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La Pequeña Edad del Hielo a ambos lados del Atlántico

Episodios climáticos extremos, terremotos, erupciones volcánicas y crisis

A Isabel Campos Goenaga, in memoriam


La Pequeña Edad del Hielo
a ambos lados del Atlántico
Episodios climáticos extremos, terremotos,
erupciones volcánicas y crisis
A Isabel Campos Goenaga, in memoriam

Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta (eds.)

UNIVERSIDAD DE ALICANTE
Los estudios que integran este libro han sido evaluados externamente con el fin de garantizar su calidad
científica. Todos ellos han sido elaborados en el marco del proyecto de investigación HAR2017-
82810-P (Clima, riesgo, catástrofe y crisis a ambos lados del Atlántico durante la Pequeña Edad
del Hielo), incluido en el Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de
Excelencia promovido y financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del
Gobierno de España y la Agencia Estatal de Investigación.

Universidad de Alicante
Publicacions de la Universitat d’Alacant
03690 San Vicente del Raspeig (Alicante, España)
publicaciones@ua.es

© los autores, 2021


© de esta edición: Universidad de Alicante

ISBN: 978-84-XXXXX-XX-X
Depósito legal: A XXX-2021

Maquetación: Marten Kwinkelenberg


Imagen de cubierta: Adrenal (Raquel Puerta, 2009.
Mixta sobre lienzo, 100x100). Colección particular
Impresión: XXXXX
IN MEMORIAM

Profª Dra. Isabel Campos Goenaga (1957-2019). Instituto Nacional de Antropología


e Historia (INAH, México)
ÍNDICE

Preliminar........................................................................................................ 11
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta
Aportes de la historiografía de desastres (ss. xv al xviii). Estudios en
ambos lados del Atlántico...............................................................................19
Raymundo Padilla Lozoya
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los
años ochenta del siglo xviii. Entre la «anomalía Maldá» y los «ciclos
de El Niño».....................................................................................................55
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta
Clima y desastre en Quito (Ecuador) durante la Pequeña Edad del
Hielo: 1640-1800............................................................................................95
Adrián García Torres
Una arquitectura del frío en la Pequeña Edad del Hielo (PEH).
Los pozos de nieve del sureste peninsular español...................................... 115
Rafael Gil Bautista
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan
Huarte de San Juan (una perspectiva retrospectiva).....................................137
Cayetano Mas Galvañ
Extremismo climático, fenómenos biológicos y desastres de origen
natural en el Nuevo Mundo a través del Mercurio Histórico y Político
(1738-1783)...................................................................................................185
Antonio Manuel Berná Ortigosa
Carlos III de España como observador meteorológico en
la correspondencia con sus padres (1731-1744)...........................................213
Irene Andreu Candela
Sismos e catástrofes nos Açores: a resposta dos poderes o sismo de
1614 na Praia (Terceira)................................................................................235
José Damião Rodrigues
Diario de una catástrofe: la riada de san Patricio en Orihuela
(Alicante, 1672)............................................................................................259
Claudio Cremades Prieto
Gestionar la emergencia: redes de comunicación y políticas de
intervención después del terremoto de Palermo de 1726.............................279
Valeria Enea
Luis Muñoz de Guzmán y la compleja gestión del desastre de 1797
en la Audiencia de Quito..............................................................................299
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: Efectos
climáticos y sociales de la erupción del Krakatoa (1883) en el Sureste
de la península Ibérica..................................................................................327
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales
PRELIMINAR

Los estudios que integran este libro forman parte de los resultados del proyecto
de investigación Clima, riesgo, catástrofe y crisis a ambos lados del Atlántico
durante la Pequeña Edad del Hielo (HAR2017-82810-P), correspondiente
al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de
Excelencia promovido y financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación
y Universidades del Gobierno de España y la Agencia Estatal de Investigación
(IP1: Armando Alberola Romá; IP2: Cayetano Mas Galvañ).
En su mayoría fueron presentados en forma de ponencia, y discutidos, en
el marco del XIV Seminario Internacional de Historia y Clima celebrado en
la Universidad de Alicante entre los días 16 al 18 de octubre de 2019. Fue un
seminario muy triste. Deberían de haber participado todos los miembros de
los equipos de investigación y de trabajo adscritos al proyecto pero, en las
postrimerías de septiembre, falleció la profesora Isabel Campos Goenaga tras
combatir contra una durísima enfermedad que, en ningún momento, consiguió
hacer mella en su carácter tenaz ni borrarle del rostro su eterna sonrisa.
Se doctoró en Historia y Etnohistoria por la Escuela Nacional de
Antropología e Historia del Instituto Nacional de Antropología e Historia
(ENAH/INAH, México), por unanimidad y con mención honorífica, el 28 de
agosto de 2008 con una tesis sobre Huracanes, sequías y plagas de langosta
en el Yucatán colonial. En la ENAH, institución de la que poco se apartó, había
cursado también la licenciatura en Etnohistoria, y obtenido el grado en 1993.
Sus compañeros de estudios, que la recuerdan como una «querida colega, amiga
y compañera»1, reconocen haber tenido el privilegio de haber ingresado en un

1. Las frases que a continuación aparecen entrecomilladas, corresponden a escritos cortos que
fueron solicitados expresamente a colegas, amigos, estudiantes, compañeros cercanos a Isabel
Campos, para con ellos aderezar el relato de su vida académica y profesional. Son voces que
aceptaron sumarse a este sencillo homenaje a nuestra extrañada Isabel. Nuestra gratitud, por
tanto, a Sergio Raúl Arroyo, Mario Cuéllar, Josep Ligorred, Jorge Martínez Herrera, América
Molina y Lourdes Mondragón. Pero muy especialmente a Iñaki Campos Goenaga por su
apoyo, sugerencias y aliento constante.
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

momento importante, ya que el plan de estudios acababa de experimentar, a


comienzos de la década de los ochenta del siglo xx, cambios importantes, lo
cual les permitió recibir «una formación integral con una sólida orientación en
el trabajo de campo y de archivo». Lo anterior marcó sin duda la trayectoria
académica de Isabel y su pasión por los archivos, que la llevaría a hurgarlos
no sólo en México, sino también en España.
Desde 1998 impartió en su querida ENAH seminarios y cursos en las
especialidades de Historia y Etnohistoria, tanto en la Licenciatura como en el
Posgrado. También en «la Escuela», como se la conoce coloquialmente, diri-
gió varias tesis tanto de licenciatura como de posgrado; algunas de excelente
factura que dan cuenta del encuentro fructífero entre alumnos inteligentes y
dedicados y una maestra atenta y conocedora del tema. Tal es el caso de las que
realizó Mario Cuéllar en el posgrado de historia y etnohistoria, relacionadas
con las inundaciones en la ciudad de México en un siglo poco atendido por la
historiografía mexicana: el xvii. Sus alumnos la recuerdan con cariño hasta el
punto de que uno de ellos llegar a afirmar que «lo que soy como profesionista,
se lo debo a ella; tenía un carácter muy fuerte, pero en el fondo siempre estaba
pendiente de todos sus estudiantes, pues era muy generosa».
A lo largo de su fértil vida académica, casi siempre dentro del tema gene-
ral de la historia de los desastres, tocó muy diversos aspectos relacionados
con ellos: la amenaza natural en cuestión, fueran huracanes, sequías, plagas
o epidemias; la concepción o percepción de los mismos, o bien los efectos e
impactos en una sociedad vulnerable y las crisis resultantes. También hizo
incursiones en temas paralelos. Así, entre sus últimas publicaciones encon-
tramos desde el libro coordinado con su colega y amiga Hilda Iparaguirre,
Hacia una nación moderna. La modernidad y la construcción de la nación en
México (INAH, México, 2011), hasta el que fuera su último libro, en este caso
editado con su también colega y amigo Rogelio Altez y titulado Antropología,
Historia y Vulnerabilidad. Miradas diversas desde América Latina (El Colegio
de Michoacán-Colofón, Zamora-México, 2018) o su postrera publicación en el
libro-homenaje al profesor Ricardo García Cárcel Pasados y presentes, escrita
al alimón con su también gran amigo Armando Alberola2. Hizo propuestas
novedosas como la relacionada con los desastres en coyunturas, que estudió
particularmente en el Yucatán colonial y que fue el tema central de uno de sus
libros de autoría individual titulado, precisamente, Entre crisis de subsistencia

2. Alberola Romá, Armando y Campos Goenaga, Isabel, «Amenazas naturales, desastres agríco-
las y remedios espirituales en la Península ibérica y Nueva España durante la Edad Moderna.
Notas para un análisis», en Alabrús, Rosa M.ª; Betrán, José Luis; Burgos, Javier; Hernández,
Bernat; Moreno, Doris y Peña, Manuel (eds.): Pasados y presente. Estudios para el profesor
Ricardo García Cárcel. Barcelona, Universitat Autónoma de Barcelona, 2020, pp. 907-920.

12
Preliminar

y crisis colonial. La sociedad yucateca y los desastres en la coyuntura 1765-


1774 (ENAH-INAH-CONACULTA, 2011).
Su pasión por la zona maya tuvo su origen, al parecer, en una práctica de
campo realizada en Campeche cuando cursaba la licenciatura. «La práctica
consistió en llevar a cabo un trabajo etnográfico sobre la cultura material de las
comunidades mayas de la zona de los Chenes». Y a esa región, sobre todo en
la época colonial, fue a la que dedicó una gran parte de sus estudios históricos
sobre desastres, su construcción y su percepción por parte de la población maya.
De ello da cuenta su tesis de licenciatura en Etnohistoria, después convertida en
libro y publicada en 2014 como La llama divina. Nueva mirada a los procesos
e informaciones sobre idolatrías en Yucatán, 1552-1562 (Ediciones del Lirio/
Casal Catalá de la Península de Yucatán, México).
Otro tema que le apasionaba, y que tenía más que ver con sus orígenes y
experiencias de vida como una mujer que una de sus colegas definió como
«mitad mexicana y mitad catalana», era precisamente el del mundo de ese grupo
étnico no indígena en México, migrantes a este país que llegaron particular-
mente a partir del siglo xix: los catalanes. No sólo tenía numerosos amigos que
eran directamente migrantes o bien descendientes de ellos, sino que se dedicó
a estudiarlos, a recuperar la información existente y a publicar los resultados
de esas pesquisas. Papel particular le dio al caso de los antropólogos catalanes
en México y de ello da cuenta el libro coordinado junto con otros antropólogos
catalanes, Claudi Esteva Fabregat y Josep Ligorred, para quien Isabel fue «la
hermana que nunca tuve». El título del libro es precisamente Miradas catala-
nas en la antropología mexicana (2012), en una colaboración, como debía ser,
catalana-mexicana entre la ENAH-INAH-CONACULTA por un lado y por la
Universidad de Vich, el Casal Catalá de la Península de Yucatán y la Generalitat
de Catalunya. Esta «mujer catalana-mexicana, dura en los consejos, firme en
los abrazos», solía combinar sus intereses académicos con ese grupo con el que
compartía sus orígenes con el deleite y el placer en ambos espacios, pues juntos
«lo mismo recorríamos los cementerios en los días de muertos y subíamos a las
faldas de don Goyo, que disfrutábamos de conciertos en el Auditorio Nacional
y caíamos en Garibaldi a echarnos unos tequilas en el Tenampa. Largas fueron
nuestras veladas discutiendo de profecías mayas, huracanes y temblores, del
patrimonio y de los sucesos y vientos tramuntanales de libertad en nuestra tierra
originaria, a orillas del Caribe o del Mediterráneo, en callejones de Barcelona
y Girona, y entre los palacios del centro de la ciudad de México, de Mérida o
de Cuernavaca, bajo los volcanes o entre las aguas de los cenotes».
Combinó sus actividades de investigación con numerosos cargos acadé-
mico-administrativos. Quizás uno de los primeros fue en la oficina de Servicios
Escolares de la ENAH, donde solían preguntar por «Mamá Chabe», como

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Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

algunos estudiantes la habían apodado. Alcanzó varios de alta responsabilidad,


como la Secretaria Académica de la ENAH (2009-2011), de donde «nos la
robamos» para el CIESAS. Fue primero Subdirectora de Investigación (2011-
2012) y más tarde Directora Académica (2012-2015). Regresó al INAH como
Coordinadora Nacional de Antropología (CNAN/INA, 2015-2017) y estaba
ocupando el cargo de Delegada del INAH en el estado de Morelos, (2017-
2019), cuando le tocó atender los efectos e impactos provocados por el temblor
del 19 de septiembre de 2017, cuyo epicentro estuvo precisamente ubicado en
esa entidad federativa.
Los desastres los investigó, particularmente desde la historia, pero también
los vivió, desde la función pública y como ser humano. Sergio Raúl Arroyo,
uno de sus colegas queridos, nos dice al respecto que la «mirada de Isabel es
una constatación sobre las posibilidades de penetrar el tejido misterioso que
envuelve la relación entre lo humano y la naturaleza. En su trabajo hay una
voluntad por descifrar los acertijos que plantea la irrupción de aquello que
trunca el sentido ilusorio de la normalidad; pero también en su prosa se revela
el afecto por la condición humana».
Una faceta menos conocida de Isabel Campos es aquélla que se podría
calificar de activista. Siendo profesora de la ENAH, participó directamente
como miembro del comité organizador del «Encuentro Nacional en Defensa
del Patrimonio Cultural en El Aguascalientes, hoy Caracol de La Realidad en
Chiapas, territorio autónomo rebelde zapatista». Fue de hecho designada como
la responsable de custodiar «los Resolutivos de La Realidad, de los cuales fue
gran promotora». Y cuando la ENAH fue nombrada sede de la comandancia
zapatista en su paso por la Ciudad de México en la Marcha del Color de la Tierra
en 2001, Isabel estaba «siempre presente en jornadas extenuantes dispuesta a
resolver las necesidades que surgieran durante la estancia, sobresaliente como
muchos, sin protagonismos innecesarios».
Es quizás por todo lo anterior por lo que quienes la conocieron en diferen-
tes planos de su vida afirman, y a ello nos sumamos quienes escribimos este
Preliminar, que «hablar de Isabel Campos es hablar de la profesional, colega,
maestra y jefa solidaria, directa y sincera como pocas, pero también divertida
al grado que su humor llegó en ocasiones a romper la solemnidad de reuniones
cargadas de tensión». Realmente disfrutamos mucho con su compañía tanto en
el trabajo como en la recreación y el descanso.
Su liderazgo académico y su fortaleza de carácter le permitieron proponer y
llevar adelante varios proyectos y grupos de investigación, así como dos redes
interdisciplinarias e internacionales que tuvieron gran empuje en su momento:
la Red Internacional de Seminarios en Estudios Históricos sobre Desastres
(ALARMIR), fundada juntamente con Rogelio Altez, Armando Alberola, Luis

14
Preliminar

Arrioja, Raymundo Padilla, Mario Hugo Cuéllar y Andrea Noria, por un lado;
y la Red Temática CONACYT: Estudios interdisciplinarios sobre vulnerabili-
dad, construcción social del riesgo y amenazas naturales y biológicas. En todas
ellas participaron y participan investigadores y estudiantes latinoamericanos
y europeos.
Así fue y así actuó Isabel Campos de manera constante, intensa, solidaria,
ilusionante y desinteresada hasta el 24 de septiembre de 2019.
Pasemos ahora al libro que presentamos a nuestros lectores. Se abre con un
estado de la cuestión sobre los avances historiográficos en materia de desastres
asociados con amenazas de toda índole, naturales y biológicas –sequías, sismos,
epidemias, plagas de langosta o huracanes– en los ámbitos peninsular ibérico
y latinoamericano, elaborado por el profesor Padilla Lozoya. Partiendo de una
amplia reflexión sobre el concepto de desastre, su evolución histórica y sus
diferentes enfoques analiza de manera exhaustiva todo el caudal de información
de que se dispone en la actualidad, a ambos lados del Atlántico, para afron-
tar con garantías las exigencias que reclaman los nuevos estudios de carácter
comparativo y con la perspectiva de la larga duración. Reivindicando el papel
que los profesionales de la Historia y de la Antropología están desempeñando
en este nuevo siglo.
En el estudio de los profesores Alberola Romá y García Acosta se efectúa
una propuesta de análisis comparativo –península Ibérica y México– durante
un período concreto de la Pequeña Edad del Hielo: la década de los ochenta del
siglo xviii. El objetivo es aplicar una suerte de «historia total» en este período
de tiempo que fue pródigo en acontecimientos extraordinarios de diferente
causa, pero siempre con efectos catastróficos, en ambas orillas del Atlántico.
Esta primera aproximación a este tipo de estudios proporciona unos resultados
enormemente interesantes y originales que animan a proseguir por esta senda
investigadora.
Trabajos vinculados con el extremismo climático y sus efectos en las socie-
dades de la época son los de los profesores García Torres, Gil Bautista y Berná
Ortigosa. El primero de ellos, referido al territorio quiteño durante una amplia
secuencia cronológica – entre comienzos del mínimo de Maunder y del de
Dalton– rastrea los efectos del comportamiento del ENOS –El Niño Oscilación
del Sur–, tanto en su fase cálida –Niño– como fría –Niña–, su debilitamiento
durante el período 1650-1780 y el impacto que ello pudo provocar en los
rendimientos agrícolas. El segundo, a cargo de Rafael Gil, estudia una de las
manifestaciones arquitectónicas más vinculadas con la PEH: los pozos de nieve
en el SE peninsular español. En este territorio, seco y cálido por excelencia, pro-
liferó durante esta pulsación climática una actividad económica enormemente
rentable que permitía, tras la recogida y almacenamiento de la nieve durante

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Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

el invierno, su comercialización y consumo llegado el verano. El trabajo de


Antonio Berná exhuma, empleando una metodología concienzuda, todas las
noticias, procedentes del Nuevo Mundo, que refieren acontecimientos extremos
de causa climática y natural y sus consecuencias aparecidas en el Mercurio
Histórico y Político, uno de los periódicos oficiales del xviii español.
El profesor Mas Galvañ llama la atención en su estudio acerca del papel
que la denominada «teoría de los climas» desempeñó en la Edad Moderna,
a la hora de construir un lenguaje conceptual sobre el clima y, en paralelo,
propiciar una mejor aproximación a los fenómenos de la Naturaleza, objeto de
constantes observaciones y descubrimientos. El concienzudo análisis de las
obras de Juan Francisco Masdeu y de Juan Huarte de San Juan, su predecesor,
significa situar a estos dos intelectuales españoles en el foco de la corriente
del pensamiento ambiental.
Por su parte, Irene Andreu, tras un vaciado sistemático de la correspon-
dencia cruzada entre el futuro Carlos III de España y sus padres, Felipe V e
Isabel de Farnesio, mientras el primero ocupaba el trono napolitano, pone de
relieve la importancia que las relaciones epistolares tienen para el desarrollo
de todo tipo de investigaciones; la climática también, como es el caso y ya
ha demostrado la autora en trabajos precedentes. Claudio Cremades lleva a
cabo un estudio de caso sobre la conocida como riada de San Patricio que,
tras el desbordamiento del río Segura inundó Orihuela (Alicante, España) en
1672. Conceptuada como una de las más devastadoras del siglo xviii, como
consecuencia de una sucesión de riadas que alcanzaron su punto culminante
en marzo de ese año, la inundación provocó el colapso de la ciudad y su huerta
obligando a las autoridades a desplegar iniciativas para mitigar los daños que
se combinaron, como era habitual, con la celebración de ceremonias religiosas
Estudios de caso sobre las consecuencias dejadas por la presencia de
diferentes terremotos, así como la gestión del desastre desplegada por los res-
ponsables políticos de cada lugar, constituyen un bloque importante dentro
de este libro. Así, el profesor José Damiao Rodrigues analiza los sismos que
sacudieron la isla Terceira (Açores) en el año 1614; mientras que las profesoras
Valeria Enea y María Eugenia Petit-Breuilh hacen lo propio, respectivamente,
con el terremoto de Palermo de 1726 y el de Quito de 1797. Todos ellos estu-
diados desde la perspectiva de la «gestión del desastre», la circulación de la
información del suceso y las medidas planteadas para la reconstrucción del
territorio y el socorro de las gentes.
Cierra el volumen la contribución de los profesores Jorge Olcina, Salvador
Gil y Alfredo Pérez Morales sobre los efectos que la erupción del Krakatoa
de 1883 provocó en las tierras del levante peninsular hispano. Tras la terrible
erupción del Tambora (1816) que daría lugar al denominado «año sin verano»,

16
Preliminar

la del Krakatoa es considerada la segunda en importancia por sus efectos y los


impactos sociales, culturales y científicos que provocó.
El libro, en su conjunto, persigue incrementar el conocimiento que, sobre
la Pequeña Edad del Hielo en sus aspectos climáticos, disponemos en la actua-
lidad; y contribuir a hacer lo propio con el relativo al desencadenamiento de
desastres asociados con amenazas climáticas, geológicas y biológicas, así como
las consecuencias que padecieron las sociedades de cada momento allá donde
se hallaran. Siempe en el largo plazo y desde una perspectiva comparada.
Los editores queremos manifestar nuestra gratitud a todos quienes integran
el grupo investigador de este proyecto. Por su capacidad de trabajo y, también,
por su paciencia. No han sido buenos tiempos. La pandemia consecuencia de
la COVID19 ha trastornado seriamente nuestras pautas de comportamiento y,
entre otras muchas cosas, ha ralentizado sobremanera la edición de este libro.
Gracias a los responsables de Publicaciones de la Universidad de Alicante ve
la luz cuando todavía no se han aclarado los nubarrones pandémicos. Isabel
Campos Goenaga habría participado en este volumen con una contribución
titulada «Visibilizando la amenaza y el riesgo. Los sismos en la historia del
Estado de Morelos, México». No ha sido posible. Sin embargo, está fuera de
toda duda su presencia en este grupo investigador que estudia temas como los
que este libro contiene y que se elaboran conjuntamente «a ambos lados del
Atlántico».

Armando Alberola Romá


Virginia García Acosta
Alicante (España)-Ticumán (México)
Mayo de 2021

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APORTES DE LA HISTORIOGRAFÍA DE
DESASTRES (SS. XV AL XVIII). ESTUDIOS EN
AMBOS LADOS DEL ATLÁNTICO*

Raymundo Padilla Lozoya1


Universidad de Colima (México)

INTRODUCCIÓN
Las percepciones acerca de la naturaleza y de lo que resulta riesgoso son cul-
turalmente determinadas por las sociedades, y los humanos contamos con
diferentes criterios de caracterización de lo que denominamos desastre. En la
actualidad, desde un enfoque humanístico y social, se entiende como desas-
tre el resultado de procesos socialmente construidos que se materializan en
impactos dañinos, pérdidas económicas y decesos humanos o animales.2 Se ha
documentado que los humanos tratamos a las catástrofes con base en diferentes
criterios, como los patrones sociales y culturales, los valores y significados de
la afectación, los sistemas de creencias religiosas, tipo de instituciones polí-
ticas, y estructuras económicas de cada grupo o comunidad.3 Así, múltiples
factores evidencian la diversidad y también la complejidad, implícitas en la
comprensión de los desastres desde cualquier posicionamiento disciplinario.
La etapa denominada como Pequeña Edad de Hielo está comprendida
entre el siglo xv y el último tercio del siglo xix, aunque aún existen diversas

* Este estudio se inserta en el proyecto «Clima, riesgo, catástrofe y crisis a ambos lados del
Atlántico durante la Pequeña Edad de Hielo (PEH)» HAR2017-82810-P, incluido en el Plan
Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia promovido por el
MINECO (Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España) y la Agencia
Estatal de Investigación.
1. rpadilla@ucol.mx
2. Douglas y Wildavsky, 1982; García-Acosta, 1992, 2005, Altez, 2016a.
3. Bankoff, 2003; Petit-Breuilh, 2006; Gascon, 2009; Mauch y Pfister, 2009.
Raymundo Padilla Lozoya

opiniones respecto a su periodicidad.4 Durante ese lapso, las divinidades y la


naturaleza fueron consideradas como las causas de los sucesos destructivos
asociados a sismos, tsunamis, erupciones volcánicas, heladas, sequías, epide-
mias, huracanes y plagas. Sobre todo, antes del siglo xviii, los actos divinos
y las actividades de la naturaleza estaban vinculados. Aunque había sabios,
científicos y especialistas en algunas materias de la física y las ciencias natu-
rales, la mayoría de la población asociaba el comportamiento de la naturaleza
con voluntades divinas. En esa dinámica se aportaban diversas interpretaciones
negativas acerca de los acontecimientos considerados adversos y destructores.
Por lo anterior, los historiadores investigadores, a lo largo del tiempo, han
encontrado en los vestigios una amplia cantidad de palabras usadas por la pobla-
ción para referirse a la presencia de un desastre y para adjetivar sus impactos, a
veces, de manera eufemística y en ocasiones con mucha precisión, por ejemplo:
aciago, adverso, agorero, amargo, calamitoso, caótico, catastrófico, dañino,
deplorable, desastroso, desdichado desfavorable, desgraciado, desolador, des-
tructivo, devastador, doloroso, hecatombe, infausto, infeliz, fatídico, fúnebre,
funesto, mortal, nefasto, ominoso, perjudicial, riesgoso, siniestro, sombrío,
terrible, trágico y tribulario.
Uno de los términos más antiguos es «tribulatio» que se puede traducir
del latín como «la adversidad inusual» o «dificultad», e incluye a los llamados
«desastres naturales», así como otros accidentes y los desastres asociados a
las actividades nocivas del humano como las guerras.5 El término «catástrofe»
proviene de los griegos y «literalmente significa conversión o cambio, aunque
también puede ser desgracia, fatalidad y cataclismo».6 Esa antigua definición
de catástrofe permite interpretar que para una de las primeras civilizaciones
la catástrofe era un suceso masivo y fatal que producía diversos cambios, por
lo que debía ser reportado para perpetuar su recuerdo. El término «desastres
naturales» se comenzó a utilizar hasta el siglo xviii.7 Así, el tipo de fuentes
determina el uso de ciertos términos comunes para designar los desastres. El
historiador, con su experiencia, se vuelve hábil para identificar y contextualizar
cada término o concepto, según el período que estudia.
Algunas de las primeras civilizaciones comprendían las manifestaciones
del entorno como efectos de la naturaleza, por ejemplo «los griegos fueron los
primeros en buscar explicaciones alejadas de creencias religiosas. Aristóteles
indicó que los terremotos eran causados por la acción de vientos y gases

4. Alberola y Arrioja, 2018: 2.


5. Svensen, 2006: 22.
6. Genzmer et al., 2007: 9.
7. Svensen, 2006: 22.

20
Aportes de la historiografía de desastres (ss. xv al xviii). Estudios en ambos lados del Atlántico

producidos por materiales subterráneos en ignición».8 Sin embargo las creen-


cias providencialistas de que los desastres son voluntad divina también han
perdurado, desde las primeras civilizaciones, hasta nuestros días. Eso muestra
que ciertos cambios ideológicos demoran siglos para diseminarse de la memoria
colectiva. El lento desarrollo científico y la diseminación de ideas religiosas
durante los diez siglos de la Edad Media, en Europa, proliferaron prácticas
asociadas a las creencias, como la protección simbólica por medio de rituales,
oraciones, ofrendas, señales e instrumentos.9 Por ejemplo: los conquistadores
españoles trajeron al denominado nuevo mundo «su respetuoso temor en la
invocación de Saturnino, protector contra temblores, y en la más extendida
devoción a Santiago».10 Además sustituyeron a las divinidades locales con
santos patronos, como la Virgen de los Remedios, reconocida como protectora
de sequías y pestes; y la Virgen de Guadalupe patrona protectora contra las
inundaciones y las epidemias desde 1737, cuando fue proclamada para inter-
venir ante Dios para calmar la ira desatada por medio de la epidemia mortal
de matlazáhuatl, que diezmó a la población indígena.11
A partir del siglo xvii hubo un cambio en la racionalidad científica, impul-
sado por la Ilustración europea y la instrumentalización que permitió conocer
las características físicas de ciertos fenómenos naturales. Por ello se consideró
a los desastres como sinónimos de fenómenos naturales extremos y como actos
de la naturaleza, es decir: desastres naturales. Este paradigma sigue vigente y es
común escucharlo y leerlo en nuestro tiempo, en los discursos de tomadores de
decisiones, incluso de científicos que perpetúan esa conceptualización. Desde
ese enfoque, la naturaleza es la principal causante del desastre. Esta perspectiva
se ha perpetuado, aunque comenzó a ser cuestionada, de manera muy evidente,
a mediados del siglo xviii. Sirva como ejemplo un caso particular. Tras el sismo
del día primero de noviembre de 1755, Día de Todos los Santos, entre los
católicos, se produjo en Lisboa un terremoto, luego un incendio seguido de un
tsunami. Este acontecimiento, en su conjunto, fue percibido de distintas mane-
ras. Para los testigos portugueses se trató de un mensaje divino para expiar los
pecados cometidos. Lo mismo explicó el filósofo Voltaire en su amplio Poema
sobre el desastre de Lisboa. En cambio, para los pensadores como Kant y
Rousseau el desastre se debió principalmente a causas socialmente explicables.
Jean-Jacques Rousseau, de 43 años de edad en ese entonces, escribió el día
18 de agosto de 1756 que:

8. Gascón, 2005: 64.


9. Padilla, 2017; García-Acosta, 2017.
10. Gascón, 2005: 64.
11. Matabuena y Rodríguez, 2008: 45 y Molina del Villar, 1996.

21
Raymundo Padilla Lozoya

No fue la naturaleza lo que congregó veinte mil casas de seis o siete pisos en
ese sitio en particular. Si los habitantes de la ciudad no hubieran elegido agru-
parse en edificios peligrosos, el daño habría sido mucho menor. Si hubieran
vivido adecuadamente distribuidos y en casas más pequeñas, podrían haber
escapado fácilmente en el primer impacto y habrían estado lejos del peli-
groso centro al día siguiente; pero se quedaron obstinadamente en el lugar,
preocupados por su dinero y sus posesiones, y muchos fueron asesinados en
consecuencia.12
Es evidente en el discurso de Rousseau un cambio en la comprensión del origen
social de los desastres, es decir, en la responsabilidad de los humanos al elegir
espacios para el desarrollo de asentamientos, así como el tipo de viviendas
para enfrentar las inclemencias del clima y las dinámicas geológicas. También
el filósofo Immanuel Kant, de 31 años de edad en 1756, escribió lo siguiente:
«Nuestras ciudades de casas altas inevitablemente serán destruidas si las cons-
truimos en lugares como Lisboa. Los terremotos son parte de la naturaleza; y en
lugar de esperar que la naturaleza se adapte a nuestra conveniencia, debemos
adaptarnos a la naturaleza.».13
Por lo anterior, el desastre asociado al «terremoto desenmascaró errores,
culpas y omisiones».14 Se hizo evidente que los humanos somos los principales
responsables de construir pueblos y ciudades en espacios apropiados para el
desarrollo, y de prevenir las catástrofes.15 Este novedoso planteamiento del
siglo xviii, ha inspirado diversas ideas recientes en un sentido similar, entre
los estudiosos de los desastres desde una perspectiva no fisicalista o natura-
lista, sino social-constructivista. El terremoto en Lisboa, también ejemplificó
la responsabilidad oficial ante la tragedia. Durante la emergencia, las auto-
ridades reales portuguesas realizaron una especie de «gabinete de crisis».16
Esa organización permitió coordinar acciones de respuesta con características
propias de las etapas que en el siglo xx se han denominado como: rehabilita-
ción, recuperación y reconstrucción. Esas respuestas se han convertido en los
temas centrales de muchos estudios históricos de desastres, porque muestran las
capacidades organizativas, constructivas, la cohesión social, valores culturales,
interpretaciones, ideas y creencias de las distintas sociedades enfrentadas con
el desastre. Son la evidencia del capital sociocultural que fortalece a los grupos
humanos en su desarrollo y en el proceso adaptativo ante ciertos fenómenos
considerados amenazantes. Las reflexiones y estudios del desastre en Lisboa

12. Kendrick, 1995: 194.


13. Kendrick, 1995: 199.
14. Villar, 2005: 298.
15. Pérez-Mallaína, 2008.
16. Genzmer et al., 2007: 27.

22
Aportes de la historiografía de desastres (ss. xv al xviii). Estudios en ambos lados del Atlántico

inspiraron el análisis de otros acontecimientos históricos catastróficos, pero


sobre todo plantearon la pertinencia de pensar con una mayor profundidad las
causas sociales que subyacen en cada desastre, y eso demoró más de dos siglos
en concretar un conjunto teórico y conceptual bastante sólido, desarrollado
desde la segunda mitad del siglo xx, como se explicará más adelante.
Para el historiador francés Bernard Vincent, entre 1950 y 1960 se elabora-
ron principalmente «listas de contagios y exámenes pormenorizados de grandes
plagas y sus consecuencias».17 Él mismo considera que a partir de los años 70`s
se investigaron con métodos históricos muy básicos otros fenómenos como las
erupciones volcánicas, terremotos, epidemias e inundaciones. Y desde los años
ochenta del siglo xx, hasta nuestros días, ha destacado la interdisciplinariedad
en el estudio de los desastres y se han ampliado enormemente las temáticas.
Incluso especialistas de diversas ciencias se han esforzado por abordar con una
perspectiva histórica el estudio de distintas amenazas y desastres; la geología se
ha enfocado en las causas físicas de los desastres,18 la arqueología en el colapso
de civilizaciones y sequías,19 la climatología histórica en la escasez de lluvias,
sequías y cambios climáticos,20 y la historia ecológica ha respondido a pregun-
tas fundamentales: ¿cómo las comunidades han conservado el recuerdo de los
desastres ambientales históricos y cómo se perciben las situaciones de crisis?.21
Para algunos especialistas, los estudios históricos de desastres están de moda.22
Parte de este fenómeno son las masivas ediciones de obras de divulgación que
recopilan diversos acontecimientos históricos catastróficos.23
En 1999 fue editado por Alessa Johns la obra titulada Dreadful Visitations,
confronting natural catastrophe in the age of enlightenment, la cual expone en
su mayoría las percepciones de las catástrofes y las respuestas de los europeos
ante desastres ocurridos entre 1665 y 1789, en ciudades como Londres, Sicilia,
Marsella, Bengala y unos pocos países de norte y Sudamérica. Los diversos
temas son tratados con las perspectivas de la historia social y cultural, y expo-
nen las percepciones e interpretaciones de los afectados, los conflictos de las
sociedades y las múltiples respuestas que dieron tanto las instituciones como los
grupos de poderosos comerciantes ante las emergencias. Los estudios abarcan
principalmente el siglo xviii y unos pocos textos abordan sucesos ocurridos en

17. Vincent, 2006: 11.


18. Svensen, 2009.
19. Tainter, 1988; Gill, 2008.
20. Barriendos, 1994; Martín-Vide y Barriendos, 1995; Garza, 2007.
21. Togola, 2000.
22. Jasper, 2007: 10.
23. Mcnab, 2011; Genzmer et al., 2007; Kozák y Cermák, 2010.

23
Raymundo Padilla Lozoya

el siglo xvii. Pero en general muestran cómo la expansión colonial, condicionó


los recursos y el tipo de respuestas.
Recientemente el historiador alemán Gerrit Jasper Schenk realizó un
esfuerzo por explicar y sistematizar los aportes de la historia de desastres desde
Europa y particularmente desde Alemania.24 Coincidió con otros estudios en
que, después de la Segunda Guerra Mundial, hubo un cambio hacia el posi-
tivismo, enfocado en el número de víctimas, los daños, la probabilidad y la
geología, causas climáticas y biológicas de los desastres. Pero posteriormente,
con la inserción de otras disciplinas en el tema de los desastres se desarrolló un
enfoque más constructivista como la percepción e interpretación del peligro,
los riesgos y desastres, sus lazos culturales y los efectos en una larga duración.
Según Jasper Schenk el enfoque constructivista propició en los historia-
dores franceses un especial interés en los desastres, el cual dio continuidad al
tradicional enlace entre humanidades, geografía, antropología y sociología. Y
respecto a los estudios pioneros mencionó el trabajo del historiador Emmanuel
LeRoy Ladurie,25 quien fue alumno del también historiador Fernand Braudel,
y su influencia le inspiró investigar las dimensiones históricas de los eventos
climáticos y meteorológicos. Consideró que los estudios franceses e ingleses
difieren con relación al marco conceptual de la amenaza y el riesgo, proba-
blemente por las diferencias entre las escuelas de la teoría social. Pero para
Jasper Schenk la investigación histórica de desastres, «en sentido verdadero, se
ha establecido desde los 90`s, particularmente en la Universidad de Grenoble
[donde se] propaga un análisis exhaustivo de los estudios culturales de desastres
como su misión y objetivo».26 En palabras de los historiadores Jacques Berloiz
y Grégory Quenet, citados por Jasper Schenk, en la Universidad de Grenoble,
en Francia, se realiza «una historia total de las catástrofes, completa en sus
componentes geográficos, sociales, económicos y culturales».27
Con relación a la historia de desastres en Alemania, Jasper Schenk argu-
mentó que se cuenta con estudios individuales de historia local desde el siglo
xix. Notó que a partir del siglo xx se investigaron las hambrunas, epidemias
asociadas a factores climáticos, y se han discutido en sus contextos económico,
agrícola y meteorológico. Aunque no se analizaban los aspectos económicos y
políticos en ciertas narraciones, sí se registraban las respuestas oficiales, movi-
lizaciones, administraciones de recursos y ayudas, y el actuar de la sociedad
en general. Para Jasper Schenk, durante los 80`s incrementó la producción

24. Jasper, 2007.


25. Le Roy, 1983.
26. Jasper, 2007: 15.
27. Jasper, 2007: 15. Es preciso mencionar que la Universidad de Grenoble, actualmente la
componen varias instituciones que comparten instalaciones.

24
Aportes de la historiografía de desastres (ss. xv al xviii). Estudios en ambos lados del Atlántico

historiográfica influida por la recepción del estilo histórico-antropológico


francés. Y consideró pionero el estudio histórico de Arno Borst de 1981 sobre
el sismo de Corinto en 1348, por su ejemplar abordaje en el que relaciona la
percepción y la experiencia, la descripción e interpretación, las reacciones, el
enfrentamiento y la memoria.
En Austria y Suiza se han realizado investigaciones sobre sismos, según
identificó Jasper Schenk. Y en general en Europa, para Jasper Schenk la reciente
historia de desastres, como un estudio comparativo cultural, postula la necesi-
dad de la interdisciplinariedad, intercultural y el análisis del intercambio entre
períodos. Existen historiadores de diferentes etapas históricas y especializa-
ciones, que investigan desastres en Europa, pero también en Medio Oriente
y Filipinas. A veces estudian un tipo de desastre y a veces otro. Y abren la
perspectiva cultural comparada en asuntos sistémicos. No adoptan enfoques
cualitativos como en la historia climática o se adhieren a la investigación histó-
rica de epidemias, guerras y hambrunas, y se enfocan en explorar desastres con
un núcleo natural. Y sus temas incluyen interpretaciones religiosas, memorias
individuales y colectivas, las interacciones con las estructuras sociales, políticas
y administrativas, las mentalidades, las técnicas y prácticas, las estrategias de
enfrentamiento y los procesos de aprendizaje en relación a los desastres.
Jasper Schenk consideró como hallazgo de la historia de desastres que, al
principio, las consecuencias son desastrosas, pero en una larga duración estos
sucesos regulan e influyen en el desarrollo de las sociedades y el ambiente. Y
que la percepción cultural específica y las interpretaciones juegan un rol crucial
con respecto a las reacciones ante los desastres. La experiencia, conocimiento
y prácticas culturales, incluyendo el manejo de desastres y aseguramiento de
bienes están basados en la expectativa de la recurrencia y el regreso de la expe-
riencia desastrosa. Y por esto mismo, la investigación histórica de desastres es
una disciplina para el futuro.
En el año 2007 los historiadores Gerrit Jasper Schenk y Jens Ivo Engels
editaron el número 121 de la revista Historical Social Research donde inclu-
yeron artículos que evidencian las interpretaciones y percepciones con relación
a las catástrofes en distintos períodos, desde la Edad Media hasta el siglo xix,
con enfoque en diversas amenazas como las plagas, inundaciones e incendios.
La mayoría de colaboraciones son casos de estudio, con excepción del artí-
culo de Bankoff donde plantea lo que denomina trayectorias societales de la
vulnerabilidad que influyen en el incremento de la magnitud de los desastres,
debido al histórico deterioro natural, incremento poblacional y la mayor expo-
sición de los humanos, notables a través de la perspectiva de larga duración
en el crecimiento de las ciudades, demanda de alimentos, el acceso diferencial
a la tecnología; lo cual permite trazar las vulnerabilidades, pero también los

25
Raymundo Padilla Lozoya

resultados de las inadaptaciones, es decir, los desastres, y comprender su recu-


rrencia como agentes transformadores de la sociedad, a pesar de los colapsos
y el surgimiento de nuevas adaptaciones y culturas.
Son muy diversas las producciones históricas de desastres publicadas
recientemente, porque cubren amplios períodos y diversas latitudes. Por ejem-
plo, en España fue publicado el libro Clima, Naturaleza y Desastre, España
e Hispanoamérica durante la edad moderna, coordinado por el historiador
Armando Alberola Romá.28 Esta obra, en su mayoría fue construida con cola-
boraciones de historiadores y aborda casos de estudio de desastres ocurridos
durante el siglo xviii, asociados a factores hidrometeorológicos. Particularmente
el capítulo de Armando Alberola Romá expone una amplia revisión biblio-
gráfica de la literatura relacionada con desastres desde distintas disciplinas
interesadas en los «territorios de riesgo», donde sus antecedentes de desastres
hacen necesario incorporar el enfoque de la prevención. Al respecto, Alberola
Romá reflexionó que ciertas sociedades no han sido pasivas y que ante la
presencia de las amenazas naturales han desplegado creativamente distintas
iniciativas, acciones y medidas de prevención, como disposiciones oficiales
y sanciones, sistemas de irrigación, alertas tempranas y monitoreo, labores de
limpieza, recursos para obras de defensa, bodegas de semillas, importación de
granos, diques, presas y acequias, caminos, puentes, molinos, distanciamiento
de los cauces, reubicación y prácticas religiosas, entre otras. Las aportacio-
nes incluidas en el libro coordinado por Alberola Romá también exponen las
respuestas ante manifestaciones y amenazas naturales, como la variabilidad
climática extrema, las plagas de langostas, inundaciones, granizadas y la activi-
dad volcánica. Aunque se abordan casos históricos de desastres, la publicación
es temática y metodológicamente muy diversa.
Entre las publicaciones colectivas recientes, algunas aún se refieren a los
«desastres naturales», con títulos como Natural disasters, cultural responses,
aunque en su planteamiento y estudios de caso explicitan que los «desas-
tres naturales» nunca son «naturales en el verdadero sentido de la palabra,
sino que deben ser entendidos como ambos eventos, físico y acontecimiento
sociocultural».29 Para el historiador Christof Mauch, los historiadores de los
Annales en Europa y en los Estados Unidos fueron los primeros en integrar el
mundo físico en sus narrativas, tal es el caso de Fernand Braudel y su estudio
sobre el Mar Mediterráneo y las sociedades relacionadas con las actividades
marítimas. Según Mauch, el nacimiento de la historia medioambiental en los
años ochenta permitió a los historiadores reconocer a los «desastres naturales»

28. Alberola, 2013.


29. Mauch, 2009: 4.

26
Aportes de la historiografía de desastres (ss. xv al xviii). Estudios en ambos lados del Atlántico

como un importante objeto de una reciente disciplina histórica.30 Las catástrofes


fueron vistas como desviaciones de la norma, como fuerzas extremas y des-
tructivas que descienden sin aviso sobre las comunidades desafortunadas. Y en
los últimos 20 años los académicos han aceptado que las catástrofes naturales
nunca son «naturales» y se han desarrollado modelos complejos para prede-
cir y prevenir desastres, analizar la resistencia de materiales, tecnología para
emitir alertas tempranas y estos avances han sido notables en la reducción del
número de muertos, aunque no en la reducción de pérdidas materiales, por lo
que ha sido necesaria la interdisciplinariedad. Algunas disciplinas mantienen
preferencias, los antropólogos exploran las conexiones entre catástrofe e iden-
tidad, mientras los geólogos y climatólogos se concentran principalmente en
las causas de las catástrofes.
Según Mauch, aunque desde la sociología, la geografía y la antropología se
ha conceptualizado y evidenciado el comportamiento humano y las relaciones
intrínsecas con la naturaleza, para algunos investigadores aún quedan muchas
dudas. Por ejemplo, él ha planteado que aún «no se explica cómo se realizan
decisiones históricamente y cómo las comunidades se han adaptado al riesgo y
a los cambios de la naturaleza a través del tiempo».31 Y coincide con el también
historiador Christian Pfister en que «la actual investigación de desastres está
claramente carente de profundidad temporal».32 Este planteamiento, similar al
de Mauch y Pfister, fue precisamente parte de la crítica principal que impulsó
a principios de los años noventa la incorporación de la perspectiva histórica
en el estudio de desastres desde la Red de Estudios Sociales en Prevención
de Desastres en América Latina y el Caribe (La RED) como se explicará en
apartados más adelante. Para Mauch actualmente se usa un enfoque integral
que toma en cuenta las interacciones de la economía, ecología y la cultura, los
factores políticos y sociales. Y varios «historiadores coinciden que las socie-
dades han sido objeto de un proceso de aprendizaje colectivo como resultado
de la exposición a recurrentes catástrofes».33 Este aprendizaje colectivo está
relacionado con respuestas, prácticas y las denominadas estrategias. En gene-
ral, es evidente que, en los estudios europeos históricos de desastres, ciertas
amenazas naturales atraen el interés de los investigadores, particularmente los
terremotos, plagas, epidemias, hambrunas, inundaciones y heladas.
Desde hace unos años se ha promovido la pertinencia de un enfoque com-
parativo en los estudios de desastres ocurridos en Europa y América. En el

30. Mauch, 2009: 5.


31. Mauch, 2009: 5.
32. Mauch, 2009: 5.
33. Mauch, 2009: 7.

27
Raymundo Padilla Lozoya

seno del proyecto Clima, riesgo, catástrofe y crisis a ambos lados del Atlántico
durante la Pequeña Edad del Hielo, encabezado por el historiador Armando
Alberola se han realizado distintas producciones muy representativas para
ampliar la mirada sobre procesos climáticos globales que incidieron en los
acontecimientos locales. Con esta perspectiva se han observado los desastres
registrados en la Península Ibérica y Nueva España entre 1770 y 1800.34 Y
también los desastres en España e Hispanoamérica entre los siglos xvii y xx,35
con artículos que documentan la vulnerabilidad en la España Meditarránea, la
riqueza de las fuentes hemerográficas, desastres en Venezuela, impactos por
sequías, inundaciones y plagas en Andalucía, sequías y rogativas en Valencia
y Alicante, clima y meteorología en la prensa española, ciclones tropicales
en México, vulnerabilidad en Baja California Sur, fluctuaciones climáticas y
productivas entre Cartagena de Indias y México, vulnerabilidad en Yucatán y
erupciones volcánicas en Chile y Argentina.
Además, la Revista de Historia Moderna, hizo posible reportar en un número
especial, las manifestaciones religiosas para enfrentar amenazas naturales y
desastres, en ambos lados del Océano Atlántico, debido a la enorme influencia
del catolicismo europeo en América durante la etapa colonial.36 Como es nota-
ble, existe una amplia producción que en su conjunto enriquece la comprensión
de procesos sociales concatenados en ambos lados del Atlántico. Este diálogo
fortalece la vinculación cultural, pero sobre todo permite extender los lazos
para proponer opciones ante amenazas que han estado presentes en la historia
de las culturas transoceánicas.

BREVE PANORAMA DE ESTUDIOS DE DESASTRES EN


LATINOAMÉRICA
La experiencia de las civilizaciones europeas y americanas con relación a los
desastres siempre ha sido distinta. En el Continente Americano, los vestigios de
acontecimientos mortales inician con los registros precolombinos elaborados
en grabados, esculturas y en códices. Por ejemplo, el códice Telleriano con-
tiene representaciones de diversos sucesos naturales como epidemias, cometas
y sismos. La mayoría de análisis de los eventos destructivos se ha elaborado
principalmente con base en las fuentes coloniales escritas. Se cuenta con gran
cantidad de crónicas, específicamente redactadas por misioneros que relataron
los primeros desastres presenciados por los europeos en tierras americanas. Los

34. Alberola y Arrioja, 2018, 2020.


35. Arrioja y Alberola, 2016.
36. Altez, 2017; Arrioja, 2017; Cuéllar, 2017; García-Acosta 2017; Mas, 2017; Padilla,
2017; Petit-Breuilh, 2017.

28
Aportes de la historiografía de desastres (ss. xv al xviii). Estudios en ambos lados del Atlántico

exploradores del Nuevo Continente llevaban consigo un cronista para registrar


el acontecer cotidiano, y en esos relatos se perpetuaron los sucesos trágicos.
Los cronistas y escritores de sucesos históricos reportaron los eventos
naturales que les parecieron extraordinarios y las calamidades enfrentadas por
los españoles durante los intentos por asentar pueblos y ciudades. Además de
múltiples relatos de travesías y naufragios en altamar, afectados por impetuosas
tormentas e imprevistos huracanes, o las muertes por infecciones y fiebres, por
mencionar algunos. De esta manera, tanto los exploradores como los conquista-
dores y los sacerdotes describieron durante los siglos xvi, xvii y xviii los relatos
acerca de acontecimientos extraordinarios, peligrosos y mortales asociados
a distintas manifestaciones naturales.37 Por ejemplo, específicamente sobre
tormentas intensas y huracanes, entre los escritores que reportaron impactos
desastrosos se encuentran Cristóbal Colón, Gonzalo Fernández de Oviedo,
Bernal Díaz del Castillo, y los frailes Iñigo Abab, Pablo Beaumont, Francisco
Xavier Clavijero, Bartolomé de las Casas, Jean Baptiste Labat, Diego Landa,
Antonio Tello, Du Tetre y Benito Viñes.38 Y existe además una enorme lista de
cronistas que expusieron los casos de epidemias, terremotos, plagas y erupcio-
nes, entre otros fenómenos.
En las últimas dos décadas del siglo xx comenzó a desarrollarse en
Latinoamérica un cambio en el estudio de los desastres. Ya en otro artículo he
explicado cómo Robert Claxton39 a través de la revista Estudios en Ciencias
Sociales marcó un nuevo rumbo en los estudios históricos de amenazas y
desastres en el Continente Americano.40 En esta publicación se analizaron las
respuestas sociales ante eventos ocurridos durante la etapa colonial, como la
epidemia del Matlazáhuatl reportada entre 1737-1938 en Guadalajara,41 los
sismos mayores en Chile entre 1570 y 1985,42 terremotos y erupciones en centro
América entre 1530 y 1830,43 y amenazas meteorológicas en la Guatemala
colonial entre 1527 y 1773.44 Claxton notó carencias en la historiografía de
desastres en Latinoamérica desde el período colonial. Y con el número especial
de la revista intentó subsanar.

37. García-Acosta, 1992; Petit-Brehuilh, 2006.


38. Entre los primeros estudios de desastres, que utilizaron como fuente informativa las cróni-
cas de españoles destacan Ortiz, 1984 y Feldman, 1986. También véase: Emanuel, 2005;
Padilla, 2016; García-Acosta y Padilla, (en prensa).
39. Claxton, 1986.
40. Véase Padilla, 2017.
41. Macleod, 1986.
42. Shirley, 1986.
43. Feldman, 1986.
44. Claxton, 1986.

29
Raymundo Padilla Lozoya

Muy pocos estudios históricos de desastres se realizaban antes de la década


de los años ochenta. Fue hasta en 1992, cuando en Costa Rica se conformó
La RED de Estudios Sociales en Prevención de Desastres. En este grupo de
investigación fue posible sembrar la semilla de la perspectiva histórica y ger-
minó en tres volúmenes con compilaciones tituladas Historia y Desastres en
América Latina, tomos I, II y III, donde se estudian una amplia variedad de
casos asociados a diversas amenazas.45 Desde La RED, la historia de desastres
encontró una plataforma atractiva para exponer estudios de casos, pero, además,
la historia se benefició con el enfoque conceptual de la teoría del riesgo y los
desastres. Así fue como se incorporaron al discurso histórico los conceptos de
riesgo, desastre, vulnerabilidad, rehabilitación y reconstrucción, pero con pers-
pectiva diacrónica. Esta propuesta ha sido muy importante en Latinoamérica y
ha impulsado la comprensión de los desastres como resultado de procesos que
se materializan en impactos y pérdidas, no como eventos sujetos a la manifes-
tación natural y al día en que se presentan los daños.
En las últimas dos décadas ha incrementado exponencialmente la produc-
ción bibliográfica, los historiadores Jürgen Buchenau y Lyman L. Johnson
(2009) realizaron la edición de la recopilación de varios estudios históricos
titulada Afterschocks, earthquakes and popular politics in Latin America, espe-
cíficamente enfocada en los ajustes políticos producidos en desastres asociados
a terremotos. Al comparar los capítulos es notable observar que permiten una
amplia reflexión sobre el
rol de los humanos en dar forma a las interacciones con el medio ambiente.
Nuestro medio ambiente construido exacerba los daños en términos humanos
y económicos, y los desastres se vuelven eventos políticos porque nuestras
especies juzgan la calidad de nuestras instituciones en parte por su respuesta
a las emergencias.46
Este libro recopila los casos de los terremotos percibidos en Perú en 1746,
Venezuela en 1812, Chile en 1906, Argentina en 1944, Managua en 1972,
Guatemala 1976 y México 1985, en los que se muestran distintas respues-
tas sociales inmediatas y obras públicas, con las que algunas sociedades han
paliado los daños y han procurado enfrentar los terremotos. Esta obra específi-
camente construida por historiadores, expone de manera diacrónica y sincrónica
los problemas económicos y políticos producidos antes y después de ser deto-
nados los desastres. En cada caso se explican las distintas decisiones tomadas

45. García-Acosta, 1996, 1997 y 2008.


46. Buchenau y Johnson, 2009: 15-16.

30
Aportes de la historiografía de desastres (ss. xv al xviii). Estudios en ambos lados del Atlántico

por los funcionarios para rehabilitar, reconstruir, reubicar y en algunos eventos


claudicar ante la crítica pública y las presiones políticas.
El panorama de los estudios de desastres se ha ampliado notablemente
desde los años noventa. Actualmente es complicado documentar toda la produc-
ción occidental.47 La conjunción de producciones europeas, norteamericanas
y latinoamericanas tiene un gran valor para la teoría, porque vincula diversos
marcos teórico-conceptuales y una abundante diversidad de fuentes informa-
tivas multiculturales. Además, recientemente se ha profundizado en la raíz
sistémica de los problemas políticos y económicos que condicionan la vulne-
rabilidad de algunas sociedades, ante amenazas naturales recurrentes y también
ante amenazas sociopolíticas.48
Los grupos de investigación han rendido fructíferos resultados, tal es el
caso de ALAMIR Red Internacional de Seminarios en Estudios Históricos
sobre Desastres. Desde este grupo fundado en el año 2015 fue posible crear
una red de trabajo colegiado.49 Y como parte de los objetivos se han dirigido
tesis y elaborado diversos encuentros académicos, proyectos y productos.50 Así,
se ha ampliado el panorama de estudio de los desastres que aquejaron a las
sociedades coloniales, asociados a terremotos, erupciones volcánicas, plagas
de langosta entre 1768 y 1805 en Guatemala,51 y sequías en los siglos xvi al
xviii en Venezuela,52 por citar algunos trabajos individuales.
Se ha privilegiado el trabajo colegiado. En particular, la revista Temas
Americanistas ha dedicado dos números especiales al tratamiento de los desas-
tres. En el número 38 se publicaron dos estudios con varios acontecimientos
desastrosos ocurridos durante el período colonial: vulnerabilidad y sismos entre
los siglos xvi y xix en la América hispánica; y religiosidad ante sequías en
México entre 1700 y 1760.53 En el número 44, de la citada revista española,
recientemente se han publicado estudios de diversos casos coloniales: sismo
en Nueva Granada en 1644; vulnerabilidad, sismo y tsunami en Chile en 1657;
sismo y vulnerabilidad en Cumaná, Venezuela; sismos y actividad volcánica

47. Cabe precisar que en la literatura histórica Latinoamericana existe omisión de las obras de
historia de desastres publicadas en Asia, India y otras latitudes, y viceversa. Al parecer existe
una barrera epistemológica relacionada con la divulgación y comprensión de lo escrito en
otros idiomas.
48. Altez, 2015, 2016.
49. Véase: Red CONACYt Temática Estudios Interdisciplinarios sobre Vulnerabilidad,
Construcción Social del Riesgo y Amenazas Naturales y Biológicas, en: http://sociedad-
yriesgo.redtematica.mx/
50. Véase: Alberola y Arrioja, 2016; Altez y Campos, 2018;
51. Arrioja, 2019.
52. Altez, 2018.
53. Altez, 2017 y García, 2017.

31
Raymundo Padilla Lozoya

en Guatemala en 1765; sismos en Perú en el siglo xvii; y amenazas conjugadas


en Quito en 1797.54
Con este breve esbozo de la producción es notable que aún faltan estudios
de caso para conocer cada uno de los desastres ocurridos durante la etapa
colonial en Latinoamérica y la magnitud de cada acontecimiento. Pero sobre
todo se requiere integrar las múltiples producciones en una enorme secuencia
que muestre de manera individual y en conjunto, lo ocurrido en toda la etapa
colonial. De esta manera se notarán, con mayor detalle, las formas de organi-
zación política y cultural con relación a las manifestaciones del entorno. Así
como las determinantes de los procesos de producción de riesgos que influyen
en la construcción de desastres.

LA INVESTIGACIÓN DE DESASTRES COLONIALES EN MÉXICO


Particularmente en México, la instrumentalización en el siglo xviii favore-
ció el desarrollo del enfoque fisicalista y permitió un mayor conocimiento de
los fenómenos del ambiente. Se identificó que la naturaleza tiene dinámicas,
patrones y eventos extremos que comenzaron a ser registrados en diversas
publicaciones periódicas. En el siglo xviii se produjo una gran cantidad de infor-
mación, perpetuada en volantes, gacetas y diarios, elaborada por aficionados
e historiadores como José Ignacio Bartolache, José Antonio Alzate, y Felipe
Zúñiga y Ontiveros, cuyas obras constituyen las principales fuentes utilizadas
por los historiadores del siglo xx y actuales, para elaborar casos de estudio,
cronologías y amplios catálogos. De ellos se tratará con mayor a profundidad
en los siguientes apartados.
Los científicos José Antonio Alzate y José Joaquín Velázquez de León, a
fines del siglo xviii, tuvieron noción de que su trabajo de registro de diversos
acontecimientos de su época, sería de gran utilidad en el futuro. Antonio Alzate,
aludiendo al permiso de Dios, consideraba que el divino creador «fabricó este
nuestro mundo en arreglo de peso y medida, nos ha dejado espacioso campo
para pronosticar el tiempo de la escasez de víveres o de su abundancia [y reco-
mendó] ocurramos pues, a lo experimentado en los tiempos anteriores, para
lograr una casi inferencia de lo que debemos experimentar en lo sucesivo».55
Ese tipo de impulso hacia el registro de los fenómenos naturales produjo tam-
bién una tendencia de la investigación hacia la predicción. No se realizaba una
historia analítica conceptual y contextualizada de los desastres, pero se dejaba
constancia de sucesos significativos para la historia, aunque en su mayoría eran

54. Véase: Álvarez, 2020; Arrioja, 2020; Altez, 2020; Noria, 2020, Petit-Breuilh, 2020;
Rodríguez, 2020.
55. Carreón, 2009: 151.

32
Aportes de la historiografía de desastres (ss. xv al xviii). Estudios en ambos lados del Atlántico

interpretados como parte del dinamismo natural.56 Sin embargo muchos de esos
incipientes estudios son parte de investigaciones actuales, pues en ocasiones
suelen ser la única fuente disponible.
Durante el siglo xix, se realizaron en México distintas investigaciones
respaldadas por la Sociedad Mexicana de Historia Natural, en la cual más que
estudios históricos de desastres, se difundían investigaciones acerca de los
fenómenos del medio ambiente en la revista Naturaleza, editada entre 1869 y
1903. En dicha publicación se procuraba dar a conocer la historia natural de
México y fomentar el estudio de la misma en todas sus ramas y aplicaciones.57
A fines del siglo xix también se instalaron en México diversos observatorios
meteorológicos, desde los cuales se reportaron los sucesos más percibidos de
la variabilidad climática, los sismos y los fenómenos hidrometeorológicos.
El período independentista arrojó pocas luces para construir series com-
pletas de eventos naturales, pero después de proclamada la Independencia de
México es notable el incremento de la producción histórica. En general, durante
la primera mitad del siglo xix se redactaron breves crónicas y efemérides alu-
sivas a sucesos destructivos. Notablemente el mayor interés estuvo puesto en
el conflicto sociopolítico que representó el nacimiento del estado mexicano y
de la nacionalidad. Pero, es evidente que a partir del siglo xix se reportaron en
gacetas los eventos históricos más representativos para la geología, hidrome-
teorología y la física en general.
Como lo ha documentado García-Acosta, en la primera mitad del siglo xx
fueron realizados análisis de salarios, precios y producción agrícola durante
periodos críticos, en parte asociados a fenómenos naturales, como los publica-
dos por Luis Chávez Orozco en la década de los treinta. Posteriormente aportó
estudios de crisis agrícolas durante la época colonial.58 En los antecedentes, la
historiografía mexicana es prolífica y generosa con estudios de los más diversos
temas de interés general, pero en ellos, ocasionalmente, se cita algún evento
extremo o destructivo de origen natural. Ese tipo de aportes, casi anecdóticos
que se ubican dentro de otros temas, también contribuyen, pues reportan la
referencia a un acontecimiento específico. Sin embargo, suelen ser escuetos en
datos y se limitan a mencionar el sitio, la fecha y algunos efectos e impactos.
Pero, ofrecen la oportunidad para que un investigador siga las migajas que
pueden ser parte de una amplia historia. Un gran número de estas obras con

56. Véase: Alzate, Antonio «Observaciones físicas sobre el terremoto acaecido el 4 de abril
del presente año», en Observaciones útiles para el futuro de México, selección de artículos,
1768-1795, recopilación de Miruna Achim, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
Ciudad de México, 2012, pp. 55-62.
57. Morelos, 2012.
58. García-Acosta et al., 2003:19.

33
Raymundo Padilla Lozoya

referencias muy específicas ha sido recolectado en efemérides, listados y en


catálogos muy exhaustivos.59
Durante la segunda mitad del siglo xx, proliferaron obras que contienen
datos de eventos ocurridos en la historia de México, los cuales, en su con-
junto, permiten integrar, como en un rompecabezas, la mayor cantidad de
sucesos ocurridos entre el siglo xvi y finales del siglo xix.60 Sin embargo,
como lo precisa García-Acosta, es notable que la producción de obras de algu-
nos temas concretos ha ocurrido por etapas. Por ejemplo, a fines de los años
sesenta, Enrique Florescano fue influido por la historiografía francesa y publicó
importantes obras acerca de la escasez de lluvia, las sequías, epidemias y la
insuficiencia de alimentos, presentes desde la colonia y los siglos xix y xx.
La obra de Florescano debe ser continuada, para ampliar la documentación de
cada episodio crítico, porque la dinámica de los procesos es importante, pero
también son relevantes las múltiples respuestas que en cada caso desplegó la
sociedad. En su conjunto, esas lecciones aprendidas y en muchos casos olvi-
dadas, que se ilustran en cada acontecimiento, muestran el continuo proceso
de las relaciones entre sociedad y naturaleza, que algunos autores caracterizan
como adaptación o sobrevivencia, en tensión con las dinámicas resilientes y
las vulneradoras.
En México, entre 1950 y fines de la década de los años ochenta se pro-
dujeron estudios analíticos sobre sequías, crisis agrícolas e inundaciones.61 A
raíz del desastre detonado en 1985 en la ciudad de México, se iniciaron los
estudios históricos en el campo de los desastres, de manera consistente, relacio-
nados primero con los sismos y luego con otras amenazas naturales. Algunos
investigadores han notado que antes de 1985 no se produjeron en todo México
proyectos de largo alcance de estudio de los riesgos y desastres, a pesar de la
comprobada recurrencia de catástrofes. Por ejemplo, Jesús Manuel Macías
ha precisado que «los sucesos sísmicos de 1985, entre otras obvias cosas,
produjeron una especie de parteaguas en lo que al estudio de los desastres se
refiere» (Macías, 1993: 89). Principalmente porque despertaron el interés de los
investigadores sociales con respecto de los riesgos y desastres, hasta entonces
realizados casi de manera exclusiva por las ciencias naturales. Por ello Macías
consideró que:

59. Ibidem.
60. Véase: Espinosa, 1992.
61. García-Acosta ha realizado una amplia y detallada exposición de la secuencia y aportes
relacionados con la producción de estudios de lo que denominó de manera general como
«desastres agrícolas», véase estudio introductorio en García-Acosta, 2001.

34
Aportes de la historiografía de desastres (ss. xv al xviii). Estudios en ambos lados del Atlántico

antes de 1985 se destacó el trabajo de especialistas del Instituto de Ingeniería


de la UNAM, quienes de una manera seria y meticulosa han seguido con esa
encomiable tradición; sus esfuerzos han sido piedra angular en el diseño del
esquema de protección civil mexicana. Pero, fuera de eso, no distingo –y ojalá
me equivoque– alguna otra aportación significante en el estudio de los riesgos
para el periodo anterior a 1985.62
Después de los sismos de 1985 se realizaron estudios históricos analíticos de
los desastres, antes de lo cual existían solamente materiales informativos y
descriptivos como «compilaciones de la ocurrencia de amenazas, crónicas,
conteos, reportes o monografías de varios desastres que afectaron severamente
a las sociedades mexicanas en el pasado» (García-Acosta, 2002: 51). En esas
primeras descripciones de desastres es muy notable el enfoque naturalista que
alude y considera a la manifestación o fenómeno como sinónimo del desastre,
por ejemplo las obras Colima víctima del terremoto del 15 de abril de 1941
(Cárdenas, 1941) y Janet o la tragedia de Chetumal (Pacheco, 1957). Incluso
los títulos de estas obras evidencian ese enfoque naturalista.
Después de 1985, algunas instituciones como el Centro de Investigaciones y
Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) han desarrollado perma-
nentemente investigación de gran impacto en temas como los sismos, desastres
agrícolas, huracanes, epidemias, reubicaciones y el funcionamiento de las ins-
tituciones especializadas como el Sistema Nacional de Protección Civil. Entre
los múltiples proyectos de corte histórico que han sido realizados en las últimas
décadas, existen tres de gran aporte, el primero con relación a los sismos,63 el
segundo acerca de desastres agrícolas,64 y el tercero llamado Los huracanes en
la historia de México: catálogo y memoria, el cual se encuentra en proceso de
evaluación editorial y pretende catalogar todos los registros documentales de
los efectos e impactos de ciclones tropicales y otros fenómenos hidrometeoro-
lógicos en la República Mexicana por más de 5 siglos y además elaborar una
memoria de las prácticas y/o estrategias adaptativas que las distintas sociedades
han desplegado a lo largo del tiempo para enfrentar las amenazas y mitigar los
impactos. Las sequías, sismos, epidemias, los huracanes y las amenazas climá-
ticas e hidrometeorológicas como las inundaciones, han sido temas abordados
con una constancia relevante, como se mostrará a continuación.

62. Macías, 1993: 89.


63. García-Acosta, 2001; García-Acosta y Suárez, 2001.
64. García-Acosta et al., 2003; Escobar, 2004.

35
Raymundo Padilla Lozoya

SEQUÍAS
Las sequías son sistémicas en los estados del norte de México, como lo docu-
mentaron varias investigaciones en la segunda mitad del siglo xx.65 A la luz
de esos estudios se hizo notable que los demás estados han padecido períodos
de escasez de lluvia, causantes de afectaciones muy severas para la economía
de agricultores y ganaderos, así como para la suficiencia de alimentos. En los
trabajos realizados por académicos se ha desvelado que los desastres se cons-
truyen en contextos históricos de larga duración y se deben a múltiples factores
sociales, como los sistemas de producción, técnicas agrícolas, estructura econó-
mica, división de trabajo y distribución de mercancías de primera necesidad,66
o el tipo de población, salud, ideología, cultura e identidad, determinantes en
las reacciones de los grupos humanos.67 Como ejemplo, en la investigación
del historiador Enrique Florescano: «una de sus conclusiones más importan-
tes fue considerar que en una sociedad de base agrícola, las crisis agrícolas se
convertían en crisis económicas generalizadas con efectos en todos los órdenes
de la vida».68
Estos fenómenos hidrometeorológicos, cuando son severos, están conec-
tados con los demás procesos productivos de la sociedad, y por consecuencia
se presenta acopio de granos, encarecimiento de alimentos básicos, tensiones
sociales y acciones de respuesta por parte de autoridades para sancionar abusos
y facilitar el acceso a los alimentos a los más necesitados. Estas prácticas han
sido ampliamente reportadas por múltiples estudios, pero es destacable el catá-
logo Desastres Agrícolas en México.69
La lectura del tomo I del catálogo Desastres Agrícolas en México permite
conocer los eventos más representativos en la historia de México entre los
años 958 y 1822. Es una obra imprescindible para comprender la gran diver-
sidad de fenómenos y de acciones que se concatenan en episodios críticos. Es
fundamental para encontrar las representaciones de las calamidades, cares-
tías, miseria, hambruna y respuestas que se han presentado por siglos. En el
citado catálogo se ha reportado la diversidad meteorológica, en categorías como
aguanieves, avenidas, calamidades, calores excesivos, ciclones, creciente de
lagos y ríos, epidemias, epizootia, escarcha, falta de lluvias, fríos, granizada,
heladas, huracanes, interrupciones de lluvias, inundaciones, lluvias excesi-
vas, lluvias extemporáneas, mal temporal, malas cosechas, maremoto, nevada,

65. Florescano, 1969, 1980, 1995; Swan, 1992; Florescano y Swan, 1995.
66. Florescano, 1969, 1995.
67. Espinosa, 1992: 41.
68. García-Acosta et al., 2003: 23.
69. Ibidem.

36
Aportes de la historiografía de desastres (ss. xv al xviii). Estudios en ambos lados del Atlántico

otros fenómenos hidrometeorológicos, plagas, retraso de lluvias, seca, sequía y


vientos fuertes. Y de manera complementaria, Desastres Agrícolas en México
documenta las diferencias que se presentan en México en un mismo año, donde
puede manifestarse una extrema sequía en el norte y fuertes aguaceros en el
sur y heladas en el centro del país. Por ello, para comprender la variabilidad
climática en México, sería recomendable contar con complejos algoritmos que
representen cada escenario anual, decadal y centuria. Si las sequías han deto-
nado crisis para la subsistencia, también los sismos han sido muy recurrentes
en la historia mexicana y son muy temidos debido a su presencia impredecible,
como se leerá en el siguiente apartado.

SISMOS
La primera relación de la historia sísmica mexicana la publicó en 1887 Manuel
Orozco y Berra, en Efemérides seismicas mexicanas.70 Y posteriormente se
publicaron diversas crónicas, efemérides, catálogos y monografías, referidas
en el catálogo Los sismos en la historia de México, tomo I y II, que recopilan
exhaustivamente los registros de los sismos percibidos durante toda la etapa
colonial, ahora disponible también en su versión electrónica.71 Así, es posi-
ble identificar cada uno de los sismos ocurridos en México, sin embargo, se
requiere estudiar cada evento, para contextualizar los impactos sociales y las
respuestas desplegadas por los distintos sectores sociales.
Los catálogos referidos son productos surgidos de proyectos que han apor-
tado gran cantidad de evidencia no solo del número de fenómenos naturales,
sino además de las reacciones sociales, la cultura asociada con las mani-
festaciones naturales y los rasgos identitarios que han definido la forma de
actuar de distintas comunidades ante cada manifestación y desastre. El trabajo
multidisciplinario ha caracterizado dichos proyectos porque la Historia y la
Antropología aportan «prolijas descripciones de lo ocurrido, datos en ocasiones
muy abundantes, que permiten conocer varios aspectos de la sociedad enfren-
tada al desastre en términos sociales, económicos, políticos y/o religiosos».72
Tanto en Europa como en América, los catálogos de sismos, desde el
siglo xviii, son una primera fuente para comprender lo ocurrido en una amplia
periodicidad, sin embargo, es necesario el estudio profundo de cada caso,
para comprender el despliegue de la sociedad en momentos de crisis. Existen

70. Suárez, 1996: 13.


71. Véase también: http://sismoshistoricos.org/panel/web/
72. García-Acosta, 2003: 27.

37
Raymundo Padilla Lozoya

múltiples modelos de catalogación, pero la cronología es la técnica principal


que usa el historiador para ordenar los datos.73

EPIDEMIAS
Sobre las epidemias en México se cuenta con algunas publicaciones que mues-
tran parte del amplio panorama, como se leerá en este breve apartado. Las
epidemias, como bien lo ha destacado la historiadora Elsa Malvido, se deben
estudiar con base en el contexto económico y poblacional en el que se presen-
tan.74 En la historiografía mexicana son escasos los estudios especializados
en epidemias, elaborados entre los siglos xvi al xviii, aunque se cuenta con
diversas crónicas, como la pestilencia de 1575.75 Pero a partir del xix, con el
fortalecimiento y equipamiento de la profesión médica, se incrementó el inte-
rés por documentar sus afectaciones. Además, en el siglo xix se mejoraron las
campañas de vacunación contra enfermedades como la viruela, poliomelitis,
difteria y tuberculosis.76 «Las medidas puestas en operación hasta pasada la
mitad del siglo xix no fueron –no podían ser– racionales o científicas porque
no se conocían ni la etiología microbiana de las infecciones ni los mecanismos
de su transmisión o contagio».77
En el siglo xx, se estableció la política sanitaria en México, en particular
después de la pandemia de Influenza H1N1 de 1918-19. Se crearon los regla-
mentos sanitarios y se dio gran impulso a las campañas sanitarias, vacunas y
su aplicación. Sin embargo, la historia de las epidemias, pandemias y ende-
mias en México es amplísima. Se han documentado episodios severos durante
tiempos prehispánicos, por ejemplo, en el Códice Telleriano se representa la
mortalidad asociada a epidemias. Notablemente, la mortandad incrementó
desde el siglo xvi y ayudó al cambio económico y sociopolítico impuesto por

73. La historiadora García-Acosta ha recopilado las siguientes referencias (Odriozola,


1863; Ramírez, 1975; Berrocal et al., 1984; Askew y Algermissen, 1985; Silgado,
1985; Giesecke y Silgado, 1981; Grases, 1990; Aragón y Velásquez, 1993; Peraldo
y Montero, 1994, 1999; Grases et al., 1999; Altez y Rodríguez, 2009a, 2009b). En
España (Cosca, 1986), en Francia (Cadiot et al., 1979), y en el Japón (Fundación del
Museo de Historia Japonesa, 2003). En Chile también se cuenta con referencia a un catá-
logo muy completo (Lomnitz, Cinna, 1970) y particularmente en México existen listas de
sismos (Manzanilla, 1986) y catálogos exhaustivos (Rojas et al., 1987; García-Acosta
y Gerardo Suárez, 2001). Para más catálogos de sismos en América hispana véase Petit-
Brehuilh, 2004 y Altez, 2017.
74. Malvido, 2006.
75. Véase: Crónicas de la compañía de Jesús, 1979.
76. Agostoni, 2016.
77. Kumate, 2010: 17.

38
Aportes de la historiografía de desastres (ss. xv al xviii). Estudios en ambos lados del Atlántico

los peninsulares,78 pero sobre todo los siglos xvii y xviii fueron críticos para
la población nativa afectada por viruelas en todo México,79 incluso en algunas
áreas literalmente quedaron asentamientos despoblados o extintos, al sumarse
otras enfermedades epidémicas y otros factores socioeconómicos y productivos,
como lo han reportado diversas publicaciones.80
De acuerdo con Malvido, en el siglo xvi, la presencia de epidemias inició
en 1519, y durante el referido periodo se presentaron 19 episodios en diferen-
tes sitios de la Nueva España, principalmente asociadas a viruela, sarampión,
peste (puede ser cocoliztli o tabardillo), tifo, paperas y tlatlacistli. En el siglo
xvii se han documentado 31 epidemias, relacionadas con sarampión y viruela,
tifo, cocoliztli o tabardillo, tos chichimeca o tosferina, y peste. Con base en
Malvido, en el siglo xviii ocurrieron 15 epidemias de distintas amenazas como
viruela, sarampión, peste, tabardillo, alfombrilla y matlazáhuatl81. Y durante el
siglo xix, 42 epidemias de vómito prieto, influenza, fiebre amarilla, fiebres de
1813, tifo, viruela, sarampión, cólera morbus, tosferina, fiebre escarlata, cólera,
lepra, difteria y paludismo.82
En la actualidad, los estudios de epidemias se han realizado con diferen-
tes enfoques, principalmente médico, histórico, demográfico y económico.
Se cuenta con investigaciones prácticamente en todo México,83 algunas muy
destacadas por el esfuerzo de realizar una mirada amplia y de larga duración.84
En cada siglo, las fuentes de información presentan distintos retos para los
investigadores. En particular los siglos xv al xviii son imprecisos en cuanto
a número exacto de fallecidos pues no se contaba con conteos metodológica-
mente formales o institucionalizados. Aunque se registraban sistemáticamente
nacimientos, matrimonios y decesos sin la causa de mortalidad en su totalidad,
salvo algunos casos. Sin embargo, a partir del siglo xviii se formalizó el registro
a través de las actas de defunción elaboradas por el clero. Y desde mediados del
siglo xix, el Registro Civil permitió documentar con mayor detalle el impacto
de epidemias en la salud de la población. En México existe una amplia litera-
tura acerca de las enfermedades epidémicas, pero aún es necesario realizar un

78. Watts, 1997; Cook, 2005.


79. T orres y CRAMAUSSEl (Edits.), 2017; CRAMAUSSEl (Edit.), 2009; Cramaussel, 2010;
Cramaussel y Magaña, 2010; CUENYa, 1999.
80. F lorescano y Malvido, 1982; Malvido, 1992; Molina del Villar, 1996A, 1996B, 2001,
2009; Magaña, 2013.
81. Molina, 2001.
82. Malvido, 2006: 225-234; y Bustamante, 2006: 237-245.
83. Acerca de epidemias en California: Jackson, 1981; Magaña, 2010.
84. Véase: Molina, Márquez y Pardo, 2013.

39
Raymundo Padilla Lozoya

catálogo de las epidemias, endemias y pandemias reportadas por las diversas


fuentes publicadas.

PLAGAS DE LANGOSTA
En el año 2012, en el Colegio de Michoacán se integró una edición especial-
mente dedicada a la amenaza de las langostas, según reportes provenientes
desde el siglo xvi al xix, tanto de España como de México. Es un ejemplar inte-
resante porque recopila buena parte de las referencias a obras que tratan sobre
el problema de las langostas, enfrentado por españoles y novohispanos. Se hace
notar, con una mirada comparativa, que los españoles conocían la amenaza de
los acrídidos y rápidamente ajustaron leyes y acciones de respuesta similares a
las conocidas en el viejo mundo. Las plagas de artrópodos no reconocen límites
territoriales y su voracidad alimenticia puso en peligro a las comunidades de
agricultores que podían perder hasta 10 toneladas de granos en un día.
Para interés de este artículo, destaca en la revista el artículo publicado por
la historiadora Isabel Campos Goenaga, porque se enfoca en explicar la con-
formación de la cosmovisión maya desde el siglo xvi hasta el siglo xviii.85 Y
explica a detalle los sucesos extremos que debieron enfrentar los peninsulares
nativos y extranjeros, asociados a las sequías, plagas y huracanes. Con fuentes
bibliográficas y de archivo, la historiadora Isabel Campos Goenaga expone
la recurrencia de las amenazas mencionadas, en Yucatán, en una larga dura-
ción. Relata las percepciones de quienes documentaron los primeros eventos
desastrosos, como los cronistas Bartolomé de las Casas, Gonzalo Fernández
de Oviedo, Tomás López Medel y Diego Landa.
El artículo de Campos plantea como hipótesis que el modelo colonialista
restringió las dinámicas socioculturales de los mayas para enfrentar las amena-
zas naturales y les impidió responder preventivamente como solían hacerlo antes
de la conquista porque «se implantó un nuevo orden espacial: el colonial».86
Por ejemplo, con la división de tierras y asignación de propietarios, fueron
bloqueadas las migraciones naturales y estratégicas de los grupos indígenas,
asociadas a los desastres. Además, fueron abandonados los antiguos pueblos
y los indígenas se vieron obligados a acercarse a las nuevas construcciones
españolas. Los representantes indígenas perdieron la posibilidad de decisión
propia ante el nuevo poder peninsular. De estas maneras fueron controlados
los mayas en su espacio, dominados en cuerpo y alma; manipulados en su
consciencia ante la imposición de creencias y modelos imaginarios distintos e

85. Campos, 2012.


86. Campos, 2012: 173.

40
Aportes de la historiografía de desastres (ss. xv al xviii). Estudios en ambos lados del Atlántico

incluso contradictorios para su experiencia. Estas condiciones, propiciaron la


construcción de riesgos de desastre y vulnerabilidades entre los mayas, algunas
de las cuales han perdurado a través del tiempo hasta nuestros días, como los
incendios, la exclusión, la tala inmoderada, la marginación y la invisibilidad
de sus identidades incluso cuando se detona un desastre.
Las plagas de langosta han sido frecuentes en la historia mexicana, acerca
de su presencia se cuenta con una cronología que las documenta desde 1535.
Para el siglo xvi se han contabilizado 11 eventos críticos, solamente en Yucatán
y Campeche, identificados por medio de fuentes primarias y secundarias, como
crónicas de españoles. En el siglo xvii se reportan nueve impactos de acrídidos
voraces, principalmente en la Península de Yucatán y Chiapas. En el siglo xviii,
los reportes incrementaron a 35 casos, en Yucatán, Chiapas, Tabasco, Veracruz,
Oaxaca, San Luis Potosí y Puebla.87 Notablemente el número de eventos incre-
menta debido a la disponibilidad de fuentes que permiten documentarlos, pero
también porque es notable que, en siglo xviii, varias localidades fueron afec-
tadas durante el mismo año. Llama la atención que en los registros del siglo
xviii, solamente un episodio pertenece a la primera mitad del siglo y todos los
demás a la segunda parte, justamente cuando se presentaron otras amenazas
críticas en México, como la escasez de lluvias, contrastes meteorológicos y
hambres asociadas a la insuficiencia de granos, en parte debido a las plagas de
langostas. Estos reportes deben complementarse con las nuevas investigaciones
que se están efectuando con relación a las plagas de langosta, con un enfoque
que contextualiza los aspectos económicos, políticos y sociales en una regio-
nalización más amplia y con nuevas fuentes documentales, para fines del siglo
xviii, pero sobre todo para el siglo xix.88

HURACANES
Se ha documentado que «antes de la predicción instrumental, poco se podía
hacer para evitar la fuerza de las tormentas o sus efectos en el comercio o la
guerra».89 Pero existe evidencia para argumentar que las culturas prehispáni-
cas de Mesoamérica contaban con prácticas para observar, predecir, reducir
los efectos, mitigar los impactos y obtener beneficios de los huracanes, como
lo documentaron los antropólogos Konrad90 y Ortiz.91 Desde su llegada al
Continente Americano, los españoles, y luego los criollos, fueron eliminando

87. Contreras y Esquivel, 2013.


88. Véase: Arrioja, 2019.
89. Schwartz, 2005: 396.
90. Konrad, 1985, 2003.
91. Ortiz, 1987.

41
Raymundo Padilla Lozoya

gradualmente esas capacidades ancestrales porque «la predicción tradicional


era usada como evidencia del pacto de los nativos con el diablo».92 Y porque
las tradiciones narradas por los indígenas eran tomadas por sueños o fantasías
relacionadas con la naturaleza.93
Al iniciar la conquista, tanto los españoles como los ingleses en el Caribe,
vincularon los temblores, erupciones y los huracanes con expresiones diabólicas
e incontrolables que atentaban contra las construcciones, según ha documentado
el historiador Matthew Mulcahy.94 Para el historiador Alain Musset, esto suce-
dió porque los avecindados conservaron su discurso estereotipado, heredado
de Séneca y de Hipócrates, que no podía resolver los problemas planteados por
la naturaleza americana y buscaron respuestas y protecciones por medio de las
divinidades.95 Aunque los españoles llegaron al continente americano influidos
por esos postulados, en el siglo xviii adoptaron la lógica racional que propuso
el método científico francés de René Descartes. Y con el espíritu de la innova-
ción, los más instruidos en las academias en la comprobación de los diversos
fenómenos por medio de los instrumentos científicos, iniciaron en México, en
el siglo xix, el registro formal y sistemático de las manifestaciones naturales,
para divulgar el saber en academias y crear redes de incipiente investigación.
Un caso ejemplar de estos académicos instruidos e ilustrados fue el prusiano
Alejandro de Humboldt, quien recorrió diversas regiones americanas entre 1799
y 1804, registrando múltiples fenómenos.
Durante el período colonial en México, la imposición religiosa, cultural y
científica española y criolla desplazó gran parte del conocimiento vernáculo
acerca de la naturaleza y fracturó la mayoría de las relaciones que sostenían
los grupos indígenas con el medio ambiente al despojarlos de la tierra y escla-
vizarlos. Un ejemplo claro es notable en el uso de ciertos tipos de materiales y
arquitectura. Las viviendas, por ley, debían construirse de materiales «sólidos»
y en formas cuadradas, siguiendo una noción de orden en el espacio urbanizado,
a partir de un centro sociopolítico y religioso. Sin importar la resistencia de los
materiales y la ubicación de las casas ante la trayectoria de vientos extremos.
Por ello desde el inicio de la colonización se registraron los primeros desastres
detonados por huracanes, inundaciones, avenidas lentas y súbitas, desbordes de
ríos, derrumbes y marejadas, que colapsaron las construcciones tanto españolas
como inglesas en el siglo xvii.96

92. Schwartz, 2005: 392.


93. Petit-Breuilh, 2006: 29.
94. Mulcahy, 2006: 37-38.
95. Musset, 1996: 44.
96. Mulcahy, 2006: 11.

42
Aportes de la historiografía de desastres (ss. xv al xviii). Estudios en ambos lados del Atlántico

Entre el siglo xvi, xvii y xviii, numerosos registros de huracanes se han


obtenido por medio de los reportes que se elaboraron en los galeones o naos y
demás embarcaciones que transitaban los océanos comerciando o pirateando.
En esos relatos se describe el comportamiento del mar, del tamaño de las olas,
velocidad, dirección de los vientos, duración del fenómeno y características
de las nubes. Sin embargo, hasta tiempos muy recientes sus bitácoras han sido
fuentes de información para reconstruir la climatología histórica e identificar
huracanes.
Entre los años 1591 y 1643 fueron inventados los nuevos instrumentos para
la observación de la naturaleza, esto es, el telescopio, el termómetro y el baró-
metro. Según Schwartz «el barómetro fue desarrollado en el siglo xvi y desde
entonces predecir [los huracanes] se volvió una cuestión de vida o muerte».97
En las Indias Occidentales, en 1670 llegaron los primeros barómetros con el
«expreso propósito de obtener información de los huracanes».98 Luego pasaron
a Norteamérica, pero su elevado costo restringió la comercialización y por ende
el conocimiento de las presiones barométricas asociadas a estos fenómenos.
Los instrumentos más precisos para registrar la velocidad del viento de los
huracanes se popularizaron en Europa en 1770 y tardaron entre veinte y treinta
años en llegar a Norteamérica y a México.
Acerca de los huracanes entre los siglos xvi y xviii, se han realizado en
México diversos registros cronológicos para mostrar la recurrencia del fenó-
meno, pero también para ampliar la descripción de los impactos y comprender
el contexto histórico que ha determinado los desastres en diversas comunidades,
Golfo de México,99 Chiapas y Oaxaca,100 Baja California Sur,101 en Yucatán,102
en el Pacífico Occidental y en el Oriental.103 Y actualmente se prepara la publi-
cación del catálogo de huracanes y otros fenómenos hidrometeorológicos que
incluye referencias desde el año 5 pedernal hasta 1955, con reportes de todos
los estados costeros en ambos litorales de México, con especial atención en
las prácticas que las sociedades han desplegado para enfrentar las amenazas
naturales.104 Por las publicaciones, es notable que la presencia de los huraca-
nes ha influido en la configuración de la cultura, sobre todo en zonas donde
sus impactos son muy severos y frecuentes, como lo documentaron Konrad y

97. Schwartz, 2005: 392.


98. Mulcahy, 2006: 53.
99. Keim, 2009.
100. García-Acosta, 2005B.
101. Villanueva, 2004.
102. García-Acosta, 2002; Campos, 2012.
103. Padilla, 2006.
104. García-Acosta y Padilla (en prensa).

43
Raymundo Padilla Lozoya

Ortiz. Pero también los huracanes han permitido que zonas desérticas al norte
de México reciban la precipitación pluvial para rellenar los mantos acuíferos
para beneficio de las actividades productivas agrícolas y ganaderas. Así, es
notable una dualidad representada en los huracanes como ente peligroso y a la
vez benéfico, esto depende de las relaciones que establece la sociedad con una
manifestación tan frecuente.

CONCLUSIONES
En una reflexión muy general, los estudios históricos de desastres se han enfo-
cado en distintas amenazas naturales y han coincidido con la antropología y
otras disciplinas en la necesidad de comprender los conceptos fundamentales
relacionados con el riesgo y los desastres, así como en las relaciones metodo-
lógicas y su transversalidad. En términos de hallazgos, tanto en México como
en varios países latinoamericanos, es notable que existe un incremento en la
construcción de distintos riesgos y de condiciones de vulnerabilidad social,
que son los principales responsables de los desastres, no la presencia histórica
de los fenómenos naturales que han sido parte constituyente de las culturas y
el desarrollo de las sociedades. Es evidente que en algunas regiones ha incre-
mentado la población y ha sido excluida de los beneficios del capitalismo,
aumentando la marginación y exposición a diversas amenazas. Por ello vale
la pena investigar el proceso de construcción de riesgos y desastres, así como
las respuestas que otras sociedades han dado a los problemas asociados a las
amenazas naturales, logrando cierto desarrollo y adaptación.
En los estudios históricos realizados en ambos lados del Atlántico, acerca
de amenazas naturales y desastres, el método histórico ha sido ajustado princi-
palmente a la existencia de fuentes primarias y secundarias, a los períodos de
consulta y la disposición de bibliografía para el diálogo temático y disciplinario.
Cada indagación ha empleado sus particulares instrumentos y herramientas,
no hay un modelo metodológico único.105 Sin embargo, los más importantes
estudios históricos de desastres en México son los concebidos y desarrollados
en equipos, con una perspectiva de Larga Duración, propuesta por el historiador
Fernand Braudel, quien entendía el tiempo histórico o Larga Duración como
tiempo social. Esta noción ha sido particularmente útil para entender los desas-
tres desde el enfoque constructivista, porque los comprende como el resultado
de largos procesos sociales, políticos, económicos y culturales, de ajustes,
cambios, vulnerabilidades y amenazas, identificables en las interacciones de

105. Algunos estudios son particularmente muy sugerentes en cuanto a su procedimiento meto-
dológico, cabe destacar el trabajo de Peniche acerca de las calamidades en Yucatán entre
1535 y 1699, véase Peniche, 2010.

44
Aportes de la historiografía de desastres (ss. xv al xviii). Estudios en ambos lados del Atlántico

la sociedad con el medio ambiente, como Braudel lo planteó en su obra El


Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II.
En los estudios realizados en el siglo xxi, se privilegia la claridad concep-
tual que forma parte del problema de investigación y el proceso metodológico,
que implica conocimiento de las características físicas del fenómeno que se
estudia. Los desastres, como problema de investigación son complejos y su
estudio más amplio requiere de miradas transversales e interdisciplinarias.
Integran conceptos polisémicos entre las diferentes disciplinas, entre los más
importantes, el riesgo, amenaza, vulnerabilidad y desastre, pero además están
relacionados con la exposición, la resiliencia o capital social, las respuestas,
rehabilitación, reconstrucción, prevención y adaptabilidad, cuyos procesos y
límites dependen de los marcos interpretativos que establece el investigador
con base en su conceptualización o las evidencias disponibles.
En el siglo xxi los estudios de los desastres se han diversificado y la inves-
tigación dejó de ser casi exclusiva de las ciencias naturales, sobre todo después
de la Segunda Guerra Mundial. Los desastres y las amenazas se volvieron
objeto de estudio también de las ciencias sociales. En diversas investigaciones
históricas de desastres, referidas en este artículo, se han realizado múltiples
conceptualizaciones y ha proliferado la sistematización de datos y el reporte
de cronologías y catálogos. Durante las últimas décadas ha sido notable la
proliferación de publicaciones multidisciplinarias, interdisciplinarias y trans-
disciplinarias acerca de los desastres y los impactos sociales, económicos,
culturales y ecológicos. Así, por mencionar algunos, con métodos propios
de las ciencias naturales y sociales, con técnicas climáticas, meteorológicas,
geográficas o geológicas se analizan los sedimentos de lodo profundo en
búsqueda de tsunamis, huracanes y sequías. Cada vez son más los geógrafos,
geólogos, incluso arquitectos, que se interesan por temas de corte histórico
para encontrar antecedentes de problemas actuales. Y los historiadores hacen
equipo con antropólogos para analizar los aspectos culturales que explican las
interpretaciones sociales y las representaciones de la naturaleza y los desas-
tres. Así, compartiendo ideas y reflexiones críticas será posible avanzar en
la comprensión de problemas tan complejos como los desastres que afectan
a culturas en distintas latitudes y proponer soluciones preventivas de corto,
mediano y largo alcance.

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54
VAIVENES CLIMÁTICOS EN LA PENÍNSULA
IBÉRICA Y NUEVA ESPAÑA EN LOS AÑOS
OCHENTA DEL SIGLO XVIII. ENTRE
LA «ANOMALÍA MALDÁ» Y LOS «CICLOS DE
EL NIÑO»*

Armando Alberola Romá


(Universidad de Alicante, España)

Virginia García Acosta


(CIESAS, México)

1. INTRODUCCIÓN
Los estudios comparativos sobre el impacto de la Pequeña Edad del Hielo
(PEH) en ámbitos distantes entre sí varios miles de kilómetros se antojan
imprescindibles para verificar el carácter extremo, variable, irregular y global
de esta oscilación climática presente durante los siglos que abarcan la Edad
Moderna. Partiendo de recientes esbozos aproximativos al clima de la península
Ibérica y Nueva España en el último cuarto de la centuria ilustrada1, nuestro
objetivo en este estudio consiste en caracterizar de la manera más precisa

* L  a presente contribución forma parte del proyecto de investigación Clima, riesgo, catástrofe
y crisis a ambos lados del Atlántico durante la Pequeña Edad de Hielo, CRICAT-PEH,
(HAR2017-82810-P9), incluido en el Plan Estatal de Fomento de la Investigación Científica
y Técnica de Excelencia promovido por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades
del Gobierno de España y la Agencia Estatal de Investigación. Está también asociada al pro-
yecto APURIS (Les administrations publiques face aux risques naturels dans les monarchies
bourboniennes; xviii-début du xixe siècle), auspiciado y desarrollado por la universidades de
Alicante (España), Clermont-Auvergne (Francia) y Federico II de Nápoles (Italia) y apoyado
por la Casa de Velázquez (Madrid). En ambos proyectos participan quienes firman este estudio.
1. Alberola y Arrioja, 2020: 55-66; García Acosta, en prensa; Alberola y Arrioja, 2019:
379-421.
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

posible los años ochenta del siglo xviii, al entender que puede resultar un buen
banco de pruebas para posteriores estudios.
De las décadas postreras de ese siglo, quizá la octava sea la que ofrece un
mayor grado de singularidad a uno y otro lado del Atlántico. Extremismo hidro-
meteorológico, climático y geológico, azote de plagas agrícolas y presencia de
enfermedades y epidemias, con sus correspondientes corolarios, coexistieron
con asiduidad en estos territorios y afectaron notablemente a sus habitantes.
Establecer las similitudes o diferencias del comportamiento de la atmósfera
en estos ámbitos tan alejados uno del otro constituye el paso previo para el
desarrollo de posteriores investigaciones; y hacerlo con estudios de casos a
lo largo de una década como ésta parece adecuado por las particularidades
detectadas. Es evidente que las condiciones físicas no son las mismas en cada
ámbito de estudio; y que las climáticas están sometidas a factores específicos
que tienen que ver con las dinámicas atmosféricas propias de cada zona. No
obstante, establecer los episodios hidrometeorológicos extremos que se produ-
jeron en esos territorios, con su impacto y consecuencias; verificar el grado de
similitud o de diferencia e incardinarlos en la dinámica general de este período
de la Pequeña Edad del Hielo, puede resultar relevante y ayudar a mejorar la
comprensión de los aspectos más singulares de esta larga secuencia climática.
¿Por qué consideramos interesante esta década? Los mismos contemporá-
neos, a título particular o desde diferentes instancias político-administrativas y
científicas, coincidieron en señalar un cambio en las pautas de comportamiento
de la atmósfera consideradas, hasta ese momento, habituales. Es cierto que, en
la práctica totalidad de los casos, la presencia de registros instrumentales resultó
poco menos que anecdótica, prevaleciendo los «análisis» de base empírica por
acumulación de experiencias seculares combinados con la mera percepción
sensorial de quienes decidieron dejar por escrito todo aquello que observaban.
Tampoco se nos oculta que, ya en el siglo xviii y de manera progresiva, se
produjo un mejor conocimiento de la realidad climática del momento que, en
el continente europeo, estuvo propiciado por la consolidación de instituciones
científico-culturales vinculadas a los nuevos saberes ―de entre las que las
academias de medicina fueron de las más activas―, la irrupción de las deno-
minadas Topografías médicas, la proliferación de informes y ensayos sobre la
vinculación entre clima y salud o el despegue definitivo de la prensa, funda-
mentalmente a partir del último cuarto de siglo, con la inclusión de debates
relacionados con los adelantos científicos o de noticias sobre sucesos extremos
de índole atmosférica, geológica o biológica.

56
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

En Nueva España jugó un importante papel en este sentido el periodismo


científico. Destacan el Diario de México (1768)2, que se reconoce como el
primero en la materia y las Gacetas de Literatura de México (1788-1795), las
más elaboradas en su tipo. No obstante, es preciso insistir en que los resultados
provenientes de observaciones llevadas a cabo con el instrumental disponible
en la época ―termómetro, barómetro― resultaban más bien parcos y con un
cierto riesgo de inexactitud pese a la buena voluntad de sus protagonistas,
habitualmente médicos. No obstante, combinados con la información cualita-
tiva procedente de fuentes documentales, permite una aproximación bastante
fiable al clima imperante.

2. VARIABILIDAD CLIMÁTICA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA Y


NUEVA ESPAÑA (1780-1790)
Hace casi dos décadas, Mariano Barriendos y Carmen Llasat detectaron la
presencia en el Mediterráneo occidental de una anomalía climática que estuvo
activa durante el último cuarto del siglo xviii3. La denominaron Oscilación
Maldá tras emplear como fuente fundamental ―pero no única― el dietario de
Rafael de Amat y de Cortada, barón de Maldá, conocido como Calaix de sastre
―Cajón de sastre. A partir de esta interesante crónica social, que incluye abun-
dante información meteorológica de Barcelona durante los 50 años que van de
1769 a 1819, los autores establecieron las características fundamentales de esta
anomalía y llamaron la atención sobre la singularidad de un período en el que
se dieron, de manera simultánea, episodios hidrometeorológicos extremos de
signo contrario; circunstancia que, hasta entonces, nunca se había producido4.
Efectivamente, los años ochenta de la centuria ilustrada fueron percibidos
en lo climático como extraños e inusuales por los contemporáneos. Desde
mediados de siglo, a la sequía que, implacable, azotaba el territorio peninsular
ibérico se añadió un acusado incremento de la pluviosidad extraordinaria de
consecuencias catastróficas que se mantendría hasta las postrimerías de la cen-
turia. Al respecto, proporcionan abundante y precisa información los informes
de diferentes instancias administrativas dirigidos al Consejo de Castilla, la
correspondencia cruzada entre relevantes personalidades del xviii hispano, los
dietarios, los cuadernos de viajes, la prensa y, de manera muy significativa,

2. Le siguieron diarios como Asuntos varios sobre ciencias y artes (1772-1773), el Mercurio
Volante (1772-1773) y Observaciones sobre la física, historia natural y artes útiles (1787-
1788). Salvo el Mercurio, todas las demás fueron fundadas y dirigidas por el ejemplar ilustrado
criollo José Antonio de Alzate y Ramírez.
3. Barriendos y Llasat, 2009: 253-186.
4. Amat y de Cortada, Barón de Maldá, 1988-2003. En adelante Maldá.

57
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

el incremento, durante la celebración de las misas, de las oraciones cortas o


collectas y, con posterioridad, de las rogativas, pro pluvia o pro serenitate según
aconsejaran las circunstancias5.
En el Calaix de sastre del mencionado barón de Maldá aparecen expresio-
nes de sorpresa cuando comenta las fuertes e inusuales lluvias de enero o de
marzo que se abatían sobre Barcelona, las frías primaveras, los excesos hídricos
veraniegos que dañaban las cosechas, especialmente la de vid, combinados
con inviernos de frío extremo y estíos de calores agobiantes. Sin olvidar que,
instalada en amplias zonas de la península Ibérica, amenazaba –implacable y
destructiva– la sequía. Tras contemplar, recién entrada la primavera, una fuerte
tormenta acompañada de aparato eléctrico, Maldá llegó a la conclusión de que,
desde unos años atrás, se estaba produciendo una «mutación» del clima y la
«alteración» de las estaciones. Y lo justificaba afirmando que estos aconteci-
mientos hidrometeorológicos, que calificaba de «extraordinarios», se solían
dar a partir de mediados de abril o en el mes de octubre6.
En Nueva España, el ilustre Alzate, cuidadoso observador, dio cuenta de
algo similar al afirmar que
«desde los terremotos de 1768, que aquí se sintieron y continuaron en 1776,
este país ya no es la Nueva España, aquella que conquistó Cortés, no hay año
que se parezca a otro: heladas fuera de tiempo; sequedad en la atmósfera;
lluvias abundantes en ciertos territorios; y al mismo tiempo escasas en otros,
este es el resultado peligroso que sufren los habitantes de Nueva España»7.
Algo más de una década atrás, el 19 de enero de 1778, encontramos un buen
ejemplo de idéntica percepción en el memorial remitido al Consejo de Castilla
por el obispo, corregidor y regidores de la ciudad de Gerona, en el que daban
cuenta de la tremenda inundación padecida por la ciudad y su hinterland entre
mediados de noviembre y mediados de diciembre de 1777, solicitaban ayuda
inmediata para reparar los graves destrozos ocasionados y planteaban un plan
de actuación para evitar en el futuro la repetición de similares desastres8. Lo
cierto es que esta circunstancia no resultaba desconocida pues, atravesado por
los cursos fluviales del Ter, Onyar, Galligans y Güell, el casco urbano gerun-
dense había mostrado desde siempre su gran vulnerabilidad tras la descarga de

5. Alberola, 2010a y 2010b: 65-88; Barriendos, 2005: 11-34.


6. «Lo dels trons ha vingut molt de nou per cosa extraordinaria, pues que no acostuman a comen-
sar les tronades que a mediats de Abril fins al Octubre. Es prova de haver fet mutació los
Climas y variat se lo temps per lo que mira a les estacions alguns anys ha»; la cita –referida
al 20 de marzo de 1786– en Barriendos y Llasat, 2009: 269.
7. Gacetas de Literatura del 4 y 18 de octubre de 1791. Agradecemos a Adrián García Torres
nos haya proporcionado esta reveladora cita.
8. Alberola, 2010a:178-180.

58
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

precipitaciones extraordinarias y el subsiguiente incremento de los caudales de


los ríos9. La novedad, al decir de los firmantes del memorial, estribaba en el
hecho de que mientras «en los passados tiempos fueron más raras semejantes
extraordinarias avenidas; en el actual son muchas y muy frequentes». Buscando
una explicación se atrevían a especular con que el comportamiento de la atmós-
fera había variado y provocaba que fueran «más copiosas las lluvias», con lo
que las inundaciones resultaban mucho mayores y de peores consecuencias.
También aducían algún «otro motivo», cuyo origen ignoraban, pero que sin
duda era el causante de las «calamidades de los tiempos» y «la copia y duración
de las lluvias». Y por ello, en el corto espacio de un mes, habían «visto tres
distintas vezes inundada la Ciudad [de Gerona] y amenazada de los maiores
peligros»10.
En los años ochenta, además de los informes de las diferentes autoridades
político-administrativas o de las anotaciones del barón de Maldá, hubo médicos
y dietaristas que también dejaron estudios, comentarios e impresiones sobre lo
que les pareció un comportamiento anómalo del «tiempo». En esta década, de
extrema sequedad en la península Ibérica al igual que todas las del último cuarto
de la centuria, hubo, sin embargo, numerosos episodios de precipitaciones
extraordinarias de muy alta intensidad horaria con sus avenidas e inundaciones
de efectos catastróficos. Generalmente tuvieron lugar en los períodos tardo esti-
val y otoñal, pero, también, en las postrimerías del invierno o apenas empezada
la primavera y se localizaron en toda la geografía peninsular; aunque con una
especial incidencia en la fachada mediterránea.
El análisis de fuentes documentales muy minuciosas en sus descripciones,
nos permite establecer la presencia de tres importantes perturbaciones atmos-
féricas que, en su desplazamiento, ocasionaron importantes daños en diferentes
territorios de la vertiente mediterránea hispana en secuencias cronológicas com-
prendidas entre tres y siete días. El primero de los temporales, ya apuntado por
Rico Sinobas y cuyos datos completamos en su momento, tuvo lugar a finales
de noviembre de 178311; el segundo, estudiado por Barriendos12, en los primeros
diez días de octubre de 1787, y el último a comienzos de septiembre del año
siguiente. En los tres casos, las intensísimas lluvias ocasionaron el incremento
de los caudales de los grandes y medianos cursos fluviales, así como los de
barrancos y ríos-rambla y, con ello, importantes avenidas e inundaciones de
consecuencias catastróficas económicas y humanas.

9. Fabre, 1986; Sorribas y Güell 1991; Ribas, 2007 y 2009.


10. Alberola, 2010a: 179.
11. Rico, 1851, 79; Alberola, 2010a: 183-189; 2014: 336-339.
12. Barriendos, 2005, 21-23.

59
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

En el caso de la Nueva España, no contamos con una fuente tan rica que
en sí sola concentre la información necesaria, como es el Calaix de sastre que,
además, reúne los requisitos mínimos que permiten caracterizar una serie: que
se trate de una fuente de un solo origen para el periodo estudiado, que haya
seguridad en la misma y que ofrezca datos continuos y abundantes13. En el
caso novohispano el trabajo conjunto de investigadores y estudiantes a lo largo
de años ha permitido reunir una cantidad considerable de información para
documentar de manera sistemática la década que ahora nos ocupa y evitar los
tres riesgos de una datación por periodos prolongados: la dispersión, la dis-
continuidad y la heterogeneidad14. Se trata de información proveniente, sobre
todo, de archivos locales y nacionales –actas de cabildo y ramos como los de
Tributos, Tierras, Reales Cédulas– o incluso de mucho mayor alcance territo-
rial –Archivo General de Indias–, de cuadernos de dietaristas, de periódicos
con vocación científica y de la Gazeta de México, la única que circuló durante
los años aquí estudiados15.
A la penúltima década del siglo xviii antecedieron una serie de eventos que
se presentaron en el centro de México durante la segunda mitad de los setenta,
caracterizados sobre todo por sequías. La esterilidad de los campos provocó un
desabastecimiento y carestía del producto básico, el maíz, llegando a situacio-
nes extremas tales como dejar de tasarlo, con las consecuencias nefastas que
ello acarrea16. Hacia mediados del último año de la década, sequías severas en
el Valle de México, Puebla, Durango y Chihuahua17, junto con algunas heladas
en el centro, se sumaron a la epidemia de viruela que se presentó a fines de ese
año. Ésta se concentró en la ciudad de México, pero se extendió sobre todo al
oriente del virreinato18, provocando el fallecimiento en particular de población

13. García Acosta, 1988: 23.


14. García Acosta, 1988: 15
15. La Gazeta de México de Manuel Antonio Valdés fue el único periódico que, con una perio-
dicidad mensual, circuló en el periodo. Lo hizo entre 1784 y 1809 en la ciudad de México.
16. García Torres, 2018b: 184, 198
17. G
 arcía Torres, 2018c; Endfield y Fernández, 2006. Las investigaciones de Endfield han
sido muy útiles para nuestros propósitos, ya que reúnen datos y análisis claros y detallados,
provenientes de localidades y regiones no muy estudiadas durante el periodo en cuestión,
sobre todo fuera del centro del virreinato que es lo más trabajado hasta la fecha. Convendría
agruparlas y darlas a conocer de manera conjunta.
18. La mayoría de la información original que se incluye en este artículo, en lo que corresponde
a Nueva España, proviene de los catálogos Desastres agrícolas en México (García Acosta,
Pérez y Molina, 2001) e Historia y memoria de los huracanes en México (García Acosta
y Padilla, en prensa). Ambos reúnen información proveniente de numerosas fuentes prima-
rias y secundarias tanto mexicanas como del extranjero, incluyendo archivos, hemerografía,
crónicas, diarios. Cuando se ofrezcan datos concretos provenientes de una fuente diferente
de éstas, haremos alusión expresa a ella.

60
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

indígena que en algunos lugares, como Zacatlán (Puebla), se reportó como la


causa de la escasez de granos. Aunque en otros casos se reconoce que afectó a
personas de todas las clases y sexos.
En un trabajo reciente19, que cubre precisamente el periodo identificado
con la Oscilación Maldá, esto es entre 1760 y 1800, identificamos dos fases
en las cuales se concentra de manera particular la información. Corresponden
a las que denominamos como fase 1 (1783-1787) y fase 2 (1790-1799). En
ellas encontramos, comparativamente con el resto de años dentro del periodo
1760-1800, cuantiosas noticias que hacen referencia a la presencia de lo que se
han denominado también «hidrometeoros catastróficos». En orden decreciente
se refieren a: temporal, lluvias excesivas, aguas en abundancia y tormentas. Es
decir, nos hablan más de exceso que de escasez de agua. La distribución geográ-
fica de la información correspondiente a las dos fases se concentra, como era de
esperar dado que en buena parte se asocia con la presencia de huracanes, en las
regiones costeras, tanto del Pacífico como del Golfo de México y el Mar Caribe.
Dado que el presente estudio atiende particularmente la década de los
ochenta, es la fase 1 la que nos interesa. La información cualitativa evidencia
que los episodios más extremos de este período se presentaron en 1783, 1785
y 1787, como veremos en detalle más adelante. En algunos casos se han aso-
ciado con la presencia del fenómeno de El Niño –ENOS: El Niño Oscilación
del Sur–. En efecto, es cada vez más evidente la relación estrecha entre sequías
y ENOS, tal como lo muestran estudios históricos sobre ambos en México20. A
partir de la información procedente del Catálogo sobre desastres agrícolas21,
de los ricos estudios dendrocronológicos llevados a cabo por equipos interna-
cionales22, así como la utilización de cronologías clásicas sobre El Niño23, se ha
llegado a concluir que, si bien los casos examinados no resultan exhaustivos,
los resultados dan cuenta de que en diversas partes de México los periodos de
lluvia por debajo de la normalidad están vinculadas con El Niño en alguna de
las diferentes intensidades que lo caracterizan: bajo, moderado, fuerte, muy
fuerte24. En el siglo xviii se identifican dos periodos con esta clara asociación,
uno de los cuales cae dentro del seleccionado en este estudio: 178325, un año

19. García Acosta, en prensa. Una reciente aproximación a la PEH en América Central en
Arrioja, 2019: 63-72.
20. Mendoza et alii, 2005, Grove, 2011.
21. García Acosta, Pérez y Molina, 2001.
22. Stahle et alii, 2016 y Therrell, 2005.
23. Como las de William Quinn y Victor Neal de 1992 y la actualización de Luc Ortlieb
de 2000.
24. Mendoza et alii, 2005: 713, 714.
25. Mendoza, et alii, 2005: 715.

61
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

que en España fuera caracterizado como «un mal año»26. Como reconoce el
historiador ambientalista británico Richard Grove, hay que seguir explorando
sobre esta manifestación de ENSO entre 1788 y 179527. Trabajos como los
que él realizó en vida, y sobre todo los de corte comparativo como el presente,
propiciarán, sin duda, la formulación de hipótesis más fundamentadas relati-
vas a patrones climáticos globales anómalos, extraordinarios o anómalos no
identificados hasta ahora. Sin olvidar que, al referirnos a El Niño, estamos
hablando de un fenómeno que constituye parte de la variabilidad climática del
planeta, por lo que estrictamente no debiera considerarse una anomalía como
tal. A esto volveremos después.
Cabe aclarar que, en nuestros estudios, en general, hemos documentado
el comportamiento climático-ambiental en función de los efectos e impactos
registrados en la documentación consultada: inundaciones, riadas, pérdida de
cosechas, escasez y carestía de alimentos básicos, movimientos de población,
etc. Dados los objetivos de este estudio, y aunque no son muy abundantes los
datos para el caso novohispano, haremos énfasis en el comportamiento del
clima como tal, echando mano del material existente para ello, tratando de
reconstruir la historia climática de este periodo con información proveniente
de los registros existentes en el archivo natural y en el archivo humano, para-
fraseando al eminente historiador suizo del clima Christian Pfister28.

3. UNA DÉCADA DE SEQUÍA, LLUVIAS TORRENCIALES,


AVENIDAS, INUNDACIONES Y HELADAS DE CONSECUENCIAS
CATASTRÓFICAS
Para la España de los años 1781 y 1782 no disponemos de referencias ―o
son muy escasas― sobre episodios hidrometeorológicos extremos, aunque,
con seguridad, la situación climática no diferiría de la que describió para el
continente europeo Agustín de Villalba en su Epidemiología española en el
arranque de la década; esto es: persistente sequía desde meses atrás, seguida
de un verano de «calores ardientes» al que sucedió un otoño «frío y húmedo» y
un invierno «nebuloso» que provocó una gran epidemia de fiebres catarrales29.

26. Alberola, 2012.


27. En la propuesta de adaptación de las cronologías clásicas sobre la presencia de El Niño y la
información proveniente del Catálogo sobre desastres agrícolas (García Acosta, Pérez y
Molina, 2001), revisando lo que denominamos patrones semánticos, espaciales y tempora-
les, Leticia González Álvarez sólo identificó, en su tesis de licenciatura, el ciclo 1785-1786
como coincidente. Lamentablemente este ejercicio no continuó y se quedó en una primera
exploración. Un resumen del mismo se publicó (González Álvarez, 2008).
28. Pfister, 1989.
29. Villalba, 1802-1803: II, 248.

62
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

Sabemos que el 17 de diciembre de 1782 descargó una imponente tormenta


sobre el corregimiento de Xixona (Alicante) que provocó la crecida de los
barrancos y ramblas de la zona y un violento «turbión de agua» que destruyó
el puente de esta localidad, paso obligatorio desde Alicante hacia Valencia por
el camino real del interior. Se tardó seis años en reconstruirlo, con el perjuicio
que ello supuso para el tráfico de mercancías y personas por esta importante
vía de comunicación30.
En Nueva España, la década de los setenta terminaría anunciando un
periodo mucho más convulso, que se caracterizaría por varios momentos crí-
ticos, empezando con 1781-178231 y llegando al clímax en 1785-1786. A las
sequías y enfermedades epidémicas se sumaron heladas desde mediados de
1779, en momentos no usuales y reportados en varias partes del virreinato, las
cuales se fueron repitiendo a lo largo de 1780: marzo en el Valle de México,
junio en Tetela, en Puebla, «en que las heladas perdieron a la Renta [del tabaco]
más de ochenta mil […] de tabaco equivalentes a un mil y doscientos tercios»32.
En octubre se reportaron en Oaxaca. La falta de agua registrada en 1780 en
el centro de México y en Oaxaca, que arruinó en esta última las cosechas de
grana «único comercio de la región», regresó en 1781 junto con un alza de los
precios del maíz y del trigo. Se hicieron rogativas y novenarios a la Virgen de
los Remedios en varias ocasiones durante ese año y el siguiente33. Lo anterior
contrasta con la
«terrible y desastrosa inundación» que el 27 de julio sufrió Guanajuato, aso-
ciada con un «espantoso aguacero [que] siendo su furia de tal magnitud, llenó
de susto a todos cuantos lo presenciaron […] ocasionó tal avenida en el río
principal y en los arroyos que en él desembarcan, que en su furioso tránsito
iba sembrando por todas partes el terror y la desolación»34.
Escenas similares se presentarían en 1782 en Guadalajara y Monterrey. En
este último caso, que el imaginario nacional asocia con clima seco y desértico,
estuvieron vinculadas con el desbordamiento del río Santa Catarina, descrito
de este modo
«parece se abrieron las cataratas del cielo y rompieron las fuentes del abismo
de las sierras […] llevándose las arboledas de sus riberas y desgajándose de

30. Archivo Histórico Nacional (AHN), Consejos, legajo 37139.


31. García Torres, 2018c.
32. Archivo General de Indias (AGI), México, 1406, Duplicados cartas de virreyes «Causa
contra Don Francisco del Real. Quaderno 1.º Decreto fechado el 28 de junio de 1780» y
notas al margen.
33. García Torres, 2018b: 198.
34. Ibidem.

63
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

las sierras las peñas»; al grado de que «derribó todas las casas de Monterrey
e iglesias, dejándolo hecho un desierto»35.

3.1. 1783: Un «mal año»


Para 1783, las noticias sobre este tipo de episodios abundan. Los contempo-
ráneos lo consideraron un «mal año», en el que tuvieron lugar ―entre otros
― los desastres asociados con las erupciones de los volcanes Laki (Islandia)
y Vesubio (Nápoles), así como con los destructivos terremotos de Catania y
Sicilia36. Los efectos de las primeras, aparte la destrucción y víctimas que pro-
vocaron, afectaron el normal comportamiento de la atmósfera en el continente
europeo y, por descontado, en la península Ibérica. Más adelante veremos que
también del otro lado del Atlántico parecen haberse sentido sus consecuencias.
Conviviendo con la pertinaz sequía, comenzamos a encontrar en la península
Ibérica un patrón de lluvias invernales y pre-primaverales, tormentas veraniegas
acompañadas de granizo y violentas precipitaciones entre septiembre y finales
de noviembre. Los documentos oficiales refieren una sequía persistente, que
los testimonios, más privados, de los contemporáneos confirman.
A comienzos de marzo se abatieron lluvias «tempestuosas y calientes»
sobre la Submeseta Norte, provocando la fusión de la nieve acumulada en
las montañas y el incremento de caudales que, en el caso de los ríos Burbia y
Valcárcel, provocaron inundaciones en la comarca del Bierzo (León)37. Ya en
verano, las intensas tormentas que el 12 de agosto cayeron sobre Cataluña inun-
daron totalmente Mataró, tras desbordarse las rieras de su entorno. Trece días
más tarde, temporales de agua con granizo de gran calibre descargaron sobre
los corregimientos aragoneses de Huesca, Barbastro, Benavarre y Monegros,
arruinaron las cosechas y dejaron una estela de «calamidades y miserias» en
más de una decena de poblaciones, tal y como reflejó la Gazeta38.
Ese verano fue «demasiadamente caliente y seco» en Aragón, según el
médico Antonio Ased39; mientras que el barón de Maldá escribió en su dietario
que el estío fue tan caluroso y seco en Cataluña, que las fuentes estuvieron
a punto de secarse40. Le llamó la atención asimismo la presencia de espesas

35. Ibidem.
36. Alberola, 2012: 327-331.
37. Rico Sinobas, 1851: 79.
38. De la destructiva granizada que se abatió sobre Barbastro, Fonz, Estadilla, Castejón del
Puente, Estada, Olbena, Graus, La Puebla de Castro, Benavente y Torre Esera, dio cuenta
la Gazeta de Madrid el 6 de septiembre de 1783 (n.º 77, p. 804); para mayores detalles ver
Alberola y Pradells, 2012: 65-93.
39. ASED, 1784.
40. Maldà 1988: I, 126.

64
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

nubes que, al atardecer, impedían ver los rayos del sol. Idéntica circunstancia
anotó en su diario el castellonense fray José de Rocafort, quien sugirió que
podía tratarse de un fenómeno universal que afectaba tanto a España como
al continente europeo41. En efecto, el volcán islandés Laki había erupcionado
a comienzos de junio y lanzado a la atmósfera una gran nube tóxica que fue
cubriendo los cielos europeos, incluidos los del NE peninsular42.
En septiembre abundaron las precipitaciones de alta intensidad horaria en
el NE y Este peninsulares. Entre los días 11 y 17 de ese mes, y tras intensas
tormentas, el río Ebro, sus afluentes y barrancos adyacentes crecieron con
exceso y provocaron avenidas e inundaciones. La confluencia de los caudales
del Gállego y del Ebro inundó Zaragoza; el desbordamiento del río Valcuerna
arrasó Peñalba e inmovilizó el correo durante más de 18 horas; la crecida del
Cinca sumergió Fraga, destruyó su puente y arrasó todos los sembrados; los
cursos fluviales muy incrementados de los ríos Jalón y Jiloca, Daroca y Ondara
ocasionaron graves daños ―como no se recordaban― en Calatayud, Daroca,
Cervera, Anglesola y Tárrega43. Pero lo peor llegaría en octubre y noviembre.
Entre el 4 y el 10 de octubre las tierras valencianas se vieron afectadas
por las habituales e intensas precipitaciones tardo estivales. En el sur, copio-
sas lluvias provocaron la crecida del Segura, de su afluente Guadalentín y de
varias ramblas y, con ello, una de las peores inundaciones de Orihuela y su
huerta. Hasta en nueve ocasiones penetraron las aguas en el casco urbano cau-
sando innumerables destrozos44. A su vez, el río Júcar inundó Cullera y Sueca,
mientras que el Palancia hizo lo propio con Sagunto. En todos los casos se
perdieron cosechas y ganados, hubo algunas muertes y muchos damnificados,
las comunicaciones quedaron interrumpidas, los molinos harineros inservibles,
otras infraestructuras hidráulicas rotas o muy deterioradas, las conducciones de
agua potable inservibles y entre la población se instaló una creciente sensación
de temor e inseguridad.
El 2 de noviembre, fuertes precipitaciones en el curso medio y bajo del
río Vinalopó provocaron la inundación de Novelda (Alicante) y el inicio de
rogativas pro serenitate45. En las postrimerías de este mes se desató un intenso
temporal que ocasionó grandes daños en el sur de Cataluña y norte y centro
de Valencia, que la Gazeta recogió ampliamente en sus páginas46. Entre los

41. Rocafort 1945: 49.


42. Todas estas referencias, así como el impacto de la erupción del Laki en España, en Alberola,
2012. Asimismo, Cuchí, 2015.
43. Gazeta de Madrid, n.º 79 (3-10-1783), p. 81; igualmente Alberola y Pradells, 2012: 69.
44. Alberola, 2010a: 186; García Torres, 2018a: 277-286.
45. García Torres, 2018a; 202.
46. Gazeta de Madrid, n.º 2 (6-1-1784), pp. 21-23.

65
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

días 24 y 26 de ese mes las lluvias, que desde septiembre no habían cesado, se
intensificaron, con lo que los ríos circulaban muy crecidos sobre un territorio
excesivamente encharcado. Fueron muy numerosas las avenidas e inundaciones,
destacando la de la Rambla de la Viuda, afluente del río Mijares (Castellón), que
transformó las poblaciones y huertas de la Plana de Castellón en un auténtico
«mar»47. El río Júcar también experimentó una gran crecida que arrasó toda
la comarca de La Ribera. Su cauce fluvial quedó modificado a su paso por los
municipios de La Almuina y El Toro. El camino desde este lugar a Alberic se
tornó intransitable, muchos pueblos y campos de cultivo quedaron anegados
y, ya en las inmediaciones del cabo de La Nao, se produjo un movimiento de
tierras y el hundimiento del conocido «mojón» o «montículo del Baladre»48.
Por esos mismos días, una gran avenida del Turia inundó Valencia y su huerta.
El detallado informe de las autoridades pone de manifiesto el alcance del
desastre, mayor si cabe que el de 177649, pues quedaron muy seriamente afec-
tados los edificios y el callejero urbano, la huerta y su sistema de acequias, los
molinos y otras infraestructuras hidráulicas, así como las vías de comunica-
ción. Al margen de que el capitán general decidiera exponer el Santísimo en
el balcón de su palacio para aplacar la furia de los elementos, la experiencia
de la anterior riada e inundación hizo que se activara un dispositivo de segu-
ridad para conocer, en todo momento, la altura de las aguas y el estado de los
edificios, el alcance de los destrozos y el posible riesgo de desabastecimiento.
Abundaron los informes que describían la calamidad, evaluaban pérdidas y
solicitaban recursos y soluciones al Consejo de Castilla; pero de entre ese
torrente de información llama la atención una reflexión del corregidor de la
ciudad de Valencia acerca de lo que, a esas alturas del año, consideraba un
comportamiento inhabitual de la atmósfera perceptible en «frecuentes lluvias,
después de las muchas que se han sufrido de largo tiempo a esta parte»50.
Cuando, a comienzos del mes de diciembre, el corregidor informó con
detalle al Consejo de Castilla de todas las circunstancias que habían rodeado
la imponente inundación, hacía notar la prolongada e inusual inestabilidad de
la atmósfera tras cuatro meses de continuas precipitaciones que destruyeron la
práctica totalidad de las cosechas e impidieron plantar el trigo de invierno51.

47. Rocafort, 1945: 49.


48. Ibidem. Igualmente, Alberola, 2010a, p.180-186; Alberola y Pradells, 2012: 70-71;
Alberola, 2014: 210-213.
49. Alberola, 2005: 49-74.
50. Alberola, 2010a: 186.
51. Alberola, 2014: 211-214.

66
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

El 13 de diciembre, tras una «otoñada temprana y abundante»52, el río


Guadalquivir y sus afluentes incrementaron extraordinariamente sus caudales
e inundaron las huertas próximas a Sevilla tal y como describe Francisco de
Borja Palomo en su Historia crítica de las riadas del Guadalquivir53. Las preci-
pitaciones persistieron hasta finales de mes en que, coincidiendo con un fuerte
temporal incrementado por «vientos huracanados» del sur, el Guadalquivir se
desbordó e inundó la ciudad desde el día 30 de diciembre hasta el 2 de enero
de 1784. El grave suceso fue recogido por diferentes fuentes de la época de
procedencia oficial y privada54. También en las postrimerías de diciembre hubo
intensas precipitaciones en Cataluña, descritas por el barón de Maldá, que se
alargaron hasta el 23 de enero y provocaron las crecidas de ríos como el Besós
y el Llobregat, y la inundación de todo el llano de Barcelona. Resultado de todo
ello fue la pérdida de las cosechas, la ruina de infraestructuras hidráulicas y
de comunicación, la interrupción del comercio y el incremento de los precios
de productos de primera necesidad, del carbón y de la leña. Durante el mes
que duraron las lluvias se expuso el Santísimo en las iglesias barcelonesas, se
rezaron las collectas durante las misas y se llevaron a cabo rogativas pro sere-
nitate para remediar tales calamidades. Las lluvias comenzaron a remitir el 17
de enero y cesaron el 23, al igual que las rogativas, dando paso a vientos muy
fuertes y fríos55; aunque el tiempo inestable se mantendría hasta finales de abril.
En la figura 1 se puede apreciar la estacionalidad de las precipitaciones
durante el año 1783, evidenciándose la singularidad de las mismas. A la acu-
mulación de lluvias extraordinarias cuando finalizaba el otoño y comenzaba
el invierno, sucedió un abril seco y un mes de mayo con precipitaciones per-
sistentes seguidas de un estío sofocante que, concluyendo agosto, dio paso a
chubascos de efectos catastróficos. Desde septiembre a enero de 1784 –aunque
también podríamos prolongar la secuencia hasta abril– se puede decir que no
cesó de llover en la fachada mediterránea de la península Ibérica, destacando la
constancia de las lluvias en noviembre y diciembre combinadas con episodios
de muy alta intensidad horaria y efectos destructivos que impactaron violenta-
mente contra personas y animales, núcleos urbanos, campos e infraestructuras
de todo tipo, ocasionando daños de difícil, costosa y larga reparación56.

52. Rico, 1851:70-71.


53. Palomo, 1878: 396-423. Solís, 2016: 203-222.
54. Alberola, 2014: 216. Entre las fuentes no oficiales, pero que contribuyeron a divulgar el
alcance de la catástrofe, destacan el largo poema titulado La riada, escrito por el ilustrado
Cándido María Trigueros (1784), y la canción fúnebre Llanto por Sevilla (…), del jurista
sevillano José de Thena y Malfeito (1784).
55. Maldá, 1988: I, 128-130.
56. Alberola et al., 2018.

67
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

Figura 1. Episodios hidrometeorológicos extremos en el Mediterráneo español durante 1783.


Frecuencia mensual de las precipitaciones. Fuente: Alberola, Balasch, Barriendos et alii, 2018.

Durante 1784, aparte de las persistentes precipitaciones del mes de enero


ya comentadas, hubo aguaceros significativos en tierras valencianas durante
mayo y septiembre y, ya en noviembre, abundantes lluvias que provocaron la
crecida del río Júcar y la inundación de varias poblaciones de La Ribera. Las
más afectadas fueron Sueca, Cullera y Alzira; en esta última las aguas llegaron
a invadir el casco urbano hasta en seis ocasiones y en otras tres todo el término
municipal57. En Cullera, un informe de su Síndico procurador y del Personero
del común achacaba a las constantes lluvias e inundaciones las «esterilidades
e intolerables daños» experimentados por las cosechas desde años atrás, pero,
sobre todo, incidía en la gravedad de las últimas que, según testigos cualifica-
dos, impidieron la «preparación de las tierras, atrasaron la cosecha y causaron la
quema del fruto en yerva», aparte de transformar en epidémicas las endémicas
y «naturales» fiebres tercianas58.
En Nueva España, 1783 fue un año con mayor cantidad de episodios extre-
mos asociados con excesos de agua; no así con episodios secos, que son escasos
y mencionados sin especificar meses y regiones. Esto último podría leerse como
que no fueron tan extremos.
Las abundantes lluvias y sus efectos se presentaron de agosto a octubre, y
cubrieron una vasta área del virreinato. Tempestades y aguaceros en la costa
nayarita, específicamente en el puerto de San Blas, aunque los mayores daños
declarados se atribuyeron a la presencia de rayos que el 31 de agosto provocaron

57. Peris, 2001: 103.


58. AHN, Consejos, legajo 23538.

68
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

incendios «funestos», debidos según los propios documentos, al tipo de mate-


riales utilizados en las construcciones, básicamente palma. El Hospital se
incendió «de modo que por más apresuradamente que acude al socorro con
la tropa, gente de mar y vecindario no se pudieron escapar los utensilios que
se quemaron en la mayor parte», aunque no se mencionan víctimas mortales.
Un par de días más tarde en la ciudad de México se informó que las vivien-
das y haciendas del área de Azcapotzalco «se halla[ban] sumergidas en una
inmensidad de aguas que se han salido del río que nombran de las Armas»,
atribuyéndolo a las que bajan de «los montes [las cuales] ha sido indispensable
echar por los llanos y bajos hasta anegarlos todos», incluyendo las «tierras de
los indios mexicanos y tepanecas». Septiembre fue el mes en que se concentró
la mayor cantidad de datos sobre efectos y daños de las lluvias excesivas en la
capital del virreinato59.
La temporada de huracanes en México corre cada año de mayo a noviem-
bre, y en este 1783 se concentraron en la vertiente del Pacífico. A fines de
agosto las noticias de vientos furiosos y grandes olas en el puerto de Loreto, en
Baja California, seguramente se relacionan con su presencia. Al parecer, en esa
ocasión el huracán no tocó tierra, pues los daños se relatan en una embarcación
llegando al puerto que, ésta sí, fue prácticamente destruida; sin embargo, sus
tripulantes lograron, aunque maltrechos, llegar vivos a la playa. Al comenzar
octubre se presentaron fuertes lluvias y oleajes, con certeza asociados a otro
huracán, en la costa norte de Jalisco que provocó estragos especialmente en
Tomatlán donde desaparecieron las Casas Reales y la cárcel; las mismas que
sus autoridades pretendieron reedificar a costa del vecindario, pero éste en
su mayoría se negó a llevar a cabo la contribución asignada; la escasez era
generalizada y los pocos medios disponibles debían satisfacer las mínimas
necesidades cotidianas.
En diciembre arreciaron de nuevo las lluvias también del lado del Pacífico,
ahora en Oaxaca. Sabemos que en Teotitlán del Valle las calles se transformaron
en ríos y las casas se inundaron por dentro. A las lluvias siguieron recias neva-
das que dañaron considerablemente las siembras, sobre todo en las regiones
oaxaqueñas de Sierra Norte, Sierra Sur y Mixteca, pero lo insólito fue que se
reportó también en la costa60. De nuevo fue Teotitlán del Valle el afectado, cuyos
campos aparecieron cubiertos de nieve, un hecho que sorprendió a quienes lo
reportaron.

59. Esta rica información se localizó en los ramos Ríos y Acequias y Ayuntamientos del Archivo
General de la Nación de México.
60. Endfield, 2007: 31; Endfield et alii., 2004: 262.

69
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

El nivel que alcanzaron los efectos de esa concatenación de sucesos,


particularmente asociados con pérdidas agrícolas importantes que fueron
incluso registradas en la Gazeta de México a principios de 1784, año que en
Norteamérica se catalogó como «excepcionalmente frío»61, ha hecho que algu-
nos investigadores consideren la posibilidad de que también en Nueva España
estos episodios climáticos extremos y en algunas áreas extraordinarios, estén
relacionados de alguna manera con cambios climáticos globales asociados con
la erupción del volcán Laki en Islandia ocurrida, como se ha mencionado antes,
precisamente en 178362.

3.2. Años de contrastes (1785-1786): abundantes lluvias, sequía con


heladas y crisis agrícola
En la península Ibérica, las lluvias abundaron en 1785 en las cuencas valen-
cianas del Júcar y el Vinalopó entre los días 13 y 15 de octubre dando lugar a
importantes avenidas. En el primer caso, al gran caudal del río Júcar se unió el
no menos incrementado de uno de sus afluentes, el Albaida –cuyo curso se vio
alterado–, dando lugar a la inundación en toda su área de influencia. Alzira,
muy afectada y convertida en un «pueblo naufragado»63, vio cómo su puente
se desmoronaba y los campos de cultivo quedaban destruidos. Más al sur, el
río Vinalopó, muy crecido en su curso medio, inundó Elche y Aspe arruinando
acequias y molinos64.
El año 1786 fue muy lluvioso en Andalucía, Galicia y la cornisa cantábrica.
En primavera hubo aguaceros insistentes y una gran crecida del río Alberche
–afluente del Tajo– el día 3 de abril que inundó el casco urbano y las huertas
de Escalona (Toledo) y provocó daños importantes en su puente de madera,
diezmó las cosechas y acabó con numerosas cabezas de ganado. El Memorial
Literario dio puntual noticia de este suceso en el número correspondiente a
junio de ese año destacando, aparte de los perjuicios ocasionados, las ceremo-
nias religiosas celebradas para intentar conjurar el peligro65. En Cataluña, el
barón de Maldá se mostraba muy sorprendido por las grandes tormentas prima-
verales que descargaron sobre Barcelona en ese año y, ya en tierras valencianas,
una nueva crecida del río Albaida –tributario del Júcar– inundaba, a mediados

61. García Torres, 2018b: 198.


62. Endfield, et alii., 2004: 262.
63. La expresión corresponde al corregidor de la villa alzireña y figura en el informe que evacuó
al Consejo de Castilla, tras el suceso, dando cuenta de los daños padecidos y de las medidas
tomadas para remediarlos; Alberola, 2010a: 194-195.
64. García Torres, 2018a: 202.
65. Memorial Literario, XXX (junio de 1786): 242-245.

70
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

de octubre, la población de Énova (Valencia) y dejaba inservible la conocida


como acequia comuna que proporcionaba riego a una amplia superficie de
tierras cultivables66.
Del otro lado del Atlántico, el año agrícola 1785-1786, es uno de los que
concentra mayor cantidad de información, tanto cualitativa como cuantitativa,
relativa a episodios extremos. Es el más documentado a partir de innumerables
trabajos basados en fuentes diversas, que dan cuenta de indicadores clave que
evidencian su impacto, tales como producción agrícola, diezmos, precios de
granos y otros productos básicos, así como de los sujetos a diezmo, tributos
–exención y condonación– y rogativas pro pluvia o pro serenitate, entre otros.
Todo ello referido no sólo al periodo colonial, sino también al siglo xviii y a
la década objeto de este estudio.
Así, mientras que 1783 fue más bien húmedo que seco, el año agrícola
1785-1786 se caracterizó por la falta de agua en meses claves para el cultivo,
que es cuando más se requiere. A ella se sumó una helada extemporánea, ambas
responsables en gran parte de la que se ha identificado como la mayor crisis
agrícola del México colonial.
Centrémonos primero, como hemos tratado de hacer hasta ahora, en los
episodios climático-ambientales que se presentaron en 1785-1786; particular-
mente en aquellos que denotan comportamiento extremo o anómalo, calificado
como tal por quienes los refirieron, para, posteriormente, aderezarlos y comple-
mentarlos con los datos de sus efectos e impactos, directos o indirectos, en la
sociedad novohispana. Tratemos de responder a preguntas como las siguientes:
¿qué experimentaron, en términos climáticos, el territorio y los habitantes del
virreinato de la Nueva España en este bienio? ¿Fue la intensidad y duración
de la sequía asociada con lluvias anómalas o, más bien, la concatenación con
una helada en un momento clave para la maduración del maíz? ¿Se trató de
condiciones realmente anómalas, inesperadas y nunca antes experimentadas?
Empecemos por los episodios húmedos que, si bien fueron menos frecuentes,
no por ello dejaron de ser en algunos casos sumamente intensos.
Se concentraron de marzo a octubre, generalmente descritos como lluvias
excesivas y copiosas, tempestad con granizo y similares, que provocaron inun-
daciones y desborde de ríos. La información en general proviene del centro,
occidente y sureste del virreinato, más vinculada con el Pacífico que con el
Atlántico. Aparecen Chiapas, Ciudad de México, Colima, Guanajuato, Hidalgo,
Jalisco. El recorrido fue el siguiente: el 3 de marzo en Cuyutlán (Colima),
famoso hasta la fecha por sus salinas de gran calidad, «sobrevino una tempestad
bastante recia, la que empezó, entrada la noche, arrojando porción considerable

66. Peris, 2002: 103 y 104 y ss.

71
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

de granizo, y continuó en lluvia copiosa, que duró hasta las nueve del día
siguiente».
De inmediato se sumó el frío, pues el día 5 «se vieron los dos volcanes de
agua y fuego con abundancia de nieve, lo que ha causado una temperie muy
fría, haciendo muchísimo daño a las salinas que se empezaban a disponer para
su beneficio». Las lluvias, atribuidas erróneamente a la presencia de nortes, se
presentaron también en ciudad de México, causando estragos. Errada es, asi-
mismo, la atribución de fuertes precipitaciones a un huracán en Guanajuato en
el mes de abril67. Hubo granizo con viento huracanado en Hidalgo a principios
de mayo y, hacia fines de ese mes, tempestades furiosas acompañadas de rayos
azotaron Guadalajara, dejando daños considerables como el cuarteamiento de
la torre y el derrumbe de la media naranja del Convento de los Dominicos.
El episodio húmedo más extremo se presentó en Chiapas. Empezó a llover
el 30 de agosto de 1785 y continuó sin parar por tres días y sus noches: fueron
copiosas las precipitaciones acompañadas de fuertes vientos. El río de San
Cristóbal, que «se había metamorfoseado en un mar», se desbordó. La inun-
dación anegó tres cuartas partes de la ciudad, entonces denominada Ciudad
Real; 346 casas sucumbieron al empuje de las aguas y la iglesia de San Diego
se derrumbó; el casco urbano quedó cubierto de arenas de aluvión. En la zona
rural la asociación de lluvias y viento arrancó árboles y terminó con las siem-
bras. Alguna fuente atribuye el evento a la entrada de un huracán que, por la
fecha en que ocurrió, es posible que sí lo fuera68.
El virreinato estuvo así salpicado de humedad a lo largo de este bienio
que, por poco que afectara, tuvo sus repercusiones, a las que se sumarían un
retraso prolongado de las lluvias que se extendió por varios meses y heladas que
provocaron la pérdida de las cosechas en las principales zonas productoras de
maíz. La información al respecto, como se dijo antes, es abundante.69 Cubre la
totalidad del virreinato, desde el norte y occidente (sobre todo poblaciones de

67. Los nortes son vientos fuertes que, acompañados de lluvia, se originan al norte de los Estados
Unidos como grandes masas de aire frío que se desplazan hacia las bajas latitudes, y se
presentan en el Golfo de México. Los patrones temporales y espaciales de los nortes y de
los huracanes son los siguientes: los primeros de noviembre a abril en el Golfo de México
(Veracruz específicamente) y de mayo a noviembre los segundos, éstos si diversificados
entre los dos océanos que circunscriben México y el Mar Caribe.
68. Un estudio de caso detallado sobre este episodio saldrá pronto publicado, elaborado por
Ana María Parrilla con abundante información primaria cuidadosamente tratada. Pone espe-
cial atención en lo que ella identificó como las causas sociales que desencadenaron la que
califica de «desgracia», así como los factores de vulnerabilidad a los que Ciudad Real, hoy
San Cristóbal de las Casas, se ha enfrentado a lo largo de su historia (Parrilla, en prensa).
69. Solo en el catálogo histórico de desastres agrícolas (García Acosta, Pérez y Molina,
2002) se cuentan cerca de 400 registros o fichas para esos dos años, la cifra más elevada
para un bienio dentro de los 500 años de información que ofrece este catálogo. La mayoría

72
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

Nueva Vizcaya y Nueva Galicia) hasta el sur, concentrándose la información


en la zona central del mismo (Ciudad de México, Estado de México, Hidalgo,
Morelos, Tlaxcala).
Se empieza a dar cuenta del retraso de las lluvias desde muy temprano. En
sesión de cabildo de la ciudad de México, el 10 de mayo de 1785, se solici-
taba el traslado de la imagen de Nuestra Señora de los Remedios para hacerle
novenario porque era
«notorio [sic] la retardación de las aguas, los infinitos calores que se están
padeciendo, las enfermedades que ya se están experimentado y en muchas
partes del reino, la mortandad de ganados por la seca, carestía de víveres y
pérdida de las sementeras»
A la que algunos documentos, ya en 1786, calificaron de «larga seca», la his-
toriadora Susan L. Swan le otorga una temporalidad de nueve meses70. Los
reportes al respecto, sobre todo aquellos provenientes de archivos locales y
nacionales son, en ocasiones, sumamente detallados y revelan la tremenda
angustia experimentada por los agricultores, ya fueran pequeños productores
o hacendados, y por los ganaderos, de ganado mayor o menor.
Las siembras más afectadas fueron las de maíz, cuyo precio por fanega
alcanzó cifras nunca antes vistas. Lo anterior es ejemplo de lo que pudo expe-
rimentarse más tarde: durante la segunda mitad del siglo xviii y hasta la primera
década del xix, el precio de este cereal básico de la alimentación del mexicano
mostró un comportamiento ascendente que tendencialmente lo multiplicó por
más de cuatro veces en ese lapso71. Los precios de otros productos básicos,
como suele ocurrir en años de malas cosechas, también se incrementaron: trigo,
azúcar, carne. Pero en el caso del trigo en particular, dado que contamos con
información detallada al respecto para el siglo xviii, sabemos que, en su condi-
ción de cultivo irrigado, no sólo no faltó, sino que tuvo rendimientos hasta del
doble de lo normal. Sin embargo, el precio del maíz arrastró al de este último,
que se usó por primera vez como sustituto de aquel, y que llegó a alcanzar la
desorbitante cifra de 123 reales la carga en agosto de 1786.
A modo de comparación hemos de mencionar que en la crisis agrícola que
se presentó en 1750-1751 la carga de trigo había alcanzado un máximo cíclico
de 92 reales por carga, En esa ocasión se consideró que nunca podría volver a
llegar a ese nivel pues, como solía ocurrir antes de que se desatara la inflación
que caracterizó el fin del siglo xviii y el inicio del xix, antecediendo el estallido

se agrupan en rubros como: seca, sequía, retraso de lluvias, falta de lluvias, helada, hielo, es
decir, sequía prolongada y heladas.
70. Swan, 1981: 638.
71. Crespo, 1995: 293 y Garner, 1985: 324-325.

73
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

de la guerra de independencia, los precios siempre regresaban al nivel anterior


o incluso a niveles más bajos.

Figura 2. Comparación de precios del trigo y del maíz en el siglo xviii. Fuente: García Acosta,
1995: 187.

Y por si la sequía prolongada no hubiera sido suficiente, de nuevo una


anomalía climática, fuera de temporada, se presentó para acabar de arruinar
lo que la escasez de agua había permitido sobrevivir. Demos la voz a uno de
los muchos documentos que la describieron en el momento de experimentarla:
«es público y notoria la pérdida de semillas que se ha experimentado en el
corriente año, especialmente en la de maíz a causa de las heladas que han
acaecido […] con las cuales totalmente se arruinaron y aniquilaron las milpas
y sembrados de esta dicha jurisdicción quedando como han quedado todos sus
vecinos reducidos a la mayor escasez»
La helada más severa se presentó del 27 al 28 de agosto de 1785, cuando de
ocurrir lo hacen en el primer trimestre del año. Por tanto, hizo acto de presencia
en un momento clave: el de la maduración de la semilla72.
Toda esta información de corte cualitativo, ha podido ser corroborada con
estudios científicos recientes que se han dedicado a documentar las sequías
históricas en México. La evidencia que brinda el Atlas Mexicano de las Sequías
(MXDA por sus siglas en inglés: Mexican Drought Atlas) sobre extremos de
humedad durante los últimos 600 años, ofrece una nueva perspectiva espacial

72. El ciclo de cultivo del maíz incluye la siembra, de abril a mayo, la época de lluvias, de mayo
a septiembre y la de germinación y maduración de la semilla, que finaliza en septiembre.

74
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

al respecto. Dicho Atlas, basado en información dendrocronológica, ha per-


mitido reconstruir patrones de sequía y humedad del suelo en México entre
1400 y 2012 y con ello corroborar la información antes mencionada con los así
denominados «datos duros». El MXDA muestra que las condiciones de sequía
se prolongaron durante tres años, de 1785 a 1787, se extendieron a lo largo
de la mayor parte del virreinato, fueron más severas en el centro y noreste del
mismo, y llegaron hasta lo que hoy constituye el sur de los Estados Unidos: de
Zacatecas a Texas73. Estos estudios llevan incluso a afirmar que la de 1785-1786
fue una de las cuatro sequías determinantes o significativas que se han logrado
identificar en la historia de México, mediante esta metodología basada en la
datación del crecimiento del anillo de los árboles.

Figura 3. Sequías significativas en la historia de México.


Nota: El código está basado en el Índice de Palmer (Palmer Drought Severity Index o PDSI
por sus siglas en inglés) que va de lo más cálido a lo más frío. Fuente: Stahle et alii, 2016: 41.
Agradecemos a José Villanueva-Díaz, co-autor del artículo citado, el habernos proporcionado
las imágenes que reproducimos aquí.

73. Stahle et al, 2016: 43; Therrell, 2005: 204. Este último incluso cita un pasaje del catálogo
de desastres agrícolas, ya comentado, proveniente de Pachuca (Hidalgo) para ilustrar esta
sequía (Therrell, 2005: 205).

75
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

3.3. 1787: De la inestabilidad atmosférica a la gran perturbación de


primeros de octubre en el Mediterráneo español. Contrastes con Nueva
España
Durante 1787 dominó la inestabilidad en la península Ibérica. A mediados de
enero hubo grandes chaparrones, acompañados de fuertes vientos de com-
ponente Este, Sur y Sureste, que afectaron a toda Cataluña y provocaron las
crecidas de los ríos Francolí y Besós. Consecuencia de la primera fue la inunda-
ción de varias poblaciones, pero, sobre todo, de Tarragona cuyo casco urbano,
huertas y puente sufrieron importantes destrozos. Sus autoridades municipales
informaron al conde de Floridablanca sobre el suceso y aprovecharon para
recordar que, en circunstancias como éstas, el comportamiento del Francolí
resultaba muy peligroso74. Por lo que hace al Besós, bástese decir que no se
pudo cruzar en cinco días. Los caminos se tornaron intransitables, hubo muer-
tos, derrumbe de casas y pérdida de cosechas. El 19 de enero se desencadenó
en la costa un violento temporal marítimo que provocó el naufragio de varias
embarcaciones frente a las poblaciones de Mataró, Blanes, Pineda de Mar y
Vilasar de Mar75.
El verano de ese año fue seco y tórrido, pero en septiembre la atmósfera
mudó y comenzaron las tormentas que, para el caso de Barcelona, describe
el barón de Maldá76. Iniciadas a mediados de mes se alargaron, casi sin inte-
rrupción, por espacio de quince días causando honda preocupación entre los
vecinos77. En otros lugares la atmósfera también se tornó agresiva en las pos-
trimerías de septiembre. Así, los intensos chubascos que descargaron sobre el
norte de Navarra incrementaron los caudales del río Aragón, afluente del Ebro
nacido en el valle pirenaico de Astún, y provocaron una de las más graves inun-
daciones padecidas por Sangüesa. Las aguas cubrieron la ciudad en los días 24
y 25 de ese mes, muchas casas se desplomaron, hubo muertos y desaparecidos
y se llegó a proyectar un nuevo emplazamiento para evitar más desgracias. El
elevado coste económico condenó al olvido este plan78.

74. Mencionaban los regidores tarraconenses que el Francolí, aunque aparentaba ser un río de
modesto caudal, «en tiempos de lluvias abundantes experimenta unas crecidas avenidas que
han causado y causan con frecuencia gravísimos perjuicios y daños de mucha consideración»;
en Alberola y Pradells, 2012: 72.
75. La noticia la proporcionó la Gazeta de Madrid en su momento y Manuel Rico Sinobas la
recogió en su Memoria sobre las causas meteorológico-físicas (…); ver Gazeta, n.º 11 (6-2-
1787), p. 89 y Rico Sinobas, 1851: 80.
76. Maldá, 1988: I, 178.
77. Al respecto, el barón de Maldá deja anotada una frase en la que resume la situación y que
concluye empleando el castellano: «Des de mediats de setembre que dura est temps tempes-
tuós. Amigos, paciencia»; Maldá, 1988, I: 178. Las cursivas son nuestras.
78. Sambricio, 1991: 563-565.

76
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

Concluyendo septiembre, violentos temporales de agua y granizo, acompa-


ñados de aparato eléctrico, sacudieron el sur de Cataluña y parte de Castellón
y Valencia79. Con casi todos los cursos fluviales desbordados, los daños fueron
muy importantes: mientras que en la Albufera se perdió la cosecha de arroz, la
Plana de Castellón quedó arrasada. Ya en octubre, en el corregimiento caste-
llonense de Morella, los desbordamientos de los ríos Montlleó y Mijares de los
días 6 y 7 destruyeron cosechas, arbolado, caminos, molinos y puentes –caso
de Adzeneta y Olba–, cortaron las comunicaciones con Aragón y Cataluña,
aislaron a una docena de poblaciones y provocaron numerosas muertes de
personas y animales80.
Entre el 7 y 10 de octubre hubo precipitaciones torrenciales, avenidas e
inundaciones en toda la fachada mediterránea, desde Cataluña hasta Murcia,
y desbordamientos «excepcionales» de los ríos Segre y Ebro. El primero de
ellos, junto con el resto de cursos fluviales comarcanos, anegaron Lérida y
las poblaciones vecinas. No hubo víctimas, pero quedaron destrozados árbo-
les, cultivos y las redes de riego. Las autoridades determinaron la exposición
del Santísimo y la celebración de las ceremonias acostumbradas. El río Ebro,
igualmente muy crecido, arrasó en su curso bajo Tortosa, Amposta, Aldover,
Xesta, Benifallet y Ginestar, entre otras poblaciones del Delta.
Sabemos de la catástrofe de Tortosa gracias a informes oficiales, cuadernos
de dietaristas, sermones, rogativas, crónicas contemporáneas y periódicos como
el Memorial Literario81. Gracias a esta abundante información conocemos
el comportamiento solidario de Reus y Vinaroz y de diferentes instituciones
civiles y religiosas que aprontaron, con celeridad, alimentos y recursos para
socorrer a los damnificados. Junto con las acciones puestas en marcha por las
autoridades municipales, la religiosidad popular estuvo muy presente, con el
Santísimo sacramento expuesto en la catedral desde el 8 al 15 de octubre. A
partir de este último día las aguas del Ebro comenzaron a recobrar su nivel
habitual, descubriendo un territorio devastado en el que, junto a todo tipo de
ruinas, yacían infinidad de cadáveres de personas y animales82.
Este episodio es atribuido por Mariano Barriendos a la presencia, desde
finales de septiembre, de un potente anticiclón sobre Rusia que bloqueó la
habitual llegada de borrascas atlánticas circulantes por las latitudes medias

79. Rocafort, 1945: 52.


80. Alberola, 2014: 216-218.
81. Toda la información oficial sobre el suceso, custodiada en la sección Consejos del AHN, en
Alberola 2010a: 198-200; Alberola, 2009. Igualmente, Rocafort 1945: 52; Riada, 1804.
Memorial Literario, LXVII, octubre de 1787, parte primera, pp. 269-273.
82. Ibidem.

77
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

y altas del continente europeo83. Una de éstas quedó instalada desde el 30 de


septiembre sobre la península Ibérica y provocó gran inestabilidad que se vio
incrementada con la llegada de vientos de componente E y SE empujados por
el anticiclón. Todo ello facilitó el desencadenamiento de esas fortísimas preci-
pitaciones, tan habituales por otra parte en este ámbito, que –como ha quedado
indicado– incrementaron extraordinariamente el caudal de los ríos aragoneses,
catalanes y valencianos y ocasionaron imponentes riadas e inundaciones. La
novedad anómala radicó en su larga duración, pues hasta el 10 de octubre no
volvió la normalidad.

Figura 4. Configuraciones sinópticas diarias durante las inundaciones padecidas en la cuenca


del Ebro entre los días 8 y 10 de octubre de 1787, según M. Barriendos (2005).

El año 1787 concluyó con tiempo muy húmedo, aunque con temperatu-
ras inusualmente cálidas. Tanto es así que, el primer día de enero de 1788, el
barón de Maldá hacía notar en su Calaix de sastre la extraña sensación que le
provocaba sentirse como en primavera y calificaba tal situación de «extraor-
dinaria»; aunque a los pocos días hacía notar el retorno a la «normalidad»
térmica invernal84.
En Nueva España, a pesar de que en 1786 no se registraron episodios climá-
ticos particularmente adversos o extremos, continuaron presentes los estragos
y repercusiones de la crisis agrícola, que se manifestaban en todos los órdenes.

83. Barriendos, 2005, 21-23.


84. Maldá escribió que se encontraban «com si fòssem encara en la primavera, cosa extraordinària
en aquestos temps»; Maldà 1988: I, 183.

78
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

Un reflejo de ello son las reiteradas denuncias provenientes de varias partes


del virreinato (Coahuila, Michoacán, Oaxaca Puebla, San Luis Potosí) relativas
a escasez, carestía, hambre, enfermedades y miseria. La reiterada negativa a
pagar los tributos y la solicitud de su condonación se mantuvo constante. Fue
un año testigo del ascenso de una curva inflacionaria nunca antes experimen-
tada en el virreinato, que ya no detendría su avance continuo y sistemático, al
menos hasta el estallido de la guerra de Independencia. Así que los episodios
climáticos que se presentaron, por modestos que fueran, siempre resultaban
desventurados. Entre ellos encontramos pocos reportes asociados con escasez
de agua. Son más abundantes los referidos a episodios de signo contrario.
Lluvias, intensas, fuertes temporales, huracán y hasta heladas en abril en la
ciudad de México. También una inundación en el Camino Real de Puebla y,
en junio, una creciente de río en Santa María Magdalena de las Salinas en San
Luis Potosí que concluyó con resultados dañinos incluso para la salud dado que
el desborde incluyó aguas de «las zanjas por donde corre el desagüe».
Veracruz fue una de las entidades en la que la intensidad de las preci-
pitaciones provocó daños diversos. En Tlacotalpan, las continuadas lluvias
provocaron inundación, pérdida de sembradíos, de ganados vacuno y caballar
y de animales domésticos. Fue especialmente perjudicial la fuerte tempestad
que se presentó el 17 de septiembre por la noche, pues además de llover sin
parar hasta el amanecer estuvo «acompañada de los cuatro principales vientos»;
alusión probable a que venteaba por los cuatro puntos cardinales. Septiembre es
todavía temprano para poder hablar de la presencia de los tan comunes nortes
propios de Veracruz, un fenómeno que a los cronistas y viajeros extranjeros
fascinó por sus características particulares, aunque en ocasiones fueran confun-
didos estos nortes con huracanes85. La Gazeta de México informó, entre el 2 y
el 5 de octubre, de más lluvias intensas, especialmente en el puerto.86 Algunas
fuentes calificaron el fenómeno de huracán y, ciertos datos sobre sus efectos,
permitirían definir si lo fue o, al menos, calcular la fuerza del furioso temporal
que lo acompañó. Entre ellos se encuentra, por ejemplo, el siguiente:

85. Por ejemplo, se habla que en este año hubo un huracán en enero, cuando la temporalidad de
su presencia es de mayo a noviembre. En el «Estudio Introductorio» de Historia y memoria
de los huracanes… (García Acosta y Padilla, en prensa) se hace una extensa explicación
de ambos fenómenos, de sus características y razones por las cuales provocaban confusión
en aquellos que, pasando por Veracruz en su travesía hacia la ciudad de México, se topaban
con ellos; evidentemente siempre y cuando fuera entre los meses de octubre a abril. La inci-
dencia de los huracanes por su parte comienza en mayo y, en el peor de los casos, termina
precisamente en octubre.
86. Los ramos Correos y Marina del Archivo General de la Nación de México, brindan este
tipo de información.

79
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

«subió la marea cinco pies más de lo que hasta ahora se había experimentado
[…] en todo el día y noche del día 4 se experimentó tan elevada mar, que
nadaban las canoas en la plaza de aquel puerto, siendo tan rápida la corriente,
que excedía de cinco millas por hora, con un giro circular nada común»87.
También se presentaron epidemias, dispersas por el virreinato como en Yucatán,
Jalisco y San Luis Potosí, y no siempre indicando fechas precisas. Sólo en el
caso de Oaxaca se menciona que comenzó entre agosto y septiembre en San
Juan Mixtepec –en plena Mixteca– y, hacia fines de ese año, hay noticias
de la llegada a San Pedro Mixtepec, en la costa oaxaqueña, de «calenturas
epidémicas».
Contrasta con todo lo anterior la carta enviada al Rey el 27 de octubre
de 1787, informando que estaba «asegurada en ese reino y casi recogida una
abundante cosecha de maíz, habiendo bajado por consiguiente el precio de ese
fruto y extinguídose las calamidades y epidemias que causó la esterilidad de
los últimos años» Temas estos para seguir escudriñando cómo se manejaba la
información que se enviaba a la metrópoli.

3.4. 1788: Precipitaciones invernales, persistencia de la sequía y


temporales tardo estivales, acompañados de epidemias en Nueva España
Durante este año, considerado en la península Ibérica frío y lluvioso, la sequía
siguió presente; lo cual no fue óbice para que continuaran los excesos hidro-
meteorológicos88. Así, en febrero, las intensas precipitaciones que descargaron
sobre el centro y norte de la Península acrecentaron sobremanera los caudales
de los ríos de la Meseta y del Ebro. Hubo inundaciones en Zamora, Salamanca,
Tordesillas y Tudela; aunque lo peor se lo llevó Valladolid el 25 de febrero al
quedar anegada como consecuencia del desbordamiento del Esgueva, afluente
del Pisuerga al que se une precisamente en esta ciudad89. Fueron muchos y
grandes los destrozos materiales y las pérdidas económicas, tal y como
refiere el Manifiesto impreso que se remitió a Carlos III a través del conde de
Floridablanca, titular de la primera secretaría de Estado90.
No obstante, y tal y como venimos comentando, la sequía continuaba cons-
tituyendo el principal de los problemas. Al respecto, el barón de Maldá se
manifestaba a comienzos de mayo con no poca preocupación y, pese a que
sus comentarios aludían a la situación que observaba en los llanos próximos
a Barcelona, intuía que sus efectos alcanzaban al resto de Cataluña e, incluso,

87. Gazeta de México, Ciudad de México, 23 de octubre de 1787, pp. 3-4.


88. Rico, 1851:80-81; Font, 1988: 100.
89. Rico, 1851: 80-81.
90. Al rey nuestro señor (…), 1788.

80
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

a España91. Ello hizo que en los primeros días de junio comenzaran a rezarse
durante la misa, en las iglesias barcelonesas, las collectas u oraciones pro
pluvia. Sin embargo, el encadenamiento a finales de mes de precipitaciones
tormentosas durante cuatro días, mientras la escasa cosecha de cereal recién
recogida se amontonaba en las eras, aconsejó transformar las collectas pro
pluvia en collectas pro serenitate para intentar salvarla; maniobra bastante
habitual por otro lado92. Concluyendo julio, varias tormentas cargadas de gra-
nizo batieron el sur de Aragón provocando la pérdida de las cosechas y el
crecimiento del río Alfambra, afluente del Turia, que se desbordó a su paso
por Teruel93.
Entre los días 5 y 9 de septiembre, una gran perturbación atmosférica sacu-
dió el cuadrante NE peninsular provocando un sinfín de daños. Carecemos de
un estudio sinóptico al respecto, pero diferente documentación nos informa de
los intensos aguaceros que, desde el día 5, ocasionaron repetidos desbordamien-
tos del río Cinca y su afluente el Vero. Este último inundó Fraga, al igual que
en 1783, mientras que el Cinca anegó Barbastro en dos crecidas sucesivas94.
La información remitida al Consejo de Castilla por los responsables políticos
de ambas poblaciones y de la Audiencia aragonesa permite conocer al deta-
lle la evolución de los acontecimientos. Además, la Gazeta de Madrid relató
puntualmente la inundación de Barbastro y el alcance de los daños más allá de
esta población: casas arruinadas, calles convertidas en canales, destrucción del
puente que unía el camino que, viniendo desde Madrid, se dirigía a Barcelona,
rotura del azud que alimentaba la acequia –igualmente inservible– para el riego
y la afectación, por inundación, «de muchos lugares y campos»95.
La tarde del 5 de septiembre se desencadenó un intenso temporal sobre el
Campo de Tarragona. Imponentes tormentas cargadas de granizo procedentes
del oeste descargaron –tras girar en dirección norte– sobre una amplia super-
ficie. Tarragona, Valls, La Selva o Igualada, entre otras poblaciones, se vieron
muy afectadas según informó la Gazeta96. Rico Sinobas menciona que, en estas
mismas fechas, el río Tajo experimentó una notable crecida que destruyó un
puente en Aranjuez97. Tortosa, aún sin recuperarse de las ruinas del año anterior,

91. Para Maldá la gravedad de la situación venía dada «per lo molt temps ha que no plou;
experimentant-se la sequedad en tot lo pla de Barcelona, i majorment en molt del terreno
de Catalunya, com es en tot L’Empodrá; i no sé si generalment en Espanya»; Maldá, 1989:
I, 189.
92. Maldá, 1989: I, 190-191.
93. Alberola, 2012: 75.
94. Rico, 1851: 81.
95. Gazeta de Madrid, n.º 78 (26-9-1788), pp. 625-626.
96. Gazeta de Madrid, n.º 79 (30-9-1788), p. 634.
97. Rico, 1851: 81.

81
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

hubo de soportar una gran tempestad durante más de una hora de duración en
la tarde del día 5 así como el empuje de las aguas del Ebro que, muy incre-
mentadas desde su curso medio, superaron en 22 palmos la altura de las cotas
habituales. Los daños fueron incalculables y la desgracia se cebó en multitud
de personas, que lo perdieron todo. Buena prueba del alcance de la catástrofe
fue la movilización general de todas las autoridades político administrativas
con competencias en el área afectada, desde el gobernador de Tortosa al capi-
tán general de Cataluña, que activaron todas las alarmas, aprontaron recursos
y promovieron sendos expedientes para comunicar directamente al conde de
Campomanes, gobernador del Consejo de Castilla, la extrema gravedad de la
situación98. Dos semanas más tarde, Barcelona sufrió un imponente aguacero
que provocó una gran crecida del río Llobregat y la inundación de L’Hospitalet,
Cornellá, Sant Joan d’Espí, Sant Feliu y Sant Boi99.
Mediado noviembre, tres jornadas de constantes precipitaciones en
Murcia y sur de Alicante, provocaron la crecida de la rambla de Mula y del río
Guadalentín que, a su vez, incrementaron los caudales del Segura que anegaron
las poblaciones de Molina, Mula, Alcantarilla, Ceutí y Orihuela, devastando sus
campos y destruyendo molinos y acequias de riego100. Tras padecer dos años de
pertinaz sequía, la inundación de Orihuela y su huerta fue de las consideradas
catastróficas, pues las aguas superaron los 20 palmos de altura y obligaron a
celebrar rogativas pro pluvia. El Memorial Literario refirió el suceso con todo
detalle en su entrega de diciembre101. Este mes fue muy frío, como atestiguó el
barómetro en la ciudad de Barcelona102 y la congelación a finales del mismo,
durante dos semanas y con un grosor del hielo próximo a los 12 palmos, de
las aguas del Ebro a su paso por Tortosa; circunstancia que no sucedía con tal
rigor desde enero de 1694103.
Las lluvias excesivas y el frío padecidos desde septiembre a diciembre de
1788 afectaron mucho a los rendimientos agrícolas y, salvo en Andalucía, las
cosechas fueron deficientes; hasta el punto de que los campesinos no pudieron
disponer de granos para preparar la próxima. Fue un año muy malo, preludio

98. Alberola, 2010a: 201.


99. Maldá, 1989: I, 192.
100. Couchud y Sánchez Ferlosio, 1965: 66-67.
101. Memorial Literario, LXXV, diciembre de 1788, parte segunda, pp. 650-664
102. El barón de Maldá anotó en su Calaix de sastre que en los días 27 y 28 de noviembre
aparecieron helados muchos estanques y fuentes de la ciudad e, incluso, las pilas de agua
bendita de las entradas a las iglesias. Afirmaba no recordar un frío tan riguroso en veinte
años y para reforzar su comentario apostillaba que el mercurio del barómetro que poseía
su hermano estaba muy bajo; Maldà 1988: I, 195-197.
103. El espesor del hielo alcanzó los 16 palmos el 11 de enero de 1694; Miravall, 1997: 56-57,
88-89, 178-179; igualmente Font, 1988: 100.

82
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

de la «crisis universal» que se desataría en el siguiente, con hambre, carestía


y motines por doquier hasta que, mediado julio, estallaría la revolución en
París104.
En Nueva España las epidemias dominan el panorama en 1788, sobre todo
en Oaxaca. Se presentan como una continuación de todo lo que se venía pade-
ciendo y son descritas, como siempre, de varias formas: calenturas epidémicas
y malignas; peste mortífera; epidemia de peste; calamidad de peste. En Santa
María Tiltepec murieron por su causa 80 tributarios y otros 42 en Santiago
Nejapilla. Ello motivó que los pueblos de Santiago Nejapilla, Tilantongo,
Tiltepec, Oaxaca elevaran peticiones de condonación de «las cantidades que
cada pueblo está debiendo a los ramos de tributos, medio real a ministros y
hospitales». No hay evidencia que la solicitud llegara a prosperar…
Las peticiones de exención tributaria acompañan a los expedientes sobre
epidemias, pero seguramente están asociadas también a escasez en las cose-
chas de grana y granos reportadas en la misma Oaxaca. En otros lugares como
Ciudad de México, Estado de México, Chiapas y Michoacán (Pungarabato de
Guerrero: Coyuca, Tlapehuala) se mencionan carestía y hambruna, pero sin
mucho detalle sobre su origen.
Los pocos datos que en este año se relacionan con el clima aparecen para
el centro-norte y norte del virreinato. En junio, falta de lluvias y, por ende,
de pastos en Zacatecas que provocó mortandad de ganado. Se imploró a la
imagen de Jesucristo Crucificado, que todavía hoy se venera en la parroquia
mayor de Zacatecas, el cual –al parecer y según el sentir de la época– respondió
pues «desde el día 13 se están experimentando copiosas lluvias». En julio la
falta de aguas se reportó en Nuevo León. A la par, en Guanajuato ocurrieron
inundaciones importantes en León, Celaya y la propia ciudad de Guanajuato,
seguramente asociada con lluvias excesivas105.
Ya acercándose el fin del año hicieron su aparición las heladas incluso en
la Ciudad de México106. En Jalisco provocaron la pérdida de sementeras, por
lo que a inicios de noviembre las autoridades locales compraron maíz en la
alhóndiga para evitar la carestía y, sobre todo, la escasez. No hay que olvidar
que la máxima de «que haya, aunque sea caro» seguía privando.
Es a partir de este año que se empieza a hablar de los efectos de El Niño
identificado para el periodo 1788-1795 y que se manifestó con sequías y

104. Grove, 2011: 159.


105. Endfield reconoce que el archival record de inundaciones no es muy completo, pero que
estas ocurridas en 1788 se suman a las que se presentaron durante la segunda mitad del siglo
xviii en Guanajuato: 1749, 1750, 1753, 1760, 1770, 1771, 1772, 1791 y 1804 (Endfield
et al. 2004b: 26).
106. García Torres, 2018b: 184.

83
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

hambrunas en regiones tan distantes unas de otras como el sur de África, el


sureste asiático, el Caribe y México107. No obstante, al parecer estos efectos
secos en el caso de México fueron un poco más tardíos y se presentaron entre
1791 y 1793 con manifestaciones tan específicas como la que reportó una baja
de nivel de las aguas en el Lago de Pátzcuaro (Michoacán)108, o tan generales
como la que señala que en la década de los 90 no hubo una sola cosecha anual
que se pudiera calificar de abundante debido a las sequías pertinaces, sobre
todo durante junio y julio de cada año. En realidad, el efecto seco más severo
de El Niño en México no se ubica hasta 1793, y fue mucho menos crudo que,
por ejemplo, en la India, donde el monzón fue devastador109. Sobre este tema,
sin duda, hace falta aún más exploración de datos primarios.

3.5 Hacia el final de la década: frío, sequía, crisis, hambre, alborotos


(1789-1790)
Diciembre de 1788, como se ha indicado párrafos atrás, fue extremadamente
frío en España. En los primeros meses de 1789 las nevadas proliferaron en
la costa mediterránea y en las islas Baleares. También hubo heladas tardías
coexistiendo con la sempiterna sequía. Ante la falta de trigo, arrastrada desde
noviembre del año anterior pese a los intentos de suplirla con importaciones,
se disparó su acaparamiento con los consiguientes problemas de provisión a los
mercados y de distorsión de su precio y del pan. El de éste alcanzó en España
su máximo secular como consecuencia de la acumulación de malas cosechas
de los años precedentes que culminó con la pésima del anterior110. La escasez
y carestía de trigo y pan provocaron protestas populares que, en ciudades como
Barcelona, Mataró, Vic, Sabadell y Valladolid, derivaron en graves tumultos111.
En la capital catalana, a la carencia de pan e incremento de su precio se
sumaron la nieve y el frío, con lo que el malestar popular fue creciendo hasta
que estalló. Las gentes se lanzaron a la calle a finales de febrero y, durante todo
marzo, se enfrentaron a las tropas. La represión de estos tumultos, conocidos
como rebomboris del pa, fue muy dura y dejó muertos, heridos y gran número
de detenidos. Al cabo, la revuelta provocaría asimismo la destitución del capitán
general de Cataluña, conde del Asalto112. Camino de la primavera, se intensificó

107. Grove, 2011: 153.


108. Endfield y O’Hara, 1997.
109. Grove, 2011: 157.
110. Anes 1970: 209, 238-239; Pérez Moreda 1980: 366-368.
111. C astells, 1970; Maza 1985: 43-ss.
112. El barón de Maldá dedica amplio espacio a estos sucesos en su Calaix de sastre; Maldà
1988: I, 204-208; Igualmente, Castells, 1970; Mercader, 1963: 108-110.

84
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

la sequía, y el rezo de las collectas pro pluvia volvió a las iglesias barcelonesas
al temerse que la falta de agua echara a perder otra cosecha.
Las cosas no marcharon mejor en Europa, y la «crisis universal» cristaliza-
ría en Francia con la revolución del 14 de julio. En España, tras los alborotos
barceloneses, el Estado favoreció las importaciones de trigo ultramarino al
rebajarse sus aranceles, lo que unido a una buena cosecha de arroz en tierras
valencianas contribuyó a que el problema no adquiriera mayor dimensión113.
No disponemos de demasiados datos referentes a excesos hidrometeo-
rológicos generalizados; aunque la grave sequía imperante en Murcia y sur
de Alicante provocó una gran escasez de alimentos en invierno y el rezo de
rogativas pro pluvia en marzo y abril114. A mediados de agosto hubo intensas
precipitaciones en tierras alicantinas que desencadenaron la crecida impe-
tuosa de cursos fluviales modestos, barrancos y ramblas; entre ellos la del río
Montnegre que, a su paso por la Huerta de Alicante, destruyó el día 17 de ese
mes los azudes construidos en su cauce y dañó la acequia mayor que distribuía
el riego a este espacio115. Entre los días 24 y 25 noviembre, y tras intensas llu-
vias, el río Júcar se desbordó inundando algunas poblaciones de la Ribera116.
Durante 1790 la sequía siguió dominando en buena parte de la península
Ibérica, sobre todo en la fachada mediterránea, aunque coexistiendo con fuertes
lluvias que descargaban cuando menos se esperaba. En Murcia hubo rogativas
en demanda de lluvia en febrero, marzo, septiembre, octubre y noviembre117.
En Cataluña, a mediados de marzo y ante la ausencia de precipitaciones, el
barón de Maldá recelaba de que hubiera cosecha en los llanos de Urgell. Sin
embargo, los sembrados próximos a Barcelona parecían resistir y, quizá por
ello, aún no se habían iniciado las collectas pro pluvia en sus iglesias118. Las
lluvias que comenzaron a caer el 24 de marzo, acompañadas de fuertes vien-
tos de Levante que hicieron peligrosa la navegación, aliviaron la situación y
llenaron de optimismo al barón quien, el día 5 de abril, se atrevía a asegurar
que las cosechas de cereales –sobre todo la de centeno– y legumbres serían
tempranas y excelentes119.
Más graves resultaron los efectos de los intensos y persistentes chubas-
cos que, entre los días 21 y 24 de marzo, descargaron sobre el Ampurdán y
provocaron el desbordamiento de los ríos Ter y Onyar y que Gerona sufriera

113. Alberola, 1999: 310.


114. Couchoud y Sánchez Ferlosio, 1965: 66-67.
115. Archivo del Sindicato de Riegos de la Huerta de Alicante (Asrha), legajo 93.
116. Peris, 2001: 103.
117. Couchoud y Sánchez Ferlosio, 1965: 67.
118. Maldà 1988: I, 230.
119. Ibidem: 231.

85
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

una de las inundaciones más graves de su historia120. Más al sur, ya en tierras


murcianas, el río Segura se desbordó en el mes de abril provocando destrozos
en las defensas de sus riberas y en algunos edificios.
A Maldá, todas estas tormentas primaverales se le antojaban extrañas, pero,
sobre todo, el tiempo destemplado que provocaban. De ahí que, el 5 de abril,
anotara en su Calaix que la atmósfera, aunque estuviera «serena», resultaba
«bastante fresca»; dando la sensación de que aún se estaba en invierno pese a
que desde hacía quince días la primavera había entrado. Pero que lo hubiera
hecho de manera «muy borrascosa, húmeda y fría» le resultaba inusual y lla-
mativo121; percepción que se podría generalizar al resto del territorio hispano.
Hasta que el siglo concluyera, el comportamiento extremo de la atmósfera,
tan característico de la Oscilación Maldá, se dejaría sentir de manera constante
en la península Ibérica en forma de inviernos que se alargaron excesivamente,
primaveras cortas y húmedas, veranos en los que tormentas y granizadas inte-
rrumpieron momentáneamente los calores agobiantes para, al poco, ceder paso
a intensas precipitaciones tardo estivales y otoñales con desbordamientos de
cursos fluviales e inundaciones. Y todo ello, con la sequía planeando de manera
constante y amenazando los rendimientos agrícolas.
El estudio del impacto que dejaron en la sociedad las reiteradas malas
cosechas tiene larga tradición historiográfica a ambos lados del Atlántico122.
Los estudios más recientes proporcionan información precisa para muchas
regiones españolas que permiten relacionar malas cosechas con los vaivenes
climáticos, y precisar sus efectos en forma de escasez, carestía, hambre, epide-
mias e, incluso, irrupción de plagas agrícolas y despliegue de epidemias123. De
ahí que las dificultades padecidas en La Mancha y la Meseta norte durante los
años 1785-1790, considerados «críticos», habría que extenderlas a tierras valen-
cianas, aragonesas o catalanas tal y como reflejan los memoriales remitidos al
Consejo de Castilla solicitando ayudas para hacer frente a las consecuencias de
sucesivas cosechas fallidas ocasionadas por la persistente sequía y los efectos

120. Llasat et al., 1999; Alberola, 2010a: 204-205.


121. Maldá, 1988: I, 231.
122. Para la península Ibérica ver, entre otros: Anes, 1970, García Sanz, 1977; Pérez Moreda,
1980. Algunos para Nueva España son: Cook y Borah, 1977-1980 Florescano, 1969 y
1971; Gibson, 1967.
123. L lopis, 2004: 11-76; Sebastián, 2004:147-186; Alberola, 2010a; Alberola y Pradells,
2012; Alberola y Arrioja, 2019; Llopis et al., 2020. Para Nueva España, además de
algunos de los anteriores que incluyen al virreinato, a los que hay que sumar trabajos
comparativos recientes entre España y Nueva España, están algunos como los siguientes:
Arrioja, 2017; Alberola y Arrioja, 2019 y 2020; García Acosta, 2019 y en prensa;
Molina, Márquez y Pardo, 2013: Padilla, 2017. A ellos se sumarán los resultantes de
los dos proyectos en curso, mencionados en la nota 1 de este artículo.

86
Vaivenes climáticos en la península Ibérica y Nueva España en los años ochenta del siglo xviii

de avenidas e inundaciones. Sin granos para subsistir y comerciar, hambrientos


y enfermos, los campesinos tampoco podían hacer frente al pago de las deudas
contraídas, de ahí que solicitaran a la Corona la condonación parcial o total de
los impuestos durante varios años.
Justamente durante esos años «difíciles» ocurrió la mayor crisis agrícola
novohispana, la de 1785-1786. Aunque los daños a la agricultura se concen-
traron en el centro del virreinato, sus efectos se experimentaron en todo éste.
El estudio clásico que sobre ella llevó a cabo Enrique Florescano, cubre un
amplio espectro de estos efectos e impactos, que él mismo clasificó de dife-
rentes maneras. Por áreas: urbanos y rurales; por sectores: ganadero, minero,
en los obrajes y en el comercio; por sus consecuencias sociales, económicas
y sanitarias: incremento del desempleo, del bandolerismo, de la migración
campo-ciudad, incluso de las epidemias, pues en una sociedad mal alimentada
las enfermedades se expandían con mayor celeridad124.
Las consecuencias calamitosas de los vaivenes climáticos comentadas,
agravadas por la escasa competencia a la hora de controlar la situación por parte
de las autoridades locales, virreinales y metropolitanas, en particular de los pre-
cios de productos básicos (maíz, trigo, carne), provocaron un alza generalizada
y continuada de los mismos que, junto a otras variables igualmente negativas,
constituyó uno de los acicates de la revolución de independencia de 1810125.

4. REFLEXIÓN FINAL
Durante los años ochenta del siglo xviii, reiterados episodios de origen hidro-
meteorológico se abatieron sobre la península Ibérica y Nueva España, y
ocasionaron gran impacto en la sociedad. Precipitaciones intensas, riadas e
inundaciones en ocasiones asociadas, en el caso novohispano, a la presencia
de huracanes, arrasaron cultivos y arbolado, deforestaron montes y, las más de
las veces, dejaron inservibles las tierras tras arrastrar sus capas más fértiles.
Asimismo, derribaron casas, iglesias y edificios públicos, llegaron a destruir
poblaciones enteras y provocaron, incluso, su abandono. También destrozaron
infraestructuras de comunicación –carreteras, caminos, puentes–, hidráulicas
–sistemas de riego, pantanos y azudes, molinos– y, ocasionalmente, llegaron
a alterar el trazado de los cursos fluviales y modificaron el territorio. A estas
pérdidas de alto valor económico habría que añadir otras, no menos dramáticas,

124. Florescano, 1969: 141-179


125. Existen varios textos que estudian este fenómeno que hemos caracterizado como inflación
en una sociedad de antiguo régimen. Entre ellos Garner, 1993, Garner y García Acosta,
1995, García Acosta, 1988, Quiroz, 2005. Con relación a la sequía y su asociación con el
estallido de la guerra de independencia: Florescano y Swan, 1995; Swan, 1982.

87
Armando Alberola Romá y Virginia García Acosta

como la desaparición de animales de tiro, carga y cabezas de ganado y, por


descontado, la muerte de personas. Pero la sequía, la otra cara de esa misma
moneda en la que exceso y carencia de agua van de la mano, también causó
desgracias que, además de las estrictamente económicas derivadas de la pérdida
sistemática de cosechas, provocaron hambre, enfermedad y muerte. A todo ello
se sumaron heladas extemporáneas y nevadas calificadas de insólitas, por su
intensidad y las fechas en que se produjeron. Los precios de los cereales bási-
cos, trigo en España, maíz en Nueva España y para estas fechas también trigo,
subieron sin cesar provocando carestía y escasez, con frecuencia exacerbadas
por la especulación con la que difícilmente podían contender las autoridades
responsables de esos asuntos.
Quizás el caso más dramático es el de la crisis agrícola de 1785-1786,
identificado incluso como el «año del hambre», que en la Nueva España fue
el repunte de un periodo de inestabilidad derivada, en buena parte, de estos
episodios climáticos y sus consecuencias. Estas últimas, asociadas con las con-
diciones de inestabilidad política y social imperantes en la metrópoli, llevarían
finalmente al estallido de la guerra de Independencia en 1810.
¿Coincidencias en el tiempo? ¿Fenómenos climático-ambientales de orden
global? A buen seguro que posteriores estudios comparativos, como el presente,
permitirán responder a éstos y otros cuestionamientos que nos han preocupado
en los últimos tiempos y que podemos concentrar en los siguientes: ¿cuáles
de esos episodios extremos deben reconocerse como parte de la variabilidad
climática (como los huracanes y El Niño) y cuáles como verdaderas anomalías
climáticas? ¿Existe una vinculación entre ellos y la Oscilación Maldá a escala
global, de la misma manera que se ha mostrado para ENSO y sus teleconexio-
nes? ¿Se trata de manifestaciones climáticas con las que la Pequeña Edad de
Hielo se acercaba a su fin?
Para responder éstas, y otras muchas cuestiones que surgirán en un futuro
cercano, habremos de seguir explorando, de la mano, a ambos lados del
Atlántico.

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Adrián García Torres


Maison des Sciences de l’Homme (Université Clermont Auvergne)

INTRODUCCIÓN
Durante la Pequeña Edad del Hielo, con una cronología aproximada entre
1550-1850, nos encontramos con una etapa de enfriamiento caracterizada por
el avance de los glaciares, los rigurosos inviernos, un descenso medio de las
temperaturas del Planeta entre 1-2 ºC, así como la presencia de fenómenos
hidrometeorológicos extremos con importantes impactos socioeconómicos1.
Dentro de las pulsaciones frías de la Pequeña Edad del Hielo debemos desta-
car para nuestro periodo de estudio las dos relacionadas con el descenso del
número de manchas solares, los mínimos de Maunder, en torno a 1645-1715,
y el de Dalton, alrededor de 1790-1830. El primero fue el más significativo,
principalmente desde 16752.
El otro gran protagonista atmosférico fue el ENOS con sus fases cálidas,
El Niño, y frías, La Niña. Durante la Pequeña Edad del Hielo, el ENOS se
debilitó en el transcurso del siglo xvii hasta mediados del siglo xix. En nuestro
periodo cronológico una importante reducción de su actividad la localizamos
entre 1650-1780. Esto ocurrió de manera más clara en las fases más frías, en
las que el Mínimo de Maunder fue el más paradigmático. Para el caso de El

* El presente trabajo forma parte del programa APURIS, financiado por el Gobierno de Francia
IDEX-ISITE initiative 16-IDEX-001 (CAP 20-25), del proyecto de excelencia HAR2017-
82810-P (Gobierno de España) y cuenta con el patrocinio de L’École des Hautes Études
Hispaniques et Ibériques (Casa de Velázquez, Madrid).
1. Lamb, 1995. Le Roy Ladurie, 2017.
2. Eddy, 192/4245, 1976: 1189-1202. Wagner y Zorita, 25, 2005: 205-218.
Adrián García Torres

Niño, en nuestra cronología destacarían las décadas de 1650-1660, 1710-1730 y


1790. Mayor relevancia tuvo La Niña, aunque su momento de mayor incidencia
finalizó en la primera mitad del siglo xvii. Entre los decenios que sobresalieron
en nuestro estudio debemos citar los de 1640-1660, 1730-1750 y 17803.
Ecuador, localizado geográficamente en la zona ecuatorial-tropical y
dividido en la región interandina, litoral y oriental, tiene como característica
principal dos estaciones o temporadas, una de invierno o lluviosa, entre los
meses de octubre a mayo, y otra de verano o seca, entre los de junio a septiem-
bre. Además, debido a su diversidad debemos sumar una variedad de subclimas,
microclimas y topoclimas.
La ciudad de Quito, ubicada en la región interandina, fue la más importante
durante el periodo colonial, ya que fue sede de la Real Audiencia de Quito
como parte de los virreinatos del Perú y Nueva Granada. La urbe fue fundada
en 1534 a 2.800 msnm cerca de la línea ecuatorial. El cercano y rico valle de
los Chillos, ubicado en zona cálida, fue el principal granero de maíz, trigo y
cebada4. Entre los meses de la estación seca de junio-agosto se observan de
manera más clara las variaciones de precipitación en episodios de El Niño y de
La Niña en la región interandina. Negativos en el primer caso y positivos en el
segundo. No obstante, en episodios de El Niño de una alta magnitud, como el
de 1982-1983, las lluvias también fueron las protagonistas en Quito5.
Las características atmosféricas muestran cuáles fueron los problemas
agrícolas que podían surgir en las sociedades preindustriales, dependientes
del sector primario. Las lluvias en exceso en la fase de inicial dificultaban la
siembra y en la final, provocaban la pudrición de las espigas. La sequía, por
su parte, era importante en las primeras etapas de crecimiento de la planta,
pues impedía su germinación. De esta realidad dieron cuenta Diego Rodríguez
Docampo a mediados del siglo xvii, así como Jorge Juan y Antonio de Ulloa
o Juan Domingo Coleti, entre otros, para el siglo xviii. Todos ellos subrayaron
que cuando el funcionamiento del clima variaba brevemente en Quito, se acudía
rápidamente a la religiosidad popular6.
Dentro de la climatología histórica, la aportación más completa recoge para
Quito los años con rogativas pro pluvia y serenitatem desde el siglo xvii hasta
1822 con el fin de establecer las fases de extrema sequedad y humedad. Los
resultados arrojan que existieron dos periodos secos severos entre 1692-1701
y 1718-1723, así como dos húmedos entre 1651-1657 y 1663-16697. Realidad

3. Gergis y Fowler, 2009: 366-372, 377-378.


4. Cushner, 1982.
5. Hidalgo Proaño, 6/2, 2017: 32-37. Vuille, Bradley y Keimig, 13, 2000: 2520-2535.
6. Ponce, t. 2, 1992: 217. Romero, 2003: 142-148.
7. Domínguez Castro, García Herrera y Vicente Serrano, 38, 2017: 2006-2014.

96
Clima y desastre en Quito (Ecuador) durante la Pequeña Edad del Hielo: 1640-1800

Imagen 1. Geografía e hidrografía de la Real Audiencia de Quito desde sus límites


con el río Negro (Real Audiencia de Nueva Granada) hasta Piura (Real Audiencia de
Lima), 1766

Fuente: Biblioteca Nacional de España, Dionisio de Alcedo y Herrera, Plano geográfico y


hidrográfico del distrito de la Real Audiencia de Quito y descripciones…, Madrid, 1766.

bastante similar con el comportamiento atmosférico extremo de territorios


cercanos a Ecuador, como, por ejemplo, nos muestran los avances realizados
para Perú, Bolivia, Colombia, que, a grandes rasgos, muestran concomitancias8.
En nuestra aportación pretendemos realizar una visión de tipo general de
Quito con el objeto de definir en qué periodos realmente el clima adverso
generó dificultades en las producciones agrícolas. Por lo tanto, no tenemos un
afán simplemente cuantitativo de episodios. De este modo, las respuestas socia-
les son otro de los elementos de peso a desgranar, pues queremos acercarnos

8. Gioda y Prieto, 8/27, 1999: 33-42. Mora Pacheco, 20/1, 2015: 14-42. Prieto y Rojas,
118, 2013: 641-658.

97
Adrián García Torres

a cómo gestionaron las autoridades civiles los momentos considerados más


críticos para el abastecimiento.
Las fuentes documentales utilizadas en este trabajo son las de tipo ofi-
cial. Hemos realizado un vaciado completo de las actas capitulares en el
Archivo Metropolitano de Historia de Quito entre 1640-1800. El siglo xvii
tiene importantes lagunas cronológicas hasta su primera mitad y menores en
las últimas décadas9. La serie más completa la hallamos para el siglo xviii,
pues los agujeros cronológicos no llegan a una década10. Ahora bien, hemos
podido recuperar algunos años en otros trabajos que pudieron utilizar dichas
actas antes de desaparecer.

LAS PRIMERAS DÉCADAS DEL MÍNIMO DE MAUNDER


En lo relativo a la década de los cuarenta del siglo xvii hemos hallado tres años
marcados por la humedad en Quito. Tres rogativas encadenadas llegaron a cele-
brarse entre mediados de abril y primeros de mayo de 1641 con el fin de que
cesaran las precipitaciones, las dos últimas también vinculadas a la aparición
de diferentes dolencias. En este momento, la sombra del hambre ante un año
pútrido en lo agrícola ya flotaba en el ambiente11. La segunda noticia concer-
niente al clima que para este periodo poseemos nos lleva a la primera semana
de septiembre de 1644, ante el temor de que se perdiera la cercana recolección
debido a las incesantes precipitaciones. Los malos temporales causaron más
rezos a fines de marzo de 164512. Tras las afecciones de 1641 y 1644, en el
bienio de 1648-1649 ocurrió una importante epidemia de viruela y alfombrilla
en Quito. Según los datos oficiales, murieron más de 100.000 personas en la
provincia. Tras esta no ocurrieron brotes relevantes hasta la debacle demográ-
fica de fines de siglo13. Si bien, estos fueron cuantiosos en las siguientes décadas
y coincidentes en buena parte con años de anomalías hidrometeorológicas.
El clima contrario y las afecciones tuvieron una marcada presencia en los
primeros años de mediados de la centuria en la capital. La falta de precipita-
ciones fue importante en el primer bienio. Su escasez se hizo notoria en enero
y octubre de 1650, esta última también relacionada con las enfermedades. Más
complicado fue 1651, la sequía y las dolencias acontecieron en enero; mientras

9. No se conservan los años de 1617-1637, 1641-1643, 1647-1649, 1670-1675 y 1698 e incom-
pletos los de 1638 y 1640.
10. No se conservan los años de 1704, 1741, 1754-1755, 1783, 1785 y 1799-1800 e incompletos
los de 1747, 1753, 1766, 1786, 1791-1792.
11. Herrera, 1910: 91-92.
12. Actas del Cabildo Colonial de San Francisco de Quito, 1638-1646, vol. 30, 1960: 255 y 301.
13. Alchon, 2002: 62-63.

98
Clima y desastre en Quito (Ecuador) durante la Pequeña Edad del Hielo: 1640-1800

que los aguaceros fueron los actores principales en los meses de junio y agosto,
con tres rogativas para salvar las mieses. El nuevo año agrícola no empezó con
buen pie dado que una nueva esterilidad aconteció en noviembre, diezmando
al ganado. Tampoco ayudaron las enfermedades en ese momento, muy impor-
tantes en Guayllabamba y Tumbaco. Las continuadas aguas y las infecciones
supusieron significativas dificultades en julio y agosto de 1652. El mismo
inconveniente pluviométrico encontramos en 1653, con copiosas precipitacio-
nes y presencia de afecciones en marzo, así como exceso hídrico en septiembre.
Estos años marcados por la humedad tuvieron como punto y aparte las lluvias
de enero 1654, pues el siguiente episodio de este tenor lo localizamos en junio
de 1657, acompañado de la viruela y el recelo a que faltara mano de obra14.
Los fenómenos atmosféricos adversos de estos años afectaron seriamente
a la agricultura capitalina. El bienio de 1652-1653 fue negativo en las recolec-
ciones de trigo y maíz. Tras mojarse excesivamente los cultivos, los precios
comenzaron a subir en marzo de 1654. Las panaderías fueron acusadas de
fraude, pues daban el pan a menor peso. Por este motivo, se introdujo una tasa
al pan, al trigo y al maíz, así como se persiguió a los especuladores de dichas
especies. En el mes de agosto se debieron redoblar nuevamente los esfuerzos
para hacer frente a otra subida de precios15.
Tiempo riguroso y continuadas precipitaciones encontramos en noviembre
de 166316. El cabildo trató en octubre de 1664 las peticiones de la ciudad que
serían remitidas al Consejo de Indias. En el punto quinto se solicitó que se con-
donaran las alcabalas y el papel sellado. Si el primer caso no se obtuviera, se
pelearía por el segundo. Los argumentos que se presentaron estuvieron basados
en las destrucciones ocasionadas por la erupción del Guagua Pichincha en 1660,
los posteriores temblores y las pérdidas de las cosechas debidas a las incesantes
lluvias, que habían provocado problemas de abastecimiento desde el episodio
volcánico. Tras años sin noticias de la sequedad, esta hizo acto de presencia
el último mes de este año. En cuanto al resto de este decenio, observamos un
periodo caracterizado por la continuación del exceso hídrico, salpicado con una
sequía en su parte final. A primeros de diciembre de 1665, las lluvias impidieron
el arado y siembra. Los aguaceros regresaron en agosto de 1667. En el nuevo
ciclo agrícola la humedad fue muy importante, pues la hallamos en enero y

14. A ctas del Cabildo Colonial de San Francisco de Quito, 1650-1657, vol. 33, 1969: 27, 49-50,
119, 128, 129, 136-137, 175-176, 177, 224-225, 245, 262 y 506-507.
15. Ibídem: 274 y 299.
16. Actas del Cabildo Colonial de San Francisco de Quito, 1658-1663, vol. 36, 1993: 441.

99
Adrián García Torres

agosto de 1668. Esta realidad tuvo su último momento relevante en enero de


1669, pero en octubre la sequía reapareció y perjudicó al ganado17.
En los años ochenta los diferentes episodios atmosféricos adversos se
fueron rotando y surgieron algunos problemas de abastecimiento en Quito.
Las escasas lluvias en la capital e inexistentes en su jurisdicción desde octubre
de 1682 prosiguieron en enero de 1683. Mientras en agosto, seis aguaceros
seguidos pusieron en jaque la recolección18. La abundancia de las precipitacio-
nes en el inicio de 1685 complicó la siembra. El último episodio consistió en
la sequía localizada en febrero de 1687, que provocó el miedo a que surgieran
hambrunas y carestía. Para este razonamiento, los capitulares se escudaron en
que estos inconvenientes habían surgido los años previos19.

LA CRISIS DE FINALES DEL SEISCIENTOS


En el cierre de la centuria se vivió una realidad muy dificultosa y supuso un
momento crítico en Ecuador. Las epidemias y los desastres de origen natural
tomaron el protagonismo. En esta ecuación, el clima contrario jugó un impor-
tante papel, pues las anomalías meteorológicas fueron perseverantes. Los males
comenzaron con las primeras muertes en Quito ocasionadas por una epidemia
de viruela detectada en septiembre de 169120. Los cultivos se empezaron a
perder en marzo de 1692 ante la desaparición de las precipitaciones, así que
los temores a que asomara una hambruna y una epidemia fueron latentes. Esta
segunda realidad sucedió poco después con la llegada de un brote de saram-
pión y viruela procedente de Nueva Granada, que se expandió por el territorio
ecuatoriano hasta 169421. Entre los años 1691-1693, la escasez de alimentos
fue la nota preponderante en la Real Audiencia de Quito y el hambre aconteció
en abril de 1693, coincidente con la epidemia de sarampión22. La situación en
1693 fue totalmente nefasta, en la capital se celebraron hasta cinco ruegos por
la salud a lo largo del año, en dos de ellos, en febrero y marzo, también para
obtener precipitaciones. La caída de la mano de obra no tardó en salir a la luz,
pues faltaron brazos de indígenas para levantar las cosechas, ya fuera por defun-
ción o convalecencia. Ante este escenario, dos capitulares hacendados quiteños

17. Actas del Cabildo Colonial de San Francisco de Quito, 1664-1669, vol. 37, 1998a: 55, 62-63,
117, 256, 291-292, 353, 394-395 y 442.
18. Actas del Cabildo Colonial de San Francisco de Quito, 1676-1683, vol. 41, 1998b: 410 y
435-436.
19. Actas del Cabildo Colonial de San Francisco de Quito, 1684-1687, vol. 42, 1999: 80-81 y
242-243.
20. Actas del Cabildo Colonial de San Francisco de Quito, 1688-1696, vol. 45, 2012: 137-138.
21. Alchon, 2002: 91.
22. Tyrer, 1988: 46.

100
Clima y desastre en Quito (Ecuador) durante la Pequeña Edad del Hielo: 1640-1800

trataron con el presidente de la Real Audiencia esta necesidad23. El cómputo


del corregidor de Quito de los fallecidos entre abril de 1692 a diciembre de
1694 arrojó la cifra de 2.939 indígenas24. Los oficiales de la Corona calcularon
que un tercio de la población tributaria en su jurisdicción falleció durante la
epidemia de 169325. En los dos años siguientes, el déficit hídrico aconteció
igualmente en los primeros meses del ciclo agrícola, concretamente en enero
de 1694 y febrero de 169526.
Problemático fue el año de 1696. Las copiosas lluvias causaron dificulta-
des en los cultivos en el mes de enero. El cabildo solicitó en junio a la Real
Audiencia la prohibición de la saca del trigo. Los argumentos esgrimidos fueron
que se esperaba una recolección casi nula debido a las precipitaciones constan-
tes durante el año, seguidas de una inesperada sequía. Para colmo, el grano se
encontraba infectado por un hongo, el polvillo, más específicamente la roya27.
Este fue detectado por primera vez en Perú el año de 1687 y dejaría su huella
en los años siguientes en este territorio, Ecuador y Colombia. Tras esta petición,
también se pusieron en marcha oraciones con el fin de salvar parte del trigo de
los malos temporales.
El nuevo año agrícola tuvo un inició sumamente complicado. La falta
de lluvias y la aparición de afecciones acontecieron en noviembre de 169628.
Ambos males prosiguieron en el comienzo de 1697. El fantasma de otro año sin
recolección regresó en abril, pues de nuevo las espigas estaban afectadas por la
roya. Los malos augurios empezaron a notarse en el mes de mayo con la falta
de trigo, pues para tratar dicho asunto se celebró un cabildo abierto. La deci-
sión tomada consistió en que se computara el grano existente en las haciendas
de la jurisdicción de la ciudad, posteriormente se regularía la harina necesaria
para evitar fijar el precio y que se pudiera vender libremente. Con el objeto
de que se cumpliera dicha orden, los hacendados deberían portar sus cargas
a la ciudad para su abasto. La cuestión primordial, como vemos, consistió en
no imponer una tasa fija al trigo, pues se temía que los granos terminaran en
otros lugares. Además, con esta política se pretendía paliar los atrasos que los
productores tuvieron con las escasas recolecciones del año previo, que también
se esperaban cortas en el presente. Estos argumentos fueron presentados a la
Real Audiencia, que en su auto del 21 de mayo dio forma a estos deseos. Los

23. Actas del Cabildo Colonial de San Francisco de Quito, 1688-1696, vol. 45, 2012: 161, 230,
233 y 268.
24. Alchon, 2002: 95-97.
25. Tyrer, 1988: 48.
26. Actas del Cabildo Colonial de San Francisco de Quito, 1688-1696, vol. 45, 2012: 246 y 312.
27. Ibídem: 379, 399 y 400.
28. Ibídem: 416.

101
Adrián García Torres

hacendados manifestarían el trigo que tuviesen bajo pena de perderlo y pagar


una multa de 1.000 pesos; el cabildo señalaría a los panaderos, en ningún
caso indígenas, que abastecerían con la harina que se les vendiera en la plaza
pública; los guardas de las alcabalas recontarían la harina y el trigo que entraría
en la ciudad de cada dueño e informarían de ello al oidor Juan de Ricaurte; por
último, se vetaría la extracción de trigo de la urbe29.
Las complicaciones siguieron tras la siega, pues otro cabildo abierto se
celebró en septiembre. El corregidor expuso que existía una alarmante falta de
pan en la ciudad y era necesario tomar soluciones. La carga de harina por mula
había subido de 20 pesos a 28-30, la población clamaba por la coyuntura y la
esterilidad también entraba en juego. Tras debatirse las diferentes opciones y
votarse, se pactó que se regulara la mula de harina a los 20 pesos previos, el maíz
a 28 reales y la cebada a 20 reales la fanega, precios a los que corrían estos dos
últimos en ese momento en la plaza pública. Tras el acuerdo, dos de los partici-
pantes plantearon que mientras se formaba la regulación del grano existente, el
trigo se fijara en 25 pesos por mula con la misión de que entrara en la ciudad,
algo que se aprobó. El peso del pan se marcó al que debería tener por cada
fanega de harina. Por otro lado, se requirió a la Real Audiencia que mandase
en las provincias de Cuenca, Riobamba, Latacunga, Otavalo y la villa de Ibarra
que se reglamentara el trigo de igual manera, así como que las manifestaciones
de este fueran legítimas. En cuanto a los eclesiásticos con granos, se pediría al
vicario general que participaran en la regulación y la declaración de cereal30.
A fines de mes se volvió a tratar esta cuestión en otro cabildo abierto, pues
ya se conocía la postura positiva del fiscal de la Real Audiencia y las noveda-
des que este había decretado para la compra de trigo en la capital. Se tomarían
dos porciones de dinero que habían sido ofrecidas, ante la negativa del clero a
colaborar. Una de 30.000 pesos, prometidas por algunos vecinos al rey mediante
escritura, y otra de más de 20.000 pesos, ofrecidas por el presidente de la Real
Audiencia. Esta última cantidad estaba recogida para el edificio de Santa Marta
y se habían gastado muy pocos fondos, por lo que la obra se suspendería por
un tiempo. A estas sumas se unieron 1.000 pesos que ofrecieron dos vecinos31.
La última noticia para este año la encontramos en el mes de diciembre, con
la petición de la Real Audiencia de que el cabildo debatiera si imponer una tasa
al trigo y al resto de granos, así como nombrar panaderas. La resolución tomada
fue resistirse a que se fijara un precio al cereal. Por otro lado, los capitulares

29. Actas del Cabildo de la Ciudad de San Francisco de Quito, 1697-1703, vol. 47, 2014: 11,
21, 22-23 y 24.
30. Ibídem: 31-32.
31. Ibídem: 33-35.

102
Clima y desastre en Quito (Ecuador) durante la Pequeña Edad del Hielo: 1640-1800

ordenaron que no se continuara vendiendo el pan de cebada y maíz al precio del


de trigo, pues ambas especies estaban a precios moderados. Con esta política
se buscaba favorecer a los más necesitados, sus principales consumidores32.
El año de 1698 no se conserva en la documentación municipal quiteña
pero es conocida la importancia que tuvo el terremoto del 20 de junio de 1698,
que produjo algunos daños en la capital, aunque nada comparables a los de
Latacunga, Riobamba y Ambato. La falta de lluvias en marzo de 1699 resucitó
el miedo a que se perdieran los cultivos. Causa directa de esta sensación fue
la subida de los precios del trigo, el maíz y la cebada. La sequedad regresó en
octubre y prosiguió en enero de 1700, momentos en que también las enfer-
medades aparecieron en juego. El año siguiente supuso el punto y final a este
intenso periodo marcado por la aridez en la capital, pues la detectada en enero
y febrero fue la clausura33.
El resultado de esta década fue funesto para la Sierra de Ecuador, ya que
falleció de una cuarta parte a la mitad de indígenas, muchos de ellos jóvenes.
Las consecuencias fueron claras y se dejaron notar en los años siguientes en
la mano obra para la agricultura y la producción textil, en la recolección fiscal
y en los endeudamientos. Tras estos años marcados por las desgracias, Quito
perdió la mitad de su población, pues estaría conformada de unos 20.000-
25.000 habitantes34.

DE LOS ÚLTIMOS AÑOS DEL MÍNIMO DE MAUNDER A LA


MEJORA DE LAS CONDICIONES ATMOSFÉRICAS
Tras el cierre de la década seca en 1701, las inclemencias meteorológicas en
los primeros años fueron menores en Quito. El primer dato lo encontramos en
agosto de 1703, con el recelo a que se pudrieran los cultivos con los aguace-
ros35. El ciclo agrícola a inicios de 1705 también fue muy húmedo. Ese mismo
mes apareció el problema para el abasto de ganado, pues el que llegó de Cali,
Buga y otros lugares se encontraba enfermo, por lo que el encargado del abasto
expuso la situación de falta de carne y los malos temporales existentes. Ante
ello, la Real Audiencia requirió reconocer el que poseían los hacendados y que
se pagara el precio justo por ellos. Este contratiempo continuó el resto del año36.

32. Ibídem: 45-46.


33. Actas del Cabildo de la Ciudad de San Francisco de Quito, 1697-1703, vol. 47, 2014: 63-64,
76-77, 95, 139 y 146.
34. Alchon, 2002: 122.
35. Actas del Cabildo de la Ciudad de San Francisco de Quito, 1697-1703, vol. 47, 2014: 233.
36. Archivo Metropolitano de Historia de Quito (en adelante AMHQ), Actas de cabildo trans-
critas 1705-1709: 10-I-1705 y 24-IV-1705.

103
Adrián García Torres

Un decreto del 7 de enero de 1706 del presidente de la Real Audiencia


nos muestra que la situación que se arrastraba no era óptima. El trigo y el
maíz escaseaban, por lo que sus precios estaban subiendo alarmantemente. La
fanega de harina de trigo llegaba a los 36 pesos y la de maíz superaba los 6.
Como resultado, el hambre surgió y algunos vecinos habían fallecido. Por este
motivo, el presidente ordenó al cabildo un rastreo de los granos existentes en
la ciudad y la jurisdicción. Por otro lado, la carne también supuso un impedi-
mento, especialmente la de vaca, pues se contabilizó la disponible y se calculó
la necesaria para el año. Esta realidad dificultosa se tradujo al comienzo de
1707 en la petición de celebrar un jubileo para lograr un tiempo bondadoso,
pues más de catorce años estaban faltando los granos y el resto de suministros
en la provincia. La combinación de malos temporales y temblores fue la nota
discordante en noviembre de ese año en la capital.
A finales de este año acontecieron los primeros choques entre los intereses
locales quiteños y los oficiales a tenor de la orden de numeración y reparti-
miento de los indígenas tributarios en los corregimientos de Quito, Riobamba,
Otavalo y Latacunga, pues se quiso vetar la ejecución por parte del oficial
enviado, el corregidor de Latacunga. En el cabildo abierto celebrado el 13 de
diciembre los interesados dejaron sus pareceres. Evidentemente se puso sobre
la mesa la caída demográfica en la Sierra de Ecuador ocurrida con las dos
epidemias y el terremoto de fines del siglo pasado, sobresaliendo el caso de
Riobamba, Latacunga e Ibarra. Tampoco se dejó de lado la mala situación del
agro, en el que las continuadas malas cosechas desde hacía trece años debidas
a la roya eran calificadas como generales. Ante esta realidad, los hacendados
estaban tan ahogados que dejaban sus tierras sin trabajar ante la imposibilidad
de pagar los censos37. El último episodio seco en la capital lo localizamos en
septiembre de 1709, coincidente con un brote de viruela38.
Todos estos años de desdichas fueron el argumento presentado por el
cabildo en 1712 para driblar las contribuciones requeridas por la administra-
ción borbónica. La primera, los 40.000 pesos ofrecidos para la composición e
indulto de tierras de la ciudad y su jurisdicción; la segunda, la aportación de
los hacendados de 100 ó 50 pesos, según posesiones, a las necesidades bélicas
de la monarquía. Los capitulares pidieron a la Real Audiencia que debido a las
calamidades que arrastraba el vecindario y la imposibilidad de pagar ambas
recaudaciones, solamente se aportara una39.

37. Ibídem: 7-I-1706, 14-I-1707, 23-XI-1707, 13-XII-1707.


38. Ibídem: 19-VII-1709.
39. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1710-1714: 26-IV-1712.

104
Clima y desastre en Quito (Ecuador) durante la Pequeña Edad del Hielo: 1640-1800

Esta postura de empobrecimiento se reforzó en 1714, con la petición del


procurador de la ciudad en la Real Audiencia de que se rebajara el porcentaje
del 5% de los censos que disfrutaba la Iglesia. Los argumentos exhibidos mos-
traban de forma clara el escenario contrario que el territorio atravesaba. El clima
tuvo un papel importante, puesto que se puso sobre la mesa su comportamiento
adverso y los ciclos agrícolas nefastos en que se había traducido. A ello, se sumó
la crisis económica que empezaba a dilucidarse desde inicios del Setecientos y
continuó el resto del periodo colonial, especialmente vinculada a la producción
textil ante su pérdida de competitividad40. Esta propuesta coincidió en julio con
unos importantes aguaceros41. A principios de 1715, las oraciones frente a las
calamidades y las adversidades que sufría Quito fueron las protagonistas. Como
vemos, esta realidad marcada por la crisis de la Serranía de Ecuador también
tuvo su eco en la religiosidad popular. El exceso hídrico reapareció en febrero
de 1716. Las sequías, por su parte, estuvieron presentes en el mismo mes de
febrero de 1718 y 1719. El primer año coincidente con las citadas calamidades42.
La tensión en la capital prosiguió escalando durante estos años. Una mues-
tra de ello fue sin duda alguna el cabildo abierto del primero de abril de 1718
para tratar el estado aciago de la ciudad. El corregidor se negó a que se celebrara
requiriendo autorización de la Real Audiencia e intentó vetar la reunión. Este
encuentro realmente fue una forma de presión de los intereses de las élites
locales frente a los de la administración, motivados por la realidad de declive
económico. De este modo, se pretendió frenar una inspección ordenada por
el virrey a los obrajes, las haciendas y los molinos, así como un intento de
regulación y control de los tributos43. En este contexto, no debemos olvidar
los cambios introducidos en la administración borbónica con la desaparición
temporal de la Real Audiencia de Quito en 1717, conocida en la capital en 1718.
La sequedad apareció en febrero durante el bienio de 1722-1723. En el
primer año relacionada también a las ya recurrentes calamidades. El cabildo
retomó en septiembre de 1723 el pleito que en la Real Audiencia existía con
el estado eclesiástico por la cuestión de los censos desde 1714. Los argumen-
tos para obtener la rebaja fueron parecidos, pues se volvieron a destacar los
problemas que se arrastraban ya más de dos décadas. Dentro de las cuestiones
agrícolas que se incluyeron en el informe hallamos las noticias de pésimas reco-
lecciones y referencias del estado contrario de las áreas productivas. La nueva
aparición de la roya en los cultivos fue letal, pues solamente sobrevivieron

40. Minchom, 2007: 74, 78-79. Andrien, 2002: 28-32.


41. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1710-1714: 3-VII-1714.
42. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1715-1719: 21-I-1715, 21-II-1716, 22-II-1717 y
27-II-1718.
43. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1715-1719, 1-II-1718. Minchom, 2007: 225-226.

105
Adrián García Torres

algunas porciones en las zonas altas y frías. Con este episodio, hacía más de
veintiocho años que no se segaba trigo en el valle de los Chillos, como en el
resto de áreas de cálidas. Ello derivó en que el maíz se convirtiera en la semilla
principal en las haciendas, que comenzaron, por otro lado, a sufrir un agota-
miento del suelo de cultivo. Para los quiteños, la solución no eran las siembras
en altitud para evitar las enfermedades del agro debido a su bajo rendimiento,
la aparición de heladas, así como su ubicación en laderas y pendientes que
en poco tiempo las dejarían infértiles, como ya había ocurrido en el valle de
Alangasí. A todo ello, debemos incluir la mano de obra indígena en las hacien-
das, pues a la caída importante de su número a tenor de las epidemias, se aunó
la imposibilidad de pagar su trabajo en moneda o especie, con las consiguientes
huidas a otros lugares44.
Las cosas no iban a cambiar en 1724 pues el contexto se agravó en Quito.
Las persistentes aguas y las muertes por enfermedades fueron las protagonistas
en agosto. Acerca del tipo de infección no se define, pero posiblemente tuvo
relación con la viruela o alguna de sus derivaciones45. Las lluvias insistentes
durante el ciclo final del año agrícola destrozaron la cosecha y la que pudo
cortarse estaba empapada, por lo que no tardaría en caer en mal estado. El
maíz, por su parte, se perdió en su totalidad. Como traducción de lo ocurrido,
parte de los vecinos remitieron una carta al cabildo en la que demandaron una
forma más suave con la que cumplir las deudas, mediante el uso de vales de los
hacendados. Este movimiento estuvo motivado porque el contador había apre-
sado a indígenas de la Hacienda de María Magdalena debido a los impagos y
los siguientes podían ser los quiteños. La respuesta de la Real Audiencia fue un
jarro de agua fría, pues aunque se conocían estos inconvenientes era necesario
su cobro para asegurar los sueldos de los funcionarios y las pensiones anuales.
Realidad más clara al estar perdidos, debilitados o altamente pensionados el
resto de ramos. En cuanto a los vales, en la sentencia se defendió que los ofi-
ciales no tenían constancia de esa práctica.
Pocos días después, el 28 de noviembre, el cabildo contratacó en la Real
Audiencia, pues un nuevo episodio atmosférico había agudizado la situación.
A las destrucciones provocadas por unas precipitaciones que se alargaron hasta
noviembre, les sucedieron unos diez o doce días de heladas. Este fenómeno
había alcanzado incluso a las zonas más cálidas. Como resultado, se quemaron
los cañaverales, los árboles frutales, los cultivos de maíz y de patatas, estos
últimos la segunda base de la alimentación, y las hierbas para el ganado. Para
colmo, los labradores habían perdido las semillas de maíz para volver a sembrar

44. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1720-1724: 3-II-1722, 5-II-1723 y 18-IX-1723.


45. Alchon, 2002: 101-102.

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Clima y desastre en Quito (Ecuador) durante la Pequeña Edad del Hielo: 1640-1800

y debían pagar un alto precio, pues las previas se pudrieron en su mayoría por
las lluvias46.
El inicio de 1725 estuvo marcado por el temor a consumir el trigo en
mal estado. Las lluvias excesivas dificultaron la agricultura en septiembre,
asimismo surgieron afecciones. La noticia positiva en el año de 1726 fue que
se consiguió una sentencia favorable por la que se aprobaba la tan deseada
reducción de los censos. Ahora bien, el estado eclesiástico no tardó en recu-
rrir lo resuelto47. Este pleito quedó enquistado en el Consejo de Indias hasta
1755, pues tras el terremoto de ese año se obtuvo una sentencia favorable a
los intereses civiles48. También en 1726 se produjo la queja de los barrios de
la ciudad, encabezada por San Roque, ante la orden de la Corona que aplicaba
una fiscalidad para entierros, misas, funerales, entre otras ceremonias. El argu-
mento expuesto para obtener el favor de los capitulares fue el de pobreza que
se arrastraba debido a la caída demográfica y de sus producciones. Este caso
nos muestra que el descontento existente comenzaba a ir más allá del interés
de las élites locales49.
La última referencia acerca del clima adverso para la segunda mitad de
esta década en Quito la localizamos en febrero de 1727. A la sequía se sumó la
aparición de heladas, que generaron el temor a que su continuidad quemara las
plantas. La única noticia que para 1728 disponemos es la evasiva del cabildo el
31 de agosto de festejar el matrimonio de Felipe V, que provocó nuevos roces
con la Real Audiencia. Por un lado, los capitulares defendieron que la Virgen
del Quinche se hallaba en la catedral con el fin de combatir el sarampión. Por
otro lado, argumentaron la esterilidad de sus fincas y frutos, los ahogos de los
censos y las rentas, así como que era tiempo de recolección. El presidente de
la Real Audiencia no aprobó los argumentos y recordó que debía celebrarse
obligatoriamente50. En cuanto al impacto del sarampión, no provocó muchas
víctimas, posiblemente debido a la exposición previa de buena parte de los
habitantes de la capital51. Si bien, los registros parroquiales muestran un pico
de mortalidad a fines de la década52.

46. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1720-1724: 26-VIII-1724, 10-XI-1724, 25-XI-1724,


28-XI-1724 y 29-XI-1724. González Suárez, t. 5, 1901: 46-47.
47. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1725-1729: 3-I-1725, 19-IX-1725, 9-VIII-1726 y
21-VIII-1726.
48. Andrien, 2002: 88-89.
49. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1725-1729: 5-II-1726. Minchom, 2007: 228-229.
50. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1725-1729: 11-II-1727, 28-II-1727, 31-VIII-1728 y
3-IX-1728.
51. Alchon, 2002: 102.
52. Minchom, 2007: 130.

107
Adrián García Torres

Desde este momento, las cuestiones concernientes a la meteorología contra-


ria en el ciclo agrícola casi desaparecen de las reuniones municipales capitalinas
hasta inicios de los años sesenta. Ahora bien, sí que encontramos menciones al
abastecimiento en la Sierra de Ecuador. Jorge Juan y Antonio de Ulloa expu-
sieron que en los años de 1743-1744 hubo una importante escasez de granos.
A tal punto se llegó que los dueños de las haciendas quitaron a los indígenas
el que disponían para su manutención para venderlo a altos precios en el mer-
cado, lo que provocó una gran mortandad de indígenas y que pueblos quedaran
despoblados53. Para entender esta situación, debemos recordar el impacto de las
erupciones del volcán del Cotopaxi en su ciclo eruptivo de 1742-1744. Acerca
de esta cuestión, encontramos su reflejo en Quito en febrero de 1743. En la
reunión capitular se denunció que se estaba aprovechando la situación de falta
de abasto de la ciudad para especular con los precios de algunos granos que no
faltaban, como el trigo, pues se hallaba a 24-25 pesos la carga54.
Quienes sí tuvieron más presencia fueron las enfermedades. La más rele-
vante fue la de 1746, que alcanzó a toda la Audiencia55. Ninguno de estos
episodios derivó en ruegos. El único episodio notable en la capital fue el terre-
moto de 1755. Nos encontramos, en resumidas cuentas, con un paréntesis
cronológico que ayudó al crecimiento demográfico que hubo hasta los años
sesenta. En cuanto a la población estimada para este periodo en Quito, se cal-
culan unos 30.000 habitantes56.

CONTRASTES METEOROLÓGICOS EN LA SEGUNDA MITAD


DEL SIGLO XVIII Y EL COMIENZO DEL MÍNIMO DE DALTON
Décadas complejas fueron las de la segunda mitad de la centuria, pues al mayor
protagonismo del clima adverso se unió el regreso de brotes epidémicos, que
derivaron en numerosas rogativas57. Fueron momentos dificultosos en la Sierra
de Ecuador, pues también debemos destacar la actividad volcánica del Cotopaxi
y el Tungurahua, así como los diferentes terremotos, sobresaliendo el de 1797.
La sequía que abrió este periodo en Quito la encontramos en octubre de
1761, momento de arranque del nuevo año agrícola. Durante la epidemia de
1763, que puso fin a la recuperación demográfica, el cabildo ordenó que el
precio del azúcar se bajara, pues este formaba parte de la elaboración de muchas
medicinas. Los jesuitas, quienes tenían el control del producto, se quejaron

53. Cevallos, t. 2, 1870: 71.


54. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1742-1747: 25-II-1743.
55. Alchon, 2002: 103.
56. Minchom, 2007: 138.
57. Alchon, 2002: 101. Minchom, 2007: 132.

108
Clima y desastre en Quito (Ecuador) durante la Pequeña Edad del Hielo: 1640-1800

rápidamente. Entre las explicaciones que expusieron destacó que 1762 fue seco
en las dos estaciones, lo que afectó al ganado con el que se mantenían los escla-
vos que trabajaban en los trapiches58. Los decesos vinculados a la enfermedad,
simplemente calificada como peste, posiblemente viruela, ya eran considerados
como muy numerosos en octubre de 1763 y continuaron en 176459.
Al año siguiente, se desarrolló en Quito la Revolución de los Estancos,
respuesta antifiscal a la introducción del monopolio del aguardiente y del con-
trol de la alcabala por parte de la Corona, cuestiones que hicieron explotar las
fricciones ya existentes entre los intereses de las élites locales y los oficiales.
Más todavía con el nuevo ataque a la crítica economía quiteña tras finalizar la
Guerra de los Siete Años en 1763, que agudizó la competencia internacional del
textil60. El golpe definitivo llegaría con la liberación del comercio en 1778. El
volcán Cotopaxi tuvo una importante erupción en abril de 1768, que provocó
pérdidas agrícolas y ganaderas, también localizadas en la vertiente norte en
dirección a la capital. Para ubicar nuevas noticias del clima debemos esperar a
fines de este año, momento en que aconteció un déficit hídrico en la fase inicial
del ciclo agrícola. Tras haberse celebrado dos rogativas en la catedral se puso
en marcha una procesión61.
El año de 1771 comenzó con una sequía en enero y lluvias abundantes en
agosto. Al año siguiente, nuevamente encontramos la esterilidad en los prime-
ros meses del ciclo agrícola, concretamente en febrero62. El protagonismo en
abril de 1773 recayó en la erupción del volcán Tungurahua, que especialmente
afectó al corregimiento de Ambato. Otra falta de lluvia la hallamos en febrero
de 1774; mientras en agosto los aguaceros fueron numerosos. El exceso de
humedad aconteció en enero y febrero de 1775. Esta realidad marcada por el
agua dejó su huella en el abastecimiento. Los alcaldes ordinarios visitaron en
marzo de este año las casas de los trigueros para combatir la especulación, pues
con la excusa de existir carestía estaban ocultando el grano. Se les obligó a que
lo sacaran de sus trojes, lo manifestaran y lo vendieran al precio corriente. En
el resto de década, el déficit hídrico aconteció en enero de 177663; el exceso
hídrico, por su parte, en noviembre de 177764.

58. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1756-1761: 29-X-1761. AMHQ, Actas de cabildo
transcritas 1762-1766: 25-II-1763.
59. Alchon, 2002: 104.
60. Andrien, 129, 1990: 104-131. Mcfarlane, 69/2, 1989: 283-330. Minchom, 2007: 241-253.
61. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1767-1771: 20-XII-1768.
62. Ibídem: 2-I-1771 y 31-VIII-1771. AMHQ Actas de cabildo transcritas 1772-1776: 11-X-1772.
63. A MHQ, Actas de cabildo transcritas 1772-1776: 11-II-1772, 5-II-1774, 22-VIII-1774, 29-I-
1775, 7-II-1775, 10-V-1775 y 29-I-1776.
64. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1777-1781: 17-XI-1777.

109
Adrián García Torres

Los ochenta prosiguieron con esa tendencia a alternarse episodios extre-


mos. Los dos primeros años estuvieron marcados por la sequía. La primera la
localizamos en octubre de 1780, acompañada de las enfermedades. Existe un
acuerdo del cabildo del 10 de agosto de 1781 destinado a conducir a la Virgen
de Guápulo a la catedral, principal advocación frente al clima adverso; sin
embargo, no se especifica el motivo65. De lo que sí tenemos constancia es que
se oró a la Virgen de la Merced debido a una prolongada sequía66. Los impac-
tos de la erupción de la fisura del Laki entre junio de 1783 y febrero de 1784,
así como las modificaciones que en la circulación atmosférica supuso en los
años siguientes son bien conocidas para el Hemisferio Norte. Para el caso del
Hemisferio Sur y la línea ecuatorial, las aportaciones concernientes a su autén-
tica incidencia son todavía escasas67. Más ruegos frente a la esterilidad en Quito
los hallamos en los últimos días de enero 178368. Las lluvias persistentes, por su
parte, las encontramos en junio y agosto de 1784, estas generaron daños en los
cultivos69. La realidad pluviométrica de copiosas lluvias en la capital se repitió
en julio de 1785. Como resultado, el periodo de 1783-1785 estuvo marcado
por una escasez previa a la epidemia de sarampión de 1785. Nos encontra-
mos con la infección más relevante de la centuria. Sus meses más mortales
fueron los de septiembre y agosto, con más de 2.000 personas fallecidas en la
capital. Aproximadamente murió una décima parte de sus 25.000 habitantes70.
Poblaciones como Latacunga, Ambato y Pelileo igualmente sufrieron sus con-
secuencias71. Como en la crisis de finales del siglo xvii, el clima adverso y las
epidemias se dieron la mano. La segunda mitad de los ochenta no fue positiva
en Ecuador, pues estuvo definida por la inestabilidad atmosférica. En la capi-
tal faltó el agua en enero y febrero de 1787, pero fue excesiva en agosto. Este
decenio se cerró con un lluvioso mes en julio de 178972.
En la década postrera encontramos algunos episodios secos en Quito y
solamente uno de exceso hídrico. Las precipitaciones fueron excesivas en julio
de 179073. La sequedad regresó en el bienio de 1792-1793. En el primer año,
en el mes de febrero unida a las infecciones. González Suárez incluye una
procesión de rogativa propuesta por el cabildo a mediados de año ante una

65. Ibídem: 20-X-1780 y 10-VIII-1781.


66. Proaño, 1993: 92.
67. Trigo, Vaquero y Stothers, 99, 2010: 535-546.
68. Minchom, 2007: 133 y nota 383.
69. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1782-1786: 10-VIII-1781.
70. Minchom, 2007: 133, notas 388 y 389, y 135.
71. Alchon, 2002: 105-107.
72. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1787-1791: 3-VII-1789.
73. Ibídem: 6-VII-1790.

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Clima y desastre en Quito (Ecuador) durante la Pequeña Edad del Hielo: 1640-1800

larga sequía. Este dato lo incorpora dentro de la anécdota del obispo Calama
de participar con penitencias. En el segundo año, en el mes de octubre acom-
pañada de las heladas74. La última noticia acerca de la esterilidad la debemos
ubicar en febrero de 1797, mes en que se produjo un devastador terremoto en
la Serranía de Ecuador75.

REFLEXIÓN FINAL
La primera cuestión que salta a la vista es que los episodios atmosféricos
adversos coincidieron con frases frías de la Pequeña Edad del Hielo en sen-
tido amplio. El riesgo biológico también fue relevante, pues las enfermedades
fueron frecuentes en ambos periodos y las plagas agrícolas, por su parte, en la
etapa más dura del Mínimo de Maunder. Las erupciones volcánicas igualmente
tuvieron un peso importante y los años siguientes estuvieron definidos por el
clima adverso.
A pesar de los numerosos episodios del clima extremo durante las pulsa-
ciones frías de la Pequeña Edad del Hielo, las consecuencias que tuvieron en
Quito dentro de su abastecimiento fueron relativas. Los periodos con recolec-
ciones por debajo de un año regular fueron bastantes. La escasez y el hambre
llegaron a aparecer en el territorio de la Serranía de Ecuador, pero la capital
soportó la mayoría de veces estos inconvenientes. Las lluvias en las fases cer-
canas a la recolección fueron las responsables de las mayores preocupaciones.
No obstante, en la mayor parte de los casos la sequedad había hecho acto de
presencia en los años previos. Por lo tanto, encontramos un importante peso
de los efectos acumulativos de la meteorología adversa en la aparición de difi-
cultades de surtimiento de grano.
Hasta la crisis de los noventa del siglo xvii solamente se tomaron medidas
para el abasto en marzo 1654 tras dos malos ciclos agrícolas. La respuesta dada
por el cabildo para combatir esta realidad fue introducir una tasa a los granos
y vigilar a los acaparadores. En las complicaciones surgidas en las décadas de
los sesenta y ochenta ante las cortas cosechas, no localizamos ningún momento
de alto estrés en el cabildo ante una posible falta de grano.
En la catastrófica década postrera del siglo xvii, ampliable a buena parte
de América, las recolecciones fueron cortas ante la incesante sequedad, pero
en Quito no hubo una alarmante preocupación de suministro hasta la aparición
de las lluvias abundantes y la llegada del hongo de la roya en 1696. El primer
síntoma de escasez lo hallamos en la petición en junio del cabildo a la Real

74. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1792-1796: 10-II-1792 y 18-X-1793. González


Suárez, t. 5, 1901: 368.
75. AMHQ, Actas de cabildo transcritas 1797-1801: 3-II-1797.

111
Adrián García Torres

Audiencia de prohibir la extracción de cereal. Más claras fueron las decisiones


al año siguiente, pues nos encontramos con una auténtica política de emergencia
coordinada entre la administración local y la Real Audiencia. La propia cele-
bración de cabildos abiertos ya muestra que el contexto era crítico. Entre las
medidas tomadas en mayo debemos destacar el intento de no imponer una tasa
al grano para evitar las fugas de género. De mayor calado fueron las políticas
que se acordaron en septiembre tras la cosecha, pues se debieron regular los pre-
cios de las cargas de grano y el peso del pan. Soluciones similares se reclamaron
para otros territorios de la región interandina, otro síntoma de la gravedad del
momento. Por otro lado, se articularon los fondos económicos para la compra
de trigo, mediante caudales públicos y donaciones. Tras el terremoto de 1698,
regresaron los fantasmas del desabastecimiento con incrementos de los precios.
Sin embargo, no provocaron actuaciones por parte del cabildo.
En las primeras décadas del siglo xviii, las secuelas de lo ocurrido a fina-
les de la centuria anterior fueron palpables, coincidentes con la crisis que
Ecuador vivió hasta el fin del periodo colonial. A este contexto, se agregó la
persistencia intermitente de la roya y del clima adverso hasta la década de los
veinte. Complicaciones de abasto hallamos en 1706, con medidas para contro-
lar los precios desde la Real Audiencia y localizar el grano del que disponían
los hacendados. Realidad más compleja descubrimos en los años veinte. El
momento clave fue en 1724, cuando se reactivó el pleito de los censos y se
requirieron facilidades para los cobros mediante vales de los hacendados. Por
último, en estas décadas se muestra cómo empezaron las tensiones sociales en
Quito y los diferentes intentos de las élites locales de sortear pagos ordenados
por la Corona.
Tras la calma atmosférica de las décadas de 1730-1750, el resto de decenios
de la centuria estuvo marcado por un importante deterioro de las condiciones
atmosféricas desde fines de los sesenta. En cuanto al abastecimiento debemos
destacar 1775, con respuestas locales para combatir la especulación de los
hacendados frente a la carestía existente. Aunque en el periodo de 1783-1785
llegó a aparecer una escasez previa a la epidemia de sarampión, no localizamos
políticas de parte de las autoridades civiles para facilitar el alimento. Ahora
bien, de esa cronología solamente se conservan las actas capitulares de 1784.

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114
UNA ARQUITECTURA DEL FRÍO EN
LA PEQUEÑA EDAD DEL HIELO (PEH).
LOS POZOS DE NIEVE DEL SURESTE
PENINSULAR HISPANO

Rafael Gil Bautista


IES Mare Nostrum (Torrevieja, Alicante)

1. INTRODUCCIÓN
La construcción de los pozos de nieve estuvo íntimamente vinculada al medio
físico donde se ubicaban. La orografía y la climatología fueron determinantes
para elegir su emplazamiento, pues la recogida y almacenamiento de la nieve
requería de una altitud mínima que garantizase, hasta donde fuera posible, que
en los meses invernales cayeran esas precipitaciones con cierta frecuencia.
Pero, ya que vamos a hablar sobre estas construcciones, lo primero es la
gran variedad de términos que aluden directa o indirectamente a ellas. Así,
encontramos los términos«casas de nieve», que además cuentan con una doble
interpretación, pues en determinadas ocasiones equivalían tanto a los propios
pozos (así se mantuvo esa nomenclatura en Baleares o durante la primera mitad
del siglo xvii en la ciudad de Murcia), como a los habitáculos que se construían
cerca de los pozos para resguardo de personas y almacén de pertrechos; también
«pozos de hielo»,«cavas», pou de glaç o pou de gel, en gran parte del territorio
valenciano y Cataluña, «neveros», «neveras», neveiras (en tierras gallegas),
elurzulos si los visitamos en el País Vasco, ventisqueros, que asimismo se
pueden explicar como el lugar en zonas altas de las montañas donde se acu-
mulaba la nieve de forma natural o por acción del hombre.
En cuanto al ámbito territorial y al tramo cronológico de este estudio,
nos centraremos en el sureste peninsular, aproximadamente desde el cabo de
la Nao hasta el cabo de Gata, y abarcará de manera esencial los siglos xvii y
xviii, coincidiendo en gran medida con la Pequeña Edad del Hielo (en adelante
Rafael Gil Bautista

PEH). No obstante, en el transcurso de estas páginas se van a citar territorios


colindantes, como la parte meridional de Albacete, sobre todo cuando este
recurso tan importante falte y sea forzoso acudir a otros lugares para su abasto.

2. REFERENCIAS HISTÓRICAS EN LA ANTIGÜEDAD Y LA EDAD


MEDIA
El hecho de recoger la nieve y almacenarla en forma sólida para luego utilizarla
en los meses más calurosos, se conoce desde tiempos remotos, ya que se empleó
habitualmente desde la Antigüedad, no sólo en el mundo occidental o en el
oriental, sino también en las entonces tierras ignotas del continente americano.
Muchos de los autores que nos han precedido en este asunto citan a sabios y
eruditos clásicos sobre el uso de la nieve y el hielo, aunque aquellos tuvieran
pareceres diferentes de los beneficios en la salud1. El listado es muy amplio,
desde Hipócrates, Séneca, Marcial, Plutarco, Plinio El Viejo hasta Dioscórides
o Galeno dejaron constancia de cómo se unían ciencia y técnica en el uso para
enfriar y conservar alimentos, para tomar bebidas frías o para aliviar dolencias
en tratamientos médicos.
Respecto al uso en la América precolonial, y aun de manera sucinta, debe-
mos recordar que los mexicas recogían hielo desde las laderas de los volcanes
Iztaccíhuatl y Popocatépetl. Luego la transportaban en canoas cruzando los
lagos de Chalco y Amecameca, y ya en Tulyehualco, en las cercanías de la
capital, lo metían en unas zanjasy lo envolvían en zacate o rastrojo (equiva-
lente al esparto europeo) para la conservación de los bloques helados2. Estos se
raspaban para obtener fragmentos
más pequeños que se mezclaban
y endulzaban con miel de abeja,
tuna (higos de pala) o aguamiel
para ofrecerla a las clases socia-
les más altas, que eran las que se
lo podían permitir.
En la lejana China, apren-
dieron los europeos, a través del
mundo árabe y del relato de los
viajeros, cómo se mezclaba la
nieve de las montañas con fruta
Imagen n.º 1. Yakhchal en Yard, Persia/Irán. y miel, mientras que los califas

1. Capel Sáez, 1969: 76-89. Cruz Orozco, 2004: 201-221. Diéguez González, 2004: 99-112.
Vicedo Martínez y Ramírez Gosálvez, 2004: 17-19.
2. Silvestre, (2015). «Conos de sorpresas». El Universal, [consultado el 3 de marzo de 2019].

116
Una arquitectura del frío en la Pequeña Edad del Hielo (PEH). Los pozos de nieve del sureste peninsular…

de Bagdad lo hacían con el jugo


de frutas. Le dieron el nombre de
sharbah, que significa «trago»,
de donde proviene la palabra
«sorbete»3.
También en el Oriente
Próximo, en las tierras entonces
persas y hoy iraníes, se levantaron
yakhchales, literalmente «fosos
de hielo», como los que vemos
en las imágenes que acompaña-
Imagen n.º 2. Yakhchal de Mir-Fatan en
mos. Sus diseños arquitectónicos Malayer, Persia/Irán.
permitían conservar alimentos
aprovechando la refrigeración por
evaporación, al tiempo que producían y guardaban hielo para los días estivales4.
Durante la prolongada etapa medieval también se utilizaron cuevas, pozos
y refresqueras para almacenar con garantías alimentos durante el estío. Raro era
el cenobio que no contaba con esas reservas heladas para sus dos principales
fines: el terapéutico y el de la conservación de alimentos. Las del monasterio
cisterciense aragonés de Veruela o el impresionante nevero del monasterio de
San Andrés en la ciudad de Salamanca, bien podrían ser ejemplos entre otros
muchos conventos repartidos por todo el solar peninsular.

3. IMPORTANCIA SANITARIA Y PROVECHO ECONÓMICO


Con la llegada de los tiempos modernos se produjo una verdadera eclosión
en el uso del hielo, tanto desde el terreno teórico, con la aparición de libros
de médicos, botánicos o naturalistas que disertaban sobre la materia, como
desde las múltiples iniciativas municipales y particulares que hicieron que en
pocos años se levantasen un número significativo de pozos de nieve. Estamos
convencidos de que el contexto climático, como veremos más adelante, fue
determinante para ambas cuestiones.
Por otro lado, una vez que empezaron a ser rentables y dar algunos bene-
ficios, especialmente a los abastecedores que se obligaban a suministrar a
entidades religiosas y cabildos municipales, los impuestos de todo tipo, sobre
todo los estatales, también hicieron acto de presencia, aun con las polémicas y
dificultades en el cobro de tales arbitrios.

3. Ver: https://dle.rae.es/sorbete?m=form, [consultado el 16 de diciembre de 2019].


4. Planhol, 1995. Hosseini y Namazian, 2012: 223-234. No era el único diseño de estas edi-
licias, pues también los había subterráneos y al descubierto.

117
Rafael Gil Bautista

3.1. El interés médico-sanitario


La puesta en valor de la nieve como un recurso terapéutico en los tiempos
modernos quedó plasmada en diferentes obras de los siglos xvi, xvii y gran
parte de la centuria siguiente. Entre los autores más relevantes podemos desta-
car al médico e higienista setabense Francisco Franco, cuyo opúsculo Tratado
de la nieve y del uso de ella, siendo médico de cámara de Juan III de Portugal,
fue seguido más tarde por el doctor sevillano Nicolás B. Monardes y por el
catalán Francisco Micón5, cuyas portadas se acompañan.
Durante el Seiscientos esa misma preocupación sería retomada por el
sevillano Alonso González, quien ejercía sus labores asistenciales en la villa
cordobesa de Priego. En su obra quería rebatir algunas afirmaciones mantenidas
por su colega de profesión en Granada, Pedro de Párraga. En el fondo, era una
reflexión sobre la conveniencia y oportunidad de tomar el agua helada para
según qué tipo de paciente, dependiendo de su complexión, edad, etc. Se apre-
cia en ambos autores un enfoque como higienistas, eso sí, con alto contenido
moralista y apologético, cuando plantean la eficacia de utilizar las bebidas frías
en la cura de los enfermos6.
Igualmente, otro galeno erudito, Isaac (Fernando) Cardoso, de cuna por-
tuguesa y cristiano nuevo, quien también se preocupó por el vulcanismo y
fenómenos climáticos extremos, en 1637, publicaba un libro donde disertaba

Imagen n.º 3. Francisco Imagen n.º 4. Nicolás Imagen n.º 5. Francisco


Franco, Tractado de la nieve y Monardes, Libro que Micón, Alivio de sedientos,
uso de ella, Sevilla, 1569. trata de la nieve y de sus Barcelona,1576.
propiedades, Sevilla, 1574.

5. Franco, 1569. Monardes, 1574. Micón, 1574.


6. González, 1612.

118
Una arquitectura del frío en la Pequeña Edad del Hielo (PEH). Los pozos de nieve del sureste peninsular…

sobre la utilidad de beber frío y caliente, al tiempo que fijaba su posición sobre
la hidroterapia, valorando positivamente el agua como factor terapéutico de
mucho provecho, aunque bebiendo con prudencia las aguas frías7.
Obviamente, si este fue el interés sanitario que despertó el uso de la nieve
parala salud, lo primero que habría que hacer es encontrar la manera de tener
acceso, de forma continuada, a tan preciado bien. Por ello, en las últimas déca-
das del siglo xvi y primeros años del siglo xvii casi todas las urbes y villas de
cierto peso poblacional impulsaron iniciativas que les permitieran contar con
espacios donde recogerla y, más tarde, trasladarlas hasta los almacenes que las
distribuirían a toda la población.
Dentro del ámbito territorial que nos ocupa señalaremos, a modo de ejem-
plo, dos ciudades relevantes: Murcia y Cartagena. El primer documento que
alude directamente a ello lo hemos datado en la capital murciana en septiembre
de 15868. Allí el cabildo murciano se hacía eco de la opinión de sus médicos
que aprobaban «ser provechosa la nieve para la salud y mas en esta cibdad por
ser calurosa»9, para enviar de viaje a uno de sus regidores, Pedro de Balboa. La
finalidad del desplazamiento era clara, que «baya a Valencia e otras partes, para
que traiga un hombre que sepa hazer una casa de nieve en la Sierra Espuña»10.
No obstante, el interés por emplear la nieve en Murcia ya venía de tiempo
atrás. Lo decimos porque en enero de 1583, entre la documentación consul-
tada de Lorca, hemos constatado una petición del concejo lorquino en el que
mandaron un regidor, el capitán Alonso del Castillo, para que este enviase un
caballero de sierra «a la parte de Espuña a ber en las partes del termino desta
çiudad si se han hecho algunas cuevas para recoger nieve por parte de la cibdad
de Murcia»11. Aunque su preocupación principal era saber si habían traspasado
sus mojones jurisdiccionales , a nosotros nos ha sido de utilidad en este asunto.
Respecto al origen de los pozos cartageneros habrá que esperar a los albores
del Seiscientos, en concreto al verano de 160112. Entonces el cabildo municipal
decidió que se hiciera una casa de nieve. La argumentación se apoyaba en:
los rigores del clima, por «los escesivos calores que hace»; los beneficios que
reportaba a la salud, pues «excusa y quita muchos achaques»; y, añadían, que

7. Cardoso, 1637.
8. Archivo Municipal de Murcia (en adelante AMMU), Actas Capitulares (AC), 203, f. 56, Acta
de 27-09-1586.
9. Ídem.
10. Ídem.
11. Archivo Municipal de Lorca (en adelante AMLO), Actas Capitulares (AC), 218, Acta de
22-01-1583.
12. Archivo Municipal de Cartagena (en adelante AMCT), Actas Capitulares (AC), 39, f. 32.
Acta de 21-07-1601.

119
Rafael Gil Bautista

la ciudad podría prestar un mejor servicio «por ser marytima, donde acuden
muchos principes y señores y gente de calidad que carecen de este regalo y
bien». La idea era recoger en invierno la nieve caída y durante los meses esti-
vales venderla a precios moderados entre el vecindario.
Para tal fin, pensaban que los lugares más apropiados sería ubicar dicha casa
en los términos de Totana o de Alhama. De hecho, tan solo dos meses después,
en septiembre se recibía una carta de la villa totanera en la que se pedía que se
hiciera la diligencia y petición como correspondía, antes de iniciar las obras13.

3.2. Su importancia económica y fiscal


Cuando se hizo habitual su consumo, muchas miradas se posaron en la renta-
bilidad que podía ofrecer este recurso. Y lo hicieron desde diferentes ámbitos,
pues tanto los particulares que se lo podían permitir, como los cabildos munici-
pales, algunas instituciones religiosas y el propio Estado, a través de arbitrios,
vislumbraron beneficios en el comercio de la nieve. Sin embargo, no siempre
fue un negocio tan redondo, sobre todo, por depender de los factores climáticos
y de las reiteradas crisis de subsistencias14.
En este sentido, se pusieron en marcha una serie de iniciativas, tanto en
tiempo de los Austrias como de los Borbones, en forma de reales cédulas e
instrucciones que regularizasen su comercio, cuyo fin era recaudar fondos para
las siempre necesitadas arcas estatales. Entre las normativas legales emitidas,
aconsejamos la lectura de la Real Cédula firmada el 9 de noviembre de 1683,
que aunque va referida a las condiciones pactadas con la familia Xarquies,
verdadera acaparadora de los contratados en casi toda Castilla para el siglo
xvii, se puede extrapolar a todo el reino15. En ella, no solo cita cédulas prece-
dentes, sino que también recuerda otros aspectos relevantes, como la emitida
en diciembre de 1631, que afectaba particularmente al estamento eclesiástico16.
Conviene recordar que este tributo sobre la nieve y el hielo era una rega-
lía, que posteriormente se incluiría en las llamadas siete rentillas (junto a los
naipes, el azogue, el azufre o la pólvora) y que consistía en abonar una cantidad
pactada a cambio de autorizar su comercialización. Así, en la cédula de 1683

13. AMCT, AC, 39, f. 39v, Acta de 22-09-1601.


14. AMMU, AC, 327, f.150v, Acta de 06-07-1709. Así ocurrió, por ejemplo, en el verano de
1709, cuando una corta cosecha y la consiguiente falta de cereales encareció el coste de la
cebada y de los portes, lo que repercutió en el precio de la nieve.
15. Biblioteca Nacional. Biblioteca digital hispánica. Cédula sobre la cobranza de un quinto para
la Real Hacienda en la venta de hielo y nieve, 4 hojas impresas, sign. U/9435(14). Disponible
en: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000079760&page=1, [consultada el 24-10-2019].
16. Las cuatro Reales Cédulas de las que hablamos se firmaron el 21-08-1607, 10-04-1608,
04-12-1631 y la mencionada de 09-11-1683, aunque el papel timbrado sea de 1689.

120
Una arquitectura del frío en la Pequeña Edad del Hielo (PEH). Los pozos de nieve del sureste peninsular…

antes citada, se establecía el quinto que recibiría la Hacienda en una cantidad


anual de 2.000 ducados anuales, a pagar en los quince años que durase el con-
trato que entonces firmaban, por recoger la nieve de pozos y ventisqueros de
las cinco leguas alrededor de la Corte.

Cuadro n.º 1. Cuenta de la nieve del año 1685 en Murcia


Concepto Maravedís Reales Observaciones
6.420 @, a 8 mrs.
Quinto de la nieve 1.284.000 37.764,7
la libra
Gravaba 2 mrs. en
Millón de la nieve 321.000 8.502
cada libra
Cuadrillas de 30-90
Gastos de encerrar la nieve 344.632 10.136
hombres
Aderezar los pozos y limpiar prados 41.751 1.228 Se hacía anualmente
Por salario de esa
Administrador y venta de nieve 37.400 1.100
persona
4 rs. diarios durante
Pagar a 2 hombres por cortar y pesar 40.800 1.400
5 meses
1 f. de trigo, 6 l. de
Guardia y custodia de los pozos 74.800 2.200 aceite y 6 l. de sebo
+ 77 ó 110 rs. al mes
Pagados a arrieros y
Portes de las 6.420 arrobas a Murcia 272.850 8.025
carreteros
Alquiler de la casa
Pagar al arrendador de la casa 18.700 550
en Murcia
No especifica
Alcabala y otros gastos 74.800 2.200
cantidad exacta
Por ir a S.ª Espuña a
Gastos de los regidores y jurados 37.400 1.100
informar

Fuente: Archivos Históricos de la Región de Murcia. Proyecto Carmesí. Archivo Municipal de


Murcia. Actas de 12-02-1686 y de 19-02-1686. Elaboración propia.

En nuestro caso, hemos elegido un año cercano a esa fecha, el de 1685 en la


ciudad de Murcia. Como vemos en la tabla adjunta, no solo consta lo tributado
por los conceptos de quinto y millón de nieve, sino también otros apuntes con
los gastos que iban asociados a esta actividad17. Así, el servicio del millón de
nieve, que se instauró mediado el siglo xvii, con el fin de sanear las cuentas
de las arcas estatales, quedó fijado en 2 maravedíes. por cada libra de nieve

17. AMMU, AC, 304, fs. 32v-33r y fs. 39-40r, Actas de 12-02-1686 y 19-02-1686.

121
Rafael Gil Bautista

vendida. Al abonarse de forma conjunta, en gran parte de ese siglo y durante


todo el siglo xviii, es frecuente ver apuntes únicos del «quinto y millón de
nieve».
A la vista están los muchos gastos y personas que trabajaban en todo lo
relacionado con la recogida y distribución de la nieve. Aunque por problemas
de espacio no podemos ofrecer una explicación más detallada, pensamos que lo
aquí reflejado permite tener una visión global de lo que suponía este negocio.
Además, advertimos de que hemos expresado el importe tanto en maravedíes
(mrs.) como en reales (rs.), para facilitar su lectura, pues en varias ocasiones
las notas del escribano empleaban unas monedas u otras sin excesivo rigor18.
Por otro lado, al margen de la tabla, queremos recordar brevemente que
la nieve guarda una gran relación con otros asuntos de interés. Así, se podrían
analizar tanto los contratos con los arrendadores que se obligaban a abastecer a
los concejos, con más de un pleito por incumplimientos, como quiénes eran los
individuos que presentaban sus posturas para tal suministro y las fianzas que
debían presentar o, incluso, el dinero que se ingresa por vender vino y aguas
«compuestas» en las casas/almacenes/talleres que se dedicaban a la venta del
hielo, con más de un rifirrafe con el cabildo eclesiástico, en el caso de Murcia19.
Cabe añadir que surgieron y se potenciaron oficios que hasta entonces
habían pasados casi desapercibidos, como los alojeros y los botilleros, nuestros
heladeros actuales. Ellos también dependían de este avío para la elaboración
de sus productos. Si se presentaban, como se presentaron, momentos en que la
ciudad no podía proveerles de este recurso, tuvieron que abastecerse fuera20.
Además, también les saldría competencia desleal, pues algunos «valencianos»
vendían por las calles horchatas y bebidas refrescantes, incluso a mejor precio,
y perjudicaban a quienes pagaban sus impuestos21.
De otros usos tiempo tendremos de profundizar, pero al menos aquí los
vamos a enunciar: la refacción en forma de nieve al estamento eclesiástico
secular, bien directamente o en metálico; la entrega de cantidades de hielo
a conventos y hospitales en forma de limosnas, especialmente en casos de

18. Recordamos que 1 ducado equivalía a 11 rs. de vellón (vn.) y que cada real eran 34 mrs.
Observarán que la conversión entre mrs. y rs. no siempre refleja un cambio exacto, ante esa
disparidad numérica, hemos respetado lo que el escribano dejó asentado en el acta.
19. A MMU, AC, 322, fs. 50-52, Actas de 08-05-1704 y 10-05-1704. El arrendador de la nieve se
quejaba del cabildo eclesiástico, pues aquellos no podían vender nieve al público. El asunto
terminó ante el Real Consejo de Castilla, quien ordenó, en julio, que no se comerciase nieve
en el taller religioso, acta de 15-07-1704, f. 95.
20. AMMU, AC, 401, f. 190 y ss., Acta de 24-07-1784. En ese momento se comunicaba a los
botilleros que a partir del 1 de agosto no se les podría entregar nieve alguna, pues se reser-
varía para los enfermos.
21. AMMU, AC, 402, f. 79v-80r, Acta de 09-04-1785.

122
Una arquitectura del frío en la Pequeña Edad del Hielo (PEH). Los pozos de nieve del sureste peninsular…

contagios y enfermedades; la gratificación con alguna carga de hielo a des-


tacados miembros de la nobleza, como lo hizo la capital pimentonera con la
duquesa de Maqueda en 1602 o su empleo en la alimentación y la restauración,
con esas refresqueras de corcho que adornan los bodegones dieciochescos.

4. APOGEO CONSTRUCTIVO DE ESTAS ARQUITECTURAS DEL


FRÍO Y LA PEH
Unas páginas más arriba indicábamos que no fue fruto del azar el impulso
constructor de estas modestas arquitecturas del frío. En este sentido, quizás más
que nunca, historia y clima van cogidos de la mano. La que hoy denominamos
Pequeña Edad del Hielo (en adelante PEH) fue un período frío, tras un tramo
caluroso que se conoció como óptimo climático medieval, como se puede
apreciar en el gráfico que aportamos. Fue un largo proceso de enfriamiento que
se extendió durante cinco siglos, empezando en el siglo xiv y prolongándose
hasta bien avanzado el siglo decimonónico. Obviamente, al tratarse de un espa-
cio temporal tan amplio tuvo una gran variabilidad en la climatología y en su
extensión geográfica, pues no en todas las regiones tuvo la misma incidencia22.

Imagen n.º 6. Anomalías de temperaturas históricas reconstruidas

Fuente: Alberola Romá: 2014: p. 58. Elaboración propia

A lo largo de esos siglos se conocieron tres mínimos, donde las tempera-


turas tuvieron un descenso ligeramente más acusado: el primero se iniciaría a

22. Alberola Romá: 2014: p. 44. Olcina Cantos. Martín Vide: 1999.

123
Rafael Gil Bautista

mitad del siglo xvii y se extendería hasta 1715, que es conocido como Mínimo
de Maunder; el segundo ocuparía el último tercio del siglo xviii, aproximada-
mente desde 1770 hasta 1800; y el último abarcaría los años centrales del siglo
xix, el tramo de 1820-1860.
Nosotros vamos a focalizar nuestra atención precisamente en ese Mínimo
de Maunder, en memoria del prestigioso astrónomo británico que estudió las
manchas solares y el ciclo magnético solar. Él fue quien afirmó que durante el
período de 1645 a 1715 se había producido un lapsus sin esas manchas solares,
lo que originó un enfriamiento del clima, con importantes precipitaciones en
forma de nieve.
Y lo vamos a hacer para ese tramo temporal, apoyándonos en el estudio
de las actas municipales de Murcia, ya que en ellas encontramos una informa-
ción muy detallada de las incidencias climatológicas y, específicamente, de las
nevadas caídas en Sierra Espuña.

Cuadro n.º 2. Nieve caída en Sierra Espuña entre 1641-1720


1641 1642** 1643* 1644 1645 1646 1647 1648 1649 1650
1651 1652 1653 1654 1655* 1656 1657 1658 1659 1660
1661 1662 1663 1664 1665 1666** 1667 1668 1669 1670
1671* 1672* 1673 1674 1675 1676 1677 1678 1679 1680**
1681 1682 1683** 1684 1685 1686 1687 1688 1689 1690
1691 1692 1693*** 1694 1695 1696 1697 1698 1699 1700
1701 1702 1703 1704 1705 1706 1707 1708 1709* 1710
1711 1712 1713 1714** 1715*** 1716 1717 1718 1719 1720**

Leyenda: ()Nevó; ()*nevada importante; ()**varias nevadas; ()***nevadas copiosas


Fuente: Archivo Municipal de Murcia. Proyecto Carmesí. Elaboración propia

A la vista del cuadro que adjuntamos, aunque incorporamos una leyenda


explicativa, haremos alguna precisión. En primer lugar, que el tramo crono-
lógico elegido lo hemos ampliado desde 1641 a 1720, para que se tenga un
panorama más completo. En segundo término, que si importante es constatar
los años en que nevó, también habría que detallar en qué fechas se produjeron
esas precipitaciones, pues cuanto más cercanas al verano mejor se cubría la
necesidad. Además, conviene poner de relieve los años en que no cayó ninguna
nieve o la cantidad recogida fue tan escasa que se tuvieron que proveer de

124
Una arquitectura del frío en la Pequeña Edad del Hielo (PEH). Los pozos de nieve del sureste peninsular…

otros lugares23. Lo decimos porque no sólo se puede apreciar la dificultad en el


aprovisionamiento o la carestía que supuso el llevarla hasta la capital murciana,
sino también, de paso, puede ser de ayuda para saber si había nevado en las
sierras más cercanas.
En ese sentido, el cuadro n.º 3 también es esclarecedor de lo que argu-
mentamos, además de que nos permite comprobar cuáles fueron los años más
acuciantes para tan importante suministro. De hecho, hay algunos momentos
como ocurrió en 1655, 1686, 1699 o en 1710 y 1711, donde los arrieros tuvieron
que traer la nieve desde lugares muy diversos y recorrer bastantes leguas, con
las mermas consiguientes por deshielo, hasta alcanzar finalmente los almacenes
murcianos24.

Cuadro n.º 3. Lugares que abastecieron de nieve a Murcia entre 1641-1720


Agres 1686 Mula 1699
Albacete 1651 Murcia, cab.º eclesiástico 1649,1711
Alcaraz 1655, 1669, 1677 Orihuela, S.ª Espuña 1659, 1684, 1689
Alicante 1621, 1651 Peñas de San Pedro 1708, 1711
Baza 1710 Puebla Don Fadrique 1710
Bocairente 1686 S.ª de Mariola 1686
Caravaca 1710 S.ª de la Serrella 1677
Cartagena, S.ª Espuña 1655, 1668, 1674 S.ª de Nerpio 1710
Caudete 1649,1686 S.ª María 1708
Chinchilla, Corral Rubio 1655 S.ª Nevada 1708, 1710, 1711
Huéscar 1669 S.ª Segura; Pinar Negro 1659, 1677; 1708
Ibi 1669 Totana 1699, 1708
Lorca 1677 Vélez Blanco 1677
Montealegre 1655 Villena 1684
Moratalla 1628, 1671 Yeste 1635, 1719
Fuente: Actas Municipales de Murcia. Proyecto Carmesí. Elaboración propia.

23. Archivo Municipal de Caravaca de la Cruz, (en adelante AMCA), Libro 25.5, AC del año
1686, f. 38v, Acta de 06-05-1686. Sirva de ejemplo, cómo en la primavera de ese año,
también en Caravaca advertían de que no había nieve en Sierra Espuña, por lo que pedían
escribir a Segura de la Sierra, para traerla de las torcas de dicha villa, como ya habían hecho
en otras veces.
24. AMMU, AC, 305, f. 241, Acta de 30-08-1687. El concejo de Murcia le recordaba al arrenda-
dor que tuviera cuidado a la hora de hacer las cargas, para que no se desperdiciase la nieve
por los arrieros.

125
Rafael Gil Bautista

En tercer lugar, añadiremos que en esas mismas fechas la situación se


repitió en la ciudad de Lorca. Así, en la primavera de 1655, tras comprobar
que no había nieve en Sierra Espuña el concejo decidió enviar a un comisario
a Moratalla o a cualquier parte donde la hubiere para poder abastecerse25. Algo
muy similar acaeció en marzo de 1686, entonces tuvieron que recurrir a la villa
granadina de Cúllar para aprovisionarse26.
Aunque la situación más dura se dio en el fatídico 1711. La localidad
lorquina estaba en condiciones críticas, con serios problemas sanitarios de
contagios por tercianas, no había llovido y se hacían rogativas para recibir el
rocío celestial y, por si fuera poco, no tenían hielo para auxiliar a los enfermos.
Tuvieron que solicitar ayuda al administrador del reino de Granada para que
les permitiera abastecerse en las villas andaluzas más cercanas, como Vélez,
María, Huéscar o Baza. Al final consiguieron un contrato para que en verano
les remitieran 800 arrobas desde Baza, eso sí, enviando antes una fianza que
garantizase lo acordado. Mientras tanto, también hicieron pesquisas en Huéscar
para acopiarla en la sierra de La Sagra, allí recogieron alguna porción, aunque
en julio advertían que unas fuertes lluvias habían deshecho casi toda la nieve,
por lo que se dirigieron al abastecedor del pozo de Vélez Blanco para que les
socorriese27.

5. EL TRANSPORTE Y VENTA DEL HIELO


Un asunto estrechamente unido a todo lo anterior fue el transporte hasta las
nevaterías, que eran los almacenes/talleres que todas las ciudades tenían para
el reparto y venta del hielo. Para algunas localidades, por encontrarse inme-
diatas a los pozos, esto no suponía mayor problema. Así, en la zona murciana
las villas de Mula, Totana, Aledo, Cieza28 o Yecla tenían relativamente cerca el
lugar donde surtirse29. Algo muy similar ocurría en tierras del sur valenciano,
donde municipios como Agres, Alcoy, Castalla, Ibi, Jijona o Biar contaban con

25. AMLO, Caja 1655.02, AC, año de 1655, s/f., Acta de 13-03-1655.
26. AMLO, Caja 1662.02, AC, año 1685, s/f., Acta de 27-04-1686.
27. AMLO, Caja 1671, AC, año 1711, s/f., Actas de 14-02-1711; 10-03-1711; 17-03-1711;
21-04.1711; 29-04-1711 y de 09-07-1711. Esta situación epidemiológica se extendió amplia-
mente por todo el sureste peninsular durante 1710 y 1711, las actas consultadas de Caravaca,
Cieza, Murcia o Alicante así lo ratifican. Sobre las epidemias citadas, ver: Alberola Romá:
1985, 127-140, o la tesis doctoral de Bueno Vergara: 2014.
28. Archivo Municipal de Cieza (en adelante AMCI), leg. 6, n.º 3, f. 21v., Acta de 06-06-1710.
Aunque Cieza se surtía de la Sierra del Oro, en 1710 para garantizar el hielo en momentos
de contagios envió emisarios a Moratalla, que a su vez la recogía de las torcas de Nerpio,
para garantizar ese acopio.
29. Archivo Municipal de Yecla (AMY), Libro 1.º de Actas Capitulares, año de 1714, f. 17, Acta
de 13-08-1714. Algo muy similar ocurrió en Yecla en 1714, cuando envió al mayordomo

126
Una arquitectura del frío en la Pequeña Edad del Hielo (PEH). Los pozos de nieve del sureste peninsular…

estos depósitos a muy corta distancia, incluso dentro de su casco urbano30. Sin
embargo, los grandes núcleos de población, donde se concentraba una mayor
demanda de este producto, caso de Játiva, Alicante, Elche, Orihuela, Murcia,
Cartagena o Lorca, tuvieron que afrontar la carestía que suponía los portes
hasta sus almacenes.
Indudablemente el precio del envío estaba influido por la distancia a reco-
rrer, las condiciones climáticas y las dificultades orográficas31. Pero también
existían otros factores que los podían encarecer, sobre todo en momentos de
extrema necesidad, como cuando hubo que salvaguardar la salud del vecin-
dario, aunque los precios se incrementaran notablemente. Sirva de muestra lo
que sucedió en 1733 en Cieza. A las puertas del verano, ante una población
mal alimentada por las cortas cosechas y con un elevado número de enfermos,
hubo que traer la nieve de Sierra Seca, más de 14 leguas de viaje, incluso de
Caravaca32.
Ya que hemos mencionado Ibi, queremos incidir en que fue el municipio
alicantino que contó con un mayor número de pozos de nieve, diez en total33.
Su ubicación geográfica entre las Sierras del Maigmó, el Carrascal de la Font
Roja y Mariola justifican tal proliferación de cavas. El botánico Cavanilles,
a finales del Setecientos, nos dejó algunas reflexiones sobre tan industriosa
villa34. Anotaba que, en invierno, cuando no son necesarios tantos brazos para
las tareas agrícolas, muchos vecinos se dedicaban a recoger la nieve, encerrarla
en pozos y conservarla para luego venderla a Alicante, Elche, Alcoy y otros
pueblos comarcanos. Lo que ocupaba a un gran número de hombres y caballe-
rías, a la vez que suponían unos ingresos significativos a sus vecinos.
Para concretar lo que decimos, explicaremos brevemente lo sucedido en
1777, año de desabastecimiento en Murcia. En abril, ante los escasos copos
caídos en Espuña, ya advertían que lo encerrado en los pozos no cubriría la
demanda de todo el año. Se hicieron pesquisas para el surtido y en un principio
descartaron Alcoy e Ibi por estar más lejanos. Por medio de un presbítero de
Caudete supieron que en el nevero de la Cofradía de Ánimas de aquella villa

del concejo a Ibi para ajustar 300 arrobas para ese año, incluso para garantizar los envíos
en los cinco siguientes.
30. Segura Martí: 1985, 4.
31. Alberola Romá; 2019, pp. 130-140. Quien en el capítulo «El negocio que surgió del frío:
recogida y comercialización de la nieve», hace unas acertadas reflexiones sobre el tema.
32. AMCI, leg. 8, n.º1, s/f., Acta de 08-05-1733 y 18-06-1733. En mayo de1733, se abastecieron
de una pequeña cantidad gracias a un vecino de Caravaca, pero en junio tuvieron que ir a
buscarla a Sierra Seca, en la comarca de Huéscar. El precio de venta era de seis cuartos de
mrs., pero para que la gente más humilde pudiera acceder a ella se vendió a mitad de precio.
33. Vicedo Martínez. Ramírez Gosálvez: 2004, 233-310.
34. Cavanilles, 1795-1797, II, 80. Alberola Romá, 2014, 135.

127
Rafael Gil Bautista

podían conseguir nieve a un precio más moderado. En mayo, pactaron que a pie
de pozo la arroba costaría 8 cuartos, pero la conducción hasta la capital tendría
que gestionarse al margen35. El trato con los arrieros se tuvo que fraccionar,
primero la llevarían hasta Yecla y una vez allí los arrieros de Alhama, que eran
los que habitualmente la acarreaban desde Espuña, se encargarían de conducirla
hasta los puntos de venta en Murcia36. En total se calculaba que se le añadirían
otros 26 cuartos por el transporte. Pero, lo fundamental eran las pérdidas que
se estaban produciendo, pues la mitad se deshacía por el camino. Por lo que,
en junio, la nieve que tradicionalmente costaba en los talleres 2 cuartos hubo
que subirla hasta los 3 cuartos37.
A final de julio, ya no quedaba más nieve que traer desde Caudete, por lo
que hubo que terminar de apurar la que restaba en Espuña. Esto hizo que en
agosto se replanteasen acudir a Ibi y Alcoy. Desde esta villa les escriben para
decirles que don Joaquín Escalt tenía un pozo con 55 palmos disponibles para
la venta. Sopesaron entonces traerla desde allí, incluso compartir gastos con
el cabildo eclesiástico, que también la necesitaba, pero finalmente cerraron el
contrato con Ibi por entender las condiciones eran más ventajosas. Las capi-
tulaciones se firmaron con Bartolomé y Luis Rico, además de Pascual Pérez
de Rico, aunque éste con alguna clausula particular38. Todos los pozos estaban
en manos de una compañía de Alicante, que exigió que no se firmase con nin-
guna otra persona el acarreo de la nieve, comprometiéndose a ayudar en las
gestiones del paso de las carretas por Orihuela, por si allí le reclamaban algún
impuesto añadido.
En septiembre se estampaban las firmas, el contrato les vincularía hasta
que nevase en Sierra Espuña, pero aclaraban que, si esto no sucedía, ellos se
comprometían solo hasta el 31 de diciembre39. Los precios eran idénticos a
los de Caudete en los umbrales de los pozos y se podrían surtir de cualquier
nevero del término, pero el problema residía en que durante los dos días que se
invertían en su traslado se perdía la mitad del envío. No obstante, al no tener
otro punto de abastecimiento, la contrata se mantuvo hasta que, finalmente, en
diciembre nevó en Espuña y se alivió la situación para los murcianos.

35. Una arroba equivalía a 11, 5 kg aprox., mientras que una la libra pesaba 460 g.
36. AMMU, AC, 395, f. 104v-105, Acta de 24-05-1777. Cada arroba llevada de Caudete a Yecla
costaba 5 cuartos y medio.
37. Las nevaterías en Murcia tuvieron varias ubicaciones, como la plaza de San Bartolomé o
la antigua aduana, pero las más importantes fueron las de las calles Trapería y Bodegones.
38. AMMU, AC, 395, f. 231, Acta de 07-09-1777. Pascual Pérez solo quedaba obligado de su
pozo y de una parte del pozo llamado Descals.
39. A
 MMU, AC, 395, f. 302, Acta de 04-10-1777. En ella consta una contraoferta de otro vecino
de Ibi, José Moltó Rico, que lo haría a menor precio y se comprometía hasta marzo de 1778,
pero la ciudad lo rechazó por la cláusula de exclusividad firmada.

128
Una arquitectura del frío en la Pequeña Edad del Hielo (PEH). Los pozos de nieve del sureste peninsular…

Por todo lo anterior, parece clara la importancia que se le debía conceder a


la preparación y embalaje de la carga, forrando con paja, serones de esparto y
costales las barras de hielo, en los mismos umbrales de los pozos. Una vez bien
sujetas y aseguradas a las mulas y caballerías, a la caída de la tarde, comenza-
ban a bajar del monte, haciendo gran parte del trayecto de noche. Cuando el
terreno llaneaba, ya se podía pasar la carga a carretas, de mayor capacidad y
rapidez, que las terminaban de acercar a los almacenes, aunque muchos arrieros
preferían terminar el itinerario ellos mismos hasta el final. Desde luego, era
este un esfuerzo enorme para los animales y las personas40.
En el caso de Murcia, al tener que recorrer más de 40 km desde Espuña,
en torno a 10 leguas de la época, había un punto intermedio de avituallamiento
y/o cambio de animales, en la pedanía de Barqueros. Esas nevaterías, muchas
de ellas alquiladas, requerían su mantenimiento y reparos antes de su apertura,
normalmente el primer día de mayo. Un buen ejemplo lo encontramos, entre
otros muchos, en abril de 1730, cuando desde el cabildo proponían «tener for-
mados los caxones para custodiar y conservar la nieve en los almazenes, y benta
pormenor, componer la mesa, poner el palo y manilla para la romana y peso,
azer acopio para la perola del agua fría»41. Recordemos, que allí también se
vendía vino y aguas refrescantes, cuestión polémica por invadir otros negocios.

6. UNA TIPOLOGÍA PRIMORDIALMENTE FUNCIONAL


En el diseño de los pozos estudiados siempre se antepusieron los criterios de
utilidad sobre otros aspectos estéticos, aunque algunos de ellos, sin alejarse de
su funcionalidad, supieron otorgarle a la robustez de sus estructuras un toque
de cierta elegancia. De manera sucinta, las características que comparten la
mayoría de ellos son las siguientes:
– El emplazamiento. Aunque unos pocos se sitúan en los 400 msnm, al
menos 2/3 partes se instalan por encima de los 1.000 msnm, lo que les garantiza
unas temperaturas más adecuadas para su conservación. Además, se construían
buscando la orientación norte, la umbría, para que así durase más tiempo el
hielo.
– Planta y alzado. Los que conocemos, casi todos en estado ruinoso, tienen
planta circular en su base. Salvo alguna excepción que pensaron en la forma

40. AMCA, S-1, L 44, f. 173, Acta de 17-12-1777. En la postura para el abasto de nieve que
presentaba el caravaqueño Juan Martínez Montejano, se insistía en no sobrecargar a los
animales «con más carga que la regular».
41. AMMU, AC, 348, f. 48v., Acta de 24-04-1730.

129
Rafael Gil Bautista

rectangular, el diseño cilíndrico es el predominante42. Su base se trazaba lige-


ramente inclinada y con un orificio lateral que le sirviera de desagüe.
Las gruesas paredes se forraban con piedra seca y/o argamasa, que se enlu-
cían con mortero de cal y arena, lo que ayudaba a evitar filtraciones y contribuía
a un mejor asilamiento. Este vaso de la nevera, que llegaba normalmente a ras
de suelo, enlazaba con un recio muro circular, que funcionaba de base de la
cubierta. En él se horadaban vanos para el acceso de personas y aperos, además
de introducir la nieve y sacar el hielo.
– La techumbre que cubría el pozo apeaba sobre este recio anillo, distribu-
yendo su peso de forma más equitativa. En ocasiones se levantaron nervios de
piedra como soportes, pero lo más habitual fue el uso de largueros de madera.
Los plementos se cerraban entrelazando todo con unos maderos más delgados.
Unas veces se cubrían con ladrillos y tejas, otras simplemente con ramas, monte
bajo y esparto (atocha).
Imagen n.º 7. Dibujo representativo de un
– El exterior también se cui-
pozo de nieve daba. Se ponía esmero en su
limpieza y se aplanaba para hacer
más fácil y cómodo el acceso.
También para que la nieve reco-
gida fuera lo más limpia de
impurezas. En ocasiones se empe-
draba como si de una era se tratara,
se les denominaba prados o rasos.
– Lo habitual era que en las
inmediaciones se edificase una
casa albergue que cumplía varias
funciones: resguardo para el per-
sonal que custodiaba los pozos,
recoger las herramientas y per-
trechos que se requerían o dar
cobijo provisional a las personas
que subían a los trabajos en caso
de arreciar la lluvia o la nevada.
– Finalmente, como vemos en
Fuente: Divulgameteo.es. Elaboración, Carmen este dibujo, la nieve se compac-
G. Huedo taba con pisones en capas de unos

42. Por ejemplo, en la Zanja de la Nieve de Elda, se optó por el diseño rectangular. En el Pou del
Carrascar, Castalla, o en la Cava Arquejada, Agres, la forma exterior es hexagonal, aunque
la base sea circular.

130
Una arquitectura del frío en la Pequeña Edad del Hielo (PEH). Los pozos de nieve del sureste peninsular…

30 cm, que se separaban de la siguiente empleando paja, ramas y esparto, de tal


forma que al extraerla se pudiera cortar en bloques manejables. Para sacarlas
al exterior se usaban poleas y carruchas.

7. LOS POZOS DE NIEVE DEL SURESTE PENINSULAR


Tras explicar su tipología, de manera sucinta, vamos a situar dónde se cons-
truyeron, advirtiendo que territorialmente algunas villas y ciudades tenían
unos términos jurisdiccionales distintos a los actuales. Además, por desgracia
muchas de estas edilicias han desaparecido al caer en desuso o presentan un
estado muy deficiente de conservación, lo que dificulta la asignación con plenas
garantías de su emplazamiento.
Para ello presentamos el mapa adjunto, donde aparecen los sistemas mon-
tañosos más significativos. Los primeros siete corresponden actualmente a la
provincia de Alicante, donde destacan muy por encima del resto la Sierra de
Aitana, en la que se construyeron una veintena larga de cavas y ventisqueros.
Le siguen los que se levantaron en la Sierra de Mariola, con al menos trece
de estas arquitecturas, eso sí, en ambos casos todos emplazados por encima
de los 1.000 msnm. Igualmente destacan las construcciones ubicadas en las
sierras de la Serrella, Maigmó o la Carrasqueta, con algunos de los neveros
mejor conservados.
Los que ocupan el territorio murciano, aunque parecen estar más espaciados
territorialmente, una gran parte se concentran en Sierra Espuña, donde hemos
localizado 30 de los 43 neveros analizados, lo que significa un 70 % de estas
arquitecturas se agrupan en dicha sierra. Cierto es que hoy la imagen que tene-
mos de este espacio es muy diferente a cuando estaban en plena explotación,
pues el abandono de la actividad y las reforestaciones posteriores han alterado
sustancialmente el paisaje.
Eso sí, advertimos que algunos pozos que hoy figuran adscritos a una
localidad concreta, pertenecieron a propietarios que geográficamente no corres-
ponden a la región murciana. Es el caso de la ciudad alicantina de Orihuela,
que tenía su principal avituallamiento en Espuña. Algo similar ocurre con la
también villa alicantina de Cox, que tenía en la Sierra de la Pila, en el Morrón de
los Pozos, dos neveros pertenecientes al convento de los Carmelitas Calzados
de dicha localidad, según consta en las respuestas generales del Catastro de
Ensenada, septiembre de 175543, aunque en el diccionario de Madoz, mediado
el siglo xix, ya estaban inscritos en Fortuna44.

43. Gobierno de España. Ministerio de Cultura y Deporte. PARES. PORTAL DE ARCHIVOS


ESPAÑOLES. AGS_CE_RG_L463_524.jpg, [Consultado el 31-03-2020].
44. Gil Meseguer. Gómez Espín, 1987: 633-646.

131
Rafael Gil Bautista

Imagen n.º 8. Mapa de los principales sistemas montañosos del sureste peninsular

Fuente: Atlas Gráfico de España Aguilar. Elaboración propia.

Sumémosle los pozos del oriente andaluz, los más cercanos a la Región de
Murcia, sobre todo, los ubicados en la Sierras de los Vélez y María, al igual que
los aportes de hielo de Sierra Nevada, que en momentos puntuales supusieron
un enorme alivio para las principales ciudades colindantes45. Sin ir más lejos
desde Huéscar se acarreó nieve en 1669, 1723, 1733, 1749, 1780 hacia Murcia,
aunque la relación más intensa con dicha capital fue durante los años de 1721
a 1727 con Vélez Blanco. De igual modo, que las cercanas Sierras de Alcaraz
y de Cazorla-Segura, con el hielo de sus neveras socorrieron en más de una
oportunidad a localidades vecinas46.

45. A
 MLO, AC, 1701-01, s/f, Acta de 06-03-1781. Ante la falta nieve, Lorca se aprovisionó
de un pozo existente en María. También se repitió en 1800, cuando incluso se plantearon
construir un pozo de nieve en Vélez Blanco, «por ser casi seguro el nevar todos los años»,
Acta de 19-04-1800.
46. AMCA, AC, S1-L30, año de 1724, f. 16, Acta de 18-04-1724; inicialmente se habían surtido
de nieve en la Puebla de don Fadrique, pero en julio el corregidor de Murcia les embargó el
pedido y plantearon ir a Cazorla, distante 22 leguas, para acarrearla. Desde Caravaca se les

132
Una arquitectura del frío en la Pequeña Edad del Hielo (PEH). Los pozos de nieve del sureste peninsular…

Imagen n.º 9. Sección, planta y fotografía de un pozo de Cartagena, Sierra Espuña,


Murcia

Fuente: Plan Director de los Pozos de la Nieve de Sierra Espuña, anexo III. Foto: el autor.

Otro aspecto a considerar es sobre quiénes fueron sus propietarios, pues


hubo cambios de manos a lo largo de todo el período estudiado. Así, por ejem-
plo, dentro de los que constan como murcianos, siendo la mayoría del concejo
de la ciudad, no se incluye el pozo que el cabildo catedralicio tuvo al menos
desde 1664, incluso se construyeron un segundo depósito níveo a comienzos
del Setecientos, pero tras muchos litigios se les ordenó demolerlo en 170847. Es
más, el ayuntamiento de Murcia puso a la venta en 1716 uno de los pozos que
tenía en Espuña, El Collao, para costear los gastos del pozo que iba a edificar
en la sierra de Carrascoy48. Quien lo adquirió fue el abastecedor en aquellos
momentos, José Perea, pero unos años después, la ciudad reconsideró su pos-
tura, quiso recuperarlo y entró en pleito con su viuda, doña Águeda de Sola,
pues había fallecido el dicho Perea. Finalmente, en otoño de 1729, aquella
nevera de hielo se reintegró a la capital murciana49.
Abundando en quiénes fueron los dueños de estas arquitecturas del frío,
señalaremos los que estuvieron bajo el control del estamento eclesiástico. Así,

insistió en que la buscasen en la Puebla y Nerpio, para no quedar sin hielo ante las enferme-
dades que padecían. Acta de 28-07-1724, f. 35. 
47. AMMU, AC, 326, f.32r, Acta de 31-03-1708.
48. AMMU, AC, 334, f. 111v., Acta de 11-08-1716.
49. AMMU, AC, 347, f. 154, Acta de 22-11-1729.

133
Rafael Gil Bautista

el pozo de la villa de Alhama perteneció a la Cofradía de las Ánimas de su


parroquial, de igual manera y a la misma hermandad correspondió el nevero de
Yecla, en el noreste murciano. El hoy semienterrado depósito de Cehegín, era
de los propios de la Virgen de la Soledad, mientras que en la villa de Moratalla
quien lo gestionaba era la Pía Memoria del Santísimo Sacramento de dicha
localidad o, también, en el municipio de Mula, donde uno de ellos era propiedad
municipal, que desde muy antiguo recibía el título del «pozo del marqués de
los Vélez» y el otro pertenecía a la parroquia de San Miguel50. Y es que, a fin
de cuentas, además de satisfacer las necesidades propias de quienes componían
este estado o de cumplir una función sanitaria y asistencial hacia los cofrades,
la nieve era una fuente de ingresos a la que no renunció el clero.

8. REFLEXIONES FINALES
En esta aproximación nosotros le demos un enfoque primordialmente histó-
rico-climático, pero es innegable que este tema admite y requiere numerosos
perfiles de investigación y reflexión. Aceptando que fue la necesidad médica
la que impulso muchas de estas arquitecturas del frío, parece obvio que, tras su
construcción y puesta en marcha, los intereses económicos de todo tipo, muy
pronto aparecieron.
De igual modo, es evidente que si no se hubieran dado las condiciones
climáticas que se desarrollaron durante la PEH, estas iniciativas carecían de
sentido. Pues hemos visto como la distancia mermaba sustancialmente el
hielo durante su transporte y encarecía de forma notable el precio de venta.
Especialmente en el sureste peninsular, donde las villas y ciudades que acu-
mulaban mayor población estaban alejadas de los pozos donde se encerraba
la nieve.
Por último, reconocemos que han sido muchos los aspectos que nos han
ido surgiendo a medida que avanzábamos en la investigación y que tendrán que
estudiarse con mayor detalle: las penurias de los jornaleros que la recogían,
las dificultades que soportaron arrieros y transportistas, las obligaciones con-
tractuales de los encargados de su abasto, los que especularon en momentos de
escasez o los otros usos de las bebidas heladas… Aquí solamente han tenido
cabida unas breves notas, pero nos emplazamos para profundizar sobre esto
en breve.

50. Gutiérrez García, 2019.

134
Una arquitectura del frío en la Pequeña Edad del Hielo (PEH). Los pozos de nieve del sureste peninsular…

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postres-conos-sabores--103127.html, [consultado el 14-03-2020]
Vicedo, Martínez, Manuel, Ramírez Gosálvez, Jaime, Guía de los pozos de nieve
de la provincia de Alicante, Alicante, Diputación de Alicante, 2004.

136
IDEAS AMBIENTALES Y CLIMÁTICAS EN JUAN
FRANCISCO MASDEU Y JUAN HUARTE DE SAN
JUAN (UNA PERSPECTIVA RETROSPECTIVA)*

Cayetano Mas Galvañ


Universidad de Alicante

1. INTRODUCCIÓN
En los sucesivos proyectos de investigación sobre clima y desastres durante la
Edad Moderna, desarrollados por el grupo de investigación dirigido por el Dr.
Alberola Romá, ha venido ocupando un lugar central el estudio de las fuentes
existentes sobre dicha temática en el ámbito hispánico1.
No se ha tratado únicamente de captar los datos objetivos que dichos textos
pueden aportar. Ha importado también conocer los conceptos sobre el clima
que manejaban sus autores, la mayoría pertenecientes a los sectores cultos
(desde los humanistas a los científicos e ilustrados del Setecientos). Y ello
en un doble sentido: por un lado, obviamente como aproximación a la his-
toria de los conceptos climáticos; por otro lado, como vía para mostrar que
dichos conceptos formaron parte de marcos más amplios de comprensión de
la naturaleza e incluso de estructuración de la realidad. Estas vertientes de la
cuestión resultan de especial interés durante la Modernidad, en la medida en
que la amplia aceptación que tuvo en la época la denominada «teoría de los
climas» llevó a múltiples y diversos intentos de comprensión de la Naturaleza,
de los individuos y de las sociedades, a la luz de las influencias ejercidas por

* E  ste estudio forma parte del proyecto HAR2017-82810-P, incluido en el Plan Estatal de
Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia promovido por el Ministerio
de Ciencia, Innovación y Universidades (Gobierno de España), la Agencia Estatal de
Investigación y los Fondos FEDER.
1. Por su carácter sintético, destacaremos el trabajo de Alberola y Mas, 2016.
Cayetano Mas Galvañ

los factores ambientales2. Dicho de otro modo, los conceptos y las ideas sobre
el clima y el ambiente terminaron desempeñado un papel –relevante, aunque
variable– en no pocas construcciones discursivas contemporáneas sobre cues-
tiones culturales, ideológicas e incluso políticas.
Un elemento adicional motiva este trabajo: el representado por la escasez
de referencias en la bibliografía especializada –incluso reciente– a pensadores
del ámbito hispánico que llegaran a ocuparse de esta materia3. En el texto
que sigue, presentamos dos ejemplos destacados de autores españoles (pues
como tales se definieron, aunque ambos nacieron fuera del actual territorio
del Estado) que podemos encuadrar dentro de la teoría de los climas, pese a
sus diferentes perfiles: jesuita y literato el primero, Juan Francisco Masdeu;
médico y filósofo el segundo, Juan Huarte de San Juan. Fue Masdeu quien nos
remitió a Huarte, y por esa razón los consideraremos en orden retrospectivo
aunque el catalán floreció dos siglos después del navarro. Como quiera que
ya hemos dedicado a Masdeu un estudio específico4, será Huarte quien ahora
centre especialmente nuestra atención.

2. LA TEORÍA DE LOS CLIMAS EN EL SETECIENTOS: JUAN


FRANCISCO MASDEU.
Al exjesuita de origen catalán Juan Francisco Masdeu (Palermo, 1744-Valencia,
1817), podemos colocarlo sin dificultad entre quienes se afanaron en la cons-
trucción de la identidad nacional española. Como otros ignacianos españoles
expulsos en Italia, intervino en la polémica europea sobre el buen gusto estético,
refutando –con la publicación de su Historia crítica de España y de la cultura
española– las acusaciones contra los autores españoles vertidas en esta materia
por algunos de sus congéneres italianos. Se trata de una obra que no sólo se
convertiría en el gran proyecto de la vida de Masdeu, sino que por su magni-
tud quedó inconclusa: dispuesta esencialmente según un orden cronológico,
pese a publicarse veinte tomos entre 1781 y 1805 (los dos primeros también
en italiano), y dejar otros cinco manuscritos, no consiguió avanzar más allá
del siglo xi5.
Por lo que hace a nuestra perspectiva, la Historia crítica ofrece un rasgo
realmente singular: el de consagrar enteramente su primer tomo a un extenso

2. Glacken, 1996: 27-35.


3. Valga como ejemplo la obra de Mario Pinna (Pinna, 1988), que en su amplia revisión de la
cuestión soslaya cualquier aportación de los españoles. Entre las escasas excepciones, merecen
citarse los trabajos de Urteaga, 1997, y la más reciente aportación de Gil y Olcina, 2017.
4. Mas y Andreu [en prensa]. Alberola [en prensa].
5. Mas y Andreu [en prensa].

138
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

(270 páginas) «Discurso histórico-filosófico sobre el clima de España, el genio


y el ingenio de los españoles para la industria y literatura, su carácter político y
moral», o –de forma abreviada– «Discurso preliminar», tal como lo denominó
también el propio Masdeu6. Dejando al margen que ninguna otra obra histórica
de su tiempo dedica semejante espacio a la cuestión, ni que tampoco el autor
fue congruente con su propio planteamiento (pues apenas lo aplicó en el resto
de los volúmenes de la Historia crítica), el «Discurso preliminar» es quizá el
mejor exponente de la utilización de la teoría de los climas entre los escritores
dieciochescos hispánicos. La razón que explica la existencia de esta pieza no es
otra que el nacionalismo exaltado y fogoso del que hizo gala el abate catalán,
aplicado a la afirmación y fundamentación –dentro de los límites que presenta
en la época el vocablo «nación» y sus derivados– de la identidad nacional espa-
ñola: una prueba más de hasta qué punto la teoría de los climas servía a fines
muy distintos a los que en principio su nombre podría hacernos pensar. Y aun
así, la de Masdeu no deja de ser una posición defensiva y reivindicativa, adop-
tada como respuesta a los que considera como ataques infundados recibidos
desde Europa, también en lo que se refiere al clima como posible determinante
de caracteres y conductas sociales. En efecto, según el abate catalán, lo habitual
era que los «vituperios» de los extranjeros contra España comenzasen, bien
«infamando el clima [y pintando] un país horriblemente áspero y silvestre, esté-
ril e infecundo por naturaleza», bien «reconociendo la feracidad del terreno, y
confesando la bondad del ayre, [pero representando] a los habitantes perezosos
y descuidados, a guisa de salvages negligentes»; más aún, de la combinación de
la «perversidad» del clima y la desidia de los naturales, concluyen tales autores
«como efecto necesario, que [los españoles] son inhábiles para la industria e
incapaces de buen gusto en los estudios».7 Además, la respuesta que da a estos
ataques viene determinada por otra condición necesaria: como clérigo católico
que es –máxime formado en la escuela moral jesuítica–, Masdeu adopta una
posición plenamente respetuosa con la doctrina del libre albedrío.
Al fundamentar su propia posición, el abate catalán es sin duda consciente
de lo artificioso que puede llegar a resultar el debate sobre estas cuestiones.
Las necesidades de su discurso –y la posición de los extranjeros respecto de
sus propios países– le llevan a hablar de la existencia de un clima «nacional»;
pero de inmediato reconoce que si este tiene algún rasgo definitorio en el caso
ibérico (pues aquí incluye también a Portugal), es precisamente el de su diver-
sidad. Paralelamente, hemos de indicar que el concepto de clima que utiliza

6. Masdeu, 1783. La obra había comenzado a publicarse en italiano en 1781 (Foligno, imp.
Pompeo Campana).
7. Ibid.: 1.

139
Cayetano Mas Galvañ

Masdeu no es aún exactamente el actual (geográfico, de base estadística). En su


texto podemos encontrar, por supuesto, usos en el sentido clásico (como banda
longitudinal comprendida entre dos paralelos que recibe los rayos del sol bajo
una misma inclinación, o clima)8; pero lo cierto es que en su concepto el clima
se extiende más allá de lo puramente geográfico, e incluye «no solo el ayre
(que es lo principal) sino el agua, la tierra y los alimentos».9 En opinión de R.
Mantelli, el clima en Masdeu resulta no sólo de la impregnación del aire por
las cualidades de la tierra y el agua, sino que los tres factores, por separado o
conjuntamente, son «clima».10 Por su parte, Urteaga –en su excelente estudio
sobre estos particulares– también mencionó esta idea del clima manejada por
Masdeu,11 aunque no entró en su detalle, poniéndola en correspondencia con
el pensamiento médico ambientalista –de raíz hipocrática– predominante en el
momento, así como con el modelo planteado por Buffon en su Historia natural
(1749), que hace a todo hombre, a un tiempo, hijo de la tierra (lo que plantea
la necesidad de describir el hábitat y los alimentos que se consumen) y de las
costumbres y modos de vida. En la cadena de Buffon, los alimentos dependen
de la temperatura y del suelo; y el modo de vida, del clima y de la dieta. No
extraña que en un país como España, Masdeu resalte además el papel de las
aguas, necesarias para que un clima pueda también ser calificado como fértil12.
El «Discurso preliminar» consta de cinco capítulos, cuya disposición nos
permite hacernos una idea de las coordenadas en las que se movía el abate. Los
dos primeros son los destinados específicamente al clima de España: el inicial
(«Idea del clima de España») está consagrado a la descripción de dicho clima
(incluyendo no sólo la naturaleza del aire, sino también las plantas, los anima-
les y las producciones de la tierra)13; el segundo («Idea filosófica del ingenio
humano y del influxo del clima sobre el ingenio. Se desciende al examen parti-
cular del ingenio Español») va dedicado a describir la influencia del clima sobre
los individuos, donde «explicando filosóficamente la verdadera naturaleza del
genio y del ingenio, buscaré con exactitud quánto y en qué modo el clima de
España pueda influir en los Naturales».14 Los restantes tres capítulos examinan
el «genio» de los españoles en los principales ramos económicos (III)15 y la

8. Pinna, 1988: 17-27.


9. Masdeu, 1783: 59.
10. Mantelli, 1987: 367-368.
11. Urteaga, 1997: 9 y 41.
12. Masdeu, 1783: 12.
13. Ibid.: 3-45.
14. Ibid.: 46-70.
15. Ibid.: 70-184.

140
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

literatura (IV),16 para cerrar con un último capítulo (V) dedicado a proporcionar
una «Idea del carácter político y moral de los Españoles».17
Lo cierto es que el el tono apologético domina la obra y la conduce a un
terreno plagado de tópicos carentes de novedad y sin conexión con algo míni-
mamente parecido a una descripción científica de la realidad. Así, como modo
de superar la contradicción señalada entre unidad y diversidad climática, plan-
tea la idea de la existencia de una «simetría» (una especie de compensación de
extremos, al estilo de la teoría de los humores) en la distribución de los recursos
y los «temperamentos», lo que le permite afirmar el carácter esencialmente tem-
plado del clima español, «con alguna inclinación más al calor que al frío»18. En
realidad, se trataba de una conclusión fijada a priori: era necesario demostrar
que España poseía un clima moderado y benigno, porque ese es el más ade-
cuado para la salud física y –sobre todo– moral de los individuos. Masdeu no
afirma que tal clima sea una manifestación de la voluntad divina por favorecer
a nuestro país –como hicieron los británicos respecto del suyo19–, pero sí que:
«El clima templado de España […] produce hombres amantísimos de la
industria, hombres de sumo ingenio para las ciencias y para las bellas letras,
hombres de un carácter excelente para la sociedad, en quienes las virtudes
exceden en número a los vicios»20.
Y es que, sin duda, el principal interés de Masdeu –como el de la mayoría
de quienes se adhirieron a la teoría de los climas– se centraba en resolver la
cuestión de su influjo, tanto sobre los individuos como sobre las comunidades
sociales («culturas»); utilizando sus propios términos, el abate catalán preten-
día demostrar hasta qué punto el clima determinaba el «ingenio»21. Tal era,
en su opinión, una cuestión clave no resuelta ni aun por «la filosofía de estos
tiempos».22 Para ofrecer su propia solución al problema, Masdeu plantea –en
el capítulo II– un esquema en dos partes. En la primera, recurre a comparar las
posiciones de los tres autores más significativos que, a su juicio, se han ocupado
del asunto; esto es, el español Benito Jerónimo Feijoo, el francés Jean Baptiste
Du Bos y el italiano Girolamo Tiraboschi. Los dos primeros encarnaban las

16. Ibid.: 184-239.


17. Ibid.: 239-270.
18. Ibid.: 269.
19. Golinski, 2007: 56-61.
20. Masdeu, 1783: 270.
21. Autoridades, t. IV, 1734: «Ingenio. Facultad o potencia en el hombre, con que sutilmente
discurre o inventa trazas, modos, machinas y artificios, o razones y argumentos, o percibe y
aprehende fácilmente las ciencias».
22. Masdeu, 1783: 46.

141
Cayetano Mas Galvañ

posiciones extremas (que directamente consideraba viciosas); mientras que el


tercero representaría la más «natural» y equidistante. En la segunda parte, sobre
la base de dichas referencias, expone su propia postura.
Feijoo23, aunque reconoce las diferencias de carácter físico y en las «cali-
dades del ánimo» existentes entre los naturales de los distintos países, rechaza
la creencia de que el genio (entendiendo como tal el intelecto de los habitantes,
así como su capacidad para desarrollar las artes y las ciencias) varíe de unas
naciones a otras a causa del clima. En consecuencia, el sagaz benedictino niega
la existencia de naciones «estúpidas» o «bárbaras» por el solo hecho de estar
sujetas a un determinado clima, y afirma que –al contrario– cualquiera puede
desarrollar su ingenio de la misma manera que el resto de los pueblos. Es la de
Feijoo, por tanto, una posición claramente antideterminista. Por su parte, Du
Bos24 –que en aquel momento constituía un verdadero referente en la mate-
ria– representaría el extremo contrario. A juicio del francés, las características
climáticas de cada país influyen en sus habitantes –especialmente en los niños–,
primero, formando su carácter y, después, su fisionomía; es decir, si el clima
–como le parece obvio– es capaz de producir diferencias en la estatura, la com-
plexión, el color o –incluso– la voz de los habitantes de dos países distintos, es
porque estas diferencias aún son mayores en sus características morales. Por
tanto –y a diferencia de Feijoo– Du Bos valora el genio como una más de estas
características, determinada por el clima de la misma manera que las restantes.
La consecuencia es que cada país sí tendría un «carácter general» que vendría
dado por el clima; de hecho, lo considera como único factor determinante en
la diferenciación entre naciones. Masdeu resume la posición de Du Bos en las
siguientes palabras:
«el francés pretende que las vicisitudes de letras, experimentadas en diferentes
tiempos y naciones, dependen del cielo u del ayre, como de causa principalí-
sima, reduciendo los progresos de las artes y ciencias, como sus decadencias,
al influxo del clima; porque aunque reconoce alguna actividad sobre ellas en
las causas morales y en las mutaciones humanas, sin embargo, como establece,
que las causas físicas dan el movimiento a las morales, concluye últimamente
atribuyendo toda la acción a la temperie y a las causas físicas»25.

23. Feijoo, 1777, I: 325-398 «Defensa de las mujeres». Feijoo, 1779, II: 299-321 «Mapa inte-
lectual y cotejo de Naciones»
24. Du Bos, 1719. Sin embargo, no se trata de un determinismo sin límites, pues Du Bos no
sólo plantea la posibilidad de que se produzca una adaptación a nuevos territorios en el caso
de individuos o grupos desplazados (sobre todo a largo plazo), sino que incluso el clima
varíe con el tiempo.
25. Masdeu, 1783: 47.

142
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

Como señalaba Masdeu, «tomando un rumbo medio y más natural»26, se


encontraba el tercero de los autores citados. Tiraboschi27, también exjesuita,
fue precisamente uno de los causantes de la salida a la palestra historiográfica
de Masdeu, como responsable de alguna de las mencionadas afrentas sobre la
influencia negativa de los españoles en el buen gusto. Pero en su Storia della
letteratura italiana, Tiraboschi intervino en la cuestión de la influencia del
clima, intentando explicar las causas de la decadencia de la ciencia. Según se
lee en la disertación preliminar del segundo tomo de su obra, no cree hallar-
las –por juzgarlas insuficientes– en razones políticas (la munificencia de los
gobernantes, la naturaleza del gobierno, el libertinaje público o, incluso, la
invasión de los pueblos bárbaros). De ahí que se adentre a analizar la opinión
que incidía en las causas físicas y se detenga en Du Bos, en quien encuentra
algunas ideas que considera falsas. Aunque coincide con el francés en que
el clima hace incapaces de desarrollar la ciencia a algunos pueblos, o en que
también sería la causa de que los habitantes de un mismo país fueran propensos
a desarrollar unas disciplinas y ser ineptos en otras, Tiraboschi muestra su dis-
crepancia en múltiples aspectos. Así se puede apreciar en la explicación sobre la
decadencia o el desarrollo del ingenio y de las artes, que el italiano ve ante todo
condicionado por la influencia de maestros y modelos anteriores (concediendo
así peso al factor histórico); también admite la existencia de variaciones en el
clima, pero niega la existencia de alteraciones instantáneas o generacionales en
el desarrollo de las artes y las ciencias; niega igualmente que el florecimiento
de estas se produzca por causas meramente físicas, pues resultaría imposible
que todas las disciplinas se desarrollasen al mismo tiempo… De este modo,
Tiraboschi entiende que el clima es capaz de predisponer al desarrollo cultural
o limitar su avance, pero las causas de dichos cambios no pueden descansar
sólo en razones climáticas –al menos, no directamente–.
En una de tantas paradojas propias del discurso de Masdeu, y como resul-
tado de su inveterada tendencia al eclecticismo, reconocerá que la de Tiraboschi
–pese a las cuentas pendientes que tenía con él en otros terrenos– sería la
posición más adecuada, pues «deriva las vicisitudes literarias de las diversas
combinaciones de causas físicas y morales». No obstante, le parece que apenas
dejó esbozado el razonamiento, sin obtener todas las consecuencias. De modo
que desde el punto de partida propuesto por Tiraboschi, Masdeu pasa a expre-
sar su propia posición, que hace girar en torno al concepto de «ingenio», del
que piensa que ningún autor había propuesto una idea concreta y bien definida

26. Ibid.: 47
27. Tiraboschi, 1795.

143
Cayetano Mas Galvañ

(«determinada»).28 Inspirándose básicamente en Cicerón, Masdeu defiende


que una correcta aproximación debe presentar al ingenio como la suma de la
potencia inteligente, más las organizaciones proporcionadas del cuerpo («com-
plexión»), unidas a un cierto genio o inclinación natural del ánimo.29 En otras
palabras, el ingenio humano resulta de una combinación de inteligencia, facul-
tades físicas y morales (genio); pero deben darse también la voluntad de usarlo
y los medios y circunstancias que permitan y ayuden a emplearlo.
De la aplicación de estas premisas a la cuestión de la influencia del clima
sobre los individuos y las naciones, Masdeu deduce que, en lo respectivo a la
inteligencia, ni existen naciones estúpidas, ni ello podría deberse al clima.30
La capacidad intelectual –afirma– se encuentra vigorosamente en todos los
climas,31 aunque estos puedan dar a la mente una mayor inclinación y facilidad
para progresar en algún arte o ciencia «pero no es capaz de producir en la mente
de un pueblo una igual aptitud universal para todas las cosas, ni de extinguir en
ella [la nación] la potencia [intelectual] para todo».32 Cosa que implica necesa-
riamente la aceptación de la existencia de distintos temperamentos nacionales.
Este planteamiento, que le permite distinguir entre dos planos (el colectivo o
nacional, y el individual), lo aplica al analizar los dos siguientes componentes
del ingenio, aceptando la influencia del clima en el primer plano, pero abriendo
un margen suficiente para reconocer la existencia de diferencias en el segundo
(entre los individuos). En la complexión inciden el aire y los alimentos: una
prueba de ello, es que –a su juicio– se puede afirmar que se daba la misma
complexión en los iberos que en los españoles contemporáneos, aunque fueran
pueblos diferentes,33 lo que le permite considerar a ambos –en definitiva– como
poseedores de una misma identidad, sostenida precisamente por el clima:
«Las inumerables [sic] naciones que han ocupado o freqüentado la España, con
el ingerto de calidades estrangeras, han alterado a veces, más no extinguido el
carácter nacional de la complexión Ibera».34
En cuanto al tercer componente del ingenio (el genio), también podemos dife-
renciar el ámbito nacional del personal:35 difiere entre individuos, pero cada

28. Masdeu, 1783: 47.


29. Ibid.: 48.
30. Ibid.: 50.
31. Ibid.: 54.
32. Ibid.: 54.
33. Ibid.: 55.
34. Ibid.: 55.
35. Ibid.: 57.

144
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

acción responde a un «carácter [nacional] dominante».36 El clima, por tanto,


sería la causa principal de estas diferencias nacionales, entendiendo por clima
–como dijimos– no sólo el aire (principal elemento), sino el agua, la tierra y los
alimentos,37 todos elementos que hacen una impresión notable en los órganos
y en toda la máquina del hombre:
«comunicándole, o este o aquel temperamento, dándole una u otra composi-
ción de humores, haciéndole de este modo más ágil o más pesado, más fogoso
o más frío, más agudo o más grosero, más ameno o más serio, de ingenio más
despierto o más tardo, más o menos vivo o penetrante».38
Estas cualidades, remata, se reciben con la propia respiración («el respirar
continuo») y con los alimentos, lo que da como verdad conocida por los físicos
antiguos y aún más los modernos39.
En cuanto a los medios («proporción») de obrar y de «constituir una
nación culta, industriosa y literata», Masdeu desgrana una serie de medidas
que podemos situar perfectamente en el abanico usual del denominado des-
potismo ilustrado: la protección del soberano y de los «grandes señores», la
tranquilidad pública, el buen gobierno, el equilibrio en el reparto de los bienes
(que permitan proporcionárselos a quienes quieran dedicarse al estudio, las
artes o el comercio), las universidades, academias y bibliotecas públicas bien
reguladas, los estímulos en forma de premios y honores para los más merito-
rios en las artes, las manufacturas y las ciencias…40 Pero los más importantes
medios, precisamente por su efecto en la cultura de las naciones, no respon-
den a criterios ordenancistas ni regulatorios. Cultivador de la historia civil y
secularizada propia de la Ilustración, Masdeu asigna ese papel transformador
tanto al comercio entre las naciones, como a la propia evolución histórica («las
vicisitudes de los Reinos e Imperios»)41.
El quinto y último elemento no está colocado en este lugar arbitrariamente,
sino precisamente para darle la máxima importancia y servir como colofón a
su razonamiento. Se trata, como no podía ser de otro modo, de la voluntad, sin
la cual ninguna de las anteriores potencias ni circunstancias, bien nacionales,
bien individuales, puede llevarse a efecto. No podíamos esperar otra cosa en
la pluma de Masdeu que una defensa a ultranza del libre albedrío humano.
El catalán lo afirma sin ambages. La voluntad puede estar sujeta a diversas

36. Ibid.: 58.


37. Ibid.: 58.
38. Ibid.: 59.
39. Ibid.: 59-60.
40. Ibid.: 60.
41. Ibid.: 60.

145
Cayetano Mas Galvañ

influencias físicas o morales (el clima, el estado físico y metal, o las circunstan-
cias externas) que podrán estimularla «pero en modo alguno forzarla a seguir
las propensiones del genio»42. De este modo, la voluntad no es «absolutamente
en ninguna manera acción del clima; porque la voluntad del hombre es del todo
libre, ni puede depender de las causas físicas en manera alguna, sino quedando
el livre alvedrio sin lesión»43.
En definitiva, la aceptación por Masdeu de la teoría de los climas es clara,
pero limitada y ecléctica. El clima tiene capacidad de influir sólo sobre la
complexión o el genio de las naciones, pero existen otros factores culturales o
morales (incluyendo los de carácter económico o político) que también están
presentes. Y en cuanto a los individuos, permanecen siempre iguales en inte-
ligencia y libres en cuanto a voluntad.
Es en el curso de sus disquisiciones sobre esta materia cuando el catalán trae
a colación a Juan Huarte de San Juan. Al exponer las posiciones de Feijoo, du
Bos y Tiraboschi sobre el ingenio (tal como él lo entiende), Masdeu menciona
también a tratadistas anteriores, tanto españoles como europeos, y menciona
al navarro entre ellos:
«Ni ellos, ni otros que les han precedido, como el Español Huarte, príncipe
en esta materia, Caimo, Imperiale, Zara, Mongitore, Morhosio y Barclayo, no
han propuesto idea alguna determinada del ingenio»44.
Así pues, tal vez para singularizar su propia aportación al concepto de ingenio,
Masdeu acusa de inconcreción a los que considera como sus predecesores,
aunque coloca a Huarte como primer y más excelente tratadista. El juicio se
torna claramente elogioso cuando se ocupa de la complexión y del arte de
mejorarla, asunto sobre el que dice «ha tratado egregiamente primero que todos
los modernos el célebre Físico-Médico Español Huarte»45, especialmente en el
capítulo XV, que es precisamente el dedicado a las cuestiones eugenésicas en
la primera edición de su obra, sobre la que se imprimió la versión italiana que
Masdeu maneja46. Pasemos, pues, a ocuparnos de Juan Huarte de San Juan.

42. Ibid.: 66.


43. Ibid.: 66.
44. Ibid.: 47.
45. Ibid.: 56
46. Las ediciones europeas del Examen tomaron como patrón la primera edición (Baeza, 1575).
La primera versión italiana fue impresa por Aldo Manuzio el joven (Venecia, 1582), aunque
Masdeu cita por la de Camilo Camilli, impresa en la misma ciudad en 1590 (Masdeu, 1783:
332). El referido capítulo XV del Examen («Donde se trae la manera cómo los padres han
de engendrar los hijos sabios y del ingenio que requieren las letras. Es capítulo notable»)
fue descompuesto en los capítulos comprendidos entre el XVII y el XXII de la edición
reformada de 1594.

146
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

3. JUAN HUARTE DE SAN JUAN Y EL EXAMEN DE INGENIOS


PARA LAS CIENCIAS (1575, 1594)
3.1. Perfil bio-bibliográfico y estructura general del Examen
Aunque Juan Huarte de San Juan y su Examen de ingenios para las ciencias
han sido objetos de numerosos estudios y ediciones, las noticias biográficas que
poseemos sobre él son escasas, incompletas e incluso contradictorias, comen-
zando por las dudas acerca de la correcta formulación de su propio nombre
(Juan de San Juan o Juan Huarte de San Juan)47. De origen navarro (nació en
1529, en San Juan del Pie del Puerto, como él mismo confiesa en la portada del
libro), pertenecía a una familia hidalga sobre cuyo origen converso se ha discu-
tido, aunque hoy esté descartado48. Siendo él niño, abandonaron el solar natal
para recalar en la andaluza ciudad de Baeza49. En el Colegio de la Santísima
Trinidad, que adquirió dimensión universitaria con la reforma impulsada por
Juan de Ávila en 1542, debió estudiar las primeras letras y licenciarse en Artes
(Filosofía). Sin duda, Huarte quedaría marcado por el programa educativo
de Ávila, y sería conocedor del ambiente humanista e incluso iluminista que
allí se respiraba; el paulinismo que se ha identificado en el Examen también
hallaría aquí sus raíces50. Durante los años que median entre 1553 y 1559 cursó
estudios de medicina en Alcalá de Henares, un centro en la línea del gale-
nismo «humanista», reformulado sobre los textos antiguos y su comparación
con las observaciones anatómicas, donde tuvo como maestros –entre otros– a
Hernando de Mena (en este caso, un galenista intransigente), a Francisco Vallés
y sobre todo a Cristóbal de Vega, un empirista cuya influencia sobre Huarte es
detectable en algún aspecto del Examen que en su momento comentaremos51.
A Alcalá, seguramente, debió el navarro su «naturalismo extremo», antitético
de la actitud ante el mundo natural compartida por erasmistas e iluministas52.
Ya graduado de bachiller, licenciado y doctor, residió seis años en Tarancón
(donde casó con doña Águeda de Velasco). Parece descartado que ejerciera su

47. Iriarte, 1948: 17-20. Serés, 1989: 13.


48. Como indica Garrabé de Lara, Américo Castro planteó la idea, que fue respaldada por
Caro Baroja. Del texto de Huarte (cuyo anagrama, por cierto, es JHS-J) podrían deducirse
indicios a favor y en contra. Arrizabalaga y Giordano, 146 (2020): 372-373 la descartan
por completo, pese a las manifiestas simpatías de Huarte por los judíos. Se ha llegado incluso
a conjeturar la posibilidad de una lectura calvinista del Examen, cosa que tampoco creemos
posible. Biurrun Lizarazu, 1996: 16-17. Casalini y Salvarani, 2010: 71.
49. Iriarte, 1948:17-27.
50. Arrizabalaga y Giordano, 146 (2020): 365.
51. Casalini y Salvarani, 2010: 72-73. Vid. Nota 205.
52. Arrizabalaga y Giordano, 146 (2020): 365.

147
Cayetano Mas Galvañ

profesión en Huesca y Granada, pero es seguro que lo hizo en su ciudad adop-


tiva (el municipio beaciense le contrató en 1571, por dos años; después fue, por
breve tiempo, médico del cabildo eclesiástico). En los años siguientes probó
fortuna en Madrid y Sigüenza, una de las denominadas universidades menores,
de la que llegó a ser catedrático aunque la falta de alumnos le hizo regresar a
Baeza en 1576, donde continuó con su ejercicio profesional. Se avecindó, no
obstante, en Linares, donde falleció hacia finales de 158853, dejando a sus hijos,
por sola herencia, los derechos sobre la venta de su única obra, el Examen de
ingenios, cuya redacción estaba terminada en 1574. La imprimió, a su propia
costa, en la misma Baeza (Juan de Montoya, 1575). El libro conoció un gran
éxito editorial, y pronto fue publicado en las principales lenguas europeas y
en latín54. Censurado por el Santo Oficio en el Índice de 1584, Huarte dejó
preparadas las correcciones de la segunda edición, publicada póstumamente
por su hijo Luis en 1594 y en la misma imprenta baezana55.
En opinión de su mejor editor moderno, Guillermo Serés, el navarro par-
ticipa del afán codificador y clasificatorio de los saberes propio del momento
en que la obra se edita, conceptuándolo como enciclopedista pre-barroco56. El
Examen se presenta con el propósito, esencialmente práctico, de «establecer una
ley» (positiva) que permitiese adecuar el ejercicio de los oficios a las aptitudes
de cada individuo:
«que el carpintero no hiciese obra tocante al oficio del labrador, ni el tejedor
del arquitecto, ni el jurisperito curase, ni el médico abogase; sino que cada
uno ejercitase sola aquel [sic] arte para la cual tenía talento natural, y dejase
las demás».57
Más aún, un «diputado de la república» (evidentemente un médico58, y no
sabemos si comenzando quizá por él mismo), especialmente designado al

53. Casalini y Salvarani, 2010: 73-74.


54. Serés, 1989: 110-122.
55. Ibid.: 111-114. Casalini y Salvarani, 2010: 75.
56. S erés, 1989: 59-61. Citaremos la obra de Huarte por esta edición; dada la distinta numeración
de los capítulos entre las ediciones de 1575 y 1594, cuando sea necesario la expresaremos
indicando el ordinal correspondiente a cada una de ellas, separado por una barra, en caracteres
romanos (V.gr., X/XII).
57. Huarte, 1989: 149 («Proemio a Felipe II»). Sobre el origen inmediato del Examen, Ynduráin
señala que la discusión sobre la regulación del comportamiento de los súbditos ya fue abor-
dada por Furió Ceriol, «es claro que a Huarte debieron encantarle las orejas esas palabras
en las que se confía a los buenos médicos la determinación profesional de las complisiones,
y la dependencia de los ingenios con la gobernación de la República». Ynduráin, LXXIX
(1999): 42.
58. Arrizabalaga y Giordano, 146 (2020): 364.

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Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

efecto, debería encargarse de que cada niño descubriese su ingenio «haciéndole


estudiar por fuerza la ciencia que le convenía, y no dejarlo a su elección»59.
Como indica el mismo editor, el libro posee una estructura que remeda
la del De Anima del Estagirita (aunque disienta de Aristóteles en múltiples
aspectos), y está dividido –formal y temáticamente– en dos grandes partes,
más tres digresiones (sobre el fuego, sobre la sal, y sobre el árbol vedado del
Paraíso). La primera parte abarca los primeros catorce capítulos de la edición
princeps de 1575 (dieciséis de la reformada de 1594). Constituye un tratado
sobre la naturaleza, siguiendo una doctrina enteramente basada en fundamentos
fisiológicos, y coincidente con el terreno de la physis clásica: en los primeros
capítulos expone su doctrina general, y a partir del VIII/X efectúa la aplicación
de estos principios, indicando el tipo de «artes y ciencias» al que debe aplicarse
cada ingenio. La segunda parte –la elogiada explícitamente por Masdeu– con-
tiene orientaciones de carácter eugenésico (basadas en principios biológicos,
dietéticos y de régimen de vida), y ocupa el capítulo XV de la edición princeps
(dividido en cuatro partes), que en la reformada se convierten en seis capítulos
(del XVII al XXII)60.

3.2. Naturaleza e ingenio en Huarte: una doctrina de base fisiológica


Por lo que hace al objeto del presente trabajo, Huarte maneja dos conceptos
fundamentales. El primero es su definición del concepto de naturaleza, que
expresa siguiendo la definición cristalizada por Galeno61. Así pues, al:
«temperamento de las cuatro calidades primeras (calor, frialdad, humi-
dad y sequedad) se ha de llamar naturaleza, porque de ésta nacen todas las

59. H uarte, 1989: 151. La misma expresión se repite en Ibid.: 247, cuando menciona que
Galeno «bien entendió que era necesario repartir las ciencias a los muchachos y dar a cada
uno la que pedía su habilidad natural, pues dijo que las repúblicas bien ordenadas habían
de tener hombres de gran prudencia y saber que, en la tierna edad, descubriesen a cada uno
su ingenio y solercia natural, para hacerle aprender el arte que le convenía y no dejarlo a su
elección», aunque (y esta sería la que Huarte juzga como su propia originalidad), el griego
«no atinó en particular a las diferencias de habilidad que tienen los hombres, ni a las ciencias
que cada una demanda en particular». Arrizabalaga y Giordano, 146 (2020): 364, fijan
en cuatro las cuestiones cruciales que pretendía abordar Huarte: qué hace a un varón hábil
para una disciplina (arte o ciencia) y no para otra; cuántos tipos diferentes de ingenios hay;
qué disciplinas se ajustan mejor a cada uno de ellos; y a través de qué signos era posible
conocer todo ello.
60. Serés, 1989: 43-47.
61. Pinna, 1988: 82.

149
Cayetano Mas Galvañ

habilidades del hombre, todas las virtudes y vicios, y esta gran variedad que
vemos de ingenios»62
En el mismo sentido, también asume la existencia de nueve «temperamen-
tos» individuales. Pero mientras la tradición médica clásica y humanística
habían insistido en que la salud se correspondía con un estado de equilibrio
físico-humoral, nuestro autor adopta una perspectiva diferente: a su juicio, el
equilibrio («conmoderación») de las calidades primeras «donde el calor no
excede a la frialdad, ni la humidad a la sequedad»63 resulta imposible, al menos
en los ocho primeros temperamentos (cuatro simples y cuatro compuestos)64,
a los que precisamente por eso califica como «destemplados». En consecuen-
cia –nos dice– todos sufrimos algún tipo, si no de enfermedad, al menos de
destemplanza65, y precisamente en ella residiría el origen de las diferencias
de juicio (y de carácter) observables en los individuos66. Ciertamente, la idea
de la enfermedad como desequilibrio no era ni mucho menos nueva, pues la
hallamos (con Alcmeón67) en el mismo inicio de la tradición hipocrática, pero
la reformulación efectuada por Huarte marcaría la ruptura del ideal humanístico
renacentista del hombre integral y armonioso68, y su sustitución por el concepto
del individuo tensionado y en desequilibrio característico del Barroco (con
la correspondiente definición de un modelo antitético y alternativo al de la
paideia clásica). De hecho, en Huarte el estado resultante no posee un sentido
enteramente negativo, sino más bien dinámico:
«Es de saber que nunca acontece enfermedad en el hombre que, debilitando
una potencia, por razón de ella no se fortifique la contraria o la que pide con-
trario temperamento […] Según la opinión de los médicos, en muchas obras
exceden los destemplados a los templados […] De manera que hay destem-
planza y enfermedad determinada para cierto género de sabiduría, y repugnante
para las demás; y, así, es necesario que el hombre sepa qué enfermedad es la
suya y qué destemplanza, y a qué ciencia responde en particular (que es el
tema de este libro); porque con ésta alcanzará la verdad y con las demás hará
juicios disparados.»69

62. Huarte, 1989: 244.


63. Ibid.: 169.
64. Glacken, 1996: 46-47. Serés, 1989: 573, nota 2.
65. Huarte, 1989: 170-172.
66. Ibid.: 173.
67. Glacken, 1996: 47. También Serés, 1989: 169, nota 10.
68. Casalini y Salvarani, 2010: 18, 22.
69. Huarte, 1989: 179. Como se verá más adelante, tampoco los efectos de los climas rudos
fueron siempre valorados negativamente por Hipócrates. Pinna, 1988: 32.

150
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

Es decir, el conocimiento de la physis individual es clave en su planteamiento


(de ahí que se le considere entre los fundadores de la psicología diferencial).
De paso, anotemos que el ideal del individuo en equilibrio perfecto no se ha
perdido por completo, pero ha quedado en extremo restringido: a él corresponde
el noveno carácter, reservado para el hombre plenamente templado, cuyos
ejemplos veremos más adelante.
El segundo concepto al que nos referimos es el de ingenio. Huarte discute,
en primer lugar, el origen de la palabra, para hacerla derivar –erróneamente– del
verbo ingenero: «que quiere decir engendrar dentro de sí una figura entera y
verdadera que represente al vivo la naturaleza del sujeto cuya es la ciencia que
se aprende»70. Lo conceptúa, por tanto, como «potencia generativa […] que se
empreña y pare […] dentro de sí un hijo, al cual llaman los filósofos naturales
noticia o concepto, que es verbum mentis»71, bien que distinta de la de las plan-
tas y animales, pues el ingenio humano posee entendimiento. Siguiendo en este
punto a Aristóteles, Huarte hace suyo el esquema tripartito según el cual existen
tres almas (dos irracionales, la vegetativa y la sensitiva; y una racional, superior
y exclusiva del hombre). Y del mismo modo, en el alma racional –que reside
en el cerebro– distingue tres tipos de facultades intelectivas: el entendimiento,
la imaginativa y la memoria72. Así pues, más allá de los temperamentos, las
diferencias de los ingenios individuales referidas se explicarían por un meca-
nismo –como también veremos, y aquí se sitúa en la tradición hipocrática73,
de fuerte componente ambiental o climático– según el cual el debilitamiento
de una potencia fortalece la contraria: eso es precisamente lo que determina
que cada cual esté mejor dotado para un tipo u otro de desempeño, no siendo
apto para todos los demás.
No podríamos exagerar la importancia de estas ideas en la comprensión de
la obra de Huarte. Ancladas ciertamente en las doctrinas hipocrático-galénicas,
y asumiendo que de las «calidades primeras» participa toda la naturaleza, el
navarro se adhiere a las teorías fisiológicas que permiten enlazar el microcos-
mos (representado por el hombre) y el macrocosmos (la naturaleza universal,
incluyendo también el ámbito de lo socio-político, el nomos, central en el

70. Huarte, 1989: 193-194.


71. Ibid.: 187-188.
72. Forzado por los expurgos inquisitoriales, una sola vez (en la prosecución del Segundo
Proemio, de 1594) modifica esta tríada para retirar la imaginativa y sustituirla por la volun-
tad. Ibid.: 166. Se trata de un detalle llamativo que no escapó a G. Serés, que lo comenta en
la nota 3 a esta parte de la obra.
73. Pinna, 1988: 28.

151
Cayetano Mas Galvañ

Examen)74. Por tanto, para Huarte el conocimiento de la «enfermedad natural»


y del ingenio de cada individuo puede ser empleado, no sólo para su mejora
personal, sino para perfeccionar la naturaleza en beneficio de la res publica75.
En este sentido, y aunque no podemos decir que su objetivo explícito sea
enteramente novedoso (Platón ya había propuesto que la educación fuera con-
trolada por el Estado76), sí constituye una singularidad del Examen el intento
por fundamentar científicamente el análisis de las raíces fisiológicas de la
conducta y su aplicación a la asignación de los oficios y la correspondiente for-
mación, con una exigencia metodológica radical, totalizadora y sistemática77.
Y ello con la ciencia entonces disponible (Huarte se considera a sí mismo como
un filósofo natural), prescindiendo del fuerte predominio del determinismo
astrológico en las teorías sobre el medio y el clima78, e intentando mantenerse
al margen de los dictados de los teólogos (con quienes intenta marcar distan-
cias, entre otros argumentos, con el de la modestia: la teología –afirma– es
una ciencia superior a la medicina)79. «Esa aplicación de principios científicos,
médicos, a la totalidad de la vida humana, incluido el cultivo de las artes, es
lo que constituye la mayor novedad en la obra de Huarte, su radicalismo»,
afirma Ynduráin80.

74. Glacken, 1996: 47, 51. Pinna, 1988: 120-121. De la conexión entre las tres almas se des-
prende también el nexo existente entre lo fisiológico, lo psicológico y lo moral.
75. Serés, 1989: 83. Para la capacidad humana de «perfeccionar» la Naturaleza, y la analogía
del artesano, dentro del marco de las teorías del designio, vid. Glacken, 1996: 161.
76. La selección de vocaciones y profesiones, y la existencia de un sistema educativo que sirve
los intereses del Estado puede verse en el Timeo, la obra de Platón más utilizada por Huarte.
Serés, 1989: 88-89. Iriarte, 1948: 142.
77. Y
 unduráin, LXXXIX (1999): 54. Asumiendo que todos los hombres (es el término
empleado) son de una especie indivisible y que las potencias del ánima racional (memoria,
entendimiento y voluntad) son de igual perfección en todos, Huarte considera que su mayor
originalidad reside en analizar las causas de las diferencias de juicio que se observan entre
ellos, cuestión que ningún filósofo «que yo haya visto», se había atrevido a abordar hasta
el momento. Huarte, 1989: 166-168. Estaba particularmente ufano de esto, como se puede
ver en Ibid.: 223-224, 247.
78. Pinna, 1988: 123-124.
79. Como apunta Ynduráin, Huarte pretende «dejar a la teología en el limbo de lo metafísico,
de los fines últimos, de la verdad revelada, etc., expulsándola de su influencia directa en el
mundo civil, reservado exclusivamente para la medicina, como filosofía natural». Ynduráin,
LXXIX (1999): 17. Pese a que evita polemizar con los teólogos, esta posición, junto con sus
reiteradas citas al texto bíblico y su constante mezcla del plano de la naturaleza con el de la
ontología y la metafísica, hicieron inevitable el conflicto. Ynduráin, LXXIX (1999): 45.
80. Ibid.: 26.

152
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

3.3. Determinismo y contradicciones


La figura y, sobre todo, el pensamiento de Huarte resultan en extremo vidriosos.
Plantean, de entrada, un problema metodológico insoslayable, aunque tenga
poco de insólito: el Examen es el único texto conocido del navarro, por lo que
privados de otras obras que permitieran precisar y seguir la evolución de ideas
y conceptos (más allá de las modificaciones entre las dos ediciones), o faltos
de otro tipo de fuentes –como pudiera ser la correspondencia epistolar–, nos
vemos forzosamente limitados a la exégesis crítica de la fuente. Ello ha dado pie
a múltiples interpretaciones y a los consiguientes –y bien diferentes– perfiles
resultantes. En general, predomina una visión elogiosa, que resalta y dilata la
influencia de la obra, o que pondera su pretendido carácter adelantado, anticipa-
torio e incluso rompedor81. Dicha visión parte, desde luego, de la contrastación
de su extensa influencia, tanto en la literatura (especialmente, pero no sólo,
en el parto del ingenioso hidalgo cervantino)82, como en otros terrenos, v.gr.,
la psicología diferencial y la formación profesional, entre cuyos fundadores
–como hemos dicho– se ha querido situar a Huarte; de sus derivaciones en la
tratadística política barroca83; o de su amplia proyección europea84 y a lo largo
del tiempo85. Pero también se ha puesto de manifiesto, por el contrario y con
pleno fundamento, tanto su pasadismo como sus numerosas contradicciones86.
Por nuestra parte, estamos convencidos de que, no sólo el sentido de múltiples
párrafos del Examen dista de ser unívoco o internamente coherente, sino que
incluso se ha querido ver en la pluma de Huarte sentencias que debieron estar
lejos de sus intenciones87.

81. Ya hemos visto que el propio Masdeu, llevado de su nacionalismo, participa de esta visión.
Lo leyeron y apreciaron también Lampillas y Dubos. Iriarte, 1948: 298, 345. Destacan
entre los admiradores franceses Pierre Charron (1541-1603) (Ibid.: 334-336), y Théophile
de Bordeu (1722-1776), quien llega a afirmar que el Examen fue la fuente de l’esprit des
Lois, considerando que el sistema de Huarte y el de Montesquieu es el mismo («ce plan [el
de Huarte] paroît embrasser tout ce que Montesquieu a dit sur cette matière […] Qu’a dit
de plus Montesquieu!». Bordeu, 1818: 681-690. A Iriarte le parece «un poco radical este
fallo de Bordeu». Iriarte, 1948: 344-345. Sin embargo, el navarro no gustó al inteligente Fr.
Benito Jerónimo Feijoo, quien pensaba que era poquísimo lo que el Examen tenía digno de
aprecio; sobre este negativo juicio, Iriarte apunta que debió leerlo deprisa y superficialmente.
Iriarte, 1948: 297. Dicho sea de paso, Huarte ha gozado de una buena fortuna historiográfica
entre los jesuitas, desde Masdeu o Lampillas hasta el propio Iriarte.
82. Abellán, 1979: 213-215. Iriarte, 1948: 311-332.
83. Iriarte, 1948: 275-299. Serés, 1989: 65.
84. Iriarte, 1948: 333-381.
85. Ibid.: 383-395.
86. Ynduráin, LXXIX (1999).
87. Así, Guardia, quien con evidente exceso quiso incardinar el Examen en la teoría decimonónica
de las razas (Guardia, 1855: 154-163).

153
Cayetano Mas Galvañ

La causa de estos problemas es diversa. Ynduráin apunta que en ciertos


aspectos Huarte da la impresión de conocer mal la metafísica y la filosofía,
quizá por carencias formativas: no es capaz de limitar sus teorizaciones al
ámbito de la natura naturata (como sí hizo Galeno), mezclando constante-
mente ontología y dialéctica, religión y ciencias de la naturaleza, lo que le
hace incapaz de percibir plenamente las implicaciones filosóficas y teológicas
de su sistema y de calcular los problemas de fondo que su propuesta suscita88.
Es decir, existirían serios problemas internos en el discurso y el planteamiento
de la obra.
Ligado con esto, Huarte posee ciertamente una innegable capacidad para
formular posiciones contradictorias. Así, se nos presenta como crítico respecto
del tradicional uso del argumento de autoridad: se trataba de una posición ya
común en la época89, reflejada en el Examen en hermosos pasajes90. Incluso
vemos defendidos en sus páginas postulados de radical empirismo, como
cuando se afirma que las potencias intelectivas (entendimiento, imaginativa y
memoria) son de naturaleza orgánica91. Sin embargo, Huarte –que no cita un
solo autor moderno, aunque sin duda los conoce– se ampara constantemente
en la autoridad de los clásicos: Platón y Aristóteles entre los filósofos; entre los
médicos, Hipócrates (o el corpus hipocrático), pero muy en especial Galeno
(«todo lo que escribe Galeno en su libro es el fundamento de esta mi obra»92),
junto con otros clásicos como Cicerón; y la Sagrada Escritura, si bien –como
acabamos de indicar– evita o prescinde de los teólogos93. Lo cierto es que su
método, desde el punto de vista formal, es el discursivo común en los textos
humanísticos, ceñido las más de las veces a contrastar los pareceres de los dis-
tintos autores, a enmendarles la plana cuando lo cree necesario, o –a lo sumo– a
invitar al lector a examinar tales lecturas a la luz de la propia experiencia. No
obstante, y si bien se le ha situado en las filas del erasmismo o del cristianismo

88. Ynduráin, LXXXIX (1999): 17, 48.


89. Ibid.: 10-16. Pinna, 1988: 123 recuerda la actitud de T. Campanella, para quien las obras
científicas de Aristóteles no eran más que un mar de palabras.
90. Huarte, 1989: 195-196.
91. Así lo considera Abellán, 1979: 209-210. Huarte, 1989:349.
92. Huarte, 1989: 247. Se refiere al Quod animi mores corporis temperaturam insequantur,
«aunque él [Galeno] no atinó en particular a las diferencias de habilidad que tienen los
hombres, ni a las ciencias que cada una demanda en particular».
93. Serés dedica un amplio apartado de su estudio introductorio al detalle completo de las
fuentes utilizadas por Huarte, amén de lo precisado en las abundantes notas críticas al texto
del Examen. Serés, 1989: 70-107. Para las citas bíblicas, vid. Arrizabalaga y Giordano,
146 (2020).

154
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

paulino94, los rastros de humanismo en el Examen resultan problemáticos, si no


meramente formales: siguiendo a Yunduráin, Huarte tiene cuentas que saldar
con la antigua –y añadiríamos, efímera– prepotencia de los humanistas95. Del
mismo modo, el suyo es un empirismo puramente teórico y libresco, que rara-
mente rebasa los estrechos márgenes del ejemplario aportado por los clásicos,
y tan sólo para añadir algún caso aislado tomado de su experiencia personal.
Como bien remacha Yunduráin:
«en ningún caso los hechos, su observación y descripción son el punto de
partida, la base de dicha teoría, y mucho menos la cuantificación ni la expe-
rimentación. Por ello, la aceptación o el rechazo […] no se fundamenta en la
observación, sino en su adecuación o no a la teoría preexistente».96
Por tanto, Huarte sigue un método calificado por este mismo autor como idea-
lista y ontológico97, alejado de lo que podríamos considerar como un programa
empirista consistente, que incorporase los avances de su época y atendiese a la
experiencia, sin que en este aspecto la escasa libertad intelectual de la época
–recuérdese que la obra fue expurgada– le sirva de completa justificación.
No obstante, debemos subrayar que el Examen se centra en reclamar como
terreno propio del filósofo natural el de las «causas segundas», algo que, si
bien tampoco se sale del marco proporcionado por el pensamiento clásico, no
es precisamente poco. En efecto, el médico navarro pide espacio para su campo
–y su propuesta– cuando apunta que «Dios se acomoda a los medios naturales
cuando con ellos puede hacer lo que quiere, y lo que le falta a la naturaleza lo
suple con su Omnipotencia»98 (idea esta que repite en parecidos términos en
diversas ocasiones). De ahí, v. gr., sus abiertas críticas a la facilidad con la que
el vulgo ve acciones milagrosas, cosa que no deja de constituir una llamativa
actitud (restrictiva, aunque estrictamente ortodoxa) en el contexto hacia el que
su mundo se encaminaba.
Por otra parte, a pesar de su tendencia al sincretismo, la obra es en buena
medida deudora de una visión –la galénica, como más citada– claramente deter-
minista en lo fisiológico y psicológico: para Huarte, el temperamento –esto es,

94. Abellán, 1979: 208, donde se hace eco del planteamiento de G. A. Pérouse. Arrizabalaga
y Giordano, 146 (2020). No obstante, ya Maravall, 1980: 138, apuntó la transformación
del ideal erasmista (paulino) del hombre interior en un mecanicismo psicologista que se hizo
común en los escritores del Barroco.
95. Ynduráin, LXXXIX (1999): 19-26.
96. Ibid.: 37. González y Castro (2014): 360-361, califican sus argumentos como «de claro
tono libresco […] por mucho que se diga que es un médico observador y experimentado».
97. Ynduráin, LXXXIX (1999):37-38.
98. Huarte, 1989: 240, 512 (y las correspondientes notas críticas de Serés).

155
Cayetano Mas Galvañ

la naturaleza– impone el carácter y determina la conducta99 (ya le hemos visto


afirmar que las potencias intelectivas son de naturaleza orgánica); algunos
autores hablan incluso de un mal disimulado materialismo y mecanicismo en el
Examen100. Pero, por otra parte, era imperativo despejar cualquier duda respecto
de la aceptación de la doctrina sobre el libre albedrío, colocada en primerísimo
término por el catolicismo tridentino (y por el proceso de confesionalización
que por entonces cobraba máxima fuerza en Europa): la cuestión le condujo a
los expurgos inquisitoriales, forzándole a suprimir en su totalidad el capítulo
VII de la edición princeps –donde precisamente intentaba demostrar la inmorta-
lidad del alma pese a su organicidad101– y a adicionar otros nuevos, en particular
el capítulo V de la edición de 1594102. Sus censores –como todos los que en el
mundo han sido– debieron pensar que, en cualquier caso, de ciertos asuntos
era mejor no hablar ni aun positivamente, y más no siendo el navarro teólogo,
sino médico103. De este modo, Huarte termina articulando un planteamiento
según el cual la naturaleza del hombre resulta, en efecto, de las cuatro calidades
primeras –compartidas con el resto de la Creación–, pero su alma intelectiva le
hace partícipe de las sustancias espirituales, de Dios y los ángeles. Por tanto,
aquí dice alejarse de Galeno y los «filósofos morales», pues aunque como
resultado del Pecado Original el libre albedrío «quedó medio muerto y sin las
fuerzas que solía tener»104 (una manera de expresarlo coloquial y gráfica pero
estrictamente respetuosa con la ortodoxia), considera que las virtudes perfectas
son hábitos espirituales sujetados en el ánima racional, cuyo ser no depende
del temperamento (es decir, de la naturaleza). Más aún, es posible, mediante
actos, conductas, hábitos y costumbres favorecer uno u otro temperamento:

99. Serés, 1989: 59. Pinna, 1988: 82-85.


100. Abellán, 1979: 209. Guardia, 1855, 52. Como indica el propio Abellán, ni los más firmes
defensores de Huarte –como el P. Iriarte– consiguen disipar airosamente estas sospechas.
Iriarte, 1948: 90. Ynduráin considera que Huarte plantea un mecanicismo semejante al de
la Antoniana Margarita de Gómez Pereira, y que su exigencia metodológica le lleva a un
materialismo del que no es totalmente consciente. Yunduráin, LXXXIX (1999): 45, 54.
101. Abellán, 1979: 208. El capítulo lleva por título: «Donde se muestra que aunque el ánima
racional ha menester el temperamento de las cuatro calidades primeras, así para estar en
el cuerpo como para discurrir y raciocinar, que no por eso se infiere que es corruptible y
mortal». Huarte, 1989: 376-392.
102. «Donde se declara lo mucho que puede el temperamento para hacer al hombre prudente y
de buenas costumbres»
103. Evidentemente, bajo esta cuestión también subyace el conflicto derivado de la crisis pro-
gresiva de la jerarquización tradicional de los saberes, que mantenía a los teólogos en la
cima de la pirámide. Ynduráin, LXXXIX (1999): 16.
104. Huarte, 1989: 177.

156
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

«de tal manera que el hombre quede libre para hacer lo que quisiere […] todos
los actos de virtud puede el hombre ejercitar sin haber en el cuerpo cómodo
temperamento»105
Con ello, quizá no estuviera formulando, como se ha dicho, una palinodia
meramente formal, sino intentando hallar un punto de compromiso en el que
fuera posible conciliar una aceptación –limitada– de la doctrina galénica con
las exigencias de la ortodoxia religiosa, aunque sea él mismo quien reduce
considerablemente las posibilidades lógicas de tal salida106. Se trataba, además,
de una solución complicada que en este caso rebasa los problemas internos del
texto, porque del choque entre las implicaciones de su discurso fisiológico y el
contexto ideológico del momento, obviamente sólo podían emerger esas con-
tradicciones que le caracterizan, que en este punto son también las de su propia
época107. Y en este asunto particular, no debemos olvidar que Huarte pretende
formular una doctrina que sirva de base a un programa práctico, que determina
desde la educación hasta las relaciones sexuales, negando rotundamente no
sólo la posibilidad de elección de oficio, sino la de matrimonio: también de
su concepción fisiologista y su pretensión selectiva nace el primordial interés
eugenésico y la propuesta de que exista –al igual que para las profesiones– un
funcionario público que se dedique a emparejar los casamientos más adecua-
dos108. En fin, tal vez –como apunta Ynduráin– a Huarte le sobre la voluntad;
como Calvino –aunque él nada tenga de calvinista–, no la ignora ni la niega,
pero cree «que debe ser eliminada para que el hombre y la sociedad funcionen
como es debido»109.
Más allá de estas cuestiones que plantea la lectura del Examen, a las que
resulta muy problemático proporcionar una respuesta plenamente coherente

105. Ibid.: 275. A las interpretaciones de este párrafo, Serés dedica en esa misa página una extensa
nota, que es la 82 al capítulo V de 1594.
106. De nuevo, coincidimos plenamente con la visión de Ynduráin, para quien Huarte «es un
creyente sincero que no duda ni por un momento de lo que enseña la Santa Madre Iglesia, y
que tampoco pretende alterar lo más mínimo la doctrina ni la moral recibidas». Ynduráin,
LXXXIX (1999): 17.
107. A
 rrizabalaga y Giordano, 146 (2020), desde el análisis de sus posiciones religiosas,
manifiestan la evidente contradicción existente entre el extremado naturalismo corporalista
y la religiosidad paulina que identifican en Huarte, al tiempo que se niegan a considerar este
último componente como resultado de una mera táctica compensatoria.
108. Huarte, 1989: 588: «Porque, como dice Platón, en la república bien ordenada había de
haber casamenteros que con arte supiesen conocer las calidades de las personas que se
habían de casar, para dar a cada hombre la mujer que le responde en proporción, y a cada
mujer su hombre determinado; con la cual diligencia nunca se frustraría el fin principal del
matrimonio». En el capítulo XV/XVII reitera la propuesta. Iriarte, 1948: 219.
109. Ynduráin, LXXXIX (1999): 52.

157
Cayetano Mas Galvañ

con los solos materiales que ofrece la obra, debemos tener presente que uno de
sus objetivos es ensalzar el oficio de rey, y –por ende– la monarquía absolutista
del momento. El Examen, así pues, es también una justificación científica (en
el sentido que el término podía tener en la época) del edificio político de la
monarquía. Con pleno fundamento, Ynduráin puede afirmar que Huarte «no
escribe una obra de medicina, ni siquiera de ciencias de la naturaleza [sino]
una Institutio principis, o una teoría del Estado, una Suma de la política»110. En
las décadas siguientes, y aunque el género venía de muy atrás, veremos a los
tratadistas políticos convertir la educación del príncipe en objeto central de sus
teorizaciones111. En esto, Huarte puso su grano de arena (o algo más grande),
aunque para ello tuviera que forzar sus argumentos cuanto fuera necesario,
como veremos más concretamente al hablar de las cuestiones ambientales o
climáticas.
Por ahora y para concluir este apartado, indicaremos que al Examen no
le falta, sin duda, carácter anticipatorio, aunque este no apunte siempre en la
dirección que señalan sus encomiastas: salta a vista –utilizando las categorías
de J. A. Maravall112– que guía el Examen una finalidad ordenadora, dirigista y
conservadora, que hará profundamente suya la cultura barroca. Precisamente
siguiendo el planteamiento del historiador setabense, y tratándose de un texto
que ya se escribe en el crecientemente asfixiante contexto intelectual castellano
de la época, también aquí afloran las ambigüedades resultantes de las múltiples
tensiones –tanto personales como ideológicas y sociales– que constituyen el
caldo de cultivo en el que se escribió el Examen. Ya nos hemos referido a las
de tipo filosófico y teológico. Pero son perceptibles en otros planos, como el
social. Aquí, el navarro defiende una doctrina meritocrática («no hay cosa más
perjudicial en la república que un necio con opinión de sabio, mayormente si
tiene algún mando y gobierno»113), y no faltan las quejas acerca del injusto
destino que corren aquellos que, teniendo facultades intelectuales sobradas,
carecen de los recursos necesarios para estudiar y ocupar mejores puestos en la

110. Ibid.: 38-39.


111. Abellán, 1981: 68-69, 74-76.
112. Como se recordará, en su conocida y magistral obra sobre La cultura del Barroco, José
Antonio Maravall fijó cuatro caracteres sociales básicos en dicha cultura: masiva, urbana,
dirigida y conservadora. Maravall, 1980: 129-306. El setabense, que conoce y cita repetida-
mente a Huarte, resalta su gran influencia sobre el pensamiento del Barroco, especialmente
por su mecanicismo, sus aportaciones a la psicología, y su puesta en valor de la diversidad
humana.
113. Huarte, 1989: 213.

158
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

república114. Sin embargo, Huarte –recordarlo es de una absoluta obviedad– ni


pondrá en duda la existencia de la nobleza, ni propondrá modificar un ápice su
escala, ni dejará de formular una doctrina sobre la hidalguía (soslayando los
escalones nobiliarios superiores) que a la postre resulta bastante convencional
(la defensa de la virtud como base y origen de la nobleza no era, a esas alturas,
ninguna novedad)115; en el mismo sentido, tampoco dejará de lamentarse de la
competencia que sufren los hidalgos de cuna frente a los titulados universita-
rios, especialmente los salmantinos116: en definitiva las quejas e ideas propias de
su grupo social y posiblemente de su propia trayectoria vital. En el mismo sen-
tido, Serés hace ver que Huarte se anticipa a los teóricos del siglo siguiente –y
añadimos, de toda la Modernidad– que propondrán una reducción del excedente
de graduados, específicamente de los legistas117. Puede, incluso, que el navarro
no hubiera discordado de la decisión tomada en 1623 por Olivares cuando prác-
ticamente mandó cerrar la mitad de los estudios de gramática (equivalentes a
la educación secundaria) existentes en el país, medida tras la que alentaba –so
color de la necesaria «reformación»–, un claro espíritu de cierre y exclusión
estamental, limitando estrictamente las posibilidades de ascenso social a través

114. «A cuántos trocara las ciencias y cuántos echara al campo por estólidos e imposibilitados
para saber! ¡Y cuántos restituyera de los que por tener corta fortuna están en viles artes
arrinconados, cuyos ingenios crió Naturaleza sólo para letras! Mas, pues no se puede hacer
ni remediar, no hay sino pasar con ello». Ibid: 224.
115. Sobre estas cuestiones se ocupa especialmente el capítulo XIII/XV. Huarte, 1989: 550-
563). Respecto de los teóricos de la época, Maravall describe sus posiciones del siguiente
modo: «La sangre que se recibe, y secundariamente, la leche con que en los primeros años
el hombre se nutre, esto es, la naturaleza a la que se es deudor, es en todos los hombres
la misma […] de lo que nos hemos de preciar es de la virtud […] y no poner delante de
la virtud la antigüedad y la nobleza del linaje». En su opinión, es la propia nobleza y
algunos escritores a su servicio –quienes «no pretenden romper con ella, pero sí restaurar
un mejor orden moral y social»– quienes intentan renovar la ya fosilizada creencia en la
Virtud, haciendo pasar al linaje a un papel secundario. Maravall, 1979: 47-49, 235. Mas,
3 (1983): 213-217, estudia la teoría de la nobleza planteada por el humanista Francisco
Cascales, de origen converso. Sin embargo, y a diferencia de este, Huarte no utiliza sus
teorías sobre la herencia biológica para justificar el papel de la sangre como transmisora
de virtudes nobiliarias.
116. En un supuesto diálogo entre Carlos V y el Dr. Suárez de Toledo, alcalde de corte en Alcalá
de Henares, este último afirma: «ya sabe vuestra alteza que los doctores de esta Universidad
tienen las mesmas franquezas que los hijosdalgo de España, y a los que lo somos por
naturaleza nos hace daño esta esención, a lo menos a nuestros descendientes». Huarte,
1989: 551). Aunque la supuesta intervención de Suárez de Toledo se refiere a los titulados
salmanticenses, Serés anota que también gozaban de dichos privilegios los complutenses
(como Huarte). En cualquier caso, Huarte estaría anteponiendo su condición original de
hidalgo a la de universitario.
117. Serés, 1989: 30. Huarte, 1989: 489.

159
Cayetano Mas Galvañ

de los estudios118. Del mismo modo, Huarte dice dirigirse al conjunto de los
oficios de la res publica, pero sólo se ocupa –de manera claramente elitista– de
teólogos y predicadores, juristas y gobernantes, médicos y gentes de armas, lo
que le fuerza a tener que defenderse en la edición de 1594 de ciertas críticas
recibidas sobre este particular119. Y en fin, sin ánimo de ser exhaustivos, el suyo
termina siendo un intento de explicación de las distintas posiciones sociales
y profesionales, fundamentada científicamente, pero que cede cuando se trata
de cuestiones de fe, o de justificación del ordenamiento social y político exis-
tente, cosa en la que se emplea especialmente cuando se refiere al rey, y en
concreto a Felipe II, hasta extremos –como veremos– sonrojantes. Con ello,
termina encerrado en un círculo tautológico: el lector acaba quedándose con
la impresión de que por lo que hace al principal objetivo práctico –la mejora
de la sociedad a través de la selección de las profesiones y los matrimonios–,
Huarte no va más allá de justificar, bien que por otra vía, la posición social que
cada cual ya ocupa previamente. Desde esta perspectiva, la visión de Ynduráin
sobre el Examen cobra especial relevancia: por una parte, lo novedoso y sor-
prendente pivota sobre el protagonismo que concede Huarte a su propio grupo
profesional, pues propone que sea una ciencia de la naturaleza (la medicina) la
que defina los principios para organizar el Estado y dirigir su administración;
por otra parte, estamos ante la obra de un «arbitrista desaforado», aunque «en
ningún momento pretende alterar el orden establecido […] sino garantizar un
orden definido ya por los teólogos…, y por la realidad»120. De este modo, no
vemos demasiadas dificultades para incluir al navarro en la nómina de tantos
otros que a efectos prácticos coinciden con él en un mismo mensaje utilitarista

118. Novísima Recopilación, tomo IV, libro VIII, título II ley 1, Felipe IV Madrid 10 febrero
1623. «Se limitan los estudios de gramática a las ciudades y villas donde hay corregidor,
tengan tenientes, gobernadores y alcaldes mayores de lugares de Órdenes, y solo uno en
cada ciudad o villa, y renta mínima de 300 ducados». La orden, que vino precedida durante
los años anteriores por una verdadera «campaña sin precedentes» contra los estudios de
latinidad, tuvo resultados inciertos, pero sin duda negativos. Kagan, 1981: 87-89.
119. Menciona también a sastres, calceteros, zapateros, cardadores, tejedores, carpinteros, domi-
ficadores [sic], labradores y arquitectos, pero no se ocupa de describirlos. «Ahora soy
informado que algunos han leído y releído muchas veces esta obra buscando el capítulo
propio de su ingenio y el género de letras en que más habían de aprovechar; y no lo hallando,
redarguyeron el título de este libro de falso, y que el autor prometía en él vanamente lo
que no pudo cumplir. y no contentos con esto, dijeron otras muchas injurias, como si yo
estuviera obligado a dar ingenio y capítulo en esta obra a quien Dios y Naturaleza se lo
quitó», Huarte, 1989: 212. Arrizabalaga y Giordano, 146 (2020), 364, subrayan que
el libro está dedicado a las élites del Antiguo Régimen, en especial las profesiones univer-
sitarias, lo que ayuda a explicar el éxito editorial que el Examen conoció en toda Europa
hasta entrado el siglo XVIII.
120. Ynduráin, LXXXIX (1999): 17.

160
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

y conservador, desde los teólogos morales más tradicionales, hasta buena parte
de los posteriores pensadores ilustrados: cada cual debe ejercer el oficio que
le corresponde –e incluso aspirar a ser el mejor en él–, pero la pretensión de
rebasar ese estricto marco constituye una aventura que sólo puede redundar
en perjuicios para el individuo, su familia y la res publica. Huarte –si es que
alguien lo hubiera pensado– nunca fue un revolucionario, ni en modo alguno
podía esperarse tal cosa de él; y aunque sólo sea para dejar constancia de que
escribimos desde un presente también concreto, a los ojos actuales su propuesta,
más que utópica, se nos presenta con claros ribetes distópicos121.

3.4. Las ideas sobre el clima y el medio en el Examen


Buena parte de los autores que se han ocupado del Examen han sido conscientes
de la importancia que en él juegan los factores ambientales y climáticos, pero
apenas se han dedicado estudios de detalle a estos aspectos, o a su relación con
la denominada «teoría de los climas», tan en boga en su época122.
Se trata de una situación comprensible. Al margen de que a nuestro autor
se le ha apreciado por otro tipo de contribuciones, en el conjunto de la obra tan
sólo en una ocasión emplea la palabra «clima» y lo hace en el antes descrito
sentido clásico, cuando trae a colación la opinión del autor del De re militari
sobre las influencias del clima y los alimentos en el carácter de los hombres.
Según el navarro, «Vegecio afirma que los que habitan en el quinto clima (como
son los españoles, italianos y griegos) […] son hombres de grande ingenio y
muy animosos.»123
Sin embargo, sí aparecen términos que hoy se emplean con una clara acep-
ción climatológica y meteorológica, como «temperatura», «calor», «frío»,
«humedad», etc. Ahora bien, siempre es necesario precisar sus acepciones, y
más aún en la obra de un fisiólogo del Quinientos, como es el caso. Sin ánimo
de ser extremadamente precisos, ni de aplicar el método de análisis de conte-
nidos124, en la tabla siguiente damos cuenta del número de ocasiones totales
en las que aparecen determinados lexemas, y de aquellas en que las palabras

121. Ynduráin califica el Examen como «utopía prospectiva», que –como la de Platón– aún no
existe y debe ser creada y construida. Ibid., LXXXIX (1999): 17.
122. Quizá la excepción más notable es la de Guardia, que dedica sendos capítulos de la sec-
ción i de la segunda parte de su obra a la teoría de los climas (cap. IV) y a la herencia y la
dieta (cap. V). Guardia, 1855: 143-163. Por supuesto, Iriarte también se ocupó de estas
cuestiones. Iriarte, 1948: 179, 203, 219-220, 269-270.
123. Serés, 1989: 717. La división en klímata no estuvo exenta de confusiones, y su número
varió entre los cinco de Parménides, Macrobio y Aristóteles, hasta los siete de Eratóstenes,
Posidonio y Ptolomeo. Glacken, 1996; 120.
124. Moodie y Catchpole, 1975.

161
Cayetano Mas Galvañ

a que dan lugar se emplean en un sentido no estrictamente fisiológico125; es


decir, como términos meteorológicos, geográficos, o simplemente como agen-
tes ambientales, exteriores al cuerpo humano.

Tabla 1. Léxico climático en el Examen de ingenios

Acepción no % acepción no
LEXEMA Frecuencia
fisiológica fisiológica
cal- 303 45 15
humid- 243 33 14
temper- 206 13 6
sec- 205 17 8
frí- 172 47 27
templ- 142 32 23
tépid- 3 2 67
tórrid- 2 2 100
TOTAL 1276 191 15

De modo general, los lexemas más frecuentes son los relacionados con el
concepto de calor (303 apariciones); «temperamento» o «temperatura» apare-
cen en 206 ocasiones, aunque con su próximo «templado» (142) sumarían 348
menciones; le siguen la humedad (243), la sequedad (205), y el frío (172). No
sorprende que este ocupe el último lugar, pues tal como se declara en el enun-
ciado del capítulo V/VIII, «de solas tres calidades, calor, humidad y sequedad,
salen todas las diferencias de ingenios que hay en el hombre». Ello se debe
a que, para Huarte, «de cuatro calidades que hay (calor, frialdad, humidad y
sequedad) todos los médicos echan fuera la frialdad por inútil para todas las
obras del ánima racional»126. Por su parte, «temperamento», «temperatura» y

125. «Temper-» incluye «temperamento», «temperatura», «temperie» e «intemperie»; «templ-»:


«templado/a» y «destemplado/a», descartamos usos de carácter moral (como en «tempe-
rancia» o «templanza»); «cal-» tan sólo incluye «calor», pues «cálido/a» no aparece ni una
sola vez; «torrid-» tan sólo figura en dos ocasiones en el sintagma «zona tórrida»; «tibio»
no se emplea, pero sí «tépido»; «frí-» sólo incluye «frío», pues «frigíd-» sólo se emplea
en citas latinas o como superlativo; «humedad», «húmedo» y sus variantes siempre se
escriben con la raíz «humid-» («humidad», «húmido/a»); finalmente, «sec-» comprende
«sequedad» y «seco/a», pues «sequía» tampoco se emplea. No hemos incluido, en ningún
caso, los términos en latín, pues amén de ser escasos, nunca tienen acepción no fisiológica.
Por el contrario, como se habrá deducido, sí incluimos los morfemas que indican el género
y el número y los correspondientes superlativos.
126. Huarte, 1989: 327.

162
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

«templado» son empleados para referirse al equilibrio de sustancias o humo-


res corporales (siendo «intemperie» el desequilibrio de dichos componentes;
curiosamente «temple» no aparece ni una sola vez). No en vano, el Diccionario
de Autoridades define el primero como «la constitución, y disposición de los
mixtos con la proporción de sus calidades», y a la «temperatura» como «lo
mismo que temperamento» (la palabra, entonces en desuso, sería revificada
por las necesidades terminológicas de la nueva ciencia instrumental, conforme
fue configurándose); «templar» tiene evidentemente gran proximidad con estos
significados, si bien contiene el sentido de «moderar o suavizar la fuerza de
alguna cosa». Covarrubias, que no había incluido en su Tesoro las dos pri-
meras palabras, añade a esta tercera el sentido de llevar una cosa a un punto
medio de calor (enfriando el hierro caliente o calentando el agua fría)127. Con
todo, como se aprecia muy claramente, al menos el 85% de estos conjuntos
de palabras tienen un sentido meramente fisiológico (o incluso fisiológico-
moral), y su sentido meteorológico sólo excede del 20% en el caso del frío y
lo templado (dejamos al margen los lexemas de muy baja frecuencia, como
tépido y tórrido)128.
Si este resultado no fuera de por sí suficientemente significativo, debemos
añadir la absoluta rareza que suponen las palabras que designan inequívo-
camente a meteoros. El aire aparece como elemento (concretamente, en 90
ocasiones), pero en forma de meteoro (viento) sólo se registran 9 menciones
(3 genéricas, 2 como poniente, y las restantes como ábrego, cierzo, levante y
mediodía); el agua, en 4 ocasiones (3 como verbo «llover» y 1 como inunda-
ción, la del Nilo); el rocío sólo en 2 ocasiones, y en sentido metafórico; por
último, el rayo (5). En cambio, no se alude ni una sola vez al hielo, la escar-
cha, el granizo, la nieve, el relámpago, el trueno, la tormenta, las tempestades,
las borrascas y las avenidas, ni tampoco a los verbos y adjetivos a que, en su
caso, dan lugar. Las estaciones son mencionadas en 32 pasajes (14 el invierno,
escrito así o como «ibierno»; 12 el verano, denominado como «estío»; 3 la
primavera, llamada –según uso de entonces– como verano; y 3 el otoño129). El
único punto cardinal o región determinada astronómica o geográficamente que
se cita (al margen de la procedencia de los vientos) es el norte o septentrión
(13 referencias). Finalmente, en relación con estas menciones, añadiremos que
tan sólo se acerca a la descripción –de escaso valor– de lo que podría ser un

127. Covarrubias, 1611, parte II: 41.


128. Téngase en cuenta además que, por lo común, estas palabras y familias léxicas no desig-
nan magnitudes objetivas, ni siquiera percepciones subjetivas, sino cualidades atribuidas
intrínsecamente a los objetos, en el marco de la teoría científica y humoral de la época.
129. «VERANO. s. m. Segun su etymología es la Primavera; pero regularmente se toma por el
tiempo del Estío, ù en que hace calor» (Autoridades).

163
Cayetano Mas Galvañ

mecanismo de dinámica atmosférica al final de la obra, en la «Digresión sobre


el fuego», donde discute las teorías aristotélicas sobre la existencia de una
esfera de fuego en «el cóncavo» de la Luna, proponiendo que el lugar natural
de éste es el interior de la tierra, e intentando explicar en consecuencia (siempre
especulativamente) algunos fenómenos como el calor estival, el frío invernal,
o el recorrido del rayo130.
Decididamente, el Examen no es una obra que se interese en especial por
los meteoros, y ciertamente no fue ese su propósito en ningún momento. A
decir verdad, tampoco la teoría de los climas se aplicaba en primer término ni
de manera exclusiva al estudio de las variaciones atmosféricas, sino fundamen-
talmente a intentar desentrañar la influencia de los factores ambientales sobre
los individuos y las sociedades131. De hecho, el estímulo principal a las teorías
del medio –hasta Ritter– provino precisamente de la medicina (en concreto,
de la fisiología)132. En eso, Huarte comparte visión con la amplísima tradición
médica que se aproximó a tales cuestiones133: asumida la referida continuidad
que en ellas se establece entre el microcosmos y el macrocosmos, entre lo
fisiológico-individual y lo social, también podemos constatar dicha continui-
dad en la aplicación del léxico. No otra cosa revela la tabla anterior, que debe
tomarse –insistimos– como meramente aproximativa en la medida en que en no
pocos casos resulta difícil o imposible aplicar las categorías actuales y romper
lo que en su mente constituye un todo. En cualquier caso, en tanto que médico,
el principal interés de Huarte en los agentes climáticos y geográficos consiste en
valorar la incidencia del ambiente en la determinación del «ingenio», categoría
central de su análisis.
Sirve lo anterior también para precisar que no podíamos esperar el empleo
de un concepto moderno de clima en Huarte. En este sentido, le veremos des-
granar las características asunciones conceptuales propias de la ciencia clásica,
aunque no sin ciertas adaptaciones. Así, del mismo modo que las cualidades
primeras se combinan para formar los elementos (fuego, aire, agua, tierra), tam-
bién determinan –como hemos visto en páginas anteriores– los temperamentos
individuales y los ambientes, bien por el predominio de uno de tales elementos,
bien –lo que sí supone una reformulación huartiana, necesaria para su teoría de
los desequilibrios– por el juego de los opuestos: caliente-húmedo, frío-húmedo,

130. Huarte, 1989: 684-709. Serés, 1989: 684-685, nota 2.


131. Gil y Olcina, 2017: 46-48, centran en tres campos lo esencial del ambientalismo o deter-
minismo climático en el Setecientos: la teoría etiopatológica, la teoría de las razas, y la
reflexión histórico-política. Vid. también Urteaga, 1997.
132. Glacken, 1996: 106.
133. Urteaga, 1997.

164
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

caliente-seco, frío-seco134. De este modo, partiendo del nivel fisiológico pero


guiado de su interés práctico y social, para Huarte el temperamento de cada
tierra se convierte en principio explicativo de las características morales y físi-
cas observables en los distintos pueblos. Nuestro autor toma la tesis de Platón
y Galeno, describiéndola siempre en términos muy similares, aunque con más
extensión cuando cita a este último:
«las costumbres del ánima siguen el temperamento del cuerpo donde está; y
que, por razón del calor, frialdad, humidad y sequedad de la región que habitan
los hombres, y de los manjares que comen, y de las aguas que beben y del aire
que respiran, unos son nescios y otros sabios, unos valientes y otros cobardes,
unos crueles y otros misericordiosos, unos cerrados de pecho y otros abiertos,
unos mentirosos y otros verdaderos, unos traidores y otros leales, unos inquie-
tos y otros sosegados, unos doblados y otros sencillos, unos escasos y otros
liberales, unos vergonzosos y otros desvergonzados, unos incrédulos y otros
fáciles de persuadir. Y para probar esto trae muchos lugares de Hipócrates,
Platón y Aristóteles, los cuales afirmaron que la diferencia de las naciones,
así en la compostura del cuerpo como en las condiciones del ánima, nace de
la variedad de este temperamento.»135
A partir, pues, de los temperamentos individuales básicos, Huarte acepta que
puedan producirse modificaciones como consecuencia de la acción de facto-
res ambientales. En este aspecto, recurre fundamental y casi exclusivamente
a la tradición hipocrática136. En primer término, por la influencia de los aires,
aguas y lugares (como ya rezaba el mismo título de la obra del de Cos). En su
caso, ya desde el punto de vista físico Huarte concede escasa importancia en
dichas modificaciones al efecto de los aires (aunque indica que de sus altera-
ciones nadie se puede guardar137), para centrarse en las aguas y la alimentación
(«porque el agua altera mucho más el cuerpo que el aire, y muy poco menos
que los manjares sólidos que comemos»138), amén de los lugares, del modo que
comentaremos más adelante. Pero también tiene en cuenta otros factores, v.gr.,
el ciclo estacional139 –que afectaría a todos con independencia de su respectivo
temperamento básico–, o las etapas de la vida, siendo la puericia, sanguínea (y

134. Casalini y Salvarani, 2010: 22.


135. Huarte, 1989: 246.
136. Glacken, 1996: 107. Pinna, 1988: 28-35.
137. Huarte, 1989: 677. Contrasta esta posición con la defendida por Hipócrates. Pinna, 1988:
33.
138. En el mismo pasaje, da la razón a Aristóteles, «diciendo que ningún lugar ni región tiene
aire propio. Porque el que está hoy en Flandes, corriendo Cierzo, en dos o tres días pasa en
África; y el que está en África, corriendo Mediodía, lo vuelve al Septentrión; y el que está
hoy en Jerusalén, corriendo Levante, lo echa en las Indias de Poniente». Ibid.: 646-647.
139. Tanto Hipócrates como Galeno había destacado este factor. Pinna, 1988: 32, 83.

165
Cayetano Mas Galvañ

por tanto, cálida); la juventud, colérica y seca; la vejez, melancólica y fría, etc.
Este esquema cuatripartito se conjuga, y a veces choca, con el de tipo tripartito
que Huarte asume del Estagirita. De ahí la ya referida exclusión de la frialdad a
la hora de explicar las diferencias de ingenio, justificada por creer que impide
los «movimientos», tanto corporales como espirituales140. Por último en estas
cuestiones, dará por sentada la asociación del entendimiento a la sequedad, la
imaginativa al calor y la memoria a la humedad141.
Asentado de este modo el principio causal determinista para explicar las
diferencias de ingenio, le resulta necesario postular que, del mismo modo que
sólo de forma excepcional hallamos individuos perfectamente equilibrados,
también es rarísima la existencia de lugares absolutamente temperados. Pues
para un estado de total equilibrio:
«es necesario que los cielos influyan siempre unas mesmas calidades; y que no
haya invierno, estío ni otoño; y que el hombre no discurra por tantas edades;
y que los movimientos del cuerpo y del ánima sean siempre uniformes: el
velar y dormir, las comidas y bebida, todo templado y correspondiente a la
conservación de esta buena temperatura. Todo lo cual es caso imposible, así
al arte de medicina como a Naturaleza.»142
Así pues, la causa de que los humanos estén enfermos o desequilibrados reside
en que el propio mundo lo está, lo que hace dicha enfermedad poco menos que
inevitable:
«viviendo los hombres en regiones destempladas, sujetas a tales mudanzas del
aire, al invierno, estío y otoño, y pasando por tantas edades, cada una de su
temperatura, y comiendo unos manjares fríos y otros calientes, forzosamente
se ha de destemplar el hombre y perder cada hora la buena templanza de las
primeras calidades.»143
Y esta es, en última instancia, la razón no sólo de la diferencia de ingenios,
sino de que se favoreciese en cada lugar un tipo de ciencia, arte u oficio, pues
«cada ciencia se inventó en la región destemplada que le cupo acomodada a
su invención»144.

140. Huarte, 1989, capítulo V/VIII.


141. Ibid.: 574.
142. Ibid.: 170.
143. Ibid.: 170. En muy parecidos términos se expresa en la p. 176: «Pero viviendo como vivimos
en regiones destempladas y con tantas desórdenes en el comer y beber, con tantas pasiones
y cuidados del ánima y tan continuas alteraciones del cielo, no es posible dejar de estar
enfermos, o por lo menos destemplados»
144. Ibid.: 180.

166
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

Afortunadamente, la subjetividad de las sensaciones y el mecanismo de


habituación hacen que tal enfermedad sea llevadera, pues por «habernos engen-
drado y nacido con ella y no haber gozado de otra mejor templanza, no lo
sentimos»145. Es más –aquí contra Hipócrates y Galeno, y fiel al planteamiento
sobre el papel del desequilibrio como causa de la diferencia de ingenios–,
rechaza que la temperatura templada («donde el calor no excede a la frialdad
ni la humidad a la sequedad»), pese a su mucha fama, fuera la más conveniente
ni para la salud ni para el desarrollo del ingenio146, pues –como dice piensan
«muchos médicos»– produce condiciones blandas y suaves, porque «afloja
y desbarata la fortaleza de las potencias y es causa de que no obren como
conviene»147. En el mismo sentido, cree que las estaciones extremas benefician,
en términos generales, la salud:
«lo cual se ve claramente en dos tiempos del año, verano [es decir, primavera]
y otoño, donde el aire viene a templar y entonces vienen las enfermedades.
Y, así, se halla el cuerpo más sano, o con mucho frío o con mucho calor, que
con lo tépido del verano».148
A la hora de justificar el origen del orden (o desorden) natural que describe,
Huarte no duda en incardinar su visión de la historia natural y humana en la
cosmovisión cristiana. La referencia al Paraíso como punto de partida resulta
ineludible: era el «lugar templadísimo»149 y única ubicación donde, de acuerdo
con la teoría de las causas segundas, Dios mejor podía crear al hombre como
obra perfecta. Allí, además, «andando desnudos y descalzos, no eran necesarios
sastres, calceteros, zapateros, cardadores, tejedores, carpinteros, domificado-
res», como tampoco teólogos, médicos ni juristas150. El pecado original supuso

145. Ibid.: 168.


146. Ibid.: 180.
147. Ibid.: 256.
148. I bid.: 256. Serés, 1989: 256, nota 21. Para Hipócrates el clima rudo de Europa hacía fuertes
y vigorosos a sus habitantes. Pinna, 1988: 35. No podría decirse si convencido o con cierto
grado de cinismo, Huarte llega a hacer suya una afirmación de Aristóteles según la cual
quienes viven en galeras, con toda la dureza que ello conlleva, «están más sanos y tienen
mejor color [por haber] hecho ya amistad con todas las calidades del aire»; menciona tam-
bién a los alemanes, quienes «metían a los niños hirviendo en el río; y con ser un hecho tan
bestial, no se les hacía de mal ni se morían». Se trata de recomendaciones para no criar a
los hijos con excesivo regalo… Huarte, 1989: 677.
149. Ibid.: 177, 597. En la p. 381 describe las condiciones ambientales del Paraíso: «aunque
Dios es eterno, omnipotente y de infinita sabiduría, que se ha como agente natural en sus
obras y que se sujeta a la disposición de las cuatro calidades primeras, de tal manera que
para engendrar un hombre sapientísimo y semejante a él, tuvo necesidad de buscar un
lugar, el más templado que había en todo el mundo, donde el calor del aire no excediese a
la frialdad, ni la humidad a la sequedad.»
150. Ibid.: 180.

167
Cayetano Mas Galvañ

la destrucción de ese orden natural primigenio y la introducción del Mal a


través de la estirpe de Caín151:
«Porque en pecando Adán, luego le echaron del Paraíso terrenal (lugar tem-
pladísimo) y lo privaron del árbol de la vida y de los demás amparos que
había para conservarle su buena compostura. La vida que comenzó a tener fue
de mucho trabajo, durmiendo por los suelos al frío y al sereno y al calor. La
región donde habitaba era destemplada, y las comidas y bebidas, contrarias a
su salud. Él andaría descalzo y mal vestido, sudando y trabajando para ganar
de comer, sin casa ni abrigo, vagando de región en región. Un hombre que
se había criado en tanto contento y regalo con tal vida forzosamente había de
enfermar y destemplarse; y, así, no le quedó órgano ni instrumento corporal
que no estuviese destemplado, sin poder obrar con la suavidad que antes solía.
Y con tal destemplanza conoció a su mujer y engendró tan mal hombre como
Caín, de tan mal ingenio, malicioso, soberbio, duro, áspero, desvergonzado,
envidioso, indevoto y mal acondicionado. Y, así, comenzó a comunicar a sus
descendientes esta mala salud y desorden; porque la enfermedad que tienen
los padres al tiempo del engendrar, esa misma (dicen los médicos) sacan sus
hijos después de nacidos.»152
En otras palabras, que la Humanidad se vea forzada a vivir en ambientes hostiles
–todos los actuales lo son: la Naturaleza, a lo barroco, ya no es vista preci-
samente con una mirada armoniosa y amable– resulta de un desorden moral,
el de nuestros Primeros Padres153; incluso puede que Huarte esté intentando
afirmar, por este medio, la primacía en último término de lo moral (aunque
aquí en sentido negativo) sobre lo físico. Dicho sea de paso, la incorporación
de este elemento teológico en la visión de la historia humana le colocaría más
próximo al viejo tema del comptentus mundi que en la línea –tan cara a los
humanistas– de quienes admiraban en la Naturaleza la obra del Creador154. Pero
lo cierto es que el navarro, siempre proteico, también concreta en el Edén el
mito, tan extendido en la literatura –y hasta en los movimientos revoluciona-
rios– de su época, sobre la supuesta Edad de Oro original de la Humanidad,
ligada a algún tipo de comunismo primitivo, puesto que en aquel tiempo «todas
las cosas fueran comunes y no hubiera mío ni tuyo, que es la ocasión de los
pleitos y del reñir»155. La Caída, por tanto, desempeñará el papel de motor de

151. Iriarte, 1948: 268-269.


152. Huarte, 1989: 177-178.
153. Iriarte, 1948: 268-269. Glacken, 1996: 168, 177.
154. Glacken, 1996, 174-175.
155. Huarte, 1989: 180. Esta idea, que con el tiempo acabará reformulada en el célebre pasaje
de Rousseau en el Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes
(«Le premier qui, ayant enclos un terrain, s’avisa de dire, ceci est à moi, et trouva des gens
assez simples pour le croire, fut le vrai fondateur de la société civile…»), puede hallarse

168
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

la historia, casi al modo rousseauniano156, pues desde entonces el mundo está


regido por las diferencias, y en ella tienen origen también los distintos oficios
y profesiones, pues «en pecando Adán, luego tuvieron principio práctico todas
las artes y ciencias»157.
Asumida por Huarte la particularización geográfica ya efectuada por los
clásicos respecto de las influencias que ejerce el ambiente sobre los individuos
y los grupos humanos158, y entrando en el detalle de las caracterizaciones espe-
cíficas contenidas en el Examen, podemos apreciar hasta qué punto nuestro
autor permanece encerrado entre los muros levantados por dichos autores159 y
por el texto bíblico, limitándose a repetir una conocida sucesión de ejemplos,
sin incorporar más que unas someras observaciones propias, generalmente
manifestadas en el curso de disquisiciones acerca de la exactitud o del error
de los grandes autores (aunque jamás, por supuesto, se duda del texto bíblico).
De hecho, estos ejemplos son elegidos en función de las cualidades elemen-
tales, como ejemplos de su incidencia sobre los individuos y las sociedades
concretas, tanto en lo físico como en lo moral; o llegado el caso, de sus des-
viaciones respecto de lo esperable. Al concretar tales diferencias160, por lo que
hace al físico, Huarte se hace eco de las afirmaciones de Hipócrates respecto
de los varones de tierras frías, que «salen eunucos o hermafroditas»; de las de
Aristóteles sobre los de tierras muy calientes y secas (como Etiopía), que son
hocicudos, patituertos y con «las narices remachadas»; y de las de Galeno, para
quien los de tierras húmedas son «largos, y desvaídos», y pequeños de cuerpo
los de tierra seca161. A causa del exceso de humedad, los pueblos que –según
la expresión que utiliza– viven bajo el Septentrión, desde los antiguos escitas
hasta los ingleses, flamencos, franceses, alemanes y –sorprende la desubica-
ción de nuestro autor– italianos, son de gran estatura, tez blanca y abundante

de forma inmediata a Huarte en el «Discurso a los cabreros» del Quijote («Dichosa edad y
siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados…»), y rastrearse,
por lo que hace a la Edad Moderna, hasta las Décadas del Nuevo Mundo, de Pedro Mártir
de Anglería, quien decía de los indígenas de La Española: «Viven en plena Edad de Oro,
y no rodean sus propiedades con fosos, muros, ni setos. Habitan en huertos abiertos, sin
leyes, sin libros y sin jueces, y observan lo justo por instinto natural». En cuanto al mito
de la Edad de Oro en la Antigüedad, vid. Glacken, 1996: 44. Obviamente, no serían estos
los únicos ejemplos respecto de la asociación entre el mito de la Edad de Oro y el ideal del
comunismo original.
156. Se ha querido ver influencias huartianas en el ginebrino, a través de Charron, pero en materia
educativa. Iriarte, 1948: 346-347.
157. Huarte, 1989: 181. Véase el texto correspondiente a la nota 144.
158. Pinna, 27-39, 81-86.
159. Glacken, 1996: 45.
160. Iriarte, 1948: 270-271.
161. Huarte, 1989: 295.

169
Cayetano Mas Galvañ

cabello, de modo que «por maravilla se halla un alemán que sea calvo»162.
Sin embargo, los españoles (emplea sin ambages el término), a diferencia de
los alemanes son «un poco morenos, el cabello negro, medianos de cuerpo, y
los más los vemos calvos»163. Precisamente hablando de los españoles –y es
una de las pocas ocasiones en que aporta de su propia cosecha–, asegura que
estas diferencias «en la figura del rostro y compostura del cuerpo» son debi-
das al singular y diferente temperamento de cada provincia164. Como después
veremos, Huarte efectúa matices a estas afirmaciones generales, pero admite
el determinismo físico hasta el punto de postular que las características de los
individuos pueden cambiar en ambientes diferentes si se da el plazo suficiente
de tiempo.
En realidad, empeñado como está en buscar las diferencias de ingenio, el
Examen se interesa más por las características mentales y morales (conductua-
les) que por las físicas, aunque presupone una continuidad entre ambas, por la
que nuestro autor se mueve cómoda y casi insensiblemente en ambas direccio-
nes. La frontera entre las características de los individuos y las comunidades
en que habitan resulta igualmente permeable, y si aplicamos estrictamente su
razonamiento, resultaría posible conocer el clima de una región por las carac-
terísticas morales de sus habitantes. Así, los de tierras muy calientes, como
Egipto, son «más ingeniosos y sabios que los que moran en lugares fríos»165;
si bien más adelante precisa –sobre la base de confundir prejuiciosamente y sin
la menor distinción a antiguos egipcios y gitanos– que este tipo de sabiduría es
más bien astucia y solercia, pues «exceden a todos los hombres del mundo en
saber ganar de comer» (dice apoyarse en Platón)166, en lugar de tener la verda-
dera sabiduría, la que no guarda dobleces ni engaños y anda «siempre asida de
la justicia y la rectitud»167. La explicación de este hecho –y aquí matiza a Platón
y Aristóteles– residiría en que el clima de Egipto provoca en sus habitantes
que el cerebro se tueste y la cólera se requeme168, con lo que predomina en
ellos la facultad imaginativa, hasta el punto de que allí se inventaron todas las
ciencias que pertenecen a ella («matemáticas, astrología, aritmética, perspec-
tiva, judiciaria y otras así»169); es también la única región que engendra en sus

162. Ibid.: 415.


163. Ibid.: 415.
164. Ibid.: 247.
165. Ibid.: 328.
166. Ibid.: 503-504.
167. Ibid.: 511.
168. Ibid.: 510.
169. Ibid.: 504.

170
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

moradores el tipo de imaginativa adecuada para la práctica de la medicina170


(heredada, después veremos de qué modo, por los judíos).
Por el contrario, las tierras frías y húmedas del norte son fértiles y abundan-
tes en frutos (como sus mujeres, aunque tampoco justifica tal afirmación), pero
la misma humedad condiciona que sus habitantes posean una gran memoria, en
perjuicio del entendimiento y el ingenio, que siguiendo a Aristóteles «es como
el de los borrachos», lo que les hace incapaces de inquirir ni conocer la natura-
leza de las cosas171. Son, por tanto, buenos en el aprendizaje de las lenguas (para
lo que se necesita de mucha memoria), pero en su manejo, «sacados […] de la
elegancia y la policía con que lo escriben, no dicen cosa que tenga invención
ni primor»172. Además –siempre según el de Estagira– la mucha frialdad de la
región impide que –por antiperístasis– el calor natural del cuerpo se disipe, por
lo que no sólo retienen gran humedad, sino mucho calor173. Esto les dota, junto
a la memoria, de buena imaginativa, con la cual, en una desconcertante alusión
–ya hemos visto que a los italianos los considera septentrionales– a Juanelo
Turriano, «hacen relojes, suben el agua a Toledo, fingen maquinamientos y
obras de mucho ingenio»174. De modo que también son buenos matemáticos y
astrólogos, pero les repugna la filosofía, la dialéctica, la teología escolástica,
la medicina y las leyes. E ilustra todo ello con la «vanilocuencia y parlería» de
los teólogos de dichas naciones, a quienes responsabiliza de haber echado a
perder «el auditorio cristiano con tanta pericia de lenguas, con tanto ornamento
y gracia en el predicar por no tener entendimiento para alcanzar la verdad».175.
Así pues, si los habitantes de países muy cálidos son imaginativos, y memo-
riosos los de países fríos, ¿dónde hallaremos a los de mayor entendimiento? La
respuesta, de acuerdo con los clásicos, es obvia: en las regiones templadas176.
Ya hemos visto que en la única ocasión en que Huarte emplea la palabra ‘clima’
(citando a Vegecio), se dice que quienes habitan en el quinto (españoles, italia-
nos y griegos) «son hombres de grande ingenio y muy animosos»177; en otro

170. Ibid.: 504.


171. Ibid.: 415.
172. Ibid.: 417.
173. Ibid.: 415-416.
174. Ibid.: 416. En la misma página, Serés dedica una extensa nota (la 64) a la identificación de
Turriano y al comentario de la cuestión.
175. Ibid.: 451-452.
176. Las referencias a otros pueblos son escasas y tangenciales. De los moros (sic) dice que
escriben en arábigo, son grandes jugadores de ajedrez y tienen establecidos en el ejército
siete escalones de paga (Huarte, 1989: 399, 549); de los indios, que son opuestos a los
alemanes (Ibid.: 247); y de los «asianos», que no querían rey ni leyes porque les hacían
cobardes (Ibid.: 525). En este último caso, se trata de una cita de Hipócrates. Serés, 1989:
525, notas 2 a 5.
177. Huarte, 1989: 717.

171
Cayetano Mas Galvañ

lugar –citando a Galeno– afirma que quienes viven entre el Septentrión y la


zona tórrida son «prudentísimos» (la palabra no es gratuita)178. Nada hay de
particular, conocido ya también su limitado repertorio etnológico-geográfico,
que aquí se centre en los griegos, «los más hermosos hombres del mundo y de
más alto ingenio»179. Siempre siguiendo a Galeno, afirma que «Grecia es la
región más templada que hay en el mundo, donde el calor del aire no excede
a la frialdad, ni la humidad a la sequedad»180. Además, los antiguos griegos
disponían de los alimentos más adecuados para hacer a sus hijos ingeniosos y
sabios (pues la manteca de leche de cabra o de vaca fresca con miel que con-
sumían aviva el entendimiento)181. La consecuencia es que dicha «templanza
hace a los hombres prudentísimos y hábiles para todas las ciencias»182, como lo
demuestra el gran número de varones ilustres, e incluso mujeres –cuyo ingenio
es «tan repugnante a las letras»183–, que de ella han salido: Sócrates, Platón,
Aristóteles, Hipócrates, Galeno, Teofrastro [sic], Demóstenes, Homero, Tales
de Mileto, Diógenes, Solón y «otros infinitos sabios», así como «tantas griegas
y tan señaladas en ciencias», aunque sólo mencione a Leontion (la denomina
Leoncia), la epicúrea conocida por sus críticas a Teofrasto184.
Conocida la línea argumental sostenida por Huarte, el lector no deja de
quedar muy notablemente sorprendido por esta exaltación de los climas tem-
plados: al propio autor no le queda otra posibilidad que defenderla como una
excepción, pues «fuera de Grecia ni por sueños hace Naturaleza un hombre
templado ni con el ingenio que requieren todas las ciencias»185. Sin duda, Huarte
era consciente de esta contradicción, y en una pirueta destinada a salvar al
menos parte de su argumento, trae a colación a Galeno, para quien si en Atenas
«todos nacen filósofos», la razón es que la de dicha ciudad es «la tierra más
mísera y estéril de toda Grecia»186. En realidad, como vamos viendo, el navarro
no tiene inconveniente en hallar excepciones y modificadores a las tendencias
naturales. Y es que al margen de lo aportado por la tradición clásica, había
otra causa adicional y necesaria para romper el determinismo absoluto (y su
propio hilo argumental) para introducir el elogio de los climas templados: la
de vindicar el clima de España, para así hacer posible que aquí naciese un rey

178. Ibid.: 415.


179. Ibid.: 576.
180. Ibid.: 575. Sobre el rechazo de los climas extremos y la alabanza del propio llevada a cabo
por los griegos clásicos, vid. Pinna, 1988: 29, 35.
181. Huarte, 1989: 672-673, 715.
182. Ibid.: 575.
183. Ibid.: 575.
184. Ibid.: 575.
185. Ibid.: 575.
186. Ibid.: 509.

172
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

prudentísimo, con cuyo encomio científico (por así decirlo) viene a culminar
la primera parte del Examen.
La llave con la que Huarte cree resolver la cuestión parte de nuevo de la
teoría de los humores y reside en el noveno de los temperamentos galénicos,
el único «que hace al hombre prudentísimo, todo lo que naturalmente puede
alcanzar»187, a cuyo comentario dedica el capítulo XIV/XVI, «Donde se declara
a qué diferencia de habilidad pertenece el oficio de rey, y qué señales ha de tener
el que tuviere esta manera de ingenio». Esta suerte, si no de superhombre, al
menos de héroe gracianesco avant la lettre, posee un temperamento en el que
todas las cualidades están perfectamente equilibradas, «en tanta igualdad y con-
formes como si realmente no fueran contrarias ni tuvieran oposición natural»188.
En consecuencia, también las facultades se hallan totalmente potenciadas, por
donde «viene el hombre a tener perfecta memoria para las cosas pasadas, y
grande imaginativa para ver lo que está por venir, y grande entendimiento
para distinguir, inferir, raciocinar, juzgar y eligir»189. Tal es, por tanto, el tipo
de ingenio más adecuado para desempeñar el oficio de rey. Siempre según su
doctrina de las causas segundas (Dios se sirve habitualmente de los medios
naturales para hacer sus obras) y de la aceptación de la influencia del medio
en lo físico, mental y moral, los ambientes en los que nacen hombres así deben
ser forzosamente muy templados. En este sentido, también vemos completarse
su visión de la historia, combinación de elementos judeocristianos y clásicos
(con predominio de los primeros), que ya hemos esbozado: comienza con el
Paraíso (como sabemos, «lugar templadísimo», establecido por Dios con las
condiciones óptimas para crear a Adán); continúa en la Tierra Prometida, que
alumbró (aunque con dificultades) al rey David190, y después a Jesucristo (a
quien, por cierto, también describe físicamente dando por bueno el falso texto
atribuido a Publio Léntulo191); e incluye a la Grecia clásica y el mundo hele-
nístico, cuya floración de intelectos también hemos referido. El siguiente paso,
el más alto en la estructura de la obra, lleva directamente a España, región en
principio «no muy destemplada»192, que al estar situada entre el Septentrión
y la zona tórrida también puede producir hombres prudentísimos193, de «ruin

187. Ibid.: 573.


188. Ibid.: 574.
189. Ibid.: 574.
190. Ibid.: 593.
191. Ibid.: 594-595.
192. Ibid.: 577.
193. Ibid.: 415.

173
Cayetano Mas Galvañ

memoria y grande entendimiento»194. Lo cual implica, dicho sea de paso, que


el principal rasgo climático que Huarte asigna a España es el de ser una zona
templada, pero seca. Dado su conocimiento directo, el navarro no puede dejar
de anotar la diversidad existente entre las distintas zonas peninsulares, hasta
el punto de que entre lugares «que no distan más que una pequeña legua, no
se puede creer la diferencia que hay de ingenios entre los moradores»195 –cosa
que le permite volver a insistir en que la causa de las diferencias en «la figura
del rostro y la compostura del cuerpo, pero también en las virtudes y vicios del
ánima»196 reside en el diferente temperamento de la tierra–, pero como después
hizo Masdeu, admite un tipo medio del ambiente español, de los españoles, y
de su ingenio. Al igual que en otros momentos, aquí ilustra su razonamiento
comentando la aparente paradoja que supone la enorme dificultad que expe-
rimentan los españoles para aprender y dominar el latín (al contrario que los
septentrionales)197; en cambio, en dialéctica, filosofía, teología escolástica,
medicina y leyes «más delicadezas dice un ingenio español en sus términos bár-
baros, que un extranjero sin comparación, porque sacados éstos de la elegancia
y policía con que lo escriben, no dicen cosa que tenga invención ni primor»198.
No obstante, la prueba de ese carácter templado del clima español la tendría-
mos si fuera capaz de producir un hombre que reúna todas las características del
noveno temperamento. Halagador hasta el extremo, nuestro autor reconoce que
España no es Grecia, pero niega que sea imposible hallar «esta temperatura»
(el noveno carácter) en otras partes, y dice haber hallado aquí un caso –que es
el que desea destacar–, sin descartar que pueda haber muchos otros199. Dada,
así pues, una respuesta positiva al carácter templado del clima de España, para
nosotros tiene interés secundario el modo en que completa su objetivo, que no
es otro que enumerar las señales que caracterizarían físicamente a estos indivi-
duos: cabello subrufo («que es un color de blanco y rubio mezclado y, pasando
de edad en edad, dorándose más»200), ser hombre «bien sacado y airoso, de
buena gracia y donaire, de manera que la vista se recree en mirarlo como figura

194. Ibid.: 415, 648. En esta última página se afirma que el «gran entendimiento» es el ingenio
más ordinario en España.
195. Menciona explícitamente (y por este orden) a catalanes, valencianos, murcianos, granadinos,
andaluces, extremeños, portugueses, gallegos, asturianos, montañeses, vizcaínos, navarros,
aragoneses, «y los del riñón de Castilla». Ibid.: 247.
196. Ibid.: 247.
197. Para ilustrar el hecho, refiere una anécdota sucedida entre Paulo IV y uno de los teólogos
españoles –a quien no identifica– que más habían destacado en las sesiones del Concilio,
pero apenas dominaba el latín. Ibid.: 402-403.
198. Ibid.: 417.
199. Ibid.: 574-575, 577.
200. Ibid.: 578.

174
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

de gran perfección»201, moderada estatura («y si al uno de los dos extremos


ha de inclinar, mejor es a pequeño que a grande»202), ser virtuoso y de buenas
costumbres, estar siempre sano y nunca enfermo, ser de muy larga vida, «de
grande memoria para las cosas pasadas, de grande imaginativa para alcanzar lo
que está por venir y de grande entendimiento para saber la verdad en todas las
cosas»203. En suma, una combinación muy difícil, que Huarte sólo ve en Adán
(siguiendo a San Jerónimo, Adán significaría homo rufus), David y el propio
Jesucristo. En suma, deduce que «el hombre que fuere rubio, gentil hombre,
mediano de cuerpo, virtuoso, sano y de vida muy larga, que este necesariamente
es prudentísimo, y que tiene el ingenio que pide el cetro real»204. Debemos
subrayar que Huarte en ningún momento alude explícitamente a Felipe II, pero
la intención aduladora (comparándolo nada menos que con Jesucristo) es más
que evidente y pocos han puesto en duda esta identificación205.
Como hemos indicado, el navarro conocía las implicaciones deterministas
de las doctrinas ambientales. Es cierto que se vio forzado por los expurgos
inquisitoriales a dedicar un capítulo completo (el V de 1594) a salvar la libertad
de actuación humana, pero en reiterados pasajes de la edición de 1575 queda
de manifiesto que la suya no es una posición simplista, absoluta o exclusiva:
puede haber excepciones o factores modificadores de la influencia del medio.
Más aún, las ideas hipocráticas y aristotélicas no contemplaban un exclusivo
determinismo climático, sino que también tenían en cuenta –en mayor o menor
medida– la influencia de las estructuras sociales y el orden político (nomos)
sobre el destino de las sociedades humanas206. Huarte no dudará en hacer uso
de este recurso cuando lo considera necesario. Así, no considera regla uni-
versal que en Grecia todos nacieran sabios y filósofos –Píndaro, nos dice,
motejó de lo contrario a los beocios207–, ni que necesariamente los otros pueblos
fueran destemplados y necios208 (y aquí trae a colación el ejemplo del escita

201. Ibid.: 579.


202. Ibid.: 579.
203. Ibid.: 580-587.
204. Ibid.: 599. Sólo hay otra persona a la que se refiere, en otras dos ocasiones, con idéntico
párrafo: Jesucristo. Ibid.: 594, 597. Anotemos, por otra parte, que la palabra «prudentísimo»
se repite once veces en el texto.
205. Serés, 1989: 599, nota 107. Hernández y Castro, 2014: 361-362, ponen de relieve la
existencia de descripciones relativamente parecidas del temperamento perfecto en el Liber
de arte medendi (terminado de escribir en 1557 y publicado en 1564 en Lyon), obra de
Cristóbal de Vega, quien fuera maestro de Huarte en Alcalá. Abellán, 1979: 213, lo coloca,
«desde un punto de vista muy original», en la línea de elaboración doctrinal de la idea del
príncipe cristiano que se desarrollará en el siglo siguiente.
206. Pinna, 1988: 35.
207. Huarte, 1989: 331.
208. Ibid.: 577.

175
Cayetano Mas Galvañ

Anacarsis, como filósofo respetado por los griegos). Además, aunque sólo en
un breve fragmento, hace alusión al peso que puede tener la dinámica histórica
e institucional, cuando dice de los griegos que después de su periodo clásico
–sin que indique que variara su medio natural– han sido desgraciados, oprimi-
dos y maltratados por el Turco, cosa que «hizo desterrar las letras y pasar la
Universidad de Atenas a París de Francia, donde ahora está», en clara referencia
a la Sorbona209. Por otra parte, el problema de afeminamiento que se imputaba
a los escitas –como refería Hipócrates– tan sólo incumbía a sus clases altas, por
andar siempre a caballo, no hacer ningún ejercicio, y comer y beber «más de
lo que su calor natural puede gastar». De ahí que su «simiente» (semen) fuera
fría y húmeda, y de ahí que engendrasen poco, la mayor parte fueran hembras y
los escasos varones que nacían salieran eunucos o hermafroditas; sin embargo,
sus esclavos eran potentísimos y sus hijos, varones robustos210: estamos ante un
argumento que, por sí solo y llevado hasta sus últimas consecuencias, le habría
bastado para echar abajo cualquier determinismo exclusivamente climático o
ambiental. Pero aquí lo que Huarte pretende es ofrecer un ejemplo perfecto
de cómo los modos de vida y la moral tienen su reflejo en la fisiología y en la
transmisión de caracteres heredados (recuérdese los sucedido en el Paraíso); y
de pasada, vuelve a descartar visiones milagreras, pues apunta que la solución
al problema de los escitas poderosos no residía en hacer ofrendas a la divini-
dad, sino en andar a pie y hacer ejercicio, comer poco, beber menos, y no estar
siempre holgando211. No obstante, pese a la importancia que Hipócrates con-
cedió al peso de las instituciones sociales en este plano, y al interés del propio
Huarte, las referencias a estos aspectos que podemos hallar en el Examen son
muy escasas.
Enlazando con este último asunto, la obra se hace también eco de las teo-
rías sobre la herencia, igualmente de origen hipocrático, como muy bien nos
recuerda el propio Huarte al traer a colación el manido caso de los macrocé-
falos, pueblo en el que la costumbre de deformar las cabezas, alargándolas,
se convirtió en naturaleza y se transmitió a la descendencia212; si bien nuestro
autor apunta, siguiendo a la misma fuente, que la historia no acabó ahí, sino
que al dejar «a Naturaleza libre y suelta, sin oprimirla ya con arte, poco a poco
se fue volviendo a la figura que ella solía hacer antes»213. A nuestro juicio, lo
interesante de Huarte es que presta una limitada aquiescencia a esta tesis, sobre
todo en su conclusión, como podemos deducir de la principal aportación (esta

209. Ibid.: 576. Iriarte, 1948: 270-271.


210. Huarte, 1989: 634-635. Glacken, 1996: 110.
211. Huarte, 1989: 634-635.
212. Glacken, 1996: 109. Guardia, 1855: 154-163.
213. Huarte, 1989: 518.

176
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

sí, de su propia cosecha) que hace al asunto, la que expone a propósito de los
judíos214. La pregunta fundamental que se plantea es cómo estos adquirieron
su particular ingenio, que considera similar al de los egipcios, y por qué aún
lo mantenían. Como venimos insistiendo, también aquí Huarte asume los pos-
tulados hipocrático-galénicos, pero incide en un factor particular, que es el
representado por el paso del tiempo. Así, según sus cálculos –no es necesario
discutirlos– los israelitas sumaron cuatrocientos treinta años de éxodo: aunque
sólo doscientos diez habrían sido los del cautiverio en Egipto, el resto de las
tierras por donde anduvieron peregrinando hasta alcanzar la Prometida eran
semejantes a la egipcia. Suficiente tiempo, a su juicio, para que se les «pegasen
las calidades de Egipto»; es decir, para que –como corresponde a las regiones
«flacas y estériles»– desarrollaran un carácter «muy agudo»215. Una vez salidos
de Egipto, importa conocer qué comieron, bebieron y respiraron durante los
cuarenta años en que vagaron por el desierto, para ver si mudaron el ingenio
o –por el contrario– lo confirmaron. En primer lugar, da una importancia fun-
damental al alimento: supuesto que durante tan largo periodo comieron tan
sólo maná, y dadas las propiedades que asigna a este alimento, todos salieron
«secos y enjutos»216. Lógicamente, Huarte se afana en disquisiciones sobre
la realidad física del maná217, llevado siempre por su planteamiento sobre el
imperio de las causas segundas frente a las visiones milagreras. Del mismo
modo, aporta sus comentarios acerca de las calidad de las aguas y del aire que
respiraron (templado constantemente por las columnas de nube y de fuego que,
día y noche, precedían en su marcha al pueblo de Israel)218. La conclusión va
inequívocamente en la dirección de que el maná reforzó el temperamento que
habían adquirido en Egipto, pues coadyuvando a la producción de un semen
«delicado» y «tostado», y una sangre menstrua «sutil y delicada», era el mejor
medio para engendrar hijos de mucha habilidad, agudeza e ingenio, a quie-
nes se transmitían las cualidades de sus padres219. Los trabajos y penalidades
pasados después en la Tierra Prometida y en el exilio babilónico reforzaron la
«cólera retostada» de los hebreos, instrumento de «la solercia, astucia, versucia
y malicia; y ésta es acomodada a las conjeturas de la medicina»220; en otras
palabras, de nuevo el argumento histórico y moral cobra fuerza frente a las
solas influencias físicas. Anotemos de pasada que pese a toda esta argumenta-

214. Iriarte, 1948: 215-216, 219-222.


215. Huarte, 1989: 508-510.
216. Ibid.: 511-514.
217. Serés, 1989: 512, nota 50, lo identifica con el liquens esculentus o canona esculenta.
218. Huarte, 1989: 514-515.
219. Ibid.: 515-516.
220. Ibid.: 516-517.

177
Cayetano Mas Galvañ

ción, lo cierto es que Huarte parte del concepto que ya tiene del judío –que no
es negativo221, aunque tal juicio en esta cuestión sea lo de menos– y, a través
de una serie de razonamientos más o menos sofisticados, pero que considera
acordes con la ciencia disponible, termina por alcanzar un concepto de judío
idéntico al que tenía inicialmente…
Todo esto carecería de interés para nosotros salvo por la pregunta que se
formula, cuya respuesta parece entrañar «una dificultad muy grande»: ¿cómo
es posible que hayan conservado las «disposiciones» adquiridas hacía al menos
dos mil años y habiendo cambiado de lugares? Tal es –sin ir más lejos– el caso
de los que vinieron a España, «región tan contraria a Egipto, donde han comido
manjares diferentes y bebido aguas no tan buenas».222 Según el ejemplo de
los macrocéfalos antes mencionado, deberían haber vuelto al estado previo
al éxodo. Pero en la respuesta de Huarte hay un matiz diferente, al recordar
que según el propio principio hipocrático, cualquier planta, animal o humano
puede aclimatarse, pues «toma las costumbres de la tierra donde vive y pierde
las que traía de otra»223. En la solución que ofrece el navarro, que interpreta-
mos de modo diferente a como ha sido común, y en la que creemos identificar
una verdadera singularidad, no entraría el regreso a una hipotética naturaleza
previa, que iría difuminándose –lenta pero constantemente– con el tiempo,
sino en la adaptación al nuevo medio; se trata de una tesis implícita, de hondas
repercusiones filosóficas –y más a las puertas del Barroco– que merecería ser
adecuadamente rastreada bajo esta luz. Claramente, Huarte manifiesta que la
referida dificultad es, en su opinión, sólo aparente, pues para él este tipo de
accidentes pueden convertirse en permanentes en un individuo –lo que implica
que pueden transmitirse a los descendientes–, pero también pueden desapare-
cer con el tiempo, a condición de que este sea suficiente y se modifiquen las
circunstancias. Con lo cual, si aún no habían desaparecido las características
que les eran propias a los judíos de su época, podría perfectamente significar
que no había pasado el tiempo suficiente para ello, y que tal vez se necesita-
sen otros mil años. Sin embargo, está sin duda convencido de que terminarían
desapareciendo, y de hecho, afirma que los judíos contemporáneos ya no son
exactamente iguales a los de las épocas antiguas224. En cualquier caso, redondea
su exposición proponiendo el caso de los gitanos –de quienes ya no tiene tan
favorable opinión–, que dice habían venido a España hacía más de doscientos
años y aún no habían perdido nada de su ingenio y solercia, ni el color tostado; e

221. Arrizabalaga y Giordano, 146 (2020): 366-367, 373.


222. Huarte, 1989: 517-518.
223. Ibid.: 518. Iriarte, 1948: 219.
224. Huarte, 1989: 518-523.

178
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

incluso propone un auténtico experimento, a realizar con negros (seguramente,


para que fuera bien evidente, pero indicativo del nulo aprecio a su raza): sacar
a doce de ellos y otras tantas mujeres de su región y traerlos a la nuestra, para
saber cuánto tiempo necesitarían para perder el color; eso sí, no mezclándolos
con blancos225. No sabemos si su propuesta pasaba de lo meramente hipotético,
pero le parece fuera de duda que sería necesario mucho tiempo para que se
advirtiesen cambios apreciables.

4. CONCLUSIONES
A la hora de concluir estas líneas, podría ser de interés, en primer término,
comparar a Huarte con uno de sus más destacados contemporáneos, conocido
–entre muchas otras razones– por contarse entre quienes asumen la teoría de
los climas. Nos referimos a Jean Bodin, de cuyas obras nos interesan espe-
cialmente el Methodus ad facilem historiarum cognitionem (1566) y Les six
livres de la République (1576)226. El francés, en efecto, comparte fuentes con
Huarte (Platón y Aristóteles, Hipócrates y Galeno), así como ciertas ideas, (v.
gr., la exaltación de la zona templada). Sin embargo, la diferente aproxima-
ción al tema determina la mirada, y en el caso de Bodin advertimos en todo
momento un mayor peso del pensamiento geográfico. Los primeros textos de
los grandes viajes de exploración y las nuevas representaciones cartográficas
hicieron que la atención se volviera hacia Estrabón, Ptolomeo y otros geógrafos
helenos227, y Bodin se hizo especialmente eco del segundo de ellos. Así, precisa
la división climática del mundo y vincula claramente la geografía y la historia,
dejando asentado que esta última sólo puede comprenderse si se conoce a la
perfección el ambiente natural en el que se desarrolla; y concede una gran
importancia, a las características del locus (latitud, longitud y orografía). Todo
ello está ausente en la obra de Huarte, que se mantuvo fiel a su perspectiva
esencialmente médica y fisiologista. Otro rasgo ausente en Huarte –es más,
explícitamente rechazado–, pero ampliamente presente en Bodin y la mayor
parte de los contemporáneos que se ocuparon de estas cuestiones, es la incorpo-
ración de las ideas astrológicas. De hecho, se ha considerado que la astrología
funcionó como un gran principio unificador de la naturaleza –un ambientalismo
cósmico–, desempeñando un papel comparable al que después ocuparía la ley
de la gravitación newtoniana228. Para Bodin, resulta indiscutible la influencia
de los astros, que todo lo determinarían, desde los cambios meteorológicos al

225. Ibid.: 523.


226. Pinna, 1988: 139-154.
227. Ibid.: 139.
228. Glacken, 1996: 50-51. La comparación con la ley newtoniana pertenece a Lynn Thorndike.

179
Cayetano Mas Galvañ

carácter y las actitudes individuales y colectivas; por su parte, Huarte rechaza


como meramente superficial la influencia astral, derivada del momento del
nacimiento, en la conformación a largo plazo del carácter del niño, pues de ser
cierta «no era posible constituirse arte ninguna; porque esto fuera caso fortuito
y no puesto en elección de los hombres»229, frase que –amén de profundamente
correcta– manifiesta con toda claridad las posiciones del navarro. Es decir,
del mismo modo que Galeno supuso en su época una excepción a la general
aceptación de las teorías astrológicas, también Huarte utiliza a su maestro para
rechazarlas en un momento –el del Renacimiento– en el que pocas voces las
contestaron (Ficino, Pico della Mirandola), y en el que se habían abandonado
las únicas reglas disponibles para entender la naturaleza sin lograr aún sus-
tituirlas por otras distintas (habrían que esperar, como poco, al surgimiento
de la nueva física en el siglo xvii)230. Más aún, Huarte se apartó tanto de las
posiciones humanistas (las ideas sobre una armonía universal entre el hombre y
la naturaleza eran incompatibles con su determinismo fisiológico), como –por
medio de la doctrina de las causas segundas– de las visiones providencialistas
y milagreras.
Por otra parte, la de Bodin (un pensador político muy activo, principal teó-
rico del partido de los politiques franceses, preocupados por hallar mecanismos
de estabilización política para su atribulado país y defensores de un absolutismo
laico), es también una reflexión centrada en la mejora de la res publica, aunque
sus propuestas son de más amplia extensión que las de Huarte: concibiendo
las condiciones ambientales como inalterables, postula la necesidad de que los
gobernantes adapten a ellas su actuación, a riesgo de amenazar el orden interno
del país. Asentada ya por Aristóteles la idea de que en los climas templados se
hallaban las naciones más avanzadas231, Bodin también se aplicará a la exal-
tación del clima de Francia, aunque de nuevo con mayor base geográfica; en
su opinión, los mejores modelos de constitución política habrían seguido en el
curso del tiempo y del espacio un itinerario con una dirección clara: de este a
oeste, y de sur a norte (de modo que el galo, cómo no, sería el mejor país de
su época). Finalmente, ambos autores coinciden en que resulta posible superar
las influencias negativas externas, y –con los lógicos, particulares y distantes
matices impuestos por los diferentes contextos– en levantar un edificio inte-
lectual lo más alejado posible de los dictados de los teólogos.
Si la teoría clásica de los climas postula que los individuos y las sociedades
son fruto de las condiciones naturales del territorio, a la luz de lo expuesto tanto

229. Huarte, 1989: 642; Serés, 1989: 642, nota 130.


230. Pinna, 1988: 123-124.
231. Glacken, 1996: 116.

180
Ideas ambientales y climáticas en Juan Francisco Masdeu y Juan Huarte de San Juan

Huarte como Masdeu pueden ser adscritos a estas doctrinas. Como es natural
(por intereses, por formación y por diferencia temporal) ambos autores presen-
tan diferencias. Sin duda, lo que ocasionó los principales problemas a Huarte
no fueron los planteamientos hipocráticos, de limitado determinismo, sino su
revisión de la teoría fisiologista galénica. No obstante, pese a sus contradiccio-
nes e insuficiencias, es innegable y sin duda extraordinariamente meritoria la
vocación de cientificidad del doctor navarro. Masdeu, por su parte, prescinde
prácticamente de la teoría galénica, lo que le permite escribir con muchas
menos ataduras, al igual que el resto de sus contemporáneos (compárense en
este sentido las opiniones de Feijoo, Du Bos y Tiraboschi arriba detalladas).
Podríamos buscar otras diferencias menores, como la mayor importancia que el
catalán concede a los aires en la transmisión de los caracteres nacionales. Pero
las coincidencias de fondo son evidentes, y a la luz de lo expuesto, diremos
que Masdeu debe a Huarte más de lo que confiesa, aunque los dos españoles
(y la mayor parte de los autores adscritos a la teoría climática) carecen de un
contacto empírico consistente con la realidad (basado en datos objetivos y
cuantificables), ya sea en el Quinientos o en el Setecientos, y continúan repi-
tiendo con escasa novedad el ejemplario heredado de las autoridades clásicas.
En realidad, como hoy sabemos perfectamente, la de los climas es una teoría
radicalmente falsa, pero no cometeremos aquí el anacronismo de culparles por
no poseer los actuales conocimientos científicos. Se trata, más bien, de inten-
tar entender las razones de la larga pervivencia de la teoría de los climas, que
incluso hoy podemos detectar entre las amplias capas de población no fami-
liarizada con estos temas. Sin duda, condición de esta duración fue la referida
pervivencia del legado clásico (algo especialmente comprensible en el caso de
Huarte) y la lentitud en el proceso de constitución de la nueva ciencia (que en
las cuestiones naturales y biológicas siguió careciendo de un claro paradigma
alternativo incluso durante el Setecientos), así como la difícil asimilación de
los nuevos descubrimientos geográficos y cosmográficos (ausencia esta mucho
más culpable en los autores dieciochescos, y no sólo en Masdeu).
Pero, como también hemos querido subrayar, la pervivencia de estas repre-
sentaciones sobre el clima, y su concreción en un amplio conjunto de discursos,
se debe al hecho de que permiten ofrecen una justificación de las estructuras
políticas e ideológicas de las sociedades de la época. El pensamiento climático,
así pues, fue puesto al servicio de una finalidad teleológica. Hemos visto a
Huarte mostrar todo su empeño en resolver un problema de índole esencial-
mente social, lo que implicaba al propio tiempo apuntalar el edificio de la
monarquía absolutista exaltando la figura del monarca templado, claramente
personalizado en Felipe II. El navarro también avanzó en la asociación entre el
clima y un pretendido carácter nacional («España» y «español» son categorías

181
Cayetano Mas Galvañ

que emplea), camino que –con la revitalización de la teoría de los climas pro-
ducida durante el Setecientos– recorrería mucho más francamente Masdeu, en
lo que podemos denominar ya como un verdadero protonacionalismo climá-
tico. Tal es la clave última de la persistencia de la teoría de los climas entre la
intelectualidad europea de la Modernidad: la vinculación de las visiones sobre
el clima con la emergencia de las modernas conciencias nacionales232. Sin
embargo, no se alcanzaron aquí los excesos de sus contemporáneos británicos,
quienes (en un contexto religioso y científico bien distinto) tras reclamar para
el de su país la categoría de verdadero clima templado (y por tanto benigno),
llegaron a afirmar que tal cosa era una muestra inequívoca del favorecimiento
del Creador para con su nación. En cualquier caso, la catolicidad de Huarte y
Masdeu exigía, si no una ruptura absoluta con el determinismo, al menos su
clara limitación y una no menos inequívoca manifestación de la superioridad
del libre albedrío sobre cualquier circunstancia, requisito que cumplen ambos
aun al precio –sobre todo Huarte– de mostrar sus contradicciones.

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184
EXTREMISMO CLIMÁTICO, FENÓMENOS
BIOLÓGICOS Y DESASTRES DE ORIGEN
NATURAL EN EL NUEVO MUNDO A TRAVÉS
DEL MERCURIO HISTÓRICO Y POLÍTICO
(1738-1783)1

Antonio Manuel Berná Ortigosa


Universidad de Alicante

1. INTRODUCCIÓN
La prensa es objeto y fuente histórica de primer orden. Es un espejo en el que
se refleja la imagen que una sociedad tiene de sí misma y de su tiempo2. En
la historia de los medios de comunicación, la aparición del periódico supone
un hecho decisivo. Para que esto sucediera, convergieron una serie de condi-
ciones políticas, sociales y económicas favorables; al igual que un cierto nivel
de cultura y desarrollo técnico3. La imprenta, el correo y las comunicacio-
nes transatlánticas se convirtieron en algunos de los principales medios para
difundir y distribuir las ideas por todos los territorios. La obra de Elizabeth
Eisenstein significó un esfuerzo valioso para comprender la dimensión de la

1. Esta investigación –Prensa y «desastres» en el Mercurio Histórico y Político-Mercurio de


España (1738-1830)– está financiada por el programa para la contratación de personal inves-
tigador de carácter predoctoral de la Comunitat Valenciana (ACIF 2020 / Exp. 172). Este
trabajo materializa la exposición «El extremismo climático y los desastres de origen natural
en el Nuevo Mundo a través del Mercurio Histórico y Político (1738-1783)», presentada en
el XIV Seminario Internacional de Historia y Clima: clima, riesgo, catástrofe y crisis a ambos
lados del Atlántico durante la Pequeña Edad del Hielo. Universidad de Alicante, 16-18 de
octubre de 2019.
2. Tuñón de Lara, 1986: 13-15.
3. Sáiz, 1983: 10.
Antonio Manuel Berná Ortigosa

cultura impresa4. Sin embargo, más acertada es la sintética y recopilatoria visión


de Asa Briggs y Peter Burke5.
Sin entrar en el debate de cuándo se produjo el origen del periodismo, que
algunos sitúan entre la Antigüedad y la Edad Media6, y otros entre finales de
la Edad Media y la Edad Moderna7, la prensa del siglo xviii fue un género en
formación8 y marcado por contrastes, tanto por la pobreza publicista como
por sus oscilaciones de silencio y esplendor9. Como asegura Elisabel Larriba,
tanto en Europa como en América, los periódicos se multiplicaron, dando lugar
al surgimiento de una opinión pública y anunciando la llegada de una nueva
sociedad10.
La noticia es a su vez un mensaje y un producto que se comercializó en
el mercado. Además, la lectura del periódico fue un modo de instruirse, de
informarse y de distinguirse social y culturalmente.
Dicho esto, la fuente que se va a trabajar es el Mercurio Histórico y Político.
Esta cabecera, publicada por Salvador José Mañer en 1738, significó una pro-
funda novedad en España. Fue un periódico de contenido político y bélico.

2. METODOLOGÍA
Se ha creado una base de datos en la que el contenido del periódico se ha
dividido en siete categorías: política, guerra, economía, religión, «desastres»,
cultura-ciencia y sociedad. Acorde a la fuente y al método aplicado, estas
son las más apropiadas para agrupar, contabilizar y estudiar el Mercurio. La
finalidad ha sido establecer numéricamente el porcentaje que ocupaban las
mismas en el periodo de estudio. Es decir: 1738-1783. Desde el inicio de la
publicación hasta el último año en el que se conoció como Mercurio Histórico
y Político.
Debido a que los contenidos se presentaron en epígrafes agrupados según
diversos espacios «político-territoriales» y a que sus discursos eran mezclados,
continuos y a base de grandes párrafos, es posible hablar de «metanoticias».
Estas son el conjunto variado de novedades que constituía cada uno de los
bloques y párrafos informativos. Por tanto, el contenido del periódico se ha
descompuesto en «unidades de registro». Estas se han clasificado en la base

4. Eisenstein, 1994.
5. Briggs y Burke, 2002.
6. González Blanco, 1919.
7. Weill, 1979.
8. Guinard, 1973.
9. Sáiz, 1983: 24.
10. Larriba, 2013: 17.

186
Extremismo climático, fenómenos biológicos y desastres de origen natural en el Nuevo Mundo a través…

de datos según la respectiva categoría11. Hemos de tener en cuenta que una


unidad de registro es una información, independiente a las demás, con un efecto
político, bélico, económico, religioso, catastrófico, cultural o social dentro de
un bloque noticioso del Mercurio.
Respecto a la categoría de «desastres», se han establecido (según el orden
de aparición) quince tipos: rayos, erupciones volcánicas, enfermedades, frío y
nieves, lluvias, incendios, tempestades-tormentas, huracanes, rogativas, terre-
motos, calor, crecidas e inundaciones, tsunamis, sequías y plagas. A través
del Mercurio, se puede analizar cómo fue la interacción entre el medio, sus
manifestaciones extremas y las sociedades del pasado; al igual que ver cómo
fueron los daños y las respuestas sociales ante las adversidades climáticas,
biológicas o naturales.
En este caso, el autor no investiga cómo se configuraron las catástrofes.
Se encarga de analizar el Mercurio Histórico y Político como una fuente
histórica; y, concretamente, estudia qué y cuántas noticias de esta temática
aparecieron, además de sus características y de cómo se publicaron12. Por
ende, cuando se habla de «desastres», se hace referencia tanto a los episo-
dios de fenómenos climáticos, hidrometeorológicos, naturales, biológicos y
geológicos, como a sus efectos extremos. Asimismo, excepcionalmente, a las
rogativas y a los incendios. De un lado, por ser manifestaciones socio-reli-
giosas e indicadores de estos episodios; de otro, porque fueron un problema
extraordinario para la agricultura y para la organización de las ciudades
durante el Antiguo Régimen.
Por último, es necesario aclarar los objetivos de esta contribución. Son
cuatro:
1) Fijar la relación entre la prensa española y las colonias americanas.
2) Definir las características del Mercurio Histórico y Político (1738-
1783), así como su relación con el mundo colonial.
3) Ofrecer los datos de un vaciado sistemático de la categoría de «desas-
tres» y analizar cuántas noticias hay para el Nuevo Mundo, cuáles y
cómo son.
4) Plantear una propuesta de estudio de cara al futuro.

11. En total, se han contabilizado 66.440 (100%), las cuales se dividen así: política: 32.365 (49%);
guerra: 18.347 (27%); economía: 5.872 (9%); religión: 4.143 (6%); «desastres»: 2.145 (3%);
cultura-ciencia: 1.814 (3%); y sociedad: 1.754 (3%). Como en este trabajo solo se analizará
la categoría de «desastres» en el ámbito americano, para tener una visión completa de todas
ellas y sus características, véase: Berná Ortigosa, 37 (2019): 276-315.
12. Siempre y cuando se emplee la metodología adecuada, la prensa puede ser un instrumento
útil para el estudio de los climas y de los desastres de origen natural. Un buen ejemplo es el
siguiente: Olcina Cantos, 23 (2005): 185-232.

187
Antonio Manuel Berná Ortigosa

3. LA PRENSA ESPAÑOLA EN LA METRÓPOLI Y EN LAS


COLONIAS EN EL SIGLO XVIII. EL MERCURIO HISTÓRICO Y
POLÍTICO (1738-1783)
Las características del periodismo español del siglo xviii fueron extensivas –con
algunos matices– a todos los dominios de la Monarquía. Tanto en la península
Ibérica, como en otros tantos puntos de Europa, se produjo la irrupción de
una prensa muy variada: literaria, científica, erudita, divulgativa, informativa,
miscelánea, política, económica, oficial o provincial13. Esto se concretó en la
publicación de diversas cabeceras americanas. En el Cuadro 1 aparecen algunos
ejemplos14.
La prensa fue un enlace entre las relaciones de las colonias y la metrópoli,
permitiendo que se estableciera una red de comunicación e intercambio perma-
nente. Además, la Corona usó los periódicos para uniformizar la administración,
así como para proyectar una opinión pública de la Monarquía y reforzar la idea
de que todos, a ambos lados del Atlántico, eran súbditos de un mismo rey.
El público colonial se consideraba satisfecho en lo concerniente a las noti-
cias locales. No obstante, los edictos, las crónicas, los boletines, los bandos o los
pasquines no saciaban la curiosidad en lo referente al continente europeo. Junto
al aumento de las actividades comerciales, se produjo la recopilación de noticias
del exterior y la difusión de periódicos procedentes de la península Ibérica15.
Como sucedió en Europa16, el germen del periodismo fue las hojas volantes
o papeles sueltos. En América, la llegada de la imprenta se debió al proceso
de conquista y colonización española. El primer territorio en contar con una
fue, en 1539, el Virreinato de Nueva España. En cambio, la hoja volante más
antigua que se conserva se remite a 1541, titulada Relación del espantable terre-
moto que agora nuevamente ha acontecido en la ciudad de Guatemala […].
Estos documentos efímeros recogieron catástrofes, notificaciones de crímenes,
ejecuciones, batallas, defunciones, eventos cotidianos o hechos de interés e
importancia. Años más tarde, se les sumaron las publicaciones por entregas,
que recogían información histórica, científica y literaria. La más destacada fue
el Mercurio Volante (1693) del jesuita Carlos de Sigüenza y Góngora17.

13. Weill, 1979. Mas Galvañ, 2016: 179-202; 2017: 209-227.


14. Aquí no aparecen todos los periódicos que se publicaron, pero sí los más importantes. Con
este listado se pretende hacer una aproximación a la realidad periodística de los distintos
territorios americanos de soberanía española. Para más información, véase: Weill, 1979:
55-57. Núñez de Prado et alii., 1993: 85-90. y para las cabeceras del siglo xix: Núñez de
Prado et alii., 1993: 91-125.
15. Tarín Iglesias, 1972: 40-41.
16. Weill, 1979: 4-17.
17. García Acosta, 2016: 66-70.

188
Cuadro 1. Listado de periódicos en las colonias españolas en el siglo xviii

Fuente: Núñez de Prado et alii., 1993: 85-125. De Pedro Robles y Torres Hernández, 6 (2004): 321. García Acosta, 2016: 70.
Poupeney Hart, 14 (2010): 17; 20 (2017):135-140. Elaboración propia.
Extremismo climático, fenómenos biológicos y desastres de origen natural en el Nuevo Mundo a través…

189
Antonio Manuel Berná Ortigosa

A diferencia de la península Ibérica18, en las colonias americanas la produc-


ción de papeles públicos pasó por tres etapas distintas: literatura de conquista
(1492-1560), de estabilización colonial (1560-1750) y prerrevolucionaria
(1750-1808)19. Con la llegada de los Borbones se convirtió en un instrumento
de educación y control político. Pese a ello, fue una práctica menos generalizada
que en Europa. Esto se debe a las condiciones materiales que imperaron en el
suelo americano (escasez y mal rendimiento de maquinaria, insuficiencia de
vías de comunicación terrestre, inseguridad del tráfico marítimo, intransigencia
de las autoridades y la legislación20)21.
El periodismo americano experimentó tres fases en el siglo xviii. En la
primera mitad, predominó la prensa virreinal, donde destacó la información
administrativa. En la segunda, la prensa ilustrada expandió diversos contenidos
científicos y técnicos. Esto propició el surgimiento de una prensa especiali-
zada y dominante que fue el origen de la divulgación científica. En la primera
década del siglo xix, la prensa preindependentista primó los temas sociopolí-
ticos y económicos. Además, el ritmo de su producción y extensión se aceleró
vertiginosamente22.
De otro lado, Salvador José Mañer publicó el Mercurio Histórico y Político
en 1738. Este periódico supuso una gran novedad en España. A partir de dicho
año, despegó de forma muy veloz, hasta el punto de poner en duda el monopo-
lio de la Gaceta de Madrid (1661-1936). Así, fue con la Real Orden de 24 de
enero de 1756 cuando la Monarquía lo oficializó. En enero de 1784, la cabecera
pasó a conocerse como Mercurio de España. Su publicación llegó hasta 1830.
En esencia, y siendo complementario a la Gaceta, ofreció a sus contempo-
ráneos noticias de política y guerra, además de pinceladas de cultura, economía,
religión y sociedad. Tanto de las novedades genéricas de Europa, como de las
particulares de cada Estado, y siempre respondiendo al prisma ideológico de las
autoridades borbónicas23. En suma, fue un periódico mensual, en entregas en
8.º, compuesto a una columna y con más de cien páginas de media. Su precio
fue de seis maravedíes cada pliego, hallándose especialmente en Madrid, Cádiz
y Murcia. Entre 1750-1800, consiguió llegar a un amplio número de lectores,
suscriptores y territorios (europeos, peninsulares y de ultramar)24.

18. Aguilar Piñal, 1978. Sáiz, 1983.


19. Vidal, 1985: 10.
20. El ejemplo más notable es el «Pánico de Floridablanca» (1791).
21. Poupeney Hart, 14 (2010): 7-13.
22. Véase: Godoy, 1993.
23. Enciso Recio, 1957: 35-39.
24. Op. Cit.: 38-39, 73-76, 83-84, 122-123, 129 y 140.

190
Extremismo climático, fenómenos biológicos y desastres de origen natural en el Nuevo Mundo a través…

Por estas características, además de ser el «correo de los dioses»25, fue la


publicación más moderna de la época26. El Mercurio fue uno de los periódi-
cos peninsulares más importantes de las colonias. Las remesas a América se
hacían por dos rutas, la de Buenos Aires y la de La Habana. En cualquier caso,
los paquebotes de la Renta de Correos salían desde La Coruña. Los puntos de
distribución fueron once en total: México, La Habana, Veracruz, Guatemala,
Lima, Cartagena, Panamá, Buenos Aires, Puerto Rico, Santo Domingo y
Portobelo. Cada año, a lo largo de 1768-1781, se mandaron entre mil y cinco
mil ejemplares27.
El Mercurio fue una cabecera oficial. Por lo tanto, no es de extrañar que
se enviaran tomos a las distintas instancias administrativas para que estas se
nutrieran de información y, además, redistribuyeran los periódicos o sus con-
tenidos por diversos sectores de la sociedad. El Mercurio se convirtió en un
instrumento para proyectar una imagen sesgada y seleccionada de la Monarquía
Hispánica y también de sus rivales políticos. En suma, fue un medio para
extender novedades sobre territorios lejanos. Por ello, tuvo que ser consultado
por otras líneas editoriales americanas para preparar, completar o enriquecer
sus publicaciones periodísticas. Además, los envíos a América se convirtieron
en un negocio de particulares, como confirman las múltiples irregularidades y
deficiencias28. Sin embargo, las preguntas que deben responderse en el futuro
con mayor precisión son las siguientes: ¿Quiénes los compraban y quiénes los
leyeron?

4. EL EXTREMISMO CLIMÁTICO, LOS FENÓMENOS


BIOLÓGICOS Y LOS DESASTRES DE ORIGEN NATURAL EN
EL NUEVO MUNDO A TRAVÉS DEL MERCURIO HISTÓRICO Y
POLÍTICO (1738-1783)
La Pequeña Edad del Hielo (en adelante, PEH) se singularizó por un descenso
de 1-2º C en las temperaturas, inviernos muy fríos y nivosos, el avance de los
glaciares alpinos y la variabilidad, irregularidad o extremismo climático, lo
que se sumó a crisis de subsistencia, desórdenes sociales y catástrofes. Incluso,
durante esta etapa histórica, acontecieron varios episodios que destacaron por
la ausencia de manchas solares, el descenso de las temperaturas y la variabili-
dad climática. Estos son conocidos como Mínimo de Spörer (1550-1560), de

25. Gómez Aparicio, 1967: 23.


26. Guinard, 1973: 223.
27. Enciso Recio, 1957: 83-84. Larriba, 2013: 197-201.
28. Enciso Recio, 1957: 84-86.

191
Antonio Manuel Berná Ortigosa

Maunder (1645-1715) y de Dalton (1790-1820)29. En cambio, en la fachada


mediterránea occidental acabaría destacando la Oscilación Maldà (1760-1800),
caracterizada por el incremento en la frecuencia e intensidad de los periodos
estériles y de aguaceros catastróficos30. Dicho esto, se recomienda la consulta de
Le Roy Ladurie, que ubicó la PEH entre 1300 y 1860; y que, en suma, definió
sus características y sistematizó sus efectos para todo el territorio europeo31.
En el caso del Mercurio, se han contabilizado 2.145 registros para la cate-
goría de «desastres». La evolución de los datos a lo largo de las décadas de
estudio es el siguiente: 1738-1749: 479; 1750-1759: 666; 1760-1769: 463;
1770-1783: 537 (Cuadro 2).

Cuadro 2. Vaciado por décadas de las unidades de registro de «desastres» del


Mercurio Histórico y Político (1738-1783)

Fuente: Mercurio Histórico y Político (1738-1783), 552 ejemplares. Biblioteca Nacional de


España (en adelante, BNE), Hemeroteca Digital (en adelante, HD). Elaboración propia.

29. Alberola Romá, 2014: 43-47, 61-62 y 75.


30. Barriendos Vallvé y Llasat Botija, 2009: 253-286.
31. Le Roy Ladurie, 1990; 2017.

192
Extremismo climático, fenómenos biológicos y desastres de origen natural en el Nuevo Mundo a través…

El autor ha creído conveniente efectuar una división en tres grandes terri-


torios para así establecer una comparación estadística de cuántas novedades
presentó cada uno de ellos (Cuadro 3). El primero de los espacios es el conti-
nente europeo. De los 2.145 (100%) registros totales, tiene 1.650 (78%). Los
«desastres» que más predominaron fueron las enfermedades (320), los terre-
motos (261), los incendios (252), las tempestades (176), el frío y las nieves
(146) y las crecidas e inundaciones (128). La evolución de sus décadas fue así:
1738-1749: 396; 1750-1759: 534; 1760-1769: 319; 1770-1783: 401.
El segundo territorio es África-Próximo Oriente, donde aparecen 417 (17%)
noticias de esta categoría, las cuales se distribuyen del siguiente modo: 1738-
1749: 58; 1750-1759: 113; 1760-1769: 122; 1770-1783: 124. Las tipologías
más destacadas son las enfermedades (191), los incendios (86) y los terremotos
(53).
Por último, el Nuevo Mundo. Este territorio contiene tan solo 78 (5%) uni-
dades de registro (1738-1749: 25; 1750-1759: 19; 1760-1769: 22; 1770-1783:
12). En este sobresalen los huracanes (21), las tempestades (20), los terremotos
(14) y las enfermedades (9). Con alguna excepción, no es extraño que todas
estas tipologías se repitan en los diversos espacios, ya que en términos generales
son las más significativas para la categoría de «desastres».

Cuadro 3. Vaciado por territorios de las unidades de registro de «desastres» del


Mercurio Histórico y Político (1738-1783)
Continente europeo

193
Antonio Manuel Berná Ortigosa

África-Próximo Oriente

Nuevo Mundo

194
Extremismo climático, fenómenos biológicos y desastres de origen natural en el Nuevo Mundo a través…

Resumen

Fuente: Mercurio Histórico y Político (1738-1783), 552 ejemplares. BNE, HD. Elaboración
propia.

Aunque en esta categoría las noticias para el Nuevo Mundo sean tan
minoritarias, su análisis plantea una línea de investigación que puede ser muy
interesante para futuros trabajos. Esta implicaría la necesidad de establecer una
mirada a ambos lados del Atlántico.
Así, sería valioso realizar un estudio comparativo entre el Mercurio y algu-
nas cabeceras latinoamericanas como, por ejemplo, la Gazeta de Guatemala32 y
la Gazeta de Lima33. Estas gazetas son las que mayor continuidad e importancia
tuvieron en el tiempo, correspondiéndose con la cronología de publicación del
Mercurio Histórico y Político y del Mercurio de España. Para esta tarea sería
útil consultar el artículo de Catherine Poupeney Hart en el que sistematiza
algunos de los archivos, hemerotecas, bibliotecas o sitios webs donde es posible
encontrar digitalmente y en línea muchos de los periódicos que han aparecido
en el cuadro del apartado anterior34.
La finalidad del estudio que se propone sería triple: 1) comprobar si algunas
de las noticias coincidieron; y, en tal caso, analizar si presentaron diferencias
entre sí. 2) Revisar si hubo otras novedades para las colonias españolas que
no estuvieran en el Mercurio. 3) Averiguar cómo obtenía y seleccionaba el
Mercurio la información referida a las colonias en general y a las españolas en
particular. Pese a que los resultados son una incógnita, es probable que arrojen
luz sobre las relaciones entre la Monarquía Hispánica y sus colonias america-
nas, así como acerca de la prensa española del siglo xviii.
A continuación, se comentarán uno a uno los distintos tipos de «desastres»
para las noticias del Nuevo Mundo.

32. Poupeney Hart, 16 (2010):1-22; 2016: 307-318.


33. Dunbar Temple, 1965.
34. Poupeney Hart, 20 (2017): 129-146.

195
Antonio Manuel Berná Ortigosa

4.1 Rayos
Los rayos fueron la primera tipología en aparecer en el Mercurio, con un total de
56 (3%) registros. Estos ocasionaron daños sobre barcos y ciudades, pudiendo
dar lugar a incendios y/o pérdidas materiales, humanas y económicas. Menos
frecuentes son las observaciones o los impactos directos sobre personas. Para
el Nuevo Mundo solo hay una noticia (0,1%). En las novedades de España de
octubre de 1741, se publicó que un rayo cayó en la escuadra del Almirante
Torres35antes de que llegara al puerto de La Habana36.

4.2 Erupciones volcánicas


Las erupciones significan un total de 87 (4%) noticias. Pero no hay ninguna
relacionada con Latinoamérica. Esto resulta sorprendente. En la Edad Moderna,
los volcanes fueron uno de los problemas más complejos a los que se tuvieron
que enfrentar las sociedades de América del Sur37. La pregunta es: ¿Por qué no
hay ninguna referencia? A priori, parece que lo más indicado es afirmar que
la administración borbónica prefirió suprimir todo tipo de información que
pudiera ponerla en entredicho a la hora de gestionar una catástrofe. Otra alter-
nativa es que no llegaran datos a las oficinas del periódico o que, incluso, sus
responsables no tuvieran interés en los mismos. Es posible que los redactores
del Mercurio jerarquizaran las novedades a publicar y que mucha información
fuera omitida.

4.3 Enfermedades
Las enfermedades son el conjunto más amplio de todo el periódico, pues suman
520 (24%) unidades de registro. Las enfermedades, favorecidas por los cam-
bios en la naturaleza y el ambiente, provocaron crisis culturales y teológicas,
debates médicos y políticos, pérdidas económicas y demográficas o la para-
lización de los conflictos bélicos. En el caso del continente americano, hay 9
novedades (0,2%). En 1741 aparecieron cuatro seguidas como consecuencia de
los estragos que estaba sufriendo Cartagena de Indias por la fiebre amarilla38 y
el sitio inglés39. Si este grupo de noticias se publicó fue por motivos propagan-
dísticos. Por una parte, en el contexto de la Guerra del Asiento (1739-1748),

35. Fue uno de los tantos protagonistas en la Guerra del Asiento (1739-1748).
36. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 46, X-1741, pág. 111.
37. Petit-Breuilh Sepúlveda, 2004; 2013: 169-191.
38. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 39, 44, 46 y 48, III, VIII, X y XII-1741, págs.
110-111, 94-97, 102 y 117.
39. Desde el 13 de marzo al 20 de mayo de 1741.

196
Extremismo climático, fenómenos biológicos y desastres de origen natural en el Nuevo Mundo a través…

para enaltecer la decisiva victoria española, la cual consolidó el dominio de


la Corona en Suramérica; y, por otra, para exaltar la figura del Almirante Don
Blas de Lezo40.
Como se ve en las novedades de Londres de noviembre de 1751, la fiebre
o calentura amarilla también causó la muerte de muchas personas en Jamaica,
limitando la actividad comercial del puerto de Kingston41. Otras enfermeda-
des afectaron a las Indias Occidentales. Un ejemplo es el de la viruela, que
diezmó las colonias de Boston y Nueva Inglaterra en 175242; la de Williamsburg
(Virginia) en 176043 y la Carolina Meridional en 176144. La última mención
se notificó en las novedades de Londres de diciembre de 1773, indicándose el
brote de una epidemia que afectó a los negros de Jamaica y que se disipó sin
originar una gran devastación45. Un estudio interesante que ejemplifica cómo
trabajar las enfermedades es el de María Isabel Campos Goenaga46.

4.4 Frío y nieves


Las noticias de frío y nieves tuvieron una relativa importancia, como confir-
man los 160 registros (8%). Además de referencias y observaciones, las bajas
temperaturas y las nevadas paralizaron o mermaron las actividades productivas.
Mostrando así la dificultad de calentarse para muchos grupos sociales que no
tenían acceso a combustibles o que no podían permitirse pagar una chimenea y
sus correspondientes impuestos. De este modo, fueron condicionantes negati-
vos de cara a conflictos bélicos. Mientras que la nieve podía impedir o limitar
las movilizaciones, el frío era insoportable para unas maltrechas tropas que eran
incapaces de calentarse, lo que se sumaba a la carestía y a las enfermedades. El
resultado era que murieran más soldados por estos factores que por las contien-
das armadas; o que, incluso, la tensión se terminase convirtiendo en un motín.
En cuanto al Nuevo Mundo, tan solo hay 2 noticias (0,1%). En primer lugar,
desde las novedades de Madrid de junio de 1750, se notificó que la embarca-
ción de Don Francisco de Orozco (oidor de Guatemala y alcalde del crimen de
México) salió el día 16 de noviembre de 1749 del puerto de Callao con rumbo
a Cádiz. El 22 de enero de 1750 partió del puerto de Isla Concepción. Durante
todo el trayecto no padeció daño alguno en sus navíos. Sin embargo, el día 16

40. Murió el 7 de diciembre de 1741 a causa de la fiebre amarilla.


41. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 82, XI-1751, pág. 57.
42. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 91, VIII-1752, pág. 57.
43. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 3, VII-1760, pág. 256.
44. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 1, I-1761, pág. 72.
45. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 4, XII-1773, pág. 302.
46. Campos Goenaga, 2016: 323-344.

197
Antonio Manuel Berná Ortigosa

de febrero, mientras que pasaba por las inmediaciones del Cabo de Hornos,
experimentó una bajada de temperatura muy fría, con granizo y recios vientos47.
Después de esto, el Mercurio no comentó cuáles fueron sus pérdidas materiales
o humanas, si acaso las hubo. En último lugar, a partir de las novedades de
Boston de marzo de 1761, se contó que el puerto homónimo estuvo cerrado
durante más de 15 días a causa del frío y de los hielos, lo que significó un
fuerte revés a nivel económico y comercial48. Para Latinoamérica es importante
aumentar el número de estudios referidos a frío y nevadas en el contexto de
la PEH y en relación con la posible aparición de El Niño y La Niña49. Como
demuestra Adrián García Torres, las heladas pudieron llegar a convertirse en
destacados episodios de impacto socioeconómico para el siglo xviii50.

4.5 Lluvias
En el Mercurio Histórico y Político hay un total de 90 registros (4%). Lo pri-
mero a remarcar es la nula incidencia de la Oscilación Maldà (1760-1800) en el
conjunto de los datos. Lo segundo es que las novedades siempre se vincularon
con aspectos bélicos, socioeconómicos y con medidas político-técnicas o espiri-
tuales para prevenirlas o paliarlas. Así, de la misma manera que podían cortar el
paso a militares, o bloquear caminos y rutas comerciales, podían hacer peligrar
cosechas, estructuras y la vida de animales y personas. Relativa al continente
americano, solo hay una noticia (0,1%). En las novedades de Londres de julio
de 1759, en el contexto de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), se contó
que las tropas inglesas del Brigadier Clavering, entre los días 14 y 18 de abril
del mismo año, no pudieron conquistar ni avanzar por la isla de Guadalupe a
causa de las fuertes lluvias, ni tampoco fortificar las posiciones aseguradas51.

4.6 Incendios
Como confirma el Mercurio con sus 344 noticias (16%), los incendios fueron
uno de los problemas más básicos de las sociedades preindustriales. Además
de afectar a edificios aislados o ciudades completas, provocaron grandes dam-
nificaciones socioeconómicas y demográficas, a pesar de los esfuerzos de las
instancias administrativas. En cuanto a las novedades del Nuevo Mundo, el
periódico presenta 6 (0,5%) unidades de registro.

47. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 65, VI-1750, pág. 80.
48. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 3, III-1761, pág. 257.
49. Véase: Gil Olcina y Olcina Cantos, 2017: 467-506.
50. García Torres, 2017: 183-208.
51. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 3, VII-1759, págs. 188-198.

198
Extremismo climático, fenómenos biológicos y desastres de origen natural en el Nuevo Mundo a través…

En las novedades de Londres de septiembre de 1750, se informó que un


incendio dañó el Puerto Real de Jamaica, donde los daños excedieron a 1.000
libras esterlinas52. En Carlsbad (California), el 23 de mayo de 1759, se pegó
fuego a la casa de un latonero. Debido al fuerte viento, en menos de cinco horas
se abrasaron 247 casas, sin contar la Iglesia Colegial, la Casa de la Ciudad y la
del Correo53. En marzo de 1761, el turno fue para Boston, donde fueron redu-
cidas a cenizas muchas casas de madera, almacenes, edificios con mercadurías,
parte del astillero y de sus navíos, el mercado y la Casa de la Ciudad54.
En las novedades de Londres de julio de 1766, se informó que en Bridgetown
(Barbados), entre el 14-15 de mayo del mismo año, se produjo un incendio que
arruinó la aduana, algunos edificios públicos y cuatrocientas casas inmediatas.
Ante los estragos, el Gobierno tomó las medidas oportunas para socorrer a
sus habitantes55. No obstante, esta ciudad sufrió otro incendio el 21 de agosto
de 1769. Se perdieron ocho casas, la cárcel y la iglesia56. La última noticia es
similar, el fuego se prendió en la ciudad de San Jorge (Granada), que quedó
reducida a cenizas en 1772. Las pérdidas se regularon en doscientas mil libras
esterlinas57.

4.7 Tempestades y tormentas


Las tempestades y tormentas son uno de los conjuntos más importantes del
Mercurio debido a los 213 registros (10%) que presenta. Las noticias se vin-
cularon con los daños que padecieron los navíos mercantes y militares, y las
incidencias socioeconómicas que provocaron en el mundo urbano y rural. Esta
tipología es la segunda más numerosa para el continente americano con 20
noticias (0,9%). A diferencia de las anteriores, y por motivos de espacio, aquí
se expondrán todas las novedades, así como las características que reflejó el
periódico, por medio del Cuadro 4.

4.8 Huracanes
Los huracanes suponen 97 (5%) registros y comparten las mismas caracterís-
ticas que las tempestades y las tormentas. Esta tipología es la más numerosa
para el Nuevo Mundo con un total de 21 noticias (1,3%). Para exponerlas se

52. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 68, IX-1750, pág. 56.
53. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 2, VI-1759, pág. 138.
54. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 3, III-1761, págs. 257-258.
55. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 3, VII-1766, pág. 235.
56. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 3, XI-1769, págs. 205-206.
57. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 4, IV-1772, pág. 304.

199
Antonio Manuel Berná Ortigosa

hará como en el punto anterior, pero esta vez con el Cuadro 5. En este habrá
algunas excepciones referidas a las Indias Orientales.

4.9 Rogativas
Las rogativas en el Mercurio Histórico y Político fueron ocasionales, como
demuestran sus 31 noticias (1%). La información que ofrecieron es demasiado
sesgada. Es imposible saber quién o quiénes las convocaban, cómo estaban orga-
nizadas, qué rituales o imágenes utilizaban, qué recorridos seguían y cuáles eran
sus características. Todavía más sorprendente es la ausencia de las mismas en el
continente americano. Como prueban algunos trabajos58, las rogativas y otros
rituales religiosos fueron prácticas muy comunes en el mundo latinoamericano.

4.10 Terremotos
Los terremotos constituyen una de las tipologías más destacadas del Mercurio
Histórico y Político. En total, tiene 328 unidades de registro (15%). Las noticias
recogieron datos sobre pérdidas socioeconómicas y demográficas. Además de
respuestas político-técnicas, debates científicos y crisis religiosas. Los terremo-
tos fueron uno de los «desastres» más importantes del continente americano59.
En este aspecto, esta tipología es la tercera más numerosa con 14 novedades
(0,6%). Como en el punto 4.7 y 4.8, las noticias se expondrán a partir del
Cuadro 6.
Es preciso comentar dos cuestiones: en primer lugar, el terremoto de Lima
(1746) no apareció en el Mercurio; y, en segundo lugar, el más importante que
notificó fue el de Quito (1755)60.

4.11 Calor
La tipología de calor es una de las menos numerosas, pues cuenta con 29
registros (1%). En el periódico, las noticias se relacionaron con enfermedades
o con episodios de sequía. Al igual que sucedía con las bajas temperaturas, las
menciones del Mercurio casi siempre eran indirectas, lo que impide reconstruir
las amplitudes térmicas y las medias mensuales y anuales. Esto se muestra en
el único ejemplo existente para el Nuevo Mundo (0,1%). En las novedades de
Londres de abril de 1773, se hizo referencia a un calor extremo (sin medición
térmica) en las Indias Occidentales, concretamente en la isla de San Vicente.

58. Altez Ortega, 35 (2017): 178-213. Arrioja Díaz Viruell, 35 (2017): 214-253. García
Acosta, 35 (2017): 46-82. Padilla Lozoya, 35 (2017): 116-148.
59. Altez Ortega, 2006; 38 (2017): 8-31.
60. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 135, IV-1756, págs. 14-15.

200
Extremismo climático, fenómenos biológicos y desastres de origen natural en el Nuevo Mundo a través…

Por las altísimas temperaturas y la fuerte presión militar, los regimientos ingle-
ses tuvieron que abandonar aquella isla61.

4.12 Crecidas e inundaciones


Una de las consecuencias más notables de la PEH y de la Oscilación Maldà
(1760-1800) fue la existencia de episodios de sequías acompañados de preci-
pitaciones intensas y grandes inundaciones. Esta tipología alcanza un total de
131 unidades de registro (6%). Las noticias del Mercurio reflejaron los estra-
gos socioeconómicos que podían causar y, además, las respuestas religiosas
y político-técnicas para prevenirlas o paliarlas. No obstante, no hay ninguna
novedad referida a América. Pese a ello, es evidente que este tipo de «desastre»
fue muy frecuente a lo largo de la Edad Moderna en América del Sur62.

4.13 Tsunamis
En el Mercurio Histórico y Político las noticias de tsunamis fueron esporádicas.
En total hay 15 registros (1%). Los daños económicos que podían producir
eran cuantiosos. Así lo demuestran las 2 novedades (0,15%) que hay para el
Nuevo Mundo.
La primera, publicada en las novedades de Londres de diciembre de 1740,
informó que un huracán y su consecuente marejada63 de más de diez metros de
altura destruyeron en la isla de Guadalupe seis navíos mercantiles, la iglesia y
sesenta y seis casas; mientras que, en la Martinica, el mar se llevó los árboles,
los diques, quince navíos, cuarenta canoas y la mayoría de las barcas64.
En las de Londres de enero de 1781, se adjuntó la carta del Almirante Peter
Parker (oficial de la Royal Navy), remitida el 6 de noviembre de 1780. Por esta
se supo que, el día 2 de octubre de 1780, la parte de sotavento de Jamaica sufrió
una furiosa inundación, acompañada de terremotos y vientos huracanados.
La ciudad de Savanna-la-Mar fue sepultada por las aguas. En esta desgracia
perecieron 300 personas. El resto de la población, previniendo los resultados,
se resguardó en los puntos más elevados de la zona. Misma suerte padecieron,
entre el 2 y 16 de octubre, las islas de Barbada, San Cristóbal, Santa Lucía,
Nieves, Granada y San Vicente. Por los detalles que ofreció, se recomienda

61. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 4, IV-1773, pág. 353.
62. P adilla Lozoya y de la Parra Arellano, 2 (2015): 143-165. Olcina Cantos, 2017:
111-133.
63. El término tsunami también se empleó para referirse a las olas producidas por huracanes o
temporales. Por esta razón, el autor ha integrado esta noticia en la presente tipología.
64. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 36, XII-1740, pág. 96.

201
Antonio Manuel Berná Ortigosa

ver la relación al completo65. De otro lado, un trabajo muy interesante es el de


Mario Fernández Arce, puesto que sistematiza los tsunamis que ha habido desde
el siglo xvi hasta la actualidad en América Central, el Pacífico y el Caribe66.

4.14 Sequías
Durante la PEH y la Oscilación Maldà, la variabilidad y el extremismo climá-
tico fueron frecuentes en la fachada mediterránea occidental. La carencia y los
excesos hídricos se combinaron, provocando grandes catástrofes que dejaron
marcados a territorios y personas67. A pesar de la construcción de embalses,
diques, pantanos u otras infraestructuras hidráulicas, la escasez hídrica fue
uno de los principales problemas en el Antiguo Régimen –especialmente en
las zonas mediterráneas–.
Las 15 noticias (1%) de sequías que presentó el Mercurio no reflejaron esta
realidad. Aunque esta fuente no permita crear series continuas, sí que posibi-
lita ver en cierto grado cuáles podían ser sus estragos socioeconómicos y qué
medidas materiales o espirituales se disponían para prevenirlas o mitigarlas.
Como en Europa y Próximo Oriente, los episodios de sequía también fueron
frecuentes en el continente americano68. En este caso, es sorprendente que no
haya ninguna novedad al respecto.

4.15 Plagas
En el Mercurio Histórico y Político solo hay 15 unidades de registro (1%).
Las plagas fueron un agente biológico que diezmaron en numerosas ocasiones
los cultivos europeos, próximo orientales y americanos, dando lugar a crisis
económicas y trastornos sociales. Las referencias a plagas no tenían por qué
ser de langosta. También había de otros insectos e incluso de animales.
Pese a la importancia que tuvieron las plagas en América del Sur69, en
el periódico solo hay un registro (0,1%). En las novedades de Londres de
diciembre de 1771, se aseguraba que la langosta había causado una carestía
muy grande en Nueva España, donde murieron de hambre ochenta mil indios70.

65. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 1, I-1781, págs. 62-68. N.º 2, II-1781, págs.
132-135.
66. Fernández Arce, 26 (2002): 71-87.
67. A lberola Romá, 51-52 (2010): 23-32. Alberola Romá, Bueno Vergara y García Torres,
2016: 123-155.
68. García Acosta, 35 (2017): 46-82. García Torres, 2017: 183-208. Olcina Cantos, 2017:
111-133.
69. Arrioja Díaz Viruell, 33 (2015): 309-323; 2016: 295-321; 2019. Alberola Romá y
Arrioja Díaz Viruell, 65 (2019): 1-23.
70. BNE, HD, Mercurio Histórico y Político, n.º 4, XII-1771, pág. 392.

202
Extremismo climático, fenómenos biológicos y desastres de origen natural en el Nuevo Mundo a través…

Cuadro 4. Noticias de tempestades y tormentas en el Nuevo Mundo

203
204
Antonio Manuel Berná Ortigosa

Fuente: Mercurio Histórico y Político (1738-1783), 552 ejemplares. BNE, HD. Elaboración propia.
Extremismo climático, fenómenos biológicos y desastres de origen natural en el Nuevo Mundo a través…

Cuadro 5. Noticias de huracanes en el Nuevo Mundo

205
206
Antonio Manuel Berná Ortigosa

Fuente: Mercurio Histórico y Político (1738-1783), 552 ejemplares. BNE, HD. Elaboración propia.
Cuadro 6. Noticias de terremotos en el Nuevo Mundo

Fuente: Mercurio Histórico y Político (1738-1783), 552 ejemplares. BNE, HD. Elaboración propia.
Extremismo climático, fenómenos biológicos y desastres de origen natural en el Nuevo Mundo a través…

207
Antonio Manuel Berná Ortigosa

5. CONCLUSIONES
Los estudios históricos de prensa han centrado sus actividades en uno u otro
lado del Atlántico, como si Nuevo y Viejo Mundo fueran realidades inconexas.
El periodismo durante la Modernidad fue un nexo de unión y de permanente
comunicación e intercambio cultural entre las metrópolis y las colonias.
Investigar la prensa española del siglo xviii es estudiar tanto la peninsular como
la de ultramar de manera conjunta. Ambas compartían un mismo monarca,
se nutrían a sí mismas y, además, el público deseaba conocer lo que sucedía
respectivamente al otro lado del Atlántico.
El extremismo climático, los fenómenos biológicos y los desastres de
origen natural condicionaron el devenir de las sociedades de la Edad Moderna.
Una fuente útil y complementaria para mostrar esto es el Mercurio Histórico
y Político (1738-1783). A raíz de la metodología empleada, de 66.440 (100%)
unidades de registro que contiene el periódico, 2.145 (3%) integran la categoría
de «desastres». Si atendemos a una división territorial, la distribución es así:
Europa: 1.650 (78%); África-Próximo Oriente: 417 (17%); Nuevo Mundo: 78
(5%). En el último caso, las tipologías más destacadas son las enfermedades (9
/0,2%), las tempestades (20 / 0,9%), los huracanes (21 / 1,3%) y los terremotos
(14 / 0,6%). Finalmente, no hemos de olvidar que las autoridades borbónicas se
reservaron la potestad de divulgar unas noticias u otras según sus intereses. Por
tanto, comparar el Mercurio con otras cabeceras de Hispanoamérica podría dar
respuesta a qué noticias se obviaron, cuáles coincidieron (y en qué términos)
y cómo y por qué se publicaron o no.

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212
CARLOS III DE ESPAÑA COMO OBSERVADOR
METEOROLÓGICO EN LA CORRESPONDENCIA
CON SUS PADRES (1731-1744)

Irene Andreu Candela*


Universidad de Alicante

1. INTRODUCCIÓN
La búsqueda de fuentes que aporten datos y perspectivas adicionales a los
estudios sobre las oscilaciones climáticas del pasado ha dado otra proyección a
los epistolarios, que están aportando nuevas series de información continuas y
prolongadas en el tiempo1. Es evidente que no todas las cartas cumplen con las
características necesarias, pero la correspondencia privada y más concretamente
la familiar, es la que mejor se adapta a estas premisas debido a la frecuencia
del intercambio epistolar y al espacio que suele dedicar a la vida cotidiana2.
Es en este contexto en el que aparecen estas referencias climáticas, destinando
un espacio en las misivas a las novedades de los interlocutores, así como a las
noticias y eventos inusuales, entre los que se encontraban los fenómenos natu-
rales y climáticos que se salían de lo esperable3. El mayor inconveniente que
presenta la correspondencia familiar es que no solía ser preservada, e incluso
la quema de estas misivas era una práctica muy habitual4.
Sin embargo, existen excepciones que nos ofrecen una información más
exhaustiva, epistolarios que no solamente se dedican a indicar lo extraordi-
nario, sino que, de manera habitual, dedican unas líneas a comentar con su

* L  a autora de este trabajo cuenta actualmente con una Ayuda para la Formación del Profesorado
Universitario del Ministerio de Educación Cultura y Deporte, con referencia FPU16/02637.
1. Alberola Romá y Mas Galvañ, 2016: 57.
2. Amor López, 2015: 347.
3. Alberola Romá, 49, (2009): 69.
4. Torrione y Sancho, 2010, vol. 1: 24; Abad Merino, 30 (2016): 7.
Irene Andreu Candela

corresponsal el tiempo reinante. La principal fuente documental ya trabajada


que cumple estas características es la correspondencia privada del monarca
Carlos III. El profesor Mas Galvañ fue quien se percató de su singularidad a
partir de las misivas enviadas a su hermano Felipe de Parma desde su llegada
a España en 1759 hasta la muerte del duque en 17655. Asimismo, en su trabajo
comprobó que la existencia de estas referencias en estas cartas no era un hecho
aislado, sino que también existían con la misma frecuencia en su correspon-
dencia con el ministro italiano Bernardo Tanucci.
La amplitud cronológica de este segundo epistolario, que abarcaba igual-
mente desde la llegada del rey a España hasta poco antes de la muerte de
Tanucci en 1783, permitió ampliar la serie climática hasta comienzos de la
década de los 80. En el 85% de las misivas (1.207 de un total de 1.413) cru-
zadas durante estos 24 años a razón de una por semana, Carlos III anota las
condiciones climáticas del lugar y el momento en el que se encontraba. No
tenía un interés científico, sino que solía relacionar estas observaciones con la
salud y, principalmente, con su conocida afición: la caza. Si bien estos comen-
tarios son meras percepciones personales y no encontramos en ellas datos
instrumentales, son dos series cuya importancia radica en la recurrencia de los
comentarios climáticos y su continuidad, pues abarcan casi todo su reinado en
España. Además, la existencia de ambos epistolarios nos ha permitido analizar
más detenidamente el léxico utilizado por el monarca, paso fundamental para
acercarnos a la información climática aportada por este tipo de fuente, que
evidentemente es subjetiva.
Que estos epistolarios pertenezcan a la familia real es el motivo principal
de que hayan superado el problema de la conservación, así como el hecho de
que se constituyan como misivas particulares a caballo entre lo oficial y lo
privado, pues en ellas se entremezclan los asuntos políticos y familiares. La
existencia de los primeros ha dado valor a la conservación de estas cartas y
los segundos justifican la cercanía y la cotidianeidad de muchos de los asun-
tos tratados, que nos aproximan a la esfera más íntima de sus protagonistas.
Además, son un medio de comunicar noticias por los protagonistas directos o
los testigos, convirtiéndose en una fuente de conocimiento para conocer una
época6. Podemos considerar que los epistolarios mencionados de Carlos III
son correspondencia familiar, pues a finales del siglo xviii quedan definidas
como aquellas misivas que se escribían mutuamente amigos y parientes y que

5. Mas Galvañ, 2013: 17-54.


6. Mestre Sanchis, 18 (2000): 18. Para un mayor conocimiento de la correspondencia como
fuente histórica, consultar el monográfico n.º 18 de la Revista de Historia Moderna. Anales
de la Universidad de Alicante, denominado Epistolarios. Correspondencia.

214
Carlos III de España como observador meteorológico en la correspondencia con sus padres (1731-1744)

se mantenían en la confidencialidad. Debían tener un estilo sencillo, evitando la


formalidad excesiva pero siempre guardando la distinción de quien la escribe y
quien la recibe7. Además, los especialistas en la materia entienden que la finali-
dad principal de ella es la de mantener lazos de unión entre parientes alejados8.
Si bien es cierto que el epistolario con Tanucci no parece de entrada una
correspondencia de tipo familiar, pues estamos ante las cartas entre un monarca
y su ministro, tenía una función muy clara que podemos considerar la razón
principal del intercambio: informar al rey sobre las novedades en Nápoles,
incluidas las de sus hijos que se habían quedado en Italia9. El primero de los
hijos varones de Carlos III, Felipe Pascual, y el tercero de ellos, Fernando, no
viajaron a España con el resto de la familia real debido a que el primogénito
había sido declarado incapacitado para el gobierno, mientras que Fernando
debía permanecer en Nápoles para convertirse en el nuevo rey de las Dos
Sicilias. Dada la minoría de edad del infante Fernando, fue necesario el esta-
blecimiento de un Consejo de Regencia, del que Bernardo Tanucci sería el
principal confidente del monarca, pues se había convertido durante los años de
reinado napolitano en un fiel vasallo10. Así, esta larga correspondencia estable-
cida para conocer las novedades en la vida diaria de sus hijos y controlar desde
España la política napolitana, trascendió la regencia e, incluso, la destitución de
Tanucci del gobierno en 1776, por lo que este epistolario no solo fue informa-
tivo, sino que tuvo como objetivo seguir manteniendo una relación constante
entre ambos. Por tanto, a pesar de que la información relativa a los asuntos
políticos tanto nacionales como internacionales de esos años fue apareciendo en
estas misivas, aún resultaron más recurrentes los asuntos privados que ponían
al día al monarca sobre la vida de sus hijos en Nápoles, así como otros comen-
tarios encargados de continuar con la sociabilidad epistolar existente entre
ambos corresponsales, entre los que se encuentran las referencias climáticas.
Ante los resultados obtenidos por estos dos epistolarios, la continuidad
lógica de la investigación obligaba a buscar otros nuevos, también del monarca,
que cumpliesen con las mismas características de continuidad, extensión y fami-
liaridad de los asuntos tratados, pero, en este caso, de su reinado en Nápoles.
Fueron elegidas para ello las misivas que el monarca envió a sus padres, Isabel
de Farnesio y Felipe V, publicadas por Imma Ascione (2001) en tres tomos11.
Esta correspondencia, conservada en el Archivo Histórico Nacional, forma un
corpus de casi mil documentos que abarcan desde 1720, cuando el monarca

7. Anton Pelayo, 37 (2019): 110.


8. Amor López, 2015: 346.
9. Barrio Gozalo, 1988: 3.
10. Fernández Díaz, 2016: 204.
11. Ascione, 2001; 2002a; 2002b.

215
Irene Andreu Candela

apenas tenía cuatro años, hasta 1744, momento en el que carteo queda interrum-
pido por la batalla de Velletri, enfrentamiento en el que don Carlos participó
durante la Guerra de Sucesión Austriaca. Es indudable que el intercambio
epistolar entre el rey de Nápoles y sus padres continuó tras este hecho; sin
embargo, las misivas no se han localizado.
El epistolario conservado propiamente dicho comienza en 1731, pues las
anecdóticas cartas anteriores (un total de 20 enviadas entre 1720 a 1724) no
forman un conjunto homogéneo y continuo. Durante esos primeros años, la
separación entre el infante y sus padres se producía cuando Felipe V e Isabel
de Farnesio viajaban a Valsaín para supervisar las obras del nuevo palacio en
San Ildefonso, momento en el que los reyes seguían teniendo una constante
comunicación, casi diaria, con Luis I, que se encargaba de dar el parte diario
sobre las novedades de sus hermanos12. Por ello, las cartas enviadas por don
Carlos estos primeros años eran esporádicas y dedicadas a asuntos concretos,
como agradecer a sus padres los regalos enviados, informar sobre las novedades
en sus estudios, o contestar a la abdicación de su padre en enero de 172413.
Por tanto, fue en el momento en el que se produjo una separación efectiva
entre el infante y sus progenitores cuando comenzó realmente este epistolario.
El motivo de ello fue el viaje del infante don Carlos a Italia para tomar posesión
de los dominios que había heredado al morir el duque Antonio de Farnesio el
día que el infante cumplía quince años. Tras unos meses de conflictos diplomá-
ticos que tuvieron que superar para asegurarse la posesión de estos territorios
en Italia, el 20 de octubre el joven infante comenzó su viaje para ocupar su
puesto como duque de Toscana, Parma y Piacenza14, si bien acabaría en 1734
como monarca de las Dos Sicilias, corona que conservó hasta 1759. Justo el
día siguiente de su partida, el 21 de octubre de 1731, comenzó un intercambio
epistolar que se mantendrá durante sus años en Italia. Los reyes y su hijo Carlos
se enviaron misivas casi diariamente, reduciendo paulatinamente el número
de cartas enviadas cada año, hasta 1736. La cantidad de misivas demuestra la
importancia que sus padres, sobre todo Isabel de Farnesio por ser la principal
encargada de redactar las respuestas a su hijo, tuvieron durante este periodo
inicial a pesar de la distancia que les separaba. Posteriormente, el intercambio
epistolar pasó a ser semanal y constante durante todo su reinado en Italia.
Cabe destacar que las misivas están escritas en francés, lengua materna del
rey Felipe V e idioma que Isabel de Farnesio dominaba, aunque no tanto don

12. Estas misivas se encuentran también conservadas en: Archivo Histórico Nacional (en adelante
AHN), Estado, 2542; 2513; 2685.
13. Ascione, 2001: 82.
14. Fernández Díaz, 2016: 67.

216
Carlos III de España como observador meteorológico en la correspondencia con sus padres (1731-1744)

Carlos, quien parece no practicarlo asiduamente por los continuos solecismos


que utiliza15. Aunque es bastante frecuente que el infante redacte de manera
diferente una misma palabra debido a su escaso dominio del francés escrito, la
traducción correspondiente al vocabulario climático que utiliza en este episto-
lario es prácticamente el mismo que en el resto de los analizados, que sí están
en castellano. La información climática contenida en toda la correspondencia
mencionada ha sido analizada a partir de una doble aplicación metodológica
que trata de incidir en el vocabulario climático para objetivar los datos obteni-
dos16. Es evidente que estamos ante una fuente subjetiva que necesita de unos
métodos que transformen la información climática en proxy-data, para lo cual
el análisis del vocabulario utilizado es una parte fundamental que permite
categorizarlo y sintetizarlo en unidades de significación17. Así, el análisis de la
correspondencia del monarca con sus padres, además de ampliar este estudio,
aún en desarrollo, con los resultados obtenidos, destaca por la influencia que
tuvo en el resto de cartas enviadas a lo largo de la vida de Carlos III, aspecto
en el que nos centraremos en el presente trabajo.
Al igual que el infante fue creciendo conforme avanzaban los años, este
epistolario lo hizo con él, tanto en extensión como en madurez. En un primer
momento, las cartas eran muy escuetas y se limitaban a informar a sus padres
de lo que iba ocurriendo a su alrededor. Sin embargo, con su llegada al trono
napolitano los asuntos políticos aumentaron y se convirtieron en el centro de la
correspondencia, pues don Carlos solía informar de las cuestiones de gobierno
a sus padres y pedirles consejo, obedeciéndoles en todo cuanto le indicaban.
Especial atención merecen en este análisis las primeras misivas del futuro
monarca a pesar de su brevedad, pues también se han conservado las respuestas
de sus padres hasta finales de diciembre de 1731, por lo que podemos recons-
truir la interlocución completa entre ambos durante estos primeros meses18.
Las cartas del infante eran muy simples y constaban del saludo, aludiendo
siempre a la salud de sus padres o a la suya propia; una pequeña referencia a
algún acontecimiento diario, que solía ser sobre las piezas que había cazado

15. A pesar de ello, en esta publicación vamos a mantener los criterios de edición seguidos
por la autora, que ha reproducido la escritura utilizada por el monarca sin actualizarla a las
vigentes normas ortográficas.
16. Las metodologías utilizadas son los sistemas de índices, descrita en Barriendos, 53 (1999)
y el análisis de contenido, a partir de Gil Guirado, 2017.
17. Sobre el análisis léxico en esta correspondencia Andreu Candela, 29 (2019): 26-36.
18. Estas cartas de los reyes también se encuentran publicadas en Ascione, 2001 en las notas
a pie de página de cada una de las misivas a las que dan respuesta. Concretamente, se han
reproducido las respuestas a las 81 primeras cartas enumeradas en este epistolario, aunque
son las 47 últimas las que pertenecerían al inicio del viaje de su hijo Carlos, todas fechadas
entre el 21 de octubre y el 26 de diciembre de 1731.

217
Irene Andreu Candela

ese día, y finalmente la despedida, donde transmitía saludos también a sus


hermanos y hermanas19. Por otro lado, las respuestas de los reyes, en las que
intervenían ambos, incorporaban siempre varios comentarios sobre la vida
diaria de la familia real, incluyendo entre ellas referencias meteorológicas. De
las 47 cartas enviadas por los reyes durante esos primeros dos meses y medio
de viaje, 12 de ellas contienen comentarios sobre el tiempo en Sevilla. Por
tanto, la meteorología sí que se constituye como uno de los temas habituales
en estas misivas, principalmente cuando el tiempo varía.
En cuanto a las cartas enviadas por don Carlos durante los meses de octubre
y noviembre de ese año, solo en tres de ellas hace algún comentario sobre la
meteorología. Cabe destacar que el infante no prestaba demasiada atención a
la correspondencia durante su viaje, por lo que sus cartas no excedían de unas
pocas líneas20. Si bien es cierto que los reyes podían obtener noticias sobre su
hijo por otras fuentes, requerían que fuese él mismo quien lo hiciese, por lo
que, sobre todo la reina, comenzó a insistir en que el infante se extendiese en
sus comentarios sobre su nueva vida diaria, reiterando en varias ocasiones que
contestase a lo que ellos le iban diciendo punto por punto: «n’ayez pas peur
de mettre deux parolles de plus dans vos lettres et de respondre à ce que nous
vous escrivons, point pour point»21; «a cet heure que vous estes en France
detaillez un peu plus vos lettres, et respondez point pour point à nos lettres,
comme un grand home, qui se fait cargo des choses, et laissons les enfantises
de costé»22. Este tipo de comentarios aparecerán reiteradamente23 hasta que don
Carlos comience a recibirlos y a obedecer a su madre ampliando el contenido
de sus cartas.
Curiosamente, la primera ocasión en la que el infante se extendió en su
relato, este fue monopolizado por las condiciones meteorológicas. El día 6
de diciembre, cuando la comitiva pasaba por Aviñón, las fuertes lluvias y el
viento dificultaron el camino rompiendo algunas de las carrozas y obligando
a don Carlos a pasar el puente del Ródano a pie. También avisó a sus padres
de que se decidió cambiar el rumbo hacia Aix-en-Provence porque pasar por
Marsella y Tolón, como inicialmente se estableció, supondría retrasar el viaje
unos quince días debido al estado de los caminos y las inundaciones que habían

19. Ascione, 2001: 83.


20. Ascione, 2001: 84.
21. Sevilla, 28-XI-1731, citado en Ascione, 2001: 140.
22. Sevilla, 30-XI-1731, citado en Ascione, 2001: 143.
23. Otros ejemplos son «Ainsi expliquez vous un peu plus, et ressouvenez vous de ce que je vous
ai escrit.», Sevilla, 26-XII-1731, 2001: 146; «Nous avons reçeu vos lettres et elles nous ont
fait beaucoup de plaisir; et plus longues elles seront, mieux ce sera», Sevilla, 16-XII-1731,
Ascione, 2001: 153.

218
Carlos III de España como observador meteorológico en la correspondencia con sus padres (1731-1744)

sufrido esas zonas24. El temporal les obligó a permanecer en Salon-de-Provence


dos días por las continuas nieves y heladas para, finalmente, retomar su camino
hacia Aix el día 825. Las descripciones contenidas en el itinerario sobre estas
jornadas detallan cómo estas dificultades meteorológicas fueron puestas por
los franceses en relación con una profecía de Miguel de Nostradamus, escrita
en el sepulcro de dicho personaje en la iglesia de los franciscanos de Salon,
que rezaba «quand don Carlos passera le pont, mouillé se trouvera». Los
franceses, con este episodio, creyeron que Nostradamus había acertado no
solo que el infante pasara por este puente, sino también las malas condiciones
meteorológicas del día26.
Isabel de Farnesio respondió a esta misiva satisfecha con la extensión y su
contenido «elle estoit bien raisonable, et le Roy en a esté content»27. Es decir,
las noticias sobre el tiempo era una de las novedades que la reina demandaba
a su hijo, pues ella misma solía dárselas igualmente. Si bien es cierto que la
última de las cartas enviadas por Isabel de Farnesio que se conservan de este
primer periodo en Italia acaban el 26 de diciembre de 1731, todas ellas demues-
tran qué información requería al infante, pues le pedía que contestase a ellas
«punto por punto», con el fin de obtener de él unas cartas similares a las que
los propios reyes le proporcionaban. Será a partir de este momento cuando don
Carlos comience a extenderse más habitualmente en sus misivas, incorporando,
entre otras, referencias al clima.

2. FRECUENCIA DE LAS REFERENCIAS CLIMÁTICAS DEL


EPISTOLARIO
Tras el vaciado de todas las referencias climáticas de este epistolario, hemos
encontrado diferencias importantes con respecto a los anteriormente trabaja-
dos. En primer lugar, cuantitativamente, hay una disminución considerable del
número de referencias totales pues, mientras que en la correspondencia que
cubre su reinado en España encontramos comentarios meteorológicos en un
85%, de las 931 cartas conservadas y enviadas a sus padres entre 1731 y 1744
contienen referencias 270, es decir, el 28% del total. Si bien es una diferencia
considerable, hay que tener en cuenta, en primer lugar, la heterogeneidad anual,
ya que el número de misivas enviadas no es uniforme. La siguiente tabla repre-
senta el número de cartas totales conservadas y publicadas desde el inicio del
viaje a Italia y cuántas de ellas contienen referencias climáticas.

24. Salon-de-Provence, 6-XII-1731, Ascione, 2001: 154.


25. Aix-en-Provence, 8-XII-1731, Ascione, 2001: 155.
26. Citado en Ascione, 2001: 156.
27. Sevilla, 19-XII-1731, citado en Ascione, 2001: 155.

219
Irene Andreu Candela

Número de referencias climáticas anuales en la correspondencia de Carlos III con


sus padres (1731-1744)
Número de cartas Número de
Año Porcentaje anual
conservadas referencias
1731 57 12 21%
1732 130 35 27%
1733 119 50 42%
1734 97 27 28%
1735 62 29 47%
1736 53 16 30%
1737 53 19 36%
1738 58 8 13%
1739 54 19 35%
1740 57 13 21%
1741 54 6 11%
1742 51 14 27%
1743 52 10 19%
1744 34 12 35%
TOTAL 951 270 28%

Fuente: ASCIONE, 2001; 2002a; 2002b. Elaboración propia.

Atendiendo a los primeros cinco años, el envío de misivas es bastante más fre-
cuente porque los reyes requerían el parte de las novedades de su hijo durante
el viaje por Italia. Poco a poco, el número de cartas en este quinquenio fue
descendiendo gradualmente hasta establecerse el intercambio semanal, si bien
con excepciones, pues el número aumentaba en ocasiones debido a algún
correo extraordinario que informaba de algún asunto concreto. El año con
más comentarios climáticos de todo el epistolario es 1735 con el 47% de las
cartas, siguiéndole de cerca 1733 con el 42%. Cabe destacar que, durante estos
primeros años, el monarca hace al menos un comentario sobre el tiempo durante
todos los meses en los que conservamos correspondencia exceptuando solo
febrero de 1732 cuando se encontraba en Livorno, una de sus últimas paradas
antes de llegar a Florencia y primer destino efectivo del viaje por Italia28. La
ausencia de referencias climáticas en este mes se debería al escaso contacto que
el infante tuvo con el exterior a causa a la viruela que padeció desde mediados

28. Fernández Díaz, 2016: 80.

220
Carlos III de España como observador meteorológico en la correspondencia con sus padres (1731-1744)

de enero, que le obligó a guardar reposo y a estar en cuarentena durante varias


semanas29. Ante este inconveniente en su salud, podemos comprobar la impor-
tancia que el futuro monarca le daba desde su juventud a su actividad física
favorita, pues él mismo considera que no haber podido cazar debido al frío que
hacía esos días en el norte de Italia era la razón de su enfermedad, junto a la
humedad que había en el país30. Con solo quince años, don Carlos ya vinculaba
su práctica diaria a su salud, creencia que le acompañará durante toda su vida
y que acabará convirtiendo la caza en su única afición.
En el lado contrario, encontramos aquellos meses en los que el número de
referencias es mucho mayor al resto. Ejemplo de ello son diciembre de 1731,
con 9 de las 18 cartas enviadas, cosa que supone que el infante actualice el
estado meteorológico cada 3 días en un mes en el que el tiempo retrasó mucho
el viaje por las fuertes lluvias, nieves y grandes vientos, que dificultaron su tras-
lado por mar hasta Livorno; 7 de las 11 cartas enviadas en mayo de 1732 relatan
los calores que padeció el infante en Florencia durante ese mes, exceptuando
la del 14 de mayo, en la que comenta que las temperaturas bajaron tanto que
les obligó a volver a vestir de paño e, incluso, nevó en las montañas31; de las
10 cartas enviadas en junio de 1733, 7 de ellas informaban sobre el calor que
ya se hacía sentir, aunque también sucedieron algunas tempestades a principio
de mes que, según el infante, arruinaron parte de la cosecha de trigo y vinieron
acompañadas de granizos que destacaban por su tamaño, ya que «il en aboit
beaucoup plus grosses que des eufes de pijons»32; o también las 6 cartas del
mes de diciembre de 1734, pues en todas ellas el monarca va relatando que las
continuas lluvias y el fuerte viento retrasaron su partida de Nápoles a Mesina
y Palermo33 para hacer efectiva la conquista de Sicilia y, con ello, el control
del sur de Italia. Por tanto, es evidente que el número de referencias aumenta
cuando el tiempo se sale de lo esperable de la estación o afecta a la vida del
infante y, por tanto, lo incluye en sus misivas como una novedad a destacar.
En un primer momento consideramos la posibilidad de que la frecuencia
del intercambio epistolar de los primeros años podría ser la razón de que la
regularidad de las referencias climáticas no fuese tan alta como en el resto de
los epistolarios ya trabajados pues, al intercambiar cartas casi diariamente,
hablar sobre el tiempo se limitaría a los momentos en los que este variase. Sin
embargo, esto supondría que se hubiera mantenido el número de comentarios
en los años posteriores en los que el intercambio pasó a ser semanal, cosa que

29. Livorno, 20-II-1732, Ascione, 2001: 184.


30. Livorno, 12-I-1732, Ascione, 2001: 171.
31. Florencia, 14-V-1732, Ascione, 2001: 207.
32. Colorno, 5-VI-1733, Ascione, 2001: 299.
33. Nápoles, 21-XII-1734, Ascione, 2001: 438.

221
Irene Andreu Candela

no se produce porque, del mismo modo, la constancia de comentarios sobre


el clima a partir de 1736 sigue oscilando en torno al 30%. El motivo de ello,
por tanto, parece estar íntimamente relacionado con el propio contenido de la
correspondencia, que aumentó de forma considerable tanto en espacio utilizado
como en interés sobre cuestiones políticas. Del mismo modo que el infante iba
tomando posesión de sus deberes como nuevo monarca, el número de misivas
anuales disminuyó a la vez que los asuntos de Estado contenidos en ellas eran
cada vez más frecuentes, alargando las cartas y dejando, en ocasiones, los temas
cotidianos a un segundo plano. Además, existen dos años en los que la cifra de
referencias climáticas es considerablemente baja, que además coinciden con
dos momentos clave en el reinado italiano de don Carlos: la llegada de su futura
esposa María Amalia a Italia y el inicio de la Guerra de Sucesión Austriaca.
Ambos hechos monopolizaron las misivas enviadas entre el monarca y sus
padres, dejando de lado muchos de los temas cotidianos que solían formar parte
de este epistolario, entre ellos, la caza y el clima.
A inicios de 1738 las novedades sobre las negociaciones matrimoniales y,
poco después, los preparativos en Nápoles para la llegada de la reina fueron
constantes en el epistolario, así como el estado de salud de Carlos III, que
preocupaba a sus padres. Por Europa corría el rumor de que su extrema delga-
dez era síntoma de una mala condición, cosa que ponía en peligro su próximo
matrimonio y hacía dudar sobre la estabilidad de la monarquía. Por ello, los
reyes españoles pedían a don Carlos que se cuidase y tomase sus ejercicios,
concretamente la caza, con moderación y evitando temperaturas extremas, cosa
que asegura que hace «sur tout que quand je suis sûé, que je ne m’expose au
froid, car je puis prendre une douleur de costé ou une inflamation»34. Así, el
rey asegura a sus padres que va a obedecerles en sus peticiones y que ya estaba
engordando, cosa que Santisteban también confirmó al relatar que había sido
necesario que ensanchasen la ropa del monarca35. Con la llegada de la nueva
reina a Nápoles, su encuentro y las fiestas en honor a los novios fueron los
temas más recurrentes en la correspondencia, así como la vuelta a España de
Santisteban, ayo y mayordomo mayor de don Carlos, sustituido por el duque
de Sora. Las ocho referencias al clima de ese año se concentran en la primera
mitad y no existe ninguna de junio a diciembre, al igual que los comentarios
sobre la caza, que no aparecieron desde mayo hasta finales de octubre.
El segundo año que destaca por la reducción de información climática
dada por el monarca es 1741, pues solo 6 de estas misivas dedican unas líneas

34. Nápoles, 21-I-1738, Ascione, 2002a: 272.


35. Archivo General de Simancas (en adelante AGS), Estado, 5816, f. 65, citado por Ascione,
2002a: 269.

222
Carlos III de España como observador meteorológico en la correspondencia con sus padres (1731-1744)

a hablar del tiempo. Además, todas ellas se escriben entre enero y marzo,
por lo que no encontramos referencias meteorológicas hasta enero del año
siguiente. Ya desde la muerte del emperador en 1740 el estallido de la Guerra
de Sucesión Austriaca estuvo presente continuamente en las cartas de don
Carlos a sus progenitores, aunque Nápoles se declaró neutral para evitar verse
directamente implicada en la guerra, cosa que podría hacerle perder el trono36.
A pesar de ello, como es evidente, el rey napolitano apoyó la alianza española
en el conflicto, cuyo objetivo era asegurar los ducados de Parma y Toscana
para su hermano Felipe. La guerra y los conflictos diplomáticos que esta causó
centraron la correspondencia, mientras que los asuntos familiares se reducen a
las novedades sobre el nuevo embarazo de la reina María Amalia.
Así, tras analizar estas diferencias cuantitativas podemos observar que
tales comentarios no son tan habituales como en las misivas enviadas durante
su reinado en España, pero su excepcionalidad no debe restar importancia al
epistolario del monarca con sus padres, en el que las referencias se limitan a
cuando el clima varía o afecta a su vida diaria, pues cumple con la tónica general
mostrada en otros estudios de este tipo37. Así, la información climática extraída
en él es totalmente válida y, a su vez, la ausencia de referencias supondría
información en sí misma, es decir, que el tiempo se enmarca en los umbrales
esperables. Además, el valor de este epistolario va más allá de la información
suministrada porque fue la primera correspondencia que mantuvo el infante y,
como tal, es ejemplo de una larga actividad epistolar que siguió practicando
durante toda su vida. Por tanto, en las cartas enviadas por sus padres encontró
el modelo de sociabilidad que determinó sus intercambios posteriores. Si bien
es cierto que cada uno de los epistolarios trabajados de Carlos III se diferen-
cia del resto por una serie de características que vienen determinadas por el
receptor de las misivas y la relación que les unía a ambos, existen una serie de
tópicos que siempre serán tratados en todos los epistolarios consultados. Estos
temas vienen relacionados con las propias características del género episto-
lar, basadas en mantener informado al corresponsal de sus novedades diarias,
destacando entre ellas noticias sobre su salud y del resto de la familia real, la
caza, el clima reinante, los traslados inminentes a nuevos Reales Sitios o las
referencias a festividades y actos reales. Es decir, estos epistolarios tratan de
trasladar su vida diaria a sus corresponsales más directos y el clima será uno
de los elementos a destacar.

36. Caridi, 2015: 404.


37. Alberola Romá, 49 (2009); Rodrigo, Esteban-Parra y Castro-Diez, 40 (1998).

223
Irene Andreu Candela

3. CARACTERÍSTICAS DE LAS REFERENCIAS CLIMÁTICAS


Como es habitual en los epistolarios, este tipo de comentarios aparecen cuando
el clima afecta directamente a la vida de sus protagonistas, siendo recurrentes
en algunas situaciones ya identificadas38, de las que Carlos III también se sirve
para informar a sus padres del tiempo. Siempre que el correo sufre retrasos
el monarca lo hace saber y alude a la meteorología como el posible motivo
de ello «Je n’ay poin reçeu cette semaine de letre de vos M.M., mais je croy
que les mauvois temps en seront la cause & j’espere en Dieu que le courrier
arrivera bien tost»39, al igual que indica explícitamente cuando no cree que el
tiempo sea la causa de la demora «Je n’ay poin reçeu de lettre de vos M.M. &
je ne sçay d’ou peut provenir le retardement du courrier, car issi nous avons eu
beau temps»40. Cuando el tiempo impide un desplazamiento previsto también
suele ser motivo suficiente para que aparezca en las misivas, como ocurrió en
noviembre de 1732, cuando volvía de Piacenza, donde acababa de tomar pose-
sión de su nuevo título, hasta Parma para establecerse en el Palacio Ducal. Las
continuas lluvias, que don Carlos llevaba notificando desde el 24 de octubre41
dificultaron los festejos programados y le retuvieron en Fiorenzola el 10 de
noviembre, parada no prevista, «a cause qu’on ne peut pas paser la rivier du
Tiron ni celle du Taro a cause de la puie de la nuit pasée»42.
Especial atención merecen aquellas referencias que relacionan el clima con
la salud del infante, ya que esta última preocupaba sobremanera a los reyes espa-
ñoles. Este se convierte desde el principio de la correspondencia en el primer
tema que se menciona en las cartas, junto con el clima siempre que este pueda
afectarle y hacerle enfermar. Ejemplo de ello lo encontramos en una de febrero
de 1737, en la que el rey aseguró haber sufrido «un espece d’evanouisement»
debido al frío que había hecho la noche que estuvo en Ariano, que dijo ser tan
fuerte como en Lombardía43. Cabe tener en cuenta que, a pesar de los rumores,
Carlos III fue un hombre robusto que no parecía amedrentarse fácilmente por
las alteraciones meteorológicas. Varios testimonios recogen que el rey salía a
cazar sin importar si llovía, nevaba o granizaba, pues él mismo aseguraba que
la lluvia no rompía los huesos44. A pesar de ello, es evidente que en ocasiones
la meteorología adversa le impidió salir a cazar y más concretamente tras los
avisos que sus padres le dieron sobre la moderación de su actividad física,

38. Andreu Candela, 29 (2019): 20.


39. Nápoles, 9-I-1742, Ascione, 2002b: 250.
40. Nápoles, 27-II-1742, Ascione, 2002b: 262.
41. Piacenza, 24-X-1732, Ascione, 2001: 246.
42. Piacenza, 10-XI-1732, Ascione, 2001: 250.
43. Nápoles, 12-II-1737, Ascione, 2002a: 182.
44. Fernández Díaz, 2016: 246.

224
Carlos III de España como observador meteorológico en la correspondencia con sus padres (1731-1744)

sobre todo cuando hiciese mal tiempo. Así, el monarca prescindía de salir con
fuertes temporales: «Issi il pleut beaucoup vendredi & samedi, & je ne sorti
poin. Mais asteur il fait le plus beau temps du monde»45. Es decir, el rey no
descuidaba su salud, pues realizaba diariamente su práctica física para prevenir
la neurastenia depresiva que muchos miembros de la familia habían sufrido,
además de que solía tener muy en cuenta la opinión de su médico personal,
Francisco Buonocore. Parece ser que su criterio influyó incluso a la hora de
elegir dónde establecer la capital de las Dos Sicilias, pues en una de las misivas
de julio de 1735, enviada desde Palermo durante el viaje del monarca para su
coronación, informaba a los reyes de que establecería su nueva residencia en
el lugar cuyo aire más conviniese a su salud. Según Buonocore, Palermo no
debía ser la capital «car il convient fort a ma santée de sortir d’isi, & dabor
que je auroy fini le couronement je m’en yroy a Naples»46, pues le aseguró que
el clima napolitano era mejor para él.
Es aceptado por sus biógrafos que Carlos III sentía pasión por la natura-
leza, con la que tenía contacto por la actividad cinegética en los Reales Sitios,
pero no solo como un mero objeto de explotación, sino como un defensor de
esta47. Habitualmente parte del día lo pasaba al aire libre y en contacto directo
con el entorno dispuesto para la caza y la pesca, tanto en Nápoles como en
España, cosa que le permitió familiarizarse con estos lugares y conocer qué
singularidades tenían y qué características climáticas debía esperar de ellos
en cada estación. Así, el monarca refleja en las cartas cuando la meteorología
no coincidía con la estación en la que se encontraba, como en diciembre de
1743, que el tiempo era tan bueno «qu’il paroist que nous sommes dans le
preimtemps»48. E, incluso, cuando ocurría algún suceso inusual el monarca lo
indicaba explícitamente, por ejemplo, las bajas temperaturas y las tormentas
que acontecieron en junio de 1732 en Florencia «Aujourduy il a fait fray, & il
a plu beaucoup, & il a tonée; & il fait le tens plus extraordinaire du monde»49.
Carlos III también se mostraría extrañado con la nevada que cayó en febrero
de 1740 en Nápoles, «je diroy à vos M.M. que cette nuit passé il à tombé issi
un demi pan de nige: ce qui est fort extraordinaire issi. Mes dabord elle s’est
fondû avec le soleille qu’il à fait aujourduy»50. Del mismo modo, en julio de
ese año el calor no parecía llegar a la capital, cosa que el rey ya había notifi-
cado sorprendido a sus padres, reiterándolo en la misiva siguiente: «Issi nous

45. Nápoles, 23-XII-1738, Ascione, 2002a: 373.


46. Palermo, 7-VI-1735, Ascione, 2002a: 66.
47. Fernández Díaz, 2016: 248.
48. Nápoles, 10-XII-1743, Ascione, 2002b: 428.
49. Florencia, 6-VII-1732, Ascione, 2001: 218-219.
50. Nápoles, 23-II-1740, Ascione, 2002b: 57.

225
Irene Andreu Candela

n’avons pas encore senti la chaleur: ce qui est fort extraordinaire dans ce pais
cy dans la saison ou nous sommes»51.
El monarca también parecía conocer lo ritmos agrícolas y sus necesidades,
pues es frecuente que en su correspondencia desde España se refiera las cose-
chas para relacionarlas con la meteorología imperante. En este epistolario con
sus padres, ya podemos ver algunas de estas alusiones, si bien no tan frecuentes
como fueron posteriormente. Cabe destacar que, como es evidente, don Carlos
no tenía un contacto directo con los campos, por lo que estos comentarios serían
el resultado de una valoración común que era transmitida al rey. Así, del mismo
modo que su implicación en el gobierno aumentaba, también lo harían estos
asuntos. En estas cartas con sus padres en algunas ocasiones hace referencia
al estado de los campos cuando estos necesitaban agua: «Issi il n’y a rien de
nouveau, si non que la chaleur est augmenté, par la quelle raisson je sort une
demie heure plus tard & on attend un peu de pluie, car les campagnes sont
trop seches, car il y a casi trois mois qu’il ne pleut»52; al igual que informaba
cuando mejoraba la situación gracias a las lluvias: «Issi il a rafraichi, car il
a pleu de temps en temps depuis trois ou quatre jours: ce qui a fait un grand
bien à la terre, & il n’i a eu que trois ou quatre coups de tonnere»53. Asimismo,
el monarca volvió a expresar la escasez de agua que padecía la cosecha en
Nápoles, deseando las tormentas que se estaban produciendo en Madrid54. La
semana siguiente, se mostró aliviado porque las lluvias llegaron al reino, si
bien no tan fuertes como en España, por lo que fueron muy beneficiosas para
el campo55.
Cabe destacar que no solo encontramos estas referencias en momentos pun-
tuales como los anteriormente mencionados, sino también simplemente cuando
las estaciones cambian. Encontramos numerosos ejemplos de ello, sobre todo
en verano, pues el monarca solía indicar tanto la llegada del calor, «Isi il y a trois
ou quatre jours qu’il fait fort chaud»56, como cuando el tiempo ya empezaba
a refrescar, «Isi il a plü ces jours pases, & il ne fait plus chaud»57. Este tipo de
referencias son más frecuentes en los primeros años y en ocasiones aparecen
reiteradamente. Es probable que algunas de ellas sean meras contestaciones,
dando respuesta a la información climática dada por sus padres y siguiendo con
las premisas que años anteriores los monarcas españoles le dieron a su hijo,

51. Nápoles, 5-VII-1740, Ascione, 2002b, 92.


52. Nápoles, 7-VII-1739, Ascione, 2002a, 418.
53. Nápoles, 14-VII-1739, Ascione, 2002a, 419.
54. Nápoles, 11-IX-1742, Ascione, 2002b, 315.
55. Portici, 18-IX-1742, Ascione, 2002b, 318.
56. Nápoles, 10-VII-1736, Ascione, 2002a, 136.
57. Nápoles, 28-VIII-1736, Ascione, 2002a, 146.

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Carlos III de España como observador meteorológico en la correspondencia con sus padres (1731-1744)

con el fin de que contestase minuciosamente cada aspecto mencionado en las


cartas, como se ha comentado anteriormente. La propia correspondencia del
rey confirma que siguen existiendo referencias climáticas en las respuestas
de los reyes españoles, pues él mismo repite, en ocasiones, la información
proporcionada por ellos: «Vos M.M. me dissent tant dans l’une comme dans
l’autre qu’il tonne touts les jours. Je voudroy pouvoir envoyer le temps qu’il
fait issi, qui est le plus beau qu’on puisse voire, pourque vos M.M. pussent se
divertir & avoir un aussi heureux voÿage à Madrid & à Alcala come je dessire
de tout mon coeur»58. También encontramos referencias en las que el monarca
comenta la información climática dada por sus padres, pero no aporta datos
sobre la de Nápoles; por lo tanto, el tiempo seguiría dentro de los umbrales
esperables de la estación. Con ello, la meteorología continuó estando presente
mutuamente en estas cartas e, incluso, durante los últimos años encontramos
en ellas comentarios relativos a otro epistolario del monarca, esta vez con su
hermano Felipe de Parma mientras este viajaba hasta Italia para ocupar sus
nuevos ducados. Es decir, don Carlos informaba a sus padres sobre las nove-
dades que Felipe le daba y podemos confirmar que también el clima formaba
parte de estas noticias: «Issi nous n’avons pas encore froid, mes il pleut assez
touts les jours. J’ay reçeu une lettre de mon tres chere Frere du 29 du mois
passée, dans la quelle je voit que, graçes à Dieu, il se portoit bien, & il me dit
que les neges y avoint dejà commençées»59.

4. OTROS FENÓMENOS NATURALES EN LA CORRESPONDENCIA


Y SUS CONSECUENCIAS
Si bien nos hemos centrado en las referencias climáticas, estas no son los únicos
comentarios sobre fenómenos naturales que encontramos en esta correspon-
dencia, entre los que destacan las erupciones del Monte Vesubio. El volcán
napolitano despertaba el interés de don Carlos ya desde su viaje hacia Nápoles,
pues a unas semanas de llegar a la ciudad y establecerse como monarca, el
infante pudo observarlo muy bien desde Aversa, cosa que comunicó a sus padres
«On voy d’isi tres bien le Vesuve le quelle chete beaucoup»60. Poco después de
su llegada el Vesubio ya manifestó su fuerza, agravando los fuertes calores que
ya estaba haciendo ese verano de 1734 «Depuis avantyer le Vesuve jetu une
quantite de flames & de betume enflame, qui coule par la montañe come une
riviere. Isi il fait chaleur a mourir»61, aunque la erupción más importante de

58. Nápoles, 23-VI-1739, Ascione, 2002a: 415-416.


59. Portici, 16-X-1742, Ascione, 2002b: 327.
60. Aversa, 17-IV-1734, Ascione, 2001: 374.
61. Nápoles, 13-VII-1734, Ascione, 2001: 399.

227
Irene Andreu Candela

este periodo fue la de 1737, que impactó sobremanera al monarca. El Vesubio


comenzó su actividad el 20 de mayo y tan solo dos días después don Carlos
informaba de ella a sus padres asombrado, pues «La montagne du Vesuve
comença iyier à jeter un feu que je n’en ay jamais veu le pareille, & la lava
arrivet ce matin à un coup de fussi de la mere, & il continue encore, & a ce
que m’ont dit ceux qui ont este le voire sur le lieu par ou elle coule»62. Según
el monarca, los propios napolitanos no recordaban otra erupción donde la lava
se acercase tanto al mar, haciendo con ello mucho daño a la cosecha aunque,
por otro lado, lo consideraban un buen síntoma, pues significaría que no iba
a haber terremotos que la acompañasen63. No solo encontramos información
sobre los efectos de la erupción en la correspondencia del rey, sino también
en la de otras personalidades de la corte como Bernardo Tanucci. El ministro
escribió la misma semana que hubo varios días de procesiones a causa de la
erupción y que la cantidad de cenizas junto con el fuerte siroco que había
comenzado a soplar iban a producir una gran tempestad, cuyos efectos también
temía64. La semana siguiente, en una nueva carta, Tanucci confirmó que hubo
durante varios días una copiosa lluvia y relató otros daños que el volcán había
causado, como los destrozos y muertos por las piedras que había arrojado en
el valle de Sarno65. Igualmente, la semana siguiente don Carlos informó a los
reyes sobre los efectos que esta erupción estaba teniendo no solo en la capital,
sino también en sus alrededores:
Le Vesuve continua a courir jusque au mecredi matin & la lava s’arreta tout
aupres de la mere. Les pieres qu’il jetoit en l’aire ont fait asez de mal à un lieu
qu’on apel Ottayano, & on escrit de Montefusco, de Montemileto & d’Ariano
que les deux jours que la Montagne a jeté ils on eu un trenblement de terre
continuel & qu’on alloit par les rues avoique des flenbeaux, car la cendre
qui tonboit avoit obscurci tellement qu’il paroist de nuit, & ils dissoint que
la cendre qui estoit tonbé estoit de l’epeseur de deuz & trois pends, tant dans
la ville que dans les canpagnes; & on voit par les letres des provinces de la
Pulle & de Bari que les cendres sont arrives plus de cent milles. Isi, graces à
Dieu, nous en avons estes libres, car le vent la portoit de l’autre coste, & on
n’a rien senti de trenblement de terre. La lava a renpli des vallons de plus de
200 pends de auteur & par le plaine elle estoit de plus de 10 hauteur & de 60
de largueur, & dans le tenps qu’elle jetoit, elle fesoit un plus grand bruit que

62. Nápoles, 21-V-1737, Ascione, 2002a: 206.


63. Nápoles, 21-V-1737, Ascione, 2002a: 207.
64. 21-V-1737, citado en Ascione, 2002a: 206-207.
65. 28-V-1737, citado en Ascione, 2002a: 207.

228
Carlos III de España como observador meteorológico en la correspondencia con sus padres (1731-1744)

si ce fut un siege d’une place, & quand elle faisoit le bruit toutes les maisons
trenbloint66.
Por tanto, los napolitanos se equivocaban y la erupción vino acompañada por
una fuerte actividad sísmica que, según el monarca, no se pudo sentir en la capi-
tal, pero sí en otras localidades cercanas al volcán, sobre todo en la provincia del
Principado de Citra, como Tanucci también confirmó67. Además, la gran nube
de ceniza impedía ver durante el día el espectáculo piroclástico, si bien por la
noche era posible apreciar las explosiones, que, según Santisteban, mantenían
al monarca divertido en los balcones de palacio68. Este episodio impactó tanto al
monarca que no dudó en enviar a sus padres una vista de la erupción69; mandó
realizar a la Accademia delle Scienze di Napoli el estudio y la observación de
esta erupción, denominada Istoria dell’incendio del Vesubio, que fue escrito
por el médico Francesco Serao, secretario de la Academia70; e, incluso, ordenó
un año después una expedición al volcán, que estuvo encabezada por José de
Cartellà, primer caballerizo del rey, con el fin de conocer más profundamente
el monte e introducirse en su interior. Su interés por tal acontecimiento le llevó
a describir minuciosamente las novedades sobre la expedición a sus padres:
Iyier Cartellar alla tout au haut du Vesuve d’ou, voyant le fond de la bouche
& qu’il ne faisoit qu’un peu de fumée, il descendit, avec des cordes & des
peisans qui l’aidoint, jusque au fond, ou il trouva – à ce qu’il dit du sable
& des grands rochers qui ont des fentes, par les quelles la fumée sortoit, &
beaucoup de soufre & autres seles; & un ingenieur qui est venû avec le Pce
Royal en à tirée le plan & le profil de la montagne, tant par dehors que par
dedent, le quelle j’envoyroy le courier qui vient; & selon la mesure depuis le
fond de la bouche jusque en haut ce sont 360 brazas71.
Además, el rey envió a sus padres en el correo posterior dos vistas del volcán
realizadas durante la expedición, así como varias muestras del material encon-
trado en la boca del Vesubio72. Y, viendo el interés que demostraron de por
este asunto, don Carlos mandó a Cartellà realizar una relación detallada de
todo lo ocurrido durante la operación para remitirla también a los monarcas
españoles73. Curiosamente, la hazaña de Cartellà apareció en la prensa española
de ese mismo mes de noviembre, concretamente en el Mercurio Histórico y

66. Nápoles, 28-V-1737, Ascione, 2002a: 209.


67. 28-V-1737, citado en Ascione, 2002a: 207.
68. AGS, Estado, 5809, f.84, citado en Ascione, 2002a: 209.
69. Nápoles, 9-VII-1737, Ascione, 2002a: 222.
70. Serao, 1738.
71. Portici,14-X-1738, Ascione, 2002a: 359.
72. Portici, 21-X-1738, Ascione, 2002a: 361.
73. Nápoles, 2-XII-1738, Ascione, 2002a: 369.

229
Irene Andreu Candela

Político74. En esta publicación se calificaba al suceso como «un extraordinario


atrevimiento» por no haberse conseguido «en ninguno de los volcanes del
mundo por ninguno de los mortales»75. Además, tras una larga explicación
sobre lo acontecido en la expedición la propia noticia indicaba que:
El rey de las Dos Sicilias, a vista de una novedad jamás oída, para la curiosidad
de los reyes sus padres, les envió un cajoncito con piedras de las que sacó del
fondo del Vesubio Cartellà y el plan que había formado el Conde de lo exterior
e interior de aquel Volcán, que uno y otro tienen Sus Majestades76.
Viendo todo el interés que la empresa aventurera de Cartellà había suscitado,
doña Isabel y don Felipe temieron que el joven monarca quisiese imitarle y
subir al monte, pues Montealegre también confirmaba que las excursiones a la
boca del Vesubio se habían puesto de moda entre la corte, tanto que «sostiene
uno de nuestros cortesanos españoles que es necesario establecer allá bajo una
hostería, y que no será poca la ganancia»77.
Del mismo modo que con el volcán napolitano, el monarca iba notificando
sobre otros fenómenos naturales que él mismo consideraba destacables en su
vida diaria. Así ocurrió el 9 de junio de 1739, tras informar a sus padres de que
siete días antes observó de lado norte un cometa, para lo cual utilizó un tele-
scopio porque la vista no era suficiente para su contemplación78. Este cometa
de órbita parabólica, denominado C/1739 K1, fue descubierto por Eustachio
Zanotti en Bolonia a finales del mes de mayo. Siendo un cometa de magnitud
3, resulta extraño que el monarca necesitase el telescopio, pues Zanotti si pudo
contemplarlo a simple vista hasta el mes de agosto79.
También notificaba siempre a sus padres los terremotos que hubo durante
esos años en el sur de Italia incluyendo también los que él mismo decía no
haber sentido80, por lo que evidentemente había sido informado del seísmo más
tarde. Entre los ocurridos entre estos años destaca el del 17 de agosto de 1742,
que afectó a la ciudad gravemente con dos temblores cortos pero muy intensos
que obligaron a todos los napolitanos, entre los que el monarca se incluía, a
dormir fuera de las casas y mantenerlos alerta hasta que pasaran 24 horas81; y

74. Bernà Ortigosa, 37 (2019): 302.


75. Biblioteca Nacional de España (en adelante BNE), Mercurio Histórico y Político, n.º11,
XI-1738, 132.
76. BNE, Mercurio Histórico y Político, n.º11, XI-1738, 136.
77. AGS, Estado, 5818, f.92. Citado en Ascione, 2002a: 366-367.
78. Nápoles, 9-VI-1739, Ascione, 2002a: 409-410.
79. Kronk, 1999: 402.
80. Nápoles, 11-VII-1741, Ascione, 2002b: 197.
81. Nápoles, 21-VIII-1742, Ascione, 2002b: 305.

230
Carlos III de España como observador meteorológico en la correspondencia con sus padres (1731-1744)

también otro unos meses más tarde, en febrero de 1743, que sorprendió a Carlos
y María Amalia, pero no por su fuerza, sino por su duración:
Ma femme (…) continue tres heureuxsement dans le huitieme mois de sa
grossese, malgrée la peur qu’elle eut le mercredi passée à cinque heures &
un quart de l’apres dinée, caussée d’une secouse de tremblement de terre que
nous heumes, qui ne feut pas trop forte, mais qui feut longue, puis qu’elle dura
temps de temps que nous nous asseurames que c’estoit un tremblement de
terre & que nous dimmes, ma femme & moys, toute la litanie de la Vierge; &
apres cela les lustres de nostre chambre se touchoint quasi l’un contre l’autre.
Mais, graçes à Dieu, la Vierge & St Antoine, avec un cordial qu’elle prit, cela
ne luy a pas causée la moindre nouveautée, & il n’a non plus caussée aucun
mal ni il n’a non plus repeté, & on escrit aussi de Romme & d’autres androits
du Royaume qu’on l’a senti le mesme jour & à la mesme heure, & une barque
qu’est veneu de Messine dit qu’on le sentit aussi, & je crain fort qu’il n’ait
caussé du mal en quelque endroit82.
La semana siguiente, el monarca volvió a completar la información para los
reyes, indicando que este terremoto había ocasionado graves daños en las ciu-
dades de Lecce y Trani83.

5. CONCLUSIONES
Todas estas referencias evidencian que el interés tanto por el clima como por
los fenómenos naturales por parte de Carlos III no son resultado de su madurez,
ni formaron parte de la correspondencia del monarca solo con determinados
corresponsales, sino que ya desde su juventud existe un interés por estas cues-
tiones. Si bien, como se puede observar en la cantidad de referencias climáticas,
no estamos ante un número excepcional como sí lo serán sus posteriores epis-
tolarios, la verdadera importancia de esta correspondencia entre el monarca
y sus padres viene dada porque se trata del primero que escribió. Existían
diferentes maneras de aprender a escribir cartas privadas, siendo una de ellas
la propia tradición familiar; es decir, el conocimiento adquirido a partir de la
práctica epistolar con personas cercanas, leyendo desde la infancia cartas de
parientes y escribiendo las primeras misivas bajo la supervisión de los padres84.
Este epistolario de don Carlos se encuentra exactamente en este caso, pues los
monarcas españoles marcaron con esta práctica un contacto habitual con sus
hijos y también la manera de mantenerlo. Es decir, Isabel y Felipe establecieron
explícitamente las pautas epistolares que debía seguir el infante desde muy

82. Nápoles, 26-II-1743, Ascione, 2002b: 356-357.


83. Nápoles, 5-III-1743, Ascione, 2002b: 360-361.
84. Antón Pelayo, 37 (2019), 115.

231
Irene Andreu Candela

joven, las que repetiría en el resto de las cartas que escribió a lo largo de su
vida tanto a familiares como a otras personas muy próximas, como Felipe de
Parma y Bernardo Tanucci. La existencia de este tópico en la correspondencia
evidencia que la observación meteorológica no fue algo únicamente vincu-
lado a algunos núcleos intelectuales europeos, que ya a finales del siglo xvii
comenzaban a instar en la necesidad de realizar registros continuos85. Así, el
clima fue trascendiendo estas esferas, convirtiéndose en un tema recurrente en
las conversaciones de la élite social86, e, incluso, acabó ocupando un espacio
en la sociabilidad epistolar.
Así, esta correspondencia tiene un valor muy importante en nuestra inves-
tigación, pues ha ayudado a corroborar que la caza siempre fue uno de los
elementos fundamentales de su vida y, como tal, lo incluía en las misivas. La
actividad cinegética, ejercicio que también heredó de sus padres, fue una de las
razones fundamentales en el contacto del monarca con la naturaleza y, concre-
tamente, con los fenómenos climáticos. Por tanto, esta relación continua con el
entorno influyó en él de manera que la meteorología no fue solo algo marcado
por sus padres como un tópico incluido en la sociabilidad epistolar entre ellos
y sus hijos, sino que le prestará especial atención y acabará convirtiéndose
en años posteriores en uno de los temas más recurrentes de sus misivas. Del
mismo modo, otros fenómenos naturales también formaron parte de las líneas
que Carlos III escribió a sus padres no solo por la excepcionalidad de estos
sucesos, sino también por su interés en ellos, cosa que queda demostrada en
sus descripciones.

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233
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use of Jesuit order private correspondence records in climate reconstructions: A
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234
SISMOS E CATÁSTROFES NOS AÇORES:
A RESPOSTA DOS PODERES. O SISMO DE 1614
NA PRAIA (TERCEIRA)

José Damião Rodrigues*


Universidade de Lisboa

1. O arquipélago dos Açores situa-se numa zona de fronteira de três placas


tectónicas, a Norte-Americana, a Euroasiática e a Africana, estando assente
sobre estruturas como a Crista Média-Atlântica, o Rifte da Terceira, a Zona
de Fractura Este dos Açores e a Zona de Fractura Oeste dos Açores. Devido
a este dinâmico enquadramento geotectónico, responsável pelas diferentes
formações do arquipélago dos Açores, as ilhas apresentam um vulcanismo
activo e uma sismicidade frequente. De resto, a actividade sísmica e vulcânica
foi frequente ao longo da história das sociedades que se fixaram nas ilhas,
merecendo a atenção de locais e de viajantes. Nas décadas recentes, a investi-
gação sobre as catástrofes naturais tem merecido a atenção dos mais diversos
especialistas. Ora, face à importância atribuída ao estudo macrossísmico de
sismos recentes pela European Seismological Commission, em 1998, como
meio de aferição da sismicidade histórica e de avaliação do risco sísmico em
determinadas regiões1, configura-se como da maior importância o estudo do
«geological heritage knowledge in Portugal» e, em particular, a do arquipélago
dos Açores, apresentado como «a natural laboratory of international relevance
with regard to plate tectonics, active volcanism and neotectonics.»2
Bernard Vincent, em síntese sobre os sismos no mundo ibérico europeu
entre os séculos ix e xviii, destacou em tabela própria e assinalou para o período

* F  aculdade de Letras da Universidade de Lisboa. Centro de História da Universidade de Lisboa


(CH-ULisboa). josedamiaorodrigues@campus.ul.pt. Orcid: 0000-0003-3317-1968.
1. Silveira, 2002: 1.
2. Brilha et al., 2005: 183.
José Damião Rodrigues

moderno 21 eventos sísmicos no arquipélago dos Açores3. Para os dois séculos


iniciais do povoamento das ilhas, face à inexistência de outras fontes coevas que
descrevam estes episódios, a consulta da obra do sacerdote e cronista Gaspar
Frutuoso (1522-1591), natural da ilha de São Miguel, revela-se imprescindível
para o desenho de um quadro o mais completo e aproximado possível da dimen-
são dos eventos sísmicos no século xvi, pois, dada a natureza do seu relato,
permite mesmo, a partir do cotejo com dados contemporâneos, a aplicação de
escalas macrossísmicas4. Bacharel e doutor pela Universidade de Salamanca,
vigário da Matriz da vila da Ribeira Grande, na costa norte de São Miguel,
Gaspar Frutuoso, na sua obra Saudades da Terra, redigida na década de 1580,
além de integrar as ilhas da Macaronésia no contexto atlântico e nas dinâmicas
históricas da sua época5, revelou-se um filósofo natural avant la lettre, descre-
vendo em pormenor a geografia e a geologia insulares, procurando explicar o
que observara e até classificando as rochas6. Algumas das suas descrições são
tão vívidas e detalhadas que servem de apoio aos geólogos e vulcanólogos de
hoje.
Nos séculos xvii e xviii, outros cronistas locais, por observação directa,
consulta de cartórios ou recolha de testemunhos orais, deram também conta
dos sismos e das erupções que marcaram a vida das gentes insulanas. É o caso
do frade franciscano Agostinho de Montalverne (1629?-1726?), nascido em
São Miguel, e do padre terceirense Manuel Luís Maldonado (1644-1711). O
primeiro redigiu uma Crónica da Província de S. João Evangelista das ilhas
dos Açores; o segundo, uma história da ilha Terceira desde o início do seu
povoamento até ao ocaso de Seiscentos e viragem para Setecentos, intitulada
Fenix Angrence7. Esta última interessa-nos mais, pois não se limita a ser uma
crónica dos eventos ocorridos na Terceira, articulando a história dessa ilha
com a dos Açores, de Portugal e do Atlântico. Para os objectivos do presente
texto, importa sublinhar que a crónica de Manuel Luís Maldonado não só tem
diversas referências a eventos eruptivos e sísmicos que tiveram lugar nas ilhas
– o sismo de 1522 (São Miguel), a erupção de 1563 (São Miguel), o sismo
de 1614 (Terceira), que aqui pretendemos tratar, a erupção de 1630, o «Anno
da Cinza» (São Miguel) –, como consubstancia já o que parece ser uma fusão

3. Vincent, 1996.
4. Neste sentido, podemos lembrar que, desde a comemoração do bicentenário do nascimento
de Charles Darwin, o papel das ilhas na génese da ciência contemporânea parece ter recu-
perado algum destaque: é a «função» científica das ilhas e a «figura» da ilha-laboratório.
Meistersheim, 2001.
5. Rodrigues, 2011.
6. Frutuoso, várias edições e datas.
7. Montalverne, 1960-1962; Maldonado, 1989-1997.

236
Sismos e catástrofes nos Açores: a resposta dos poderes. O sismo de 1614 na Praia (Terceira)

entre a história e a memória das populações insulares, ao apresentar as ilhas


dos Açores como ilhas expostas a recorrentes manifestações telúricas, procu-
rando, desde logo, apresentar uma explicação para esse facto e identificando
mesmo a ilha de São Miguel como aquela que seria a que mais sofrera com
essa «impropriedade», como lhe chama:
«São as Ilhas dos Açores, pelo que a experiencia dos tempos tem mostrado,
sogeitas a Terremotos, e jncendios de fogo que rebentão intruxos na terra, em
rezão (deue ser) dos grandes mirarais [sic] de enxofar, salitre e pedra hume,
de que hũas e outras estão contaminadas. Padesce esta impropriedade com
especial ventagem a Ilha de São Migel.»8
Explicando a ocorrência de terramotos e de manifestações vulcânicas nos
Açores como tendo origem mineral, o cronista apresenta em seguida uma
«Rellação breue dos Incendios e Terramotos que tem acontecido na Ilha de
São Migel [sic] […]». Ao concluir, relembrou que esses «lamentaueis castigos»
não atingiram unicamente a ilha de São Miguel, mas todas as ilhas, «quazi
continguas [sic] porque a major distancia de hũa a outra não excede de trinta
legoas, e muitas tão chegadas, que desta áquella se deuizão as gentes». E assim,
concluiu, apontando para a sua unidade geográfica e climática:
«Todas jazem debaixo de hũ clima, porque correm no mesmo grao, e altura:
Pelo que não he só a Ilha de São Migel a contaminada; e se pelo ser soportou
os castigos rellatados; Quem nos diz que nesta ou aquella deicha de ter Deos
em depozito hũa cauza occulta semelhante, que nos sirua de castigo?»9
Com efeito, não foi somente a ilha de São Miguel e as suas gentes a sofrer os
efeitos nefastos de fenómenos geofísicos, que o cronista atribuía à ira divina10.
Outras ilhas foram, por vezes, duramente atingidas por sismos ou erupções,
como o Pico, São Jorge ou a Terceira. Será, então, a partir da intensa narrativa,
baseada em testemunho coevo, que o padre Manuel Luís Maldonado produziu
acerca da destruição da vila da Praia – hoje, cidade da Praia da Vitória –, na ilha
Terceira, em 1614, que desenvolveremos a nossa análise, comentando o grau
de destruição e as medidas adoptadas para a reconstrução da vila e seu termo,
numa acção que contou com a decisiva contribuição da Monarquia Hispânica.
Na medida em que as catástrofes podem ser entendidas como um «facto
social total», pelo que revelam das sociedades que afectam, esperamos deste

8. Maldonado, vol. 2, 1990: 124.


9. Maldonado, vol. 2, 1990: 124-133, maxime 133 para as citações.
10. Sobre a relação entre religião e sismos, ver Hurbon, 2013. Para uma análise mais detalhada
do discurso sobre os sismos neste período, e para um contexto hispânico, ver, entre outros,
Olcina Cantos, 2017; Seiner, 2020.

237
José Damião Rodrigues

modo contribuir para o estudo da gestão das catástrofes na Época Moderna,


observando as respostas políticas e sociais e os modos de interacção entre
governantes e governados a partir de um estudo de caso.
2. De modo a melhor podermos compreender alguns dos problemas que se
colocaram na reconstrução da vila da Praia após o violento sismo de 1614,
iremos em primeiro lugar apresentar, de forma breve, o quadro político e ins-
titucional das ilhas açorianas no período moderno. Consideramos importante
esta apresentação pois permitirá enquadrar e compreender a relação entre os
níveis de jurisdição e escalas de poder, considerando que o nível superior tem
uma maior capacidade de coordenação e maior capacidade financeira e que o
nível inferior, mais próximo da população, com um contacto quotidiano, tem
mais informação local, mas uma perspectiva menos abrangente, uma jurisdição
limitada e menor capacidade financeira.
Descobertas as ilhas dos actuais grupos Oriental e Central em 1427, o início
do seu povoamento teve lugar entre 1439 e 1443, em Santa Maria e São Miguel,
mais a Oriente, e cerca de 1450, na Terceira. O povoamento das demais ilhas
seguiu-se, mas somente em meados do século xvi é que a pequena ilha do Corvo
foi povoada com recurso a escravos11. Importa aqui sublinhar que as ilhas mais
ocidentais, Flores e Corvo, foram descobertas em 1452 e que até à segunda
metade de Setecentos pertenceram a um senhorio distinto das restantes. Com
efeito, as primeiras sete ilhas foram doadas ao Infante D. Henrique, duque de
Viseu, o primeiro donatário da Madeira e dos Açores, seguindo depois na casa
do seu sobrinho e filho adoptivo, D. Fernando, duque de Beja. Após a subida ao
trono de D. Manuel, duque de Beja, em 1495, as ilhas foram reintegradas nos
bens da coroa em 1497 e a partir de então manifestou-se, de forma gradual, a
vontade da coroa de consolidar a sua autoridade na periferia atlântica, criando
novas vilas e, sobretudo, nomeando oficiais régios para os Açores, como os
corregedores, cuja missão consistia na aplicação da justiça régia e no controlo
dos poderes locais12.
Nem todas as ilhas, porém, eram realengas, conforme dissemos. As ilhas
das Flores e do Corvo constituíram um senhorio até à sua integração definitiva
nos bens da coroa, em 1759. Por carta de doação de 28 de Janeiro de 1475,
D. Afonso V doou as duas ilhas a Fernão Teles. O conteúdo desta doação foi
confirmado sucessivamente e, por carta de 12 de Janeiro de 1548, D. João III
confirmou na posse das Flores e do Corvo Gonçalo de Sousa, filho de Pêro

11. Para uma visão actual e pormenorizada da história dos Açores, ver Matos, Meneses e Leite,
2008.
12. Maldonado, vol. 1, 1989: 154-155; Drummond, 1990: 68 e 170.

238
Sismos e catástrofes nos Açores: a resposta dos poderes. O sismo de 1614 na Praia (Terceira)

da Fonseca e neto de João da Fonseca, que comprara as duas ilhas aos herdei-
ros de Fernão Teles. Em 1593, Flores e Corvo passaram para o senhorio dos
Mascarenhas, condes de Santa Cruz, e desde o sexto conde, D. Martinho de
Mascarenhas, também marqueses de Gouveia. Em 1759, com a execução do
oitavo conde de Santa Cruz e duque de Aveiro, D. José de Mascarenhas, e a
consequente confiscação dos seus bens, Flores e Corvo integraram finalmente
os bens da coroa13.
Devido a esta diferença no que respeita à dependência das ilhas de diferen-
tes centros de autoridade, não existia uma unidade política, realidade que, de
resto, a cartografia da época também reflectia, ao representar com designações
distintas as ilhas dos Açores ou Terceiras – pela importância que tinha a ilha
Terceira e, em particular, a sua «cabeça», Angra, sede de comarca desde 1503 e
de bispado desde 1534 – e as ilhas Floreiras. Face a esta clivagem, a autonomia
jurisdicional das duas ilhas ocidentais impedia a presença regular dos oficiais
da coroa. A título de exemplo, notemos que a comarca açoriana – reconfigurada
brevemente em duas nos anos 1534-1544 e em definitivo em 1766 – surgia
como uma circunscrição político-administrativa que não recobria a totalidade
do actual arquipélago.
Outros poderes existiam nas ilhas, os capitães e as câmaras, além, claro
está, das estruturas da Igreja, todos bem visíveis. Os capitães – no século xv,
capitães-do-donatário – eram membros da pequena nobreza que haviam che-
gado às ilhas no início da sua ocupação humana, acompanhados por parentes
e dependentes, tendo por função dirigir in loco o povoamento; distribuir terras
em regime de sesmaria, no que eram coadjuvados pelos almoxarifes; e repre-
sentar a vontade do senhor. Com a subida do duque D. Manuel ao trono, a
posterior extinção das donatarias insulares e a sua integração nos bens da coroa,
desapareceu o nível hierárquico dos donatários. Isto significou, em termos do
regime das capitanias, uma alteração. Por uma subdoação ou sub-enfeudação,
os duques nomeavam para os representar localmente homens da sua casa e da
sua confiança, designando-os como capitães. Com o fim das donatarias, os capi-
tães passaram a ter acima de si somente o rei, o que equivale a dizer que o seu
estatuto e jurisdição foi, desde então, semelhante ao dos senhores (donatários)
do reino. Apesar desta alteração, a jurisdição dos capitães não sofreu qualquer
diminuição e alguns receberam mesmo outros privilégios por graça régia. De
um modo geral, porém, devido à interrupção da linhagem ou ao absentismo
de alguns capitães, assistiu-se a um certo esvaziamento do conteúdo político
das suas prerrogativas, situação que, diga-se, não se verificou em São Miguel

13. Rodrigues, 2008.

239
José Damião Rodrigues

e em Santa Maria de forma tão pronunciada, devido à presença frequente ou


continuada dos capitães nessas mesmas ilhas.
Quanto aos concelhos (ou municípios), estes constituem um elemento fun-
damental do modelo administrativo português. Segundo o historiador inglês
Charles Ralph Boxer, terão sido um dos pilares gémeos – o outro seriam as
Misericórdias – da sociedade colonial portuguesa14. Nos Açores, os primeiros
concelhos datam da segunda metade do século xv, embora se desconheça a
exacta cronologia da elevação original dos lugares a vilas, bem como os respec-
tivos diplomas fundadores. A base territorial dos concelhos insulares era muito
díspar: em Santa Maria e no Faial, o termo concelhio correspondia à totalidade
da ilha; noutros, como em São Miguel, na Terceira ou em São Jorge, as ilhas
apresentavam-se divididas em unidades concelhias, de diferentes dimensões.
Apesar dessas diferenças, porém, os concelhos estavam todos no mesmo nível
jurisdicional, a proeminência de Angra (cidade em 1534) e de Ponta Delgada
(cidade em 1546) fosse tacitamente reconhecida nas respectivas ilhas. À frente
de cada concelho, estava um pequeno grupo de oficiais, eleitos trienalmente
e que eram responsáveis pelo governo local. O seu número variava de acordo
com a importância e a dimensão concelhias. No entanto, comum à maioria das
gentes da governança, era o seu elevado grau de homogamia e consanguini-
dade, por um lado, e o facto de dominarem outras instâncias de poder à escala
local, por outro (patentes das ordenanças, Misericórdias, confrarias, igrejas e
conventos por via da colocação de membros da parentela que não entravam no
mercado matrimonial). As insuficiências da rede burocrática da coroa tornavam
a monarquia dependente destas elites locais, o que reforçava o seu poder e
prestígio. No entanto, convirá sublinhar que as elites concelhias não formavam
um grupo homogéneo, pois existiam vincadas assimetrias ao nível dos foros
de nobreza, da honra e estima social e do património15. No contexto do orde-
namento jurídico da época, a doutrina e o direito reconheciam aos concelhos
uma autonomia e jurisdição próprias, plasmada em legislação de âmbito local
(posturas). E embora as competências municipais fossem extremamente amplas
e o «dirigismo económico» das câmaras se manifestasse de forma visível, a
jurisdição de cada câmara terminava nas fronteiras concelhias. Além disso, de
um modo geral, as rendas municipais eram limitadas e os passivos frequentes, o
que permite compreender os pedidos de apoio à coroa por ocasião de desastres
ou a escusa de contribuir para um pedido extraordinário de impostos16.

14. Boxer, 1981: 263.


15. Monteiro, 1997: 335-345; Monteiro, 1998: 79-85.
16. Sobre estas questões, ver, para os Açores, Rodrigues, 1994; Rodrigues, 2003 [2004].

240
Sismos e catástrofes nos Açores: a resposta dos poderes. O sismo de 1614 na Praia (Terceira)

No final do século xvi, após a integração do reino de Portugal na Monarquia


Hispânica, mas face à resistência dos partidários do pretendente derrotado,
D. António, prior do Crato, que tiveram como bastião a ilha Terceira, as ilhas
foram o palco de diversas batalhas. Após a conquista da Terceira, Angra tornou-
-se também, entre 1583 e 1642, a sede do poder militar castelhano, corporizado
na figura do governador militar, cuja jurisdição acabou por colidir com as dos
demais poderes presentes naquela ilha.
Para além destes poderes, estavam os homens e mulheres da Igreja, que,
no Antigo Regime, era um pólo de poder autónomo. Na sociedade de ordens, o
clero, porque mais próximo de Deus e do modelo da cidade celeste, constituía
o primeiro estado. Gozando de foro próprio e de diversos privilégios, como a
isenção fiscal (embora limitada) ou a militar, era um corpo poderoso e influente,
embora não homogéneo. Desde logo porque, no seu seio, era possível identifi-
car dois grandes grupos, os seculares e os regulares, com práticas e percursos
muitas vezes distintos e que obedeciam a diferentes hierarquias; depois, porque
a possibilidade de progressão de cada eclesiástico dependia da sua origem
familiar e social, da sua formação e da respectiva rede interpessoal. Nos Açores,
ao longo dos séculos, a malha administrativa da Igreja foi-se ampliando, sobre-
tudo a partir de 1534, e multiplicaram-se as casas monásticas, embora o seu
número e distribuição espacial tenha sido heterogéneo. Foi sobretudo nas ilhas
principais – Terceira, São Miguel e Faial – que se concentrou o maior número
de conventos masculinos e femininos.
Depois dos Franciscanos, que chegaram às ilhas nas últimas décadas de
Quatrocentos e que asseguraram a primitiva missionação, alargando-se depois
a sua presença a mais ilhas, no decurso dos séculos xvi e xvii, a segunda
ordem religiosa a estabelecerse no arquipélago foi a das Clarissas. Apesar das
contradições das fontes, o primeiro mosteiro da regra de Santa Clara parece
ter sido o de Nossa Senhora da Luz, na Praia, Terceira, fundado em 1512 com
quarenta lugares. Em 1594, quando os conventos de Franciscanos e os mos-
teiros de Clarissas nos Açores se constituíram em custódia, existiam nas ilhas
açorianas doze casas pertencentes à religião franciscana, seis dos primeiros e
seis das segundas17.
Importa ainda referir que, após 1551, com a incorporação perpétua das
Ordens de Cristo, de Avis e de Santiago na coroa portuguesa, o provimento
dos benefícios eclesiásticos dos Mestrados passou a depender da Mesa da
Consciência e Ordens, conforme determinou o regimento de 1558 daquele
tribunal régio. A partir daquela data, o provimento dos benefícios eclesiásticos
nos Açores passou a obedecer às directivas emanadas da Mesa da Consciência e

17. Sobre esta questão, ver Rodrigues, 2005b: 450 e 460-461; Costa, 2008: 186-187.

241
José Damião Rodrigues

Ordens, embora o monarca, enquanto governador e perpétuo administrador da


ordem e cavalaria do Mestrado de Nosso Senhor Jesus Cristo, não tivesse dei-
xado de interferir no processo ou de actuar em situações críticas, como veremos.
3. Desde o início do povoamento das ilhas açorianas que os homens e mulhe-
res que nelas se fixaram testemunharam de perto a ocorrência e a violência de
erupções e sismos. Em São Miguel, terão assistido a uma, talvez duas, erupções
coevas dos primeiros anos da ocupação, nas Sete Cidades e no Pico do Gaspar,
nas Furnas18. A lava, as cinzas, os incêndios, o cheiro a enxofre, tudo contri-
buiria para que aqueles que viveram esses primeiros anos nas ilhas temessem
pela vida e considerassem que aqueles lugares não eram próprios para a vida
humana. De 1453 data um documento em que um carniceiro de Montemor-o
-Novo condenado a degredo perpétuo para as «ilhas de São Miguel» requeria
a mudança do local de degredo pois, segundo argumentava, «as dictas Jlhas
nom eram taaes pera em ellas homes poderem víuer segundo dello eramos Em
conhecimento»19. No ano seguinte, outro indivíduo, de seu nome Afonso do
Porto, que afirmava ter estado nas ilhas durante seis anos, dizia que o fizera
«com muito trabalho e muito ssem mereçimento onde nõ fazia nhũu proueito
Nem servico a deus nem a Nos»20.
Com o passar dos anos, as populações ter-se-ão resignado a uma vivência
difícil e sempre exposta às tempestades que por vezes assolavam o Atlântico
Norte e, sobretudo, à fúria da terra, que seria uma manifestação da cólera
divina. Alguns dos eventos foram particularmente violentos. Não falando das
diversas erupções, de entre os sismos conhecidos, o de 22 de Outubro de 1522,
que destruiu, soterrando-a, a primitiva Vila Franca do Campo, em São Miguel,
foi mesmo considerado por António de Brum Ferreira como a «segunda maior
catástrofe ocorrida em território nacional, no período histórico, logo a seguir ao
terramoto de Lisboa, de 1755.»21 Um outro de grande impacto e que perdurou
na memória colectiva foi o de 24 de Maio de 1614, na Terceira, com impacto
sobretudo na zona da Praia. Nos nossos dias, os sismos de 1 de Janeiro de 1980
– VII na Escala de Mercalli Modificada (MM-56) ou de Richter: «Muito forte»
– e de 9 de Julho de 1998 – VIII na Escala de Mercalli Modificada (MM-56)

18. Madeira, «Erupções históricas».


19. Descobrimentos Portugueses. …, Suplemento ao vol. I (1057-1460), 1988: 344-345, doc.
223, 12 de Março de 1453.
20. Descobrimentos Portugueses…, vol. I (1147-1460), 1988: 517-518, doc. 406, 18 de Maio
de 1454.
21. Ferreira, 2005: 111.

242
Sismos e catástrofes nos Açores: a resposta dos poderes. O sismo de 1614 na Praia (Terceira)

ou de Richter: «Ruinoso» – causaram enorme devastação. No total, entre 1522


e 1998, registaram-se vinte e dois eventos sísmicos de grande impacto22.
Se, hoje, as populações estão mais conscientes da eventualidade da ocor-
rência de um sismo de maior intensidade – na medida em que, diariamente
ocorrem sismos, mas apenas os sismógrafos mais desenvolvidos os registam – e
as autoridades estão melhor preparadas para responder a situações de emergên-
cia, quer em termos de gestão do risco, quer de resposta efectiva à catástrofe,
num esforço colectivo que envolve diversas hierarquias e níveis de decisão, no
passado os povos estavam mais expostos aos efeitos negativos dos fenómenos
naturais e a arquitectura dos poderes e o estádio tecnológico nem sempre per-
mitiam que o socorro viesse de imediato em auxílio das populações afectadas.
No entanto, não deixaram de acudir à necessidade daqueles que se viam grave-
mente afectados pela fúria dos elementos. Veremos agora o caso do sismo da
Praia, em 1614, que perdurou na memória colectiva e na história dos Açores
como a Primeira Caída da Praia23 e que, pelo seu profundo impacto, mereceu
também uma referência do destacado missionário e pregador padre António
Vieira em sermão proferido na cidade de São Salvador da Baía, em 163724.
No final do século xvi, com base nos dados de Gaspar Frutuoso, a ilha
Terceira teria quase 5.400 fogos, o que equivaleria a pouco mais de 21.000
habitantes25. No dealbar da centúria de Seiscentos, a vila da Praia, situada numa
das zonas mais férteis da ilha Terceira, teria cerca de 1.000 fogos, o que poderia
corresponder a uma população não superior a 5.000 moradores26. Apesar da sua
modesta dimensão, estava em linha com outras vilas importantes do reino, nela
residindo os nobres descendentes de alguns dos primeiros povoadores da ilha
e da capitania, mas também «ricos mercadores de grosso trato»27.
No dia 24 de Maio, um sábado, véspera de Domingo da Trindade, um sismo
violento – provocado possivelmente devido a movimentos na Falha da Terceira
– fez-se sentir na ilha Terceira, causando estragos consideráveis e muitas víti-
mas. O padre Manuel Luís Maldonado declarou que se tratara do «golpe da

22. Silveira, 2002: 6 e 7, Tabela 1. 1.


23. Este evento mereceu a atenção de diversos cronistas e historiadores. De entre as mais recentes
contribuições, ver Leite, 2000.
24. Vieira, 1753: 77-78: «Hum dos mais prodigiosos casos, com que o Ceo assombrou a terra, e
as nossas terras, foy o memoravel terremoto da Ilha Terceira, naõ muitos annos antes deste.
Arruinou, subverteo, e arrazou totalmente a Villa, chamada da Praya; mas foy muito mais
notavel, pelo que derrubou.»
25. Frutuoso, 1978: passim.
26. Seguimos a cifra indicada na carta relativa à ilha Terceira (Port. 18), desenhada com outras
dos Açores pelo cartógrafo português Luís Teixeira e depositadas na Biblioteca Nazionale
Centrale (BNCF), em Florença.
27. Frutuoso, 1978: 17.

243
José Damião Rodrigues

espada da diuina justiça»28, o qual se anunciava desde o ano anterior, com


grandes esterilidades nos campos, e, já em 1614, com um primeiro sismo ocor-
rido a 9 de Abril29. As réplicas terão continuado até ao final de Maio, quando,
no dia 24, ocorreu então aquele que seria lembrado como um dos terramotos
mais destruidores a atingir as ilhas. A zona mais afectada foi a da vila da Praia
e seu termo, sobretudo os lugares de Fontinhas, Lajes, Vila Nova, Cabo da
Praia e Fonte do Bastardo, e ainda a vila de São Sebastião. Igrejas e conventos
foram destruídos, núcleos urbanos e casas rurais arrasadas. Quanto ao número
total de vítimas, não existe concordância nas fontes seiscentistas, que também
apresentam avaliações distintas em relação ao impacto destrutivo do sismo.
A testemunha que serviu de base ao padre Manuel Luís Maldonado partiu da
cidade de Angra logo no dia 26 de Maio, passando por diversas ermidas, casas
e lugares arruinados, deparando com «grandes aberturas» e «grandes roturas»
pelo caminho e constatando a alteração da linha costeira em algumas zonas. Na
Praia e fora dela, teriam caído 24 igrejas, entre as quais cinco igrejas paroquiais
e três conventos, um masculino e dois femininos, e 1.611 casas na jurisdição
da Praia; as vítimas, sempre de acordo com o mesmo testemunho, teriam sido
«mais de duzentas pessoas entre grandes e pequenos.» Uma anotação marginal,
contudo, declara que a testemunha mentia, pois em toda a jurisdição da vila da
Praia os óbitos não teriam sido mais de 93 mortos30. No final de Seiscentos, o
franciscano Agostinho de Montalverne dava conta da incerteza dos números,
ao registar que «uns dizem que foram cento e cinquenta, outros que chegaram
a trezentos», não concordando também os seus valores com os que surgem no
texto de Manuel Luís Maldonado31.
Passado o terramoto e ainda no meio do choque e da destruição, as autori-
dades começaram de imediato a tentar responder aos efeitos da catástrofe. À
data, a vila da Praia e seu termo concelhio faziam parte da capitania da Praia.
Originalmente, a ilha Terceira terá sido uma única capitania, mas, em 1474, a
divisão já existente na ilha entre a jurisdição de Angra e a da Praia foi forma-
lizada através de duas cartas da Infanta D. Beatriz, viúva do duque de Beja.
A capitania da Praia foi concedida a Álvaro Martins Homem e seguiu na sua
descendência até à morte de Antão Martins Homem, quarto capitão, falecido
sem herdeiro varão que lhe sucedesse. Deste modo, a capitania ficou vaga para
a coroa. Por carta de 14 de Agosto de 1582, D. Cristovão de Moura, apoiante
da causa de Filipe II e vedor da sua fazenda, recebeu a doação da capitania da

28. Maldonado, vol. 2, 1990: 38.


29. Maldonado, vol. 2, 1990: 37-38.
30. Maldonado, vol. 2, 1990: 41.
31. Montalverne, vol. III, 1962: 145.

244
Sismos e catástrofes nos Açores: a resposta dos poderes. O sismo de 1614 na Praia (Terceira)

Praia, de acordo com a Lei Mental, na qual sucederia o filho, D. Manuel de


Moura Corte Real, conde de Lumiares32. Em 1614, por carta datada de 13 de
Novembro, D. Manuel de Moura Corte Real recebeu a mercê da capitania da
Praia, por ser o filho varão e sucessor de seu pai. A carta de mercê foi registada
a 27 de Junho de 1615 no livro do tombo da câmara da Praia, um dos escassos
sobreviventes do cartório municipal33. No entanto, o capitão não surge asso-
ciado directamente ao processo de reconstrução da vila da Praia e dos lugares
anexos, apesar de as suas rendas também terem sido aplicadas com esse fim,
conforme veremos.
Infelizmente, não dispomos de documentação local que nos permita conhe-
cer de perto o aftermath do sismo e acompanhar o que teria sido o quotidiano
dos Praienses nos anos imediatos e a prática governativa do senado nessa
conjuntura crítica. Mas temos acesso a alguns documentos que nos esclarecem
quanto às medidas adoptadas pela coroa e aos problemas subsequentes. Logo
no domingo, dia 25 de Maio, enquanto em Angra se realizavam procissões
com penitentes, se faziam abstinências e se pregava um pouco por toda a
cidade, o corregedor João Correia de Mesquita partiu em direcção à vila da
Praia, acompanhado por alguns dos principais de Angra, para se inteirar do
grau de destruição. Regressado a Angra, organizou o auxílio a prestar com o
apoio da câmara e, no dia seguinte, foram enviados mantimentos (pão, vinho,
carne, azeite), loiça e ainda mestres para os feridos. O volume de esmolas
foi de tal ordem que, segundo narra o padre Manuel Luís Maldonado, «por //
tempo de oito, ou dez dias nunqua cessarão de correr pellos caminhos carros e
azemalas [sic] com todo o necessario, e barcos por mar.»34 Ao mesmo tempo
que, no terreno, se avaliavam os prejuízos e os poderes negociavam e procu-
ravam encontrar os meios para iniciar a reconstrução dos núcleos urbanos e
dos edifícios destruídos, os oficiais da câmara da Praia enviaram à corte um
seu procurador-geral, João Vaz de Vasconcelos, com a missão de informar, de
forma fidedigna e sem interlocutores, o centro político sobre o que sucedera
na ilha Terceira e requerer o socorro da coroa35.
Ainda em 1614, tendo sido enviada uma representação a Filipe III acerca do
estado em que ficara a vila e o território concelhio, o rei respondeu por carta de
14 de Agosto dando prioridade, por um lado, à reedificação das igrejas e man-
dando que as autoridades se informassem sobre o modo como podiam encontrar
«o dinheiro necessario pera a obra que se ouuer de fazer nas ditas igrejas em

32. Arruda, 1977: 163-165 e 173-176; Arquivo dos Açores, vol. IV, 1981: 170-172.
33. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 191-197.
34. Maldonado, vol. 2, 1990: 42.
35. L ivro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 198-202, 204-206, 206-209 e 209-210.

245
José Damião Rodrigues

cazo que haja de correr por conta de sua fazenda, ou que Sua Magestade lhe
faça pera isso algũa esmola» e, por outro, à defesa, ordenando que se tomasse
informação de «pessoas praticas», nomeadamente do mestre-de-campo do
presídio, para que a reconstrução da vila garantisse que a mesma ficaria «defen-
sauel a dezembarcacão, e melhorada do que d antes estaua, podendo ser.» Esta
carta desceu ao Conselho da Fazenda e foi o vedor da Fazenda quem escreveu
ao provedor da Fazenda nos Açores dando-lhe conta da decisão régia36.
Conforme foi já notado, o corregedor João Correia de Mesquita foi uma
figura central e decisiva em todo este processo37. Nomeado corregedor dos
Açores em 1611, levou consigo um novo regimento, datado de 13 de Maio desse
ano, para a actuação destes oficiais de justiça. Serviu também como Provedor
da Fazenda. Exerceu o seu ofício até 1618 e o seu desempenho mereceu que
fosse agraciado com a mercê de um cargo de desembargador da Relação do
Porto, em 162138. Quanto ao reconhecimento da sua actuação imediata nos dias
e semanas que se seguiram ao terramoto de 24 de Maio, Filipe III, por carta
datada de 18 de Maio de 1615, afirma que
«emtemdo a boa ordem et dilligençia com que procedestes et acudistes aos
trabalhos et neceçidades em que os relligiosos et relligiosas e mais gente
daquelle pouo ficou com tam extraordinario suçesso, que tudo foi muito bem
ordenado»39.
Tudo fora «muito bem ordenado». E era, de facto, de reordenar, no sentido
de refazer, de reconstruir, mas com boa ordem, que se tratava. A peça central
deste projecto é a provisão régia de 18 de Maio de 161540. Com uma lógica
que diríamos aristotélica, contemplando todos os estados e adequando-se ao
que seriam os seus recursos e deveres, respeitando assim o princípio da justiça
distributiva, o rei, tendo tomado conhecimento das consequências do terramoto
pelo relato de João Vaz de Vasconcelos e por cartas das autoridades na ilha
Terceira – o cabido da Sé, os máximos representantes da coroa nos domínios
da Fazenda (o provedor da Fazenda) e da justiça (o corregedor), os oficiais
das câmaras de Angra e da Praia –, definia o modo como cada corpo social ou
cada membro da comunidade, desde os grandes, passando pelos medianos e

36. M aldonado, vol. 2, 1990: 45. A carta do vedor da Fazenda é datada de Lisboa, 7 de
Setembro de 1614.
37. Leite, 2000: 197-198.
38. Maldonado, vol. 2, 1990: 30 e 63-70; Rodrigues, 1994: 260-262 e 477-478.
39. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 198.
40. Biblioteca Pública e Arquivo Regional de Angra do Heroísmo (BPARAH), Arquivo da
Câmara de Angra do Heroísmo (ACAH), Livro Segundo do Tombo e Regimento da Câmara
de Angra (1593-1623), fls. 369-372; Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005:
198-202, maxime 199-201; Leite, 2000: 195-197.

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Sismos e catástrofes nos Açores: a resposta dos poderes. O sismo de 1614 na Praia (Terceira)

até aos pequenos, deveria contribuir para a reedificação da vila da Praia. Deste
modo, recobrindo todo o espectro societal, cumpria-se o ideal da complemen-
taridade e da harmonia social. Caberia ao corregedor, coadjuvado por oficiais
das governanças de Angra e da Praia, zelar pela boa execução da ordem régia.
Em primeiro lugar, surgiam as casas monásticas, os mosteiros de Jesus e da
Luz, femininos, e de São Francisco, masculino. Para as obras de reedificação,
o rei autorizava que fossem pedidas esmolas em todas as ilhas dos Açores. No
entanto, porque os mosteiros de freiras tinham rendas próprias, o corregedor,
neste caso com a colaboração do bispo e dos Franciscanos, avaliaria a possi-
bilidade de se retirar das rendas verbas destinadas às obras «de maneira que
lhes não faça fallta pera a sustentacao necessaria et ordinaria»41. Em relação às
capelas existentes nos referidos mosteiros, como muitas haviam sido instituídas
no âmbito de institutos vinculares, devia o corregedor informar-se acerca dos
respectivos administradores e rendimentos e sequestrar – a expressão usada é
esta – para a sua reedificação a quantia que fosse conveniente42. Quanto aos
moradores que pretendessem recuperar as suas casas, poderiam fazê-lo no
prazo de três anos, mas, acaso não tivessem capital – «cabedal» – para o fazer,
poderiam vender o sítio das suas casas dentro desse mesmo prazo. Findo esse
período, e não tendo sido as casas reconstruídas ou o respectivo chão vendido,
tudo ficaria devoluto para o concelho, cabendo então ao corregedor e aos ofi-
ciais do senado municipal dar os chãos a quem pretendesse e pudesse levar
a cabo a reedificação das casas ou ainda, aspecto que merece ser sublinhado,
«comuerter em ruas publicas com tal comsiderassão & aduertensia que no
fabricar das ditas cazas & ruas se hordenem as seruentias dellas com melhor
trassa do que dantes estauam e as ruas se lamssara cordel por ordem de allgum
architecto pratico que pera isso ira ha ditta villa desta cidade não o auemdo
nas ditas jlhas e se faça tudo de maneira & com tanta hordem que a dita jlha
fique melhorada na fortificação porque terei disso particullar satisfação»43.
O que aqui se destaca não é unicamente uma preocupação com a reedificação da
vila da Praia e seu termo. Pelo contrário, a obra de reconstrução devia também
servir para um reordenamento da malha urbana, que devia ficar com melhor
traça, com ruas e casas alinhadas. Para isso, devia ser chamado um arquitecto
conhecedor do seu ofício, não bastando o recurso a práticas tradicionais de
construção. De igual modo, merece relevo a atenção concedida à dimensão
defensiva, que surge de novo no mesmo documento quando o rei destina às

41. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 199.


42. Sobre os vínculos nos Açores, com ênfase na ilha de São Miguel, ver Rodrigues, 2003
[2004].
43. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 200.

247
José Damião Rodrigues

obras da casa da câmara, muros da vila e fortificação, além dos conventos mais
pobres, os sobejos da renda dos 2% «de todas as dittas jlhas terçeiras e lugares
dellas que esta appllicada e pertensse a furtificação de cada hum delles»44.
As disposições régias foram ainda mais longe em matéria financeira. Assim,
o rei determinou que em toda a comarca dos Açores, incluindo a ilha de São
Miguel – e cremos ser significativo que o monarca sublinhe a inclusão dessa
ilha –, e pelo prazo de um ano, fosse imposto um real em cada arrátel da carne
e em cada quartilho de vinho e de azeite, que reverteria para a reedificação
da Praia. Findo esse ano, seriam apuradas as contas em cada lugar e de novo
o corregedor entraria em cena para avaliar as receitas e informar o rei se era
necessário prorrogar a referida imposição. Caso assim sucedesse, e procurando
evitar a «opressão do pouo», o corregedor tomaria informação sobre outras
imposições antigas vigentes e se estas poderiam ser extintas ou suspensas pelo
prazo de um ano. Por outro lado, os soldados do presídio de Angra não pode-
riam ter tabernas fora do castelo. E, por fim, para que os moradores da Praia
tivessem «mais animo & uontade» nas tarefas de reconstrução e repovoamento
dos lugares do termo, o rei concedia-lhes os privilégios dos moradores da
cidade do Porto45.
A esta provisão régia veio somar-se outra. Ainda de 1615, a provisão de 20
de Maio foi produzida por Filipe III enquanto governador e perpétuo adminis-
trador da Ordem de Cristo e era destinada às obras das capelas-mores, retábulos
e sacristias46. Para esse efeito, o rei determinou que durante quatro anos se
retirassem 2.000 cruzados47 anuais dos 3.000 cruzados que estavam aplicados
nas obras da Sé de Angra. Neste caso, caberia ao provedor da Fazenda pôr em
pregão as obras em questão, as quais deviam respeitar a traça que o dito oficial
indicasse e seriam arrematadas publicamente pelo menor custo por «pessoas
seguras abonadas e de satisfaçam». O feitor da Fazenda da Alfândega de Angra
seria responsável por pagar as obras e por garantir que os 1.000 cruzados rema-
nescentes seriam entregues ao recebedor das obras da Sé. Alguns meses mais
tarde, na sequência de uma petição apresentada ao rei pelo procurador-geral
da vila da Praia, João Vaz de Vasconcelos, Filipe III, por provisão de 10 de
Setembro de 1615, ordenou que o pagamento do real d’água sobre a carne, o
vinho e o azeite fosse cumprido e ainda que os «caídos» e dinheiro existente
em depósito do imposto dos 2% fossem aplicados nas obras de reedificação da
Praia. Caso fossem apresentados embargos à execução da provisão régia por

44. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 200; Leite, 2000: 196-197. Sobre
este imposto nos Açores, ver Rodrigues, 2005a: 437-438.
45. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 200-201.
46. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 204-206.
47. Um cruzado valia 400 réis.

248
Sismos e catástrofes nos Açores: a resposta dos poderes. O sismo de 1614 na Praia (Terceira)

parte de algumas vilas, seriam remetidos para a Mesa do Desembargo do Paço,


em Lisboa48. Já em 1616, depois de ter sido enviada para a corte a informação
requerida, o vedor da Fazenda escreveu novamente ao provedor da Fazenda das
ilhas dos Açores informando-o da decisão régia relativa às verbas que seriam
aplicadas nos diversos trabalhos em curso. Assim, confirmava que as obras das
capelas-mores, dos retábulos e das sacristias ficariam por conta da Fazenda Real
e que, para tal, seria usada parte da quantia destinada às obras da Sé de Angra,
explicando o procedimento e definindo a actuação do provedor da Fazenda; no
que dizia respeito à reparação dos muros e dos fortes da vila da Praia, o reino
seria chamado a contribuir para a cal com as rendas das terças dos concelhos;
a Alfândega da Praia seria reedificada com dinheiro do rendimento do pastel,
produto de grande valor comercial, sendo elaborado para isso um orçamento;
e para a defesa da vila seriam enviadas armas para a população (picos, arca-
buzes, mosquetes), que as pedira, não sem antes se avaliar qual a quantidade
e tipo de armamento que escapara à ruína e, quanto à artilharia necessária, a
determinação régia era no sentido de não se retirar qualquer peça da fortaleza
de São Filipe, em Angra, mas que se recolhesse na ilha de São Miguel49.
Ora, apesar da importante intervenção da coroa e das atribuições confia-
das ao provedor da Fazenda e, sobretudo, ao corregedor, passado o choque,
diminuída a dor, a mobilização e a solidariedade iniciais foram rapidamente
esquecidas. Os interesses dos grupos sociais, a autonomia dos corpos políticos
e as resistências às decisões do centro político – algumas, talvez, inesperadas –
impediram a concretização das ordens régias. Com efeito, a estrutura jurídica de
uma sociedade tradicional, como era a portuguesa e, neste caso, a da periferia
insular, caracterizada por um pluralismo jurisdicional, condicionava as condi-
ções efectivas do exercício do poder50, pelo que o processo de arrecadação do
capital destinado à reconstrução da Praia e da sua jurisdição se arrastou durante
anos, extravasando as fronteiras do reino de Portugal.
Desde logo, o bispo de Angra – à data, D. Agostinho Ribeiro, natural do
Brasil, que chegara à Terceira em 161551 – opunha-se à reedificação do mosteiro
de Jesus na Praia e as religiosas, que se haviam recolhido junto das Clarissas
daquela cidade e contavam com o apoio episcopal, recusavam-se a regressar

48. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 206-207. O procurador-geral da vila
da Praia argumentara que era necessária uma provisão régia pois os moradores das ilhas
colocavam embargos às ordens emanadas da coroa e isso implicava demandas e atrasos, que
prejudicavam a importante tarefa da reconstrução.
49. Maldonado, vol. 2, 1990: 45-46.
50. Sobre esta questão, ver Hespanha, 1982: 404-413; Hespanha, 1984.
51. Maldonado, vol. 2, 1990: 46-47.

249
José Damião Rodrigues

à vila, ainda marcada pelos sinais da destruição52. Embora o monarca tivesse


escrito ao corregedor e ao bispo sobre esta matéria, o prelado entendia que o
mosteiro de Jesus não devia ser reedificado e que, pelo contrário, devia ser feito
em Angra, sendo essa a vontade dos seus cidadãos. Perante esta atitude de D.
Agostinho Ribeiro, Filipe III escreveu para um seu agente em Roma, dando-lhe
indicações para que falasse com o papa e este não passasse breve autorizando as
freiras a permanecer em Angra. Do mesmo modo, o rei, a pedido dos oficiais da
câmara da Praia, por meio do seu procurador-geral, tendo conhecimento de que
haveria dinheiro para dar início à reedificação do mosteiro de Jesus, ordenou,
por provisão de 7 de Junho de 1617, que começassem as obras do mosteiro e
que a sua reedificação fosse confiada ao capitão-mor da Praia, Francisco da
Câmara Paim, que era, nas palavras dos oficiais da câmara praiense e do seu
agente, «pessoa abonada e de partes»53. Já depois de o monarca ter escrito ao
bispo e de o papa ter publicado um breve sobre o assunto, em 1618 as religiosas
permaneciam ainda em Angra, razão pela qual Filipe III insistiu com o bispo,
por carta de 30 de Junho, lembrando a obediência que este devia ao papa e o
quão satisfeito ficaria com o recolhimento das freiras no seu mosteiro na vila
da Praia54. Nada se alterou. Em consequência, na sua qualidade de governador
da Ordem de Cristo, por ser serviço de Deus e seu, mandou por alvará de 16
de Fevereiro de 1619 que as religiosas retornassem à vila da Praia, «onde não
faltara cazas nobres omde se possam recolher como ora estão na dita cidade
de Angra em cazas de aluguel». Para além de as rendas do convento de Jesus
ficarem na jurisdição praiense, as capelas instituídas naquele mosteiro tinham
obrigações de missas; por outro lado, questão essencial na óptica da coroa,
caso as religiosas não voltassem à Praia, existia o risco de os seus moradores
a abandonarem, fragilizando a defesa e segurança da vila e da própria ilha55.
Os argumentos em torno da situação das religiosas do mosteiro de Jesus
e das outras casas conventuais da Praia e do estádio em que se encontraria a
reconstrução da vila também surgem também cedo em extenso documento que
espelha a tensão existente entre as governanças da vila da Praia e da cidade de
Angra e revela, de forma clara, as dificuldades que se colocaram na aplicação
das medidas decretadas pela coroa56. A 2 de Setembro de 1615, reuniram-se na
câmara da Praia o corregedor da comarca, os oficiais dos senados de Angra e
da Praia, os representantes dos mesteres da vila e ainda alguns dos homens da
governança desta. A vontade régia era, nas palavras do corregedor, que «deuião

52. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 209-211, maxime 209.
53. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 209-211.
54. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 301.
55. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 265-266.
56. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 211-235.

250
Sismos e catástrofes nos Açores: a resposta dos poderes. O sismo de 1614 na Praia (Terceira)

todos de comoniquar et tratar a hordem com que melhor e mais comodamente e


com mais breuidade se podesse fazer a dita reedificação e mais obras apontadas
na dita prouizão»57. No entanto, se esta virtuosa intenção colhia a aprovação
dos oficiais e da gente da governança da Praia, colidia com os interesses par-
ticulares e os privilégios da câmara e dos cidadãos de Angra. Entendiam os
oficiais da câmara angrense que a cidade estava já sobrecarregada com outras
imposições e que tinham muitas obras em curso, com elevados custos. Contudo,
desejando cumprir as ordens régias e ajudar na reedificação da Praia, mos-
travam-se disponíveis para contribuir em 1616 com 1.000 cruzados retirados
dos sobejos das rendas dos 2%; caso os trabalhos de recuperação da vila se
prolongassem, então o corregedor poderia dispor dos 2%. A esta proposta se
opuseram os oficiais do senado e os homens da governança da Praia. Ambas
as partes esgrimiram os seus argumentos. Interessa-nos aqui apontar algumas
das razões expostas pelos notáveis de Angra: a cidade contribuía para a defesa
da monarquia, prestando apoio às armadas portuguesas e castelhanas, e desde
1583 sustentava o presídio; Angra havia sido vítima de peste em 1599, com
gastos muito elevados que ainda não haviam sido pagos na totalidade; a câmara
mantinha obras em importantes edifícios da cidade (casas da câmara, açougue,
torre do sino, torre da vigia, praça pequena); e a população da urbe terceirense
pagava já duas imposições, que, a somarem-se as duas novas estabelecidas
pelo rei, seriam quatro. Em suma, «estaua o pouo da dita cidade tam cansado
e opremido que lhe não hera posiuel reseber outra & hera de crer que se eu
[=rei] tiuera do cazo uerdadeira imformação não passara a dita prouizão pera
noua imposissão na dita çidade»58. Por outro lado, no tocante à vila da Praia,
alegavam que, quando fora feita a petição para a imposição do real d’água, o
mosteiro de Jesus estaria já reedificado e recuperado, estando as freiras recolhi-
das nele havia seis meses, um argumento que, como vimos, não corresponde ao
que sabemos ter acontecido. Diziam ainda que para a reconstrução do mesmo
mosteiro não era necessária ajuda externa, pois tratava-se do mais rico de toda
a ilha Terceira e que as freiras eram, por isso, as mais ricas, não pretendendo,
de resto, voltar a viver na Praia59.
As resistências à fiscalidade régia eram frequentes, sob a forma de nego-
ciação ou de aberta contestação, por vezes violenta60. No caso presente, os
embargos que os oficiais do senado de Angra apresentaram, sem sucesso,

57. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 215. A referência é à provisão régia
de 18 de Maio de 1615.
58. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 226-227.
59. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 230.
60. Sobre esta questão, ver, para o caso português, Revista de História das Ideias, 1984 e 1985;
Oliveira, 2002.

251
José Damião Rodrigues

diga-se, revelam com clareza que a solidariedade dos primeiros dias após o
sismo de 24 de Maio de 1614 se havia desvanecido. Os localismos tendiam
a prevalecer sobre o todo social, não obstante a acção e a presença do corre-
gedor João Correia de Mesquita e a publicação de diplomas régios. As obras
continuaram o seu ritmo, mas era sempre preciso ir buscar mais dinheiro para
as custear. Neste sentido, o alvará de 17 de Setembro de 1620 reconhecia que
eram necessários 16.000 cruzados para reedificar os corpos das igrejas da vila
da Praia e mandava ao corregedor pôr em pregão as obras em causa e repar-
tir, sob a forma de uma finta a lançar sobre todos os moradores da jurisdição
da Praia, incluindo os privilegiados e os ausentes. Aqui deparamos com uma
referência expressa ao marquês de Castelo Rodrigo, que contribuiria «com a
parte que lhe a couber». Cada um dos moradores pagaria consoante as suas
possibilidades e fazendas e esta finta seria registada em livro próprio de receita
e despesa, numerado e assinado pelo corregedor61. Mas as dificuldades conti-
nuaram. Alguns anos mais tarde, o procurador da vila da Praia, que era ainda
João Vaz de Vasconcelos, denunciava que até ao momento as provisões régias
relativas à mercê de 600.000 réis para os ornamentos da Matriz e de 500.000
réis para orgãos e sinos não haviam sido cumpridas. Por esse motivo, o rei
determinou por provisão de 10 de Julho de 1626 que a referida quantia fosse
paga a partir dos dízimos da ilha Terceira62.
As obras da Igreja Matriz da Praia tardavam em ficar concluídas e disso
deram conta os oficiais da câmara ao rei. Durante a reconstrução, fora erguido
um pequeno recolhimento para celebração dos ofícios divinos, mas tão pequeno
que não acolhia todos os fiéis. A obra da Matriz havia sido arrematada a
pedreiros de Angra, mas estes não pareciam muito empenhados em concluir a
empreitada: «hjam tam deuagar com a obra que a não darião acabada em dez
annos podendo a acabar em dous et com mais perfejção do que a hjão fabri-
cando». Deste modo, em 1630, foi mandado que o capitão-mor Francisco da
Câmara Paim servisse como superintendente da obra da Matriz, pois, tendo
sido encarregado da reedificação do mosteiro de Jesus, conseguira que a mesma
fosse concluída e posta «na perfeição» num curto espaço de tempo63.
Para a maioria dos naturais e moradores da jurisdição da Praia, porém, as
dispodições e mercês régias de pouco terão servido. O cronista que nos guiou
disse-o em prosa barroca:
«e supposto que pellos annos em diante // se redeficarão algũs domecilios e
cazorios foi em tal fo[r]ma deminuta que se ualerão da [sic] ruinas do que era,

61. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 263-265.


62. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 307-308.
63. Livro do Tombo da Câmara da Vila da Praia …, 2005: 308-309.

252
Sismos e catástrofes nos Açores: a resposta dos poderes. O sismo de 1614 na Praia (Terceira)

sem de nouo se meterem mais cabedais do que aquelles maçames que neste ou
naquelle modo se acharão. E muitos que poderão ter a dominação de grandes
a respeito do que erão, vierão a ser palhoças»64.

4. Por entre diversas dificuldades, a vila da Praia reergueu-se. Mas não terá
conseguido atingir o patamar em que outrora se situara. Escrevendo na viragem
do século xvii para o século xviii, o padre Manuel Luís Maldonado procurou
elogiar a vila da Praia, não deslustrando os seus pergaminhos, mas procurando
fazer ver aos eventuais leitores o que a vila perdera. Segundo ele, em 1694, o
governador João Tristão de Magalhães afirmou que a Praia era uma das boas
terras que tinha visto, podendo imaginar, a partir do estado em que então se
encontrava a vila, «o muito que deuia hauer sido.»65
O que o exemplo da vila da Praia nos mostra é como, no contexto das socie-
dades tradicionais de Antigo Regime, apesar da intensa produção legislativa,
à escala local a autonomia dos corpos políticos e a margem de manobra dos
actores sociais podia retardar ou bloquear mesmo um qualquer projecto. Face
aos limitados horizontes financeiros da maior parte das câmaras, o acesso à
mercê régia e ao lançamento de imposições e fintas extraordinárias surgia como
um recurso possível em situações críticas, como a que aqui foi exposta. No
entanto, a capacidade de resistência das elites locais em nome dos interesses
particulares e dos privilégios corporativos manifestou-se sempre como um
poderoso obstáculo contra projectos de controlo do centro sobre as periferias
ou até contra princípios hoje definidos como de «subsidiariedade».
Nos Açores, nos séculos seguintes, outros momentos de crise se viveram
provocados por fenómenos geofísicos, sismos ou erupções. A solução encon-
trada pelos poderes, o centro político ou as autoridades nas ilhas, não foi sempre
igual. Em alguns momentos, a resposta preferencial foi o recurso à emigração.
Assim aconteceu na sequência da crise sísmica que atingiu a ilha do Faial,
em 1672; após a crise sísmica e vulcânica de 1717, 1718 e 1720, no Pico; ou,
já em pleno século xx, de novo no Faial, quando a erupção dos Capelinhos
em 1957-1958 teve como consequência um surto migratório para os Estados
Unidos da América e para o Canadá66. Em outras situações, a resposta passou
pela reconstrução, embora com estratégias distintas. Após o sismo de 1 de
Janeiro de 1980, que afectou as ilhas Terceira, São Jorge e Graciosa com efeitos

64. Maldonado, vol. 2, 1990: 44.


65. Maldonado, vol. 2, 1990: 45.
66. Sobre estas migrações, ver Rocha, Rodrigues, Madeira e Monteiro, 2005-2006; Rodrigues
e Rocha, 2008; e Rodrigues, 2013. Para imagens da erupção vulcânica dos Capelinhos na
ilha do Faial, num contexto ainda marcadamente rural, veja-se a reportagem da RTP, de 6 de
Outubro de 1957 [<https://arquivos.rtp.pt/conteudos/erupcao-do-vulcao-dos-capelinhos/>].

253
José Damião Rodrigues

«Planta da Bahia da Villa da Praia. […]», 1805. Fonte: Biblioteca Nacional de Portugal
(BNP), Biblioteca Nacional Digital, <http://purl.pt/22466>

devastadores, Angra do Heroísmo reinventou-se graças à sua candidatura a


Património Mundial, mas nas ilhas do Faial, do Pico e de São Jorge, os anos
imediatos ao terramoto de 9 de Julho de 1998 não conheceram uma intensa
actividade de reparação das estruturas danificadas.
Neste contexto, a existência da vila da Praia parece ter decorrido sem gran-
des sobressaltos até ao século xix. A vila tinha uma dimensão e uma malha
urbana modestas, como se pode constatar pela carta de 180567. Alguns anos
antes, a 26 de Janeiro de 1801, a ilha Terceira foi de novo atingida por forte
sismo. A vila de São Sebastião foi a mais afectada, mas a Praia sofreu também
com o terramoto, que provocou grandes danos. Mas foi em 1841, na sequência
de crise sísmica iniciada três dias antes, que com o sismo do dia 15 de Junho a
população da Praia voltou a experienciar a violência da natureza de uma forma
tão intensa como em 1614, pelo que este evento ficou conhecido como a Segunda
Caída da Praia. Então, graças à acção determinada do administrador-geral do

67. Biblioteca Nacional de Portugal (BNP), Lisboa, Reservados, Cartografia, D-99-R, «Planta
da Bahia da Villa da Praia, para Intiligencia do Molhe e Projecto do Ill.mo e Ex.mo Sñr.
Conde de S. Lourenço Governador e Capitão General das Ilhas Dos Açores» [URL: <http://
purl.pt/22466>].

254
Sismos e catástrofes nos Açores: a resposta dos poderes. O sismo de 1614 na Praia (Terceira)

Distrito de Angra do Heroísmo, José Sivestre Ribeiro – exerceu o cargo entre


1839 e 1844 –, a reedificação da vila e do seu território concluiu-se em dois
anos68 e para a reconstrução e apoio aos que haviam sido duramente atingidos
pelo sismo a solidariedade nacional fez-se sentir com campanhas de doações,
fosse em irmandades minhotas ou na arquidiocese de Évora69. Esta, porém, e
não obstante as continuidades que se podem observar, é já uma outra história
na longa sucessão de catástrofes que marcaram a vivência das gentes insulares.

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68. Sobre José Silvestre Ribeiro, ver a sua breve biografia em Leite, «Ribeiro, José Sivestre»
e um elogio da época em Cunha, 1893. Para a reconstrução da Praia da Vitória, já assim
chamada, ver Collecção de documentos sobre os trabalhos de reedificação da villa da Praia,
…, 1844.
69. <http://adstb.dglab.gov.pt/ordem-de-d-joao-danunciada-conego-da-santa-se-de-evora-go-
vernador-e-vigario-capitular-interino-do-arcebispado-de-evora/>.

255
José Damião Rodrigues

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Sismos e catástrofes nos Açores: a resposta dos poderes. O sismo de 1614 na Praia (Terceira)

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258
DIARIO DE UNA CATÁSTROFE: LA RIADA DE
SAN PATRICIO EN ORIHUELA (ALICANTE, 1672)

Claudio Cremades Prieto


Universidad de Alicante

INTRODUCCIÓN1
Durante toda la Edad Moderna la ciudad de Orihuela tuvo que lidiar con el
gravísimo problema de las inundaciones. Las crecidas del río Segura eran habi-
tuales en otoño y primavera, incluso eran deseadas por los agricultores «pues
las aguas derramaban sobre los campos limos regeneradores» que aumentaban
la fertilidad de las tierras2. Por tanto, en muchas ocasiones las precipitaciones
eran celebradas, pero en otras, cuando llovía demasiado, el río se convertía
en un furioso torrente de agua cuya capacidad destructiva era sobradamente
conocida por los oriolanos. Las consecuencias de los excesos hídricos eran
demoledoras para la ciudad y sus aledaños. Estas causaban graves perjuicios a
infraestructuras viarias, redes de acequias y azarbes, azudes, puentes, molinos,
edificios, cosechas, arbolado, ganado y, lo más importante, ponían en riesgo la
propia vida de las personas3.
Las inundaciones de rango extraordinario han sido una constante en Orihuela
(Alicante). En el siglo xix la riada más importante fue la de Santa Teresa en
octubre de 1879. Con más de medio millar de víctimas mortales, fue conocida
internacionalmente4 y supuso un antes y un después en las políticas de pre-
vención de riesgos5. En el siglo xviii durante la anomalía Maldá –entre 1760 y
1800– aumentó la frecuencia e intensidad de los episodios hidrometeorológicos

1. Este trabajo se ha realizado mediante el proyecto de investigación FPU15/03444


2. Alberola Romá, 2014: 256-257. Castelló, 1783: 298: Así, Josef Castelló en 1783 refería
que «lejos de causar daño la inundación es muy favorable a los campos y sembrados».
3. Alberola Romá, 2006a: 89.
4. Apareció en la portada del The Illustrated London News el 1 de noviembre de 1879.
5. Calvo García-Tornel, Conesa García, Álvarez Rogel, 62/242 (2001): 7-9.
Claudio Cremades Prieto

extremos en el Mediterráneo occidental6. Esta micropulsación afectó a Orihuela


y algunas avenidas como la de San Nicasio de 1797 pasaron a formar parte de
la crónica negra de la ciudad7. Mención especial a la riada de Nuestra Señora
de los Reyes de 1733 cuyo notable impacto impulsó la construcción en Murcia
del famoso Reguerón8. En el siglo xvii la más conocida es la riada de San
Calixto de 1651 que afectó también a Murcia9. Ahora podemos afirmar que la
inundación de 1672 fue más devastadora10.
Las respuestas sociales a los desastres y los planes de prevención diseñados
para reducir los impactos en la era preindustrial han suscitado enorme interés a
los historiadores y despiertan muchas incógnitas todavía11. En aras de aumentar
lo que sabemos sobre estos temas, hemos seleccionado un caso individual para
observar al máximo detalle cómo reaccionaban las administraciones locales;
en nuestro marco, el Consell de Orihuela. De este modo prestaremos atención
a las respuestas sociopolíticas, no solo tras la catástrofe, sino también durante
la misma. El principal interés es presentar una relación de sucesos, y analizar
así cómo evolucionaron los impactos de una serie de avenidas que persistieron
meses12 y cómo fueron reaccionando a las diversas contingencias los miembros
de la corporación municipal. Desde una óptica microhistórica pretendemos
aportar información relevante a los estudios generales.
Para ello hemos vaciado las actas capitulares del cabildo civil de Orihuela.
Además, nos hemos valido de correspondencia oficial e informes técnicos
contenidos en el tomo de 1672. También contrastamos con los fondos del
archivo del cabildo catedralicio. Las actas de los consejos civiles y ecle-
siásticos nos permiten un seguimiento prácticamente diario de los hechos,
añaden descripciones y evalúan los impactos a medida que se producen. Cada
exposición de daños siempre lleva aparejada una decisión política reactiva,
cuyo objetivo es intentar reducir los inconvenientes producidos. Por estas
razones, esta es la documentación más adecuada para el estudio de la gestión
de la emergencia.

6. Barriendos, Llasat, 2009: 253-286.


7. García Torres, 2016: 166-168. Alberola Romá, 51-52 (2010b): 30.
8. Cremades Prieto, 29 (2019): 57-59.
9. Alberola Romá, 2014: 167-168.
10. Referencias sobre la riada de San Patricio en Couchoud, 1965: 30-31 y Bautista Vilar,
1981: 104.
11. A lberola Romá, 2006a: 88-93; 2006b: 9-26; 2010a: 96-114; 2014: 256-261. García Torres,
2018: 179-324. Ojeda Nieto, 2006: 1-17.
12. Este caso es único. La larga duración del desastre generó un legado documental muy extenso
que es el que nos ha permitido hacer un estudio tan concreto. No hay otro caso igual, o
similar, en todo el siglo xvii.

260
Diario de una catástrofe: la riada de San Patricio en Orihuela (Alicante, 1672)

CONTEXTUALIZACIÓN Y CAUSAS
Tres factores concurrieron para que la riada de 1672 fuera tan drástica. Por un
lado, el factor geográfico, por otra parte, el marco cronológico caracterizado
por la oscilación del Mínimo de Maunder y, por último, factores históricos. El
primero de ellos es inseparable del territorio: la irregularidad anual e interanual
de las precipitaciones que, combinada con las características orográficas de la
región, convierten al Bajo Segura en un territorio de elevado riesgo de inun-
dación13. Desde enero de 1672 se produjeron una serie de lluvias torrenciales
de intensidad extrema. Fueron el motor de las inundaciones.
Aspecto a tener en cuenta es que en 1645 empezó la oscilación climática del
Mínimo de Maunder14. Esta se caracteriza por un descenso de la actividad solar
entre 1645 y 1715, que coincide con los episodios más gélidos de la Pequeña
Edad del Hielo. En la península ibérica esta pulsación aumentó los contrastes
térmicos estacionales e incrementó la intensidad y frecuencia de los desastres
hidrometeorológicos. En el área del Bajo Segura se observa un crecimiento de
las lluvias intensas desde 1651, que coexiste con ciclos de sequía –1660 a 1664–
sucedido este desde 1667, por un periodo de extremismo pluviométrico –los
años de las turbulencias– caracterizado por fortísimos aguaceros que anegaron
la ciudad y su huerta repetidamente. Este período alcanzó su cénit en 1672 con
la riada de San Patricio.
La segunda causa tiene relación directa con la tercera. Dicha sucesión
de potentes chubascos, visible desde 1667, afectó tanto a la población, a la
economía como a las infraestructuras hidráulicas. A mayor debilidad, mayor
vulnerabilidad. Ya en 1670 se tenía conciencia del mal estado del río. Así lo
denunciaron los miembros del Consell que llegaron a debatir sobre un informe
del maestro mayor del rey Juan Bautista Balzago15. El proyecto del cartaginés
defendía que el problema eran los azudes de Rojales y Almoradí. La solu-
ción pasaba por construir aliviaderos pues las presas retenían demasiada agua
disminuyendo la capacidad de desagüe del río, aumentando en consecuencia
la probabilidad de desbordamiento río arriba. Las protestas de los regantes
de dichas presas, que no querían tener menos caudal para el riego, junto a

13. Calvo García-Tornel, 2006: 215-230.


14. Eddy, 192/4.245 (1976): 1.189-1.202; Luterbacherl, 49 (2001): 441-462; Barriendos,
7 (1997): 105-111.
15. Archivo Municipal de Orihuela (en adelante Amo), t. 304, ff. 118-122v. El proyecto fue
retomado tras la riada de San Patricio. El informe original se extravió, lo conocemos por las
actas de 1672-1673.

261
Claudio Cremades Prieto

problemas de jurisdicción impidieron que ese proyecto se llevase a cabo16.


Aquel informe deja patente que el río estaba descuidado y que los oriola-
nos tenían conciencia del riesgo. Las precipitaciones fueron la causa, pero el
impacto fue mayor porque la infraestructura hídrica o bien era deficiente y
retenía más agua de la debida, o bien se había dañado a causa de los desborda-
mientos que desde 1667 venían azotando al Bajo Segura.

CRONOLOGÍA DEL DESASTRE


Lo que sabíamos por fuentes secundarias era que la riada de San Patricio se
había producido entre el 5 de marzo y el 17 de marzo. Si bien estas informacio-
nes recogen el momento más intenso, tras analizar las actas capitulares, vemos
como los problemas empezaron el 8 de enero, día de la primera crecida. El río
volvió a la normalidad a las pocas horas hasta que el 31 de enero se avisó de
un aumento del caudal que duró hasta el 8 de febrero. El Segura estaba al borde
del colapso. A causa de unas lluvias torrenciales el río volvió a crecer el 15
de febrero. El 17 se desbordó manteniendo a la ciudad inundada durante una
semana. Cuando parecía que no podía llover más el 5 de marzo saltaron todas
las alarmas y el caudal se derramó por doquier. Entre el 5 de marzo y el 17 de
marzo la situación alcanzó su máxima gravedad. En abril y mayo se produjeron
algunas réplicas menores. En suma, la riada de San Patricio fue más bien una
secuencia de avenidas continuas en el tiempo. A la intensidad del fenómeno
se añade la duración con lo que los impactos son mucho mayores al paralizar
toda actividad productiva por más semanas/meses. No hay en el siglo xvii
fenómeno similar en Orihuela.

8 de enero – 9/10 de enero Crecida


31 de enero – 8 de febrero Crecida
15 de febrero – 16 de febrero Crecida
17 febrero – 24 de febrero Inundación
5 de marzo – 17 de marzo Inundación
30 de abril – 5 de mayo Crecida

16. Ojeda Nieto, 2006: 8. Los azudes (presas de derivación) retenían agua y eran indispensables
para el riego, pero también acumulaban maleza, maderas, suciedad que obstruía la corriente,
facilitando el colapso aguas arriba.

262
Diario de una catástrofe: la riada de San Patricio en Orihuela (Alicante, 1672)

RELATO DE UNA CATÁSTROFE


Del 8 de enero al 31 de enero: primeros avisos y medidas cautelares
La riada de San Patricio de 1672 significó el final de un período pluviomé-
trico extremo. El antecedente 1671 fue un año con episodios destacables17. En
febrero unas lluvias «muy fuertes y vigorosas» llevaron a la Catedral a celebrar
conjuros para apaciguar las tormentas18. A primeros de diciembre los religiosos
celebraron una rogativa pro serenitate para implorar a la divinidad que aplacase
las tormentas19. Por ende, 1672 viene precedido por cierta alteridad meteoro-
lógica que aumentaría de forma nunca vista.
El primer aviso de crecida data del 8 de enero de 1672: «por cuanto el río
Segura viene tan crecido que amenaza gran ruina a la presente ciudad, huerta
de aquella y sus vecinos»20. Todavía no hay inundación, pero se observa en el
texto que los oriolanos conocían bien los riesgos a los que estaban expuestos.
Entendiendo que las rudimentarias defensas –malecones, motas, tablachos–
serían superadas si el río seguía creciendo decidieron recurrir a las plegarias.
El Consell inició los trámites para hacer rogativas pro serenitate en la parroquia
de Santa Justa y Rufina. Con ello pretendían evitar la destrucción que podían
provocar «tales avenidas»21.
Uno de los inconvenientes tradicionales cuando había una crecida era la
paralización de los molinos, estos no funcionaban si el caudal era excesivo.
El mismo día 8 el clavario de la panadería compareció ante el capítulo para
avisar que los molinos no iban. La respuesta del cabildo fue entregar harina de
su reserva a las panaderías para evitar que faltase el sustento a la población;
acción que también servía para controlar la inflación22. Este será uno de los ejes
centrales de la gestión de la emergencia por parte del gobierno local puesto que
una de sus responsabilidades era garantizar el abasto.
La crecida amainó para el día 9. Tras ella inspeccionaron daños y estable-
cieron las reparaciones necesarias. En este caso no muy importantes. Lo poco

17. Los conocemos gracias a las actas del cabildo catedralicio. En el archivo municipal el tomo
de aquel año se perdió.
18. Archivo Diocesano de Orihuela (en adelante Ado), Actas capitulares, t. 13, f. 380v. Sobre
conjuros para influir en los elementos o ceremonias de rogativas consultar: Alberola Romá,
2004: 36-41. Cortés Peña, 1995: 1027-1042.
19. Ado, Actas capitulares, t. 13, f. 406v.
20. A mo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 2-2v. Se han traducido los textos transcritos del valenciano
al castellano.
21. A mo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 2v.-3. La mentalidad católica de los oriolanos queda patente
en los acuerdos civiles: «Dios Nuestro Señor se sirva mirarnos con ojos de misericordia».
22. A mo, Actas Capitulares, t. 304, f. 3. Esta medida entra en la lógica de actuaciones del Consell
ante las crecidas. La primera acción era siempre dar grano molido de la caja municipal.

263
Claudio Cremades Prieto

reseñable hace referencia al pósito municipal. Al parecer sus bóvedas tenían


aberturas que había que arreglar no fuera a estropearse el producto. Se decidió
enviar al maestro de obras23. En la huerta hubo más problemas dado que el
Segura se desbordó en varios puntos antes de llegar a la ciudad: el camino de
Beniel y la partida de Moquita24. El Consell pagó 156 libras a un labrador que
reparó los portillos25. La situación atmosférica se estabilizó un par de semanas.
A finales de enero volvieron las precipitaciones. Otra vez el primer pro-
blema fueron los molinos. Vuelven a advertir que todos los molinos están
parados por «las muchas aguas que continuamente están lloviendo» y porque
el río «viene tan crecido». El Consell, que había triturado trigo en enero tras
la primera crecida para recuperar la reserva, ofreció harina a las panaderías y
ordenó que en cuanto el río lo permitiera se molieran 50 cahices más como
acostumbraban a hacer en estos casos26. Se intentaba mantener una reserva
siempre, pero era insuficiente si la situación se alargaba más de una semana,
tal y como sucedió.

El capítulo del 3 de febrero. Prioridades: rezar, comer, proteger


El día 3 se celebra la primera reunión extraordinaria por la «Gran Crecida del
Río». En efecto, las aguas fluviales iban en aumento desde el 31 de enero.
Los capitulares tomaron decisiones en relación a rogativas, al abastecimiento
y sobre las defensas de la ciudad27. En cuanto a las ceremonias religiosas las
autoridades civiles emplazaron al cabildo religioso a que convocara a los con-
ventos de Orihuela para hacer rogativas «a su Divina Majestad». Además de las
oraciones por serenidad, en esta ocasión añaden un nuevo ritual para aumentar
la categoría de la súplica. Lo que hicieron fue dar antorchas de cera blanca al
convento de San Gregorio para que los monjes sacaran en procesión a la imagen
del santo y la llevasen a los márgenes del río28.
Decisiones quizá más pragmáticas fueron las relativas al abasto. Los capi-
tulares se lamentaban porque solo quedaban en el pósito seis cahices de harina.
Sospechaban que los molinos estarían paralizados durante algunos días más,
por ello era imperativo encontrar harina con premura. Conscientes de la riqueza
del clero enviaron oficiales a buscar harina en los conventos y lugares de

23. Amo, Actas Capitulares, t. 304, f. 7.


24. Zonas de llano aluvial muy vulnerables a las inundaciones
25. A
 mo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 11-11v. El gasto se justificó mediante un memorial firmado
por Alonso Moreno y el noble Don Luís García de Espejo.
26. Amo, Actas Capitulares, t. 304, f. 20.
27. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 22v.-24v.
28. «Como se acostumbra en otras ocasiones de aflicciones semejantes».

264
Diario de una catástrofe: la riada de San Patricio en Orihuela (Alicante, 1672)

culto. Tan solo obtuvieron veinte cahíces del Colegio de Predicadores. Se los
entregaron a condición de que les fueran devueltos en activarse los molinos. El
encargado de la operación fue el clavario de la panadería. Le ordenaron recoger
los cahíces del Colegio de Predicadores y llevarlos «a la panadería para que
haya pan en abundancia». Lo que pretendía el Consell, además de garantizar
la comida, era evitar tener que enviar trigo a moler a otros pueblos porque
aumentarían los costes. La reunión del 3 acabó incidiendo en la posibilidad de
desbordamiento. Por tal motivo decretaron fortalecer las defensas en la ribera
del río a su paso por la ciudad y construir un malecón en el pósito «para que
el río no entrase en aquel».

Días 4, 5 y 8 de febrero: abastecimiento y proteccionismo


Las esperanzas de que el escenario mejorase fueron vanas. La gran inquietud
del Consell era la posible falta de alimentos. Los oficiales siguieron buscando
harina la mañana del día 4 pero no encontraron más ni entre en las comunidades
religiosas, ni entre los vecinos de Orihuela. Ante esta situación se convocó una
reunión de urgencia a las cinco de la tarde para tomar la decisión de enviar trigo
a moler a pueblos vecinos. El cabildo decretó mandar diez cahíces a Elche,
Abanilla o Crevillente29. La ciudad seleccionó a los jinetes que portarían la
carga y les pidieron «brevedad», ya que estimaban que la harina del Colegio
de los Predicadores duraría solo un día más.
Paralelamente a los problemas de abastecimiento se incrementó el males-
tar social, influenciado por unas funestas expectativas. El día 5, en capítulo
extraordinario, comparecieron algunos vecinos a denunciar que «hay poco
trigo y muchas personas forasteras lo sacan para llevarlo a sus tierras», lo que
podría desembocar en escasez y miseria. La incertidumbre y el nerviosismo
era patente. La ciudad decretó que:
A todas cualesquiera personas de cualquier estado y condición que no gocen
ni presuman sacar trigo cebada ni otro cualquiera, así en grano como en harina
de la presente ciudad, aunque sea para el sustento de los vecinos labradores
criados del término de aquella, ni para cualquier otro efecto.
La respuesta fue prohibir la saca de trigo de la ciudad bajo pena de 25 libras30.
Es evidente el desasosiego creciente, y eso sin haberse desbordado el río. Los

29. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 24v.-26. Se pagó diez reales por cahíz a los que fueran a
Elche, ocho a los que fueran a Crevillente y cinco a los que marcharan a Abanilla.
30. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 26-27v. La provisión fue publicada en los puestos habi-
tuales de la ciudad.

265
Claudio Cremades Prieto

días inmediatos fueron de cielos despejados. La crecida menguó y algunos


molinos pudieron reactivarse.
El molino municipal estaba en la Puerta de Murcia y para el día 8 seguía
sin ir. En cambio, curso abajo, en el Raval de San Agustín el molino de Juan
Alberola funcionaba. Los jinetes enviados días atrás aún no habían regresado.
Ante este panorama el cabildo civil «invitó» al molinero a trabajar para ellos
y triturar el trigo del común para dárselo a los panaderos. En caso de negarse,
Alberola debería pagar 50 libras de multa31. En otras palabras, el Consell dis-
ponía en caso de necesidad de los recursos de la ciudad, incluidos los privados,
bajo la consigna del «bien común».

Del 8 al 16 de febrero: hacer acopio ante la inseguridad


Entre el día 8 y el 15 de febrero las aguas se mantuvieron estables, pero sin
descender. Durante esos días emplearon en lo posible el molino de San Agustín
y aprovecharon para comprar más trigo y rellenar el fondo del pósito32. Trataron
de reabastecerse dado que las precipitaciones seguían haciendo acto de presen-
cia y algunos capitulares intuían que el río volvería a excederse, posiblemente
a desbordarse. Los malos augurios se cumplieron. El 16 de febrero se convocó
una reunión extraordinaria dado que el río había vuelto a «crecer con mucha
abundancia». En esta reunión informaron que durante los días anteriores habían
usado exclusivamente el molino de Alberola pero que seguían teniendo muchos
problemas. Con las precipitaciones y la crecida del día 15, dicho molino se paró,
debiendo volver los capitulares a recurrir a los molinos de los pueblos cercanos
«para que no falte pan al común»33. La situación se tornaba amenazante. Al día
siguiente, a causa de una tromba de agua en la madruga del 16 al 17 de febrero,
Orihuela amaneció anegada.

Día 17 de febrero. ¡Agua en las calles!


En la mañana del 17 el Segura había inundado ya la ciudad. Además de derra-
marse por la huerta, los barrios de San Agustín y de San Juan fueron afectados
pues la fuerza de las aguas superó las defensas urbanas y entró violentamente
por las boqueras de las acequias y la calle de la Mancebía. La solución de urgen-
cia fue llevar gente a adobar los portillos por donde el agua estaba entrando al

31. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 31-31v.


32. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 34v.-35. Compraron 100 cahices al obispo. Preveían que
necesitarían 200 más para evitar que los precios aumentasen.
33. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 37v.-39v.

266
Diario de una catástrofe: la riada de San Patricio en Orihuela (Alicante, 1672)

Raval de San Agustín34. Otro problema al que buscó solución el Consell fue
que el convento extramuros de San Gregorio quedó cercado por el agua y sus
moradores no eran capaces de salir a por provisiones. Les enviaron barcas con
víveres. Estuvieron aislados hasta el 24 de febrero.

Del 24 de febrero al 5 de marzo. La calma que precede a la tempestad


A partir del 24 algunos molinos volvieron a funcionar, el caudal estaba en
niveles adecuados. Era el momento de hacer balance de daños y pensar en la
reconstrucción. Volvían las sempiternas críticas al estado el río, repitiendo que
lo debido era centrarse en «los reparos y conservación del río»35. Eran muchos
años seguidos de inundaciones y tenían que afrontar de una vez por todas el
problema. No obstante, lo primero eran las reparaciones.
El acta del 27 de febrero refleja algunas de las medidas tomadas días atrás
y sus costes. Por ejemplo, se pagaron 12 libras y 9 sueldos al noble Diego de
la Puente por comprar y entregar suministros a los hermanos de San Gregorio.
Otra acción insoslayable tras cada inundación era la de limpiar la ciudad de
barros y aguas estancadas36. Por último, se sufragó con 161 reales y 6 dineros
a José Martínez por lo que se gastó en reparar el gran portillo de la calle de la
Mancebía que daba al Raval de San Agustín; también por fortalecer el malecón
del pósito. Los días siguientes fueron de ardua labor. Pasada la desgracia las
estoicas gentes de Orihuela trataron de curar sus heridas, recuperar energías y
empezar a reconstruir su ciudad, sus casas, sus pertenencias, los molinos, las
defensas, sus tiendas, calles y campos. Para lamento general, la auténtica riada
aún estaba por llegar.

LA RIADA DE SAN PATRICIO


Con los molinos dañados, las defensas desbaratadas y la economía en ascuas
la riada de San Patricio impactó duramente sobre un pueblo agotado. Así el 5
de marzo las fuentes recogen el pavor a una nueva riada. El recelo se adueño
de la población y lo primero que se decretó fue hacer más rogativas.
Por cuanto el río Segura viene tan crecido y las aguas continúan y son en
gran daño y perjuicio del común de la presente ciudad y huertas de aquella, y

34. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 39v.-42. Esta zona de la ciudad era la más vulnerable a
las inundaciones por su ubicación en el margen derecho del Segura.
35. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 42v.-43.
36. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 47v.-48. Se pagó por la limpieza de la Plaza Mayor, la
placeta de la casa de la Ciudad y la Plaza de la Puerta Nueva alegando que comenzaban a
surgir malos olores lo que podía provocar «algunas enfermedades a los vecinos».

267
Claudio Cremades Prieto

que si el dicho río sale otra vez sería la total ruina de la presente ciudad y sus
vecinos y huertas de aquella, y conviene para templar la ira de Dios nuestro
señor recurrir a las personas eclesiásticas y comunidades37.
Tras los recursos espirituales de rigor, el Consell se preocupó, como en todo
momento, por dar harina a unos panaderos bajo mínimos y por organizar cua-
drillas para reforzar malecones e intentar que los arrabales no se inundaran38.
Ante el poder de la naturaleza nada pudieron hacer. Durante los dos siguientes
días las avenidas se repitieron, golpeando a la ciudad ásperamente, anegando
barrios enteros y obligando a los oriolanos a huir a tierras altas hasta que
pasará el peligro. Hasta el día 8 de marzo fue imposible celebrar capítulo. La
reunión fue a las cuatro de la tarde y se convocó un consejo extraordinario
dedicado expresamente «al beneficio del río»39. Allí alertaron de las «conti-
nuadas avenidas del río» y decían que la actual era la mayor hasta ahora. El
consejo determinó cerrar los portillos por donde se filtraba el agua a la ciudad
y campos, de momento se pagaría de las rentas y propios. La capacidad de
gestión del municipio empezaba a ser insuficiente ante unas precipitaciones
que no paraban de incrementar el río.
El río Segura siempre está en pujanza de dicha agua y sin esperanza de que
aquel mengüe en algunos días por causa de la mucha agua que ha derramado
y ha de volver al cauce de dicho río, y conviene que la panadería tenga pan en
abundancia para que no falte al común40.
La única manera de conseguir harina era recurriendo a los molinos de Elche,
Crevillente, Abanilla y ahora también a Callosa. Enviaron jinetes a los que
pidieron ser raudos pues la situación era dantesca. El agua había convertido la
zona meridional de la ciudad en una laguna que se extendía hasta las eras de
San Sebastián. Los conventos extramuros volvieron a quedar aislados, en esta
ocasión también el de los franciscanos descalzos y los capuchinos. El Consell
determinó socorrerlos dado que todos los vecinos de la ciudad estaban «impo-
sibilitados y atenuados» para hacerlo. Ya superados por los acontecimientos
decidieron recurrir a instancias superiores en busca de ayuda: «Proveemos se
escriba a su excelencia y se le represente las aflicciones en que se encuentra

37. Amo, Actas Capitulares, t. 304, f. 51v.


38. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 50-52.
39. A mo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 52-54. Este consejo fue formado el 24 de julio de 1670 tras
varios años de riadas seguidas. En él se trató de analizar los déficits del cauce para organizar
planes de prevención contra las inundaciones. Quedó sin resoluciones concretas más que
algunos proyectos que en 1672 serán retomados.
40. Amo, Actas Capitulares, t. 304, f. 55.

268
Diario de una catástrofe: la riada de San Patricio en Orihuela (Alicante, 1672)

la presente ciudad por causa de las muchas aguas, y avenidas del río». Pero
los correos no podían partir. La ayuda no llegaría en un plazo corto de tiempo.

Día 9 de marzo. La intercesión de Nuestra Señora de Monserrate


Las actas del 9 de marzo esconden un dato relevante. Ese día decidieron cambiar
de «táctica» e introdujeron en las rogativas a Nuestra Señora de Monserrate41.
La intercesión de Monserrate fue «decisiva» para la Catedral y la patrona
se convirtió a partir de entonces en la protectora de Orihuela ante riadas y
enfermedades. Algunas fuentes indican que fue precisamente a causa de un
acto prodigioso de la virgen por lo que las aguas descendieron42. Cierto es que
antes de 1672 la imagen se usó esporádicamente para inundaciones o sequías,
a partir de 1680 aumenta visiblemente la devoción. En el siglo xviii será el
icono religioso más empleado en las rogativas43.

Día 13 de marzo. Orihuela aislada, la rambla de Benferri desatada


Para el día 13 la situación era caótica. Orihuela estaba confinada, «el río había
reventado por muchas partes» y el agua entró inclusive en la parte alta de
la ciudad. Muchos ciudadanos, entre ellos nobles, no podían siquiera entrar
a sus casas. Las lluvias continuaban. Los molinos llevaban demasiados días
sin funcionar y ante las nefastas previsiones agrícolas las compras de trigo
aumentaron por el temor al desabastecimiento y el hambre44. Además, la harina
dependía de los caballeros que salían a los pueblos septentrionales en busca
de molinos. El escenario se agravó hasta tal punto que los jinetes que habían
partido no podían volver con la harina porque la rambla de Benferri se había
salido de madre. Nada más enterarse, el Consell decretó enviar caballos sin
carga a buscar algún paso por la rambla y ayudar a cruzar a los incomunicados
para regresar a la ciudad con la necesitada harina45. Merece la pena observar
la transcripción de la provisión.

41. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 55-55v. Piden a los clérigos que vayan a orar a la virgen
a diario para aplacar la ira divina. Incluso decretan que los capitulares civiles asistan a todas
las misas cantadas.
42. C ouchoud, 1965: 30-31. Concretamente se debió al acto del obispo, custodiado por Nuestra
Señora de Monserrate, quien lanzó un ramo a las aguas momento en el que descendieron
milagrosamente. Este recurso literario aparece en otras ocasiones como por ejemplo en un
incendio de 1749 en: Ado, Actas Capitulares, t. 22. ff. 19-19v.
43. Alberola Romá, Bueno Vergara y García Torres: 2016: 153. Cremades Prieto, 29
(2019): 66.
44. Amo, Actas Capitulares, t. 304, f. 58v. Literalmente escribieron que: «por dichas avenidas y
lluvias la huerta está tan destruida que hay poca expectativa de cosecha».
45. Amo, Actas Capitulares, t. 304, f. 59.

269
Claudio Cremades Prieto

Proveemos que se envíen 6 caballos vacíos de los más fuertes que se encontra-
rán para que pasen a nado la rambla de Benferri y cojan la harina que puedan
de las personas que la llevaron a moler que están a la otra parte y que se les
pague lo mismo que si hubieran llevado a moler y eso para remediar el que
no falte pan al común […] que son dos días ya los que han llevado a moler
detenidos en la otra parte de la rambla de Benferri.

Día 15 de marzo. El último azote


Asombrosamente aún llovió más. Un temporal feroz la noche del 15 de marzo
golpeó a una población ya arruinada. Llovía sobre mojado. Las fuentes hablan
de destrucción total en San Agustín y San Juan. Esos barrios habían tenido
que ser evacuados, como en otras ocasiones, las personas que vivían allí se
refugiaron en el Colegio de Predicadores (edificio robusto ubicado en la parte
más alta de la ciudad, en la ladera del cerro de San Miguel). Los miembros del
cabildo capitalizaban y organizaban los trabajos, enviaban grupos de ciudada-
nos a fortificar y reparar los portillos. Toda la ciudad colaboró bajo el mando
del Consell. La solidaridad vecinal fue la norma.
La última entrada realizada durante la riada de San Patricio data del 16 de
marzo. En ella sobresale la intranquilidad del cabildo por la falta de trigo y el
encarecimiento del cereal que ya había pasado de seis reales la barchilla a siete
reales. Querían evitar a toda costa la «carestía». Asimismo, siguieron enviando
caballos para tratar de atravesar la rambla de Benferri –sin noticias de los que
enviaron días atrás– pero en esta ocasión los jinetes alegaron peligrosidad por
lo que exigieron cobrar más. La petición fue aceptada. Para más inri, el trigo
almacenado corría peligro porque se estaba inundando el almacén de granos;
hecho que se reconoció con incredulidad pues «ni en las crecidas de 1651, ni
en la de 1653, el agua había entrado en el pósito»46.
Pese a que las precipitaciones habían cesado, Orihuela estaba bajo un manto
de agua: «la crecida del río es tan copiosa, y las ramblas, pues la huerta y la
parte de la presente ciudad toda es una laguna». Los vecinos no tenían más
remedio que trabajar para proteger lo que quedaba y recuperar lo perdido de
entre los escombros. Igualmente encontraron tiempo para implorar misericordia
ante Dios, para que cesase aquel cruel castigo. Algunas iniciativas populares
manifiestan la mentalidad providencialista de la España barroca:
Proveemos que se lleve al Puente a la Virgen María de Gracia en procesión y
que se le pongan las luces que sean necesarias para que esté con toda decencia
en el altar que se ha hecho por los vecinos de la presente ciudad, y esto por

46. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 60-62. Hicieron unos pilones de dos varas de altura para
proteger el grano.

270
Diario de una catástrofe: la riada de San Patricio en Orihuela (Alicante, 1672)

haberlo pedido la mayor parte de los vecinos del Raval de San Agustín que está
lleno de agua, y que se pague el gasto que se hará de la cera que se quemará,
de rentas de la presente ciudad47.

Día 17 de marzo. ¡San Patricio!


El día siguiente es San Patricio, 17 de marzo. Curiosamente esta catástrofe pasó
a la posteridad en su último día de lluvias, aunque no tan intensas como los días
anteriores. Poco a poco las aguas comenzaron a tornar al cauce. El 19 de marzo
llegó de Valencia la estafeta con el correo institucional que llevaba semanas
inactivo48. Orihuela envió ese mismo día una misiva al virrey pidiéndole auto-
rización y asesoramiento para nombrar consejeros pues querían convocar una
comisión extraordinaria que afrontase la reconstrucción49. Buscando conmover
a la autoridad superior le contaron que la crecida duró quince días, más que
ninguna que hubieran visto, llegando el agua a ir «de sierra a sierra» y aler-
tando de la extrema pobreza que se preveía pues el Segura había destruido las
cosechas. Según ellos tardarían años en poder recuperar la agricultura.
En lo que restaba de marzo el Consell se centró en tres frentes: reparaciones
de infraestructuras, agradecimiento piadoso y proyectos de reconstrucción.
Las reparaciones desde las fuentes del Consell se centran en edificios munici-
pales como el matadero y el molino50. Se redoblaron esfuerzos en reconstruir
malecones y tapar portillos en la urbe51. El Consell tuvo que afrontar muchos
gastos, ellos mismos reconocían que no tenían capacidad52. Por ello miraban
con recelo sus arcas y trataban de reducir costes. En consonancia la ciudad
volvió a pagar el precio corriente a los caballeros que traían harina molida
de los pueblos foráneos alegando «excesivos gastos». Defendían que con los
caminos transitables no había razón para pagar más53.
Pasado el temporal la Catedral se afanó en dejar claro que, entre todas
las imágenes empleadas en los rituales por serenidad, la que obró el milagro

47. Amo, Actas Capitulares, t. 304, f. 62. Llama la atención que mientras la religiosidad oficial
encumbraba a la Virgen de Monserrate, las devociones populares en este caso depositaban
sus esperanzas en la Virgen de Santa Gracia.
48. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 62v.-63.
49. Amo, Correspondencia, t. 304, ff. 589-590.
50. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 65-65v. Era imposible despiezar la carne mientras no se
limpiará el interior del establecimiento.
51. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 68v.-69. Por ejemplo, el día 23 de marzo se ordenó pagar
50 libras para cerrar unos portillos que las aguas habían vuelto a abrir.
52. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 64-65. Uno de los gastos más importantes venía de la
adquisición de trigo. Véase el negocio del 23 de marzo mediante el cual la ciudad compró
200 cahices de trigo por 1.600 libras, a razón de ocho libras el cahiz.
53. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 72v.-74.

271
Claudio Cremades Prieto

«cesando la gran crecida del río y las muchas lluvias» fue Nuestra Señora de
Monserrate. Para darle más pompa al asunto comunicaron al cabildo civil que
iban a devolver a la virgen a su ermita en solemne procesión «en agradecimiento
de tan grande beneficio»54. No es casual que la virgen de Monserrate fuera la
imagen protegida de la Catedral. La ciudad, más sensible de lo acostumbrado a
los actos piadosos, aceptó de buena gana y aportó cera, bombardas para lanzar
50 cohetes mientras durase la marcha y antorchas blancas que serían llevadas
por seis caballeros y ciudadanos55. Así quedó el apartado relativo a las rogativas.
La cuestión de la reconstrucción se trató de dirimir desde una comisión
específica convocada a tal efecto y conocida como la Ilustre Junta por la
Conservación del río56. El primer gran acuerdo data del día 28 de marzo. En
él se marcaron las líneas a seguir para la recuperación. Los temas tratados
fueron múltiples y cambiaron con el tiempo, pero en resumen se centraron en
la reparación de lo destruido por la riada, la búsqueda de financiación para
acometer las reformas y, por último, en plantear un plan antiriadas que redujera
la vulnerabilidad de Orihuela y sus huertas. El proyecto elegido fue el mismo
que presentó en 1670 Juan Bautista Balzago.

Abril y mayo
Pese a que en el mes de abril no hay replicas, el territorio tardó en volver a la
normalidad por las cuantiosas aguas estancadas por todas partes. El paisaje era
un páramo cubierto por agua y barro. Los encharcamientos se expandían por
toda la vega, la recuperación fue lenta. A medida que los accesos a la ciudad
iban abriéndose numerosos circunvecinos acudieron a Orihuela a representar
problemas en sus haciendas. Fue el caso de Alonso Moreno quien pidió ayuda
para desaguar el agua represada que había formado un almarjal en la partida
de la Puerta de Murcia57. Mismos motivos llevaron a los regantes de la acequia
de Alquibla a indicar que las ramblas de Tabala y la Sangonera habían arrasado
la infraestructura de regadío58. Pidieron madera para hacer 150 puntales y 800

54. Ado, Actas Capitulares, t. 13 f. 417v. Pusieron una cruz pectoral a la virgen para la ocasión.
55. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 69-70v.
56. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 74-78v. Esta comisión se reunía en el edificio del Consell
y sus resoluciones se plasmaban como si fueran actas capitulares corrientes. La junta estaba
compuesta por dos electos del cabildo eclesiástico, cuatro del consejo general de la ciudad,
por el teniente gobernador Don Luis Togores, por el asesor y visitador Luís García de Espejo
y finalmente por los justicias y jurados del cabildo civil, más el racional, un abogado y un
síndico. En mayo se unió el influyente Marqués de Rafal.
57. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 69-70v. La solución fue dar 15 libras para cerrar el portillo.
58. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 87v.-88. El problema nuevamente eran los portillos que
el río había abierto en la zona.

272
Diario de una catástrofe: la riada de San Patricio en Orihuela (Alicante, 1672)

estacas para las reparaciones. El Consell les dio licencia para que pudieran
talar árboles. Otros edificios como el Puente Nuevo, la carnicería o los molinos
también requirieron de madera para las reparaciones59.
Del 30 de abril al 5 de mayo se produce una nueva crecida de menor inten-
sidad. La comisión por la reconstrucción señaló que «las avenidas del río son
muy continuas por causa de estar el lecho del río muy arenado» y con poco
que lloviera se desbordaba. Por tanto, la causa de tal desastre nos evoca a una
pluviometría muy intensa durante la primera mitad de 1672 pero agravada por el
mal estado del Segura, que además iba empeorando con cada desbordamiento.
Las descripciones de la situación en los meses sucesivos son elocuentes y múl-
tiples. Algunos relatos no dejan lugar a dudas de la magnitud de la catástrofe:
Hallarse los vecinos con tanta ruina en sus casas y haciendas ocasionadas todas
de las muchas y graves inundaciones que este río continuamente nos trae; y a
esta causa hay muchas haciendas incultas y muchas casas caídas así en dicha
huerta como en la ciudad60.

Balance de daños
No se registraron más desbordamientos. A lo largo de los meses siguientes
fueron abordando todos los daños que causó la riada, un balance de impactos
total. No quedó edificio intacto en la ciudad, el Puente Nuevo, el pósito, el
matador, el mismísimo edificio del Consell, la ermita de Monserrate, las car-
nicerías, el mobiliario urbano arrasado, los conventos de San Gregorio y de
San Agustín hasta la propia Catedral. La peor parte se la llevó el Raval de San
Agustín que tuvo que ser abandonado por completo y los vecinos obligados a
vivir hacinados en barracas. La mayoría de los hogares fueron arrasados. Los
portillos que fue abriendo el río afectaron a toda la comarca, se registran daños
en la partida de Moquita, en el camino de Beniel, las eras de San Sebastián, la
partida de la Puerta de Murcia y la acequia de la alquibla; además del área sep-
tentrional asolada por la rambla de Benferri. Caminos y puentes desdibujados.
La destrucción de las cosechas aumentó la especulación y los precios por la
dificultad creciente de encontrar trigo61. Fue muy costoso recuperar la actividad
agrícola ya que toda la infraestructura de regadío acabó arrasada. En cuanto

59. A mo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 88-89 y 92-92v. Para el 28 de abril aún no se había podido
activar ningún molino. El Puente Nuevo no fue arrasado, pero quedó muy debilitado. La
crecida se había llevado parte de la estructura y muchos escombros se depositaron en las
bases. Decidieron que cuando el agua bajará de nivel empezarían las obras.
60. Amo, Correspondencia, t. 304, ff. 601-602.
61. Las cosechas de trigo, cebada, vino y productos de huerta perdidos por completo. Incluso
fueron arrasadas las barracas donde se criaba al gusano de seda. Problemas incluso para
comprar trigo en Alicante.

273
Claudio Cremades Prieto

a la actividad económica, la duración insólita del desastre dejó sin trabajo a


cientos de jornaleros y arruinó a muchos arrendadores que habían depositado
sus escasos ahorros en alguna parcela62. El impacto de la riada de San Patricio
no encuentra igual en la Edad Moderna, al menos en lo que conocemos hasta
ahora. Aún en 1673 rememoraban el acontecimiento y lo relacionaban direc-
tamente con la carestía de aquel año. Se llegó a hablar de hambre63.
Tal fue la dimensión del desastre que se llegó a temer por el abandono
de la ciudad. El traslado de poblaciones fue un fenómeno visible en época
moderna en algunas zonas valencianas64. La Ilustre Junta por la Conservación
del río pidió ayuda al rey alegando que o se solucionaba el problema del río o
la ciudad quedaría «inhabitable»65. Esta exposición pretendía que municipios
como Almoradí o Rojales, pertenecientes a otra jurisdicción de aguas, con-
tribuyesen a la reconstrucción y permitiesen hacer aliviaderos en sus azudes
para reducir la presión del agua66. En carta a la propia monarquía contaron
que sería una verdadera lastima que una ciudad tan «antigua y lúcida, y fiel
a la monarquía», se perdiera a causa de las constantes riadas67. Temían que la
inestabilidad del Segura afectase al proceso de repoblación característico del
Seiscientos y ahuyentase a los colonos:
Y nuestros vecinos tan afligidos, que tememos que todos los que no tienen
haciendas considerables, y viven de su trabajo personal muden sus domicilios
a parte donde puedan vivir con más comodidad y sin las repetidas zozobras
con que el río les molesta, y sin este género de gente no podrán vivir los que
tienen haciendas porque no pudiendo trabajarlas, se han de buscar su remedio
por otra parte.

62. Amo, Actas Capitulares, t. 304, ff. 101-185v. Este balance de daños es un resumen de las
decenas de actas capitulares y correspondencia que en los meses siguientes se elaboraron.
Todas las menciones a impactos fueron respondidas, una a una, por el Consell que encabezó
el proceso de reconstrucción.
63. Amo, Actas Capitulares, A-148, ff. 40v-41. «Por dicha causa [en referencia a la riada de San
Patricio] los vecinos no alcanzan ni para alimentarse».
64. Alberola Romá, 51-52 (2010b): 26-27; 2019: 33. El abandono de enclaves a causa de reite-
radas avenidas se localiza especialmente en la ribera del Júcar. Poblaciones como Gavarda,
Alcosser, Terniols, Carcaixent o Cogullada optaron por dejar atrás sus poblaciones a causa
del riesgo extremo al que estaban expuestos.
65. Amo, Actas Capitulares, A-148, 75-75v.
66. Desde el punto de vista de Orihuela todos los pueblos que se benefician del río deberían
contribuir, pero ante la negativa de los regantes del curso bajo, el Consell envió un síndico
a la Corte para tratar de que el rey obligase a los regantes de Almoradí y Rojales a construir
aliviaderos en sus azudes; tal y como se extraía del informe de Juan Bautista Balzago. Amo,
Correspondencia, A-148, ff. 601-602.
67. A mo, Correspondencia, A-148, ff. 589v.-590. Buscaban conmover al monarca pues «sin esta
subvención no es posible que podamos administrar los gastos tan excesivos».

274
Diario de una catástrofe: la riada de San Patricio en Orihuela (Alicante, 1672)

Reducir el riesgo patente de los últimos años y dar seguridad a los vecinos fue
la responsabilidad de la Ilustre Junta por la Conservación del río. Su come-
tido fue analizar las causas de los sucesivos desastres para plantear soluciones
precisas que solventasen la problemática del río y, por ende, la calidad de vida
de los oriolanos. Para ello se centraron en la búsqueda de financiación ya fuera
aumentando impuestos locales o logrando exenciones fiscales. En definitiva, la
riada de San Patricio llevó a Orihuela a replantearse su política de gestión de
riesgos, si bien los proyectos hidráulicos necesarios –rectificación del cauce–
planteados por Juan Bautista Balzago, y más tarde por Melchor Luzón, no
llegaron a realizarse.

REFLEXIONES FINALES
Este episodio es uno de tantos en la fachada mediterránea, habituada a las
intensas precipitaciones de alta intensidad propias del otoño, pero como hemos
visto también fueron significativas en invierno/primavera. Los devastadores
impactos de las riadas se relacionan recíprocamente con las condiciones de
vulnerabilidad del territorio, influenciadas por una amplia casuística que abarca
factores climáticos, geográficas y antrópicos. La ciudad de Orihuela lidió con
la cuestión del río si bien los proyectos para mejorar el cauce chocaron con
la penuria económica, casi estructural, y no pudieron llevarse cabo a lo largo
del siglo xvii.
Cuando arreciaban precipitaciones torrenciales extremas tenía lugar una
«reacción activa» de la sociedad en su conjunto. Esta respuesta resulta de la
combinación entre iniciativas individuales y colectivas destinadas a proteger la
ciudad, la alimentación, a las personas más expuestas y a tratar de mitigar los
impactos del desastre en general. Las administraciones locales jugaron un papel
capital en la gestión de la catástrofe. Ciudades forales como Orihuela tenían la
responsabilidad de hacer frente a las situaciones de riesgo antes, durante y des-
pués. En el caso que nos ocupa los ámbitos de acción del municipio se centraron
en garantizar el abastecimiento y en organizar las obras ya sea para evitar la
inundación, como para reparar lo dañado tras ella. Cabe resaltar la importancia
de la religiosidad que ocupa un lugar sustancial en la toma de decisiones.
Esta mirada retrospectiva muestra que las sociedades preindustriales no
disponían de los mecanismos de protección suficientes para afrontar los vai-
venes del clima extremo. La vulnerabilidad de estos pueblos era compensada
con una elevada capacidad de resiliencia y el desarrollo loable de la solidaridad
vecinal e interclasista. Cuando la capacidad de la ciudad era rebasada por la
magnitud del acontecimiento se buscaba apoyo en instancias superiores. Las
relaciones institucionales tras los desastres pueden resultar de especial interés

275
Claudio Cremades Prieto

para el análisis de las medidas de prevención en el marco de la monarquía


española del siglo xvii. Tras la riada de San Patricio Orihuela mantuvo una
incesante correspondencia con ciudades colindantes como Murcia o Alicante,
con el virrey en Valencia o con el propio Consejo de Castilla. Incluso Mariana
de Austria ayudó en la reconstrucción. Será un buen marco de estudio, sobre
la gestión de la catástrofe, para abordar en el futuro.

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276
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277
GESTIONAR LA EMERGENCIA: REDES
DE COMUNICACIÓN Y POLÍTICAS DE
INTERVENCIÓN DESPUÉS DEL TERREMOTO
DE PALERMO DE 17261

Valeria Enea
Universidad de Nápoles «Federico II»
valeria.enea@unina.it

1. INTRODUCCIÓN
«…il funesto accidente del tremuoto quì
la scorsa domenica su le ore quattro della
notte sofferto e questo fu tanto orribile
che non vi ha memoria di esser già mai
accorso in forma sì spaventevole ne pur
nel 1693 in cui fu rigorosamente visitato
questo Regno da tal divino flagello»2.

En enero de 1693, después de los desastrosos temblores de Lima de 1687 y


de Nápoles y Benevento de 16883, la Monarquía Hispánica de Carlos II, el
último de los Habsburgo, fue puesta a prueba por una nueva destrucción, esta
vez en el territorio de Sicilia. La intensidad del evento se advirtió en toda la
isla, aunque, como ya había sucedido en 1542, los que sufrieron el mayor daño

1. Este trabajo se enmarca en el proyecto ERC DisComPoSE. Disasters, Communication and


Politics in Southwestern Europe (European Union’s Horizon 2020 research and innovation
programme–grant agreement No 759829). El artículo refleja únicamente la opinión del autor
y la Agencia no se hace responsable del uso de la información que contiene.
2. Archivio di Stato di Palermo (en adelante ASP), Real Segreteria, Incartamenti, 183, s. f. Los
diputados del reino de Sicilia al virrey, Palermo 5 de septiembre de 1726.
3. Cecere, 4 (2019): 811-843.
Valeria Enea

fueron las numerosas localidades de la parte oriental, algunas de las cuales se


habían restablecido solo recientemente de la catastrófica erupción del Monte
Etna de 16694.
Como muestra la cita arriba mencionada, el recuerdo del terremoto de
1693 todavía estaba vivo en la memoria de la sociedad siciliana cuando el 1 de
septiembre de 1726 la misma isla fue asolada nuevamente por otro terremoto
que, sin embargo, a diferencia del anterior, solo afectó la parte occidental de
la isla y, en particular, la ciudad de Palermo, capital del reino. En aquellos
años, la Sicilia estaba bajo el dominio austríaco de Carlos VI de Habsburgo;
de hecho, después de un breve periodo de gobierno de los Saboya con Víctor
Amadeo II, sancionado por los tratados de Utrecht (1713) y Rastadt (1714) que
habían puesto fin a la guerra de sucesión española, la casa de Austria, a raíz
de nuevos acuerdos estipulados en 1720 con el tratado de la Haya, obtuvo la
Sicilia, extendiendo así el control sobre todos los territorios italianos que hasta
el final del siglo xvii habían pertenecido a la Monarquía Hispánica. Además de
desde el punto de vista territorial, la voluntad de la casa de Hasburgo de trazar
una línea de continuidad con respecto a los Austrias, también es evidente en el
mantenimiento de las estructuras institucionales –que a menudo conservan los
mismos nombres– y en el utilizo del español en el lenguaje burocrático, al fin
de resaltar la legitimidad de su dominio; un vínculo persistente también con
la futura dinastía de los Borbones que conquistó la Sicilia (así como el reino
de Nápoles) en 1734.
El evento natural del 1726 ofrece la posibilidad de resaltar las complejas
relaciones jurisdiccionales surgidas entre las instituciones públicas dentro del
nuevo contexto político, poco considerado por la historiografía en comparación
con las largas y ciertamente más incisivas dominaciones hispánica y borbónica5.
De hecho, algunos estudios han demostrado que las catástrofes constituyen
unos momentos cruciales para la redefinición del equilibrio, ya a menudo pre-
cario en la primera edad moderna, entre los diversos actores políticos, y por
lo tanto han subrayado sus capacidad de influir en la reorganización de las
estructuras institucionales, cuyos efectos parecen más evidentes especialmente
a largo plazo6.
A través del examen de las fuentes documentales impresas y, sobre todo,
manuscritas producidas por las instituciones del reino de Sicilia y los organis-
mos municipales de Palermo, el objetivo del presente estudio es examinar el

4. Sobre el temblor de 1693, dada su extensa bibliografía, véase Condorelli, 2 (2013): 141-172.
5. Sobre los años del dominio austriaco en Sicilia, véase Gallo, 1996. Sobre la reconsideración
del período como una extensión del dominio español y anticipación del gobierno borbónico,
Moscati, 1958: 681-701.
6. Bevilacqua, 5/6 (1981): 177-219.

280
Gestionar la emergencia: redes de comunicación y políticas de intervención después del terremoto de…

impacto que la catástrofe tuvo en la comunidad de Palermo y en las opciones


políticas de intervención adoptadas por las instituciones para gestionar la emer-
gencia. El cruce entre explicaciones sobrenaturales y racionales, surgido de
la lectura de las fuentes de la época, permite así insertarse en aquellas líneas
de investigaciones que en los últimos años, si por un lado han considerado la
imprescindible visión apocalíptica en la que las sociedades de Antiguo Régimen
estaban fuertemente vinculadas debido principalmente al papel de la Iglesia
Católica7; por otro lado han subrayado la coexistencia de las dos claves inter-
pretativas como parte de un paradigma único8.
Sin embargo, el centro de la investigación es la estrecha relación entre
la comunicación del desastre y las políticas de intervención. De hecho, algu-
nos estudios han subrayado que la aparición de una nueva forma de narrativa
catastrófica, más compleja y detallada desde principios del siglo xvii, pueda
atribuirse al aumento de la gestión de las crisis por parte de las autoridades9.
En particular, el análisis se centra en el papel de las instituciones locales, más
cercanas a los lugares afectados que la corte y el virrey, que por razones políti-
cas en el momento del terremoto estaba lejos de la capital. La implicación casi
total del senado de la ciudad, que determinó un conflicto jurisdiccional con el
Tribunal del Patrimonio Real, permite examinar las dinámicas institucionalales
determinadas por la situación de crisis y ofrecer un cuadro, aunque parcial,
sobre la elaboración de políticas de intervención después del terremoto.

2. INTERPRETACIONES SOBRE EL ORIGEN DEL DESASTRE


La noche del primero de septiembre de 1726 la ciudad de Palermo fue devas-
tada por un violento temblor con su epicentro en Terrasini, un pequeño pueblo
cerca de la capital, donde todavía hoy, por tradición, el día del aniversario del
terremoto, los fieles mantienen vivo el recuerdo del evento encendiendo luces
delante de sus casas por la noche al sonido de las campanas de la catedral. Esa
noche, el terremoto causó daños considerables al patrimonio arquitectónico,
sin ser destructivo. Los barrios más dañados fueron los del centro histórico
–en la época llamados por los nombres de las antiguas santas protectoras de
la ciudad (Santa Cristina, Santa Agata, Santa Ninfa y Santa Oliva) y hoy en
día conocidos respectivamente como la Albergheria, la Kalsa, el Capo y la

7. Para el contexto valenciano, Alberola, 38 (2012): 55-75.


8. Walter, 2009: 9/61.
9. Lavocat, 33/3 (2013): 253-299.

281
Valeria Enea

Loggia– que constituían el centro económico de la ciudad, porque ubicados


cerca del área del puerto10.
Entre los principales daños, las fuentes impresas de la época insisten sobre
los lugares de culto, incluida la catedral, la iglesia de Casa Professa y la iglesia
de San Nicolò da Tolentino, así como sobre los palacios de las familias aristo-
cráticas más importantes. Aún más la ciudad se perturbó por la explosión de
un incendio en el distrito de Lattarini (Kalsa) durante las primeras operaciones
de socorro, apagado rápidamente gracias a la intervención del senador don
Vincenzo Rao Torres. Consternación y miedo esa noche aterrorizaron a los
palermitanos que en poco tiempo afluyeron a las plazas de la ciudad o huyeron
hacia el campo para evitar las consecuencias de nuevos temblores.
Las noticias sobre el terremoto fueron a menudo llevadas al extremo hasta
ofrecer una imagen distorsionada de la realidad. De hecho, como subrayó el
canónigo Antonio Mongitore en su relación titulada Palermo ammonito, peni-
tente e grato nel formidabil terremoto del primo settembre 1726 y publicada
en 1727, las narraciones reportadas por los territorios geográficamente más
lejanos del desastre refirieron un número de más de 15 mil o incluso 20/30 mil
muertos11. Así, para «chiudere la bocca alla bugia»12, Mongitore en su relación
declaró que a causa del terremoto habían fallecido 200 personas y, para dar
credibilidad a lo que afirmaba, gracias a los datos obtenidos del catálogo de
los muertos, transcribió meticulosamente los nombres de las víctimas, acom-
pañados de más información, como la edad, la profesión y el distrito parroquial
donde habían sido enterradas13.
Además del texto de Mongitore, sobre el desastre fueron publicadas local-
mente otras cuatro relaciones, redactadas por testigos directos que reconstruyen
lo que sucedió en Palermo en las horas y días posteriores al terremoto. Casi
todas empezaban con el anuncio sobre la excepcionalidad del evento que había
afectado a la capital del reino que «fra le sue glorie e magnificenze […] godea
del privilegio dell’immunità delle rovine delle Case e macello de’ Cittadini

10. Según las relaciones impresas de la época, el sismo afectó también los pueblos de Monreale,
Marsala y Mazara, donde, sin embargo, no hubo daños significativos, mientras que en la
ciudad de Trapani el terremoto causó solo la caída de una parte de la iglesia de los frailes
carmelitas.
11. También la duración del terremoto fue a menudo exasperada, hasta llegar a 8 minudos en una
relación impresa a Lisboa: Noticia da Destruiçao de Palermo, Cabeça do Reino de Sicilia,
causada pe lo horrivel terremoto que padeceo na noite do primero de setembro do anno de
1726, Lisboa, Officina de Pedro Ferreyra, 1726. La extremización sobre el evento alcanzó
el ápice en la obra monumental de la Encyclopédie que en la entrada «Palermo» definió la
ciudad completamente asolada por el terremoto.
12. Mongitore, 1726: 6.
13. Ivi: 53-60.

282
Gestionar la emergencia: redes de comunicación y políticas de intervención después del terremoto de…

in tanti tremuoti, che si leggono nelle nostre Istorie accaduti alla Sicilia»14.
Aunque la Sicilia había ya sufrido sismos, la ciudad de Palermo nunca había
sido víctima de un terremoto con un epicentro tan cerca para generar numerosos
daños a edificios, infraestructuras y personas.
Otro elemento casi común a todas las relaciones locales era la descripción
del evento como manifestación de la funesta ira divina sobrevenida contra
la comunidad de Palermo por causa de sus costumbres licenciosas15. Según
Mongitore, la intervención divina fue solo una advertencia, por lo que una gran
parte de la ciudad no sufrió daño. En apoyo de la interpretación sobrenatural
del evento, en la dedicatoria al lector, el canónigo siciliano no solo reportaba
unos pasajes de la Biblia relativos a la relación entre el movimiento telúrico
y la manifestación divina, sino que unos testimonios más recientes de perso-
najes acreditados. Así, por ejemplo, mencionaba las Lettere ecclesiastiche del
arzobispo Pompeo Sarnelli publicadas en 1702, una de las cuales había sido
dedicada a la descripción de algunos temblores y, sobre todo, al que había aso-
lado la ciudad de Benevento en 1688, del cual el mismo Sarnelli fue extraído
vivo de los escombros16. Más adelante el autor citaba el trágico terremoto
siciliano de 1693 y en particular la relación De immani Trinacriae terraemotu
del médico Domenico Bottoni, y finalmente la homilía de Clemente XI del 15
de enero de 1703, pronunciada con motivo del temblor que afectó la ciudad
de Roma.
Efectivamente, como ya en otras interpretaciones de los desastres en la edad
moderna, el plan providencial no excluía completamente el plan naturalista17.
De hecho, según las crónicas de la época, el evento fue anunciado por el paso de
un cometa, aparecido unos días antes del terremoto, cuya visión aterrorizó a los
palermitanos. El cruce de dos paradigmas aparentemente contrastantes tuvo su
origen en la Biblia y en Aristóteles, quienes habían asociado la aparición astral
con eventos extraordinarios18. Por otra parte, la misma etimología del término
desastre (dis-astrum), subraya la estrecha relación entre los movimientos del
cielo y de la tierra19.
Sin embargo, las interpretaciones sobre el origen del terremoto también
implicaban una visión más racional del evento. El mismo Mongitore afirmó que
durante el terremoto de 1726 los barrios más dañados fueron aquellos ubicados
cerca de los ríos antiguos Kemonia y Papireto, enterrados durante el siglo xvi

14. Ruffo, 1726: 3.


15. Sobre la relación entre desastres y divinidad, véase García Acosta, 35 (2017): 46-82.
16. Sarnelli, 3 (1702): 177-193.
17. Por el contexto napolitano, véase Cecere, 2018: 129-146. Everson, 26/5 (2012): 691-727.
18. Draelants, 1996: 187-222.
19. Schenk, 2010: 23-75.

283
Valeria Enea

a raíz de algunas intervenciones urbanas implementadas por el gobierno virrei-


nal20. Esta concepción era una opinión generalizada, como atestiguan algunas
representaciones cartográficas de la época: unas semanas después del terre-
moto, el pintor Domenico Campolo fue encargado por el senado de Palermo –el
principal organismo político-administrativo de la ciudad– de dibujar un plano
para enviar al virrey en el que «a linguaggio di muti colori si manifestano le
distinte rovine che nelle contrade e parti principali di essa ha cagionato l’orribil
tremuoto»21.
La ilustración, que destacaba con precisión cómo quedara claro para los
contemporáneos del evento la estrecha dependencia entre la extensión de los
derrumbes causadas por el terremoto y la conformación geológica del territorio,
fue la primera de una serie de representaciones cartográficas, que constituyen
la documentación más innovadora producida después de la catástrofe22.

3. REDES DE COMUNICACIÓN Y GESTIÓN DE LA EMERGENCIA


Unos días después del terremoto, el 5 de septiembre, la noticia llegó a la ciudad
de Messina donde, desde el mes de junio, residía el virrey Joaquín Fernández
de Portocarrero, conde de Palma y marqués de Almenara23, junto con algunos
ministros de las principales magistraturas del reino y con Bernardo de Ugalde,
secretario de Estado y Guerra del reino y senador de la ciudad de Palermo24. El
traslado temporal del virrey por la mitad del período habitual de su mandato,
formaba parte de los planes y ambiciones políticas de Carlos VI, que pretendía
así explotar la posición geográfica estratégica de la ciudad y las habilidades
comerciales tradicionales de sus habitantes para asegurarse el control del tráfico
comercial con el Oriente25. Este privilegio fue otorgado a la ciudad de Messina

20. Mongitore, 1726: 18.


21. ASP, Real Segreteria, Incartamenti, 183, s. f. El senado al virrey, Palermo 29 de octubre
de 1726. La colaboración entre Campolo y el senado de la ciudad está atestiguada en un
documento legal elaborado por el segundo. El documento representa una lista de los gastos
efectuados por la institución municipal durante la gestión de la emergencia y entre estos se
encuentra la suma de pagar al Campolo de 15.8.5 onze por la elaboración del plan de la ciudad
enviado al virrey, así como por una pintura que representa la antigua ciudad de Palermo:
Archivio Storico Comunale di Palermo (en adelante ASCP), Atti del Senato, 331/152, ff.
242-247, Palermo 21 de abril de 1727.
22. Sobre las representaciones planimétricas realizadas después del terremoto, véase, Casamento,
2012: 47-55.
23. Sobre la carrera política y eclesiástica de Portocarrero, véase Zamora Caro, 19 (2008):
183-202. Para otros aspectos más especificos relacionados con su imagen consulte el número
completo de la revista.
24. Di Blasi, 1842: 165.
25. Gallo, 1996: 212-213.

284
Gestionar la emergencia: redes de comunicación y políticas de intervención después del terremoto de…

por la Monarquía Hispánica desde finales del siglo xvi y, por lo tanto, consti-
tuyó motivo de intensas controversias durante la edad moderna con la capital26.
Aunque la ausencia del virrey no fuera en absoluto una novedad para la ciudad
de Palermo, sin embargo, con motivo del terremoto, se interpretó de manera
«providencial»27. De hecho, las instituciones locales, en sus repetidos informes
sobre el estado deplorable de la ciudad, intentaron insinuar un sentimiento de
culpa en el virrey por el hecho de que, en un momento tan difícil para la ciudad,
se encontraba lejos de la capital, exhortándolo más de una vez de «accorrere
dove maggiore è il bisogno della sua presenza»28.
Unas horas tras el terremoto, el pretor de Palermo, Federico di Napoli y
Barresi, príncipe de Resuttano, magistrado supremo de la ciudad a la cabeza del
senado, a través de un correo extraordinario, se encargó de comunicar al virrey
«con lástima inesplicable»29 la terrible tragedia que había afectado la capital
del reino, prestando especial atención a los daños y víctimas hasta ahora des-
enterradas de los escombros. Además, Resuttano aseguró al Portocarrero que el
Palacio senatorial no había sufrido daños significativos y que estaba haciendo
todo lo posible para ofrecer a la ciudad el socorro necesario. Después de esta
primera y apresurada comunicación, el día siguiente el pretor envió un nuevo
informe al virrey. Aunque se ha conservado la sola carta de acompañamiento,
la relación tenía que ser mucho más detallada que el primer informe; de hecho,
el pretor mencionaba los nuevos daños que, mientras tanto, gracias a la cola-
boración del arzobispo y del capitán de Justicia, se estaban detectando30. En
los días siguientes, un número cada vez mayor de noticias llegó a la ciudad de
Messina. A pesar de la confusión general, las magistraturas locales no dejaron
de comunicar constantemente al virrey las medidas que estaban adoptando para
enfrentar la catástrofe que había trastornado la capital del reino.
El análisis retórico-estilístico de los diversos informes al virrey en forma de
cartas, relaciones, memoriales y súplicas, permite reflexionar sobre el lenguaje
utilizado por los redactores, que constituye un interesante medio de comuni-
cación destinado a suscitar la compasión en los vértices de las instituciones

26. Benigno, 2007: 23/44. Aymard: 1991: 143-164.


27. Gallo, 1997: 385-390.
28. ASP, Real Segreteria, Incartamenti, 183, s. f. El pretor de Palermo al virrey, Palermo 6 de
septiembre de 1726.
29. ASP, Real Segreteria, Incartamenti, 183, s. f. El pretor de Palermo al virrey, Palermo 1 de
septiembre de 1726.
30. ASP, Real Segreteria, Incartamenti, 183, s. f. El pretor de Palermo al virrey, Palermo 2 de
septiembre de 1726. El contenido de este informe puede reconstruirse a través de otro que
el virrey envió unos días después a la corte de Viena y que se analizará con más detalle a
continuación.

285
Valeria Enea

virreinales31. Con la esperanza de convencer al virrey para que regresase a la


capital, el terremoto se ponía en conocimiento del Portocarrero por su peculiari-
dad con respecto a los temblores anteriores: así lo recién sucedido se presentaba
como el mayor desastre «occorso oltre la memoria dei viventi e relazione delle
istorie di questa città»32. En más de una ocasión, para llamar la atención del
virrey, se exageraba la descripción del impacto del terremoto en la comunidad
afectada hasta el punto de compararlo con el mayor temblor que hace poco más
de 30 años antes había arrasado un gran número de localidades de la Sicilia
oriental: así lo hizo el presidente del Tribunal del Patrimonio Real, Francesco
Cavallari, cuando afirmaba que «non si ha inteso ne nostri tempi […] di sì
spaventevole e lunga violenza nel continente della nostra isola, che se noi cele-
briamo la memoria di quello avvenuto l’anno 1693, questo dell’ultima notte al
suo paragone la farà senza dubbio cancellare»33. Siempre el mismo Cavallari
enfatizaba el evento subrayando la imposibilidad de describir con palabras la
tragedia que había sucedido: «non vi è penna che possa descrivere l’orrore, la
confusione, li clamori e le lagrime di tutto un popolo»34.
Asimismo, al virrey se dirigieron también súbditos, especialmente nobles
de las familias más prominentes de la capital, con la esperanza de recibir apoyo
económico. Entre aquellos más dañados por el terremoto, sobre que insisten
las diversas relaciones impresas locales, emerge Francesco Camillo Corvino,
príncipe de Roccapalumba, quien se declaraba el «più sfortunato di tutti gli
altri»35 por la pérdida de la casa, de la madre y de un sobrino. Además, el noble
recordaba que ya había sufrido pérdidas sustanciales en 1720 con motivo de
la llegada de las tropas austriacas y, por lo tanto suplicó el Portocarrero que
intercediera ante la corte de Viena para recibir una ayuda económica o un
empleo, en nombre de la lealtad que en más de una ocasión sus antepasados​​
habían mostrado a los soberanos austríacos36.
Solicitado por esas y muchas otras noticias, el 7 de septiembre el virrey
desde Messina envió una relación a Viena, dirigida al marqués de Rialp37, a

31. Nubola y Würgler, 2002. Vallerani, 44/14 (2009): 411-441. Más específicamente sobre
los diferentes tipos de escrituras del desastre, véase Cecere, 58/1 (2017): 253-299.
32. ASP, Real Segreteria, Incartamenti, 183, s. f. El presidente de la Gran Corte, Casimiro Drago,
al virrey, Palermo 3 de septiembre de 1726.
33. ASP, Real Segreteria, Incartamenti, 183, s. f. El presidente del Tribunal del Patrimonio Real,
Francesco Cavallari, al virrey, Palermo 2 de septiembre de 1726.
34. Ibidem.
35. ASP, Real Segreteria, Incartamenti, 183, s. f. El príncipe de Roccapalumba, Francesco
Camillo Corvino, al virrey, Palermo 27 de septiembre de 1726.
36. Ibidem.
37. Aunque el documento no mencione el nombre del marqués, se supone que coincidiera a
Ramón de Vilana-Perles Camarasa, hombre de confianza de Carlo VI, a quien el emperador
en 1720 había otorgado el título de marqués de Rialp: Ernets, 2000: 58-87.

286
Gestionar la emergencia: redes de comunicación y políticas de intervención después del terremoto de…

Andrés de Molina, secretario del Consejo Supremo de España, y al príncipe


Eugenio de Saboya, general de las tropas imperiales38. La elaboración de la
información a través del Consejo de España seguía un modelo ya consolidado
en la Monarquía Hispánica, que durante el siglo xvi había instituido un sistema
de organismos (precisamente los consejos) como instrumentos de gobierno para
la gestión de sus territorios a partir de las informaciones recibidas39. Asimismo,
según una tradición ya desarollada durante la edad moderna, la transmisión de
las noticias sobre un suceso ambiental directamente desde el virrey constituía
la premisa fundamental y necesaria para la evaluación de las decisiones que
debían tomarse en la corte para gestionar la emergencia40.
La relación manuscrita por Portocarrero el 7 de septiembre, hasta hoy
dejada de lado por la historiografía, representaba un resumen de los infor-
mes que llegaron de Palermo por mano del pretor, el 1 y 2 de septiembre: se
informaba con precisión de los barrios y edificios más dañados con especial
atención a los lugares sagrados y a las principales sedes institucionales, incluido
el Palacio real gravemente afectado. Luego el virrey refería el número, aunque
provisional, de los muertos que, según una estimación del pretor, eran aproxi-
madamente de 500, mientras que en aquel momento no era cuantificable la cifra
de los heridos. Finalmente, el virrey elogiaba el papel del senado ocupado «en
dar todas aquellas providencias necesarias al consuelo de tan afligido pueblo
[…] en lo que mira a poner reparo en las casas, que amenaçan ruina, que son
muchas en la ciudad, y a impedir los excesos que en tantes semejantes pueden
temerse»41.

38. Aunque la relación manuscrita es anónima, varias informaciones han llevado a atribuir la
paternidad al Portocarrero. En primer lugar, el doumento se redactó en Messina, ciudad
donde, como ya se ha dicho, vivía el virrey al momento del terremoto. Además el escritor
describe el Palacio real como su propia residencia. Para corroborar aún más esta hipótesis es
que en la relación manuscrita se comunica el contenido de una carta recibida por el presidente
de la Gran Corte, Casimiro Drago, cuyo contenido corresponde a una comunicación que
unos días antes el mismo presidente había enviado al virrey. Finalmente, el redactor informa
a la corte que ya ha escrito que, en caso de repetición del terremoto, habría regresado a la
capital, así como, de hecho, el pretor y las magistraturas locales habían pedido en más de
una ocasión al virrey.
39. Véase, Bouza, 44/1 (2019): 229-240. Brendecke, 2012.
40. Sobre la comunicación en la edad moderna dentro de la Monarquía Hispánica, véase los
estudios de Varriale, Quando trema l’Impero. L’informazione sui terremoti nella Monarchia
Ispanica (secoli xvi-xvii) de futura publicación.
41. ASP, Real Segreteria, Incartamenti, 2481, s. f. Después de estas y otras noticias de Sicilia,
unos meses más tarde fue publicada una relación impresa en alemán en Viena, hoy conservada
en Staatsbibliothek zu Berlin, acompañada de un mapa que destaca los edificios más dañados
por el terremoto: Kurze Beschreibung des erschröklichen Erdbebens so den 1 September
1726 in Palermo vorel gefallen, Wien 1726. En 1727, Salvatore Ruffo, clérigo de la Tercera
Orden de San Francisco, publicó en Leipzig dos relaciónes impresas, en latín y en alemán,

287
Valeria Enea

Además de ser fundamental para la reconstrucción de la comunicación


entre la corte y el virreinato, la relación es interesante también porque permite
trazar el camino de la información a través de otros canales institucionales; de
hecho, la misma noticia, fue enviada incluso al arzobispo de Monreale, Juan
Álvaro Cienfuegos Villazón, y al virrey de Nápoles, Michael Friedrich von
Althann. Recibido por este último, el informe fue publicado en italiano por la
imprenta virreinal de Francesco Ricciardo con el título Altra più distinta rela-
zione dell’orribile tremuoto42. En este punto, es interesante subrayar cómo la
fortuna editorial del terremoto de 1726 se debió propio a la ciudad de Nápoles,
que constituyó el centro de difusión de la noticia. De hecho, esta última circuló
en una versión muy similar a la impresa por Ricciardo, con el título de Vera,
e distinta relazione dell’orribile tremuoto accaduto nella città di Palermo,
publicada por Alberto Pazzoni, y tuvo una amplia circulación en las principales
ciudades italianas donde se hicieron numerosas copias43.
Una circulación de información tan amplia, por otro lado, no era una nove-
dad en la primera mitad del siglo xviii: a partir del xvi, y especialmente durante
el siglo xvii, las relaciones impresas, hojas sueltas, avisos, de carácter divul-
gativo e informativo, tuvieron una fortuna notable en el mercado editorial,
determinando un aumento significativo en el interés para la información44. Aún
más importante era la difusión de noticias relacionadas con eventos naturales; a
causa de su carácter difícilmente explicable, especialmente por las sociedades
del Antiguo Régimen, la catástrofe iba a intensificar las redes de comunicación
que ayudaban a comprender y superar la crisis45. Por tanto, no era sorprendente
que la noticia del terremoto de 1726 llegase a algunas ciudades europeas, por
ejemplo Lisboa y Berna, donde solo unas pocas semanas después del desastre
se imprimieron algunas relaciones, respectivamente en portugués y francés46.

asimismo acompañadas de un mapa de la ciudad: Terrae motu qui contigit Panorimi, nocte
post Kalend. Sept. 1726, G. Frid. Richter Prof. P., Lipsiae, 1727; Ausführliche Nachricht
Von dem erschröcklichen Erdbeben, Welches sich zu Palermo in Sicilien, Den 1. Sept. 1726,
ereignet, G. Frid. Richter Prof. P., Leipzig, 1727.
42. Altra più distinta relazione dell’orribile tremuoto accaduto nella città di Palermo a primo
settembre 1726. Tradotta fedelmente da una lettera in lingua spagnola in data delli 6 del
sudetto mese pervenuta a S.Em il nostro Signor Veceré, Napoli, Francesco Ricciardo, 1726.
Es interesante subrayar que, con respecto a la relación manuscrita, la versión impresa difiere
solo en la conclusión que presenta una adición relacionada con las nuevas informaciónes que
mientras tanto habían llegado de Palermo.
43. Vera, e distinta relazione dell’orribile tremuoto accaduto nella città di Palermo, il primo
settembre 1726. Tradotta fedelmente da una lettera scritta in lingua spagnuola dal principe
di Resutano pretore della città di Palermo all’Em.mo signore Vicerè di Napoli.
44. Ettinghausen, 2015: 173-202. Rospocher, 22/64 (2016): 95-116.
45. Savarese, 2002: 15-33.
46. Noticia da Destruiçao de Palermo…; Journal, ou relation exacte de l’horrible et epouvan-
table tremblement de Terre, arrivé à Palerme le premier du mois de septembre 1726. à 4.

288
Gestionar la emergencia: redes de comunicación y políticas de intervención después del terremoto de…

La ausencia del virrey de la capital jugó un papel clave en la gestión de


la emergencia del terremoto. Frente a un número creciente de información
que provenía de Palermo, Portocarrero emitió enseguidas algunas disposi-
ciones. Después de la solicitud del arzobispo, José Gasch, sobre la necesidad
de iniciar procesiones como acto de penitencia y suspender las comedias tea-
trales programadas para el carnaval del año siguiente, ya que generalmente
eran consideradas con ocasión de desastres naturales y epidemias «concausa
allo sdegno maggiormente di quell’anno che certamente sono escandalose e
peccaminose»47, el virrey envió al capitán de Justicia, el príncipe de Niscemi, la
orden que, «considerato que el medio más eficaz […] sea el de la penitencia y
los actos de devotión […] que se suspendan las operas que estaban preparadas
en los dos teatros de esta ciudad»48.
Además, para permitir la reanudación de la actividad de las magistraturas
locales lo más pronto posible, el virrey se encargó de enviar a la capital algu-
nos ingenieros con la tarea de verificar los daños a las sedes de los tribunales
principales. Así, el 13 de septiembre, Portocarrero escribió a Casimiro Drago,
presidente de la Gran Corte –organismo responsable de la administración de
justicia–, informándole que había enviado al ingeniero Ignacio de León para
que este, una vez verificado el estado del Palacio real, sede del dicho tribu-
nal, indicase dentro del mismo edificio un lugar seguro para llevar a cabo sus
actividades49.
Ningún despacho virreinal, en cambio, se refirió a las intervenciones nece-
sarias para gestionar la emergencia, una disposición que probablemente no
habría tenido sentido, ya que sin duda habría llegado demasiado tarde a la
capital. En los días siguientes, el virrey solo aprobó las medidas adoptadas
hasta entonces por las instituciones locales, más cercanas a los lugares afec-
tados, que, como solía ocurrir con ocasión de eventos naturales, estuvieron
directamente involucradas en la gestión inmediata del desastre; esta práctica
ha llevado a algunas investigaciones a considerar la emergencia como una
prerrogativa exclusivamente local y, en consecuencia, a excluir la intervención

heures d’Italie de la nuit suivante. Contenant un détail circonstancié, des ordres donnez par
l’excellcntissime senat de ladite ville, pour remedier aux maux funestes quelle a essuyé, &
sécourir promtementes infortunez Habitans. Avec une description du phenomene qui parut
en divers endroits de la Suisse, Berne, Samuel Küppfer, 1726.
47. ASP, Real Segreteria, Incartamenti, 183, s. f. El arzobispo de Palermo, José Gasch, al virrey,
Palermo 3 de septiembre de 1726.
48. ASP, Real Segreteria, Dispacci, 1002, ff. 227r-v. El virrey al capitán de Justicia, el príncipe
de Niscemi, Messina 10 de septiembre de 1726.
49. ASP, Real Segreteria, Dispacci, 1002, ff. 230r-v, 231r. El virrey al presidente de la Gran
Corte, Messina 13 de septiembre de 1726.

289
Valeria Enea

de las autoridades centrales, con la excepción de los asuntos fiscales relativos


a la concesión de la exención del pago de impuestos.
Durante los períodos de ausencia del virrey de la capital, el pretor junto
con el senado era la autoridad responsable de la administración de la ciudad.
Una vez constatados los daños, la mañana después del terremoto, la institu-
ción municipal se ocupó de la recuperación de las víctimas atrapadas bajo
los escombros. Si al principio esta tarea se confió a la misma población, más
tarde se recurrió a la tropa militar que «non così addolorata come la paesana ed
inevanzabilmente più esperta ne ottenne una moltitudine»50. Luego, el senado
dio instrucciones sobre los cadáveres humanos y animales: para los primeros,
se impuso la sepultura en iglesias y cementerios, mientras que para los segun-
dos se decidió el transporte inmediato fuera de la ciudad. Además, para evitar
la propagación de enfermedades infecciosas, se ordenó la sepultura de los
animales «in fosse profondamente incavate e soprapiene di terra ricalcata»51,
de acuerdo con las medidas del magistrado de la Diputación de Salud y en
consonancia con los procedimientos seguidos hasta ahora para enfrentar las
epidemias. Para la reparación de los edificios públicos y privados se adoptaron
diferentes medidas según su estado de peligro y, para acelerar las operaciones
de reconstrucción, si solicitó a la ciudad de Trapani la intervención de un equipo
de ingenieros y maestros constructores. Finalmente, para satisfacer las necesi-
dades de la comunidad que había sobrevivido al desastre, el senado ordenó el
suministro de provisiones y la distribución de madera para la construcción de
choza temporales en las plazas de la ciudad52.
Tras estas primeras disposiciones para satisfacer las necesidades más urgen-
tes, el senado añadió otras medidas para acelerar el retorno inmediato a la
normalidad: el 5 de septiembre se publicó un bando por el que se ordenó a
los habitantes de Palermo que se ocupasen de las intervenciones en sus casas
–apuntalándolas en caso de que fueran recuperables o, en el caso más extremo,
derribandolas– dentro de las 24 horas, período tras del cual el senado habría
adquirido la propiedad del edificio cubriendo los gastos de reparación53. Luego,
con el fin de evitar cualquier forma de especulación sobre las intervenciones
de recostrución y el suministro de materiales de construcción, se publicaron
dos nuevos bandos, respectivamente los días 8 y 14 de septiembre, a través de
los cuales se regulaban tanto el pago de los maestros constructores como el
costo de madera54.

50. ASCP, Consulte del Senato, 1284.40, ff. 47, 48, 49, Palermo 6 de septiembre de 1726.
51. Ibidem.
52. Ibidem.
53. ASCP, Bandi, 527.105, ff. 1r-v, Palermo 5 de septiembre de 1726.
54. ASCP, Bandi, 527.105, ff. 2r-v, 3r-v, 4r-v;9r-v, Palermo 8 y 14 de septiembre de 1726.

290
Gestionar la emergencia: redes de comunicación y políticas de intervención después del terremoto de…

Durante estas primeras operaciones, la actividad del senado fue inmedia-


tamente asistida por la del ya mencionado príncipe de Niscemi, que desde
el primero de septiembre desempeñó sus funciones de capitán de la Corte
Capitanial. En calidad de administrador del orden público, Niscemi se ocupó
enseguida no solo de potenciar el número de soldados en las cárceles de la
Vicaria, que a causa del terremoto había sufrido daños considerables, sino
también de garantizar un control intenso de la ciudad a través de patrullas y
rondas cotidianas, al fin de evitar el surgir de actos de saqueos, por supuesto
previsibles en una situación caótica como la causada por una catástrofe55. De
hecho, en más de una ocasión, Niscemi subrayó que gracias a su constante
vigilancia no se había producido algun pillaje en la ciudad, excepto por el robo
contra Michele Moretto a manos de Domenico Barillà, arrestado y condenado
de inmediato por el Tribunal de la Gran Corte56.
Si, por un lado, la intervención casi exclusiva del senado respondía, como
ya se ha dicho, al papel del principal organismo político-administrativo de la
ciudad; por otro lado era probable que este protagonismo ocultase la voluntad
de consolidar su proprio poder político. Con la llegada de la monarquía aus-
tríaca en Sicilia, la institución municipal había ampliado sus privilegios, que
en 1722 culminaron con la concesión del título de «Grande de España» –la
máxima dignidad de la nobleza española– por parte de Carlos VI sobre con-
sulta del Consejo Supremo de España para ganarse el apoyo de las principales
instituciones locales sicilianas. Además, este título fue seguido inmediatamente
por el pro tempore de «Excelencia»57. El reconocimiento de estos privilegios
constituyó un orgullo tan grande para el senado que en 1724 emitió un aviso a
través del cual hizo públicos los despachos emitidos por Viena, relacionados
con los títulos recientemente obtenidos58.
La estrategia política del senado se encuentraba en las relaciones impresas
locales producidas en las semanas inmediatamente siguiente al terremoto. De
hecho, todas ellas, redactadas principalmente por hombres de confianza de la
institución municipal, presentaban un mismo esquema narrativo vuelto a exaltar
la eficiencia del senado desde las primeras horas del terremoto. En particular,

55. ASP, Real Segreteria, Incartamenti, 183, s. f. El capitán de Justicia al virrey, Palermo 3 de
septiembre de 1726.
56. Ibidem.
57. Di Blasi, 1842: 158.
58. Privileggi e prerogative all’eccellentissimo senato di Palemro avanzate sotto l’augustissimo
dominio della sacra Ces. Cat. Maestà di Carlo VI imperadore, terzo re delle Spagne e di
Sicilia nell’amministrazione delli signori, Palermo, Antonino Epiro, 1724.

291
Valeria Enea

las relaciones de Mario Antonuccio y Pietro Vitale59, secretarios respectiva-


mente del pretor y del senado, articulaban sus informes sobre la descripción
detallada de las medidas adoptadas diariamente por la institución municipal
para enfrentar la emergencia, así que elogiaban no solo su permanencia en la
ciudad para cumplir su obligación legal, además de restaurar el orden de la
ciudad en poco más de una semana.
Sin embargo, es probable que la insistencia de las relaciones impresas sobre
el éxito de la actividad del senado debe interpretarse como una negación de
las acusaciones que en los días siguientes al terremoto fueron dirigidas a la
institución municipal por el Tribunal del Patrimonio Real, el más importante
organismo administrativo y de control fiscal del Reino60. Este último, el 5 de
septiembre, había emitido un despacho sobre la inadecuación de la reacción
del senado frente a la gestión de la fase de emergencia, subrayando el retraso
en algunas intervenciones, sobre todo aquellas relacionadas con la sepultura
de cadáveres humanos y animales61. El pretor, resentido por acusaciones que
consideraba infundadas, y en particular por la «voce che [h]anno sparso della
mia poco cura»62, inmediatamente sometió el asunto al virrey para manifestar
su animadversión; además, denunció a su vez a los consejeros patrimoniales
por haber abandonado la ciudad después del terremoto y luego haber impuesto
medidas de socorro que los senadores habían ya puesto en marcha y en buena
parte también llevadas a cabo63.
Unos días después, el 10 de septiembre, el Tribunal de Real Patrimonio
emitió un nuevo despacho en el que, además de reiterar la ineficiencia de la ins-
titución municipal, presentó al virrey la necesidad de retirar la suma de 10.000
escudos del tesoro público de la ciudad (bajo el control del senado) y devolver-
los a la Regia Zecca que habría comprado la plata de los habitantes a precios
razonables para garantizar así a estos últimos una cantidad suficiente de dinero
para la reparación de las casas64. Sin embargo, los consejeros patrimoniales, ya

59. Aunque ambos las relaciones son anónimas, la autoría a Antonuccio y Vitale ha sido atribuida
a través del Catalogo delle storie particolari civili ed ecclesiastiche delle città e de’ luoghi
d’Italia, le quali si trovano nella domestica libreria dei fratelli Coleti in Vinegia, 1779.
60. Algunos documentos sobre el desarollo de la disputa entre las dos instituciones se mencionan
en Neglia: 1997: 366-371.
61. ASCP, Lettere e biglietti, 1041.25. s. f. El Tribunal del Patrimonio Real al senado, Palermo
5 de septiembre de 1726.
62. ASP, Real Segreteria, Incartamenti, 183, s. f. El senado al virrey, Palermo 7 de septiembre
de 1726.
63. ASP, Real Segreteria, Incartamenti, 183, s. f. El senado al virrey, Palermo 9 de septiembre
de 1726.
64. ASP, Lettere e biglietti, 1041.25 s. f.. El Tribunal de Patrimonio Real al senado, Palermo 10
de septiembre de 1726.

292
Gestionar la emergencia: redes de comunicación y políticas de intervención después del terremoto de…

que consideraban dicha suma no suficiente para las operaciones de emergencia,


pidieron al virrey utilizar los restos de la Colonna frumentaria, fondo general-
mente reservado para la compra de trigo. Debido a la urgencia dictada por la
emergencia, el virrey aceptó las solicitudes del tribunal65. En cambio, la cues-
tión, bastante delicada, se remetió al Consejo Supremo de España, al cual, de
hecho, se pidió reconsiderar las prohibiciones reales emitidas en mayo de 1722,
y reconfirmadas en octubre de 1725, sobre el uso de la Colonna frumentaria66.
Mientras tanto, el senado intentó de convencer al virrey para que recurriera
al Monte di Pietà (una institución dedicada a la administración a la concesión
de pequeños préstamos con un interés mínimo). De todas manera, el 20 de
septiembre, Portocarrero ordenó a la institución municipal que pusiera a dis-
posición la suma solicitada por el Tribunal del Patrimonio Real y al mismo
tiempo que abriera la Regia Zecca67.
Los conflictos jurisdiccionales entre las dos instituciones continuaron hasta
el año siguiente. Exhortado por el senado a tomar medidas sobre las acusaciones
difamatorias de los consejeros patrimoniales, el virrey envió en más de una
ocasión despachos mediante los cuales ordenó a estos últimos la cancelación
inmediata de los despachos. Sin embargo, la cuestión terminó solo en abril de
1727, cuando Carlos VI envió desde Viena una serie de despachos expresando
su desaprobación por el comportamiento de las dos instituciones. De hecho,
el emperador ordenó al Tribunal del Patrimonio Real la cancelación definitiva
de los dos despachos emitidos contra la institución municipal, ya que «con
improprias y ofensivas clausolas se dirigió a este Senado recomviniendole de
no aver dado las providencias que devía en el fatal acidente del teremoto»68.
Asimismo, severas advertencias fueron dirigidas al pretor y a los senadores,
sobre todo respecto a los términos irreverentes con los que se habían expresado
contra los consejeros patrimoniales69.

65. ASP, Real Segreteria, Dispacci, 730, f. 86r. El virrey al Tribunal del Patrimonio Real, Messina
13 de septiembre de 1726.
66. ASP, Real Segreteria, Incartamenti, 2481, s. f. El virrey al Consejo Supremo de España,
Messina 14 settembre 1726. La respuesta de Viena, sin embargo, llegó solo en diciembre de
1726, cuando se ordenó al senado que no usara ya el fondo de la Colonna frumentaria según
lo establecido por despachos reales emetidos en años anteriores: ASCP, Lettere e biglietti,
1041.25, s. f. El Consejo Supremo de España al virrey, Viena 28 de diciembre de 1726.
67. ASP, Real Segreteria, Dispacci, 730, ff. 90v, 91r-v. El virrey al Tribunal del Patrimonio Real,
Messina 20 de septiembre de 1726.
68. ASP, Real Segreteria, Dispacci, 731, ff. 122r-v. El virrey al Tribunal del Patrimonio Real,
Messina 8 de mayo de 1727.
69. Ibidem, ff. 122v, 123r. El virrey al senado, Messina 8 de mayo de 1727.

293
Valeria Enea

4. CONCLUSIONES
El presente estudio ha intentado examinar, sin pretensiones de ser exhaustivo,
la densa y compleja red de comunicaciones entre la comunidad sobrevivida al
desastre y las diversas instituciones locales y centrales en las semanas siguien-
tes al terremoto que afectó Palermo en septiembre de 1726. Es evidente que
la emergencia se gestionó esencialmente a nivel local, y principalmente por
el senado de la ciudad, cuya celeridad de intervención, aunque dictada por
intereses político, determinó el inicio de rivalidades que condujeron a un con-
flicto político-jurisdiccional con el Tribunal del Patrimonio Real. No obstante,
quedan por investigar las reales razones políticas del conflicto, probablemente
el resultado de hostilidades anteriores que surgieron entre los representantes
de las dos instituciones.
De todos modos, el evento también involucró a otras instituciones. El
impacto del temblor no pasó inadvertido al papa Benedicto XIII, quien el
21 de septiembre de 1726 envió una misiva a Palermo a través de la cual
delegó al arzobispo la concesión de la indulgencia plenaria y la remisión
de los pecados a quienes dentro de 15 días iba a hacer acto de penitencia en
las principales iglesias de la ciudad70. No es un caso que el evento hubiera
suscitado el interés de este pontífice, particularmente sensible a los desastres,
sobre todo a los temblores, que había sufrido personalmente en junio de 1688
en Benevento, la ciudad donde en ese momento desempeñaba el cargo de
arzobispo. De hecho, el terremoto de Palermo constituyó para el papa una
oportunidad para proclamar un jubileo extraordinario en enero de 1728, al fin
de aplacar las calamidades infligidas a los territorios de la península e islas
italianas, imponiendo la suspensión de representaciones teatrales y musicales
durante dos semanas71.
Por tanto, es evidente que la pluralidad de actores institucionales involucra-
dos después del desastre complique el cuadro político, que necesita ulteriores
análisis y profundizaciones. En cualquier caso, estos primeros resultados de una
investigación mucho más amplia han intentado resaltar aspectos hasta ahora
poco explorados, con la esperanza de ofrecer una contribución al estudio de
la gestión de la administración publica en la edad moderna con respecto a las
emergencias causadas por catástrofes naturales.

70. Mongitore, 1726: 98.


71. Tomasetti, 1872: 637-639.

294
Gestionar la emergencia: redes de comunicación y políticas de intervención después del terremoto de…

BIBLIOGRAFÍA
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296
Gestionar la emergencia: redes de comunicación y políticas de intervención después del terremoto de…

FUENTES IMPRESAS
Altra più distinta relazione dell’orribile tremuoto accaduto nella città di Palermo a
primo settembre 1726. Tradotta fedelmente da una lettera in lingua spagnola in
data delli 6 del sudetto mese pervenuta a S.Em il nostro Signor Veceré, Napoli,
Francesco Ricciardo, 1726.
Catalogo delle storie particolari civili ed ecclesiastiche delle città e de’ luoghi d’Italia,
le quali si trovano nella domestica libreria dei fratelli Coleti in Vinegia, 1779.
Journal, ou relation exacte de l’horrible et epouvantable tremblement de Terre, arrivé à
Palerme le premier du mois de septembre 1726. à 4. heures d’Italie de la nuit sui-
vante. Contenant un détail circonstancié, des ordres donnez par l’excellcntissime
senat de ladite ville, pour remedier aux maux funestes quelle a essuyé, & sécourir
promtementes infortunez Habitans. Avec une description du phenomene qui parut
en divers endroits de la Suisse, Berne, Samuel Küppfer, 1726.
Kurze Beschreibung des erschröklichen Erdbebens so den 1 September 1726 in Palermo
vorel gefallen, Wien 1726.
Mongitore, Antonio, Palermo ammonito, penitente e grato, nel formidabil terre-
moto del primo settembre 1726. Narrazione istorica, in cui si espongono i danni
cagionati dalle sue scosse; con molti memorabili avvenimenti, e nomi de’ morti:
le penitenze, e conversioni seguite; e li rendimenti di grazie per la preservazione
da maggiori rovine, Palermo, Angelo Felicella ed Antonio Gramignani, 1727.
Noticia da Destruiçao de Palermo, Cabeça do Reino de Sicilia, causada pe lo horrivel
terremoto que padeceo na noite do primero de setembro do anno de 1726, Lisboa,
Officina de Pedro Ferreyra, 1726.
Privileggi e prerogative all’eccellentissimo senato di Palemro avanzate sotto
l’augustissimo dominio della sacra Ces. Cat. Maestà di Carlo VI imperadore,
terzo re delle Spagne e di Sicilia nell’amministrazione delli signori, Palermo,
Antonino Epiro, 1724.
Ruffo, Salvatore, Istoria dell’orrendo tremuoto accaduto in Palermo la domenica,
primo giorno di settembre di quest’anno 1726, nella notte, su le ore 4 d’Italia,
Palermo, Angelo Felicella e Ignazio Magrí, 1726.
Ruffo, Salvatore, Ausführliche Nachricht Von dem erschröcklichen Erdbeben, Welches
sich zu Palermo in Sicilien, Den 1. Sept. 1726, ereignet, G. Frid. Richter Prof. P.,
Leipzig, 1727.
Ruffo, Salvatore, Terrae motu qui contigit Panorimi, nocte post Kalend. Sept. 1726,
G. Frid. Richter Prof. P., Lipsiae, 1727.
Sarnelli, Pompeo, Lettere Ecclesiastiche, Tomo Terzo, Napoli, Felice Mosca, 1702.
Vera, e distinta relazione dell’orribile tremuoto accaduto nella città di Palermo, il
primo settembre 1726. Tradotta fedelmente da una lettera scritta in lingua spag-
nuola dal principe di Resutano pretore della città di Palermo all’Em.mo signore
Vicerè di Napoli, 1726.

297
LUIS MUÑOZ DE GUZMÁN Y LA COMPLEJA
GESTIÓN DEL DESASTRE DE 1797 EN LA
AUDIENCIA DE QUITO

María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda


Universidad de Sevilla

INTRODUCCIÓN
El estudio de los fenómenos naturales y su impacto en la sociedad está siendo
priorizado durante los últimos años debido a desastres que han sorprendido a
la opinión pública por lo inesperados, como fue el terremoto y tsunami que
afectó la costa de Indonesia el 26 de diciembre de 20041, o por sus conse-
cuencias en número de víctimas como en Haití, que según las cifras oficiales
tras el terremoto del 12 de enero de 2010 superaron las 220.000 muertes2, o
los terremotos y tsunamis del 27 de febrero de 2010 en Chile, donde más del
10% de la población del país quedó damnificada3, o el 11 de marzo de 2011 en
Japón, donde además de los cuantiosos daños materiales producidos, tuvieron
un saldo de más de 20.000 fallecidos4; este último dato asombró bastante ya

1. González, Marta y Figueras, Sara, «El tsunami de Sumatra del 26 de diciembre de 2004»,
Enseñanza de las Ciencias de la Tierra, 13-1 (2005), pp. 2-14.
2. Informe de la Junta de Andalucía, Desde el tsunami del Índico hasta el terremoto de terremoto
de Haití: aciertos, fallos y lecciones aprendidas de la acción humanitaria en la respuesta a
desastres naturales de gran magnitud, 2016, p. 13.
3. Ver en Contreras, Manuel y Winckler, Patricio, «Pérdidas de vidas, viviendas, infraestruc-
tura y embarcaciones por el tsunami del 27 de febrero de 2010 en la costa central de Chile»,
Obras y Proyectos, 14 (2013), pp. 6-19 y Tapia Zavicueta, Ricardo, Terremoto de 2010 en
Chile y vivienda social: resultados y aprendizajes para recomendación de políticas públicas
(tesis doctoral en red), Escuela Técnica Superior de Arquitectura, Universidad Politécnica de
Madrid, 2015, p. 44.
4. Shibayama, T. y otros, «Implicaciones del tsunami de Tohoku del año 2011 para la gestión de
desastres naturales en Japón», Obras y Proyectos, 11 (2012), p. 12.
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda

que se suponía que la sociedad nipona era una de las más preparadas del mundo
para dar una respuesta eficiente a este tipo de fenómenos naturales.
Estas catástrofes nos demuestran lo vulnerable que sigue resultando la
sociedad del siglo veintiuno y lo poco prevenida que está, a pesar de que estos
sucesos se han repetido una y otra vez a lo largo de la historia de la Humanidad.
Si se analiza el pasado para identificar la forma en que las personas resol-
vieron o no las consecuencias de algunas catástrofes extremas en territorios
de la Monarquía hispánica destaca el desastre combinado de 1797 que afectó
a un vasto territorio del Virreinato de Nueva Granada, especialmente Quito y
Riobamba5; por su gran impacto territorial este suceso ha cobrado relevancia en
los últimos años, y por este motivo se le han dedicado investigaciones mono-
gráficas, sin embargo, los detalles de la participación de los agentes locales
en la gestión no se han estudiado de forma pormenorizada, y quizá, solo se
conoce algo de las acciones del presidente de la Audiencia de Quito en funcio-
nes durante la catástrofe, Luis Muñoz y Guzmán, pero sin aclarar exactamente
cuáles fueron sus decisiones y las dificultades a las que se enfrentó.
En esta investigación se destacan especialmente los problemas políticos que
ya se experimentaban desde los años anteriores al terremoto del 4 de febrero de
1797, un acontecimiento que hizo colapsar el entramado de contactos e influen-
cias de los miembros de la Audiencia de Quito, poniendo en evidencia las redes
clientelares que funcionaron durante los meses posteriores a la catástrofe hasta
la llegada del barón de Carondelet en enero de 17996. Es preciso recordar que
antes del desastre Luis Muñoz y Guzmán ya sabía que dejaba su cargo como
presidente de la Audiencia, aunque aún no de forma oficial, y seguramente,
este debió ser un elemento que aprovecharon sus detractores para deslucir su
período como máxima autoridad en la región.
Además, se destaca el hecho poco conocido del papel relevante que tuvo
su esposa, María Luisa de Esterripa, quien utilizó sus contactos con la Reina
María Luisa de Parma para intentar garantizar una salida política digna para
su marido en un momento de cuestionamiento a nivel local de su desempeño
como funcionario de la Corona; a pesar de su inminente regreso a España por el

5. Petit-Breuilh, M.ª Eugenia, «“Y se desencajó la tierra de su estado natral”: efecto de los desas-
tres combinados en Quito y alrededores entre febrero y mayo de 1797», Dossier Terremotos,
historia y sociedad en Hispanoamérica, Temas Americanistas, 44, junio (2020), pp. 149-174.
Realizando esta investigación, surgió el interés por los gestores del desastre ya que en el con-
tenido de los documentos eran evidentes los conflictos políticos, sociales y económicos entre
los funcionarios de la Corona en los distintos niveles de la administración regional y local.
6. Medina, José Toribio, Diccionario biográfico colonial de Chile, Imprenta Elzeviriana,
Santiago de Chile, 1906, p. 562.

300
Luis Muñoz de Guzmán y la compleja gestión del desastre de 1797 en la audiencia de Quito

puerto de Lima (Callao), al parecer de forma inesperada y al final de su carrera,


llegó su nombramiento como gobernador del Reino de Chile.
En esta investigación se plantea que el cuestionamiento a nivel local de Luis
Muñoz y Guzmán como presidente de la Audiencia de Quito quedó en evidencia
en los informes que se generaron a partir del desastre ocasionado por el terre-
moto del 4 de febrero de 1797, donde varios personajes de la administración
aprovecharon este suceso catastrófico para movilizar a distintas personas afines
con el objetivo de legitimar estas denuncias ante la administración central.
Según los documentos de archivo consultados, estos conflictos estaban pre-
sentes mucho antes del 4 de febrero de 17977 y a medida que se desarrolló este
trabajo quedaron claros los bandos de amigos y enemigos con los que contaba
este funcionario real. Estas situaciones afectaron de forma clara en la toma de
decisiones durante y después de la catástrofe ocasionada por el terremoto y
otros procesos asociados.
El estudio de los detalles de las acciones que se decidieron desde el gobierno
local (audiencia, corregimientos, cabildos y asientos) durante y tras esta crisis
ha sido posible gracias a las opiniones y antecedentes que fueron escritos por
funcionarios cercanos al presidente y de esta forma hemos realizado un análisis
de sus ideas y posibles filiaciones. El hecho de que fueran personas del entorno
del poder, no significa que estuvieran de acuerdo con su forma de proceder;
o al menos en la documentación se rastrean conflictos que se intentarán dilu-
cidar. Precisamente, las críticas a su labor y los procedimientos asumidos en
este momento de desastre generalizado fue lo que motivó esta investigación.
A lo anterior se une el interés por analizar en qué medida las actuaciones
del quehacer cotidiano de los funcionarios reales estaban en sintonía con los
planes de la administración borbónica con respecto a los territorios ultramari-
nos, donde las nuevas estrategias tendientes a mejorar los sistemas comerciales8
se intentaron articular con los cambios de mentalidad que se experimentaban
en esta sociedad; en este sentido, aún a finales del siglo xviii las personas
podían variar desde estar aferrados a las tradicionales ideas providencialistas
para explicar los suceso extremos hasta tener una mentalidad más marcada por
la racionalidad en la toma de sus decisiones, o incluso, presentar sin aparente
contradicción una mezcla de ambas.
Una vez vistos los datos conservados en los archivos sobre este suceso,
llama la atención el hecho de que la historiografía de los siglos xix y xx tratan

7. Archivo General de Indias– AGI, Quito, 251; Quito, 403 y Estado, 72, entre otros legajos.
8. Campillo y Cossío, Joseph del, Nuevo sistema de gobierno económico para la América: con
los males y daños que le causa el que hoy tiene, de los que participa copiosamente España; y
remedios universales para que la primera tenga considerables ventajas, y la segunda mayores
intereses, Imprenta de Benito Cano, Madrid, 1789, 297 págs.

301
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda

con bastante benevolencia la figura de Muñoz y Guzmán, incluso le describen


como un buen gobernante sin discutir apenas sus acciones. Así, en 1894, en la
publicación de la Historia general del Ecuador, tomo quinto, el investigador
Federico González Suárez realizó una descripción detallada de los sucesos de
1797, aunque su estilo conservador propio de la época, hizo que no cuestionara
a los funcionarios reales y llegó a decir que «fue un buen magistrado; era serio,
de costumbres muy morales y justiciero … su afán por el bien de la colonia
fue el que podía tener un caballero español pundonoroso para con un país»9.
Con todo, los hechos que relata fueron consultados en fuentes documentales
del Archivo General de Indias, Archivo de la Real Academia de la Historia y
archivos locales ecuatorianos, por lo que no pueden dejarse de lado.
Por su parte, Diego Barros Arana, en el tomo VII de su Historia Jeneral de
Chile, también destaca la gestión de Muñoz y Guzmán como positiva, aunque
reconoce que no sabe muchos detalles de él durante su periodo como presidente
de la Audiencia de Quito10.
A finales del siglo xx, el investigador Jorge Núñez Sánchez11 realizó diver-
sos estudios monográficos sobre la ruina de Riobamba 1797 y desastre en
Quito, cuestionando la figura de este alto funcionario de la Audiencia, dando
una versión distinta de su persona y de quienes le rodearon, comparándola con
la historia tradicional.
En la actualidad, uno de los investigadores que más ha escrito sobre este
suceso es José Egred con varias publicaciones y un libro en el año 200012; con
todo, su perspectiva más centrada en el terremoto de 1797 y sus consecuencias
ha tenido un desarrollo destacado en su obra. Recientemente (2020) yo misma,
realicé un estudio sobre los procesos combinados que se conjugaron en 179713,
donde el análisis de la documentación me motivó a realizar este trabajo con
nuevas preguntas de investigación.
Las interrogantes que surgen en torno a la figura de Luis Muñoz de Guzmán
son varias, como ¿qué papel tuvo su esposa durante toda su carrera política?,
¿se cuidó de no enfadar a la Corona al evitar gastar el dinero de la Hacienda
Real para ayudar a sus vecinos?, ¿conspiró durante su mandato para colocar en

9. González Suárez, Tomo quinto, p. 394.


10. Barros Arana, Diego, Historia Jeneral de Chile, tomo VII, Rafael Jover editor, Santiago de
Chile, 1886, pp. 237-243.
11. Núñez Sánchez, Jorge, El cataclismo de 1797, Universidad Estatal de Bolívar, Quito,1995,
88 págs.
12. Egred, José, El terremoto de Riobamba, tomo 2, Ediciones Abya-Yala. Quito, 2000.
13. Petit-Breuilh, M.ª Eugenia, «Y se desencajó la tierra de su estado natural»: efecto de los
desastres combinados en Quito y alrededores entre febrero y de mayo de 1797, Temas
Americanistas, 44, 2020, pp. 149-174.

302
Luis Muñoz de Guzmán y la compleja gestión del desastre de 1797 en la audiencia de Quito

buenos cargos a sus amigos y familiares?, como en febrero de 1797 sus detrac-
tores tenían la seguridad de que se marcharía ¿vieron el momento propicio para
perjudicarle y vengarse de él por rencillas del pasado? Y tal vez, un asunto algo
más difícil de comprobar en este trabajo es si ¿todo el conflicto de poder se
debe desde sus orígenes a la práctica de la compra de cargos, específicamente
el de la Presidencia de Quito?
El marco teórico se ha basado en estudios de la historia sociocultural donde
importan especialmente los sujetos históricos y sus actuaciones en un contexto
determinado, por esta razón se ha puesto especial atención al comportamiento
de los líderes locales o gestores de esta catástrofe para analizar cómo se desem-
peñaron ante distintos acontecimientos; para poder entender estas relaciones de
poder, durante el desarrollo de esta investigación se han cruzado los datos de
los documentos consultados con el fin de contrastar la información y obtener
una idea de lo que ocurrió realmente tras el desastre combinado de 1797 en el
Virreinato de Nueva Granada y que afectó especialmente a una parte importante
del territorio de la Audiencia de Quito.
Creemos que el estudio histórico de los desastres nos lleva a realizar una
historia total14, ya que el examen crítico de los efectos de este proceso combi-
nado ocurrido en el Virreinato de Nueva Granada en febrero de 1797 nos obliga
a efectuar una revisión global de las variables que estuvieron involucradas en
la catástrofe, así como en el tiempo de recuperación. Lo anterior está muy en
sintonía con los nuevos enfoques historiográficos.
El proceso metodológico para desarrollar esta investigación se realizó
mediante un análisis crítico de las fuentes documentales, contrastando los datos
para identificar aquellas versiones que más se acercaran a la verdad, en ese sen-
tido se hicieron tablas y esquemas de relaciones entre distintos personajes de su
entorno; también, se tradujeron los conceptos antiguos a un lenguaje científico
actual con el fin de darle un mayor valor a la información histórica utilizada15,
especialmente cuando nos referimos a los fenómenos naturales. Se consultaron
documentos conservados en el Archivo General de Indias, Archivo General de
Simancas, Biblioteca Nacional de España, Biblioteca Digital CCE-Benjamín

14. Esta no es una idea original, ya que Henri Berr (1863-1954) planteó el concepto de Historia
total en el marco de «Annales», con el fin de estudiar la historia poniendo énfasis en los
problemas contextuales y colectivos; desde hace algunos años, el Dr. Armando Alberola nos
ha hecho reflexionar sobre esta perspectiva y lo ha expresado en varios congresos y reuniones
especializadas en el estudio de los desastres y el clima.
15. Petit-Breuilh, M.ª Eugenia, «La investigación histórica sobre la actividad volcánica de la
Edad Moderna en Hispanoamérica» en Alberola, Armando (Coord.) Clima, Naturaleza y
Desastre. España e Hispanoamérica durante la Edad Moderna, Universidad de Valencia,
Valencia, 2013, pp. 169-191.

303
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda

Carrión (Ecuador), las Relaciones Geográficas de Quito16 y distinta bibliografía


especializada en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla.
A pesar de que se han investigado legajos y documentos que han sido estu-
diados por otros historiadores hemos procurado hacer una lectura distinta y se
han realizado preguntas de investigación relacionadas con el funcionamiento
de las redes clientelares que actuaron durante la época del desastre en Quito en
1797 hasta la llegada a este territorio del barón de Carondelet en enero de1799.
Para concluir la introducción, esta investigación se enmarca también en el
llamado que se hizo en la Conferencia Mundial sobre la Reducción de Desastres
de las Naciones Unidas en Kobe (Japón, 2005)17. En esta reunión internacional
se puso un especial énfasis en la importancia de la gestión de los desastres y en
el análisis de la capacidad de respuesta de las poblaciones; pensamos que es
bastante interesante conocer situaciones reales del pasado para extraer apren-
dizajes y reflexionar al respecto.

ANTECEDENTES GENERALES Y SITUACIÓN DE LA AUDIENCIA


DE QUITO EN 1797
En 1560, a solo 26 años de su fundación y asentamiento definitivo, el Cabildo
de Quito estimó que era necesario solicitar a la administración colonial la
creación de una Real Audiencia para conseguir una cierta forma de autonomía
con relación al Virreinato de Lima, al que había pertenecido desde su creación
en 1541. Esa fue una época compleja de guerras y traiciones entre los propios
españoles. Finalmente, el 29 de agosto de 1563, Felipe II creó la Real Audiencia
de Quito mediante una Real cédula18.
A este nuevo espacio administrativo se hallaban adscritas varias goberna-
ciones; sin duda, la más importante era la de Quito, a la que se encontraban
subordinadas –en el aspecto judicial– las gobernaciones de Esmeraldas, Quijos,
Jaén, Mainas, Popayán y Pasto. Posteriormente, en el siglo xviii se crearon las
gobernaciones de Cuenca y Guayaquil. Los principales corregimientos de la
Real Audiencia de Quito fueron: Otavalo, Ibarra, Quito, Tacunga (Latacunga),
Riobamba, Chimbo, Cuenca y Loja en la sierra, y Guayaquil en la costa. Dentro
de la administración colonial las audiencias eran territorios delimitados; lo más

16. Ponce Leiva, Pilar, Relaciones histórico-geográficas de la Audiencia de Quito: S. xvi-xix,


tomo II, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1992, 833 págs.
17. Naciones Unidas Informe de la Conferencia Mundial sobre la Reducción de los Desastres
Naturales, Kobe, Hyogo, Japón, 2005, 44 págs.
18. Pinelo, León y Juan de Solórzano, Recopilación de las Leyes de los Reynos de las Indias y
sancionada por el rey Carlos II de España en 1680 para regir en los territorios de la América
Hispana, Libro II, título XV, Ley X. Audiencia y Chancillería de San Francisco de Quito.

304
Luis Muñoz de Guzmán y la compleja gestión del desastre de 1797 en la audiencia de Quito

relevante de este cuerpo del gobierno era su capacidad para ejercer el poder
judicial y también político. Sus miembros eran denominados oidores y debían
ser personas académicamente formadas, el poder político estaba representado
en el presidente.
Con la llegada de los borbones a la Monarquía hispánica se realizaron
algunas modificaciones territoriales en la América española, dentro de ellas, en
1717 se estableció que la Audiencia de Quito quedaría anexada al Virreinato de
Santa Fe de Bogotá en la Cédula Real del 27 de mayo, al que perteneció hasta
que en 1720 volvió a ser incorporada al Virreinato de Lima para, finalmente,
en 1739 pasar a formar parte –de manera definitiva– de Nueva Granada (Santa
Fe de Bogotá). En 1790, estaba constituida por «un presidente, un regente, 4
oidores y un fiscal»19. Se destaca que, en una región marginal de la Monarquía,
casi periférica o incluso fronteriza desde el punto de vista administrativo, la
figura de los presidentes siempre fue notable.
En este contexto, Luis Muñoz y Guzmán fue nombrado comandante gene-
ral de Quito y presidente de su Audiencia en 1791 y su toma de posesión la
hizo en Quito el 13 de junio de ese año20; según los escritos del siglo xix y xx,
este funcionario destacó por su «espíritu ilustrado y progresista»21: fomentó el
desarrollo del comercio, de la industria, mejoró la administración de las rentas
públicas22, organizó la Universidad de Santo Tomás, se ocupó del servicio
de la Casa de Recogidas y del hospital y fundó una sociedad de literatos23.
Sin embargo, en 1796 su mujer, María Luisa Esterripa y Rameri, solicitó el
relevo de su marido para volver a España con una hija de cuatro años24. En
ese momento de transición mientras esperaban su marcha oficial de Quito,
ocurrió el terremoto del 4 de febrero de 1797 y se vio en la obligación de
gestionar una gran catástrofe para socorrer a las víctimas y remediar los daños
causados. El 7 de febrero de 1799 entregó el mando a su sucesor, el barón de
Carondelet25. Cuando la familia se disponía a regresar a la metrópoli su viaje

19. «Descripción compendiosa de las provincias de Quito sujetas al Virreinato de Santa Fe de


Bogotá o Nuevo Reino de Granada» fechado en Guaranda, 11 de octubre de 1790 en Pilar
Ponce Leiva (edit.) Relaciones geográficas del Reino de Quito, tomo II, Consejo Superior
de Investigaciones Científicas, Madrid, 1992, p. 703.
20. Archivo General de Simancas (AGS) SGU, leg. 7056, 25, f. 215r. Luis Muñoz y Guzmán,
toma de posesión.
21. Barros Arana, Diego, op. cit., p. 237.
22. Una actividad que era prioritaria para los borbones en esta época.
23. Medina, José Toribio, Diccionario biográfico colonial de Chile, Imprenta Elzeviriana,
Santiago de Chile, 1906, p. 562.
24. AGI, Estado, 72, n.º 17. «Memorial de María Luisa Esterripa, Quito, 21 de agosto de 1796.
25. Campos, Francisco, Compendio histórico de Guayaquil desde su fundación hasta el año de
1820, Imprenta de Artes y Oficios Filantrópica, Guayaquil, 1894, p. 162.

305
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda

se detuvo en Lima por la inseguridad que ofrecía la situación de guerra con


Gran Bretaña, y justo en esas semanas de espera, Muñoz y Guzmán recibió el
nombramiento como gobernador y capitán general de Chile, expedido por el
Rey el 9 de marzo de 180126, cargo que desempeñó hasta su fallecimiento el
11 de febrero de 180827.
Por su parte, el barón de Carondelet, que ejerció la presidencia de esta
Audiencia entre febrero de 1799 y 1806, pidió a la metrópoli que esta se con-
virtiera administrativamente en Capitanía General, independiente de Lima
y de Santa Fe. En este marco político se llegó a plantear que Guayaquil se
transformara en la capital de este nuevo territorio en vez de Quito, más bien
por cuestiones estratégicas «porque era preciso que, al formarse la Capitanía
General, esta quede demarcada por el desierto de Piura, en conformidad con la
Real Cédula por la que se erigió la Audiencia de Quito»28. Todos estos cambios
y propuestas ocurrieron en una época donde a través de las reformas borbóni-
cas se estaban promoviendo los emplazamientos que consiguieran mejorar el
comercio y las comunicaciones.

LOS INDÍGENAS Y LOS HACENDADOS: REBELIONES Y


CONFLICTOS
En el Virreinato de Nueva Granada, los conflictos con las comunidades indí-
genas, castas y mestizos en general venían enfrentando desde hacía décadas a
distintos colectivos con la administración colonial, justificadas generalmente
por la aplicación de las reformas borbónicas en los distintos territorios29. Todo
esto se agudizó durante la segunda mitad del siglo xviii y se ejemplifica en
los casos de 1765 cuando se organizó una importante revuelta popular que
pretendía ocupar la ciudad de Quito. Años más tarde, ocurrió algo similar con
el movimiento Comunero en 1780 cuyos líderes se organizaron emulando los

26. AGI, Quito 403, «Razón jeneral o descripción del terremoto del 24 de febrero de 1797, 20 de
noviembre de 1797 (ms.)»; Reglamento para el gobierno económico del hospicio de pobres
de la ciudad de Santiago, capital del Reyno de Chile, Real Imprenta de Niños Expósitos,
Buenos Aires, 1803. Barros Arana, Diego, op. cit., p. 238.
27. Medina, José Toribio, op. cit., p. 562.
28. Jaramillo Alvarado, Pío, La Presidencia de Quito, Tomo II, Editorial El Comercio, Quito,
1939, p. 644.
29. Petit-Breuilh, M.ª Eugenia, «La imagen de los indígenas y mestizos rebeldes americanos en
la mentalidad hispana a fines del Antiguo Régimen» en González Cruz, David (dir.) Pueblos
indígenas y extranjeros en la Monarquía Hispánica: la imagen del otro en tiempos de guerra,
siglos xvi-xix, Sílex ediciones, Colección Sílex Universidad, Madrid, 2011, pp. 283-302.

306
Luis Muñoz de Guzmán y la compleja gestión del desastre de 1797 en la audiencia de Quito

tumultos andinos liderados por Túpac Amaru II, y que consiguieron poner en
una situación bastante comprometida a la administración hispana30.
En este sentido, los habituales problemas de los españoles con las comu-
nidades indígenas y castas en general, empeoraron especialmente durante la
segunda mitad del siglo xviii y nunca llegaron a resolverse del todo, existiendo
una importante resistencia entre estos grupos. Por eso, no fue extraño que dentro
del conjunto de noticias que recibió Muñoz y Guzmán sobre las consecuencias
del desastre de 1797 en Riobamba, estaba el hecho de que tras el terremoto
del 4 de febrero los «indios se acuadrillaron para robar lo que hallasen en los
trozos que han quedado de pueblo»31.
Lo anterior explica las tensiones que existían entre los indígenas y habi-
tantes de las zonas rurales y los hacendados y ganaderos de este territorio, ya
que llevaban décadas de altercados. Después de esta aclaración se entiende
el uso que hicieron algunos ganaderos del estereotipo negativo que pesaba
sobre los naturales, para culparles de la sustracción de varios animales tras el
desastre, con el fin de conseguir apoyo de la administración para perseguirlos
e incriminarles, presuntamente con falsedades. Por su parte, algunos indíge-
nas también aprovecharon el momento de debilidad de los hispanos afectados
por la ruina provocada por los distintos procesos naturales combinados para
organizar revueltas y seguir protestando por una mayor libertad; los pueblos
originarios de esta región reclamaban por la represión que según ellos, ejercía
la administración colonial, argumentando que la «naturaleza» les ayudaba en
su venganza contra aquellos que estaban usurpando sus tierras32.
Cuando se produjo el terremoto y especialmente los derrumbes de ladera en
las zonas rurales, la mayoría de ellos en las faldas del volcán Tungurahua, como
en el corregimiento de Ambato, muchos hacendados se vieron perjudicados en
sus cosechas o sus ganados o murieron como consecuencia de estos fenómenos
naturales. En los documentos de la época se registran las importantes pérdidas
materiales ocasionadas, señalando que las grandes grietas producidas en el
terrero se «habrían tragado haciendas enteras», según indicó el presidente de
la Audiencia el 20 de febrero en su informe al Rey33. El mismo reflexionaba

30. Petit-Breuilh, M.ª Eugenia, «La sublevación de Túpac Amaru de 1780 en la propaganda
americana y peninsular: un caso de utilización histórica» en González Cruz, David (dir.)
Represión, tolerancia e integración en España y América. Extranjeros, esclavos, indígenas
y mestizos durante el siglo xviii, Doce Calles, Madrid, 2014, pp. 291-318.
31. AGI, Estado, 72, n.º 27, f. 6r. «Estragos producidos por el terremoto de Quito. Erupciones
volcánicas, 20 de febrero de 1797».
32. Petit-Breuilh, M.ª Eugenia, Naturaleza y desastres en Hispanoamérica. La visión de los
indígenas. Madrid, Sílex ediciones, Colección Sílex Universidad, 2006, pp. 122-127.
33. AGI, Estado, 72, n.º 27 y AGI, Quito, 403.

307
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda

sobre lo ocurrido al recordar los testimonios del citado macizo ígneo, realizados
por el naturalista Antonio de Pineda34, cuando había reconocido importantes
depósitos volcánicos y zonas con actividad geotermal35.
Se destaca que algunos hacendados tuvieron un papel fundamental en la
gestión del desastre ya que por propia iniciativa organizaron a sus trabajadores
para intentar solucionar los daños provocados por la suma de fenómenos natu-
rales que se sucedieron durante semanas e incluso meses tras el 4 de febrero de
1797. Ejemplo de este tipo de actitud fue la de José Egñez, habitante de la loca-
lidad de Iziña donde se había formado un lago temporal como producto de los
derrumbes de ladera sobre distintos ríos. Para evitar el desagüe descontrolado
puso a excavar a sus trabajadores para mitigar los efectos de la inundación y
realizar una evacuación controlada del agua retenida36. La respuesta temprana
en situaciones de desastres, antes y hoy, estará dada por la rapidez de acción de
personas individuales o de la administración. En esta época no existían planes
de emergencia como hoy los concebimos y sería injusto pedir que los tuvieran
considerando que, con todo el conocimiento actual de este tipo de sucesos,
hay muchas localidades con alta vulnerabilidad y riesgo que no hacen nada al
respecto.

EL DESASTRE COMBINADO DE 1797


Como hemos expresado en otros estudios, «es preciso reflexionar que la ruina
y miseria de un territorio difícilmente es la consecuencia de solo un proceso
negativo, en este sentido hay que reconocer que los informes sobre los efectos
del terremoto y procesos combinados que rodearon el año de 1797 y posteriores,
solo fueron el detonante de una realidad subyacente»37; incluso desde la primera
mitad del siglo xviii se reseñan años de precariedad, y desde mediados de esta
centuria, se hicieron mucho más fuertes los movimientos sociales justificados,
en ese momento, por la aplicación de una serie de reformas de la administración
de los borbones. En este ambiente destacan los levantamientos indígenas de
1757, los de 1765 y por supuesto, toda la movilización comunera de 1780 hasta
llegar a la época de las independencias (1814 en adelante)38.

34. El naturalista Antonio Pineda fue miembro de la expedición de Alejandro Malaspina
entre 1789 y 1794 y una de sus actividades fue recorrer las inmediaciones de los volcanes
Tunguragua y Chimborazo. H. Unanue, «Elogio histórico del señor don Antonio Pineda y
Ramírez» en El Mercurio Peruano, t. IX (1793).
35. AGI, Estado, 72, n.º 27, f. 4v.
36. AGI, Quito 403, «Informe del Presidente de Quito sobre el terremoto que acaeció la mañana
del 4 de febrero de 1797, Quito, 20 de febrero de 1797».
37. Petit-Breuilh, M.ª Eugenia, «Y se desencajó la tierra de su estado natural» … op. cit., p. 171.
38. Petit-Breuilh, M.ª Eugenia, «La imagen de los indígenas y mestizos» … op. cit., p. 286-289.

308
Luis Muñoz de Guzmán y la compleja gestión del desastre de 1797 en la audiencia de Quito

Hay que recordar también la guerra hispano-británica de 1797 que atrajo


hasta el litoral americano «piratas y contrabandistas a las costas de Guayaquil
que perjudicaron especialmente la llegada de alimentos hasta la tierra; del
mismo modo, se limitó el mercado interno que existía en la zona y se restringió
de forma considerable la capacidad de apoyo logístico del territorio del interior
como eran Quito y Riobamba»39.
Cuando se describe este terremoto, en la mayoría de los documentos se
señala lo «increíble que fue el trastorno de las cordilleras, de modo que todo
el terreno contenido entre los volcanes Cotopaxi, Tunguragua y Macas40, ha
trastornado su faz»41. Haciendo referencia no solo a las consecuencias del
seísmo de gran magnitud, sino a las erupciones volcánicas, aluviones de lodo
y derrumbes que a su vez generaron represamientos de ríos e inundaciones en
varios lugares de la Audiencia (fig. 1).

Figura 1: AGI, Mapas y planos, Panamá 221. Mapa de los ríos detenidos hasta hoy 28 de
febrero desde el 4 de mismo, 1797. Firmado por Juan de Dios Morales y Bernardo de Saona.

39. Petit-Breuilh, M.ª Eugenia, «Y se desencajó la tierra de su estado natural» … op. cit., p. 171.
40. El volcán Macas es el conocido actualmente como volcán Sangay.
41. AGI, Estado, 72, n.º 27, f. 1v. «Estragos producidos por el terremoto de Quito. Erupciones
volcánicas, 20 de febrero de 1797».

309
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda

La devastación fue muy extensa y la mayoría de los pueblos quedaron


arruinados o sepultados bajo los escombros o los derrumbes; esto trajo como
consecuencia la muerte de un gran número de personas de la zona42, posi-
blemente unas 20.000 en total. La destrucción de los caminos perjudicó la
comunicación y el mismo Presidente reconocía al Rey que hasta el día 14 de
febrero no pudo saber los detalles de lo ocurrido en Riobamba, donde el des-
plome de los edificios y los daños causados por los deslizamientos de ladera
dejaron damnificada a la citada ciudad y sus alrededores y muchos muertos
«dicen haber quedado vivos como la octava parte de la nobleza y una mitad
de la plebe»43.
La comunicación también se vio obstaculizada con el puerto de Guayaquil
debido a derrumbes en la cuesta de San Antonio, por lo que las noticias no
eran demasiado claras; en su informe al Rey, Muñoz y Guzmán aventuraba
que sabiendo que el río de aquella ciudad recogía las aguas de la cordillera,
era posible que hubieran padecido alguna inundación44.

EL PRESIDENTE DE LA AUDIENCIA LUIS MUÑOZ DE GUZMÁN


Y SU CUESTIONAMIENTO EN 1797: ¿MANIPULACIÓN O
REALIDAD?
El estudio del desastre que afectó a gran parte de la Audiencia de Quito en
1797 no solo nos permite conocer la sucesión de los fenómenos naturales que
produjeron daños importantes a la población y a sus actividades económicas,
sino que también revela una serie de conflictos entre personas que ocupaban
distintos cargos en la administración colonial, ya estuvieran destinados a esta
institución o formaran parte de los cabildos como Quito o Riobamba o de los
encargados de los diferentes corregimientos y asientos de la región.
Lo primero que llama la atención en las fuentes de esta catástrofe, son
las informaciones que se remitieron a la metrópoli, algunas en las mismas
fechas, ya sea al Consejo de Indias, especialmente al ministro Eugenio Llaguno,
al ministro Manuel Godoy o directamente al Rey Carlos IV, explicando la
secuencia de los acontecimientos. Las primeras cartas que salieron desde Quito
no fueron firmadas por el presidente, ya que éste, según indicaron algunos,
sabiendo que sería relevado de su cargo, estaba más despreocupado por los
asuntos de la administración y pasaba unos días con su familia en el pueblo del

42. AGI, Quito, 403. Los datos señalan unos 12.553 muertos, pero seguramente esa cifra fue
mucho mayor.
43. AGI, Estado, 72, n.º 27, f. 2v. «Estragos producidos por el terremoto de Quito. Erupciones
volcánicas, 20 de febrero de 1797».
44. AGI, Estado, 72, n.º 27, f. 2v y 4r.

310
Luis Muñoz de Guzmán y la compleja gestión del desastre de 1797 en la audiencia de Quito

Quinche, precisamente ese 4 de febrero de 179745; él mismo le informa al Rey


que solo pudo regresar a Quito el «jueves 9 del actual (febrero)»46.Otros sin
embargo, afirman que estaba en Quinche cumpliendo una promesa por la recu-
peración de su mujer, tras una fiebres altas que les hicieron temer por su vida47.
Para comprender esta falta de lealtad que se verifica en cartas e informes
por parte de algunos oidores y otras personas cercanas a la administración local,
hay que remontarse al año 1794, fecha en la que Luis Muñoz y Guzmán fue
denunciado al Consejo de Indias por dos regidores del Cabildo de la ciudad
por supuestos «manejos corruptos»48. Este proceso siguió su curso hasta que el
propio virrey Ezpeleta le amonestó en 1796 en «prevención oficial de irregu-
laridades comprobadas»49. Tal vez, al verse con evidencias reales en su contra
comenzó todo un movimiento epistolar con miembros de la Corte con el fin
de ser relevado de su cargo como presidente de la Audiencia de Quito tratando
de salir lo menos perjudicado posible; en esta etapa su esposa, María Luisa
Esterripa, tuvo un protagonismo que ha sido poco estudiado.
Sin duda, su situación en Quito para él y sus familiares era incómoda y solo
se mantenía en su cargo a la espera de la llegada del nuevo presidente que le
reemplazaría, Luis Héctor de Carondelet, quien no tomó posesión efectiva hasta
el 20 de enero de 179950. Por lo tanto, en este ambiente de desconfianza hacia
su persona, con pleitos abiertos con algunos de los miembros del Cabildo, al
menos dos espías dentro de la propia Audiencia y las miradas en sus acciones
vigiladas por el virrey Ezpeleta era bastante probable que este escenario afec-
tara de forma significativa a la gestión del desastre que es lo que nos ocupa en
esta investigación.
Es preciso señalar que ya en enero de 1797 se había declarado en Quito
una gran sequía, por este motivo se organizaron una serie de ceremonias en el
pueblo de Quinche, para que la virgen intercediera por ellos siguiendo las cos-
tumbres providencialistas51. Es posible que el hecho de que Muñoz y Guzmán
se encontrara fuera de Quito el 4 de febrero le restara margen de movimiento,
ya que otros miembros de la Audiencia realizaron detallados informes al Rey
y al Consejo de Indias informando de lo sucedido, saltándose la autoridad del

45. González Suárez, Federico. Tomo V, p. 393.


46. AGI, Estado, 72, n.º 27, f. 6v.
47. AGI, Estado, 72, n.º 31, f. 1v.
48. AGI, Quito 250 en Núñez Sánchez, Jorge, El cataclismo de 1797, Universidad Estatal de
Bolívar, Quito, 1995, pp. 31 y 32.
49. Ibídem, p. 34.
50. Campos, Francisco, Compendio histórico de Guayaquil desde su fundación hasta el año de
1820, Guayaquil, Imprenta de Artes y Oficios Filantrópica, 1894, p. 162.
51. AGI, Estado, 72, n.º 27, f. 1r.

311
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda

presidente en funciones. Es más, hasta el 20 de febrero éste no pudo hacer un


informe completo de los hechos y se lo dirigió directamente al Rey52 cuando
señaló: «el día 4 de este mes entre siete y ocho de la mañana, hubo un temblor
de tierra en esta Provincia, de la duración de tres a quatro minutos»53.
Llama la atención que durante esos casi 6 días de ausencia, por encontrarse
en Quinche, personas de la comunidad, parece que contrarios a él, empren-
dieron una serie de estrategias para condicionar su conducta, o al menos es
lo que quiere dar a entender cuando al llegar a la capital se encontró con que
habían organizado una colecta para ayudar supuestamente a los damnificados,
pero recaudaron tan poco dinero –400 pesos de limosna54– que se quejó al Rey
señalando que la población esperaba que él «abriese las Reales Cajas de su
Caudal una Caridad general en todos los Pueblos que habían experimentado
los efectos de la justa providencia divina»55.
Debido a estas presiones, y antes de tomar una decisión, se documentó
en los Libros de Asientos para saber lo que había hecho la administración en
calamidades pasadas y comprobó que el Rey nunca había realizado gastos con
los dineros de la Hacienda Real, por lo tanto, él no iba a comenzar nuevos pro-
tocolos. Lo que hizo fue organizar a todas las instancias locales para retomar
ese poder que se le escapaba de las manos al estar fuera de Quito desde el 4 de
febrero56. De este modo, y a través de la Junta de Tribunales convocada por él,
el 10 de febrero consiguió el apoyo suficiente para restablecer los recursos de
las zonas menos afectadas y no tener que «tocar el Sagrado Caudal de SM»57.
De esta forma, señaló que todo el plan para ocupar los dineros del Rey quedó
finalmente sin fundamentos.
Unas semanas más tarde, en un nuevo informe al Rey, el presidente le
señalaba lo irregular que le pareció la recaudación de limosna encomendada por
Lucas Muñoz y Cubero a Juan de Dios y Morales; con todo, le indica al monarca
que tampoco «le ha sorprendido … ya que desde mi ingreso a este mando: su
conducta me ha manifestado siempre la imposibilidad de desempeñar confianza
alguna». Es interesante indicar que se aporta un dato relevante, cuando explica
las razones que tuvo para prescindir en 1793 de Juan de Dios y Morales en su
cargo de Oficial primero provisional de la Secretaría de la Subdelegación de

52. AGI, Estado, 72, n.º 27 y AGI, Quito, 403.


53. AGI, Estado, 72, n.º 27, f. 1r.
54. AGI, Quito, 403. Carta n.º 118. «El presidente de Quito continúa dando parte a S.M. de los
resultados del terremoto experimentado el 4 de febrero próximo pasado y de las providencias
que continuadamente ha tomado con este motivo, fechada en Quito, 21 de marzo de 1797».
55. AGI, Estado, 72, n.º 27, f. 6v.
56. AGI, Estado, 72, n.º 27, f. 7r.
57. Ibídem.

312
Luis Muñoz de Guzmán y la compleja gestión del desastre de 1797 en la audiencia de Quito

Real Hacienda, donde estaba puesto por el anterior presidente, Juan Antonio
Mon58. Esta situación, sin duda, sería el origen del enfrentamiento manifiesto
entre ambos.

EL APOYO DE SU ESPOSA: MARÍA LUISA ESTERRIPA Y


RAMONI
Durante la investigación fue interesante encontrar documentación relacionada
con la esposa de Muñoz y Guzmán, además, vinculada directamente con varios
asuntos claves en la vida política del funcionario. Entre estos temas destaca la
petición de su relevo como presidente de la Audiencia de Quito coincidiendo
con la época en que el virrey Ezpeleta le amonestó (finales de 1795), a propósito
de su pleito abierto con algunos miembros del Cabildo de Quito59; casualmente,
el 21 de diciembre de 1795 Muñoz y Guzmán pidió por primera vez su cambio
al Consejo de Indias pero no recibió respuesta en ese momento. Seguramente
ante este silencio administrativo vieron la posibilidad de comunicar su demanda
mediante otra vía; así este citado «Memorial como ellos le llaman» está diri-
gido a la Reina María Luisa de Parma y lo trasladan a manera de un encargo a
través del ministro Manuel Godoy, Príncipe de la Paz. La misiva está firmada
en Quito el 21 de agosto de 1796, y en sus páginas María Luisa Esterripa y
Ramoni le solicita a la Reina «relevar a su marido de la Presidencia de Quito»,
permitiéndoles regresar a España para que continúe con su carrera en la marina
con el grado de «Teniente General» y, además, «una plaza Supernumeraria en
el Consejo de la Guerra. Gracia que espera y no duda conseguir de su Poder,
e innata propensión a hacer el bien». Esto se lo ruega porque su esposo ya ha
servido durante seis años en Quito sin recibir reconocimiento alguno, señalando
que él aceptó el cargo indicando que no lo buscaba. Esterripa le señala a la
Soberana que su marido es un «humilde vasallo y que se conforma», pero ella
como su mujer «clama llena de la grande pesadumbre», porque tiene una hija
de cuatro años y teme que por la edad de su marido pueda quedar «viuda en
esas tierras … remotísimas»60. Esta será su versión de la realidad y la mantendrá
en otros escritos posteriores.

58. AGI, Quito, 403. Carta n.º 118. «El presidente de Quito … 21 de marzo de 1797».
59. La denuncia la llevaron adelante los regidores Juan Antonio Domínguez y Joaquín Donoso
que acusaban al presidente de intervenir de forma directa en el Cabildo secular imponiendo
a Francisco Calderón como alcalde, considerado por ellos como «un criminal». Durante el
proceso Donoso falleció y el citado Muñoz presionó, según ellos, para colocar a su cola-
borador Carlos Pesenti, cuya mujer mantenía «una amistad ilícita» con Gerónimo Pizana,
que era secretario de la Audiencia y su sobrino. Para más detalles ver en Núñez, Jorge, op.
cit., pp. 28-36.
60. AGI, Estado, 72, n.º 17. «Memorial de María Luisa Esterripa, Quito, 21 de agosto de 1796.

313
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda

Con todo, este reclamo tiene un sentido lógico desde su punto de vista,
al encontrar un documento en el Archivo General de Indias fechado en 1794
de Luis Muñoz y Guzmán dirigido a Manuel Godoy solicitándole al Rey el
«virreinato de Lima o Santa Fe», porque entiende que otros que han ocupado
antes su cargo han promocionado a dichas posiciones61. Esta petición le fue
denegada, pero estos antecedentes nos demuestran las aspiraciones no cumpli-
das de la pareja y tal vez, podrían explicar las actuaciones que comenzaron a ser
denunciadas por quienes se interponían en sus decisiones políticas a nivel local.
En esta carta de 1794 el presidente aporta también un dato relevante sobre
la posición de su mujer en la Corte, ya que la madre de ésta, María Agustina
Rameri62 fue «señora de honor de la Reina»63, y la propia María Luisa Esterripa
fue «camarista del infante don Pedro» y como retribución a este servicio a la
Corona recibía una «pensión de quinientos ducados anuales»64. Posiblemente,
de ahí que las cartas escritas a la Reina sorprendan por la familiaridad con la
que están redactadas.
Transcurrido un tiempo, el propio Muñoz y Guzmán reiteró su renuncia el
21 de noviembre de 1796, pero como era habitual en aquella época, recién le fue
aceptada el 28 de febrero de 1797, solo 24 días después de la catástrofe que con-
vulsionó Quito y alrededores. Tras el nombramiento del conde de Carondelet
como nuevo presidente de la Audiencia de Quito, la administración aceptó su
regreso a España junto con otros familiares, como su sobrino Gerónimo Pizana
que les acompañaba.
En una carta posterior a la renuncia, su esposa le escribió a la Reina
explicándole que su marido se vio «precisado a solicitar el relevo de dicha
Presidencia» porque ella estuvo muy enferma de tifus (tabardillo) y que se
había librado de morir de «milagro», ya que los «facultativos la daban por
desahuciada». En este mismo mensaje le indica que están «muy pobres» y que
por este motivo le pide «que releve a su marido de la residencia secreta»65.
Lo que le está pidiendo es que, si se aceptaba la renuncia de su marido como
presidente de la Audiencia de Quito, éste se liberaría de una práctica habitual
para los altos funcionarios de la Monarquía hispánica, que era el hecho de que
un juez indagara con documentos y pruebas las acusaciones que éste hubiera
tenido durante el ejercicio de su cargo. Al final de esta carta hay unas notas pos-
teriores donde se indica que el Rey «se ha dignado a dispensar de la insinuada

61. AGS, SGU, leg. 7087, 13. Luis Muñoz y Guzmán, empleo.
62. Casada con Juan Ascencio de Esterripa. https://www.myheritage.es/names/maria_rameri
63. AGS, SGU, leg. 7087, 13. Luis Muñoz y Guzmán, empleo.
64. Medina, José Toribio, op. cit., p. 562. Don Pedro Carlos de Borbón fue hijo de Gabriel, hijo
de Carlos III y sobrino de Carlos IV.
65. AGS-SGU, leg. 7087, 14, f. 4r. Luis Muñoz y Guzmán, licencia a España.

314
Luis Muñoz de Guzmán y la compleja gestión del desastre de 1797 en la audiencia de Quito

residencia a Don Luis Muñoz y Guzmán»66. Con esta resolución del Rey que
fue aceptada oficialmente el 28 de febrero de 179767, su juicio de residencia
solo sería un trámite administrativo, donde las acusaciones y denuncias hacia
su gestión quedarían sin ninguna consecuencia ni análisis de verosimilitud.
Finalmente, a pesar de que habían conseguido el permiso para el traslado
de la familia fue complicado realizarlo ya que a través de su esposa, había soli-
citado una ayuda económica por «vía de limosnas de aquellas Caxas Reales»
para poder sufragar el viaje a la Península desde Cartagena o desde Lima, «en
atención a la suma pobreza en que se hallan», cuestión que le fue negada en
un primer momento; pero tras su apelación, finalmente se le concedió una de
las opciones68.
Si se analizan las peticiones de María Luisa Esterripa, el Rey, tal vez por
mediación de la Reina, le concedió casi todo lo solicitado con respecto a su
marido y a el bienestar de su familia: así, le relevó de su cargo de presidente
de la Audiencia de Quito con la residencia secreta, les financió gran parte del
viaje al dejar Quito, les permitió salir desde Lima y le concedió el cargo de
Teniente General de la Armada con el que regresaba a España.
Ya en Lima, aparte del retraso de su viaje debido a los posibles riesgos que
se valoraron como consecuencia de la guerra con Inglaterra ya que se supo en
el Callao de una expedición inglesa que se dirigía hacia «el mar del Sur, com-
puesta por 5 navíos de línea y 2 fragatas con 2500 hombres de desembarco»69,
Muñoz y Guzmán sufrió «un ataque de apoplejía que por poco le costó la
vida»70. En esta espera, recibió su nombramiento como nuevo gobernador de
la Capitanía general de Chile; allí cumplió con su cargo hasta el día de su
fallecimiento el 11 de febrero de 1808 y fue enterrado al pie del altar mayor de
la Catedral de Santiago de Chile71.

GESTORES LOCALES DEL DESASTRE DE 1797


Como se ha indicado, cuando ocurrió el terremoto del 4 de febrero de 1797 el
presidente se encontraba en el pueblo de Quinche con su familia, cumpliendo
una promesa a la virgen por haber «salvado la vida» de su esposa72 que se había

66. AGS-SGU, leg. 7087, 14, f. 5v. Luis Muñoz y Guzmán, licencia a España
67. Medina, José Toribio, op. cit., p. 562.
68. AGS, SGU, leg. 7108, 13. Luis Muñoz y Guzmán, embarco a España.
69. AGS, SGU, leg. 6896, 33. Luis Muñoz y Guzmán, quejas.
70. Medina, José Toribio, op. cit., p. 562.
71. Ibídem.
72. AGI, Estado, 72, n.º 31, f. 1v.

315
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda

recuperado de unas fiebres altas producidas por «tabardillo»73; en ese contexto,


al parecer, las primeras noticias de los daños en la zona le fueron comunicadas
a las 10 horas del mismo día por el corregidor de Ambato, Antonio Pastor74.
Desde ese asentamiento Muñoz y Guzmán comenzó a disponer las prime-
ras actuaciones para intentar tener información y así poder orientar acciones
según los medios disponible y en su ausencia de Quito, delegar en personas de
su confianza las medidas más comprometidas, como las que hizo su sobrino
Gerónimo Pizana, secretario de la Audiencia, al encargarse de enviar peritos
expertos para que realizaran los trabajos de campo y posteriormente elaboraran
los informes del estado de la ciudad.

Tabla 1: donde se indican los primeros procedimientos informados al Rey de Luis


Muñoz y Guzmán75
Día y lugar de la Persona o grupo
Medidas
actuación convocado
Quinche, durante Teniente de Partida de 12 soldados para ayudar en Ambato.
la mañana del 4 de infantería veterana, 4 de ellos, para atender el obraje de San
febrero de 1797 Pablo Martínez Ildefonso con el fin de cuidar los intereses de la
Corona
Quinche, durante Alférez y ayudante Partida de 12 hombres para resguardar los
la mañana del 4 de de las compañías caudales de la Administración de rentas
febrero de 1797 veteranas Nicolás de Latacunga que, aunque en manos del
de Aguilera76 administrador, no está seguro porque se ha
quedado sin casa
Auxilio al Administrador de la Fábrica de
Pólvora para rescatar utensilios y materiales tras
el desplome del edificio

Quinche, 4 de Teniente Antonio Partida de 10 hombres hacia la ciudad de


febrero de 1797 Juárez Riobamba para resguardar los intereses del Rey,
ya que el corregidor informó estaban «perdidos»
y también por alteraciones de los «indios»

73. AGS-SGU, leg. 7087, 14, f. 3v. Luis Muñoz y Guzmán, licencia a España. Según el
Diccionario de la Real Academia Española de Autoridades de 1726, tomo sexto, p. 202 se
define tabardillo como «una enfermedad peligrosa que consiste en una fiebre maligna, que
arroja al exterior unas manchas pequeñas como picaduras de pulga, y a veces granillos de
diferentes colores; como morados, cetrinos, etc.». En los territorios de la Monarquía hispánica
se le llamaba tabardillo o fiebres pútridas al tifus.
74. AGI, Estado, 72, n.º 27, f. 5r.
75. AGI, Estado, 72, n.º 27, f. 5r, 5v. AGI, Quito, 403. Carta n.º 126. Testimonios del 4 y 5 de
febrero de 1797 en Quito y Carta n.º 118 del 21 de marzo de 1797.
76. AGI, Estado, 72, n.º 31. «Carta del alcalde ordinario de primer voto Joaquín Montúfar, Quito,
21 de marzo de 1797».

316
Luis Muñoz de Guzmán y la compleja gestión del desastre de 1797 en la audiencia de Quito

Quinche, 5 de Peritos Mandó que en Quito se hiciera un


febrero de 1797 profesionales reconocimiento de todas las arquerías y
(sustituto del quebradas que cruzan por debajo de la ciudad
Alguacil Mayor y con el fin de identificar daños causados por
2 albañiles) el terremoto y que si se detectan, se procure
remediarlo bajo la supervisión de su sobrino
Gerónimo Pizana, secretario de la Real
Audiencia77
Quito, el 9 de Contador oficial Lo manda llamar para estudiar con él los Libros
febrero de 1797 Real de Quito, de Asientos para saber cuáles habían sido
Gabriel Urvina tradicionalmente las acciones de la Corona en
tiempos de desastres. Verificando que el Rey
nunca había abierto su tesoro
Quito, 10 de Junta General de Buscó el apoyo de esta instancia administrativa
febrero de 1797 Tribunales para gestionar personalmente los recursos
disponibles según los informes recibidos de
los distintos corregidores de las zonas más
afectadas, como Ambato y Latacunga y solicitó
víveres y materiales a aquellas zonas menos
afectadas; de esta manera frenó la idea de
ocupar los recursos del Rey en los damnificados

En la ciudad de Quito, a pesar de la falta presencial del presidente se


enviaron patrullas militares y también de particulares para verificar los daños
causados por el terremoto en los habitantes y en las viviendas78. En una carta,
el propio ayudante veterano, Nicolás Aguirre, le escribió informándole de esta
iniciativa «en cumplimiento de su obligación» y solicitándole «se sirva aprobar
su procedimiento en particular»79. Esto es interesante, ya que nos demuestra
como algunas personas que ocupaban cargos a nivel local, se hicieron res-
ponsables de la situación ante la ausencia de su superior. Esto permitió que
el 17 de febrero, ya se estuvieran reparando las comunicaciones internas de
Quito, arreglando los caminos, colocando puentes provisionales para permitir
el tránsito de personas y mercancías y se reunieron «225 pesos para auxiliar
a los pobres»80.
Desde que se produjo la catástrofe, muchos funcionarios locales toma-
ron la decisión de realizar informes en el propio terreno para conocer de
forma fidedigna las consecuencias de los daños y las características de los
fenómenos naturales que se habían activado; del mismo modo, hicieron el

77. AGI, Quito, 403. Carta n.º 126. Testimonios del 5 de febrero de 1797 en Quito.
78. AGI, Quito, 403. Carta n.º 126. Testimonios del 4 de febrero de 1797 en Quito.
79. Ibídem.
80. AGI, Quito, 403. Testimonios del 18 de febrero de 1797 en Quito.

317
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda

reconocimiento de los materiales que estaban produciendo inundaciones y


estancamiento de algunos ríos. Este fue el caso de Antonio Pastor, corregidor
de Ambato quien el 17 de marzo le entregó un nuevo informe con las pesqui-
sas realizadas in situ durante la primera quincena de dicho mes. De ese modo
pudo aclararle que los embalses formados por el cauce de los ríos Ambato,
Latacunga y Pachanlica no se habían originado por derrumbes como habían
pensado inicialmente, sino que fue por «una avenida de lodo que despidió la
quebrada de Cusatagua»81.
Después de esta catástrofe, en muchos asentamientos y ciudades se debatió
el tema del traslado, así en Ambato, su corregidor, Antonio Pastor, reunió en
su propia casa a la Junta de vecinos, quienes tras deliberar «fueron todos de
dictamen que se reedificara en propio suelo antiguo y que por ningún título,
motivo o pretexto convenía su traslación a otro lugar»82.
Por otra parte, con respecto al correo, destacan los esfuerzos realizados
por José de Vergara Gaviria, administrador de correos de Quito, para restituir
cuanto antes el servicio postal entre esta ciudad y Guayaquil, recuperando al
menos, un servicio mínimo de dos mensuales en este tramo83.

Tabla 2: se indican los gestores de la catástrofe en la Audiencia de Quito (Terremoto


del 4 de febrero de 1797)
Comentarios de Luis Muñoz
Cargo Territorio Nombre
y Guzmán y otras notas
Presidente Audiencia de Luis Muñoz de Ha hecho todo lo posible para
Quito Guzmán proteger a la población y los
bienes de SM
Secretario de Audiencia de Gerónimo Pizana Ha trabajado incansablemente
la presidencia Quito (sobrino de Muñoz para mantener la seguridad y
y Teniente de de Guzmán) bienestar de los vecinos
Infantería

81. AGI, Quito, 403. Carta n.º 118. «El presidente de Quito … 21 de marzo de 1797».
82. AGI, Quito, 403. Expediente n.º 3. Junta de Vecinos de Ambato, 5 de abril de 1797.

318
Luis Muñoz de Guzmán y la compleja gestión del desastre de 1797 en la audiencia de Quito

Oidor Decano Audiencia de Lucas Muñoz y Mandó hacer un informe de


Quito Cubero84 los daños y situación de los
damnificados, lo que le trajo
la enemistad con el presidente
Muñoz. Recogió limosnas
para ayudar supuestamente
a los pobladores a través de
Juan de Dios Morales85
Abogado de los Audiencia de Francisco Xavier Fue nombrado como asesor
Reales Consejos Quito de Salazar por el presidente tras la
catástrofe para gestionar los
expedientes. Lo propone como
futuro asesor de la Presidencia
de Quito
Alcalde ordinario Cabildo Quito Joaquín Montúfar Cuidó del bien público. Este
de primer voto capital funcionario hizo su propio
informe al Rey especificando
sus actividades durante la
gestión del desastre
Alcalde ordinario Cabildo Quito Pedro Pérez Muñoz Cuidó del bien público
capital
Corregidor Asiento de Salvador Puigvert Ha cumplido con su deber y
Latacunga se pide que le amplíe el cargo
como corregidor
Teniente Asiento de Antonio Mazorra Ha cumplido y se le solicitan
Latacunga «gracias»
Procurador Asiento de Baltasar Granja86
Latacunga

84. AGI, Quito, 403, Doc. 108; AGI, Quito, 250. Este personaje recogió 400 pesos en limosnas
para los damnificados con la ayuda de Dr. Juan de Dios Morales. Estos pidieron utilizar
fondos de las Cajas Reales para los damnificados, pero esta petición les fue denegada por el
Presidente Muñoz alegando que debía proteger los bienes de la Corona.
85. Este personaje se granjeó la enemistad de Muñoz y Guzmán, en este sentido destaca una carta
enviada por éste al Rey el 21 de marzo de 1797 advirtiéndole que Muñoz y Cubero le enviaría
un informe, pero que estaba repleto de errores e imprecisiones. Un años más tarde, el 21 de
marzo de 1798, siendo Muñoz y Cubero oidor de la Audiencia de Lima, se le informaba que
por una Real orden se le denegaba hasta «más adelante» el mérito de recibir la gracia «de la
cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos 3.º». Sin duda, el aún presidente en funciones
de la Audiencia de Quito, aprovechó sus influencias para dejarle sin ese mérito. AGI, Estado,
72, n.º 41, f. 1. Carta de Luis Muñoz y Guzmán al Príncipe de la Paz, Quito, 21 de marzo
de 1798. AGI, Quito, 403. Carta n.º 118. «El presidente de Quito … 21 de marzo de 1797».
86. AGI, Quito, 403.

319
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda

Corregidor Asiento de Antonio Pastor Fue el primero en avisar


Ambato de los daños, él mismo fue
aplastado por el derrumbe
de su vivienda87. Según
el presidente, acudió
personalmente a ayudar a
sus vecinos, tomó medidas
de protección y seguridad,
gastó su dinero en ello. Sin
embargo, en otros expedientes
se le acusa por corrupción88.
Corregidor Asume el cargo Bernardo Darquea89 Estuvo muy implicado con
en el Nuevo la reconstrucción y nueva
Asiento de fundación y sus vecinos,
Ambato y se tanto de Ambato como de
le recomienda Riobamba. Sus tierras en
para ser Ambato (huerta y cañaverales)
corregidor en la fueron tapados por el lodo que
Nueva Villa de bajó por el río homónimo90.
Riobamba
Corregidor Villa de Vicente Molina91 Tuvo problemas ya que
Riobamba robó el dinero del Ramo de
Tributos que administra (8
mil pesos), pero se le sigue
una causa y los devolvió tras
la catástrofe. Fue el único
superviviente de todo el
ayuntamiento de Riobamba92
Alcalde ordinario Villa de José de Larrea El presidente nombra un
de primer voto Riobamba y Villavicencio- nuevo alcalde por la muerte
muere en del anterior en el terremoto.
Riobamba93 Pide dinero para él por haber
quedado arruinado su obraje

87. AGI, Estado, 72, n.º 27, f. 5v.5


88. AGI, Quito, 401.
89. En alguna información también aparece citado Antonio Darquea.
90. AGI, Quito, 403. «El presidente de Quito … 21 de marzo de 1797».
91. Vicente Molina también tuvo problemas con Muñoz y Guzmán antes del terremoto, ya
que entre 1794 y 1798 éste se negaba a su promoción militar y a que «disfrutara del fuero
y uniforme», cuestión que Molina reclamó al virrey Ezpeleta quien le dio la razón porque
estaba estipulado en el nuevo Reglamento de Milicias. AGS, SGU, leg. 7063, 28; leg. 7068,
14 y leg. 7070, 44.
92. González Suárez, Federico. Historia general de la República del Ecuador. Tomo V, Quito,
Imprenta del Clero, 1894, p. 386.
93. González Suárez, Federico. op. cit., p. 386.

320
Luis Muñoz de Guzmán y la compleja gestión del desastre de 1797 en la audiencia de Quito

Corregidor Asiento de Gaspar de Cumplió con su deber y cuidó


Guaranda Morales94 los intereses de SM. Debía
resguardar el abastecimiento
de sal95
Teniente Asiento de Baltasar Pontón Cumplió con su deber y
Alausí resguardó los intereses de SM

Fuente: AGI, Quito 403. Doc. n.º 123. «Carta del presidente de la Audiencia de Quito a
SM, fechada en Quito, 22 de noviembre de 1797». Todos estos méritos y comentarios son
expuestos por del presidente de la Audiencia. Se han agregado más detalles obtenidos de
AGI, Quito, 250; AGI, Estado, 72, N.º 31 y datos personales de estos funcionarios locales
identificados en el Archivo General de Simancas.

Esta tabla comenzó siendo una sistematización del primer informe del
Presidente Muñoz y Guzmán al Rey, pero en la medida que se fue revisando
la documentación surgieron nuevos antecedentes y datos que contradecían o
matizaban lo expresado por el citado funcionario real.
En esa búsqueda de datos y la necesidad de explicar la forma en que se
había gestionado la catástrofe surgió toda la historia que rodea a Luis Muñoz
y Guzmán y a sus detractores en la presidencia de la Audiencia de Quito.

EL RETORNO A LA «NORMALIDAD»
Transcurrido más de un mes después del terremoto, el presidente informaba al
rey el 21 de marzo96, que las réplicas continuaban en la región, aunque algunos
lugares retomaban poco a poco la normalidad, especialmente el comercio, como
en Latacunga y más lentamente en «Ambato, Riobamba, Guaranda y Alausí»97.
Dentro de las medidas que le parecían adecuadas, estuvo la posibilidad del
traslado de sitio de los asentamientos más dañados, esto fue propuesto el 18 de
marzo de 1797, aclarando que tendría que ser en «terrenos más sólidos … y de
realengo o baldíos han de tener las cualidades de no hallarse fuera del distrito
de la jurisdicción»98. Este asunto era complejo, ya que involucraba intereses de
particulares poderosos de la región, los habitantes y la propia Corona99.

94. El nombramiento de Gaspar de Morales como corregidor de Guaranda se firmó en Aranjuez
el 5 de junio de 1794. AGS, SGU, leg. 7064, 30 y leg. 7078, 52.
95. AGI, Quito, 251.
96. AGI, Estado, 72, n.º 29, f. 1r al 3r.
97. AGI, Quito, 403. Carta n.º 118. «El presidente de Quito … 21 de marzo de 1797».
98. AGI, Quito, 403. Carta n.º 118. «El presidente de Quito … 21 de marzo de 1797».
99. Para conocer más ejemplos de traslados de ciudades como consecuencia de catástrofes
naturales ver en Petit-Breuilh, M.ª Eugenia, Desastres naturales y ocupación del territorio
en Hispanoamérica. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva, Huelva, 2004,
pp. 248-283.

321
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda

El 21 de abril se identificó otra carta, donde Muñoz y Guzmán informa al


Rey de cómo continúa la situación. Le indicaba que el 5 de abril se produjo un
nuevo terremoto, «casi de la misma duración y fuerza que el primero del día 4
de febrero», con lo cual, la inseguridad y el miedo por las réplicas estaba aún
presente y la incertidumbre del futuro cercano100.
Según señala el propio presidente de la Audiencia de Quito al Rey en
noviembre de 1797: «mi cuidado desvelo y afán en un suceso tan desgraciado,
y que por su enormidad no tenía arbitrios en mis manos para acudir a su total
remedio recargándose mi idea con la atención de tomar medidas prudentes y
de defensa …»101. En esta reflexión demuestra su deseo de resolver los proble-
mas que surgieron como consecuencia del desastre, pero como es lógico, no
estaban preparados para un suceso de tal magnitud. Seguramente la disculpa
viene dada por la convicción de que surgirían detractores de las decisiones que
estaba adoptando.
Siguiendo el rastro de la documentación de este episodio catastrófico en
la región surgen informes en 1797 relacionados con Bernardo Darquea y su
intención de continuar con el cultivo y «beneficio de la canela silvestre de aquel
país», cuestión que le ocupaba desde 1794. Estas experiencias relacionadas con
el agro están en sintonía con las recomendaciones de las reformas borbónicas
sobre el fomento de la agricultura y la producción de recursos locales que
pudieran tener un mercado en Europa102.

COMENTARIOS GENERALES
Este estudio nos permite demostrar que a través del análisis de fenómenos
naturales que han producido desastres, es posible adentrarnos en una sociedad
y averiguar algunas situaciones que de otra forma pasarían inadvertidas.
Podemos también, reivindicar la idea de que cuando han ocurrido desastres
extremos, generalmente, sería un error centrarse solo en el estudio de uno de
ellos ya que la reacción de la población se organiza considerando el conjunto
de sucesos adversos que se presentan en pocos días, semanas o meses después;
haciendo más vulnerable a la sociedad que los padece y condicionando nega-
tivamente su capacidad de una respuesta rápida.

100. AGI, Estado, 72, n.º 32, f. 1r y 1v.


101. AGI, Quito 403. Doc. n.º 123. «Carta del presidente de la Audiencia de Quito a SM, fechada
en Quito, 22 de noviembre de 1797». Todos estos méritos y comentarios son expuestos por
del presidente de la Audiencia.
102. AGI, Estado, 72, n.º 37, 26 folios. «Informe de Jovellanos sobre proyecto para cultivo de
canela».

322
Luis Muñoz de Guzmán y la compleja gestión del desastre de 1797 en la audiencia de Quito

En un colectivo con conflictos preexistentes, la ocurrencia de una catástrofe


pone al límite las tensiones sociales, económicas y políticas traduciéndose en
un manejo de la emergencia mucho más complicado y con posibilidades de un
mayor daño a la población afectada.
En nuestro caso de estudio, los conflictos personales entre el presidente
de la Audiencia y algunos oidores y parte de los miembros del cabildo crearon
una gran vulnerabilidad en la gestión del desastre de 1797 ya que no se coor-
dinaron las acciones debido a las desconfianzas entre ellos; en este contexto,
Muñoz y Guzmán utilizó el desastre para intentar mejorar su imagen frente a
la Corona tras estar cuestionado por sus manejos considerados, como mínimo,
«irregulares». Este es un ejemplo, que en zonas donde los fenómenos naturales
de este tipo son frecuentes, es necesario contar con grupos de funcionarios que
coordinen los recursos y administren el desastre al margen de los políticos de
turno. Además, lo ocurrido en 1797 en torno a la gestión del desastre nos enseña
que si una sociedad tiene muchos problemas sociales y políticos pendientes,
cuando se produce algún suceso extremo, éste será mucho más complicado y
largo de resolver.
Al examinar los contactos entre los funcionarios locales quedan en eviden-
cia las redes que estaban actuando desde la llegada de Luis Muñoz y Guzmán
en el territorio de la Audiencia de Quito en 1791; parece ser que la negativa
a promoverlo como virrey, ya fuera de Nueva Granada o de Lima en 1794,
agudizó en él y su esposa un sentimiento de minusvaloración de lo que ellos
consideraban justo. Es posible que este antecedente sea parte de la explicación
de sus actuaciones en contra de sus detractores. En este sentido, la cercanía
de María Luisa Esterripa con la Reina María Luisa de Parma, y de él mismo
con Manuel Godoy, quizá les hizo pensar que estaban por encima de la ley.
Finalmente, ayudado por sus contactos y el propio sistema que operaba en
aquella época, quedó libre de todas las denuncias que se le hicieron y el Rey,
lejos de castigarlo, lo nombró Gobernador de la Capitanía General de Chile.
Esta situación deja al descubierto la impunidad con la que actuaban algunos
altos funcionarios en aquella época, independientemente de que existiera un
aparente sistema de control de los mismos por parte del Consejo de Indias y en
última instancia del Rey; esto generaba a nivel local, descontento y molestia con
la administración, que terminaría siendo un caldo de cultivo para los cambios
políticos que se desarrollarían durante los primeros años del siglo xix y que
llevarían hasta los movimientos de independencia.
Por su parte, los planes de la Corona se visualizan en ciertas argumen-
taciones de los altos funcionarios, donde la promoción de la agricultura,
especialmente de especies que eran escasas en Europa, como la canela y el
impulso al comercio y la conexión interna se identifican en la documentación.

323
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda

A pesar de que este suceso ocurrió a finales del siglo xviii, donde las ideas
racionales estaban más generalizadas en una parte de la población, la menta-
lidad tradicional y providencialista se mantuvo y coexistió con las opiniones
ilustradas, demostrando lo lento que cambia la mentalidad de una sociedad en
general y lo complicado que es modificar las tradiciones que se resisten al paso
de tiempo. Este estudio concreto, nos muestra una vez más que la población y
las autoridades responden a los acontecimientos extraordinarios dependiendo
de la idea que tengan sobre el origen de los mismos; tras el terremoto de 1797
se identifica claramente cómo muchos sujetos estaban en un momento de tran-
sición donde convivían con las tesis providencialistas y las más racionales sin
conflictos aparentes.
Esta realidad nos debe hacer reflexionar sobre el papel fundamental de la
educación de las personas para poder gestionar con conocimiento y sentido
común las situaciones extremas. Las indicaciones sesgadas, la falta de trans-
parencia y la desinformación o negación de los hechos sólo alimentan el miedo
que estos sucesos hacen aflorar en un porcentaje de individuos que complican
el manejo de un desastre de estas magnitudes. Es ineludible hacer mención a lo
que hoy vivimos por la pandemia generada por el COVID-19, donde el origen
del mismo ha generado confusión debido a las diversas explicaciones sobre su
génesis y preocupación en la población mundial, donde el entendimiento o no
entre los políticos en cada Estado, están marcando diferencias importantes en
la gestión de esta crisis sanitaria.
Finalmente, es preciso destacar el valor de los agentes locales cuando ocu-
rren fenómenos naturales como terremotos, erupciones volcánicas o derrumbes;
precisamente en 1797 fueron ellos los primeros en realizar acciones inmediatas
en horas o días para poner a resguardo la seguridad del conjunto de la población.
De ahí, la necesidad del diálogo y la existencia de protocolos previos para actuar
de forma coordinada y sin perder el tiempo. Cada localidad, debería reflexio-
nar en momentos de «normalidad» sobre las eventuales vulnerabilidades que
tiene y trabajar en equipo para mitigarlas, o al menos, estar preparados para
afrontarlas cuando se presenten.

FUENTES MANUSCRITAS
Archivo General de Indias (AGI)
Sección Quito 223, 250, 251, 254, 403.
Sección Estado, n.º 17, 29, 31, 32, 37, 41.
Sección Correos, 106A.
Sección Mapas y Planos, Panamá 221.
Archivo General de Simancas (AGS)

324
Luis Muñoz de Guzmán y la compleja gestión del desastre de 1797 en la audiencia de Quito

Sección SUG, Leg. 6896, 33; leg. 7063, 28; leg. 7064, 30; leg. 7068, 14; Leg. 7070,
44; leg. 7078, 52; leg. 7087, 13, 14;

FUENTES IMPRESAS
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con los males y daños que le causa el que hoy tiene, de los que participa copiosa-
mente España; y remedios universales para que la primera tenga considerables
ventajas, y la segunda mayores intereses, Imprenta de Benito Cano, Madrid, 1789,
297 págs.
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y sancionada por el rey Carlos II de España en 1680 para regir en los territorios
de la América Hispana, Libro II, título XV, Ley X. Audiencia y Chancillería de
San Francisco de Quito.
Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana en que se explica el
verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos
de hablar, los proverbios o rephranes, y otras cosas convenientes al uso de la
lengua, dedicado al rey nuestro señor don Phelippe V (que Dios guarde) a cuyas
reales expensas se hace esta obra, tomo sexto, 1726 hasta 1739.

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Tapia Zavicueta, Ricardo, Terremoto de 2010 en Chile y vivienda social: resultados
y aprendizajes para recomendación de políticas públicas (tesis doctoral en red),
Escuela Técnica Superior de Arquitectura, Universidad Politécnica de Madrid,
2015.

326
CUANDO «EL PELIGRO NO ES PRÓXIMO,
PERO SÍ EVIDENTE»: EFECTOS CLIMÁTICOS Y
SOCIALES DE LA ERUPCIÓN DEL KRAKATOA
(1883) EN EL SURESTE DE LA PENÍNSULA
IBÉRICA

Jorge Olcina Cantos


Universidad de Alicante

Salvador Gil-Guirado
Universidad de Murcia

Alfredo Pérez-Morales
Universidad de Murcia

«Ibi quamquam nondum periculo appropinquante, conspicuo


tamen et cum cresceret proximo, sarcinas contulerat in naves,
certus fugae si contrarius ventus resedisset.» (Allí, aunque
el peligro no era próximo, pero sí evidente puesto que estaba
cerca e iba creciendo, había cargado su equipaje en el barco
decidido a huir apenas cesara el viento contrario).
Plinio el Joven. Epistulae VI, 16.
La erupción del Vesubio narrada por Plinio el Joven.

1. INTRODUCCIÓN
La erupción del Krakatoa de 1883 fue la segunda gran erupción volcánica del
siglo xix, tras la erupción del volcán Tambora en 1815. La gran intensidad de
la misma junto al contexto social, cultural y científico de la época hicieron
que este evento tuviera un gran impacto científico y social a escala global. En
el actual proceso de calentamiento climático por efecto invernadero de causa
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

antrópica y de análisis de los procesos y componentes que originan forzamien-


tos radiactivos en el balance energético del planeta1, las erupciones volcánicas,
especialmente las de gran intensidad (Índice de Explosividad Volcánica VEI>5),
han cobrado un interés renovado por su efecto de enfriamiento coyuntural, al
originar disminución de temperaturas a escala planetaria en los meses y/o años
posteriores, en función de su magnitud. Son los denominados «años sin verano»
con efectos socio-económicos destacados en áreas planetarias muy distantes del
foco de erupción (Europa, Norteamérica) en los casos del Tambora y Krakatoa2.
A ello se ha unido, en los últimos años, el estudio de fenómenos atmosféricos
relacionados con erupciones volcánicas de menor intensidad, en el hemisfe-
rio norte, que estarían en el origen de procesos de calentamiento súbito de la
estratosfera polar con impacto en la circulación de vórtice polar y sus efectos
en latitudes medias y altas de dicho hemisferio3.
El volcán Krakatoa (Indonesia), situado en la zona de subducción de las
placas indoaustraliana y euroasiática, entró en una fase de erupción continua
el 19 de junio de 1883, tras una serie de escapes de gases registrados desde
finales de mayo de ese año. A partir del 11 de agosto las erupciones fueron
cada vez mayores, con penachos emitidos desde varias fisuras originadas en
la caldera. El 24 de agosto las erupciones se intensificaron, pero fue el 26 de
agosto cuando la erupción entró en su fase de máxima actividad, que alcanzó
su culminación catastrófica el 27 de agosto, con cuatro grandes explosiones
que se acompañaron de tsunamis que alcanzaron las costas del sur de Asia,
este de África y oeste de Australia4. Los efectos combinados de flujos piro-
clásticos, cenizas volcánicas y tsunamis tuvieron resultados desastrosos en
toda la región. No hubo ningún superviviente entre los 3,000 habitantes de
la isla de Sebesi, a unos 13 kilómetros del Krakatoa. Los flujos piroclásticos
que viajaron sobre la superficie del agua a 300 km/h mataron alrededor de
1,000 personas en Ketimbang, en la costa Sumatra, a unos 40 km al norte de
Krakatoa5. El sonido provocado por la erupción de agosto de 1883 se escuchó
en una tercera parte del planeta6. La magnitud fue tal que el calentamiento del
océano y el aumento del nivel del mar en el siglo xx se redujo sustancialmente
por el retardo del enfriamiento oceánico de esta erupción7. El recuento oficial

1. Gerlach, 2011. Burton et al., 2013.


2. Brönnimann and Krämer, 2016. Morgan, 2013. Winchester, 2013.
3. Butler et al, 2015. Pedatella et al., 2018.
4. Flammarion, 1875. Bureau Of Meteorology, 2016.
5. Winchester, 2013.
6. Abbot & Fowle, 1913.
7. Gleckler et al., 2006.

328
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

de víctimas mortales registrado por las autoridades holandesas fue de 36,417


y muchos asentamientos fueron asolados.
Desde la ocurrencia de este evento eruptivo, muchos han sido los aspectos
desde los que se ha abordado la erupción del Krakatoa. Desde trabajos cientí-
ficos por parte de geólogos y geógrafos, hasta estudios sobre el impacto de la
erupción en la sociedad y cultura occidental de finales del siglo xix. El evento
gozó de gran difusión entre las élites científicas de la época. Pocos meses des-
pués de la erupción la Real Sociedad Británica de Geografía (1884), publicó
un trabajo señalando con todo lujo de detalles el desarrollo de la erupción,
su génesis geológica y su impacto inmediato en el paisaje circundante. De
manera acertada, este trabajo señalaba las grandes posibilidades que ofrecía
esta erupción para estudiar el impacto meteorológico de las grandes erupcio-
nes volcánicas. Cuatro años después, un comité de investigación de la Royal
Geographical Society (1888), publicó en un libro las conclusiones sobre el
impacto de la erupción, con especial atención al efecto en la luminosidad y en
el clima de la India en los años posteriores al evento. También en este periodo,
el físico, matemático y botánico alemán Karl Johann Kiessling estudio en pro-
fundidad las alteraciones ópticas producidas por las cenizas de la erupción y
sus efectos en la luminosidad a escala global, influyendo su estudio en el desa-
rrollo de la física nuclear posterior8. Por su parte, el eminente geofísico alemán
Wilhelm Julius Foerster, describió los fenómenos atmosféricos relacionados
con la erupción del Krakatoa9. Otros investigadores de la época como Otto
Jesse, Wilhelm von Bezold y Albert Riggenbach estudiaron los anomalous twi-
light phenomena from the year 1883 y años siguientes10. Camile Flammarion,
en su estudio sobre los terremotos11 dedicará un apartado específico y deta-
llado a la erupción del Krakatoa (figura 1), a la que caracteriza como «el más
estupendo fenómeno de la historia». El célebre astrónomo francés destaca
el carácter excepcional de dicha erupción volcánica: «Desde la aparición de
la humanidad sobre la Tierra, o para hablar con más propiedad, desde que la
humanidad tiene conciencia de si misma y conserva en sus anales el recuerdo
de los acontecimientos que a ella se refieren, nunca a no ser el diluvio asiático,
nunca fenómeno alguno terrestre o celeste histórico, ha llegado a las propor-
ciones del acontecimiento que vamos a relatar, siguiendo a testigos oculares
y cuya sencilla narración es más interesante, y sobre todo más verídica, más
auténtica y conmovedora que la más dramática de las novelas».

8. Schröder & Wiederkehr, 2000.


9. Schröder, 2008.
10. Schröder, 2002.
11. Flammarion, 1890.

329
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

En la mayor parte de los países


occidentales aparecieron noticias
en prensa y diversas descripciones
de la erupción. Un mes después
de la gran erupción de agosto de
1883, aparecieron noticias sobre
cielos anómalos en Australia y
Hawái. En noviembre, este efecto
era evidente en los cielos de
Canadá, EE.UU y Europa12. Quizá
el mejor relato sobre el impacto
de la erupción venga recogido en
el libro de Winchester (2013) con
el sugerente título «Krakatoa:
The day the world exploded» en
el cual el autor analiza la destruc-
ción en el entorno del volcán y el
impacto inmediato del tsunami,
que se dejó sentir en áreas tan ale-
jadas como Francia13. El impacto
de la erupción del Krakatoa, tuvo
Figura 1. Portada de la primera edición de la un evidente reflejo entre las élites
obra de Camile Flammarion sobre la erupción culturales europeas de finales del
del Krakatoa (Paris, 1890). siglo xix. Una repercusión que
pudo inducir hacia una visión
neogótica y hasta cierto punto
pesimista del territorio y la sociedad de le época. La manifestación más evi-
dente del impacto cultural de la erupción se dejó notar en la pintura de la época,
con autores que representaron los cielos europeos en los años posteriores a
la erupción del Krakatoa14 Así se muestra en algunas obras de Munch («Sick
Mood at Sunset, Despair», 1892 o «El grito», 1893) o en los tonos rojizos de
los atardeceres en Chelsea de William Ascroft (1888) (figura 2).

12. Para un catálogo detallado, ver Schröder, 2002.


13. Choi et al., 2003.
14. Olson et al., 2007.

330
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

Figura 2. Representaciones de los efectos de la erupción del Krakatoa en los cielos europeos.
Munch (Sick Mood at Sunset, Despair, 1892) y Ascroft (Atardecer en Chelsea, 1888).

A pesar de las importantes erupciones volcánicas del siglo xix y del interés
sobre sus efectos en la atmosfera, no fue hasta finales de ese siglo que comenzó
a considerarse el efecto de las grandes erupciones volcánicas como un for-
zante climático. En concreto como inductor de periodos fríos15. La sucesión de
grandes erupciones (Krakatoa en 1883, Tarawera en 1886 y Katmai en 1912),
la presencia creciente de datos meteorológicos instrumentales y un contexto
epistemológico propicio, motivaron que durante la primera mitad del siglo
xx se llevaran a cabo numerosos estudios empíricos con el fin de analizar la
relación entre las grandes erupciones volcánicas y el clima. A este respecto,
merece la pena destacar el trabajo titulado «Volcanoes and Climate» de Abbot
& Fowle de 191316. En este trabajo, a través de datos observacionales de Centro
Europa y Estados Unidos, los autores detectaron un descenso térmico durante el
verano posteruptivo de la erupción del Katmai, intuyéndose ya que los mayo-
res impactos térmicos se producen durante el estío. Los autores atribuyeron
este descenso al hecho de que las grandes erupciones volcánicas provocan
una reducción de la radiación solar que llega a la superficie terrestre, con el
consiguiente descenso térmico. Este trabajo seminal, despertó un nuevo interés
que comenzó a generar una creciente literatura en torno al forzante climático
volcánico. A este respecto, también en 1913, el meteorólogo William Jackson
Humphreys publicó un interesante trabajo donde demostraba a través de datos

15. Döörries, 2006.


16. Abbot & Fowle, 1913.

331
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

instrumentales de temperatura, que las erupciones volcánicas comprendidas


entre 1750 y 1912, indujeron un descenso de las temperaturas en los años
posteriores17. Siendo especialmente importantes los descensos para la erupción
del Tambora en 1815 y el Krakatoa en 1883. Este resultado fue corroborado
poco tiempo después por Milham en 192418, destacando también que el mayor
descenso térmico fue en los veranos. De esta manera, iba ganando terreno la
idea de «años sin verano» debido a grandes eventos volcánicos. Así, el interés
científico por analizar el forzante volcánico como inductor de la variabilidad
climática, siguió creciendo19 y en la actualidad goza de un gran desarrollo y
notable interés20.
Estos avances han permitido confirmar que la respuesta climática a las
grandes erupciones es evidente entre uno y cinco años después21, con un des-
censo térmico estadísticamente significativo22. Hasta el punto de que el forzante
volcánico es considerado uno de los principales responsables de la variabilidad
climática decadal, e inductor de importantes crisis climáticas, hambrunas y
trastornos socioeconómicos en los últimos 25 siglos23. Sin embargo, los efectos
de las erupciones volcánicas sobre la precipitación son menos conocidos y estu-
diados. Gillett, et al., 200424 señalan que los cambios en la precipitación tienen
más impactos directos en la sociedad y el medio ambiente que otras variables,
por lo que es importante profundizar en el conocimiento del forzamiento vol-
cánico sobre la precipitación. La respuesta variable de la precipitación a la
modificación del balance radiativo inducido por los volcanes, repercute en
que la respuesta pluviométrica a las erupciones no sea constante en el espacio
y en el tiempo25, lo cual puede dificultar encontrar patrones coherentes en las
precipitaciones. A este respecto, Mass & Portman concluyen que, ninguna
señal volcánica es obvia en los registros de presión y precipitación26. Iles y
Hegeri han señalado la diversidad de efectos regionales en las precipitacio-
nes y, como consecuencia, en el caudal de los ríos a nivel planetario27. En su
investigación señalan la reducción significativa de caudal (< 10%) que experi-
mentaron grandes ríos de las regiones intertropicales del norte de Sudamérica

17. Humphreys, 1913.


18. Milham, 1924.
19. Wexler, 1951. Lamb, 1970. Self, Rampino & Barbera, 1981.
20. Oppenheimer, 2003. Sigl, et al., 2015.
21. Robock, 2000.
22. Wegmann et al., 2014.
23. Sigl et al., 2015.
24. Gillett et al., 2004.
25. Fischer et al., 2007.
26. Mass & Portman, 1989.
27. Iles y Hegeri, 2015.

332
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

(Amazonas), África central, sur de Asia, así como en Asia central y septentrio-
nal y, por contra, el incremento experimentado en el caudal (>25%) en los ríos
del suroeste de Norteamérica y el sur de Sudamérica.
El impacto climático de las erupciones es directamente proporcional a
la intensidad, ubicación y estacionalidad. Respecto a la intensidad, Zielinski
señala que las erupciones volcánicas que inyectan grandes cantidades de gases
ricos en azufre en la estratosfera tienen la capacidad de enfriar el clima global
entre 0,2 y 0,3 °C durante varios años después de la erupción28. Robock argu-
menta que estos gases de azufre se inyectan en la estratosfera y se convierten
en aerosoles de sulfato con una escala de tiempo de residencia de aproxima-
damente un año29. Esta nube de aerosol produce enfriamiento en la superficie,
pero calentamiento en la estratosfera. En los trópicos y en el verano de latitud
media, estos efectos radiativos son más importantes que la mayoría de los
otros forzamientos radiactivos, puesto que la intensidad de la radiación solar
es más intensa30.
Respecto a la ubicación, las erupciones tropicales tienen la capacidad de
afectar el sistema climático global, ya que la nube volcánica se puede propagar
en ambos hemisferios, mientras que las erupciones de latitud media afectan
principalmente en el hemisferio en el que ocurren31. Además, las erupciones
tropicales inducen alteraciones de mayor intensidad. Schneider, et al. señalan
que el enfriamiento posteruptivo invernal en Europa es más consistente con
eventos tropicales excepcionalmente intensos, que con erupciones intensas en
latitudes medias del hemisferio norte32.
No obstante, si se quiere analizar la respuesta social ante los cambios en el
clima ocasionados por una gran erupción volcánica los enfoques investigadores
actuales no resultan del todo completos, puesto que, por lo general el objetivo
de estos trabajos no es analizar la respuesta de las sociedades, por lo que sabe-
mos poco del impacto social del forzamiento volcánico. Por lo tanto, urge poner
el foco de atención en la respuesta humana a las alteraciones climáticas induci-
das por los volcanes, como un paso clave para la comprensión de la adaptación
de las sociedades al clima. A este respecto, algunos trabajos han ahondado en
esta vertiente, aunque aún siguen siendo minoritarios. Oppenheimer analiza
el efecto de la erupción del Tambora en 1815 y la aparición de epidemias a
escala global33. Stothers analiza el impacto que la erupción desconocida de

28. Zielinski, 2000.


29. Robock, 2000.
30. Yokoyama, 1981. Arfeuille et al., 2014. Newhall et al., 2018.
31. Timmreck, 2012.
32. Schneider el al., 2009.
33. Oppenheimer, 2003.

333
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

1258 produjo en los cultivos y el rebrote de violencia y epidemias en Europa y


Oriente Medio34. Oman et al. señalan la importancia de estudiar el impacto de
las erupciones volcánicas en la seguridad alimentaria a través de las alteraciones
en el ciclo hidrológico35.
En relación con el impacto socioeconómico relacionado con la alteración
climática producida por la erupción del Krakatoa, no se han generado muchos
estudios sobre consecuencias en territorios alejados del foco eruptivo. En
efecto, los efectos fueron directos en las islas próximas de Indonesia, tanto
en víctimas humanas, como en desplazamientos forzados de la población y la
destrucción de viviendas y perjuicio en actividades económicas36. En sentido
contrario, se ha señalado el efecto positivo que tuvo la erupción del Krakatoa
para la fertilización del suelo en diversas islas de Indonesia37. En Europa, junto
a los efectos atmosféricos directos (descenso de temperaturas, cambios en la
luminosidad), se han destacado el descenso de cosechas en algunos países,
como el Reino Unido38.
Una buena manera de soslayar los sesgos anteriores, y ubicar a la sociedad
en el centro del análisis, es realizar estudios robustos sobre áreas específi-
cas. Para esto es necesario usar datos instrumentales, datos proxy sociales y
series de precios. A este respecto, en este trabajo, usamos de forma novedosa
datos climáticos instrumentales junto con proxy sociales (rogativas pro-pluvia
y series de inundaciones) y series de precios, para analizar el impacto de la
erupción del Krakatoa en el Sureste de la Península Ibérica. Las particularidades
climáticas de esta región, caracterizada como la región más árida y de mayor
torrencialidad pluviométrica de la Unión Europea, han motivado que la historia
de adaptación social al entorno climático, haya estado marcada por la lucha
contra las sequías e inundaciones y la templanza térmica (Gil-Guirado et al,.
2019). Lo cual ha motivado un sistema económico secularmente amenazado
por las crisis agrarias y de subsistencia39.
Los datos utilizados permiten analizar, por un lado, el efecto de la erup-
ción en el clima y, por otro lado, el efecto de la erupción en los precios de los
productos de primera necesidad (trigo, cebada, aceite de oliva, carne y vino).
Estos resultados se han cotejado con las series de los principales eventos de
riesgo climático acontecidos en el área de estudio40. Este enfoque cruzado, ha

34. Stothers, 2000.


35. Oman Et Al., 2006.
36. Dörries, 2003. Brata et al., 2013.
37. Fiantis et al., 2019.
38. Self, 2006.
39. Espín-Sánchez et al., 2019.
40. Zamora Pastor, 2002. Gil-Guirado, 2013.

334
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

permitido identificar un impacto evidente en el clima como consecuencia de


la erupción (descenso de las temperaturas y aumento de las precipitaciones).
Sin embargo, y al contrario de la mayoría de la literatura, los efectos sociales
derivados fueron positivos, por cuanto indujeron un descenso significativo en
los precios, al tiempo que se produjo un descenso en el número y la intensidad
de los eventos de riesgo climático. A este respecto, es necesario considerar las
peculiaridades climáticas y sociales de cada territorio, con el fin de valorar
adecuadamente la respuesta social ante grandes eventos generadores de varia-
bilidad climática a escala global. Por lo tanto, se recomienda incidir en este
tipo de estudios holísticos para ofrecer resultados consistentes con la escala
regional y la microhistoria.

2. ÁREA DE ESTUDIO
El sureste peninsular es una región de clima diferenciado respecto al resto de
climas europeos. El clima del sureste ibérico se caracteriza por la aridez, y la
habitual torrencialidad de las escasas precipitaciones anuales, una pronunciada
sequía estival y altas cifras de evapotranspiración e insolación. En términos
generales, estos aspectos hacen del sureste ibérico una de las regiones de mayor
aridez climática a nivel europeo41. Geográficamente, se puede afirmar que la
aridez en el sureste ibérico es inversamente proporcional a la altitud y a la
proximidad a los relieves, puesto que las montañas existentes se convierten
en espacios de humedad, al incrementarse las precipitaciones por efecto de la
altitud (figura 3). A este respecto, en provincia de Albacete, en el interior de este
territorio, se ubica el nacimiento de los principales ríos en el sureste ibérico, a
lo que hay que unir las históricas relaciones económicas entre las provincias
litorales del sureste y la provincia de Albacete. En este trabajo consideramos
que, en sentido amplio el sureste peninsular está enmarcado por las cuatro pro-
vincias del cuadrante sureste peninsular (Albacete, Alicante, Almería y Murcia).
De manera natural, uno de cada cuatro o cincos años es agronómicamente seco
en Murcia, influyendo negativamente en las cosechas. Sin embargo, lo más
temible era la sucesión de varios años secos, que producían «años de hambre»
y abocaban a campesinos a la mendicidad y a la inanición42.
La economía del sureste ibérico, hasta mediados del siglo xx, ha estado
caracterizada por su consideración periférica, por su especialización agrícola de
vocación comercial y por el desfase tecnológico respecto al promedio España.
Esta situación ha condicionado los tipos de cultivo dominantes43. En cuanto

41. Gil-Guirado & Pérez-Morales, 2019.


42. Lemeunier, 1990.
43. Espín-Sánchez et al., 2019.

335
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

Figura 3. Area de estudio. Sureste ibérico.

a la producción cerealícola, el trigo, producto básico para la producción del


alimento por excelencia (el pan), ha sido históricamente insuficiente para satis-
facer la demanda. Sirva como ejemplo el caso de Murcia. En esta ciudad, en un
año de cosecha normal de trigo, sólo se produce lo suficiente para autoabaste-
cer a la población los tres meses inmediatos a la cosecha, el resto del tiempo
es necesario importar trigo, ya sea de las zonas próximas, de otras provincias
como Albacete, e incluso de otros países44

3. FUENTES Y MÉTODO DE TRABAJO


Se han consultado tres tipos de fuentes de carácter climático (Tabla 1): 1-Datos
climáticos; 2-Datos sobre precios del área de estudio; 3– Datos sobre riesgos
meteorológicos. En todos los casos, los datos han sido selecciones atendiendo
a su ubicación dentro del área de estudio y por contar con series temporales
con una longitud de al menos siete años antes y después de la erupción del
Krakatoa (1883).

44. Picazo And Lemeunier, 1984.

336
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

Los datos climáticos proceden de las series de precipitación y tempera-


tura disponibles en acceso abierto en la Agencia Estatal de Meteorología de
España45. Las series de precipitación disponen de datos continuos de precipita-
ción mensual acumulada desde 1851, para las capitales de provincia y algunas
localidades de montaña. Estas series están homogeneizadas por AEMET. Las
series de temperatura tiene datos desde 1863 y también están homogenizadas
y ajustadas. Estas series ofrecen datos diarios de temperatura máxima, mínima
y media. El hecho de poder diferenciar entre temperaturas máximas y medias
supone un avance en los estudios del impacto climático de las erupciones
volcánicas, en la medida en que permite diferenciar si se producen efectos
contrapuestos que afectan a los valores medios y que pueden tener una expli-
cación desde el punto de vista meteorológico. Se han usado todas las series de
precipitación y temperatura disponibles en las 4 provincias del sureste peninsu-
lar. Por su parte, los mapas sinópticos para la caracterización de la circulación
atmosférica en el período de estudio seleccionado, se han consultado de las
bases de datos de mapas de tiempo (superficie y 500 hPa) de la NOAA, que
aparecen en el servidor wetterzentrale y que cubre una serie entre 1836 y 2015.
Los datos sobre precios provienen de los Boletines Provinciales de Precios
publicados por la Gazeta de Madrid de forma interrumpida entre julio de 1856
y diciembre 1890. La Gazeta de Madrid fue una publicación periódica oficial
publicada entre 1697 y 1936. Cuando fue sustituida por el Boletín Oficial del
Estado (BOE). Por lo tanto, supone una fuente oficial donde los datos debían
estar validados por la administración. Los datos ofrecidos son el promedio men-
sual en cada provincia para los principales productos de consumo de la época.
Los datos consultados son de libre acceso y están disponibles online mediante el
motor de búsqueda del BOE (2020). Esta fuente de datos ha sido ampliamente
utilizada con una contrastada validez en estudios de historia económica46. El
hecho de que los datos supongan un promedio provincial, frente a los valores
locales de precipitación y temperatura, puede introducir sesgos de escala, que
no pueden descartarse ni superarse con las fuentes disponibles. Sin embargo,
el hecho de que los valores de precios sean promedios provinciales supone una
aproximación al contexto económico más real, en la medida en que representa
de forma más fehaciente la situación económica de una sociedad, porque los
precios locales pueden estar afectados por el contexto socioeconómico coyun-
tural y no representar la situación real del conjunto de una sociedad47.

45. Aemet, 2020.


46. Sánchez-Albornoz, 1975. Barquín Gil, 1999.
47. Barquín Gil, 2000.

337
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

Los datos sobre riesgos meteorológicos provienen de las series de inunda-


ciones y rogativas pro-pluvia de los trabajos de Zamora Pastor48 y Gil-Guirado49.
Los datos son anuales y reflejan la cantidad anual de inundaciones y rogati-
vas pro-pluvia. Adicionalmente se ha calculado el sumatorio de intensidad de
inundaciones y de rogativas pro-pluvia. La intensidad de las inundaciones está
clasificada según su severidad en tres niveles de menor a mayor intensidad de
afectaciones (Nivel 1 inundación ordinaria; Nivel 2 inundación extraordinaria;
Nivel 3 inundación catastrófica). Este sistema de clasificación está ampliamente
difundido en trabajos de climatología histórica50. La intensidad de las rogati-
vas pro-pluvia está clasificada según su severidad en tres niveles de menor a
mayor intensidad de la sequía (Nivel 1 sequía leve; Nivel 2 sequía moderada;
Nivel 3 sequía extrema)51. Las rogativas pro-pluvia eran un instrumento de
las sociedades tradicionales católicas para pedir lluvia a dios. Las rogativas
pro-pluvia han sido ampliamente utilizadas para reconstruir las sequías en los
países católicos52. Los datos están disponibles para algunas importantes ciuda-
des dentro del área de estudio, tales como Orihuela (ubicada en la provincia de
Alicante, 19 km. al noreste de la ciudad de Murcia y 50 km. al suroeste de la
ciudad de Alicante), Caravaca de la Cruz (ubicada en la provincia de Murcia,
6 km. al noroeste de la ciudad de Cehegín y 65 km. al noroeste de la ciudad de
Murcia) y la ciudad de Murcia.

Tabla 1: Datos y variables utilizadas en el presente estudio

Resolución Resolución
Lugar Variables Fuente
espacial temporal
Precipitación acumulada (mm) y
Murcia temperatura máxima, mínima y Punto mensual AEMET
media (ºC)
Precipitación acumulada (mm) y
Datos climático

Alicante temperatura máxima, mínima y Punto mensual AEMET


media (ºC)
Almería Precipitación acumulada (mm). Punto mensual AEMET
Cehegín Precipitación acumulada (mm). Punto mensual AEMET
Albacete Precipitación acumulada (mm). Punto mensual AEMET
Cazorla Precipitación acumulada (mm). Punto mensual AEMET

48. Zamora Pastor, 2020.


49. Gil Guirado, 2013.
50. Barriendos et al., 2019.
51. Barriendos, 1997.
52. Martín-Vide & Barriendos, 1995. Brázdil et al., 2018.

338
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

Trigo y cebada (pesetas/


hectólitro); arroz (pesetas/Kg); Gazeta
aceite de oliva (pesetas/litro);
Alicante
vino (pesetas/litro); carne de
Provincia Mensual de
carnero, carne de vaca y tocino Madrid
de cerdo (pesetas/Kg.)
Trigo y cebada (pesetas/
hectólitro); arroz (pesetas/Kg); Gazeta
Precios

aceite de oliva (pesetas/litro);


Murcia
vino (pesetas/litro); carne de
Provincia Mensual de
carnero, carne de vaca y tocino Madrid
de cerdo (pesetas/Kg.)
Trigo y cebada (pesetas/
hectólitro); arroz (pesetas/Kg); Gazeta
aceite de oliva (pesetas/litro);
Almería
vino (pesetas/litro); carne de
Provincia Mensual de
carnero, carne de vaca y tocino Madrid
de cerdo (pesetas/Kg.)
Número inundaciones y
Zamora
sumatorio de intensidad de
Pastor,
inundaciones; Número de
Murcia Punto Anual 2002; Gil-
rogativas pro-pluvia y sumatorio
Guirado,
de intensidad de rogativas
2013
pro-pluvia
Riesgos climáticos

Número inundaciones y
Zamora
sumatorio de intensidad de
Pastor,
inundaciones; Número de
Caravaca Punto Anual 2002; Gil-
rogativas pro-pluvia y sumatorio
Guirado,
de intensidad de rogativas
2013
pro-pluvia
Número inundaciones y
Zamora
sumatorio de intensidad de
Pastor,
inundaciones; Número de
Orihuela Punto Anual 2002; Gil-
rogativas pro-pluvia y sumatorio
Guirado,
de intensidad de rogativas
2013
pro-pluvia

* Un € equivale a 166.386 pesetas.

En primer lugar, todos los datos han sido agregados a escala estacional.
Con el fin de diferenciar si los cambios detectados difieren según el momento
del año. Con los datos climáticos se ha procedido a calcular las anomalías esta-
cionales (invierno, primavera, verano y otoño) de precipitación y temperatura.
Las anomalías se han calculado como la diferencia entre la precipitación o
temperatura de una estación concreta y el promedio de 15 estaciones previas
y 15 estaciones posteriores a la erupción, con la estación del año eruptivo

339
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

incluida en el promedio. Por lo tanto, los promedios están calculados para un


periodo robusto (31 datos comprendidos entre 1868-1898). Así los posibles
cambios quedan insertados en el mismo contexto temporal, no introduciendo
el sesgo que en las temperaturas y precipitaciones puede introducir el cambio
climático reciente.
Para conocer si las anomalías detectadas se insertan dentro de la varia-
bilidad típica del clima del Sureste, se ha aplicado aplicado la Prueba T de
Student. Un test estadístico que analiza si la diferencia entre las medias previas
y posteriores a un evento (en este caso la erupción del Krakatoa), es estadísti-
camente significativa. Para esto, se han analizado las anomalías estacionales
de diferentes periodos temporales, enfrentado la media de las 8 estaciones
posteriores (2 años), de las 12 estaciones posteriores (3 años) y así hasta 10
años (40 estaciones), con el promedio de anomalías de 40 estaciones (10 años)
antes de la erupción.
Los datos de precios se han procesado de manera similar para calcular las
anomalías estacionales. Sin embargo, la disponibilidad de datos obliga a que el
promedio sobre el que se aplican las anomalías sea de 15 estaciones previas y
7 estaciones posteriores a la erupción, con la estación del año eruptivo incluido
en el promedio.
Finalmente, se ha calculado la correlación unidireccional de Pearson (con
un nivel de significación del 95%) entre las anomalías climáticas y las ano-
malías de precios entre todas las localizaciones. De esta manera, se evalúa la
coherencia espacial de los resultados.

4. EFECTOS DE LA ERUPCIÓN DEL KRAKATOA (1883) EN


LA CIRCULACIÓN ATMOSFÉRICA Y EN LOS ELEMENTOS
CLIMÁTICOS PRINCIPALES DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
El desarrollo de los denominados «años sin verano» supone la alteración de
la circulación atmosférica, a escala global y regional. Los efectos de grandes
erupciones volcánicas en Europa o España en los elementos climáticos, bási-
camente en las temperaturas y las precipitaciones, tiene relación con cambios
en la sucesión regular de situaciones sinópticas que afectan estacionalmente a
un área geográfica.
La tabla adjunta (Tabla 2), con distribución por años entre 1883 y 1885,
muestran la sucesión de tipos sinópticos en el espacio sinóptico de la península
Ibérica y el Mediterráneo occidental entre 1883, cuando acontece la erup-
ción del Krakatoa y los dos años siguientes 1884 y 1885. Se ha seguido la

340
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

clasificación de tipos sinópticos planteada por Olcina53, bajo los planteamientos


descritos por García Fernández54 basados en el desplazamiento de las masas de
aire en capas medias y altas de la troposfera y del diseño de configuraciones
principales que supone dicho movimiento (vaguadas, dorsales y gotas frías) y
de las situaciones de transición entre los tipos principales (situaciones mixtas
vaguada/cresta o cresta/vaguada)55. Para calibrar su efecto en las capas bajas
(situaciones atmosféricas de superficie) y, por ende, en el desarrollo del tiempo
diario, se ha tenido en cuenta la posición de los ejes de las vaguadas y, en su
caso, de las dorsales, para poder determinar zonas de mayor o menor inestabi-
lidad atmosférica y la posibilidad de que se generen precipitaciones.

Tabla 2. Situaciones atmosféricas tipo en España peninsular y Baleares (1883-85)


1883
DIA E F M A My J Jl A S O N D
1 PMW AM PMW TC
2 PMW AM PMW TC/R
3 PMC AM GFSW TC/R
4 PMC AME GFSW TC/R
5 PME AME PMW TC/R
6 TC R PMW R
7 TC R PMW R
8 TC GFSW PME R
9 TC GFSW TM R
10 TC GFC TM R
11 PM/TC GFC TM TM/R
12 PME TM TM TM/R
13 PME TM TM TM
14 TC TM PMW TM
15 TC TM GFSW TM
16 TC TM PM AM
17 TC TM PME AM
TM/
18 TC TM AM
PM
19 PM/TC TM TM GFSW
20 TC TM TM GFSW
21 TC PM/TC TM GFSW

53. Olcina, 1994.


54. García Fernández, 1963.
55. Burriel y Olcina, 2016.

341
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

22 TC PM TM GFSW
23 TC PME TM GFSW
24 TC TM TM TC
25 TC TC PMW TC
26 PM/TC PM/TC PM TC
27 TC PM PM/TC TC TC
28 TC PM PM/TC TC TC
29 TC AM PM TC PM
30 TC AM GFSW TC PM
31 PM/TC GFSW PM
Fuente: NOAA Reanalysis 20th Century (www.wetterzentrale.de).
1884
DIA E F M A My J Jl A S O N D
1 PM/TC AM TC PMW TM PMW TC TC PMW TM TM TM
2 PM/TC AM TC PM TM PM TC TC PMW TM PMW TM
3 TC R TM PM TM* PME PM/TC TC PM TM PM TM
4 TC GFW PM/TC PMW TM* PMN PM/TC TC PME TC PM TM
GFW/
5 TC TM PM/TC TM* PMN PM/TC TC TM TC/R GFE TM
TC
6 TC PM/TC TM PM TM* PMN PM/TC TC TM TC/R PMW TM
7 TC PM/TC PMW TM TM PMN PM/TC TC TM TC/R PM/TC TM
TM/
8 TC/R PMW PMW TM TM PM/TC TC TC TM TM TM*
PM
9 TC/R PMW PMW PM/TC TM TM PM/TC TC TC AM PM/TC TM*
10 TC/R PMW PMW TC TM TM PM/TC TC TC AM PM/TC TM
11 TC PMW PMW PM/TC TC TM PM/TC PM/TC TC/R AM TM TM
12 TC PM/TC PM PM TC TM PM/TC PM/TC TC/R AM TM TM
13 TM PM/TC TM GFSW TC TM TC PM/TC PMW AM R TM
TM/
14 TM PM/TC TM GFE TC TC TC TC PMW R TM/R
AM
15 TM PM PM/TC AM TC PM/TC PM/TC TC PM/TC R R TM/R
16 TM PM PM/TC AM TC PM/TC PM/TC TC PM/TC TM/R TM TM
17 TM PM GFSW AM PM/TC PM PM/TC TC PM/TC TM TM TM
18 TM PM GFSW AM PM PM PM/TC TC* PM/TC TM AM TM
19 TM PM GFE PMW PM TC TC TC* PM/TC TM AM TM
20 TM TM GFE PMW PM TC TC TC PM/TC TM AM AM
21 TM TM GFE PM/TC GFSE PM/TC TC TC TC PMW AM AM
TM/
22 TM PMW TM PM/TC PMW PMN TC TC TC PM AM
AM
23 TM PM TM PM/TC PMW PMN TC PM/TC PM/TC PME AM AM
24 TM TM TM PM/TC PM/TC R TC* PMW PM GFW AM AM

342
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

25 PMW TM PMW PM/TC PM/TC R TC* PM/TC PM GFSW AM AM


TM/
26 TM TM PM PM PM/TC PM/TC TC* PM/TC GFSW AME R
PM
27 TM PM/TC PM PM TM PM/TC TC* PM/TC TC TM TM R
28 TM PM PM AM TM PM/TC TC* PM/TC TC TC TM PMW
29 TM PM PM AM PMN PM/TC TC TC PM/TC TC TM* PM
30 TM PM AM PMN TC TC TC PM/TC PM/TC TM* PM
31 PM/TC PM PMN TC PM/TC TM TM
Fuente: NOAA Reanalysis 20th Century (www.wetterzentrale.de).
1885
DIA E F M A My J Jl A S O N D
1 TM PMW TM* GFSW TM* TC PM/TC PM/TC TM TM PME TC
2 PM/TC PM TM PM TM* TC PM/TC PM/TC TM TM GFE PM/TC
3 PM PM TM PM TM* TC PM/TC PM/TC PM/TC TM GFE PM
TM/
4 PM PM PM/TM PM TM* PM/TC PM/TC PM PM TM PME
GFE
TM/
5 PM/TC PMN PM/TM PM TM* PM/TC PM/TC PM/TC TM TM TM
GFE
TM/
6 TM/R TM PMW PM TM* TM TC PM PM/TM TM* TM
GFE
TM/
7 TM TM PMW PM TM* PM/TC TC TC* PM TM* PM/TC
GFE
TM/
8 TM TM PMW PM TM PM PM/TC TC PM TM PM/TC
GFE
9 TM/R TM PWM PM TM PM TC TC TM PMN R PM/TC
10 TM TM PMW PM TM PM TC PM/TC TM* PM R PM/TC
11 AM TM GFSW PME TM PM TC PM/TC TM* PM PM/TC TC
12 AM TM GFSW PME TM PM/TC TC PM/TC TC PM PM/TC TM
13 AM TM R PMW TM* PM/TC PM/TC TC TC PM PM/TC TM
14 AM PM/TM R PMW PMN PM/TC PM/TC TC TC PM PM TM
15 AM PM/TM TM PM PME PM/TC PM/TC TC TC PM TC TC
16 AM PM/TM TM PM TM PM PM/TC TC PM/TC PMW PM/TC TC
17 PMW PM/TMPM/TM PME TM PM PM/TC TC PM PM/TC PM/TC TC
TM/
18 PM/TC PM/TM AM TM PM PM/TC TC PM PM/TC PM TC
PM
TM/
19 PM/TC PM/TM AM TM PM PM/TC TC* PME PM PM PM/TC
PM
TM/
20 PM/TC PM/TM R TM* PM TC TC* TM PME PM PM/TC
PM
TM/
21 PM/TC TM R TM* PM TC TC* TC PME PM PM/TC
PM
22 PM/TC TM R TM TM* PM/TC TC TC* TC PM PM PM
23 TM TM AM TM* TM PM/TC TC TC* AMN PM PME PM

343
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

24 TM PM/TM TM/R PMW TM PM/TC TC TC* AM PM TM* PM


25 TM TM TM/R PMW TM PM/TC PM/TC TC* AM PME TM* R
26 TM TM* TM/R PM TM PM/TC PM/TC TC* AM TM TM* R
27 TM TM* TM PM TM PM/TC PM/TC PM/TC AM TM* TM TM/R
28 TM TM TM PME PM/TM PM/TC PM/TC PM R TM* TM TM
TM/
29 PM/TC TM PME TM PM PM/TC PM TM/R PME TM
AM
TM/ TM/
30 PM PMW TM TM PM PM/TC TM TM TC
PM AM
TM/ TM/
31 PMW GFSW TC PM/TC PMN
PM AM
Fuente: NOAA Reanalysis 20th Century (www.wetterzentrale.de).
(Nota: Se destaca en color amarillo y naranja las situaciones atmosféricas relacionadas por
la instalación de masas de aire tropical marítimo (dorsales) o tropical continental (crestas
saharianas), que dan lugar a tiempos estables a priori poco o nada propicias para el desarrollo de
precipitaciones. El resto de situaciones son propicias, en grado diferente, a la génesis de lluvias.)

Como se aprecia en el análisis de las situaciones sinópticas en el periodo


post-eruptivo, el efecto en la circulación atmosférica de la erupción del
Krakatoa no se llega a manifestar en el espacio sinóptico del Atlántico norte
y Europa occidental, hasta el año siguiente (1884) y se prolonga a lo largo de
1885. El año 1884 tuvo un comportamiento sinóptico típico de un año de sequía
en tierras ibéricas56), con abundancia de días «estables» con circulaciones de
aire tropical marítimo (dorsales) o tropical continental (crestas saharianas),
especialmente en las épocas en las que se producen lluvias, en años de nor-
malidad pluviométrica (invierno y primavera). Sin embargo, la instalación
de vaguadas y gotas frías inestables con efectos en el litoral mediterráneo
en primavera y sobre todo en los meses de otoño, favorecieron el desarrollo
de abundantes precipitaciones en esta parte de España y especialmente en el
sureste ibérico. Por ello, el año 1884 es uno de los más lluviosos de las series
históricas de precipitación en observatorios como Alicante o Murcia., frente a
lo ocurrido en el resto del territorio peninsular, donde las lluvias se desarrolla-
ron con normalidad o incluso por debajo de la media normal en las regiones
del oeste peninsular, debido a la escasa frecuencia de circulación de borrascas
frontales (Tabla 3 y Figura 4).

56. Olcina, 1994.

344
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

Tabla 3.Síntesis de situaciones sinópticas estables e inestables en la península Ibérica


1884-85
1884 1885
Situaciones estables 157 138
Situaciones inestables 209 227

Fuente: Elaboración propia.

21 de mayo de 1884 21 de mayo de 1885

Figura 4. Situaciones sinópticas características de los años 1884 (gota fría en el estrecho
de Gibraltar) y 1885 (circulación zonal con dorsal anticiclónica en superficie) en el espacio
peninsular. Mayo muy lluvioso en el sureste ibérico en 1884; mayo muy seco en el sureste
ibérico en 1885. Fuente: wetterzentrale.de

Por el contrario, el año 1885 fue un año con abundancia de días inestables
que favorecieron el desarrollo de lluvias importantes en gran parte de España,
excepto en el sureste ibérico. Ello se relaciona con la frecuencia de circula-
ciones del oeste (aire polar o ártico marítimo) con entrada de borrascas muy
activas desde el Atlántico hacia la península Ibérica. Los primeros meses de
1885 (invierno y comienzos de la primavera) se caracterizaron por la frecuencia
de situación atmosféricas lluviosas en el oeste y centro peninsular, vinculada a
la instalación de vaguadas de aire polar o ártico al oeste de la península Ibérica
o centradas en el espacio sinóptico peninsular con desarrollo de precipitacio-
nes abundantes (Tabla 4). De manera que, el carácter pluviométrico del año
fue inverso al registrado en 1884, con lluvias importantes, por encima de las
medias anuales, en los observatorios del oeste y centro peninsular, y escasez
de precipitaciones en el sureste ibérico (figura 5).

345
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

Tabla 4. Precipitaciones registradas en diferentes observatorios de España (1883-


1885) y caracter pluviométrico del año en relación con la circulación atmosférica

PRECIPITACION PRECIPITACION PRECIPITACION


CARACTER
ESTACIÓN 1883 CARACTER AÑO 1884 1885 CARÁCTER AÑO
AÑO
(mm.) (mm.) (mm.)
Todo el año lluvioso
LA CORUÑA Invierno, primavera Primavera
871 667 1145 (verano muy
(1014 mm.) y otoño lluviosos lluviosa
lluvioso)
BILBAO
1128 Otoño lluvioso 1177 1612 Verano muy lluvioso
(1134 mmm)
Invierno
VALLADOLID primavera y Invierno y primavera
242 Primavera lluviosa 311 366
(433 mm.) comienzo de lluviosos
otoño lluvioso
Primavera y
ZARAGOZA Invierno y
227 367 comienzo de 394 Primavera lluviosa
(322 mm.) primavera lluviosa
otoño lluvioso
BARCELONA Primavera y
438 569 435
(621 mm.) otoño lluvioso
PALMA Primavera, verano y Verano muy Primavera y otoño
669 553 516
(449 mm.) otoño lluviosos lluvioso lluviosos
ALICANTE Otoño muy
140 654 245
(311 mm.) lluvioso
MURCIA Primavera y Invierno y otoño
297 Invierno lluvioso 765 403
(297 mm.) otoño lluviosos lluviosos
Primavera y
MADRID Primavera, verano y
423 515 comienzo de 698
(421 mm.) otoño lluviosos
otoño lluvioso
CIUDAD REAL Todo el año Primavera muy
368 608 729
(402 mm.) lluvioso lluviosa
Sólo lluviosos Invierno, primavera
SEVILLA Invierno y
603 336 Abril y 817 y otoño muy
(539 mm.) primavera lluviosos
diciembre lluviosos

Fuente: AEMET. Elaboración propia.


(Nota: En color naranja precipitaciones por debajo o muy por debajo de la media normal del
observatorio (período internacional, 1980-2010. AEMET); en color azul, precipitaciones por
encima o muy por encima de la media normal del observatorio).

Este hecho es común en años en los que la circulación del oeste o la llegada
de vaguadas árticas durante las estaciones de invierno, primavera y otoño:
sequía «surestina»57 porque los frentes atlánticos apenas dejan precipitación
en esta región peninsular, frente a abundancia de lluvias en el resto peninsular
(figura 5)

57. Olcina, 2001.

346
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

Figura 5. Carácter pluviométrico de los años 1884 y 1885, en relación con la circulación
atmosférica registrada en el espacio sinóptico peninsular. Elaboración propia.

Por su parte, la evolución de las temperaturas resulta más irregular para


poder establecer un patrón de comportamiento claro para el conjunto peninsu-
lar. En relación con la evolución de las situaciones atmosféricas (vid. supra)
parece que los años 1884 y 1885 fueron más fríos de lo normal en relación con
sus valores medios mensuales y por comparación a lo registrado en 1883, año
de la erupción del Krakatoa; especialmente en invierno por el desarrollo de
situaciones de helada de advección (1885) e irradiación (1884) en el centro y
oeste peninsular. En el resto del territorio no hay un comportamiento uniforme,
aunque el año 1885 resultó más frío que 1884 (Tabla 5).

Tabla 5. Evolución de la temperatura media aanual en diferentes observatorios


españoles (1883-1885)
SAN SEBASTIAN

VALLADOLID
BARCELONA

LA CORUÑA

VALENCIA
ALICANTE

SEVILLA
MADRID

1883 17,5 --- 13,2 13 13,6 19,4 16,3 11,3


1884 17,9 15,5 11 12,7 14,3 20,1 15,5 11,6
1985 17,9 15,5 12,6 12,5 14,3 19,5 15,9 11
Fuente: Barciela, C., Carreras, A. y Tafunell, X. (2005). Estadísticas Históricas de España.
ss. xix-xx.

347
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

Al respecto del carácter más frio del invierno de 1885 la Gaceta de Madrid,
en su edición del 29 de enero (num. 29) se hace eco de las jornadas heladoras
de enero de ese año registradas en Teruel, tras una colada de aire ártico ocu-
rrida desde el día 10 a la que sigue una situación anticiclónica de estabilidad y
elevada duración que se mantuvo prácticamente hasta finales de mes. En esta
localidad se registraron –20,4º C el 16 de enero de 1885, temperatura mínima
más baja anotada en la localidad desde los inicios de la observación meteoro-
lógica en 1877 (figura 6).

Figura 6. Noticia de los grandes fríos registrados en Teruel en enero de 1885.


Fuente: Gaceta de Madrid, núm. 29, 29 de enero de 1885. Disponible en: www.boe.es

348
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

5. EFECTOS DE LA ERUPCIÓN DEL KRAKATOA EN EL SURESTE


IBÉRICO: VARIABILIDAD TÉRMICA Y PLUVIOMÉTRICA
Los datos de anomalías térmicas en el sureste peninsular (estaciones meteoro-
lógicas de Murcia y Alicante) muestran una evidente alteración en los valores
de temperatura como consecuencia de la erupción. Sin embargo, esta alteración
presenta diferente magnitud en las series analizadas y afecta de forma dife-
rencial a las anomalías estacionales de temperatura máxima, mínima y media.
A este respecto, en la Figura 7, se pueden observar las anomalías térmicas
estacionales cinco años antes y cinco años después de la erupción. Respecto a
Murcia y en relación a las temperaturas máximas, vemos como los cinco años
posteriores a la erupción las temperaturas máximas fueron mucho más bajas en
todas las estaciones. Con descensos superiores a 1º C y en el caso del verano
de 2º C. En relación a esto, es posible hablar de años sin verano, al menos en
las temperaturas máximas, con unos veranos mucho más suaves. En las tem-
peraturas mínimas en cambio, no se observan diferencias en Murcia, con una
ligera tendencia al aumento de las temperaturas mínimas en las primaveras. No
obstante, el fuerte descenso en las temperaturas máximas, hace que las tem-
peraturas medias después de la erupción sean sensiblemente más bajas, sobre
todo en verano y en otoño. En Alicante, por lo que respecta a las temperaturas
máximas, detectamos, al igual que en Murcia, un fuerte descenso. Superior a
1º C en todas las estaciones y mucho mayor en el otoño. Lo que permite hablar
de otoños oceánicos, al menos en lo que respecta a las temperaturas máximas.
Sin embargo, en relación a las temperaturas mínimas, se produce el fenómeno
contrario. Es decir, hay un importante aumento de las temperaturas mínimas,
sobre todo en el verano y el otoño. Esta situación contrapuesta entre las tem-
peraturas máximas y mínimas, hace que las temperaturas medias en Alicante,
no sufran importantes cambios, excepto los inviernos y los otoños, que fueron
sensiblemente más frescos.
Por su parte, cuando se analizan los datos de precipitación de las princi-
pales ciudades del área de estudio (Murcia y Alicante), se aprecia un evidente
incremento de las precipitaciones a raíz de la erupción del Krakatoa en 1883
(figura 8). En Murcia el promedio de precipitaciones de los cinco años poste-
riores a la erupción fue mucho más elevado. Especialmente en las primaveras
y los otoños, donde llovió aproximadamente un 40% más de lo normal para
la época. En Alicante ocurrió algo parecido, con unas primaveras y otoños un
tercio más lluviosos. Aunque los inviernos y los veranos fueron un poco más
secos. Sin embargo, estas estaciones son, en cualquier caso, las menos lluviosas
en el Sureste, por lo que el impacto en las precipitaciones es reducido.

349
350
Figura 7: Anomalías de temperatura 5 años antes y 5 años después de la erupción.
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

Figura 8: Anomalías de precipitación 5 años antes y 5 años después de la erupción.


* Solamente están representados los valores anuales cuando la anomalía es estadísticamente
significativa con la prueba T de Student.

Dada la importancia que tienen las lluvias en el sistema económico del


Sureste y gracias a que hay datos disponibles, hemos extendido este análi-
sis a otras localizaciones dentro del cuadrante Sureste peninsular. De esta
manera, podemos observar como el comportamiento pluviométrico de Murcia
y Alicante, responde a un patrón de lluvias a nivel regional. A este respecto, si
consideramos las 6 localizaciones analizadas, los aumentos de lluvia, cobran
aun más importancia (figura 9A). Es evidente como la erupción del Krakatoa

351
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

produjo un aumento significativo de las lluvias en todos los lugares analizados.


Aunque en distinta intensidad y extensión temporal. Los mayores incrementos
en las lluvias, fueron en Murcia, seguido de Albacete, Cehegín y Almería.
Parece por lo tanto que el efecto fue mayor en la parte central del cuadrante
peninsular. Es importante destacar que todos los cambios significativos detec-
tados fueron hacia condiciones más húmedas.
Si analizamos el impacto en las lluvias a lo largo del tiempo, vemos que los
mayores incrementos de lluvia se produjeron dos años después de la erupción
(figura 9B). Posteriormente este impacto va disminuyendo, para aumentar a

Figura 9: Anomalías significativas en la precipitación entre 2 y 10 años después de la


erupción.
* Solamente están representados los valores anuales cuando la anomalía es estadísticamente
significativa con la prueba T de Student. El Panel A muestra las anomalías acumuladas de
precipitación para cada ciudad para las ventanas posteruptivas de 2 a 10 años. El Panel
B muestra las anomalías acumuladas de precipitación para las cada una de las ventanas
posteruptivas analizadas (de 2 a 10 años) y en cada ciudad.

352
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

partir del quinto y sexto año y volver a descender desde aquí. En relación a este
rebote en el sexto año, en el verano de 1886 tuvo lugar otra gran erupción vol-
cánica, la del Volcán Tarawera. Esto supuso una nueva fuente de perturbación
climática y un efecto rebote en las lluvias. Por lo tanto, podemos confirmar el
impacto en las lluvias, no solo del Krakatoa, sino también de otra erupción de
similares características.

6. ERUPCIÓN DEL KRAKATOA Y DESARROLLO DE EVENTOS


ATMOSFÉRICOS EXTREMOS EN EL SURESTE PENINSULAR
Con los datos disponibles58, podemos intuir que tras la erupción del Krakatoa se
produjo una reducción sensible del impacto social de las sequías, medido este
como una reducción en el número e intensidad de las peticiones de lluvia por
parte de la iglesia (figura 10). Mientras que en Murcia se hicieron un promedio
de 1.1 rogativas al año para el periodo de 1868 a 1883, en el periodo de 1884
a 1898 este valor descendió hasta las 0.5 rogativas promedio al año. Para estos
mismos periodos la intensidad promedio descendió desde 1.9 hasta 1.1. Esto
mismo ocurrió en Caravaca donde se pasó de unos promedios preeruptivos de
número de rogativas e intensidad de 0.3 y 0.4 respectivamente, a no realizarse
ninguna rogativa en el periodo posteruptivo. En Orihuela el descenso también
fue evidente (de 0.4 rogativas anuales se pasó a 0.1 y de una intensidad de 1.3
se pasó a una intensidad de 0.2).
Sin embargo, y como es de esperar, se produjo un aumento en el número
e intensidad de las inundaciones a partir de la erupción del Krakatoa. Así, en
Murcia se pasó de un promedio anual de número de inundaciones de 0.9 para
el periodo de 1868 a 1883 a un promedio de 1.5 en el periodo 1884-1898. La
intensidad para estos periodos pasó de un promedio de 1.5 a 2.4 respectiva-
mente. Lo mismo ocurrió en Caravaca donde aumentaron los valores tanto de
número de inundaciones como de intensidad entre los periodos pre y posterup-
tivos. En Orihuela por su parte, se produjo una disminución en el número de
inundaciones, frente a un aumento leve de la intensidad. No obstante, no se
produjo un aumento considerable de las inundaciones catastróficas (Nivel de
intensidad 3). Siendo las inundaciones ordinarias y extraordinarias (Niveles 1
y 2) las que más aumentan.

58. Zamora Pastor, 2002. Gil-Guirado, 2013.

353
354
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

Figura 10. Riesgos de sequías e inundaciones en el Sureste ibérico antes y después de la erupción del Krakatoa (1883). Fuente: Zamora
Pastor (2002) y Gil-Guirado (2013).
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

6. IMPACTO ECONÓMICO DE LA ERUPCIÓN DEL KRAKATOA:


EFECTOS EN LOS PRECIOS DE LOS CEREALES EN EL SURESTE
PENINSULAR
Tanto los precios del trigo como los precios de la cebada sufrieron una signi-
ficativa anomalía negativa para las ventanas posteruptivas analizadas (figura
11). Los descensos de precios más importantes se produjeron en las provincias
de Almería y Murcia tanto en el trigo como en la cebada. Estas provincias son
las de menor pluviometría en el sureste ibérico y por lo tanto las que presentan
mayores limitaciones para la producción de cereales en condiciones de normali-
dad pluviométrica. En los cinco años posteriores a la erupción del Krakatoa, se
produjo un importante descenso en los precios del trigo en Sureste de España.
En cuanto a la cebada, este descenso fue también muy importante, pero de
menor intensidad. Es lógico pensar que en una zona con un estrés hídrico cró-
nico como el Sureste, cuando hay más lluvias, mejoran las producciones de
cereales y se produce un descenso de precios. Sin embargo, la cebada tiene una
mayor capacidad de resistencia a la sequia, por lo tanto, las diferencias en las
producciones entre un año pluviométricamente bueno y otro malo, son menos
importantes que en el caso del trigo.
Temporalmente hay diferencias; mientras que para el trigo el descenso
de precios es mayor entre 3 y 5 años después de la erupción, para la cebada
el comportamiento es muy similar al comportamiento de las anomalías de
precipitación, con un mayor descenso en los 2 años y un leve incremento
posterior (en este caso 6 años después). En el caso de la cebada, es de suponer
que el incremento de las precipitaciones permitiera la autoproducción en las
provincias más áridas (Murcia y Almería), por eso la gran correlación entre
el comportamiento de las precipitaciones y el de los precios de la cebada. En

Figura 11. Anomalías estacionales en los precios de los cereales.

355
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

el caso del trigo, la escasa especialización en su cultivo en las provincias más


áridas, pudo incidir en que hasta pasados unos años con mejoras pluviométri-
cos, estas provincias no empezaran a plantar trigo, lo que explicaría el retardo
en los descensos de precios.
En otros bienes de primera necesidad también se produjeron alteraciones
de precios relacionadas con la erupción del Krakatoa (figura 12). Sin embargo,
estos cambios fueron de menor magnitud que en el caso de los cereales. Además,
los cereales tenían una mayor importancia entre la dieta general de la población
que otros bienes de consumo. En relación al precio del arroz, se produjo un leve
descenso en los precios promedios de las principales provincias del Sureste de
España a raíz de la erupción del Krakatoa. El arroz es una planta que necesita
una gran cantidad de agua para su desarrollo, por lo que un aumento de las
precipitaciones puede ser beneficioso en ese sentido. El descenso de precios fue
mucho mayor en el caso del aceite de oliva, previsiblemente también gracias
al aumento de las precipitaciones y, en este caso, a un descenso en las tempe-
raturas máximas. Si embargo, tanto los precios de la carne, como los precios
del vino, sufrieron importantes repuntes tras la erupción. En el caso del vino,
un exceso de lluvias durante el otoño (la estación de recogida de la uva), pudo
dificultar las labores de recolección y reducir las producciones. En relación al
precio de las carnes, se produce una importante subida del precio de la carne
en el Sureste, especialmente en el precio de la carne de vaca. Sin embargo,
la carne de vaca no era un producto de consumo masivo en el Sureste, por lo
tanto, está subida debió provocar un impacto mínimo en los hogares. Por su
parte, el tocino de cerdo, uno de las carnes más consumidas, tuvo una subida
muy débil. En cualquier caso, estos incrementos puede que estén relacionados
con el incremento de enfermedades ocasionado por una mayor humedad.
Ante la conexión existente entre la alteración climática y el descenso de los
precios en el sureste ibérico, cabe preguntarse cuáles son las relaciones direc-
tas que pueden explicar esta conexión. Lo más destacable de todo es que hay
correlación negativa muy alta entre las anomalías de precipitación y las ano-
malías de precios. Es decir, cuando aumentan las precipitaciones, disminuyen
los precios de los cereales. Estas correlaciones son mayores en las provincias
más áridas (Murcia y Almería), donde hay una mayor dependencia de las ano-
malías positivas de precipitación para lograr buenas producciones. En relación
a las temperaturas, se aprecian unas importantes correlaciones positivas entre
las anomalías de temperatura y las anomalías de precios. Es decir, a mayores
temperaturas, mayores precios de los cereales. Unas mayores temperaturas
máximas producen descensos en la producción de cereales59.

59. Battisti & Naylor, 2009. Grumm, 2011.

356
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

Figura 12. Anomalías estacionales en los precios de alimentos de primera necesidad.

A modo de síntesis, cuando suben las temperaturas máximas, suben los


precios de los cereales. En cambio, cuando las temperaturas mínimas suben
y hay menos heladas, bajan los precios de los cereales. De manera general,
cuando las temperaturas medias suben, aumentan los precios de los cereales.

357
358
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

Tabla 6. Correlaciones entre las anomalías climáticas y las anomalías de precios en el sureste ibérico.
* Las correlaciones están calculadas como la relación entre las anomalías de temperatura y precipitación con las anomalías para todo el periodo
temporal coincidente (1868-1890). Los valores muestran la correlación de Pearsón unicamente cuando su nivel de significación es igual o
superior al 95% (P-value<0.05)
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

En relación a las precipitaciones, cuando más llueve, menores son los precios
de los cereales. A este respecto, las lluvias en Albacete están altamente corre-
lacionadas con los precios de los cereales en el Sureste. Cabe mencionar que
Albacete es la zona productora por excelencia de los cereales que se consumían
en el Sureste. Por último, son también destacables las bajas correlaciones entre
el clima de Alicante y los precios de los cereales en el sureste ibérico (Tabla 6).
Probablemente esto se deba a que históricamente Alicante ha sido una provincia
de escasa especialización cerealícola60.
En relación a otros productos, a mayor temperatura mayores precios del
aceite y menores precios del vino. Mientras que la ausencia de temperaturas
bajas beneficia al aceite y perjudica al vino. Por su parte las elevadas precipi-
taciones en Murcia, Cehegín y Albacete, benefician la producción de aceite.
Mientras que no hay correlación entre las precipitaciones y los precios del vino.
Finalmente, la producción de carne en el Sureste se ve beneficiada por las
altas temperaturas, mientras que el frío, sobre todo en Alicante, es perjudicial.
También se constata que un exceso de lluvia, perjudica la producción de carne
en el Sureste.

7. CONCLUSIONES: LA ERUPCIÓN DEL VOLCÁN KRAKATOA,


UN PELIGRO NATURAL DE EFECTOS FAVORABLES PARA EL
SURESTE IBÉRICO
Las grandes erupciones volcánicas tienen efectos directos en el clima, incluso
en áreas muy alejadas del foco eruptivo. A consecuencia de ello, la actividad
agraria manifiesta fluctuaciones en sus producciones que se derivan en cam-
bios en los precios de los alimentos. Por otro lado, las alteraciones climáticas
inducidas por el forzante climático suponen un factor adicional de variabilidad
en los extremos atmosféricos que pueden desencadenar procesos de riesgo para
las sociedades (sequías, inundaciones, olas de frío, etc.). El sureste peninsular
es un territorio especialmente sensible a este respecto.
La circulación atmosférica, como se ha señalado, se altera en los años
posteriores a una gran erupción volcánica en el hemisferio norte. Por lo que
respecta al espacio sinóptico peninsular se ha visto como esa modificación
supone efectos en los tiempos atmosféricos que en el caso de la erupción del
Krakatoa originó un año 1884 muy lluvioso en el litoral mediterráneo y espe-
cialmente en el sureste ibérico, debido a la abundancia de situaciones inestables
con precipitaciones importantes en esta parte de España, frente a las lluvias
registradas ese mismo año en el resto del territorio peninsular que estuvieron

60. Peris Albentosa, 1995.

359
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

dentro de la normalidad o por debajo de la media según las regiones del centro
o oeste del territorio ibérico. Por contra, el año 1885, en el que abundaron
circulaciones atlánticas con paso de frentes, resultó muy lluvioso en el norte,
centro y oeste peninsular, frente a la escasez de precipitaciones (sequía «sures-
tina») que se registró en el área mediterránea peninsular y especialmente en su
cuadrante sureste. Por su parte, para el conjunto del territorio español el año
1884 fue algo menos frío que el año 1885, especialmente por las jornadas de
muy bajas temperaturas que registró el mes de enero de este último año en la
peninsula Ibérica.
Los resultados obtenidos en relación con la disminución de las tempera-
turas concuerdan con los resultados encontrados en diversos estudios. Self,
Rampino & Barbera concluyen que las grandes erupciones volcánicas explo-
sivas del siglo xix produjeron un descenso térmico en el hemisferio norte
en unos tiempos posteruptivos que oscilan entre los dos y los cinco años61.
Angell & Korshover examinaron el efecto sobre la temperatura de las mayores
erupciones volcánicas de los últimos 200 años utilizando registros de tempe-
ratura que se remontan a 1781 y detectaron que en la mayoría de los casos
la temperatura promedio para el período de 5 años después de la erupción es
significativamente más baja que la temperatura promedio para el período de
5 años antes de la erupción62. Fischer et al. analizaron la señal climática de
invierno y verano después de 15 erupciones volcánicas tropicales importan-
tes durante el último medio milenio y detectaron que durante los primeros y
segundos años posteriores a la erupción, se producía un importante enfria-
miento en verano en Europa y un enfriamiento invernal muy débil en el sur
de Europa63. Por su parte, Timmreck demuestra que en la Península Ibérica el
primer y segundo inviernos posteruptivos (respecto a las mayores erupciones)
son significativamente más fríos. Este enfriamiento se prolonga entre los 4/6
inviernos posteriores, aunque con valores más suaves64.
Por otro lado, el aumento detectado en la temperatura mínima es climática-
mente consistente con el aumento de la precipitación. En la medida en que, al
incrementarse el número de días con precipitación y, en consecuencia, los días
nublados, se reduce la amplitud térmica y disminuye la posibilidad de heladas
y de registro de temperaturas mínimas extremas, como ha señalado Zamora
Pastor en su estudio sobre el final de la Pequeña Edad del Hielo en Alicante65. A

61. Self, Rampino & Barbera, 1981.


62. Angell & Korshover. 1985.
63. Fischer et al., 2007.
64. Timmreck, 2012.
65. Zamora Pastor, 2002.

360
Cuando «el peligro no es próximo, pero sí evidente»: efectos climáticos y sociales de la erupción del…

este respecto Oman et al. encuentran un aumento significativo de la nubosidad


en la Península Ibérica como consecuencia de la erupción del Katmai de 191266.
Por lo que atañe al aumento detectado en las precipitaciones, Wegmann
et al., a través reconstrucciones climáticas y simulaciones de modelos, encon-
traron que después de las 14 erupciones más fuertes de los últimos 400 años
se produjo un aumento de las precipitaciones estivales en el sur de Europa en
el año posterior a la erupción67. Por su parte, Fischer et al., observan una ten-
dencia a condiciones húmedas en algunas partes del Mediterráneo tras grandes
erupciones volcánicas68. A este respecto, Rao et al. señalan que la respuesta
de la pluviométrica se magnifica entre fines de la primavera y principios del
verano (abril a julio)69.
La reducción de los eventos de sequía produjo un contexto social menos
convulso, dada la relación entre la sequía y los conflictos sociales70. En cuanto
a las inundaciones, a pesar de su aumento, no se produjo un empeoramiento
de las condiciones previas a la erupción, puesto que el incremento fue princi-
palmente a costa de las inundaciones leves y moderadas. Las inundaciones de
intensidad leve y moderada eran consustanciales al sistema social en el sureste
peninsular y eran percibidas como algo positivo en la medida en que se creía
que los sedimentos aportados contribuían a aumentar la fertilidad de los campos
de cultivo71. Adicionalmente no se relacionan heladas catastróficas, ni otras
situaciones adversas en el sureste ibérico para el periodo comprendido entre
1883 y 189872. Tampoco tenemos constancia de revueltas o conflictos sociales
en el área de estudio en el periodo comprendido entre 1883 y 1898.
En relación con la disminución en los precios de los cereales y otros ali-
mentos, es necesario tener en cuenta que algunos factores exógenos (cambios
legales y administrativos, conflictos bélicos, epidemias, etc.) pudieron afectar
a la evolución de los precios. Sin embargo, no se han detectado cambios rele-
vantes a este respecto. En 1891 se implementó el llamado Arancel Cánovas,
una medida proteccionista que fomentó la producción nacional de productos
de cereales y mejoró el autoconsumo y la producción entre la población espa-
ñola73. Sin embargo, esta ley fue bastante posterior al cambio detectado en
los precios.

66. Oman et al., 2005.


67. Wegmann et al., 2014.
68. Fischer et al., 2007.
69. Rao et al., 2017.
70. Burke et al., 2015.
71. Maurandi Guirado & Romero Díaz, 2000.
72. Zamora Pastor, 2002. Gil-Guirado, 2013. Gil-Guirado et al., 2019.
73. Barbastro Gil, 2002.

361
Jorge Olcina Cantos, Salvador Gil-Guirado y Alfredo Pérez-Morales

Este trabajo ha manejado un método novedoso para analizar datos cli-


máticos de alta resolución junto con datos de precios y series de extremos
climáticos, con el fin de analizar la variabilidad cruzada observada y su posible
relación con la erupción del Krakatoa de 1883. En relación al efecto climático
de la erupción del Krakatoa en el sureste ibérico, observamos que se produce
un descenso significativo de las temperaturas máximas, seguido de un descenso
menos evidente en las temperaturas medias. Por su parte, las temperaturas míni-
mas ascienden, lo cual puede estar relacionado con el aumento de la nubosidad
inducido también por el forzante volcánico. Cuando más importancia tienen
estos cambios es durante el otoño, así que más que hablar de «años sin verano»,
en el sureste ibérico sería más apropiado hablar de «años con otoño invernal».
Respecto a las precipitaciones se produce un incremento muy significativo
de las mismas como consecuencia de la erupción, especialmente durante las
primaveras y los otoños. Esta situación de descenso térmico y aumento de las
precipitaciones indujo un descenso muy significativo en los precios de los
cereales en el sureste ibérico que pudo significar una situación económica
favorable para la población. La situación en relación a los riesgos meteorológi-
cos también ayudó a este respecto, puesto que se observa una reducción de las
sequías y ausencia de olas de frío tras la erupción. No obstante, se produjo un
repunte en las inundaciones. Los cambios observados en las variables climáti-
cas y en los precios son temporalmente consistentes entre sí y también con la
erupción del Krakatoa. Se puede concluir que la erupción del Krakatoa produjo
variaciones en el clima que indujeron un contexto favorable para la sociedad y
la economía del sureste peninsular. En este sentido, la erupción del Krakatoa
de 1883 tuvo un impacto socioeconómico muy positivo.

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