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AYER EN MIS SUEÑOS TE VI COLGADO

ADIÓS A LA NOSTALGIA

Nicolás Gómez Veloza

ngomezve@unal.edu.co

Epígrafe

Espero que esta presentación responda a las preguntas requeridas en la convocatoria del II Premio
Ana Santos Payán.

Me llamo Nicolás Gómez Veloza. Actualmente estudio Filosofía en la Universidad Nacional de


Colombia. La poesía viene siendo una pasión externa a mis campos de estudio. Comencé a escribir
hace muy poco tiempo y no fue sino hasta hace unos meses que le he venido mostrando mi trabajo
a las personas que me alientan a compartirlo en lecturas públicas, en plazas, en cafés y bares, y
demás espacios de las calles que me encuentro por ahí. En cuanto a la lectura, debo decir que ya
llevo bastante tiempo. Comencé a leer poesía un día que, de pequeño, recorrí los pasillos de la Casa
de Poesía Silva en mi ciudad natal, Bogotá.

Recuerdo un día que entré a la librería y le pregunté al encargado por un libro para iniciarme en la
poesía. René, el librero de aquel mágico espacio, me contestó que la más grande poesía se ha escrito
en Cuba, con lo cual comencé un estudio juicioso y atento a los poetas latinoamericanos que
estaban en boca de todos. Luego, más agraciado por mi casa que por otras cosas, le dediqué todo
mi tiempo a conocer a los poetas colombianos.

Mis modelos, por lo tanto, son los que llevo conmigo en mi sangre latinoamericana. Mi poeta
favorita es María Mercedes Carranza. Uno de mis ídolos en la vida es Juan Gustavo Cobo Borda. Sin
Borges, qué decir, me ha despertado preguntas de formas que ni Berkeley es capaz de igualar. Y sin
Gonzalo Arango y el Nadaísmo colombiano no me hubiese explicado el Nihilismo… En fin, para

responder a otra de las preguntas relevantes, sin el barroco Tres tristes tigres y sin El cumpleaños
de Juan Ángel no hubiera podido encontrar manera de escribir el largo poema que les presento
ahora.
He escrito este borrador como un largo poema que muta entre el verso y la prosa. Encontrarán en
mis palabras una línea narrativa, es una historia corta y fácil de identificar: hablo de la nostalgia de
un ser que ya hace mucho tiempo despidió a su hermano en un aeropuerto. Debo decir que, si bien
la historia es real, los elementos se han exagerado bastante. La hipérbole, para no decir más, quizás

es parte esencial de las páginas siguientes.

Nicolás Gómez Veloza

Bogotá, Colombia

AYER EN MIS SUEÑOS TE VI COLGADO. ADIÓS A LA NOSTALGIA

Me prefiguro conocer esta tal ciudad,

Me prefiguro visitar lo que haya que visitar,

No interesa,

no interesa lo que haya que mirar,

más importante el reencuentro,

más importante el rostro envejecido por lo años

que prefiguro en mi hermano.

Me prefiguro la Filmoteca de Cataluña,

Me prefiguro un turismo obligado y a su natural candor:

la arquitectura y la estatua de Colón,

esa que, apuntando con el dedo insípido,

señala mi hogar.
Y debajo de la estatua, el mar.

Playas blancas,

playas blancas

donde los blancos se broncean para parecer morenos,

un privilegio a dispensas del sol;

donde el privilegio pide fuego y la clemencia hielo.

Me prefiguro escuchar estas calles,

aplaudir sus músicas,

tantear sus poesías,

zarandear el panorama.

Me prefiguro conocer este tal Raval.

Aquí vive mi hermano y su novia en un diminuto apartamento,

un pequeño tres por uno,

a unas calles del horrible gato de Botero,

a otras tantas de las ramblas.

Para vivir aquí hay que ser extranjero:

es lo que se llama un gueto.

A los bares también me los prefiguro.

Me prefiguro a mi hermano jincho.

A mí me imagino apaleado por algún licor raro,

por la estrella Galicia y la absenta ermitaña,

Todo esto con la excusa firme y obvia de

recordar lo vivido,
de aparentar un futuro y de

actualizar lo no visto.

Inmediatamente pienso,

Prefigurándome, en todo caso,

en alguna discusión,

una muy superflua,

sobre algún argumento dicho por él,

uno muy tarado,

uno que haya despertado mi irracional y

acostumbrada tirria por lo ingenuo,

uno con respecto a alguna posición política,

yo qué sé.

De niños nos encantaba pelear.

Un argumento,

para añadir,

que se nos habrá olvidado,

en medio del odio,

para el final del todo,

par de idiotas.

II

Me prefiguro, entonces,

Todo lo que había dejado pendiente,


no mi casa,

no,

sino el contenido generoso de esta.

Buscaba con el viaje algo que me recordara

lo no hecho,

lo desaprovechado,

lo ahora ajeno

cuasi dejado.

Esta reciente y no tan nueva vida,

Te lo digo,

podría ser ficción durante una semana.

Esa es la fortuna de las vacaciones,

de las nueve horas en vuelo,

de las piernas entumidas

Y del sabor a rata en boca que tienen todos cuando

se atraviesa un continente y se llega a otro.

Todo esto para recordar, sí,

lo que un día fue,

lo que ya no encuentro,

ni siquiera en las caras de porcelana de la gente

que ahora me acompaña,

pero que, al ser tan ligeros todos,

presiento igualmente débiles y necesitados


de una niñez escurrida

detrás de una ventana:

en la comodidad del que duerme,

del que duerme mientras afuera llueve,

pienso especialmente,

(sin pensar, de hecho),

en esta brisa,

ese aguacero.

No es lágrima,

pero se funde en mi almohada.

Ojalá fuera llanto.

Cuando se es narciso,

pequeño y feliz,

todo es templado y seco.

Después, cuando se ha descubierto un poco,

algunas cosas, diría,

algunas muy pocas,

se presiente una pequeña gotera.

Se va expandiendo hasta abarcar todo aspecto,

todo encierro.

Alguien me dice
que al que se le corre la teja le entra más luz.

Yo pienso que lo de menos es la luz

cuando lo húmedo

ha llenado de hongos los sueños.

III

Experimentar la casa de mis padres,

ausentes por trabajo y

protectores por traumados,

era,

te lo digo,

llegar al encuentro de un ser que me escuchara

y aconsejara.

Cómo hace falta el compañero de consejos de mierda,

por lo menos reconfortaban.

Tus largas demoras para salir a cualquier lado,

la fascinación por hacer las cosas dos veces en señal de

TOC,

tu rutina de ermitaño

y tú,

el pianista,

mi hermano,

que, martillando las cuerdas,


calentando con escalas

y provocando aullidos en las mascotas confundidas,

se hacía inexistente para mi oído

tempranamente armonizado,

siendo yo el público de cámara perfecto:

aquel que aplaude cuando tiene que aplaudir e ignora distorsiones y errores fatales,

aquel público que,

cuanto más afinado el oído,

menos precisa de escuchar para entender,

ya que la música rumiada se ha encomendado al hábito.

Esto te lo digo yo,

hermano,

te lo digo yo,

que convivía con obras en construcción,

que escuchaba la algazara de la calle,

las pequeñas risas

y el poco andar de los pasos de mi barrio,

el farfullar de los perros abandonados,

y me las arreglaba

para no sentirte por días y años;

te lo digo,

que he soñado con melodías compuestas por mi costumbre,

pero te lo digo, además,


que he entendido que esos no son sueños,

sino pesadillas.

Sonámbulo triste.

Te lo dice una vez más

el que se esfuerza por huirle al terrible ruido

de la funda del piano.

Todo eso,

Mi querido compañero de niñez,

Se ha desechado en las pequeñas legumbres

ya perdidas en la tapia

del pasado.

Un problema, claro,

para mi muy limitada memoria

que prefigura,

eso sí,

un ojalá nos veamos pronto para volver a ser tu hermano.

IV

Y Finalmente estoy aquí,

el dichoso Raval,

Aún reservo memoria de mis viajes en avión.

Después de tomar una escala a abróchense los cinturones

hay turbulencia en cabina


qué decir de los temores

se me taparon los oídos

la comida sabe a nada

y regué el tinto en mis libros

Cualquiera tendría un montón de cosas por decir respecto a la experiencia aérea de esperar
volver a tierra.

Hago memoria,

todavía veo el huracán de nubes atlánticas.

esas que compiten contra la fuerza del avión,

esas que provocan pánico y me causaban náuseas,

esas que, especialmente,

me impedían la ejecución de cualquier quehacer.

Terco y reventado por la altura,

igual me esforzaba por escribir o leer cualquier cosa.

En medio de alguna exhibición pública de mala caligrafía,

Presumía lo obvio y venidero,

aquello que siempre es en estos viajes compartidos

y es reforzado por las comedias baratas:

la mujer de en frente baja el asiento

y me estampa el rostro con su comodidad y su silla.

Mi malestar, mis poemas y yo nos espichamos


En un lamentable intercambio de sentimientos.

Miro algún documental sobre Sorolla

o la película que tanta pereza me dio cuando salió.

Pero la versión recortada:

las aerolíneas tienen un personal que dedica su tiempo

a la destrucción de películas.

Las recortan para los vuelos cortos,

pero los que tomamos viajes largos nos tenemos que conformar con la versión descafeinada del
hombre araña.

Es un trabajo importante,

ya me gustaría tener licencia para asesinar películas.

Luego viene el vértigo y luego la pereza.

Luego el mal sueño.

Eso me recuerda una frase que escuché por ahí:

“Ven cine los que no sueñan”.

No sé qué de verdadera tendrá,

Pero me divierte pensar en ella,

Es buena frase para provocar a mis amigos los cineastas.

Pero esto último se me olvida,

Porque justamente pasa en un pestañeo.

Es un nuevo día,

me duele el cuello por dormir sentado.

Miro la pantalla de la silla,


solo para descubrir

que vamos tan solo la mitad del viaje.

VI

Aunque finalmente estoy aquí,

lo demás son recuerdos quejumbrosos.

No estoy contigo, no,

porque he descubierto que en tu nueva vida

ya no hay espacio para mí,

no solo metafóricamente, digo,

el apartamento es verdaderamente enano.

Pero tu vida en tres por uno,

tu novia que me odia,

tu ciudad que me asusta,

tus vecinos que gritan

y la mugre española,

todo eso,

me han resuelto ir en busca de un café.

Al menos así hago realidad un sueño,

el de cualquier romanticón del tercer mundo:

Tomarse uno un cafecito al aire libre

en alguna plaza abierta de Europa.

Y, así como el dandy del mal del siglo,


contemplar los añejos y estrechos callejones europeos

esos que aprendí en películas de Fellini y Godard,

esas que vi y no entendí,

esos que comparaba

con nuestros barrios latinos,

los nuestro fatales y desiguales,

insultantes desde aquí

y esto lo digo sabiendo que pronto

los volveré a sentir.

VII

Pronto volveré.

Pronto llegaré en diciembre

y sabré distinguir un año del siguiente,

sentiré lo que algunos aquí llaman el bajo mundo;

pronto llegará diciembre

y con ello Pastor López,

con ello los vecinos y sus bafles.

Las casas populares llenarán de luces sus ventanas

y los salones comunales con pintura los andenes.

Mis vecis, estrenando pintas,

armarán bonche y fumarán bareta.

En el Norte, los gomelos no armarán estrago,


pero sí fumarán canela,

allá se drogan fino.

y el pensamiento naif le dará paso a la melancolía de

fin de año.

Y yo sin mi hermano… pensaré.

Pronto llegará diciembre

y extrañaré lo odiado.

Pronto llegará diciembre

y sabré distinguir entre pólvora y balazos.

Llegará diciembre y lo que antes eran regalos

ahora es el buñuelo y el divorcio y el familiar muerto.

La natilla y la uva pasa y la bendición de nuevo año.

El recuerdo y el fracaso y el borracho.

La novena, el pesebre y el árbol de plástico.

Animales asustados y sonidos estallando.

Niños quemados y niños jugando, niños y regalos,

niños pendejos y niños regañados,

niños gamines y padres ingenuos.

VIII

Pero eso será en diciembre.

Ahora, justo ahora, en esta esquina impersonal al otro lado del océano, cavilo,

me doy cuenta:
qué extraño,

Ya no te extraño.

Me atiende uno de estos orientales

ignorados por el obvio y asolapado racismo mediterráneo,

me reflejo en él con su español modificado.

No lo deseo, pero me revelo en el café que me sirve,

en su mirada o,

Mejor dicho,

las vistas ciegas a mi identidad colombiana,

tan poco relevante en La Candelaria,

pero ahora, aquí,

tan presente y recurrente.

Se me vuelve sinónimo de mi existencia.

Y no porque me observen,

no, me ignoran,

pero probablemente mi olor,

se dice que olemos a leche,

les causará fatiga,

cosa que me agrada,

porque mejor disgustar que no existir.

Aquel hombre moreno, quizás marrueco, me sirve el peor tinto,

un asco,

aquí el café es en extremo amargo.


Rompo con todo lo que, antaño,

Hace unos treinta versos, ¿verdad?

Me prefiguraba como cierto.

Le echo azuquítar al café,

pa’ que se recomponga un poco,

y me lo inyecto por intravenosa.

Me entra como alerta azul celeste alerta,

como si me estuvieran requisando en el aeropuerto,

Y le pago al copero como tres euros,

pero no hago la transición a pesos,

qué dolor en el bolsillo.

No me levanto de golpe, errabundo que soy.

Esta vez, extraño, prefiero quedarme sentado.

El tedio es buen amigo de la escritura.

Saco un papel del bolsillo e improviso un poco.

Miro a mi alrededor, buscando un tema.

Hay de todo, pero no veo nada.

Luego me despierto

Y me acuerdo de mí.

Es así que he escrito el siguiente poema:

Sentado en su silla,

en una silla,

él.
En alguna silla,

sentado,

Yo.

En algún lugar, escribiendo,

Sobre aquello,

Aquel de quien hablo: el que se sienta.

A él le escribe él,

Sentado,

a aquel que está leyendo.

A ti, que te sientas y me escribes,

¿qué me escribes?

¿Lo que sientes?

Yo,

Sentado,

yo que escribo,

te diré lo que te escribo, es lo que siento:

y lo que siento es que quiero.

Adelante, pienso.

Te lo digo, ¿qué me digo?

pues que te quiero,

¿Qué más podría ser que ser en ser?


Me digo mientras cavilo

y le digo el querer ser querido al querido.

IX

Y en realidad no me siento

ni me escribo

ni me quiero,

Pero qué bonito se ha sentido el decirme

palabras que recuerdo en boca de otros.

Con esto he descubierto dos cosas:

Primero,

que el poema es buena didáctica

para el aburrimiento;

segundo,

que es fácil dibujar ilusiones de cariño

y, en consecuencia,

seducir y deslumbrar

a cualquier creyente del amor.

A cualquiera que no lo hayan sentido, quiero decir,

porque es la única forma de creer en él.

Yo, afortunadamente he mirado a Dios a los ojos e,

infortunadamente,

no creo en él.
Existe, de repente, ese momento,

porque es cuestión de tiempo.

La cabeza, quiero decir,

el cerebro,

la mente,

la consciencia,

el alma,

el ser y el espíritu,

el yo y el superyó,

cada nominación y componente de la cabeza,

cada uno,

se te apaga.

Ya no sientes ni recuerdas cómo era aquello,

lo que te mandaba directo a llorar a la cama,

para luego despertar miserable.

Te mueres en vida,

porque tus sentidos siguen estando ahí,

eso lo sabes,

Es solo que ya no son receptivos de nada.

Lo más doloroso es no ser siquiera odio.

El fuego antes te apasionaba,

las llamas eran recuerdo de olores en tus sábanas

y, de un momento para acá,


este largo poema.

Quiero creer que esto es un poema,

es el último acto de fe que me queda.

Y, acaso,

¿deja de escribir el poeta para escuchar al poema?

No se encuentra el poema de ninguna otra manera:

no hay teoría,

fórmula ni

teorema;

no hay hexámetro y ni siquiera una rima indicada;

no hay nada, lo digo,

que ampare la presencia de una idea poética.

Lo repito, la escritura es un arma contra el tedio.

pero una temporal,

no arregla el problema

ni permite entenderlo mejor,

solo lo templa por un momento, pero se suelta,

débil y espontánea,

sin mucha resistencia

sumisa cuerda de líneas impotentes.

El poema responde al acontecimiento


y el acontecimiento es una presencia traumática,

repentina,

inesperada,

como la muerte de un amigo,

el descuido con amor

y el olvido del hermano.

He pensado mucho en todo esto

y he llegado a lo siguiente:

Hay un justo derecho a la palabra,

una cárcel del pensar,

una dictadura en el idioma

y una guerra con la otredad.

Decir que nosotros escribimos es asumir el papel del rey siendo esclavos,

es la palabra la que nos dictamina y,

por lo tanto,

lo mejor es dejarse determinar por ella.

Pero dejarse ser no es lo único,

de los poetas hay un par de cosas que decir:

como que no hay ninguna aspiración,

pero sí muchos aspirantes;

como de que habría que desnudar la falsa impresión

de que hay mucho talento o algún inspirado.

Con propiedad lo digo: nunca he conocido un poeta,


pero sí he leído a muchos que,

muertos y olvidados,

adquieren la etiqueta.

Fin de la primera parte.

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