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MARÍA CORONEL

María Fernández Coronel (1334-1411) también conocida como María Coronel


pertenecía a una noble familia sevillana que tenía su casa en la esquina de la
calle Arrayán con el mercado de la Feria, casa conocida hoy como Palacio de los
marqueses de la Algaba y que, restaurada, actualmente alberga el Centro de
Arte Mudéjar de Sevilla. El edificio de estilo mudéjar fue uno de los palacios de
las grandes familias sevillanas durante los siglos XVI al XIX, palacio de los
marqueses de la Algaba y a fines del XIX y en el XX, teatro, corral de vecindad,
bodega y almacén.

María Fernández Coronel era hija de Alfonso Fernández Coronel, alguacil mayor
de Sevilla y señor de Aguilar, hombre principalísimo en el consejo privado de
Alfonso XI de Castilla (sobre el que Donizetti compuso su ópera La favorita para
tratar su relación con Leonor de Guzmán) casó con Juan de la Cerda,
descendiente en línea directa de Fernando III el Santo, nieto de Guzmán el
Bueno e hijo de Alonso de la Cerda y cuando se alzaron contra el rey Pedro I de
Castilla sus hermanos bastardos, encabezados por Enrique de Trastámara, Juan
de la Cerda se adhirió a ellos aportando fuertes sumas de dinero, armas y
soldados a la causa de Enrique. Esto motivó que el rey legítimo le condenase
por traidor y lo mandase decapitar.

Pasado algún tiempo, el rey don Pedro conoció a doña María Fernández
Coronel, quien ya consolada en parte de la muerte de su esposo, vivía tranquila
administrando los bienes que le pertenecían por su dote, puesto que los bienes
de su marido habían sido incautados por el rey Pedro y su casa, situada junto a
la iglesia de San Pedro, había sido derribada y sembrado su suelo de sal para
que ni naciera allí la hierba como escarmiento para traidores.

Conocerla y enamorarse de ella fue todo uno y, desde aquel día, el rey don
Pedro persiguió a doña María Coronel, con ánimo de rendirla, aun cuando ella lo
rechazaba y huía de donde él pudiera encontrarla. Por esto se refugió en casa
de sus padres, en la calle Arrayán, confiando eludir esta persecución.

Pero el rey, inflamado de deseos amorosos, se propuso robarla de casa de sus


padres y habiéndole ella sentido llegar con unos criados, mientras el rey asaltaba
el edificio por un lado, huyó doña María cubierta con un velo, saliendo por la
puerta que daba frente a la iglesia de Omnium Sanctorum, y desde allí corriendo
cruzó la Feria, rodeó la laguna (en 1574 el asistente de Sevilla Francisco de
Zapata y Cisneros, conde de Barajas, la drenó y hoy es el Paseo de la
Alameda de Hércules) y llegó desolada a pedir amparo y refugio en el convento
de monjas de Santa Clara.
Pasado un tiempo y confirmado nuevamente en sus sospechas, debido a una
delación, el rey se presentó de improviso en el convento, donde María estaba
viviendo ya más descuidada. No le dio tiempo a esconderse, y el rey la persiguió
por los corredores, con ánimo de llevársela al Alcázar de Sevilla donde éste
vivía. Pero ella en su carrera entró en la cocina donde, en aquel momento,
estaban preparando la comida unas legas y desesperada por huir de las garras
lascivas del monarca, no dudó en terminar con el origen de aquel acoso, su
belleza. Doña María cogió una sartén, que estaba llena de aceite hirviendo, y se
la derramó por la cara deseando desfigurarse para que el rey no sintiera más
deseo por ella. El aceite le produjo horrorosas quemaduras que desfiguraron su
bello rostro. Cuando el rey entró en la cocina y vio su cara desollada, chorreando
sangre y contraída por el dolor, huyó despavorido y desconsolado.

Mandó Pedro I a la abadesa de Santa Clara que cuidase y atendiese muy bien a
doña María Coronel, que él estaba arrepentido, no volvería a molestarla y le
concedería cuanto ella pidiese.

Doña María Coronel, una vez que estuvo repuesta, pidió al rey que le devolviese
el solar de la casa de su marido, junto a la iglesia de San Pedro, donde se
proponía fundar un convento.

Doña María Coronel fue abadesa durante muchos años pues murió de avanzada
edad.

Fue enterrada en el coro, pero en 1.679, al hacer unas obras, encontraron su


ataúd y al abrirlo apareció el cadáver perfectamente conservado, por lo que las
clarisas lo colocaron en una urna de cristal, al descubierto. Todos los años el día
2 de diciembre puede visitarse en la Iglesia de Santa Inés, situada en la céntrica
calle Doña María Coronel lindera con la Iglesia parroquial de San Pedro, esta
urna, donde se ve el cuerpo de la fundadora y pueden apreciarse en su rostro las
cicatrices que le produjo el aceite hirviendo.

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