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2012 - Folleto Dolores y Gozos de San José
2012 - Folleto Dolores y Gozos de San José
Patxi Velasco Fano y Salvador Gil Canto tuvimos la suerte de ser alumnos del colegio
“La Inmaculada y San José de la Montaña” en Ronda (Málaga). Aquellos años marcaron
nuestra vida. La nuestra y la de otros muchos que en distintos lugares siguen viviendo la
fe y haciendo el bien. Hoy Patxi es esposo y padre de tres hijos, director del colegio María
de la O en la barriada de los Asperones, un laico de vocación. Salva es sacerdote en la
Parroquia de Sta. Mª de la Amargura y anima la pastoral juvenil. Los dos compartimos
la vida, la fe y el trabajo pastoral en Málaga. El Señor después de años nos ha unido en
la Parroquia de la Amargura. Damos gracias a Dios por todo lo vivido en aquellos años y
por todas las personas con las que compartimos aquella etapa del colegio. Ambos hemos
recordado en más de una ocasión que allí tuvimos nuestra primera llamada del Señor.
Eran las «cuatro de la tarde» (Jn 1, 39) cuando Jesús nos llamó.
Detrás de estos dibujos y reflexiones hay nombres de madres entregadas a los des-
amparados: niños, jóvenes y ancianos. También están nuestras dos madres que nos die-
ron la vida. Hay vivencias inolvidables en clases, encuentros, convivencias y campamentos.
Hay rostros concretos de mujeres que siguen desgastando la vida por los más pobres.
Algunas de ellas aún sirven entre nosotros, otras gozan del amor del Padre desde el
cielo. Hoy recordamos con gratitud a aquellas religiosas que han sido para nosotros sig-
no, presencia y testimonio del amor misericordioso de Dios «que sale al encuentro de las
necesidades del mundo para remediarlas». Este es el carisma de la Congregación, por
favor, no lo olvidéis nunca. Porque sois «por caridad misericordiosa, MADRES para los
desamparados, lo que son las madres para sus hijos por el amor natural» (Beata Petra).
En el colegio aprendimos e interiorizamos la devoción a san José. Sí, a San José, el de
la Montaña. En el pasillo, en la capilla, en la escalera, allí estaba él. Con mirada limpia, con
Jesús entre sus brazos, con la vara de nar-do y con una gran corona. San José nos ha
acompañado en nuestras vidas desde niños. Igual que la Madre Petra. Comprendemos
ahora la insistencia de esta beata malagueña en acudir a él, en propagar su figura y en
extender a todos su cariño y devoción. San José no nos defrauda. A sus pies hemos cre-
cido muchos de nosotros y lo siguen haciendo hoy niños y jóvenes. Es uno de los grandes
santos que tenemos la suerte de conocer y que nos enseña en nuestra vida cristiana que
el camino para seguir al Señor pasa por la humildad, el silencio, la sencillez, la ternura
y la fidelidad confiada en la voluntad de Dios.
El ejercicio de los Siete domingos dedicados a San José, en los que meditar y contem-
plar sus Dolores y Gozos, son un buen instrumento para acrecentar nuestro deseo de
ser santos. Porque de eso se trata, de creernos de verdad que estamos llamados a la
santidad, como nos recuerda del papa Francisco en la Exhortación Gaudete et exsultate
(cf. GE 2). San José es uno de esos santos «de la puerta de al lado» (GE 6). Madre Petra
siempre acudía a él, en especial cuando la socorría en sus aprietos: «Di gracias a San
José, yo les decía que el que ha hecho lo más hará también lo menos» (Crónicas XX, 46).
Así pues, ¿cómo no vamos a ir a él?
Después de algún tiempo, os ofrecemos este pequeño trabajo que nace del cariño y
agradecimiento a las Madres de los Desamparados y a toda la Congregación. Lo hemos
realizado con el corazón sobrecogido de agradecimiento y admiración. Lo compartimos
con el deseo de que pueda llegar a muchas personas. Os invitamos a que contempléis
los dibujos para que nos ayuden a rezar, y que recéis con la Palabra de Dios, con las
reflexiones y con las oraciones que aquí se recogen. Esta idea nació a los pies del bendito
santo en el Santuario de Barcelona. Demos gracias a Dios. Estamos convencidos de que
San José nos inspiró. Por eso «id a José», que nos lleva a Jesús y a María.
A él acudimos: San José de la Montaña, ruega por nosotros.
C
on frecuencia aparece en la Biblia que Dios habla a través de los sueños para
comunicarse o indicar una misión. El sueño nos remite a la noche y a la oscuridad.
También en esa situación Dios habla. José recibe en sueños la noticia de que el
hijo que espera María es obra del Espíritu Santo. Dios hace las cosas a su modo y nunca
deja de sorprendernos.
José siente dolor, no puede comprender por qué María ha actuado de este modo. Ex-
perimenta que ha sido engañado, traicionado. Parece que la infidelidad vuelve a vencer.
Su dolor se torna sufrimiento porque tiene que decidir repudiar a María aunque lo haga
con discreción. Pero Dios, también en su noche oscura, le sale al encuentro.
ORACIÓN
San José, tú que recibiste el encargo de poner nombre al niño que nacerá,
haz que nuestro gozo sea darnos sin medida a los demás,
que todos los niños del mundo puedan tener padres, familia y hogar.
L
a vida de San José no se entiende sin la vida de la Virgen María. Ambos llegan
a Belén donde nacerá Jesús. Belén significa «casa de pan». Jesús nace en un
pesebre pobre y sencillo. Al nacer en Belén, nace en el Pan. La pobreza del
pesebre Jesús la convierte en riqueza porque Belén es casa de pan. Así actúa Dios,
permite que su Hijo nazca en el lugar más pobre y humilde que se puede hallar, pero lo
transforma en un lugar de riqueza, donde todos nos podemos alimentar de su pan. En el
pesebre está Jesús al nacer, en el Pan de la Eucaristía estará al final de sus días.
José experimenta el dolor al ver que María da a luz a Jesús en la pobreza extrema de
un pesebre en la ciudad de Belén. Es el mismo dolor que hoy sienten muchos padres que
no tienen lo necesario para que sus hijos nazcan y crezcan con dignidad.
Pero su dolor se torna en alegría porque el que nace es el Hijo de Dios, el Mesías, el
Señor que trae el alimento necesario para que todos los pobres de la tierra se puedan
saciar.
ORACIÓN
J
osé cumple con la tradición de la religión judía y lleva, junto a María, a circuncidar
a Jesús. Con este ritual se comenzaba a pertenecer al pueblo de Dios, al pueblo de
la Alianza. Dios cumple sus promesas y en su Hijo Jesús nos hace miembros de su
familia. Jesús es el hijo de José y María pero pertenece por entero a Dios, es el Hijo de
su propiedad. También nosotros, cuando fuimos bautizados recibimos el regalo de ser
hijos de Dios. Nos marcaron y sellaron para ser cristianos y fuimos consagrados para
pertenecer a la familia de Dios que es la Iglesia.
José siente dolor pues en la circuncisión el niño llorará. Es la primera sangre derra-
mada de Jesús, que se consumará con la entrega de su vida en la cruz. Antes, en la
última cena Jesús había dicho «esta es mi sangre que se derrama por vosotros». La
sangre en la vida de Jesús está al comienzo y al final de sus días, es el signo más visible
de su amor y de su entrega.
Pero José siente gozo y paz. Le pondrá por nombre Jesús que significa Dios salva. Es
la alegría de saber que este Niño viene a traernos la salvación, la plenitud de vida y la
felicidad.
ORACIÓN
C
ontemplemos esta escena. Jesús es presentado en el templo. José no reclama
protagonismo alguno. José está, acompaña, cumple la ley de Moisés y presenta a
Jesús para que sea consagrado como todo primogénito. Es el hombre del si-len-
cio, de la contemplación y del ofrecimiento. Ya había meditado en su cora-zón que este
niño sería grande y por eso se lo ofrece a Dios.
Simeón, hombre del Espíritu, aguarda la promesa que se consuma al coger en sus
brazos a Jesús. También como José es un hombre justo y piadoso, por eso el mismo Dios
le había concedido que no moriría sin antes ver al Salvador.
José siente dolor porque este niño será piedra de escándalo para muchos en su pueblo
y signo de contradicción para aquellos que no lo acogieran en sus vidas. Jesús sería
acogido por unos, al mismo tiempo que rechazado por otros.
Junto al dolor descubrimos el gozo profundo de José que lleva a Jesús hasta el templo
para ser consagrado a Dios. Gozo también por acompañar a María para su purificación.
Es el gozo de quien sabe estar en silencio, en segundo plano. Es el gozo de quien sabe
acompañar.
ORACIÓN
J
osé, María y Jesús tampoco se libran de la persecución. Tienen que huir, tienen que
emigrar. Hoy más que nunca familias enteras salen de sus tierras para buscar me-
jores condiciones de vida. Y huyen de cualquier tipo de persecución a causa de las
injusticias. La familia de Nazaret va a Egipto. Allí recordaran que el Pueblo de Israel estuvo
sometido a la esclavitud. Hoy recordamos a muchas familias que no llegaron a sus destino
final, sino que sucumbieron en el intento.
La lucha por el poder saca del hombre sus peores instintos. Si hay que matar se mata
y todo queda justificado. Jesús huye de ese poder. Él tiene otro poder. Su poder es el del
amor. El poder de Jesús, que aprendió de José y María es el no tener poder.
José siento un profundo dolor al tener que coger a María y a Jesús y llevarlos a Egipto, a
un lugar seguro, lejos de su tierra. Es la única forma de salvar al niño. Es el mismo dolor
de muchos padres y madres de nuestros días que tienen que emigrar y dejar sus familias,
casas y tierras. Pero siente profundo gozo también, al saber que Jesús iba a estar fuera
del peligro de la muerte, fuera del poder que asesina a niños inocentes. De Egipto Dios
sacará a su Hijo. De Egipto Dios llamó a su pueblo para liberarlo de la esclavitud y conducirlo
a la Tierra Prometida.
ORACIÓN
D
e nuevo Dios se comunica en sueños a José por medio de un ángel. La mi-sión
que ahora se le confía es la de volver a su tierra, de la que partieron hu-yendo.
Hacer el camino de vuelta significa confiar una vez más en los planes del Señor.
Y José responde con prontitud. José nos enseña de nuevo a ponernos en camino para
llegar al origen de nuestra historia personal de encuentro con Dios. Un tiempo nuevo se
abre en nuestras vidas cuando volvemos para llegar al amor primero. Ese amor que dio
lugar a que el Señor nos sedujera, nos lla-mara y nos mostrara lo que quiere de cada
uno de nosotros.
José siente dolor y miedo de que Arquelao, que reinaba en Judea, pretenda matar al
niño. El dolor y el miedo de saber que Jesús durante toda su infancia, al igual que durante
toda su vida, será perseguido y acosado por los poderosos del mundo.
Pero a la vez siente un gran gozo porque volverán a su patria, a la ciudad de Nazaret
de donde era María. En Nazaret se instalarán, vivirán como una familia humilde. José y
María verán juntos crecer al Hijo de Dios.
ORACIÓN
C
uántos padres y madres han perdido a sus hijos pequeños. Algunos lo han recobra-
do con vida, otros sin ella. José también perdió a Jesús. A cualquier padre le puede
pasar. Ante la pérdida, José y María angustiados y preocupados buscan a Jesús.
José nos enseña a buscar siempre a Jesús, pero en especial cuando estemos pasando un
mal momento o cuando nos llegue el momento de la enfermedad y de dolor.
Pero José encuentra al niño. Quizás donde no lo podía imaginar. Estaba en la casa de su
Padre que es el templo. Al encontrarlo José calla, contempla, hace silencio y seguro que lo
abraza. Este niño se debe dedicar a las cosas de su Padre Dios, aunque José no lo llegue
a comprender. Para eso ha venido para cumplir el plan de Dios entre nosotros.
José siente dolor que toma la forma de angustia porque han perdido a Jesús a la vuelta
de Jerusalén. Son momentos de tensión, de nervios, de ansiedad. Es el dolor de sentir
que alguien en tu vida ya no está. Pero también vive un intenso gozo que se convierte en
alegría profunda al hallarlo en el templo. Jesús está en su casa y todos los que le escuchan
se quedaban admirados. Es el gozo desbordante que también nosotros experimentamos
cuando nos encontramos con Jesús en la casa de Dios.
ORACIÓN