La Estación Fantasma de Nicolás Schuff

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Los tineles son lugares fascinantes. La oscu- sidad que los inunda los convierte en un ambito propcio pare imaginar que alli exste todo tipo de misterios y cosas temibles. En varias ciudades ddel mundo. hay trenes subterréneos que recorren diariamente muchos kilémetros a través de lar gos tneles que forman una compleja red debsjo del suelo, El relato que van a leer podria haber sucedido fen cualquiera de esas ciudades. Sin embargo, si viajan en el subte en Buenos Aires, podrén ver, en medio de la penumbra, una estacién abandona- da, como la que se le aparecié a Ia protagonista de esta historia. Se encuentra en algin punto del trayecto de la linea que va de Primera Junta @ Plaza de Mayo. Eso, ojalé no sé encuentren con lo que ella vio. La estacién fantasma Ahora puedo contarlo porque pasaron muchos afios. Pe- ro, en ese entonces, tuve miedo de estar loca. O de que todos me ereyeran loca, que es parecido. Sin embargo, ya pasaron muchos afios. Hoy lo recuerdo como un suetio, co- ‘mo una extrafia pesadilla. Yo atin era joven. Estudiaba de noche y trabajaba en un banco, en el centro de la ciudad. Pasaba alli casi todo el di, frente a una computadora, Al mediodia tenfa una hora libre para comer. Iba siempre al mismo lugar: un barcito ruidoso,, lleno de oficinistas, donde, segin el dia, servian mianesas, ravioles o arroz con pollo. Aquel dia se cumplian dos afios de mi trabajo en el ban- co. Nadie se acordaba, salvo yo, que, en realidad, queria, olvidarlo. Ese trabajo me aburria. Para colmo, la mafiana habia empezado mal. Mientras elaboraba unas complicadas planillas en la computadora, la méquina hizo de golpe un ruidito y se apag6. Yo, con las manos todavia sobre el tecla- do, vi mi propia cara reflejada en la pantalla, Me vi palida, Aeyendasurtanas |25 ( bund, preocupada: Me viieron ganas delat, Fibs ta el baiio y me quedé un rato all junto a una ventanita, Tia, y ef ogua,ligeray gis, mAs que mojar los vito, parecta arafarlos. Cuando regresé al escritorio, vi que la computadora ha. bia vuelto a funcionar, pero todo mi trabajo se habfa perdi- do. Quise explicarle a mi jefe lo ocurrido, y él me respondié: Sino fueras una buena empleada, pensaria que mes tds mintiendo... Usted puede pensar lo que quiera, sefior die, remar- cando el “sefior” para que él supiera que yo lo consideraba cualquier cosa, menos alguien respetable. Sali del banco cuando ya casi era de noche. Adm lovana ba, Los autos circulaban con los faros encendidos. Las luces de los carteles —rojas, verdes, azules— se reflejaban sobre las calles mojadas. Me levanté las solapas del piloto y cam: né tres cuadras hasta la boca del subterréneo. El andén estaba Ileno de gente. Algunos leian el diario, otros miraban los televisores encendidos que colgaban de! techo. No bien llegé el tren, la gente se abalanz6 para entrar y conseguir un asiento. Yo quedé de pie, apretujada entre tina seriora que olia a cremas y un hombre que ites hablar por un teléfono celular. Me dolia la cabeza; queria llegar a casa lo antes posible y acostarme, ya que ese dia no tenia clase. Mirabe fijo por la ventanilla para no marearme: podta ver las paredes negras del tdinel, con todos esos cables y esos tubos. Pasaron una, dos, tres estaciones... Cada vez subta més gente. Yo bajaba ena quinta estacin, Sin embargo, entre la cuarta y la quin- ta, aparecié de pronto una estacién nueva, desconocida. Yo hacia ese viaje todos los dias, pero jamés habia visto aquella parada, Aunque el subte siguié corriendo a toda velocidad, sin detenerse, vi todo como en cémara lenta. La misteriosa estacién estaba sin terminar. Era muy vieja «tal ver, muy nueva. En sus paredes sucias habia dibujos ‘oscuros. Eran figuras grandes, extratias, como de animales © insectos gigantes. Un tubo fluorescente colgaba medio suelto del techo y emitia una luz pobre, parpadeante. En el suelo habia basura, y hasta me parecid ver ratas entre los desperdicios. En medio del andén pude distinguir a dos hombres, sentados en un banco de cemento, Parecian obre- ros. Tenian cascos y trajes de trabajo. Pero cuando el subte pas6 frente a ellos, es vi las caras... 0 lo que quedaba de ellas, Los hombres tenian el rostro consumido; la piel sobre los huesos era amarilla, cenicienta, y Sus oj0s... Sus ojos, muy hundidos, eran blancos. Aquellos hombres estaban Uereedas eta |27 smuertos y us mirados vacias Se clavaron durante unos ge gqundos en mi. Me pareci mento senti verdadero terror. Fue como si tu io que sonreian.. En ese mor viera dentro del cuerpo un animal vivo, de muchas pata, que me subia desde la panza a la gargonta. Después escy cché un zumbido penetrante dentro de la cabeza, vi todo negro y me desmayé, Cuando desperté, estaba recostada en tun banco, en la tiltima estacién. Un hombre me apoyaba un pafuelo humedo sobre la frente. Hola —me dijo, sonriendo. —2Dénde estoy? ~pregunté asustada—. Qué me pasé? Creo que te bajé la presién —me explicé el hombre-. No te caiste al suelo porque el subte estaba lleno. —Gracias —dije, mientras le devolvia el pafiuelo y trataba de incorporarme. —

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