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Tanto en el evangelio de Juan, como en Mateo (cap. 25) y Lucas (cap. 24), los textos dejan un
claro testimonio de que la aparición de Jesús resucitado a las mujeres, está íntimamente ligada con
su presencia en el sepulcro ( es esta relación de continuidad que ellas establecen entre la vida y la
muerte, la que las capacita para ver antes que nadie al resucitado. “Solo se ve bien con el
corazón, lo esencial es invisible a los ojos”, parecen decirnos estas mujeres como El Principito de
Saint Exupery.
Quiero insistir en la urgencia con que María (y otras mujeres...) regresan al sepulcro ( “El primer
día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba
oscuro ”. No hay cansancio o sueño que valga, nada es más urgente que retomar el contacto...
María corre porque su corazón se lo exige y se entrega sin medirse, sin pensar en nada más. Unos
versículos más adelante el narrador nos muestra la reacción de la misma María y de otros
compañeros ante la realidad de la piedra removida y el sepulcro vacío, entonces volvemos a
contemplar a esta mujer en la gran pasión que la une a Jesús. Mientras los discípulos, otra vez con
demasiada prisa, se alejan para contar a otros lo sucedido, ella reposa su dolor: “María se quedó
afuera, junto al sepulcro, llorando”.
De alguna manera padece una experiencia mística, experiencia atravesada por el dolor, que la
paraliza. Hablando de la relación de esta mujer con Jesús Eugen Drewermann nos dice:
“Pero nadie le amó tanto y estuvo tan pendiente de él como esa mujer de Magdala. Porque para
ella lo significaba todo. Si de María la madre de Jesús, decimos que sólo vivió para él, de María
Magdalena tendríamos que decir que sólo vivió por él... Lo que ella podía ser, lo fue sólo por
Jesús; sin él no podía ya seguir viviendo... Ella no le siguió como otros, sólo sabía que era él el
único lugar en el mundo, en el que ella podía vivir y en el que podía abandonarse a la vida...” (2).
Nuestro seguimiento al Maestro de Nazaret, puede ser contrastado con el de esta mujer, primera
mística del cristianismo... en qué medida la entrega de nuestra persona es realmente radical? Y si
sabemos que en el camino de Galilea, el amor a Jesús, a Dios... ES el amor al hermano...en qué
medida nuestra pasión por el servicio, por la acogida, por la sanación al otro, es realmente fuerte,
de tal manera que nos paralice para cualquier otra actividad y/o interés?
El tercer momento del relato en el que me quiero fijar es en los versículos 14 al 17. De nuevo nos
encontramos con la actitud de Jesús que recibe y acoge el amor de este mujer. El relato es muy
claro: Es ella la primera persona a quien Jesús se aparece en la plenitud de su gloria. Sabemos
muy bien la importancia del primer amor (Apocalipsis 2, 1-7). Esa primer luz que irradia en nuestras
vidas y proyecta su fuerza más allá de las desilusiones, los fracasos, las luchas, los pesares...
Esas primicias las da Jesús a una mujer. No se trata tan sólo de esa expresión un poco extraña -y
en últimas desestimulante- que la tradición eclesial acuñó para desembarazarse un poco de la
fuerza de esta mujer ( apóstol de los apóstoles... Se trata por el contrario de una clarísima
expresión de predilección... Predilección trascendente y radical: Jesús resucitado se muestra por
primera vez ante unos ojos femeninos que se han preparado cuidadosamente con su amor, su
entrega y su pasión para verlo, para recibirlo.
Predilección que antes que todo nos habla de una relación... relación de prioridad, de primicias, de
amor/ágape que se desborda.
En qué medida nuestra mirada se ha hecho capaz de experimentar estas primicias del amor y la
resurrección? En qué medida nuestra prisa ante las demandas y los deberes... inclusive ante la
urgencia de la misión -urgencia que tuvieron Pedro y los otros, y que les retrasó su encuentro con
el resucitado- nos impide preparar el corazón y la mirada para ver lo esencial? Para acoger en
nuestro interior lo que verdaderamente importa?
NOTAS:
(1) Eugen Drewermann:
EL MENSAJE DE LAS MUJERES
Editorial Herder, Barcelona 1996
(2) Idem.