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Dignidad humana y libertad en la bioética

Dignidad humana y libertad en la de un mismo principio inquebrantable: la in-


bioética tangible dignidad del sujeto y de la vida hu-
manos. Parece, pues, que su reconocida dig-
Tomás Melendo nidad serviría tanto para cimentar de manera
Catedrático de Metafísica. Universidad de Mó/aga radical y absoluta el respeto incontrastado al
hombre cuanto, simultáneamente, para legi-
timar la violenta mutilación de su existencia
1. En la raíz de una paradoja. terrena. ¿No resulta todo esto paradójico?
a) Los ténninos de la contradicción. En realidad, la contradicción a que acabo
Una mirada no del todo perspicaz al pa- de referirme no se plantea de forma excluyen-
norama que ofrecen los cultivadores contem- te en los dominios de la medicina; muy al
poráneos de la bioética pondría de manifiesto contrario, refleja el desconcierto en esta ma-
un aparente acuerdo de base entre buena par- teria de la casi totalidad de la civilización de
te de ellos. La gran mayoría de los que se nuestra época. Como en tantos otros puntos,
ocupan de estas cuestiones concuerdan en también en lo que respecta a la dignidad per-
afirmar rotundamente la dignidad de la per- sonal es el nuestro un siglo de contrastes.
sona humana y, además, en sustentar en ella, En efecto, por una parte, aunque resulte
como en su fundamento último y más radical, incorrecto sostener que la consideración y el
los que consideran los comportamientos éti- respeto debido a todo hombre por el hecho de
cos adecuados en relación con la vida. serlo constituya un descubrimiento de nuestra
El análisis más detenido del asunto haría centuria, sí cabría afirmar que nunca como
ver prácticamente de inmediato, por el con- hoy se han proclamado con tanta intensidad,
trario, que la presunta concordia se reduce de vehemencia y pretensiones de universalidad
manera casi exclusiva a la utilización de un esos atributos. Podría decirse, por tanto, que,
mismo término ",«dignidad»"" pero que quie- como resultado de un proceso que comenzó
nes lo emplean distan mucho de atribuirle un hace ya algunos siglos, los momentos que
significado preciso y compartido, y se sepa- vivimos deben describirse como los de máxi-
ran todavía más a la hora de deducir de él las mo ensalzamiento verbal y documental de la dig-
normas rectoras de ese concreto ámbito del nidad del ser humano. Todo lo cual, sin em-
actuar humano al que atiende la bioética. bargo, resulta de hecho compatible con otro
Para ilustrar este segundo extremo, basta- dato también innegable: a lo largo de los últi-
ría apelar, como simple botón de muestra, a mos veinte lustros hemos asistido, en una
una de las disputas de más candente actuali- proporción desconocida hasta el presente, a
dad en los países de Occidente: la relativa a la un creciente acumularse de atentados teóricos
eutanasia. No es difícil comprobar cómo los y prácticos contra esa misma nobleza que se
que propugnan la difusión y legalización de ensalza. Los términos de la paradoja no pue-
esta práctica enarbolan, entre sus argumentos den, pues, estar más claros: lo radicalmente
favoritos, el derecho de toda persona a una desconcertante es la presencia simultánea de
muerte digna; y cómo los que se oponen a ella una exaltación sin precedentes de la dignidad
lo hacen también, justamente, sobre la base personal y de un sinnúmero de afrentas con-

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tra ella que tampoco encuentra parangón en meras disputas verbales, tras las que no se
toda la historia de las civilizaciones. tarda en adivinar una inquietante ignorancia
respecto al núcleo mismo de lo que se discute.
b) Para explicar el desconcierto. Como la cuestión reviste cierta importan-
¿Existiría alguna manera de adentrarnos cia para abordar con posibilidades de éxito el
hasta el fondo de la cuestión y resolver en lo tema que nos ocupa, procuraré explicarme
posible el enigma? ¿Habría modo de entrever brevemente. Pienso que ninguno de los pre-
por qué la «dignidad de la persona humana» sentes incurrirá en el error de confundir la
ha acabado por convertirse, para una buena crítica al cientificismo con el rechazo de la
porción de nuestros contemporáneos, en ciencia. Muy al contrario, la auténtica defensa
poco más que un mero conjunto de palabras de esta última, la posibilidad de devolverle el
o en simple arma arrojadiza con la que inten- puesto de honor que le corresponde en la
tan, en muchos casos, disimular la ausencia economía de la vida humana, pasa 0en el
de una verdadera justificación racional de sus momento actua10 por el desenmascaramien-
intereses y pretensiones? to de lo que constituye su perversión más
Las posibles respuestas a estos interro- radical y prostituyente: el cientismo o cienti-
gantes, muy variadas, se presentan provistas ficismo.
de diferente profundidad. Teniendo en cuen- En efecto, la ciencia no reconquistará su
ta el marco en que nos encontramos, me grandeza, como instrumento egregiamente
arriesgaré, no sin cierto temor, a aventurar un perfectivo del ser humano, hasta que se la
sólo nombre: el de cientificismo. No se trata, restituya a su lugar adecuado en los dominios
como es obvio, de la raíz primordial del pro- del saber. Porque la ciencia es, antes que nada
blema, pero sí de una de sus causas y mani- y substancialmente, un maravilloso medio de
festaciones más asequibles y significativas. conocimiento: de ahí proviene su excelencia
Prácticamente todos los analistas del mundo fundamental y su capacidad de perfeccionar
contemporáneo están de acuerdo en sostener a quien la cultiva. El cientificismo, por el
que la ciencia 0cierta manera de entender la contrario, lesiona y se opone de manera fron-
ciencia0 constituye una de las principales tal a la categoría más íntima constitutiva de
fuerzas configuradoras de la presente civili- lo científico. ¿Cómo? Fundamentalmente de
zación. Pues bien, para la mentalidad forjada dos maneras: o negando el valor intrínseco de
dentro de esas coordenadas, lo significado la ciencia como saber; o erigiéndola, por el
por el término «dignidad» se configura como contrario, en la única realidad con alcance
una especie de imposible cognoscitivo o, si se auténticamente cognoscitivo.
prefiere, como una suerte de incógnita situa- Veamos el primero de los dos puntos. En
da más allá del ámbito metodológicamente el momento presente, una de las manifesta-
abierto a sus indagaciones. Por eso, cuando ciones más paradójicas y más paradójicamen-
no se abandonan los presupuestos cientificis- te extendidas de lo que en un sentido muy
tas a los que vengo aludiendo, resulta muy amplio podría llamarse cientificismo, es el so-
difícil que las discusiones en torno a la excel- metimiento sin reservas de la ciencia a algo
situd de la persona superen el rango de las que, en rigor, no tendría que ser más que una

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de sus consecuencias o derivaciones: la técni- tentado a hacer de ellas 0como el «tecnóla-


ca. Se trata, ciertamente, de una paradoja, tra»0 el único motivo de sus indagaciones. Ni
porque ese culto y subordinación indiscrimi- la eficacia ni la operatividad son sus ídolos.
nados 0en los que Heidegger hace residir la Por eso, sólo muy difícilmente incurrirá en el
esencia de la ciencia moderna y contemporá- error 0hoy tan difundid00 de sentirse «aver-
nea0 obligan en fin de cuentas al científico a gonzado», o incluso de experimentar «envi-
renegar de su propia condición constitutiva. dia», ante la eficiencia instrumental o ante las
Como insinuaba, el imperialismo técnico o prestaciones de los sofisticados instrumentos
tecnológico, la «tecnolatría», representa una de trabajo que tiene a su disposición: el más
de las afrentas más incisivas a la nobleza potente de los ordenadores, pongo por caso,
intrínseca de la ciencia por cuanto le niega poseerá una prodigiosa capacidad de proce-
toda importancia corno saber, y hace derivar su sar información, pero, en fin de cuentas, no
grandeza, con carácter exclusivo, de sus aplica- conoce; y el conocimiento 0decía0 es la subs-
ciones prácticas. tancia y el título primordial de la incompara-
Desde este punto de vista, y es sólo un ble excelsitud de la ciencia.
ejemplo entre cientos, habría que acusar de Cuando tales principios se olvidan, cuan-
«tecnólatra» a todo aquél que se demostrara do las posibilidades abiertas a la manipula-
incapaz de comprender el significado de la ción constituyen el único salvoconducto, la
conocida anécdota que recoge Halo Calvino exclusiva justificación de un saber; cuando
en uno de sus libros póstumos: se cuenta que, una entera civilización se modela bajo el in-
mientras le preparaban la cicuta con la que flujo pragmatista y utilitario que esconde este
iba a dar fin a su vida, Sócrates aprendía un cientificismo, todo lo no-relativo a un determi-
aria para flauta; «¿de qué te va a servir en nado provecho 010 que no «sirva para»0 aca-
estas circunstancias?», le preguntaron quie- bará por quedar desprovisto de cualquier de-
nes le acompañaban; «para saberla antes de recho de ciudadanía. Y entonces, valores ab-
morir», respondió Sócrates sin vacilación. Y, solutos como el del conocimiento, la amistad,
en verdad, todo auténtico científico está con- el amor, ¡la dignidad!, no sólo se transforma-
vencido de que, lo mismo que la dignidad, el rán en cuerpos extraños, sobre los que pesará
saber es una de esas privilegiadas realidades la incumbente amenaza de exclusión del ám-
dotadas de tan excelsa valía, que encuentran bito de la cultura imperante, sino también en
su justificación en sí mismas, con inde- sinsentidos, que esa misma cultura se mostra-
pendencia absoluta de cualquier utilidad rá incapaz de comprender.
posterior. Por eso, un genuino hombre de Recordemos que Descartes, en quien cris-
ciencia, igual que un filósofo o un sabio, es taliza de manera emblemática el impulso que
capaz de extasiarse en la contemplación de la ha configurado en lo más íntimo la civiliza-
realidad que investiga, haciendo caso omiso ción contemporánea, propuso drásticamente
0sin habérselo ni siquiera propuesto, movido sustituir la «ciencia para conocer» por la
exclusivamente por el gozo maravillado del «ciencia para manipular», hasta hacernos así
conocem de las aplicaciones de sus descubri- "dueños y señores de la naturaleza"; y adu-
mientos. No las rechaza, pero tampoco se ve cía, como motivos de semejante transforma-

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ción, los siguientes objetivos: "la invención de ble merced a los instrumentos y a los proce-
una infinidad de artificios, que nos permiti- dimientos calificados corno «científicos».
rán gozar, sin trabajo alguno, de los frutos de Únicamente sería real, en consecuencia, lo
la tierra y de todas las comodidades que allí que, apreciado a través del método experi-
se encuentran", y, también, y principalmente, mental, puede medirse y cuantificarse. Es de-
"la conservación de la salud, que es, sin duda, cir, justamente aquello que sólo en escasa
el primer bien y el fundamento de los demás medida sirve para poner de manifiesto la
bienes de esta vida."l No puede extrañar, excelsa superioridad del ser humano, su emi-
dentro de este planteamiento, lo que recuerda nente e indiscutible excelencia.
con cierta insistencia el. célebre psicólogo No es necesario insistir en que, con estas
Skinner: que, en un universo que ha llevado observaciones, de ninguna manera pretendo
la propuesta cartesiana hasta límites que el cuestionar la validez y la eficacia del método
propio Descartes ni de lejos pudo prever, científico en cuanto tal: sus logros 0cognosci-
"una idea arcaica corno la de dignidad resulte tivos y prácticos0 están a la vista de todos. Mi
un estorbo". No siendo otra cosa que la bon- rechazo se dirige al intento de hacer de esos
dad superior correspondiente a lo absoluto, a procedimientos un absoluto, algo exclusivo y
lo que es un fin en sí mismo, con independencia excluyente. y esto, desde la perspectiva que
total de cualquier «uso» utilitario o gratificador, venirnos adoptando, por un motivo muy cla-
la idea misma de dignidad aparecerá corno ro al que ya más de una vez he aludido:
algo superfluo, inservible o incluso molesto porque con ese voluntario autoconfinamien-
"en un mundo que 0según recuerda Robert to se toma de todo punto imposible la apre-
Spaemann20 ve su único fin en organizar lo hensión del significado y de las exigencias de
más científicamente posible el bienestar sub- la dignidad personal.
jetivo." Hace ya algunos lustros, afirmaba con
Pasemos ahora al siguiente punto. Si la rotundidad Jaime Balmes: "si no puedo ser
«tecnolatría» 0que no constituye sino la pun- filósofo sin dejar de ser hombre, renuncio a la
ta de lanza de un más hondo y radical antro- filosofía y me quedo con la hurnanidad.,,3 De
pocentrismo ligado al olvido del sem puede manera similar, lo que se pide hoy al científico
decirse que afecta por igual a casi todos los es que, en el desempeño de su tarea no cerce-
integrantes de la presente civilización, la se- ne su propia y constitutiva índole personal;
gunda componente del cientificismo, a la que que no deje de ser hombre para reducirse a la
ahora habremos de atender, amenaza de ma- mera condición de médico o de biólogo; que
nera prioritaria a los actuales cultivadores de enriquezca el ejercicio de su profesión con las
la ciencias positivas. Corno ya hemos sugeri- maravillosas prerrogativas que derivan de su
do, el principal defecto de esta desviación es naturaleza personal no mutilada. Y, de mane-
el reduccionismo: la pretensión de que lo que ra más ceñida al terna que nos ocupa, lo que
hoy denominarnos «ciencia» represente el se solicita es su apertura a otros modos de
único conocimiento válido para el hombre; o, saber diversos al de su propia disciplina: que,
lo que viene a ser lo mismo, el prejuicio de además de comprobar datos e hipótesis expe-
que no existe otra realidad que la aprehensi- rimentalmente, tal corno imperan los cánones

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de la ciencia, admita que también es posible construir la belleza0, una significativa mayo-
ampliar los propios conocimientos ejercitan- ría de los tratadistas la han ligado de manera
do, en torno a la realidad que lo circunda, lo indisoluble a la libertad.
que Ortega calificaba como "la funesta manía El hombre es digno porque es libre: en esto
de pensar". parece concordar la casi generalidad de los
En este sentido, tal vez resulte oportuno especuladores que se han ocupado expresa-
recordar unas palabras pronunciadas recien- mente del tema. Me limitaré, para mostrarlo,
temente por Joseph Ratzinger; pues, aunque a aducir el testimonio de tres cualificados
referidas en realidad a un solo extremo entre representantes del pensamiento occidental,
miles, iluminan en toda su amplitud los múl- inscritos en corrientes doctrinales bien distin-
tiples problemas planteados a la bioética: "si tas e incluso contrapuestas.
bien en una perspectiva puramente científica El primero no podía ser sino Kant, sin
el cuerpo humano puede considerarse y tra- duda el más preclaro exponente de la Ilustra-
tarse como un compuesto de tejidos, órganos ción filosófica. En su Metafísica de las costum-
y funciones, del mismo modo que el cuerpo bres, Kant escribe: "La humanidad misma es
de los animales, a aquél que lo mira con ojo una dignidad, porque el hombre no puede ser
metafísico Oesta realidad aparece de modo tratado por ningún hombre (ni por otro, ni
esencialmente distinto, pues se sitúa de hecho siquiera por sí mismo) como un simple ins-
en un grado de ser cualitativamente supe- trumento, sino siempre, a la vez, como un fin;
rior".4 En un grado de ser 0añado y00 asequi- yen ello precisamente estriba su dignidad (la
ble sólo a un conocimiento pleno, no reducti- personalidad).,,5 He aquí la expresión para-
vo, y por debajo del cual la grandeza de la digmática de la dignidad personal en el mun-
dignidad humana no pasa de constituir el do moderno, el principio implícitamente ope-
correlato inaferrable e inaprehensible de un rante en los juicios de valor 0hoy tan frecuen-
mero vocablo. tes0 que descalifican las actitudes lesivas
para la nobleza intrínseca de un sujeto huma-
2. Libertad y dignidad humana. no, incluyéndolas bajo la categoría de «mani-
a) Un acuerdo fundamental. pulación» o, peor aún, de «instrumentaliza-
Con la filosofía, pues, hemos topado. Y ción»: transformar a alguien en simple instru-
antes de que se me objete que con ello nos mento equivale, para el hombre contemporá-
introducimos en el reino de las opiniones neo 0deudor en este extremo de las categorías
contradictorias, me apresuraré a advertir que kantianas0, a mancillar su grandeza constitu-
en pocos puntos existe entre los pensadores tiva. Con todo, si las palabras que hemos
de Occidente un acuerdo más extendido que transcrito configuran el enunciado hoy más
en el que ahora nos ocupa. En efecto, si bien difundido del respeto indiscutible debido a
la dignidad de la persona humana podría todo hombre, no ponen de relieve, de forma
demostrarse filosóficamente por muy varia- explícita, la causa en la que se apoya semejan-
dos medios 0como la capacidad del hombre te veneración. Ésta resultará más patente
de captar la verdad en cuanto tal, de aprehen- cuando, en el capítulo III de la Fundamenta-
der y querer lo bueno en sí y de apreciar y ción de la metafísica de las costumbres, Kant

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remita la dignidad personal a la autonomía que puede dirigirse a sí mismo hacia la propia
de la voluntad y a la libertad. perfección: "El hombre es imagen de Dios en
Dignidad humana y libertad. Es el mismo cuanto es principio de su obrar por estar do-
binomio que encontramos en Pico della Mi- tado de libre albedrío y dominio de sus ac-
randola, uno de los pensadores más repre- tos."? En consecuencia, resume en otro lugar,
sentativos del humanismo renacentista. En "he aquí el supremo grado de dignidad en los
una especie de oración alegórica ",dentro, hombres: que por sí mismos, y no por otros,
precisamente de su conocido Discurso sobre la se dirijan hacia el bien"s, hacia su fin.
dignidad humana"" el filósofo renacentista La conclusión es justamente la que perse-
pone en boca del Creador las siguientes pala- guíamos: aun cuando estamos ante autores
bras, con las que quiere compendiar los mo- de orientaciones filosóficas muy dispares e
tivos de la eminente nobleza del hombre: "No incluso divergentes, los tres coinciden, al
te he dado una morada permanente, Adán, ni igual que muchos otros, en relacionar la dig-
una forma que sea realmente tuya, ni ninguna nidad humana con la libertad. También lo
función peculiar, a fin de que puedas, en la hacen, por citar a dos pensadores contempo-
medida de tu deseo y de tu juicio, tener y ráneos de talla, Manuel García Morente y
poseer aquella morada, aquella forma y Antonio Millán-Puelles. "Llamamos persona
aquellas funciones que a ti mismo te plazcan ",sostiene el primero", a un sujeto que rige con
O. Tú, sin verte obligado por necesidad algu- su pensamiento y su voluntad libre la serie de
na, decidirás por ti mismo los límites de tu sus propias transformaciones. Si el hombre
naturaleza, de acuerdo con el libre arbitrio no pudiera libremente preparar y realizar los
que te pertenece y en las manos del cual te he actos que le hacen ser lo que es, el hombre
colocado O. No te he hecho ni divino ni terres- sería un animal inteligente, pero no sería res-
tre, ni mortal ni inmortal, para que puedas con ponsable de sus propios actos, no sería autor
mayor libertad de elección y con más honor, y actor al mismo tiempo de la propia materia
siendo en cierto modo tu propio modelador de su vida. ,,9 Por su parte, afirma Millán-Pue-
y creador, modelarte a ti mismo según las lles, de manera todavía más contundente: el
formas que puedas preferir. Tendrás el poder "valor sustantivo, mensurante de la específi-
de asumir las formas inferiores de vida, que ca dignidad del ser humano, se llama «liber-
son animales; tendrás el poder, por el juicio tad», sea cualquiera su uso. Lo que hace que
de tu espíritu, de renacer a las formas más todo hombre sea un áxion (concretamente, el
elevadas de la vida, que son divinas.,,6 valor sustantivo de una auténtica dignitas de
En tercer lugar, Tomás de Aquino, la figu- persona), es la libertad humana."lO
ra más sobresaliente del pensamiento cristia-
no medieval, hace radicar la superioridad del b) El verdadero sentido de la libertad hu-
hombre sobre las realidades meramente ma- mana.
teriales en el hecho de haber sido creado a La cuestión parecería del todo clara. No lo
imagen y semejanza de Dios; y ese mayor está lo bastante, sin embargo. Por una parte,
grado de similitud se debe ",continúa", a que resulta posible realizar aquí un conjunto de
el hombre posee una voluntad libre, por la consideraciones similares a las expuestas al

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princlplO de nuestra intervención: bajo la das de entender hoy la libertad. Una errónea
aparente igualdad de un mismo término "en concepción que, como insinuaremos, presen-
este caso el de «libertad»" se esconden reali- ta grandes repercusiones en los dominios de
dades distintas y a veces contrapuestas, que la bioética. Me refiero a la doctrina que hace
nos conducirían a terrenos muy distantes a la caso omiso de los profundos lazos que ligan
hora de concebir a la persona humana y las la libertad con el bien, con la perfección. Por
condiciones y el alcance de su dignidad. Por muy paradójico que resulte, el ser humano es
otro lado, y esto es todavía más decisivo, la libre no en virtud de una especie de indiferen-
fundamentación de la bioética se mantendrá cia constitutiva, de una suerte de apatía abú-
en un estado de ambigüedad constitutiva lica e inapetente respecto a lo bueno (y lo
mientras el punto último de apelación de la malo); sino, muy al contrario, a causa de su
realeza humana sea simplemente la libertad; finalización radical hacia el bien en cuanto tal
y sólo alcanzará su estatuto definitivo cuando (y, de manera todavía más drástica, hacia el
esa libertad se manifieste como expresión, sin Bien sumo e infinito). Justamente porque,
duda privilegiada, de la excelsitud del ser más allá de su propio bien puntual y privado,
personal al que revela. el hombre puede conocer y querer lo bueno
Las palabras de Ratzinger que citábamos en sí "y, en ese sentido, también lo que resulta
hace un momento no aludían de forma gené- bueno para otros y, en fin de cuentas, todos los
rica a la conveniencia de hacer uso de una bienes", no se encuentra intrínsecamente de-
mirada filosófica, sino que se referían, de ma- terminado por ningún bien finito, particular y
nera más penetrante y pertinente, a la necesi- concreto, sino que le es dado elegir entre los
dad de poner en juego un "ojo metafísico". y muchos que solicitan su voluntad.
la metafísica "como saber de ultimidades" El animal, a la inversa, se muestra del
intenta introducirse hasta el corazón mismo todo impotente para conocer la razón de bien
de la realidad, hasta lo más recóndito y defi- en sí; sólo es capaz de aprehender y de diri-
nitivo de su ser. Por eso, mientras la dignidad girse, o de huir, de lo que a él le resulta bene-
humana no aparezca radicada en la supe- ficioso o dañino: el puntiforme bien o mal
rioridad del ser personal del hombre, todo lo para-sí señalado por sus instintos. Los restan-
que se cimente sobre ella correrá el peligro tes bienes y males, por sublimes o perversos
inminente de desfondamiento, y se verá ame- que fueren, no tienen aptitud para moverle
nazado por la presencia de aporías como las porque, para él, ni tan siquiera existen. En
que señalábamos al principio de nuestra in- consecuencia, el animal carece de toda capa-
tervención. La tarea es, pues, la de adentrar- cidad de elección, y «se dispara» de manera
nos, desde la consideración de la libertad del automática ante la presencia del único bien
sujeto humano, hasta la aprehensión de la (o, en su caso, del exclusivo mal) al que taxa-
superior excelsitud de su ser personal. tivamente le ordena su dotación instintiva.
Sin embargo, antes de llevar a término ese Es, por consiguiente, su contrapuesta re-
cometido, yen buena parte como preparación lación con el bien lo que marca la diferencia
para hacerlo, me gustaría desvelar la incon- ,,"infinitamente infinita", como veremos que
sistencia de una de las maneras más difundi- decía Pascal" entre el comportamiento del

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hombre y el de los animales. De ahí que la determinación halla, junto con su punto de
libertad humana no quede suficientemente apoyo y justificación definitivos, los títulos
caracterizada apelando sin más a la simple inderogables de su sublime grandeza. Las
posibilidad de optar entre los distintos miem- contradicciones con las que al término se en-
bros de una alternativa. Eso es cierto, pero es frenta cualquier intento de cimentar la ética y
poco. Mucho más allá de esa facultad, como el derecho en una «facultad de escoger» cons-
su fundamento y término, se encuentra la truida de espaldas al bien real y perfectivo,
prerrogativa admirable del hombre de diri- manifiestan en fin de cuentas un déficit teo-
girse, a través de semejantes elecciones, hacia rético: la endeblez de una concepción en que
su propia plenitud y perfección: hacia su bien <<lo libre» perseguiría su basamento radical en
terminal definitivo, aprehendido como tal. la pura indiferencia; un modo de pensar que,
"Subtracto fine 0reza un adagio clásico0, al cabo, trivializa la libertad, desproveyéndo-
relinquitur tantum vanitas: eliminado el fin, la de su más auténtico e intangible soporte.
todo lo que queda es vano"ll y superfluo, y La dignidad humana va mucho más allá
acaba en definitiva, como afirmaba Sartre, del simple arbitrio, entendido como mera ca-
por producir náuseas. Es lo que ocurre con la pacidad de optar. La innegable excelsitud del
libertad cuando se la concibe como simple hombre se infiere sin posibilidad de equívo-
indiferencia. En efecto, si a través de sus op- cos de su intrínseco poder de autodetermina-
ciones el hombre no gozara del poder de ción sólo cuando éste se advierte con perspi-
«construirse», en el sentido más drástico del cacia en la totalidad de sus dimensiones cons-
término; si el fundamento de su autodetermi- titutivas. O, con palabras más concretas: la
nación fuera un «tanto da» desinteresado, libertad es signo grandielocuente de la gran-
incapaz de conducirlo progresivamente hasta deza humana no sólo porque gracias a ella el
su acabamiento perfectivo, la necesidad de hombre puede conducirse por sí mismo, sino
elegir acabaría por mostrarse oa tenor de nue- también y de manera indisoluble porque 0CO-
vo de la afirmación sartriana0, más que como mo se nos recordaba0 por sí mismo puede
un privilegio, como una «condena». y la pro- encaminarse hacia su propio bien o plenitud
pia condición libre, en su conjunto, aparecería terminales. Únicamente la consideración
como una triste farsa, o como un drama, por conjunta de estos dos extrem
el que a «Alguien» habría que pedir cuenta os 0estrechamente unidos, por otra par-
de no tomar lo suficientemente en serio al te0 permite apreciar la maravilla configura-
hombre y de no permitir que éste se tome en dora del ser personal del hombre12 .
serio a sí mismo.
Por eso, ni en bioética ni en ningún otro 3. Libertad y ser personal.
ámbito de la actividad humana, la eticidad de a) La eminencia del «ser» personal.
un comportamiento podrá sustentarse de ma- Atendamos al primer punto a través de
nera exclusiva sobre la <<libertad» de una deci- unas cuantas consideraciones sencillas, casi
sión, cuando esa «libertad» se entienda como elementales. Es un hecho experimentable
mera capacidad formal de elegir, al margen de que, entre todos los seres que pueblan el uni-
la referencia al bien en la que semejante auto- verso sensible, sólo el hombre puede dirigirse

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por sí mismo hacia su propia meta: únicamente perimenta como éstos las atracciones sensi-
él posee esa característica suprema del obrar bles que derivan de su naturaleza corpórea,
que es el dominio sobre sus propios actos. Lo sus instintos son simplemente solicitados,
recuerda insistentemente la filosofía cuando, pero no se les obliga a reaccionar de manera
al ocuparse de estos temas, sostiene que los cuasi mecánica. Según veíamos, en circuns-
animales, más que moverse, son movidos por tancias como las que acabo de apuntar el
el objeto que atrae sus instintos ("magis agun- sujeto humano puede detener la corriente de
tur quam agunt"). Por ejemplo, en presencia influjos cósmicos operativos que llega hasta
de un regacho de agua fresca, un perro con el él y re-iniciarla desde sí mismo, adoptando
paladar reseco no tiene otra opción que la de una postura autárquica respecto al mundo
calmar su sed; al contrario, en manos del circundante: de modo que, tanto si se niega a
hombre hambriento o sediento está el decidir, dar respuesta a la solicitación de los instintos
por razones de la más diversa índole, si apla- como si decide acceder a su reclamo, su ac-
za o no el momento de satisfacer sus pulsio- tuación 0tras haber interrumpido el flujo ma-
nes fisiológicas. y algo similar sucede, con terial de las interacciones corpóreas0 presen-
todos los matices y limitaciones que sean del ta un nuevo y primordial origen en él.
caso, en las distintas circunstancias que con- Obviamente, algo muy similar sucede, y
figuran su existencia. Cabe afirmar, por tanto, de modo más terminante y decisivo, en los
que el hombre goza de un cabal señorío sobre ámbitos superiores de su operatividad, que
las operaciones que han de conducirlo a sus son los más estrictamente libres; entonces el
distintos objetivos: que actúa con libertad. hombre actúa en sentido más propio «desde
Las realidades infrapersonales también sí»: toma la iniciativa, se convierte en actor
obran, con una actividad real y efectiva; pero radical de su propia existencia, esboza el pro-
no propiamente «desde sí»: no se erigen en yecto que ha de colmarla y pone manos a la
inicio radical de su operación ni, por ende, se obra para llevar semejante diseño hasta su
alzan como poseedores incondicionados de apogeo conclusivo.
sus acciones ni siquiera en su propio ámbito. En consecuencia, y considerando en su
Su actividad, cabría decir, es una suerte de conjunto la diversidad de circunstancias ape-
continuación, una «parte» de la operatividad nas apuntadas, debe reconocerse que existe
común del universo infrahumano, regida por un amplísimo abanico de acciones humanas
las leyes generales e inflexibles que se impo- que, de un modo u otro, dependenfontalmente
nen en éste: o, si se prefiere, un «nudo», un de su sujeto; operaciones que representan
punto de «cruce» o de «paso», un momento una estrictísima novedad, de la que el hombre
transitorio emo inaugura10 en el ejercicio ac- es principio y hontanar definitivos: él confie-
tivo del universo físico considerado en su re el ser a semejantes actividades y, en esa
conjunto. El hombre, por el contrario, obra medida, de manera participada, las crea.
«desde sí mismo»: se yergue como principio Pues bien, y como venimos sugiriendo, la
fontal autónomo de buena parte de su dinamis- libertad así advertida, como origen primor~
mo externo e interno. Incluso en situaciones dial, como «creatividad participada»13, cons-
semejantes a las de los animales, cuando ex- tituye un indicio clarísimo de la condición

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Tamás Melendo

personal del ser humano y, en consecuencia, no su causa o fundamento definitivos; o, si se


de su eminente dignidad. prefiere, se configura como su referencia «pe-
Lo ha expresado, de manera sencilla y núltima» y, desde tal punto de vista, repre-
penetrante, Carla Caffarra: "Una de las vías senta una vía de acceso privilegiada para
más simples para llegar a la intuición del adentrarnos hasta el hontanar de la eminen-
ser-personal es la reflexión sobre el acto libre. cia del ser personal humano. Mas es semejan-
Lo que nosotros «sentimos» espiritualmente te ser, insisto 0del que el obrar libre no cons-
cuando realizamos un acto libre, discern- tituye en fin de cuentas sino una (excepcio-
iéndolo en seguida de cualquier otro acto, es nal) expresión expansiva0, el motivo subs-
que nosotros somos causa de ese acto. Esto es tancial y decisivo de la inigualable nobleza de
tan cierto que sólo nosotros asumimos la res- cualquier persona.
ponsabilidad de ello. ¿Qué significa «somos Esa radicación terminal de la eminencia
causa de»? Nuestra experiencia nos dice ade- del hombre en su ser más íntimo se configura
más que «ser ca usa de» significa «ser el origen como cimiento conclusivo de la verdad de
de » en el sentido de que aquello, de lo que se afirmaciones tan trascendentales como las si-
es causa, depende de nosotros en cuanto al ser. guientes de José Luis del Barco: "Ningún
Adviértase: se trata de una dependencia en el hombre está privado de dignidad. Toda exist-
ser. El acto (realizado) es, porque es actualiza- encia humana sobre la tierra 0aplaudida o
do por mí. Este acto no tiene otra causa 0en el denostada, triunfante o derrotada, feliz o des-
sentido antes indicad00 fuera del sujeto que graciada, generosa o ruin0 representa la
actúa. irrupción en la historia de una novedad radi-
Esta independencia en el obrar (exclusión cal, la presencia de una excelencia de ser su-
de otras causalidades) no puede ser explicada perior a la de cualquier otro ente observ-
sino con base en una independencia en el ser. able.,,15
Sería simplemente absurdo negar esta infe- Cuantos de una forma u otra dedicamos
rencia.,,14 parte de nuestra atención a los problemas
Consideraremos dentro de unos instantes relativos a la bioética, somos plenamente
en qué sentido semejante autarquía nos con- conscientes de la importancia práctica, opera-
duce hacia la incomparable excelencia del ser tiva, de elevarnos hasta esta perspectiva me-
humano. Antes quisiera hacer un breve pa- tafísica, que nos permite enraizar la valía ini-
réntesis, con el fin de recordar lo que ya co- gualabe de cualquier individuo humano en
mentaba hace un momento: que la función su íntima condición personal: en su ser-per-
primordial de la libertad, en relación con la sona, si quisiéramos expresarlo de manera
dignidad del hombre, es precisamente la de más técnica. No son títulos decisorios de esa
dirigirnos hacia ahí: hasta el acto personal de grandeza ontológica, por el contrario, ni la
ser en el que radical y efectivamente reside eficacia económica o laboral, ni su capacidad
toda la sublime nobleza de su sujeto. Consi- de producir, ni la belleza de cuerpo o la ple-
derada desde esta óptica, la capacidad perso- nitud física o psíquica; ni, en un plano ya más
nal de autodeterminación es sólo un índice de elevado, lo son tampoco la autoconciencia de
la innegable grandeza de su poseedor, pero la propia personalidad, el ejercicio de las fa-

72 Cuadernos de Bioética 1994/1"-2"


Dignidad humana y libertad en la bioética

cultades intelectuales abiertas radicalmente a tados personales de los organismos»." Y con-


la verdad y a la belleza ni, tan siquiera, el cluye, en perfecta consonancia con lo que
noble uso del libre albedrío, que se concreta venimos exponiendo: "La personalidad es
en actos reiterados de amor. Todo ello servirá una constitución esencial, no una cualidad. y
para poner de manifiesto y ayudamos a des- mucho menos un atributo que 0a diferencia
cubrir la insondable realeza del sujeto huma- del ser humano plenamente desarrollad00 se
no. Pero ésta reposa cabal e íntegramente 010 adquiera poco a poco. Dado que los indivi-
repito una vez más0 en la posesión de un acto duos normales de la especie hamo sapiens se
personal de ser. revelan como personas por poseer determi-
Por eso, aun en los casos más extremos y nadas propiedades, debemos considerar se-
desesperados en que el despliegue del enten- res personales a todos los individuos de esa
dimiento y de la voluntad libre se encontra- especie, incluso a los que todavía no son ca-
ran definitivamente impedidos, cualquier paces, no lo son ya o no lo serán nunca de
otro indicio que nos permitiera adentramos manifestarlos." 16
hasta el descubrimiento de la presencia de un
ser personal 0la simple figura humana natu- b) El hombre, un cierto absoluto.
ralmente animada, pongo por caso, o la con- Basta, por consiguiente, estar en posesión
tinuidad de desarrollo entre el individuo re- de un acto de ser personal para adornarse con
cién concebido y el que posee la plenitud de toda la eminencia que corresponde a quien es
sus facultades de persona adulta0, resultaría persona. ¿En qué consiste semejante excelsi-
más que suficiente para obligamos a adoptar tud? Un nuevo recurso a la libertad nos va a
la actitud de supremo respeto, o incluso de permitir esbozar sus contornos.
reverencia, exigida por quien se encuentra Señalábamos antes que la autonomía en
adornado por la sublime dignidad de lo per- el obrar se configura como una de las mani-
sonal. festaciones, tal vez la más palmaria, de inde-
Robert Spaemann lo ha expresado de ma- pendencia en el ser. y esa autonomía ontoló-
nera contundente, definitiva. Sostiene, así, gica, raíz y fundamento de la eminente dig-
antes que nada: "Según la concepción tradi- nidad de cualquier persona, constituye al
cional, bien fundamentada filosóficamente, tiempo la clave de su propia condición perso-
es persona todo individuo de una especie nal. Lo resume magistralmente Carlos Cardo-
cuyos miembros normales tienen la posibili- na, al caracterizar a todas y cada una de las
dad de adquirir conciencia del propio yo y realidades personales como aquellos sujetos
racionalidad" y, por ello, de actuar libremen- que poseen el ser en propiedad privada 17.
te. Esa «posibilidad» radica en el ser, y no es Pues bien, para los exponentes de la espe-
necesario «actualizarla» para gozar de la con- cie humana, esa peculiar relación con el pro-
dición de persona. En este sentido, agrega el pio ser deriva de la presencia en cada uno de
propio Spaemann: "Reducir la persona a cier- ellos 0como principio esencial constitutivo de
tos estados actuales 0conciencia del yo y ra- su intrínseca índole de persona0 de un alma
cionalidad0 termina disolviéndola completa- espiritual e inmortal. Sin admitir la presencia
mente: ya no existe la persona, sino sólo «es- de semejante alma 0advertida, por ejemplo, a

Cuadernos de Bioética 1994/1"-2" 73


Tomás Melendo

través del análisis de la libertad que venimos vinculado» de las condiciones empobrecedo-
esbozando 188, resu 1ta practlcamente
/. .
lmposl ·ble ras de lo limitada y estrictamente material,
cimentar, de forma consecuente, la grandeza pro- encumbrándose en cierto modo sobre ellas. A
pia del hombre y la de todos los elementos que lo esa elevación o trascendencia quiere aludirse
integran, incluidos los materiales. Pues, en efecto, cuando, utilizando la terminología clásica, se
según la doctrina clásica, la índole espiritual del afirma que el alma humana 0Y; con ella, la
alma le permite recibir en sí el nobilísimo acto persona toda en su núcleo radical constituti-
de ser que confiere a todo el sujeto personal V00 es inmortal, necesaria o eterna. Son precisa-
humano su peculiar realeza, y darlo a parti- mente estas características las que contradis-
cipar al cuerpo, elevándolo de esta suerte tinguen las realidades personales, ensalzán-
hasta el rango ontológico propio de los espí- dolas inefablemente por encima de lo mera-
ritus. El mismo ser que pertenece al alma, por mente corpóreo. Sin esta distinción primige-
tanto, lo comunica ésta al cuerpo que informa nia enaltecedora 0vuelvo a insistir en ell00,
y al que, por decirlo de algún modo, integra cualquier intento de fundamentar la digni-
dentro de sí. Por eso el hombre propiamente dad del hombre no pasaría de ser, o mero
no tiene un cuerpo, sino que lo es; y por eso narcisismo, o una especie de «complicidad»
semejante cuerpo goza, participadamente, de intraespecífica, basada en exclusiva en la vo-
la misma dignidad constitutiva que corres- luntad de autoafirmación del sujeto humano,
ponde al alma y; por ella, a la persona toda: es y que sólo por su mayor complejidad se dife-
un cuerpo personal. renciaría de los «acuerdos» que de forma na-
Nos encontramos en el núcleo más ínti- tural <<instauran» las especies inferiores,
mo, en el corazón de la doctrina ontológica constituyéndose a sí mismas cada una en
sobre la persona humana. Desarrollarla como centro privilegiado del cosmos 19 . Nada ha-
se merece exigiría echar mano de categorías bríamos avanzado.
metafísicas que exceden el marco de esta in- Por ventura, existe una clave ontológica
tervención. Por eso, me limitaré a sugerir, de de la superioridad del hombre, gracias a la
manera casi intuitiva, algunas de sus conse- cual esa eminencia, además de afirmada de
cuencias. Las principales podrían resumirse modo más o menos arbitrario, puede ser re-
afirmando que todo hombre goza de una su- conocida, como consecuencia de un análisis,
prema excelencia porque, considerado en sí incluso sumario, de su condición libre. Esa
mismo, constituye un cierto absoluto. ¿Qué se indagación nos revela que la excelsitud del
aspira a significar con esto último? sujeto humano se asienta, como ya insinuá-
$ En primer lugar, con semejantes térmi- bamos, en la subsistencia peculiar de su alma:
nos pretende sostener la tradición filosófica en el hecho de que ésta acoge en sí (y no en la
que el ser de los individuos humanos no de- materia) el acto personal de ser. Las realida-
pende intrínseca y constitutivamente de la ma- des infrahumanas, al contrario, y por decirlo
teria. Ab-solutum, etimológicamente, quiere de algún modo, reciben el propio ser en la
decir «(ab-)suelto», «no-ligado». y, en efecto, conjunción de la materia y la forma, resultan-
en virtud del alma espiritual que lo conforma, do intrínsecamente condicionadas por la de-
todo individuo humano se encuentra «des- bilidad inherente a aquélla. Así lo explica Car-

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Dignidad humana y libertad en la bioética

lo Caffarra: también el individuo infraperso- al hablar de ella, que las acciones de las reali-
nal 0animales, plantas0 es de algún modo dades infrapersonales constituyen una espe-
subsistente en sí; "pero puesto que la materia cie de «segmento» o «fracción» en el continuo
entra en la constitución de su esencia con que compone la operatividad universal de lo
igual derecho que su forma propia, y puesto corpóreo; mientras que, al contrario, el hom-
que, además, la materia por su misma com- bre manifiesta su autonomía en cuanto se
plexión está en continuo cambio y por eso configura 0de distintas maneras, a tenor de
carece de estabilidad, el individuo no perso- las circunstancias0 como inicio radical de sus
nal se configura por naturaleza como una actuaciones. En la medida en que, de acuerdo
realidad contingente. Su acto de ser y, por con el adagio clásico, «el obrar sigue al ser» y
tanto, el hecho de existir, posee de esta suerte revela sus características constitutivas, de
un bajo grado de intensidad, por encontrarse todo ello pueden deducirse nuevos matices
de continuo expuesto a la corrupción, condi- de la condición ab-soluta del sujeto humano,
cionado por el perdurar en el tiempo de sus provistos de notable relevancia en los domi-
constitutivos materiales. nios de la bioética.
En la persona, a causa del espíritu, sucede Antes que nada, cabría inferir que, igual
justamente lo contrario. La naturaleza del es- que sucedía con su acción, tampoco el ser de
píritu determina un modo de subsistencia los animales 00 el de las plantas0 se destaca
necesaria. Necesaria en el sentido de que su autónomamente del conjunto del orbe mate-
acto de ser no está condicionado por nada. La rial. Muy al contrario, tales individuos apare-
persona no es corruptible, es eterna por su cen como «incrustados» en ese cosmos; su ser
misma naturaleza."zo constituye una especie de «préstamo ecológi-
En consecuencia, "la nobleza, la dignidad co» que, de manera provisional y transitoria,
ontológica de la persona, se revela infinita- les hace la totalidad del mundo físico; y cada
mente superior a la de todos los otros entes uno de ellos se configura, según se nos acaba
creados: se sitúa en un grado de ser cuya de decir, como" un evento pasajero del dispo-
distancia respecto a los grados de ser de los nerse de la materia". Por consiguiente, y de
otros entes es infinitamente infinita, para usar acuerdo con lo que dicta su propia naturale-
la terminología pascaliana. Mientras que, a za, los individuos infrapersonales se hallan
causa de su diversa constitución ontológica, del todo subordinados a su especie y, a través
el individuo no personal es un «momento» de de ella, al bien general del universo: y, como
una línea, una parte de un todo, un evento consecuencia, resulta lícito sacrificarlos, justi-
pasajero del disponerse de la materia, la per- ficadamente, en aras de la totalidad.
sona es en sí, no es parte de un todo, es un En el extremo opuesto, la autonomía del
. ,,21
sUjeto eterno. obrar humano, su elevación liberadora res-
Nos adentramos de este modo hasta la pecto a las condiciones materiales, pone de
segunda de las connotaciones del carácter relieve el carácter también «ab-soluto» de su
absoluto correspondiente a la persona huma- sujeto: lo señala como una realidad autárqui-
na. También ésta se infiere de un análisis ca, consistente por sí misma, que posee 0CO-
somero de la libertad. Recordábamos antes, mo decíamos0 el acto de ser "en propiedad

Cuadernos de Bioética 1994/1 '_2" 75


Tomás Me/endo

privada", y por ello adquiere un significado relativización radical o instrumentalización; se


propio, soberano, independiente del que co- muestra provista de la suprema valía que
rresponde al entero orbe infrapersonal y al corresponde a lo que es fin en sí, y no mero
resto de las personas. En este sentido, los medio para lograr otra cosa.
caracteres configuradores de su ser personal También ahora el análisis de la libertad
prohiben la reducción de cualquier individuo nos permitiría acceder hasta esta primordial
humano a la condición de simple «fragmen- manifestación de la excelsitud del sujeto que
to» o «porción», a la categoría de mero «nú- la ejerce. Lo había intuido ya, hace más de
mero». La persona es un absoluto por cuanto, veinticinco siglos, Aristóteles, al caracterizar
por su índole de «todo», no se encuentra al hombre libre por su capacidad de causarse
substancialmente referida ffili mucho menos a sí mismo. Sus comentadores medievales hi-
subordinada", al conjunto de la creación ma- cieron notar, con perspicacia, la riqueza de
terial ni, tan siquiera, a su propia especie. semejante expresión: no sólo quería signifi-
En este sentido, y como recuerda un autor carse con ella que el sujeto libre es autor de sí
contemporáneo, no sería legítimo, por insufi- mismo en sentido eficiente, por «autocons-
ciente, "definir al hombre como individuo de truirse» (causa sui); sino también, y quizá de
la especie horno (ni siquiera horno sapiens)." manera primigenia, que encuentra en sí el
Muy al contrario, fIel término «persona»", al sentido de su existencia ",es «para sí» (causa
que se halla indisolublemente aparejada la sibi)"" por cuanto no se subordina a ninguna
idea de dignidad, "se ha escogido para sub- otra realidad creada.
rayar que el hombre no se deja encerrar en la Entre los contemporáneos, Antonio Mi-
noción «individuo de la especie», que hay en llán-Puelles ha resumido, de forma sucinta
él algo más, una plenitud y una perfección de pero eficacísima, el núcleo de la cuestión: "la
ser particulares, que no se pueden expresar libertad ",sostiene", no es sólo un «desde sí»,
más que empleando la palabra «persona».,,22 sino sobre todo un «para sí».,,23 Y, lo mismo
Desde este punto de vista, cada «ab-soluto» que la libertad, su sujeto. En efecto, al otor-
humano se encuentra des-ligado, por eleva- garle el imperio sobre los fines, y al relacio-
ción, de la propia especie a la que pertenece: narlo directamente con el Fin último y termi-
goza de un sentido propio al margen de ella. nal, la libertad transforma al propio hombre
y esto nos conduce, como de la mano, en un fin, en un «para sí», que nunca puede
hacia la significación más común y definitiva ser utilizado como simple medio para otros
del vocablo «ab-soluto». En virtud de su tras- objetivos. y, desde este punto de vista, lo
cendencia respecto a los componentes mate- convierte en un absoluto; digno y, como que-
riales ",a los que eleva hasta el rango de lo ría Kant, no instrumentalizable.
personal, en lugar de quedar condicionado
por ellos"" y también por destacarse ontológi- 4. Conclusión: Otra vez con las aporías.
camente de los demás integrantes de su pro- Teniendo en mente cuanto acabamos de
pia especie, la persona humana se define al resumir, intentemos ahora profundizar en los
término por su condición «exenta». Aparece motivos teóricos de lo que, al inicio de nuestra
dotada de un valor autónomo, que impide su intervención, calificábamos como «parado-

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Dignidad humana y libertad en la bioética

ja»: la de la dignidad simultáneamente ensal- ducido al de un mero constructo verbal?


zada y conculcada. Los hechos son los hechos. Yen los ámbi-
Si los títulos efectivos y reales de la noble- tos que ahora nos ocupan hemos asistido a un
za de la persona humana coinciden con los multiplicarse de los atentados contra la invio-
esbozados en las páginas que preceden, la labilidad de la persona humana y de los prin-
raíz de semejante contradicción, con las apo- cipios que intrínsecamente la constituyen:
rías que lleva consigo, habría que hacerla prostitución, contraceptivos, aborto, excesos
residir en un hecho relativamente claro: en la instrumentación genética, fecundación
mientras prácticamente nadie, entre los que artificial o extracorpórea, comercialización de
hoy se ocupan de cuestiones relativas a la tejidos fetales, eutanasia y un dilatado etcéte-
bioética, rechazaría la adscripción a los inte- ra.
grantes de nuestra especie de la condición de Con todo, para el esclarecimiento de
persona y de la sublime excelencia que de ella nuestro problema, no son los hechos lo más
se deriva, son legión sin embargo los que importante. Más significativas son las «razo-
0explícita o implícitamente, pero de la mane- nes» con las que, en muchos casos, pretenden
ra más rotunda0 se niegan a conceder la más justificarse esas prácticas. Por ejemplo, el sa-
mínima beligerancia a los fundamentos, antes crificio constante de seres humanos singula-
apuntados, de esa soberana grandeza. res y concretos, al poco tiempo de haber sido
De acuerdo en admitir, y ya no todos, que concebidos, parece quedar legitimado si se
el hombre es libre; pero que semejante liber- realiza en pro del bienestar de otros indivi-
tad lleve aparejada una constitutiva refer- duos, o incluso en aras de abstracciones como
encia al bien real y objetivo, y que de todo ello el Progreso, la Ciencia o la Humanidad. A
se infieran determinadas propiedades del ser esos mismos embriones o fetos se los califica,
de cada individuo humano, ésas son cuestio- reductivamente, como material biológico. y
nes que ya muy pocos estarían dispuestos a oímos argumentos del estilo: ¿por qué no va
aceptar. La propia realidad del alma va siendo a ser lícito inmolar cien, doscientos, mil «pro-
sustituida por explicaciones más «evidentes» ductos» de la concepción, si con ello se asegu-
y «comprobables» y; por eso, más suscepti- ra una mayor calidad de vida 0en un futuro
bles de ser «asumidas». Términos como <<in- relativamente próximo y ya para el resto de
mortalidad», «espiritualidad» o «eternidad» la existencia de la Humanidad0 a millares de
resultan poco menos que <<irreverentes». Y las millones de exponentes de su misma especie?
connotaciones a las que hemos aludido al ¿Acaso se trata de una «inversión» no renta-
explicar la índole de lo «ab-soluto», igual que ble?
esta misma noción, acaban por tornarse in- No es difícil advertir que, planteando la
significantes: carecen de cualquier sentido in- cuestión en términos tan estrechos, resulta
teligible. Pero, insisto, son precisamente ésos los imposible llegar a conclusiones definitivas.
títu los ontológicos, reales, de la grandeza del Parece bastante obvio que, quienes así argu-
hombre. No queriendo atender a ellos, ¿extra- mentan, no entienden mínimamente, en reali-
ñará, como insinuábamos al comienzo, que el dad, de qué están hablando. y lo mismo sucede-
alcance de la «dignidad humana» quede re- ría si propusieran el holocausto de un único

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Tomás Melendo

ser humano. Porque, en cuanto nos adentra- derada, representa una tajante novedad de ser;
mos en el ámbito de las personas, la cantidad que introduce en el universo un valor tan
no cuenta para nada, como tampoco es perti- sublime e incondicionado, tan categórico, tan
nente apelar al valor de la utilidad. El criterio intrínsecamente inconmutable, que no puede
acumulativo, por ejemplo, tiene su campo de ser «sustituido» 00 su pérdida justificada0 ni
aplicación en el reino de las cosas, donde, en siquiera por el conjunto íntegro de todas las
verdad, el número resulta concluyente. Pero restantes personas que han existido, existen y
es del todo irrelevante en los dominios estric- existirán a lo largo de la historia; que cual-
tos de la más alta cualidad, que son los de los quier individuo humano se configura, por
valores absolutos: los de aquellas realidades ello, como un absoluto; que, en definitiva, es
cuya magnificencia es tal que no puede ser digno Nada de ello puede fundamentarse,
derivada ni de su subordinación a otros ni de decía, si nos negamos a aceptar el significado de
su conjunción con ellos. y, sin embargo, al términos como inmortal, supra corpóreo, necesa-
tiempo que nos empeñamos en seguir utili- rio, espiritual o eterno.
zando aquellos esquemas empobrecedores, Admito que ciertas ideologías, o determi-
hacemos profuso uso de términos como el de nados preceptos metodológicos 0más cienti-
«persona» y «dignidad», y de todos sus rela- ficistas que científicos0, excluyan la conside-
tivos y derivados, radicalmente incompatibles ración de las realidades expresadas por estos
con el contexto formal y argumentativo 0con vocablos. Pero quienes se sientan ligados por
el angosto y depauperado universo mental0 semejantes imperativos, no deberían ni si-
en que los estamos incluyendo. quiera plantearse el problema de la dignidad
Todo sugiere, por tanto, que la civiliza- personal. Desde tales presupuestos, mientras
ción contemporánea padece una incapacidad renuncien a otros modos de saber también
casi congénita para apreciar en qué consiste plenamente humanos, les resultará imposible
realmente la sublime grandeza de cada perso- elevarse hasta una solución cabal, definitiva.
na; que la propia idea de «dignidad» consti-
tuye hoy, como insinuábamos, un imposible (Conferencia pronunciada en el 1Simposium Europeo
cognoscitivo; que no sabemos ya qué es lo que de Bioética, Santiago de Compostela, V-1993)

significa 0por estar dotado de libertad y de


espíritu0 ser valioso en sí y por sí; que se han
impuesto por ello, en el trato con los seres Notas
humanos, las mismas normas que rigen el (1) René Descartes, Discours de la méthode, (ed. Gilson),
mundo de lo infrapersonal; que nos hemos J. Vrin, París, S" ed 1976, pp. 61-62.

acostumbrado a calibrar toda la realidad (2) Robert Spaemann, «Sobre el concepto de dignidad
humana», en Lo natural y lo racional, Rialp, Madrid 1989,
0también la específicamente nuestra0 en pu-
pp. 118-119.
ros términos de especie, cantidad y subordi-
(3) Jaime Balmes, Filosofía fundamental, BAC., Ma-
nación utilitaria 24 . drid, 2· ed. 1963, 1, n. 340, p. 188.
¿Por qué? Porque no es posible advertir (4) Joseph Ratzinger, «Presentación a la Instrucción
0de manera cumplida, consistente0 que cada Donum vitae», en AA.VV, El don de la vida, Palabra, Ma-
persona, autárquica e incondicionalmente consi- drid 1992, p. 19.

78 Cuadernos de Bioética 1994/1"-2"


Dignidad humana y libertad en la bioética

(5) Inmanuel Kant, Metaphysik der Sitten, Tugendlehre, su alma, y por su alma actúa. Y como el alma tiene el ser
par. 38 (III,321). por sí 0eS subsistente en sí misma"" por sí misma puede
(6) Pico della Mirandola, Discurso sobre la dignidad del obrar. De ahi el conocimiento intelectual, abierto a todo el
hombre, Oratio Ioannis Pici Mirandulae Comitis, "Legi Pa- ser O; y de ahi la libertad o pleno dominio de sus actos,
tres", Opera Omnia, edil. Sehan Petit, Paris 1517, s.p. consiguiente al pleno dominio de su propio ser. La auto-
nornia personal del acto de ser funda la autonornia de su
(7) Tomás de Aquino, S. Th. HI, Prólogo.
obrar, su libertad" (Carlos Cardona, Metafísica del bien y del
(8) Idem, Super Epistolas S. Pauli lectura. Ad Romanos, mal, cil., p. 92).
cap. n. lecl. 3, n° 217.
(19) Cfr., al respecto, Robert Spaernann, Lo natural y lo
(9) Manuel García Morente, "La estructura de la his- racional, cil., pp. 101 ss.
toria", en El «Hecho extraordinario» y otros escritos, Rialp,
(20) Carla Caffarra, La sexualidad humana, cil., p. 26
Madrid 1986, pp. 21O-21l.
(21) Ibídem, pp. 26-27.
(10) Antonio Millán-Puelles, Sobre el hombre y la socie-
dad, Rialp, Madrid 1976, p. 99. (22) Karol Wojtyla, Amor y responsabilidad, Razón y fe,
Madrid, 12' ed. 1979, p. 14.
(11) Tomás de Aquino, In I Sent., PrólogiJ.
(23) Antonio Millán-Puelles, o. c., p. 100.
(12) Por ineludibles condicionamientos de espacio,
apelaremos sobre todo en este escrito a la capacidad de (24) En este mismo sentido, con la fuerte carga dialéc-
autodeterminación, componente efectivo de la libertad tica que lo caracteriza, se había pronunciado repetidamen-
humana. Pero su intr1nseca orientación al bien, sin la que te, ya en el siglo pasado, Saren Kierkegaard. Escogemos al
una autonornia pefectiva se toma inexplicable, se manten- azar algunos de sus textos, entre los muchisimos posibles:
drá como telón de fondo de todas nuestras consideracio- "Hegel, como el paganismo, en el fondo hace de los hom-
nes. bres un género animal dotado de razón. Porque en el
género anirna1 vale siempre el principio: el singular es
(13) Cfr. Camelia Fabro, Riflessioni sulla liberta, Mag-
inferior al género. El género humano, por el contrario, tiene
gioli editare, Rirnini 1983, pp. v;;;, ix y passim.
la característica, precisamente porque cada Singular es
(14) Carla Caffarra, La sexualidad humana, Ed. Encuen- creado a imagen de Dios, de que el Singular es más alto
tro, Madrid 1987, pp. 23-24 que el Género" (Saren Kierkegaard, Diario, IX A 80). "Pen-
(15) José Luis del Barco, «Bioética y dignidad huma- sar en términos de especie tiene una cierta legitimidad
na», en AA.VV., Bioética, Rialp, Madrid 1992, p. 24. cuando se trata de animales ",donde el individuo está al
servicio de la permanencia de la especie en el tiempo"" pero
(16) Robert Spaemann, «¿Todos los hombres son per-
no la tiene ya cuando hay espíritu, donde hay libertad, que
sonas?», en AA.VV., Bioética, cil., pp. 71-73.
es el reino del amor O. En el ámbito animal, la especie es
(17) Carlos Cardona, Metafísica del bien y del mal, EUN- superior al individuo: mil pájaros son más que un pájaro.
SA, Pamplona 1987, p. 90. En el ámbito espiritual, el individuo es más que la especie:
(18) He aqlÚ el texto fundamental, en el que se con- un hombre es más que mil hombres, y es más hombre
densa el núcleo de la cuestión:"De la misma manera se porque es más persona, porque la «masa» despersonaliza"
tiene el ser y el obrar. La persona humana tiene el ser por (Ibídem, X2 A 426).

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