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ARGUTAE ET LITTERATAE: UNA NUEVA MIRADA SOBRE EL INTERCAMBIO EPISTOLAR

ENTRE FRANCISCO DE QUEVEDO Y JUSTO LIPSIO (1604-1605)

Pedro Conde Parrado


UNIVERSIDAD DE VALLADOLID

1. El epistolario Quevedo-Lipsio
Célebre entre los quevedistas, y aun entre los estudiosos en general de la
literatura de nuestro Siglo de Oro, es el conjunto de cuatro epístolas que se
intercambiaron Francisco de Quevedo y Justo Lipsio en el otoño del año 1604 y el
invierno de 1605. Aunque dos de ellas (las que dirige Lipsio a Quevedo) las incluyó ya
Aureliano Fernández-Guerra en su edición de las obras del escritor madrileño
(Quevedo, 1859: 511-512), fue, al parecer, el estudioso francés Ernest Mérimée, en su
tesis doctoral presentada en la Universidad de París Essai sur la vie et les oeuvres de
Francisco de Quevedo (1580-1645), el primero que dedicó algunas páginas a esa
correspondencia (Mérimée, 1886: 18-23). Reconoció haber accedido a las de Quevedo a
Lipsio en una célebre edición del epistolario de este último, compilado una vez que la
Universidad de Leiden adquirió la mayor parte de su legado literario para constituir el
Musaeum Lipsianum, según indica Ramírez (1966: 6): se trata de las Sylloges
epistolarum a viris illustris scriptarum (1727), publicadas en cinco volúmenes por
Pieter Burmann en la misma Leiden. Las cartas escritas por Lipsio y a él enviadas se
recogen en los dos primeros tomos, y las dos que le llegaron de Quevedo (que son las
que se conservan hoy en el citado Musaeum), en el segundo concretamente (pp. 162-
164).
Las cartas del humanista belga en respuesta a las de Quevedo, que, como
señalaba, recogió Fernández-Guerra e igualmente conoció y analizó Mérimée, se
conservan gracias a que fueron incluidas, una de ellas (la que responde a la primera de
Quevedo) ya en Iusti Lipsii epistolarum selectarum centuria quinta miscellanea
postuma (Amberes, Ex officina Plantiniana, 1607; ep. LV, p. 54), y la otra al comienzo
de una traducción de Vicente Mariner dedicada al propio Quevedo y publicada en 1625:
Iuliani Caesaris in regem Solem ad Salustium Panegyricus Vincentio Marinerio
Valentino interprete (Madrid, Apud Petrum Tazo).
Posteriormente, las cuatro epístolas merecieron la atención, entre otros, de Luis
Astrana Marín, que las incluyó en su edición de las obras en prosa de Quevedo (Madrid,
Aguilar, 1932), de Raimundo Lida (1953), quien, sin reproducirlas y remitiendo a
Astrana, les dedicó unas pocas páginas, y de Jauralde en su biografía quevediana, que
escribió otras pocas sin reproducir tampoco las misivas (1998: 153-156). Se recogieron,
lógicamente, en la importante colección de Alejandro Ramírez Epistolario de Justo
Lipsio y los españoles, de 1966 (pp. 387-394, 400-405 y 411-415), a la que suele
remitirse desde entonces para citarlas e, incluso, para reproducirlas de nuevo sin cambio
alguno, como en el caso de Roncero (1999: 155-167). Ramírez, aunque tuvo a la vista la
edición de Burmann, transcribió las cartas de Quevedo a Lipsio directamente a partir de
los originales conservados en Leiden y, de hecho, aportó en su libro una imagen de la
segunda de ellas. Que sepamos, no han vuelto a editarse ni a traducirse desde entonces,
y aunque se las ha citado muchas veces e incluso se han dedicado esfuerzos a aclarar
algún detalle (como en Moya-Gallego, 2010), no se ha realizado una labor de
reconsideración general de su contenido, contexto, motivación, etc. La tarea de Ramírez
fue, sin duda, estimable, pero resulta bastante deficiente desde el punto de vista del
texto latino, pues se limitó a transcribirlas (conservando la puntuación de los
originales), que no a editarlas, y su traducción, aunque correcta en general, adolece de
algunos errores puntuales que deben subsanarse, lo mismo que su transcripción.
Propongo, pues, en estas páginas una nueva edición, tras consulta directa de los
originales de las dos cartas de Quevedo conservadas en Leiden y de las de Lipsio
impresas en los lugares ya indicados, con su correspondiente traducción y un detenido
análisis centrado especialmente en las enviadas por el escritor madrileño.
Comencemos, pues, por las cuatro epístolas.

EPÍSTOLA 1 [DE FRANCISCO DE QUEVEDO A JUSTO LIPSIO. 4/09/1604]


Dii tibi dent annos, a te nam caetera sumes
Phoenix aetatis: famam adhuc, vel<l>em et pietatem tuam cognoscere, et ideo
has tibi litteras mitto quibus nil praeter candidum amorem niueamque so<l>licitudinem
polliceor. Lipsius es Lynceus: lippus sum. Igni Vestalium lucem attulisti: vidi, vidi1,
tuum solem agnoui. Fuerunt (ut ais) qui libarunt: et ego Hispanos vespertiliones vidi
volantes per umbram, et opus inane, foriis plenum, typis parabant; castos, non doctos,
illos appellares: virgines enim quas prae manibus habebant intactas reliquerunt.
Quapropter toto corde de Vestalibus scribere decreui. Virgines tetigi non profanus, sed
studiosus. Dicebam cum Eliu: Iunior sum tempore, vos autem antiquiores: idcirco

1
Omitido en Ramírez.
demisso capite veritus sum vobis indicare sententiam meam. Sperabam quod aetas
prolixior loqueretur et annorum muultitudo doceret sapientiam. Sed, ut video, spiritus
est in hominibus, et inspiratio Omnipotentis dat intelligentiam. Non sunt longaeui
sapientes nec senes intelligunt iudicium; ideo dicam: audite me. Cecidit spiritus ille tuo
docto Syntagmate, cecidit. Sed adhuc, non ut antea de Vesta, de numero virginum, de
poena vel praemio, de igni, de templo (tu haec exactissime), de subtili quaestione agere
institui. Quidquid scribam, dubia manu, suspensa mente scribam. Mittam, corriges
amicissime ac de tua valetudine certiorem facies. Vale nostri memor. Pinciae et
Septembris 4, anno 1604.
Arnobii nodum (meo videri) sic soluo 2 Aduers. gent.: Idemtidem in alios mores
ac ritus priorum condemnatione transisse. Addis tu, mi Lipsi: Tum adiungit et astruit:
“Nunquid magistratus per populum creatis? In potestatis obeundis leges conseruatis
annarias? In penetralibus Vestae ignis perpetuos seruatis focos? Quas omnes
interrogationes negandi mente suscipi2 palam dicis. Concedo, sed non absolute, sed his
exceptionibus: non negat Arnobius creari magistratus, sed per populum creari; non
negat conseruari leges annarias, sed conseruari in potestatibus obeundis; non negat
perpetuos seruari focos, sed seruari in penetralibus Vestae. Idque roboratur ipsismet
Arnobii verbis3, cum lib. 4 ait: Sedent in spectaculis publicis sacerdotum omnium
magistratu<u>mque collegia, necnon et castae nutrices et conseruatores igni perpetui
virgines. Amissam Arnobius flet religionem: omnia enim nimia licencia profanari
conqueritur4. Quod non repugnat dictis, quia idem est ac si diceret: ‘iam virgines non
antiqua religione celantur: sedent in spectaculis non propriis in locis’. Idem de
sacerdotum collegiis. Rescribes pro tu<a> humanitate, et de nodo candidum vel nigrum
calculum amo.
Iterum vale. Manu aliena, nam propria langueo.
Do. franciscus quevedo5

2
En Ramírez, por error, suspici, infinitivo pasivo también existente en latín, de ahí que traduzca (mal)
negandi mente suspici como ‘implican claramente negación y duda’.
3
En Ramírez, por error, versis.
4
En Ramírez, por error, consequitur.
5
En una de las caras libres de la propia carta, la que parece ser la mano, ya bastante trémula, de Lipsio
aprovechó para anotar una frase que aparenta no tener nada que ver con la epístola recibida de Quevedo:
Cum in Bithynia tunc versaretur, unde orta erat (“Al encontrarse entonces en Bitinia, donde había
nacido”). Hace referencia a Elena, la madre del emperador Constantino. En 1598 Lipsio había publicado
sus Admiranda sive De magnitudine Romana libri quattuor; un año después aparecería una nueva edición
con cambios y correcciones. Al fin, en 1605 aparecería la tercera y definitiva (Amberes, Ex oficina
Plantiniana, Apud Ioannem Moretum): pues bien, es solo en esta edición (pues no aparece en las dos
anteriores) donde Lipsio incluirá, en las notas correspondientes al capítulo 11 del cuarto libro (p. 220), esa
TRADUCCIÓN DE LA EPÍSTOLA 1

Dente años los dioses, que el resto tú de ti mismo lo tomarás


Fénix de este tiempo: como tu fama hasta hoy, querría ahora conocer tu piedad,
y por ello te envío esta carta en la que nada te profeso sino un limpio afecto y un sincero
interés. Lipsio eres Linceo6, yo miope. Luz has añadido al fuego de las Vestales7: lo he
visto, sí, lo he visto y he reconocido tu sol. Los ha habido, como dices, que lo han
tratado muy por encima 8: he visto también yo españoles murciélagos, revolando en la
tiniebla, que se disponían a imprimir una obra inane, plagada de fruslerías9. Castos se
diría que son, mas no doctos, pues las vírgenes que a la mano tenían las dejaron intactas.
Por ello decidí escribir con todo empeño sobre las Vestales. Las toqué no sacrílego, sino
estudioso. Decía yo como Elihú: “Soy joven; vosotros ancianos. Por eso he agachado la
cabeza temiendo declararos mi opinión: tenía esperanza en que hablara la edad
avanzada y en que los muchos años mostraran su sabiduría. Mas veo que hay espíritu en
todos los hombres y que es la inspiración del Omnipotente la que confiere inteligencia.
No son sabios los provectos ni son los ancianos quienes muestran recto juicio. Hablaré
yo, por tanto: escuchadme”10. Abajo, a mí se me ha venido abajo tal espíritu ante tu

cita sobre Elena, atribuyéndola a los Acta Syluestri Papae, quae in Symeone Metaphraste. Teniendo en
cuenta la fecha de la carta de Quevedo y la publicación de esa tercera edición, parece muy probable que el
humanista brabanzón aprovechara el reverso de la carta de Quevedo para apuntar a vuelapluma una frase
con la que se habría topado en sus lecturas y pesquisas, y que le sirvió para las notas que estaba en ese
momento añadiendo al final de sus Admiranda. Una mera curiosidad…
6
Linceo era un mesenio que participó en gestas como la de los Argonautas y la caza del jabalí de Calidón.
Se caracterizaba por tener una vista tan portentosa que era capaz de penetrar en el interior de los objetos y
personas. Anoto aquí solamente de manera parcial las epístolas, puesto que las cuestiones más relevantes
las reservo para el posterior análisis y comentario sobre ellas (especialmente las de Quevedo) que
constituye el núcleo central del presente trabajo y su principal aportación.
7
Alusión a la breve monografía de Lipsio De Vesta et Vestalibus Syntagma, Amberes, Ex officina
Plantiniana, Apud Ioannem Moretum, 1603.
8
Referencia a un pasaje del Syntagma lipsiano (prefacio Ad lectorem, sin pág.): Quaedam alii sparsim
super iis libarunt, sed libarunt: nos ordine et methodo rem aperuimus (“Otros han tocado muy por
encima, aquí y allá, algunas cosas sobre este asunto, pero solo muy por encima: nosotros abordamos el
asunto de modo ordenado y metódico”).
9
Ignoro a qué obra puede referirse Quevedo. Sobre las Vestales se conoce un tratado, fechado en 1562,
de Alvar Gómez de Castro que no llegó a publicarse y permaneció en estado manuscrito hasta que se
editó a finales del siglo pasado por parte de Justo García Sánchez (Oviedo, Servicio de Publicaciones de
la Universidad de Oviedo, 1993). Este editor indica (p. 25) que la monografía de Gómez de Castro no fue
citada por Lipsio entre sus fuentes y apunta que probablemente no la conociera, pues, según él, no puede
considerarse que el autor español “tratara muy por encima” (como dice Lipsio y recuerda Quevedo) el
asunto. Una posibilidad es que Quevedo se refiriera ahí a alguna tentativa de imprimir ese estudio de
Gómez de Castro, que no llegó a cuajar.
10
Pasaje procedente del libro de Job (32, 6-10). El joven Elihú, indignándose al comprobar que, pese a
ser mayores en edad que él mismo, los amigos de Job no son capaces de dar una respuesta a este, se
decide a tomar la palabra para replicarle. Quevedo, igualmente joven, se equipara a Elihú frente a los
“murciélagos españoles”, mayores que él, los cuales no han sabido arrojar luz sobre el asunto de las
docto Syntagma; no obstante, he decidido tratar sobre un complejo asunto, y ya no sobre
Vesta, el número de sus vírgenes, su castigo o premio, su fuego y su templo, pues ya lo
has hecho tú a la perfección. Lo que escriba, lo escribiré con dudosa mano y vacilante
ánimo. Te lo enviaré; tú corrígeme con toda amabilidad e infórmame sobre tu estado de
salud. Adiós, y no te olvides de mí. Valladolid y septiembre, 4, del año 1604.
El enigma de Arnobio lo resuelvo así según mi criterio 11. Dice en el segundo
libro Contra los paganos que estos “se pasaron a otras costumbres y ritos condenando
los que existían antes”. Y tú, querido Lipsio, apostillas que “a eso le añade y afirma:
‘¿Acaso elegís a vuestros cargos públicos según la voluntad popular? ¿Mantenéis las
leyes anarias a la hora de ocupar esos cargos? ¿Conserváis fuegos perpetuamente
encendidos en los santuarios de Vesta?’”. Dices que es claro que en todas esas
interrogaciones se presupone respuesta negativa. Lo acepto, pero no de modo absoluto,
sino con estas salvedades: Arnobio no niega que se elija aún a los cargos, sino que se
elijan según la voluntad popular. No niega que se mantengan las leyes anarias, sino que
se mantengan a la hora de ocupar los cargos de gobierno. No niega que se conserven
fuegos perpetuamente encendidos, sino que se conserven en santuarios de Vesta. Y ello
se corrobora con las propias palabras de Arnobio en el libro IV, cuando dice: “En los
espectáculos públicos se sientan los colegios de todos los sacerdotes y cargos públicos,
así como las castas vírgenes que alimentan y mantienen el fuego perpetuo”. Llora
Arnobio el abandono de la piedad religiosa, pues se lamenta de la profanación de todo
lo sagrado por el excesivo libertinaje. Ello no contradice lo que antes ha dicho, pues es
lo mismo que si dijera: “Ya a las vírgenes no se las mantiene ocultas con el religioso
celo de antaño: se sientan en los espectáculos, sin permanecer en el lugar que les es
debido”; y lo mismo en cuanto a los colegios sacerdotales. Respóndeme de acuerdo con
tu bondad y erudición: estimaré en mucho tu voto, favorable o no, sobre este enigma.
Adiós, de nuevo, y por mano ajena, pues la mía está enferma.

Vestales. No obstante, reconoce que ante la publicación del Syntagma de Lipsio él tampoco se ve capaz
de escribir algo mejor.
11
El decimocuarto y penúltimo capítulo del Syntagma de Lipsio lleva por título Quando Vestales
desierint? In Arnobio nodus, nec solutus (“¿Cuándo desaparecieron las Vestales? Un enigma en Arnobio,
que queda sin solución”; págs. 43-44). Allí, como indica ese título, se plantea una duda suscitada por la
lectura de la obra Adversus gentes (“Contra los gentiles”) de Arnobio, autor pagano del s. IV reconvertido
en polemista a favor de los cristianos: en un pasaje (II 67) parece afirmar que en su tiempo ya no existía el
culto a Vesta, algo que no parece cuadrar con la realidad histórica ni tampoco con otro pasaje del propio
Arnobio (IV 38; es el que después reproduce Quevedo) en el que parece afirmarse que seguían existiendo
las Vestales. Sobre la solución, bastante banal, cuando no confusa, que propone Quevedo y el problema
textual que plantea el primero de esos pasajes de Arnobio, véase el artículo de Gallego-Moya (2010).
EPÍSTOLA 2: [DE JUSTO LIPSIO A FRANCISCO DE QUEVEDO. 10/10/1604]

Pinciam
Domno Francisco Quevedo viro perillustri

Dii tibi dent animos continuentque tuos


Patere enim et me versu ordiri et tuo illi παρῳδεῖν quem scitissime (sed cum
nimia laude mea) praeponis. At ego tibi animos istos opto perpetuos: animos sic in me
affectos; animos sic omni doctrina et virtute perpolitos: ita enim ab aliis audio qui et
propius te norunt et scripta varia viderunt; quod nobis non datum, ad quos vestra aegre
deferuntur nec nisi ex destinato missa. Rarum in ista nobilitate tua decus: quod non tibi
magis quam patriae gratulor, quam is atque ibis (diu enim viue) illustratum. Mea de
Vesta quod legisse te scribis et probasse gaudeo: mallem eadem videres aucta et notis
illustrata, quae propediem vulgabuntur; sunt enim in manibus typographi, et efficiam ut
vel me mittente possis nancisci. Nunc Seneca vester me totum habet, ad quem Stoicae
doctrinae excerpta praemisi. Non enim cesso, vir perillustris, etsi tempora apud nos
ferrea nec artibus istis sed Marti facta. Vos quoque auditis: auditis an et sentitis?
Contage enim mala nostra vos tangunt et opes ac miles vester hic exahuriuntur aut
consumuntur. Scripsit ille olim de Troia: Commune sepulcrum Europae Asiaeque. Ego
de Belgica dixerim, quae ab annis iam paene quadraginta florem militiae ab Europa
aduocat et consumit. Medere tu, Deus, et hunc nouum mihi amicum tuere. Louanii, VI
Idus Octobr(es) MDCIIII.
TRADUCCIÓN DE LA EPÍSTOLA 2

A Valladolid. Al muy ilustre varón don Francisco de Quevedo

Dente ánimo los dioses y nunca dejen de dártelo


Permíteme empiece también yo con un verso, jugando con aquel con el que tú —
muy sabiamente, mas alabándome en exceso— encabezabas la tuya. Por mi parte, te
deseo que ese ánimo tuyo se perpetúe: ánimo tan afectuoso para conmigo, ánimo tan
pulido por todos los saberes y virtudes; así se lo oigo a otros que te conocen en persona
y han visto tus variados escritos, algo que a mí no me es posible, pues difícilmente me
llegan vuestras obras si de propio intento no se me envían. Raro es hallar aunada a tu
noble rango tal prez, de la que me congratulo, más que por ti, por tu patria, a la que
estás dando lustre y seguirás dándoselo los muchos años que ojalá vivas. Celebro hayas
leído y aprobado, como escribes, lo mío sobre Vesta: preferiría pudieras ver eso mismo
aumentado e ilustrado con notas, pues en breve se publicará así 12. En manos está ahora
de los impresores, y haré porque puedas tenerlo incluso enviándotelo yo mismo. Ahora
me posee por completo vuestro Séneca13, al que he hecho preceder de pasajes escogidos
de la doctrina estoica14. No dejo de trabajar, muy ilustre varón, por más que estos
tiempos sean de hierro y hechos más para Marte que para esos saberes. También
vosotros lo sabéis: ¿solo lo sabéis o también lo padecéis? Nuestras desgracias os tocan
por contagio, y vuestras potencias y ejércitos aquí se agotan y consumen. “Común
sepulcro de Europa y de Asia” 15, escribió aquel antaño refiriéndose a Troya: a Bélgica
se lo aplicaría yo, que lleva casi cuarenta años atrayendo y agotando la flor de la milicia
europea. Da salud, Dios mío, y protege a este nuevo amigo querido. Lovaina, a 10 de
octubre de 1604.

12
La segunda edición del tratado de Lipsio sobre las Vestales no se publicaría hasta 1609, de manera
póstuma.
13
Alude Lipsio a su trabajo filológico sobre la obra de Séneca que culminaría en la magistral edición
comentada de los Opera omnia del político y filósofo cordubense (Amberes, Ex officina Plantiniana,
Apud Ioannem Moretum, 1605).
14
Entiendo que Lipsio se refiere aquí a dos de sus tratados de reciente publicación, centrados ambos en la
filosofía estoica, y que él parece presentar como una especie de prolegómenos a su magna edición
senequiana: los Manuductionis ad Stoicam philosophiam libri tres: L. Annaeo Senecae, aliisque
scriptoribus illustrandis (Amberes, Ex officina Plantiniana, Apud Ioannem Moretum, 1604) y los
Physiologiae Stoicorum libri tres: L. Annaeo Senecae, aliisque scriptoribus illustrandis (Amberes, Ex
officina Plantiniana, Apud Ioannem Moretum, 1604). Los citará él mismo en la epístola 4,
ofreciéndoselos a Quevedo.
15
Cita de Catulo 68, 89. Lipsio volverá a recurrir a ella en su segunda epístola.
EPÍSTOLA 3: [DE FRANCISCO DE QUEVEDO A JUSTO LIPSIO. 22/11/1604]

D. Fran(ciscus) Quevedo praeclariss(imo) doctiss(imo)que viro Iusto Lipsio


s(alutem) dico cui omnia mea et dico et voueo
Ad incitas usque, ut aiunt, fui redactus: deficiebam, sed tuae litterae mihi pro
Esculapio fuere. Viuo, sed valetudinarius, et salute missa a Lipsio salutem amissam
adeptus. Pallentes (ut ait ille) morbos excutio. Nunc verbis virtutem inesse credo non a
magia, sed a tua doctrina: et ideo quae olim scripsisti lego, quae scribis opto, pro futuris
laboribus tibi a Deo vitam et ab illis mihi. Vestam tuam denuo illustratam mittas rogo.
Nulli fas nisi Lipsio penetralia illa penetrare: ignita dea igneum ingenium expectabat.
Scribe incessanter: tuis laboribus conficis tibi monumentum aere perennius, et non
tantum magna pars tui vitabit Libitinam, sed Lipsium totum ignorabit Libitina.
Seneca noster te totum habet, et non aliter totum Senecam habere possumus.
Felix ille, qui tuo labore ante ultimum solem mundi iterum viuus volitabit per ora
virum. Bellis ferrea vestra tempora videntur, sed tuis scriptis aurata secula
<a>emulantur. Credo et Marti, non Mineruae, facta, sed tu facis. Quid de mea Hispania
non querula voce referam? Vos belli praeda estis: nos otii et ignorantiae. Ibi miles
noster opesque consumuntur: hic nos consumimur, et desunt qui verba faciant, non qui
dent. Viduo pede ambulant melioris notae viri, sed solamur, Διὸς μεγάλοιο ἕκητι:
Politicas tuas maternae linguae dedit D. Bernardinus a Mendoça, caecus ille Tiresias,
Argos ille caecus: feliciter spero, sed magis opto. Concessit naturae vir ille, cuius
monitu16 patrio sermone (id fortasse haut maturo consilio) iniurias Homero illatas a
Scaligero vindicare fuit animus, occasione sumpta a tuis in Velleium notis. Faue: mihi
numen es[t]17, votisque assuesce vocari. Vale nostri memor. Pintiae, 22 Novem(bris),
ann(o) 1604.
D. Franciscus Quevedo

16
monitu omitido en Ramírez.
17
En el original se lee claramente est. La duda que se plantea es si se trata de un error por es (‘eres’) y si
Quevedo, por tanto, se refiere ahí a Lipsio. Ramírez, aunque editó correctamente est, tradujo como si
pusiera es: “Te tengo por numen”. La posibilidad de que fuera es viene reforzada por el verso de Virgilio
que se cita a continuación y que se refiere a Augusto, tratado ahí como un numen: sería, pues, lógica y
coherente la secuencia mihi numen es votisque assuesce vocari, teniendo en cuenta además el faue inicial.
Si Quevedo considera a Lipsio su numen, un ser divino, inspirador y protector, ello cuadra con que le diga
inmediatamente después lo que Virgilio a su divino César: “y acostúmbrate a ser invocado en mis
plegarias”. La otra posibilidad es que numen se refiera ahí a Homero, al que en su epístola en respuesta a
esta Lipsio presentará como un Genius, término asimilable a numen. En ese caso, lo correcto sería la
lectura est. Tras darle muchas vueltas, opto por traducirlo igual que Ramírez, pero indico la propuesta de
supresión de la t.
Sed <h>eus, amice, quid tibi videtur de his Lucani carminibus in VI:
Ianitor et sedis laxae qui viscera s<a>euo
spargis nostra cani?
Si Cerbero loquitur, ipse ianitor appellatur, quis est iste canis, si ipse Cerberus
canis est? Ianitores enim canes et canes ianitores vocabantur ab antiquis; sic Aeschilus
in Agamemnone: citatur a Scaligero in suis Coniectaneis; Hortensius in suis
commentariis sic: de Cerbero loquitur Lucanus, et nihil aliud. Si fas corrigere paucis
mutatis, sic corrigo locum:
Ianitor et sedis laxae qui viscera s<a>euus
spargis nostra canis.
Et consentaneum videtur dictis, sed non fas (meo18 videri), et ideo lucem affero
di<f>ficultati his verbis Laertii in vita Pitagorae: Porro Mercurium animarum
quaestorem esse atque ideo deductorem dici, ianitorem ac terrenum etc. <H>ucusque
Laertius. Idem insinuare videtur Lucanus 19, qua propter (meo videri) Mercurius ianitor
ille est qui viscera spargit cani s<a>euo, id est, Cerbero. Suspicor aliquid peculiare
includi illis verbis viscera nostra ad poenam veneficae aniculae. Hanc difficultatem tibi
ablegandam censeo, Etruscus mihi aruspex.

18
Escribe en principio mihi y luego añade meo encima, sin tachar mihi.
19
Parece haberse escrito en principio, y por error, Lucianus; después se corrige tachando la i con una raya
vertical.
TRADUCCIÓN DE LA EPÍSTOLA 3

Don Francisco de Quevedo saluda al preclarísimo y doctísimo varón Justo


Lipsio, a quien todo lo suyo dedica 20 y consagra.

En las últimas (como suele decirse) llegué a verme; no podía más. Pero fue tu
carta para mí Esculapio. Estoy, aunque doliente, vivo, y con la ‘salud’ enviada por
Lipsio voy recobrando la salud perdida. Expulso las “pálidas enfermedades”, como dice
aquel. Ahora sí creo que hay virtud curativa en tus palabras, no por cosa de magia, sino
por tu sabiduría: de ahí que lea lo que ya has escrito y anhele lo que escribes y que te dé
Dios vida para futuras tareas, como ellas a mí. Te ruego me envíes tu Vesta comentada
de nuevo. Lícito a nadie, sino a Lipsio, penetrar en esos santuarios: la fogosa diosa
aguardaba un ígneo ingenio. Escribe sin descanso: con tus desvelos te eriges
“monumento más duradero que el bronce”, y no solo “gran parte de ti evitará a
Libitina”, sino que Libitina ignorará por completo a Lipsio.
Nuestro Séneca te posee por completo, y no de otro modo podemos poseer un
completo Séneca. Dichoso él, que redivivo “volará en boca de los hombres” hasta el
último sol del mundo gracias a tus desvelos. De hierro se te antoja vuestra época por las
guerras, pero rivaliza con la edad de oro por tus escritos. Pienso está hecha para Marte,
no Minerva, pero tú haces lo esté para ella. ¿Qué contarte, si no es con voz quejosa, de
mi España? Vosotros presa de la guerra, nosotros de la inacción y la ignorancia. Allí se
consumen nuestra potencia y ejércitos, aquí nosotros mismos, y faltan quienes alcen su
voz, no quienes sus embustes. Con viudo pie caminan los varones de mejor nota, mas
no nos falta, “por gracia de Dios Todopoderoso”, consuelo: tus Políticas tradujo a su
lengua materna don Bernardino de Mendoza21, aquel ciego Tiresias, aquel Argos

20
En el encabezamiento de su carta Quevedo juega con la existencia en latín de dos verbos diferentes
cuya primera persona es dico: uno es de la tercera declinación (dico, dicere, dictum) y significa ‘decir’
(‘saludar’ en la expresión epistolar típica salutem dicere), y el otro, de la primera (dico, dicare, dicatum),
que significa ‘dedicar’, ‘consagrar’.
21
Militar y político español; tras participar en varios de los frentes bélicos que la monarquía de Felipe II
tenía abiertos en África, Italia y los Países Bajos, fue nombrado embajador ante la corte de Isabel I de
Inglaterra, siendo su siguiente destino diplomático la corte francesa. Cuando Quevedo inicia su epistolario
con Lipsio, Mendoza acababa de fallecer en Madrid (en agosto de 1604), aquejado de una ceguera que lo
afectó en el tramo final de su vida. Tradujo, efectivamente, los Politicorum sive civilis doctrinae libri sex.
Qui ad Principatum maxime expectant (Leiden, Ex officina Plantiniana, Apud Franciscum Raphelengium,
1589) de Justo Lipsio; la versión de Mendoza lleva por título Los seis libros de la Política o Doctrina
Civil de Iusto Lipsio que sirven para el gobierno del Reyno, o Principado (Madrid, Imprenta Real, 1604)
y tiene edición moderna a cargo de J. Peña y M. Santos (Madrid, Tecnos, 1997).
ciego22; espero, y aún más deseo, lo hiciera con éxito. Cedió ya a la ley natural aquel
varón, por cuyo consejo y con ocasión de tus anotaciones a Veleyo, he concebido (tal
vez con excesiva temeridad) el proyecto de vengar a Homero de las ofensas infligidas
por Escalígero23. Aliéntame tú, que eres mi numen, y “hazte a ser invocado en mis
plegarias”. Adiós y no me olvides. Valladolid, 22 de noviembre del año 1604.
Don Francisco de Quevedo.

Mas dime, amigo, tu opinión acerca de estos versos de Lucano en el sexto libro:
Ianitor et sedis laxae qui viscera saeuo
spargis nostra cani24.
Si habla25 a Cérbero y a este mismo se lo llama ‘portero’. ¿Qué perro es ese, si
ya el propio Cérbero es un perro? A los porteros, en efecto, los llamaban ‘perros’ los
antiguos, y ‘porteros’ a los perros; así en el Agamenón de Esquilo: lo recuerda
Escalígero en sus Coniectanea26. Hortensio en sus comentarios afirma que habla
Lucano de Cérbero, y no dice más27. Si me es lícita corrección con mínimo cambio,
corrijo así el pasaje:
Ianitor et sedis laxae qui viscera saeuus

22
Tiresias era un célebre adivino tebano al que, según la versión de Ovidio en las Metamorfosis, Juno
había castigado con la ceguera y Júpiter compensado con el don de la adivinación. Argos era un gigante
de cien ojos al que Juno había encargado vigilar a la ninfa Ío, metamorfoseada en vaca por Júpiter, que
estaba enamorado de ella. Por encargo del padre de los dioses, Mercurio consiguió eliminar a Argos y
liberar a la joven.
23
Alusión a los Poetices libri septem (Lion 1561) de Julio César Escalígero, en los que este proclamaba la
superioridad de Virgilio sobre Homero y el resto de poetas de la época clásica. Las in Velleium notae de
Lipsio se refieren a su edición del historiador romano Veleyo Patérculo (ss. I a.C.-I d.C.), publicada en
Leiden (C. Velleius Paterculus cum animadversionibus I. Lipsii, Ex officina Plantiniana, Apud
Franciscum Raphelengium, 1591). A poco de comenzar su obra, Veleyo incluye un gran elogio a
Homero, que Lipsio apostilla y apuntala (pp. 10-12 de las Animadversiones, que presentan paginación
propia en la edición citada) recordando el juicio de Escalígero: Amo, amo te, Vellei, ob haec iudicia. Ille
vero non summus solum poetarum, sed solus. Nam quis aliorum non peccat? At iste […] solus poetarum
non ignorat quid factu scriptuque decorum sit. Ita magnus Aristoteles censuit. Quem Iulius Scaliger cum
ubique audiat, cur hic spreuit? […] Sed diffundor in laude viri quem fateor me non aestimare, sed
venerari; nec venerari, sed paene dicam adorare. […] Omnia in hoc homine siue (fas sit dicere) Genio
obscura: parentes, patria, aetas ipsa.
24
Los versos que cita corresponden a Farsalia VI 702-703.
25
La hechicera Ericto (véase luego la última nota a esta epístola), que está conjurando e invocando a las
criaturas infernales.
26
Remite Quevedo a la obra de José Justo Escalígero, hijo del ya citado Julio César, Coniectanea in M.
Terentium Varronem de lingua Latina (París, Ex officina Rob. Stephani, 1565): Veteres canes vocabant
custodes, et contra qui custodiae praefecti erant canes. Aeschylus Agamemnone (p. 47; a continuación
cita en griego los vv. 606-607 y 896-897 de esa tragedia).
27
Efectivamente, el filólogo neerlandés Lambertio Hortensio, en sus comentarios a la Farsalia, se limita
a señalar que en ese pasaje Lucano alude a Cérbero, sin más consideraciones (M. Annei Lucani
Cordubensis, poetae celeberrimi et antiquissimi, Pharsaliae libri X. Cum Lamberti Hortensii Montfortii
doctissimi viri explanationibus […] Basilea, Ex officina Henricpetrina, 1578, col. 747: Periphrasis
Cerberi canis, quem fingunt inferorum in ipso statim limine custodem peruigilem).
spargis nostra canis.
Esto me parece cuadrar con lo que ahí se dice, si bien, a mi juicio, no es lícito tal
cambio; por ello arrojo luz sobre el problemático pasaje con estas palabras de Laercio
en su biografía de Pitágoras: “Y que Mercurio es el guardián de las almas y por ello se
lo llama el acompañante, el portero, el subterráneo, etc.”28. Hasta aquí Laercio. Eso
mismo parece apuntar Lucano, por lo cual, según mi opinión, es Mercurio ese portero
que esparce vísceras ante el cruel perro, esto es, Cérbero. Me barrunto que en las
palabras viscera nostra se encierra un significado peculiar relacionado con el castigo de
la anciana hechicera29. Pienso que eres tú, mi etrusco adivino, quien habrá de dar
solución a esta duda.

28
La cita corresponde a las Vidas y opiniones de los filósofos ilustres de Diógenes Laercio (VIII 31, Vida
de Pitágoras) en la versión latina de Ambrogio Traversari.
29
Los versos citados de la Farsalia proceden de la invocación a las potencias infernales puesta por
Lucano en boca de la hechicera Ericto. Ramírez (1966) tradujo “anciana bienhechora” al entender
beneficae por veneficae (‘hechicera’), palabra que, sin embargo, sí transcribió correctamente; cabe señalar
que en el original de la carta se aprecia una v corregida sobre una b previa.
EPÍSTOLA 4: [DE JUSTO LIPSIO A FRANCISCO DE QUEVEDO. 25/1/1605]

Iustus Lipsius D. Francisco Quevedo, nobilissima stirpe et animo viro, S.M.D.

O litteras tuas et amicas et sensibus argutas! Vtroque nomine me ceperunt; et


verum vis? Subiit memoria veteris Hispaniae, talium ingeniorum altricis, praeclaram
stirpem. Iactet se, si intelligat, si non Marti solum sed Musae et Mineruae operatur.
Atque utinam felicius Marti! Sed est quod dicis 30; hunc quoque eneruant31 quae sileo, et
unum, quod non pro vulgo efferam: opes. India capta ferum victorem cepit. Et illas nos
minuimus, fateor, et viros quoque vestros, quid negem? Commune sepulchrum Europae
sumus. O si Agamemnoni vestro Minerua cum suo Vlysse adsistat! Vestrum et nostrum
sit bonum. Nunc Excussae procerum mentes, turbataque mussant / consilia. Et quod
sequitur: O quanta Cithaeron / funera sanguineisque vadis, Ismene, notabis. Haec fient,
οὐ γὰρ ἀπείρητος μαντεύσομαι, ἀλλ᾿ εὖ εἰδώς [Al margen: Non inexpertus
vaticinabor, sed bene is praeuidens]; fiant, et Currite ducentes sub tegmina, currite,
fusi.
Ad te redeo. Bernardini Mendocii versionem32 Politicorum de qua scribis hic
habeo, et doleo in morte primatis, etiam ab animi dotibus, viri. Edere est animus, si
typographi nostri non detrectant, Mercurio semper, ut scis, amici. Ille mihi hoc nomine
maior est quod te hortatur Homerum tueri et ὑπερασπίζειν [Al margen: Defendere]. O
fac: non potes dignius et sapientibus gratius argumentum tractare. Quid de viro an
Genio illo sentiam nosti, et nuper etiam publicaui in Manuductione Stoica, quos libellos
cum Physiologia visos tibi velim, et a me donum habeas, si propius absis. Nam amo te
et hic33 animo interiori indui, ὦ μέγα κῦδος Ἰβήρων [Al margen: O magnum decus
Hispanorum]. Vale. Louanii 8 Cal(endas) Feb(ruarias) 1605.
De Lucani versu consideraui, et sagaciter inquiris, nec de Mercurio reiiciam:
quid si et Charontem accipias, qui etsi portitor proprie, tamen et ianitor dici potest, quia
transferendo admittit et in Orci faucibus seruat?

30
En Ramírez dicas.
31
En Ramírez eneruat.
32
En Ramírez versione.
33
En Ramírez hinc.
TRADUCCIÓN DE LA EPÍSTOLA 4

Justo Lipsio saluda a don Francisco de Quevedo, varón de estirpe y talante


nobilísimos.

¡Qué carta la tuya, tan amistosa y elocuentemente aguda! Por ambos aspectos me
ha cautivado; y ¿sabes qué? Que me ha evocado la preclara estirpe de la vieja Hispania,
criadora de ingenios tales: bien puede jactarse, si se hace consciente de ello y no se
dedica solo a Marte, sino también a las Musas y a Minerva. Y cuando a Marte, ¡ojalá
fuera con mayor fortuna! Pero sucede lo que tú dices; a este también lo debilitan cosas
que me callo, y sobre todo una, que no es para decir en público: las riquezas. “Las
Indias conquistadas conquistaron a su fiero vencedor”34. También nosotros os las
mermamos —lo reconozco—, y también a vuestros hombres, ¿a qué negarlo? Sepulcro
común somos de Europa. ¡Que Minerva con su Ulises asista a vuestro Agamenón35!
Bueno sería para vosotros y nosotros. Mas ahora, “turbado el ánimo, los próceres
murmuran confusos consejos”. Y lo que sigue: “¡Ah, Citerón, cuánto cadáver que
envolverás tú, Ismeno, en tus ensangrentadas aguas!” 36. Así sucederá, “y no lo vaticino
como ignorante, sino como quien lo prevé con claridad” 37. Suceda, pues, y “girad,
husos, girad dando suelta a los hilos” 38.
Vuelvo contigo. La versión de las Políticas de Bernardino de Mendoza, sobre la
que me escribes, la tengo aquí, y lamento la muerte de un varón de alto rango que lo era
también por sus prendas espirituales. Tengo intención de publicarla, si no se oponen
nuestros impresores, siempre amigos, como sabes, de Mercurio 39. Él me parece aún más
grande por el hecho de incitarte a defender y vindicar a Homero. Hazlo, por favor: no
puedes abordar asunto más digno que ese ni más grato a los doctos. Te consta lo que

34
Lipsio vuelve al parodéin de un verso clásico, tal como hacía al comienzo de su epístola anterior con el
de Ovidio; en este caso del célebre procedente de Horacio, Epístola II 1, 156: Graecia capta ferum
victorem cepit.
35
Entiendo que, en la alegoría mitológica de Lipsio, Agamenón correspondería a Felipe III y Ulises a su
consejero y valido, el duque de Lerma.
36
Versos procedentes de la Tebaida de Publio Papinio Estacio (III 92-93 y II 460-461). El Citerón y el
Ismeno son un monte y un río de la región de Beocia, cuya principal ciudad era Tebas.
37
Verso procedente de la Odisea homérica (II 170).
38
Verso que se repite varias veces (a partir del 327) en la llamada “profecía de las Parcas” sobre Aquiles
del poema 64 de Catulo.
39
Típica metonimia del nombre de un dios clásico por la actividad sobre la que ejerce su influencia; en
este caso, el afán de lucro y los negocios. Lo mismo sucede más arriba con Minerva por ‘sabiduría’ y en
algunas de las cartas anteriores con Marte por ‘guerra’, con Musas por ‘literatura’ y con Esculapio por
‘medicina’.
opino sobre ese autor, o más bien ese genio, y lo he dicho abiertamente hace poco en mi
Manuductio Stoica, libro que junto con la Physiologia quisiera que leyeras40: te los
regalaría, si te tuviera cerca, pues te aprecio y aquí te guardo en mi corazón, “oh, gran
honra de los iberos”41. Adiós. En Lovaina, a 25 de enero de 1605.
He dado vueltas al verso de Lucano y lo analizas con sagacidad. Aunque no
descarto lo de Mercurio, ¿por qué no pensar en Caronte, el cual, aunque propiamente es
un ‘barquero’, también puede llamárselo ‘portero’, pues admite para luego transportar, y
hace su servicio en la puerta del infierno?

40
La calificación de Homero como Genius está ya presente en las anotaciones de Lipsio a la obra de
Veleyo Patérculo (véase supra). Igualmente en la Manuductio ad Stoicam philosophiam y en la
Physiologia Stoicorum (sobre las que también véase más arriba) se leen alabanzas del humanista
brabanzón hacia el gran poeta griego: así, por ejemplo, en la p. 22 de la Manuductio (ed. cit. 1604: sed
inter istos incredibile est quantum unus emineat Homerus, cui palmam ingeniorum ab omni aeuo iure
meritissimo Plinius adiudicat). Sobre Lipsio y Homero véase Jehasse (1976: 451-473).
41
Nueva “parodia” de un verso clásico; en este caso, de una fórmula (μέγα κῦδος Ἀχαιῶν) empleada en
varias ocasiones por Homero (así, en Ilíada XIV 42 y en Odisea III 79, en ambos casos aplicada al
anciano Néstor).
2. Quevedo y Lipsio en 1604-1605
En el otoño de 1604 y el invierno de 1605 (periodo durante el que, como ya he
indicado, se produjo este intercambio epistolar42) Francisco de Quevedo era un joven
que en esos momentos cumplía veinticuatro años (concretamente, el 14 de septiembre).
Tras haberse formado con los jesuitas en Ocaña, había obtenido el bachillerato en Artes
por la Universidad de Alcalá, donde habría comenzado los estudios conducentes a
obtener la licenciatura (y quizá algún día el doctorado) en Teología. Miembro de una
familia estrechamente relacionada con la Corte, para la que habían trabajado y
trabajaban varios de sus miembros, se vio obligado a mudarse con ella a Valladolid en
la primera mitad del año 1601. Allí vivía, pues, en el citado otoño de 1604, se supone
que siguiendo sus estudios de Teología (de los que aún no se ha hallado prueba de que
los culminara) en la universidad pinciana y, como menor de edad, pues le faltaba aún un
año para alcanzarla, bajo la tutela (tanto él como sus hermanas) del prócer Agustín de
Villanueva.
Probablemente ya en Alcalá había iniciado una actividad literaria, tanto en prosa
como en verso, cuyos primeros frutos públicos obtendría durante su estancia
vallisoletana, siendo el más lucido su presencia, con unos cuantos textos, en la célebre
antología de Pedro de Espinosa Primera parte de las Flores de poetas ilustres de
España, publicada en la propia Valladolid en 1605, aunque con aprobación fechada allí
mismo en noviembre de 1603.
Justo Lipsio, en el momento de recibir la primera carta de Quevedo, estaba cerca
de cumplir los 57 años, pues había nacido en octubre de 1547 en la región belga de
Brabante. Era, con toda probabilidad, el intelectual más famoso y reputado de Europa,
formando, junto con José Justo Escalígero e Isaac Casaubon, el que por entonces se
conocía como “triunvirato de la república literaria”. De orígenes familiares católicos,
que explican que recibiera su educación juvenil en los jesuitas de Colonia, había vivido
y enseñado en territorios tanto protestantes de Alemania (Universidad de Jena) como
calvinistas de Holanda (Universidad de Leiden), hasta que al fin optó por proclamar su
credo católico e instalarse en Lovaina, en cuya Universidad enseñó hasta el fin de sus
días. Ello supuso la decepción de sus amigos y admiradores del bando anticatólico y el
eufórico júbilo de los “papistas”, sobre todo de los súbditos de la monarquía hispana

42
Concretamente, entre el 4 de septiembre de 1604 y el 25 de enero de 1605, justo, por cierto, cuando
estaba saliendo a la luz pública la primera parte del Quijote, viviendo Cervantes, al igual que Quevedo, en
Valladolid.
(Felipe II lo nombró cronista real), entre los que se constituyó en un auténtico ídolo. Su
reputación se asentaba tanto en sus obras de erudición filológica, como en las de
erudición anticuaria y las de política y ética, con las cuales consolidó y dio enorme
difusión a las corrientes del tacitismo y del neoestoicismo (basado sobre todo en
Séneca), a la que, como bien consta, se adhirió Quevedo. Uno de los tratados de
erudición anticuaria que Lipsio acababa de publicar en 1603, el De Vesta et Vestalibus
syntagma, es el que da pie al escritor madrileño para dirigirse a él en la carta de
septiembre de 1604, sumándose al selecto, mas no exiguo, grupo de ingenios y políticos
españoles que se cartearon con el eminente intelectual. No obstante, para sustentar el
posterior comentario y análisis de las epístolas que le dirigió Quevedo, es mi intención
detenerme en una pequeña obra de Lipsio publicada hacía más de diez años y que
lograría una considerable difusión y popularidad entre las élites más cultas del
momento.

3. La Epistolica institutio de Justo Lipsio


En 1591, el mismo año en que Lipsio se trasladó a la católica Lovaina, se
publica a su nombre en Leiden un opúsculo que, según la información recogida en su
portada (Epistolica institutio excepta e dictantis eius ore), procedería de una especie de
apuntes dictados por el humanista belga en junio de 1587 y que Frans van Ravelingen
(Franciscus Raphelengius), el yerno y colaborador del gran impresor Plantino, se habría
empeñado en publicar: así se indica en la breve epístola inicial de Lipsio al propio
Raphelengius, en la que aquel se muestra resignado a publicar el libellus ante la
insistencia del impresor, quien, al parecer, afirmaba haber oído rumores de que algún
otro quería adelantársele. Protesta Lipsio que no tenía intención de darlo a la luz y que
se trataba de unos meros dictata que había elaborado para uso y aprovechamiento de los
jóvenes estudiantes43.
Concebido como un conciso manual para la escritura de cartas, era inevitable
que el contenido de la Epistolica institutio, muy claro y perfectamente estructurado, se
convirtiera en una especie de manual para la imitación del estilo lipsiano y, por tanto, en
una obra clave de su producción, pese a su modesto origen y dimensiones. Además,
ofrecía una atractiva propuesta de itinerario formativo que superaba, por la vía de

43
Hay al menos dos ediciones modernas, ambas con traducción, una al inglés y otra al español: véanse en
la bibliografía final las entradas Lipsio (1996) y Lipsio (2016); esta última, muy reciente, va acompañada
de dos muy interesantes y valiosos paratextos: un prólogo de Lia Schwartz y un estudio preliminar de
Jorge García López.
asumirlo, el ciceronianismo que había dominado en general la prosa latina del siglo XVI
hasta hacía poco tiempo. Repartido en trece sucintos capítulos, se dedica el primero a
cuestiones etimológicas e históricas acerca del género de la epístola, y el segundo a su
definición, objetivos y partes (materia y sermo), a las que dedicará las siguientes.
Divide la materia en dos: solennis y varians, constituyendo la primera el
encabezamiento de la carta (al que dedica el tercer capítulo) y la cláusula (a la que
dedica el cuarto), con sus partes y su formulario habitual. La materia varians, objeto del
quinto capítulo, es la propia occasio scribendi et causa, que se explicitará en cada carta:
es decir, el asunto concreto por el que se la escribe. Propone una triple división, epistola
seria, docta y familiaris, subdividiendo, a su vez, la primera en publica (como pueden
ser deliberationes de statu rerum, de militia, de pace etc.) y priuata (consolationes,
admonitiones, petitiones, obiurgationes, excusationes, suasiones, laudationes…). La
docta es aquella que trata cuestiones relativas ad scientiam aut sapientiam, y la divide
en philologa (que in amoenioribus studiis occupatur, ut olim Varronis Quaestiones
Epistolicae44), philosopha (de natura vel moribus, como las de Séneca y Platón) y
theologa (como las de san Agustín o san Jerónimo). La familiaris, que es –dice– la que
se escribe con más frecuencia, es la que res tangit nostras aut circa nos quaeque in
assidua vita (“toca asuntos personales o que nos atañen, propios de la vida cotidiana”).
Con razón señala Lipsio al final que muchas veces esas tres especies principales
aparecen mezcladas en una sola epístola.
El sexto capítulo está marcado por la paradoja: se anuncia en el título que en él
va a tratarse sobre la inventio y el ordo (o dispositio), para descubrir en su interior que,
con todo sentido común, Lipsio no da apenas ningún precepto, sino que remite, si acaso,
a los tratados de Retórica para elaborar las cartas más “serias” y afirma que, en un
género tan próximo al de la conversación y en el que uno suele llevar en su mente bien
claro y dispuesto lo que quiere y va a decir, huelgan bastante los preceptos: cuanto
menos “artificio”, mejor (ut in colloquiis incuriosum quiddam et incompositum
amamus, ita et hic […] Omnino decora est haec incuria).
Todos los restantes capítulos, del siete al trece, están ya dedicados al sermo (esto
es, al lenguaje y al estilo), que se constituye así en la parte más atendida por Lipsio,
quien confiesa abiertamente, al principio del séptimo, que esa es en realidad la

44
De ese título varroniano se servirá Lipsio para titular una importante colección de epistolae doctae
philologae a la que volveré a referirme más adelante y que Jehasse (1976: 220) consideró su “premier
chef-d’oeuvre”: los Epistolicarum quaestionum libri V (Lipsio 1577).
verdadera razón por la que ha escrito su opúsculo, dado que el sermo es lo que exige
más aplicación (labor) y lo que nos hace correr más riesgos de fallar (error). Lipsio
afronta el estudio del sermo desde una doble perspectiva: uniuerse, atendiendo al
habitus y la conformatio de la epístola y persiguiendo la consecución de cinco virtutes,
que son breuitas, perspicuitas, simplicitas, venustas y decentia; y distincte, atendiendo a
la phrasis y a los verba. Así pues, cada uno de los capítulos comprendidos entre el
séptimo y el décimo se dedica a una de esas cualidades que Lipsio propone como
objetivos que se deben lograr (la venustas y la decentia son tratadas juntas en el capítulo
X). La breuitas se refiere, por una parte, a la extensión de la epístola, que no ha de ser
excesiva, o en todo caso muy medida de acuerdo con el tipo de carta que escribamos
(seria, docta, familiaris) y el destinatario; por otra parte, está la breuitas aplicada a la
phrasis y a los verba, esto es, estrictamente al sermo. El consejo de Lipsio es aplicar esa
breuitas a las res (no incluir nada que esté de más ni incurrir en repeticiones, yendo
siempre “al grano”), a la compositio (“rehuir las estructuras y periodos de gran longitud,
empleando frases cortas con asíndeton”) y a los verba, evitando al máximo el artificioso
rebuscamiento y empleando solo las palabras justas, precisas y necesarias. La
perspicuitas o claridad, objeto del capítulo VIII, es la virtud que contrarresta la breuitas,
siempre peligrosamente vecina a la temida oscuridad, vicio en el que incurren algunos
por inclinación natural y muchos (stulti!) de propio intento. El precepto básico se
condensa en un aforismo: Clare scribe, si potes, et breuiter. Para lograrlo, los verba han
de ser propria, usitata et collocata.
Se dedica el capítulo noveno a la tercera virtus: la simplicitas, que debe
entenderse tanto in stilo como in mente. Se logrará en el “estilo” si el modo de
expresión es sine cura, sine cultu, simillimum cottidiano sermone; en la “mente”, si
logramos que la epístola sea fiel reflejo de nuestro carácter, pues “como con razón dejó
escrito Demetrio, nada como una epístola arroja luz sobre la naturaleza y la verdadera
índole de cada cual”. Hemos de ser espontáneos y naturales, sin excesos ni de afectación
ni de chabacanería. Propone a Cicerón como modelo máximo en ello.
Son la venustas y la decentia el objeto del décimo capítulo: según Lipsio,
depende la primera del ingenium y la segunda del iudicium, por lo que es muy difícil
reducirlas a preceptos. Venustas tiene el sermo que es “animado, vivaz y gallardo, con
un toque de atractivo encanto” (cum sermo totus alacer, viuus, erectus est et allicientem
quandam gratiam Veneremque praefert). Aunque es un don natural, ayuda a conseguirla
–señala el humanista brabanzón y esto es muy importante45– el empleo de adagios, de
fragmentos de versos, de frases hechas en latín y griego, y, en fin, de sales y donaires
oportunamente traídos. La decentia, que es lo que los griegos denominaban τὸ πρέπον,
consiste en que todo esté escrito apte et conuenienter, atendiendo al mismo tiempo a la
persona, tanto propia como del destinatario, y a la res o asunto de que se trata en la
epístola, que debe vestirse con el adecuado “ropaje” de pensamientos y palabras; todo
ello depende casi enteramente del sentido común (iudicium) de cada cual, que Lipsio
aconseja “pedírselo a Dios y a la naturaleza, no a la técnica y entrenamiento [ars]”.
En el undécimo capítulo indica Lipsio que hasta aquí ha tratado acerca del sermo
de modo general (uniuerse), pero que ahora lo abordará distincte, es decir, atendiendo a
la phrasis y a los verba: la primera exige elegantia y nitor, la segunda Latinitas y
proprietas. El dominio de todas esas virtudes puede alcanzarse o por el oído (auditus) o
por la lectura (lectio), siendo lo primero mucho menos habitual y más difícil, porque
pauci ea cura loquuntur qua scribunt (“pocos ponen al hablar el cuidado que al
escribir”). La lectura es, en cambio, más segura (tuta) y eficaz (utilis), lo que abre la
puerta a un concepto capital como es el de la imitatio, sin la cual de poco sirve el ars.
Lipsio va a establecer un programa de lecturas atendiendo a seis criterios, repartidos en
tres parejas (quos et quando legas; quid et e quibus seligas; quid exprimas et quid vites:
“qué leer y a qué edad; qué elegir y de qué autores; qué imitar y qué evitar”). Tras
comenzar rechazando el ciceronianismo, que asocia con “algunos italianos” de tiempos
recientes y del que reconoce haber sido seguidor en su cándida juventud, proclama la
necesidad de tener como lectura y posible modelo de imitación a todos los autores
latinos; pero –y he aquí uno de los elementos más importantes e interesantes de la obra–
establece un gradación en la imitatio que asocia a la edad del aspirante a (buen) escritor
en latín: primero la imitatio puerilis, después la crescens y al fin la adulta. Reconoce
que a la primera sí le conviene la “herejía italiana”: esto es, tener por modelo no solo
máximo sino también único a Cicerón, para consolidar una base estilística muy sólida,
si bien reconoce que también puede ser útil la lectura de modernos ciceronianos como
Sadoleto, Bembo o Longueil para aprender en ellos la aplicación práctica del
ciceronianismo. En la fase de imitación crescens (o iuuenilis) hay que ir pasando
gradualmente a aquellos autores que puede considerarse que no se alejaron
excesivamente del modelo que marca Cicerón, como Quintiliano (este, el primero),

45
Significativamente, es este párrafo, central y capital en la obra, el único de toda ella que selecciona para
reproducirlo (traducido al francés) Jehasse (1976: 275) en el epígrafe que dedica a la Epistolica institutio.
Quinto Curcio, Veleyo Patérculo, Tito Livio y Julio César, pero sobre todo a Plauto y a
Terencio, al primero de los cuales, que siempre veneró, pone Lipsio como el mejor
modelo de sermo para la escritura de cartas por su proprietas, nitor, venus, lepor y
comitas. A todos ellos puede sumarse Plinio el Joven y el “etrusco Angelo”, o sea el
gran humanista del siglo XV Angelo Poliziano. Ambas fases de la imitatio, la puerilis y
la crescens, pueden durar un bienio cada una. En la fase de imitación adulta (que se
supone habrá de extenderse ya durante todo el resto de la vida) se concede libertad para
leer y escoger flores ex omni prato, si bien Lipsio recomienda, ante todo y como era de
esperar, la lectura de Salustio, Séneca y Tácito, y cualquier escritor breuis et subtilis;
ello con vistas a conformar una oratio stricta, fortis et vere virilis. De esa manera ha
respondido Lipsio a la primera cuestión: quos et quando legas.
A la segunda (quid et e quibus seligas) dedica el duodécimo y penúltimo
capítulo: dado que la memoria no es lo suficientemente poderosa como para retener
todo cuanto se ha leído en las fases antedichas, es necesario recurrir a libelli
memoriales, los cuadernos de anotaciones ya entonces tradicionales en la educación
humanista, también conocidos como codices excerptorii. Aconseja Lipsio elaborar tres:
uno de formulae, otro de ornamenta y un tercero de dictiones. Divide las formulae en
las que atañen ad contextu (formulae ordiendi, narrandi, continuandi, transeundi,
abrumpendi, claudiendi) y las que sirven ad materiem (rogandi, gratias agendi, operam
offerendi, laudandi, vituperandi, asseverandi, etc.), y recomienda tomarlas de Cicerón,
sobre todo, y también de otros autores como Plinio el Joven y Poliziano. En el de
ornamenta ha de anotarse (distincte et per capita) similitudines, allegoriae, imagines,
acutiora dicta, sententiae, siendo fuentes adecuadas de nuevo Cicerón, y también
Quintiliano, Plinio, los historiadores, Séneca e incluso los griegos, con Plutarco como
autor principal. El libellus de dictiones se dividirá en phrases y verba: recomienda
Lipsio disponer las primeras según los autores, con un bloque dedicado solo a las de
Cicerón, otro a las de Plauto y Terencio, otro a los historiadores, etc., sin olvidar a
autores habitualmente menos atendidos como Varrón, Gelio, Suetonio, los juristas o
Apuleyo. La sección de verba puede disponerse en orden alfabético y debe alimentarse
de las obras de todos los autores, sin despreciar a los gramáticos y a los antiguos
glosarios.
El decimotercer y último capítulo, dedicado a quid exprimas et quid vites (“qué
imitar y qué evitar”) introduce una especie de guía correctora del excesivo “libertinaje”
estilístico al que puede conducir la laxitud de los consejos dados en los capítulos
previos. Retomando el esquema de las edades de la imitación, señala Lipsio que en la
ciceroniana puerilis se ha de imitar de manera abierta, clara, osada e incluso ostentosa al
gran escritor clásico latino, como el niño que aprende a escribir dibujando letras sobre
otras previamente escritas. Solo se ha de estar atento a escribir del todo correctamente
desde el punto de vista gramatical. En la fase de la imitatio crescens hay que ir
separándose de esa imitación tan evidente, tratando de lograr la pericia del músico
cuyos dedos van de manera natural y casi inconsciente a la cuerda que ha de tocar en
cada momento. Como el abanico de lecturas se ha abierto mucho, hay que procura evitar
en esta fase el empleo de palabras tanto sordidae (por las que se deben pedir disculpas si
se emplean) como obsoletae; por ello se debe tener mucha cautela al imitar el lenguaje
de la comedia. En todo caso, debemos lograr en esta fase una especie de “apariencia” de
estilo propio y personal que vaya identificándonos. En la fase adulta esa apariencia
habrá de ser ya una realidad, que emane del interior del texto, de sus virtutes et cultum
internum, los cuales conforman las figurae, imagines, acumina y ornamenta que
empleemos. En esta fase el vicio que debe evitarse es el de la cacozelia, que Lipsio
define como el nimium cultus studium et sine modo (“recrearse de manera excesiva y sin
control en el adorno estilístico”).
Llegados a este punto final, cabe señalar que Justo Lipsio fue siempre fiel a esos
preceptos en sus obras, pero no así muchos de quienes penetraron por la senda de su
imitación, que alcanzaron muy elevadas cotas de alambicamiento (cacozelia) y, por
ende, de oscuridad, y de los que el mismo Lipsio se quejó más de una vez, a sabiendas
de que menoscababan su propia reputación, puesto que muchos identificaron como
“lipsiano” ese estilo abstruso, llevado muchas veces al límite de lo inteligible (véase
luego la nota final).
El opúsculo de Lipsio se cierra con el texto bilingüe (griego-latín) de la breve
sección que al género epistolar dedicó Demetrio Falereo en su tratado De elocutione
(“Sobre el estilo”).

4. El modelo lipsiano en las epístolas de Quevedo


Me propongo ahora analizar y comentar las dos epístolas que Quevedo envió a
Justo Lipsio a la luz del dechado que este propuso en su Epistolica institutio.
Recordemos en primer lugar uno de sus consejos más importantes, en concreto para la
obtención de la venustas (capítulo 10): Venustatem appello cum sermo totus alacer,
viuus, erectus est, et allicientem quamdam gratiam Veneremque praefert. Quod natura
fere dat: nonnihil tamen et duplex haec monitio. Primum, ut adagia allusionesque ad
dicta aut facta vetera, versiculos aut argutas sententias utriusque linguae interdum
immisceas. Secundum, ut iocis salibusque opportune condias; quos animam et vitam
epistolae esse non fugiam dicere.
Veamos ahora cómo lo aplica Quevedo en sus cartas:
A) Con el empleo de adagios y de frases hechas con alusiones cultas,
especialmente al mundo clásico (adagia allusionesque ad dicta aut facta vetera):
vespertiliones [1]46 (adagio: Erasmo 3836)47; toto corde [1] (adagio: Erasmo 426)48;
nodum soluere [1] (adagio: Erasmo 6)49; candidum vel nigrum calculum [1] (adagio:
Erasmo 453)50; ad incitas usque [2] (adagio: Erasmo 3667)51; melioris notae viri (2)
(adagio: Erasmo 454)52; verba dare [2] (adagio: Erasmo 449)53.

46
Con las indicaciones [1] y [2] remito respectivamente a la primera y segunda carta de Quevedo.
47
El vespertilio es el murciélago, animal a medio camino, como indica Erasmo, entre ave y ratón, con
cuyo nombre —sigue diciendo— se designaba a los deudores y morosos que, para zafarse de sus
acreedores, permanecen durante el día en su casa y solo salen de noche. Quevedo se lo aplica en su carta a
ciertos (pseudo-)eruditos españoles que, al parecer, pretendían publicar un tratado acerca de las antiguas
Vestales.
48
Toto pectore: Cum sincerum et absolutum amorem significamus […]. Quamquam illud toto pectore
etiam ad studium diligentiamque referri potest, ut facit M. Tullius epistolarum familiarium decimo tertio,
epistola prima […] Seneca epistola III […]. Cornelius Tacitus in dialogo de oratoribus […]. Hebraei
dicunt toto corde (“Cuando queremos significar un amor sincero y absoluto […]. Aunque también puede
referirse al estudio y la dedicación, como hace Marco Tulio en el decimotercero de las Epístolas
familiares, primera epístola […]. Séneca en la epístola tercera […]. Cornelio Tácito en el Diálogo de los
oradores […]. Los hebreos dicen “de todo corazón”).
49
Literalmente “desatar un nudo”, o sea, “resolver un enigma”. Erasmo lo pone en relación con el famoso
“nudo gordiano”, desatado, a su manera, por Alejandro Magno.
50
Album calculum addere et similes figurae: Album calculum addere pro approbare subinde legimus
apud doctos. Inde sumptum quod antiquitus missis in urnam calculis ita ferebantur a iudicibus sententiae,
ut albis absoluerent, nigris damnarent (“Solemos leer en muchos autores doctos ‘añadir una piedra
blanca’ en el sentido de aprobar. Procede de que antiguamente las sentencias de los jueces se emitían
introduciendo en una urna piedrecillas blancas, que significaban absolución, o negras, que condenaban”).
Quevedo lo utiliza para recabar la opinión, positiva o negativa, de Lipsio acerca de su propuesta de
intelección del nodus o enigma que en la obra de Arnobio se planteaba acerca de las sacerdotisas de
Vesta.
51
Ad incitas: Quos urgeret extrema necessitas, his res dicebatur ad incitas rediisse. Plautus in Trinummo
[v. 537] […] Idem in Penulo [v. 907] (“A los que agobiaba una extrema necesidad se decía que se veían
en las últimas. Lo usa Plauto en las comedias Trinummus y Poenulus”).
52
Creta notare. Carbone notare: […] Ad hanc viciniam pertinet quod quae praecipua sunt ea melioris
notae esse dicimus (“Similar a esto es el hecho de que de aquello que es eminente digamos que es de
mejor nota”). Obsérvese que es el adagio posterior al del album vel nigrum calculum, con el que guarda
mucha relación.
53
Señala Erasmo que la expresión verba dare se encuentra con mucha frecuencia y en muchos autores, y
que su significado es el de fallere (‘engañar’, ‘mentir’). Se queja Quevedo a Lipsio de que en la España
de entonces desunt qui verba faciant, non qui dent. Ramírez (1966: 404) no supo interpretar la frase, por
ignorancia del adagio (o, al menos, de la expresión latina), y erró completamente al traducir: “y aunque
no faltan quienes dan consejos, faltan quienes los lleven a cabo”. Su traducción supone un retroceso
respecto a la acertada de Astrana (1946: 6), a quien debería haber seguido, pues tradujo con bastante
corrección así: “No hay nadie que hable, mas sí muchos que mienten”. Es decir, que en esa situación tan
delicada por la que atravesaba la nación, nadie se atrevía a alzar la voz, mientras que eran muchos los que
-pro Esculapio [2], nombre de divinidad empleado en metonimia por aquello
sobre lo que rige, en este caso la medicina; lo mismo sucede en Marti non Mineruae
facta [2], metonimia que también emplea Lipsio en sus cartas y en la que los nombres
de esos dioses remiten a la guerra y a la sabiduría, respectivamente.
-Lipsius es Lynceus: lippus sum [1]: juego de palabras en el que podemos
observar un quiasmo (es Lynceus: lippus sum), unido al juego paronomásico con tres
masculinos de la segunda declinación terminados en -us y comenzados por (casi) la
misma sílaba: li-ly. Se acude a un personaje mitológico caracterizado por una cualidad
visual, en este caso muy positiva: el juego de palabras contrapone la muy aguda visión
(filológica, ergo virtual) de Lipsio a la miopía, real, de Quevedo, en una ingeniosa
captatio beneuolentiae. En este caso, es muy probable que Quevedo esté aludiendo
también a otro adagio recogido por Erasmo, en concreto al 1054, Lynceo perspicacior,
en cuya explicación, por cierto, el humanista holandés recuerda unos versos de la
epístola de Horacio a Mecenas (I, 29-30) en los que se lee el juego de palabras Lynceus-
lippus (achaque que al parecer también padecía Horacio); con ello encontramos una
alusión poética que podemos sumar a las que recogemos aquí poco más adelante. Es, en
fin, el de Lynceus/lippus un juego de palabras que pertenece al mismo ámbito
semántico-conceptual que el siguiente, empleado por Quevedo en la segunda epístola.
-caecus ille Tiresias, Argos ille caecus [2], aposición a Bernardino de Mendoza:
es una nueva allusio en la que encontramos, con otro perfecto quiasmo, un logrado
juego de palabras, pues de nuevo tenemos referencias a personajes mitológicos
caracterizados por una cualidad visual, positiva y negativa esta vez: Tiresias era, además
de ciego desde su juventud (por castigo de Juno), un sabio adivino (y recuérdese que la
diuinatio era, y es, una de las operaciones más complejas y arriesgadas de la crítica
textual; véase luego), mientras que Argos era todo lo contrario a un ciego, pues tenía
cien ojos (ambos personajes estaban conectados, además, por el hecho de haberse visto
implicados en las disputas conyugales entre los dioses Júpiter y Juno); don Bernardino,
a pesar de la ceguera que compartía con el sabio Tiresias, tenía la vista y visión de un
verdadero Argos. Debe tenerse en cuenta, además, que en la referencia a la ceguera de
Tiresias puede estar Quevedo aludiendo de nuevo a otro adagio: Erasmo 257 (Tiresia
caecior: “Más ciego que Tiresias”).

mentían (con muy probable referencia a los aduladores de los poderosos, a los que trataban de convencer
de que todo estaba bien…).
-Phoenix aetatis [1]: los ejemplos anteriores apuntan al elogio de Lipsio como
un intelectual de singular agudeza, un ejemplar de sabio único y peregrino, tal como lo
era la mítica ave fénix, con la que lo parangona Quevedo justo al comenzar su primera
carta, siendo ese elogio lo primero con lo que se topó el humanista al abrirla. Debe
tenerse en cuenta a este respecto la existencia del adagio erasmiano 1610 (Phoenice
rarior: “Más raro que el ave fénix”): […] De rebus aut etiam hominibus inuentu
perquam raris (“De cosas e incluso personas muy raras de encontrar”)54.
-Etruscus mihi aruspex [2]: en esa misma línea cierra Quevedo su segunda
epístola con otra alusión al acto de la diuinatio, al adjudicar a Lipsio la proverbial
capacidad de los antiguos adivinos etruscos en ese sentido. El humanista belga la
aplicaba a los textos clásicos, siendo capaz de proponer conjeturas textuales e
interpretaciones exegéticas de gran agudeza cuando se enfrentaba a pasajes
problemáticos, como el de Lucano que Quevedo somete a su consideración en esa
segunda epístola.
-dubia manu, suspensa mente [1] (“con dudosa mano y vacilante ánimo”): así
afirma Quevedo que escribirá sobre cierta subtilis quaestio antes de enviársela a Lipsio
para que este la revise y corrija; es decir, que dudará mucho antes de decidirse a poner
la pluma sobre el papel para escribir lo que escriba. En realidad, Quevedo construye
aquí una hipálage cruzada, puesto que los adjetivos están intercambiados: es a la mens a
la que le correspondería el adjetivo dubia, como el de suspensa a la manus (la mano
queda en suspenso, sin escribir nada, en tanto la mente no resuelva sus dudas, y todo
ello —debe entenderse— por pararse mucho a pensar en lo que opinará Lipsio cuando
lo lea). Prueba de ello es que, de nuevo, podemos traer aquí un adagio erasmiano (el
3302, y van ya once) que reza, precisamente, suspensa manu y sobre cuyo empleo
señala el humanista bátavo que fit venustius (ojo al adjetivo) si a corpore ad animum
transferas (“es más bello y logrado si se aplica a lo anímico más que a lo corporal”),
que es lo que ha hecho Quevedo con su lograda hipálage.
-La paronomasia igneum ingenium, que se lee en una de las epístolas de Sidonio
Apolinar, la IV 16.

54
El ave Phoenix, dada su singularidad (ser única y siempre la misma muriendo y renaciendo en eterno
ciclo), se había convertido en símbolo de la alabanza –cierto que ya por entonces bastante tópica– sobre
todo de escritores e intelectuales. El célebre elogio “Fénix de los ingenios”, que hoy solemos asociar
exclusiva y antonomásticamente con Lope de Vega, se aplicaba ya en la Italia del siglo XV al gran
Giovanni Pico della Mirandola, según explica Emanuele Tesàuro en su célebre Cannocchiale aristotelico
(1669: 221).
-La oposición ferrea tempora frente a aurata secula [2], con la alusión a la
mítica Edad de Oro de los clásicos.
-El giro concessit naturae [2], eufemismo por “murió” que procede de Salustio
(Guerra de Jugurta 14, 15).
-ante ultimum solem [2] podría estar inspirado en un pasaje de Amiano
Marcelino: a primo ad ultimum solem (Res gestae 14, 6, 10).
-viduo pede [2]: no he hallado testimonio alguno ni antiguo ni moderno de
semejante expresión. Todo parece indicar que es creación personal del propio Quevedo
y que con él quería expresar el paso vacilante o la cojera, defecto que, como sabemos, lo
aquejaba a él mismo, si bien en su carta lo aplica a los varones ilustres de la España de
su tiempo, quienes por entonces, dice, caminaban con paso vacilante (o con “viudo
pie”). La lógica de esa expresión parece basarse en que viduus (‘viudo’) podía aplicarse
metafóricamente a un miembro de una pareja que ha perdido la presencia o asistencia
del otro miembro: si un pie está “viudo” es porque el otro no cumple bien su función, o
debido a que no existe o a que está impedido de alguna manera, lo que provoca que se
cojee55. Resulta muy curioso que, junto con el lippus de la primera epístola, Quevedo
aluda en su correspondencia con Lipsio a los dos más evidentes defectos que lo afeaban,
la miopía y la cojera, y de los que él mismo se haría eco más de una vez en sus obras
posteriores.

B) Con inserción de fragmentos de versos en latín y griego (versiculos aut


argutias sententias utriusque linguae):
-Dii tibi dent animos, a te nam caetera sumes [1, encabezamiento]:
Ovidio, Cartas desde el Ponto II 1, 53, dirigiéndose al gran Germánico, sobrino de
Tiberio.
-pallentes morbos [2]: Virgilio, Eneida VI 275 (pallentesque habitant
Morbi tristisque Senectus; descripción de la entrada al infierno). Quevedo lo aplica a sí
mismo y a su grave enfermedad. Otro elemento de captatio.
-monumentum aere perennius y magna pars tui vitabit Libitinam [2]:
Horacio, oda III, 30, 1 y 6-7 (Exegi monumentum aere perennius […] multaque pars

55
Cabe señalar que Quevedo volverá a incluir la expresión viduo pede ambulant melioris notae viri en su
epístola en latín a Vicente Mariner que se incluye en los preliminares de la traducción del Iuliani Caesaris
in regem Solem ad Salustium Panegyricus (Mariner 1625); recordemos que esos preliminares son la única
fuente por la que conocemos la segunda epístola de Lipsio a Quevedo, pues también se incluyó allí.
mei / vitabit Libitinam). Quevedo lo aplica a la grandeza de Lipsio. Lo mismo que las
dos siguientes.
-volitabit per ora virum [2]: Virgilio, Geórgicas III 9 (victorque virum
volitare per ora), aunque inspirándose en un verso atribuido a Enio. Virgilio formula un
deseo-profecía sobre su propia fama futura.
-votisque assuesce vocari: Virgilio, Geórgicas I 42 (et votis iam nunc
assuesce vocari). Virgilio ensalza al césar Octavio Augusto como verdadero dios.
-Διὸς μεγάλοιο ἕκητι [2]: Hesíodo, Trabajos y días 4 (“por gracia de
Dios Todopoderoso”).
-Pero hay también más de una cita poética “oculta”, insertada con
naturalidad en la prosa epistolar de Quevedo: así, en la primera carta, candidum amorem
remite seguramente al candidus Amor de Propercio II 3, 24, a partir del cual innova
Quevedo creando otra iunctura ya suya propia: niuea sollicitudo. Y digo seguramente
porque unas líneas más abajo encontramos una indudable cita del segundo verso de esa
misma elegía properciana: Cecidit spiritus ille56. La fórmula de despedida vale nostri
memor [1, 2] está probablemente tomada del cierre de la sátira tercera de Juvenal, v.
318: Ergo vale nostri memor. Por su parte, belli praedam [2] es una secuencia que,
aunque no forme allí sintagma, se lee en un verso de la Farsalia de Lucano (V 526)57.
La expresión querula voce [2] aparece en el Ars amatoria de Ovidio (II 308, aunque
querula es variante textual no admitida en algunas ediciones actuales).

C) Con juegos de palabras ingeniosos y alegorías:


-Ya hemos analizado más arriba la frase Lipsius es Lynceus: lippus sum.
Pero cabe señalar que no es sino el inicio de una sostenida e ingeniosa alegoría en la que
se juega con los conceptos contrapuestos de ceguera frente a visión muy penetrante y de
luz que deslumbra frente a tiniebla. Tras calificar a Lipsio como un nuevo Linceo y
presentarse a sí mismo como un miope, Quevedo añade un tercer término a la gradación
descendente introduciendo a los hispanos vespertiliones o ‘murciélagos’, un animal,
como bien se sabe, “ciego”. Esos ciegos autores españoles estarían en el extremo
opuesto respecto a Lipsio, mientras que Quevedo se situaría en una posición intermedia:
no goza de la agudísima visión del belga, pero al menos es capaz de ver algo, pues solo

56
Qui nullum tibi dicebas iam posse nocere, / haesisti, cecidit spiritus ille tuus!
57
El fragmento en que se inserta ese verso lo citará no mucho después Quevedo en sus Lágrimas de
Jeremías castellanas, cuya redacción suele fecharse entre 1609 y 1613 (véase Moya 2014: 127).
es lippus, no caecus como los otros. Curiosamente, en la segunda epístola, la mención
de Bernardino de Mendoza, quien, como decíamos, se había quedado efectivamente
ciego en los últimos años de su vida, induce la inclusión de nuevos juegos de palabras
en ese ámbito: los de Tiresias y Argos ya comentados. Volviendo a la primera epístola,
observamos que Quevedo, a pesar de su defectuosa visión, es al menos capaz de ver y
reconocer “el sol” de Lipsio y el resplandor con el que, como tal, ha iluminado los
misterios de las antiguas vestales, quienes, a su vez, tenían a cargo custodiar otro
elemento lumínico: el fuego sagrado de Roma. El humanista belga sería, pues y a un
tiempo, fuente de luz y “Linceo” que ve mucho más que otros gracias a la luz que él
mismo emite. En cambio, los pobres autores españoles que han intentado la misma
empresa, los ya citados ‘murciélagos’, revolotean tristemente en las tinieblas (per
umbram).
-El propio asunto del tratado que ha publicado recientemente Lipsio, esas
sacerdotisas romanas que custodiaban el fuego de la diosa Vesta y que debían
obligatoriamente permanecer vírgenes, induce otro juego de conceptos entroncado con
el anterior y esta vez dominado por algo muy del gusto de Quevedo: la paradoja.
Penetrar (y nunca mejor dicho, como se verá) los misterios de ese sacerdocio femenino
suponía, metafóricamente, “desflorar” y, por tanto, profanar a esas sacerdotisas
vírgenes. Pues bien, los vespertiliones hispanos son tan inútiles que, pese a haberlas
tenido en sus manos, no han logrado tal objetivo, por lo que se los puede tener por
‘castos’, pero no por ‘doctos’: habían manoseado a esas doncellas, pero, en un
imposible paradójico, ni siquiera las habían rozado con sus manos (virgines quas prae
manibus habebant intactas reliquerunt). Quevedo afirma que él también se había
propuesto iniciar ese mismo estudio y que también las había tocado, pero, en su caso, no
como un impío profanador, sino como mero erudito respetuoso, muy interesado en el
asunto (non profanus, sed studiosus). Sin embargo, la aparición del tratado de Lipsio
sobre el asunto había acabado con toda esperanza de poder aportar nada nuevo. Tal
como sucedía en el caso anterior con la ceguera de Bernardino de Mendoza, todo este
juego de conceptos tiene su eco en la segunda epístola, en la que retomando el de la
oposición entre luz y la tiniebla, se reconoce la capacidad única del humanista belga
para afrontar temas tan complejos y “misteriosos”: jugando del políptoton, afirma
Quevedo que solo a Lipsio la ley religiosa (fas) le permitía penetrare los penetralia de
Vesta, rozando aquí, a mi juicio, el escritor madrileño los límites del decoro (la decentia
hacia el destinatario y hacia uno mismo que exigía Lipsio en su Epistolica institutio) al
forzar aún más la metáfora sexual iniciada en la carta anterior con la alusión a la
“violación” de las Vestales; en este caso, lo que parece apuntar Quevedo es que Lipsio
había demostrado que era capaz de forzar no ya a las sacerdotisas, sino a la propia diosa
(no hace falta detenerse a señalar las connotaciones que tenía y tiene el verbo
penetrare), a la que se presenta como ignita (“fogosa”), jugando claramente con un
doble sentido: el sexual y el del fuego a ella dedicado que había que custodiar en sus
oscuros penetralia o santuarios. Y ello solo podía hacerlo el igneum ingenium de Lipsio,
que era el que la diosa anhelaba: ese penetrante ingenium que con su fuego “iluminara”
al fin sus misterios. Ignoramos cómo recibiría el ya bastante anciano humanista belga
esas osadías en el límite de la decentia (esos excesos de venustas, de nuevo nunca mejor
dicho) del fogoso y prometedor joven español. En todo caso, eran casi un juego de niños
al lado de las que llegaría a perpetrar en no pocos pasajes de su posterior obra en
castellano.
-salute missa a Lipsio salutem amissam adeptus [2] (“recuperando la salud
perdida gracias al ‘saluda’ enviado por Lipsio’): juego de palabras, imposible de
traducir con todos sus matices (pues se basa en lo que hoy se denomina
“metalenguaje”), a partir de la fórmula de encabezamiento típica de las cartas en latín,
que formaba parte de lo que Lipsio en su Epistolica institutio llamaba la materia
solennis: salutem con el opcional dicit (ej.: Iustus Lipsius Francisco de Quevedo
salutem [dicit]: “Justo Lipsio saluda a Francisco de Quevedo”). Además, el belga había
terminado su carta en respuesta a la primera de Quevedo pidiendo a Dios que diera
salud a este. Es decir, que Quevedo ha recobrado la salud perdida gracias a ambas
salutes, la que formulariamente le deseaba Lipsio al comienzo de su carta y la que le
pedía a Dios para él al final de ella, en la otra sección de la materia solennis. Por otra
parte, el empleo de salus es metonimia por la propia carta, y esta, recibida del gran
Lipsio, ha sido factor de curación para Quevedo, quien a renglón seguido halaga al
humanista belga diciéndole que las palabras suyas que le es dado leer le sirven de
medicina, no solo las que le llegan en forma de epístola, sino también y sobre todo las
que se contienen en sus eruditos tratados. Por tanto, Lipsio, al dignarse contestar a la
carta enviada, ha hecho de médico para Quevedo.
-Seneca noster te totum habet, et non aliter totum Senecam habere possumus [2]:
nuevo y perfecto retruécano, figura retórica muy querida de quien pasa por haber escrito
el que quizá sea el más célebre de la literatura española (“¿Siempre se ha de sentir lo
que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”). Lipsio ha comunicado a
Quevedo en su respuesta que se halla ocupado de lleno en la edición de la obra de
Séneca (Nunc Seneca vester me totum habet), y Quevedo no podía desaprovechar la
ocasión para un nuevo halago: la frase Seneca noster te totum habet puede entenderse
tanto en el sentido en que lo empleaba el humanista belga como en el de “Séneca se ha
apoderado de ti por completo” (porque tú, Lipsio, eres un Séneca redivivo); y, según
reza la segunda parte del retruécano, esa es la única manera por la que era posible
entonces tener un “Séneca completo”, expresión que se referiría, por una parte, a la
edición de los Opera omnia que preparaba Lipsio y, por otra, a este mismo, quien sería,
a su vez, un totus Seneca. Difícil, muy difícil, que el gran humanista no se sintiera (muy
finamente) halagado…

D) Con el empleo ocasional de términos poco usados (arcaicos o postclásicos) 58:


-A poco de comenzar la epístola [1], Quevedo utiliza un vocablo muy raro que
Ramírez (1966: 389) fue incapaz de traducir (Astrana ni siquiera ofreció su versión de
tal pasaje). Se trata de foriis, ablativo de foria, un plurale tantum que, según el
Thesaurus Linguae Latinae, se documenta solamente en el De compendiosa doctrina
del gramático Nonio Marcelo y en un antiguo glosario, dándose en ambos como
equivalente y explicación la palabra stercora (‘excrementos’). También existía en la
forma femenina foria, foriae con una acepción patológica de ‘diarrea’ en veterinaria,
documentada en Res rustica de Varrón59. Se trata de un término empleado muy
ocasionalmente en la literatura neolatina (aparece ya, por ejemplo, en los Colloquia de
Erasmo), pero sobre todo en la de índole polémica, pues servía muy bien para atacar a
rivales tildando sus palabras e ideas de foria o foriae. El propio Lipsio (1577: 7), en una
de sus Epistolicae quaestiones y minimizando su innegable sentido escatológico,
explicaba que podía emplearse como sinónimo de quisquiliae o burrae, es decir,

58
Esto ya no pertenece a los consejos para lograr la venustas que recoge Lipsio, quien señalaba que en la
fase de imitatio adulta uno debe apuntar en su libellus de dictiones palabras escogidas de todo tipo de
autores y de todas las épocas, sin descuidar ni a los gramáticos ni a los antiguos glosarios. Entre los
gramáticos, fue Nonio Marcelo con su Compendiosa doctrina una fuente muy rica de vocabulario
inusitado (pues muchos de los términos que recogía eran hápax). Su empleo ocasional podía dotar al texto
la epístola, en este caso) de un elevado nivel culto, lo mismo que su abuso conducía a la indeseable
oscuridad. Quevedo, como veremos, no incurre en ese vicio.
59
En reseña al libro de Roncero (1999) publicada en la Nueva Revista de Filología Hispánica, XLIX.2,
2001, pp. 512-515, Alan Soons señalaba acertadamente que la traducción de foriae, ausente de la versión
de Ramírez (y, por tanto, de la de Roncero, quien remitía a aquella en su libro), es ‘diarreas’, pero
estropeaba su valiosa aportación añadiendo que typis, que él cambiaba arbitrariamente en typhis, significa
ahí ‘fiebres’, cuando en realidad significa ‘tipos’ de imprenta y, por extensión, ‘imprenta’: lo que dice
Quevedo, como se muestra en mi traducción, es que ciertos “murciélagos” españoles estaban preparando
para la imprenta (typis) alguna obra (acerca del tema de las antiguas vestales, se entiende) llena de inútiles
nimiedades o, si se prefiere, de excrementos (foriis plenum).
‘nimiedades’, ‘fruslerías’, cosas sin valor, en general, que es como parece que lo emplea
Quevedo en su epístola (aunque tratándose de un término con ese claro origen
escatológico, no puede descartarse que, siendo Quevedo, lo usara con plena conciencia
de ello…)60.
-otros: vespertiliones (véase arriba entre los adagios) [1], incitas [2] (ídem),
valetudinarius [2] (vocablo empleado casi únicamente y sobre todo por Séneca), ignita
(participio no documentado en latín clásico, si bien relativamente frecuente en autores
tardíos desde Apuleyo) [2], incessanter [2] (un adverbio de creación muy tardía en latín
y empleado por autores como Sidonio Apolinar: legebat … incessanter auctores [epist.
8,11,8]).

5. Las cartas de Quevedo a Lipsio: una valoración general


Así pues, en septiembre de 1604 el joven Quevedo toma la decisión de escribir
una carta al gran intelectual europeo de su tiempo. Es probable que a oídos de Lipsio,
que estaba en constante trato tanto directo como epistolar con varios españoles de alto
rango político e intelectual, hubiera llegado ya el nombre de Quevedo, quien, como ya
se explicó, vivía en estrecho contacto con la corte real en Valladolid. Tal vez él mismo
se hubiera preocupado de que ello fuera así para preparar el terreno a su proyectado
contacto epistolar. Sea como fuere, el joven literato escribe y envía al fin una primera
epístola que podemos considerar mitad seria priuata (pues Quevedo une a la laudatio
de Lipsio una petitio a este), mitad docta philologa (como se ve sobre todo en la
propuesta de solución al nodus de Arnobio), con un toque familiaris lógicamente leve
(todo ello según la clasificación y terminología de Lipsio en su Epistolica institutio); la
encabeza con un verso ovidiano en elogio de su destinatario (que podemos considerar
incluido aún en la pars solennis), al que empieza por calificar, como vimos, de “Fénix
de este tiempo”, cumpliendo así con una norma básica de decentia respecto al ilustre
corresponsal, más allá de lo que contiene de halagadora adulación.
Desde ese principio, y ya durante las dos cartas, Quevedo se aplicará a cumplir
con los consejos estilísticos de Lipsio y, por ende, a imitar su estilo epistolar en lo
tocante a la consecución de breuitas, simplicitas y perspicuitas (además de la venustas,

60
Esa epistolica quaestio, la quinta del primer libro, la dirige Lipsio a Ianus Lernutius y en ella analiza un
buen número de pasajes de Marcial, tras haber criticado, sin nombrarlo, a Marc-Antoine Muret por
llamarlo scurra de triuio (“vulgar bufón”) en comparación con Catulo. Es asunto que sin duda interesaba
a Quevedo, quien es por ello probable que conociera esa página de Lipsio; amén de que esas epistolicae
quaestiones son un claro modelo para él a la hora de redactar sus dos epístolas al gran erudito belga,
como luego se señalará en este trabajo.
que ya hemos analizado): esto es —recordemos—, yendo al grano, sin repeticiones ni
cosas superfluas, rehuyendo las estructuras y periodos de gran longitud, empleando
frases cortas y en asíndeton, evitando al máximo el artificioso rebuscamiento,
recurriendo solo las palabras justas y necesarias, e intentando, en fin, transmitir
espontaneidad y naturalidad, sin excesos ni de afectación ni de chabacanería.
Así, en una primera frase de sintaxis realmente compleja, por su breuitas que
roza la obscuritas (famam adhuc, vel<l>em et pietatem tuam cognoscere), Quevedo le
dice a Lipsio (según mi interpretación) que, siendo buen conocedor de su inmensa fama,
quiere ahora explorar su pietas: es decir, comprobar si, desde (y a pesar de) esa
grandeza, prestará atención y guía —en asuntos que conciernen precisamente a la pietas
(en su sentido religioso, pues se va a tratar sobre antiguos cultos romanos)— a un
modesto joven español que solo le profesa cariñosa admiración y se interesa por su
estado de salud61. A continuación, alternando frases muy cortas con otras algo más
extensas, y desplegando los primeros alardes de ingenio y cultura combinados en los
juegos de palabras ya comentados (Lipsius, Lynceus, lippus, Hispani vespertiliones,
etc.), muestra Quevedo a Lipsio que es atento lector de su obra (en concreto, del
Syntagma sobre Vesta y sus sacerdotisas, del que menciona un breve pasaje) y que
comparten intereses comunes, pues él había concebido también el proyecto de escribir
sobre ese asunto religioso (y, por tanto, propio de alguien igualmente dotado de pietas).
Tengo la íntima sospecha (o mera intuición; en todo caso, muy difícilmente
demostrable) de que Quevedo miente ahí con descaro y que jamás había concebido tal
proyecto; antes bien, no sería más que una excusa para escribir a Lipsio. Me pregunto
qué pintaba Quevedo indagando en esa época de su vida sobre un asunto tan particular
(extraña coincidencia) como es el antiguo culto a Vesta y qué interés podría tener por él
como para pensar en escribir un tratado al respecto. Sospecho que si la monografía
publicada por Lipsio justo el año anterior hubiera estado dedicada a cualquier otro
asunto, Quevedo le habría dicho igualmente a Lipsio que había tenido intención de
escribir sobre ello.

61
Un doble sentido similar al de pietas se aprecia en el empleo de otra virtud atribuida por Quevedo a
Lipsio, justo al final de esa primera epístola: la humanitas (Rescribes pro tu<a> humanitate). Por un lado,
sería un sinónimo de la pietas del inicio (y, por tanto, se haría eco de ella en ese cierre epistolar), de
caritativa benevolencia por parte de un gran sabio que se digna responder a un joven prácticamente
desconocido; y por otro, designaría su inmensa sabiduría en letras “humanas”, que le permitirá responder
muy doctamente a la propuesta de solución del Arnobii nodus que le plantea ese joven. La humanitas era
una perfecta combinación de virtus y doctrina, dos conceptos que incluirá, aplicándoselos a Quevedo, el
propio Lipsio al comienzo de su respuesta.
Volviendo a la carta, recordemos que, a poco de empezarla, emplea Quevedo el
término (en ablativo plural) foriis, más arriba explicado. Y lo emplea, a mi juicio, con
toda intención, tras los varios juegos de palabras previos, para hacer ver a Lipsio que es
capaz de manejar un vocabulario latino poco común (procedente de gramáticos y
antiguos glosarios) y propio de quien ha alcanzado la fase más adulta de la imitación.
Además, es un vocablo sobre el que Lipsio había tratado en una de sus epístolas
philologae, como ya expliqué, con lo que Quevedo vuelve a mostrarle que ha leído sus
obras con notable interés y aprovechamiento.
A continuación, y para mostrar su distancia frente a esos supuestos compatriotas
que supuestamente habían proyectado publicar una obra sobre las vestales, Quevedo
despliega su erudición bíblica (de nuevo, algo muy propio de quien quisiera dar la
imagen, sin duda muy amable para Lipsio, de humanista cristiano) con una larga cita. El
libro veterotestamentario del que procede tampoco parece haberse elegido precisamente
al azar, pues es nada menos que el del profeta Job, un personaje clave para la corriente
neoestoica de la que Lipsio era la cabeza más visible por entonces. El joven Quevedo se
identifica así con el joven Elihú, único personaje de esa historia bíblica que se atreve a
replicar, y con notable sabiduría, a las palabras del anciano profeta. ¿Cabe entonces
identificar con Job al propio Lipsio, a quien podría surgirle desde España un prometedor
joven replicante (e incluso podríamos decir que “réplica” suya)?
Quevedo, amparándose en esa cita bíblica y aprovechando de ella el término
spiritus, afirma que el suyo se ha apagado ante la contundencia del Syntagma de Lipsio
y que, en eso al menos, no es capaz de replicarle, por lo que renuncia a sus proyectos
sobre las vestales y se dedicará a escribir acerca de otra subtilis quaestio62, que le
enviará para que le transmita su opinión. Tras la pars solennis de la cláusula, Quevedo
incluye su propuesta de resolución del nodus arnobiano, planteado por el propio Lipsio
en el Syntagma. Con ello remata y redondea la índole philologa de su docta epístola.
Quevedo hubo de sentir, sin duda, una mezcla de júbilo y orgullosa satisfacción
cuando, durante el posterior mes de octubre probablemente, recibió respuesta de Justo
Lipsio fechada en Lovaina el día 10 de dicho mes. En esa misiva, no muy extensa, el
humanista brabanzón elogia a su joven corresponsal, le agradece sus palabras acerca del
Syntagma sobre las vestales, le anuncia la preparación de una edición aumentada, que le

62
Se ignora cuál es esa (supuesta) quaestio, pues no hay rastro alguno de ella ni de que se la enviara a
Lipsio, al que, por cierto, tampoco le quedaba mucho tiempo de vida, pues fallecería en marzo de 1606.
Tal vez, el spiritus de Quevedo cecidit de nuevo y no llegó a escribirla (o a terminarla), si es que no era
otra especie de brindis al sol para lucirse ante su ilustre corresponsal.
ofrece, le comenta sus tareas en curso dedicadas a Séneca y se lamenta, como suele
hacer con algunos de sus corresponsales españoles, de la situación de inestabilidad
política y bélica en que lleva sumida su tierra desde hace muchos años. No hay
referencia alguna a la propuesta de Quevedo sobre el nodus de Arnobio, cosa que sin
duda lo disgustaría un poco, pero lo importante es que el gran Lipsio había respondido,
lo que abría la puerta a continuar el intercambio epistolar y a que Quevedo pudiera
llegar a integrar el grupo de los amici Lipsiani españoles63 y ver alguna de las cartas
cruzadas con el humanista incluida en alguna de las recopilaciones de sus epístolas
llevadas a la imprenta, como así sucedió ya en 1607, solo un año después de su
fallecimiento, con la primera carta de Lipsio en respuesta a Quevedo (véase más arriba).
Así, no mucho después de recibir esa seguramente anhelada respuesta, el escritor
madrileño dirige a su ídolo una segunda (y, que sepamos, última) epístola. Estimulado,
sin duda, por su “éxito”, Quevedo va a intensificar notablemente el recurso a las
fórmulas estilísticas recogidas por Lipsio en su Epistolica institutio64 e incluso se va a
servir de otras, ausentes en la primera carta, como es la inserción, al hilo del discurso,
de fragmentos de versos de los clásicos latinos y hasta de los griegos (uno solamente,
como, por otra parte, solía hacer Lipsio en sus propias cartas); se permite también jugar
a parodéin (como había dicho y hecho Lipsio al inicio de su respuesta) uno de esos
versos: concretamente, el horaciano multa pars mei vitabit Libitinam (Odas III 30) para
dedicarle al gran humanista un elogio a la altura de esa grandeza. Se acentúa,
igualmente, el uso de adagios, de alusiones, de ioci et sales opportune conditi (que,
según decía Lipsio, son el anima y la vita de la epístola), manteniéndose, por supuesto,
junto a la venustas así obtenida, la breuitas y la perspicuitas.
Aprovecha Quevedo, además, las referencias que en su respuesta había
introducido a Lipsio a las guerras de Flandes para aumentar el grado de familiaritas en
esta su segunda epístola, mostrándole que su visión de la situación de su patria no es
más positiva que la que el gran humanista le transmite de la suya y subrayando la idea
de que, al fin y al cabo, ambas situaciones son la misma pues ambos son súbditos del
mismo reino: si en Flandes se impone el horror de la guerra, por Madrid se extiende el
virus, no menos letal, de la ignavia. Señalaba Lipsio, y con razón, en su Institutio que

63
Véase Ramírez (1966: 331-332).
64
En este caso, Quevedo decide comenzar su epístola ya directamente con un adagio, el de Ad incitas,
cuyo origen está en el comediógrafo Plauto (véase la nota 51), un autor verdaderamente venerado por
Lipsio y del que este decía en su Epistolica institutio que brindaba el modelo estilístico ideal para la
epístola por su mezcla de proprietas, nitor, venus, lepor y comitas. No parece una elección casual por
parte del astuto Quevedo.
era difícil que una epístola se adscribiera exclusivamente a una de las tres categorías que
él fijaba allí (seria, docta, familiaris) y que la mayoría solían tener elementos de las
tres. Pues bien, si la primera carta dirigida por Quevedo era una epístola seria priuata y
docta philologa, con su leve dosis de familiaris, esta segunda vuelve a ser docta
philologa (pues se cierra con otro nodus filológico que Quevedo plantea a Lipsio), pero
posee un tono claramente más familiaris e introduce elementos de la epístola seria
publica, pues contiene deliberationes de statu rerum, de militia, de pace etc.
Algo más que por la primera tuvo que esperar un sin duda impaciente Quevedo
por la segunda respuesta de Lipsio, pero al fin le llegó, probablemente a lo largo del mes
de febrero del año siguiente, 1605. En ella Lipsio parecía mostrar un sincero entusiasmo
ante el joven corresponsal que le había surgido en España y al que ya al final de su
primera respuesta había tratado como nouus amicus. Y es el sentimiento de amistad que
se desprendía de la segunda carta de Quevedo lo primero que ensalza de ella, siendo lo
segundo su argutia, es decir, la mezcla de elocuencia, claridad, brillantez e ingenio de
que hacía gala. Seguidamente, Lipsio incluye una sucinta laus Hispanorum que hubo de
agradar y halagar no poco a Quevedo, tan sensible a esas cuestiones y que pocos años
después, en 1609, redactaría su España defendida frente a injurias como las que algunos
conterráneos de Lipsio habían escrito contra su patria: así, José Justo Escalígero,
“hombre de buenas letras y de mala fe” (Quevedo 2013: 90), contra cuyo padre el
ardoroso joven español tenía proyectado arremeter en defensa de Homero, a instancias,
según él, de Bernardino de Mendoza; a ello lo anima también Lipsio.
Este, al que seguramente halagaría no menos el seguimiento de su estilo
epistolar mostrado por el joven español, continúa su misiva en esa misma clave,
insertando versos latinos y griegos (siendo uno de estos últimos, de origen no
casualmente homérico, un gran elogio hacia Quevedo), así como varios ioci et sales, y
elevando claramente el tono de intimidad familiaris. Vuelve a dar noticias de su
actividad humanística y a ofrecer algunas de sus obras al escritor madrileño, para
terminar su carta, esta vez sí, haciéndose eco del dubium filológico sobre Lucano que
aquel planteaba en la suya, proponiéndole una posible solución.
Terminaba así, que sepamos, el intercambio epistolar entre ambos, pues no
consta carta posterior por ninguna de ambas partes hasta marzo de 1606, cuando fallece
el gran Justo Lipsio. Sea como fuere, en las conservadas y aquí analizadas Quevedo se
mostró, indudablemente, como un avezado y aventajado discípulo a distancia del
prestigioso intelectual belga, dando pruebas inequívocas de que tenía perfectamente
asimilada la lección de estilo que en todos los órdenes había dictado en su Epistolica
institutio. Pero no solo fue este modelo teórico el que siguió Quevedo: también
demostró haber aprovechado muy bien el dechado práctico que ofrecían las Epistolicae
quaestiones publicadas por Lipsio en 1577 (donde este, como ya indiqué, trataba sobre
el sustantivo foria: epist. I 5); se trata de un nutrido conjunto de cartas a diferentes
intelectuales en las que se combinan perfectamente los modelos de epístola seria,
familiaris y docta, en su variante philologa, pues, cuando no toda la carta, al menos su
segunda parte se dedica a plantear en casi todos los casos cuestiones filológicas sobre
textos antiguos, tal como hizo Quevedo en las dos que le envió a Lipsio.
En el epistolario entre el humanista brabanzón y los españoles compilado por
Ramírez apenas hay ninguna carta que pueda considerarse similar a las de Quevedo (y
en especial a la segunda) 65 en los aspectos aquí estudiados. Juzgo lícito preguntarse si el
Quevedo que entonces contaba con solo veinticuatro años era capaz de escribir él solo y
sin ayuda unas cartas de esa muy considerable altura “humanística”. La posibilidad de
que recabara y recibiera tal ayuda, en mayor o menor grado, me parece verosímil, pero
no hay prueba alguna en ningún sentido. En todo caso, si fue capaz de escribirlas por sí
mismo, aun con detenimiento y esfuerzo, es indudable que había alcanzado un nivel de
conocimiento del latín que puede calificarse de sobresaliente. Sin embargo, no lo
aprovechó para escribir obras eruditas more Lipsiano (como esa supuestamente abortada
monografía sobre las vestales o la quaestio subtilis que anunciaba en su primera carta),
aunque tampoco cabe duda de que el estilo “lacónico” del ilustre belga es un
componente absolutamente esencial del que él mismo desarrollaría en su literatura en
castellano y que tanto lo singulariza. Ignoro por qué no quiso Quevedo continuar
explorando esa vía: tal vez su intuición y su astucia le hicieron ver muy pronto, o en
todo caso a tiempo, que la vía del humanismo tradicional estaba agotándose definitiva e
irremediablemente junto con la propia vida de su querido Lipsio.
Muy poco después de escribir su segunda carta a Quevedo, dirigió Lipsio
(concretamente el 3 de febrero de 1605) otra al padre jesuita Martín Antonio Del Río.
En ella muestra —y con toda sinceridad, a mi juicio— el alto concepto que tiene de un
joven español (“creo que vive en Valladolid”) que le ha enviado unas cartas

65
La única que puede parangonarse con ellas es quizá la que envía Bartolomé Leonardo de Argensola en
enero de 1603 y que lleva el número 84 en la edición de Ramírez (1966: 355-356).
verdaderamente argutae et litteratae66. De nuevo, como hizo cuando respondió por
segunda vez a Quevedo, recurre al adjetivo argutus (ya glosado más arriba) para
calificar sus cartas; ahora añade otro con el que quiere expresar que su nuevo
corresponsal le parece una persona culta y de muchas y muy bien asimiladas lecturas
(entre otras, sus propias obras y en especial la Epistolica institutio y las Epistolicae
quaestiones). No podía sospechar que el nombre de ese joven sería hoy mucho más
conocido que el suyo —y entre otras cosas por haber dado la espalda al “sagrado”
latín— ni que otro gran ingenio de ese tiempo, que hizo lo mismo (aunque seguramente
mucho más por necesidad, o carencia, que por elección), lo ensalzaría un cuarto de siglo
después como el “Lipso de España en prosa”67.

66
Est etiam (sileo alios) D. Franciscus de Quevedo, qui litteras iterat sane argutas et litteratas. Credo
Pincium illum agere (Burmann 1727: I 552). En la frase anterior a esta, Lipsio menciona a Ramirezius, al
que califica de egregius. Se refiere a Lorenzo Ramírez de Prado, poco más joven que Quevedo y que
efectivamente se carteó también con Lipsio por esas fechas (cartas no recogidas en Ramírez 1966; pueden
verse en Solís de los Santos 1998). Precisamente Ramírez de Prado, independientemente de las sospechas
de plagio (e incluso robo) que se ciernen sobre su obra, sería un ejemplo de joven talentoso y buen
latinista que decidió, al contrario que Quevedo, seguir por la senda de la erudición humanística latina,
bien es verdad que durante no mucho tiempo: a él se deben un comentario en latín, no completo, a
Marcial (1607) y la miscelánea Pentecontarchos sive Quinquaginta militum ductor (1612). Un erudito
también más o menos coetáneo que exploraría ambas vías, la latina y la vernácula, es precisamente el que
terminaría siendo famoso editor de buena parte la poesía de Quevedo, José Antonio González de Salas
(nacido en 1588): sus dos obras más destacadas son el comentario en latín (y en un latín bastante
complejo, por cierto) al Satiricón de Petronio (1629) y la Nueva idea de la tragedia antigua, redactada,
como indica su título, en castellano (1633).
67
Lope de Vega en el Laurel de Apolo, silva VII, v. 364 (1630: 65). Aunque ello es materia para otro
trabajo, resulta interesante recordar aquí la ambivalente visión que sobre Lipsio transmite Lope en
algunas de sus obras. Uno de los ejemplos de la prosa lipsiana llevada a sus más oscuros y abstrusos
extremos fue precisamente la Spongia que contra él escribió Pedro de Torres Rámila en 1617, así como,
en buena medida, la anónima defensa de Lope conocida como Expostulatio Spongiae. En la dedicatoria al
padre Mariana del Triunfo de la fe en los reinos del Japón (1618), aludiendo a Torres y a sus secuaces,
escribió Lope contra ellos recriminándoles su afán de imitación “lipsiana”: “muchos, que, olvidados del
mundo, se dan a conocer en latín bárbaro, preciados, sin ingenio, de la imitación antigua, y, no sabiendo
su lengua, califican sus papeles con grecismos, valiéndose de los adagios de Polidoro [esto es, de Polidoro
Virgilio, autor, como Erasmo, de una compilación de adagia], para que juzguen los que los leen que han
pasado las columnas ciceronianas con el peregrino Lipso” (véase Conde-Tubau 2015: 26-27). Obsérvese
cómo es el empleo de palabras griegas y de adagios los rasgos que Lope aísla como característicos de ese
estilo. Por otra parte, en su polémica con Diego de Colmenares a propósito de la “nueva poesía”, Lope
parangonará abiertamente a Luis de Góngora con Justo Lipsio, como autores que habían llevado el
castellano y el latín, respectivamente, a una tensión y torsión estilísticas tan fuertes, que intentar darles
una «vuelta de tuerca» más (como hacían, lógicamente obligados, sus imitadores, que encima no tenían el
privilegiado ingenium de ambos autores) suponía romper la cuerda y precipitarse al abismo de la más
indeseable oscuridad. En la epístola en respuesta al Papel que un señor de estos reinos escribió a Lope de
Vega en razón de la nueva poesía incluida en La Filomena (1621) dice: “Lipsio escribió aquel nuevo latín
de que dicen los que le saben que se han reído Cicerón y Quintiliano en el otro mundo, y siendo tan
doctos los que le han imitado, se han perdido; y yo conozco alguno que ha inventado otra lengua y estilo
tan diferente del que Lipsio enseña, que podía hacer un diccionario, como los ciegos a la jerigonza: y así,
los que imitan a este caballero [esto es, a Góngora] producen partos monstruosos que salen de generación,
pues piensan que han de llegar a su ingenio por imitar su estilo”; y más adelante: “digan lo que quisieren
los que no atienden a la sentencia y grandeza del estilo, sino a la novedad de los exquisitos modos de
decir, en que ni hay verdad ni propiedad ni aumento de nuestra lengua, sino una odiosa invención para
hacerla bárbara, mal imitada de quien solo pudo ser Lipsio de los poetas y veneración justa de su patria”
Bibliografía

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(véase Vega 2016). Y en la anónima Carta echadiza a Góngora que con mucha probabilidad escribió el
propio Lope, se habla de “algunos mochuelos que aquí le imitan bárbara y atrevidamente [a Vuesa
Merced, señor don Luis de Góngora], a quien sucede lo que a muchos que contrahacen el latín de Justo
Lipsio, y escriben una lengua tan monstruosa, que ni es latina, ni hebrea, ni arábiga; mas no por esto
Lipsio deja de ser aquel divino inventor de tan único estilo, que es lo mismo que sucede a Vuesa Merced”
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