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ALGODONEROS Tres familias de arrendatarios James Agee fotogratias de Walker Evans Traduccidn de Alicia Frieyro coleccion Entrelineas Lapitin SwineD Tio original Cotton Tenants: Pre Families (2013) © Deli: lames Age & Walker Evans © Dela etn: ohn Summers © Delptogo: Adam Hosiet © bela waduccn: Ala Feo © Deesta edi: Capit Sing Uitos, 5. cf Rall Fina $8, 2°4- 28044 Madi Ti 630 022 534 contactoseapitansingbves com vn caitanseinglibos.com © Dison gst: Flo Estudio - ww oestudia.com Conecciin ortpogttica A.M. Gibert ISBN: 978-84-942213.3.0, Depdsto Legal M-8725-2014 Codigo BIC: F Impresoen Espa Printed Span Grficas GracelS.LL.Alcobendas, Maid ‘uracil, ‘tr cine excels pda a 9 pal ‘chap adgle mes apracmet F 4 4 iS ft Nota del editor (John Summers) ‘Sumario de un poeta (Adam Haslett) Introduccion 01. Dinero 02, Cobijo 03, Comida 04, Rapa 05, Trabajo 106. Temporada de recoleccié . 07, Educacion| 08, Ocio 09, Salud ‘Apéndice primero: Sabre los negros ‘Apéndice segundo: Teratenientes B 2 49 61 B 109 119 135 a 149 INTRODUCCION JAMES AGEE L a regidn algodonera tiene novecientos sesenta y cinco ki metros de largo y cuatrocientos ochenta y dos kiléme- tros de ancho. Bl sesenta por ciento de aquellos cuyas vidas dependen directamente del algodén que aqui se cultiva, entre ocho y ocho millones y medio de hombres, mujeres y nifios, no tienen tierras ni hogar en propiedad, son arrendatarios. Este articulo es una crénica detallada de las vidas de tres familias de esos arrendatarios, escogidas con sumo cuidado para representar al total. Ninguna de las tres familias sobre las que se escribe aqui podria servir de ilustracién ni tan siquiera de bosquejo de ese total. Las tres juntas, al menos, si constituyen un bosquejo. No trabajan ni para la peor clase de terrateniente, el absentista (sea ser humano 0 corporacién) y su administrador y capatazs i tampoco para la «mejor» clase, el paternalista. Trabajan una tierra cuya produccién se aproxima a la media nacional. Una tie- ne a su cargo una granja de dos mulos. Dos pertenecen a esa clase més afortunada de arrendatario, por asi llamarlo, que trabaja por la tercera y cuarta partes. Una de ellas es depositaria de buena parte de lo peor que puede hacerle la pobreza a un ser humano blanco en el Sur rural; una es mucho més limpia y edignay que la media (sin mas felices resultados); la tercera acuna y entreteje una serie de diferencias entre ambas. En un 25 esfuerzo por evitar la mis minima presencia de los prejuicios de los que se ha acusado a buena parte del periodismo que ha informado sobre este tema, nos hemos concentrado en los Bu- rroughs, aquella de entre las tres familias que muestra una ima- ‘gen menos flagrante, Ningiin estudio serio sobre cualquier aspecto del arrenda- miento algodonero podria considerarse completo sin una men- cidn, por lo menos, al terrateniente y a los negros: uno de cada tres arrendatarios es negro, Pero esta no es su crénica. Cual- quier consideracién honesta sobre los negros desvirtuaria y dis- torsionaria el tema con los problemas de una raza y no de un arrendatario: cualquier discusi6n justa sobre los terratenientes nos Hlevaria a discutir sobre problemas econdmicos y psicolé- zgicos sobre los que aqui sélo tenemos espacio para mencionar de paso. Los lectores que en esta crénica echen en falta detalles de violencia y de las formas mas flagrantes de explotaciin y de es tafa haran mal en concluir que se debe a que no existen 0 bien 1 que hemos preferido omitirlos: y hardn bien si tienen en cuen- ta un puiado de hechos, A saber, que esas formas de engatio, aunque bastante extendidas por lo general, no son necesaria- mente undnimes. Que la violencia que, ciertamente, en cual- quier punto de esa regidn, es la respuesta a cualquier gesto que pueda incomodar minimamente a los terratenientes, no es ni mucho menos representativa de la regién en su conjunto porque la poblacién en su conjunto sigue manteniéndose pacificamente a raya en parte gracias a su. propia ignorancia y en parte a la certeza de lo que ocurre cuando uno se pasa de la raya, en otras palabras, al miedo, Que los arrendatarios, con raz6n, no estan 1ni mucho menos dispuestos a ofrecer informacién que, de ser publicada junto con sus nombres y sus fotografias, pondria en .go su empleo y su integridad fisica. Y que sila vida del arren- datario es tan mala como se ha pintado —y lo es y peor— exhi- bird su ruindad de una forma menos profunda, esencial y com- prensiva en la fatalidad de los peor tratados que en ese constante goteo de detalles del dia a dia que decolora las vidas incluso de Jos relativamente «mejor» tratados. 4 1. La Gran Esfera en la que vivimos. FI mundo es nuestro hogar. También es el hogar de muchisi- ‘mos otros nifios, algunos de los cuales viven en tierras lejanas, Fillos son nuestros hermanos en el mundo, 2 Comida, cobijo y ropa. sQuéeslo que debe tener cualquier parte del mundo para que sea un buen hogar para el hombre? sQué necesitan todas las per- sonas para vivir cémodamente? Imaginemos que estamos afuera, en los campos. El aire es muy frio y sopla el viento, Nieva, y de tanto en tanto se torna en aguanieve y luvia. Estamos casi des- ‘nudos. No tenemos nada que comer y estamos hambrientos y helados. De repente la Reina de las Hadas baja flotando de las, ubes y nos concede tres deseos. 1Qué pediremos? «Yo pediré comida, porque tengo hambre», dice Peter. ««Yo pediné ropa para protegerme de! fria», dice John. oY yo pedliré una casa para resguardarme del viento, de la nieve y de la lluviay, dice la pequefia Nell con un escalofrio, Por lo tanto, todo el mundo necesita comida, ropa y cobijo. La mayoria de los hombres dedican su vida en la tierra a conseguir estas cosas. En nuestros viajes querremos aprender lo que nues- {ros hermanos en el mundo comen y de dénde proviene su comi- dda. Querremos ver las casas en las que viven y con qué estan construidas, Querremos saber también qué ropa usan para pro- tegerse del calor y del frio. Estas son las frases introductorias de Around the World With the Children, un libro de texto de geografia de tercer curso pertene- cientea Lucile Burroughs, de diez aftos de edad, hija de un arren- datario algodonero. 25 El mundo es nuestro hogar. En pris er lugar debemos asumir que la vida es mas importante que cualquier otra cosa en la vida de un ser humano, exceptuando, posiblemente, lo que acontezca a dicha vida. Merece atencién, y una atencidn seria, acorde con su impor tancia. Y puesto que todas y cada una de las posibilidades que ofrece la vida, o de las que puede ser privada —valor, entereza, riqueza, felicidad, dignidad—, dependen por completo de las cir cunstancias, las circunstancia ten. merecen, en proporcién, ui cidn seria por p: humano civilizado, Una civilizacion que por cualquier razon re- Jega una vida humana a una situacién de desventaja; o una civili- te de cualquiera que ose considerarse un ser n cuya existencia radica en relegar la vida humana a una situacién de desventaja, no merece llamarse asi ni seguir existien. do. Y un ser humano cuya vida se nutre de una posicién aventa- jada adquirida de la desventaja de otros seres humanos, y que prefiere que esto permanezca de este modo, es un ser humano sélo por definicidn, y tiene mucho mas en comin con el chinche, la tenia, el cancer y los carrofieros de! hondo mar. Solo si consideramos estas verdades como obvias, e irrefuta- bles, y muy posiblemente mas serias y, desde luego, niis inme diatas que cualesquiera otras, podremos abordar con honradez y pertinencia nuestra cronica: un breve relato sobre lo que acon. tece a la vida humana, y aquello de lo que la vida humana no tiene escapatoria posible, bajo determinadas circunstancias, desfavorables. Las circunstancias: es decir, aquellas de las que nace y en las {que nace el arrendatario algodonero; y bajo cuya constante lluvia soporta los aitos hasta adquirir su figura distorsionada; y bajo cuyo alcance va deteriorandose hasta la muerte. El hecho de que sus circunstancias son meras manifestaciones locales de la inmen say vetusta, y eminentemente racial, circunstancia de la pobreza: de una vida consumida de continuo y por entero en el mero y tan profundamente pri- vada y daitada y atrofiada en el transcurso de ese esfuerzo que s6lo se la puede llamar vida por cortesia biolégica: este hecho no de- beria confundir nuestro di es mis, lo agudiza. As por ejemplo, seria deshonesto de nuestra parte regocijarnos con nico esfuerzo de preservarse a si mist ernimiente la idea de que con solo mejorar a situacién del algodonero arren- datario podriamos solucionar cualquier problema esencial: y no seriamos mas que unos necios si nos consolsemos con la espe- culacién de que el Sur es una tierra «atrasada», Nuestra crénica, no obstante, es limitada. Hablaremos sola- mente de las tres familias vivas, escogidas con sumo cuidado para representar por completo y con justicia al millén y cuarto de fa- milias, a los entre ocho millones y medio y nueve millones de seres humanos que son los granjeros arrendatarios de la region algodonera. Las familias son la de Floyd Burroughs, y la de Bud Fields, su suegro, y a de su cuftado, el hermanastro de su mujer, Frank Tin: gle. Viven en un promontorio de tierra roja llamado Mills Hill, en el condado de Hale, en el centro oeste de Alabama. Fields y Tingle trabajan para los hermanos y socios J. Watson y J. Christopher Tidmore, que viven en Moundville, una pequeia poblacién a dieciséis kilémetros de arcilla roja y acho kilometros de carretera alnorte de ellos. Burroughs trabaja para Fletcher Powers, que vive a_unos tres kilémetros al sur de Moundville. Arrancaremos con un esbozo de los acuerdos laborales entre el arrendatario Floyd Burroughs y el terrateniente Fletcher Powers segiin los cuales Bu- rroughs, y su esposa, y los cuatro hijos de ambos, viven, a DINERO B urroughs aporta su mano de obra, y la mano de obra de su fami Powers aporta las instalaciones, los suministros y el dinero. Es decir, aporta la tierra, la casa que la ocupa, los edificios anejos, el suministro de agua, la huerta, las érdenes sobre qué plantar y donde, y cuando y cémo, las herramientas, las semillas, el mulo, Ja mitad del forraje del mulo, dinero para viveres, la mitad del fertilizante y, de momento, la parte de fertilizante de Burroughs. Burroughs paga su renta entregando la mitad del algodén, la mitad de las semillas de algodén y la mitad del maiz que produce. (Algunos terratenientes se Hevan la mitad de los guisantes y la mitad del sorgo, también). Su mitad del maiz la guarda para alimentar a su familia y dar de comer al mulo durante la mitad del aio que tiene al malo. De su mitad de semillas de algodén, una vez pagada su mitad de la tarifa de desmote, obtiene el dinero del que vive durante la temporada de la recoleccién. ‘Todo el dinero que obtiene de su mitad del algodén es para él, tuna ver ha devuelto el dinero para viveres que le fue adelantado a un interés del ocho por cien, y cualesquiera otras deudas con, traidas, como honorarios médicos, que tenga pendientes. El dinero sobrante es efectivo disponible, con el que comprar los zapatos y la ropa que tanta falta hacen Hegadas estas fechas; con el que comprar unas pocas baratijas para los crios en Navidad; yy del que vivir los meses mas duros del ait. 29 Este acuerdo hace de é! lo que se conoce como un mediero, 0 aparcero. Si Burroughs poseyese un mulo y herramientas, como Bud Fields, o herramientas y dos mulos, como Frank Tingle, trabajaria ‘como ellos por una tercera y cuarta partes, o se le Hamaria arrendatario.’ Fields y Tingle trabajan bajo un acuerdo pricticamente idén- tico, si bien ellos aportan sus propias semillas, y dos terceras par- tes del guano que emplean (en su algodén) y tres cuartas partes del nitrato de sodio que emplean (en su maiz), y pagan, como arriendo, s6lo una tercera parte de su algodén y de su semilla de algodén y una cuarta de su maiz. ‘Muy pocos arrendatarios llevan la contabilidad. De entre los que lo hacen, todavia menos son tan estupidos como para sacar los libros y contrastarlos con los del terrateniente. No se trata solamente de que no haya ningiin terrateniente ni ningun ciuda- dano influyente ni ningdn tribunal de justicia que fuese a dar crédito a sus cuentas al confrontarlas con las de su terrateniente. Se trata, y esto es mucho més importante, de que cualquier in tento de cuestionar la palabra del terrateniente causaria una im- presidn extremadamente desfavorable. Un arrendatario asi no seria la clase de trabajador servicial que a un terrateniente le gus: {aria mantener en su puesto. Es més, cualquier otro terrateniente al que acudiese ese arrendatario en busca de trabajo lo veria del mismo modo; como también lo haria cualquier otro empleador local. Es muy cierto que el arrendatario, sin deudas, no es un es- clavo, Es libre de saltar de terrateniente a terrateniente y de tierra a tierra. Pero puesto que todo se lleva desde un punto de vista personal, y laboral, esta en manos del arrendatario dar y mante- ner una impresién que, en el peor de los casos, no sea desfavora- ble. Por supuesto que esto es aplicable hasta cierto punto a los, empleos en todo el mundo, pero el caso de un hombre como Burroughs es un tanto particular ala tierra de Burroughs: «Ma- sustaria irme a otro sitio lejos de Maounvul: No sabo como iba a “EI nombre genérico correco es arrendataria, El periodismo norteno ha eon: vertdo aparcero en término generico inexacto, x0 Vivir. Sabe usted, es que por aqui me se conoce». Las tres familias se han mudado varias veces; pero ninguna ha salido jamés del vecindario de Moundville, Burroughs lleva casado once aos. Trabajé tres de agricultor y se desanim6, Trabajé tres en un aserradero; ganaba mas dinero. Dos délares al dia; pero la vida era ms cara; y se desanimé, Volvié ala agricultura y lleva trabajando el campo los tiltimos cinco aitos. Un aio sacé en limpio una suma de dinero alentadora, ya no re- cuerda cuanto, y se hizo con un mulo, Cuando descubrié a cuinto le tocaba repartir al aio siguiente, vendié el mulo y volvié a ira medias. La mayor cantidad que ha sacado en limpio han sido ciento cuarenta délares, el afto de la destruccién de cosechas. Reu- nid siete balas, mis del doble de su media personal, que esta en torno a tres, se vendieron a doce céntimos la libra, y obtuvo vein- ticinco délares del Gobierno por la bala que habia destruido. Te- nia ciento cuarenta délares cuando termind de pagar sus deudas. El peor afo, el afto anterior, acabé con una deuda de ochenta dlares. Fl Gltimo ato de cuyas cuentas hay constancia, 1935, a¢a- b6 debiendo doce délares. El terrateniente compra el fertilizante a granel y suma el gasto a la cuenta del arrendatario al precio de coste mas intereses, He ahi una parte importante de la deuda del arrendatario (

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