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LFV 487

2 CRÓNICAS 7:6-22

Continuamos nuestro estudio en el capítulo 7 del Segundo Libro de


Crónicas. Y en nuestro programa anterior, al terminar, estuvimos hablando
de las víctimas que sacrificaron el rey Salomón y todo el pueblo, durante la
dedicación del templo. El significado primordial de aquellos sacrificios era
que señalaban al sacrificio del Señor Jesucristo en la cruz.

Los escépticos han criticado duramente la declaración que leímos en 2


Crónicas 7:5, en base a tres asuntos: (1) Ellos dijeron que esta ofrenda y el
sacrificio fueron extravagantes; (2) que habría sido imposible físicamente
ofrecer tantos sacrificios en el altar y (3) que no era necesario haber
sacrificado a tantos animales.

Bien, entonces, miremos estas tres cuestiones por un momento bajo la luz
de la Palabra de Dios. En primer lugar tenemos que aclarar que, aunque el
templo era el centro de estas actividades, no creemos que todos esos
animales fueran sacrificados todos al mismo tiempo, en un solo altar. Como
veremos dentro de un momento, el versículo 7, de este mismo capítulo 7 de
2 Crónicas, reconoce esta imposibilidad con toda claridad y dice: porque
en el altar de bronce que Salomón había hecho no cabían los
holocaustos, las ofrendas de cereales y la grasa.
Para esta ocasión especial, creemos que se erigieron altares alrededor de la
zona del templo e incluso en otros lugares de aquel territorio. Por lo tanto,
el texto Bíblico no relata ninguna imposibilidad física. Pero, ¿por qué
semejante gasto? Para que cada zona del país pudiera tener su propio
sacrificio. Fue algo similar a lo que ocurrió cuando los israelitas salieron
de la tierra de Egipto y tuvieron que sacrificar un cordero por cada familia.
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Por eso, aquella noche, hubo que sacrificar a miles de corderos. Así que no
fue un gasto innecesario, por dos razones. En primer lugar, el significado
primordial de aquellos sacrificios señalaba al sacrificio del Señor
Jesucristo. Y, estimado oyente, fue Simón Pedro quien dijo que fue sangre
preciosa la que Él derramó. Dijo Pedro en su primera carta, 1:18 y 19:
“Pues ya sabéis que fuisteis rescatados...no con cosas corruptibles como
oro y plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin
mancha y sin contaminación”. Por lo tanto, concluimos que aquella
ceremonia no constituyó un gasto demasiado caro, porque estaba señalando
hacia Cristo Jesús mismo, como un testimonio gráfico y explicativo de la
gracia de Dios para todos los tiempos y épocas de la historia. Y en segundo
lugar, no se trató de un gasto inútil porque la carne fue posteriormente
utilizada como alimento. Aunque en el holocausto la ofrenda era
consumida totalmente por el fuego, también el pueblo comió de otras
ofrendas como, por ejemplo, las ofrendas de paz. Así que aquella fue una
memorable ocasión para celebrar una gran fiesta.

Leamos ahora el versículo 6 de este capítulo 7 del Segundo Libro de


Crónicas:

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Los sacerdotes desempeñaban su ministerio, mientras los levitas
alababan al Señor con los instrumentos de música que el rey David
había hecho para acompañar los cánticos al Señor, porque su
misericordia es para siempre, entonando los cánticos compuestos por
David. Los sacerdotes tocaban las trompetas delante de ellos, y todo
Israel se mantenía en pie.

Hay una cosa que quisiéramos lograr y es que los hijos de Dios, con
verdadera convicción, alaben al Señor y pueda decir: “Dios es bueno y Su
misericordia es para siempre.” ¡Ah, cuán bueno ha sido Dios conmigo, y
con usted, estimado oyente! Eso es lo que Salomón estaba expresando.
Ahora, en los versículos 7 y 8 leemos:
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7
También Salomón consagró la parte central del atrio que estaba
delante de la casa del Señor, por cuanto había ofrecido allí los
holocaustos, y lo mejor de las ofrendas de paz; porque en el altar de
bronce que Salomón había hecho no cabían los holocaustos, las
ofrendas de cereales y la grasa.
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Entonces hizo Salomón fiesta siete días, y con él todo Israel, una gran
congregación, desde la entrada de Hamat hasta el arroyo de Egipto.

La frase “desde la entrada de Hamat hasta el arroyo de Egipto”, significa


desde el extremo norte hasta el extremo sur de la tierra. Leamos ahora los
versículos 12 al 14, que nos describen

LA SEGUNDA APARICIÓN DE DIOS A SALOMÓN

12
Entonces apareció el Señor a Salomón de noche y le dijo: Yo he oído
tu oración, y he elegido para mí este lugar como Casa de sacrificio. 13Si
yo cierro los cielos para que no haya lluvia, y si mando a la langosta
que consuma la tierra, o si envío pestilencia a mi pueblo; 14si se humilla
mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oran, y buscan mi
rostro, y se convierten de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los
cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra.

Vamos a dedicar bastante tiempo a este versículo, considerando que ha sido


utilizado con frecuencia fuera de su contexto, sin tener en cuenta su
significado principal. Ha sido citado como una promesa de Dios a nosotros,
en el sentido de que si hacemos ciertas cosas, entonces, Dios, a su vez,
hará algunas cosas o actuará de cierta manera. Este versículo ha sido
adaptado para su aplicación en cualquier situación local. En realidad, ha
sido utilizado para promover movimientos de renovación. Y quizá usted en
esfuerzos de evangelización ha escuchado a alguien levantarse y mencionar
esta porción para declarar que confiaba en el cumplimiento de esta
promesa. Creemos que una cuidadosa consideración de este versículo, de
su ubicación, contexto y contenido, nos evitará tomarlo como una cápsula y
tragarlo sin prestar atención a su significado real. Lo violentamos cuando
lo sacamos de su lugar en el relato Bíblico, sólo porque parece encajar bien
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en relación con nuestros planes y dice lo que queremos decir, y entonces


ignoramos su propósito principal y le quitamos su vitalidad. Y por eso, se
convierte en algo verdaderamente sin sentido real.

Queremos hablar en forma clara y precisa. Somos de los que creen en la


inspiración de la Palabra de Dios. Pensamos que es el único sistema que
trata en forma consistente, toda la Biblia, confiriéndole un significado
normal, literal y real a las enseñanzas, a las predicciones y a las promesas
que Dios pronunció por medio de Sus mensajeros, que escribieron bajo el
control del Espíritu Santo.

Esta forma de interpretar la Biblia, como otras, puede dejarnos algunos


problemas o interrogantes, pero resuelve y aclara muchos más que
cualquier otra interpretación del texto Bíblico. Para mencionar un ejemplo,
reconocemos que el Sermón del Monte, mira hacia el reino futuro y que
será la ley del reino. Sin embargo, también creemos que tiene un mensaje
para nosotros en nuestros días.

Pero creemos que en la Gran Tribulación, esa oración va a tener un


significado profundo para los que vivan en aquel tiempo. Nunca hemos
excluido al Sermón del Monte. En realidad, predicamos sobre él. Muestra
que el ser humano no llega al nivel de las normas señaladas por Dios.
También encontramos que la oración del Padre Nuestro es de ayuda. Yo lo
uso también como mi oración. Lo que tenemos que notar es que hay una
interpretación de las Escrituras, eso es una cosa. Otra diferente, es la
aplicación de las Escrituras. La interpretación de un versículo de la
Escritura nos enseñará lo que significa en su contexto y situación. Puede
que no haya sido escrito para nosotros en absoluto. Podríamos mencionar
muchos mandamientos presentados en el Antiguo Testamento, que no son
mandamientos dados para nosotros. Sin embargo, la aplicación de todas las
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Sagradas Escrituras sí es para nosotros. Dios tiene algo muy importante que
enseñarnos a través de toda la Biblia.

Ahora bien, volvamos a 2 Crónicas 7:14. La ocasión o el contexto es, como


hemos visto, la dedicación del templo de David que edificó Salomón. Fue
la Palabra de Dios a Salomón, con respecto a esa tierra y en ese día.
Después de la dedicación, Salomón dirigió a Dios esa gran oración que ya
hemos tenido ocasión de mencionar. Dios recordó las oraciones de Su
pueblo y le dijo a Salomón, en el versículo 14: “Mi pueblo, sobre el cual mi
nombre es invocado”. Note usted: “Mi pueblo”. ¿A quién se estaba
dirigiendo? Pues, por “mi pueblo sobre el cual mi nombre es invocado” se
refería a Israel. O sea, que Dios estaba hablando a Salomón sobre Israel.
Ahora, si ellos se humillaran, si oraran, le buscaran y dejaran su mala
conducta, entonces Dios les prometió a los israelitas tres cosas: escucharía
su oración, les perdonaría, y les devolvería la prosperidad a su país. Ésas
fueron condiciones concretas que Dios fijó para Israel, y la historia de ese
pueblo demostró la exactitud y carácter literal de esos aspectos.

Cuando uno va al Nuevo Testamento encuentra en Mateo 3:2 a Juan el


Bautista diciendo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha
acercado.” El Señor Jesucristo repitió aquella demanda, llamando a la
nación a que aceptara Sus condiciones, para que las promesas de Dios
fueran cumplidas. Fue una oferta legítima. En nuestro tiempo, los
israelitas han sido dispersados por todo el mundo. Ellos no pueden tener
paz en esa tierra porque no han cumplido con esas condiciones. Ésta es,
pues, una interpretación literal.

Ahora veamos la aplicación. Este versículo tiene un mensaje para mí. No


lo puedo dejar de lado, sólo porque Dios no lo dirigió a mí. Creemos que
tiene una fórmula para esta época. Dice: “Mi pueblo.” Ahora, ¿quiénes son
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en estos días los que pertenecen a Su pueblo? Él tiene un pueblo hoy, ese
pueblo que llamamos la Iglesia o el cuerpo de Cristo, formado por aquellos
que han aceptado al Salvador. Dice la Escritura en Tito 2.14, “Él se dio a
sí mismo por nosotros para redimirnos de toda maldad y purificar para sí
un pueblo propio, celoso de buenas obras.” Dios tiene Su pueblo. Y Él
dijo: “Si se humillare mi pueblo.” La naturaleza humana es muy orgullosa,
por eso se nos reprende para que seamos humildes. Se nos ha dicho de una
manera inequívoca en la Palabra de Dios, por medio del apóstol Pablo, en
su carta a los Efesios, capítulo 4, versículos 1 y 2, lo siguiente: “1Yo pues,
preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con
que fuisteis llamados, 2con toda humildad y mansedumbre, soportándoos
con paciencia los unos a los otros en amor.” Y en la carta a los Gálatas se
nos dice que esta actitud forma parte del fruto del Espíritu: “El fruto del
Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza”, la humildad es, pues, algo recomendable para
el creyente de estos días.

Continuando ahora, con este versículo 14, aquí en el capítulo 7, del


Segundo Libro de Crónicas, tenemos una frase que dice: “que si ellos
oraren”. Ciertamente, en muchos pasajes del Nuevo Testamento se nos
pide que oremos. El Señor Jesucristo les dijo a Sus discípulos que velasen y
orasen, y las cartas o epístolas contienen numerosos mandamientos sobre
la oración. Por ejemplo, se nos dice en Efesios 6: “Orando en todo tiempo
con toda oración y súplica.” Y luego, en este mismo versículo 14 de 2
Crónicas, dice: “y buscaren mi rostro”, que también es un consejo del
Nuevo Testamento. Por ejemplo, en el capítulo 3:1 y 2 de la carta del
apóstol Pablo a los Colosenses, se nos dice: “Si, pues, habéis resucitado
con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la
derecha de Dios.” Luego continuamos leyendo aquí en este versículo 14,
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del capítulo 7 del Segundo Libro de Crónicas: “y se convirtieren de sus


malos caminos” y esto también se aplica a nosotros. Dios, estimado
oyente, tiene mucho que decir sobre el arrepentimiento de los creyentes.
En el libro de Apocalipsis, capítulo 3, versículo 19, dice: “Yo reprendo y
castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.” Por lo tanto,
el arrepentimiento es algo propio del hijo de Dios.

Nos preguntamos entonces, ¿qué parte le toca a Dios? Pues bien, Dios ha
hecho una promesa aquí en 2 Crónicas; dijo que Él oiría. Y en la primera
carta del apóstol Juan, capítulo 3, versículo 22, leemos: “22y cualquiera
cosa que pidamos la recibiremos de él, porque guardamos sus
mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él.”
Dios también ha prometido perdonar. Dice 1 Juan 1:9, “Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados.”

Y finalmente, dice aquí en 2 Crónicas 7: “y sanaré su tierra”, como parte


final de este versículo 14. Esto, evidentemente, no se aplica a nosotros. No
vemos en ninguna parte del Nuevo Testamento donde Él diga que hará eso.
No hay ninguna promesa en este día que diga que Dios garantiza una
bendición material. Al estar unidos a Cristo somos bendecidos, estimado
oyente, con toda clase de bendiciones espirituales. Espiritualmente, delante
de Él éramos extranjeros, enemigos de Dios, pero hemos sido hechos hijos
de Dios al ser redimidos por la sangre de Cristo. Y nuestros pecados han
sido personados. El Espíritu de Dios nos transforma siguiendo el modelo de
Cristo, nos consuela y nos da fuerzas para nuestra vida diaria. El cielo es
nuestro hogar, y nuestra meta, la nueva Jerusalén. Hemos sido liberados del
castigo. Estas son, pues, nuestras bendiciones. Que van mucho más allá que
la promesa de una tierra próspera.

En conclusión, diremos que este versículo no ha sido dado directamente


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para nosotros, aunque lo podemos usar y aplicar a nuestra vida junto con
los mandatos y la interpretación del Nuevo Testamento. Si usted quiere
tomar estas condiciones que Dios le dio a Israel, usted podrá ver que son
condiciones que, como hemos visto y según el Nuevo Testamento, también
lo son para el creyente del día de hoy. Ahora, como hemos dicho, no se
debe sacar a un versículo de su contexto, y el versículo 14 y sus
recomendaciones, fueron dadas en el contexto del versículo 15 que le sigue,
y que leemos a continuación:

15
Mis ojos estarán abiertos, y mis oídos atentos, a la oración que se
haga en este lugar;

Por lo tanto, la promesa de estos versículos fue dada principalmente a Israel


en el contexto de la dedicación del templo y de su situación espiritual
concreta. Aunque este pasaje tiene una aplicación para nosotros como
cristianos, es mejor ir al Nuevo Testamento para recibir allí las promesas de
Dios directamente y en toda su plenitud presente y futura. Continuemos
ahora con el versículo 16, de este capítulo 7, del Segundo Libro de
Crónicas:

16
pues ahora he elegido y santificado esta Casa, para que esté en ella mi
nombre para siempre; y mis ojos y mi corazón estarán ahí para
siempre.

Si usted pudiera visitar Jerusalén y hospedarse en uno de los hoteles que


están cerca de este lugar; podría levantarse por la mañana y mirar a través
de las ventanas este mismo sitio que es mencionado en este pasaje. Y quizá
pueda decir para sí mismo, “estoy mirando el mismo lugar que Dios está
mirando.” Porque ese sitio es un lugar muy especial para Dios. Ahora,
leamos los versículos 17 y 18:

17
Y si tú andas delante de mí como anduvo tu padre David, haces todas
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las cosas que yo te he mandado, y guardas mis estatutos y mis decretos,


18
yo confirmaré el trono de tu reino, como pacté con David, tu padre,
diciendo: No te faltará uno de los tuyos para que gobierne en Israel.

Dios les había prometido que en el linaje Davídico, no llegaría a haber un


tiempo durante el cual no tuvieran quién reinara. No hay nadie hoy en esta
tierra que pueda decir que pertenece a la línea de descendencia de David.
Pero hay Uno que está sentado hoy a la derecha de Dios y a quien se le
dijo, en las palabras del Salmo 110:1: “Siéntate a mi diestra, hasta que
ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” Ahora, los versículos 19 y
20, dicen:

19
Pero si vosotros os volvéis, y dejáis mis estatutos y mandamientos que
he puesto delante de vosotros, y vais y servís a dioses ajenos, y los
adoráis, 20yo os arrancaré de mi tierra que os he dado; arrojaré de mi
presencia esta Casa que he santificado a mi nombre, y la haré objeto
de burla y escarnio entre todos los pueblos.

Y eso es lo que ese lugar llegó a ser y es en el día de hoy. Ya no es un


lugar sagrado para los israelitas, porque allí se encuentra la mezquita de
Omar. Luego, leamos el versículo 21:

21
Y esta Casa que es tan excelsa, será espanto a todo el que pase, de
modo que dirá: ¿Por qué ha hecho así el Señor a esta tierra y a esta
Casa?

Cuando uno se pone en la actualidad a ver el sitio donde estaba el templo,


no puede menos que preguntarse, ¿por qué se encuentra este lugar en esas
condiciones? Allí tenía que haber estado la Casa que, en el pasaje que hoy
estudiamos, fue inaugurada con una gran celebración. Uno pensaría que ya
que era el lugar que Dios había elegido, no dejaría que eso sucediera. Pero
lo que ha ocurrido es exactamente lo que Dios dijo que ocurriría. Ahora, el
versículo final de este capítulo 7, versículo 22, dice:
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22
Y se responderá: Por cuanto dejaron al Señor, Dios de sus padres,
que los sacó de la tierra de Egipto, y han abrazado a dioses ajenos, y
los adoraron y sirvieron; por eso él ha traído todo este mal sobre ellos.

Ésa es la respuesta que se debe dar cuando alguien se pregunte por la actual
condición de ese lugar. La Palabra de Dios dijo con toda claridad que esto
ocurriría porque los israelitas abandonarían al Señor su Dios. Y Dios honra
Su Palabra cumpliéndola. Y la Palabra divina se cumplió, más allá de toda
consideración estratégica, militar o económica. Esa Palabra desborda todos
los cálculos y ambiciones humanas. Y así, llegamos al final del capítulo 7
de este Segundo Libro de Crónicas. Y terminamos hoy con una reflexión.
Los israelitas fueron una demostración histórica de la ley inexorable de la
siembra y la cosecha, ley que bien puede aplicarse a todos los seres
humanos de todos los pueblos de la tierra. El apóstol San Pablo dijo en su
carta a los Gálatas 6: 7, “No os engañéis; Dios no puede ser burlado, pues
todo lo que el hombre siembre, eso también segará.” Las consecuencias
del pecado persiguen a quienes lo han practicado y lo practican. Los
israelitas se alejaron de Dios y han tenido que sobrellevar las
consecuencias, que son incluso evidentes en el día de hoy. Pero la Biblia
también aclara que todos los seres humanos han pecado y se encuentran
lejos de la presencia gloriosa de Dios.
Estimado oyente, el mensaje del Evangelio, como su mismo nombre así lo
indica, trae buenas noticias. Hay salvación, liberación, redención, por la
obra de Cristo en la cruz y por la victoria de Su resurrección. Le invitamos
a salir de la ley del pecado y sus consecuencias, de ese círculo cerrado, del
cual no hay salida, para que confiando en el Señor Jesucristo como su
Salvador, pueda usted disfrutar de la salvación y de la libertad de los hijos
de Dios. Recuerde que Jesús mismo comunicó esta buena noticia cuando
dijo: “Si el Hijo de Dios os hace libres, seréis realmente libres.”

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