La dama
de blanco @
‘Tras fs pasos do una leyenda urbana,
Gu
Guillermo Barrantes
NNacié en Buenos Aires, en 1974, Terminada la escuela
secundaria, a los 17 afos ingresé en la catrera de
Astronomia en la Universidad Nacional de La Plata. Si
bien més adelante cambio la ciencia por la esertura,
nunca dof6 de indagar on los misteros dol universe. De
hecho, Cosmos, de Cari Sagan. sigue siendo uno de sus
oro favoritos.
Entre sus obras publicadas se eicuentran las novelas
Eltemponauta, Envique Enriquez yet secreto de San Mar:
tiny Encalleds, los libros de eventos Grits lejanosy Las
‘wueltas de la Muerte, Ia novela Los malts ae Dis, y el
‘ensayo Crénicas mundial.
‘Ademis, escri junto con Victor Covel la saga Buenos
Aires es leyenda
‘También es el autor del guion de la pelicula Ecuacién,
diigta por ol argentino Sergio Mazur.
El bondi espacial Textes ReCreados en la cianla ccd,
yaha sido publicado en esta coleccién.
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jndice
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Prarie: Fats actens 18
‘Segundo choo mite: Fantasma ented... 33
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En e\ bar llamado
“Prdlogo”
‘a moverse en circules; lentamente, la espurna
flotante fue tornando la forma de una espiral
giratoria, de una galaxia El iquido oscuro parecia ha:
berse convertido en una porcién de espacio intereste-
lary Fabidn no podia dejar de mirar ese mundo dentro
de otro, ese portala otro universo.
Entonces, sacé la cucharita y el café se fue aquie~
tando. La galaxia se fue desarmando y, cuando el café
‘se detuvo, quedé hipnotizado con la superficie aquie-
tada, La mirada de Dios sobre aquel cosmos.
Un Dios? dE1? Si ni siquiera era capaz de controlar
ssudestino.
‘Sebebié de unsorboe! café. Estaba rio, Elmozo, casi
de inmmediato, se levé aquel cadéver yle dejé otro, uno
nuevo, rebosante. Fabian crefa queloatendianmuy bien
enese bar.
Mientras vertia dos sobrecitos de azticar, Fabién
volvié a pensar en |a decision que debia tomar. Se tra-
taba de hacerloo no, de volver a veria uolvdarla. Pero
epodia olvidarla? Ya sabia que hacer. Era volvera verla
ono verlajamas.
| a cucharita se sumergio en el café y comenzéLacucharita obré nuevamente su magia. Se hundié
‘en el café, giré ycreé otra galaxia, Esta vez no dejria
‘que se eniriar.
Fabidn vacié aquellamante universo en su gatgan-
ta, Le habian advertide que tuviera culdado, que no
‘conventa pasarse dela raya. Pero sin Rufina
‘Cuando el pocillo, yasin su contenido, tocélamesa,
Febian tuvo la rara Sensacién de que lo observaban,
Miré para un lado, para el otro. Anfestaban. Eran dos
hombres, ambos de traje. sentados a una mesa, la
‘ms cercana al baie. Uno tamaba.un café en pocillo,
‘como ét; ol otra, un submarina. Cuando los descu-
brid, aquellos dos le sostuvieron la mirada por unos
‘segundos. Edel café sonri6. Elotr, incluso, se animé
a sefialarlo con esa cucharallarga tipica de los suma-
‘nos. Luego, retomaron su conversacién,
{Eran ells? £Al fin se mostraban? Malditos, Lo ha-
bian atrapado, lo tenfan a su merced. Aquel era su
‘momento, Tenia que decicirse. Verls ono veria. Ira
‘buscarla quedlarse ay, sentado. La primera opcion
locondenaba a esos hombres de trae, los que lo se-
guian.asuconstante amenaza.Lasegunda...no ver
la nunca mas? Erala peor de as condenas.
‘Sin que Fabian se diera cuenta, el mozo ya habia
‘atirado el pocillo vacio y le habia dejado un tercer
café, Entonces, le puso azicar y hunclé la cucharita
fen café, Esta vez revolvi en sentide contrario, camo
Siasf olvera el tiempo atrés. un ao y dos dias atrés,
‘cuando la conoci.
4
Hi)
E ra unanoche muy fia de fines de julio en Bue~
nos Aires, Fabian caminaba por las veredas
‘del barrio de Recoleta. Iba répido, pateando el
piso de vez en cuando para que no se le congelaran
Jos pies. También se tiraba aliento sobre las manos,
para calentarlas. Entreel vapor que exhalaba yaquella,
‘manera de caminar, parecia una especie de locomo-
‘tora humana, Hacia rato quena se cruzaba con nadie,
Pocos se animatanentrentar una perfecta noche de
invierno coma esa, Se subidel cuello del sacoy baj6la
cabeza, buscando protegerse del aire helado, impia-
cable. Estaba bien vestido, pero nolo suticientemen
teabrigado. Se dio drimo pensando que no Ie fataba
‘mucho para legar ala casade Hemdn. Eran unas siete
ocho euadras. Vela que las calles de esa zona eran
‘medio retorcidas y castaba sacar una cuenta exacta,
Concentraco al maximo en apurar el paso para
acortar esa tortura, no se dio cuenta que caminaba
lunto a uno de los muros del cementerio. Hasta que
percibié un anto. Se lo trajo el viento, una rataga la
‘més helada de todas las que habia soportado. Tirto.
Entonces, se tap6 masa cara con el cuello del saco.
Asly todo, la vio, Estaba all adelante, de pie, en la e5-
‘quina de Vicente Lépez y Azcuénaga. Una chica con
‘el vestido blanco y el pelo negro hasta los hambros,
que se tapabalia cara con las manos. El lanto, sin du
a5, provenia dellaEra imposible no detenerse. Los sollozos eran real-
mente desgerradores.
Cuando Fabian llegé ala esquina le puso lamanoen
elhombro,
=éE stds bien? —le pregunté, y de inmediato se dio
cuenta que se trataba de una pregunta estipida Era
obvio que no estaba bien. éTe puedo ayudar en..?
Fabidnina pudo terminar de formula aquella segun-
day mds acertada pregunta. Al escucharlo, la chica
sacé las manos dela cara y lo mit6. El fio, el apuro.
Elmundo pas6 a ser un recuerdo, un eco lejano. Esa
cara, e508 ojos marrones llenos de légrimas, clavados
en él, fueron, por un instante, Io nico real, lo tinico
vivo para Fabién.
‘Aquella chica ora linda, aunque no la ms linda que
Jamas hubiera visto: y tampoco la mds bronceada,
Pero esa palidez enmarcando esos ojos algo achina.
ddosy ese pelo negro enmarcando esa palidez...Y por
deniro escuchaba un dnico grite: Nola pierdas.
Cuando Buenos Aires volviéaexistr ella segula ahi,
Norando.Intentaba contestariea Fabian, decirle algo a
través de las lagrimas, de ia angustia, perolecostaba
‘mucho. Entre solozos y gemidos, apenas pudo enten-
der sunombre, Rufina,y que algo terrible lehablaccu-
rrido, no una sino dos veces.
—Dos veces...dos veces... no es justo.
Elcabello y el vestido dela chica parecian moverse
cde manera castica, coma sidesafiaran las direcciones,
impuestas por el viento.
Estoy yendo al cumpleatos de un amigo —te ajo
de julio, ¢l dia del cumpleatios de Hernan, Fabin supo
{que ese sonido ser‘a su condena. No podria ser feliz
sin esa risa. Sus dias sn esa risa serian trios y oscuros
‘come una cripta abandonada en medio de un bosque.
Si, aquella sola noche le basté para enamararse de
Rufina, Por eso, le costé dejarla cuando comenzaba a
‘amanecer, enla misma esquina donde la habia encon
‘ado, sabiondo que no la verla por... custo tempo?
No, no... Tenia quelograr que ese lapso de tiempo fue-
ralomas breve posible
—ECusindo nos volvemos a ver? Mafana yo puedo.
Ella le puso un dedo en os labios, para callarlo. Al
le corris un escalotrio por la espaida,
—Pronto le respondié—. Eso espero.
—ZNo querés que te lleve atu casa? —e pregunts
por enésima vez—. Mird que no tengo drama con.
“No, gracias, Fabian. Este sitio es el adecuada. Fue
tuna velada magnifica,
‘Cémale gustaba esa manera “antigua” que tenlade
hablar, Podrla quedarse escuchndola meses, aflos,
enteros,
Magica —dijo él Fue una noche magica,
EI viento segufa helando Buenos Aires. Fabidn vol
viaa tener esa sensacién de que el pelo y los volados.
blancos delvestido de Rufina se moviande una mane-
raeextrana, como mecidos por otro viento. Entonces,
Je puso el saco sobrelos hiombros de ella
—Aunque sea dame tundmero de celular —Ie supl
66—. Yo me welvas a decir que nunca usaste uno.
Fabién—. 2Por qué no me acompatids? Te va a hacer
bien olvidarte un poco...de eso.
Ella lo mir, primero sorprendida, después con cier
taduda.
No a pierdas.
Es un lindo grupo ~continus, tratando de trans
mitirle seguridaé—. Me refieroa mis amigos. La vas @
pasar bien conmigo. Con nosotros. digo.
Ella parpadeo. Nuevas lagrimas rodearon su peque-
fha nariz, Pero ya no lloraba. Hasta parecié esbozat
una sonrisa,
Erael momento de arriesgarse.
—2vamos? —le pregunté Fabian, ofreciéndole la
mano abierta
Ella volvié a dudar, Miré a su alrededor, luego a él.
Com la punta de los dedos se secé las iltimas lagr=
‘mas. Al fin apareci6 en su cara una sonrisa completé.
YY Rufina lo tomn6 de la mano a Fabién.
—Vamos —ie dijo. Contiéen vos, Sos mi guia,
Fabian penso que si todo lo que habia vvido, desde
{quenacié hasta ese moment, lollovaba hasta aquella
cesquina, hasta aquella noche... Sieraasf, valiala pent:
Caminar con esa chica siete u ocho cuadras le daban
sentidoa su existencia,
Era la vor de ella pregunténdole sobre varios de
talles de la ciudad, como si acabara de llegar de un
pueblo lejano, El contacto de sus manos, todavia hi
rmedas por las lgrimas. Su mirada, el marrén de sus
jos... Ya no podria oliderlos.
También fue su risa. Después de escucharla por
primera vez, ala 1:34 de la macrugada, de aquel 29
‘No lapiordas..
—Rutina...no quiero perdert.
Yo tampoco, pero debo irme. Contio en vos.
Yella, de pronto, le dio un beso. Duré un segundo,
‘aunque bien pudieron ser mil afi. Para Fabian, dur
rante ese lapso, pasado, presente y futuro se mezcla-
ronen un Gnico momento, en una fugaz eternidad, Fue
como sil universo naciera y muriera con aquel beso.
‘cuando serecuperd, via que Rufina ya corriaa varios
metros de con su saco ain puesto,
iRutinal —legrité
Pero.ella no solo no se dio vuelta, sino que rode6 el
muro... jy entré al cementerio!
Que pretendia hacer en ese lugar y a esa hora?
‘Tenia que averiguarlo, asi que carrie tras ella,
‘Aunque los primeros rayos de sol ya acariciaben la
Ciudad, ahi adentro, entre las tunbas atin reinaba la
‘noche. Una bruma gris se arremolinaba alrededor de
las cruces y as lépidas. Y all ba Rufina, convertida
en un jrén mas de esas tinieblas, con los mechones
de pelo y Ios volados de su vestido retorciéndose con