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EL MILAGRO QUE HIZO UN PEDAZO DE PAÑO

EN EL QUE ANDUVO ENVUELTA EL ÁNIMA


SOLA

En una aldea de una provincia lejana vivía una buena mujer,


muyleal y apegada al marido que era el hombre mas haragán
del mundo. Por nada y para nada quería ese individuo doblar el
lomo, yni por una onza de oro se hubiera aventurado a levantar
una paja.El matrimonio era dueño de un terreno virgen, que se
extendíadesde el patio de la vivienda: vivienda y terreno que
la mujerrecibió de sus padres, como regalo de boda. Y viendo
ella queel compañero, siempre acostado, descansaba
precavidamente de todo lo que nunca había hecho y pensando
que nunca debería
hacer nada, una mañana se atrevió a decirle:
–Juan: alevántate, que por mucho madrugá el marío de la vecina
Anasjtasia se jalló un tesoro.
–Juana: –respondió él desperezándose y mirando al techo–
másj madrugó el que lo perdió.
Lo curioso es que aquel individuo era joven, sano de cuerpo
y hasta bien parecido, y que la mujer estaba enamorada de su
hombre. Por fin, comprendiendo ella que era inútil tratar de
convencerlo con razones para que realizara algo, aunque no fuera
de provecho, cayó en cuenta de que al marido le habían echado
un muerto atrás los envidiosos.
–¡Qué torpe soy!, –se dijo. Hechizao esjtá mi Juan. No sé como
ante no caí en cuenta. Por fortuna con la voluntá de Jesucrisjto
tóo se remedia.
Alumbrada por idea tan cierta como intranquilizadora, acudió
al Padre Cura, que era el más entendido y hábil para resolver
casos de ensalmos, hechizos, y de conciencia: porque los años, la
Iglesia y el latín le habían enseñado mucho. En llegando Juana a la
presencia de aquel santo varón se arrodilló y con fervor comenzó
a suplicarle que rezara por ella al Ánima Sola, o a cualquiera de
las Ánimas Benditas del Purgatorio, y acabó pidiéndole con los
brazos abiertos en cruz que discurriera hasta encontrar el modo
de que el marido quedara libre del muerto que le habían echado
atrás, o del hechizo que lo acoquinaba.
–Porque acoquinao esjtá, Padre Cura, como tiene que compren-
delo cualquierita, jasjta el masj zonzo, con solamente miralo.
El buen sacerdote calló, meditó un rato y luego de entrecerrar
los ojos y buscar allá adentro, rezando en su latín una oración que
él solo entendía, creyó haber encontrado el remedio eficaz.
–Hija: yo rezaré por él y por tí, –le dijo a la atribulada mujer.
Pero además llévate este lienzo, que es paño del mejor, parte de
aquel en que anduvo envuelta el Ánima Sola.
El pedazo tiene la extensión de una vara conuquera, medida en
cuadro. Enséñasela a él. Y le dirás en mi nombre que, desde
mañana lunes, cada día tumbe y limpie un trecho de bosque de
este tamaño; pues a comer, a rascar, y a trabajar, todo es empezar.
Dile que realice esa tarea en nombre de la Milagrosa, y tú deberás
ir detrás de él sembrando habichuelas, maíz, melones y batatas,
después de decir: EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO, Y DEL ESPIRITU SANTO.
Pero adviértele que por nada del mundo se exceda trabajando
más de la medida: ni más, ni menos; pues le sobrevendría otro mal
incurable. Acuérdate de repetirle que el trabajo cada día debe ser
exactamente del tamaño de este pedazo de tela.
Cuando la buena mujer regresó a su casa y le explicó al marido
lo dispuesto por el Padre Cura, el hombre se dio cuenta del poco
esfuerzo que tendría que realizar para complacerlos. Se levantó
el lunes de madrugada por primera vez en su vida, cosa de acabar
temprano y echarse a descansar de la tarea.
Desde el patio de la casa comenzó el marido a talar y a limpiar,
y la enamorada mujer iba detrás de él, sembrando. Cada mañana
realizaban la fácil labor, sin excederse de la porción indicada. Y el

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CUENTOS CIMARRONES

fundo fue creciendo y se embellecía a medida que la extensión limpia


aumentaba. Y los frijoles, el maíz, las batatas y el platanal transformaron el predio
en un conuco de tamaño más que regular y los frutos enriquecieron aquel
terreno fértil de manera que se despertaron el asombro y la codicia de los
vecinos. Un día la mujer arrancó frijoles y fue a cambiarlos por manteca, leche
y azúcar; y regresando a su casa cogió mazorcas de maíz tierno y cocinó una
buena cantidad de manjarete. Primero llenó y apartó el plato destinado al
Padre Cura, que bien ganado se lo tenía. Al marido le sirvió en una sopera
grande, fabricada por un operario hambriento después de hacer gimnasia.
Entonces fue el disfrutaraquel hombre, y el chuparse los dedos, y el tragar,
engullir ydevorar, tanto que se le abultó el vientre de un modo que a la
mujer le dio miedo. Cuando Juana creía que estaba a punto de reventar, el
hombre se levantó, y se pegó del pico de la alcarrazaa beber agua fresca. Bebió,
y, parándose delante de la asombradacompañera, expresó razones nuevas con
palabras firmes:
–Juana: –dijo– ni del Cura ni de oracione a la Milagrosa tendré necesidá pa
trabajá en lo adelante. Rompe o devuelve el trapo en que andó envuelta el
Ánima Sola, que ya no me hace ninguna falta. Desjde ahora yo soy un
varraco, un toro, un león, pa eltrabajo. Tú y Juaniquito van a tené que
sentise orgulloso de mí, como del mejó trabajadó del mundo. Comprometo mi
palabra. Contra cualquiera maleficio no hay remedio como una soperallena
de majarete, el majarete esj casi tan milagroso como lasj oracione del Padre
Cura.
Y como lo dijo se cumplió. Creció más el fundo y se engran- decieron las
cosechas. El matrimonio canjeó frutos por gallinas, gallinas por pavos y
cabras, cabras por cerdos, cerdos por vacas y mulos, y tanto mejoró la
condición de la pareja feliz que hasta hubo muchos que a ella le decían
respetuosamente Siña Juana y a él Siño Juan. ¡Y tuvieron muchos hijos
trabajadorasos. Porque elanciano sacerdote de la aldea, que era conocedor de
sus obliga- ciones, con solo un trapo y oraciones rezadas en buen latín, des-
hizo el maleficio afrentoso que sobre uno de sus feligreses habíanechado unos
malvados espiritistas. Amén.

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