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DETERMINISMO Y LIBERTAD EN LA PSICOLOGÍA CONTEMPORÁNEA:


REVISIÓN DE UN VIEJO PROBLEMA
Ludwig Immergluck
La ciencia de la conducta, 1977, Editado por G. Fernández Pardo y L.F.S. Natalicio, Editorial Trillas S.A.,
Cap.12.

Cuando ambos, vitalismo y voluntarismo clásicos y del siglo XVIII, le dejaron el


camino abierto a la aceptación amplia del determinismo filosófico, parecía que el sendero
estaba suficientemente limpio como para considerar sin ambigüedades a la psicología como
ciencia de la conducta. La noción de que la conducta, al igual que sin duda todos los otros
eventos en la naturaleza, está relacionada por medio de leyes con sus antecedentes y sus
consecuentes, y que tales relaciones pueden ser descritas cuantitativamente, fue un paso
inicial indispensable para liberar a la psicología de sus ancestros metafísicos y traerla al
campo de la ciencias naturales. Sin embargo, el paso del antiguo vitalismo al determinismo
moderno no ha sido ni recto ni llano. Muchas curvas, desviaciones e inclusive retrocesos
han marcado este curso. En parte, estos retrasos en aceptar una concepción totalmente
determinista de la conducta tal vez han sido causados por una comprensible reluctancia a
abandonar las filosofías de la naturaleza humana, tan veneradas y consentidas.
La idea de que el hombre es en su más pura esencia, un agente libre empujado por
fuerzas internas autoiniciadas que desafían, por su misma naturaleza, la descripción o la
predicción científicamente ordenada (que se aplica por lo general a los eventos
inanimados), está profundamente incrustada no solo en los pensamientos y valores de la
civilización occidental, sino también, por lo menos en parte, en las conceptualizaciones del
hombre mismo a través de la historia de todas las sociedades humanas.
Sin duda que la emergencia de una ciencia de la conducta no solo ha desgastado los
fundamentos de las primitivas visiones animistas y metafísicas respecto de la naturaleza del
hombre, sino que también ha tenido un inquietante efecto sobre el humanismo moderno y,
hablando en términos más comunes, sobre los enfoques éticos y valóricos de la conducta
humana. Algunos declaran que las formulaciones científicas, con su determinismo implícito
y sus secas relaciones de causa-efecto, expresadas en términos cuantitativos, quizá resulten
de conceptualizaciones que le roben al hombre la dignidad humana, si no su misma esencia.

Debajo de estas protestas yace muy a menudo, por supuesto, una defensa tácita de la
existencia por lo menos en cierta medida de un "libre albedrío" interior y el miedo de que la
completa legalidad de la conducta1, si se aplica muy rigurosamente, hará que llegue a ser
obtusa cualquier noción de una libertad íntima y personal. De hecho, acaso no haya otro
tema como el de la ahora demasiado familiar dicotomía determinismo-libre albedrío, que
represente mejor la antinomia entre las rigurosas formulaciones científicas y los otros
enfoques de una teoría de la conducta. No cabe duda que este tema separa no solo a los
psicólogos, sino que también hay evidencia amplia de que está introduciendo una cuña
decisiva entre los teóricos actuales en psicología.

1 Se entiende por legalidad el hecho de que cualquier evento, en este caso la conducta humana, esté sujeto a
leyes naturales [N. del T.].
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Una Paradoja Filosófica


Aunque la mayoría de los psicólogos ha llegado a aceptar el determinismo, al menos
implícitamente, como un modelo de trabajo válido, un número cada vez mayor de ellos está
empezando a preocuparse por la emergencia de una paradoja aparente. Por un lado, existe
el compromiso de la psicología moderna con el método científico, que no solo ha producido
un impresionante arsenal de conocimientos, sino que también ha puesto sobre base firme
los nexos causales y deterministas de la conducta; mientras que, por el otro lado, permanece
la irritante convicción de que el hombre debe ser también personalmente libre. ¿Cómo
resolver esta antinomia?
Para algunos esta vieja dicotomía parece resoluble simplemente aceptando la
existencia de una paradoja y permitiendo una especie de coexistencia filosófica; otros
esperan la emergencia de algún esquema conceptual futuro (y quizá todavía inimaginable)
que pueda servir como el gran paraguas filosófico que cubra esta antinomia. Mucha de la
literatura pertinente, hoy en día, es testimonio de las preocupaciones que engendran estos
temas. Por ejemplo, Carl Rogers (1961), en un simposio recién efectuado, reconoció
plenamente la existencia de esta paradoja, pero no vio, al menos en el presente, solución
alguna para ella. Aunque admitió que en nuestro trabajo como científicos debemos dar por
sentado que nada sucede fuera de una estricta secuencia de causa y efecto, y de que "no hay
posibilidad de que algo ocurra fuera de esta secuencia", insiste en que no podemos al mismo
tiempo llevar este enfoque hasta nuestras vidas como seres humanos y renuncia a aceptar
esta inconsistencia como una “paradoja genuina”. En el mismo simposio, A. H. Maslow
(1961) hace saber que aun cuando el determinismo estricto pueda ser válido, es demasiado
estrecho y muy poco inclusivo si se le emplea como enfoque. En 1957, E. G. Boring
expresó una preocupación similar por este tema del determinismo y libre albedrío y propuso
una formulación en la cual se ve a la causalidad estricta como una clase de "modelo trunco"
al cual se le debe añadir el concepto de libertad. Y más recientemente S. Koch (1961), en un
excelente artículo publicado en la revista "American Psychologist", ha llevado el tema tan
lejos como para hablar, aprobando, de una re-legitimización de la metafísica, la cual
aparentemente según advierte, está sucediendo en algunas corrientes de la psicología
moderna.
¿Pero es que debemos abandonar tan pronto la batalla ganada recientemente por el
estricto determinismo dentro de la psicología? Ciertamente no debería haber conflicto con
aquellos que puedan estar profundamente insatisfechos con modelos conductuales antiguos
y demasiado simplistas, o con el hecho de que las leyes conductuales derivadas del
laboratorio todavía no están en posibilidad de ser prontamente aplicables a la riqueza de la
condición humana in vivo; pero podemos preguntar a continuación: ¿los datos de la
psicología moderna realmente justifican un retorno a una metafísica primitiva y una
resurrección del fantasma del libre albedrío, en una forma más firme que antes, y ahora
abrazando a un hermano sólidamente establecido y muy saludable: el determinista?
Aunque esta es una cuestión complicada que incluye muchas complejidades
históricas y filosóficas, creo firmemente que le haríamos un servicio a la claridad
conceptual si consideramos al determinismo y al libre albedrío como representantes de dos
puntos de vista divergentes y básicamente diferentes en la psicología moderna, la cual no
puede simplemente tratar con ellos mediante la noción de facto de que "ambos tienen algo
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de verdadero" dentro de sus propios y limitados marcos de referencia, ni que en realidad se


complementan uno al otro como un reflejo conjunto de las realidades totales de la vida
psicológica. Sin duda que un escrutinio filosófico más detallado de esta realmente tentadora
resolución del dilema de "llenar los vacíos" descubriría algunos y muy serios defectos o
grietas. Desde luego, no considera la naturaleza general y unificada de la construcción de
teorías y sistemas en ciencia. Idealmente, una teoría general, en el sentido de constituir un
marco de referencia explicativo circunspecto, debería ser inclusiva y abarcarlo todo y, por
tanto, ser capaz de dar cuenta de todo lo observado y también de lo aún no especificado que
llegue a estar a su alcance. Aun cuando los filósofos de la ciencia pudieran no estar de
acuerdo con respecto a la posibilidad de lograr este ideal, no por eso deja de ser un objetivo
conceptual digno de alcanzarse, y no debería abandonársele a la ligera.
Además, y dejando fuera la cuestión de si la situación está realmente madura en
ambos sentidos -filosófico y científico- como para abandonar el marco de referencia
determinista comprensivo en psicología, puede ser pertinente señalar que cualquier intento
de incluir el determinismo y el libre albedrío en la misma clase de esquema unitario
conceptual tal vez sólo serviría para beneficiar al libre albedrío (la mitad de la dicotomía), y
puede, en efecto, constituir un re-compromiso filosófico con un vitalismo psicológico. Basta
con una aparición para probar la existencia de los fantasmas; basta con un evento
sobrenatural para establecer la existencia de lo sobrenatural, y con un solo acto de libre
albedrío se contradice el determinismo. Las inferencias de este punto de vista están muy
bien ilustradas por el físico-filósofo Charles Pierce (1935), quien intentó revivir la noción
epicúrea de la acausalidad y espontaneidad de los átomos y se comprometió a sí mismo con
una notoria creencia en el libre albedrío humano, principalmente a través de estas
conceptualizaciones acausales en la física. Pierce afirma: "suponiendo que la rígida
exactitud de la causación pueda ceder, y no me importa en qué tanto -así sea en una estricta
infinitesimal cantidad- conseguimos el espacio suficiente para insertar la mente en nuestro
esquema y ponerla en el lugar donde es necesario, en una posición en la cual, como la única
cosa autointeligible, la autorizamos a ocupar la fuente misma de la existencia; y al hacerlo
así, resolvemos el problema de la conexión del alma y el cuerpo".

La "Acausalidad" en Física
El tema del aparente indeterminismo en las novedosas conceptualizaciones de la
física moderna descansa, por supuesto, sobre la base de muchas polémicas y de serias
preocupaciones por sus consecuencias para las ciencias de la conducta en general y para el
concepto de libertad humana en particular. De hecho ha llegado a ponerse de moda, entre
muchas personas, el apuntar esta revuelta contra la estricta causalidad en la física, y sobre
todo hacia el principio de incertidumbre de Heisenberg, como una "prueba" de la
existencia, por lo menos, de cierta medida de libre albedrío en el hombre o, de cualquier
manera, de arrojar serias dudas sobre lo aconsejable de ajustar las ciencias de la conducta a
un modelo determinista demasiado estrecho. La psicología, dice este argumento, ha estado
intentando emular un sistema que ahora ya ha pasado de moda en la física.
Vamos a prestarle un poco más de atención a este argumento. Desgraciadamente a
menudo este tipo de razonamiento es el resultado de cierta mala interpretación tanto de la
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reorientación factual, como conceptual en la física moderna. Un análisis penetrante de la


corriente teoría cuántica aplicada a la física de las partículas subatómicas, y en particular al
llamado principio de incertidumbre de Heisenberg, podría muy bien subrayar la naturaleza
superficial, o en cualquier caso parcial del argumento. Baste con señalar aquí que muchos
físicos teóricos y ciertos filósofos de la ciencia no han mostrado mucho entusiasmo en
propagar la física post-newtoniana como la prueba irrefutable de la existencia del libre
albedrío en el hombre, y sin duda que este entusiasmo, cuando se aplica a la naturaleza no
determinada de los mismos eventos físicos, es mucho menor de lo que se supone
comúnmente.
Cualquier tipo de evaluación comprensiva de la naturaleza y de las deducciones
conceptuales de la teoría cuántica moderna está por supuesto fuera de lugar aquí; pero una
rápida mirada a algunos de los rasgos salientes del marco de referencia conceptual de la
física contemporánea probaría su utilidad al demostrar que, por lo menos, se encuentra uno
con serios problemas cuando intenta aplicar tal marco de referencia, de una manera poco
crítica, a los eventos humanos, y máxime si se le utiliza como un argumento intransigente
en defensa de la existencia de la libertad personal en el hombre.
Una evaluación significativa de la reorientación conceptual en la física, que se ha
estado haciendo aproximadamente desde principios de siglo, tiene que ser afirmada sobre
una clara distinción entre los datos factuales, por un lado, y su interpretación teórica por el
otro. Es precisamente esta falla en hacer la distinción lo que ha ocasionado mucha
confusión y mala interpretación respecto al tema libertad-determinismo.
Para empezar, se acepta por lo general que el tipo de sistema causal inclusivo que
está en la misma base del desarrollo de la ciencia moderna, y que alcanza su pináculo en las
ubicuas conceptualizaciones mecanicistas del universo, tiene que ser alterado o, dicho quizá
más correctamente, "fraseado" de una manera distinta según como se ha movido la física,
con progresivo refinamiento, del mundo macroscópico de Newton al mundo microscópico
de las partículas cada vez más pequeñas. La necesidad de este refraseamiento se deriva
sobre todo de dos fuentes: a) las dificultades tecnológicas inherentes a la manipulación,
descripción y medición de estas partículas, y b) los procesos y eventos que se encuentran en
el recientemente descubierto mundo microscópico, y que parecen cualitativamente
diferentes de aquellos en el mundo familiar de los objetos grandes.

El primer punto se refiere, por supuesto, al descubrimiento hoy en día familiar de


que es imposible, prácticamente hablando, indagar en los procesos subatómicos
simultáneamente la posición y el momentum de una partícula cualquiera. El "principio de
incertidumbre", formulado primero por Heisenberg y elaborado más tarde por Niels Bohr,
establece esencialmente que hay un límite de certeza en la localización del movimiento
(ubicación y momentum) de un objeto microscópico, sobre todo porque el proceso de
medición y observación obligaría a interferir con la partícula observada. Teóricamente, un
observador puede localizar con la ayuda del microscopio la posición de un objeto
subatómico con tan exacta precisión como lo desee; pero, al hacerlo, el observador expone a
la partícula a la colisión con el quantum de luz necesario para la observación que alteraría la
velocidad (momentum) de la partícula en una cantidad desconocida. Por otra parte, una
evaluación precisa en sumo grado de la velocidad de determinada partícula implicaría
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necesariamente tal alteración en su momentum y dirección que dejaría la


posición subsecuente de dicha partícula como muy dudosa.
Debe notarse, en principio, que esta situación no difiere en nada en lo pertinente a
los objetos macroscópicos, en los cuales las observaciones, las mediciones y las
evaluaciones también constituyen fuerzas "interferentes". Estas distorsiones son, sin
embargo, hablando en un sentido relativo, virtualmente sin consecuencias y de cualquier
manera la cantidad de la perturbación a menudo puede ser calculada e incorporada a los
parámetros de la medición.
El segundo punto se refiere a los atributos del mundo microscópico que parecen ser
verdaderamente novedosos, que no se encuentran en el mundo diario de los objetos
macroscópicos, y que de hecho han llevado a los físicos a la especulación filosófica. En
pocas palabras, el asunto principal aquí es que se ha reconocido, semántica y
conceptualmente, que una partícula microscópica no es solo una "extensión hacia atrás" de
los atributos familiares que caracterizan a los objetos en el mundo de nuestra directa
experiencia, sino que tales eventos subatómicos son de naturaleza tal que dejan en un
estado de ambigüedad hasta al mismo concepto de "partícula", si es que no lo hacen difícil
de comprender. Ante todo, los datos experimentales pertinentes nos llevan a la conclusión
de que los elementos subatómicos poseen lo que se ha llamado "naturaleza dual": en
algunas situaciones tales elementos se comportan como partículas, mientras que en otras
exhiben propiedades que se parecen más a las de las ondas.
Y aún existen problemas de naturaleza definicional y lógica. Visualícese, si se
quiere, una progresión "infinita" de divisiones de un objeto en sus partes componentes,
moviéndose hacia atrás desde su estado macroscópico hasta sus elementos constituyentes
mínimos. En último caso, se debe alcanzar un punto en el cual los componentes en la base
misma de la materia no pueden ser pensados ya como "partículas", en el sentido
acostumbrado del término, puesto que "partícula" solo puede designar una entidad
especial, la que, como tal, debe ser capaz al menos lógicamente de posibles futuras
divisiones entre sus partes componentes. En otras palabras, en el proceso de dar marcha
atrás de una manera infinita, por decirlo así, estamos obligados a renunciar o bien a
nuestro sistema de razonamiento deductivo, o a nuestras habituales conceptualizaciones
espacio-temporales, que han sido parte integral tanto de nuestro mundo cotidiano como de
la física clásica.
Este callejón sin salida lógico ha sido reconocido desde la mitad del siglo XVIII por
Roger Joseph Boscovich (Whyte, 1961), quien propuso el concepto de "puntos atómicos",
como yuxtapuesto a la definición tradicional de los átomos en términos de "partículas"
mínimas, y anticipó crudamente muchas de las importantes y nuevas formulaciones de la
física subatómica moderna. Y los físicos actuales, desde el concepto de "masa-energía" de
Einstein hasta las formulaciones de “onda" de Schrodinger, han preferido, por supuesto,
pensar en términos de "procesos" o "eventos" subatómicos, en vez del usual término de
"partícula".
Basta pues, este necesario pero muy rápido sondeo de algunos de los hechos
pertinentes que caracterizan la orientación conceptual de la física moderna. No existe
polémica a un alto nivel entre los científicos de reconocida competencia. Las disputas y las
amplias divergencias filosóficas se derivan solamente de las inferencias y las implicaciones
basadas en esta reorientación.
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Algunas Implicaciones de la Física Moderna


Una de tales inferencias ha sido, desde luego, la idea de que los nuevos conceptos
de la física han restablecido la “libertad" en el hombre; pero los científicos y filósofos de la
ciencia han aconsejado gran precaución precisamente en contra de este tipo de
razonamiento. Muchos científicos nos recuerdan que la formulación de Heisenberg
describe, cuando mucho, el principio de "incertidumbre" y no necesariamente el de
"indeterminación". Debe hacerse una clara distinción entre estos dos términos, en razón
de que uno se refiere a temas metodológicos y de procedimiento, mientras que el otro
implica un compromiso filosófico de largo alcance. Así, no se ha derivado de la física
moderna ninguna implicación que nos lleve a creer que en principio no existe la
posibilidad de una predicción estricta, ni tampoco que al nivel de las partículas
subatómicas éstas posean una "espontaneidad intrínseca" que nos recuerde alguna clase de
libre albedrío, o que estas partículas no se sujeten necesariamente a leyes
cuantificables y comprensivas. E. Nagel (1951), por ejemplo, ha enfatizado este
punto en repetidas ocasiones, y refiriéndose a la evaluación comparativa entre la
mecánica clásica y las nuevas formulaciones microdinámicas, deja bien claro que no hay
implicación alguna que impida referirse a la física posnewtoniana y a la teoría cuántica,
en términos estrictamente deterministas. Philip Frank (1957), de una manera similar,
afirma que el principio de Heisenberg puede ser formulado perfectamente sin el
uso de palabras tales como "incertidumbre", y nos deja la impresión de que los
cambios en las teorías de física no contribuyen en realidad al tema del libre albedrío en
el hombre.
Pero todavía hay otro tema que merece ser considerado. La estricta legalidad
adscrita a los objetos físicos por el determinismo newtoniano está tan de acuerdo con
nuestra experiencia cotidiana de los objetos materiales que nos rodean, que muy pocos
negarían la existencia de esa estrecha regularidad. Manteniendo iguales las demás
condiciones, el agua siempre hierve o se congela a una temperatura especificada. La leche
se derramará cada vez que volteemos el vaso. Y el estudiante de educación media observará
en sus clases de ciencia -de nuevo en condiciones controladas- que los cuerpos caen
conforme a una tasa fija de aceleración, todas y cada una de las veces que se ejecuta el
experimento.
¿Significa realmente la "revolución" en la física moderna con su mecánica cuántica
el hecho de que, mientras el movimiento de una pelota de tenis de mesa puede ser
determinado estrictamente, sus partículas componentes no lo pueden ser; que tales
partículas son "libres" y operan, en verdad, al azar? Si esto es así, se nos ha traído de nuevo
al atolladero lógico en el que nos quedamos tratando de explicar el punto preciso en el cual
consideramos los cambios azarosos dentro de la legalidad observada; pero muchos se
preguntan: ¿no es el principio de parsimonia si no la pura lógica, lo que mitiga tal
presunción, y no será por tanto más aconsejable y ajustado a un marco de referencia teórico
unificado, el ver todos los eventos microscópicos y macroscópicos atados a nexos legales y
determinísticos?
De Broglie (1939), al referirse a la supuesta naturaleza estadística de los procesos
subatómicos, da a entender que esta indeterminación teórica es el resultado del error
experimental, y que "en la práctica y también en el experimento todo sucede... como
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si existiera un estricto determinismo". Y de nuevo Nagel (1961) hace poco tiempo expresó
clara y enfáticamente que no podemos sacar conclusiones respecto a la libertad humana de
cualquiera de las alegadas propiedades acausales o indeterministas de los procesos
subatómicos.
De hecho, aun muchos de aquellos que están fuertemente comprometidos con una
filosofía vitalista o de libre albedrío a menudo han estado prontos a admitir que sus puntos
de vista no pueden refugiarse fácilmente en las llamadas formulaciones modernas de la
física de nuestros días. Así, sir Arthur Eddington (1949), quien alguna vez buscó y creyó
encontrar la prueba de la existencia del libre albedrío y de los concomitantes dogmas
vitalistas de la religión en la reorientación conceptual de la física moderna, hace poco se ha
inclinado a negar que uno puede encontrar apoyo a la creencia en el libre albedrío basándose
en el principio de incertidumbre de Heisenberg. Sin duda que no es de sorprender
encontrarse con que estos perceptivos seguidores de las filosofías no deterministas no
quieren anclar la validez potencial de sus argumentaciones en las formulaciones científicas
de hoy, por más tentadoras que éstas puedan ser, simplemente porque se encontrarían en una
situación aún más precaria, en el caso de que nuevas conceptualizaciones en la física
pudieran tornar otra vez hacia un encajonarse en un lenguaje determinista más comprensivo
y sin ambigüedades.
No podemos, entonces, recurrir a la física contemporánea, en busca de la "prueba"
científico-filosófica de la existencia del libre albedrío en el hombre; y en esta etapa de
nuestras conceptualizaciones científicas, sean ellas modernas o clásicas, lo mejor será
quizás ser prudentes al afirmar que el modelo científico del universo ni prueba ni
desaprueba la existencia de fuerzas no deterministas.

El Determinismo en la Psicología Moderna


La cuestión que enfrentamos ahora es: ¿dónde encaja el determinismo no solo como
principio metodológico sino también como marco de referencia filosófico, en la psicología
de nuestros días? Desde luego pienso que es importante darnos cuenta de que la psicología,
en su más amplio sentido, representa el último y natural puesto de avanzada para los puntos
de vista vitalistas y antideterministas. Tradicionalmente, tanto el lego como el hombre de
ciencia han estado siempre prestos a señalar una clara distinción entre las cosas y objetos
materiales, por un lado, y los organismos vivos por el otro, cuando formulan marcos de
referencia conceptuales pertenecientes a estos dos conjuntos de eventos. Ha sido
relativamente fácil vivir con la noción de que los procesos inanimados están fijos
legalmente a cadenas causales respecto a sus condiciones antecedentes; que tales eventos
son predecibles y cuantificables; y que el conocimiento de estas leyes naturales puede
conducirnos a un tipo de control y dominio de estos eventos tan impresionante, como el
mostrado por nuestros avances en la tecnología física. Pero, típicamente aparecen serias
dudas sobre la posibilidad de que los procesos vitales y también los eventos psicológicos
estén gobernados por esa estricta legalidad, que es cuantificable y puede conducirnos al
menos potencialmente a un grado similar de predictibilidad.
La historia de la ciencia, sin embargo, nos revela claramente que este método ha ido
ganando aceptación solo de una manera gradual y progresando lentamente, partiendo
primero por el mundo físico, pasando a través del mundo orgánico del biólogo, lo que costó
mucho esfuerzo, caídas y reivindicaciones y, finalmente hace poco tiempo invadiendo el
campo tradicional de los vitalistas y antideterministas: la psicología. Sin embargo, esta
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invasión solo se ha efectuado en parte, y aún ahora existe considerable ambivalencia, si no


es que confusión, con respecto a la total aceptación de este modo con todas sus
implicaciones conceptuales. Han sido abandonados los conceptos animistas sobre la
naturaleza física, y la biología puede haberse despojado finalmente de sus vestiduras
dualistas y vitalistas; pero, no obstante las protestas cotidianas afirmando lo contrario, el
vitalismo y el dualismo no han muerto en psicología; ambos aparecen, típicamente, en
formas a menudo no intencionales, tortuosas o disfrazadas. Y es aquí donde nos
encontramos con admoniciones que nos previenen de no imitar a las ciencias físicas en
nuestro enfoque de la psicología. O, todavía más, que tienen que diseñarse “nuevos”
métodos para aumentar y expandir los tradicionales procedimientos científicos, si es que
hemos de hacer justicia a las variables y a los procesos que son de naturaleza peculiarmente
mentalista.
No solo son a menudo tales admoniciones, apologías transparentes de un dualismo
supuestamente abandonado hace mucho tiempo, sino que también parecen una mala
interpretación de la naturaleza misma de la metodología científica. Podría ayudarnos traer
a nuestra memoria que la ciencia no es un campo determinado de investigación, o un
cuerpo de conocimiento circunscrito, sino que representa mejor dicho un método
de investigación arduamente desarrollado, el cual constituye una culminación de los
intentos hechos por el hombre para descubrir y moldear medios de investigación
diseñados con objeto de conducirnos a una más penetrante y válida comprensión de la
naturaleza, ¡y de la naturaleza humana también!, que los que han sido producidos por
otros métodos, incluyendo la especulación metafísica. En este sentido, pues, el
psicólogo, como un científico de la conducta, no está fuera de lo razonable al aplicar
rigurosamente los métodos de la ciencia a sus datos particulares: las conductas de los
organismos. En realidad, no está "imitando" al físico o al astrónomo, como tampoco lo
hizo el biólogo; pero sucede que, a causa de puras coincidencias históricas, puso en
práctica este mismo método un poco más tarde. En parte, el motivo de este retraso
histórico fue obviamente el hecho de que las conceptualizaciones precientíficas y
metafísicas han estado mezcladas más con los procesos conductuales (solo con aquellos
que pertenecen al hombre) que con los eventos puramente físicos.
En esta coyuntura, merece señalarse que incluso los científicos que trabajan en un
marco de referencia completamente determinista, en campos distintos de los de la ciencia
de la conducta, a menudo se detienen frente a la conducta humana y están, al parecer,
enteramente dispuestos a aceptar sin reserva la necesidad de puntos de vista
antideterministas en el campo de acción de la conducta humana. Así, H. J. Muller (1961),
en sus comentarios sobre una discusión concerniente al significado de la evolución cultural,
tal como la ven los psicólogos, contempla el libre albedrío como un emergente, como un
producto final de la evolución y del desarrollo ontogenético del individuo. Parafraseando
este punto de vista: el plasma germinal no es libre, el embrión no es libre, y sin duda que el
bebé y el niño tampoco son libres; pero, de alguna manera, con la emergencia del desarrollo
mental, con el crecimiento de la inteligencia, el organismo es de súbito (¿o quizás
gradualmente?) capaz de tomar decisiones y, así, ¡nace la verdadera libertad humana! La
implicación es perfectamente clara; en otras palabras, los eventos físicos y biológicos
pueden estar estrictamente determinados; pero, en la medida en que existen las funciones
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"mentales", deben operar por fuerza atributos no deterministas. ¿Acaso el punto de vista no
considera que los eventos mentales son de algún modo cortados por un diferente patrón y,
en esencia fundamentalmente diferentes de los eventos físicos y biológicos, simplemente un
retorno al clásico dualismo, hace tiempo abandonado, según se ha hecho público en la
moderna ciencia de la conducta?
El hecho de que la posición dualista es vieja y anterior a la emergencia del
pensamiento científico, desde luego no es por sí mismo un válido argumento en contra de
ello. Como tampoco lo es su parentesco con el pensamiento hoy en día popular, acerca de la
naturaleza de la mente humana; pero, tanto a la luz de los datos factuales pertinentes a la
conducta humana, como a la de los postulados aceptados por la moderna construcción
teorética, tenemos el derecho de poner en duda la necesidad de tal dualismo.

Desacuerdo entre Psicólogos


Es claro que la definición de psicología como ciencia de la conducta, con la
implícita y estricta presunción de legalidad completa, no es aceptada sin reparos por todos
los psicólogos. Existe mucha divergencia en los puntos de vista de los psicólogos, y sin
duda que es muy amplia la brecha entre los diseccionistas orientados hacia las respuestas
condicionadas y, al otro lado del espectro, los terapeutas existenciales. Los muy anunciados
diálogos entre Skinner y Rogers (Rogers, 1961; Rogers y Skinner, 1956) son perfectamente
representativos de esta división, y quizá no sea aventurado afirmar que las objeciones
vociferantes más poderosas al ubicuo determinismo provienen con mayor frecuencia de
aquellos que trabajan en campos de la psicología aplicada, y cuya principal preocupación es
de tipo "macroscópico", en el sentido de que consideran patrones muy amplios de la
personalidad, del individuo total, en lugar de hacer análisis experimentales de segmentos
aislados de variables de respuesta. El experimentalista apunta, por supuesto, hacia el hecho
de que la riqueza y la complejidad in vivo tiende a oscurecer, en lugar de clarificar,
cualquier tipo de estricta legalidad identificable intrínseca o potencialmente. De cualquier
manera, estos temas han contribuido, sin duda alguna, a la polémica conceptual en la
psicología moderna.
De paso, diremos que puede ser de interés notar que esta situación constituye, en
cierto sentido, el reverso del enigma conceptual que existe en las ciencias físicas. En ellas,
el análisis microscópico y minucioso de los eventos sirvió para generar algunas dudas
concernientes a la estricta legalidad macroscópicamente observada, y que se había tomado
por cierta en la experiencia de la vida diaria; ¡mientras que en psicología es el
microscopista, el analista de los segmentos de la conducta, el que se muestra más
impresionado por tales circundantes legalidades, y quien, a su vez, da por sentado el
determinismo! Sin embargo, los efectos que esta cuña del tema determinismo-libertad han
traído al campo de la psicología moderna, no deben malinterpretarse como una creencia de
que grandes segmentos de la población de psicólogos han abandonado toda noción de
legalidad o han regresado a cierto mentalismo precientífico. En verdad, este no es el caso; y
cuando se considera el asunto lógicamente, sería inconcebible pensar en una ciencia de la
conducta sin una posición determinista sistemática. El clínico orientado hacia la
investigación, lo mismo que el psicólogo de la personalidad, reconocen esto. De hecho, la
búsqueda incesante de causas de la esquizofrenia, del retraso mental, de la ansiedad, de la
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agresión, de la pasividad y conformidad, y de un siempre creciente rango de atributos


específicos de la personalidad, demuestra de manera clara, por lo menos, una presunción
implícitamente determinista. Solo cuando algunos investigadores no están dispuestos a
llevar las cosas hasta el extremo; únicamente cuando muestran disposición de acoger al
determinismo meramente "hasta cierto punto"; de admitir la existencia de legalidad con un
"pero”, entonces comienza la confusión conceptual.
Es precisamente este tipo de acogida a medias el que caracteriza al "modelo
trunco" del determinismo de Boring; pero podemos preguntarnos, sobre la base de la mera
lógica: ¿es este un modelo posible, o es una poco ingeniosa, aunque comprensible,
tentación de darle la vuelta a un compromiso filosófico básico? ¿Estarían dispuestos a
especificar, por ejemplo, los que concuerdan con este punto de vista, dónde acaba el
determinismo y dónde empieza el indeterminismo, aunque sea en la forma de cierta clase
de espontáneo libre albedrío? Aún más, ¿por qué debe ser que la esquizofrenia esté
determinada causalmente, pero, como muchos implican seriamente, la conducta sana o
la creatividad no lo estén? Sin duda, si siguieramos este punto hasta su extremo lógico,
nos veríamos obligados a concluir que algunas áreas de la conducta simplemente no están
abiertas a la investigación y la exploración, en el ordinario significado de estos
términos, o sea en el de descubrimiento de relaciones sistemáticas. Tales conclusiones
representarían, sin embargo, no solo un nihilismo incómodo reminiscente de
admoniciones antiguas, en contra de una ciencia joven, escudriñadora y fiscalizadora, que
se rehúsa a detenerse ante ningún lugar "prohibido", sino que tampoco están en
consonancia con un cuerpo de datos en crecimiento. Algunos estudios, por ejemplo, han
comenzado recientemente a tratar con las variables antecedentes que subyacen, en
relación legal, a la conducta llamada creativa, y hay gran número de buenas razones para
creer que, con paciencia y fortaleza científica, aunadas a la originalidad metodológica,
los procesos psicológicos más complejos también resultarán posibles de anclar en eventos
antecedentes específicos e identificables.
Probabilidad y Determinismo
Muchos consideran el carácter probabilístico o estadístico de las leyes de la
conducta como otra señal que indica un camino ajeno al estricto determinismo o alejado de
él. Es verdad que las nociones de determinismo y predictibilidad están estrechamente
interconectadas y el hecho de que la conducta compleja pueda ser predicha, cuando mucho,
con base en algunas formulaciones probabilísticas, muchas veces parece prestar apoyo
científico a la visión popular de que la conducta humana es "impredecible”, proporcionando
así otro argumento en contra del estricto determinismo.
No hay ninguna necesidad de exponer aquí los varios significados matemáticos del
término probabilidad ni las implicaciones filosóficas adyacentes a las diferencias entre las
leyes matemáticas y estadísticas. Es imperativo para la discusión que sigue, sin embargo,
señalar la muy común falla en la distinción entre predictibilidad en principio y
predictibilidad de hecho, falla que constituye la principal fuente de confusión. Ningún
físico, por ejemplo, negaría la imposibilidad práctica de predecir con exactitud todos los
eventos físicos de la naturaleza. Prácticamente hablando, resultaría imposible poder
calcular el curso exacto y el tiempo, digamos, del descenso de una hoja que cae hasta el
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suelo desde la copa de un árbol particular. Obviamente, el grandísimo número de variables


desconocidas que habría que determinar haría tal cálculo imposible en cualquier sentido
matemático preciso. Al mismo tiempo, sin embargo, nadie dudaría ni por un momento de la
intrínseca operación de estricta legalidad que lleva en sí este evento, ni tampoco nadie
basándose en la impredictibilidad e incertidumbre prácticas, imbuiría a la hoja con alguna
clase o atributo de libre albedrío.
Para la psicología, esta analogía es obvia: nuestra escasa habilidad para predecir con
gran exactitud patrones específicos de conducta en un individuo dado, moviéndose
literalmente en un océano de variables desconocidas, no precluye por supuesto la existencia
potencial de leyes conductuales precisas. La naturaleza estadística de las regularidades
observadas, pues, no ilumina realmente este tema de indeterminismo contra legalidad.
Nos quedan por encarar, sin embargo, algunos importantes atributos de la conducta
que, por su sola definición, se pretende que estén en contradicción directa con una visión
completamente determinista del hombre. ¿Cómo podemos hablar, por ejemplo, de
“respuestas alternativas", "variabilidad conductual" o, sin duda, de "conducta selectiva o de
elección", sin que se abra, por lo menos, una cuarteadura en el dique determinista?

Elección, Libertad y Variabilidad de Respuesta


En mayor medida que en cualquier otra ciencia, el lenguaje de la psicología ha
tomado en préstamo generosas cantidades de la terminología de la vida cotidiana, y el
significado técnico de un término a menudo tiene una connotación del todo diferente de
la que posee en el uso común, lo cual desgraciadamente ha añadido confusión a la escasa
claridez conceptual en muchos campos científicos. La elección como un supuesto atributo
conductual, especialmente de los organismos más elevados, representa uno de estos
términos, y ya que como concepto es inmediatamente pertinente a cualquier discusión del
tema libertad-determinismo, merece más atención a sus detalles. De hecho, mucho de la
variedad de definiciones que envuelve términos como "elección" y, por consiguiente,
"libertad personal", está relacionado directamente, según Gustav Bergmann (1957), con
una notable ausencia de un apropiado análisis (tanto lógico como psicológico) del
concepto de libertad.

Sin que pretendamos hacer aquí tal análisis, permítasenos por lo menos unas
palabras acerca de la diferencia connotativa del término "elección", tal como es entendido
comúnmente y tal como lo usa, por ejemplo, el psicólogo experimental. Usado por lo
común, el concepto de "elección" implica la noción de que un organismo, cuando se
confronta con una variedad de condiciones estimulantes, es capaz de producir respuestas
alternadas con la adyacente y oculta connotación de que verdaderas alternativas de
respuesta solo pueden ser predicadas sobre la base, al menos, de cierta medida de libertad
interna. Definido de esta manera, el término "elección" sólo puede derivarse de libertad
interna.
El psicólogo experimental habla también de "puntos de elección" de una rata en un
laberinto; pero, para él, este término connota un significado del todo diferente. Él sabe que
si una rata X toma la dirección de aquel lado en el laberinto, esto depende directamente de
las condiciones experimentales precedentes y de la experiencia pasada del organismo, sus
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estados fisiológicos y las fuerzas que le empujan y le atraen en su medio. Si un choque


eléctrico doloroso ha sido asociado, digamos, con un cambio de movimiento a la izquierda
y/o la comida con volver hacia la derecha, el organismo no tiene realidad de elección y
estará "determinado" a dirigirse a la derecha. Esta conducta es totalmente predecible y
puede estar sujeta a cálculo. Por otro lado, estamos tentados a darle el nombre de "azarosa"
a la conducta de la rata (o de otra manera, "selectiva", en el uso común del término),
cuando el condicionamiento experimental no ha tenido lugar y las condiciones antecedentes
y las variables que operan sobre el organismo son mayormente desconocidas. La conducta
de la rata parecerá tal vez del todo variable v al mismo tiempo sumamente impredecible.
El punto obvio, por supuesto, es que ambos casos de la conducta de la rata son, en
principio, precisamente determinadas y predecibles y el nombre de "azaroso", usado para
describir, implica esencialmente ignorancia acerca de las variables pertinentes. Aún
podemos tomarnos la libertad de suponer que en ambos casos, si la rata pudiera hablar,
replicaría a nuestra pregunta: "¿por qué cambiaste de movimiento en la forma en que lo
hiciste?", con un enfático "¡porque quise!" o "¡porque me dio la gana!" Se comprende que,
en este sentido, el término elección representa un artefacto, un término conveniente tomado
en préstamo del lenguaje común y que no refleja ni tenacidad filosófica ni realidad
psicológica.
La aparente variabilidad de la conducta, particularmente en el caso de los
organismos complejos, a menudo se toma por evidencia de la presencia de un determinismo
intrínseco subyacente o aza. Despojado de sus puntales metafísicos, el concepto de
variabilidad de la conducta tiene un lugar definido y útil en la terminología de la ciencia.
Me estoy refiriendo a la variabilidad de respuestas de las especies y del organismo
individual que está biológicamente basada y (en algunas ocasiones) cultural y
psicológicamente condicionada. Los insectos, por ejemplo, tienen al respecto poca
variabilidad (¿elección?), puesto que su conducta es contingente en alto grado sobre un más
o menos automático desarrollo de predisposiciones conductuales predeterminadas.
Podemos decir que estos organismos poseen relativamente pocas alternativas conductuales.
Sin embargo, a medida que ascendemos en la escala filogenética, la conducta se
hace claramente más variable, en el sentido de que el número de posibilidades conductuales
es mayor. El insecto no tiene el potencial para responder a los varios colores, a las palabras
habladas o a los signos nacionales. El hombre, sí. El grado de variabilidad está relacionado
directamente con la complejidad de las propiedades biológicas del organismo, las cuales a
su vez determinan la amplitud del rango de estímulos internos o externos a los que el
organismo es potencialmente capaz de responder. La existencia de alternativas
conductuales puede ser considerada entonces como una función directa del repertorio de
respuestas inherente al organismo y del número y complejidad de las variables
estimuladoras que afectan su conducta de modo pertinente. Otra vez, no se necesita recurrir
a factores que queden fuera de la matriz del estricto determinismo.
Al nivel humano, el tema de determinismo y libertad se muestra aún más confuso, a
causa de la práctica común de igualar cualquier ausencia de libertad con constricciones
solamente externas. Esto asume particular relevancia en las mentes de aquellos que ven el
determinismo como irreconciliable con cualquier noción de libertad política o social.
Permítasenos una breve mirada a esta posición. La sociedad feudal, donde
el matrimonio típicamente puede estar prearreglado, no ofrece al siervo la oportunidad
de seleccionar la esposa de acuerdo con sus propias opciones. Esta selección está
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determinada para él por la autoridad externa. Pero, ¿,no es nuestro hombre occidental de
hoy quien declara: "Yo escogí a mi esposa porque así lo quise", como nuestra rata en el
punto de elección, sin enterarse del complejo mosaico de causas antecedentes, de la
multitud de experiencias y eventos entremezclados que definen su historia personal;
incluyendo en su caso, quizá, factores tales como conflictos no resueltos (e inconscientes),
todos los cuales han hecho que se circunscriba a la verdadera e inevitable predeterminación
de su particular elección marital? ¿Y no deben todos estos factores ser considerados
propiamente como constrictores internos o determinantes de la acción? En este sentido,
tanto en una democracia, como en un estado totalitario, el individuo no es libre, en realidad,
en el significado filosófico básico de este término, sino que su conducta puede considerarse
como determinada, en varios grados, por dos diferentes conjuntos de factores: externos, en
un caso, e internos, en el otro.
La relación entre libertad política y la noción filosófica de libre albedrío personal
merece una discusión más perspicaz de la que podemos darle aquí; pero baste afirmar que
el determinismo con su intrínseca carencia de libertad no debe necesariamente alarmar a
aquellos de nosotros que estamos ideológicamente comprometidos con el modo de vida
democrático. Sin duda, se sigue que las severas limitaciones externas inherentes a los
sistemas totalitarios solo sirven para estrechar y disminuir el reservorio potencial de los
determinantes de la conducta y, de esta manera, suprimir la variabilidad individual, el
verdadero atributo de los organismos elevados.
No existe necesariamente contradicción entre la libertad política y el determinismo
filosófico; tal contradicción existe solo en el caso de que insistamos en basar nuestras
nociones de libertad política y social en la metafísica del libre albedrío.

Libertad: Niveles de Percepción


En toda esta discusión se ha señalado implícitamente el argumento de que un
modelo del hombre, con su concomitante imagen determinista, no concuerda para nada con
nuestra experiencia subjetiva. Y después de que todas las polémicas científicas y filosóficas
han sido echadas a un lado, la fuerza lógica de la percepción que el propio individuo tiene
de su libertad personal, emerge aún quizás como el más potente argumento en contra del
determinismo. Nos enfrentamos a un dilema: la observación científica nos conduce a una
conclusión; la autopercepción a otra. ¿Cómo podemos reconciliar esta contradicción?
Creo que podemos cortar este nudo gordiano considerando al acto de percibir como
capaz de efectuarse a diferentes niveles y que estos diferentes niveles, a su vez, son capaces
de proporcionar diferentes informaciones acerca de los datos observados. Podemos
entonces visualizar esta diferencia entre experiencia subjetiva, por un lado, y descripción
científica, por el otro, además, como una distinción entre dos niveles de análisis
perceptuales: experiencial y experimental. Uno implica una percepción directa, global, no
analizada, mientras que el otro se refiere a un procedimiento observacional muy especial,
detallado casi hasta el extremo, bien tramado y admitidamente artificial, si por "artificial"
queremos indicar un procedimiento por medio del cual se pueden producir ciertos datos
solamente cuando se han establecido condiciones especiales, las cuales, típicamente, no
prevalecen en los encuentros de la vida ordinaria v cotidiana.
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Este punto se ilustra muy bien mediante el conocido fenómeno de la ilusión visual.
La misma banda de un color gris neutral se exhibe como casi negra cuando se le coloca
contra un fondo blanco, mientras que parece de un grisáceo blancuzco cuando se le coloca
contra un fondo negro. Aunque este efecto ilusorio puede ser un atributo inevitable y
"natural" de la percepción, el científico no está fuera de lo razonable al llevar su indagación
más allá de esta apariencia superficial y en considerar a estas dos bandas de color gris como
realmente idénticas. Podemos aún añadir que a menos que el científico investigue más allá
de la apariencia fenomenológica, su imagen de la realidad podría estar equivocada. Sin
duda que, en este caso particular, él no podría empezar a formular conceptualizaciones
científicas comprensivas acerca del color, si restringe sus datos solamente a la experiencia
perceptual superficial.
Mi proposición consiste en que es precisamente en este sentido como nuestra
imagen de la libertad personal adquirida por experiencia (subjetiva) representa un "error"
fenomenológico, una distorsión perceptual que somos incapaces de eliminar, de la misma
manera que muchas de nuestras impresiones superficiales están literalmente atrapadas por
los fenómenos perceptuales ilusorios.
Los gestaltistas llegaron, en su distinción entre los aspectos “geográficos"
(fisicalistas) del mundo estimulador y la percepción "fenomenológica" (o experiencial) de
la realidad, a encarar este problema, pero sólo en parte. Su insistencia en que existen dos
niveles distintos de realidad, uno físico y otro experiencial, y de que, además, los datos
fenomenológicos son de la propia incumbencia del psicólogo, ha convertido en virtud una
ilusión, y he llegado a la conclusión de que ha servido para oscurecer el tema del análisis
científico y de la búsqueda legítima de las variables pertinentes.
Existe una distinción válida, desde luego, entre las propiedades físicas de nuestro
mundo estimulante (incluyendo los estímulos internos, verbigracia, dentro de la persona) y
el modo como recibimos o experienciamos estas propiedades; y es precisamente esta
distinción la que está en la base misma de mi argumento, es decir, que la experiencia no
analizada, aun siendo un rasgo humano perfectamente "natural", y quizá parte del acto
perceptual de todos los organismos, a menudo conduce a imágenes erróneas de la realidad.
Sin insistir más en los temas psicológicos de la distinción entre realidad objetiva y
realidad perceptual (porque tal distinción nos lleva en realidad al corazón, a la naturaleza
misma del percibir), necesitamos ocuparnos aquí solamente en reconocer que la experiencia
subjetiva es a menudo, si no típicamente, antagonista de la realidad objetiva.
Y aunque también puede alegarse que, utilizando un aforismo solipsista, la realidad
objetiva siempre nos está negada en el sentido de que ningún conocimiento derivado de la
sensación está exento de distorsiones perceptuales (después de todo, los más controlados y
concienzudos análisis científicos todavía incluyen la percepción humana y, por tanto, al
menos en cierto sentido, la experiencia subjetiva), todavía permanece el hecho de que la
prueba científica, y especialmente el análisis experimental, nos han dado una imagen de los
eventos y los objetos que a menudo es radicalmente diferente de la que obtenemos con la
experiencia global de la vida cotidiana.
Puede ser importante, en este momento, enfatizar la idea de que la característica
propuesta de doble nivel del percibir, experiencial y experimental, no necesariamente
significa que la percepción ordinaria sea completamente ilusoria y totalmente divorciada de
la realidad objetiva. A decir verdad, no podríamos haber sobrevivido como especie ni como
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individuos si nuestros sentidos fuesen de hecho tan ajenos a los objetos y eventos que nos
rodean; y es de importancia básica, tanto para el filósofo como para el psicólogo, el tema de
cómo la realidad física participa en el modelamiento de los procesos perceptuales. Pero si el
análisis científico nos ha enseñado una sola lección, esta es, seguramente, el
reconocimiento de que la percepción de sentido común es, cuando mejor, incompleta, y a
menudo nos da imágenes sumamente deformadas de la realidad objetiva y eventual.

Una Ilusión Necesaria


Basta con esto, pues, respecto de la experiencia de la libertad individual como una
percepción falsa. Pero, ¿nos proporciona esto sólo suficiente explicación de la presencia
universal de este aspecto del autoconocimiento? Yo pienso que no. El carácter del libre
albedrío de nuestra acción es una ilusión; pero bien puede resultar que sea una ilusión
necesaria. En verdad podemos haber limpiado la biología de todos sus remanentes vitalistas
y teleológicos y estar dispuestos ahora a aceptar un amplio marco de referencia
determinista cuando nos referimos a la conducta de los animales2. Al nivel humano, sin
embargo, hemos llegado a aceptar el determinismo, cuando mucho, y prácticamente
hablando, sólo de un modo vago y restringido, quizá como una abstracción que no necesita
ser tomada en consideración muy seriamente. Es verdad que a menudo nos produce
satisfacción genuina, si no es que un placer clandestino, ser capaces de "explicar" o
comprender la conducta de los otros, en términos de factores complejos determinantes, pero
no por ello menos claros. Identificamos motivos económicos, el ambiente de un barrio
sumamente pobre, el antecedente de un hogar destruido, la presencia de estimulación
intelectual en la infancia temprana, conflictos neuróticos, un medio al presente intolerable,
y gran cantidad de otras variables, tanto generales como específicas, a las que consideramos
como condiciones suficientemente determinantes y que nos capacitan para comprender
completamente los particulares patrones de conducta de una persona dada. Puede ser
entonces, que estemos dispuestos a conceder la presencia del determinismo, aun del más
estricto, e inclusive al nivel humano; pero, realmente, sólo en los demás.
Este último comentario no pretende ser una salida graciosa. De hecho, estoy
arrojando serias dudas sobre la posibilidad psicológica de que un individuo, por lo menos
dentro de nuestra cultura particular, sea capaz de considerar sus propios pensamientos y sus
propias acciones como totalmente determinadas. La imagen de nosotros mismos, tal como
es, y tal como ha podido desarrollarse en todas las culturas humanas, parece exigir algún
sentimiento de espontaneidad interna, cierta convicción psicológica de que uno no está
atrapado sin remedio entre las circunstancias pasadas y presentes, y que uno siempre puede,
después de todo, trascender sus propios límites determinados. Lo inmediato del sentimiento

2 Johannes Muller, probablemente el más destacado biólogo de la pasada centuria, fue uno de los primeros científicos modernos que nos
presentó un informe riguroso y mecanicista de la conducta animal, pero se detuvo ante el hombre, al cual todavía lo consideró dotado de
una esencia vitalista. En la terminología contemporánea, muy bien se le podría considerar como un "conductista" que exceptuó al
hombre.
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de ser capaz de acciones voluntarias (aun cuando en ciertas circunstancias y en


determinadas ocasiones somos capaces de expresar los específicos antecedentes que han
configurado aún nuestros más “espontáneos" actos), parece haberse desarrollado de alguna
manera, como un atributo necesario de la imagen de nosotros mismos, y es virtualmente
inconcebible sentirnos capaces de interactuar con nosotros mismos en otros términos. A
menos que uno pueda concebir un desarrollo de la conciencia humana tan radicalmente
diferente del que ahora poseemos, solo una matriz cultural casi completamente nueva, con
un lenguaje del todo diferente y con hábitos conceptuales y de pensamiento absolutamente
nuevos, podría dar cuenta de ello. Tal vez estos factores han contribuido mucho a las
dificultades conceptuales y a las polémicas en torno al tema determinismo-libre albedrío y
la "paradoja" filosófica tan íntimamente sentida por muchos psicólogos contemporáneos.
Debe añadirse, entre paréntesis, que de una manera parecida el físico percibe el
medio de su vida diaria en el que se interactúa sobre una base que con frecuencia
antagoniza con su conocimiento científicamente derivado. Tal vez sea imposible para el
astrónomo ver al Sol moverse en el horizonte (cuando lo mira a través de la ventana de la
sala de su casa), o para el físico considerar la silla donde está sentado, no como un objeto
estable y sólido, sino como un remolino de partículas atómicas y subatómicas en constante
cambio.
Lo que se sostiene es, pues, que el libre albedrío posee cierta "validez superficial",
la cual está predicada sobre un complejo entremezclado de atributos de procesos
perceptuales y profundamente enraizada en el condicionamiento cultural. Este
condicionamiento ha conformado profundamente nuestros valores, nuestras creencias,
nuestras costumbres, nuestras leyes, nuestras nociones de la responsabilidad personal, y,
finalmente, también nuestras autopercepciones, todo lo cual es muy difícil de reconciliar
con un marco de referencia estrictamente determinista de las acciones humanas. Y
propongo que, aun en el caso de que tal determinismo pueda llegar a ser aceptado
universalmente y sin ambigüedades, nosotros todavía persistiremos (¿deberemos?) en
conducirnos como si la libertad interna fuera un hecho, si no para los que nos rodean, por lo
menos para nosotros mismos.
Después de esta afirmación, sin embargo, debemos darnos cuenta de que el
argumento ampliamente sostenido de que el determinismo general destruye cualquier
noción de dignidad, moralidad y responsabilidad personal del hombre, no es por sí solo
argumento válido contra el criterio determinista, y cuando se le usa de esta suerte está
destinado a convertirse en una lamentable tautología. La libertad interna puede ser un
símbolo de lenguaje necesario, y aún más que eso, un precepto humano necesario. Si
resulta ser una inevitable ilusión, cultural y psicológicamente hablando, ¡que así sea!
¿Estamos por ello obligados a construir una ciencia de la conducta predicada sobre la base
de esta ilusión?
Pero, ¿de veras corroe el determinismo el concepto de la dignidad humana? Quizá
solo si decidimos a priori igualar dignidad con libre albedrío. Por lo demás, si un marco de
referencia determinista nos empuja a buscar sin cesar las leyes generales y específicas de la
conducta, podremos algún día comprender no solamente las variables que conducen a la
neurosis, al retardo mental, a la enfermedad mental y a la delincuencia, sino también a la
riqueza y complejidad de los eventos y factores específicos que determinan legalmente las
habilidades de solución de problemas, la inteligencia, la integración conductual y la
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creatividad. Podríamos aun ser capaces de usar tal conocimiento para nuestro propio
beneficio. ¿Y no sería esto solo un elocuente testimonio de la dignidad del hombre?

Epílogo
Solo unas pocas décadas han pasado desde el establecimiento del primer laboratorio
de psicología. La noción de legalidad estricta todavía es nueva en el campo de la conducta
y aún no podemos vanagloriarnos de poseer leyes del tipo que caracteriza a las encontradas
en ciencias más anitiguas; pero estamos empezando a descubrir algunos de los factores más
elementales que están asociados sistemáticamente con partes simples de la conducta, y
existen razones suficientes para creer que eventualmente podemos ser capaces de descubrir
los inevitablemente complejos nexos legales en los patrones en conducta de orden más
elevado. Podremos, inclusive, salvar la brecha entre experiencia y experimento.
Mientras tanto, es necesario que sigamos recibiendo no solamente los datos
que están apareciendo sino también las nuevas conceptualizaciones.
La empresa científica, en el correr de los años, ha alterado radicalmente nuestra
imagen del universo físico. No debe sorprendernos, por tanto, que esta misma empresa,
cuando se le dirige al estudio de la conducta humana, pueda, de una manera parecida,
alterar de un modo radical nuestra visión de la naturaleza humana. Sin duda, lo
sorprendente sería que este no fuera el caso.

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