FOLGUERA - Etica y Ciencia

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Ciencia y ética: relaciones complejas, relaciones necesarias

Guillermo Folguera

La relación entre la ciencia y la ética ha sido de gran complejidad durante la reciente historia de
Occidente. De hecho, esta relación ha tenido diferentes caracterizaciones dependiendo del
momento histórico y de la corriente teórica que la haya concebido. En particular, en el marco del
perspectiva canónica y dominante de la ciencia moderna, cabe señalar que en términos generales
ambos dominios fueron considerados como campos diferentes y autónomos, con poca o nula
comunicación entre sí. Este modo de concebir la relación entre el pensamiento científico y el
dominio ético tiene sus orígenes a finales del Renacimiento y se ha ido consolidando conforme
avanzaba la Modernidad, mostrando características muy diferentes respecto a períodos y culturas
anteriores, tal como en el caso de la Grecia Clásica o el Medioevo. Sin embargo, aunque cierta,
esta primera aproximación nos obliga a realizar un análisis más cuidadoso tratando de reconocer
diferentes variantes que hubieron a esta posición general, así como detectar algunos de sus
supuestos, virtudes, problemas y alternativas. Con este fin, en este texto analizaremos algunos de
los principales modos en el que la relación entre ciencia y ética ha sido conceptualizada en las
últimas décadas. En nuestro recorrido, atravesaremos diferentes instancias. La primera tiene que
ver con la presentación de una serie de consideraciones y distinciones de los principales términos
que utilizaremos en nuestro análisis. Posteriormente, presentaremos y analizaremos cuatro
grupos de conceptualizaciones que se han dado respecto a la relación entre ciencia y ética,
limitándonos a las perspectivas contemporáneas. Luego, aplicaremos el análisis anterior para la
comprensión de un caso de gran actualidad y relevancia propio de nuestra realidad cotidiana: el
caso del cultivo de organismos genéticamente modificados (OGMs), tratando de reconocer los
diferentes modos de conceptualización de la relación entre ciencia y ética que han sido puestos en
consideración por algunas de las principales voces involucradas. Finalmente, presentaremos
algunos breves apuntes que pretenden hacer las veces más de apertura que de conclusiones.

1. Moral, ética, ciencia, tecnología y tecnociencia. Consideraciones y características.

Veamos pues algunos de los principales conceptos que utilizaremos para el análisis de la relación
entre ética y ciencia. Pasemos a considerar, en primer lugar, los términos asociados al campo
ético. Con cierta frecuencia, podemos notar que en diversos contextos y momentos, los términos
'moral' y 'ética' suelen usarse de igual modo, de manera intercambiable (Heler 1998). Sin
embargo, se tratan de nociones claramente diferentes, que a nuestros fines resulta necesario
distinguirlos. Por un lado, la ‘moral’ puede entenderse como el conjunto de normas, valores,
actitudes, creencias de un grupo, de una sociedad o una comunidad (Heler 1998, Outomuro
2004). En cambio, la ‘ética’ alude a la reflexión sobre la moral, o dicho de otro modo, refiere a la
pregunta de por qué se hacen y/o aceptan dichas prácticas y valores (Heler 1998, Outomuro
2004). Ahora bien, ¿qué características generales presenta este conjunto de valores y creencias?
En principio es claro que no hay una única moral, las morales cambian dentro de una misma
sociedad y a través de la historia. Por ello, para un momento determinado podemos encontrar
coexistiendo diferentes tipos de morales. A su vez, salvo algunas situaciones particulares, cabe
señalar que las morales en general no son individuales, sino que están dadas por valores
sociales, los cuales son reproducidos a través de diferentes instancias y mecanismos.
Realizadas estas consideraciones preliminares respecto a los términos principales del
campo ético, veamos ahora los propios del ámbito científico. Ciertamente, hay diferentes
conceptualizaciones respecto a qué es la ciencia. Algunas de ellas ponen el acento en el conjunto
de teorías que una determinada comunidad académica considera verdadera en un determinado
momento. Otras de las posiciones ponen el foco en el aspecto metodológico y, por ejemplo, en el
afamado método científico. A su vez, es posible encontrar en las últimas décadas análisis que se
centran en las prácticas y creencias de los científicos o bien en las instituciones que se han
generado en el marco del ámbito científico. También se han señalado estudios que se focalizan en
las numerosas relaciones de poder que están involucradas en el desarrollo de la actividad
científica. Evidentemente, a los fines de una cabal comprensión de qué es propiamente la ciencia,
todos los componentes que hemos nombrado (y aún otros que no han sido señalados) deben ser
reconocidos: teorías, metodologías, creencias, instituciones, relaciones de poder. Con suma
frecuencia durante el siglo XX y lo que se ha recorrido del XXI, se ha intentado reducir esta
complejidad a sólo algunos de los elementos mencionados. Sin embargo, no asumiremos aquí
esta última estrategia, en la medida en que consideramos que justamente esta complejidad y
diversidad es la que dificulta el análisis y comprensión de la relación con el campo ético. El propio
carácter social de la ciencia es la que obliga a un análisis cuidadoso en cuanto a su vínculo con el
campo ético.
Por otro lado, es claro que el ámbito científico ha mostrado relaciones muy estrechas con
el campo tecnológico. Pero, si la ciencia ofrece numerosas aristas y complejidades que resultan
difíciles de abordar, los inconvenientes se multiplican aún más al introducir además al campo
tecnológico. ¿Qué entenderemos por tecnología? En una primera instancia, la tecnología debe ser
diferenciada con la técnica. Mientras que la técnica es un tipo de conocimiento práctico basado en
la experiencia humana pero que no tiene el soporte científico, se considera a la tecnología un tipo
de actividad que transforma la realidad basándose en el conocimiento científico. Por supuesto,
nada de esto tiene que ser entendido en desmedro del saber técnico, claramente anterior al
tecnológico y con prácticas que han redundado en beneficios (y aún lo hacen) de diferentes
comunidades.
Otro análisis pertinente dados nuestros objetivos, es la distinción entre los denominados
contextos de la investigación científica. Dichos contextos han buscado dar cuenta de las diferentes
“instancias” que forman parte de la actividad científica y tecnológica. Una de las primeras
distinciones fue dada por Reichenbach entre el denominado contexto de descubrimiento y el
contexto de justificación. En el caso del contexto de descubrimiento, son generadas, elaboradas y
presentadas las ideas científicas. Estas ideas posteriormente son objeto de análisis por parte de la
comunidad científica, dando lugar así al denominado contexto de justificación. Este contexto de
justificación se centra en los aspectos de validación de las ideas científicas (Klimovsky 2001). Hay
un tercer contexto, señalado por Klimovsky en “el que se discuten las aplicaciones al conocimiento
científico, su utilidad, su beneficio o perjuicio para la comunidad o la especie humana” (Klimovsky
2001, p. 30); se trata en este caso del contexto de aplicación. Por cierto, cada uno de los
mencionados contextos presentan diferentes características. A nuestros fines, una de las
características que más nos interesan es aquella relacionada con la idea de una racionalidad de la
comunidad académica (independientemente de qué se entienda exactamente por ella), la cual es
la que desde la posición hegemónica permitirá despojarse, tal como veremos, de las valoraciones
“subjetivas” (entre las que aparecerán las del campo ético desde dicha perspectiva). Así, resulta
fundamental reconocer que la racionalidad desde esta perspectiva sólo estaría garantizada en el
ámbito del contexto de justificación pero no en los otros contextos.
Sin embargo, todas estas distinciones han sido sumamente cuestionadas desde diferentes
perspectivas. Por ejemplo, fue señalado que estas categorías no parecen describir la verdadera
dinámica de la actividad científica, en particular a partir de la segunda guerra mundial. En esta
línea, se reconocen por un lado los cuestionamientos generados por autores tales como Kuhn,
Lakatos, Hanson, entre otros. A su vez, surge la propuesta de la categoría Big Science, la que
considera que a partir de la década de 1960, las dinámicas de la ciencia y la tecnología parecían
haber tomado características muy diferentes a las de períodos anteriores. Por ejemplo, desde esta
perspectiva se puso acento en el origen y consolidación de un tipo de investigación empresarial,
fuertemente asociada a nociones como la de eficiencia o rentabilidad. A su vez, se señaló una
mayor escala de las investigaciones en curso, con fuertes ingresos de capitales y obtenciones de
mercancías a escalas globales.
Desde este mismo esquema de análisis surgió otra categoría: la tecnociencia. Siguiendo a
Suvi Tala (2007), el uso de la noción de tecnociencia, también en ámbitos educativos, se justifica
por la relación bidireccional que hay entre ciencia y tecnología desde la segunda mitad del siglo
XX. Ciertamente, hubo diferentes visiones acerca de lo que es la tecnociencia. Algunos autores la
han señalado como un tercer campo, además del científico y tecnológico. Otros autores, en
cambio, han señalado que la tecnociencia describe un estado general de la práctica científica y
tecnológica. En este texto asumiremos este último enfoque. En este mismo sentido, el ejemplo
que analizaremos en la última sección -el de los organismos genéticamente modificados (OGMs)-
se presenta como un típico caso de tecnociencia, en el que se vuelve indisociable el plano
científico y el de aplicación tecnológica.
Luego de esta primera parte del recorrido, ya estamos en condiciones de precisar un poco
nuestro objetivo inicial: buscaremos entender mejor los diferentes tipos de relación que se han
propuesto entre la reflexión ética y la tecnociencia. Con este fin, vayamos ahora a la siguiente
sección, en lo que presentaremos cuatro de los principales tipos de caracterizaciones de esta
relación.

2. Ciencia y ética: cuatro escenarios para una compleja relación

Presentados los términos principales que utilizaremos en nuestro análisis, podemos pasar ahora a
la pregunta acerca de qué tipos de relaciones se han señalado entre el campo ético y la
tecnociencia en las últimas décadas. Con este fin, lo que realizaremos a continuación es presentar
algunas de las principales conceptualizaciones que se han dado. En particular, presentaremos y
analizaremos cuatro grupos de posiciones diferentes. La primera tiene que ver con un tipo de
relación que ha presentado a la ética no sólo como externa a la práctica científica, sino que
incluso, se presenta como limitante de la búsqueda del conocimiento. De este modo, la pregunta
en relación con efectos buenos o malos de la práctica científica, sólo encuentra la idea de que la
reflexión ética actúa limitando tanto la indagación como la práctica tecnocientífica. Esto constituye
una de las consecuencias de la herencia positivista, la cual ha dominado a gran parte de las
ciencias naturales desde finales del siglo XIX. El segundo grupo de posiciones posee con respecto
a la posición anterior claras similitudes, pero a diferencia de aquella sí considera aquellos
elementos “positivos” en términos sociales derivados de la práctica tecnocientífica. Así, esta
posición tal como veremos más cuidadosamente a continuación, considera (únicamente) posibles
efectos “buenos” de la práctica tecnociencia, por lo que entiende que la práctica tecnocientífica es
“positiva” en sí misma, no sólo en términos epistémicos sino también éticos. La tercera posición
continúa -al igual que en los dos casos anteriores- con la idea de que el campo de la ética es (y
debe ser) externo a la práctica científica, aunque a diferencia de los anteriores sí admite que la
tecnociencia pueda tener efectos no sólo positivos sino también negativos sobre la sociedad y/o la
naturaleza. Por ello, propone que debe existir cierta mediación entre la ética y la ciencia, la cual
debe estar dada por profesionales. Por último, el cuarto grupo indica que la ética nunca es externa
a ninguna práctica humana y, por lo tanto, tampoco a una práctica científica, independientemente
de sus pretensiones de objetividad. Sin más, veamos brevemente las características generales de
cada una de las posiciones mencionadas.

I. Separación total ética-ciencia y la analogía del martillo

Tal como adelantamos, el primer grupo que presentaremos sostiene una separación total entre el
dominio del conocimiento y el de la ética. Las raíces históricas de esta separación pueden
rastrearse desde finales del Renacimiento y comienzos de la Modernidad. Así, por ejemplo, hoy
nos puede generar cierta sorpresa el leer que en el marco de la discusión acerca de la órbita de
los planetas durante el Renacimiento una de las evidencias en favor de la órbita circular de los
planetas (frente a la propuesta de una órbita elípitica como será sostenida por Kepler) hayan sido
los aspectos estéticos del círculo respecto de la elipse, consideración originada en la Grecia
Clásica y que luego tuvo líneas de continuidad en el Medioevo. Esta característica, que a nuestros
ojos puede aparecer como parte de una mera confusión, proviene de una consideración basal
acerca de qué es y qué no es el conocimiento: no hay tal escisión entre el plano cognitivo, el ético
y el estético. Por ello, se suele señalar que hasta el Renacimiento se presenta una coincidencia
entre lo verdadero, lo bueno y lo bello. En los comienzos de la Modernidad en el siglo XVII se
empieza a reconocer una clara separación entre estas tres esferas. Desde entonces y conforme
avanzaron los siglos, aspectos que en los períodos anteriores mostraban cierto grado de
identificación, de manera paulatina fueron diferenciándose. De este modo, con el Iluminismo y
posteriormente con el Positivismo de la segunda mitad del siglo XIX, fue consolidándose y
conformándose una idea de la ciencia, separada tanto de las dimensiones estéticas, como así
también de los aspectos éticos. Desde esta posición, hegemónica en cuanto a la imagen de la
ciencia que llegó a nuestros días, el científico fue presentado como un descriptor del mundo, un
especie de espejo que “refleja” el mundo tal como es. Desde esta posición, cualquier reflexión
acerca de si los elementos teóricos o prácticas tecnocientíficas producen algún tipo de daño
individual, social o natural significaría confundir las propias actividades de la tecnociencia: el rol
del científico es describir a través de enunciados sólo susceptibles de ser declarados verdaderos o
falsos. Así, le es otorgado al científico una función social crucial: la de mostrar las cosas “tal como
son”, sustentado en medios empiristas y racionalistas, y ajeno a las pasiones, las cuales
prevalecen en el resto de los ámbitos humanos. Ya volveremos a este punto en la última sección
cuando aplicaremos nuestro análisis a un caso particular.
¿Cuál es la relación entre ciencia y ética desde esta posición? Por un lado, continuando
con la tendencia dada desde inicios de la Modernidad, lo verdadero (en este caso representado
por las proposiciones dadas por la comunidad científica) es separado de lo bueno/malo. Más aún,
desde esta posición, la ética funciona como un mero “límite externo” de la práctica científica. En
este sentido, la ética surgiría sólo “poniéndole límites” a la práctica científica. Un ejemplo claro de
esto es el uso de animales para experimentación. Al respecto, la bioética sólo parece haber
“restringido” el quehacer científico, al menos en lo referido a los modelos biológicos utilizados. No
estamos diciendo con esto que no sea necesaria tal restricción, sino subrayando cómo su
quehacer se limita justamente a esta “negatividad”. Esta externalidad de la ética no se da sólo en
el ámbito “teórico” de la ciencia, sino también en el propio tecnológico, que parece extender las
características del contexto de justificación también al ámbito de aplicación. De este modo,
recordando las palabras de Mario Heler: “...sostiene la concepción oficial que ni la ciencia ni los
científicos poseen responsabilidad algunos de [los] perjuicios porque no son los encargados de
tomar las decisiones acerca del uso social de los avances científicos.” (Heler 2004, p. 14). Estos
principios dan origen a la analogía entre teorías científicas y productos tecnológicos con los
martillos. ¿Qué es lo que señala esta analogía? Se considera que al igual que dicho objeto, la
tecnociencia (sus teorías, los objetos tecnológicos, etc) no es ni buena ni mala, siendo que la
dimensión ética no le cabe. De este modo, desde dicha perspectiva, tal como hemos señalado
previamente, el científico sería una especie de espejo, que sólo refleja la realidad. Desde esta
visión, la ciencia opera (sólo) con hechos. En cambio, la ética se mueve en un campo de
valoraciones que permanecen internas a los sujetos.
Sin dudas, una pregunta que cabe realizar en este contexto es: ¿y de quién es la
responsabilidad en el caso que, cual martillo, se haga un bien o un mal con teorías científicas o
productos tecnológicos? Desde esta perspectiva, la responsabilidad ética sólo le cabe a los
denominados “decididores” (Heler 1998). Por ejemplo, tratemos de comprender esta posición en el
marco de la elaboración de una bomba atómica que, finalizando la Segunda Guerra Mundial, fue
arrojada a dos ciudades de Japón y en el preámbulo de lo que será la Guerra Fría. Podemos
hacernos la pregunta acerca de quiénes son los responsables éticos de lo sucedido, esto es, de la
muerte de decenas de miles de personas. Al respecto, podría señalarse como responsables
directos al aviador que soltó la bomba y, quizás, al militar que dió la orden correspondiente. Ahora
bien, ¿fueron responsables también los (tecno)científicos que colaboraron en su elaboración?
Desde esta primera posición que estamos presentando y analizando, no habría responsabilidad
ética por parte de aquellos (tecno)científicos que sumaron aportes teóricos y prácticos para la
conformación de la bomba, en la medida en que la bomba pudo haber sido utilizada para fines
muy diversos. Así, puede verse aplicado el modelo de ciencia “martillo” propuesto por Marí en
1991 en la que se asume que la bondad o la maldad resultante no corresponde al “instrumento”,
sino a la decisión de su uso. Por supuesto, esta perspectiva asume que la tecnociencia y sus
productos tanto teóricos como prácticos, son instrumentos como cualquier otro.

II. Separación parcial: la asimetría entre lo bueno y lo malo

Hay una variante de la concepción oficial. Se presenta aquí un pequeño cambio respecto a la
posición anterior que, sin embargo, es muy importante a los fines de comprender mejor la relación
entre ciencia y ética. Recordemos que la idea de una tecnociencia éticamente neutral, excluye tal
como vimos las asignaciones respecto al bien o al mal que pueden implicar tanto las teorías como
los productos tecnocientíficos, asignando sólo la responsabilidad ética a aquellos que toman las
decisiones (los denominados “decididores”). Sin embargo, en el ámbito social y, desde gran parte
de la comunidad académica, a la ciencia sí se le suelen adjudicar aquellas consecuencias
positivas en términos sociales. De este modo, esta variante sostiene que la tecnociencia sí debe
hacerse “responsable” de algunas consecuencias, aunque sólo de aquellas favorables. Esta
posición, pese a que no ha sido sumamente defendida en términos académicos, sí parece estar
muy presente dentro de la comunidad de científicos naturales como así también al seno de una
parte importante de nuestras sociedades.
Cabe recordar como ejemplo una publicidad de un instituto de investigación de la Argentina,
que en el marco de una campaña que buscaba recaudar fondos señalaba: “Colaborá con los
héroes verdaderos” mostrando en la gráfica o bien a la mujer maravilla o bien a superman
“vestidos” de científicos. Más allá de la obvia consideración que dicha campaña está dada en un
contexto publicitario, estas palabras expresan claramente la idea principal de esta posición: al
igual que los superhéroes, la ciencia sólo puede producir bondades, “hacer el bien”. De este
modo, se niega tanto la posibilidad de una ciencia que produzca daños así como también la
noción de una ciencia neutra éticamente.

III. Separación y mediación: la profesionalización de la relación

La tercera posición que presentaremos y analizaremos, continúa gran parte de los lineamientos de
las dos posiciones anteriores, aunque con algunas diferencias. Por cierto, esta posición presenta
numerosas variantes. En particular, aquí nos centraremos en la propuesta que realiza Evandro
Agazzi en su libro “El bien, el mal y la ciencia. Las dimensiones éticas de la empresa
científico-tecnológica” (Agazzi 1996). ¿Cuáles son las líneas de continuidad que pueden
encontrarse entre dicha obra y las posiciones anteriores? En primer lugar, permanece la
separación entre ciencia y ética, cada una formando parte de un subsistema con características
muy diferentes. En palabras de Agazzi, mientras la ética responde a una ideología, la ciencia es
por definición una antiideología. ¿Qué se está entendiendo por ideología en este contexto? Según
sus palabras, la ideología “proporciona una visión de alguna manera totalizante de la realidad”
(Agazzi 1996, p. 107), además de una falta de conciencia de la deformación llevada a cabo
respecto de la realidad, una dogmaticidad, intolerancia y una “no falsabilidad”. En oposición, se
indica que la ciencia es antiideología en la medida en que es consciente de tener discursos
limitados, verifica sus propias afirmaciones, no es intolerante y tiene un conocimiento falsable.
Como puede observarse, desde esta perspectiva la ciencia y la ética siguen siendo
campos separados y externos, aunque capaces de presentar cierto diálogo. ¿Cuál es entonces la
relación entre la ciencia y la ética? Tal como mencionamos, la ciencia está en otro subsistema,
conectado con el sistema moral, pero distinto del mismo. Frente a la pregunta de cómo se
relaciona la ciencia con el ámbito ético, surge la necesidad de concretar “puentes”. Así, desde esta
perspectiva, la ciencia se regiría por la objetividad y verdad, al menos voluntad de verdad. Por otro
lado, el territorio moral sería el de la ideología, que son saberes menos objetivos. Agazzi señala
que es muy importante que el tipo de relación que se debe establecer entre la ciencia y los otros
subsistemas tales como la ética, tenga que darse más por responsabilidad que por obligación. De
este modo, la “responsabilidad puede “brotar de una voluntad libre, consciente y reflexiva, y no
puede ser la consecuencia de constricciones predeterminadas” (Agazzi 1996, p. 61). La idea,
según Agazzi, es convencer al científico de que las normas relativas a la dimensión ética han de
tener vigencia también en la tecnociencia, y ello no por criterios morales, sino científicos; es decir,
la desatención a dichas normas nos conducirá a una peor tecnociencia. Se afirma entonces “mala
ética, mala ciencia”. Esto se refuerza en la medida en que el “precio” que tendría que “pagar” un
científico es justamente un efecto negativo sobre la propia investigación científica (“de baja
calidad”) (Marcos 2010).
Veamos un ejemplo. Supongamos un médico que, aún buen profesional en el aspecto
técnico, no trata a sus pacientes con el cuidado que corresponde. La práctica de este médico está
generado algún tipo de daño y debe ser modificada desde una consideración ética. ¿Cómo se
debe obrar? Justamente, es el bioético el que debe mediar con sus pacientes. ¿Y de qué modo,
mediante qué discurso? Se trata de alertarle a dicho médico que si continúa con dicha práctica
podría ver atentada su propia actividad cotidiana, en la medida en que los pacientes comenzarán
a abandonarlo.
Este tipo de propuesta ha ido consolidándose en las últimas décadas en diferentes partes
del globo. De hecho, áreas como la bioética se rige con algunos de los preceptos señalados por
Agazzi. Por ejemplo, en la Enciclopedia de Bioética de 1978, la bioética es entendida como “el
estudio sistemático y profundo de la conducta humana en el campo de las ciencias de la vida y de
la salud, a la luz de los valores y de los principios morales”. Según López de la Vieja en su libro
“Bioética y ciudadanía” del 2008, la bioética se construyó según los mismos principios que habían
animado la nueva frontera política y cultural, esto es, continuando con el denominado “giro
aplicado” propio de la década de 1970. Dicha autora señala como una de las características
principales del área, justamente, su independencia. A su vez, respecto a las características y
tareas del profesional en cuestión, Lopez de la Vieja indica que “[e]l “bioético” ejemplificaba al
profesional independiente, imparcial, capaz de entender y de hacerse entender por discursos
diferentes, saliendo al paso de la erosión de los valores tradicionales. Intentaba así mediar- tender
puentes-, a pesar de las turbulencias que afectaban a la esfera pública, al margen incluso de los
desacuerdos habituales entre los profesionales que llegaban de campos tan heterogéneos.”
(Lopez de la Vieja 2008, p. 38). A su vez, la autora indica que: “El especialista o el experto puede
ofrecer respuestas relativamente independientes, neutrales, equidistantes tanto de los discursos
más radicalizados como de los valores tradicionales. No debe reemplazar, sin embargo, a los
agentes que toman decisiones ni quienes tienen la responsabilidad de legislar sobre una
determinada práctica. La tarea del experto en bioética consiste en mediar, “tender puentes”,
creando espacios para el acuerdo” (Lopez de la Vieja 2008, p. 73). Así, frente a la necesidad de
atender situaciones concretas, desde la bioética se elige el denominado método del caso. A modo
de resumen, entonces, vemos que este tipo de abordaje supone un giro aplicado, una base liberal
y pragmática, un método del caso, un empirismo sin teoría, una asociación fuerte al derecho y la
consolidación de un campo profesional. El bioético se presenta como un profesional
independiente, imparcial, capaz de entender y de hacerse entender por discursos diferentes. La
tarea del experto en bioética consiste en mediar, “tender puentes”, creando espacios para el
acuerdo. Desde esta posición, el profesional en bioética debe mediar la relación entre la ciencia y
la ética, campos separados pero que interactúan. Sin embargo, también es posible reconocer
alternativas a estas posiciones, las cuales no acuerdan que tal separación sea ni posible ni
deseable. Este grupo es justamente el que será presentado a continuación, el último de nuestro
listado.

IV. Unificación y responsabilidad: restitución de la ética y crítica a la civilización técnica

La última caracterización de la relación entre ciencia y ética que presentaremos se distancia


claramente del resto de los casos presentados. El primer aspecto en el que se reconoce dicha
diferencia es que no es considerado aquí una separación entre el campo del conocimiento y el
ético. Esto no está dado sólo porque tal separación no es deseable, sino también porque no es
posible. De este modo, es cuestionado uno de los grandes pilares de la Modernidad asociado al
conocimiento científico. Al respecto, cabe recordar las palabras de Herbert Marcuse: “La
cuantificación de la naturaleza, que llevó a su explicación en términos de estructuras matemáticas,
separó a la realidad de todos sus fines, inherentes, y consecuentemente separó lo verdadero de lo
bueno, la ciencia de la ética” (Marcuse 1968, p. 163). La ciencia permanece en un campo de
verdad, sólo bajo el dominio de lo racional. De esta posición se deriva que: “Fuera de esta
racionalidad, se vive en un mundo de valores y los valores separados de la realidad objetiva se
hacen subjetivos. La única manera de rescatar alguna validez abstracta e inofensiva para ellos
parece ser una sanción metafísica (…). Pero tal sanción no es verificable y por tanto no es
realmente objetiva. Los valores pueden tener una dignidad más alta (moral y espiritualmente) pero
no son reales. La misma pérdida de realidad afecta a todas las ideas que, por su misma
naturaleza, no pueden ser verificados mediante un método científico. Aún cuando sean
reconocidas, respetadas y santificadas, en su propio derecho, se resienten de no ser objetivas.”
(Marcuse 1968, p. 164).
Numerosas voces se alzaron frente a la posición dominante, negando la separación entre
la tecnociencia y la reflexión ética. En particular, en la segunda mitad del siglo XX y los primeros
años del siglo XXI se hace explícito que el campo tecnocientífico no puede alejarse de lo ético, en
la medida en que cualquier actividad humana plantea cuestiones éticas (Heler 2004, p. 31). Desde
esta posición, la ética nunca es externa, tampoco para el científico. El científico no sólo está
involucrado en el cómo, sino que también asume (sea de manera explícita o no), una finalidad, un
para qué, dado a partir de sus propios objetivos. Esto se reconoce claramente a partir de la propia
consideración de la ciencia como actividad útil, sea tanto en el plano teórico como en el práctico.
Más aún, esta utilidad incluye no sólo un para qué, sino también, un para quién.
Tal como hemos mencionado, desde esta posición la separación entre la esfera del
conocimiento científico y la ética no sólo no es deseable, sino que tampoco es posible. Así, los
tres grupos de posiciones anteriores han sido parte de una tradición que ha intentado encubrir
aspectos y, a la vez, impedir su revisión ética. Según Herbert Marcuse: “Lo que está en juego es la
difusión de una nueva ideología que se propone describir lo que pasa (y es significado) eliminando
los conceptos capaces de entender lo que pasa (y es significado)” (Marcuse 1968, p. 195). En
palabras de Jurgen Habermas en su libro “Ciencia y técnica como “ideología””: “…el verdadero
motivo, el mantenimiento del dominio objetivamente caduco, queda oculto por la invocación de
imperativos técnicos.” (Habermas 1999, p. 58). Lo técnico, las búsquedas de causas próximas, la
propuesta de un supuesta objetividad, todos son aspectos que encubren las finalidades y los
agentes que pueden verse favorecidos desde diferentes prácticas tecnocientíficas. Más aún, este
ocultamiento tiene alcances notables sobre nuestras vidas, en la medida que la tecnociencia ha
impactado sobre el mundo con gran intensidad y escala. Se ha vuelto tecnocientífico al mundo y
en ese movimiento, se ha perdido no sólo la posibilidad de revisar críticamente nuestra práctica
sino que incluso nos hemos sometido a nuestras propias creaciones:

“Quizás hayamos de comprender todavía que nosotros, con la lógica de la civilización


técnica1, nos hemos puesto en contacto con estructuras y fuerzas que están más allá
de nuestro poder de disposición, aún cuando se manifiesten a través de nuestra
actividad. Pero si son las estructuras y la lógica del sistema las que nos determinan,
entonces éstas se han convertido por ello mismo en una nueva especie de lo sagrado,
en un ámbito racional y misterioso a la vez. Actúan a través de nosotros, pero nosotros
ya no somos dueños de ellas” (Safranski 2005, 278-279).

¿Cuál es el principal desafío desde esta posición? Justamente se trata de devolverle a todos los
sujetos en general y en particular a los científicos, la dimensión ética que nos/los constituye, sean
aquellos conscientes o no. En este contexto caben recordar las palabras del filósofo argentino
Mario Heler cuando afirma que:

“Pero quizás, si la cuestión ética no pasa por endilgar culpas, establecer castigos o
eludir responsabilidades, ¿se trataría entonces de que en los procesos de decisión de
la actividad científica (procesos que son ineludibles en toda actividad humana) se
integre la reflexión ética de nuestras prácticas, con el objeto no sólo de lograr
adecuadamente los objetivos particulares de sus investigaciones e intervenciones, sino
también de respetar la igualdad y la libertad de todos los involucrados en la decisión,
reconociendo a los otros como personas con una identidad y una historia.” (Heler
2004, p. 31).

Tal como hemos señalado, esta cuarta posición no ha prevalecido durante la Modernidad. Sin
embargo, durante el siglo XX y, en particular, luego de la Segunda Guerra Mundial, voces de
diferentes caracaterísticas han creído que la separación entre el campo cognitivo y el ético no era
ni posible ni deseable.
Reconocidos estos cuatro grupos de posiciones respecto a la naturaleza de la relación
1
Notar que en este caso se está haciendo un uso diferente del término 'técnico' al que antes hicimos
referencia.
entre ciencia y ética, vayamos ahora a analizar un caso de gran actualidad en donde podremos
ver en juego las diferentes posiciones: el caso de los cultivos GMs.

3. Un caso de análisis: los OGMs como cultivos

Los grupos de posiciones antes presentados pueden verse expresados en mayor o menor medida
en diferentes problemáticas tecnocientíficas. Sin dudas, una de las que han tenido mayor
renombre durante el siglo XX ha sido la ya mencionada elaboración de la bomba atómica.
Recordemos, al respecto, la obra de teatro “Copenhague” que justamente abordaba esta temática.
Aquí presentaremos y analizaremos otra problemática: nos referimos al uso de vegetales GM.
¿Qué tipo de análisis puede realizarse respecto a los OGMs? Como primer paso debemos
reconocer que esta problemática involucra aspectos muy diferentes que necesitan ser reconocidos
y clarificados. Por ello, resulta necesario señalar que los elementos técnicos que deben ser
analizados respecto a sus efectos son diversos, entre los que se incluyen no sólo a los OGMs
propiamente dichos sino también a otros ítems asociados tales como herbicidas e insecticidas,
modificación de prácticas agrícolas (tal como la denominada siembra directa o bien la rotación (o
no) de los tipos de cultivos), entre otros. Un segundo aspecto que a nuestros fines debe ser
reconocido tiene que ver con la propia multiplicidad y complejidad de los aspectos que deben ser
considerados. Con frecuencia se reducen las posibles implicancias del uso de los OGMs para
cultivos a la dimensión ecológica o a la salud de las personas. Sin embargo, y sin obviamente
desconocer la importancia de los dos primeros ítems, hay otros numerosos aspectos involucrados
y que deben ser analizados, tales como los políticos, éticos o demográficos. Por ejemplo, los
efectos que pueden haber tenido el uso de OGMs para cultivos sobre el porcentaje de personas
que viven en contextos rurales o semirurales, así como las implicancias tanto sobre la
concentración de la propiedad como del uso de las tierras. También se han señalado aspectos de
otro orden, tal como el efecto que posee este modelo sobre la denominada soberanía alimentaria.
Por motivos obvios, no analizaremos con detenimiento cada uno de estos aspectos, sino que
únicamente trataremos de reconocer cómo en dicha problemática las diferentes voces
involucradas qué tipo de consecuencias asumen, cuáles son los agentes sociales involucrados en
dicha problemática, qué tipos de consecuencias asumen cada uno de éstos y, por último, cómo
conceptualizan la relación entre el campo tecnocientífico y el dominio ético.

I. OGMs como martillos

Antes de analizar qué voces han adoptado esta posición, recordemos brevemente la relación
entre ciencia y ética que asume. En términos generales, esta perspectiva sostiene que los campos
de la tecnociencia y de la ética están separados uno del otro, actuando en dominios diferentes. De
este modo, es claro que desde esta perspectiva ningún producto tecnocientífico (teórico o
práctico) podría ser valorado éticamente por si mismo.
Al realizar una mirada rápida respecto a la vigencia de este tipo de posiciones en el debate
de nuestros países, puede verse que se encuentran numerosos ejemplos de investigadores que
han sostenido tal tipo de (no) relación entre el ámbito ético y científico. Por ejemplo, en la Revista
Ciencia Hoy puede leerse respecto a la problemática de los OGMs:

“La tarea del científico y del técnico es proporcionar evidencias y análisis que permitan
iluminar y hacer más racional2 el debate eminentemente político entre esos grupos;
requerido para tomar las decisiones colectivas del caso” (Paruelo et al 2005)

La idea de la racionalidad surge, tal como veíamos en la sección anterior, como garantía de
objetividad y contraposición con las valoraciones subjetivas. Es esta idea de racionalidad la que
parece estar excluyendo la dimensión ética. De todos modos, hay un elemento aquí complejo, aún
desde la posición canónica. Evidentemente, estas voces no aceptan la caracterización de
tecnociencia. Sin embargo, parecen extrapolar las características del contexto de justificación (tal

2
La itálica la hemos marcado nosotros.
como racionalidad y objetividad) al contexto de aplicación. Esta extrapolación es un aspecto
bastante frecuente de estas posiciones, aunque no ha sido justificado desde posiciones teóricas.
¿Quiénes tendrían la responsabilidad ética desde esta perspectiva? En principio, aquellos
sujetos tecnocientíficos que han sido partícipes del modelo de los OGMs en su elaboración y/o
implementación, no tendrían responsabilidad ética respecto a posibles efectos que podrían tener
sobre la salud, la naturaleza, la sociedad. La responsabilidad caería en aquellos que han tomado
“decisiones” prácticas, tal como por ejemplo, un sujeto en particular que ha elegido aplicar más
glifosato del permitido o bien que ha rociado dicho herbicida sobre una población en donde habita
gente produciendo daños en la salud de mucha gravedad. De este modo, la responsabilidad ética
pareciera quedar circunscripta para aquellos que Heler (1998) denominó “decididores”, en la
medida en que son los que “usaron” esos elementos tecnológicos de modos determinados.
Respecto a los efectos denominados “positivos”, esta posición tampoco los incorporaría. Por ello,
los OGMs pasan a ser meras “herramientas”, sin ninguna finalidad asociada, siendo los daños o
beneficios exclusividad de los decididores y sin involucrar a los (tecno)científicos que participaron
en etapas anteriores.

II. OGMs y la asimetría de las promesas

Como hemos visto, el segundo grupo presenta algunos elementos en común con el anterior,
aunque también diferencias significativas. Por un lado, esta posición plantea que la comunidad
tecnocientífica involucrada sí puede/debe hacerse responsable de los efectos supuestamente
beneficiosos. Respecto a los elementos “negativos”, esta posición tiene una línea de continuidad
clara con la anterior; en la medida en que, aquellos daños que se produzcan, continúan siendo
sólo responsabilidad de los “decididores”.
Para el caso particular de los OGMs, esta posición parece haber tenido una gran
representatividad entre aquellas voces de la comunidad académica que han impulsado el uso de
los OGMs en cultivos. En este sentido, se ha señalado con frecuencia que los OGMs podrían ser
una “solución” para los problemas de la producción de alimentos. Como ejemplo, cabe recordar el
texto de las Academias de Ciencias del Reino Unido, USA, Brasil, China, India, México y del
Tercer Mundo publicado en la revista de divulgación científica Ciencia Hoy:

“La humanidad debe enfrentar el desafío del hambre y la miseria, a fin de enfrentar
esos retos: …será necesario disponer de nuevos conocimientos derivados del avance
científico ininterrumpido, (…) se necesita el esfuerzo cooperativo de los sectores
público y privado para desarrollar nuevos cultivos transgénicos que beneficien a los
consumidores, sobre todo a los del mundo en vías de desarrollo. (…) Las
corporaciones privadas e instituciones de investigación deberían establecer acuerdos
para compartir la tecnología MG (que está controlada actualmente por medio de
patentes y acuerdos de licencia sumamente estrictos) con científicos responsables
que la utilicen para aliviar el hambre y promover la seguridad alimenticia en los países
en vías de desarrollo.” (Academias 2001, pp. 20-21)

Como podemos ver, este tipo de argumentación asume un tipo de tecnociencia “buena”, por lo que
reconoce algún tipo de diálogo (parcial) entre el campo científico y el ético. Sin embargo, frente a
las posibles consecuencias negativas que se han planteado, tal como el deterioro del suelo,
posibles efectos sobre la salud, concentración en uso y propiedad de la tierra, aceleración de
efectos demográficos, en general estos inconvenientes se adjudican a aquellos que han tomado
decisiones, “usando mal” el “instrumento” de los OGM.

III. OGMs y la “mediación” de los expertos

La tercera de las posiciones, sí admite que la tecnociencia pueda producir efectos positivos como
negativos, con lo cual es preciso que haya cierto “control” sobre ella. Sin embargo, desde esta
perspectiva, estos controles -así como sus efectos- son “exteriores” a la propia práctica
tecnocientífica. Es justamente por ello que se presenta la necesidad de realizar una mediación con
profesionales, “expertos” capaces de mediar en situaciones de conflicto. De este modo, es
planteado que cualquier problema ético debe dirimirse por profesionales de la ética.
Desde este esquema, los profesionales de la ética son los que median ante las situaciones
de conflicto. Respecto al caso particular de los OGMs y su uso en Argentina, hay un antecedente
que expresa varias de las características señaladas anteriormente de esta posición. Nos referimos
a la comisión que fue generada desde CONICET 3 para tratar la denuncia realizada por el Dr.
Andrés Carrasco respecto a los posibles efectos del glifosato4 interrumpiendo el desarrollo
embrionario. Dicho informe puede observarse en:

http://www.msal.gov.ar/agroquimicos/pdf/INFORME-GLIFOSATO-2009-CONICET.pdf

Veamos algunas de las características de dicho informe. En primer lugar, puede verse que la
composición en general está dado en muchos casos por “profesionales”, académicos que se
considera que pueden evaluar los posibles efectos negativos del glifosato. A su vez, pueden
encontrarse en dicho informe elementos para que podamos reconocer el modo en el cual se está
considerando la relación entre ciencia y ética. Por ejemplo, se señala:

“Tener en cuenta que los problemas “éticos” refieren exclusivamente al buen o mal uso
en el ejercicio de la libertad, es decir, refiere a un sujeto racional (en nuestro caso al
científico) que puede tener control de sus actos. En este sentido, el uso de la
biotecnología no es ajena a la ineludible e insoslayable preocupación “ética” que
conlleva la aplicación de la ciencia sobre el ambiente” (Comisión 2009, p. 7)

Vemos que se explicita la idea de que los problemas éticos aparecen frente al “uso” de la
tecnociencia (en este caso biotecnología) y no que surge también “previo” a ello. Este escenario,
tal como hemos señalado, presupone una separación entre las esferas entre ciencia y ética, a la
vez que una restricción del problema ético hacia los decididores. A su vez, en otro momento del
texto se afirma:

“Habiendo considerado objetivamente todos los elementos de juicio que fueran


detallados en el presente escrito, este CONSEJO CIENTÍFICO INTERDISCIPLINARIO
por acuerdo unánime de sus integrantes, efectúa las siguientes CONCLUSIONES
GENERALES” (Comisión 2009, p. 129)

La pretensión de objetividad, nos recuerda la propia caracterización que se hizo del contexto de
justificación y su rol justamente en la separación entre ciencia y ética. A su vez, se reconoce las
pretensiones de extrapolar las características supuestas del contexto de justificación al de
aplicación, como en este caso. Por último, en la última oración del informe se señala:

“En Argentina no existen suficientes datos sobre los efectos del glifosato en la salud
humana, por lo cual sería importante promover la realización de los estudios
pertinentes.” (Comisión 2009, p. 132)

Vemos aquí justamente el modo en el cual actúan los profesionales ante este conflicto: se
recomiendan determinadas acciones a patir de la consideración de elementos por parte de los
integrantes de dicha comisión. La reflexión ética queda limitada a los mediadores, en muchos
casos profesionales.

3
Consejo Nacional de Investigaciones Cientícas y Técnicas. Se trata de uno de los principales organismos
estatales de ciencia de Argentina y funciona como lo que generalmente se llaman “Consejos de ciencias”.

4
Herbicida que elimina malezas y al cual se han modificado genéticamente a vegetales (tal como el caso de
la soja) para que sean resistentes. Es usado en los cultivos de escala industrial.
IV. OGMs y la no separación de las esferas

Desde la cuarta y última posición, el análisis de escenarios como el de los OGMs difiere
claramente respecto a los anteriores. Recordemos que se niega aquí que pueda darse una
separación entre hecho y valor, con lo cual todo enunciado, además de su valor cognitivo es
susceptible además de ser analizado éticamente. Y si esto ocurre con las teorías científicas, por
supuesto que también se aplica para los productos tecnológicos, tal como en el caso de los
OGMs. A su vez, se niega que la responsabilidad ética sea sólo de los “decididores” (aunque por
supuesto que no los exime) involucrando también a otros actores sociales, tal como por ejemplo
aquellos que han ideado y elaborado dichos productos tecnológicos. Voces que asuman estas
consideraciones en el caso de los OGMs pueden reconocerse varias y de muy diferentes
características.
Para el caso particular de los OGMs, las voces que forman parte de esta posición no sólo
no acuerdan que no haya consecuencias negativas sobre, por ejemplo, la salud y el ambiente,
sino que también incorporan aspectos que no son considerados desde las perspectivas anteriores.
Así, por ejemplo, desde estas voces también deberían incluirse entre los efectos a analizar de los
OGMs la posibilidad de apropiación de las semillas involucradas a partir del sistema legal de las
patentes, la tendencia a aumentar la concentración de las tierras tanto en propiedad como en uso,
el deterioro señalado en la calidad y diversidad alimenticia, entre otros problemas. De este modo,
la tecnociencia presentaría múltiples y complejos efectos que deben ser cuidadosamente
analizados y cuyas responsabilidades éticas no se limitan a los “decididores” sino que incluyen
también a otros agentes sociales, tal como a los propios (tecno)científicos involucrados.

4. Fin del recorrido y comienzo

Luego de este recorrido, surge una pregunta fundamental: ¿qué relación cabe asumir entre
tecnociencia y ética? Aquí no tendremos (ni buscamos) evidentemente una respuesta definitiva a
este fundamental y complejo interrogante. Sin embargo, esta falta de certeza, no tiene por qué
derivar en silencio. De hecho, las posiciones son asumidas, independientemente que se hagan o
no explícitos los motivos que las fundamentan o los supuestos involucrados. Lo fundamental a
nuestros objetivos es buscar entender mejor las posiciones individuales nuestras y,
principalmente, las posiciones de los grupos que realizan las decisiones. A su vez, se trata de
revisar la propia naturaleza del conocimiento científico y su relación con el ámbito tecnológico.
Todo ello, nos dará un mejor conocimiento de nuestro entorno así como de nuestro propio rol, en
esta problemática de gran complejidad, importancia y actualidad que es la relación entre ciencia y
ética.

5. Agradecimientos

Una versión diferente del presente texto fue elaborada oportunamente en el marco del Diploma
Superior de FLACSO “Enseñanza de las Ciencias. Enfoques para la democratización del
conocimiento científico y tecnológico”. A su vez, se agradecen las sugerencias realizadas por el
Dr. Nicolás Lavagnino al texto.

6. Bibliografía citada

Academias de Ciencias del Reino Unido, USA, Brasil, China, India, México y del Tercer Mundo.
Las plantas transgénicas y la agricultura mundial. Ciencia Hoy, Vol.11 - Nº 62, Abril/Mayo
2001, pp: 20-21.

Agazzi, E. El bien, el mal y la ciencia. Las dimensiones éticas de la empresa científico-tecnológica.


Tecnos, Madrid, 1996.
Comisión nacional de Investigación sobre agroquímicos. Consejo Nacional Interdisciplinario.
Creado por el CONICET. Evaluación de la Información Científica vinculada al glifosato en su
incidencia sobre la salud humana y el ambiente. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Julio de
2009.

Habermas J. Ciencia y técnica como ideología. Madrid, Tecnos, 1999.

Heler, M. Ética y ciencia: la responsabilidad del martillo. Buenos Aires, Biblos, 1998.

Heler, M. Ciencia incierta. Buenos Aires, Biblos, 2004.

Klimovsky, G. Las deventuras del conocimiento científico. Buenos Aires, AZ editora, 2001.

López de la Vieja, M. T. Bioética y ciudadanía. Madrid, Biblioteca Nueva, 2008.

Marcos, A. Ciencia y acción. Una filosofía práctica de la ciencia. México D. F., Fondo de Cultura
Económica, 2010.

Marcuse, H. El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial


avanzada. México D.F., Editorial Joaquín Mortiz, 1968.

Outomuro, D. 2004. Manual de Fundamentos de Bioética. Buenos Aires, Ed. Magister Eos, 2004.

Paruelo, J., Guerschman J. y Verón, S. “La expansión agrícola y los cambios en el uso del suelo”.
Ciencia Hoy. Vol 15, Nº 87, 2005, pp: 14-23.

Safranski, R. El mal o el drama de la libertad. Barcelona, Tusquets, 2005.

Tala, S. Ninth International History, Philosophy & Science Teaching Conference in Calgary, 2007

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