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‘Montes, Graciela ‘La guetta de oe panes Graciela Montes; lstado por Peta Steinmeyer. + Ined.- Cladad Auténoma de Buenos Altes: Alfaguara, 2019. 4p. cil 20x 14m, SBN 978-987-738-628-8 1. Literatur infant yJoveil Argentina. Petra Steinmeye is. I. Tilo DD As63928 Primera edicin en la Argentina bajo este ello agosto de 2018 Direecign iterala: Matiana Vera icin: Marla Amelia Macedo Gerente de produccldn: Stella Maris Gestero Disefio de coleceidn: Cali Herninder y Vero Lara Diagramaclén: Candela Insua CCorteclin de textos: Rodrigo Stee (© 1993, Editorial Sudamericana, SA* (© 2019, Penguin Random House Grupo Eatora, S.A Humberto 1555, Buenos Aices, ‘worwmegusaleercomar Penguin Random House Grupo Baitoralapoya la protecién del copyright El copyright estimla la crestvidad, defiende la dversidaden el dmbito de las ideas ye couocimiento promueve abe expeesidn y favorece una cultura viva. Gracias por ‘Comprar una edicin autorizada de exe Mbroy por respeta as eyes del copyright al no ‘eprocict, escanee i ditibue ninguna parte de esta obra por ningin medio sin permis. Al hacerlo ests respaldando alos autores y permiiendo que PRIIGE continGe publicando libros pac todos os lectores Printed in Argentina ~Impreso en Argentina ISBN: 978-987-738-628-8 ‘Queda hecho el dep6sito que preven aley 11.723. Esta edicibn de 1500 ejerplares se termind de impimieen Buenos Aires Print, Sacmento 459, Lands, Buenos Aires enel mes de Julio de 2019. Teagin | EE Grupo Editorial & hey GRncieLA MONT. LA GUERRA xs PANE i “UstRaDO pon pera 5 ALFAGUARA LA AUTORA. Graciela Montes nacié el 18 de marzo de 1947 en Buenos Aires, Argentina, Se crié en Florida, un barrio del Gran Buenos Aires, y muchos de sus relatos transcurren alli. Es profesora en Letras y traductora, En 1980 obtuvo el Premio Lazarillo (Accésit). Fue nominada por la Argentina al Premio Hans Christian Andersen en 1996, 1998 y 2000. En 2005 recibié, junto a Ema Wolf, el Premio Alfaguara por Bl turno del escriba; y en 2018 obtuvo el Premio Iberoamericano SM de literatura Infantil y Juvenil. Public Uita de dragén (una historia que son dos), Tengo un monstruo en el bolsillo, ¥ el érbol siguié creciendo, Betina, la mé- quina del tiempo, Amadeo y otra gente extraordinaria, y la serie Federico, entre otros titulos. LA ILUSTRADORA Petra Steinmeyer nacié en 1953 en Buenos Aires, cerca de la estacién de Vicente Lépez, a dos cuadras del rio, y fue al colegio en el barrio de Florida. Vivié gran parte de su vida en Espafia, donde ilustré numerosos libros infantiles y ju- veniles. Paralelamente se dedicé al cine de animacién junto a su marido y colabord en programas como Plaza Sésamo. ‘También creé la serie Capelito, un honguito de plastilina que gané muchos premios internacionales, Se dedica a la ense- fianza de dibujo y de técnicas de ilustracién y animacién. L © que voy a contar ahora sucedié en Florida. ‘Todo el mundo sabe que las mejores his- torias, las mas sabrosas y crocantes, suceden, necesariamente, en Florida. Eso es algo que los que viven para el lado de Centrangolo nunca es- tuvieron demasiado dispuestos a aceptar. Y, sin embargo, es la pura verdad, ¢En qué otro barrio, sino en Florida, diganme un poco, pudo tener lugar la guerra de los panes? Una guerra incémoda, si se quiere, pero tam- bién apasionante; una de las pocas guerras de las que a la larga no hubo por qué arrepentirse. En Agustin Alvarez, casi Iegando a Valle- grande, estuvo siempre la panaderfa de Tomasito Bevilacqua, el Rulo. “A la Gran Flauta” se llama, y es tan vieja como el barrio. Y en Vallegrande, casi llegando a Agustin Alvarez, abrié su nueva panaderfa Florencia Lumi, la Gorda. Le puso por nombre “La Rosca Encantada”. Fue algo que el Rulo no pudo tolerar. El Rulo fue por afios nuestro tinico panadero, el panadero de Florida, el duefio de las flautas y las flautitas, de los mifiones, de las milon- guitas, de los felipes, de los caseritos, del pan chico y del pan grande, y también de las torti- tas negras, las medialunas, los bizcochitos, los cuernitos, el pan de leche y los vigilantes. Cada vez que un floridense mojaba un poco de miga en el tuco de los ravioles se acordaba del Rulo. Necesariamente. Cada vez que echdbamos la yerba en el mate, nuestra nariz se prepara- ba para aspirar el incomparable aroma de sus bizcochitos de grasa. Para fin de afig, el Rulo ha- cfa un pan dulce con muchos pifiones;que-nos parecfa el mejor del mundo, y después, de yapa, nos prestaba el horno a todos los qué quisiéra- mos asar nuestros lechones. gor Y, de pronto, aparece la Gorda con su “Rosca Encantada”, Claro esta que la Gorda no era una extrafia. fi La Gorda fue siempre la repostera oficial de nuestro barrio. Una repostera genial, inspirada, inimitable, capaz de hacer tortas no de siete ni de ocho sino de dieciocho pisos (como la que hizo para el casamiento de Bartolo Guzman con Lucianita, la hija de Beti Flores), y tortas de | cumpleajios con cubiertas de mazapén | tan maravillosas, tan increfbles, que venfan de otros barrios para verlas, Todos coinciden en que la del cumpleafios de Josecito, mi sobrino, fue inolvidable: una cancha completa, con todos sus jugadores, el arbitro, la pelota; el banco de los suplentes, las tribunas, y ciento veintitrés simpatizantes agitando sus banderines. Todo, absolutamente todo, hecho en mazapan de treinta y dos colores diferentes. Solo la que le hizo al profesor Fernandez cuan- do se jubilé pudo competir con la de Josecito: representaba la historia de la humanidad, des- de sus origenes hasta el Renacimiento incluido, que era el tema del profesor Fernandez. Todo en mazapan, por supuesto, aunque la Gorda confesé luego a desgano que las armaduras del ejército romano estaban cubiertas de papel plateado, porque era muy dificil imitar ciertos brillos con mazapanes. Y, como si esto-fuera poco, el relleno de las tortas de la Gorda fue siempre maravilloso. A veces crocante, a veces blandito y siempre deli- nesperado, perfecto. En fin, que la Gorda y sus tortas habfan ocupado siempre un lugar en nuestro corazén y en nuestro bayzio. Solo que la Gorda trabajaba en su casa y por encargo. Por afios trabajé asf. Hasta que sespugo con que querfa abrir una panaderfa, —Diré confiterfa —suponfamos todos. Mf as xe} Pero no. No decfa confiteria. Decia pana- derfa. Panaderia y también confiterfa, pero en primer lugar panaderia. Y, si se piensa bien, sus razones tenia. Porque la gente, por/mucho que cumpla afios, por mucho que se case y se jubile, nunca va a necesitar mas de dos 0 tres tortas por afio, y en cambio, équién soporta un esto- fado sin pan fresco, un sénguche sin pebete, un mate sin bizcochitos? “Pan fresco todos los dias y tortas para las fiestas”, eso decfa el cartel que colocé la Gorda en el frente el dfa de la inauguracién. Fuimos todos. La invitacién estaba hecha en maza- pan azulado, con letras de chocolate. Resulté deliciosa. El Rulo nos miraba pasar desde la puerta de su panaderfa, con aire tan compungido que al- gunos de los que vivimos en Agustin Alvarez preferimos dar la vuelta completa a la manzana para no pasar por su puerta. Al dia siguiente empezé la guerra. | La Gorda habfa decorado muy bien el local. Con cortinitas cuadriculadas en Ie$ ventanas, carpetas bordadas en punto sombra, canastos de todo tipo y muchos mofios escocgses en los canastos. Ella misma se vistié con un vestido a cuadros y se puso un delantal blanco, con vola- dos, yuna cofia. No es el tipo de ropa que se use en Florida, pero a nadie le parecié mal. Todos los que la vefan suspiraban y decfan: —Parece de un cuento. aNAPER ee) one card KS% Kee KK ee Kee Entre tanto, en la vereda de enfrente, estaba el Rulo con su gorro blanco, como siempre, y el pelo negro bastante blanco de tanto acarrear bolsas de harina. De “A la Gran Flauta” salfa el mismo olorcito de siempre. El olor a pan de toda nuestra vida. Pero de “La Rosca Encantada” sa- lfan olores que nunca antes habfamos sentido. Olores mezclados, novedosos, que eran a pan, sf, pero que también tenfan un qué sé yo de ants, co de sésamo, o de hierbas, una nada de cebolla, de ajo, de tomillo... El que més el que menos quiso probar. Es natural que hayamos querido saborear esos olores. Y también es natural que el Rulo haya co- menzado a enojarse seriamente. Al dia siguiente puso en la vidriera un pan flauta doradito de algo mas de un metro. Fue una tentacién. Los chicos que iban para el colegio pegaron las narices ala vidriera imagi- nando lo que serfa contar con un singuche de ese tamafio para entretener el apetito en el recreo. Lo compré Dora Jaramillo, la mujer del ferretero, porque esa noche venfa su hermana acenary un pan asf iba a quedar espléndido'so- bre su mantel rojo con flores blanc. ., Por ira ver el pan flauta de “A la Gran Flauta”, el que mas el que menos se tenté y-cqmprd me- dio kilo de mifiones, una docena de pebetes, una cremona, una ensaimada o los infaltables bizcochitos de grasa. “La Rosca Encantada” es- taba desierta: ni un alma habfa detrds de las cor- tinas a cuadros. Pero al dia siguiente otro y muy otro fue el cantar. La Gorda trabajé desde las cuatro de la maifiana y a las siete, para cuando salfamos ha- cia nuestros trabajos, las dos vidrieras de corti- nitas y también la puerta de “La Rosca encan- tada” estaban atravesadas por una especie de trenza inmenza (calctilenle unos dos metros, sin exagerar), crocante como el mejor pan fran- cés pero, ademas, calada, enrulada, festoneada y pespunteada de tal manera que parecfa un encaje. Fue ir a ver la maravilla y entretenerse com- prando panes de ajo, de ajf, ajonjolf, de aranda- no, de ruibarbo, de jengibre y de much{simos otros sabores recién arribados al barrio. La 9° Gorda sonrefa debajo de su cofia de puntilllas, envolvia los pancitos en papel celofin y les po- nfa un moiio, La trenza fue a parar a Colegiales. No hubo nadie en condiciones de comprarse tamafia ma- ravilla én nuestro barrio. posible, como quien se sienta a la puerta de la casa para ver pasar el corso. No imagindabamos que llegarfa el dia en que rogarfamos jadeando que nos diesen tregua. Al dfa siguiente el Rulo nos sorprendié con un pan flauta descomunal, tinico. Tres metros y veintidéds centimetros exactos (el Goyo y Belarmina lo midieron con dos reglas). Estaba fuera del local. Sobre un tablén tendido sobre dos caballetes en la mitad dela vereda. Despedia un olorcito inconfundible, el olorcito al pan de siempre, que nos iba Ilevando a todos de las na- tices hacia el interior de la panaderfa, donde el Rulo, cubierto de harina y muy sonriente, nos esperaba en medio de sus milonguitas con olor a levadura fresca, seguro de que, al menos esa mafiana, era con su pan y no con el de la Gorda que se iban a llenar nuestras bolsas. Al pan flauta descomunal lo compré el Club de Jubilados en tres cuotas. Cortado al medio, bien untado con mayonesa y un kilito de sala- me cortado bien finito y repartide gon cuida- do, aleanzé para que almorzaran alegremen- te veintiocho socios de los mas pobres. Se lo comieron ah{ mismo, frente a la panaderfa, y sin cortarlo, sosteniéndolo entre todos y daén- dole tarascones en medio de carcajadas. Fue un espectéculo extra. Y, como ya iba llegando la hora del mate, el Rulo consiguié vender, de yapa, varias bandejas de vigilantes y un par de carretillas de bizcochos. Mucho antes de la cafda del sol ya “La Rosca Encantada” habfa bajado sus persianas. Pero nadie se engafiaba. Detrés de las persianas, de- tras de las cortinitas a cuadros, del otro lado del mostrador, mucho mas al fondo, en la cocina, donde ocupaba el trono su majestad el horno, la Gorda tramaba una horrible venganza. Al dia siguiente ahf estaba, en mitad de la ve- reda, sobre una especie de tarima improvisada con tres banquitos y un gran trozo de terciada, la gran hogaza. Era redonda, inmensa, perfec- tamente dorada y atravesada en la cima por dos grietas maravillosas de donde manaba un olorcito que nadie podia identificar pero que a todos les trafa oleadas de hermosos recuerdos. Unos decfan que era el olor de las tortas que les hacfan cuando chicos sus abuelas. Otros pensaban en las tostadas con manteca que ha- bfan comido en un hotel junto al mar, la tni- ca vez" que habian. ido de veraneo. Muchos 22 x WP a @ a ef x G@eY G6 recordaban viejas canciones. O peliculas muy amadas, que nunca habfan podido Volver a ver. O cuentos que les habian contado un dia de in- vierno mientras los envolvian contuna frazada. Era very oler la hogaza —tan serena, tan oronda en la mitad de la vereda— y empezar a suspirar con los recuerdos. Y, como los recuerdos siem- pre abren el apetito, no habia més remedio que darse una vueltita por “La Rosca Encantada” y Ilevarse un bollito de anjs, un pan agriculce, un Se pan de malta o al menos una napolitana, una caracola o una cristina con pasas. ap @ > El Rulo, entre tanto, resoplaba su rabia y se- guia trabajando en la ampliacién de su cocina y en la instalacién del nuevo horno. Estaba deci- dido a,sorprender al barrio con su nueva flauta antes de que transcurriese una semana. Lo logré, por supuesto, porque ningtin barrio dejarfa de sorprenderse si de pronto se le apare- ciera un pan flauta de veinte metros en una ve- reda cualquiera. Tan largo era que, para hablar » de él, no habfa mds remedio-que usar los puntos cardinales, —iOjo con el coquito sur, que § muy pin- chudo! —nos avisdbamos. ae O, sino: . —ZViste qué deliciosa parece ld-cdstrita del flanco oeste? Era portentosa esa flauta. De veras admirable. Ese dia no solo los de Cetrangolo se hicieron una escapadita para verla, También vino gente de Carapachay, de Munro y hasta de Coghlan, de Urquiza y de Belgrano. Una romeria fue eso. Se @ * formé una gran cola para ver de cerca el porten- to. Y, como las colas son muy aburridas, el que més el que menos se entretuvo mordisquean- do la punta de una de esas medialunas tiernitas que fueron siempre el orgullo del Rulo. Al caer la tarde, el propio Rulo dividié la flauta en tro- zos y la repartié equitativamente entre los pe- regrinos que habfan quedado rezagados. En “La Rosca Encantada”, mientras tanto, si- lencio y meditacién, meditacién y silencio. Debo confesar que, al dfa siguiente, al aso- marme al barrio, sentf un cierto desencanto. Lo que aparecié sobre la tarima de Vallegrande no me parecié gran cosa en un primer momento. Era un pan de esos que llaman de molde, rec- tangular, largo. Muy grande, eso sf, pero muchi- simo més corto que la gran flauta. Mas bien mo- reno, de olorcitos mezclados, eso también, pero no més oloroso que la inolvidable gran hogaza. Sin bargo, no habfa transcurrido media hora que ya todos comentébamos que era el 26 & @ « pan més extraordinario que habfamos visto y probado jamas en nuestras vidas. | * ~ La Gorda, provista de un gigantesco cuchillo serrucho, nos fue revelando, rebandila’a rebana- da, los misterios que ese pan escondfa. Pudimos ver entonces que, en cada corte aparecfa dibuja- da, con distintos colores y texturas de miga, una escena fundamental de alguna historia inolvida- ble. A mf me tocé, por ejemplo, la del caballo de Troya, en el momento mismo en que los griegos salfan de su panza para derrotar a los troyanos. Otros se encontraron con Caperucita Roja a punto de ser devorada por el lobo, o con Romeo y Julieta hablando en el balcén de sus amores, o con David derrumbando al gigante Goliat de un piedrazo. Y, en cuanto uno hincaba el diente en esa miga esponjosa y de olor incomparable, uno sentfa que estaba viviendo, en persona, una increfble aventura. Y, en cuanto terminaba su- rebanada y se sacudia las miguitas, juraba y per- juraba que su vida no era ya una vida aburrida, wa una vida como otras vidas de barrio, sino mds bien una vida aventurera, una vida maravillosa, terrible y extraordinaria. “An Como ya estabamos entrando en el mes de di- ciembre y se acercaban las fiestas, tdtlos empe- zamos a sospechar que el pan dulce podfa llegar a convertirse en un terrible campo Ue patalla. —Adénde iremos a parar con todo esto? —murmurdbamos. Hacfamos nuestros comentarios en voz baja y con cierta preocupacién: con esta cuestién de la guerra de los panes habfamos engordado todos muchisimo y tenfamos muchas dificulta- des en abrochar nuestras polleras y calzarnos nuestros pantalones. Temiamos que la batalla del pan dulce acabara por inflarnos hasta el bor- de del estallido. Nos prometfamos no dejarnos tentar. Pero eran promesas huecas, rid{culas. éComo no dejarnos tentar por los aromas que se entrecruzaban “A la Gran Flauta” y “La Rosca Encantada”? éGémo no sucumbir a la escanda- losa publicidad de migas, costras, hojaldres y hojaldrinas que de pronto se habfa aduefiado del barrio? El 22 de diciembre el Rulo colocé su pan dul- ce en la vereda. Era gigantesco (cincuenta y cinco kilos en total, ocho kilos de pifiones, sie- te kilos de pasas y cinco kilos de almendras). No una sino treinta familias podfan celebrar la Navidad con ese pan dulce. Y el 22 de diciembre, una hora después que el Rulo, aparecieron la Gorda y su pan dulce. Mas que un pan dulce era una arquitectura de pan dulce: setenta panes dulces de distintas formas RB 9 y tamafios, de diferentes estilos —genoveses, piamonteses, milaneses, austriacos, suecos, fin- landeses—, engarzados unos en otros, apilados* y desdoblados hasta formar a su vefeldibujo de un pan dulce aéreo y gigantesco. Y ahf{ estaban nuestros dos panes dulces. Uno casi frente al otro. Uno en Agustin Alvarez, rozando la esquina de Vallegrande. Y el otro en Vallegrande, rozando la de Agustin Alvarez. E] que se levantaba como un monumento enfrente de “A la Gran Flauta” era mas bien macizo, contundente, impresionante. Con su inmensa forma de pan dulce muy conocido nos hacfa recordar con carifio las viejas Navidades en el barrio, y pensabamos en la sidra, en los brindis en la vereda y en los petardos. El que habfa salido de “La Rosca Encantada” exa més frdgil pero sorprendente, volador, y nos hacfa sofiar con otras Navidades que nunca co- snocimos, con Navidades Ilenas de nieve y jue- gos insospechados. Nos llenaba de fantasfas. 32 Pero hay que reconocer que los dos eran maravillosos, y extraordinarios, cada.uno a su manera. De modo que, cuando vinieron los del Deportivo Santa Rita y los deHayescuela 12 a vendernos las rifas, todos dijimos que sf, que fbamos a comprarles. Porque el Rulo y la Gorda ya ni siquiera pensaban en los gastos enormes que les estaba trayendo la guerra de los panes, y a sus obras maestras, a sus panes dulces gigantescos, los habfan donado. Estaban tan entusiasmados con la lucha, tan belicosos, que ni siquiera pensaban en hacer negocios. Ellos habfan he- cho esos espléndidos panes para seducir, para maravillar, para deslumbrar a los clientes, y no para hacer dinero. Podfan ganar dinero con los panes dulces tamafio pan dulce, con los que vendian en el interior de sus locales, eso sf. Pero los que se alzaban majestuosos en la vereda eran banderas de batalla, no eran mercaderfa. 33 l De modo que los donaron. El de “A la Gran Flauta” fue para techar el minipolideporti- vo Santa Rita, asf no hacfa falta suspender Jés amistosos cuando los sdbados venian feos y con lluvia. El de “La Rosca Encantada” fue para los chicos de séptimo grado turno tarde de la escuela 12, que eran un poco mas pobres que los de la mafiana y no habfan podido juntar para el viaje. Los muchachos del Deportivo Santa Rita hi- cieron numeritos de cuero en forma de pelota, y alos chicos y a las chicas de la escuela 12 la Gorda les regalé numeritos de mazapan color caramelo, tan sabrosos que mas de uno ya se lo habia comido antes del sorteo. Eran baratos, asi que el que mds el que me- nos se compré uno, y casi todos nos compramos dos. Venfan los del Deportivo y al rato cafan los chicos de la escuela, y todos comprabamos y pensébamos en el gtan sorteo, que iba a ser el 24, y en el brindis general en la vereda. Porque 34 de eso nadie dudaba: fuera quien fugra el gana- dor, seguro que convidaba. 35, El 23 hubo multitudes en el barrio; venian de todas partes a ver los grandes panes, y tan- to enfrente de “A la Gran Flauta” como frente a “La Rosca Encantada” se formaron colas que Hegaban, una hasta la estacién Florida y la otra hasta la Panamericana. A la noche hubo alerta general: el cielo se puso casi negro, rodaron tres © cuatro truenos y hubo que correr a entrar los 7 / panes antes de que se largara la Iuvia. El del i, 1 Rulo se abollé un poco en un costado cuando / Baltasar se tropez6 con el umbral, y el de la 7 Gorda perdié un pancito diminuto al chocar ” contra el marco de la puerta. Pero, con todo, la cosa no pas a mayores, y nadie consideré que esos pequeiios deterioros digmipuyeran la belleza de nuestros queridos panes. Al dfa siguiente amanecié fresca yysoleado, y ’ volvimos a sacarlos a la vereda, Se los vefa més , hermosos que nunca bajo la luz de la mafiana, y , Belarmina fue a buscar su cémara de fotos para que fuesen, ademas, inolvidables. EI sorteo fue a las seis en punto. Ahi estaba- / mos todos, ansiosos y sonrientes. Con nuestra pelotita numerada en una mano y nuestro nu- merito de mazapdn —bastante mordisquea- do— en la otra. 5°) ‘ Totito, la mascota del Deportivo Santa Rita, que es el hijo de nuestro goleador y que tiene solo dos aiios, era el encargado de sacar el nu- mero pelota. Y Juana Marfa, la abanderada de séptimo, iba a sacar el mazapén numerado. Atiltimo momento, Totito se pusoa llorar por- que el hermano menor le habia metido el dedo en el ojo, asf que tuvimos que empezar por rifar el pan dulce volador de “La Rosca Encantada”, Me parece verla a Juana Maria, con la cara lus- trosa de tan lavada, metiendo la mano en el pri- moroso canasto Ileno de encajes, sacando un numerito de mazapén y cantando enseguida: —iQuinientos cuarenta y siete! Silencio. Juana Marfa que vuelve a cantar: —iQuinientos cuarenta y siete! Al comienzo nadie responde, pero después salta Robertito Bombolio y nos explica que esté seguro de que ese mimero se vendid, que lo vendié él mismo y en esa misma cuadra. 38 Que si, que no, y finalmente el Rulo, que no tie- ne més remedio que reconocer que el’qujnientos cuarenta y siete es el suyo. As{ que mete la mano en el bolsillo del delantal y saca unjnumerito de mazapén acaramelado bastante completo (solo le falta un trocito del palito del siete), donde se lee perfectamente el numero premiado. Asombros y murmullos. LPN. Para entonces, Totito ya se habia repuesto de su berrinche, asi que estuvo dispuesto a sentar- se en medio de la palangana lena de pelotitas que estaba enfrente de “A la Gran Flauta” y sa- car una cualquiera. Como Totito no sabe leer, el que leyé el ntimero fue Toto, nuestro goleador. —iDiecisiete! —grité con su voz potente. Esta vez todas las miradas se dirigieron hacia la Gorda, que se puso colorada como una cere- za al marrasquino y no tuvo mas remedio que meter la mano en el bolsillo Ileno de encajes‘de su delantal y sacar una pelotita azulada donde cualquiera podfa leer el ntimero premiado. Yo sé que esas coincidencias son. dificiles de creer, pero de tanto en tanto suceden, y suce- den, precisamente, en Florida. Entonces los once jugadores del Deportivo Santa Rita levantaron el tablén donde estaba el gran pan dulce de “A la Gran Flauta” y lo colo- caron frente a “La Rosca Encantada” y los vein- tisiete chicos y chicas de séptimo turno tarde de la escuela 12 levantaron con mucho cuidado el pan dulce volador de “La Rosca Encantada” y lo dejaron enfrente de “A la Gran Flauta”. El Rulo y la Gorda primero estuvieron serios y preocupados, después se pusieron colorados, y i ‘naga después se miraron y se echaron a reir. Y con Hi ellos nos refmos todos los presentes, @ Belarmina trajo un cuchillo serrucho, algu- nos buscaron vasos y otros sidra fresca en la heladera. Y todos brindamos y comimos el pan dulce de la paz. A Y Ia Gorda probé el del Rulo y dijo que era excelente, justo igual que el que hacia su abuela 5, en Catamarca, que era el mds rico del mundo, que 2 ella nunca, con tantos panes que sabia ha- cer, le habfa salido tan parecido, & Yel Rulole pegé un tarascén aun Pancito con olor a flor y a almendras mientras le comentaba al Toto que la Gorda era lindfsima cuando se | refa y que tenfa unos ojos color mazapén acara- Vv melado, realmente enormes. GRACIELA MONTES NOS CUENTA, En mi casa, cuando yo era chica, compraban un pan flau- ta més bien gordo, crocante, delicioso, A mi lo que més me gustaba era el coquito, Mi abucla —Maria se lamaba mi abuela— preparaba el tuco para los ravioles y, justo cuando la olla empezaba a echar olor a domingo al mediodfa, arrancaba un pedazo de la flauta (el pedazo que estaba justo al lado del coquito, que yo ya me habfa comido) y ensopaba la miga en el jugo colorado. Se quedaba un rato con el pancito en la mano, soplindolo para que no quemara, y después me lo regalaba: mi abuela sf que sabfa hacer regalos, Y si les cuento esto es porque no quiero que este pan del recuerdo se quede afuera de un cuento con tantos panes. PETRA STEINMEYER NOSCUENTA my La vida da muchas vueltas, Resulta que yo iba al colegio muy cerca de la panaderia del Rulo. Pero como viviamos mas alla de la avenida, junto a la estacién, comprébamos las flau- tas ylos mifioncitos en la panaderfa de Alonso, que era un se- for muy chinchudo, con bigotes blancos. Sin embargo, estoy segura de que alguna vez probé el pan de “La Gran Flauta” ylo dejé sin miga antes de llegar a casa, Por eso es que me ha dado tanta alegria ilustrar este texto de Graciela Montes, a quien no conozco en persona, pero creo haberme cruzado por las veredas de Florida en las épocas en que sacébamos a pasear a las mufiecas en cochecito o jugsbamos al poliladron. 44 45

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