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EL SÉPTIMO SELLO

Silencio en el cielo. Silencio (A)dios


THE SEVENTH SEAL
Silence in Heaven. Silence (A)dieu

Pablo Martínez Fernández

RESUMEN:

Este texto trata, de maneras diversas, acerca de la muerte, de lo muerto, de sus figuraciones,
como si fuera posible representar aquello que se resiste, como si fuera posible representar,
aquello que no se deja capturar, de manera dócil, en el reino del significado. El Séptimo
Sello es el escenario por donde circulan los sujetos que participan de las escenas del morir,
y desde ese lugar, de negra muerte, llegan a la contemporaneidad, con sus preguntas
existenciales, con los temores atávicos propios del tiempo en que los dioses aparentemente
han huido.

Palabra Clave: Muerte, presencia, ausencia, juego, silencio.

ABSTRACT:

This text is, in many ways, about death, the dead, their configurations, as if it were possible
to represent that which resists, as if it were possible to represent, what is not allowed to
capture, so docile in realm of meaning. The Seventh Seal is the scene along which the
subjects participating in the scenes of death, and from there, black death, become
contemporary with existential questions, with their own atavistic fears that the weather
gods apparently have fled.

Keyword: Death, presence, absence, game, silence.

…sentado en una piedra


se puso a divagar,
que si que esto que el otro
que nunca que además,
que la vida es mentira
que la muerte es verdad,
ayayay de mi…
(Violeta Parra)

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EL SÉPTIMO SELLO
Silencio en el cielo. Silencio (A)dios1
THE SEVENTH SEAL
Silence in Heaven. Silence (A)dieu

1.- La muerte. Esa gran (des)conocida.

El séptimo sello es la producción desde donde se emplazan las escenas. El contexto es el

universo del siglo XIV en Europa medieval, de cruzadas y peste negra, pero su alcance

llega hasta en este momento efímero, del presente imposible. Toda ella trata acerca de la

muerte, es una metáfora, un símil apocalíptico, una alegoría, una ficción que representa el

castigo que dios le impone al hombre, en los tiempos en que los dioses todavía no habían

huido. El hombre en búsqueda del dios que lo abandona, con la muerte como única

certidumbre. En este contexto general, la escritura tratará acerca de la figuración de la

muerte misma en tanto ella misma, figuración misma, que se le presenta al caballero

Antonius Block, cuando este despierta en una playa de su Suecia natal, con su escudero de

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Todas las imágenes se han obtenido directamente de la película de Bergman en cuestión.

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vuelta de las cruzadas. En su camino de regreso a la tierra, que era su hogar, otros

personajes acompañan al caballero en su devenir trágico. El texto intenta una y otra vez,

con todos los actores que pone en diálogo, en su relieve alegórico, de significar a esa gran

(des)conocida, que asalta al caballero en la playa, para interrumpir su vida. Ya estamos en

el relato.

2.- Primera escena. La presencia de la muerte.

El caballero despierta junto al mar, reza una oración matinal, mira un tablero de ajedrez y,

en ese instante, aparece la muerte. La muerte y ese sentimiento oceánico que suele

acompañarle ¿Quién eres tú?, le pregunta. Soy la muerte. ¿Vienes por mí? He estado a tu

lado caminando durante mucho tiempo. Lo sé. ¿Estás preparado? Mi cuerpo tiene miedo, el

cuerpo es débil, pero yo (el espíritu que soy) no. La muerte es así, en efecto, es aquello que

nadie puede soportar ni afrontar en mi lugar (Derrida, 2000: 46-47). Llevado hasta el

extremo, del presente de la muerte, lo mío, que es también lo nuestro, es la mortalidad: sólo

el Yo muere, y sólo lo mortal es el Yo (Levinas, 1998:61). Ese Yo que muere, que es

presencia, no es idéntico al ser. En la muerte no se prescinde del ser, él prescinde de

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nosotros (96). La presencia del Yo que sustenta ese decir estoy vivo, obtiene -según la ley

del retorno- en el nombre, en el acontecimiento, un derecho de presencia, que la figura de la

muerte otorgaría, en el momento de desaparecer en ella. Por eso, los hombres a través del

tiempo, se decían inmortales, por ese Yo presente, aunque esté fisurado, desde el día en que

el cielo se abrió a su vacío (Blanchot, 1994:41).

Por ello la presencia se devela ausencia y con ello el no saber de lo que ella se trata, ese

aparente sinsentido de la muerte, la deferencia hacia el sin sentido de la muerte que otorga

lo necesario para la unicidad del Yo, para la intriga, presencia ausente, de su unicidad. Un

no saber que se traduce, en la experiencia, por mi ignorancia del día de mi muerte (Levinas,

1998:32). La muerte se acerca, lo va a cubrir con su manto de oscuridad. Espera un

momento. Es lo que todos piden, pero yo no concedo prórrogas, le dice. Todo ha de

borrarse, todo se borrará. La presencia tiene lugar y tiene su lugar de acuerdo con la

exigencia infinita del borrarse. “En la ilusión que te hace vivir mientras yo muero”. — “En

la ilusión que te hace morir mientras mueres” (Blanchot, 1994:84 y 155).

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¿Tú juegas ajedrez verdad? ¿Cómo lo sabes? Lo he visto en pinturas sobre tablas y lo he

oído en canciones. Pues sí, soy realmente un excelente jugador. Juguemos entonces.

Comienza la partida, el trato consiste en lo siguiente, el caballero seguirá vivo mientras no

pierda el juego. Se trata de esa necesidad, sin justificación, de hacerle ganar siempre un

momento más, un suplemento de tiempo, no ya a la vida, sino al morir que no se produce

en el tiempo (137). Muerte sería el nombre de lo que suspende toda experiencia del dar-

quitar. Ello no excluye, al contrario, que sólo desde ella y en su nombre, sea posible dar o

quitar (Derrida, 2000:49). Si pierdes le dice el caballero, me dejas vivir, si pierdo, Yo, esta

presencia ausente de mí ser, quedo a tu disposición. En ese momento la ley se revela como

lo que es: no tanto el mandamiento que se sanciona con la muerte cuanto la muerte misma

con cara de ley, esa muerte de la que el deseo (contra la ley) no sólo no se aparta sino que

se fija como última meta, deseando incluso morir, a fin de que la muerte, aunque sea como

muerte del deseo, sea aún una muerte deseada, aquella que sustenta el deseo, que paraliza

fantasmagóricamente a la muerte (Blanchot,1994:54). No queda otra salida le dice el

enterrador. No queda otra partida cuando el que murió soy yo. Las negras para ti, dice el

caballereo. Era lógico, ¿no te parece?, sonríe la muerte.

3.- Segunda escena. El engaño de la muerte.

El caballero y su escudero llegan a un pueblo, la peste ya está ahí, existe temor, se siente la

presencia apocalíptica de la muerte. El caballero entra en una iglesia y se confiesa con un

monje, al cual solo se le ve de espalda. Me quiero confesar, pero no sé qué decir. Mi

corazón está vacío. El vacío es como un espejo, delante de mi rostro. No hay aire en los

espejos, aunque refleje la superficie brillante de las cosas, no hay nadie en el espejo. El

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espejo está vacío. El umbral, ¡qué indiscreto y pesado resultaría hablar de él como si fuese

la muerte! En cierto modo y desde siempre, sabemos que la muerte sólo es una metáfora

que nos ayuda a representarnos burdamente la idea de límite mientras que, precisamente, el

límite excluye toda representación, toda “idea” de límite. En el límite, morir, pero se trata

de la vida sin angustia (Blanchot, 1994). Me veo a mi mismo y, al contemplarme, siento un

profundo desprecio de mí ser. Por mi indiferencia hacia los hombres y las cosas, me he

alejado de la sociedad donde nací. Ahora habito un mundo de fantasías y ensueños. Un

mundo imaginario, casi sin signos, de esos que sustentan lo lejano. Y, ¡a pesar de todo eso

que me cuentas!, ¡no quieres morir!, le dice con énfasis el monje de espalda a espalda. ¡No,

si que quiero! Morir “libera” de la angustia (morir, esa persistencia de la muerte imposible,

la proximidad lejana), lo mismo que la angustia ignora el morir: ambos, sin embargo, sin

falta: lo desconocido que difiere (97). Entonces, ¿qué esperar? A saber qué hay después.

Buscas garantías, respaldos. Llámalo como quieras.

De rodillas el caballero pregunta, ¿por qué la cruel imposibilidad de alcanzar a dios con los

sentidos? ¿Por qué se esconde en una nebulosa oscura, de promesas que no hemos oído y

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milagros que no hemos visto? Si desconfiamos una y otra vez de nosotros mismos, ¿cómo

vamos a fiarnos de los creyentes? ¿Qué va a ser de los que queremos creer y no podemos?

¿Por qué no logro matar a dios en mí? ¿Por qué sigue habitando en mí ser? ¿Por qué me

acompaña humilde, a pesar de mis maldiciones que pretenden eliminarlo de mi corazón?

¿Por qué sigue siendo una realidad, que se burla de mí? Y de la cual no me puedo liberar.

¿Me oyes? Te oigo. El monje es la muerte, se muestra de frente, aunque el caballero no lo

ve, no la ve todavía. Yo quiero entender, no creer. No debemos afirmar lo que no podemos

demostrar. Quiero que dios me tienda su mano, vuelva su rostro y me hable. Él no habla.

Clamo a él en las tinieblas y nadie contesta a mis clamores. Tal vez no haya nadie. La vida

perdería el sentido. Nadie puede vivir mirando a la muerte y sabiendo que camina hacia la

nada. La mayoría de la gente no piensa en la muerte ni en la nada. Un día llegarán al borde

de la vida y deberán enfrentarse a las tinieblas. Sí. Y cuando lleguen al abismo… Calla, sé

lo que vas a decir. Que el miedo nos hace crear una imagen salvadora. Y esa imagen es lo

que llamamos dios. ¿Pero, a qué se debe tu preocupación? Hoy ha venido a buscarme la

muerte, estamos jugando una partida de ajedrez. Una prórroga que me da la oportunidad de

hacer algo importante, antes que acabe la partida. Después no queda otra. ¿Qué piensas

hacer? He gastado mi vida en diversiones, viajes, charlas sin sentido. Mi vida ha sido un

absurdo. Creo que me arrepiento. Fui un necio. En esta hora siento amargura por el tiempo

perdido. Aunque sé que la vida de los demás corre por los mismos cauces. Por eso quiero

emplear esta prórroga en una acción única que me dé la paz. Por eso juegas ajedrez con la

muerte. Sí, ella usa una táctica hábil, pero aún no he perdido piezas. ¿Supones que podrías

engañar a la muerte con tu juego? Sí, gracias a una combinación de alfiles y caballos…que

aún no ha descubierto. Una jugada y le quitaré su reina.

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En ese momento la muerte se vuelve frente a la vista del caballero y le dice: lo tendré en

cuenta. Me has traicionado. Tratas de engañarme, pero cuando nos enfrentemos yo

encontraré una salida. Nos veremos. Seguiremos jugando dice la muerte y desaparece. El

caballero queda solo en la iglesia. Sí, es mi mano. La puedo mover. Noto el pulso, corre la

sangre. Estoy vivo, estoy muerto. ¿Es eso morir? ¿Es eso el miedo? La angustia silenciosa.

La angustia: “No hagas nada, y es todavía demasiado”. —“Entonces, tengo que dejar de

ser”. — “No toques a tu ser”. Lo que te queda por hacer: deshacerte en esa nada que haces,

y ese silencio, como un grito sin palabras; mudo y, sin embargo, gritando sin fin (93). El sol

sigue en lo alto, iluminándolo todo. La locura de la luz (Blanchot, 2004). La claridad: la no

luz de la luz; el no ver del ver. Y yo, en el ilusorio presente…Yo, Antonius Block.

Imposible de reemplazar…juego al ajedrez con la muerte.

4.- Tercera escena. La muerte y la amistad.

En su camino de regreso a su tierra, a su hogar, el caballero conoce a otros hombres y

mujeres que acompañan su transitar por los senderos del bosque. Se detienen un instante a

descansar. El caballero y sus circunstanciales acompañantes comparten fresas, leche,

conversación y amistad. Por última vez te hablarán tus amigos y tú a ellos (Platón, 1988:

29, 60a). La muerte aparece tras la espalda del caballero, y le dice al oído: estoy esperándote.

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Aquí me tienes. Perdona si me he retrasado. Desde que te describí el plan de mi juego, he

emprendido la retirada. Te toca a ti jugar. ¿Por qué te muestras tan animado? Eso es cosa

mía. Por supuesto. Ahora vas a perder el caballo. Ya lo tenía perdido. ¿Acaso me has

engañado?, dice la muerte. Pues sí. Has caído en la trampa. Jaque al rey. ¿De qué te ríes?

Preocúpate de salvar tu rey. Es que te encuentro muy animado. Porque el juego es

divertido. Te toca a ti. Vamos, pronto, tengo prisa. Sé que tienes mucho que hacer…Pero

no se juega atropelladamente, este es un juego lento. ¿Te van a seguir esta noche los

comediantes que has conocido y que te acompañan en este viaje. Esos que se llaman Jof y

Mía. Y que tienen un niño. ¿Por qué me lo preguntas? Ya lo sabrás. Además, ¿cuándo

acabarás de hacer preguntas? No acabaré. Nadie te contestará. Terminemos ya nuestra

partida. Te toca a ti. Has perdido la reina. No lo había visto. Jof ve la escena del juego de la

muerte y el caballero, huye con Mía y Mikel (el hijo pequeño de ambos). Te toca Antonius

Block. ¿Has perdido el interés? ¿Qué he perdido el interés? Al contrario. Pareces inquieto.

Algo me ocultas. ¿Crees que no se te escapa nada? No, nada se me escapa. Nadie se me

escapa. Es cierto que estoy inquieto. Estás asustado. El caballero pasa a llevar las piezas, se

caen. No me acuerdo como estaban dispuestas. La muerte sonríe. Yo si lo recuerdo. No

escaparás tan fácilmente. Ahora veo algo interesante. ¿Qué es, dice el caballero? Jaque

mate en la próxima jugada. Lo sé. Has hecho ya tu buena acción. Sí, ahora, por fin. Me

alegro.

Te dejo un momento. La próxima vez que te vea, te llevaré a ti y a los que estén contigo. Te

entiendo, nos llevarás, pero a dónde, ¿qué lugar es ese al cual iremos? Uno en el que ya

sólo se podrá desaparecer, porque en esa región de fuente y origen hasta la música que te

había interpelado y convocado a seguir tu camino, habrá desaparecido. ¿Y nos revelarás tu

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misterio? Yo no tengo nada que revelar. ¿Tú no sabes nada? Yo soy la nada, soy la verdad

detrás de las apariencias. Lo Neutro. Lo muerto, la dulce interdicción del morir, allí donde,

de umbral en umbral, ojo sin mirada, el silencio nos lleva a la proximidad de lo lejano

(Blanchot, 1994: 107). Debes verlo claro, la vida es mentira, la muerte es verdad, ayayay de

mí. Transgresión: el cumplimiento inevitable de lo que es imposible cumplir —y que sería

el morir mismo (137).

5.- Cuarta escena. La muerte y el juego.

La muerte se encuentra con un juglar que se había escapado por caminos del bosque con la

mujer de un herrero. En ese momento va en compañía del caballero y sus amigos.

Desgraciadamente el herrero lo descubre. La mujer que se había escapado con el juglar

ahora está de vuelta con su esposo y no le parece mal que mate a su efímero amante por el

mal rato que la hizo pasar. Para escapar, el juglar simula su muerte. Cuando queda solo

sube a un árbol a esperar que pase el peligro. Una vez que se encuentra ya arriba aparece la

muerte y comienza a cortar, precisamente, el mismo árbol con él arriba. Oye,

espantapájaros imbécil, ¿qué vas a hacer con mi árbol? Lo menos que puedes hacer es

responder cuando se te habla. Dime quién eres. Estoy cortando tu árbol, ya que tu vida se

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ha terminado. No puedo morirme ahora. ¿Qué no puedes morir? No, tengo que ir a una

función. Se ha suspendido. Suspendida por defunción. ¿Y mi contrato? Cancelado. Pero, ¿y

mi mujer? ¿Y mis hijos? ¿No te da vergüenza decir eso? Sí, tienes razón. Tiene razón. Me

da mucha vergüenza. ¿Y por qué quieres llevarte a este pobre actor? Pero, ¿no te habías

suicidado? Era solo un simulacro (Baudrillard, 2000). ¿No hay remedio? ¿Ninguna

solución? Cae el árbol con el juglar. La muerte cumple su labor. Escape de la muerte.

Escape hacia la muerte.

6.- Quinta escena. La hora de la muerte.

La muerte propia. La muerte se presenta al caballero y sus acompañantes. Antonius ya ha

llegado de vuelta a su hogar, a su tierra. Viene de las cruzadas. De la muerte a la muerte.

Escapando de la muerte. Escapando hacia la muerte. Qué importa morir, pensaba que tan

solo permanece el sentimiento de ligereza que es la muerte misma o, para decirlo con más

precisión, el instante de mi muerte desde entonces siempre pendiente (Blanchot, 1994:26).

En la mesa, el caballero, su mujer y demás acompañantes leen el séptimo sello en su última

cena. La muerte ya está con ellos. Muerte, pensamiento, tan próximos que, pensando,

morimos, si al morir nos permitimos no pensar: todo pensamiento sería mortal; todo

pensamiento, último pensamiento (29). Buenas noches noble caballero le dice Antonius

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Block. Soy Karin, la esposa del caballero…Y me honro en darte la bienvenida a mi casa.

Yo soy herrero de oficio. Y debo reconocer que soy buen artesano. Mi esposa Lisa. Lisa,

haz una reverencia a tan alto señor…En las tinieblas te imploramos señor, dice el caballero.

Señor ten piedad de nosotros, pues somos pequeños, ignorantes y tenemos miedo… Sécate

las lágrimas y mira el fin con serenidad dice el escudero. Señor, estés donde estés, porque

ciertamente tienes que existir, apiádate de nosotros. El duro deseo de durar. No es otra cosa

sino el deseo de desear (Lacan, 1960). Entonces hubieras gozado más de la vida y no tanto

de la pura eternidad. Pero ya es tarde. En la hora última goza al menos de vivir en la verdad

antes de la nada. Tiempo, tiempo: el paso (no) más allá que no se cumple en el tiempo

conduciría fuera del tiempo sin que dicho afuera fuese intemporal, sino allí donde el tiempo

caería, frágil caída, según aquel “fuera de tiempo en el tiempo” hacia el cual escribir nos

atraería, si nos estuviese permitido, tras desaparecer de nosotros mismos, escribir bajo el

secreto del antiguo miedo (29). Silencio, silencio. Es la nueva mañana. Sobre ellos sigue el

cielo tormentoso. Suben juntos por un monte (...) La Muerte, la nada en el tiempo, efecto de

la desmesura, conmoción del presente por el no presente… Muerte: la mortalidad exigida

por la duración de tiempo (Levinas, 1998: 24 y 26). La muerte no es el instante de la

muerte, sino el hecho de remitir a lo posible en su calidad de posible (67). Pero, los que van

a morir pueden no esperar que termine el horror de la historia (Lihn, 1989:62), por eso la

muerte, severa, los invita a danzar. Van cogidos de las manos haciendo una larga cadena y

empieza la danza. Delante va la misma Muerte con su guadaña y su reloj de arena. La

muerte el tiempo, la paciencia del tiempo. Nos engañamos al pensar que la muerte está

lejos de nosotros, cuando su mayor parte ha pasado ya, porque todo el tiempo transcurrido

pertenece a la muerte (Séneca, 2011:123). No es más que un simulacro, algo que finge y

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finge borrarse borrándonos (Blanchot, 1994:124). La muerte, no la desaparición ni el no ser

ni la nada, sino una cierta experiencia para el sobreviviente de la sin-respuesta. Ya marchan

todos, hacia la oscuridad, en una extraña danza. Ya marchan huyendo del amanecer,

mientras la lluvia lava sus rostros, surcados por la sal de las lágrimas. (A)dios. Les amo y

les sonrío desde donde quiera que esté (Derrida, 1998). (Morir): una remota leyenda, una

antigua palabra que no evocaba nada, a no ser el pensamiento que sueña que hay una

modalidad del tiempo desconocida. Lograr la presencia, morir, dos expresiones igualmente

hechizadas (Blanchot, 1994:47).

7.- Sexta escena. La muerte negra: La muerte de Dios.

Dios nos ha sometido a juicio condenatorio. ¡Todos! seremos entregados a la muerte negra.

Todos los que están ahí oyendo sin oír, como espantapájaros, muchos ante la interpelación.

Y ustedes, ¿acaso no saben que ha llegado su última hora? La veo, la muerte está a tu

espalda, nos mira amenazante, brilla su guadaña, la esgrime ahora sobre sus cabezas, con su

filo acerado. ¿A cuál se llevará primero? Y tú infeliz, que muestras la expresión de un pavo,

¿qué irá a pasar contigo en este último día de los días?, ¿sabes si en la mañana darás otro

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graznido?, ¿si tus ojos verán otro amanecer? Deben saberlo necios incautos, ¡todos

morirán!, hoy o mañana, ahora mismo, ¡ahora!, porque todos han sido condenados por dios

a la muerte negra. Señor ten misericordia de nosotros, mira nuestra aflicción, vuelve tu

rostro hacia nosotros, ten piedad de nosotros por jesucristo, tu hijo. Porque ha llegado la

hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno,

saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de

condenación. Cuando sale tu aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen tus

pensamientos. Los muertos no alaban a dios. Los muertos nada saben, porque los que viven

saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ya que su memoria es puesta en

olvido. La Muerte Negra te llama, te convoca al encuentro de dios, a morir en él. A causa

de una corrupción de su aliento, todos los que se hablaban mezclados unos con otros se

infectaban. El cuerpo parecía entonces sacudido casi entero y como dislocado por el dolor.

De este padecimiento, de esta sacudida, de esta corrupción del aliento nacía en la pierna o

en el brazo una pústula de la forma de una lenteja. Esta impregnaba y penetraba tan

completamente el cuerpo que se veía acometido por violentas mucosidades de sangre. Las

expectoraciones duraban tres días continuos y los condenados se morían a pesar de

cualquier cuidado. Era tan grande la multitud de cuerpos que todos los días y casi a todas

horas llevaban a las iglesias que, no bastando para sepultarlos la tierra sagrada, y

mayormente si se quería dar a cada uno su propio lugar, según la antigua costumbre, se

hacían en los cementerios de las Iglesias, pues todo estaba lleno, fosas grandísimas donde

se metían a centenares los cadáveres: una vez amontonados estos, como se estiban las

mercancías en las naves que transitan por los océanos, se recubrían con un poco de tierra

hasta que se llegaba a lo alto de la fosa (Bocaccio, 1991).

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Pero, que no se turbe el corazón; si crees en dios, cree también en mí. En la casa de mi

Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo se los hubiera dicho; voy, pues, a preparar

lugar para todos ustedes. Donde yo esté, ustedes también estarán. En ese lugar, todas las

deformidades físicas serán curadas (los ojos de los ciegos serán abiertos, los oídos de los

sordos también serán abiertos y el lisiado, sanado). Construirán casas y habitarán en ellas.

Plantarán viñas y comerán de su fruto. El lobo y el cordero morarán juntos. El Nuevo Reino

de Dios será de tranquila paz. Compartiremos con Pedro, José y María. Dios mismo estará

con nosotros y será nuestro Dios. Nosotros serviremos con todo amor a nuestro Dios por

siempre y gozaremos de la más estrecha relación con Él.

Cristo, me mantengo demasiado cerca de ti, en una adhesión sin correlato de objeto o sin

otro contenido de sentido que la visión misma (Nancy, 2008). Dios pide que se dé sin saber,

sin calcular, sin dar por descontado, sin esperar; porque se debe dar sin contar, y es esto lo

que conduce más allá del sentido (Derrida, 2000). El hombre es esta noche, esta Nada

Vacía, que contiene todo en su simplicidad indivisible: una riqueza de infinitas

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representaciones, de imágenes. Es la noche, las interioridad o intimidad de la naturaleza lo

que existe aquí: (el) Yo personal puro (Hegel, 1994). Esa es la noche que se advierte al

mirar a un hombre en los ojos: se hunden entonces las miradas en una noche que se vuelve

terrible; es la noche del mundo que se presenta ante nosotros.

Hace tiempo atrás hubo un tiempo en el cual toda ciencia fue una ciencia de Dios; en

cambio nuestro tiempo se destaca en saber de todo y de cada cosa, de una muchedumbre

infinita de objetos, pero nada de Dios. Dios ha muerto. Dios está muerto. Este es el

pensamiento más terrible, el hecho de que todo lo eterno y verdadero no existe, que no hay

salvación (Hegel, 1987), solo interpelación vacía. ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios! ¿Es que se

te ha perdido? ¿Se ha perdido como un niño pequeño? ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo

de nosotros? ¿Habrá huido? ¿Qué a dónde se ha ido Dios? Lo hemos matado: ¡ustedes y yo!

Todos somos sus asesinos. ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los astros? ¿No

erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vacío? ¿No

viene siempre noche y más noche? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que

entierran a Dios (Nietzsche, 2011). En esa espera sin tiempo, sin porvenir, en la noche más

oscura de los tiempos, en la negra muerte que se avecina. ¡Dios ha muerto! ¡Dios

permanece muerto en vida! ¿Cómo podremos consolarnos sin amo? Es que él, en estado

puro, está aburrido de su posición desesperada: nada tiene que esperar sino su propia

muerte, pues nada puede esperar de la muerte del esclavo, excepto ciertos inconvenientes

(Lacan, 1954), por eso prefiere, él mismo, declararse muerto. ¿Quién nos lavará esa sangre

entonces? ¿Qué ritos expiatorios, qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿Qué son

ahora ya estas iglesias, más que tumbas y panteones? (Nietzsche, 2011), vacíos de

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significado, donde hasta el mismo dios, prueba de su buena voluntad, también tuvo que

desaparecer.

8.- Última escena. Morir: la escena sin lugar.

La experiencia de lo neutro. El verbo sin acción. La presencia sin respuesta. El paso (no)

más allá. La muerte, al ser aquello a lo que no estamos acostumbrados, nos acercamos a

ella o bien como a lo inhabitual que maravilla, o bien como a lo no–familiar que horroriza

(Blanchot, 1994:29). No hay nada que hacer con la muerte que siempre ha tenido lugar:

acción de la inacción, desvinculada de un pasado (o de un futuro) sin presente. Morir (la

no–llegada de lo que acontece), el entredicho que se ríe de la interdicción (126). La certeza

por excelencia, el propio origen de la certeza de un viaje sin regreso, puro signo de

interrogación. Certeza de que el instante de la muerte llegará, el porvenir ya está aquí y la

nada podrá ser.

La muerte es, al mismo tiempo, curación e impotencia; ambigüedad que señala, quizás, una

dimensión de sentido distinta a aquella en la que la muerte se concibe en la alternativa

ser/no ser. Ambigüedad: enigma (Levinas, 1998:25 y 28). Es una posibilidad absolutamente

cierta; es la posibilidad que hace posible toda posibilidad. Es el fenómeno del fin al mismo

tiempo que es el final del fenómeno (63 y 64). La muerte es “el final de lo que hace

concebible lo concebible, y por eso es (im)pensable 2” (111). La muerte. El desastre del Yo.

El devenir de la interrupción. La finitud sin límite.

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El paréntesis es mío.

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Universidad Andres Bello
Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Psicología
Autopista Concepción-Talcahuano 7100, Concepción (CHILE)
sociologopablomartinez@yahoo.cl

OBRAS CITADAS

Baudrillard, Jean : El intercambio simbólico y la muerte. Caracas: Monte Ávila, 2000.


Blanchot, Maurice : El instante de mi muerte. La locura de la luz. Madrid: Técnos, 2004.
: El paso (no) más allá. Barcelona: Paidós. 1994.
Bocaccio, Giovanni : El decameron. Madrid: Alianza, 1991.
Derrida, Jacques : Dar la muerte. Barcelona: Paidós, 2000.
: Adieu. Madrid: Trotta, 1998.
Hegel, G.W.F. : Fenomenología del espíritu. Madrid: FCE, 1994.
: Lecciones sobre filosofía de la religión. Vol. 3. Madrid: Alianza,
1987.
Lacan, Jacques : Los escritos técnicos de Freud. Clase del 7 de julio de 1954. Paidós:
Buenos Aires, 1954.
Levinas, Emmanuel : Dios, la muerte y el tiempo. Madrid: Cátedra, 1998.
Lihn, Enrique : Diario de Muerte. Santiago de Chile: Universitaria, 1989.
Nancy, Jean-Luc : La declosión (Deconstrucción del cristianismo). Buenos Aires: La
Cebra, 2008.
Nietzsche, Friedrich : La gaya ciencia. Madrid. Edaf, 2011.
Platón : Fedón. Madrid: Gredos, 1998.
Séneca : Sobre la amistad, la vida y la muerte. Madrid: Edaf, 2011.

Filmografía

Bergman, Ingmar: El séptimo sello (DVD). Santiago de Chile: Cinemática Lumiere, 1957.

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