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Mientras los germanos no hacen la guerra, cazan un poco y sobre todo viven
en la ociosidad dedicados al sueño y a la comida. Los más fuertes y belicosos
no hacen nada; delegan los trabajos domésticos y el cuidado de los penates y
del agro a las mujeres, los ancianos y los más débiles de la familia,
languidecen en el ocio; admirable contradicción de la naturaleza, que hace que
los mismos hombres hasta tal punto amen la inercia y aborrezcan la quietud.
Es costumbre que espontánea e individualmente las tribus ofrezcan a sus jefes
ganado y cereales, lo cual, recibido por éstos como un homenaje, también
satisface sus necesidades. Pero ante todo les halagan los presentes que les
son enviados de pueblos vecinos, no sólo por particulares, sino también
oficialmente, tales como caballos escogidos, ricas armas, faleras y collares (...)
Para todos el vestido es un sayo sujeto por un broche o, a falta de éste, por
una espina; sin otro abrigo permanecen días enteros junto al fuego del hogar.
Los más ricos se distinguen por su vestidura no holgada, como la de los
sármatas y los partos, sino ajustada marcando los miembros. También visten
pieles de fieras, descuidadamente los más próximos a las orillas, con más
esmero los del interior, para quienes las relaciones comerciales no pueden dar
otro atavío. Eligen determinadas fieras y adornan con manchas las pieles
arrancadas (...) y el vestido de las mujeres no difiere del de los hombres,
excepto en que las mujeres se cubren más frecuentemente con tejidos de lino
adornados con púrpura y en que la parte superior del vestido no se prolonga
formandolas mangas; llevan desnudos los brazos y los antebrazos, incluso la
parte alta del pecho aparece descubierta.
(...) Eligen algunas veces por príncipes algunos de la juventud, ya sea por su
insigne nobleza, o por los grandes servicios y merecimientos de sus padres; y
éstos se juntan con los más robustos, y que por su valor se han hecho conocer
y estimar; y ninguno de ellos se avergüenza de ser camarada de los tales y de
que se los vea entre ellos; antes hay en la compañía sus grados los cuales son
discernidos, por parecer y juicio del que siguen. Los compañeros del príncipe
procuran por todas las vías alcanzar el primer lugar cerca de él; y los príncipes
ponen todo su cuidado en tener muchos y muy valientes compañeros; el andar
siempre rodeados de una cuadrilla de mozos escogidos es su mayor dignidad y
son sus fuerzas; que en la paz les sirve de honra y en la guerra de ayuda y
defensa. Y el aventajarse a los demás en número y valor de los compañeros,
no solamente les da nombre y gloria con su gente, sino también con las
ciudades comarcanas; porque éstas procuran su amistad con embajadas, y los
hombres con dones; y muchas veces basta la fama para acabar las guerras,
sin que sea necesario llegar a ellas.
SAN AGUSTIN, "De civitate Dei", Libri XXII, p. 14-15., París, 1613.
Van a buscar sin duda entre los Bárbaros la humanidad de los Romanos
porque no pueden soportar más entre romanos una inhumanidad propia de
Bárbaros. Son diferentes de los pueblos en los que se refugian. No tienen ni
sus costumbres, ni su lengua ni, si se me permite decirlo, el fétido olor de los
cuerpos y vestiduras bárbaros. Prefieren sin embargo plegarse a esta
diversidad de costumbres antes que sufrir injusticia y crueldades entre los
romanos. Emigran, pues hacia los Godos o hacia los Bagaudas, o hacia los
otros Bárbaros, que dominan por todas partes, y nunca se arrepienten de este
exilio. Porque prefieren vivir libres bajo apariencia de esclavitud, mejor que ser
esclavos bajo una aspecto de libertad. Sólo hay un deseo común entre los
romanos: no verse nunca obligados a volver bajo la ley romana; sólo hay una
exclamación común a toda la muchedumbre romana: continuar viviendo con los
bárbaros.
Ataulfo era un gran hombre, por su valor, poder e inteligencia. Su deseo más
ardiente, decía a sus familiares y próximos, había sido borrar el nombre de
Roma, hacer de todo el territorio romano un imperio godo, de la Romania una
Gothia, convertirse en César Augusto. Pero, como sabía por experiencia, los
godos no obedecían leyes, como consecuencia de su barbarie sin freno; y no
se podía prescindir de las leyes, sin las cuales un Estado no puede existir. Así,
al menos, había escogido hacerse famoso restaurando en su integridad y
extendiendo el nombre romano gracias a la fuerza gótica, pasar a los ojos de la
posteridad como restaurador de Roma, ya que no había podido destruirla. Por
eso se abstenía de la guerra y aspiraba a la paz.
OROSIO, "Historiae", VII, 43, 5-7, p. 458. Recoge Migne, "Patrología Latina",
col. 1171.
Los alanos, vándalos y suevos entran en las Españas en la era 447, según
unos recuerdan el día 4 de las calendas y según otros el 3 de los idus de
octubre, que era la tercera feria, en el octavo consulado de Honorio y el tercero
de Teodosio, hijo de Arcadio (...) Los bárbaros que habían penetrado en las
Españas, las devastan en luchas sangrientas. Por su parte la peste hace
estragos no menos rápidos.
El primero que hayamos escrito haber hecho guerra a los vascones, despues
de la entrada de las naciones, fue Recciario, rey de los suevos, hijo de Rechila
y nieto de Hermenerico. Entró en el reino muy poderoso, el año de Cristo de
448, porque su abuelo y su padre, con la retirada de los godos a Francia y
haberse pasado los vándalos a Africa, facilmente sojuzgaron a los alanos y
silingos. Y aumentado mucho el poder --habían desbaratado a algunos
capitanes del Imperio que vinieron a la recuperación de España, y los suevos
se la tenían ganada casi toda-- emprendió Recciario conquistarla del todo. Y
por asegurarse de los godos, de quienes por la vecindad, mucho poder y
ejemplos recientes podía temerse fuera estorbo a sus designios, solicitó y
efectuó matrimonio con la hija de Teodoredo, rey de los godos que había
sucedido a Valia. Y celebradas las bodas, siguiendo su designio y para darse a
conocer, al principio de su reinado, invadió con ejército a los vascones por el
mes de febrero, según individúa Idacio. Pero es tanta la brevedad de este
escritor, que sólo dice corrió con robos Recciario las Vasconias. Vasconias dice
en número plural, lo cual da a entender que los vascones, viendo que las
naciones extranjeras lo iban ocupando todo, ya habían hecho salida y
extendiéndose por Alava y la Bureba introduciendo su nombre, lo cual se halla
después con más claridad, y no se sabía el principio. Y es de creer, se valió
Recciario de socorros de los godos, dados del rey Teodoredo, su suegro, mal
avenido con los romanos. Y el arzobispo don Rodrigo se los atribuye en las
hostilidades que, luego por julio dice Idacio, ejecutó Recciario, de vuelta de su
suegro, robando las comarcas de Zaragoza y cogiendo por interpresa a Lérida
y haciendo no pequeño número de cautivos. De lo cual se ve que los vascones
y demás provincias de la Tarraconesa se mantenían por el Imperio Romano,
como también la Cartaginesa, que Rechila, padre de Recciario, había restituido
a los romanos por asegurar la paz con ellos. El hijo (Recciario), fiado de las
alianzas y poder de los godos, pretendía excluirlos de toda España. Parece
que, la guerra con los vascones, paró en robos y correrías, y que se le
resistieron las plazas fuertes, pues ninguna señala cogida como Lérida. Y que
se mantenían por el Imperio Romano pues, a ser de los godos, no era creíble la
hostilidad en odio de los que pretendía obligar.