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Échame a la senda

Señor, dame un camino y empújame a la mar,


mándame a todo rumbo por bosques y desiertos,
por llanos y guijarros o por floridos huertos
que me siento cansado de tanto descansar.

Dame cualquier camino para peregrinar


hoy tengo los impulsos de la marcha despiertos;
échame a todos los mares, guíame a todos puertos,
que amo la incertidumbre y no puedo esperar.

Sólo tu voz espero para hacerme a la marcha;


no temeré la espina ni me helará la escarcha
y gustaré el sustento que me quieras brindar.

Me ofreceré de báculo si encuentro algún caído,


de padre si hay un huérfano, de esperanza si olvido:
pero échame a la senda que yo quiero rodar.
Alfonso Guillen Zelaya
Madre Melancolía

A tus exangües pechos, Madre Melancolía,


he de vivir pegado, con secreta amargura,
porque absorbí los éteres de la filosofía
y todos los venenos de la literatura.

En vano –fatigada de sed alma mía–


sueña con una Arcadia de sombra y de verdura,
y con ello el don sencillo de un odre de agua fría
y un racimo de dátiles y un pan sin lavadura.

Todo el dolor antiguo y todo el dolor nuevo


mezclado sutilmente en mi espíritu llevo
con el extracto de una fatal sabiduría.

Conozco ya las almas, las cosas y los seres,


he recorrido mucho las playas y los Citeres…
¡Soy tu hijo predilecto, Madre Melancolía!
Juan Ramón Molina
La convalesciente

Cuerpo de monja virgen, por el ayuno laso.


Yo vi sus ojos húmedos de inmaterial ternura;
y, de la piel suntuosa que envuelve su estructura,
miré, en aquella noche, más transparente el raso.

Pálida enferma llena de su melancolía;


cuerpo con el prestigio de los marfiles viejos;
era su voz tan tenue como un rumor de lejos;
toda ella era un perfume que se desvanecía…

Cuando marchó a su estancia me dio su mano breve


y yo la vi alejarse con un andar tan leve,
que era un frú-frú de alas el eco de su planta…

Y quise -en la suprema tensión de mi cariño-


mecerla entre mis brazos, como si fuese un niño,
para que se durmiese con una canción santa

Ramón Ortega
LA MUSA HEROICA

Si quieres que tu canto digno sea


de tu misión, del siglo y de la fama,
no derroches el estro que te inflama
en dulce pero inútil melopea.

Lanza las flechas de oro de la idea:


depón el culto de Eros y proclama
otro mejor: la lucha te reclama:
yérguete altivo en la social pelea.

No enerves tu vigor con el desmayo


del femenil deliquio: ya no es hora
de lágrimas y besos: doquier mira:

¡Hoy la estrofa compite con el rayo,


la inspiración es lava redentora
y clave en manos de Hércules la lira!
José Antonio Domínguez
Salomé

Baila sobre el marmóreo pavimento


y su forma impecable y peregrina
en una leve ondulación felina
puebla de aromas el dormido viento.

Florece de pasión su movimiento,


sonríe de placer su faz divina,
y su trágico espíritu ilumina
el fulgor de un relámpago sangriento.

Entorna las pupilas soñadoras,


su cabellera fúlgida desata;
y en la gloria inmortal de su belleza

vé al terminar sus danzas tentadoras


en una fuente de bruñida plata
del Bautista la cárdena cabeza.
Froylán Turcios

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