eran los gritos de agonía que iban aparejados, aunque Jeremy les restó
importancia por el bien de Sean. Bryce había estado febril hasta el punto del delirio,
también normal según la experiencia de Jeremy con Elena. Lo que le preocupaba
era la velocidad con la que llegó el Cambio.

—Está ocurriendo más rápido de lo que vi con Elena —dijo—. Además


parece ser una forma mutada de hombre lobo. Más similar a los Cambiaformas que
la Manada encontró en Alaska.

Los Cambiaformas eran un grupo pequeño de lo que parecía ser un


precursor evolutivo de los hombres lobo modernos. Jeremy y los demás Cambiaban
a lobos, lobos reales. Esos tipos estaban más próximos de hombre lobo de aspecto
bestial de Hollywood.

—Estábamos preocupados por el daño que el Cambio pudiera estar


haciendo en su cuerpo —dijo Jeremy—. Hice que le administraran un sedante. Fue
entonces que fue capaz de decirnos lo que sabía sobre Larsen Dahl.

314
El Club de las Excomulgadas
—Así que cuando se recupera de casi transformarse en un hombre lobo,
¿Benicio va y le interroga? —dije.

Jeremy me lanzó una mirada.

—Yo no lo habría permitido, Savannah. Bryce ofreció la información. No


parecía darse cuenta de que había empezado a Cambiar.

—¿Eso es normal?

—No. Pero nada de esto es normal.

Mi teléfono móvil pitó que tenía un mensaje. El de Jeremy zumbó al mismo


tiempo.

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Comprobé el mío, entonces miré hacia él.

—¿Benicio?

Jeremy asintió.

—Quiere que vaya tan pronto como hayamos terminado aquí, así puedo
ponerles al corriente y ser puesta al corriente —miré a Sean—. A él le gustaría que
te unas a nosotros, si es posible.

—Iré.

315
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintiocho
Paige nos encontró dirigiéndonos a la reunión y me dio un informe
detallado sobre el paradero de todos. Por supuesto, Lucas estaba todavía en Los
Ángeles con Adam, Clay y Elena. Se nos uniría por teléfono cuando pudiera.
Aaron y Cassandra estaban ocupándose de un problema en Washington, donde
algún idiota había tratado de sacar a la luz a un vampiro. Jaime estaba aquí, pero a
la espera de que mis padres se comunicaran con ella y no se uniría a nosotros. Hope
estaba presente con Karl, que estaba muy preocupado, probablemente porque Hope
seguía teniendo visiones inquietantes durante su avanzado estado de gestación. Por
otro lado también había variados ejecutivos de la Camarilla. Sin embargo, cuando
entré me di cuenta de una notoria ausencia.

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—¿Dónde está Carlos? —susurré.

—Apagando incendios en Nueva York —susurró Paige en respuesta


mientras encontrábamos asientos.

—¿En serio?

—Benicio lo sugirió. Los hombres de Carlos estuvieron de acuerdo. Están


convencidos de que esta es su oportunidad de demostrar sus habilidades de
liderazgo.

—¿Qué habilidades de liderazgo?

—Exactamente. Pero accedieron para respaldar a su hombre de paja y


Benicio dice que juntos son lo suficientemente competentes —ella sacó su silla—
Así que nos hemos quitado de encima a Carlos y de hecho puede que esté haciendo
algo útil.

Eso era un posible problema resuelto. Peor en la reunión me di cuenta de


que era sólo una gota en el mar.

316
El Club de las Excomulgadas
Creí que sabía lo mal que se estaban poniendo las cosas. Pero sólo había
visto lo que estaba justo frente a mí, un pequeño sector del caos poniendo patas
arriba al mundo sobrenatural.

Benicio nos mostró imágenes de algunos de los ataques realizados por el


movimiento anti-revelación. Una bestia infernal se había manifestado en el metro
de Nueva York. Un video borroso mostraba un tren del metro llegando a una
estación llena de gente. La bestia aparece. Sólo unos pocos la ven, pero el pánico se
propaga rápidamente a través de la multitud. Alguien dice que es una bomba. La
gente es pisoteada. La gente cae a las vías delante del tren que se aproxima.
Demasiada gente cae a las vías, lo que significa que hay magia en juego.

Cientos de personas afirmaron haber estado allí. Resultó que la mayoría no


había estado en un radio de diez kilómetros. Fuentes de noticias de toda confianza

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estaban ya describiéndolo como histeria en masa, a lo sumo algún animal grande
suelto por el metro. ¿La amenaza de exposición? Mínima… hasta ahora.

Luego, en Nashville, durante una recepción de boda en una azotea, dos


personas no invitadas aparecen: un hombre lobo y un vampiro. No cualquier
hombre lobo y vampiro, sino unos que -a juzgar por las imágenes borrosas de
teléfono móvil colgadas en Internet- habían sido encerrados bajo llave y dejados
morir de hambre durante suficiente tiempo como para volverles locos.

Ni la Manada ni el Consejo reconocía a esos infelices. Por el balbuceo


captado en esas cintas parecían estar hablando un idioma extranjero. Atrapados
fuera de los EE.UU. o atraídos con algún engaño, mantenidos cautivos y muertos
de hambre, conducidos a la locura… y liberados en una azotea llena de juerguistas
de boda medios borrachos, con las puertas de salida atrancadas a sus espaldas y un
bloqueador de teléfonos móviles cercenando toda esperanza de ayuda.

Los cuerpos comenzaron a golpear el pavimento. Los asistentes a la fiesta


tan desesperados por escapar que saltaban hacia su muerte. Para cuando las
autoridades llegaron a la azotea, todos los invitados y el personal del evento
estaban muertos. Además el hombre lobo y el vampiro se habían ido, dejando sólo

317
El Club de las Excomulgadas
videos en los teléfonos móviles de dos desaliñados y enloquecidos “humanos”
desgarrando a la gente.

—El grupo responsable no ha lanzado un ataque desde hace doce horas


ahora —dijo Benicio después de que los casos hubieran sido presentados—Hemos
capturado a tres miembros clave y están siendo interrogados. Otra media docena de
miembros han sido arrestados. Aún más han sido parados.

Lo que significaba asesinados. Nadie necesitó aclaración.

—Como muchos de vosotros sabéis, la Camarilla Boyd ha estado trabajando


con nosotros. Deshabilitaron una sección antes de que pudiera actuar. Los St.
Clouds se ocuparon de otra, pero después de la muerte de Thomas Nast, han puesto
fin a su contacto con nosotros. Sin embargo, podemos confiar en que continuarán

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


el trabajo.

Sean añadió.

—En cuanto a los Nast, he estado en contacto con unos pocos ejecutivos
senior. Nos uniremos a vosotros junto con un contingente de personal leal a mí.

Benicio asintió.

—Creo que veremos más ayuda de tu organización cuando la conmoción


pase y se den cuenta de este no es, por desgracia, el momento para el duelo.
Tampoco para una batalla por la sucesión.

—Eso espero —murmuró Paige a mi lado.

Ella no parecía demasiado optimista y basado en lo que había visto,


tampoco lo era yo. Podríamos conseguir hombres aparentemente leales a la
posición de Sean, pero no se les podría dar el acceso a la información Cortez o a
puestos de autoridad, por si acaso eran espías de Josef. Para cuando el empleado
promedio de la Camarilla Nast decidiera unir su suerte a Sean, podría ser
demasiado tarde para ayudar.

318
El Club de las Excomulgadas
—Hablando de estos ataques, tengo algunas buenas noticias —dijo
Benicio—Nos las arreglamos para evitar algunas situaciones en Boston y Denver,
en base a las visiones de Hope.

—Pues ya está —dijo Karl. Estaba sentado en un sofá al fondo de la sala con
Hope acurrucada a su lado. Él se volvió hacia ella—Has sido de mucha ayuda. Te
han dado las gracias. Ahora puedes volver a la cama…

—Tengo que…

—Tienes que descansar.

Hope se veía aplastada polvo la última vez que la ví. Ahora parecía como si
hubiera sido aplastada15, alcanzada por la misma apisonadora que me había

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arrollado a mí. Sus rizos oscuros estaban lacios. Su rostro estaba más delgado, los
huesos aún más definidos. Las bolsas debajo de sus ojos se habían ganado el título
de equipaje de tamaño grande. Pero sus ojos estaban brillantes, alertas y decididos.
Muy decididos.

—Tengo que escucharlo todo para poder poner mis visiones en contexto —
dijo—Y estoy descansando —se acurrucó debajo del brazo de Karl, apoyando la
cabeza sobre su pecho, su mano en la pierna—Descansando y a salvo siempre y
cuando estés aquí.

Karl puso los ojos en blanco ante la obvia manipulación. Pero funcionó
igualmente. Él se movió para que estuviera más cómoda y se acomodó con un
suspiro.

Sean y yo fuimos los siguientes. Todo el mundo tenía preguntas y parecía


haber algo de controversia acerca de si el demonio que había matado a Thomas era
en realidad Balaam. A nadie le gustaba creer que los señores demonios estaban
tomando un papel activo en todo esto.

15
Juego de palabras entre run-down (primer aplanada, en el sentido de estar hecha polvo) y el verbo run
down (entre otros que te aplaste una apisonadora).

319
El Club de las Excomulgadas
—Esta es la segunda vez que Balaam se me ha aparecido —dije—Todo lo
que hemos aprendido hasta ahora nos ha permitido saber que esta lucha va
directamente a lo más alto de la jerarquía demoníaca. Todos ellos piensan que
tienen algo que ganar o que perder si los sobrenaturales son sacados a la luz.
Balaam está a favor. Asmondai está en contra. Esas parecen ser las dos facciones.
No sé acerca de los otros señores, pero el que todos ellos quieren de su lado es
quien está ausente sin licencia.

—Lucifer —murmuró Hope—Él está desaparecido en combate y a mi me


llega todo el correo de su buzón de voz.

—O él es quien está enviándote las visiones —dije—Tratando de ayudar sin


tomar partido.

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—Joder, entonces desearía que fuera un hombre y tomara uno —gruñó Karl.

Me volví hacia los ejecutivos de la Camarilla.

—De acuerdo con mi madre, no sólo los demonios están eligiendo lados.
También tenemos interferencia celestial. Si creen en algo de esto o no, la verdad es
que no importa. ¿Cualquier cosa que crean saber acerca de nuestro mundo?
Olvídenlo. Alguien ha tirado el libro de reglas. Los fantasmas pueden cruzar la
línea divisoria. Las bestias infernales pueden manifestarse. Los Semi demonios
pueden poseer niños vivos. Los señores demoniacos están metiendo la mano en la
política de las Camarillas.

Miré a Benicio.

—¿Qué pasa con los chicos malos originales? ¿Qué ha estado haciendo Giles
y su movimiento de liberación desde que los dejé?

—Estamos tratando de averiguarlo— dijo Benicio.

Él explicó que había dedicado sus mejores recursos a encontrar a Giles y su


equipo, quienes habían dejado vacío su lugar de reunión en Nueva Orleans antes de

320
El Club de las Excomulgadas
que la Camarilla pudiera invadirlo.

Le dije que quería estar de vuelta al terreno de juego. Yo conocía a Giles y a


su gente. Todos ellos me conocían. Es de suponer que yo todavía les resultaba útil.
Así que, al menos, serviría como un fantástico cebo para hacer que salieran.

Benicio dijo que no. Lucas dijo que no. Paige dijo que no. Incluso Sean –
que nunca había actuado como el gran hermano autoritario- dijo que la verdad es
que preferiría que no. Todos ellos insistieron en que había mucho que podía hacer
en la sede. Sólo que no lo había. Yo no era una investigadora o una estratega. Yo
pertenecía a la primera línea de ataque. Aquí no era más útil que cualquier asistente
administrativo.

Sin embargo, mientras fuera un objetivo y estuviera sin hechizos, se me

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ordenaba permanecer bajo vigilancia las veinticuatro horas. Ni siquiera podía
regresar al apartamento de Paige y Lucas por la noche. Varias oficinas habían sido
despejadas y transformadas en dormitorios. Benicio se alojaba aquí mismo.
Mientras Lucas estuviera fuera, también lo hacía Paige. Sólo los hombres lobo
consiguieron tomar a sus parejas e irse, e incluso tuvieron que acordar permanecer
en apartamentos asegurados y aceptar vehículos blindados, junto con un pequeño
ejército de guardias.

Así que me tocó un futón en una oficina vacía. Troy se ganó un catre ante la
puerta.

Adam llamó antes de que me fuera a dormir. Larsen Dahl había estado en la
ubicación que Bryce nos había dado, pero lo habían trasladado. Estaban tratando
de averiguar adónde. O más bien Lucas lo hacía. Adam había sido dejado de lado
para que descansara, como yo. Si sólo estuviéramos ―descansando" en el mismo
lugar, hubiera sido mucho más tolerable.

*****

Me desperté temprano, con la sensación de que tenía que estar en alguna


parte. Entonces me acordé de que no iba a ir a ningún lado y me recosté en el futón,

321
El Club de las Excomulgadas
mirando hacia el techo.

Al final me di cuenta de que ponerme de mal humor no iba a hacer ningún


bien a nadie. Así que igualmente podría levantarme y averiguar en qué podría
resultar útil.

Había una maleta con mis cosas en una esquina. Me vestí y abrí la puerta.
Troy estaba sentado en el borde de su catre en camiseta y bóxer, pasándose la mano
por su pelo despeinado de dormir.

—Tú no tienes que levantarte —le susurré.

—Sí, más bien tengo que hacerlo —bostezó y se sacudió para despertarse—
En comparación con el horario de Benicio, esto de hecho fue dormir. Sólo dame un

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segundo para vestirme.

Me retiré a la oficina a esperar. Me sentía mal haciendo a Troy levantarse,


pero él estaba acostumbrado. Normalmente los guardaespaldas alternaban los
turnos de noche, pero Griffin era un padre soltero -su chico todavía no iba a la
universidad- de modo que Troy pasaba la mayoría de las noches en una habitación
delante de la de Benicio.

Troy no tenía hijos. O esposa. Estoy segura de que tenía compañía cuando
quería, ya que tenía un buen físico para un tipo de cuarentaytantos y un
guardaespaldas grande y musculoso va a resultar atractivo a cualquier edad.

No soy del tipo que cree que la gente sólo puede ser feliz con una familia,
pero… Bueno, tal vez lo sea. Una familia de algún tipo. Supongo que Troy la tiene
con Benicio y la Camarilla. Estuvo a punto de morir hace unos años protegiendo a
su jefe ante Jaz y su hermano Sonny. Después de aquello, Benicio le había dado
una enorme bonificación y reforzó su pensión, lo cual era su manera de decir “Si
quieres retirarte, lo entiendo”. Evidentemente Troy no lo hizo. Yo suponía que no lo
haría, no mientras Benicio estuviera vivo.

Troy llamó a la puerta cuando estuvo listo. No solo estaba vestido, sino que

322
El Club de las Excomulgadas
parecía muchísimo más despierto de lo que yo me sentía.

—Café —dije.

Él sonrió.

—Eso lo puedo hacer.

—Supongo que no hay la más mínima posibilidad de salir a por uno.

La sonrisa vaciló.

Levanté mi mano.

—Lo siento. No son tus reglas, lo sé. Siempre que pueda conseguir cafeína,

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


seguida de una ducha, estoy bien.

323
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintinueve
Con cafeína y limpia, iba caminando atravesando despachos ejecutivos con
Troy detrás de mí, cuando Karl abrió y se asomó por una puerta detrás de nosotros.

—Tú —dijo—Ven aquí.

—Tengo sitios a los que ir, Karl —dije—Y conseguirías mejor respuesta si te
molestaras en aprender mi nombre.

—Savannah —dijo—Por favor. Se trata de Hope.

Ese por favor consiguió hacerme mover el culo rápidamente. Karl ya había
vuelto a entrar en la habitación para cuando llegué a la puerta. Hope yacía sobre un

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


sofá. Simplemente yacía allí. Los ojos abiertos. Sin pestañear.

—Voy a buscar ayuda —dijo Troy detrás de mí.

—Por favor, trae a Paige —le dije—Y a Jeremy.

—Ya lo he llamado —dijo Karl—Está de camino. Ella acaba de desmayarse.

Me incliné y comprobé su pulso.

—Está viva —gruñó él, como si él no estaría simplemente ahí de pie si la


situación fuera tan grave—Respira bien. Frecuencia del pulso bien. Pero está
atrapada en una visión y no puedo sacarla.

—¿Una visión? ¿Cómo…?

—Sus ojos —dijo.

Estaban titilando adelante y atrás, como si estuviera mirando algo que se


movía muy rápido.

324
El Club de las Excomulgadas
—Es como la fase de sueño REM16 —dijo—Sólo que sus ojos normalmente
están cerrados y siempre la puedo traer de vuelta.

Hope convulsionó. Sus manos se fueron a su vientre hinchado cuando su


espalda se arqueó, rechinando los dientes con tanta fuerza que podía oírlo. Karl me
empujó a un lado y la agarró por los hombros. La levantó y se sentó en el sofá,
tumbándola encima de él, masajeando su espalda con una mano y acariciando su
mejilla con la otra, murmurando en voz baja.

Justo cuando parecía relajarse, su estómago se movió y yo me sobresalté.

—Sólo es el bebé dando patadas —dijo Karl. Puso una palma en su


abdomen mientras el bebé seguía dando patadas, lo bastante fuertes como para
lograr mover su mano.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—Un niño un poco enérgico —dije.

—Niña.

Miré hacia él.

—Es una niña. Hope quería saberlo —hizo una pausa—No, ella sabía que yo
quería saberlo.

—Porque un niño significa un hombre lobo. Deseabas…

—Una niña —dijo con firmeza—Hubiera estado bien un hijo, pero preferiría
una hija.

16
El término movimientos oculares rápidos (en español MOR; en inglés REM, de rapid eye movements)
describe la fase del sueño durante la cual se presenta la mayor frecuencia e intensidad de las llamadas
ensoñaciones (sueños, las escenas oníricas). Durante esta fase los ojos se mueven rápidamente y la actividad
de las neuronas del cerebro se asemeja a la de cuando se está despierto, por lo que también se le llama sueño
paradójico (sommeil paradoxal en francés).
En esta etapa se presenta el sueño más ligero; los individuos a quienes se despierta durante el sueño MOR se
sienten en estado de alerta y descansados. Durante el sueño MOR son comunes las erecciones del pene o
del clítoris, al margen del contenido del ensueño; la frecuencia cardíaca y la frecuencia respiratoria son
irregulares, y de nuevo similares a las del resto del día, y la temperatura corporal no está bien regulada y se
aproxima a la temperatura ambiente. El sueño MOR puede ocurrir en los mamíferos y también en pájaros.
El sueño MOR es fisiológicamente tan peculiar que al resto de las otras fases del sueño se les conoce
colectivamente como sueño no MOR o sueño de ondas lentas (SOL), esto último debido a las lecturas en el
electroencefalograma.

325
El Club de las Excomulgadas
—Oh.

Él siguió frotando su vientre. Cualquier rastro del hombre sofisticado y


elegante que conocía como Karl Marsten había desaparecido. Su ropa se veía como
si hubiera dormido con ella puesta. Tenía la cara sin afeitar. Había líneas alrededor
de su boca y ojos. Por el aspecto de su pelo, dudaba de que se hubiera duchado
desde su último afeitado.

—Siento que ella esté pasando por todo esto —le dije—Pero estoy segura de
que el bebé va a estar bien.

—No es el bebé lo que me preocupa —se frotó una mano por la cara. Podía
oír el roce de su barba—Por supuesto que no quiero que le pase nada a nuestra hija,
pero… no es lo que más me preocupa.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—Lo sé.

—Sólo deseo… —apretó la mandíbula—Desearía que Hope no tuviera que


pasar por esto. Por nada de todo esto. El hambre de caos y las visiones continúan
empeorando y ella lo intenta tanto, con tantas fuerzas, hacerle frente y nada parece
hacerlo mejorar y… —miró hacia mí—Dijiste que te encontraste con Balaam.
Bueno, si alguna vez me encuentro con Lucifer…

El viejo Karl asomó fulgurante por un momento en sus ojos. Luego miró
hacia otro lado, porque no había manera de terminar esa amenaza. ¿Qué podía
hacerle a Lucifer? ¿Darle un pedazo de su mente?

Los hijos de Lucifer eran raros. Afortunadamente eran raros, diría la


mayoría, aunque no delante de Hope. Como nadie le recordaría que, con treinta
años, ella era la más antigua Expisco conocida. La sobreviviente de más edad,
Adam dijo una vez, antes de callarse a sí mismo. Pero era la expresión correcta. La
maldición de Lucifer era algo a lo que sus hijos tenían que sobrevivir. La mayoría
no lo conseguía. No por mucho tiempo. Desde luego, no lo suficiente como para
tener sus propios hijos.

326
El Club de las Excomulgadas
La mirada de Karl permaneció sobre Hope, los labios apretados, casi
enojado, como si estuviera enfadado consigo mismo por confiar en mí. Pero
cuando levantó la mirada, la ira había desaparecido y su expresión era neutral.

—Puedes irte si quieres. Ellos deberían estar aquí pronto.

—Me quedaré.

Un asentimiento.

—Gracias.

Hubo silencio durante un minuto y yo no estaba segura de si debía decir algo


que lo distrajera o si sólo debía mantener mi boca cerrada. Estaba a punto de
arriesgarme a hablar cuando Hope se sacudió poniéndose recta. Karl la agarró por

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


los hombros. Di un salto hacia adelante, pero él me detuvo con un brusco:

—No —luego un más conciliador—Ella está bien. Es sólo más de lo mismo.

Ella se quedó allí sentada con los ojos abiertos, las pupilas titilando,
mientras Karl le frotaba la espalda diciéndole que todo iba bien, que ella estaba
bien, que se despertara, que debería despertarse.

Ella dijo algo. No lo entendí y me incliné hacia adelante, pero me detuve


ante la fulminante mirada de Karl.

Ella escupió una rápida frase en… algo.

—¿Es eso… Hindi? —pregunté.

—Ella no sabe Hindi. No más que unas pocas palabras.

Karl sabe más idiomas que Jeremy, lo cual es una hazaña ya que Jeremy
solía trabajar como traductor. Aunque el conocimiento de Karl es a nivel
conversacional, aprendido en sus viajes.

—No reconozco… —él empezó a decir.

327
El Club de las Excomulgadas
Ella volvió a hablar, las palabras saliendo tan rápido que podrían haber sido
español por lo que podía entender, hasta que…

—¡Latín! —dije—Y… griego, creo. En realidad no los entiendo, sólo los


reconozco por los hechizos, pero había un par de palabras…. Maldita sea,
deberíamos… —me detuve y saqué mi nuevo teléfono móvil del bolsillo—Puedo
grabarlo.

Hope comenzó de nuevo, su voz elevándose, las palabras viniendo cada vez
más rápido, casi gritaba como un altavoz puesto a toda velocidad.

Busqué en el maldito teléfono y finalmente conseguí grabarlo. Sus ojos


estaban empezando a humedecerse, su voz volviéndose ronca. Le costaba respirar,
hablando demasiado rápido para conseguir atrapar el aliento.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—¡Hope! ¡Despierta! —Karl la sacudió tan fuerte como pudo, su propia voz
agudizada por el pánico—Por favor, tienes que… —se volvió hacia mí—Ve a
conseguir…

Yo ya estaba en marcha, mi teléfono en el suelo. Tiré de la puerta para


abrirla. Algunos miembros del personal de ayuda se agrupaban ante la puerta.

—¡Muévanse! —dije.

Empezaron a hacerlo y casi paso por encima de Jeremy, que venía corriendo
con Troy detrás de él.

—Ella está… —empecé.

—La escuché —dijo, su tono sombrío.

Corrió al lado de Hope. Ella seguía gritando con la cara roja, ahora tosiendo
mientras luchaba por respirar.

—Busca un médico —dijo Jeremy hacia mí—Tienen que sedarla.

328
El Club de las Excomulgadas
—Si se trata de un mensaje, presumiblemente ella parará una vez que se
entregue —dijo Benicio mientras daba un paso entrando—Deberíamos dejar…

—Trae al maldito médico —dijo Jeremy con un inusual gruñido.

Troy y yo ya íbamos corriendo para buscar uno y lo encontramos saliendo


del ascensor. Tenía el sedante en su bolsa. Para el momento en que llegamos a la
habitación, Hope estaba hiperventilando, su piel se estaba poniendo azul y Benicio
había dejado de argumentar que deberíamos dejar que el mensaje acabara.

Este siguió llegando incluso después de clavarle la aguja. Su voz bajó de


volumen cuando el sedante surtió efecto, luego se redujo a un murmullo y
finalmente se detuvo, sumiéndose en un sueño silencioso.

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Me fui tan pronto como Hope estuvo bien. La habitación estaba lo
suficientemente llena. Paige había llegado y estaba ayudando a Jeremy y a Karl a
refrescar a Hope con un trapo húmedo. Yo estaba en medio. Así que le di mi
teléfono a Benicio y le dije que había logrado grabar el arrebato de Hope. Él dijo
que iba a conseguir un lingüista para analizar la grabación.

329
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Treinta
Por lo visto, el trabajo de un guardaespaldas es cuidar del cuerpo a su cargo
en todos los sentidos. Bueno, en la mayoría de los sentidos. Al parecer,
mantenerme alimentada era una prioridad. Después de la terrible experiencia con
Hope, Troy decidió que yo necesitaba un buen desayuno. Así que mientras
caminábamos me dio opciones. Escogí algo. No podía recordar lo que era un
minuto después de haber aceptado. Él debió haberse detenido para indicarle a
alguien que fuera a por ello y yo debí haber seguido caminando. La siguiente cosa
que supe es que no tenía un guardaespaldas corpulento a mi lado.

Unas manos me agarraron por la cintura. Mis puños salieron disparados.

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Adam los capturó.

—Por favor no me golpees. Apenas me he recuperado de la última paliza.


Aunque me alegro de verte lanzándote primero con los puños en vez de con tus
hechizos.

—Si no quieres que te golpee, no te acerques a escondidas por detrás de mí


—le dije mientras me llevaba a una oficina vacía—Y sería mejor que tuvieras
cuidado. Troy va a venir a buscarme en cualquier momento.

—No, no lo hará —Adam cerró la puerta de una patada—Acabo de enviarle


un mensaje para pedirle un rato a solas.

Me atrapó con un beso. Apenas tuve tiempo para empezar a disfrutar antes
de recordar que él había dicho que teníamos que hablar, y pequeñas campanas de
alarma empezaron a sonar. En el momento en que empecé a preocuparme dejé de
corresponder. Él se echó hacia atrás.

—¿Savannah?

Cuando me escurrí fuera de su agarre, pareció alarmarse.

330
El Club de las Excomulgadas
—¿Qué pasa? ¿Has hablado con Paige? ¿Te dijo algo? —exhaló—Sé que no
va a estar contenta. La diferencia de edad es…

—No se lo dije a Paige. Pero cuando hablamos acerca de decírselo… —hice


rotar mis hombros. Me senté sobre el escritorio y traté de ponerme cómoda—
Maldita sea. No soy buena en esto. Preferiría sólo ceñirme a la parte del beso.

Una risa.

—Podríamos hacer eso.

—Ojalá —murmuré—Está bien, voy a sonar ahora como una novia


totalmente nerviosa pero… dijiste que teníamos que hablar. No presagiaba nada
bueno.

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—¿De verdad?

—Bueno, no, supongo que no, pero... —lo miré fijamente—Estaba


preocupada.

—Mierda —se movió entre mis rodillas mientras yo seguía sentada en el


escritorio. Él puso sus manos en mis caderas y buscó mi mirada—No se suponía
que ibas a ponerte nerviosa. Es sólo… algo que tenemos que discutir.

—Está bien, así que vamos a discutir.

Echó un vistazo a la puerta cerrada.

—Sí, estamos malgastando un valioso tiempo a solas —le dije. Dudé.


¿Cómo de honesta estaba dispuesta a ser? Una parte de mí quería actuar
despreocupada. Relajada. Pero no estaba relajada. Así que continué—La verdad es
que normalmente no habría estado pensando en ello. ¿El tío quiere hablar? Vale. Lo
que sea. Pero… estoy un poco ansiosa ahora mismo. Muy ansiosa.

—Muy bien, entonces. Pero te advierto este es el tipo de conversación que


nunca he iniciado. ¿Y cuándo lo hace una chica? Mi móvil milagrosamente

331
El Club de las Excomulgadas
comienza a vibrar con una llamada de emergencia de la agencia.

Sonreí.

—He contado esa trola un par de veces yo misma.

—Por eso nos llevamos tan bien. Pero esto no es… no es lo habitual.
Conoces a una chica. Oye, ¿quieres tomar quedar a tomar una copa alguna vez?
Empiezas a salir, rompes, borras su número. Fue divertido mientras duró. Tú
eres… —él suspiró de nuevo. Se removió inquieto—Te conozco desde siempre.
Trabajamos juntos. Pasamos el rato juntos. Compartimos amigos. Somos amigos.
Me conoces mejor que nadie.

—Así que no quieres empezar algo y arriesgar eso.

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Me lanzó una mirada.

—Obviamente estoy tratando de empezar algo. Ya hemos comenzado algo.


La gran pregunta es: ¿Qué? Síp, lo sé, tú dices que llevas esperando por esto durante
mucho tiempo, pero… esto podría no ser lo que esperabas.

—Está bien.

Vaciló, como si esa no fuera la respuesta que esperaba. O la que quería.

Le dije:

—Creo que, si lo estoy entendiendo bien, no estás muy seguro sobre


apresurarse a contárselo a Lucas y a Paige, porque piensas que tal vez después de
unos días voy a decir: ―Vale, no es lo que yo esperaba‖ y voy a romper. No puedo
imaginarme haciéndolo. Pero yo pienso lo mismo…acerca de ti. Que tal vez vas a
decidir que esto no es lo que quieres. Ya tenemos algo bueno, ¿verdad?

—Lo tenemos.

—Y corremos el riesgo de arruinarlo por completo si tratamos de convertirlo

332
El Club de las Excomulgadas
en algo mejor. No hay satisfacción garantizada, ni te devuelven tu antigua relación.
Pero si me estás preguntando si voy lo suficientemente en serio como para darle
una oportunidad, si que voy. ¿Y tú?

Sostuvo mi mirada durante un largo segundo antes de decir:

—Completamente en serio.

—Bien. ¿Podemos ahora volver a la parte de los besos?

Por buenos que fueron nuestros besos anteriores, él había estado


conteniéndose. Ahora me llevé el lote completo, la versión intensa de “Dios no puedo
respirar” y “ Dios, quien lo necesita”. Mis brazos alrededor de él. Mis piernas
alrededor de él también, calor abrasador en mis muslos y por todas partes. Pensé

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que era sólo yo hasta que el calor se disparó a mi garganta, como una repentina
lengua de fuego y me quedé sin aliento.

—Mierda —murmuró—Eso es nuevo. Lo siento. Dame un segundo.

Cerró los ojos, concentrándose en sofocar el fuego, pero tiré de nuevo de él


para besarle, susurrando:

—No.

Lenguas de fuego se dispararon recorriéndome, procedentes del calor de sus


manos, del calor de su piel… deliciosos pulsos de fuego. No pasó mucho tiempo
antes de que yo estuviera tirando de su camisa, mis manos buscando la piel
desnuda, abrasando la piel y…

Una garganta se aclaró detrás de nosotros. Me aparté y contuve mi


respiración.

—Oye, Troy —dije—Lo siento. Podríamos… ¿tener unos minutos más?

Adam miró por encima de su hombro.

333
El Club de las Excomulgadas
—Por favor. Te prometo, su cuerpo está bien cuidado.

—Ya veo —dijo Troy secamente.

Lo cual no era el estilo de Troy en absoluto. Mi mirada saltó a sus ojos.


Brillantes ojos verdes.

—Bal… —empecé mientras me separaba de Adam.

Entonces me detuve. El tono no había sonado como el de Balaam. Y la


expresión dirigida hacia mí de enojo mezclado con disgusto no era tampoco de
Balaam.

—No soy tu abuelo, niña —dijo mientras Adam se interponía entre


nosotros—Y no es necesario que la protejas de mí, Adam. No siento aprecio por

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Balaam, pero no tengo ningún problema con la chica —Una severa mirada hacia
mí—Aunque preferiría no encontrarla en tus brazos. ¿Puedo tener un momento con
mi hijo?

Silencio mientras descubríamos lo que quería decir... y quién era él.

—Asmondai —dijo Adam, en un tono más apropiado para la aparición


inconveniente de un tío borracho que del padre que nunca había conocido.

—Lo lamento —la voz del señor demoníaco goteaba sarcasmo—¿Es este un
mal momento?

—Cualquier momento sería un mal momento, en realidad. Lo que sea que


estés vendiendo, no voy a comprarlo.

—No estoy vendiendo…

—¿Así que te pasaste a saludar? ¿Para que lleguemos a conocernos? Gracias,


ya tengo un padre, gracias. No eres más que el idiota que le hizo un bombo a mi
madre y la dejó para que averiguara qué hacer con un hijo al que le gusta incendiar
las cosas.

334
El Club de las Excomulgadas
Cuando un señor demonio se digna a visitar a su descendencia,
probablemente este no es el recibimiento que normalmente recibe. Asmondai se
quedó sin palabras por un momento, luego dijo lentamente:

—Entiendo que estés enfadado.

—No, no lo estoy. ¿Un indicio? —Adam levantó sus manos—Ni siquiera


cálido.

Él tenía razón. Cuando puso su mano sobre mi pierna, estaba fría.

—¿Y si he venido a ayudarte? —preguntó Asmondai.

—Oh, estoy seguro de que has venido a eso. Al igual que Balaam vino a
ayudar a Savannah. A ofrecerle poder, gloria, ser la reina del universo, si ella lo

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ayudaba a cambio. Ella se negó. Ahora está encerrada en este lugar y hay una
recompensa de los Nast por su cabeza. Debido a que Balaam trató de “ayudarla”.
Por tanto, qué tal si nos saltamos la actuación y pasamos directamente al no. No me
interesa. Vete a la mierda.

—¿Vete a la mierda? —Asmondai levantó una ceja—Es posible que hayas


heredado mi talento para la política, pero no dominas aún el arte de la retórica,
¿verdad?

—Estoy seguro de que soy una enorme decepción, así que, por qué solo no
me das por perdido y te vas.

—No tengo intención de darte por perdido, Adam. De todos mis hijos, te he
elegido porque eres diferente. Eres…

—¿Especial? —dijo Adam. Ahora sentí la llamarada de calor a través de su


mano—¿Te suena familiar, Savannah?

—Bastante parecido a lo que Balaam me dijo a mí —dije—Que me eligió a


mí, una mera nieta, porque yo soy especial y que no tenía nada que ver con el
hecho de que estoy conectada con el Consejo interracial, la Camarilla Nast, la

335
El Club de las Excomulgadas
Camarilla Cortez…

—No puedo reclamar muchas de esas conexiones —dijo Adam—Pero soy el


único de tus hijos que ahora mismo está en la línea del frente de esta batalla.

Asmondai dijo:

—Pero, ¿cómo conseguiste estar en la línea de ataque, Adam? Cuando tenías


su edad… —me señaló—…dejaste la universidad. Vivías en casa de tus padres.
Tomabas los trabajos más fáciles que podías encontrar, sólo los necesarios para
pagar tus juguetes. Eras un delegado del Consejo interracial gracias a Robert Vasic
y la única razón por la que te presentabas a las reuniones era porque en ocasiones
conducían a una aventura. Ahora eres un delegado crucial en ese Consejo. Eres un
renombrado investigador privado. Eres un experto en demonios y en folklore

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sobrenatural. Y eres un valioso guerrero de primera línea de batalla, un medio-
demonio Exustio que ha dominado totalmente sus poderes. Te has ganado tu lugar.

—No me…

—No te importa mi aprobación. Lo entiendo. Pero yo estoy aquí para


ayudarte, porque estamos del mismo lado.

—No, no lo estamos. Tú tienes tu propia agenda. Puede coincidir con la


nuestra, pero eso no quiere decir que estés de nuestro lado.

—Sin duda has meditado en tus derechos de nacimiento, hijo mío. De


acuerdo, entonces. Pero nuestras agendas coinciden y con ese fin, te traigo
información, sin compromiso alguno. Quieres saber lo que estas personas están
haciendo con ese virus, ¿no es verdad?

Adam se enderezó.

El señor demonio sonrió.

—Bien. Entonces te lo contaré.

336
El Club de las Excomulgadas
*****

Troy no estaba impresionado cuando finalmente consiguió tener su cuerpo


de vuelta. Tomaba brebajes anti-posesión -no puedes tener a un demonio
poseyendo al guardaespaldas de un director general-, pero no servían frente a un
señor demoníaco.

Él murmuró algo acerca de los parientes de Adam y de los míos, que


aparecían por todas partes causando problemas. Tratando de aligerar lo que era,
como todos sabíamos, una situación muy seria. Ningún sobrenatural está realmente
preocupado de ser poseído por un señor demonio, porque la única vez que toman
forma humana es para procrear. No responden a nuestras convocaciones y
segurísimo que no se dejan caer para saludar simplemente.

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La mayoría de los sobrenaturales sabían que no debía tratar de ponerse en
contacto con un señor demoníaco para pedir un favor. Una amiga mía perdió el uso
de sus piernas convocando a Asmondai … y todavía sigue sin conocer realmente al
tipo. Pero ahora ellos estaban tomando forma humana para pedirnos a nosotros
favores. Eso nos hacía saber lo desesperada se había vuelto la situación.

*****

Benicio nos reunió en la sala de juntas. Según nos apresurábamos a llegar,


nos encontramos con Elena y Clay, que se dirigían algún lugar de los suyos. Ellos
habían sido convocados junto con Lucas y Adam, a la espera de más noticias sobre
Larsen Dahl.

Les pregunté si habían visto a Hope.

—Está despierta y recuperándose —dijo Elena—Karl quiere comer, por lo


que estamos a la caza del desayuno. Nos reuniremos con vosotros en la sala de
juntas. Benicio sigue trabajando para conseguir que ese mensaje sea traducido.
Hope quizá tenga más información que añadir procedente de su visión.

—Después de que ella coma —dijo Clay.

337
El Club de las Excomulgadas
Elena sonrió.

—Siempre la principal preocupación. ¿Puedo traeros algo chicos?

Les dije que estábamos bien y siguieron adelante.

*****

—No estoy de desacuerdo —Lucas le decía a un hombre de pelo blanco


cuando entramos en la sala de juntas—Si Lucifer está comunicándose a través de
Hope, ¿por qué hablaría en idiomas que ella no entiende?

—Es posible —dijo el hombre—Tenemos informes…

—De demonios menores —interrumpió Adam—Ninguno de señores, ¿no?

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El anciano frunció el ceño.

—Tenemos muy pocos informes de señores demonios comunicándose con


alguien.

—Ocho casos confirmados en los últimos cincuenta años —dijo Adam—


Aparte de las veces que se relacionan con mujeres humanas, en los que estoy seguro
de que hay un montón de conversación, aunque no necesariamente en latín… a
menos que esten tratando de seducir a un miembro del equipo de debate.

El ceño del anciano se hizo más profundo.

Le dije hola a Lucas cuando nos sentamos. Se le veía cansado, pero


consiguió esbozar una sonrisa excepcional para mí.

—Lucas y yo hemos hablado acerca de las visiones anteriores de Hope —


dijo Adam—Estoy de acuerdo que no se trata de Lucifer intentando ponerse en
contacto. Volveremos a este punto más tarde. Por ahora, tenemos que incrementar
el número de visitas confirmadas de señores demonios. Convoqué esta reunión
porque tengo nueva información y viene directamente de Asmondai, de hace

338
El Club de las Excomulgadas
menos de veinte minutos.

Adam esperó a que todo el mundo lo digiriera y dijo:

—Gracias a Bryce, teníamos una idea cuál era el plan. Tomar este virus y
convertir a personas clave en sobrenaturales. A partir de los resultados de las
pruebas, sabemos que están usando ADN de vampiro, hombre lobo y
probablemente de zombie. Es de suponer, entonces, que están esperando no sólo
convertir a estos tipos en sobrenaturales, sino ponerles el tratamiento para
superhéroes. La semi-inmortalidad e invulnerabilidad de los vampiros. Los sentidos
realzados y la fuerza física de los hombres lobo. La juventud prolongada de ambos.
Lo mejor que tenemos para ofrecer en un solo paquete. Si funciona, aquellos que lo
reciban van a pensar que esto de ser sobrenatural no es tan malo, lo que significa
que no van a discutir el que nos encierren al resto de nosotros.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Paige asintió.

—Porque serán también uno de nosotros. Así que están eligiendo hombres y
mujeres que tendrán algo que decir sobre cómo son tratados los sobrenaturales que
salgan a la luz. Políticos, supongo.

Adam negó con la cabeza.

—Con el tiempo, pero según Asmondai, sus primeros objetivos son fuentes
de poder más profundas. Hombres de dinero. Tipos con mucho dinero y mucha
influencia. ¿Eso funcionaría? No tengo ni idea. Pero creo que mejor no averiguarlo.
Tenemos que llegar a los objetivos antes que ellos.

—Maravilloso —dijo uno de los vicepresidentes—¿Y cómo propones que lo


hagamos? ¿Determinamos quién es el líder financiero más poderoso de Estados
Unidos y esperamos que estos terroristas utilicen los mismos criterios?

—No. Asmondai nos facilitó nombres. Él quiere detenerlo y cree que


nosotros podremos hacerlo. Hay dos casos iniciales de prueba. Dos más le seguirán
inmediatamente después.

339
El Club de las Excomulgadas
—Bien —dijo Benicio, poniéndose de pie—Llegaremos allí antes de que
ellos ataquen y estableceremos vigilancia las veinticuatro horas. Estaremos
preparados para ellos.

—Tenemos que enviar esos equipos ahora mismo —dije—De acuerdo con
Asmondai, van a atacar a los dos primeros esta noche.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L

340
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Treinta y Uno


Me dirigía de nuevo al campo de batalla. Adam, Elena y Clay iban conmigo,
así que estaría bien protegida por todos lados. Además, estábamos metidos de
mierda hasta el cuello y ya sobrepasados. Necesitaban a todo el mundo ahí afuera.

Aunque Asmondai había sido de gran ayuda, había un montón de cosas que
él no podía saber. ¿Cómo exactamente el SLAM planeaba hacerlo? ¿Cuánto tiempo
esperarían después de los dos casos de prueba antes de atacar a los dos siguientes?
Y, lo más importante, ¿cuáles eran los riesgos de esta inyección? Bryce dijo que lo
calificaban como un virus. ¿Cómo se propagaba? Al parecer, no era por aire, ni
siquiera se propagaba por contacto directo… yo había tenido un montón de
contacto con Bryce cuando lo estaba sacando del laboratorio y estaba bien. ¿Se

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


propagaba en algún sentido? ¿O era ―virus‖ sólo un nombre conveniente?

Los lingüistas aún estaban trabajando en el mensaje de Hope. Habían


descifrado la mayor parte. Ahora el problema era descubrir lo que significaba.
Parecía tratarse de un lugar… si la persona describiéndolo fuera un adivino de feria.
Una sinuosa carretera. Campos de oro. Una casa en ruinas. Vacas en un prado. Eso
podría describir un millón de lugares solo en los Estados Unidos. Realmente no era
demasiado útil.

Pero era todo lo que íbamos a conseguir por ahora.

Lucas, Paige, Jeremy y Jaime iban tras uno de los casos iniciales de prueba
en Dallas. Adam, Elena, Clay y yo nos quedábamos con el otro en Austin. Habría
un equipo de seguridad enviado a cada ciudad con nosotros, pero esta no era una
misión del tipo “redada del equipo SWAT”. El grueso de las fuerzas de seguridad de
los Cortez y los Boyd, junto con Cassandra, Aarón, Sean y otros, habían sido
enviados a localizar e iniciar la vigilancia sobre la segunda ola de objetivos.

En poco más de una hora, estábamos en el campo de aviación, bolsas en


mano. Nos íbamos a Austin. Cassandra y Aarón estaban con nosotros. Ellos se

341
El Club de las Excomulgadas
dirigían a Houston para encontrarse con un equipo de seguridad y supervisar a un
objetivo de la segunda ola. Síp, hay dinero en Texas.

Los líderes del contingente de Austin y Houston también estaban en el


avión. Aunque mantenían las distancias. Obviamente no se sentían cómodos
estando tan cerca de los hombres lobo.

La forma más fácil de frustrar el ataque de Austin sería secuestrar al


objetivo: Maurice B. Lester, director de Lester Oil. Sin embargo, eso no nos ayudaría
a atrapar a quienes planeaban infectarlo. Si él no estaba disponible, podrían
dirigirse contra la esposa y los hijos de Lester, la segunda mejor opción para
infectar a un pez gordo es infectar a sus seres queridos, lo que garantiza que él no
abogará por la prisión universal para los sobrenaturales.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Al final, seguimos a rajatabla el plan más simple y más frustrante. Observar
y esperar.

*****

Después de medio día siguiendo a Maurice Lester, llevábamos en BJ’s


BBQ17 una hora. Lester y su grupo acababan de pedir la cena. Nosotros casi
habíamos terminado de comer en una sala adyacente, donde estábamos fuera de su
vista pero Elena y Clay podían seguir la conversación en la mesa de Lester.

—Estoy seguro de que la discusión es fascinante —dijo Clay—si te importa


un carajo el petróleo.

—Antonio nos da las gracias —dijo Elena mientras daba golpecitos a las
teclas de su teléfono—Le estoy enviando mensajes con sugerencias sobre acciones.
Dale unas cuantas jarras de cerveza a estos chicos y se olvidan de que no están
solos en el sitio.

—No —dijo Adam—A ellos simplemente no les importa. Las únicas


personas que pueden ver son camareros con un salario mínimo y una mesa de

17
BJ’s Barbecue, es una cadena de restaurantes estadounidenses.

342
El Club de las Excomulgadas
universitarios. Sus recomendaciones sobre acciones están a salvo.

—¿Puedes pasármelas a mí? —le dije a Elena—No reconocería una


recomendación sobre acciones si alguien las escribiera en la mesa, pero el tipo de
mis inversiones podría utilizarlas.

—Hablando de escribir sobre la mesa, —dijo Elena, señalando el dibujo


desplegado debajo de mí—vas a tener que recortar eso antes de irte.

Adam asintió.

—Es el mejor trabajo de tiza sobre mantel que has hecho.

Me eché a reír y seguí dibujando. No era nada serio, sólo un esbozo del
interior del restaurante, más garabato que dibujo.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—No te había visto dibujar desde hacía tiempo —dijo Elena.

Me encogí de hombros.

—Dibujo. Solo que… no tanto en estos días. Pero ya ques estoy sentada aquí
con un mantel de papel marrón y lápices de colores...

Ella se inclinó para mirar más de cerca.

—Hay mucho más color que en tus trabajos de siempre.

—Porque no hay ninguna gris o negra en la taza de las tizas —dije.

—Ah.

Clay se echó hacia atrás en su silla lanzando miradas aburridas hacia la


mesa de Lester. Al principio nos sobresaltábamos cada vez que alguien pasaba
junto a él y casi nos echamos a correr cuando un colega lo golpeó en el hombro. En
este momento, incluso cuando el camarero se inclinaba para preguntarle algo, no
nos inmutábamos. Asmondai había dicho que el grupo atacaría esta noche. Aunque
nada estaba escrito en piedra, era poco probable que pusieran una inyección a

343
El Club de las Excomulgadas
Lester en un restaurante, rodeado de sus amigos y asociados.

—Ve a explorar por fuera —dijo Elena cuando Clay golpeó su silla hacia
abajo.

—¿Es una orden?

Ella sonrió.

—Lo es.

—Gracias.

Cuando se levantó para irse, sus dedos rozaron la espalda de ella. Sólo un
suave toque. Hacer contacto. Estoy segura de que mientras estuvimos allí sentados,

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Clay tenía su pierna contra la de ella debajo de la mesa.

Cuando Clay apareció de nuevo unos minutos más tarde, Elena se levantó.

—¿Se van? —le preguntó a él.

—Nope. Y no lo harán por mucho tiempo. Un coche lleno de saudíes acaba


de llegar. Supongo que están aquí por Lester.

Lo estaban. Parece ser que se suponía que tenían que haber llegado hace una
hora, pero se retrasaron. La cena estaba a punto de comenzar ya en serio.

—Yo digo que le demos a los chicos un descanso —ella nos miró—Sé que
habéis tenido un par de días difíciles y ya he reservado habitaciones en el hotel, por
lo que…

—Genial —dijo Adam. Entonces, rápidamente, añadió—Quiero decir,


genial que ya las hayas reservado. Pero no nos gustaría pirarnos cargándolo todo
sobre vosotros.

—Iros —dijo Clay—Mientras tengáis la oportunidad.

344
El Club de las Excomulgadas
—The Omni subiendo la calle —dijo Elena—La habitación está bajo el
nombre de Vasic. Soléis compartir cuando estáis en un caso, ¿no? ¿Así os cuidáis la
espalda el uno al otro?

—Eh, síp.

—Bien —dijo Elena—Id entonces. Descansad. El hotel está a un par de


manzanas de aquí. Llamaremos si pasa algo.

Mientras nos dirigíamos hacia fuera, le susurré a Adam:

—¿Crees que lo saben?

—Nah. Elena solo está siendo considerada.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L

345
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Treinta y Dos


No caminamos. Salimos por la puerta del frente, vimos un taxi y decidimos
que la velocidad era esencial.

Con mucho tacto evitamos enrollarnos en el taxi o en el ascensor. Sin


embargo, una vez que conseguimos abrir la puerta de la habitación, cualquier cosa
podía ocurrir. Adam me hizo entrar y me tuvo contra la pared antes de que la
puerta se cerrara.

Cuando comencé a besarlo en respuesta, alcancé a ver la habitación por


encima de su hombro y me detuve.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—No creo que hayamos sido tan discretos como pensábamos —le dije
mientras apuntaba con la cabeza hacia la cama de matrimonio.

Se volvió para mirar.

—Nop, al parecer no lo fuimos.

Me reí y tire de él acercándolo. Antes de que nuestros labios pudieran


tocarse, él retrocedió. Miró por encima de su hombro hacia la cama, luego a mí.

—Creo que deberíamos esperar —dijo.

—¿Qué?

Puso sus manos sobre mis hombros.

—No hay que precipitarse.

—¿Precipitarse? — escupí.

—Quiero que estés segura, Savannah.

—Joder, sí, estoy segura. Nunca he estado más segura…

346
El Club de las Excomulgadas
Entonces capté el brillo en sus ojos. La mueca en su boca, como si estuviera
mordiéndose la mejilla para evitar reírse.

—Tú… tú…

Él dejó escapar una sonora carcajada.

—Lo siento. Tenía que hacerlo. La mirada en tu cara... —se estaba riendo
demasiado fuerte para terminar la frase, las manos cayendo de mis hombros.

Entrecerré los ojos y di un paso hacia él.

—¿Te recuerdo que mis hechizos han mejorado mucho?

—Lo siento —Levantó la mano cuando se ahogó con una carcajada.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Cuando le fulminé con la mirada, extendió los brazos, sus manos yendo a mis
caderas—Ven aquí.

—Mmm, tal vez no —retrocedí.

Él se movió hacia adelante, poniendo sus manos en mis caderas de nuevo,


calentándome a través de mis vaqueros mientras sus labios se dirigían a mi oído.

—Te compensaré.

Agarré sus muñecas y le aparté las manos.

—No, creo que es posible que tuvieras razón. Estamos apresurando las cosas
y no es como si tuviéramos que hacerlo necesariamente ahora.

—Ejem…

—Sé que yo no tengo que hacerlo.

Seguí retrocediendo. Empezó a dar un paso adelante, luego se detuvo. El


inicio de una sonrisa desapareció con un parpadeo de incertidumbre, como si
estuviera bastante seguro de que yo estaba bromeando -realmente esperaba que yo

347
El Club de las Excomulgadas
estuviera bromeando-, pero no estuviera completamente seguro.

Empecé a desabrocharme la camisa. Él sonrió y trató de agarrarme de


nuevo, pero puse mi mano sobre su pecho.

—No, no.

—Pero… —él hizo un gesto hacia los botones abiertos de mi camisa.

—Le dijimos a Elena que íbamos a descansar un poco. No voy a dormir la


siesta con la ropa puesta.

Me desabroché la camisa hasta la mitad, luego abrí el cierre de mis vaqueros


y tiré de ellos hacia abajo. A continuación, me quité la pinza del pelo y lo sacudí.
Terminé con la camisa, dejándola abierta. Adam dejó escapar un suave suspiro.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Retrocedí subiendo a la cama. Él me miraba. Simplemente se quedó allí,
mirándome. Quité la colcha y me deslicé encima de las sabanas, metiendo mis
piernas desnudas debajo de mí, la camisa abierta y moviendo mi pelo para cubrir
mis pechos.

—¿Quieres domir una siesta conmigo? —le pregunté.

—Sí —respondió con voz ronca.

Me encogí de hombros quitándome la camisa. Me recosté sobre las


almohadas, una rodilla arriba y el pelo a un lado. Enganché mis pulgares a ambos
lados de mis bragas y las bajé un par de centímetros por mis caderas.

—¿Estás seguro? —le dije—Porque si no estás seguro…

Había cruzado la habitación, subido a la cama y su boca estaba encima de la


mía antes de que pudiera terminar.

*****

Me incliné en el borde de la cama, el cabello cayendo como una cortina

348
El Club de las Excomulgadas
mientras me asomaba hacia la alfombra. Adam tiró de mí hacia arriba.

—¿Qué pasa? —murmuró mientras me atraía hacia él.

—Tengo quemaduras de la alfombra —froté mi culo—Estoy tratando de


averiguar cómo me las hice.

—Estuvimos sobre el suelo.

—¿Estuvimos?

—Brevemente, sí.

—¡Qué! —me incorporé en la cama—¿Cómo es que me lo perdí?

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Él se rió entre dientes.

—Bueno, o fue tan bueno que perdiste la noción de dónde estábamos, o fue
tan malo que estabas demasiado ocupada haciendo la lista de la compra.

—No hago la compra. Paige la hace.

Otra risa, ésta vibró a través de mí cuando tiró de mí para ponerme encima
suyo.

—Entonces voy a escoger la opción uno. Y si estoy equivocado, no me lo


digas.

Me tumbé sobre él con los brazos cruzados sobre su pecho y la barbilla


apoyada en los brazos.

—No, era la opción uno. Has sido muy bueno. Claro que ya me lo esperaba.
Había oído eso sobre ti.

Él parpadeó y levantó su cabeza para mirarme a los ojos.

—Estrictamente información no solicitada —le dije—A algunos de tus ligues

349
El Club de las Excomulgadas
les gusta compartir.

—Eso es un poco incómodo.

—Nunca me molestó. Siempre pensé que ya que tenías que esperar por mí,
bien podrías ir ganando algo de práctica.

Se echó a reír.

—Bueno, también tú eres muy buena. Puedo recordar el suelo, pero sólo
porque me golpeé la rodilla con la mesita de noche. De lo contrario, sería todo un
borrón. Un agradable borrón.

—Gracias. Yo también practiqué.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Otra carcajada.

—Y eso no me molesta. Siempre y cuando no ganes nada más de práctica en


cualquier otro lugar.

—Mmm. Quizás. Depende de si puedes mantener el ritmo.

—Oh, créeme, puedo mantenerlo.

Me dio la vuelta poniéndome sobre mi espalda, se deslizó en mí y


“descansamos” un poco más.

350
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Treinta y Tres


Me desperté primero. Me estiré y sentí el brazo de Adam sobre mí, su pierna
sobre la mía y hubo un momento, confuso y somnoliento, en que olvidé lo que
había sucedido. Me lanzó de vuelta a todas las otras veces en que habíamos
compartido una cama en un caso o una tienda de campaña en un campamento y yo
estaría allí tumbada, sabiendo que él sólo me pondría el brazo encima si estaba
dormido y estaría pensado que desearía…

Y ahora abrí los ojos y lo vi allí, desnudo, su brazo alrededor de mi cintura,


su pierna sobre la mía y pensé Oh. Es todo lo que pude pensar durante un rato. Sólo
Oh. Entonces apreté bien fuerte mis ojos cerrados y sentí una punzada de lágrimas,
las emociones se arremolinaban a través de mí, alegría, asombro, felicidad y

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


también un poco de terror, el terror de finalmente conseguir lo único que quería por
encima de todo lo demás, y darme cuenta de que conseguirlo no significaba
conservarlo. Pero pasara lo que pasara, nunca olvidaría la sensación de despertar y
verlo allí, y nunca lo lamentaría.

Sus ojos se entreabrieron y vaciló, como si, al igual que yo, tuviese que
tomarse un momento para aclarar su mente y recordar. Luego sonrió, deslizó su
otro brazo debajo de mí y me acercó para un beso lento y delicioso.

Un teléfono sonó. Los dos nos sentamos de golpe, parpadeando y mirando


por todas partes.

—Tuyo —dijo él.

—Correcto. Entonces, ¿dónde…?

Se estiró por encima del borde de la cama, extendió el brazo y levantó mis
vaqueros. Saqué el teléfono del bolsillo.

Respondí.

351
El Club de las Excomulgadas
—Hola Elena. ¿Llegamos tarde? —comprobé mi reloj. Nos habíamos ido
hacía poco más de una hora.

—No, pero Lester ha decidido que tiene que irse en seguida.

—Vamos para allá.

*****

Tan pronto como atravesamos las puertas delanteras del hotel, vimos el
coche alquilado aparecer a toda máquina doblando la esquina a dos manzanas.
Clay pisó el acelerador. Nos encontramos con él en el bordillo y entramos de un
salto, sin siquiera conserguir cerrar la puerta antes de que despegara.

Hizo un rápido giro la derecha -casi derribando a la gente que cruzaba el

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


paso de cebra- y pasó con estrépito dos calles antes de virar en la siguiente esquina,
haciendo un círculo de regreso el camino por donde había venido. Vi la parte de
atrás de la limusina de Lester doblar una esquina por delante de nosotros.

—Mantente por detrás a unos treinta metros —dijo Elena—No hay


suficiente tráfico para que lograr acercarnos más y estamos bastante seguros de
saber dónde va.

—Entendido.

—Entonces, ¿qué pasó? —pregunté mientras Clay se ponía en modo


seguimiento.

—Nos habíamos trasladado a la terraza para tomar unas copas. Escuchamos


a Lester excusarse. Salió. Parecía que a contestar una llamada. Una muy rápida.
Luego regresó y dijo que había algún problema en casa.

Recordé la conversación que Adam y yo tuvimos más temprano ese mismo


día. Acerca de recibir llamadas en el trabajo en momentos poco convenientes.

—¿Dices que fue una llamada rápida?

352
El Club de las Excomulgadas
Ella asintió con la cabeza.

—Muy rápida.

—¿Lo oíste sonar?

Ella negó con la cabeza.

—Supuse que estaba en vibrador. Pero ya veo lo que quieres decir. Podría
haber sido sólo una excusa.

Lester se dirigió directamente a casa, aunque no con la rapidez suficiente


como para sugerir que había algún problema allí. El equipo táctico lo confirmó.
Habían estado vigilando la casa desde que llegamos por la tarde y no habían visto
nada fuera de lo común. Sólo la esposa de Lester y su hijo en edad universitaria

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


durante la cena, después el hijo en edad escolar trayendo un amigo para jugar
videojuegos.

Después de que Lester entró, pareció dar por terminada la noche, lo que
significó que nos quedamos ahí fuera, patrullando el perímetro con un escuadrón
de tipos que realmente no apreciaban nuestra intromisión. Especialmente cuando
sus órdenes procedían ahora de alguien que era a la vez mujer y un hombre lobo.
Elena se comportaba como si no se diera cuenta de sus reservas.

En cuanto a la casa en sí, nunca había visto Dallas18 —era de antes de mi


época— pero Elena me contó una vez que tuvo una familia de acogida cuya idea de
pasar tiempo en familia era ver el programa, ya quisieran todos o no. Estaba
bastante segura de que Lester había diseñado su casa como el rancho de JR. O tal
vez fue al revés. Era grande. Era cuadrada. Era deslumbrantemente blanca y relucía
bajo el calor de Texas.

Dado que la propiedad era un rancho, había una gran cantidad de superficie

18
La serie como en el Libro escrito por Burt Hirschfeld (Los Hombres de Dallas) cuenta las turbulentas
relaciones de los Ewing, una familia multimillonaria, poderosa y muy influyente en el estado de Texas,
teniendo como escenario principal el negocio del petróleo en la empresa familiar Ewing Oil, y en segundo
plano el ganadero a través de su rancho Southfork, en el cual la familia vivía, cercano a la ciudad de Dallas,
(Texas, Estados Unidos).

353
El Club de las Excomulgadas
que vigilar. Aunque, si alguien tenía la intención de entrar ilegalmente, no se
escondían en el granero del heno, porque ahí es donde el equipo táctico se había
establecido, en el segundo piso sin usar, un lugar que les daba un buen punto de
observación sobre la casa.

El tamaño de la propiedad significaba que aunque nos resultaba difícil


monitorizar, le resultaba igual de difícil a Lester mantener una seguridad adecuada.
Su valla disuadiría a los ciervos y poco más. Dos guardias estaban fuera
patrullando. El resto de la seguridad estaba en la propia casa, en gran parte
electrónica. Dos técnicos de la Camarilla habían conseguido acceso al ático. Para
cuando cayera la noche seríamos capaces de pasar haciendo rapel el estrecho
espacio entre el segundo piso del granero y la ventana de la buhardilla.

La sofocante tarde de junio era perfecta para tomarse unas cervezas en la

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


terraza de atrás, lo que los pondría en nuestra línea de visión…pero los Lester no
parecían compartir mi opinión. Todos se habían encerrado en su monstruosa casa y
habían corrido las cortinas.

—Los jóvenes están jugando un videojuego a todo volumen —dijo Elena—


El hijo mayor se queja porque está tratando de hacer sus deberes. Suena como
nuestra casa, después de que el tío Nick le comprara a Kate una batería. Ella insiste
en tocar la introducción de Metálica en la misma habitación donde Logan está
practicando francés.

—O Logan insiste en practicar francés en la misma habitación donde ella


está practicando la introducción de Metálica —dijo Clay.

—Cierto —dijo Elena—Siempre quieren estar juntos. Lo cual sería más fácil
si compartieran algún interés común además de los conejitos. Típico de niños.

Sonreí.

—Sí, típico de niños de cinco años, tocar Metálica y aprender francés por
diversión. En cuanto a los conejitos, no voy a tocar ese tema.

354
El Club de las Excomulgadas
—No lo hagas. De todos modos, parece una noche normal en la casa de
Lester. Los niños peleando mientras que la mamá les dice que dejen discutir antes
de que su padre baje para regañarlos.

—Excepto que, en nuestra casa —dijo Clay—yo estaría diciendo,


―Tranquilizaos antes de que mamá baje‖

—Porque soy mucho más aterradora que él —dijo Elena—Ahora bien, si tan
sólo pudiera convencer a todos los callejeros en el país para verlo de esa manera.

Adam dijo:

—¿Entonces Lester está arriba?

—Oh, vale, encarrila la conversación de nuevo —dije—Aguafiestas.

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Él sonrió.

—Lo lamento. Sólo iba a decir que si está arriba solo, alguien podría llegar a
él sin que el resto de la familia se dé cuenta.

—La casa es segura —dijo el jefe del equipo táctico, un tipo llamado Eagle.
Él había seguido trabajando como si no estuviera escuchando, pero claramente lo
había hecho. —Tenemos hombres vigilando cada ángulo y llevan en sus puestos
desde llegamos. Después de llegar al lugar, revisamos la casa con los scanners
térmicos para asegurarnos de que no hubiera nadie ya allí, escondido. Nadie ha
entrado en esa casa sin nuestro conocimiento.

—Entonces, ¿dónde está Lester? —dijo Elena.

—No tenemos todavía visual del interior de la casa, señora.

—Pero ha dicho que tienen scanners térmicos y sé que tienen un plano de la


planta. ¿En qué habitación está Lester?

Eagle ladró una orden al tipo que manejaba el equipo, como si fuera su

355
El Club de las Excomulgadas
supervisor. Unos minutos más tarde, el técnico estaba extendiendo los planos sobre
la mesa.

Él señaló hacia la suite principal.

—Antes de que corriera las cortinas, conseguimos dar un vistazo. Esa es la


cama, justo al lado de la ventana. Él está acostado.

—No me gusta cómo suena todo esto —murmuró Elena—¿Qué hora es?

—Acaban de dar las nueve —dije—Parece temprano para irse a la cama,


sobre todo cuando no tuvo un día demasiado agotador.

—Podría estar leyendo o viendo la televisión —dijo Adam y miró hacia


Elena—¿Por qué la preocupación?

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Clay respondió por ella.

—Debido a que hay una muy buena razón para dejar la cena temprano,
volver a casa, e ir a la cama a las nueve.

—Si se está sintiendo enfermo —dije—Mierda. ¿Pero cuando fue inyectado?


Hemos estado con él durante horas.

—Debe haber sido antes de que llegáramos a él. Lleva un tiempo hacer
efecto.

—Vale—Elena se volvió hacia Eagle—Tenemos que entrar en la casa.


Ahora.

—Estamos esperando a que oscurezca…

—¿Quién está a cargo de esta operación?

—La Camarilla Cortez.

Si yo hubiera estado en el extremo receptor de la mirada de Elena, habría

356
El Club de las Excomulgadas
corrido a esconderme. Eagle solo se quedó allí parado, sonriendo levemente.

Sin embargo, después de unos veinte segundos de silencio, Eagle perdió su


sonrisa. Empezó a sudar. Elena lo mantuvo otros diez segundos, luego gruñó:

—Pruebe de nuevo.

—Usted está a cargo de la operación inmediata, señora, pero yo trabajo para


la Camarilla Cortez y soy el tipo con veinte años de experiencia. El señor Lester
está descansando. O respondiendo sus emails. O viendo la televisión. No vamos a
cargarnos mi operación porque usted se puso histérica…

—O conseguimos la ayuda de sus hombres para entrar en el ático ahora


mismo o lo hacemos nosotros por nuestra cuenta e incrementamos las posibilidades

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de cargarnos su operación.

El vaciló, luego dijo:

—Tengo que llamar al señor Cortez.

—Tiene treinta segundos. Luego voy a entrar.

Eagle llamó tanto a Lucas como a Benicio. Ninguno respondió.

—Tendremos que esperar hasta que devuelvan la llamada —dijo.

—No podemos —ella se dio la vuelta—¿Puede alguien de los presentes


ayudarnos a entrar en esa casa?

Eagle dio un paso hacia ella.

—No se atreva…

Elena lo tuvo cogido por el cuello con los dos pies en el aire y clavado en la
pared, antes de que pudiera decir otra palabra.

Había otros dos oficiales además del tipo técnico en el granero. El tipo

357
El Club de las Excomulgadas
técnico decidió que su equipo parecía muy interesante y se mantuvo muy ocupado
con el. Los oficiales se volvieron hacia Clay.

—No me miren a mí —dijo—Me involucraré sólo si ustedes deciden hacer


lo mismo. Pero recuerden, independientemente de lo piensen nuestro hijos, yo soy
sin duda el más aterrador.

Se quedaron sentados. Elena miró hacia Eagle, aun suspendido de la


garganta.

—Soy una persona razonable, así que le dejé intentar ponerse en contacto
con los Cortez. Pero no es razonable que espere que yo aguarde a que le devuelvan
la llamada cuando nuestro objetivo puede estar infectado. Ah, ¿y un consejo? —lo
atrajo poniéndolo al nivel del ojo—Debe pensar que es muy ingenioso acusar a una

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


mujer de ser una histérica, pero eso sólo va a cabrearla.

Ella lo dejó caer. Aterrizó sobre su culo, resoplando y agarrándose la


garganta. Cuando ella se dio la vuelta, él murmuró:

—Zorra.

Miré a Elena.

—Ten en cuenta que no se ha atrevido a decirlo hasta que le diste la espalda.

—Nunca se atreven —Fue hacia el técnico—¿Puede ponerse en contacto


con los tipos del ático? Dígale que sé que no están listos, pero que tenemos que
entrar.

—Sí, señora.

Ella se volvió hacia los dos oficiales y ni siquiera tuvo la oportunidad de


abrir su boca antes de que uno dijese:

—Llevaremos el equipo de escalada al lugar y tendremos a algunos hombres


vigilando a los guardias que patrullan. Usted debería ser capaz de llegar allí rápido

358
y a salvo.

—Gracias.
El Club de las Excomulgadas

359
Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Treinta y Cuatro


Conseguimos atravesarlo de forma rápida y segura. Al menos Adam y yo.
Clay echó un vistazo a la endeble plataforma y decidió quedarse atrás ocupándose
del contacto por radio. Para Elena era un juego -había hecho algo de escalada con
nosotros- pero se dio cuenta rápidamente de que no sería lo suficientemente rápida
en la travesía para evitar ser descubierta si mi hechizo de desenfoque fallaba.
Decidió quedarse con Clay.

Adam y yo cruzamos y entramos a gatas por la claraboya en el ático, el cual


estaba lleno de polvo y tan caliente como el infierno. Supongo que no importa lo
rico que seas, en cualquier caso no limpias ni pones aire acondicionado en tu ático.
También estaba lleno de basura. Cajas de ropa vieja. Pilas de cintas VHS y discos

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


de vinilo. Pilas de juguetes y muebles de bebé. Tuve que maravillarme ante lo
último. ¿Planeaban bajar todas estas cosas viejas cuando tuvieran nietos? Creo que
sus hijos -y con toda seguridad, sus futuras nueras- esperarían que comprarlo
nuevo, teniendo en cuenta que eran multimillonarios y todo eso.

Los técnicos nos recibieron en la ventana y nos condujeron hacia el lugar


donde habían intervenido el sistema de seguridad. Uno nos mostró la pantalla del
portátil mostrando la vista de las seis cámaras. Todas estaban apuntadas hacia el
exterior de la casa.

—¿Tenemos vistas del interior?

—Hemos estado perforando agujeros y ensartando cámaras a través de ellos.


Te puedo mostrar las habitaciones de los chicos y las de invitados.

—Lo que necesitamos es la suite principal.

—Está en el otro extremo del segundo piso. El ático no se extiende tan lejos,
así que no hemos logrado obtener una línea dentro —tomó un par de auriculares—
Pero tenemos el sonido. Acabamos de serpentear el cable lo suficientemente lejos
para recoger niveles decentes.

360
El Club de las Excomulgadas
Su compañero gruñó.

—Lo cual sería mucho más útil si ese chico apagaría el maldito videojuego.

Tenía razón. Podíamos oír la música atronando a todo volumen, incluso sin
auriculares. Uno de los Grand Theft Auto19, por como sonaba.

—Y aquí está la parte de arriba —dijo el técnico, mientras accionaba un


interruptor.

La música sonaba ahora un poco más lejos. Entonces, cuando estaba a


punto de quitarme el auricular, oí el clic amortiguado de zapatos haciéndose cada
vez más fuerte.

—¿Tenemos más de una toma en el segundo piso? —pregunté.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Él asintió con la cabeza.

—¿Es esta la más cercana a la suite principal?

Él negó con la cabeza y apretó un botón en el ordenador portátil.

—Todavía está en el pasillo, pero es un poco más cerca.

Cuando cambió a esa toma, el ruido de tacones se silenció. Luego se hizo


más fuerte otra vez cuando los pasos se acercaron a la suite principal. Una pausa.
Luego, un golpe en una puerta.

—¿Maury? —dijo la señora Lester—Soy yo.

Ninguna respuesta. Un débil tintineo mientras ella probaba el picaporte.

—¿Maury? ¿Por qué está cerrada la puerta? Les dije a los muchachos que no

19
Grand Theft Auto (GTA) es una serie de videojuego, creada por David Jones y luego por Sam
Houser y Dan Houser. Originalmente fue creada por DMA Design, que posteriormente pasó a
llamarse Rockstar North, de la empresa Rockstar Games. Grand Theft Auto cuenta la historia de
distintos criminales y aunque sean varios, por una razón se van relacionando y envolviendo en
problemas a más personajes conforme va pasando el tiempo, generalmente los protagonistas son
antihéroes.

361
El Club de las Excomulgadas
te molesten. Saben que no te sientes bien.

Mierda. Él estaba enfermo. ¿Le habían inyectado? ¿O simplemente se


trataba de demasiada barbacoa?

Llamó de nuevo. Entonces murmuró:

—Cierra la puerta y se queda dormido. Estupendo.

Cuando sus pasos se retiraron, Adam puso a Elena en la radio y le contó lo


que estaba sucediendo. Elena pensaba que la señora Lester podría estar yendo a por
una llave, así que nos aconsejó que nos quedáramos a la espera.

La señora Lester regresó. Sin embargo golpeó la puerta y le llamó de nuevo,


antes de utilizar la llave. Supongo que, en algunos matrimonios, no saber lo que

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


está pasando del otro lado podría ser lo único que los mantiene juntos.

Como Lester siguió sin responder entró, lanzando una advertencia en voz
alta mientras lo hacía. Además cerró la puerta, lo que determinó que su voz
desapareciera bajo el estruendo de la música.

—Déjame escuchar —dijo Elena a través de la radio.

Me quité los auriculares y los puse en el micrófono de la radio.

—Está buscándolo —dijo Elena—Él no está en la cama.

Un momento más tarde, hubo una exclamación que incluso yo pude oír.

—¡Oh! Aquí estás. Yo…

Silencio. Esperamos durante más de tres segundos y entonces Elena dijo:

—Entra ahí, Savannah, asume el mando. Hechizos de desenfoque y de


cobertura. Haz que Adam te siga a distancia.

—Entendido —me volví hacia los técnicos—Muéstrenme por dónde ir.

362
El Club de las Excomulgadas
Uno de ellos nos llevó hacia la trampilla. La abrimos. Había un juego de
escaleras que se podían hacer descender, pero no nos atrevimos a usarlas. Me
incliné hacia fuera, asegurándome de que el camino estuviera despejado y luego me
puse en posición para saltar.

Justo antes de que lo hiciera, el otro técnico se apresuró a cambiar mi radio


por un audífono. Me lo introduje y me bajé a mí misma a través del agujero. Aún
así era una caída de más de medio metro. No hubo forma de amortiguar el golpe de
mi caída. Adam me siguió rápidamente. Esperamos a ver si alguien de abajo venía
corriendo, pero nuestros golpes debían haber quedado ahogados por los sonidos del
videojuego.

El pasillo de la segunda planta era largo, ancho y se distribuían las


habitaciones a ambos lados con una amplia escalera en el medio. Pasar esa escalera

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


fue la parte más arriesgada, la habitación principal estaba en el otro extremo. Me
moví bajo un hechizo de desenfoque. Adam se mantuvo a distancia. Podría haberlo
cubierto también, pero eso me costaba energía extra.

Cuando llegué a la puerta de la suite principal, pegué mi espalda a la pared


desde donde podía ver hasta la mitad de la escalera. Le hice señas a Adam para que
pasara mientras yo vigilaba.

Adam tomó posición pegado a la pared al otro lado de la puerta. Agarré el


picaporte de la puerta y lentamente lo giré. No se movió. La señora Lester la había
cerrado de nuevo. Maldita sea.

Debería haberme traído las ganzúas. Un hechizo era un drenaje adicional


desperdiciado en una tarea que se podía hacer de forma manual.

Me incliné y revisé la cerradura. Una sencilla para el hogar. Una pasada de


mi tarjeta de crédito resolvió el problema. Abrí la puerta una rendija y escuché. La
maldita música seguía retumbando desde abajo. Creí captar un golpe desde el
interior de la habitación, pero eso era todo. Cerré la puerta y se lo susurré a Elena.

—Entra —dijo ella—Mantén el hechizo de desenfoque activo y estate lista

363
El Club de las Excomulgadas
para correr si eres divisada.

—¿Hacia dónde corremos? —susurré—Saltamos a través de la trampilla.

Adam respondió:

—¿Elena? Diles a los técnicos que tengan lista la escalera. Si llegamos


corriendo, que la bajen.

Abrí la puerta de nuevo, centímetro a centímetro.

Podía ver la cama, con las mantas enmarañadas en mitad en el suelo. Aparte
de eso, nada. Me incliné un poco más lejos. Había cuatro puertas. Dos estaban
abiertas, pero el ángulo era malo para ver a través de cualquiera de ellas. Me
concentré en escuchar, pero el estruendo de la música abajo había subido otro nivel.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Verifiqué dos veces mi hechizo de desenfoque y me metí en el dormitorio.
Era enorme. Un desperdicio de espacio en su mayoría, sin nada más que una cama
de matrimonio y mesitas de noche, a lo largo de la pared contraria a la ventana.

La primera puerta abierta estaba a mi derecha. Parecía una puerta corrediza


hacia un vestidor. Dentro estaba oscuro. Me volví y gesticulé hacia Adam para que
estuviera preparado por si acaso alguien salía volando cuando yo pasara.
Comunicarse cuando estas bajo un desenfoque no resultaba fácil, pero lo entendió.

Un olor agrio se elevaba procedente de las sábanas. Estiré la mano y toqué


una. Empapada en sudor. Ningún otro signo de trauma, sin embargo. Ningún signo
de los Lester tampoco.

Un crujido detrás de mí. Me giré. Nada allí. La música abajo se elevó otro
punto.

—¿Podemos acallar la música? —susurré—¿Cortar la energía o algo así?

—Ojalá —murmuró Elena—Si cortamos la energía sin duda haría que los
chicos vinieran corriendo.

364
El Club de las Excomulgadas
—Cierto.

Di un paso hacia un lado en dirección a la puerta abierta. Conducía hacia un


estrecho pasillo con una salita de estar en el extremo y una puerta a la derecha,
parcialmente abierta, mostrando una ducha. El pasillo estaba decorado con algún
tipo de arte en la onda o papel de pared, un estampado que irradiaba rayas negras,
como rayos.

Di otro paso y vi que las líneas no eran negras. Eran de color rojo. Y más
gotas rojas bajaban hacia el piso de madera. Sangre arterial a chorro.

Retrocedí.

—¿Adam?

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Oí un sonido desde el fondo del pasillo. Esta vez se trataba de un
inconfundible crujido.

—Uh…

—Escuché eso —dijo Elena.

Sonó un chasquido, luego un gruñido gutural.

—Y eso —dijo ella—Voy a jugármela y decir que Lester está infectado y que
el virus está funcionando muchísimo más rápido de lo que lo hizo con Bryce.
Tenemos a un hombre lobo.

—Comiendo —dije.

—Hmm —oí la voz de Clay a fondo; luego Elena murmuró—Lo sé —La


voz de ella se volvió más clara—Sabes lo que pasó con Bryce, ¿verdad? ¿El tipo de
Cambio?

—En hombre lobo, no en un lobo.

—Sí. No sabemos exactamente con lo que estamos tratando y… —la voz de

365
El Club de las Excomulgadas
Clay al fondo de nuevo. Entonces Elena dijo para nosotros—¿No se escucha algún
signo de que ella… la señora Lester… de que aún esté viva?

Levanté la vista hacia la sangre rociada.

—No.

—Está bien, odio decir esto, pero…

—Que siga comiendo.

—Sí.

Parecía aliviada de que yo no estuviese horrorizada por la idea. Mientras


Lester se estuviese alimentando, Lester estaría ocupado. No podíamos abatir a un

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


hombre lobo sin una lucha que atraería a los tres niños a toda velocidad hacia las
escaleras y hacia sus muertes.

Elena nos dijo que nos quedáramos en la habitación y monitoreáramos la


situación. Clay estaba preparando un sedante; se enfrentarían al equipo de escalada
y nos lo traerían ellos mismos. No se fiaban de un miembro del equipo para
hacerlo, no con un hombre lobo involucrado.

Así que esperamos. ¿Uno de los problemas de saber exactamente lo que


estaba sucediendo en el baño? A pesar de lo fuerte que estaba la música, no era
suficiente para cubrir los sonidos de huesos crujiendo y dientes rechinando. Un
hombre lobo devorando su comida. Intentábamos verlo de esa manera. Hombre
lobo y comida. No un hombre comiéndose a su esposa.

Pero menos de dos minutos más tarde escuchamos pisadas subiendo las
escaleras.

—¡Mamá! —gritó una voz—Tienes que hacer algo con Rob. Cada vez que le
pido que lo baje, lo pone más alto.

Me las arreglé para conseguir cerrar la puerta con llave antes de que el niño

366
El Club de las Excomulgadas
llegase a la cima de la escalera.

—Tenemos compañía —susurré.

Ninguna respuesta a través de mi auricular.

—¿Elena?

Los pasos del niño resonaron por el pasillo. Al otro extremo de la radio no
se oía nada.

Mierda.

Adam había cerrado con cuidado la puerta del pasillo hacia el baño. Fuese
cual fuese la condición en la que Lester estaba, cualquier Cambio haría muy difícil

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


girar pomos. Con un poco de suerte eso agregaba una barrera, lo que significaba
que no escucharía…

El chico llamó a la puerta.

—¡Mamá! ¡Dijiste que solo ibas a comprobar como estaba papá!

Un resoplido desde el interior del baño. Luego un ruido sordo.

El chico golpeó de nuevo.

—Vamos, chicos. ¿Cerrada? ¿En serio? ¡Soy capaz de abrir esto desde que
tenía seis años!

Y a los dieciocho años él debería saber jodidamente bien que una puerta de
habitación cerrada no era para mantenerlo afuera, sino para decirle que no entrara.
Para dar privacidad a sus padres.

Otro gruñido desde el interior del baño. Escarbar de... ¿Pies? ¿Garras? No
podría decirlo. Sin embargo, cuanto más gritaba este chico idiota, más atraía a cual
fuera la bestia en la que su padre se había convertido. Así que abrí la puerta, lo
agarré y lo metí dentro de un tirón. Arrastré al chico hacia abajo. Al principio

367
El Club de las Excomulgadas
forcejeó, pero una vez que estuvo en el suelo conmigo a horcajadas sobre él, sólo
yació allí, boquiabierto.

Le tapé la boca con mi mano.

Miré a Adam. Él estaba listo para ayudar, pero le hice señas para que
retrocediera. Yo estaba bien. El chico estaba simplemente tendido allí. A juzgar por
su complexión, no estaba en el equipo de fútbol. Por la vacuidad de su mirada,
tampoco en el equipo de ajedrez. O tal vez sólo estaba en estado de shock.

Por encima de la música se podía oír a Lester resoplando en el pasillo del


baño. Empujó la puerta. Sólo probándola. Más resoplidos.

El chico comenzó a luchar de nuevo. Me incliné hacia abajo.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—Si quieres salir de aquí con vida, será mejor…

Me mordió. Cuando quité mi mano de un tirón, dijo:

—¿Sabes quién es mi padre, puta ladrona?

Saqué un guante de mi bolsillo y se lo metí en la boca.

—Que es tu padre, ese es el problema —murmuré.

El chico se sacudió. Lo aplasté hacia abajo de nuevo, pero estaba


intentándolo con ganas ahora, sus piernas y sus puños agitándose contra el suelo,
gruñendo bajo la mordaza.

Lester gruñó y empujó la puerta.

Encerré al chico con un hechizo de atadura y me volví hacia Adam. Él ya


estaba yendo a buscar a Elena. Miró hacia atrás. Lester había dejado de gruñir y
sonaba como si estuviera arrastrando los pies por todas partes, tratando de
encontrar una forma de pasar la puerta cerrada.

—Él no va a ir a ninguna parte —le dije—Y tampoco éste.

368
El Club de las Excomulgadas
Adam asintió y partió, corriendo por el pasillo tan silenciosamente como
podía.

Uñas raspando la puerta. Tentativas al principio. Luego más fuerte.

—Vamos, Elena —murmuré—Antes de que se dé cuenta de que puede


derribar esa puerta con una …

Lester golpeó la puerta con fuerza. Arrastré al chico fuera del camino,
encerrándolo bajo un hechizo de atadura mientras me asomaba con cuidado por la
puerta del pasillo al baño. Lester había vuelto a arrastrar los pies y a resoplar.

—¿Savannah? —era Adam en mi auricular.

—Ha probado la puerta. Creo que se ha dado por vencido, pero… date prisa.

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—Lo hago. Estoy en la trampilla y…

La voz de Elena sonó al fondo.

—Los encontré —dijo Adam—Vamos en tu dirección…

La puerta del baño se abrió de golpe, golpeándome en la espalda. Lester


salió.

Era Lester. No un lobo. Ni un hombre lobo. Maurice Lester, un hombre con


sobrepeso, mofletudo, con el pelo teñido de negro, vestido con pantalones y camisa
de vestir con la corbata suelta y echada sobre su hombro. Sólo que su camisa blanca
ya no era blanca. Estaba manchada de sangre.

Me detuve a mitad de un hechizo. Mierda. Él había cambiado de nuevo. Y


ahora qué era lo que se suponía que yo…

Lester levantó la cabeza y sus ojos inyectados en sangre se encontraron con


los míos. Las pupilas eran meros puntos en el iris color marrón rojizo. Sus fosas
nasales aletearon mientras inhalaba. Entonces sus labios se curvaron y gruñó,

369
El Club de las Excomulgadas
mostrando los dientes con trozos de carne ensartados. Bien, él no había cambiado
de nuevo. Nunca se había transformado físicamente en primer lugar.

Lo golpeé con un derribo. Lester se sacudió y se abalanzó. Traté de saltar


fuera de su camino mientras lanzaba un hechizo de atadura, pero me dio un
puñetazo en el hombro. Fue como ser golpeada con un bate de plomo. Me lanzó
perdiendo el equilibrio contra la pared con fuerza suficiente para quedarme sin
respiración. Mientras caía al suelo, vi al hijo de Lester ponerse en pie con
dificultad.

—¿Papá?

Lester arremetió. Me levanté. Un hechizo de atadura estaba en mis labios,


pero antes de que pudiera soltarlo, Lester estaba encima de su hijo. El hechizo de

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


atadura falló. Salté sobre la espalda de Lester mientras sus dientes se hundían en el
cuello de su hijo. Lancé un rayo de energía por instinto. Él rugió y le desgarró
tirando de su cabeza hacia atrás. La sangre de su hijo salió disparada.

Antes de que pudiera lanzar otra vez, Lester me golpeó con un martinete20
hacia el costado de la cabeza. Salí disparada. Mi estómago dio un vuelco. La
oscuridad amenazó con dejarme inconsciente, pero me tambalee levantándome.

Adam entró raudo en la habitación, con la aguja hipodérmica levantada. Se


la clavó en la espalda a Lester. Lester se irguió. Se volvió hacia Adam. Adam se
agachó. Capturé a Lester en un hechizo de atadura, pero había gastado demasiado
poder y lo detuvo sólo el tiempo suficiente para que Adam se quitara de su camino.

Cuando el hechizo de atadura se rompió, Lester se lanzó hacia el pasillo. Lo


seguimos. Elena estaba de pie debajo de la trampilla mientras Clay se bajaba a sí
mismo. Cuando vieron a Lester se detuvieron, pensando lo mismo que yo, que él
estaba en la forma humana por lo que debía haberlo revertido. Entonces vieron las
expresiones en nuestras caras y Elena salió disparada tras Lester y Clay saltó para
seguirla.

20
Movimiento de lucha libre.

370
El Club de las Excomulgadas
Lester ya estaba bajando ruidosamente las escaleras.

—Los chicos —dije.

—Lo sé —dijo Elena mientras pasaba junto a mí—¿El otro hijo está…?

—Herido. Voy a por él.

Adam se quedó con Elena y Clay. Corrí de vuelta a la habitación. El chico


yacía en el suelo con la garganta arrancada y los ojos abiertos con la mirada fija.
Revisé buscando signos vitales de todos modos. Ninguno. Se había ido.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L

371
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Treinta y Cinco


Bajé las escaleras para encontrar a Lester gruñendo y aullando ante una
puerta cerrada con llave. Los dos chicos estaban del otro lado. Ellos habían captado
un vistazo de él y se atrincheraron dentro. Elena había logrado inyectar a Lester un
segundo sedante y finalmente se estaba adormilando. Elena, Clay y Adam estaban
allí de pie, vigilando.

Cuando Lester finalmente cayó, Elena se acercó a la puerta y con una mano
enguantada, trabó el picaporte para que los chicos no pudieran salir.

—¿Qué…? —dije.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Ella levantó un dedo a sus labios. Luego gesticuló para que Adam y Clay
cargaran el cuerpo de Lester y nos retiramos.

*****

Hasta que estuve fuera no me di cuenta de lo que ella estaba haciendo.


Teníamos dos supervivientes. Ambos habían visto a Maurice Lester cubierto de
sangre. Ahora estaban atrapados allí, donde permanecerían hasta que la policía se
presentase para liberarlos. Toda la evidencia de los asesinatos apuntaría a Lester
como el autor y él se habría ido desde hacía mucho tiempo.

Trabajar con un equipo de la Camarilla podría ser un dolor en el culo, pero


Elena estaba de acuerdo en que había una ventaja. Podría entregar a Lester y
alejarse. Toda la limpieza asociada pertenecía a otros. Lo cual era bueno, porque
nosotros teníamos nuevos problemas de los que preocuparnos.

Mientras íbamos caminando hacia nuestro coche de alquiler aparcado lejos,


Elena se disculpó por haberse esfumado cuando tratamos de contactar con ella.

—Tuve una llamada cuando estabais dentro. Era demasiado urgente para
ignorarla y estaba segura de que permaneceríais conectados a la línea si me

372
El Club de las Excomulgadas
necesitabais.

—Fallo técnica.

—Típico —murmuró Clay.

Elena asintió.

—De todos modos, te acuerdas de Verónica, ¿verdad?

—¿Ver…? —comencé—Oh, Roni. Cierto.

—Ella hizo una llamada a la sede Cortez más temprano esta noche —
continuó Elena—Quería hablar contigo. Dejó un mensaje urgente al pobre tipo de
la centralita, quien probablemente desearía haber llamado hoy diciendo que estaba

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


enfermo. Le trasladaron a una sala de interrogatorios durante una hora antes de
que decidieran que el mensaje era de fiar. Parece que Roni está en Houston con un
equipo de infección.

—Allí es donde están Cass y Aaron, ¿no? ¿Monitoreando a uno de los


objetivos secundarios?

Elena asintió.

—Por eso os necesito a ti y a Adam allí. Aaron puede manejarlo, pero me


preocupa que Cassandra no se tome la amenaza lo suficientemente en serio.

—Ella ha estado mucho mejor últimamente —dije mientras continuamos


atravesando la pradera—Pero estoy de acuerdo en que Aaron podría necesitar un
respaldo más confiable. La cuestión es si Roni está diciendo la verdad. La última
vez que me hizo ir corriendo a su rescate, conseguí ser noqueada por tipos con
armas y finalmente logré empatar con el record de Jaime como la sobrenatural que
ha sido más veces secuestrada.

—Creo que lo has batido ya —dijo Adam—Sin duda si incluyes las


mazmorras de los Nast.

373
El Club de las Excomulgadas
—Ese fue un arresto, no un secuestro —miré a Elena—¿Qué fue
exactamente lo que dijo Roni?

—Bueno, ese es el problema y la causa de la angustia del pobre operador.


Debido a que tenemos cada línea telefónica de las Camarillas ocupada con estas
misiones, Verónica llamó a la línea telefónica auténtica de la empresa y le atendió
un tipo que está acostumbrado a tratar con los laicos que tratan de presentar
currículos u obtener información de contacto corporativo. Cuando se dio cuenta de
lo que estaba pasando, entró en pánico y se olvidó de poner a grabar la
conversación.

—Ouch.

—Según él, ella dio su nombre y dijo que tenía que hablar contigo. Insistió

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en dejar un mensaje, que él anotó. Ella le dio el nombre y la dirección del objetivo
de Houston y dijo que tú tenías que llegar allí porque, y cito, “Todo ha ido mal. Él no
va a escuchar a nadie”. Después digo algunas cosas incomprensibles sobre el virus y
los objetivos, que él no entendió literalmente. La conclusión es que ellos van a
actuar esta noche en Houston y ella quiere que tú los detengas.

—¿Algún número para devolver la llamada?

—Estaba oculto y colgó antes de que él pudiera preguntarlo. Pero el nombre


y la dirección coinciden con el objetivo secundario de Houston que Asmondai
mencionó. Puse a Aaron al corriente. Nada hasta ahora.

Elena esquivó una pila de mierda de caballo sin siquiera una mirada hacia
abajo. Su nariz le mantenía los zapatos limpios. Los míos no habían sido tan
afortunados.

Caminé en silencio por un momento, luego dije:

—¿Y vosotros?

—Lucas nos necesita a Clay y a mí en Dallas. Tiene la impresión de que

374
El Club de las Excomulgadas
toda la familia del objetivo estaba infectada. Pero no muestran todavía ningún
síntoma, por lo que no quiere actuar de momento aunque quiere que estemos allí
para cuando lo haga.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L

375
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Treinta y Seis


Cuando llegamos al aeropuerto el avión nos estaba esperando, preparado
para despegar. Pude ver que Elena se debatía sobre si llevar a cabo la petición de
Lucas de que siguieran hacia Dallas. Después de haber sido víctima del último grito
de ayuda de Roni, no le gustaba enviarnos al peligro únicamente con vampiros y un
escuálido equipo táctico como respaldo. Pero antes de que pudiéramos aterrizar en
Houston, la situación en Dallas cambió. Al menos un miembro de la familia, una
hija adulta, sin duda estaba infectado. Habían logrado capturarla y ponerla en
cuarentena, pero la segunda hija y su novio habían salido de juerga y habían
perdido su ―sombra‖ de la Camarilla. Jeremy estaba en ello, pero necesitaba a
Elena y a Clay.

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Así que Adam y yo nos bajamos solos del avión en Houston. Acabábamos
de dejar el hangar privado cuando vimos a Cassandra acercándose deprisa hacia
nosotros. Sus botas repiqueteaban sobre el pavimento mientras su larga chaqueta
aleteaba detrás de ella. Unas gafas de sol estaban colocadas sobre su lustroso pelo
rojo, como si ella se las hubiera subido allí y se hubiera olvidado después de caer la
noche. Cass se olvida de un montón de cosas en estos días. A pesar de que nadie
pudiera figurárselo, ella ha alcanzado el final de su vida semi-inmortal y resiste
colgando de sus colmillos… y por pura terquedad.

—Mierda, Cass, prácticamente vienes corriendo para verme —dije—Echas


de menos tu pareja asignada, ¿verdad?

—En realidad, esperaba poneros de nuevo en camino antes de que fuera


demasiado tarde —miró hacia la pista de aterrizaje—¿Se ha ido el avión?

—Sí.

—Maldición. Aaron intentó llamar. También envió un mensaje de texto. A


ambos.

Saqué mi teléfono móvil.

376
El Club de las Excomulgadas
—Tuvimos que apagarlo durante el aterrizaje. ¿Qué pasa?

—Nada, por eso trataba de evitar que os bajarais del avión — hizo un gesto
hacia un coche de alquiler ilegalmente aparcado a un lado del camino. —Después
de los brotes en Austin y Dallas, Benicio decidió que deberíamos detener a los
objetivos secundarios, para asegurarnos. Los agentes de la Camarilla lo hicieron
hace veinte minutos.

—¿Estamos seguros de que eso lo soluciona? —dije—La familia del tipo de


Dallas también estaba infectada.

Sus cejas arqueadas se dispararon hacia arriba otro centímetro.

—¿Has leído el archivo de este hombre? Sé que Lucas os lo envió a todos

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por correo electrónico.

—Detalles —dije—Se lo dejo para el Chico Investigador aquí presente.

Cuando Cassandra le entregó las llaves de Adam, él sonrió y las agitó hacia
mí.

—Adoro a las damas a la antigua usanza. Saben a quién pertenece el asiento


del conductor.

—No —dijo Cass—Sabemos a quién pertenece el asiento del chofer.

Me eché a reír y nos subimos, Cass y yo detrás.

—El tipo no tiene familia —dijo Adam mientras ponía el coche en marcha—
Su ex esposa vive en el este. Sin niños. Por eso creo que el grupo lo puso en la lista
de reserva. Es influyente y poderoso, pero no hay ningún vínculo familiar que
explotar.

—¿Petróleo? —pregunté.

Cassandra agitó sus dedos.

377
El Club de las Excomulgadas
—Algún tipo de político.

—Activista, de hecho —dijo Adam.

—Sí, sí —dijo ella, como si se tratara de la misma cosa.

Adam sacudió su cabeza.

—¿De verdad que Lucas os puso a las dos en un caso?

—Trabajamos muy bien juntas —dijo Cass—O lo hacíamos, ya que vosotros


dos habéis vuelto a hablaros de nuevo. Por favor ni se te ocurra enviármela cuando
te enfades con ella, Adam. Es espantoso. Todo ese abatimiento y angustia. Es como
juntarse con uno de esos vampiros de ficción.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Suspiré.

Cassandra me miró.

—¿Ni siquiera vas a fulminarme con la mirada por avergonzarte delante de


Adam?

—Sólo si dices algo vergonzoso.

—¿Y eso no lo es? —estudió mi rostro—Interesante…

—Cambiando de tema —dije—Será mejor que llame a Lucas y vea que


quiere que hagamos.

No tuve que hacerlo. En el momento en que encendí mi móvil de nuevo,


Lucas llamó. Sonaba exhausto. Dallas no estaba yendo bien. Se negó a dar detalles,
excepto para decir que realmente desearía que Benicio se hubiera podido poner en
contacto con nuestro piloto para que nos llevara directamente a Dallas.

—Podemos estar allí en tres horas —gritó Adam desde el asiento


delantero—. Pasaremos, recogeremos a Aaron y luego tomaremos la autopista.

378
El Club de las Excomulgadas
Lucas estuvo de acuerdo en que era lo más sensato. Habiéndose ido el
avión, conducir sería lo más rápido.

Acababa de empezar a introducir las nuevas coordenadas cuando el móvil


de Cassandra sonó.

Era Aarón. Me di cuenta por el tono de voz de ella cuando respondió. Ellos
dos se habían conocido allá por el siglo XIX. Un montón de tiempo juntos, seguido
por un montón de tiempo separados. Culpa de Cass, naturalmente. Habían vuelto a
ser amigos desde hacía unos seis años y estaba segura de que habían sido amantes
durante un tiempo. Se notaba por la forma en que le hablaba.

Ese tono más suave no duró mucho tiempo esta vez. Ella se apresuró a
decir:

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—Te voy a poner en el manos libres.

—…preferiría que no— estaba diciendo él cuando lo puso en marcha.

—Demasiado tarde —dije.

Él suspiró.

—Sip. Probablemente sea necesario, por mucho que odie la maldita cosa.
Suena como si todo el mundo estuviera hablando en un submarino. ¿Entonces
estáis todavía en la ciudad? Bien. Tenemos un problema.

—Por supuesto que sí —murmuró Cassandra— Dios no permita que


queramos descansar por la noche, tomar una copa de vino.

—Te conseguiré algo de vino más tarde, Cass —dijo Aaron—Vi uno en de
tetrabrik en la tienda de la esquina. Seguro que es una gran cosecha. Ahora, el
problema. Hace diez minutos, los técnicos de la Camarilla interceptaron una
llamada al 911 desde la oficina de Jordan.

Me costó un segundo recordar que Jordan -Ron Jordan- era el nombre del

379
El Club de las Excomulgadas
objetivo.

Aaron continuó.

—Era una de sus ayudantes. Dijo que se había quedado a trabajar hasta
tarde y que estaba enferma, muy enferma. También el hombre que trabajaba con
ella.

—Maldita sea —dije—Sin familia, así que infectan al personal. ¿Cuántos de


ellos se han ido a casa ya?

—Trato de no pensar en eso, la verdad —dijo Aaron—Estoy a cinco


minutos del edificio, esperando que no haya ningún policía en los alrededores que
me haga parar.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—La Camarilla interceptó la llamada, ¿no? —dije—¿Así que el operador del
911 no la recibió?

—Por desgracia, no la interceptó. El operador envió una ambulancia, pero la


Camarilla fue capaz de llamar en respuesta al 911 desde lo que parecía ser la misma
dirección. El tipo dijo que era el novio de la ayudante y que los llevaba al hospital
él mismo.

Le dije a Aaron que nos encontraríamos allí.

*****

Cualquiera que haya visto a Aaron Darnell nunca se preguntaría el por qué
Cassandra había tirado los tejos a Clay durante todos estos años. Aaron también
era un tipo rubio, guapo y con buena planta. Él era más grande y no tan guapo de
morirse, pero bien podrían haber sido hermanos.

La oficina de Jordan era el tipo de construcción que esperarías de un rico


activista. Ubicación céntrica. Alto y moderno, con un montón de acero y vidrio.
Un mostrador de recepción atendido por guardias de seguridad que sabrían de un
vistazo si pertenecías a ese lugar. Sospecho que hubieran dejado entrar a Cass sin

380
El Club de las Excomulgadas
tener que mostrar una tarjeta de identificación, pero nosotros no habríamos
conseguido superarlos. El equipo de la Camarilla se había infiltrado en el edificio
antes cuando habían empezados a hacer un seguimiento de Jordan. Nos
encontramos con ellos en el aparcamiento y nos dejaron entrar.

—¿Comprobación de estado? —dije cuando nos metimos en el ascensor.

El líder del equipo, Estrada, dijo:

—Hemos establecido que el piso está despejado. Ningún otro trabajador


nocturno. La puerta a la oficina de Jordan está cerrada con llave. No hemos
escuchado nada desde…

Ladeó la cabeza al escuchar a través de su audífono. Su expresión se volvió

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


seria.

—Tache eso —dijo él.

Golpeó el botón del piso debajo del que había seleccionado. El equipo se
había instalado más temprano en una suite desocupada por encima de la oficina de
Jordan, desde donde pudieron perforar para tener video y audio. La habían
abandonado cuando Jordan se fue, pero se apresuraron a regresar después de la
llamada.

Cuando el ascensor se detuvo, él dijo:

—Este es el piso de Jordan. Continúen hasta el 1104. Alguien se reunirá con


ustedes allí.

Empecé a salir detrás de él.

—Nosotros…

Aaron me detuvo.

—De hecho, —dijo él—voy a secundar al tipo de los SWAT. Si el personal

381
El Club de las Excomulgadas
de Jordan está infectado, no creo que alguien se lo haya metido a todos con agujas.

—Quieres decir que es vírico.

—Lo cual es lo que se supone que esta cosa es. Es mejor dejar que los chicos
de los SWAT y los vampiros nos ocupemos. No me preocupa recibir una dosis de
ADN de hombre lobo. De todos modos siempre pensé que ellos se divertían más.

—Ya quisieras —dijo Cassandra.

Salieron del ascensor. Miré a Adam.

—Tienen un buen argumento, pero… Mierda — me miró. —Tienen razón.


Por duro que sea correr a ponerse a cubierto, no quiero que acabes con lo que sea
que tiene Bryce. Tampoco quiero conseguirlo yo particularmente.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Las puertas del ascensor comenzaron a cerrarse. Extendí mi mano para
detenerlas.

—Estoy de acuerdo con la parte de conseguir no infectarse. Pero podemos


ver desde aquí, ¿verdad? ¿A distancia segura?

—Pero el ascensor va a empezar a hacer sonar una alarma si seguimos


sosteniendo esa puerta —me condujo fuera—Nos quedamos aquí. ¿Dónde está la
escalera más cercana por si necesitamos una huida rápida?

Señalé hacia la señal de Salida encima de una puerta al lado de nosotros.

—Bien.

—Dios, no estamos volviendo responsables —dije.

Él sonrió.

—Ser cuidadoso sólo significa que vamos a vivir lo suficiente para correr
más aventuras.

382
El Club de las Excomulgadas
El equipo irrumpió en la oficina de Jordan. Me esforcé por escuchar, pero
sólo recogí pisadas y silenciosas instrucciones de Estrada.

Entonces un débil gemido llegó desde el otro extremo del pasillo. Miré
alrededor buscando a alguien de nuestro equipo, pero todos ellos habían
desaparecido en la oficina. Adam y yo nos acercamos con cuidado hacia el sonido.

—Ayuda —gruñó una voz—Por favor, ayuda.

Una mujer joven iba haciendo su camino a lo largo del pasillo, apoyada
contra la pared mientras venía. Estaba cubierta de sangre. Empecé a ir hacia
adelante. Adam me agarró.

Ella nos vio y su cabeza cayó mientras trataba de hacer contacto visual.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—P…por favor, ayúdenme.

Ella siguió arrastrando los pies, dejando una mancha de sangre a lo largo de
la pared. Sus brazos y su cara estaban cubiertos de profundos surcos que
chorreaban sangre. Sus piernas también tenían arañazos, sus medias hechas jirones.

Adam puso una mano sobre mi hombro y me hizo retroceder.

—Tenemos que conseguir ayuda para…

La mujer se detuvo y comenzó a rascarse el brazo, las uñas cavando surcos


sangrientos mientras gemía:

—Quema. Quema.

Recordé el laboratorio. El paciente vendado de los pies a la cabeza,


desesperadamente tratando de rascarse.

—No ha sido atacada —susurré—Está infectada. Voy a conseguir ayuda.

Corrí por el pasillo hasta la puerta abierta de la oficina y la atravesé. Había


dos personas en el suelo de la recepción. Una de ellas era un hombre con traje, su

383
El Club de las Excomulgadas
camisa hecha jirones, el torso cubierto de arañazos, la mitad inferior un empapado
desastre sangriento. La otra era un muchacho recién salido de su adolescencia.

Aaron mantenía al joven en el suelo mientras un miembro del equipo le


vendaba el cuello, la sangre bombeando con tanta fuerza que supe que no lo
lograría. Aaron luchaba por mantener sus manos atrapadas, ambas manchadas de
sangre. Una se liberó y fue directa a su propia garganta, arañando. Aaron logró
agarrarla antes de que se hiciera más daño.

—Quédate atrás, Savannah— gruñó Aaron sin levantar la vista.

Casi todo el mundo estaba haciendo eso… quedándose atrás. El miembro


del equipo vendando al joven llevaba guantes y mascarilla. Los otros permanecían
allí, vigilando.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—Hay una mujer en el pasillo —dije—Está infectada.

Estrada envió a uno del equipo fuera en pos de ella.

—Una mujer avisó por teléfono —dije—¿Dónde está?

— Aquí —Cassandra gritó desde la sala de al lado.

Encontré a Cass paseando en torno a un gran despacho. En el suelo yacía


una mujer unos años mayor que yo, rubia, vestida con una blusa y falda. Estaba
tendida en un charco de sangre.

—¿Le dispararon…? —un paso más y mi pregunta fue contestada. El rostro


de la joven estaba parcialmente cambiado, la frente y la nariz deformados con
sanguinolentos dientes al descubierto.

—El virus parece haber tenido más éxito con ella —dijo Cassandra.

—No si estaban buscando la invulnerabilidad.

—Cierto, pero yo sugeriría que te alejaras. Por si acaso.

384
El Club de las Excomulgadas
Me moví hacia atrás rápidamente. Cass abrió la puerta de un baño privado,
asomó su cabeza dentro y miró por todas partes.

—¿Buscando pistas? —dije.

—Siento a alguien —. Los vampiros pueden detectar signos de vida—. Pero


es muy débil. Alguien que no va a estar mucho más en este mundo.

—Sigue siendo un peligro potencial. O alguien que necesita ayuda.

—Exactamente lo que pensaba. Y en ese orden también — salió de la


oficina, todavía hablando, esperando que yo la siguiera—¿Funciona tu hechizo de
detección, Savannah?

—Déjame probar.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Lancé. Hizo clic al primer intento. Pude captar gente en la zona de
recepción. Pero nadie más aquí… el hechizo no funciona en aquellos que no tienen
latido, como Cass. Pero parecía haber algo en la otra dirección. Débil, como ella
dijo.

Empecé a caminar en esa dirección. Cassandra se puso delante de mí. A


mitad de camino por el pasillo, se detuvo y ladeó su cabeza. Luego se volvió hacia
una puerta entreabierta.

El interior estaba oscuro. Ella fue primero. Yo cerraba la marcha. Cuando


entré, una figura salió disparada por detrás de Cass, surgiendo de la oscuridad. Se
detuvo abruptamente.

—Savannah —una voz suave respiró—Gracias a Dios que estás aquí.

Roni dio un paso tambaleante hacia mí, luego se desplomó en el suelo.

385
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Treinta y Siete


Nos quedamos con Roni cuando llegó el equipo médico de la Camarilla y
se puso a trabajar, sedando a los heridos y llevándolos a una furgoneta que esperaba
abajo. Nos llevamos a Roni con nosotros directamente al aeropuerto donde el avión
de respaldo nos estaba esperando ahora. Habíamos estado en contacto con Lucas.
La situación en Dallas estaba bajo control, por lo que quería que lleváramos a estas
víctimas de regreso a Miami.

Cargamos a los heridos y a los muertos en el área de carga. A todos excepto


a Roni.

Por lo que el médico podía decir, ella no mostraba ningún signo de

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


infección. Parecía como si la mujer infectada hubiera comenzado a hacer una
comida de ella y que luego se distrajo, tal vez por el equipo táctico irrumpiendo.
Roni estaba en un estado pésimo. Realmente un pésimo estado. Había perdido
mucha sangre -y su correspondiente pedazo de carne- en el ataque. Por ahora, todo
lo que el médico podía hacer era detener la hemorragia, atiborrarla de drogas y
esperar que lograra llegar de vuelta a Miami.

Un problema con los medicamentos para el dolor es que tienen la tendencia


de ponerte a dormir. Podría haber sido más humano dejarla quedarse dormida en el
olvido de la droga, pero no teníamos tiempo para ser humanitarios. La
necesitábamos despierta, lo que significaba que el médico tuvo que ponerle una
dosis para mantenerla lúcida.

—¿Qué pasó allí? —dije tan pronto como estuvo consciente.

Su mirada pasó de mí a Adán, a quien ella había conocido, luego a


Cassandra y Aarón. Se quedó mirándolos y susurró:

—Sois los vampiros, ¿verdad?

Aaron asintió.

386
El Club de las Excomulgadas
Roni cerró los ojos fuertemente. Las lágrimas asomaron entre sus pestañas.

—Ojalá nunca hubiera oído hablar de vampiros. Ojalá nunca hubiera oído
hablar de nada de esto. Vampiros, hombres lobo, demonios — abrió los ojos y se
encontró con los míos. —Y brujas. En particular, ojalá nunca hubiera oído hablar
de brujas.

Cuán diferente había sido su actitud una semana atrás. Entonces ella era un
cazador de brujas que soñaba con ser una bruja. Una humana que soñaba con ser
sobrehumana. Había estado recibiendo transfusiones de sangre que Giles prometía
le otorgarían ese sueño mientras le enseñaban pequeños hechizos para ―demostrar‖
que funcionaba.

—¿Qué pasó? —dije otra vez, más firme ahora.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Sus ojos se cerraron, las lágrimas derramándose.

—Pensé que él iba a hacerlo todo mejor. Hacer un mundo mejor. Eso es lo
que dijo y lo hizo sonar tan real que todos le creímos. Lo seguimos. Hicimos todo
lo que nos pidió —abrió los ojos—¿Descubriste quién es en realidad?

—Gilles de Rais —dije—Sacrificó docenas de niños en la Francia del siglo


XIII.

—Él dijo que eso no era cierto. Dijo que averiguó el secreto de la
inmortalidad y que como no se lo dio a sus enemigos, ellos contaron esas mentiras
acerca de él. Que lo hicieron ejecutar. Excepto que él no murió, porque había
encontrado la inmortalidad a través de su investigación.

—O a través de tratos con demonios —dije—Eso es parte de la leyenda,


también.

Dejó caer su mirada.

—Nos dijo que lo había averiguado a través de la investigación, por


accidente y que sólo ahora lo había perfeccionado. Todo el mundo le creyó.

387
El Club de las Excomulgadas
Algunos le creían tanto que se ofrecieron voluntarios para ser sujetos de prueba.
Otros quedaron esperando, pero después se cansaron de esperar. Como Dave.

—¿Dave?

Ella miró hacia la parte trasera del avión, donde el resto de los heridos
estaban en cuarentena.

—¿El joven que se infectó? —dije—¿Se hizo eso a sí mismo? ¿Cómo?

—El agua. En la oficina.

—¿Envenenasteis el dispensador de agua fría? —Adam se puso de pie—Eso


significa que habrá más empleados infectados. Tengo que advertir…

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—No hay nadie más —dijo Roni—Esa era la idea… Introducir eso después
de que la oficina cerrase. Sólo el señor Jordan se quedaba hasta tarde con dos
miembros del personal. Yo quise esperar hasta que ellos se fueran, pero Dave llamó
a Giles. Yo sabía lo que Giles diría.

—Que entraras allí y pusieras la dosis en el agua.

Ella asintió con la cabeza.

—Dave lo hizo. Fingió… —su rostro se retorció con un dolor repentino.

—Olvídate de cómo lo hizo —dije—. Por tanto sólo estaban esos tres, luego
se fue Jordan.

—Había otra mujer que venía del otro extremo del pasillo. Se pasó para
charlar.

Adam se quedó de pie.

—Voy a llamar al equipo de limpieza de Houston y pedirles que quiten el


agua.

388
El Club de las Excomulgadas
—Así que Dave decidió ayudarse a sí mismo —le dije a Roni.

Ella se estremeció. Aaron tiró de las mantas hacia arriba para taparla y ella
susurró su agradecimiento, luego dijo:

—Esos son los que quedan. Los que están tan locos como Giles. Y algunos
que simplemente siguen esperando. Que se siguen diciendo a sí mismos que Giles
no está loco, que sólo está…

—Dedicado a la causa. Muy, muy dedicado.

Ella asintió.

—Todo empezó a ir mal tan rápido que la mayoría de nosotros estábamos…

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—Desprevenidos —dijo Aaron.

Ella asintió de nuevo.

—Primero oímos que las Camarillas iban a involucrarse y eso puso a la


gente nerviosa. Algunos habían trabajado para las Camarillas. Ellos propagaron
historias. Luego desaparecieron y nos dijeron que simplemente se habían ido,
pero… —tragó saliva. —Cuando el laboratorio explotó Giles intentó mantenerlo en
secreto, lo cual fue una mala idea porque, cuando la gente se enteró, supusieron
que había una razón para ocultárselo a ellos, que significaba que todo el plan se
había desbaratado con el virus desaparecido y Althea muerta.

“Althea” era Anita Barrington, una renombrada buscadora de la


inmortalidad y socia de Giles. Había muerto escapando de la explosión.

Roni continuó.

—Luego escuchamos lo del metro y la boda, y Giles dijo que era una señal
de que teníamos que actuar con mayor rapidez. Pero oír hablar de personas
muriendo por causa de sobrenaturales hizo que algunos miembros creyeran lo
contrario.

389
El Club de las Excomulgadas
—Que revelarnos a nosotros mismos podría ser una mala idea.

—Al menos que deberíamos ir más despacio. Luego murió Thomas Nast y
la gente hablaba de ángeles y demonios y… solo…

—El movimiento de liberación se derrumbó —dije—Demasiada presión


procedente de demasiadas fuentes. Los miembros prófugos. El apoyo externo se
secó. Giles se puso hecho una furia y juró que les demostraría todo el error de
proceder con el lanzamiento de la primera ola de infecciones. Con un virus que aún
no había sido probado. ¿Voy bien?

Ella asintió.

—Él dijo que funcionaba. Que habían terminado los ensayos y que Bryce

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Nast era un guerrero inmortal y sobrehumano. Incluso nos mostró fotos. Por eso
Dave bebió el agua.

—Photoshop es una cosa maravillosa —dije. —Mi hermano está acostado


en una cama de hospital en Miami.

Bajó la mirada y supe que lo que fuera que se había estado diciendo a sí
misma, todavía había esperado estar equivocada.

—¿Hay dos cepas del virus? —dijo Adam. Había regresado a mitad de la
conversación—El de Austin parecía diferente.

Ella asintió.

—Ese tiene que ser inyectado. El otro se puede transmitir a través del agua o
los alimentos, lo que es más fácil pero las posibilidades de que funcione no son tan
altas.

—Entonces, ¿cuál es el plan ahora? —pregunté.

—No lo sé. Giles ha dejado de hablar conmigo. Sólo da órdenes a través de


Severin y Sierra. Yo sé que él estaba tratando de ponerse en contacto con Lucifer.

390
El Club de las Excomulgadas
Dice que Lucifer es la clave. Que Lucifer puede hacer que funcione.

—¿Dónde está él?

—Yo…yo no lo sé —empezó a temblar—Quiero ayudar, pero no lo sé.


Nadie lo sabe.

—El lugar donde me retenían. ¿Dónde está?

—En Indiana.

—¿Dónde en Indiana?

—C…cerca de Indianápolis. P…pero no demasiado cerca. No está en una


ciudad. Nunca he ido allí por mí misma. Solo nos subimos a la furgoneta y Severin

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


o Sierra conducen.

Traté de conseguir más: puntos de referencia, distancia desde el aeropuerto,


cualquier cosa. Mantuve el interrogatorio tan suave como pude, asegurándole que
todo iba bien, sin presión, pero por supuesto que había presión y ella lo sabía, y no
pasó mucho tiempo antes de que empezara a hiperventilar. Entonces el médico
intervino y dijo que tenía que sedarla durante el resto del viaje. Independientemente
de lo que pudiera compartir, tendría que hacerlo en Miami.

*****

Veronica Tucker murió antes de que aterrizáramos. No fue una muerte


angustiosa, ni dramática. Ni siquiera estábamos seguros de cuando pasó
exactamente. Estábamos allí sentados, hablando entre nosotros mientras ella
dormía. Entonces el médico vino a ver cómo estaba y dijo que se había ido.

Sus heridas habían sido graves. Él me dijo que había dudado que lograra
hacer el viaje. Siguió asegurándolo hasta que Adam le dijo que se callara. Yo no le
había preguntado si mi interrogatorio la condujo a la muerte. Entendía que quizá
no había ayudado, pero necesitamos esa información.

391
El Club de las Excomulgadas
No me había agradado Roni. Ella había conseguido que me secuestraran y
podría haber conseguido que mis amigos murieran y todo porque ella quería
poderes sobrenaturales para poder ser “especial”.

Una imbécil estúpida y egoísta. No era el mejor epitafio. Yo no había


querido que muriera, pero no me despertaría en mitad de la noche pensando en
cómo podría haber sido diferente. Ella nos había hecho daño y luego nos había
ayudado. La pizarra estaba limpia.

El avión aterrizó justo después. Estábamos bajando cuando me detuve y me


apresuré de nuevo a entrar con Adam detrás de mí. El médico asomó la cabeza por
la cabina principal cuando me dirigía hacia el cuerpo de Roni.

—Tengo que llevarme algo de ella —dije—¿Lleva puestos anillos?

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


El médico se quedó mirándome fijamente.

—Es un objeto personal —espetó Adam. —En caso de que un nigromante


necesite ponerse en contacto con su espíritu para hacer más preguntas.

El médico murmuró algo acerca de atender a los vivos y se retiró. Eché


hacia atrás la manta de Roni. Efectivamente usaba anillos.

Estaba tirando de uno cuando Roni tiró hacia atrás, sacudiendo su brazo.

Adam tiró de mi alejándome.

—Está infectada.

Los ojos de Roni se abrieron. Se quedaron mirando fijamente el techo. Sus


labios se separaron. Se quedaron así por un momento, luego susurró:

—Hijo de Asmondai. ¿Eres tú?

—¿Quién eres tú? —dijo Adam.

El cuerpo no se movió. Se quedó mirando fijamente hacia el techo.

392
El Club de las Excomulgadas
Después de al menos diez segundos, oímos otro susurro del cadáver.

—Kimerion. Soy Kimerion.

—¿Síp? —dijo Adam, dando un paso hacia adelante—No eres un semi-


demonio si no puedes mover este cuerpo.

—Débil —gruñó la voz—Me acerqué demasiado a de Rais y los demonios


de Balaam me encontraron. No he sido capaz de ponerme en contacto contigo.

Esa parte era cierta… Kimerion había estado sin contactar durante días.

—Lucifer —dijo Kimerion—De Rais tiene que convocar a Lucifer. Su única


oportunidad.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Suspiré.

—Lo sabemos.

—Al igual que tu abuelo, no tienes paciencia —susurró el semi-demonio—


Sí, de Rais siempre ha querido convocar a Lucifer. Ese deseo es ahora una
obsesión. Él está desesperado. Cree saber la clave. Ya no espera y conspira para
obtenerlo.

—¿Y esa clave es…?

—La sangre de Lucifer.

—Hope —dije—Él cree que su sangre abrirá las líneas de comunicación con
Lucifer. Que le permitirá a Giles ofrecer su lealtad. Hacer un trato.

—Nada de tratos. Ni de lealtad. Es una amenaza.

—¿Qué?

Adam respondió.

393
El Club de las Excomulgadas
—Va a amenazar con matar a Hope y a su bebé.

—¿Amenazar a un señor demoníaco? ¿Está loco?

—Creo que ya hemos establecido eso —dijo Cassandra, apareciendo por


detrás de mí.

—Pero eso no le va a funcionar. Lucifer puede tener interés en sus hijos,


pero no el suficiente para salvarla.

—Lucifer es dif… —Kimerion empezó a decir.

Un largo y exhalado siseo de aliento. Los ojos de Roni se cerraron.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Treinta y Siete y Medio

Hope

Karl estaba dando vueltas. De un lado de la cama al otro, en la sala, de ida y


vuelta por el pasillo, de regreso a la habitación, paseándose como un león
enjaulado. O un lobo enjaulado, Hope suponía que debería decir.

Ella podía hacer que parara. Decirle que la estaba mareando y que le
impedía descansar un poco. Pero disfrutaba viéndolo pasear. Llevaba sólo unos
pantalones de chándal y la vista era muy agradable ciertamente, los músculos
ondulándose bajo la piel con cicatrices. No era una vista que consiguiera ver fuera

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del dormitorio…él era demasiado consciente de esas cicatrices.

Se paseó de vuelta a la habitación y se detuvo al pie de la cama.

—Deberías estar durmiendo.

—Mmm. Más tarde. No estoy cansada todavía.

Hope le miró de los pies a la cabeza. Él se rio y se inclinó hacia adelante, las
manos en el borde de la cama.

—Yo podría ayudarte con eso —dijo.

—Podrías...

—Lo haré.

Gateó subiéndose a la cama y tiró hacia atrás de la sábana sobre ella, su


mano se deslizó por su muslo. Ella consideró la oferta. No de sexo, por desgracia.
Eso se había vuelto difícil de manejar ya hacía un par de semanas y ellos habían
pasado a los planes de contingencia. El plan de contingencia de Karl era agradable.
Muy agradable. Sin embargo...

395
El Club de las Excomulgadas
—No esta noche —dijo ella, alejando sus manos antes de que cambiara de
opinión.

Sus cejas se alzaron y a ella se le escapó una risa.

—¿Nunca pensaste que llegarías a oír estas palabras de mi? Lo siento. Pero
estás distraído y prefiero esperar hasta que no lo estés. De lo contrario... — bajó su
voz—Es menos que perfecto.

Ahora fue el turno de él para reírse. Era lo que pasaba con Karl que los
demás no entendían. Su ego podría apenas caber en una habitación, pero él lo
sabía. Era como ese cuerpo musculoso, desarrollado como una manera de tratar
con su mundo y por lo tanto una parte de él que no le costaba mucho mantener.
Karl sabía lo que era. Un luchador de primera clase. Un incomparable ladrón de

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joyas. Un hombre rico, culto, poderoso y guapo. La verdad, no era un mal partido.
Si podías sobrellevar la parte del ego.

Hope se lo dijo mientras él se deslizaba bajo las sábanas y se acostaba a su


lado. Él sólo se rió y tiró de ella para poner la cabeza de ella sobre su brazo.

—Si te preocupaba mi ego, no deberías haber aceptado casarte conmigo —


dijo—O tener mi bebé. Una bonita y joven esposa. Un precioso bebé en camino.
Dos razones más para que yo esté muy, pero que muy contento conmigo mismo.

—Puede que no sea precioso.

Sus cejas se alzaron de nuevo.

—Genéticamente imposible.

Hope se echó a reír y se acercó más, cerrando sus ojos para deleitarse con el
calor de su cuerpo. La mano de él se trasladó a su estómago.

—¿Cómo está ella? —murmuró.

—Durmiendo, creo. No la he sentido moverse en un rato.

396
El Club de las Excomulgadas
Su mano masajeó su estómago.

—¿Estás tratando de despertarla?

—No, por supuesto…

La sábana se sacudió cuando el bebé dio una patada. Ella le lanzó una
mirada.

—¿Feliz?

—Lo siento.

Él frotó el sitio. Ella suspiró, pero sólo por hacer teatro. En estos días, ella
sabía que era mejor no decirle cuando su hija se quedaba quieta. Sólo conseguía

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preocuparle y él ya estaba bastante preocupado.

Hope recordó la primera vez que se había encontrado con Karl Marsten. En
un museo para recaudar fondos donde estaba decidido a robar algo y ella había
estado decidida a detenerlo. Si alguien le hubiese dicho que un día estaría casada
con Karl Marsten, se habría reído hasta que se le saltaran las lágrimas. Podría
haberse educado como un miembro de la alta sociedad, pero Karl era exactamente
el tipo de hombre que se había pasado la vida evitando. Incluso después de que se
convirtieran en amigos, la idea de terminar aquí en su cama, llevando puesto su
anillo, no habría pasado por su cabeza. Bueno, tal vez sí la parte de “en su cama”.
Pero definitivamente no la del anillo. ¿Y el bebé? Incomprensible. Karl Marsten no
era el tipo de hombre que se ataba a una mujer y niños.

En su noche de bodas Hope había planteado la cuestión de los niños. Lo


había hecho en broma… ―bien, ahora estamos casados, así que ¿cuándo damos el siguiente
paso?”. Todavía podía recordar su rostro cuando lo dijo. Su expresión. No de
sorpresa. Ni de horror. Anhelo, rápidamente ocultado mientras tartamudeaba y
balbucía. Sí, tartamudeó y balbuceó, dos cosas que ella habría insistido que estaban
más allá de las capacidades de Karl Marsten.

397
El Club de las Excomulgadas
¿Cuándo comenzarían una familia? Bueno, él quería una. Es decir, si ella
quería una. Él esperaba que ella quisiera una. Pero no había prisa. De verdad que
no. Ella tenía su carrera y, por supuesto, cuando ella estuviese lista, él asumiría su
parte de responsabilidad. Incluso más de la parte que le correspondía, si eso
ayudaba. Pero realmente dependía de ella. Totalmente de ella. Así que... ¿cuándo
quería ella comenzar una familia?

Ahora. Eso es lo que ella había dicho. Ahora. Y aunque no había manera
de saberlo a ciencia cierta, nadie la convencería de que su hija no fue concebida esa
noche. Su noche de bodas.

—Deberías dormir —dijo Karl, sacándola de sus pensamientos.

—Lo sé. Sólo estoy... Supongo que no eres el único que está distraído.

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—Estoy menos distraído ahora —murmuró, sus dedos dejándose caer entre
sus muslos—¿Por qué no me dejas ver si puedo ayudarte con…?

Un teléfono móvil sonó. Karl se levantó de un salto…un segundo ella se


encontraba descansando contra él, al siguiente él estaba de pie junto a la cama,
habiendo logrado de alguna manera ni siquiera enredarse con las sábanas. Ella se
levantó para decir que se trataba solo del teléfono de uno de los guardias; los de
ellos estaban en la mesita de noche, en silencio. Pero cuando abrió la boca, le hizo
un gesto para que guardara silencio.

Ella suspiró y se recostó en la cama. Y precisamente cuando estaba a punto


de aceptarle esa oferta. La verdad era que Karl no iba a estar menos distraído hasta
que cada miembro del movimiento de revelación estuviera muerto o encerrado en
una prisión de las Camarillas.

Hope volvió a suspirar. Suponía que esa vena protectora era el precio que
pagabas por estar con un hombre lobo, pero incluso Clayton parecía sumamente
despreocupado acerca de su familia comparado con Karl. No quería ni pensar en lo
que sería cuando su hija tuviera la edad suficiente para salir con chicos. Podría ser
conveniente que se acostumbrara al hábito de monja desde el nacimiento.

398
El Club de las Excomulgadas
Karl estaba ahora de pie en el pasillo, inclinado sobre la barandilla de la
escalera, tratando de escuchar la conversación. No necesitaba esforzarse. El guardia
era uno de esos tipos que suele verse en el transporte público, que no acaba de
confiar en las cualidades de amplificación de la tecnología moderna y que
prácticamente grita en el micrófono receptor.

Incluso Hope pudo oírle decir ―¿Qué?‖ al teléfono.

Karl se puso tenso, pero el tono del guardia no proporcionaba ningún


motivo de alarma y ella no recogía ninguna ola de caos.

—No es nada —dijo ella—Vuelve a…

Él levantó un dedo, todavía pidiéndole que se callara.

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—Seguro —dijo el guardia—Tráela.

—¿Qué está pasando? —Karl gritó hacia abajo cuando el guardia colgó.

—Nada, señor. Peters de la puerta de al lado se ha ofrecido a traer un poco


de pizza. A él le sobra —una pausa—¿Querrán ustedes?

El guardia pareció aliviado cuando Karl dijo que no. No lo culpaba. Aunque
Karl tenía cuidado de no comer demasiado en público -incluso ante aquellos que
sabían que era un hombre lobo, ya que lo consideraba grosero- los guardias
nocturnos se habían llegado a encontrar la nevera vacía. A pesar de lo alto que
funciona el metabolismo de un hombre lobo normal, no era nada comparado con el
de uno estresado.

Karl retrocedió hacia el dormitorio, cerró con llave la puerta. Ella echó hacia
atrás la sábana y él se subió a la cama, atrayéndola para un beso que la hizo decidir
que tal vez no estaba tan distraído como se temía y…

Sonó el timbre. Karl gruñó ante la interrupción. Hope se rio, envolvió sus
manos en su pelo y tiró de él de nuevo hacia abajo…

399
El Club de las Excomulgadas
La habitación se hizo un remolino con una oscura visión. Un destello de luz.
Una voz decía: “¿Qué demonios?” Hubo un suave silbido de una pistola con
silenciador. Otro destello. Un hombre yaciendo en el suelo, con los ojos abiertos y
la mirada fija, junto a su cabeza una caja de pizza, las porciones derramadas.

Hope se irguió de golpe. Karl maldijo y alcanzó sus hombros, masajeando.

—Relájate —murmuró—Sólo relájate. Pasará…

—No —se arrastró lejos de él y levantándose de un salto, las palabras


saliendo a borbotones—Es en tiempo real. Una visión de caos. En la planta baja. El
guardia. Él está…

Karl estaba fuera de la cama antes de que pudiera soltar otra sílaba. Una

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pausa de una fracción de segundo mientras escuchaba. Entonces la agarró, los
dedos clavándose en su brazo y la arrastró fuera de la cama incluso mientras
murmuraba disculpas. Abrió la puerta corredera del armario y la empujó dentro.

—No salgas —susurró—No importa lo que pase, Hope, no salgas. ¿Me


entiendes?

Quiso decirle, No, no te vayas. Ven conmigo. Escóndete en el armario. Cierra la


puerta y escóndete, simplemente ocúltate, por favor ocúltate.

Ella sabía que no serviría de nada. Mientras le llegaban los destellos


parpadeantes de caos procedentes de la planta de abajo, supo que había pasado. El
guardia de la puerta de al lado los había traicionado y estaban siendo atacados. No
importaba cuántos guardias estuviesen de su lado o lo bien entrenados que
estuvieran, Karl tenía que ir allí y tenía que luchar.

Así que asintió con la cabeza y se puso de puntillas para besar su mejilla,
pero era demasiado tarde y él ya se había girado alejándose sin darse cuenta. Quiso
volver a llamarlo. Sólo espera. Espera un momento. Por favor, por favor, por favor.

La puerta del armario se cerró. Sus pasos se escuchaban como un susurro

400
El Club de las Excomulgadas
cruzando la alfombra. Y se fue.

Ella se acercó para presionar su oreja contra la puerta. Una explosión de


caos -luz, sonido, terror y rabia- la hizo estrellarse contra esta y se echó hacia atrás
tambaleándose tan rápido como pudo, antes de que alguien la escuchara. Otra
explosión de caos. Un destello de Karl agarrando a un hombre vestido de negro en
la parte superior de la escalera y rompiéndole el cuello antes de lanzarlo por encima
de la barandilla. Hope respiró hondo y se obligó a sí misma a regresar al rincón, se
dejó caer hacia la alfombra, levantando las rodillas tanto como pudo con su
hinchado estómago. Se acurrucó allí, cerró los ojos y dejó que las visiones la
inundaran.

Caos. Era comida y bebida para un demonio. Era una droga para ella. Hay
caos bueno, como la feliz confusión o una alegre celebración, pero eso era como

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vino aguado para un alcohólico. Ella necesitaba cosas más fuertes. Odio. Ira.
Miedo. Dolor. Mientras la batalla rugía abajo, Hope debería haber estado en el
cielo, bebiéndoselo. Pero no sentía nada. Un bendito mecanismo de defensa: si el
caos la amenazaba a ella o a aquellos a los que amaba, no sentía nada. Nada
distinto de lo que sentiría cualquier persona, encerrada en un armario mientras su
marido luchaba por sus vidas. Terror. Frustración. Impotencia.

Ella no quería quedarse aquí encogida de miedo. Quería estar al lado de él.
Pero sabía que, incluso si tuviera la energía para luchar, si mostraba su cara fuera
de esta habitación, ellos dejarían lo que estuviesen haciendo y se centrarían en
conseguir llegar a ella… y a su hija.

Benicio les había pedido que se quedaran en la sede. Habían aceptado en un


principio. Pero Karl no podía descansar, ella no podía dormir y ninguno de los dos
podía sacudirse la sensación de que estaban presos, que Benicio los quería allí sólo
para que pudieran vigilarla en busca de visiones recientes. Karl exigió nuevos
arreglos. Benicio la había llevado a un lado y le había rogado –“rogado”- que lo
reconsiderara. Ella se había negado. Haz seguro algún otro lugar, le había dicho.
Estarían bien allí. Tendría a Karl y Jeremy estaría justo en la puerta de al lado. Sólo
que Jeremy no estaba en la puerta de al lado esta noche, ellos no estaban seguros

401
El Club de las Excomulgadas
y…

La puerta del dormitorio se abrió con un chasquido. Hope se tensó. ¿No


estaba cerrada con llave? ¿Por qué no estaba…?

Por supuesto que él no había cerrado con llave. Sería como poner un letrero
diciendo, “¡Hope está aquí!”.

Debería haber cogido un arma. Algo, cualquier cosa, así no estaría allí
encogida, esperando a ser descubierta. Todo lo que podía hacer ahora era estar
quieta y en silencio.

Los pasos rodearon la cama. Se detuvieron ante el armario. Tensó todos los
músculos, lista para saltar, para atacar. Otros dos pasos. ¿Pasando de largo? ¿Estaba

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realmente yendo a…?

La puerta corredera se abrió. La de lado de ella. Pillada con la guardia baja,


se tambaleó y tropezó, con su espalda hacia la pared y las manos en alto. Había un
hombre de pie con una pistola, pero al verla desvió el arma.

—Está bien —susurró él—No vamos a…

Él miró bruscamente hacia la izquierda y la apuntó con el arma otra vez


justo cuando Karl apareció a la vista.

—No vamos a hacerle daño —dijo el hombre.

—Entonces baja esa pistola —gruñó Karl.

—Lo haré tan pronto como dé un paso atrás, señor. No quiero hacerle daño
a ella, pero mis órdenes son traer de vuelta al niño. Tenemos un médico fuera, listo
para hacer dar a luz al niño si algo sale mal.

—Eres un hijo de…

—No quiero hacerle daño a su esposa. Por favor, sólo retro…

402
El Club de las Excomulgadas
Un disparo. Hope se tambaleó con el golpe, sintiendo que la golpeaba, el
dolor surcando la parte posterior de su cráneo.

¿Parte posterior de su cráneo? No, eso no era posible. Ella estaba de frente
al… miró hacia la cara del hombre. La sorpresa mientras se tambaleaba quitándose
del camino. Fuera del camino de Karl. Karl arrojándose hacia adelante. Karl
cayendo.

Otro disparo. El cuerpo de Karl sacudiéndose. Sacudiéndose cuando la bala


lo golpeó. Eso fue todo. La única reacción. Ningún destello de dolor compartido en
el cerebro de ella. Ningún puñetazo de caos.

Karl golpeó el suelo. Hope dio un salto saliendo, gritando y se dejó caer a su
lado. Vio la sangre en la parte posterior de su cráneo. Vio el agujero de bala. Lo vio

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y buscó desesperadamente el más leve indicio de caos procedente de él. Una pizca
de dolor. Una pizca de miedo. Una pizca de algo. Cualquier cosa.

Pero no había nada.

Nada.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Treinta y Ocho

Llamé a Benicio para contarle lo del nuevo objetivo de Giles cuando salimos
del avión. Me dijo que Hope y Karl estaban en su apartamento, lo cual no era
sorprendente dada la hora. Ya había cinco guardaespaldas allí, dos en turno de
descanso en la puerta de al lado dado que Jeremy y Jaime todavía estaban en
Dallas, y tres en el apartamento mismo. Benicio los había puesto a todos en servicio
para presionar para que Hope regresara a la sede.

—A Karl no le va a gustar —dije—Querrá llevarse a Hope y salir corriendo.


Protegerla él mismo. ¿Está Elena en camino hacia aquí? Karl escucha a Elena.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—El avión acaba de dejar Dallas. Voy a tratar de convencer a Karl, pero si
no funciona, haré que Elena vaya directa hacia el apartamento.

—Iré allí y hablaré con él.

Silencio en el otro extremo de la línea. Frente a mí, Cassandra arqueó sus


cejas.

—Sí, ya sé que él no me respeta como lo hace con Elena, pero podría ser
capaz de hablar con él. En el peor de los casos, pasaremos el rato ante la puerta de
su casa hasta que llegue Elena.

*****

Nos separamos. Adam se quedó conmigo y Cassandra y Aarón fueron de


regreso a la sede.

Los tres apartamentos propiedad de la Camarilla eran parte de una zona


comunitaria con verja y nuestro conductor no había traído la tarjeta de acceso, por
lo que nos dejó a una manzana de distancia. Para entrar, saltamos una cerca de alo
más de un metro. Al parecer, por aquí sólo estaban preocupados por los intrusos

404
El Club de las Excomulgadas
con camionetas para robar.

Cuando llegamos a la casa, Adam comprobó dos veces el número. El lugar


estaba oscuro como la boca del lobo.

Él llamó con la mano en la puerta de entrada, luego tocó el timbre. Ninguna


voz contestó. Tampoco hubo pasos.

—Ausentes —murmuró él—Karl debe haber estado demasiado cansado para


discutir.

—Maldición. Nunca vamos a conseguir un taxi por aquí a estas horas.


Realmente desearía que alguien nos lo hubiera hecho saber antes de que nos
bajáramos del coche.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Un furgoneta blanca, con un letrero de Seguridad dio vuelta a la esquina.
Adam y yo nos metimos en un lateral del bloque de apartamentos mientras yo
llamaba a Benicio.

Cuando le dije que no había ninguna señal de Hope y Karl, suspiró.

—Demasiados atizadores en el fuego y demasiados fuegos. Deben de


haberse reportado al centro de seguridad. Déjame comprobarlo. Tal vez todavía
estén lo suficientemente cerca como para volver por vosotros dos.

Colgué y esperamos. Cuando oí el zumbido bajé la vista al teléfono todavía


en mi mano, luego a Adam.

—No es el mío —dijo él.

Se acercó al frontal del bloque de apartamentos conmigo justo detrás de él.


La furgoneta de seguridad había desaparecido. Podíamos oír mejor el sonido ahora.
No era un teléfono vibrando. Era uno sonando, configurado en un molesto tono de
zumbido. Seguimos el ruido hasta la puerta principal, donde se podía oír justo al
otro lado.

405
El Club de las Excomulgadas
Rápidamente envié un mensaje de texto a Benicio. El teléfono dejó de
zumbar. Dos segundos más tarde, el mío vibró con una llamada entrante de
Benicio.

—Eras tú —dije—Mierda.

Le expliqué lo que habíamos oído.

—No nos precipitemos a sacar conclusiones —dijo Benicio— Lo intentaré


otra vez con el guardia desde otro teléfono mientras te tengo en la línea —una
pausa, luego—Está sonando y...

El teléfono del otro lado de la puerta delantera comenzó a zumbar de nuevo.

—Vamos a entrar —dije.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


*****

La puerta principal estaba cerrada con llave y no iba a abrirse con una tarjeta
de crédito. O con un hechizo de cerradura. No habíamos traído ninguna
herramienta, así que tuvimos que sacar el armamento pesado: el poder de Adam.
Eso significaba encontrar otra puerta para derribar: una puerta delantera quemada
podría alertar a la furgoneta de seguridad en su próxima ronda.

Benicio tenía los planos de la planta en el archivo de cuando la Camarilla


había comprado los apartamentos. Nos dirigió a la parte trasera donde las puertas
de vidrio del patio habían sido reemplazadas por unas de acero sólido. Probé con
mi hechizo de cerradura por si acaso para ahorrarle a Adam la pérdida de energía si
podía.

Cuando mi hechizo de cerradura no funcionó, Adam extendió sus manos


sobre el acero, cerró los ojos y se concentró hasta que el sudor estalló por toda su
frente. Luego otro estallido, esta vez procedente de la puerta que se derrumbó en
una lluvia de polvo metálico.

Entramos. Antes, cuando esto era un patio, seguro que la puerta daba a la

406
El Club de las Excomulgadas
cocina o la sala de estar. Pero, aunque Benicio dejó el exterior igual, para adaptarse
a las normas del consejo de la comunidad de propietarios, había destripado y
renovado el interior. La puerta trasera ahora daba a un pequeño vestíbulo con
alfombrillas y zapatos. Un código era requerido para pasar por la siguiente puerta
de acero. Por suerte, Benicio nos lo había dado.

El interior estaba completamente oscuro. Desde el exterior había parecido


como si las persianas estuvieran bajadas. Aquí dentro pude ver que las persianas
eran sólo una cobertura. Las ventanas tenían también persianas metálicas
mecánicas.

Encendí una bola de luz. Falló la primera vez. Culpa mía. Por mucho que
tratara de actuar con frialdad, mi corazón estaba acelerado y no podía
concentrarme. Lo intenté de nuevo y, justo cuando las últimas palabras salían de

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


mi boca, me tropecé. Adam me atrapó. La bola de luz chispeó a la vida y miré
hacia abajo para ver un brazo estirado en medio de mi camino. Estaba unido a un
hombre con traje. Uno de los agentes de seguridad. Herido de bala en la cabeza.

A la izquierda había otro cuerpo: otro guardia de la Camarilla. Justo al lado


de él, el cadáver de una joven mujer vestida de negro. Uno de los atacantes.

Lancé un hechizo de detección y capté signos vitales por encima de nuestras


cabezas. Le hice señas a Adam de que había alguien allí arriba y nos dirigimos con
cautela hacia la escalera. Según llegamos al pasillo, vi que la puerta de entrada a la
sala de control estaba abierta. Se mantenía abierta por el cuerpo del tercer guardia,
aquel cuyo teléfono habíamos oído. Había una caja de pizza en el suelo junto a él.
¿Habían sido emboscados por repartidores de pizza? No podía creer que la
seguridad de la Camarilla fuera tan fácilmente engañada. Tenía que haber algo
más.

Corrí a subir las escaleras. Adam me atrapó por la parte de atrás de mi


camisa, haciéndome reducir mi velocidad. Asentí con la cabeza y me detuve en la
parte inferior, escuchando. Luego miré hacia arriba para ver el cuerpo de otro
atacante doblado sobre la barandilla, con los ojos abiertos y la cabeza torcida hacia

407
El Club de las Excomulgadas
atrás en un ángulo imposible.

—Cuello roto —susurró Adam—Obra de Karl. Bien.

Asentí. Subimos a la parte superior de las escaleras para encontrar otro


atacante vestido de negro con el cuello roto, de espaldas sobre el pasillo. El
dormitorio principal estaba justo al otro lado del pasillo desde las escaleras. Nos
detuvimos y escuchamos, pero no había señales de nadie más aquí arriba. Lancé mi
hechizo otra vez.

El pulso de vida parecía venir de la otra habitación siguiendo por el pasillo.


Cuando llegamos a la puerta eché un vistazo desde fuera, pero sólo podía ver
oscuridad. Adam me indicó que me preparase para lanzar un hechizo. Entonces, a
la cuenta de tres, dio una patada a la puerta abriéndola de par en par. Entramos con

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


mi bola de luz por delante de nosotros.

La habitación estaba vacía.

Había sangre en la alfombra. Mientras caminaba hacia allí, oí un gemido y


me volví. No había nadie ahí. Iluminé con mi bola de luz todo alrededor. Miré
desde la cama tanto el armario como la otra puerta, que presumiblemente daría a
un cuarto de baño. Todos escondites decentes si hubieras sido herido. Pero no tan
buenos como para que tus secuestradores fallaran en encontrarte.

Me esforcé para escuchar otro sonido.

—Ayuda —susurró una voz. Procedía de la cama—Por favor.

Adam me hizo un gesto para que lo cubriera. Preparé un derribo mientras él


se dirigía hacia la cama, sus dedos brillando intensamente. Luego se lanzó. Nadie
se abalanzó en respuesta y Adam se dejó caer, fuera de la vista, al otro lado de la
cama.

Me acerqué corriendo para encontrarlo sujetando a un hombre al suelo.

—Me dejaron —susurró el hombre—Simplemente me dejaron.

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El Club de las Excomulgadas
Ni siquiera había levantado las manos para protegerse de Adam. Había una
pistola a la derecha en el suelo junto a él, pero no hizo ningún movimiento para
cogerla.

Me di cuenta de que sus piernas y brazos estaban doblados, de manera rara


y, cuando Adam retrocedió, el hombre levantó la cabeza para seguirnos. Nada más
se movió. Sólo su cabeza.

—El cuello está roto —susurró Adam—Karl se lo partió y lo arrojó aquí.

—Me dejaron —se quejaba el hombre—Sabían que yo estaba aquí. Entraron


y me vieron. Luego se alejaron.

—¿Dónde están Hope y Karl? —pregunté.

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Él sólo se quedó mirando.

—Los objetivos —dije—¿Se los llevaron?

—Me dejaron —encontró mi mirada. —Simplemente me dejaron.

—Está en estado de shock —dijo Adam—Lo llevaremos a la sede y ellos


pueden interrogarlo.

Nos dirigimos hacia el pasillo. A través de la puerta entreabierta del


dormitorio principal, alcancé a ver un pie.

Corrí dentro y me dejé caer junto al cuerpo de un hombre descalzo de pelo


oscuro vestido sólo con pantalones de chándal. Yaciendo en un charco de sangre.
Con dos heridas de bala en su espalda. Más sangre brillaba en su pelo oscuro. Tenía
el rostro vuelto hacia un lado y los ojos cerrados.

Karl.

Me incliné a su lado y tragué saliva. Me llegó un recuerdo de él en la sede,


sosteniendo a Hope, tan preocupado por ella, siempre preocupado por ella.

409
El Club de las Excomulgadas
Recordé su expresión. Perdido. Se veía perdido. Un hombre que siempre sabía
exactamente lo que quería y sabía exactamente cómo conseguirlo, enfrentado al
conocimiento de que la mujer que amaba estaba sufriendo y de que no había nada
que pudiera hacer al respecto. Que ella estaba en peligro y no había nada que él
pudiera hacer, excepto permanecer a su lado y luchar por ella.

Él había hecho todo lo que pudo. Teniendo en cuenta todo lo que podía
hacer. Y aun así no fue suficiente, porque nunca era suficiente, nunca podría ser
suficiente.

Me tomó un minuto darme cuenta de que Adam estaba a mi lado, tocando


el cuello de Karl.

—Le han disparado en la cabeza —murmuré—No va a estar…

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Adam tomó mi mano y presionó mis dedos contra el cuello de Karl. Piel
caliente. Pulso débil. Oh Dios, había un…

Me puse en pie de un salto.

—Necesitamos un médico. Rápido.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Treinta y Nueve

Karl estaba vivo. Apenas. Los paramédicos lo cargaron en una furgoneta.


Nosotros fuimos con él. Supongo que una segunda furgoneta se llevó al tipo
paralizado. No pregunté. No importaba.

El médico nos advirtió que no esperaba que Karl sobreviviera al viaje. La


herida en la cabeza era solo el roce de una bala. Eran los disparos en su espalda los
que eran dañinos. El médico no nos podía decir exactamente cuánto daño, sólo que
su corazón no se había parado. No todavía.

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No se le paró durante el viaje, lo cual fue sorprendente teniendo en cuenta el
tiempo que pareció llevar. Cuando llegamos allí, los médicos metieron rápidamente
a Karl a la sala de hospital, donde una cirujana y su equipo esperaban.

Oí a la cirujana decirle a Benicio que era un milagro que Karl hubiera vivido
tanto tiempo y que tal vez deberían solo mantenerlo cómodo y tratar de revivirlo el
tiempo suficiente para que su Manada se despidiera. Benicio le dijo que metiera a
Karl en ese quirófano y se asegurarse de que viviese lo suficiente para saludar a su
hija. Una verdadera hazaña. Una que ni siquiera pensaba que Benicio se creyera
que podía suceder, pero su tono fue el incentivo que la cirujana necesitaba.

Tan pronto como Karl fue trasladado de urgencia al quirófano, me fui a


sentar con Bryce. Seguía en estado de coma, pero quería sentarme con él. Sean
había vuelto a Los Ángeles, para tratar con las repercusiones.

Cuando llegaron Jaime y los hombres lobo, fue Elena quien se lo tomó peor,
ya que era la más cercana a Hope y Karl. Clay se quedó a su lado, pero no trató de
calmarla. Calma no era lo que necesitaba. Ella se encargó de todo, consiguiendo los
detalles de la condición de Karl, aunque necesitara a Jeremy para traducir la jerga
médica. Luego trasladó su atención a los esfuerzos para rastrear a Hope,
dirigiéndose a subir las escaleras con Clay para ver qué se estaba haciendo.

411
El Club de las Excomulgadas
—¿Quieres ir con ellos? —Adam susurró mientras se iban.

Miré hacia el quirófano. Quería saber lo que sucedía allí dentro, pero
sentarme con Jaime y Jeremy no iba a ayudar a Hope. Siempre que alguien
estuviera aquí para hablar por Karl, yo necesitaba exactamente lo que Elena
necesitaba: acción.

Conseguimos llegar hasta el ascensor antes de que Jaime viniera tras


nosotros.

—Sé que esto puede ser la última cosa en tu mente ahora mismo, Savannah
—dijo—Pero tu madre descubrió quién se llevó tus hechizos. Es una larga historia,
pero la versión corta es que ella está buscando como establecer contacto con él. No
es fácil. Él es...

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—Alguien que se supone que no se pone en contacto con nosotros —dije—
Una deidad, ¿no?

—Esto, no. No exactamente. Es un eudemonio —se apresuró a continuar—


Lo que significa que no es el tipo de demonio con el que estamos acostumbrados
a… —miró a Adam— ¿Y por qué te cuento esto? Tú eres el experto en
demonología. Lo siento.

—Yo también sé lo que son —dije—Los cacodemonios son del tipo que hace
tratos y bebés. Demonios del Caos. Los eudemonios no tienen hambre de caos, lo
que significa que tienen poco interés en nuestro mundo. Son observadores
imparciales. Ni demoníacos, ni celestiales.

—Sí, bueno este tiene problemas con la parte de imparcial. Creo que lleva
observando desde hace mucho tiempo y está ansioso por levantarse de su asiento e
involucrarse. No es la primera vez que lo hace. Tanto tu madre como yo hemos
tenido encontronazos con él.

—Aratron —dije.

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El Club de las Excomulgadas
—Sip. No sabemos por qué lo ha hecho. Él ha sido de gran ayuda antes.
Esto no es de gran ayuda.

—En realidad, él cree que lo es. Y puede que tenga razón.

Le conté el plan maestro de Aratron: llevarse mis hechizos y enseñarme a


aprender a luchar sin ellos.

—Pésimo momento, es cierto, pero supongo que si se llevase mis hechizos


cuando estuviera encargando de la recepción de la agencia, yo no tendría ningún
incentivo para aprender la lección. Y él no ha dejado que nada catastrófico suceda.
Cuando necesité proteger a Cassandra en L.A., me dio más poder.

Dudé y miré a Adam. Él asintió con la cabeza.

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—Dile a mamá que espere— le dije a Jaime. —Si necesito ayuda la pediré,
pero por ahora voy a confiar en Aratron para dejar esto desarrollarse hasta el final.
Si es un eudemonio, no me va a joder a cambio de una fiesta de caos —miré a
Adam otra vez—¿Cierto?

—Cierto. Históricamente, el papel de los eudemonios se decía que era


mantener el equilibrio. Rara vez les hemos visto involucrarse, por lo que han sido
considerados irrelevantes. Pero en este caso, parece que Aratron está cumpliendo
con su papel, tratando de restaurar el equilibrio. Vamos a confiar en él hasta que
nos demuestre que no podemos.

*****

Arriba encontramos a Elena y a Clay con Benicio, interrogando al hombre


cuyo cuello había roto Karl. Parecía que el tipo iba a estar paralizado el resto de su
vida, la cual probablemente sería muy corta de todos modos; dudaba que Benicio
planeara financiar atención médica a largo plazo para él. Pero nadie se lo iba a
decir.

Cuando llegamos, un médico le estaba informado de que podrían trasladar

413
El Club de las Excomulgadas
al hombre al hospital de la Camarilla para “un examen más a fondo y tratamiento” tan
pronto como Benicio terminara de interrogarlo. El médico no dijo nada acerca de
su condición o pronóstico, pero su tono tranquilo sugeriría a un hombre asustado
que el tratamiento era posible y que, cuanto antes respondiera las preguntas de
Benicio, más pronto conseguiría el tratamiento. Cuando estás tendido en una
camilla y paralizado, aceptarás el optimismo de dondequiera que lo encuentres.

Brett -ese era su nombre- comenzó con todo el lamento de “todo salió mal”
que habíamos escuchado de Roni. Por lo menos ella había tenido el sentido común
de convertirse en una chivata y alertarnos de los ataques. Brett sólo estaba
experimentando su epifanía ahora que su vida estaba en juego.

En el caso de Brett, su lealtad tenía una ventaja. Giles parecía haber


excluido a Roni porque se había cuestionado su compromiso con la causa. Con

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Brett había sido más comunicativo.

—Va a usar a Hope Adams para convocar a Lucifer —dijo Brett—No estoy
muy seguro de cómo.

—Sólo dinos lo que puedas —dijo Benicio.

—La gente empezó a abandonar el movimiento, pero no rompieron por


completo los lazos. Sólo dejaron de presentarse regularmente. Ponían excusas. Que
tenían que volver al trabajo. Que alguien en su familia estaba enfermo. Lo que
fuera. Sin embargo, se mantenían en contacto.

—Esperando a que pasara algo —murmuré.

—Exactamente. Y eso es lo que cabreó un montón muchos de nosotros.


Nosotros hacemos el trabajo de verdad, la parte peligrosa y ellos se quedan atrás,
esperando a ver si tenemos éxito antes de volver a comprometerse. Giles prometió
que conseguiría que volvieran. Sólo tenía que hacer algo realmente grande.

—Como secuestrar a la hija de Lucifer.

414
El Club de las Excomulgadas
Brett asintió.

—Manteniendo todo muy secreto; así sería una gran sorpresa. Una vez que
la tuviera, dejaría que todos lo supieran. Si no volvían, estarían expulsados.

Bueno, si algún tipo me hubiese dicho “Hey, ven a ver como convoco a Lucifer y
amenazo con matar a su hija y a su primer nieto”, me habría subido al primer avión en
la dirección opuesta. Pero éstos eran sobrenaturales normales y no tenían más
experiencia con los demonios que el humano promedio. No saben demasiado.

—¿Cuándo se supone que tendrá lugar esta demostración?— preguntó


Benicio.

—Tan pronto como sea posible. Pero tiene que dar tiempo a la gente para

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llegar al complejo. Hablaba de hacerlo mañana por la noche si se la llevaban esta
noche— hizo una pausa. —O supongo que ya es mañana. Esta noche, entonces.
Después que la gente haya tenido tiempo de llegar.

—¿Y ese complejo? ¿Dónde está?

Ahí es donde Brett, al igual que Roni, fue mucho menos útil. Solo los
miembros selectos conocían la ubicación. El resto sabía que volaban al aeropuerto
de Indianápolis, donde eran recogidos por una furgoneta y llevados por zonas
rurales durante un par de horas.

—Podemos tratar de contactar con Kimerion nuevo —dije—O incluso con


Asmondai. Un demonio será capaz de encontrarlo.

—No, no podrán —dijo Brett—Giles sabía qué los demonios y las deidades
se involucrarían e interferirían. Eligió una ubicación que no pueden encontrar. Él
puede convocarlos allí, pero ellos no pueden encontrarlo por su cuenta.

No había nada más que él supiese que pudiera resultar útil, por lo que lo
dejamos entonces, a las atenciones del equipo médico de la Camarilla.

*****

415
El Club de las Excomulgadas
Cuando salimos con Benicio, le pregunté a Adam:

—¿Sabes de qué tipo de lugares está hablando? ¿Esos que los demonios no
pueden encontrar?

—Tengo algunas ideas… —se detuvo—Demonios y deidades. Eso cubriría


los demonios y semi-demonios, semi-dioses, ángeles y presumiblemente cualquier
cosa hacia arriba en la jerarquía celestial. Pero hay otras entidades. Espíritus
inferiores.

—Con los que no tenemos manera de comunicarnos —dije—He convocado


espíritus elementales por accidente, pero no hablan.

—Si es que siquiera son conscientes, esa es la cuestión —dijo Adam. —Hay

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entidades más antiguas que podrían tratar de transmitir un mensaje, pero no saben
cómo hacerlo en realidad.

—Estarían limitados a las lenguas antiguas —dijo Benicio—Su conocimiento


incluso de esas podría no ser suficiente para comunicarse coherentemente.

—El mensaje de Hope —dije—Alguien estaba dándonos indicaciones.

*****

“Indicaciones” era mucho decir. El espíritu había hecho exactamente lo que


esperarías de un ser que no tiene mucha experiencia en comunicarse con los seres
humanos. Había dado un montón de detalles que eran inútiles hasta que lo
relacionabas con la teoría de que el lugar estaba en o cerca de Indianápolis y que
tenía propiedades mágicas para mantener alejadas a las principales entidades.
Entonces podías empezar a sacar referencias geográficas y darles sentido.

Benicio llamó a todo el departamento de investigación bien temprano, junto


con algunas personas de recursos humanos y los puso a la tarea de encontrar a todo
el personal, desde porteros a directores, que hubiese vivido en Indiana.

A las siete, el ala de investigación estaba más ajetreada de lo que nunca

416
El Club de las Excomulgadas
había visto. Los empleados no estaban encantados de haber sido sacados de la
cama tan temprano, pero estuvieron un poco más felices cuando se encontraron
con un bufé de desayuno gourmet esperándoles y mucho más felices cuando
Benicio les prometió a todos tres días de paga por las molestias, además de primas
para cualquier persona que trajera información útil.

Esperaba que Adam contara para esas primas, ya que puso en evidencia a
todo el equipo de la Camarilla. Se centró en sitios que los historiadores
sobrenaturales denominaban “espiritualmente bloqueados”. En otras palabras, sitios
que los espíritus de orden superior decían que eran incapaces de localizar.

La mayoría estaba encima de líneas ley y otras ubicaciones geográficas en


las que los humanos creían que había poderes especiales. No los había. Pero al
igual que los humanos ordinarios, los sobrenaturales tenían fe en una mezcolanza

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de creencias, humanas y de otro mundo. Así que también buscaban a menudo estos
lugares “especiales” para llevar a cabo poderosos rituales. Quizás debido a una
creencia sincera o tal vez como cuando agarras una pata de conejo mientras eliges
los números de la lotería… estás bastante seguro de que no va a servir de nada, pero
daño no hará.

Ahora bien, si a tu persona promedio se le pide que busque la línea ley más
cercana, va a tener algún problema. Lo mismo con los sobrenaturales. Por tanto
hay cerca de un centenar de ―puntos calientes‖ que son conocidos entre los
profesionales. Si los sobrenaturales acuden en masa a estos sitios y realizan rituales
durante un siglo o dos, místico o no, vas a joder el mojo de ese lugar. Se convierte
en espiritualmente bloqueado, lo cual es genial, porque entonces no tienes que
preocuparte por los invitados no deseados. Y eso significa que los lugares se
vuelven aún más populares.

Había seis sitios espiritualmente bloqueados en un radio de cuatro horas de


viaje en coche desde Indianápolis. Con esa lista y el personal familiarizado con la
zona, además de los investigadores analizando las fotos por satélite, pronto
encontraríamos el sitio.

417
El Club de las Excomulgadas
*****

Karl había salido del quirófano. Había sobrevivido, pero ahora la cirujana
decía que sería un milagro si llegaba al mediodía.

Después que ella se fuera, Clay dijo:

—Miente. ¿Sabes lo que le importa a ella? Lo mismo que les importa aquí a
todos los demás. Uno, impresionar al jefe. Dos, no cabrear al jefe.

—Parecen estar pecando por el lado de la precaución —dijo Jeremy—


Extrema precaución. Antes de que llegarais, traté de obtener más datos acerca de
las lesiones. Puede que no sea un médico, pero ella sabe que entiendo la
terminología. No fue muy precisa, lo que sugiere que el estado no era tan malo

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como ella se temía antes de comenzar a operar.

—Ella simplemente no quiere que lo sepamos —dije—Si dice que las heridas
de bala no eran críticas y él muere, ella estará metida en problemas. Si actúa como
si estuviera a punto de morir y lo salva, consigue muchos puntos extras.

—De cualquier manera está motivada —Adam miró hacia la sala—¿Karl


aún sigue sedado?

Jeremy asintió.

—Debería despertarse en una hora o dos, pero estoy considerando pedirles


que lo mantengan sedado hasta que tengamos noticias. Preferiblemente buenas
noticias.

—Síp —dijo Clay— ¿Si se despierta y Hope sigue desaparecida? No va a


quedarse en esa cama. Yo no lo haría.

—Se matará a sí mismo yendo tras ella —dijo Elena—Voto por mantenerlo
sedado.

Jeremy asintió.

418
El Club de las Excomulgadas
—Estoy de acuerdo.

Elena llamó a Clay a un lado por un momento. Le susurró algo al oído y él


le susurró una respuesta, luego ella se acercó a nosotros, dirigiéndose a Jeremy.

—No voy a ir a Indiana. Karl debería tener a alguien aquí que lo conozca,
para hablar por él si las cosas van mal. Como Alfa, deberías liderar el rescate.
Como Alfa electa, yo debería permanecer con Karl.

—No —dijo Jeremy—Tú eres más capaz para asumir un papel activo en el
terreno de juego. Tu irás en mi lugar.

Elena sacudió negativamente la cabeza.

—No poseo ninguna habilidad que Clay no tenga. Tú sí. Si Hope está en un

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complejo subterráneo, tus poderes kitsune van a ser mucho más útiles que mi nariz.

Jeremy pareció incómodo, como siempre le pasaba cuando alguien traía a


colación esa parte de su herencia.

—No sirvieron de nada cuando estabas atrapada en una celda subterránea y


realmente preferiría…

—Elena tiene razón —interrumpió Jaime—Sabemos que el lugar está


protegido y ese también fue el problema cuando Elena fue capturada. Tal vez tus
poderes funcionarán en esta ocasión; tal vez no. Pero no se pierde nada con tenerte
allí.

—Así que está decidido —dijo Elena—Ahora, por favor iros. A fin de
mantener a Karl en calma cuando despierte, necesito de verdad buenas noticias.

419
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cuarenta
Tres horas más tarde, estábamos en el medio de ninguna jodida parte.

—Esto no es ninguna parte —dijo Adam según salían andando de la casa de


campo en ruinas que la Camarilla había declarado cuartel general de la misión—Es
Indiana.

—Es un campo de maíz —le dije, agitando mis brazos—Incluso la gente que
vivía aquí tuvo el sentido común de largarse.

—La tierra es propiedad de un conglomerado empresarial agrícola —dijo


Adam—Los agricultores vendieron sus campos…

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—Estoy desahogándome —dije. —No necesito una lección de agricultura
moderna.

—Créeme, siento tu dolor. Y voy a hacer algo al respecto.

Señaló más allá de la tienda de campaña que habían establecido como base.
Había un decrépito cobertizo a unos seis metros de distancia. Miré alrededor, luego
lancé un rápido hechizo de desenfoque sobre nosotros. Cuando estuvimos detrás
del cobertizo, Adam me atrapó en un fuerte abrazo. Respondí al abrazo y esperé
por la fase dos. Al ver que no llegaba, me eché hacia atrás para mirarlo a la cara.

—Estamos abrazándonos —dije.

—¿Estás esperando por algo más?

—Um, algo más. Síp.

Él sonrió y me besó. Un choque de labios que duró unos dos segundos.

—¿Mejor?

Lo fulminé con la mirada.

420
El Club de las Excomulgadas
Se echó a reír.

—Personalmente, estoy de acuerdo contigo en la idea de distracción en su


conjunto, pero tengo la sensación de que serán unos tres minutos antes de que
alguien se dé cuenta de que nos hemos ido y nos llame por teléfono, lo que
realmente no va a ayudar con el tema de la frustración.

—Cierto.

—Así que esto es lo mejor que puedo ofrecer, por patético que resulte.

—No es patético —dije y le rodeé con mis brazos, enterré mi rostro contra su
cuello y cerré los ojos, escuchando el lento latido de su corazón, la tensión
deslizándose de mi espalda mientras él la frotaba.

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—Estaba segura de que les oí hablar —la voz de Paige llegó flotando.

Nos apartamos rápido, pero era demasiado tarde. Lucas estaba justo allí,
con Paige detrás de él.

La mirada de Lucas fue de mí a Adán. Se quedó fija en Adam.

—Estábamos... —comenzó a decir Adam.

—Puedo ver lo que estabais haciendo —la voz de Lucas era tan fría que me
estremecí, pero no era a mí a quien estaba mirando fijamente.

—Hay una conferencia telefónica —dijo Paige—Problemas con los Boyd.


Nos gustaría que Adam ayudara a explicar algunas cosas.

—Será en la tienda —dijo Lucas. Luego a Paige—Debería…

—Buena idea.

Intercambiaron una mirada y él se alejó caminando, tieso como un palo. Me


sentí como si tuviese quince años de nuevo, pillada dejando a un chico entrar en la
casa mientras ellos estaban fuera. Paige me habría dado una larga charla sobre la

421
El Club de las Excomulgadas
seguridad personal y las expectativas que podrían generarse al invitar a un chico a
entrar en una casa vacía. ¿Con Lucas? Silencio. Decepción creo, aunque también
confusión, como si realmente hubiera esperado algo mejor de mí. Más inteligencia
de mi parte.

—Mierda, lo siento —le dijo Adam a Paige cuando Lucas se fue—De verdad
que lo siento.

Paige tenía los brazos cruzados, pero no parecía enfadada.

—Eso fue una estupidez —dijo Adam—Realmente estúpido.

—No te lo discuto —dijo ella.

Di un paso adelante.

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—Era solo un abrazo.

—Oh, ese no es el problema —dijo Paige. Ella sacudió su pulgar hacia


Adam—Él sabe cuál es el problema.

Adam miró hacia mí.

—Debería haberles contado lo nuestro. Falta de responsabilidad. Una gran


falta de responsabilidad.

—Una vez más, no te lo discuto —dijo Paige.

—Yo también podría habérselo dicho —dije.

Adam negó con la cabeza.

—Debería haber venido de mí —miró a Paige. —Lo lamento. Savannah y yo


lo hablamos y estuvimos de acuerdo en que deberíais saberlo. Simplemente… con
todo lo que... no conseguimos hacerlo. Sé que no estaréis encantados con todo el
asunto…

422
El Club de las Excomulgadas
—Yo nunca he dicho eso. Él es el único que no va a estar encantado —hizo
un gesto hacia Lucas que ahora desaparecía dentro de la tienda. —Le dije que esto
iba a pasar. Él pensaba que yo estaba “leyendo mal la situación”. Pfft. Después de
ocho años, pensarías que tiene el suficiente sentido común como para confiar en mí
en ese tipo de cosas y aceptar que, a pesar de lo brillante que es él, no tiene la más
mínima capacidad de lectura emocional —sonrió ante la expresión de Adam. —
¿Qué? ¿Crees que no me lo figuré? ¿Cuánto hace que te conozco? Incluso puedo
decirte cuándo cambiaron las cosas. El año pasado. Después de que Savannah te
salvara el culo en ese caso del semi-demonio en Ohio. ¿Tengo razón?

—Um, síp.

—Así que lo sabías y no me lo dijiste —le dije a Paige.

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—Por supuesto que no te lo dije. Supuse que sucedería cuando estuvierais
preparados. Si llevaba unos cuantos años, bien; dada la diferencia de edad, no sería
necesariamente una mala cosa. Aunque esto está bien. La brecha de madurez no es
tan grande.

—Gracias —murmuró Adam.

Ella le hizo una mueca.

—No hay de qué. Todavía estás de mierda hasta el cuello con Lucas y yo no
lo voy a arreglar por ti. Este no es el momento para arreglarlo, pero empezar a
hacerlo no sería una mala idea.

—Entendido.

Se alejó trotando.

Paige puso su brazo alrededor de mi cintura mientras lo seguíamos.

—¿Feliz?

—Mucho.

423
El Club de las Excomulgadas
Ella me dio un apretón cariñoso.

—Bien.

Miré por encima del hombro.

—Lucas no está tan feliz.

—Sólo está preocupado de que salgas herida. Adam no tiene un buen


historial, ni siquiera tiene historial, de relaciones serias. Pero sé que Adam no
empezaría algo contigo si no tuviese la intención de darlo todo. No se atrevería.

—Demasiado que perder. Las amistades, su trabajo...

—Por supuesto. Pero también sabe que he desarrollado un muy buen

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repertorio de hechizos. Todos los cuales utilizaré para patearle el culo si te hace
daño.

Me reí y caminamos hacia la tienda.

*****

El complejo del SLAM era una especie de viejo refugio antiaéreo, rodeado
por todos los lados por un par de cientos de metros de terreno baldío y rocoso.
¿Más allá de eso? Campos de maíz. Miles de hectáreas de campos de maíz
propiedad, como dijo Adam, de algún conglomerado que en gran medida parecía
contento de dejarlo crecer. Y también se había dado por satisfecho, supongo, al
vender o arrendar el refugio y la parcela de tierra alrededor.

Todo esto significaba que no teníamos manera obvia de conseguir entrar.


Había un camino... que terminaba ante una valla electrificada de tres metros. La
valla tenía una puerta, pero desde que habíamos empezado a vigilar, sólo se había
abierto dos veces. Una vez, cuando una camioneta salió del garaje, otra cuando
otra llegó. Unos jóvenes con ametralladoras se habían reunido con los vehículos,
haciéndolos salir a todos para hacer una búsqueda y luego les dejaron entrar en el
garaje. Era de suponer que la entrada al refugio antiaéreo estaba debajo del garaje,

424
El Club de las Excomulgadas
pero no había manera de acercarse lo suficiente para utilizar los escáneres térmicos
y ver cuántas personas custodiaban la entrada.

Así que la infiltración estaba resultando problemática para los Cortez. El


hecho de que los Cortez insistieran en infiltrarse en lugar de atacar, estaba
resultando problemático para los Boyd. De ahí la teleconferencia a pesar de que
todo el mundo tenía cosas mejores que hacer.

Podía entender el punto de vista de los Boyd. Habíamos encontrado la zona


cero de este movimiento. El líder estaba en el interior junto con todas las personas
supuestamente capaces de propagar ese virus. No había espectadores humanos en
kilómetros. Entonces, ¿por qué diablos no estábamos asaltando el lugar, matando a
los guardias y metiendo gas letal por las tuberías del agujero? Ah, cierto, había una
mujer secuestrada. Una mujer. Un pequeño precio a pagar para contener el virus.

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Lucas podría haber jugado la carta compasiva. Esta no era sólo una mujer,
era una valiosa aliada, una amiga que se había quedado para ayudar a la causa, a
sabiendas de que estaba en peligro. Una mujer embarazada cuyo marido ahora
estaba a punto de morir.

Podría haber jugado la carta política. Esta mujer era un miembro de la


Manada de los hombres lobo. La compañera de un hermano de la Manada.
Llevaba a su hijo. La Manada había luchado en el lado de las Camarillas desde el
comienzo de la crisis y decirles que no valía la pena hacer un esfuerzo extra por esta
mujer sería... imprudente.

Pero Lucas sabía qué argumentos funcionarían. Miedo y egoísmo. ¿Esta


mujer? Es la hija de Lucifer. Lleva a su nieto, posiblemente el primero que alguna
vez haya habido. ¿De verdad querían matarla? ¿Matar a su hijo? ¿Habían olvidado
ya lo que Balaam le hizo a Thomas Nast simplemente por arrestar a su nieta? Los
demonios no reaccionan bien a las faltas de respeto.

Finalmente los Boyd acordaron que lo mejor era examinar todas las demás
vías primero. Teníamos cubierta la salida del camino por equipos de operaciones

425
El Club de las Excomulgadas
encubiertos, así que no era como si las personas atrapadas en el bunker pudieran
escapar.

Las tropas de los Nast -hombres de Sean- llegarían pronto. Un contingente


de seguridad de los St. Cloud y agentes de espionaje también estaban en camino.
Una rara muestra de apoyo entre Camarillas. Para lo que va a servir, Clay
murmuró. Silenciosamente lo secundé.

No importaba cuántos combatientes tuviésemos. Una brutal demostración


de fuerza no nos haría entrar en el complejo. Simplemente significaba que
tendríamos a cien o más hombres armados pululando alrededor, aburridos y
buscando pelea. Las camarillas rivales podrían comenzar a pelearse de un
momento a otro.

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Lucas y Paige se fueron para consultar con los chicos de operaciones.
Jeremy y Clay fueron con ellos. Adam y yo no. El grupo de elaboración de
estrategias no era lo nuestro. Además, no nos invitaron.

426
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cuarenta y Uno


Así que fuimos a quemar algo de energía. Nada de sesiones privadas.
Habíamos aprendido la lección. En su lugar recorrimos corriendo el campo de
maíz.

—Creo que podríamos hacerlo con hechizos —dije—Provocamos una


distracción y entonces, Lucas, Paige y yo, nos acercamos bajo hechizos de
desenfoque y de cobertura.

—Tendría que ser una distracción que no proclame ―estáis rodeados por
equipos SWAT‖.

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—Cierto.

Adam se quedó en silencio.

—¿Qué pasa? —dije mientras trotábamos alrededor del recodo más lejano de
nuestra pista improvisada.

—Sé que no agradecerás que te lo recuerde, pero... tus hechizos no están a la


altura, Savannah. No son lo suficientemente fiables. Lucas y Paige podrían
cubrirte, pero...

—Si tienen que cubrirme, bien podrían llevarse a alguien más útil. Como tú
o Clay.

—Oye, no, no he dicho…

—Pero es la verdad. Tú y Clay tenéis talentos únicos. Actualmente, Paige y


Lucas son los mejores lanzadores de hechizos. Yo no aportaría nada nuevo a la
mesa.

Él negó con la cabeza.

427
El Club de las Excomulgadas
—Dijiste que querías dejar que Aratron fuera quien lo manejara, pero creo
que tenemos que intentar convocarlo. Conseguir que vuelvan tus poderes.

Corrimos pasando más allá de la base. Los oficiales tácticos estaban de pie
en grupos, algunos me miraban con placer, algunos nos fulminaban con la mirada,
como si les estuviéramos poniendo en evidencia por hacer uso de nuestro tiempo de
inactividad.

Esperé hasta que estuvimos de vuelta en el campo de maíz y le dije:

—¿Es siquiera posible convocar a un eudemonio?

—He estado viendo rituales en los viejos libros —hizo una pausa—Rituales
que conllevan una semana de preparación, utilizan ingredientes de los que nunca

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he oído hablar y de hecho nunca se ha demostrado que funcionaran.

Lo fulminé con la mirada.

—Muy útil.

—No creo que lo necesitemos. Si Aratron te está vigilando, no puede estar


lejos. Propongo que intentemos una invocación básica…

—No va a funcionar —dijo una voz detrás de nosotros.

Nos detuvimos y nos giramos para encontrarnos con uno de los oficiales, un
hombre moreno de unos treinta años, abriéndose paso con cuidado a través del
campo de maíz.

—¿Escuchando a escondidas?

Él sonrió. No fue una gran sonrisa, apenas una expresión de diversión, pero
lo reconocí.

—Aratron —dije—Bueno, ha sido fácil.

—¿Sabes quién soy yo entonces? Bien. El manto de misterio tuvo su encanto

428
El Club de las Excomulgadas
al principio, pero se estaba volviendo aburrido —hizo un gesto para que lo
siguiéramos— Vamos niños. Tenemos que hablar.

Según íbamos adentrándonos más profundamente en el campo de maíz,


dije:

—Sé que tienes un plan maestro para mí y te he seguido la corriente hasta


ahora, pero necesito mis hechizos de vuelta. Tenemos que conseguir entrar en ese
complejo. Gilles de Rais va a…

—…convocar a Lucifer usando a su hija —él miró en dirección a la casa de


campo en ruinas—Jaime Vegas está aquí, ¿verdad?

—Sí, pero…

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—Nos hemos encontrado una vez.

—Síp, nos lo contó, pero…

—Fue cuando ella descubrió a esos humanos aprendiendo magia. Unos


precursores de toda esta debacle. Hope Adams estaba con ella en ese momento. Yo
había expresado interés en reunirme con Hope. Eso nunca sucedió.

—Estoy segura de que Jaime hizo lo que pudo. Ahora…

—Oh, no era una queja. No hay manera de que Jaime se ponga en contacto
conmigo, incluso si se hubiera sentido inclinada a hacerlo. Sólo se trataba de una
mera observación. Meditaba sobre cómo, al parecer, las cosas han dado un giro
completo. Desde Hope Adams y hasta Hope Adams. Interesante, ¿no os parece?

No, no me lo parecía. Sospechaba que Hope -cautiva en ese nido


subterráneo de víboras, creyendo que su marido estaba muerto y que ella y su hija
lo seguirían pronto- no encontraría tampoco interesante toda esta demora. Decidí
que Aratron me gustaba más cuando sus visitas eran breves y crípticas.

—Si somos capaces de organizar una reunión con Hope más tarde, lo

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El Club de las Excomulgadas
haremos para ti —dijo Adam—En cuanto a lo de entrar, estábamos pensando…

—Escuché lo que estabais pensando —dijo Aratron—Discutiendo en


realidad. Dije que no iba a funcionar.

—¿No puedes devolverme mis hechizos? —dije.

—Por supuesto que puedo. Y lo haré. Cuando consigas entrar en ese


complejo. Pero la magia no conseguirá meterte allí. El exterior está protegido
contra la magia. Una vez dentro, puedes lanzar hechizos. Pero no puedes usar
hechizos para entrar.

—Bien, entonces…

El sonido de alguien aplastando tallos de maíz acercándose, me interrumpió.

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Troy entró en el campo. No…no Troy. Ni siquiera tuve que ver esos ojos verdes
resplandecientes para saberlo.

Negué con la cabeza.

—Ya sabes Asmondai, que Benicio va a empezar ponerse a cabrearse un


poquito si sigues poseyendo a su guardaespaldas así.

Me ignoró dirigiéndose a Aratron.

—Tú has interferido con demasiada frecuencia, espíritu. ¿Creías que no


descubriría tu intromisión? ¿Quitándole a la chica sus poderes para que no pueda
proteger a mi hijo?

—Um, no estoy exactamente indefenso —dijo Adam.

—Has cruzado una línea que no deberías haber cruzado —le dijo Asmondai
a Aratron.

Aratron sólo levantó las cejas.

—¿Es una amenaza, demonio? Por favor, dime cómo planeas llevarla a

430
El Club de las Excomulgadas
cabo. Tu clase no tiene dominio sobre la mía. De hecho, si no recuerdo mal, es al
revés. No es que hayamos invocado ese poder en milenios, así que no estés tan
resentido, pero un recordatorio podría ser necesario.

—No me amenaces, espíritu.

—Entonces ahórrate la bravuconería. Le sale mejor a Balaam —se volvió


hacia nosotros—Hay otra forma de entrar en ese agujero. Gilles de Rais está
esperando a alguien. Un nigromante cuya ayuda podría suponer la diferencia entre
el éxito y el fracaso. Gordon Scott. ¿Habéis oído hablar de él?

—Oh, síp —dije—¿Un saco de mierda de primera clase que se cree que es el
amo de los zombies? El Consejo se ha peleado con él un par de veces. Parece
pensar que las leyes contra la esclavitud no se aplican a los muertos. ¿Así que está

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


metido en esto? ¿Por qué no me sorprende?

Si hubiéramos tenido tiempo para recopilar listas de sobrenaturales que


pudieran estar involucrados, Scott habría estado en ellas. No sólo era un
oportunista, sino que se rumoreaba que había estado aliado con el grupo que nos
tomó cautivas a mi madre y a mí hace muchos años. Usar un complejo subterráneo
probablemente fue idea suya, basada en aquella experiencia.

—Ha sido la mejor esperanza de Rais para convocar a Lucifer—dijo


Aratron—Él es quien los puso tras Walter Alston.

—Este espíritu está engañándoos —dijo Asmondai—Scott se separó de Rais


hace dos días.

—Sí —dijo Aratron—Y esa es la razón por la que de Rais espera. Ha enviado
un mensaje diciéndole a Scott que ahora tiene a la hija de Lucifer, que es la ruta que
el propio nigromante propuso después de su fracaso con Walter Alston. De Rais
espera que Scott regrese.

—Ajá —dije—Así que si podemos encontrar a Scott y conseguimos que nos


meta en el coche con él...

431
El Club de las Excomulgadas
— Imposible, me temo. Él es, en este momento, uno de esos caparazones
vacíos que una vez explotó.

—¿Está muerto? Bueno, no puede llevar muerto mucho tiempo, así que si
sabes dónde está su cuerpo, haremos que Jaime le dé un poco de su propia
medicina. Le resucitaremos…

—Él no está simplemente muerto. Está absolutamente muerto.

—¿Absolutamente muerto?

—Desollado.

—Oh. ¿Qué hizo? ¿Cabreó a un señor demoníaco?

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—No, fue un grupo de vulgares subordinados demoníacos. Él creyó que
podría ser capaz de ponerse en contacto por sí mismo con Lucifer si convocaba a
bastantes de sus soldados de infantería. Estaba equivocado.

—Bueno, no podemos trabajar con desollados. Él necesitaría piel —miré a


Adam, quien confirmó eso con un asentimiento. Asmondai recurrió a Adam

—¿De verdad, estás escuchando a este espíritu, hijo mío? Eres más listo que
eso. Has estudiado las historias de su especie. ¿Alguna vez han ayudado a los
mortales?

—Son conocidos por ayudar a restaurar el equilibrio —dijo Adam.

—Cuéntale a la nieta de Balaam lo de la última vez que lo hicieron. Y cómo


lo lograron.

Adam me miró.

—Se dice que los Eudemonios han sido responsables de varias plagas.

—Las cuales resolvieron graves problemas de hacinamiento urbano —dijo


Aratron—Y condujeron a muchos avances científicos en materia de higiene,

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El Club de las Excomulgadas
medicamentos y control de enfermedades que os ha permitido vivir una vida tan
larga y saludable hoy en día.

—Los miles de personas que agonizaron podrían haber preferido que


encontrarais una manera más amable y gentil de hacerlo, chicos —dije.

—Amabilidad y gentileza no inspiran temor. El miedo inspira la innovación.

Me volví hacia Asmondai.

—No tengo ningún problema con lo de las plagas.

Me lanzó una mirada agria.

—Los tendrás si es lo que él está planeando ahora. Este virus que estáis

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tratando de suprimir con tanto esfuerzo, podría ser otro método para restablecer el
equilibrio, según él lo entiende.

—Entonces no estaría tratando de detener a de Rais —dije—Esta vez, él está


en nuestro equipo.

—Te está perjudicando al quitarte tus hechizos. No está de tu lado, niña.

—No —dijo Adam—Eres tú el que no está de nuestro lado. Tú quieres que


esto se detenga: el virus, la revelación, todo. No para nuestro beneficio, sino porque
piensas que sería el final de los sobrenaturales y a ti te gusta un poquito
mantenernos alrededor. Podemos ser útiles. De Rais cree que Lucifer lo ayudará; tú
crees que Lucifer destruirá a de Rais. Así que estás aquí para asegurarte de que no
interfiramos. ¿En cuanto a Hope? Ella es intrascendente.

Aratron se rió.

—Tú hijo realmente ha heredado tu astucia, Asmondai. Debes estar muy


contento.

El demonio frunció el ceño.

433
El Club de las Excomulgadas
Me volví hacia Aratron.

—¿Y un hechizo de glamour para hacer que alguien parezca igual a Scott…?
Espera. La guarda se lo cargaría, ¿no?

—Lo haría. Pero vas por el camino correcto, niña. Gordon Scott puede
conseguir pasar esas puertas. No puedes utilizar al propio Scott, pero puedes hacer
que alguien aparente ser él. ¿Cómo puede hacerse sin un hechizo de glamour?

—No se puede —dijo Asmondai—Estás haciéndoles perder el tiempo,


espíritu. Quizás tú tampoco tienes ninguna prisa para detener la invocación de
Lucifer.

Aratron mantuvo su mirada fija en mí.

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—Sabes que hay otra manera. Una herramienta especial escondida
profundamente en las celdas de seguridad de los Cortez.

—Jasper Haig.

—Quien ama a la hija de Lucifer. Quien con mucho gusto lo haría para
salvarla.

Asmondai resopló.

—¿Liberar a un hombre como ese? ¿En medio de todo esto? Creo que quizá
tengas un gusto por el caos después de todo, espíritu.

—Asmondai tiene cierta razón —dijo Adam lentamente—Jaz no es una


herramienta que podamos controlar fácilmente. ¿Qué incentivo le vamos a ofrecer?
¿Él quizás afirme amar a Hope, pero de un modo que la aterroriza? Eso no es amor.
Podríamos ofrecer dejarlo en libertad si lo hace, pero él sabrá que es una mentira.
Es demasiado peligroso. Él nunca va a salir de allí.

—Y es por eso que lo hará —dije—Para salvar a Hope, tenemos que dejarlo
salir temporalmente. Será la primera oportunidad real que ha tenido de escapar. Él

434
El Club de las Excomulgadas
la aceptará. Es lo suficientemente arrogante como para pensar que puede escaparse.
Sin embargo, lo primero querrá a Hope. Ya la ame de verdad o no, la desea. No
tratará de escapar hasta que la haya liberado para poder llevársela con él. En otras
palabras, él no intentará escapar hasta que haya hecho lo que nosotros queremos
que haga.

Adam asintió.

—Podría funcionar.

Aratron se volvió hacia Asmondai.

—Tú hijo es astuto; la hija de Balaam es ingeniosa. ¿Ves lo bien que podrían
funcionar juntos los dos?

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Asmondai gruñó y se alejó adentrándose en el campo de maíz.

Aratron esperó a que se fuera y dijo:

—Ese, niños, es su modo de estar de acuerdo a regañadientes con que


nuestro plan podría funcionar. Ahora iros. Poned las ruedas en movimiento, como
se suele decir. Antes de que de Rais se canse de esperar por su nigromante.

435
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cuarenta y Dos


Tanto Benicio como Lucas sospechaban que Jasper Haig querría más que un
pase por un día a cambio de salvar al mundo sobrenatural. Pero resultó que yo
tenía razón. Él no pidió nada. Si Hope estaba en peligro, entonces por todos los
santos que iba a salvarla. O algo por el estilo.

Así que Jaz estaba en camino. Bajo siete llaves. Con cerraduras fuertes y
llaves bien guardadas.

Lucas acababa de terminar la teleconferencia con este acuerdo. Estábamos


en la tienda -él, yo, Adam, Clay y Paige- cuando Jaime llegó corriendo con Jeremy
detrás de ella.

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—Eve ha encontrado una brecha en la guarda contra espíritus —dijo—Es
una pequeña, pero puede conseguir atravesarla con Kristof. Tendremos ojos en el
interior en unos minutos.

—Al fin —dijo Paige y todo el mundo dio un suspiro de alivio.

*****

El alivio no duró mucho. El primer informe fue sin duda positivo: Hope
estaba viva. La mantenían bajo el cuidado de un médico. Los miembros del grupo
estaban apiñados a su alrededor. No había ninguna señal de que la invocación fuera
inminente.

Pero teníamos que esperar horas hasta que llegase Jaz y aunque era bueno
tener una visión interna, también era angustioso. Cada vez que mi madre o padre
volvían para informar de que algo estaba pasando, estábamos seguros que Giles se
disponía a convocar a Lucifer. Entonces resultaba que solo era la hora del almuerzo
y refunfuñábamos, nos paseábamos y nos volvíamos a acomodar para observar y
esperar.

436
El Club de las Excomulgadas
Lucas estaba fuera con Paige, tramando y gestionando incesantemente. Si
llegaba la noticia de que la invocación estaba empezando antes de que Jaz llegara,
él necesitaba un plan de emergencia. Estoy segura de que tenía varios. Nadie
preguntó cuáles eran. En realidad, nadie quería saberlo. Seguramente no
finalizaban con la supervivencia de Hope.

Finalmente recibimos la noticia de que el avión se disponía a aterrizar en el


aeropuerto. Adam, Clay y yo salimos pitando hacia la pista de aterrizaje y llegamos
justo cuando el avión aterrizaba. Permanecimos en el aeródromo esperando a que
la puerta se abriera.

—¿Recuerdas esa escena de El silencio de los Corderos? —dijo Adam—¿Cuándo


sacan a Hannibal Lecter del avión con camisa de fuerza y máscara? Se siente un
poco así.

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—Excepto que Lecter tenía que matar a los guardias y usar sus caras para
hacerse pasar por ellos. Con Jaz, no tenemos que preocuparnos por la parte de la
cara desollada.

—No es más que un psicópata con un poder especial —dijo Clay—Lo que
significa que tienes que mantener un ojo sobre él. No significa que sea más difícil de
matar que cualquier otra persona.

—¿Es eso lo que vas a hacer cuando todo termine? —dije—¿Matarlo antes de
que regrese a la sede?

—Sólo si trata de escapar. No crees que vaya a hacerlo, ¿verdad?

Sonreí.

—Por supuesto que no lo hará.

La puerta del avión se abrió. Dos guardias salieron primero y avanzaron con
cara impasible por la rampa y ocuparon sus posiciones flanqueándola. Apareció
Jaz.

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El Club de las Excomulgadas
Veinte y nueve años de edad. Rizos negros. Ojos verdes con largas pestañas.
Formando parte del elenco de una película, Jasper Haig no sería el asesino. Sería el
chico simpático y macizo, el encantador amigo del que la heroína finalmente se
percataría una vez que superara su enamoramiento del chico idiota y macizo. La
que, probablemente, es la película que corría por la cabeza de Jaz cada vez que
pensaba en Hope.

No llevaba puesta una camisa de fuerza. Ni máscara. Ni siquiera iba


arrastrando los pies con cadenas traqueteando a su estela. Me llevó un segundo
darme cuenta de los finos cables que recorrían el camino entre sus pies y sus manos.
Tecnología moderna. Totalmente carentes de dramatismo.

Sin embargo, había un bonito detalle que quedaría bien


cinematográficamente. El hombre lobo junto a su hombro, empujándole para que

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avanzara.

—Mierda —dijo Clay, buscando a tientas su teléfono móvil y


comprobándolo en busca de un mensaje perdido—Algo le debe haber ocurrido a
Karl.

Antes de que pudiéramos responder, fue con paso rápido al encuentro de


Elena. Nosotros trotamos tras él.

—¿Está Karl…? —comencé.

—Karl está bien —por su tono, casi sonaba como si ella deseara lo contrario.

—¿Bien? —dije—Pero él estaba a punto de morir esta mañana.

—Oh, todavía lo está. Pero, al parecer, eso no importa.

Antes de que pudiera preguntar a qué se refería, ella saludó a Clay con un
rápido apretón de manos y una sonrisa cansada. Él murmuró algo que no entendí y
ella asintió con la cabeza.

—Todo un comité de bienvenida —dijo Jaz. Su sonrisa se tropezó con

438
El Club de las Excomulgadas
Clay—Clayton Danvers. Esto es todo un honor.

—¿Quieres que te quite de las manos esta basura, querida? —dijo Clay.

—Por favor.

Clay tomó a Jaz por el hombro.

—Bien —dijo Jaz mientras Clay se lo llevaba —¿Tu compañera? Una mujer
encantadora, estoy seguro, pero no es muy habladora. Espero que tú seas el
parlanchín, porque tengo un montón de pregunt… Ay.

Sacudí la cabeza y me acerqué a Elena.

—No sabíamos que ibas a venir —dije.

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—Yo tampoco. Normalmente querría estar exactamente aquí. Pero en este
momento, debería estar sentada junto a la cama de Karl.

—¿Benicio te hizo venir?

Ella soltó un bufido.

—Benicio no me hace hacer nada. Por desgracia, no puedo decir lo mismo


de cierto bastardo confabulador que resulta ser un miembro de mi Manada. No
estoy junto a la cama de Karl porque Karl no está en su cama.

Se volvió hacia la puerta del avión. Como si fuera una señal, Karl apareció
apoyándose en un bastón. Un joven se cernía ansiosamente detrás de él con una
silla de ruedas.

—¡Siéntate en la jodida silla! —dijo Elena—Jasper ya sabe que no te


encuentras en condiciones para luchar contra él, así que ir de machote sólo va a
servir para que que no vivas el tiempo suficiente de conocer a tu hija.

Me esperaba que él ladrara algo en respuesta. O por lo menos un ceño y que


la ignorara. Pero él se sentó en la silla y dejó que el enfermero lo llevara por la

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El Club de las Excomulgadas
rampa.

—Demasiado débil para discutir, ya veo —dije.

—Oh, discute muy bien. Sólo me está siguiendo la corriente porque ya se


salió con la suya.

—Alguien le contó lo de Jaz, supongo.

—La jodida enfermera. Podría haberle estrujado el cuello. O a él. Bastardo


manipulador. Él sabía que algo estaba pasando. Cuando salí para hablar con
Benicio, Karl la cameló para que le dijera lo que estaba pasando. ¿A mi vuelta?
Estaba fuera de la cama y vistiéndose. Traté de conseguir que lo sedaran, pero le
habían puesto ya demasiados medicamentos como para arriesgarse a recibir otra

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dosis. Les preocupaba una reacción adversa. Así que estaba jodida.

Clayton volvió a reunirse con nosotros, con Jaz ahora asegurado en la


furgoneta.

—Yo habría hecho lo mismo si te hubieran raptado.

Ella masculló algo poco halagüeño en voz baja.

—¿Estás diciendo que te habrías quedado en la cama si fuera yo?

Ella suspiró y descruzó sus brazos.

—No es que no lo entienda. Es que no pude detenerlo. Está poniendo en


peligro su vida al venir aquí. Como Alfa electo es mi deber protegerlo. Como un
lobo de la Manada, él debería haberme obedecido. Cuando me secuestraron y me
llevaron a ese complejo, Jeremy hizo que te quedarás atrás. Él fue capaz de hacerte
quedar atrás.

—Diferentes circunstancias. Me quedé mientras planeábamos. Una vez que


lanzamos el ataque, Jeremy no habría intentado mantenerme atrás. Tú lo intentaste
con Karl porque podría matarse a sí mismo. Podrías haberte esforzado más,

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El Club de las Excomulgadas
apuesto, pero sabías que el estrés de estar atrapado en esa cama podría haberlo
matado con la misma facilidad.

Ella suspiró de nuevo. Él le pasó el brazo alrededor de su cintura y la


condujo hacia el coche. Fueron murmurando entre sí, demasiado bajo para que
Adam y yo escucháramos; nosotros nos retrasamos, para no escucharles sin querer.

Cuando alcanzaron a Karl en su silla de ruedas, nosotros aceleramos el paso


para unirnos a ellos.

—Te lo agradezco, Elena —dijo Karl, su voz tranquila —Sé que no es lo que
querías, pero te agradezco…

—Cállate, Karl. Estás aquí porque no me dejaste otra opción. ¿Recuerdas

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todos esos años de indecisión? ¿Tratando de decidir si querías estar en la Manada?
Tú realmente nunca te lo has quitado de la cabeza, ¿verdad? Bueno, voy a
ponértelo fácil. Si sobrevives a esto, estás fuera.

Karl no respondió. Simplemente miró desde la furgoneta hacia el


todoterreno.

—¿Dónde me quieres? —le preguntó a Elena—Y sí, ahora mismo creo que sé
la respuesta en general, pero más específicamente...

—En la parte delantera de la furgoneta. Donde tú no hablarás con Jasper.


Esa fue la condición con la que estuviste de acuerdo. No lo olvides. Tú estás aquí
para estar con Hope cuando consigamos sacarla. No interferirás con la misión. No
tendrás ningún contacto con Jasper Haig. Estuviste de acuerdo con todo.

—Lo hice.

Elena señaló hacia la furgoneta y el enfermero se lo llevó rodando.

—Bastardo —Elena murmuró mientras subíamos al todoterreno.

—Castígalo después —dijo Clay—O dale de verdad la patada. Tú eliges. Por

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El Club de las Excomulgadas
ahora, él está en deuda contigo. Utiliza eso para mantenerlo a raya.

—Es lo que planeo hacer. Ahora infórmame. Exactamente, ¿cómo vamos a


conseguir entrar?

*****

Elena no estaba dentro. Un número muy limitado de personas podrían pasar


a escondidas con Jaz. Yo estaba dentro; conocía a los jugadores y había estado en
este complejo antes. Como apoyo necesitaba a un no-lanzador de hechizos, en caso
de que las guardas se extendieran más allá de lo que pensábamos. Lucas se debatió
entre enviar a Clay o a Elena conmigo y luego decidió que, por útil que fuera la
fuerza bruta, la capacidad de desintegrar una puerta podía ser más práctica dentro.
También así tendría la posibilidad de forzar una cerradura y desactivar una alarma.

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Por lo que Adam sería mi copiloto.

Lucas nos llevó a un lado después de haberlo decidido.

—¿Seguirá funcionando? —dijo —Con el cambio en vuestra relación, no


estoy del todo cómodo poniéndoos juntos en esto.

—Correcto —dije—Dado que a las parejas no deberían confiarles las


misiones peligrosas. Deberías decirle eso a Elena y a Clay. O a ti mismo y a Paige.

—No es una cuestión de confianza, Savannah. Será diferente ahora. Lo sé


debido a mis primeros días de trabajo con Paige.

—Si estás preguntando si vamos a escabullirnos en mitad de la misión para


darnos el lote, la respuesta es no.

—No creo que se refiera a eso —dijo Adam—Ser pareja fuera del trabajo
podría afectar a nuestras prioridades —él miró a Lucas. —No me levanté ayer y me
di cuenta de que tengo sentimientos por Savannah. Incluso antes eran de este tipo
mis sentimientos y me preocupaba por ella. Eso no ha cambiado. Tu situación era
diferente. Sin ofender a Paige, pero cuando vosotros dos empezasteis a trabajar

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El Club de las Excomulgadas
juntos, ella necesitaba a alguien que cuidara su espalda. Savannah puede cuidar de
sí misma.

Lucas hizo una pausa, luego asintió.

—Todo correcto entonces. Adam, ve y prepárate. Savannah, ¿puedes esperar


un momento?

Él esperó hasta que Adam estuvo fuera del alcance del oído, luego dijo:

—Estás enfadada conmigo porque no estoy contento con este nuevo


acontecimiento.

—Um, síp. Nadie más parece tener problemas con esto.

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—Porque, al parecer, todos ellos vieron venir este cambio en tu relación. Yo
creí que Paige se equivocaba. Tal vez esperaba que se equivocara. Paige puede
hacer bromas acerca de los niveles de madurez, pero sigue habiendo una
importante diferencia de edad. Él es un año más joven que yo, Savannah. No me
siento cómodo con eso. No para tu edad.

—¿Y cuándo estarías cómodo? ¿En un año? ¿Dos?

Él consideró la pregunta.

—Diez. Estaría más cómodo si tuvieras treinta y uno. Tal vez treinta.

Lo fulminé con la mirada.

—Tú pediste mi opinión.

—Estás preocupado por mí —dije—Lo entiendo. No creo que seas el único


preocupado por la diferencia de edad. Sé que Adam no tenía intención todavía de
dejarme saber cómo se sentía. Creyó que había muerto en esa explosión y me besó
cuando descubrió que todavía estaba viva. El gato se le escapó de la bolsa. No
podía volver a ameterlo y decirme que esperara unos años. — Busqué la mirada de

443
El Club de las Excomulgadas
Lucas. —Tal vez soy demasiado joven. Tal vez no vaya a funcionar. Pero no es un
desconocido tipo maduro que conocí en un bar. He conocido a Adam la mitad de
mi vida. Hemos sido amigos, muy buenos amigos, durante años. Creo que eso
cuenta para algo. Pero por muy joven que pienses que soy, Lucas, soy lo
suficientemente mayor como para cometer mis propios errores.

—Lo sé —me condujo hacia la tienda. —Supongo que me acostumbraré a la


idea. Pero si te hace daño...

—Lo demandarás por daños y perjuicios.

Sonrió.

—Lo haré.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cuarenta y Tres


El plan era bastante simple. Entrar con Jaz, que se haría pasar por Gordon
Scott; luego trabajar hacia atrás, eliminando la seguridad desde el interior hacia
afuera para despejar el camino para que el resto del equipo entrara sin alertar a
Giles.

Jaz tenía el trabajo que requería más preparación. Tenía que convertirse en
Scott. No era sólo una cuestión de ajustar su fisonomía para parecerse al tipo. Tenía
que vestirse como él, actuar como él, convertirse en él. Cuando me di cuenta de lo
que le estábamos pidiendo que hiciera, la magnitud de la tarea me alcanzó. Él
podía hacerlo en unos días, tal vez. Pero habíamos programado infiltrarnos en
menos de una hora. En el interior de Rais se estaba poniendo nervioso. No iba a

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esperar mucho más.

Resultó que la tarea no era tan enorme como parecía. No para un tipo que
había aprendido a saltar dentro y fuera de las identidades en la forma en que Jaz lo
hacía. Incluso antes de que el avión saliera de Miami, le había dicho a Benicio que
necesitaba cada pedacito de información que tuvieran de Scott. No sólo datos y
fotografías, también videos. Sobre todo necesitaba videos.

Afortunadamente, Scott era un alborotador constante. Nuestra agencia tenía


un archivo sobre él. El Consejo tenía un archivo. Los Cortez, los Boyd y los Nast,
todos ellos tenían archivos. Los Nast, a través de Sean, suministraron el video.
Habían pagado por información a Scott dos veces y grabaron ambas entrevistas. Jaz
había estudiado esas cintas y los archivos durante el vuelo.

Cuando Jaz salió de la tienda, quise darme patadas a mí misma, duramente,


por no haber revisado esas fotos. Yo había conocido a Scott. Hace tres días. Él
había sido uno de los miembros del SLAM que se reunían con Giles cuando mamá
y yo nos infiltramos en el grupo. Ahora Jaz era Gordon Scott, tal y como lo
recordaba de nuestro breve encuentro. Él había dominado su caminar, la voz y los
gestos. Antes, estaba de acuerdo con Clay con que el mundo estaba mejor sin

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El Club de las Excomulgadas
Jasper Haig. Ahora, viendo la transformación, pude imaginar lo que debía sentir
Benicio…era un poder increíble y muy valioso. Pero no significaba que no mataría
al bastardo si interfería en la forma de rescatar a Hope o de parar a de Rais.

Habían sido tomadas precauciones para asegurarse de que Jaz no se saldría


de lo planeado. De Rais ya había dejado claro que le encantaría tener a Jaz como
un aliado. Entonces, ¿qué evitaría que Jaz entrara en ese complejo, se revelara a sí
mismo y dijera?, "Aquí estoy. Protégeme de las camarillas, dame a Hope y soy todo tuyo".

Un pequeño dispositivo pegado a su costado, eso es lo que lo detendría. Era


una bomba de insulina modificada, pensado para diabéticos. Incluso contenía
insulina. Si Jaz era registrado, parecería auténtica; Scott no era el tipo de persona
que hubiera ido por ahí diciéndole a la gente que era diabético. Sin embargo, esta
bomba era controlada mediante un mando a distancia, el cual podría verter la

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


insulina en Jaz, poniéndolo en estado de coma.

Era una idea perversamente inteligente y diabólica. Naturalmente supuse


que era de Benicio. Resultó que procedía de Lucas. Prueba de que a pesar de lo
moralmente correcto que pudiera ser, Lucas tiene sangre Cortez corriendo por sus
venas.

Cuando todo estuvo listo, nos metimos en un viejo Mercedes que el equipo
había comprado en el puestos más cercano de coches de segunda mano. Jaz
conducía. Adam y yo nos metimos apretujados en el maletero.

En cualquier otro momento, estoy segura de que estar acurrucados juntos en


un maletero habría sido deliciosamente tentador. Pero los dos estábamos
demasiado estresados incluso para hacer bromas por ello. Pasamos el corto viaje
comprobando nuestros equipos de comunicación, que nos conectaban a uno con el
otro, a Jaz y de vuelta a Lucas.

Era sólo un kilómetro y medio hasta las puertas del complejo, pero pareció
durar una hora, dando tumbos a lo largo del camino de tierra. Finalmente, a través
del micrófono escuchamos a Jaz bajando su ventanilla.

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El Club de las Excomulgadas
—Hola muchachos —dijo—Apuesto a que no creyeron que volverían a ver
mi atractivo rostro, ¿verdad?

—Señor Scott —la voz de un hombre joven respondió—No sabíamos que iba
a venir.

—Nadie lo sabe y confío en que mantendrán mi pequeño secreto unos


minutos más. Quiero ver la cara del viejo cuando me presente.

—Sí, señor. Por supuesto, señor. Va a ponerse muy contento.

—Estoy seguro de que lo estará —dijo Jaz con la voz petulante de Scott—
Ahora, si abrís el garaje y me dejáis aparcar esta belleza...

Lo hicieron. A través de la ventanilla abierta, escuchamos a los guardias de

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


fuera llamar por radio a los de dentro para decir que Gordon Scott había llegado y
que era una sorpresa para Giles. Luego Jaz condujo el Mercedes al interior.

—Hola, muchachos —dijo Jaz cuando estuvimos dentro.

—Buenos días señor. Puede aparcar allí, al lado de la furgoneta.

Sabíamos de la vigilancia de mis padres que una furgoneta estaba aparcada


en el garaje, con un espacio abierto hacia el otro lado. El plan era que Jaz aparcara
el Mercedes en ese espacio marcha atrás, para que pudiéramos salir rápidamente y
ocultos por tras la furgoneta.

—Bien, chicos —dijo Jaz—Esperaba poder dejarlo justo aquí, donde


vosotros dos podéis mantener un ojo en ella.

Me tensé. Adam puso una mano sobre mi boca antes de que pudiera decir
algo.

—Um, no estoy seguro, señor... —dijo uno de los guardias.

—Oh, sólo te tomaba el pelo, muchacho. Voy a aparcar allí, junto a la

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El Club de las Excomulgadas
furgoneta.

Esperamos mientras daba marcha atrás. Luego abrí una rendija del maletero
y confirmé que él había aparcado en el lugar correcto.

—Bastardo —susurré.

—Acostúmbrate —dijo Adam—Va a divertirse un rato con nosotros.

Como si fuera una señal, escuchamos a Jaz llamar a los guardias.

—Muchachos, ¿podríais sacar mi maleta del maletero?—esperó un momento


y dijo —Oh, no, esperad. Está aquí, en el asiento de atrás.

—Ahora que nos ha hecho entrar podemos matarlo, ¿no? —susurré.

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—Ojalá. Sólo recuerda que está conectado a una máquina mortal. Si
nosotros caemos, él cae.

Lo cual sería mucho más tranquilizador si se tratara de un hombre cuerdo.


El saber que Hope estaba finalmente a su alcance podría ser la única cosa que
evitase que Jaz decidiera suicidarse con la Camarilla y nos llevara con él por simple
diversión.

Me asomé fuera del maletero. Jaz estaba allí parado, mirándome. Le hice
señas para que mirara alrededor y dijera si estaba despejado. Él fingió no entender.

Consideré un hechizo de detección. Después de todo, se suponía que tenía


mis poderes completamente de regreso. Sin embargo, me detuve antes de lanzar y
cuando lo hice, capté el murmullo de las voces de los guardias a distancia. Le hice
señas a Adam para que saliera.

Lancé un hechizo de cobertura sobre Adam primero, para estar segura de


que funcionaba. Aratron dijo que la guarda anti-magia sólo había sido lanzada
alrededor del perímetro y las pruebas de mamá lo corroboraban, pero necesitaba
estar segura. Cuando Adam desapareció, eché un hechizo de cobertura sobre mí

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El Club de las Excomulgadas
misma.

Entonces Jaz les llamó.

—La verdad es que necesito ayuda con algo en el maletero. ¿Puede uno de
vosotros echarme una mano?

Cuando el guardia vino, Jaz siguiendo al guión lo llevó hacia el maletero.

—¿Puedes coger eso por mí?

—¿Coger qué?

El guardia se inclinó dentro del maletero, entrecerrando los ojos para ver
bajo la tenue luz. Lancé un hechizo de atadura. Estaba tan acostumbrada a que

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


fallaran que ya había empezado un segundo hechizo antes de darme cuenta que el
primero había funcionado. Adam inyectó al guardia un sedante, mientras yo
mantenía el hechizo. Luego lo metimos en el maletero. El hombre pesaba más de
noventa kilos, la mayor parte grasa. Aquí era donde la fuerza de un hombre lobo
nos habría venido muy bien. Jaz estaba bastante claro que no iba a ayudar.
Mientras cargábamos al guardia dentro del maletero, su bota golpeó ruidosamente
un lateral.

—¿Necesitan ayuda? —gritó el segundo guardia.

Jaz podría haber dicho, no, estamos bien. Pero solo se quedó allí. Ataqué al
segundo guardia con un hechizo de atadura cuando llegó rodeando el coche.
También lo sedamos. Luego desnudamos a ambos de sus uniformes, los atamos,
amordazamos y los dejamos en el maletero, fuera de combate.

Adam se acercó a Jaz. Era unas centímetros más alto y unos quince kilos
más pesado, pero Jaz no se inmutó, se quedó allí, sonriendo.

—¿Crees que es divertido meterse con nosotros? —dijo Adam.

—La verdad es que sí.

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El Club de las Excomulgadas
—¿Sabes cuál es mi poder?

—¿Me importa?

Adam le quitó a Jaz las llaves del coche. Las apretó en su mano. Cuando la
abrió, un polvo metálico se derramó en el suelo.

—También funciona en personas —dijo él—Es especialmente útil en las


partes del cuerpo. Amputa, cauteriza y destruye la evidencia de un solo tiro. Si nos
jodes de nuevo, Jasper, voy a empezar con tus dedos —hizo una pausa—O tal vez
con una pequeña parte del cuerpo que no vas a necesitar a corto plazo.

Hice el numerito de apagar mi micrófono y le indiqué a Adam que hiciera


lo mismo. Luego bajé la voz.

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—Mira. No estamos aquí para pelear contigo, Jaz. Si haces esto y te largas,
no es asunto mío. Estoy aquí porque necesito una cura para mi hermano. Tú tenías
un hermano, ¿verdad?

Por primera vez desde que había bajado del avión, una genuina emoción
cruzó por su rostro. Aflicción, rabia y dolor, rápidamente contendido.

—Karl lo mató, lo sé —dije—Créeme, no siento amor por ese idiota. Pero


amo a mi hermano. Es todo lo que me importa.

Jaz miró a Adam.

Adam puso su brazo alrededor de mi cintura.

—Yo quiero lo que ella quiera.

—Así que déjate de juegos, ¿vale? —Dije—Esa bomba en tu costado significa


que estás obligado a seguir el guion. Deberías ver que es lo mejor que puedes sacar
de esto. No eches a perder tu oportunidad de conseguir salir de aquí con Hope.

Él debería haber sido lo suficientemente inteligente como para saber que

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El Club de las Excomulgadas
todo lo de Hope era una mentira. Pero ella era su punto ciego. O tal vez sólo le
resultaba fácil creer que nosotros permitiríamos que se llevara contra su voluntad a
una persona, si eso nos beneficiaba. Él lo haría sin dudar.

Adam y yo nos pusimos los uniformes de los guardias. Eran excedentes del
ejército, con nombres en las etiquetas. Entonces lancé hechizos de glamour sobre
nosotros.

—No creo que haya funcionado —dijo Jaz cuando nosotros terminamos—
Todavía tienen el mismo aspecto.

—Porque tú esperas vernos a nosotros —dije—Los otros esperarán ver a los


guardias.

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Puso los ojos en blanco, sonriendo burlonamente ante tales poderes de
camuflaje de baja calidad. Lo empujé hacia la puerta del bunker.

A pesar de lo que le había dicho a Jaz, no estaba completamente convencida


de que el hechizo de glamour hubiese funcionado. La prueba no se hizo esperar.
Las escaleras conducían hacia abajo a una entrada custodiada por otros dos
jóvenes. Jaz tiró de la rutina alegre y condescendiente de Scott. Ellos apenas
miraron hacia nosotros, pero miraron, lo que probaba que pasábamos.

Esperábamos que dijeran algo acerca de que dejáramos nuestros puestos.


Pero Clay había dicho que estos no eran más que muchacho. Más parecidos a
monitores de pasillo que a guardias entrenados. Estaba en lo cierto. Nos dejaron
pasar sin comentarios.

Sin embargo, sí nos topamos con un obstáculo de otro tipo: la ―vigilante dell
pasillo‖ justo tras la puerta custodiada.

—Voy a tener que llamar a Giles —dijo ella—Nadie tiene permitido pasar
sin tarjeta —frunció el ceño hacia nosotros—Chicos, conocen las reglas.

—Es una sorpresa, preciosa— dijo Jaz. Le dedicó la lánguida y sexy sonrisa

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El Club de las Excomulgadas
de Jaz, que estoy segura que habría funcionado mucho mejor si no se pareciera a
Gordon Scott, a finales de los cincuenta, con barriga y papada.

También Adam probó su encanto, pero su ―tipo‖ tenía diecinueve años, era
regordete y con acné. Mí ―tipo‖ era mucho más mono, por lo que intenté una
sonrisa sexy, pero probablemente pareció como si tuviera una indigestión.

Maldición. Habíamos estado tan cerca. Ahora tendríamos que salir los tres
antes de que alguien pidiera ayuda.

Eché una mirada a Adam. Él asintió con la cabeza. Podríamos hacerlo. Me


indicó con un gesto que me centrara en la chica mientras él se ocupaba de los
guardias detrás suyo. Empecé a susurrar uno de atadura…

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—Hola, Nina —alguien dijo mientras la puerta detrás de la chica se abría —
¿Sabes tú…?

Entraron dos chicos y una joven mujer detrás de ellos. Se detuvieron cuando
vieron a Scott.

—Señor Scott —dijo uno de los chicos—Caramba, Giles va a estar


encantado al verlo. ¿Sabe que usted viene?

—No, se supone que debe ser una sorpresa —dijo Jaz—Pero esta joven dama
parece decidida a estropearla.

—Acabo de pasar al lado de Giles allí atrás —se volvió hacia la vigilante del
pasillo—¿Quieres qué yo los lleve?

—Yo… —ella suspiró y se ajustó la chapa con su nombre—Supongo que sí.

No había forma de que pudiéramos desarmar a seis personas antes de que


alguien diera la alarma. Así que pasamos al plan B. Al menos estábamos dentro.

Cuando empezamos a seguir a los recién llegados, uno de ellos se giró hacia
Adam y hacia mí.

452
El Club de las Excomulgadas
—Podemos ocuparnos nosotros desde aquí, chicos —dijo.

Jaz vaciló, luego suspiró en voz baja, como si le estuviéramos echando a


perder la diversión.

—En realidad, chicos, como que me gusta tener guardaespaldas. Tengo un


montón de enemigos, ya saben. Algunas personas podrían no estar muy felices de
verme de nuevo.

Ellos se encogieron de hombros en un “como quiera”. Dimos un paso y una


alarma sonó. La vigilante del pasillo se puso de un salto frente a nosotros.

—Conocéis las reglas —dijo ella—Nada de armas dentro.

Entregamos nuestras armas. Luego entramos.

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*****

El olor me dijo que era sin duda el mismo complejo en el que me habían
mantenido cautiva. Aunque la vez que estuve por este pasillo llevaba los ojos
vendados. Ahora le di mi primer buen vistazo.

Mis padres habían informado de que el lugar no era tan grande. Sólo una
gran sala de reuniones central y una media docena de pequeñas salas laterales. Sin
embargo recordaba un paseo muy largo desde mi celda a la sala de reuniones. Al
mirar alrededor, me di cuenta de que realmente era una sala de reuniones rodeada
por un pasillo. Dicho de otro modo, ellos debían haberme llevado alrededor de ese
perímetro un par de veces para darme la impresión de que estaba en un lugar
mucho más grande.

Giles salió de una puerta. Me quedé helada. Pero su mirada pasó por encima
de mí y se situó en Jaz. Emociones parpadearon sobre su cara. Mayoriatariamente
negativas. Podría haber necesitado a Scott, pero a Giles no le gustaba necesitar a
nadie, especialmente no a un vanidoso nigromante mortal que respondía a su
llamada cuando quería y si quería. Pero la ira sólo duró un segundo, antes de que

453
El Club de las Excomulgadas
Giles encontrara una expresión adecuada de placer.

—Gordon, amigo mío —dijo—Al fin has venido.

—Realmente no creerías que iba a perderme el gran espectáculo, ¿verdad?


No cuando voy a jugar un papel tan importante —Jaz se frotó las manos—Invocar
al mismo Lucifer. No puedo esperar.

Un destello en los ojos de Giles sugería que él tampoco podía esperar…a que
Lucifer despellejara a Scott por su impertinencia. Hizo que su sonrisa se volviera
auténtica cuando se acercó y golpeó a Scott en la espalda.

—Todos estamos ansiosos —dijo Giles—Y realmente necesitamos poner este


espectáculo en marcha.

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—¿Puedo ver a la chica? —dijo Jaz.

No era parte del plan, pero sabía que él lo pediría. Giles nos llevó por el
pasillo y abrió una puerta. Cuando entramos, me sorprendió ver a Hope
simplemente acostada en una cama con los ojos abiertos y sin señal de ataduras.
Cuando Jaz se acercó y acarició su pelo, se puso casi imperceptiblemente rígida y
cerró los ojos.

—Sí, es una hermosa joven —dijo Giles—Y sé que te gustan las chicas
bonitas, Gordon. Pero ésta está fuera de tu lista.

Jaz se rió entre dientes.

—Las mujeres embarazadas realmente no son lo mío. Sobre todo cuando su


padre podría darme vuelta del revés.

Giles hizo una pausa, como si saboreara la imagen. Jaz continuó


acariciando el cabello de Hope con su mirada fija en ella.

—¿Está sedada? —preguntó Jaz.

454
El Club de las Excomulgadas
—No, dejó de tener efecto hace horas, pero ella solo yace allí. Su marido
murió cuando la recogimos. Parece estar llevándolo mal. Uno pensaría que la hija
de Lucifer tendría un poco más de espíritu, pero... —Giles se encogió de hombros—
No me quejo.

—Me gustaría un momento a solas con ella —dijo Jaz.

—Estoy seguro de que te gustaría.

Jaz le lanzó a Giles una mirada.

—Como creo que ya he señalado, es la hija de un señor demoníaco muy


poderoso. Difícilmente voy a violarla. Para contactar con Lucifer, tengo que
establecer un vínculo con la chica. Puedo lograrlo mejor si tenemos algo de tiempo

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juntos a solas.

—Podemos quedarnos —dije.

—Dije a solas.

No había mucho que pudiera decir. Esperaba que Giles insistiera en que uno
de nosotros permaneciera en la habitación, pero ya le había costado bastante
tiempo conseguir que Scott estuviera aquí; no se iba a arriesgar a una pelea ahora.
Además, Jaz llevaba micrófono, por lo que escucharíamos lo que le dijera a Hope y
Adam podría incinerar la puerta si era necesario. También sabía que Jaz no le haría
daño. No mientras todavía esperara que ella pudiera ser suya.

Así que salimos. Giles dijo que nos quedáramos allí mismo. Luego se fue.
Lo que significaba que éramos libres en el interior del complejo. Lo que sería
mucho más útil si no hubiéramos dejado a Jaz solo con Hope.

—Es probable que sea lo que Jaz exactamente esperaba —murmuré—¿Y


ahora qué?

—Tú explora, yo montaré guardia; ambos escuchamos.

455
El Club de las Excomulgadas
Asentí con la cabeza y me fui.

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456
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cuarenta y Cuatro


Mientras recorría el pasillo, probando las puertas y metiendo mi cabeza
dentro, podía oír a Jaz a través de mi auricular haciéndose pasar por Scott,
hablándole a Hope sobre lo importante que era ella y bla, bla, bla.

—¿A qué diablos está jugando? —dije en mi micrófono.

—Ni idea.

Entonces Jaz dijo:

—Suena como si alguien estuviera en la puerta.

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Aunque cuando miré hacia atrás, vi sólo a Adam allí, apoyado contra la
pared opuesta.

—Sólo un momento —dijo Jaz—Veré quien está…

Un golpe y un siseo de dolor procedente de Jaz. Me giré. Adam había


saltado hacia adelante y estaba preparado frente a la puerta con sus dedos brillantes
levantados.

En el interior, Jaz rió.

—Parece que no estás paralizada por la pena después de todo, Hope. Sólo
fingiendo estar dormida. Son unos tontos por pensar de otra manera.

El arrastre de pies con calcetines contra el suelo. El chirriar de un colchón,


como si Hope hubiera vuelto a la cama.

—Sí, me disculpo por estropear tu ataque —dijo él—Deberías haber sabido


que no funcionaría conmigo.

—Vete al infierno, Jaz.

457
El Club de las Excomulgadas
Él se echó a reír.

—Me conoces tan bien que puedes ver a través de…

Otra arrastre, ésta más sonoro, luego la voz de Jaz.

—Sé que estás enfadada, pero en tu condición nunca vas a ser capaz de
matarme.

—No estoy tratando de matarte. Sólo trato de hacerte callar.

Se rio de nuevo.

—Touché. Sé que estás disgustada por lo de Karl. Creo que estás mejor sin
él, pero esa es una discusión para otro momento.

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Murmuré:

—Bastardo.

Adam respondió a través de mi auricular.

—¿De verdad creíste que le diría que Karl todavía está vivo?

Dentro de la habitación, Jaz continuó.

—En este momento lo que importa eres tú. Tú y el bebé. Es su bebé. Es todo
lo que te queda de él.

—A ti te importa una mierda mi bebé, Jaz, así que cierra la puta boca antes
de que grite para pedir ayuda. Si estás aquí dentro disfrazado, significa que ellos no
saben que eres tú. Un grito mío y estarás en la celda de al lado.

—Donde yo sería completamente incapaz de rescatarte. Tienes razón. No


me importa el mocoso de Karl. Pero tú sí, y me preocupo por ti, así que si el
bienestar de ese bebé va a incitarte a salir de aquí…

458
El Club de las Excomulgadas
—¿Te parece que necesito un empujoncito? He estado esperando mi
oportunidad. Si vas a sacarme, entonces pongámonos a ello.

Otra carcajada, esta vez marcada por el sonido de un beso… y el sonido de


una bofetada. Y otra carcajada.

—El tipo no entiende una indirecta, ¿verdad? —dije cuando me volví hacia
Adam.

—Simplemente está contento de que sienta algo por él. El odio es un


sentimiento.

—Síp, puede seguir diciéndose eso a sí mismo, justo hasta el momento en


que ella consiga estrangularle. Yo la estaré ayudando.

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En el interior, escuchamos a Jaz comprobar la puerta. Sacudió el pomo.

—Te quedaste encerrado dentro, ¿no? —dijo Hope.

—Un problema fácil de solucionar. Sólo dame un momento.

Él la sacudió de nuevo, luego susurró en voz baja.

—Abran la puerta, muchachos.

Hice clic en mi auricular para conectar con el suyo.

—Una vez que le digas quienes están abriéndola.

Movió el pomo nuevo.

—Jugar al solitario caballero de la blanca armadura no va a servir —dije—


Ella tiene que saber que estamos aquí, así si las cosas van mal sabe hacia quién
puede correr por…

—¿Gordon sigue ahí? —Giles dio la vuelta a la esquina —Será mejor que no
la haya tocado.

459
El Club de las Excomulgadas
—Parece estar sólo hablando, señor —dijo Adam—Creo que necesita unos
pocos minutos más…

—Es una lástima. El espectáculo está a punto de comenzar. Vosotros dos


volved a vuestros puestos.

Giles abrió la puerta.

—Ah, veo que está levantada. Bien. Funcionará mejor si se siente más como
ella misma —se volvió hacia nosotros—¿Todavía aquí? Entrad y atadla entonces.

Giles nos tendió una cuerda cuando entramos.

—Soy un gran admirador suyo, señora —dijo Adam mientras se adentraba.


Se detuvo frente a ella, de espaldas a Giles, tapándole la vista. Entonces levantó sus

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dedos brillantes y sonrió—Un gran admirador.

Podrían haber sido los dedos, pero apostaría lo que sea a que fue la sonrisa,
tan inequívocamente de Adam. Hope asintió rápidamente y bajó la mirada.

—Gracias —dijo.

Fui detrás de ella para atarle las manos. Adam trató de taparle la vista a
Giles para que yo pudiera susurrarle, pero Giles dijo:

—Sus pies, Smith. Ata sus pies —y Adam tuvo que inclinarse.

Maldición. Quería decirle que Karl estaba vivo. Sin embargo, no era posible.
Así que le até las manos. No me atreví a hacerlo demasiado flojo. Efectivamente,
cuando terminamos, Giles lo comprobó. Le había dejado un poco de margen de
maniobra. ¿Sería suficiente si lo necesitaba? No lo sabía.

Giles sacó una silla de ruedas de la esquina y pusimos a Hope en ella.

—Bien —dijo Jaz—Está lista. Ahora, sólo necesito unos veinte minutos para
preparar…

460
El Club de las Excomulgadas
—Has tenido todo el tiempo que vas a conseguir. Tú público te espera.

—Er, no, no puedo sin más…

—¿No estás listo? —Giles se volvió y acercó su cara a la de Jaz—Entonces


tal vez no deberías haberte ido. No necesito tu teatralidad, Gordon. Sólo entra ahí y
llévalo a cabo.

Jaz argumentó. Incluso yo lo intenté, intercalando cuidadosamente una


sugerencia de que tal vez podrían llegar a un compromiso y darle diez minutos.

—No creo que nadie te haya preguntado —Giles espetó hacia mí—Ahora
vuelve a tu puesto.

—Lo siento, señor, no quería…

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—Te he dicho que vuelvas a tu puesto ya dos veces, Walker. Regresa ya allí.

—¿Señor? —dijo Adam—Entiendo que necesita gente en las puertas, pero


tenía muchas ganas de ver…

—¡Volved a vuestros puestos! —rugió Giles.

Un grupo que se dirigía a la sala de reuniones se detuvo a mirar. El de más


edad era un tipo al que reconocí como uno de los líderes de cuando Giles me
secuestró.

—¿Hay algún problema, Giles? —preguntó.

—No —dijo Adam—Lo siento. Solo nos dejamos llevar un poco. Teníamos
la esperanza de poder ver el espectáculo desde aquí. Pero supongo que alguien tiene
que estar de guardia...

Giles empujó la silla de ruedas de Hope, llevándose a Jaz y dejándonos con


el otro hombre.

El hombre esperó a que Giles se hubiera ido, luego susurró:

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El Club de las Excomulgadas
—Necesitamos a todos los guardias en el piso, pero hay un monitor de vídeo
en el cuarto de atrás. Sólo esperad hasta que Giles se haya ido.

—La habitación detrás del auditorio, ¿no? —dije, recordándola de mi


primera visita.

—Exactamente. Pero si él os pilla...

—No fue idea suya.

El hombre sonrió y puso una mano en mi hombro.

—Ahora, si me disculpáis, tengo un espectáculo que ver.

*****

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Una cosa buena había venido de mi exploración; había encontrado una sala
vacía y sin cerrar con llave. Una vez dentro, Adam cerró la puerta y yo la bloqueé
con un hechizo.

—¿Lucas? —dije—Estás ahí, ¿verdad?

—Sí —dijo a través de mi auricular—Pero no quería distraerte. Lo he oído


todo. Nosotros estamos entrando.

—Lo lamento. Nosotros…

—No había nada que pudierais haber hecho de otra manera. Lo más
importante es que os tenemos a ti y a Adam dentro y Jasper está con Hope. Aunque
no confío en él para que nos la entregue, sí confío en él para mantenerla a salvo.

—No creo que los guardias en el interior del garaje hayan sido
reemplazados.

—No lo fueron, lo cual nos da un respiro. Con un poco de suerte, podemos


dejar fuera de servicio a los dos de fuera y entrar antes de que nadie lo note.

462
El Club de las Excomulgadas
—Podemos ocuparnos de la chica en la puerta.

—No, ha sido reemplazada por dos guardias armados.

—Maldita sea.

—No importa. Os quiero a ti y a Adam allí. Id a la sala del vídeo. Observad


desde ahí. Está detrás del escenario, ¿verdad?

—Sí. Estaremos detrás de Giles y Jaz.

—Bien. Una vez que acabemos con los guardias y que nuestros hombres
estén en su lugar, tú y Adam entrareis y acabareis con Giles.

Asentí con la cabeza.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


—Con un poco de suerte, una vez que Giles esté bajo custodia y los chicos
en el público se den cuenta que están rodeados por los matones del equipo táctico
de la Camarilla, se rendirán.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cuarenta y Cinco


La puerta de la habitación detrás del escenario no estaba cerrada con llave.
Cuando la abrí vi que la habitación tampoco estaba vacía. Un joven y una mujer
estaban sentados en una única silla. Incluso viendo sus cabezas por detrás, los
reconocí.

Sierra se volvió primero.

—Sala de proyección privada, imbéciles. Volved a vuestro puesto.

Finalmente recordé el nombre del tipo con el que acabábamos de hablar.

—Chris nos dijo que vigiláramos desde aquí, por si acaso ustedes dos

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


necesiten ayuda.

Sierra refunfuñó.

—Bien —dijo Sierra—Sentaos y cerrad la boca entonces.

Nos metimos en la sala. Adam cerró la puerta detrás de nosotros. Había un


montón de sillas para elegir. Sierra estaba en el regazo de Severin.

Ellos habían empujado su silla justo enfrente de la pantalla. Lo que


significaba que teníamos un ángulo de visión espantoso, pero también significaba
que podíamos sentarnos detrás de ellos y susurrarnos entre sí.

No nos susurramos mucho. Los dos estábamos demasiado ocupados


escuchando los avances de la Camarilla a través de nuestros auriculares. Era la mar
de frustrante ver a Hope en el monitor de video y saber que no podíamos ayudarla.
Pero la caballería estaba en camino.

El plan de Giles era amenazar a Hope y hacer que su papi viniera corriendo.
Era una escena que había visto en un montón de películas. El clásico sacrificio
demoníaco. Una hermosa joven atada a una mesa, encima el cuchillo preparado,

464
El Club de las Excomulgadas
sus rizos oscuros derramados con aire ingenuo, sus ojos de color ámbar muy
abiertos, horrorizados y brillantes por las lágrimas mientras se retorcía contra las
cuerdas. Porno y tortura con un toque de magia negra.

O eso es lo que me imaginaba.

Pero no era lo que Giles hizo en absoluto. Probablemente debido a que la


mujer en cuestión no era una jovencita virginal. Era una mujer en estado avanzado
de embarazo que muchos entre el público probablemente creían conocer, la
ingeniosa reportera de True News que les había hecho reír mientras mantenía sus
secretos a salvo. ¿Realmente querían verla retorciéndose sobre una mesa con un
cuchillo suspendido sobre su enorme vientre? Por supuesto que no. Así que Giles la
mantuvo en la silla de ruedas, con un vestido suelto para hacer su condición menos
evidente.

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En primer lugar, aseguró a su gente que Hope no sufriría daño alguno.

—Lucifer no lo permitiría —dijo—Está es su hija viva de más edad. Su


primer nieto. Ya hemos visto cómo los señores demoníacos interfieren para
proteger a sus crías. Si un señor demoníaco mata a Thomas Nast para proteger a su
nieta, Lucifer moverá cielo y tierra para proteger a los suyos. Puede ponerse el
disfraz de un demonio, pero él es un ángel. Expulsado del cielo, pero aún puro de
alma. Misericordioso y bueno.

¿En serio? ¿Se lo creía Giles? ¿Alguien aquí lo creía? Pero podía ver la
primera fila del público en la pantalla y me di cuenta por sus caras de que se lo
creían. Querían creerlo, así que lo hacían.

—Recuerden quién es Lucifer. El ángel caído. El ángel convertido en


demonio. Fue expulsado del cielo porque cuestionó. Porque no ve en blanco y
negro y, por esa razón, se ha retirado de esta lucha. No puede estar seguro a qué
lado pertenece, ni de cuál es el lado correcto. Él se ha quemado antes, por lo que se
aleja del fuego.

Tenía que admitir que el tipo era bueno.

465
El Club de las Excomulgadas
—Lo que estamos haciendo hoy no es amenazar a Lucifer. Eso sería
blasfemia. No, lo que hacemos es exactamente lo que llevamos tratando de hacer
desde hace semanas. Invitarlo a una reunión. Para tener la oportunidad de
mostrarle por qué somos la mejor opción para todos: mortales, demonios,
celestiales. Él no ha hecho caso a nuestras invitaciones, así que debemos tomar esta
lamentable medida. Sin embargo, una vez que él llegue, no habrá amenazas.
Ninguna falta de respeto. Le explicaremos nuestra posición y él verá nuestra
verdad. Lucifer se unirá a nuestra causa.

Una atronadora ronda de aplausos y ovaciones. Era mentira, por supuesto.


Ningún demonio o ángel lo interpretaría como otra cosa que no fuera chantaje. Sin
embargo, la mentira fue suficiente para que permanecieran en silencio mientras Jaz
ocupaba el centro del escenario y se preparaba para la invocación.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


La voz de Lucas llegó a mi auricular.

—Ya estamos en el garaje. Nos las hemos arreglado para redirigir con éxito
la cámara exterior y que muestre imágenes de hace una hora, cubriendo nuestra
entrada. Los dos guardias externos han sido incapacitados. Vamos a utilizar
hechizos de glamour para que Elena y Clayton se hagan pasar por ellos y procuren
atravesar el siguiente puesto de control.

Menos charla y más acción, quise decir. Pero cuando Lucas está estresado,
Lucas se explaya. Así que mantuve la boca cerrada hasta que terminó, luego
susurré:

—Suena bien.

Hice clic para conectar con el auricular de Jaz.

—Entrando en el complejo. Trata de ganar tiempo.

Él no dijo nada, pero me pareció oír un resoplido burlón. Nadie necesitaba


decirle que ganara tiempo. Apresurarse no ayudaría a Hope y no lo ayudaría a él.

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El Club de las Excomulgadas
—Antes de comenzar... —dijo Jaz. Un murmullo de impaciencia circuló a
través de la audiencia—Lo que voy a intentar es muy peligroso, para mí mismo,
para Giles y para la señorita Adams. Así que voy a necesitar toda su atención y
silencio. Además, sé que hay otros nigromantes en la habitación. Debo advertirles...

No intenten esto en casa, niños, fue la esencia de su mensaje. Eso y dejar en


claro que lo que estaba haciendo no era un ritual nigromántico estándar y por lo
tanto nadie estaría familiarizado. En otras palabras, se cubrió las espaldas para
poder llevar a cabo una sandez de rito falso y estirarlo tanto tiempo como fuera
posible.

Odiaba reconocer méritos por ingenio a los tíos malos. Lo odiaba todavía
más cuando me encontraba a mí misma tomando notas mentalmente.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Mientras Jaz seguía hablando, Adam y yo escuchamos la información de
Lucas poniéndonos al corriente.

Elena y Clay habían llegado hasta las escaleras. Habían incapacitado a los
guardias sin que saltara la alarma. Un equipo táctico de veinte hombres entraba
ahora en el garaje. Elena y Clay se estaban acercando al último puesto de
seguridad, donde acabarían con el último…

Otra voz se coló por detrás de la de Lucas, amortiguada, hablando rápido,


con una urgencia que rayaba el pánico.

—¿Qué está pasan…? —comencé.

Lucas cortó la comunicación. Eché una mirada a Adam.

—No pasa nada —murmuró—Un pequeño tropiezo. No quiere que lo


escuchemos y entremos en pánico.

Genial, pero el silencio sólo me hacía entrar más en pánico.

Eché un vistazo hacia la pantalla de vídeo. Jaz estaba encendiendo velas


sobre una mesa. Lo hacía muy lentamente, recitando galimatías acerca de las

467
El Club de las Excomulgadas
fuerzas de la oscuridad y de la luz y acerca del equilibrio. Giles dio un paso
adelante y se ofreció a ayudar con la iluminación, pero Jaz hizo un movimiento
con la mano para que permaneciera a un lado, diciendo que tenía que hacer el
ritual él solo.

—¿Lucas? —susurré—¿Alguien? ¿Qué está pasando?

Sierra volvió la vista hacia mí.

—Si seguid susurrando vosotros dos, os voy a largar de una patada en el


culo.

—Lo siento —dijo Adam—Estamos impacientes.

—¿Severin? ¿Sierra? —una voz crepitó desde una radio dejada sobre la

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


mesa—Tenemos una problema de seguridad.

—¡Mierda! —dije, poniéndome en pie de un salto y olvidando, por un


segundo, usar la voz de mi chico.

Sierra no se dio cuenta. Ella se levantó y agarró la radio.

—Aquí Sierra. Repite.

—Han entrado en el complejo. Se trata de una Camarilla. O de todas las


Camarillas. No lo sé —el joven levantó la voz mientras hablaba.

Me acerqué silenciosamente por detrás de ella, como si tratara de escuchar


mejor. Adam me siguió.

—Cálmate —dijo Sierra—¿Activaste las puertas?

—Lo estamos haciendo ahora —dijo el tipo de la radio—La camioneta se


estaba acercando. Han visto a docenas de ellos y dieron el aviso, pero entonces los
chicos de la Camarilla los vieron, abrieron fuego y ahora están muertos. ¡Todos
están muertos!

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El Club de las Excomulgadas
—Está bien, tienes que…

Agarré la radio y retrocedí mientras Adam saltaba entre Sierra y yo.

—Relájate —dije, imitando el ladrido de Sierra—Tienes que relajarte. Todo


está bajo control. Todo esto es parte del plan. No interrumpas a Giles.

Un grito de dolor. Levanté la mirada para encontrarme a Adam forcejeando


con Sierra con sus dedos brillando intensamente. Severin se había levantado
bruscamente de su silla. Esta se estrelló contra el suelo.

—¿Qué está…? —comenzó la voz en el otro extremo.

—No disparen —dije—Todo está bajo control.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Apagué la radio cuando Severin corrió hacia Adam. Lancé un hechizo de
atadura. No funcionó. Pude sentir surgir el poder, pero no pasó nada. La
habitación estaba resguardada. Nuestro glamour había permanecido intacto. Al
parecer, sólo no podíamos lanzar hechizos en un área resguardada.

Me abalancé hacia Severin. Sus dedos se aferraron a mi brazo. Sentí una


ráfaga de frío. Luego fue agonía cuando mi carne empezó a congelarse. Me las
arreglé para atizarle un puñetazo en el estómago, lo suficientemente fuerte para
hacer que me soltara. Luego le di patadas hacia sus pies y…

Un chirrido atravesando la habitación me detuvo. Miré por encima del


hombro para ver una puerta de acero deslizándose en la entrada al auditorio.

Antes, en el laboratorio de Nueva Orleans, cuando se dio la alarma, sellaron


la enfermería con una puerta de acero sólido, una que ni la fuerza de Jeremy ni el
fuego de Adam pudieron penetrar.

Eché a correr. Todavía había espacio suficiente para conseguir pasar a


través…

Severin agarró mi pierna. Tiró de mí para hacerme caer. Luego me mantuvo

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El Club de las Excomulgadas
allí, sus dedos hincándose en mí y el frío tan insoportable que aullé.

Adam dejó de luchar con Sierra y la arrojó a un lado. Se lanzó hacia Severin
y atrapó su pierna.

—Déjala ir —dijo, su voz un estruendo, los ojos brillando.

Severin jadeó. Él podía sentir el fuego abrasándole. No me soltó, pero


cuando Adam le retorció la pierna volví a sentir mi pierna, el fuego derritiendo el
hielo.

Le di una patada a Severin para soltarme y cojeé hacia la puerta justo


cuando Lucas apareció de nuevo en el comunicador, diciéndome que ahora estaban
dentro del edificio.

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La puerta de acero estaba cerrada. Eché un vistazo al video. Dentro, el
público había oído cerrarse las puertas.

—Para su seguridad —dijo Giles suavemente—El señor Scott está a punto de


comenzar el ritual.

Él debía saber lo que estaba pasando pero no iba a dejar que interfiera con su
invocación. Rápidamente puse a Lucas al corriente.

Adam y Severin estaban parados, frente a frente. Sierra se abalanzó. Di un


salto en su camino y dejé que mi glamour cayera.

Sierra me fulminó con la mirada.

—Estúpida zorra. ¿No has aprendido la lección acerca de interferir?

—Sí —dije—Aprendí que tengo que vengarme de Balaam por su


interferencia ante los Nast. Y a empezar dejando fuera de combate a sus dos fieles
siervos antes de que ellos puedan interferir.

—¿Tienes idea de lo mucho que se va a cabrear? —dijo Severin.

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El Club de las Excomulgadas
—Síp, lo sabemos —dijo Adam—Pero mi padre está igual de cabreado con
él, así que vamos a dejar a los dos duques fuera.

Ellos se volvieron hacia Adam. Su glamour se había ido también, y él


levantó sus brillantes manos.

Cuando Sierra se lanzó corriendo hacia mí, yo me lancé corriendo en


respuesta. Eso la pilló desprevenida y se frenó a si misma, dándome tiempo para
arremeter contra ella y hacerla salir volando. Cuando volvió balanceándose,
recordé su pelea con Clay, su patrón y los movimientos simples.

Bueno, al menos estabas haciendo algo útil, imaginé a Clay diciéndome con su
acento.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Me agaché ante su primer golpe. Esquivé el segundo. Me atrapó con el
tercero. Dos de tres, nada mal. Por supuesto, hubiera sido aún mejor si, en ese
tercero, ella no estuviera tan furiosa, ya que se sintió como ser golpeada por un
rayo de hielo. Mi camisa absorbió algo del frío. De hecho apareció congelada con
un buen pedazo del hombro deshecho. Una mirada a ese agujero -e imaginar mi
piel en su lugar- me volvió mucho más cuidadosa. Y mucho más furiosa.

Acerté con una patada seguida por un gancho al mentón. Que la derribó.
Cuando se levantaba de nuevo, la golpeé con una potente patada. Salió volando
hacia atrás. Salté sobre ella, agarrándola por la la parte de arriba de sus brazos antes
de que pudiera tocarme. Severin vio a su hermana en el suelo y dejó de luchar con
Adam, viniendo a por mí en su lugar. Un puñetazo lo detuvo. Adam se aseguró de
siguiera detenido. Ni siquiera se molestó en desactivar sus poderes de hielo,
simplemente agarró sus dos manos. Hubo un chisporroteo, como el del agua sobre
una plancha. Cuando lo soltó, teníamos a un demonio de hielo derretido. Sus
poderes tardarían un tiempo en recargarse. Un largo tiempo, esperaba.

Severin podría ser un luchador decente. Tal vez incluso tan bueno como
Adam. Pero confiaba demasiado en sus poderes y cuando estos desaparecieron,
reaccionó mucho como yo lo habría hecho. Se quedó fuera de su

471
El Club de las Excomulgadas
juego…angustiado e incapaz de recomponerse para una pelea de verdad. Adam lo
ató. Luego derritió el hielo de Sierra y la atamos con su hermano.

—Sabes que Balaam nos pondrá en libertad —dijo Sierra.

—Es curioso. Aún no lo ha hecho —dije—Creo que ya os ha dado a los dos


suficientes oportunidades.

—Nunca —dijo ella—Él vendrá por nosotros.

—¿Y cuál es tu argumento? —dije mientras retrocedía—¿Qué nosotros


deberíamos mataros?

—No, su argumento es que no es demasiado tarde para arreglar esto,


Savannah —dijo Severin—Balaam va a ganar. El que tú también ganes depende de

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


si estás de su lado. Todavía tienes una oportunidad. Únete a él y…

Lo silencié con una mordaza.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cuarenta y Cinco y Medio

Eve

Eve subió las escaleras hacia el palacio de justicia del más allá con Trsiel
justo detrás. Los guardias se movilizaron para decirle que estaba cerrado. Entonces
vieron la espada -y a Trsiel- y supieron que esta vez no venía a buscar a su novio
abogado. Se apartaron para dejarlos pasar.

—¿Ukobach? —dijo mientras pasaban.

—Celda 24D —uno de los guardias respondió—¿Hay algo que podamos…?

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—No hace falta.

Trsiel redujo el paso para murmurar su agradecimiento. Eve sacudió su


cabeza. Precioso tiempo desperdiciado, no sólo con cortesías, sino con lo que
siempre venía detrás: los guardias prácticamente postrándose porque un ángel pura
sangre se dignaba a hablarles. Por lo menos se dieron cuenta de que era un pura
sangre. Algunos no lo hacían. Era su propia culpa realmente. Llevaba su espada en
la espalda y se vestía con ropa informal y moderna. Si no te percatabas del débil
resplandor de su piel, no había ninguna señal de que era un ángel hasta que hablaba
y esa voz, melodiosa y poderosa, lo delataba.

Mientras Trsiel se zafaba, Eve prosiguió por el pasillo. Más allá de las salas
de audiencia. Hacia la izquierda. Por las escaleras. A la derecha. Otra vez a la
izquierda. Trsiel la alcanzó. En ese momento ya habían dejado atrás a todos los
guardias, por lo que Eve rompió el hechizo de desenfoque y Kristof apareció junto
a ellos. Si bien podrían haber insistido en que se le permitiera entrar, traer un
abogado habría sido la señal de que tramaban algo.

—Ahí está la 24D —dijo ella, señalando hacia una celda—Pero la que
realmente queremos...

473
El Club de las Excomulgadas
—La 32B —dijo Kristof—Retienen a Raim en la 32B.

Los guardias nunca nos habrían dejado entrar si admitíamos que estabámos
aquí para ver a Raim. Él era un conde en la corte de Lucifer. Varios ángeles lo
habían “rescatado” cuando estaba siendo interrogado por los demonios de Balaam,
quienes estaban seguros de que él sabía dónde se escondía su Señor. Ahora se le
retenía como un prisionero de guerra, principalmente para que ninguno de los dos
bandos pudiera usarlo para encontrar a Lucifer. Las Parcas preferían que cierto
Señor demoníaco se mantuviera alejado de esta lucha.

Kristof se inclinó, su mano rozando la de ella y bajando la voz.

—Estaremos de vuelta a Indiana tan pronto como podamos.

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Ella asintió y le correspondió con otro rápido apretón a su mano. Estaban
ayudando a Lucas y a los demás en el complejo cuando llegó el mensaje. Uno de
los informantes de Kristof le dijo que Raim estaba siendo retenido en las celdas del
más allá. Trsiel se había ofrecido a manejarlo solo, pero el interrogatorio realmente
no era lo suyo. Los años pasados trabajando con Eve significaban que llevaba bien
que Kristof se escabullera dentro de las celdas o mentir sobre su destino, pero
obtener información de Raim podía requerir un poco más engaño del que su
naturaleza le permitía. Así que ellos se fueron pitando, alertando a Jaime para que
los llamara de regreso si había una crisis.

Eve abrió la puerta de la 32B. El interior parecía poco más que un armario.
Un armario vacío.

—¿Listo? —dijo ella.

Kristof asintió.

—Justo detrás de ti.

—Esperaré aquí —dijo Trsiel, ocupando una posición ante la puerta—Pero


llámame si necesitas ayuda.

474
El Club de las Excomulgadas
—Lo haré.

Eve tomó una respiración profunda, luego entró en la celda. La luz brilló,
titilando como una bombilla rota. Su estómago dio un vuelco cuando el suelo
desapareció bajo sus pies. Entonces llegó una sacudida cuando aterrizó tan rápido
que sus rodillas se doblaron. Malditos saltos dimensionales. Eran chirriantes en el
mejor de los casos, pero los que estaban dentro de celdas de retención
dimensionales eran los peores, como si las Parcas no quisieran malgastar magia de
la buena con simples prisioneros.

Alguien gritó. Eve agarró su espada y miró a su alrededor. Todo estaba


blanco brillante. Otro alarido. Uno de risa, no de terror.

Eve parpadeó con fuerza mientras daba unos pasos cautelosos hacia

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adelante. La luz se atenuó y pudo distinguir lo que parecía un comedor. Mesas
plegables habían sido añadidas para extender los asientos a veinte. Los manteles no
casaban, pero no importaba porque cada pulgada parecía estar cubierta de platos o
comida. Suficiente comida para un ejército de duendes. Pavo, rellenos, batatas,
salsa de arándanos...

La mesa estaba repleta de gente también. Residuos…fantasmas que no


estaban realmente allí, que solo se repetían como un bucle. Al menos veinte adultos
hablando, discutiendo y riendo, una docena de niños corriendo alrededor y un
perro ladrando que los seguía.

—Acción de Gracias —murmuró ella.

—Una tortura, eso es lo que es —una voz retumbó.

—Mucha gente estaría de acuerdo contigo —Eve se acercó y señaló hacia un


adolescente, con el rostro desencajado por el doloroso hastío mientras una tía
anciana lo acribillaba a preguntas—Estoy segura de que él lo estaría.

—Me alegro de que te diviertas —respondió la voz—¿Las Parcas han


olvidado que torturar a prisioneros de guerra es un delito grave?

475
El Club de las Excomulgadas
—Estoy bastante segura que la tortura por Acción de Gracias no está
cubierta por la Convención de Ginebra21.

Ella miró a su alrededor. El demonio no estaba a la vista. No era de extrañar


realmente. En estos planos rara vez tomaban forma. Pero Raim estaba aquí. Podía
sentir el viento cálido de su presencia pasar rozando.

—El ruido nunca se detiene —dijo Raim—Hablan y hablan y hablan.


Excepto cuando están gritando. O chillando. O... —su voz se estremeció, como si
estuviera temblando—Riendo.

—Oye, agradece que no te dieron la celda dimensional del siguiente bloque.


Es un circo. Con mimos —ella dio un paso más—¿Sabes quién soy yo?

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—Eve, Hija de Balaam. ¿Así que tu padre finalmente te inclinó hacia su
lado?

—Nop, todavía estoy de mi lado, como siempre.

Una risa suave que se interrumpió de golpe cuando él dijo:

—Si has venido a buscar a mi Señor, te diré lo que le dije a los secuaces de tu
padre. No sé…

—Sí lo sabes. Y vas a decírnoslo.

—¿O qué? ¿Harás que el perro ladre más fuerte?

—No. Si nos lo dices y nosotros encontramos a Lucifer, te ayudaremos a


salir de aquí.

—¿Una fuga de la prisión? ¡Qué encantador! ¿Cavarás el túnel? ¿O ese es el


trabajo de Nast?

21
Los Convenios de Ginebra o Convenciones de Ginebra constituyen una serie de normas
internacionales para humanizar la guerra. El conjunto de los distintos Convenios dan como
resultado la normalización del Derecho Internacional Humanitario.

476
El Club de las Excomulgadas
—Es un esfuerzo conjunto. No podemos dejar que te fugues, obviamente.
Pero si nos dices dónde encontrar a Lucifer, Kristof se presentará y defenderá tu
caso, libre de cualquier vale o cargo. Hablaré en tu nombre, inventándome una
historia de cómo me ayudaste en un caso anterior, bla bla bla. No es una garantía,
pero es lo mejor que conseguirás.

—Y a cambio, ¿te entrego a mi señor? —se rió—No es probable, mortal.

—Kristof y yo sólo queremos hablar con él. Estará en el contrato. No le


diremos a nadie más dónde está. Vinimos a ti y te presentamos un caso que hizo
que decidieras que esta reunión era en beneficio de tu Señor, por lo estuviste de
acuerdo bajo unas condiciones muy estrictas. Puedes decirle que te torturamos para
que confesaras.

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Costó un poco más convencerle, pero Raim era razonable. Nos ayudaría
siempre y cuando nosotros le proporcionáramos el contrato blindado que Kristof ya
había preparado. Algunas modificaciones rápidas, un juramento de sangre y
salimos, con el paradero de Lucifer en la mano.

*****

Dejaron a Trsiel atrás. Ese no era el plan… por lo menos, no la parte que él
conocía. Se pondría furioso, pero era lo correcto. Eve ya le había pedido que hiciera
suficiente. Si había consecuencias aterrizarían directamente sobre los hombros de
ella.

Llegar a Lucifer fue más fácil de lo que Eve esperaba. Él no estaba rodeado
por sus legiones. Ni siquiera estaba rodeado por su corte privada. Eso tenía sentido,
supuso. Era difícil ocultar un ejército e incluso su corte privada esperaría a todo sus
séquito para aparecer. No había nada de eso. Únicamente Lucifer, solo en las
montañas.

—Monte Nebo22 —dijo Kristof, cuando terminaron la escalada desde donde

22
El monte Nebo es un pico de 817 metros situado en el oeste de la Jordania actual. La historia bíblica del
último capítulo de Deuteronomio 34:11 narra cómo Moisés, negada la entrada de la Tierra Prometida a la

477
El Club de las Excomulgadas
les había dejado su teletransportación—Apropiado, supongo.

—¿Lo es?

—A partir de la historia de Moisés. Los israelitas estaban aún deambulando


y corriendo para salir del agua. Dios le dijo a Moisés que le hablara a la roca.
Llevado por la frustración Moisés la golpeó en su lugar y le fue, como castigo,
prohibida la entrada a la Tierra Prometida. Él sólo podría vislumbrarla desde la
cima del monte Nebo.

—Un poco duro, ¿no crees?

—Lucifer sin duda estaría de acuerdo. El ángel caído. Expulsado cuando


desafió la voluntad de Dios.

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—¿Tú crees eso? —preguntó Eve.

Kristof se encogió de hombros y se limpió la suciedad de sus manos.

—Creo que la mayoría de las leyendas tienen alguna base en la realidad.

En la cima de la montaña encontraron una iglesia excavada en la roca. Si


ella cruzara al otro lado del velo, estaba segura de que estaría llena de turistas. Pero
de su lado seguía silenciosa y vacía, el viento pasaba susurrando y trayendo una
pizca de arena con cada ráfaga.

Entraron y encontraron una figura solitaria agachada, mirando fijamente


una piscina con pavimento de mosaicos.

—¡Eh! —dijo Eve mientras se acercaban—¿Sabes cuál es una muy buena


manera de luchar durante el apocalipsis? Meditar.

La figura se levantó, se volvió y Eve contuvo el aliento. De espaldas, ella

que dirigió a los israelitas desde Egipto, vio la tierra de Canaán desde la cima de la montaña antes de morir.
El lugar exacto del bíblico monte Nebo no se conoce, pues el lugar descrito en la Biblia es para unos el monte
Sinaí y para otros las montañas Abarim, al este de la desembocadura del río Jordán en el mar Muerto. En
estas alturas en el oeste del Jordán, se observa Jerusalén en un día claro.

478
El Club de las Excomulgadas
había pensado que era un demonio que tomaba forma humana, como hacían a
menudo. Pero entonces vio su rostro, el débil resplandor de su piel y sus ojos.

Un ángel, pensó. Él de verdad es un ángel.

Un ángel con la cara destrozada. Eso es lo que le hizo contener el aliento. La


piel de Lucifer estaba llena de marcas y cicatrices, algunas de estas eran blancas
dada su antigüedad, otras de un rojo encendido. Sólo la piel alrededor de sus ojos
estaba intacta.

—Lucifer —murmuró ella.

Él sonrió y fue una extraña sonrisa, no lo que esperaba de un ángel o de un


demonio. No había rabia. Ni indignación. Ni arrogancia. Y eso es lo que realmente

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la dejó descolocada. Todos los señores demoníacos eran arrogantes y lo mismo
podía decirse de la mayoría de los ángeles.

Ella se quedó allí de pie, agarrando su espada, su discurso ensayado salió


volando de su mente.

—Ella te necesita —Eve soltó por fin.

—Lo sé.

—Hope, quiero decir. Tu hija. Ella…

—Lo sé.

Él volvió a mirar hacia la piscina. Kristof dio un paso más cerca y asintió
con la cabeza. Eve lo siguió y vio lo que él hacía… era una piscina de adivinación,
y en sus profundidades se veía a Hope en una silla de ruedas, atada y embarazada.

Eve se giró hacia Lucifer.

—¿Y solo observas? Tu hija -y tu nieta- están siendo amenazadas.


Amenazadas de muerte si no vas, y ¿tú te sientas en tu montaña y observas?

479
El Club de las Excomulgadas
—Sí.

—Tú…

—¿Qué más quieres que haga, Eve? —dijo Lucifer—¿Ir allí abajo y darle a
Gilles de Rais lo que quiere? ¿Sabes lo que quiere de mí?

—Ni idea.

Una leve sonrisa.

—Entonces ya somos dos. Sospecho, al igual que tu padre y Asmondai, que


sólo me quiere a su lado como una figura decorativa. Una mascota, incluso. La
gente de Rais conoce mi nombre, a cambio no conocen los nombres de una legión
de los demás demonios. Si el poderoso Lucifer se inclina ante él, demostrará que él

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es todopoderoso. Sus seguidores se alinearán con él. Lo ayudarán a liberar ese
virus. ¿Es eso lo que quieres?

—No. Quiero que tú lo detengas.

—¿Cómo?

Ella dio un paso hacia él, la espada brillando mientras la apretaba.

—¿Cómo?

—Sí, cómo. Conoces a mi hija. ¿Cuáles son sus poderes?

—Visiones. Ella es un sabueso del caos.

La insinuación más elemental de una sonrisa.

—Una acertada descripción. Sí, ese es su poder. También es el mío, a una


escala mucho mayor y sin los efectos secundarios que ella sufre. Cuando fui
expulsado, me despojaron de mis poderes de ángel y me dieron eso. Así que dime,
ahora que Hope está en grave peligro, ¿cómo pueden sus poderes ayudarla?

480
El Club de las Excomulgadas
Al no responder Eve, él dijo:

—Ellos pueden advertirle, pero es demasiado tarde para eso, igual que fue
demasiado tarde para que yo le advirtiera. En cuanto a poderes ofensivos, ella no
tiene ninguno. Yo no tengo ninguno.

Miró dentro de la piscina.

—Yo podría ir allí abajo y poseer a Jasper Haig, pero él está haciendo todo
lo posible y yo no podría hacerlo mejor. Poseería a Gilles de Rais si pudiera, pero
resulta que su experimentación con la inmortalidad lo ha hecho inmune. Podría
poseer a mi hija, pero no serviría de nada, excepto para evitarle pasar miedo. Me
gustaría hacer eso -me encantaría hacerlo-, pero ella tiene más posibilidades de
sobrevivir sin mí en su cabeza. Ella es brillante y está llena de recursos, al igual que

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todos los demás que tratan de ayudarla —él la miró— Como tu hija. Quien es tu
principal preocupación.

Eve no se lo discutió. No quería que le sucediera nada a Hope -o a cualquier


otra persona- pero no mentiría. Savannah era su prioridad.

—No puedo hacer nada que ayude a mi hija o a la tuya —dijo—Sólo puedo
observar y tener fe en mi hija —él encontró su mirada—¿Tienes fe en la tuya?

—Sí.

—Entonces no pierdas el tiempo arengándome. Tú lugar está allí abajo, con


tu hija. El mío está aquí, observando a la mía.

Él se volvió hacia la piscina y se inclinó otra vez, mirando fijo en sus


profundidades. Eve se giró hacia Kristof. Él bajó su barbilla. Diciéndole así que
Lucifer tenía razón. No había intervención divina aquí. Dependía de ellos: de
Hope, de Savannah, de todos ellos.

481
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cuarenta y Seis


Cuando Adam y yo terminábamos de amarrar a Severin y Sierra, Elena y
Clay irrumpieron en la habitación. Todavía iban vestidos con los uniformes de los
guardias, pero su glamour había desaparecido, eliminado por Lucas para no ser
disparados por las Camarillas.

—Hay una puerta al auditorio justo ahí —dije, señalando—Pero está cerrada
herméticamente. Está hecho del mismo material que las puertas en el laboratorio.
Adam no pudo incinerarlas y Jeremy no pudo derribarlas.

—Pero puedo quemar las paredes —dijo Adam.

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—Encuentra un buen punto —dijo Elena, pateando a Sierra en un costado
mientras cruzaba la habitación—Tenemos que salir por detrás del escenario, donde
Giles no pueda vernos. O él usará eso.

Seguí su dedo hacia el monitor. Giles estaba de pie junto a Hope. Su mano
derecha agarraba un cuchillo, escondido, fuera de la vista del público.

—Hijo de puta— susurré.

—No te preocupes por ahora— dijo Elena. —De momento mantiene la


calma y… —se detuvo y olfateó—¿Qué es eso?

Clay inhaló.

—Algún tipo de químico.

Un sonido metálico en el sistema de ventilación. Luego un lento siseo.

—¡Mierda! —dije—Joder, ¿qué está haciendo Lucas?

—Lucas no está haciendo nada —su voz llegó a través de mi auricular—


Como el laboratorio, el auditorio está diseñado para liberar el gas. Alguien lo activó

482
El Club de las Excomulgadas
al tratar de abrir esas puertas. Tenéis que conseguir entrar ahí. Ahora.

Adam corrió hacia un punto a lo largo de la pared frontal. Mantuve mi


mirada fija en la pantalla. No llevó mucho tiempo el que alguien en el auditorio
oliera el humo. Y sólo llevó unos dos segundos más, que alguien saliera corriendo
hacia la puerta más cercana... y la encontrara todavía completamente cerrada.

Las personas se tropezaban saliendo desde sus asientos y corriendo hacia las
inservibles salidas.

Giles les gritó que mantuvieran la calma, luego se volvió hacia Jaz.

—Acaba.

—Lo estoy intentando, pero es un proceso muy complicado que no puede

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acelerarse y…

Giles levantó el cuchillo.

—¡Lucifer! Sé que nos estás escuchando. Sé que estás ahí. ¡Así que mueve el
culo y ven aquí o voy a cortar en pedacitos a tu puta hija desde la garganta al
estómago!

Fue entonces cuando el público empezó a gritar de verdad. Miré a Adam.


Estaba inclinado contra la pared con sus dedos extendidos.

—Lo intento —dijo, como si pudiera sentirme mirándolo.

—Lo sé.

Su poder era como el mío… si lo utilizas mucho, necesitas descansar y


dejarlo recargar. Ahora mismo estaba bajo por la pelea con Severin y Sierra.

Clay trataba de derribar la puerta mientras que Elena golpeaba la pared


buscando otro punto para irrumpir.

Me di la vuelta otra vez hacia la pantalla de vídeo. Jaz había dado un paso

483
El Club de las Excomulgadas
poniéndose delante de Hope, tapándola de Giles. Hope se retorcía en sus ataduras.

—Fuera de mi camino —dijo Giles.

—No vas a tocarla.

Giles se abalanzó, el cuchillo destellando hacia la pierna de Hope. Jaz no


fue lo suficientemente rápido para detener el golpe. Hope se sacudía debido al dolor
y la conmoción mientras Giles daba marcha atrás con la hoja del cuchillo
manchada de sangre.

—¡Lucifer! —Movió la hoja, salpicando sangre. —¿Me dejará un señor


demoníaco matar a su hija tan facilmente? Todo lo que tienes que hacer es salir y
enfrentarme.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


Apenas podía oírlo. El pandemonio había estallado en el auditorio… la
gente desmayándose por el gas y siendo pisoteada por los demás. El humo
permanecía en la parte de atrás, sin afectar a la gente en el escenario.

—¡Lucifer! ¡No me pongas a prueba, demonio! He hecho cosas peores para


conseguir lo que quería.

No hubo respuesta, salvo más gritos del público.

—¡Lucifer! —Giles gritó, sus venas marcándose.

Se giró hacia Jaz, que se interponía entre él y Hope.

—Fuera de mi camino, mortal —gruñó.

—Ni en tus sueños.

—¡Muévete ahora!

El rostro de Jaz se onduló. Las arrugas se alisaron, los ángulos de su rostro


se suavizaron. En menos de un minuto, él era Jasper Haig.

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El Club de las Excomulgadas
—Como te he dicho, ni en tus sueños.

Giles se abalanzó de nuevo, esta vez apuntando directamente hacia Jaz. Él


no se movió. Apenas se estremeció cuando la hoja le hizo un corte en su brazo.

—Te lo dije, no voy a moverme —dijo Jaz.

—¿Estás loco?

—Bueno, ese es el diagnóstico, aunque nunca he estado encantado con el


mismo —miró por encima de su hombro—¿Estás cerca de desatar la cuerda, amor
mío?

—Iría más rápido si tuviera el cuchillo —dijo Hope.

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Jaz se rió y se volvió hacia Giles.

—Mujeres. Tan exigentes. Supongo que no te importaría complacerla


entregándome…

Giles arremetió nuevamente, esta vez cortando a Jaz en la pierna.

—Creo que eso es un no —dijo Jaz, con los dientes apretados—Intentaría


quitárselo, Hope, pero no soy bueno con los cuchillos. Él sí, al parecer.

—¿Crees que esto es un juego? —dijo Giles.

—Creo que todo es un juego. Si te refieres a que no estoy tomándote en


serio, lamento disentir. Estoy seguro de que me vas a matar. Aunque primero…

Hope consiguió liberar sus manos y se inclinó para desatar sus piernas.

—Progresa —dijo Jaz—Ahora, si sólo nos dieras otro minuto...

Con un aullido de rabia, Giles dirigió el cuchillo directamente hacia el pecho


de Jaz. Jaz se retorció por lo que le dio en el costado.

485
El Club de las Excomulgadas
—No todavía... —él jadeó, la sangre empapando su camisa.

Hope consiguió liberar las piernas. Se apartó de la silla justo cuando Elena y
Clay destrozaban la pared atravesándola y Adam lograba incinerarla haciendo un
agujero. Lo seguí a través.

Hope se tambaleó en nuestra dirección, con Giles en su persecución. Un Jaz


sangrando se interpuso en su camino. La hoja de Giles se hundió en su pecho. Yo
agarré a Hope. Adam se colocó entre nosotras y Giles mientras Elena y Clay se
dirigían hacia el otro lado, para bloquear la fuga de Giles.

—Justo a tiempo, ¿eh? —dijo Jaz. Entonces sus piernas cedieron y se


desplomó en el suelo, con el cuchillo clavado en él.

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Giles fue a por el cuchillo, pero Clay lo cogió por la parte de atrás de la
camiseta. El caos rugió alrededor de nosotros, pero por una vez Hope no parecía
sentirlo. Ella solo miraba fijamente hacia Jaz, tendido en el suelo, con un charco de
sangre a su alrededor. Cuando intentó acercarse a él, yo no la detuve, sólo mantuve
mi mano sobre su brazo para sostenerla. Se arrodilló encima de la sangre y le
agarró la mano.

Los ojos de Jaz se abrieron y consiguió sonreír de manera relajada.

—¿Lo ves?, tú me quieres —sus párpados revolotearon, se cerraron y exhaló


por última vez. Luego su cabeza cayó hacia atrás en el suelo.

Hope le puso las mano sobre el pecho.

—Nadie debería morir solo —susurró—Ni siquiera tú.

—¿Hope? —una voz áspera sonó desde el lateral.

Karl avanzó dando tumbos, apoyado en una muleta improvisada, haciendo


a un lado a un guardia que caminaba tras él. Hope alzó la vista y se quedó mirando.
Sólo mirando. Luego intentó levantarse, resbalándose en la sangre, mientras yo
trataba de ayudarla.

486
El Club de las Excomulgadas
—Olvidaron usar balas de plata —dijo Karl.

Ella jadeó, corrió hacia él y…

Salí volando. También vi a Hope salir volando y me agarré a ella, pero la


perdí. Me golpeé contra el suelo y por un instante todo se volvió negro. Algo resonó
en mis oídos, como un sonido que no pude reconocer del todo. Entonces empezó el
griterío. Las luces parpadearon, se encendieron y, cuando miré a mí alrededor, la
puerta estaba abierta con el público saliendo en oleada y los miembros del equipo
táctico entrando a presión, los dos grupos luchando entre sí y gritando.

—¿F…fue eso una bomba? —dije mientras intentaba ponerme en pie. Sentí
las cálidas manos de Adam en mi cintura mientras me ayudaba para no perder el
equilibrio.

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—No lo sé —dijo—Pero fue algo.

Me acerqué deprisa hacia Hope. Todavía estaba en el suelo, agarrándose el


estómago ahora con el rostro contraído de dolor mientras respiraba pesadamente.

Jeremy vino corriendo y se dejó caer a su lado mientras Karl se acercaba


cojeando.

—Está llegando —jadeó Hope—El bebé está llegando.

—¿Qué puedo hacer? —dije.

Miré a mí alrededor mientras lo decía y vi a Elena inclinado por encima de


Clay. Dejando a Hope, corrí hacia ellos con Adam justo detrás de mí.

—Él sólo está inconsciente —dijo Elena—Pero Giles... cuando volví en mí,
se había ido.

—¡Mierda! —escudriñé frenéticamente la multitud buscando señales de él.

Entonces una voz dijo:

487
El Club de las Excomulgadas
—Aquí. El pasó por aquí —y vi a una mujer joven con la nariz
ensangrentada y señalando detrás del escenario.

Adam y yo salimos pitando detrás.

*****

Salimos de la habitación sólo para ser arrastrados por una incursión. Un par
de cientos de jóvenes sobrenaturales estaban tratando de llegar a la salida del
complejo, mientras que nuestros equipos tácticos trataban de rodearlos. Cada uno
de esos chicos estaba convencido de que ser capturados por la Camarilla significaba
la muerte. Así que se defendían y nos metimos en medio de una vorágine de
hechizos, empujones y armas ondeando.

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Traté de conseguir pasar sin usar mis poderes, pero terminé recurriendo a
hechizos de derribo para despejar el camino. Habíamos avanzado cinco pasos
cuando un matón de la Camarilla apuntó un arma hacia nosotros.

—Las manos contra la pared —gritó.

—Savannah Levine. Adam Vasic —dije—Ahora apártate de una puñetera


vez.

—Mejor aún —Adam gritó por encima del estruendo—¿Ha pasado Gilles de
Rais por aquí?

—Yo lo vi —gritó otro oficial de la Camarilla.

—¿Adónde fue?

El hombre señaló hacia una puerta. Fui corriendo y la abrí. La habitación


estaba vacía. Había una mesa volcada en el centro y una alfombra arrugada debajo.
Entré con los dedos levantados para golpear a Giles. Entonces oí un ruido ya
familiar. Una puerta de acero cerrándose.

Tras la mesa había una escotilla. Todavía había suficiente espacio para que

488
El Club de las Excomulgadas
que yo me asomara y cuando lo hice encendí una bola de luz y vi una escalera a un
lado. La agarré y bajé. Adam apenas consiguió atraversarla detrás de mí.

Bajamos por la escalera hacia una habitación en la parte inferior. Un pasillo


nos conducía a un lateral.

—Escotilla de escape secreta —murmuré—¿Todo el mundo la tiene


actualmente?

—Instalaremos una en la agencia para ti.

—Bien.

Me puse en contacto Lucas y le dije donde estábamos. Sin embargo, no


había manera de que el equipo de la Camarilla consiguiera pasar por esa puerta de

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


acero de la escotilla a corto plazo. Así que nos dijo que siguiéramos adelante y
diéramos caza a Giles.

489
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cuarenta y Siete


Podíamos oír a Giles por delante, el ruido de sus pisadas, su pesada
respiración. Él estaba aterrado y no estaba siendo cuidadoso, la luz de su linterna
oscilando mientras corría. Nosotros fuimos cuidadosos. Corrimos tan ligeros como
pudimos hasta que lo divisamos ante lo que parecía el final del túnel.

Lancé un hechizo de cobertura. Él se dio la vuelta y miró hacia nosotros. Tal


nos había escuchado, tal vez no lo había hecho, pero una oscilación con su linterna
pareció asegurarle que estaba solo y dejó escapar un suspiro de alivio antes de
proseguir su camino subiendo una escalera.

Nos acercamos sigilosamente mientras él subía. En la parte de arriba, él

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abrió la puerta y miró hacia abajo de nuevo, pero el hechizo de cobertura todavía
nos ocultaba. Salió fuera. Nosotros fuimos tras él.

Cuando llegamos a la cima, abrí la escotilla una rendija tan poco como fue
posible y miré afuera para ver...

Maíz.

Estábamos en un campo de maíz, los tallos altos rodeándonos. Cerré la


escotilla de nuevo y le susurré la noticia a Adam. Entonces puse a Lucas al
corriente antes de volver a abrir la escotilla y lanzar hechizos de desenfoque para
poder salir arrastrándonos Adam y yo.

Encontramos a Giles a unos seis metros de distancia, doblado en dos,


recuperando el aliento. Adam me susurró un plan de actuación.

Todavía bajo los hechizos de desenfoque, nos separamos. Adam dio un


rodeo hacia el otro lado de Giles. El suelo estaba húmedo y amortiguaba nuestros
pasos. Me percaté del ocasional movimiento de los tallos de maíz marcando el
avance de Adam, pero Giles no pareció darse cuenta. Seguí el maíz balanceándose
hasta que vi que Adam estaba en posición. Entonces me arrastré hacia adelante.

490
El Club de las Excomulgadas
Me detuve a metro y pico de Giles. Él levantó la vista bruscamente, como si
pudiera sentirme allí. Terminé el hechizo. Me vio y se volvió para correr justo
cuando Adam se abalanzó.

Giles logró hacer un giro alejándose del camino de Adam, pero yo me


interpuse en su trayectoria. Miró de Adam a mí.

—No podéis matarme —dijo—Soy inmortal. Lo sabéis.

—Inmortal, sí. Pero no eres un vampiro. Supongo que tienes un poco de


jugo de zombie corriendo por tus venas. Eso quiere decir que no eres invulnerable.

—Sí, lo soy.

—¿Has comprobado esa teoría? — observé su expresión—¿Has saltado desde

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los edificios por diversión?

Giles vaciló, luego sacó un frasco de su bolsillo.

—¿Sabes lo que es esto? —dijo.

—Puedo suponerlo —dije.

—Bien. Entonces sabes que no es algo que quieres que destape —hizo una
pausa— ¿Cómo está Bryce?

Me puse rígida.

—No muy bien, supongo. ¿Quieres el antídoto?

No respondí.

—En aras del juego limpio, te lo daré. Un regalo. ¿Supongo que tienes una
radio?

Una vez más, no dije nada.

491
El Club de las Excomulgadas
—Llama a Lucas Cortez. Dile que vaya a mi oficina. La caja fuerte está en el
cajón inferior del escritorio. El código es 1429. El año que luché junto a Juana de
Arco.

Por su expresión supe que él esperaba que yo estuviese impresionada. Sin


reaccionar, le transmití la información a Lucas. Él ya estaba en la oficina de Giles y
había encontrado la caja fuerte. El código la abrió.

—El antídoto está en una petaca con las instrucciones. Están escritas en
código, pero no es uno complejo. Benicio Cortez tendrá a alguien que pueda
entenderlo. Ahora voy a dejar esto en el suelo —se inclinó y colocó el frasco sobre
la tierra—Y vais a dejar que me vaya.

Se enderezó y empezó a caminar. Le dejé andar un par de metros antes de

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encerrarlo con un hechizo de atadura.

Me acerqué y di unas palmaditas por sus bolsillos.

—Síp, un frasco de respaldo —dije mientras lo palpaba a través de la tela—


Vamos a quitártelo de las manos antes de que acompañarte de vuelta al interior.

Cuando estiré el brazo para cogerlo, algo me golpeó. Fue como una versión
micro del golpe en el complejo. Me tropecé. El hechizo se rompió. Giles saltó hacia
mí. Me caí. Adam cargó, pero Giles ya estaba encima de mí clavándome a la tierra,
con el frasco en una mano y la otra envuelta en mi pelo.

Giles tiró mi cabeza hacia atrás. Cuando jadeé, empujó el frasco contra mis
labios. Adam agarró a Giles por el cuello y olí a carne quemada. Intenté lanzar un
hechizo de atadura, pero Giles tenía el frasco en mi boca y yo no podía pronunciar
las palabras.

—Deberías haberme dejado ir cuando tuviste la oportunidad —dijo con voz


ronca, sus ojos expresando su agonía—Todo lo que tengo que hacer ahora es…

Adam tiró de él para quitarlo de encima de mí. Me puse de pie y lo golpeé

492
El Club de las Excomulgadas
con... no sé con qué. Él gritó de dolor y se agarró el estómago. Pude ver un globo
inflándose debajo de su camisa, la piel brillando como si se hubiera tragado una
bola de fuego. Entonces estalló. Las llamas salieron fuera mientras él se dejaba caer
al suelo, retorciéndose y aullando, sus intestinos ennegrecidos derramándose entre
sus dedos.

Adam se quedó mirando. Luego se arrodilló y puso sus manos alrededor del
cuello de Giles de nuevo y apretó hasta que puso fin a su sufrimiento.

Sólo para estar segura, me incliné y comprobé el pulso. Adam lo comprobó


buscando respiración. No encontramos nada.

—Sip. Inmortalidad, pero no invulnerabilidad —dije.

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—Bien dicho. Déjame coger con cuidado ese frasco de su mano por si acaso
se rompe con su agarre mortal.

Se inclinó sobre el cuerpo en ruinas de Giles. Estaba separando los dedos


cuando los ojos de Giles se abrieron de golpe.

—¡Cuidad…!

Giles se levantó, agarrando a Adam. Lancé un hechizo de atadura y


funcionó —lo sentí funcionar— pero Giles no se detuvo, simplemente levantó a
Adam como un muñeco de trapo y agitó. Cuando corrí hacia Giles, supe lo que
vería.

Unos luminosos ojos verdes brillando.

—Balaam —dije, deteniéndome de golpe.

—Muy bien, mi niña.

Se agachó y recogió el frasco intacto. Luego dio dos zancadas y recogió el


segundo. Lancé otro hechizo de atadura.

493
El Club de las Excomulgadas
—Tu magia no funcionará conmigo, pequeña —dijo—Has luchado bien,
pero es hora de rendirse. Ve a atender a tu novio. Está herido.

Miré hacia Adam. Yacía desplomado en el suelo, pero podía ver su pecho
subiendo y bajando.

—Sólo está inconsciente. Se pondrá bien.

Balaam se echó a reír.

—Qué fría eres. Estoy impresionado. Sospecho que el hijo de Asmondai no


lo estaría.

—Entonces sospechas mal. Él no querría verme correr a su lado, dejando


que te alejaras con esos frascos. Devuélvemelos.

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—Oh, bueno, en ese caso... — sostuvo los frascos como ofrenda, luego sacudió
la cabeza y se rió—No, niña. Puedes pelear conmigo por ellos, pero no tiene
sentido. Incluso si consigues quitármelos, puedo encontrar más.

—Si eso fuera cierto, no habrías venido por estos dos. El resto del virus ya
debe estar bajo custodia de la Camarilla. Esos frascos son tu última oportunidad
para el más grande banquete de caos que hayas tenido.

—Y tú vas a detenerme, ¿verdad? —sonrió—Aprecio tu tenacidad. Y tu


valentía. Sin duda eres hija de mi sangre. Pero también has heredado mi
imprudencia y no tienes miles de años de experiencia para atemperar esa vena
impulsiva.

Él se acercó tanto a mí que sentí su calor.

—No puedes luchar contra mí. No se puede. Si insistes en intentarlo, tendré


que darte una lección. Una que preferiría no impartir. —Cabeceó en dirección a
Adam. —Toma a tu novio y vete. Te doy mi palabra de que esto… —levantó los
frascos—no te afectará. Me los llevaré lejos de aquí antes de desatarlo.

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El Club de las Excomulgadas
—No permitiré que lo desates en ninguna parte.

Sus ojos verdes brillaron.

—Estoy siendo benevolente, niña. No me pongas a prueba.

Se volvió para irse. Lancé un hechizo de atadura, luego un rayo de energía y


a continuación, a la desesperada, un derribo. Él siguió caminando.

Corrí hacia él y salté sobre su espalda. Me arrojó a un lado. Golpeé el suelo


con tanta fuerza que dejé un hueco en la tierra. Sin embargo me levanté y me lancé
a toda velocidad tras él.

Se dio la vuelta, me atrapó por el brazo y lo sostuvo en su férreo agarre.

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—Te he advertido, niña. No me pongas a prueba.

Me rompió el brazo. El dolor me atravesó. Luego me tiró de espaldas y se


elevó por encima de mí.

—Tal vez es más que temeridad. ¿Eres estúpida, niña? Tan estúpida como
un toro, cargando ciegamente, sabiendo que nada bueno saldrá de ello.

Tal vez no, pero podía tratar de distraerlo lo suficiente como para que los
demás aparecieran. Tuve cuidado al no dejar que el pensamiento se solidificara en
mi mente. Él ya había demostrado que podía leerla.

Me quedé allí tirada, jadeando y sosteniendo mi brazo roto mientras se


giraba. Dio dos pasos y miró hacia atrás. Yo no me había movido. Un bufido
satisfecho. Continuó caminando.

Poco a poco me puse de pie. Entonces cargué hacia él de nuevo. Esta vez,
cuando se volvió lo vi venir y lo esquivé yendo hacia un lado. Conseguí ponerme
detrás de él, agarré su pelo con mi mano buena e hice palanca con mis pies, tirando
con todo lo que tenía.

495
El Club de las Excomulgadas
—Adam hizo un buen trabajo quemando el cuello de Giles —dije, con los
dientes apretados—Estoy segura de que si tiro lo suficiente, puedo arrancarte la
maldita cabeza.

Se dio la vuelta y perdí mi agarre. Entonces me golpeó en el pecho tan fuerte


que escuché costillas agrietarse. Salí volando y golpeé el suelo otra vez. Cuando
traté de incorporarme, me doblé en dos, tosiendo y escupiendo sangre.

—No quiero hacerte daño —gruñó mientras se alzaba por encima de mí otra
vez.

—¿Síp? —resollé—No me gustaría ver qué pasaría si quisieras.

—Te arrancaría la cabeza del cuello y te mantendría con vida mientras lo

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hacía —se inclinó hacia abajo—Esta es una lección, niña. Estoy orgulloso de ti.
Ahora, acepta la derrota y da marcha atrás.

Levanté la vista hacia sus ojos verdes.

—¿Tú lo harías?

Él no contestó.

—Entonces déjame ser honesta —dije y agarré su pelo con mi mano sana de
nuevo y tiré con todo lo que tenía.

Él me dio un revés con la mano y me fui volando. Cuando golpeé el suelo,


no podía respirar, así que me quedé allí, jadeando y tosiendo sangre. Luego,
lentamente, me empujé para levantarme.

—No vas a aceptar la lección, ¿verdad, niña? —dijo Balaam—Tu propio


dolor no significa nada para ti. Pero sé una lección que te dolerá.

Se acercó a Adam y extendió su mano. Adam convulsionó y jadeó, sus ojos


abiertos de repente, ciego de dolor.

496
El Club de las Excomulgadas
—¡No! —grité.

Una ráfaga de viento azotó el maíz, los tallos quebrándose y separándose a


un lado. Incluso Balaam tropezó. Me miró.

—Interesante. Pero no es suficiente, niña.

Se volvió hacia Adam. Cerré mis ojos y vertí todo lo que tenía en el hechizo,
gritando las palabras. Por encima de mis gritos y el rugido del viento, oí a Balaam.

—¿Disipándome? —su voz se oyó más cerca cuando vino en mi dirección—


¿Cómo si yo fuera un espíritu menor? Tú no puedes…

Cuando terminé el conjuro, se detuvo en seco y cuando abrí mis ojos, vi la


sorpresa en su rostro como el cuerpo de Giles se tambaleó.

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—Parece que a lo mejor sí que puedo —dije.

Cerré los ojos y empecé de nuevo el hechizo. Él me golpeó. No sé si me


golpeó físicamente o me envió volando con una ola de energía, sólo sé que salí
volando en el aire y aterricé tan fuerte que me desmayé de dolor. Pero cuando volví
en mí, las palabras todavía estaban en mis labios.

Ni siquiera abrí los ojos. Sólo grité el conjuro. Cuando terminé, miré para
verlo sólo a medio metro de distancia con la cara retorcida de rabia, pero allí
paralizado, como si estuviera perdiendo el control sobre el cuerpo de Giles.

Echó hacia atrás su puño para golpearme de nuevo.

—¡Oye! —dijo una voz detrás de él.

Balaam se dio la vuelta para ver a Adam levantándose con esfuerzo.

—Ella es tan terca y obstinada como tú —dijo—De nada sirve lastimarla... a


menos que temas que ella realmente puede lanzarte fuera.

Balaam gruñó en respuesta, demasiado furioso para siquiera formar

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El Club de las Excomulgadas
palabras.

—Bueno entonces, si quieres detenerla, soy yo al que tienes que lastimar.

—No —dije.

Adam no escuchó. Él estaba distrayendo a Balaam para que yo pudiera


hacer un nuevo intento. Él creía que podía hacerlo. Estaba apostando su vida a que
podía hacerlo.

Cerré los ojos y si creía que lo había intentado con todas mis fuerzas antes,
no fue nada comparado con lo mucho que lo intenté ahora. Todo desapareció
cuando el conjuro se hizo cargo. Eso era todo lo que había: las palabras, el poder, la
voluntad, la desesperación.

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Si fallaba… no quería pensar en lo que sucedería si fracasaba. Pero tenía que
hacerlo, porque lo único que era jodidamente seguro es que le daría con todo lo que
tenía. Si fallaba, Balaam mataría a Adam. Si fallaba, Balaam desataría el virus. Si
fallaba, mi mundo y todos sus habitantes podría ser destruido.

No fallar. Esa era la única opción.

Recité el conjuro y luego lo recité otra vez y entonces…

Una mano sobre mi hombro. Una voz en mi oído.

—Se acabó, Savannah. Se ha ido.

Alcé mi mirada hacia Adam. Me agarré de su brazo y tiré de mí misma


hacia arriba y sólo entonces volví la vista hacia Balaam. Sólo que no era Balaam.
Era solo el cuerpo arruinado de Gilles de Rais yaciendo en un campo de maíz.

Recogí los frascos en mi mano buena, me dejé caer al suelo y me quedé allí
sentada acunándolos. Adam se quedó junto a mí, con sus brazos a mi alrededor.

498
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cuarenta y Ocho


El equipo de la Camarilla apareció unos treinta segundos más tarde.
Previsible, ¿no es así?

Llamé por radio a Lucas y Paige para que se reunieran con nosotros de
nuevo en el auditorio. Según los miembros del equipo que acababa de llegar, algo
había sucedido allí. Algo que realmente quería ver.

Cuando estuvimos de vuelta, primero vi a Elena y a Clay. Elena notó la


sangre en mi camisa y se acercó de prisa, pero la despedí con un gesto.

—¿Está aquí? —pregunté—¿Está bien?

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Elena sonrió y asintió con la cabeza.

—Ella está bien.

Con Adam ayudándome, crucé el escenario hacia donde Hope estaba en el


suelo con Jeremy atendiéndola y Jaime agarrándole la mano. Y Karl... Karl estaba
sosteniendo a un bebé.

—Nita Elena Adams Marsten —dijo Hope, sonriendo—Sí, es un


trabalenguas, pero se adaptará.

—Es preciosa —dije. Y lo era. Con el pelo negro y los grandes ojos azules
que miraban fijamente a su padre.

—Ella lo está hechizando —dijo Hope—No es que lo necesite. Alguien ya


tiene a papá envuelto alrededor de su dedo meñique.

—Sacó eso de su madre —dijo Karl.

Todo el mundo se echó a reír. Me senté y miré a Nita. No soy mucho de


bebés, la verdad. Pero esta vez era diferente. Era... No voy a decir un milagro,

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El Club de las Excomulgadas
porque suena cursi. Pero después de todo lo que habíamos pasado, esta nueva vida
parecía...perfecta.

—Lamento no haber podido llegar antes —dijo Karl.

—¿Qué? —parpadeó Hope—Um, si te refieres a cuando me llevaron


prisionera, tú estabas casi muerto en ese momento, por lo que…

Ella se detuvo. Karl había estado con la mirada baja hacia Nita. Ahora
levantó su cabeza y sus ojos brillaron. No eran de color naranja o verde como los
de un demonio. Y no solo resplandecían como los de Aratron. Brillaban
iridiscentes, con puntos de mil colores.

—Oh —dijo Hope.

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Ella levantó sus manos mientras luchaba por mantener una expresión
calmada. Él le entregó el bebé de vuelta y ella aferró a Nita fuertemente, sin separar
la mirada de esos ojos.

—Yo estaba observando —dijo—Pero me pareció mejor no interferir.

Ella simplemente asintió y acunó a Nita, quien comenzó a inquietarse.

—Los nietos de los demonios no heredan sus poderes —dijo—Pero yo no


soy un demonio.

—No —susurró Hope. Miró a Nita y sus ojos se llenaron de lágrimas; luego
volvió a mirar hacia él y le dijo con fiereza —No.

Él le retiró a Hope de la frente sus rizos sudorosos.

—No heredará el hambre de caos. Eso es... — inclinó la cabeza—Una


consecuencia de vivir entre demonios. Lo que heredará serán los poderes…las
visiones y el resto. No será fácil, pero será... más fácil. Más importante aún, será
más fácil para ti. Ella ha tomado un poco de tu poder. Lo diluirá y diluirá el
hambre. Eso te ayudará.

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El Club de las Excomulgadas
Hope se quedó mirándole, aun sacudiendo la cabeza.

—Por favor, no. No lo quiero. Yo me lo quedaré… todo ello. Por favor.

Lucifer no respondió.

Me aclaré la garganta.

—Las visiones no son fáciles de sobrellevar, estoy segura. Pero tú has hecho
mucho bien con ellas. Ella hará mucho bien con ellas. Y si reduce tu hambre de
caos...

—Eso es bueno —dijo Elena, arrodillándose y apretando el brazo de Hope —


Hará la vida más fácil para ti, lo cual hará que sea más fácil para ella.

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Hope miró hacia Lucifer.

—¿Tengo alguna opción?

—No.

Ella tragó saliva.

—Entonces lo sobrellevaremos.

—Por supuesto que lo haréis —Lucifer se inclinó y la besó en la frente—


Siempre lo haces.

Se echó hacia atrás sobre sus talones y cerró los ojos. Cuando se abrieron,
eran azules otra vez y Karl sacudía su cabeza.

—¿Qué pasó? —dijo.

Hope sonrió y le entregó a su hija.

*****

Estábamos de vuelta en Miami, donde descubrimos que después de un

501
El Club de las Excomulgadas
nacimiento, ahora nos enfrentábamos a lo contrario. Bryce se estaba muriendo. Su
cuerpo no podía adaptarse al virus. Estaba con soporte vital.

Pero teníamos el antídoto, ¿verdad? Excepto que Giles nos había gastado
una última jugada. Nos dio el antídoto y las instrucciones codificadas, las que
habían sido descifradas antes de que regresáramos a Miami. Pero no era una simple
cuestión de darle el antídoto a Bryce. Había un ritual que seguir, un ritual que
requería un ingrediente crítico.

La vida de un vampiro.

*****

—Oh, dejen de ponerse dramáticos —dijo Cassandra mientras se paseaba

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por la sala de juntas—Requiere la vida de un vampiro. Que un vampiro entregue su
inmortalidad y vuelva a ser humano. Ofrecer la mía apenas es un acto de nobleza.
Me estoy muriendo. Tengo sólo unos pocos años en el mejor de los casos. Dadme
el resto de mi vida mortal y me estaréis haciendo un favor.

Aaron sacudió su cabeza

—El ritual no te garantiza una vida humana, Cass. Se teoriza que es lo que
sucede si renuncias a tu vida vampírica. Pero por lo que sabemos, podrías
convertirte en un montón de polvo de trescientos años de antigüedad.

—Bueno, entonces te habrás ahorrado el coste de la cremación, ¿no es así?

Él le frunció el ceño. Sólo estábamos unos pocos en la sala de juntas: yo,


Adam, Paige y Lucas. Cassandra creía que Sean debería estar presente, ya que la
vida de su hermano estaba en juego, pero Sean había puesto reparos. Él permaneció
abajo con Bryce. Era una decisión en la que no se atrevía a influenciar.

Cassandra podía fingir que estaba siendo egoísta, pero ella conocía los
riesgos. Estaba ofreciendo sus últimos años para salvar a Bryce.

Aaron quería encontrar a otro vampiro. Seguramente había uno encerrado

502
El Club de las Excomulgadas
en una prisión de la Camarilla en algún lugar bajo legítimas acusaciones, un
vampiro cuyos crímenes merecieran la pena de muerte.

—Haría falta tiempo —dijo Lucas—Bryce no tiene tiempo. Sin embargo,


puede haber un problema más grande aquí. La vida vampírica de Cassandra se
acerca a su fin. Esta... puede no ser suficiente.

Siguió más discusión. Aaron se retiró hacia una silla y se sentó allí, mirando
fijamente hasta que dijo:

—¿Y si fueran dos vidas vampíricas?

Todos nos volvimos hacia él.

—¿Y si los dos ofrecemos las nuestras?

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Cassandra se acercó resueltamente a él.

—No renunciarás…

—No estaría renunciando a nada —dijo él en voz baja—Nunca quise ser un


vampiro. Lo sabes —la miró. —Esta es una oportunidad para que ambos volvamos
a ser humanos. No quiero ser un vampiro, si tú no lo eres.

—¿Y si falla?

Él le sostuvo la mirada.

—Entonces no quiero estar aquí si tú no estás.

Cassandra se quedó sin palabras con su respuesta. Se quedó allí parada,


frente a él, de espaldas a nosotros y podía oírla tratando de hablar, pero sin poder.

Paige extendió el brazo y me apretó la mano.

—Vámonos —susurró ella.

503
El Club de las Excomulgadas
Salimos en silencio y los dejamos solos.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L

504
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cuarenta y Nueve


Unas horas más tarde, estábamos en la cámara subterránea para rituales de
la Camarilla. Pasaron otras tres horas antes de que el ritual se hubiese completado.
Había costado todo un equipo de lanzadores de conjuros, incluidos Paige, Lucas y
yo, llevarlo a cabo, e incluso así tuvimos un par de salidas en falso.

Cuando terminamos, Benicio despidió a los otros. Sabía que querían


quedarse y ver si funcionaba, pero la siguiente parte no era para todos los públicos.
Esta parte podría significar que dos de nuestros amigos dieran sus vidas, mortal e
inmortal, por mi hermano.

Cassandra y Aarón yacían en esteras junto al círculo ritual. Estaban

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conectados a monitores cardíacos. Habían estado conscientes hasta el conjuro final.
Luego se habían quedado quietos con los ojos cerrados y las máquinas permanecían
oscuras y silenciosas.

—¿Cuánto tiempo llevará? —murmuré a Adam, quien estaba supervisando


el ritual—Algo debería estar pasando, ¿no?

Acarició mi brazo bueno, pero no dijo nada. ¿Qué podía decir? Este ritual no
estaba en ninguno de sus libros. No estaba en los libros de nadie.

Me arrodillé junto a la estera de Cassandra.

—Vamos, Cass —susurré.

Mientras miraba hacia su pálido rostro, aun inmóvil, mi corazón comenzó a


martillear. ¿Y si no se despertaba? Yo no le había dicho adiós. Nadie lo hizo, como
si no se atrevieran a admitir que pensaban que esto podría fallar. Si ella se había
ido, no podríamos siquiera contactarla a través de Jaime. Cuando los vampiros
morían, nadie sabía a dónde iban. Ni siquiera se sabía a ciencia cierta si iban a
alguna parte y si el vampirismo no era su vida del más allá. Una eternidad como un
fantasma intercambiada por unos pocos cientos de años más en la tierra.

505
El Club de las Excomulgadas
—Vamos, Cass —susurré—Por favor.

La máquina emitió una señal. Me sobresalté y miré por encima del hombro.
Emitió una señal de nuevo. Y de nuevo.

Cassandra se puso de repente en posición vertical, los ojos abriéndose de


golpe. Miró a su alrededor. Luego se agarró el pecho, abriendo mucho los ojos.

—¿Qué está…? —Comencé, poniéndome en pie de un salto. —Alguien…

Cassandra jadeó. Parpadeó con fuerza mientras lentamente, casi


tentativamente, inhalaba y exhalaba.

—Olvidaste esa parte, ¿eh? —dijo Adam, sonriendo—Síp, como que tienes
que respirar ahora, Cass.

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—¡Que incómodo! —dijo ella.

Ella parpadeó un poco más, luego extendió el brazo por encima del círculo
ritual y agarró un cuchillo.

—¡Oye! —dije—¿Qué…?

Se pasó la hoja por la palma de su mano antes de que pudiera detenerla. La


sangre brotó. La estudió, entonces cerró y abrió su puño. La herida seguía
sangrando.

—Es muy incómodo —se volvió hacia Aaron—Espero que estés satisfecho.
Te das cuenta de que probablemente voy a morir mientras duermo por olvidarme
de respirar. O por situarme frente a una bala porque se me olvidó…

Se detuvo. Aaron yacía allí, su máquina en silencio.

Se levantó y se acercó a él. Lo sacudió por los hombros.

—¿Aaron?

506
El Club de las Excomulgadas
Ninguna respuesta. Ella sacudió con más fuerza, el pánico encendiendo sus
ojos verdes.

—¡Aaron!

Se giró hacia nosotros.

—No os quedéis ahí parados. Conseguidle un médico. ¿Dónde están los


médicos? ¡Maldita sea! Arriesga su vida por vosotros y ni siquiera podéis
proporcionar la adecuada…

—¿Están seguros de que la queréis viva? —dijo una voz detrás de Cassandra.

Los ojos de Aaron se abrieron. Él bostezó. La mirada de Cassandra se


disparó hacia su monitor, todavía oscuro y en silencio.

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—No… ¿El ritual no funcionó contigo? —dijo ella.

Aaron levantó el brazo y sacudió el monitor, tirando discretamente de algo


debajo de este. La máquina se puso en marcha.

—Nop, sí funcionó. La máquina simplemente se jodió —miró hacia


Benicio—Será mejor que alguien le eché un vistazo.

Cassandra lo fulminó con la mirada.

—Lo has hecho a propósito.

—¿Cómo venganza largamente demorada por abandonarme ante una


multitud enojada en Rumania? Eso sería mezquino de mi parte.

Él sonrió y tiró de ella. Ella resopló, pero se sentó a su lado en la estera.

—Aunque —él meditó—si quisiera asustarte probablemente sería porque


esperaba oír disculpas de arrepentimiento por maltratarme en el pasado. O, por lo
menos, sinceras declaraciones de amor eterno. No maldiciones a tus amigos por no
garantizar la vigilancia médica adecuada del procedimiento.

507
El Club de las Excomulgadas
—Así es como Cass dice ―Te amo‖ —dije.

Él sonrió.

—Eso creo —tiró de ella para darle un beso y, a sus espaldas, hizo un gesto
para todos nosotros saliéramos.

Lo hicimos.

*****

Había habido un médico cerca, esperando a ser llamado. ¿Por qué sólo uno?
Debido a que los demás estaban ocupados dándole a toda prisa el antídoto del
ritual a Bryce.

Kelley Armstrong - Trece - Serie Mujeres de Otro Mundo L


A pesar de mi momento de pánico, la recuperación de Cassandra y Aaron
había sido casi instantánea. No fue así con Bryce. Después de que lo trataran, no
hubo nada que hacer salvo esperar. Sus signos vitales se mantenían estables y eso
era lo principal.

Los médicos esperaron cerca durante los primeros treinta minutos. Luego
todos, menos uno, se fueron. A las dos horas, todos estaban trabajando con otros
pacientes, alternándose cada diez minutos para vigilar a Bryce.

Sean y yo nos sentamos con él. Adam también se quedó, al principio sólo
sentándose conmigo, luego haciendo recados, como conseguirnos algo para cenar.

—Voy a hacerlo público —dijo Sean mientras comíamos nuestra comida


vietnamita para llevar—Tan pronto como regrese a Los Ángeles. Supongo que lo
políticamente correcto sería esperar hasta que todo se haya calmado y la decisión se
haya tomado, ya sea que la separación va a ser permanente o que el tío Josef y yo
podemos llegar a un acuerdo.

—Sólo si ese acuerdo incluye que le entregues la corona de CEO —


murmuré.

508
El Club de las Excomulgadas
—Probablemente. Pero no voy a ser yo quien divida la Camarilla. Estoy
dispuesto a negociar. Si él no lo está, que así sea. Podría esperar a que todo se
calmara. A nivel empresarial, sería inteligente. Pero no es justo. Si la Camarilla
permanece dividida, el tío Josef y yo estaremos haciendo campaña buscando la
lealtad de los empleados. Tengo que ser sincero con ellos.

—Y si no lo haces ahora, será más difícil hacerlo después —dije.

—Lo sé. Aguantar el tirón. Asumir el riesgo.

—Saldrá bien.

Se encogió de hombros y pude deducir por su expresión que él creía que yo


estaba siendo tan desesperadamente optimista como él lo había sido acerca de

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alcanzar un acuerdo con Josef. Yo no estaba de acuerdo. Vale, él podía perder unos
pocos empleados, pero para la mayoría, su orientación sexual no importaría e,
incluso si lo hiciera, ellos iban a trabajar para él, no a casarse con él. Había
demostrado ser un líder empresarial desde hacía años. Seguiría haciéndolo, ya sea
dirigiendo la Camarilla Nast o la mitad de la Camarilla Nast.

Su teléfono móvil zumbó. Él lo miró y suspiró.

—Tengo que contestar —dijo.

—Y yo tengo que ocuparme de algunos recados propios —dijo Adam—


Estaré de vuelta pronto.

—Tomaos vuestro tiempo —dije—Parece que va a ser una noche muy larga.

Se fueron. Recogí mi revista. Todavía estaba en el primer artículo, cuando


un gemido desde la cama me hizo dar un respingo.

Bryce estaba haciendo muecas. Trataba de levantar su mano, pero estaba


atada.

Apreté sus dedos. Antes de que yo pudiera hablar, él dijo con voz ronca:

509
El Club de las Excomulgadas
—Agua.

Llevé mi botella de agua a los agrietados labios de Bryce. Él bebió, luego


abrió los ojos. Le envié un mensaje rápido a Sean, luego me volví hacia Bryce.

—Hola —dije.

Él frunció el ceño.

—¿Savannah? —intentó de nuevo levantar su mano. Entonces miró por


encima para encontrarse con las ataduras— ¿Qué...?

Le desaté.

—Lo siento. No tiene buena pinta, ¿verdad? Despertar atado a una cama

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conmigo aquí. Yo no te secuestré, si es lo que te estabas preguntando. Supongo que
todo es un poco confuso, pero…

—No —él parpadeó—Sip. Es confuso. Pero lo recuerdo. El laboratorio. El


experimento. La explosión. El foso. —Hizo una pausa. —Te debo una.

Me encogí de hombros.

Su mirada se trasladó al yeso en mi brazo.

—¿Qué pasó?

—No mucho. Maté a Giles. Me deshice del movimiento de revelación.


Conseguí tu antídoto. Luché con Balaam y lo envié de vuelta al infierno.

Una leve sonrisa.

—¿Todo por ti misma?

—Puede que tuviera un poco de ayuda.

La sonrisa creció y empezó a decir algo, pero en ese momento Sean entró en

510
El Club de las Excomulgadas
la habitación, sin aliento.

—Hola hermano —dijo Bryce.

Sean se acercó y lo abrazó. Empecé a dar marcha atrás fuera de la


habitación, pero Sean me cogió del brazo y tiró de mí.

—Bienvenido de regreso de entre los muertos —le dijo a Bryce.

—En realidad, fue de entre los no-muertos. Pero se sentía como entre los
muertos. Todavía se siente como muerto —hizo una mueca y extendió el brazo
hacia mi botella de agua. Se la di. Tomó un trago, luego preguntó—¿Encontraron a
Larsen y sus padres?

—Lo hicieron. Ya lo hablaremos más tarde. Estoy seguro de que tendrás que

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resarciles, pero creo que ya has sido lo bastante castigado.

—Les resarciré —dijo Bryce. Se volvió hacia mí—Un montón de


resarcimiento.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cincuenta
Me dirigí escaleras arriba en busca de Adam. No estaba en los archivos y no
contestaba al móvil. Me asomé al salón donde había visto por última vez a Lucas.
El sofá estaba otra vez en su sitio. Y ocupado. Lucas estaba sentado en un extremo,
Paige acurrucada contra él. Los dos estaban profundamente dormidos.

Apenas habíamos regresado de Indiana antes de que Benicio comenzara a


usar los eventos de la última semana para persuadir a Lucas que era el momento
para que ocupara su lugar en la Camarilla. No como heredero renuente. No como
un ejecutivo a tiempo parcial. Como CEO. Él había asumido la carga de evitar la
mayor amenaza a la que nuestro mundo se había enfrentado nunca. Había
demostrado a todos que el cruzado hijo bastardo de Benicio sin duda podía llevar

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las riendas de la Camarilla más poderosa del país. Ahora era el momento de
aprovechar la oportunidad para hacer una transición sin incidentes.

En su favor, hay que decir que Lucas no se rio. Tampoco se dio media
vuelta y se alejó, como habría hecho hace unos años. Había trabajo que hacer como
efecto secundario de este desastre evitado. Pequeños incendios a ser extinguidos
antes de que se reavivaran. Pero insistió en que su lugar estaba en Portland,
dirigiendo la agencia con Paige. Haría lo que pudiera aquí y luego se iría a casa con
nosotros. Benicio lo tendría durante una semana más. Después de eso, bien, el
equipo de teleconferencia en la Camarilla era de primera categoría. Se las
arreglarían, como lo habían hecho en los últimos años.

¿Querría Lucas alguna vez convertirse en CEO de la Camarilla Cortez? Tal


vez. Con el tiempo. Pero Benicio todavía estaba sano y había sobrenaturales por ahí
afuera que necesitaban a Lucas, protector de los desvalidos, más de lo que
necesitaban a Lucas, CEO de la Camarilla.

Los miré -mis amigos, mis jefes, mis padres adoptivos- acurrucados en el
sofá. Entonces sonreí, retrocedí y cerré la puerta con un hechizo.

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El Club de las Excomulgadas
*****

Estaba llamando de nuevo a Adam cuando oí un chasquido familiar de


zapatos de tacón alto y levanté la mirada para ver a Jaime y Jeremy viniendo en mi
dirección.

—Pensé que ya os habíais escapado, chicos —dije.

—Lo intentamos —dijo Jaime—Fui detenida por cierto exigente maestro de


la manipulación.

—Benicio.

—No, las Parcas. Me querían cerca para actuar como portavoz de tu madre
mientras las Camarillas limpiaban este desastre. Lo que me recuerda que ella quiere

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hablar contigo. Tu padre también. Creo que han hecho algo de manipulación de su
propia cosecha con las Parcas. Para que tengas un último cara a cara antes de que
el velo se cierre por completo.

—¿Señorita Vegas? —un hombre joven se acercó corriendo por el pasillo—El


señor Cortez necesita…

—Lo sé, lo sé — se volvió hacia mí—Dame una hora.

—Espera, primero, ¿han visto a Adam?

—Estaba con Elena, creo —dijo Jeremy—Ellos están... —miró por el


pasillo—Te llevaré allí.

Jaime sonrió, le apretó el brazo y luego siguió al secretario. Jeremy y yo nos


dirigimos en sentido contrario.

—¿Entonces te vas a quedar en Miami con Hope y Karl? —pregunté.

Negó con la cabeza.

—A ninguno de nosotros le importa quedarse más tiempo del necesario.

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El Club de las Excomulgadas
Una vez que Jaime termine nos reuniremos con los demás en Rusia.

Ahí es donde Antonio y el resto de la Manada habían sido reubicadados


durante el conflicto, refugiándose con la Manada rusa.

Jeremy continuó.

—Llevar un bebé en un vuelo intercontinental no parece prudente, sobre


todo con un padre todavía recuperándose del nacimiento y el otro casi de la muerte.
Pero Karl quiere a Hope y a Nita fuera de Miami, y Hope quiere ir. Benicio nos
enviará en el avión privado con un médico.

Entonces, Karl había resuelto sus problemas con Elena aparentemente.


Nunca lo había dudado. Puede que a él le guste jugar al lobo solitario, pero ahora

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que tenía una familia, su primer instinto era poner a su esposa y a su hija bajo la
seguridad de su Manada.

— ¿Vais a estar en Rusia mucho tiempo?

Él sacudió su cabeza.

—Nos dirigiremos a casa en un par de semanas, si deseas pasar algo de


tiempo en Stonehaven este verano. No lo has hecho desde hace varios años.

—No, no lo he hecho. Creo que te tomo la palabra —eché un vistazo hacia


él mientras doblábamos la esquina —Así que, supongo que con toda esta confusión,
no dimitirás como Alfa a corto plazo.

—En realidad, lo haré. Elena está lista. Yo ya sabía que lo estaba. Ella no
estaba tan segura. Pero ahora no hay ninguna duda de que ella puede hacerlo. Es el
momento.

—¿Ya se lo has dicho?

—Todavía no. Cuando llegue a Rusia, daré la noticia. Ella está lista para ser
Alfa —Su sonrisa torcida se hizo más amplia, los ojos brillando—Y yo estoy listo

514
El Club de las Excomulgadas
para no ser alfa. Tal vez para vivir algunas aventuras mientras todavía soy lo
suficientemente joven como para disfrutarlas.

Llamó a una puerta cerrada. Elena gritó:

—¡Adelante!

Abrí la puerta para encontrarla con Clay, las sillas puestas ante un escritorio
y los gemelos en un enorme monitor.

—¡Savannah! —gritó Kate—¡Veo a Savannah!

Kate trepó más cerca de la cámara, empujando a su hermano a un lado.


Mientras discutían, eché un vistazo hacia Jeremy. Se había quedado detrás de la
puerta y ahora se retiraba, indicándole con un gesto a Elena que él hablaría con los

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niños más tarde.

—Hombre inteligente —murmuró ella.

Logan había reclamado su mitad de la pantalla y se inclinaba hacia adelante,


frunciendo el ceño.

—¿Qué le pasó a Savannah en el brazo?

Levanté el yeso.

—Me lo rompí haciendo el tonto.

—¿Fue escalando? —dijo Kate. —Prometiste enseñarnos.

—Lo haré este verano. Voy a ir de visita cuando vuelvan.

Kate dejó escapar un grito.

—Quiero romperme el brazo así podré tener una escayola y que todo el
mundo la firme.

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El Club de las Excomulgadas
—Eso es estúpido —dijo Logan.

Ella lo empujó.

—Tú eres estúpido.

—Lo lamento —le susurré a Elena cuando los gemelos se cayeron fuera de la
vista—En realidad sólo buscaba a Adam.

—Oh, él está al final del pasillo haciendo algunas llamadas telefónicas. Te


llevaré.

—Síp, corre mientras puedas —murmuró Clay. Se inclinó hacia la pantalla —


¡Chicos! Tenéis cinco minutos antes de que sea hora de acostarse. ¿Queréis saber
cuándo vamos a llegar a casa?

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—¡Ahora! —gritó Kate, apareciendo—Te quiero aquí ahora mismo.

—No pueden teletransportarse, tonta —dijo Logan.

—Si la llamas así de nuevo… —Clay estaba diciendo cuando cerramos la


puerta.

—¿Los niños se aburren? —dije mientras Elena me llevaba lejos.

—No, los muchachos los mantienen ocupados. Ellos sólo quieren que mamá
y papá renuncien a esta locura sin sentido de salvar al mundo y vayan de camping
con ellos este fin de semana.

—Tienes que tener prioridades —dije.

Dimos unos cuantos pasos más.

—Entonces, ¿supongo que no estás preocupada por Malcolm? —dije.

Ella negó con la cabeza.

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El Club de las Excomulgadas
—Otra aventura para otro día. Necesitamos un descanso y, según lo último
que vimos, está seguramente bajo custodia con los Nast —ella empujó una puerta
entreabierta—Y aquí está Adam.

Él se volvió e hizo un gesto hacia su teléfono móvil.

—Gracias —le susurré a Elena—Oh y felicitaciones.

—¿Por qué?

Sonreí.

—Ya lo averiguarás.

*****

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Entré en la oficina y me apoyé en la puerta cerrádola cuando Adam colgó el
teléfono.

—Ah, así que por eso has estado ignorando mis llamadas.

—¿Ignorando...? —revisó sus mensajes—Mierda. Estaba en espera. Ni


siquiera oí el pitido —se dirigió hacia mí—¿Se trata de Bryce? ¿Está él…?

Levanté una mano para detenerlo.

—Despierto. Los médicos lo ha revisado. Él parece estar bien. Le estoy


dando un poco de tiempo con Sean. Él tiene que contarle lo de Thomas.

—Cierto —sacudió la cabeza—Es una mierda de narices a la que despertar.

—Por eso los dejé solos. Sé que es tarde, pero tenía la esperanza de
convencerte para una copa, si has terminado con el trabajo.

—No estaba trabajando —se acercó a la impresora, sacó un par de hojas y


me las entregó—Para ti. Un pequeño presente en ―agradecimiento por salvar al
mundo tal y como lo conocemos‖. Hay una camiseta en camino también, pero va a

517
El Club de las Excomulgadas
tardar un tiempo.

—¿Camiseta?

—Sip. Dice: ―Yo derroté al Señor Demoníaco Balaam y todo lo que


conseguí fue esta mierda de camiseta‖.

Me eché a reír.

—Me consideraré afortunada si eso es todo lo que consigo. Todavía estoy


esperando a que él aparezca y utilice mi pellejo para hacerse una camisa.

—No lo hará. Demasiado humillante. Es mejor culpar a Gilles de Rais por


arruinarlo todo —él señaló hacia las hojas—Ahora lee.

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Ojeé la primera página.

—¿Nuestro viaje de esquí a Suiza?

—A mi cuenta. Y es una cuenta muy cara además. Ese lugar no es barato.


Pero tú lo vales. Sólo recuérdalo cuando te pida que vengas al heli-esquí conmigo.

—No voy a hacer esquí de ningún tipo —levanté mi yeso—¿No se te olvida


algo?

—¿Comprobaste las fechas de esa reserva?

Eran para dos meses a partir de ahora.

—Oh.

—Síp, ―oh‖. Supuse que te daría tiempo a recuperarte.

—Tiempo también para encontrar un apartamento. Me voy a mudar tan


pronto como volvamos a Portland.

—Bueno. Hay una vacante en mi apartamento —levantó una mano antes de

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El Club de las Excomulgadas
que pudiera hablar—En mi edificio, quiero decir. Sé que no estás lista para que
vivamos juntos. Necesitas vivir por tu cuenta. Al menos por un tiempo — puso su
brazo alrededor de mi hombro y me sacó de la habitación—Y ahora, ¿mencionaste
invitarme a una copa?

—No creo que dije…

—Síp, estoy bastante seguro de que lo hiciste. Podríamos querer que sea
doble. ¿Has comprobado el correo electrónico últimamente? Al parecer, el mundo
no se detuvo mientras estábamos ocupados salvándolo. Mogollón de trabajo
esperándonos.

—Mogollón de aventuras esperando.

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Él sonrió hacia mí.

—Siempre hay mogollón de aventuras esperando.

Y siempre sería así. Las cosas que había sucedido en las últimas semanas.
Las cosas grandes. Tal vez incluso aquellas que en última instancia alterarían
nuestro mundo. Pero una cosa no iba a cambiar. Siempre habría trabajo que hacer,
amenazas que derrotar, aventuras que correr.

No me gustaría que fuera de otra manera.

Fin

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El Club de las Excomulgadas
Una Nota Final de Kelley...

Así termina el Otro Mundo, con Savannah esperando toda una vida de
aventuras. Puede parecer una forma extraña de terminar, pero así es como siempre
he imaginado el final. No envío a los personajes a sus mecedoras, para dormitar
durante sus años de retiro. No he creado un mundo en el que eso sea posible. Esta
no es una victoria final que pueda permitirles a todos vivir en paz para siempre.
Pero como dice Savannah, no le gustaría de ninguna otra manera. La de ellos es
una vida de amenazas y desafíos y, sí, de aventuras. Esto es, para mí, su ―felices
para siempre‖.

¿Alguna vez los lectores compartirán estas futuras aventuras?

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Sí. Tengo más historias que contar. Y contaré algunas de ellas en tres
antologías de historias cortas, la primera será publicada en 2014. Puedo incluso,
algún día, volver a compartir una historia más grande, cuando sea el momento
adecuado.

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Próximamente

Kelley Armstrong — Serie Mujeres de Otro


Mundo LI

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Desde Rusia, Con Amor

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