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IV PREMIO DE RELATO FUNDACIÓN FOMENTO HISPANIA

TÍTULO: LA MUJER QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE

PSEUDÓNIMO: LIBERTY

Cuando entró en el aseo medía 1,80 metros, aproximadamente. Al salir, no llegaba


al metro sesenta. Al menos, eso es lo que él siente.

De modo que, ahora, cuando vuelve a la sala, mientras Liberty Valance muere en la
pantalla del cine Cervantes, don Arturo Pomar, abogado, crítico y organizador de este ciclo
de cine clásico que hoy inaugura el Ayuntamiento, no piensa como suele cada vez que ve
esta película en lo grande que es John Ford sino en que él se siente muy pequeño. ¿Y qué ha
podido ocurrir en ese espacio de tiempo en el que don Arturo ha estado ausente,
contrariando por culpa de la próstata esa regla de su cinefilia que prescribe que bajo ningún
concepto se debe salir de una proyección? Para saberlo, sólo nos queda ir hacia atrás en el
tiempo y recuperar esa parte omitida por una elipsis a todas luces inoportuna. Antes, sin
embargo, quizás no sea del todo inconveniente resumir la película, porque el argumento de
esta obra maestra, cosas del azar narrativo, tal vez no esté demasiado alejado de la realidad
de nuestra historia.

En El hombre que mató a Liberty Valance un joven abogado del Este, James
Stewart, se instala en un pueblo del Oeste que está sometido por el malvado pistolero
Liberty Valance. Aunque el abogado rechaza la violencia, al final no puede evitar
enfrentarse en un duelo del que, contra todo pronóstico, sale vencedor convirtiéndose en un
héroe local que, gracias a esa homicida circunstancia, conseguirá medrar en política llegando
a ser todo un senador de los Estados Unidos. Lo que nadie sabe es que James Stewart no
mató a Liberty Valance. Apostado en una esquina de la calle, fue el valiente John Wayne
quien disparó contra el villano. Y lo hizo, cómo no, por el amor de una mujer que le había
pedido su ayuda porque se había enamorado del apuesto abogado… Ésta es, chispa más o
menos, la trama. Y, precisamente, sobre los papeles reservados a las mujeres en los westerns
estuvo hablando don Arturo antes con la delegada de Cultura que no dudó en calificarlos de
muy desdibujados y por lo general bastante mojigatos. Él le dio la razón y los dos estuvieron
además de acuerdo en la conveniencia de organizar otro ciclo para analizar el machismo en
el cine. Pero eso ahora no interesa. Ahora lo que toca es ver a don Arturo entrando en el aseo
para toparse con una señora de la limpieza que acaba de realizar su trabajo con la eficacia

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que este importante día requiere. Tras saludar cortésmente y pedir disculpas por pisar el
suelo mojado, don Arturo cruza su mirada con la limpiadora y, al unísono, como si
realizaran una coreografía ensayada, los dos se señalan.

―¿Arturo Pomar? ―dice ella.

―¿Mercedes Flores ? ―dice él.

Entonces, del fondo de sus memorias reaparecen Arturo y Mercedes con trece años
sentados el uno junto a la otra haciendo el duro examen final del último curso de la
enseñanza básica. Aquel examen era crucial para el niño porque su padre, harto de las
veleidades de un hijo al que sólo le interesaba el cine, lo había amenazado con mandarlo a
los albañiles si no aprobaba.

―¿Te acuerdas? ―dice ella.

―Por supuesto ―dice él.

Cómo no se iba a acordar don Arturo de aquel examen en el que, sin haber
estudiado, sacó un sobresaliente que lo reconcilió con su padre. Y todo gracias a la
generosidad de esta Mercedes Flores que hoy limpia pero que entonces era la alumna más
aplicada de la clase. Aunque ella nunca faltó al colegio como él para irse al cine, también era
muy aficionada. Don Arturo recuerda sus charlas hablando de las películas y recuerda
también cómo se arriesgó mucho pasándole las respuestas del examen delante del maestro.
Pero ella sabía que, sacara las notas que sacara, sus padres ya habían decidido colocarla en
una fábrica. Consideraban que para ser niña ya había estudiado bastante y, hasta que se
casara, podía ayudar a la economía familiar. Arturo y Mercedes dejaron de verse. Él, siguió
estudiando y yendo al cine; ella se casó, dejó de trabajar, tuvo hijos, enviudó, volvió a
trabajar…

Mientras se despedían celebrando haberse visto después de tanto tiempo, a don


Arturo la vida de Mercedes le pareció el previsible guion de una triste película de serie B. Y
en este momento, cuando ante el jolgorio general el cadáver de Liberty Valance se aleja
transportado en un sucio carro, don Arturo Pomar, empequeñecido, siente un pujo violento
mientras imagina a Mercedes escondida entre las sombras disparando como John Wayne su
rifle de saber para salvar al frágil Arturo Stewart que algún día llegará lejos gracias a sus
notas tramposas.

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Al encenderse las luces, viendo las lágrimas de don Arturo que erróneamente
atribuye a su amor por el buen cine, la delegada de Cultura se alegra de haber encargado este
ciclo a un hombre tan sensible.

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