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El último nuevo mundo

Alexandre Kojève

Francoise Sagan, Bonjour tristesse (Paris: Julliard, 1954)

Un Certain Sourire (Paris: Julliard, 1956)

Un nuevo tipo de mundo ha nacido para la literatura. Y por mi parte, encuentro


bastante natural que haya nacido en París y que una madre soltera (la madre de un
neonato puramente literario, por supuesto) le haya dado a luz.

Este nuevo mundo obviamente no nació ayer. Pero aunque la investigación sobre
esta cuestión ya no está prohibida, la paternidad está lejos de haber sido establecida
de nitivamente en este caso, y la procesión de reclamantes para esa pesada
responsabilidad aún no ha llegado a su n. Y sin embargo, incluso durante la vida del
supuesto padre, un alemán -y él también era un genio- insinuó discretamente lo que
podría ser una Gran Córcega. Y por mi parte, estoy empezando a creer rmemente que
ese último conquistador fue él mismo responsable efectivamente de lo que fue, para él,
el honor y el placer de concebir nuestro nuevo mundo. Aparte de las insinuaciones
alemanas, el informante alemán vio muy claramente y predijo la naturaleza del niño
que anunció al mundo. Aunque muchas personas que están bien dotadas de sentido
común aún no toman en serio las visiones, incluso las de este visionario (sin
mencionar las perturbadoras visiones de ciertos de sus apóstoles), a pesar de que
estaba enamorado de la razón [Vernunft].

En Inglaterra, sin embargo, un contemporáneo parecía haber visto las cosas tan
claramente como él. En cualquier caso, ciertamente se dio cuenta de que, gracias a las
hazañas de su competidor francoitaliano, el honor (que algunos llaman vanidoso) del
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heroísmo viril ahora solo se puede ganar (aunque en términos puramente sartoriales)
vistiendo ropa civil (del color del luto, por supuesto). Pero ese genio pací co murió
como un mártir desconocido por su descubrimiento sensacional (que tendría
repercusiones inolvidables en el mundo, de nidas en el verdadero sentido de la
palabra) sin dejar ningún rastro literario, y sus hagiógrafos nunca revelaron a los no
iniciados el verdadero signi cado e importancia de su doloroso acto de testimonio (un
convento francés todavía alberga sus reliquias materiales).

En Francia, nalmente, hubo una vez un Marqués que fue encarcelado por el Tirano
pero liberado por el Pueblo. Él también entendió que, en el nuevo mundo libre, todo
tendría que ser ahora cometido en privado, especialmente los asesinatos, que
necesariamente se veían como actos (noblemente gratuitos) de una Libertad
igualitaria y fraternal. Pero los Liberadores populares inicialmente vieron a este
hombre liberado como un mero Libertino. Incluso hoy, los pocos hombres de élite que
lo leen y hablan de él seriamente son acusados por las masas eminentemente serias de
no ser realmente serios. ¡Y así él tampoco reveló el secreto!

Para decir la verdad, es porque quise nalmente revelar un misterio que ha sido
tan cuidadosamente preservado por aquellos que están al tanto de él (asumiendo que
algunos de ellos todavía existen), que decidí escribir y incluso publicar las pocas
páginas que siguen, y dedicarlas a todos aquellos que las leerán y, por lo tanto,
de nitivamente a mademoiselle Sagan. Los buenos o cios de algún Argos vigilante sin
duda se asegurarán de que lleguen a su conocimiento.

Es gracias al cuidado con el que esta joven ha escrito sus dos primeros libros que el
mundo en cuestión ha "nacido para la literatura". Hasta que esta joven francesa
apareció, ningún hombre de letras estaba dispuesto a hablar de él, o al menos a hablar
de él de manera tan agradable. Un gran charlatán literario estadounidense de los
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tiempos modernos especializado en el análisis del comportamiento viril, por supuesto,
investigó el problema de un mundo que había sido castrado por su padre, que por
cierto sigue siendo desconocido. Habiendo dejado crecer su barba (ahora blanca),
probablemente para darse valor en su lucha heroica contra la desesperación, este
famoso autor buscó en el mundo al último hombre humano, o más bien al último
hombre verdaderamente masculino, y a rma haberlo encontrado nalmente en el Mar
Caribe, en forma de un viejo pescador. Es cierto, estaba medio muerto. Incluso
entonces, el único adversario digno que pudo encontrar para él fue un pez (de una
especie diferente, por cierto, a la que sirvió de modelo para uno de los símbolos de una
religión conocida). Un pez heroico y muy fuerte, pero aun así... Pero esta historia
natural muy reciente del anglosajón moderno permaneció tan esotérica como el ya
venerable Apocalipsis germánico de la Historia universal.

Por lo tanto, es una muy-muy-joven-joven francesa quien tiene el honor (literario)


de revelar a las multitudes (sus lectores masculinos y femeninos) la verdadera
naturaleza del mundo donde se ganó esta gloria. Y ciertamente lo hace de una manera
muy honesta, aunque su forma de hacerlo aún puede ser quizás algo
"inconsciente" (en el sentido losó co del término) o "ingenua" (en el sentido de
Schiller, o en otras palabras, opuesta a lo sentimental).

Para ir directamente al grano, estamos tratando con un mundo que es nuevo porque
está completamente y de nitivamente desprovisto de hombres (según lo de nido por
Malraux, Montherlant y Hemingway, por citar solo a esos tres clásicos y dejar en paz a
Homero y a los demás). Un mundo sin hombres, visto por una joven, por supuesto.
Pero un mundo que di ere completamente del mundo ya polvoriento en el que otra
joven (no parisina, por cierto) vio, por así decirlo, nada más que los pantalones de
franela que, en ese momento, solo usaban prácticamente "auténticos" hombres. Por el
contrario, en el nuevo mundo revelado por la joven a quien se le ha revelado este
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mundo, los hombres (no en el sentido ambiguo de la palabra francesa equivocada,
sino en el sentido anatomo- siológico preciso y correcto) o aquellos que representan a
los hombres, tienden a exhibirse completamente desnudos (pero con músculos
obligatorios) o en estado de desvestirse ante los ojos de las jóvenes, que no están para
nada sorprendidas. En mi época (y para mí esos eran los buenos tiempos, como ha
sido el caso de todo momento y de todos los tiempos de los que se ha hablado con
cierta tristeza). En mi época, digo (con orgullo viril), la desnudez, incluso cuando era
completa, tendía más bien a ser el dominio de las mujeres bonitas (al menos en el arte
y la literatura). Tal fue también su destino en un pasado más lejano. Y además, Dios
sabe, desvestir a los hombres viriles del pasado no era tarea fácil. Se necesitaban cuatro
o cinco personas para sacar a un caballero brillante de su reluciente armadura, y más
recientemente aún, la ayuda de un joven fuerte no era un lujo si querías sacar a un
famoso soldado de sus nas botas brillantes. Sin duda, las cosas han mejorado mucho
desde entonces. Incluso en mi época, los cómodos y casuales pijamas de las Indias
afeminadas habían conquistado el mundo occidental libre, gracias a los
conquistadores británicos del Oriente servil. Y, sin embargo, en la medida en que era
un tema literario, el papel de estas prendas orientales (inicialmente reservadas
exclusivamente para hombres; sus mamás prohibían estrictamente a las jóvenes bien
educadas usarlas) se limitaba estrictamente a farsas de dormitorio. Sería difícil, de
hecho, imaginar a un autor serio (masculino) de esos tiempos evocando los pijamas de
un héroe (literario) cuya virilidad era llamada (digamos, en la sangrienta tierra de la
España revolucionaria y, para decirlo claramente, en un saco de dormir del ejército)
para iniciar en el amor más puro a una joven cuya pureza (pureza moral, por
supuesto) no había sido mancillada por su violación anterior y repetida a manos de
una docena de hombres (reaccionarios). Por supuesto, en nuestro nuevo mundo
(donde, afortunadamente, las jóvenes puras ya no necesitan ser violadas para aprender
a hacer el amor adecuadamente o, si pre eres decirlo así, pura y simplemente), la joven
que está hablando al respecto detalla solo sus propios pijamas, y su pureza
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inmaculada es vigilada con ojo maternal por el segundo joven de su elección. Pero
realmente no se puede ver por qué las escritoras jóvenes de hoy no deberían poder
hablar con la misma facilidad, y con igual devoción fraterna, sobre los pijamas usados
por los ex compañeros viriles de los amantes de apariencia masculina de las heroínas
de sus novelas. Porque sus heroínas ya observan con una indiferencia muy masculina
(que aún, es cierto, les parece 'maravillosa', como ellas mismas admiten con humildad
conmovedora) las formas viriles que se exhiben mientras observan a uno de sus
posibles conquistas caminando con belleza por la calle o, más especí camente, por la
acera de la Promenade des Anglais (Un Certain Sourire, 18). Cuando la conquista se ha
consumado en una cama (íbid., 106), besan su 'torso' (que, desafortunadamente y
aunque fuera el del Apolo Belvedere, nunca puede, desde cierto punto de vista, ser tan
bueno como el de una Venus del Capitolio, o de cualquier otro.

Nadie podría negar honestamente que todo esto es profundamente humillante para
aquellos de nosotros que, gracias a algún accidente mendeliano, nacimos con el
cuerpo de un hombre (a menos que hayan olvidado el signi cado no sexual del
nombre genérico que llevan). Aun así, en este caso, se necesitaría cierto coraje, no para
negar y discrepar, sino para conformarse y estar de acuerdo. Pero ¿tiene sentido
expresar indignación, como algunos aún pretenden poder hacer? ¿O en describir a
estas jóvenes como "Amazonas", con una sutil insinuación de la ironía que ha
reemplazado ventajosamente el bronce anticuado de las leyendas heroicas de la
antigua Grecia, ahora nuevamente de moda gracias a los pensadores so sticados de
nuestro tiempo? Como dice el refrán, los mendigos no pueden ser exigentes. En
cualquier caso, me resisto a creer que alguien tenga la intención de aconsejar a estas
llamadas "Amazonas" (que, por cierto, no han mostrado hostilidad hacia ningún
esposo, ni siquiera hacia el suyo propio) que se dividan, aunque sea por diversión, en
dos grupos, con un grupo asumiendo el papel de los hombres contra los que han
dejado de luchar porque no quedan hombres contra quienes luchar.
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Durante miles de años, los hombres "tomaban" a las chicas. Luego se puso de moda
que las chicas se "dieran" a sí mismas. ¿Pero es culpa de las chicas si, en un mundo
nuevo donde no hay heroísmo masculino, ya no pueden ser ni 'dadas' ni 'tomadas' y
tienen que contentarse con dejarse convencer, les guste o no? En estas condiciones y
en un mundo en el que ahora estamos obligados a vivir mientras nuestra muerte no
signi que nada para nosotros, ¿no es preferible que se dejen convencer con la mejor
gracia posible y fuerza de voluntad? Y ¿cuál sería el punto de enviar a estas graciosas
pero voluntarias 'Amazonas' a conventos (como algunos parecen desear hacer, sin
atreverse nunca a decirlo), o a otros sanadores sutiles y profesionales de almas
supuestamente dañadas (como algunos ocasionalmente piensan sugerir,
argumentando que las chicas en cuestión no están 'verdaderamente felices', aunque
nunca se ofrecen a cubrir el costo, un costo alto, por cierto, de esta llamada
'descontaminación moral')? Incluso suponiendo que las chicas pudieran
'normalizarse' hasta tal punto que comportarse como 'mujeres reales' las hiciera
perfectamente 'felices', ¿cómo podrían encontrar a los hombres reales que necesitan
en un mundo donde el culmen del poder masculino ahora radica en la actividad
pací ca y laboriosa (aunque debidamente motorizada) de un esposo inofensivo?

Para resumir mi opinión nal, diré que en mi opinión, Cécile y Dominique (el
nombre debe leerse en femenino) son, como Françoise misma, chicas como cualquier
otra. Lo que quiero decir es esto: como cualquier otra chica en cualquier momento o
lugar con mentes inusualmente agudas y lo que comúnmente (¿o noblemente?) se
llama 'agallas' (aunque no todas ellas tuvieran el talento literario deslumbrantemente
precoz exhibido por al menos una de ellas). Lo nuevo acerca de las jóvenes
mencionadas anteriormente (y esto es lo que es humillante para aquellos de nosotros
que después de todo somos hombres, al menos desde cierto punto de vista) es que la
tercera de ellas ha permitido que las otras dos comiencen a vivir, no en el mundo del
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cual las jóvenes sueñan casi tanto como los jóvenes, sino en este extraño mundo
nuevo. Este último mundo nuevo es de hecho nuestro mundo y su característica
especí ca, que lo distingue de todos los demás, es, como sabemos, el hecho de que
prácticamente ya no hay guerras reales o revoluciones verdaderas. Dentro de poco, el
único lugar para una muerte gloriosa será una cama (privada o pública). Morir una
muerte gloriosa estará condicionada a enfrentarse a bestias salvajes (rumiantes no
castrados) espada en mano, o arriesgar la vida escalando picos de más de ocho mil
metros (o el equivalente en pies ingleses u otros). Ahora bien, hay muy pocos picos de
este tipo, y pronto serán olvidados cuando pierdan todo el interés viril que ahora
tienen. Serán equipados con teleféricos que presenten el menor peligro posible, o
plataformas de aterrizaje para helicópteros que, todos esperamos, pronto se utilicen
para propósitos puramente pací cos, lo que signi ca que personas de todos los sexos y
edades podrán utilizarlos. En cuanto a las bestias salvajes que actualmente se utilizan
para simbolizar la virilidad virtual de unos pocos hombres auténticos (y en su mayoría
ibéricos), existe un gran peligro de que una opinión pública (que ciertamente está lejos
de ser 'ingenua' pero muy 'sentimental', para citar al gran poeta del Sturm und
Drang) que ya no tolere la idea de ejecutar (sin dolor) a verdaderos asesinos (incluso
en la patria aristocrática de los últimos dandis cívicos), pronto se movilice para poner
n al sufrimiento (y son crueles y tan humillantes) in igido a estos pobres animales
vegetarianos que nunca le han hecho daño a nadie.

Cuando vean el estado de paz paradisíaca que nalmente se ha restablecido en la


tierra, los antiguos dioses (tanto masculinos como femeninos) que se rieron tan fuerte
en el día de las batallas de Aquiles pero que casi mueren de sed en un área menos
remota, pueden contentarse con sonreír de cierta manera mientras ellos, como todos
los demás, beben whisky, que - al menos en nuestro mundo - se pronuncia como
escocés y se bebe diluido con agua helada. Incluso el sabio más epicúreo del mundo les
concederá ese placer con gusto.
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