Está en la página 1de 85

Torres de marfil

Gina Caimi

Torres de marfil (1986)


Título Original: Passionate Awakening (1984)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Tentación 86
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Flint Masters y Arden Stuart

Argumento:
Arden Stuart fue abordada por el magnate cuya biografía había escrito.
Después, él la llevó a su villa de Florida para que escribiera su auténtica
biografía.
Estaba dispuesto a revelarle sus aspectos más íntimos. Asustad, Arden
aceptó el desafío, y se dispuso a desvelar el enigma de Flint Masters.
Pero el precio de tal descubrimiento fue el amor.
Gina Caimi – Torres de marfil

Capítulo 1
La cola de los coleccionistas de autógrafos salía por la puerta de la selecta
librería, que no había sido pensada para contener tanta gente. El calor casi tropical y
el fulgor del sol de Miami penetraban por la puerta abierta, anulando los efectos del
aire acondicionado.
Arden deseaba haberse peinado con cola de caballo la espesa melena rubia, en
vez de llevarla suelta sobre los hombros. Tiró del vestido de seda de color malva que
comenzaba a pegársele al cuerpo. Al hacerlo, puso de relieve cada curva de su
esbelto y bien formado cuerpo.
Tenía que admitir que, a pesar del calor y la barahúnda, no podía estar más
satisfecha de la acogida dispensada a su libro. Aunque no se hubiera enterado nadie
de que ella era la autora, se sentía igualmente orgullosa.
Deslizó sus largos y delicados dedos sobre un ejemplar del libro como si aún
necesitara tocarlo para convencerse de su existencia. Flint Masters por dentro: Una
biografía íntima, por Felicia Marlowe. Al mirar la cubierta, arrugó la nariz sin darse
cuenta. Era una fotografía de unas sábanas de satén blanco sugestivamente revueltas,
y el título figuraba estar escrito con lápiz de labios rojo.
A Arden siempre la había parecido que el director artístico se había pasado con
la cubierta. Era cierto que en cualquier libro sobre el misterioso señor Masters había
un elemento sensacionalista, pero ella había intentado efectuar una biografía seria.
Como ella no había firmado el libro, no había podido opinar sobre el asunto.
Con un suspiro resignado, cogió un montón de libros. Abriéndose paso entre la
multitud, compuesta en su mayor parte por mujeres, lo depositó en el otro extremo
de la larga mesa rectangular en la que Felicia estaba firmando un libro tras otro.
Arden no la había visto nunca más encantadora ni más excitada. Sus ojos verdes
brillaban como si tuviera fiebre y su piel normalmente pálida estaba tan sonrojada
que competía con su cabello rojo. Era evidente que se había olvidado de la regla de
oro de las modelos, y estaba utilizando todos los músculos faciales al sonreír y hablar
con desacostumbrada animación.
Arden no podía culparla. Se preguntaba si ella sería inmune a toda aquella
adulación. Decidió que la pregunta era pura especulación.
Se inclinó sobre la mesa para comprobar las últimas cifras de ventas. De
repente, una mano enorme puso un libro delante de sus narices y una voz profunda
y grave pidió… No, le exigió que se lo firmara.
Arden señaló a Felicia con la pluma.
—Usted es Arden Stuart, ¿no? —insistió la voz.
—Sí —contestó irritada.

Nº Páginas 2-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Aquel tipo le había hecho olvidarse de la cifra a la que había llegado; tendría
que rehacer la suma. Levantó la mirada disgustada y la pregunta murió en sus labios
al verle.
Tal vez si le hubiera visto a cierta distancia, habría estado preparada. Pero el
brusco enfrentamiento con aquel viril hombre de más de un metro ochenta de
estatura la dejó atónita.
El hombre vestía un conjunto tipo safari, evidentemente confeccionado a
medida, que se adaptaba a la perfección a cada músculo de su cuerpo. Los ojos azul
zafiro de Arden recorrieron el contorno de los anchos hombros y del fuerte pecho
antes de descender a la estrecha cintura, a las sorprendentemente esbeltas caderas y a
los musculosos muslos.
Una sonrisa satisfecha arrugó la atractiva cara. La miraba de modo arrogante y
orgulloso, como si pudiera leer los pensamientos y las emociones que estaba
despertando en ella.
Arden se sonrojó de la cabeza a los pies. Pero no pudo dejarle de mirar. Ni
siquiera podía moverse o hablar. Debía de rondar los cuarenta años, pero tenía el
aspecto de un hombre que hubiera vivido varias vidas. Sus profundos ojos eran de
un color gris plateado. El cabello, espeso y de un negro azulado, le caía sobre la
frente, y tenía un mechón blanco.
Aquellos extraños y penetrantes ojos se apartaron de los suyos y recorrieron
detenidamente su cuerpo. Su sonrisa se tornó provocativa y ella se sintió consciente
de su incitante postura.
Al estar inclinada sobre la mesa, la seda se ceñía a las curvas de sus nalgas.
Se irguió, sintiéndose avergonzada, confusa, excitada e insultada, todo a la vez.
Y terriblemente furiosa con él por hacerla sentirse así, sobre todo porque era evidente
que estaba disfrutando mucho con la situación.
Hizo un esfuerzo para controlarse, se volvió y rodeó la mesa. Con la mesa de
por medio, se sentía más segura, y pudo volver a mirarle.
Estaba decidida a ignorar su intensa mirada. Hizo un esfuerzo por sonreírle
educadamente.
—¿Puedo hacer algo por usted?
Sus ojos se oscurecieron, como si hubiera recordado de repente para qué estaba
allí.
—Me gustaría tener su autógrafo.
—¿Mi autógrafo?
Se rio.
—Me temo que está usted cometiendo un error.
Él la miró como lo haría un hombre que no está acostumbrado a cometer
errores… ni a que se lo digan, si los comete.
—Quiero decir —añadió Arden— que se ha dirigido a la persona errónea.

Nº Páginas 3-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Señaló al otro extremo de la enorme mesa en donde estaba sentada Felicia,


parcialmente oculta por la gente que se arremolinaba a su alrededor.
—Usted busca a la señorita Marlowe, que está allí.
—Sé a quién busco. Usted es la que ha escrito el libro, ¿verdad?
—¿Cómo? —balbució ella.
¿Cómo demonios se habría enterado él? Solo había dos personas en todo el
mundo que lo supieran: Felicia y el editor.
—No la avergonzará admitirlo, ¿verdad? —la desafió él.
—No, desde luego que no —dijo ella.
Dejándose llevar por el orgullo, cogió el libro.
—¿A quién se lo dedico? —preguntó con frialdad.
—A Flint Masters.
Sus palabras resonaron como un disparo por toda la librería. Los ojos de Arden
se dilataron mientras la sangre afluía a su rostro. En el local, solo se oían una especie
de hipidos procedentes de Felicia.
Flint Masters volvió lentamente la cabeza y la miró con tal expresión de
disgusto que Felicia se puso lívida. Luego, él se volvió de nuevo hacia Arden.
Ella seguía inmóvil, con la pluma en la mano. Era consciente de que todo el
mundo la miraba, de que todos esperaban conteniendo la respiración.
—Flint Masters —repitió él sarcásticamente—. Efe, ele, i, ene…
—Sé cómo se deletrea —consiguió decir Arden, a pesar de su nerviosismo.
Una sonrisa curvó los labios masculinos y a ella le pareció ver en sus ojos un
breve destello respetuoso antes de inclinarse a escribir en el libro. Sin vacilar un
segundo, escribió lo primero que le se ocurrió. Le devolvió el ejemplar mirando
fijamente aquellos increíbles ojos.
Él miró la dedicatoria antes de leerla en voz alta.
—«A Flint Masters. Fue un placer no conocerle. Arden Stuart» Así que admite,
señorita Stuart —insinuó, como si fuera el fiscal en un juicio y ella la acusada—, que
no me había visto hasta hoy.
Levantó el libro para que todos pudieran ver la dedicatoria.
—Prueba A.
—No… Quiero decir… Sí, lo admito…
—Entonces, ¿cómo demonios se atreve a escribir un libro sobre alguien a quien
no conoce? ¿Cómo se atreve a exponer la vida privada de alguien sin su
conocimiento ni su permiso?
—Pero yo… Intenté verle… muchas veces, pero…
—¡Estoy seguro! —gruñó, avanzando hacia ella.

Nº Páginas 4-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Estaba tan cerca que Arden podía oler su masculino aroma y sentía su cálido
aliento.
—Pues ya me ha visto. Y le prometo que no será la última vez.
Sosteniendo el libro delante de ella con aquellas enormes y poderosas manos, lo
abrió por el centro.
—En cuanto a su libro… Ya lo he leído. Y esto es lo que opino.
Con una desagradable sonrisa, rompió el libro por la mitad como si fuera una
hoja de papel. Un murmullo colectivo surgió de la multitud. Arden retrocedió como
si la hubiera golpeado.
Él arrojó los trozos sobre la mesa y la recorrió con la mirada, haciendo que se
sintiera desnuda y sin protección.
—Volveremos a vernos —prometió amenazadoramente. Se volvió bruscamente
para dirigirse hacia la puerta. La asombrada multitud se separó a su paso como el
Mar Rojo ante Moisés.

Nº Páginas 5-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Capítulo 2
Arden estaba tan conmocionada por su encuentro con Flint Masters que no
pudo seguir trabajando. Felicia se mostró muy comprensiva e insistió en que se
tomara la tarde libre. Incluso le ofreció su coche para que pudiera ver la ciudad.
Arden había estado tan ocupada desde que llegaron que no había podido ver
nada de Miami.
Al principio, le sorprendió el despliegue de amistad de Felicia, el primero desde
que iniciaron la gira de presentación del libro dos meses antes. Después, comprendió
que la exmodelo se sentía responsable de lo ocurrido.
Arden se lo agradeció, pero rechazó el ofrecimiento. En el estado en que se
encontraba, no disfrutaría de lo que viera. Le dolía la cabeza y no podía quitarse de
encima aquella sensación de total humillación. Lo único que deseaba era alejarse lo
antes posible de la librería.
Lo primero que hizo al llegar al hotel fue cerrar todas las cortinas para librarse
del resplandor del sol y amortiguar el ruido del tráfico.
Aún estaba ruborizada y le ardía todo el cuerpo como si tuviera fiebre. Puso el
aire acondicionado al máximo. Levantándose la mata de pelo húmedo, se colocó
directamente delante de la salida del aire.
Cerró los ojos al sentir la refrescante sensación de la brisa artificial que le
pegaba el vestido húmedo a la piel. Por su mente relampagueó el recuerdo de los
ojos grises de Masters recorriendo su cuerpo. Se estremeció.
Con un suspiro de exasperación, dejó caer el pelo sobre los hombros y se quitó
de delante del chorro de aire acondicionado.
La invadió una sensación de disgusto. No se reconocía a sí misma. No era una
inmadura adolescente de dieciséis años, sino una mujer de veintiséis, segura de sí
misma y acostumbrada a las miradas admirativas de los hombres. Sin embargo,
ningún hombre la había mirado nunca de aquella manera, y ninguna mirada le había
causado nunca aquel efecto. Tampoco había conocido nunca a un hombre como él.
¡Si hubiera sabido lo que la esperaba!
No había conseguido ninguna foto porque él se negaba sistemáticamente a ser
fotografiado.
Había intentado que Felicia se lo describiera detalladamente. Pero aparte de
afirmar que «era extremadamente atractivo para ser millonario», había sido bastante
vaga. Y Arden se había formado su propia imagen del escurridizo señor Masters
basada en la poca información proporcionada por Felicia y por las demás personas a
las que había entrevistado.
Se decía a sí misma que se había formado aquella imagen fantasiosa para poder
escribir sobre él. Pero ahora no estaba tan segura de que aquel hubiera sido el
auténtico motivo. Y comenzó a cuestionarse también los motivos de Felicia.

Nº Páginas 6-85
Gina Caimi – Torres de marfil

¿Se habría enamorado de Masters por él mismo? ¿O se habría sentido


deslumbrada por su dinero y su poder? Arden solo le había visto una vez y no
pretendía volver a verle nunca más, pero sabía muy bien que cada rasgo de su cara,
cada inflexión de su voz y cada uno de sus movimientos habían quedado impresos
en su mente indeleblemente. Nada de lo que le había contado Felicia, ni nada de lo
que ella había imaginado, la habían preparado para la intensa sexualidad que él
proyectaba… y provocaba. Arden no había sentido nunca nada similar. Ni siquiera
con Neil. Hasta una hora antes, ignoraba que existiera aquella sensación.
—¿Por qué? —murmuró—. ¿Por qué, de entre lodos los hombres, tenía que
tratarse de Flint Masters?
Movió la cabeza airadamente, como si quisiera expulsar de la cabeza todos
aquellos pensamientos. Decidió que una ducha fría era lo que necesitaba. Se desnudó
rápidamente, recogió la bata de los pies de la cama y se dirigió al cuarto de baño.
Abrió el grifo al máximo, como si creyera que el chorro de agua pudiera
arrastrar aquella voz que prometía amenazadoramente «Volveremos a vernos» una y
otra vez en su cerebro.
Recordó la violenta sonrisa que había distorsionado sus labios mientras rompía
el libro. Arden creía firmemente que a quien quería desgarrar realmente era a ella.
Se quitó la bata y se metió bajo el agradable chorro de agua fría. Lo dejó caer
sobre su cara y su pelo, echando la cabeza hacia atrás. El agua arrastró el pegajoso
sudor. Pero seguía sintiéndose tensa y cansada.
Ajustó el grifo para que el agua caliente la calmara. Si pudiera librarse de
aquella ansiedad…
Si pudiera saber qué había querido decir él al amenazarla con que volverían a
verse… ¿Querría decir que la vería en los tribunales? ¿O estaría planeando montar
otra espantosa escena en público? En cualquier caso, ¿por qué querría volver a verla
a ella? Era con Felicia con quien debería estar furioso. Ella era quien se había
empeñado en contarlo todo. El libro no había sido idea de Arden.
En realidad, cuando Susan Jackson, la directora de una de las más recientes y
agresivas empresas editoriales se había puesto en contacto con ella, se había quedado
sorprendida. Había hecho una serie de biografías de famosos para varias revistas,
pero nunca antes había escrito un libro. Desde luego, siempre había deseado hacerlo
y, cuando Susan le ofreció la oportunidad de escribir uno sobre Flint Masters, «el
magnate escurridizo», había aceptado inmediatamente. ¿Quién habría
desaprovechado la oportunidad?
Había sido apodado «el magnate escurridizo» por los frustrados periodistas. Su
meteórico ascenso desde la nada y sus sorprendentes éxitos estaban bien
documentados, pero no se sabía nada de su vida privada, ya que nadie había
conseguido hacerle una entrevista. Era un desafío al que Arden no pudo resistirse.
Desde pequeña, se había sentido fascinada por las demás personas y por sus
comportamientos. Con frecuencia, decía bromeando que, de no haber sido escritora,
habría sido psiquiatra. Sentía una insaciable curiosidad por las motivaciones de los

Nº Páginas 7-85
Gina Caimi – Torres de marfil

seres humanos y un don natural para que confiaran en ella y le revelaran profundas
verdades personales. Resolver un rompecabezas tan complicado como Flint Masters
la atrajo irresistiblemente.
Pero hubo una razón más personal para aceptar aquel encargo. Acababa de
pasar por una de las experiencias más traumáticas de su vida y necesitaba
desesperadamente algo que la ocupara totalmente, algo positivo que restaurara su
confianza en sí misma y la ayudara a olvidar lo ocurrido con Neil.
Cerró el grifo bruscamente. Cogió una toalla de baño del toallero y se secó
enérgicamente. No había hecho nada malo y se negaba a sentirse culpable. Flint
Masters era una figura pública y como tal, él debía saber que estaba expuesto a estar
siempre en el candelero. Ella se había limitado a hacer su trabajo.
Satisfecha con la lógica de su argumentación, se frotó el pelo con la toalla
mientras se decía que no iba a seguir preocupándose por Flint Masters.
Bastaba con haber escrito sobre él. Mirando hacia atrás, se preguntó si Susan
Jackson tendría razón. ¿Se habría obsesionado con aquel hombre?
Mientras se peinaba con ayuda de un cepillo y el secador, se repitió a sí misma
lo que siempre le había dicho a Susan. Era imposible vivir dentro de la piel de otra
persona, día tras día, durante casi dos años, sin llegar a sentirse comprometido. Le
sucedía a la mayoría de los escritores.
Sin embargo, hubo ocasiones en que, más que una escritora, se había sentido
una detective o una arqueóloga. Lo más frustrante de su investigación sobre Flint
Masters era que los trozos de información que consiguió nunca llegaron a formar una
imagen coherente de él.
¿Qué clase de hombre era? ¿El despiadado magnate que compraba empresas en
quiebra como otros hombres compraban corbatas? ¿O el ciudadano responsable que
gastaba millones en caridad sin darse publicidad, y cuyas pensiones y beneficios para
sus empleados eran poco menos que revolucionarios?
¿El hombre que trabajaba codo con codo con sus empleados era el mismo que se
había comprado una isla en la que podía aislarse del resto del mundo? ¿Y cómo se
podía reconciliar al hombre que había creado guarderías gratis para sus empleadas
en todas sus oficinas con el playboy que cambiaba de mujeres como de coches?
Arden suspiró exasperada y tiró del cable del secador para desenchufarlo.
Había creído que, una vez terminado el libro, dejaría de pensar en el complicado
señor Masters.
Se miró en el espejo empañado por el vapor. Pero la imagen que vio, tenía unos
sarcásticos ojos grises y una burlona sonrisa. Cogió una toalla y la pasó por el espejo.
Pero no pudo borrar el rubor que le quemaba la cara.
Se dijo a sí misma que se debía a la ducha caliente y al vapor que aún persistía
en el ambiente. De pronto, el cuarto de baño le pareció asfixiante. Abrió la puerta
para que entrara aire fresco.
Había pensado echarse una siesta después de la ducha, pero el dormitorio le
pareció igualmente asfixiante. Estaba decorado en agresivos tonos amarillos y

Nº Páginas 8-85
Gina Caimi – Torres de marfil

naranjas. Las cortinas floreadas y la colcha a juego pretendían inútilmente dar a la


habitación un aspecto «hogareño», pero no podían disipar el olor rancio a
desinfectante típico de los hoteles. Y las desvencijadas mesitas de caña tenían un aire
desolador.
Arden puso la televisión para llenar el silencio más que para verla. El efecto
calmante de la ducha se estaba disipando. Volvía a sentirse tensa. Intentó
concentrarse en las noticias de las seis, pero no fue capaz de bloquear los
desagradables pensamientos que seguían cruzando por su mente.
No quería pasarse otra noche viendo la televisión ni pensando en el imposible
señor Masters. Lo que necesitaba era estar rodeada de gente, para cambiar. No podía
comprender por qué aquel hombre la había trastornado tanto.
Cuando terminó de vestirse, había llegado a la conclusión de que su inquietud
se debía a que no había conseguido resolver a su entera satisfacción el rompecabezas
de Flint Masters.
—¿Y quién tiene la culpa? —musitó mientras pugnaba por ponerse los
pendientes de aro que se había comprado para ponérselos con el conjunto floreado.
Había intentado ponerse en contacto con él en multitud de ocasiones para que
pudiera contarle su versión y porque deseaba saber personalmente qué tipo de
hombre era. Pero él no había tenido siquiera la educación de contestar a sus llamadas
telefónicas. ¡Si ahora pensaba que el retrato que ella le había hecho era parcial y poco
halagador, era culpa suya únicamente!
Arden se detuvo a mirarse en el espejo del armario. Debido al vapor de la
ducha, su pelo era una masa de rizos dorados. Aún estaba sonrojada; no necesitaba
usar colorete. Solo necesitaba un toque de rímel y brillo en los labios. Mientras se
maquillaba, se le ocurrió otra idea.
No estaba furioso con ella porque la biografía le hubiera parecido poco
favorable. Por lo poco que sabía de él, estaba segura de que a aquel hombre no le
importaba nada lo que otras personas opinaran de él.
No. Estaba furioso con ella porque había invadido su intimidad. Y eso era algo
que valoraba por encima de todo lo demás. Arden se había preguntado siempre si
habría una razón auténtica y muy secreta para que estuviera tan decidido a ocultar
su pasado.
Estaba segura de que nunca la perdonaría por lo que había hecho. Y encontraría
la manera de vengarse de ella. Recordó su promesa de volverla a ver.
Flint Masters podría ser un enigma para ella, pero estaba segura de una cosa:
era un hombre que cumplía sus promesas.

Nº Páginas 9-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Capítulo 3
Mientras esperaba el ascensor, Arden pensó con cierto alivio que solo iban a
estar en Miami dos días más. La gira de presentación del libro terminaba allí. Podría
volver a Nueva York a disfrutar de las vacaciones que tanto necesitaba.
Cruzó las puertas abiertas y pulsó el botón del vestíbulo. Tomó nota
mentalmente para llamar a Felicia a primera hora de la mañana. Tendría que buscar a
otra persona que la ayudara mientras firmaba los libros. Ella no iba a arriesgarse a
tener otro encuentro con Flint Masters.
Al salir del ascensor, recorrió con la mirada a la gente que se movía por el
vestíbulo. Suspiró con impaciencia ante aquel síntoma de incipiente paranoia,
enfermedad de la que no había mostrado ningún síntoma hasta aquel instante.
Aunque se había anunciado en todos los periódicos la presentación del libro y la
firma de autógrafos, él no podía saber que ella se alojaba allí. Mientras evitara ir por
la librería, no podría localizarla.
Se envolvió en el chal de encaje y atravesó el vestíbulo en dirección a las puertas
giratorias. Una vez en la calle, vaciló otra vez. Había pensado ir a la pequeña
marisquería en la que habían cenado casi todas las noches. Era un restaurante
agradable y acogedor en el que no se sentiría incómoda yendo sola. Pero ahora pensó
en ir a algún sitio nuevo. Felicia le había recomendado un estupendo restaurante
cubano al que la había llevado uno de sus admiradores. Estaba al final de la calle.
Comprendió que estaba bloqueando la entrada. Se desplazó a un lado para
dejar pasar al mozo cargado de maletas. Una cariñosa pareja joven le seguía de cerca.
Se miraban intensamente e iban cogidos de las manos. Arden dedujo que estaban de
luna de miel. Los observó con añoranza durante un instante antes de caminar hasta
el extremo del toldo rayado. Escudriñó el bulevar Biscayne de una punta a otra.
Estaba intentando recordar si el restaurante cubano quedaba a la derecha o a la
izquierda cuando un Rolls gris perlado aparcó junto a la acera. La puerta se abrió
bruscamente. Se apartó para dejar salir a los ocupantes, pero una fuerte mano surgió
del coche y la cogió por la muñeca. Arden iba a gritar, pero se quedó helada al ver los
ojos de Flint Masters clavados en ella.
—La he estado esperando —murmuró impaciente, como si tuvieran una cita y
ella se hubiera retrasado—. Entre.
Era una orden, no una invitación.
—¡Entre!
—¡No! —dijo Arden jadeando mientras intentaba soltarse.
Él la sujetó con más fuerza.
—Solo quiero hablar con usted —insistió.
—¡Pero yo no quiero hablar con usted! ¡Suélteme! —gritó muy enfadada.
Miró a su alrededor, esperando que alguien la ayudara.

Nº Páginas 10-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Varias personas pasaban cerca, pero contemplaban la escena sonriendo. Debían


creer que se trataba de una pelea de enamorados.
—Deje de comportarse como una tonta y entre en el coche —musitó él
amenazadoramente, tirando del brazo.
—Podemos hablar en otro momento. Tengo que ir a un sitio ahora y… y…
—No iba a ningún sitio especial. Iba a cenar sola.
Se quedó tan sorprendida que dejó de forcejear. Era lo que él necesitaba. Tiró de
ella y la metió en el coche. Arden perdió el equilibrio y cayó sobre él. Sus pechos
quedaron apretados contra el fuerte tórax. Su sorprendida boca estaba tan cerca de la
masculina que sentía su aliento en los labios.
Echó la cabeza hacia atrás, pero el inquietante olor de la piel masculina la
siguió. Deseaba gritarle que la soltara, pero el pulso de la base del cuello le latía tan
violentamente que no podía ni tragar saliva. Apoyó las manos en su pecho y le
empujó con todas sus fuerzas. Sintió tensarse los músculos bajo la camisa de seda
azul.
—¿Por qué trata de librarse de mí?
Él se reía sarcásticamente. La rodeó con los brazos atrayéndola hacia él.
—Solo estoy intentando ayudarla.
La levantó con facilidad, dejándola caer un instante sobre su cuerpo antes de
hacerla sentarse a su lado sin ningún miramiento.
—Es que… ¿Qué se cree que está haciendo? —preguntó Arden airadamente
mientras intentaba incorporarse en el mullido asiento con toda la dignidad de que
era capaz en aquellas circunstancias.
—¿Por qué? ¿Qué cree usted que estoy haciendo?
Él sonreía seductoramente. Sus ojos grises recorrieron sus piernas de los tobillos
al muslo. Ella tiró apresuradamente de la revuelta falta para cubrirse. Era evidente
que él se daba cuenta del efecto que causaba en ella y disfrutaba con su confusión.
Su sonrisa de complacencia se transformó en un gesto de enojo, como si Arden
le hubiera distraído deliberadamente de su intención inicial.
—Le dije que quería hablar con usted.
Se apartó de ella para pulsar uno de los multicolores botones del panel cercano
a él.
—Ya le he dicho que no tengo nada que decirle —contestó Arden con
brusquedad mientras la puerta del coche se cerraba con un clic. Arden se volvió y
trató de abrir sin conseguirlo. Él había echado el seguro al tocar aquel botón.
—Abra esta puerta —insistió Arden.
Sin que se alterara su expresión, él pulsó otro botón y ordenó:
—Da la vuelta al parque, Albert.

Nº Páginas 11-85
Gina Caimi – Torres de marfil

El chófer asintió e inmediatamente puso el coche en marcha.


—¡No! ¡Pare el coche! —le gritó Arden, pero el chófer continuó conduciendo el
Rolls sin hacerle caso—. Por favor… ¡Pare el coche!
—No puede oírla si no utiliza el interfono —sentenció Flint Masters,
recostándose en su asiento como si se dispusiera a hacer un largo viaje—. Además,
aquí las órdenes las doy yo.
—Entonces, será mejor que le ordene que detenga este coche —exigió Arden.
—¿Tiene miedo? —se burló él.
—No, desde luego que no —mintió ella.
—Debería tenerlo. Si fuera usted un hombre, le habría roto todos los huesos por
lo que ha hecho.
Sonreía desagradablemente.
Arden recordó el modo en que había desgarrado el libro y no dudó de sus
palabras.
—Pero, como es bastante evidente que no es un hombre —añadió secamente—,
no debe tener miedo de que le ocurra eso.
—No tengo miedo de nada —dijo Arden desafiante—. Pero no me gusta que
me obliguen a dar un paseo.
—Nadie lo hace —repuso él.
Arden apartó la cara de su acusadora mirada y miró por la ventanilla en el
momento en que el Rolls salía de la avenida principal para internarse en una calle de
dirección única poco iluminada. Sintió un nudo en el estómago. Se preguntó si un
hombre de su posición podría permitirse cometer una locura.
—No se preocupe. No vamos a arrojarla por una escollera —dijo él como si le
hubiera leído el pensamiento—. Albert solo intenta alejarse del tráfico.
Furiosa por su actitud de sabelotodo, Arden se volvió hacia él.
—¿Qué significa todo esto? ¿Qué quiere de mí?
Él parecía divertido por su enfado o demasiado seguro de sí mismo como para
tomarla en serio.
—¿Qué cree usted que quiero?
—¿Cómo voy a saberlo? Usted es el que… me ha raptado. ¡Dígamelo usted!
—No la he raptado —protestó él—. Ésta era la única manera de hablar con
usted. Quise llamarla para pedirle… una cita, pero sabía que me colgaría después de
lo ocurrido esta tarde. Estoy en lo cierto, ¿verdad?
Ella debía admitirlo, pero no iba a darle aquella satisfacción.
—No ha contestado a mi pregunta.
—¿Qué pregunta?

Nº Páginas 12-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—¿Qué quiere de mí?


—¿Qué… quiero… de… usted? —repitió lentamente para sí mismo.
Estiró las largas piernas y se miró con aire pensativo las botas de piel de
serpiente. Una sonrisa jugueteó en sus labios antes de volver a mirarla.
—¿Qué me ofrece? —bromeó, pero la sonrisa de sus ojos gris humo era tan
sensual que Arden se estremeció interiormente.
Se puso rígida.
—¿Siempre hace lo mismo? ¿Contestar a una pregunta con otra?
—¿De verdad que hago eso?
Se rio burlonamente, pero ella no supo si se reía de ella o de sí mismo.
—No sabía que yo hiciera eso.
—Tiene gracia. Tenía la impresión de que lo hacía deliberadamente.
Él frunció el ceño. Con su gesto, la aconsejaba que no siguiera por aquel
camino.
—Desde luego, es una manera muy efectiva de no tener que contestarle a
nadie… más que a usted mismo.
La observó atentamente durante un momento, como lo haría un científico con
un objeto totalmente desconocido situado bajo su microscopio.
—Es usted muy observadora, ¿verdad? —dijo por último.
Sonó como un insulto.
—Y no le gustan las mujeres observadoras, ¿verdad?
—¿Le apetece tomar una copa? —preguntó él.
Pulsó otro botón y se abrió un panel situado bajo la mampara de cristal. Arden
pudo ver un pequeño televisor, un estéreo y un bar bien surtido. Había incluso una
máquina portátil de hacer hielo.
—No quiero nada, gracias.
—¿Ni siquiera un Pernod? Creía que era su bebida favorita.
—¿Cómo lo sabe?
—Se sorprendería de lo mucho que sé sobre usted.
A pesar de su actitud indiferente, no pudo ocultar el brillo victorioso de su
mirada.
—Tiene veintiséis años —siguió diciendo mientras preparaba las bebidas—. Es
oriunda de Utica. Perdió a sus padres y a su hermano menor en un accidente de
coche cuanto tenía doce años. Creció con diferentes parientes.
Hizo una pausa mientras guardaba la botella de Pernod y cogía la de soda.

Nº Páginas 13-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Esto es solo una suposición, pero apostaría algo que fue por entonces cuando
empezó a escribir. ¿Tengo razón?
Arden asintió en silencio y él siguió mezclando las bebidas.
—Después de graduarse —siguió diciendo en el mismo tono impersonal—, se
trasladó a Nueva York, en donde comparte un piso en el Upper East Side con otras
dos chicas.
Añadió un poco de lima a uno de los vasos antes de ofrecérselo con una
perversa sonrisa.
—Calle Noventa y nueve Este, número 312, apartamento 4G.
Arden estaba demasiado sorprendida como para reaccionar. Él le puso el vaso
en la mano. El gesto la desbloqueó. Hizo un esfuerzo para sonreír. Se negaba a
admitir delante de él que el hecho de que conociese su vida la hacía sentirse muy
vulnerable.
—¡Vaya! Con lima y todo —intentó bromear.
—Estoy llegando a la mejor parte —dijo él, levantando su vaso para brindar—.
A Neil Foster.
Arden retrocedió como si la hubiera golpeado y vertió unas gotas de bebida
sobre su regazo. Se puso pálida. No pudo hacer nada más que mirarle con sorpresa.
—Veo que el agradable señor Foster aún ejerce su influencia sobre usted —
musitó él sarcásticamente—. Volvamos a «Esta es su vida, Arden Stuart» —continuó
mientras se sacaba el pañuelo del bolsillo—. Hace cuatro años se comprometió con
Neil Foster.
Él comenzó a frotar con el pañuelo la mancha de bebida de su falda. Arden
quiso protestar, pero no pudo.
—Dos días antes de la boda, la plantó por la hija de su jefe que…
—¡Basta!
Rechazó su mano tan violentamente que el pañuelo salió volando.
Una sonrisa victoriosa volvió a iluminar las atractivas facciones y ella lamentó
haberle dado la oportunidad de permitirle ver cuánto la había herido. Pero lo más
absurdamente doloroso de todo era que él supiera lo de Neil.
Volvió la cara para que no pudiera ver las lágrimas de humillación que
inundaron sus ojos.
—¿Qué se siente cuando un extraño hurga en su vida privada, exponiendo sus
recuerdos más íntimos?
Arden se escondió tras el vaso. Se sentía tan avergonzada, tan desnuda
emocionalmente que no sabía si podría volver a mirarle. Ahora comprendía su
amargura y su ira, porque ella sentía lo mismo.
—¿Qué se siente? —insistió él.
Se volvió hacia él furiosa.

Nº Páginas 14-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—¡Me siento tan humillada y dolida como usted pretendía que me sintiera!
—Ahora ya sabe cómo me siento yo.
—¡No me ponga en su misma clase! —protestó ella enfadada.
Él se puso lívido. Entrecerró los ojos amenazadoramente y apretó un puño.
Arden pensó por un instante que iba a golpearla, pero ni siquiera eso la habría
detenido.
—¡Yo no intenté herir deliberadamente a nadie! Intenté ser justa. Quería darle la
oportunidad de que contara su versión. Pero usted nunca respondió a mis llamadas.
—¿Qué llamadas?
—¡Le llamé al menos diez veces!
—Seguro.
—Es la verdad. Quería conocerle…
Arden se contuvo, pero ya era tarde.
—¡No me diga!
—Debido al libro —insistió ella, mientras se ponía roja porque sabía que él no la
estaba creyendo—. De todos modos, no conseguí hablar con usted, pero siempre le
dejé un mensaje.
—No recibí ningún mensaje suyo.
—¡Pues no me culpe a mí si tiene una mala secretaria! —estalló ella.
Nunca se había sentido tan frustrada. Tomó varios sorbos de su bebida,
confiando en que la calmara. Nunca había conocido a nadie que la trastornara tanto
con una palabra o una mirada.
Él la miraba en parte sorprendido, en parte dubitativo. Arden comprendió que
estaba analizando lo que le había dicho.
—De todos modos, no sé por qué la toma conmigo. El libro fue idea de Felicia,
no mía.
—¿Felicia?
Se rio despectivamente.
—Felicia no podría haber escrito ese libro jamás. Lo único que sabe escribir son
cheques.
Se inclinó bruscamente y cogió el vaso de las manos de Arden.
—No. Fue usted.
Arden no se había dado cuenta de que había sostenido el vaso como el náufrago
se aferra a su tabla de salvación. Se sintió extrañamente desnuda e indefensa sin él.
—Felicia le suministró todo el cotilleo, la clase de verdades a medias y hechos
distorsionados que sabía que se venderían bien. Pero usted…

Nº Páginas 15-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Se acercó más a ella. Su cara estaba a pocos centímetros y ella sentía la firmeza
de su muslo a lo largo del suyo.
—¡Usted fue la que completó el resto! ¡Toda esa basura freudiana!
Arden se sentía incapaz de defenderse. El denso y masculino olor asaltaba sus
sentidos. La proximidad del potente cuerpo la hacía estremecerse interiormente.
—¿Qué derecho tiene a meterse en la cabeza de otras personas? ¿Qué derecho
tiene a hurgar en las emociones y los pensamientos más íntimos y…?
Se detuvo en seco, como si hubiera hablado de más.
Para Arden, fue la sorpresa final. Eso era. Evidentemente, había descubierto
alguna verdad profundamente personal sobre él. Observó su cara a la luz de las
farolas y se quedó atónita. Nunca habría creído que aquel hombre mostrara su
vulnerabilidad tan al desnudo.
Se inclinó impulsivamente para tocarle en el brazo, pero su mano se detuvo a
medio camino. Un despiadado orgullo había vuelto a endurecer las facciones
masculinas. Se sintió muy cansada.
—No sé qué quiere de mí.
Suspiró y se recostó en el asiento.
—El libro ya está publicado. No puedo hacer nada por evitarlo. ¿Qué tipo de
compensación podría darle?
La sonrisa sugerente y la mirada sensual de los ojos grises que recorrieron su
cuerpo una vez más la hicieron comprender que sus palabras tenían un significado
doble. Se incorporó furiosa.
—Lo único que puede hacer, señor Masters, es demandarme. Así que, adelante,
llame a su batallón de abogados…
—¿Qué batallón de abogados?
—¡El que utilizará para conseguir lo que desea de personas que no tienen ni su
dinero ni su poder!
—¿De qué está hablando?
Sonreía con superioridad. El enfado de Arden aumentó.
—¡Adelante! ¡Demándeme ya que está tan decidido a vengarse de mí!
—¡Conozco un método mejor!
Se echó a reír. Cogiéndola impulsivamente, la atrajo hacia sí y se apoderó de su
boca. Arden sorprendida, se dejó caer contra el respaldo del asiento, pero él la siguió,
impidiéndole cualquier posibilidad de escapar.
Antes de que ella pudiera reaccionar, el beso se intensificó. Lo que había sido
un simple impulso, adquirió una arrolladora intensidad, como si hubiera estado
contenido en su interior y, al tocarla, se hubiera disparado como un muelle fuera de
control.

Nº Páginas 16-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Incapaz de liberarse, Arden comenzó a mover la cabeza de un lado a otro en un


desesperado intento por apartarse de él y de las extrañas e inquietantes sensaciones
que estaba despertando en ella. Por fin, él apartó la boca, pero solo porque estaba sin
aliento. Sus manos seguían sujetándola firmemente y sus asombrados ojos prometían
más.
—Suélteme —consiguió decir ella con voz tan temblorosa como su cuerpo—.
¿Cómo se atreve… a hacer… esto?
—Considérelo a cambio de la demanda judicial.
Se echó a reír entrecortadamente.
—Nunca me han gustado los abogados.
—¡Pare… este coche! ¡Ahora mismo! ¡Quiero bajarme!
—¿Por qué? Me pareció que lo deseaba tanto como yo.
—¡Qué dice! ¡Es ridículo!
Por primera vez en su vida, a Arden le faltaban las palabras. Probablemente
porque él tenía razón en gran parte. No podía admitirlo y eso la enfadaba. Tenía que
salir de aquel coche y alejarse de él lo antes posible.
Incorporándose bruscamente, comenzó a llamar al chófer hasta que recordó que
no podía oírla. Comenzó a agitar frenéticamente las manos delante del cristal para
llamar su atención sintiéndose como una perfecta idiota.
—No puede verla —le informó Flint Masters con voz divertida a sus espaldas.
Arden detuvo los brazos en el aire. En parte, se sentía aliviada de que el chófer
no hubiera visto lo que acababa de suceder. Pero, por otro lado, se sentía peor porque
eso significaba que estaba completamente a solas con él en la oscura y estrecha
intimidad del coche. Dejó caer las manos sobre el regazo como una marioneta a la
que acabaran de cortarle las cuerdas.
—Muy conveniente —consiguió decir—, y muy propio de usted tener un coche
así.
Una ráfaga de ira cruzó la cara de Masters antes de volverse para pulsar el
interfono.
—Albert, la señorita Stuart desea volver al hotel ya.
Se volvió hacia ella con cara inexpresiva. Pero la vena que le latía en el cuello
delataba su estado de ánimo.
—Éste no es mi coche.
—¿Cómo?
—Siento estropear la imagen que tiene de mí —añadió con sarcasmo—. Es el
coche de la empresa. Como sabrá, el espionaje industrial es una preocupante
realidad.
Su explicación no podía ser más razonable ni parecer más sincera. Arden
comprendió que se había pasado.

Nº Páginas 17-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Él debió ver su expresión contrita, porque soltó una carcajada grave y sensual.
—¿Quién sabe? Puede que en alguna ocasión se haya usado para… la finalidad
que usted tiene en mente.
—¿La finalidad… que yo tengo en mente? ¡Usted es quien me ha atacado y no
al revés!
—¿Sigue insistiendo en que no deseaba que la besara? ¿Por qué no puede
admitir que lo deseaba tanto como yo?
—Comprendo que esté acostumbrado a que las mujeres se arrojen a sus brazos
—dijo ella, intentando mostrarse tan arrogantemente segura de sí como él—. Puede
que lo que le voy a decir le parezca insultante, pero no lo encuentro atractivo en
absoluto. Todo lo contrario.
—¿De verdad?
Sonrió de un modo tan devastador que, de no haber estado sentada, Arden se
habría caído al suelo.
—Entonces, ¿no siente nada por mí?
—No. Nada.
—¿Nada? —se burló él—. ¿La he dejado totalmente fría?
—Totalmente.
—Ya. De modo que si hago esto…
Se inclinó y le rozó los labios con los suyos.
—¿No le causa ningún efecto?
Ella se puso rígida automáticamente, pero consiguió decir:
—No.
—¿Y si hago esto?
Le mordisqueó el labio inferior antes de acariciárselo con la punta de la lengua.
Arden se apartó como si se hubiera quemado. Luego, se contuvo y se encogió
de hombros.
—Nada. Lo siento.
Él sonrió con incredulidad. Inclinándose, cogió dos mechones de pelo y tiró de
ellos para acercar su rostro.
—¿Y esto?
—Mire, esto comienza a ser estúpido…
Pero él ahogó el resto de la frase con su boca mientras sus grandes manos le
acariciaban la cara.
El corazón se le subió a la garganta. Creyó que iba a ponerse a temblar, pero
consiguió permanecer tan fláccida como una muñeca de trapo. Luchar contra él solo

Nº Páginas 18-85
Gina Caimi – Torres de marfil

habría servido para empeorar las cosas. Estaba segura de que, cuando comprendiera
que no iba a conseguir ninguna reacción, la dejaría marchar.
Confiaba en que él no notara su temblor interior.
En esta ocasión, el beso fue cálido y tierno. La lengua acariciaba con pericia,
provocando en ella oleadas de placer.
Arden luchó por contenerse. Deseaba desesperadamente besarle, como no había
deseado besar a nadie en toda su vida. No podía creer que le estuviera sucediendo
aquello, ni que nadie pudiera ejercer aquel efecto sobre ella. No sabía cuánto tiempo
podría soportarlo, pero no debía intentar que la soltara. Solo serviría para hacerle
comprender que estaba despertando en ella sentimientos que la asustaban.
Pero su plan no funcionó como esperaba. En vez de desanimarse, su deliberada
frialdad fue un estímulo para él. Parecía decidido a conseguir una respuesta.
La rodeó con sus brazos y la estrechó contra él. Introdujo la lengua en las
profundidades de su boca con exigencia, despertando en ella sensaciones
desconocidas. Comenzó a perder el dominio de sí misma. Solo el miedo la contuvo.
De repente, él la soltó con tanta brusquedad que Arden quedó tumbada sobre el
asiento. Temblando notoriamente, le miró. Se quedó sorprendida al ver que parecía
tan aturdido como ella.
—¡Dios mío! ¡Eres deliciosa! —musitó, como si fuera algo con lo que no había
contado.
Tiró de ella para incorporarla y volvió a besarla como si quisiera absorberla por
entero. Arden abrió la boca invitadoramente.
—Eso es… Eso es lo que quiero —gruñó mientras sus fuertes brazos la
colocaban encima de él antes de abrazarla estrechamente.
—No —gimió ella, apartando la boca y echando hacia atrás la cabeza cuanto le
fue posible—. Por favor… no.
—¿Por qué no? No te causo ningún efecto —dijo él con voz áspera mientras
besaba el largo y delicado cuello—. Te dejo totalmente fría, ¿recuerdas?
Mordió un sensible punto del hombro desnudo y ella se estremeció de
excitación. Las caricias descendieron hasta el borde del volante del escote de la blusa.
Arden gimió y su cuerpo se arqueó involuntariamente como el de un gato.
—¡Sí! —gritó él mientras comenzaba a acariciarle los pechos.
—No —dijo ella jadeante, pero su cuerpo la traicionaba.
La recorrió un escalofrío cuya intensidad la asustó. No era capaz de defenderse
contra la exquisita sensación de su lengua sobre su piel, ni contra la embriagadora
calidez de sus dedos recorriendo suavemente el contorno de sus pechos, ni contra el
aroma de su pelo cuando le rozaba la piel. Arden luchó por recobrar el control de sí
misma. Era como nadar en contra de una poderosa corriente.

Nº Páginas 19-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Tan suave… tan suave y tan cálida —le oyó decir maravillado—. Tierna,
vulnerable y encantadora mujer —susurró mientras sus besos recorrían incansables
su cara—. ¿Dónde has estado escondida durante todo este tiempo?
Su sonrisa pretendía quitar importancia a lo que acababa de decir, pero no
consiguió ocultar el desnudo deseo de su mirada ni el de sus besos, un deseo que
parecía más que físico. Arden comprendió aterrada que no podía luchar contra
aquello, pero tenía que intentarlo.
Apoyó las manos en los hombros masculinos para empujarle. Pero las manos se
aferraron a él con tanta fuerza que las uñas se hundieron en los músculos que se
tensaban bajo la camisa. El estremecimiento que recorrió el cuerpo masculino
repercutió en el de ella. Él la estrechó con más fuerza y Arden se encontró
devolviéndole los besos con toda su alma.
Él interrumpió el beso, jadeante. Arden sintió que las manos de él temblaban
mientras le acariciaban la espalda. Se cerraron sobre su cintura y, después, la
deslizaron a un lado con brusquedad.
—Ahora ya puede bajar —murmuró él entre dientes.
—¿Qué? —balbució ella sin entenderle.
Apartándose de ella, él se inclinó a recoger el chal que había caído al suelo.
—Puede bajar —repitió, señalando con la cabeza la ventanilla.
Arden comprendió que el Rolls se había detenido ante su hotel.
Con un gesto automático, se echó el chal sobre los hombros sin dejar de mirarle,
aunque él mantenía la cara vuelta.
—No se preocupe. Le prometo que no la demandaré —comentó con sarcasmo
mientras apretaba un botón. La puerta se abrió—. Sus métodos, aunque poco
originales, son muy persuasivos.
Arden se quedó sin aliento. No podía hablar. Se sentía como si la hubiera
abofeteado. Su cara estaba lívida.
Arden salió del coche dando traspiés y corrió hacia la entrada del hotel para
que él no pudiera ver las lágrimas que corrían por sus mejillas.

Nº Páginas 20-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Capítulo 4
A la mañana siguiente, Arden se levantó con los ojos hinchados y los nervios
tensos por la mala noche pasada. Antes incluso de lavarse los dientes, llamó a la
compañía aérea para cambiar su reserva del vuelo de la tarde siguiente por la del
primer avión que salía hacia Nueva York. Solo tenía dos horas para hacer el equipaje,
vestirse y llegar al aeropuerto, pero se negaba a seguir en Miami ni un minuto más.
Estaba decidida a alejarse de Flint Masters lo antes posible.
Pero mientras recogía sus cosas, no pudo dejar de pensar en él. Los sucesos de
la noche anterior volvían a su mente, deprimiéndola. Se sentía terriblemente
confundida. Le resultaba difícil creer que el mismo hombre pudiera ser tan
apasionadamente tierno y tan deliberadamente cruel y vengativo a la vez. Y estaba
realmente sorprendida de su propio comportamiento.
Hasta la noche anterior, pensaba que se conocía bien a sí misma. Pero Flint
Masters había revelado una faceta suya que ella ignoraba que existiera. Siempre se
había enorgullecido de ser dueña de sí misma, sobre todo en lo relativo a los
hombres. Muchos de los que habían intentado salir con ella después de lo de Neil la
habían acusado de ser distante e insensible. Incluso Neil bromeaba sobre su timidez
y su inseguridad sexual… aunque ella comprendía ahora que sus besos distaban
mucho de ser estremecedores. ¡Si la hubieran visto la noche anterior!
Afortunadamente, Flint Masters se había detenido a tiempo; de lo contrario, quién
sabe lo que habría ocurrido.
La interrumpió un golpe en la puerta. Se aseguró de que llevaba bien cerrada la
bata, ya que solo llevaba un sujetador de encaje y las braguitas a juego, y fue a abrir.
Debía de ser la camarera con la ropa limpia. Pero era Flint Masters. Sonreía
sarcásticamente. Arden se quedó helada. Antes de que pudiera reaccionar cerrándole
la puerta en las narices, él hizo gesto de entrar.
—¿Puedo entrar? —preguntó secamente.
Arden se hizo a un lado para evitar el contacto de sus cuerpos y así le dio la
oportunidad de entrar en la habitación.
—¡No! No, no puede entrar aquí —insistió airadamente mientras él entraba en
la habitación—. Si no se va inmediatamente, llamaré a Recepción y…
—Llego tarde a una importante cita —la interrumpió con impaciencia como si
fuera ella quien hubiera irrumpido en su habitación—, así que vamos al grano. Estoy
aquí para ofrecerle un trabajo.
Arden se detuvo a mitad de camino hacia el teléfono y le miró en silencio. Lo
más sorprendente no eran sus absurdas palabras, sino su tono frío e impersonal. Se
comportaba como si fueran dos desconocidos, como si la noche anterior no hubiera
existido. Tuvo que mirarle para asegurarse de que era el mismo hombre que la noche
anterior la había besado.
Aquella mañana tenía un aspecto distinto. En vez de ropa informal, llevaba un
traje oscuro con chaleco que le confería cierto aire de elegancia sin llegar a ocultar su

Nº Páginas 21-85
Gina Caimi – Torres de marfil

viril atractivo. La camisa blanca, hecha a medida, estaba abierta en el cuello. El pelo
negro con el sorprendente mechón blanco estaba perfectamente peinado. Estaba más
atractivo que nunca.
Arden se sintió súbitamente consciente de su palidez y de sus ojos hinchados.
Se había recogido el pelo descuidadamente en lo alto de la cabeza para ducharse y
algunos mechones mojados caían sobre su cara. La bata de franela azul, un recuerdo
de sus días escolares, era tan cómoda y tan poco atractiva como un zapato viejo. Se
sintió furiosa de que él la viera con aquel aspecto. Como era evidente que no pensaba
marcharse, se dirigió con decisión hacia el teléfono.
—No quiero hacerlo —dijo con frialdad—, pero si no se va, tendré que… tendré
que pedir que le echen de aquí.
Él la desafió a hacerlo con una burlona sonrisa.
Ella cogió el auricular.
—Hablo en serio —advirtió.
—Entonces, será mejor que les diga que manden a tres o cuatro de sus mejores
hombres —repuso él.
Arden comprendió que no era una bravata. Hablaba en serio. De repente, se
imaginó muebles rotos y primeras planas en los periódicos.
Al verla vacilar, él añadió irónicamente:
—¿No le interesa mi oferta de trabajo?
—¡Es usted el colmo de la osadía!
Colgó el teléfono violentamente.
—¿De verdad cree que… que después de lo de anoche… yo trabajaría para
usted? ¿Qué estaría interesada… en volver a hablar con usted?
—Ya estamos hablando y, cuando oiga mi oferta, estoy seguro de que trabajará
para mí.
—¡Ni por todo el oro del mundo!
—No es cuestión de dinero. Quiero que escriba mi biografía con mi
autorización.
—¿Qué?
—Estoy harto de que la gente se invente historias sobre mí. Aunque admito
que, en parte, es culpa mía por negarme a contar la verdad. Bueno…
Suspiró profundamente. Evidentemente no le había sido fácil tomar la decisión.
—Estoy dispuesto a hablar.
Esperó a que ella comentara algo. Pero Arden estaba demasiado confusa como
para hablar.
—Escuche —continuó, echándole un vistazo a su reloj—, realmente llego tarde
a una cita. ¿Está libre esta noche?

Nº Páginas 22-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—¿Esta noche? Yo…


—¿Cenamos juntos para discutir este asunto? ¿De acuerdo?
Comenzó a dirigirse hacia la puerta antes de que ella pudiera responder.
—La recogeré a las ocho.
—¡Eh! ¡Espere un momento! —gritó Arden mientras él cerraba la puerta—.
¡Esto es el colmo!
¡Una hora antes había cambiado su billete porque no quería seguir en la misma
ciudad que él!
Corrió hacia la puerta y la abrió bruscamente. Pero él debía haber oído sus
gritos, porque se había vuelto. Arden chocó con él.
El contacto con su cuerpo hizo renacer los recuerdos de la noche anterior. Unas
fuertes manos la sujetaron por la cintura.
—¿Se encuentra bien? —murmuró.
Ella sentía su cálido aliento en la sien.
—¡No!
Se apartó de él tan violentamente que se le abrió la parte superior de la bata. Le
oyó contener la respiración. Sus ojos recorrieron con ansia los pechos cubiertos por el
encaje transparente antes de mirarla a la cara con la misma intensidad de la noche
anterior.
—¡No! ¡No estoy libre esta noche!
Arden se cerró la bata y retrocedió hacia la habitación.
—¡No me ha dado la oportunidad de decirle que no voy a cenar con usted ni a
aceptar su oferta de trabajo! —añadió mientras se ajustaba el cinturón de la bata con
manos temblorosas.
Había desaparecido la ardiente intensidad de la mirada masculina. Su actitud
volvía a ser fría e impersonal. Arden no sabía qué la preocupaba más.
—¿No cree que al menos deberíamos discutirlo?
Dio un paso hacia el interior de la habitación.
—Yo… Creía que llegaba usted tarde a una cita —dijo ella retrocediendo varios
pasos—. ¿O era otro de sus trucos? —añadió desdeñosamente.
Flint se puso rígido automáticamente. Al parecer, no estaba acostumbrado a
que le hablaran de aquella manera. Arden supuso que se daría la vuelta, y se
marcharía orgullosamente sin volver a mirarla.
—Mi cita tendrá que esperar —dijo él.
—Yo también llego tarde a una cita con un avión. Si me disculpa, tengo que
arreglarme.
Flint cerró la puerta mientras ella seguía haciendo el equipaje.

Nº Páginas 23-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Creía que se marchaba mañana por la noche.


Arden no le dio la satisfacción de preguntarle cómo lo había averiguado. Se
concentró en su tarea. Si le ignoraba, tal vez terminara marchándose. Si no, sería ella
la que se marcharía en seguida.
—¿Está huyendo?
El tono burlón la hizo comprender que estaba haciendo el equipaje como si
hubiera un ejército enemigo a las puertas de la ciudad.
—Me voy un día antes de lo planeado. ¿Qué tiene de raro?
—Se pierde la gran conferencia de prensa y el almuerzo posterior. La pobre
Felicia se pondrá furiosa al no poder contar con su respaldo.
Se acercó a la cama y apartó unos camisones para poder sentarse a los pies.
—Se comporta como si huyera para salvar la vida —añadió, sonriendo al ver
que ella metía las prendas en la maleta de cualquier manera—. ¿De qué tiene tanto
miedo?
—¡No tengo miedo de nada!
—Entonces, ¿por qué rechaza mi magnífica oferta?
—Se considera usted muy importante, ¿verdad?
—No. Pero, por alguna razón que ignoro, hay mucha gente corriente que sí lo
hace.
Se encogió de hombros mientras acariciaba el encaje rosa del más bonito y
atrevido de los camisones.
—No necesito decirle que todas las editoriales del país se disputarán los
derechos del libro. Ni lo que significaría para su carrera.
Arden se inclinó y le quitó el camisón.
—Si me permite…
—Es encantador —murmuró él con el tono de saber exactamente el aspecto que
tendría ella con el camisón puesto.
Arden lo metió en la maleta debajo de otras prendas.
—No me interesa.
—Tal vez no haya sido lo bastante claro. Éste sería su libro. Su nombre figuraría
en él.
Se inclinó hacia ella.
—Eso es lo que siempre ha soñado, ¿no?
Arden interrumpió su frenética actividad. No comprendía cómo podía saber
tanto de ella, del sueño que la había sostenido durante los solitarios años de su
adolescencia. Supo instintivamente que él utilizaba aquel conocimiento a su favor.
—¿No es así? —exigió saber él cuando ella no contestó.

Nº Páginas 24-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—¡Sí!
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—¿Por qué yo?
Le miró de frente por primera vez.
—¿Por qué quiere que sea yo quien escriba el libro? Sobre todo después de las
cosas horribles que me dijo anoche.
—Porque estaba… equivocado respecto a usted —admitió él—, y me comporté
mal. Creí que usted era otra codiciosa intrigante como Felicia o…
Se detuvo. Era evidente que había dicho más de lo que quería. Arden
comprendió cuánto le costaba decir aquello.
—Además, comprobé su historia sobre las llamadas telefónicas y todo lo que
me dijo era verdad.
Una extraña sonrisa curvó sus labios.
—Al parecer, mi secretaria, que conoce la importancia que le concedo a mi
intimidad, se tomó la libertad de no pasarme sus mensajes.
Se levantó impulsivamente y se acercó peligrosamente a ella.
—Lo que estoy intentado decir es que… lamento mi comportamiento de
anoche.
—Está bien —dijo Arden apartándose de él, de la súplica que mostraban sus
ojos y su voz—. Lo comprendo.
Los ojos grises resplandecieron. Su sonrisa fue tan cálida y radiante que Arden
se sintió deslumbrada.
—Una cosa más.
Él disminuyó la distancia que los separaba.
—Quiero que comprenda que me estoy disculpando únicamente por haber sido
tan grosero y por haberla echado del coche. Sobre todo por haberla echado del coche.
Se rio al recordarlo con una risa profunda y sexy que hizo estremecerse a Arden.
—Pero no por lo demás. De ninguna manera podría decirle que lamento lo que
ocurrió. Usted tampoco lo lamenta, ¿verdad? —añadió él.
Estaba tan cerca que Arden podía oler su aroma. Comprendió que estaba a
punto de besarla. Si lo hacía, no podría detenerle.
Hizo un esfuerzo para apartarse de él y se apoyó en la tapa de la maleta.
—Tengo que coger el avión.
—No va a coger ese avión —repuso él con evidente satisfacción.
—¿Cómo?
Miró su reloj y comprobó que él tenía razón. Se volvió a tiempo de ver su
expresión victoriosa antes de que pudiera ocultarla. Se sintió engañada.

Nº Páginas 25-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Pero sí llega a tiempo de coger mi avión —dijo él antes de que ella


reaccionara—. Después de la cita, vuelvo a casa.
Consultó su reloj con gesto impaciente.
—Si aún hay una cita. Tengo que irme enseguida.
Sus modales volvían a ser educados, pero impersonales. Arden le observaba
con creciente fascinación.
—Albert pasará a recogerla a las cuatro en punto —dijo por encima del hombro
mientras se dirigía a la puerta.
—¡No puedo creerlo! —dijo ella riéndose—. ¡Es usted… increíble!
Él se volvió.
—¿Qué quiere decir?
—No me sorprende que fuera rico y famoso antes de cumplir los treinta.
—No la comprendo —dijo él con aire inocente.
—¿De verdad espera que me vaya con usted… y me quede en su casa?
—¿Por qué no? —preguntó él, perplejo—. ¿Qué método mejor para efectuar su
investigación? Podrá ver cómo vivo, entrevistar a la gente que vive y trabaja
conmigo… Tendrá total acceso a mis cartas y mis diarios.
Hizo una pausa como si le hubiera ocurrido algo.
—No pensará que la invito a ser mi huésped por… alguna otra razón, ¿no?
—No, claro que no.
Arden se sintió como una tonta y experimentó el deseo de estrangularle con sus
propias manos.
—Pensaba que deseaba saberlo todo sobre mí.
—¿Cómo?
—Para el libro —añadió él inmediatamente, pero Arden captó el doble
significado de sus palabras.
—¡No he aceptado escribir ese maldito libro!
—Lo escribirá. Deme una buena razón para no hacerlo.
—Me siento como si estuviera secuestrándome otra vez, como anoche. ¡Y me
desagrada mucho!
—Esa no es la razón y usted lo sabe —dijo con una sonrisa irónica que hizo que
ella sintiera de nuevo deseos de estrangularle. Sobre todo porque sabía que él tenía
razón. No podía darle una razón sensata e inteligente.
Arden fue hasta la ventana. Necesitaba alejarse de él para pensar con claridad.
No podía dejar de pensar que todo formaba parte de un plan, que quería
dominarla, como había hecho la noche anterior. No comprendía el porqué… a menos
que estuviera decidido a vengarse de ella por el libro de Felicia. Pero sabía que

Nº Páginas 26-85
Gina Caimi – Torres de marfil

escribir su biografía podía ser el punto crucial de su carrera. También podía


proporcionarle el placer de resolver el rompecabezas Flint Masters a su entera
satisfacción; lo que la tentaba cada vez más.
—¿Cuál es el veredicto?
Su pregunta interrumpió sus pensamientos, obligándola a tomar una decisión.
—De acuerdo. Pero con dos condiciones.
—¿Cuáles?
—Una: esto es un acuerdo estrictamente laboral. No volverá a repetirse… lo de
anoche.
Él sonrió.
—Eso depende de usted tanto como de mí, ¿no es así?
—Y número dos: no habrá censura. Yo tendré la decisión final sobre el material.
—Nada de censura. De acuerdo. Haré que mi abogado redacte un acuerdo por
escrito.
Volvió a consultar su reloj.
—Realmente tengo que marcharme. Espero que el magnate naviero con el que
estoy citado no sea tan duro negociando como usted —dijo mientras salía.
Arden le vio alejarse por el pasillo con aquella manera de andar grácil y potente
a la vez. Con un sobresalto, comprendió que él no había aceptado explícitamente la
primera condición. Tuvo la impresión de que acababa de cometer la mayor
equivocación de su vida.
Cerró la puerta. No pudo ver el brillo victorioso de los ojos de Flint Masters
mientras esperaba el ascensor ni la lenta y segura sonrisa del cazador que ha
colocado el anzuelo y se limita a esperar la caída de su presa.

Nº Páginas 27-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Capítulo 5
«Abandonad toda esperanza los que aquí entráis»*1, pensó Arden medio en
broma al subir al avión de Flint Masters aquella tarde.
Seguía teniendo grandes dudas sobre todo el asunto, pero era mayor su
determinación de localizar las piezas que faltaban del rompecabezas que era Flint
Masters para ella. Mientras veía perderse la tierra en la distancia, se sintió tan sola e
indefensa como el liviano aeroplano suspendido en el inmenso vacío azul formado
por cielo y mar.
El viaje a Lighthouse Key, la isla de Flint Masters, resultó corto y aburrido.
Salvo por un correcto «Bienvenida a bordo», Flint la ignoró por completo. Pasó todo
el viaje suministrando información a un ordenador portátil apoyado sobre sus
fuertes muslos.
Arden decidió que él había aceptado su primera condición y se disgustó al
comprender que no se sentía feliz ante esa posibilidad. Pasó el viaje haciendo un
boceto del libro y observando los contornos de los cayos de Florida. Los islotes, que
se extendían hacia el sur durante centenar y medio de kilómetros, parecían una
sucesión de esmeraldas incrustadas en una cimitarra gigante que flotara en un mar
deslumbrante de sol. Aquella vista despertó en ella una intensa excitación. Se
preguntó cuál sería su isla y qué sorpresas la aguardarían.

La primera sorpresa la estaba esperando. Cuando llegaron a la isla, una rubia


de magnífico aspecto y poco más de veinte años saludó a Flint.
—Flint, ¿por qué has tardado tanto? —gritó con una vocecita de niña extraviada
mientras avanzaba, con aires de modelo experimentada por el muelle que rodeaba la
ultramoderna villa. Se arrojó a los brazos de Flint. Arden dedujo que era la sucesora
de Felicia.
Aunque tenía el pelo rubio platino y ojos de gata siamesa, su aspecto era muy
similar al de Felicia. Las mismas facciones delicadas, la misma esbelta figura, el
mismo gusto para vestirse. El vestido de punto de seda sin hombreras hacía juego
con el color de sus ojos y con su perfecto bronceado.
Arden se sintió incómoda con los pantalones y la blusa de color crema que
llevaba. Aún más, se sintió invisible mientras la rubia se aferraba a Flint como si
estuvieran solos.
—Estaba empezando a preocuparme —dijo con aquella vocecita.
Flint sonrió indulgente mientras se libraba de su posesivo abrazo.
—No hemos llegado tan tarde.

1
* Referencia a La Divina Comedia de Dante. Esta frase estaba escrita en la puerta de entrada al Infierno. (N.
del T.)

Nº Páginas 28-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Si fueras tú el que esperara, pensarías que sí. ¿No me has echado de menos?
—Lo mismo que tú a mí, Gayle —musitó él colocándose la chaqueta de lino
blanco.
Su cortante sarcasmo dejó atónita a Arden. ¿Así era como trataba a las mujeres
que le amaban? Sintió lástima de las estúpidas que se enamoraban de él, como Gayle.
Parecía muy feliz de verle. Su cara resplandecía como la de un niño en Navidad.
—¿Dónde está? —preguntó la rubia entre risas expectantes.
—Ahora no, Gayle —murmuró Flint secamente, adelantándose hacia el muelle.
Ella le siguió.
Arden, que seguía sintiéndose la mujer invisible, fue tras ellos sin dejar de
observarles. Se decía a sí misma que era parte de su investigación para el libro, pero
no conseguía explicarse la punzada de celos que sentía al ver posarse los ensortijados
dedos de Gayle sobre el cuerpo de Flint.
—¡Vamos! ¿Dónde está? —insistió la rubia seductoramente—. ¿Dónde lo
escondes?
—¿El qué?
—Mi regalo, tonto —gorjeó mientras le rebuscaba en los bolsillos—. ¿Dónde
está mi regalo?
—En este viaje he estado demasiado ocupado como para ir de compras —
murmuró Flint con impaciencia mirando de reojo a Arden.
Ella tuvo la impresión de que él no se sentía disgustado por la actitud de Gayle,
sino por el hecho de que Arden fuera testigo de la misma. Comprendió la razón de
su sarcasmo y pensó si no estaría sintiendo lástima de la persona errónea.
—Te resarciré la próxima vez —prometió él secamente cuando consiguió que la
rubia sacara las manos de sus bolsillos—. ¿De acuerdo?
Gayle hizo pucheros. Miró a Arden fijamente, como si acabara de darse cuenta
de su presencia. Al sentir la mirada acusadora de aquellos ojos azules, Arden
comprendió que Gayle sospechaba que ella había sido la razón de que Flint hubiera
estado tan ocupado durante aquel viaje.
Recordó lo que había ocurrido entre ellos en el Rolls. Hizo un esfuerzo por
sobreponerse al incómodo silencio.
—Hola. Soy Arden Stuart —se presentó, puesto que el señor Masters estaba
demasiado ocupado disfrutando con la incómoda escenita como para hacer la
presentación del modo correcto.
—Gayle Huntley —repuso la rubia fríamente mientras seguía inspeccionando
cuidadosamente el aspecto de Arden.
—Estoy aquí para escribir un libro sobre el señor Masters —añadió Arden con
voz clara y alta.

Nº Páginas 29-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Tal vez un poco demasiado alta, pero quería que todo el mundo supiera para
qué estaba allí. Antes de ofrecerle la mano a Gayle, vio la irónica sonrisa de Flint por
el rabillo del ojo.
Gayle le tendió la mano. Luego, se volvió hacia Flint con su sonrisa de gatita y
ronroneó seductoramente:
—Tengo algo para ti.
—¿Qué podrá ser? —preguntó él con cinismo mientras seguía caminando hacia
la entrada.
—Te daré una pista. Es algo que te gusta mucho… y que yo hago mejor que
nadie.
—¿Gastar dinero? —bromeó Flint.
—No, tonto. Es una piña colada. La he hecho exactamente como te gusta.
Soltó una risita mientras se colgaba del brazo de Flint.
—¿Le gusta la piña colada, señorita Stuart?
La señorita Stuart decidió en aquel mismo instante que detestaba las piñas
coladas.

La ultramoderna villa de Flint Masters, de reluciente cristal y barnizada madera


roja, se erguía en la mayor elevación de la isla. Sobresalía entre la espesa vegetación
tropical. En una resplandeciente ensenada, se hallaban el hidroavión, un yate blanco
y varios catamaranes de velas multicolores. En la punta del cayo, había un viejo faro.
En la habitación que le habían asignado a Arden, se repetía el aspecto
ultramoderno de la villa. Era casi tan grande como el apartamento de Nueva York
que compartía con otras dos chicas.
Se notaba la mano de un decorador en la cuidadosa selección de muebles, caros
y de buen gusto. Los colores que predominaban eran el verde lima y el blanco, lo que
confería a la habitación un aspecto luminoso y frío… demasiado frío para su gusto.
El resto de la casa le causó la misma impresión. Al día siguiente, mientras iba
de una habitación a otra tomando abundantes notas, se sentía como si estuviera
viendo un reportaje fotográfico de Hogares Modernos. No podía relacionarlo con Flint
Masters. A pesar de sus sentimientos negativos hacia él, debía admitir que era un
hombre lleno de vida, con una personalidad única. Nada de esto se reflejaba en su
hogar. Estudió cada mueble, cada objeto de arte, cuidadosamente, como un detective
en busca de pistas, pero no pudo encontrar rastros de él en ninguna parte.
Tampoco pudo averiguar nada en la cena aquella primera noche. Los
comensales que le rodeaban pertenecían al tipo de gente que puede verse en los
restaurantes y discotecas de moda. Todos eran jóvenes y guapos. Le recordaron a
Arden a aquel personaje de Oscar Wilde que conocía el precio de todo y el valor de
nada.

Nº Páginas 30-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Flint era un hombre que se había hecho a sí mismo, que había luchado contra
grandes obstáculos para conseguir lo que tenía. Arden percibió que tras su fachada
de perfecto anfitrión se ocultaba el desprecio. Era evidente que no se hacía ilusiones
sobre sus invitados y se negaba a tomar parte en sus jueguecitos de salón y en sus
maliciosas conversaciones. De todas formas, los invitados parecían ser más amigos
de Gayle que suyos. Varias veces durante la cena, le pilló mirándola con una extraña
sonrisa, como si pudiera leer sus pensamientos. Una vez más, tuvo la impresión de
que todo formaba parte de un plan.

El ancho muro de piedra, que bordeaba la parte posterior de la villa, le pareció a


Arden la frontera entre el mundo ultramoderno de cristal y madera y la lujuriosa
Naturaleza que dominaba al otro lado. El muro era lo bastante alto como para evitar
que un huésped descuidado rodara colina abajo, pero no lo bastante para ocultar la
impresionante vista de la ensenada. También era lo bastante ancho para que Arden
apoyara en él su cuaderno de notas.
La luna era una fina rebanada de plata, pero los faroles japoneses que
iluminaban la piscina proporcionaban luz suficiente. Habría estado más cómoda en
una de las muchas tumbonas situadas junto a la piscina. Pero, después de la cena,
sintió la necesidad de alejarse de todo el mundo. Aun así, por las ventanas surgía la
charla animada de los invitados, que tomaban unas copas tras la cena. Había caído
un fuerte y breve chaparrón y el embriagador olor a tierra mojada se mezclaba con el
de los jazmines.
Normalmente, Arden habría disfrutado de tantas nuevas y exóticas sensaciones
y se habría sentido ansiosa de capturarlas en el papel, pero su mente seguía ocupada
con lo sucedido durante la cena. Ya había tomado notas detalladas sobre la comida y
el servicio, pero sabía que se le escapaba algo vital. Se sentía confusa y molesta por lo
que había visto, pero no sabía por qué.
Comenzó a anotar las vagas impresiones que se le iban ocurriendo en un
intento de localizar dicho por qué. Era un método que solía darle resultado.
—¿Trabajando ya? —preguntó una voz profunda y áspera que la sacó de su
concentración.
Se volvió sobresaltada. Contuvo una exclamación al verle.
El traje de etiqueta, oscuro y elegante, no conseguía ocultar su fuerte figura ni la
intensa sexualidad que emanaba de él con tanta naturalidad. Se había quitado la
corbata después de la cena y llevaba la camisa de seda abierta en el cuello. Sonreía
irónicamente y su mirada era burlona.
Arden no se había sentido nunca tan atraída físicamente por un hombre. Se
volvió hacia su cuaderno de notas.
—Estaba anotando algunas impresiones.
—Pensé que había entendido que este fin de semana era de vacaciones para
todos.

Nº Páginas 31-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Flint se situó de nuevo en su campo de visión.


—Pero no ha podido esperar para empezar su trabajo —murmuró
sarcásticamente, mirando el cuaderno como si fuera un instrumento de chantaje.
—Es muy importante anotar las cosas cuando las impresiones están recientes.
Nuestra memoria tiende a alterar los hechos. Éste es el mejor método.
—¿Los hechos?
Se apoyó en el muro, a su lado, mientras ella seguía garabateando e
ignorándole.
—Pero la vida no consiste únicamente en hechos —insistió él—. Yo creo que es
mejor experimentar la mayoría de las cosas en vez de analizarlas mentalmente. ¿No
opina lo mismo?
Arden vaciló un instante porque percibió un doble sentido en sus palabras.
—Para un escritor, no —señaló—. Un escritor debe ser objetivo.
—Pero hay cosas que no pueden explicarse objetivamente. Como la atracción
entre hombre y mujer, por ejemplo. Eso no se puede racionalizar. ¿No está de
acuerdo?
Se inclinó hacia ella esperando su opinión. Su sombra se proyectó sobre el
cuaderno. Arden captó el aroma del bálsamo que usaba en el pelo y que, por un
instante, se sobrepuso al olor a tierra mojada y jazmines.
Se enderezó y se tiró del vestido para disimular su brusco gesto. Se arrepintió
inmediatamente porque él recorrió su cuerpo con una ardiente mirada.
—Y, aunque fuera posible esa comprensión, no cambiaría nada —añadió
sonriendo seductoramente.
—Yo prefiero atenerme a los hechos —dijo ella fríamente.
—Es una actitud muy… sensata —bromeó él—, pero los hechos no son siempre
lo que parecen. Tomemos, por ejemplo, su vestido.
Su mirada plateada se posó sobre el vestido de seda de color granate que
llevaba ella. Arden no había comprendido hasta entonces que la tela cortada al bies
se amoldaba a sus pechos y al contorno de sus caderas antes de caer en una cascada
de pliegues.
—¿Qué le pasa a mi vestido?
Él sonrió apreciativamente.
—Nada. Para usted, ese vestido es un hecho, una realidad formada por un
tejido y un color concretos. Pero póngales ese mismo vestido a diez mujeres
diferentes y obtendrá diez vestidos diferentes. En la mayoría de las mujeres, no
llamaría la atención. Pero en una… mujer en particular, no puede dejar de hacerlo.
—Es una interesante teoría —dijo Arden suavemente—. Sin duda, es el
resultado de su amplia experiencia en… moda femenina —añadió jovialmente.
—Lo único que conozco de la moda femenina son las facturas.

Nº Páginas 32-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Cuando quería, podía ser brutalmente sincero.


—Entonces, debe ser un experto en mujeres.
—Ningún hombre es experto en mujeres —repuso él riéndose con cierta
amargura—. Cuando se cree que se sabe todo sobre ellas…
Hizo una pausa para mirarla con intensidad.
—… aparece alguien que destruye todas las ideas preconcebidas.
Arden volvió a coger el cuaderno.
—¿Puedo citar sus palabras? —preguntó con impertinencia.
Entonces se le cayó la pluma. Se inclinó a recogerla, pero él se le adelantó. Sus
manos se rozaron. Arden retrocedió como si se hubiera pinchado. Flint recogió la
pluma. Se la ofreció como si fuera un arma que ella hubiera utilizado contra él.
—Puede citarme… Puede citarme mal incluso —bromeó, pero su mirada era
seria.
Arden agarró la pluma. Al hacerlo, él la atrajo hacia sí. Estaban tan próximos
que Arden podía sentir su cálido aliento en los labios.
—Puede hacer conmigo todo lo que quiera.
—¿Podría conseguir que dejara de tontear por ahí el tiempo suficiente como
para hacerle una entrevista en profundidad? —le preguntó ella con frialdad. Sabía
que estaba a punto de besarla y no se sentía con fuerzas para impedirlo.
—¿Una entrevista? —repitió él.
Echó la cabeza hacia atrás bruscamente y aflojó la tensión de la mano. Arden
aprovechó para quitarle la pluma. Le costó levantarse porque le temblaban las
piernas. Le puso el capuchón a la pluma mientras Flint se levantaba lentamente.
Se sintió aliviada cuando un estallido de risas irrumpió por las ventanas
abiertas. Se volvió hacia la villa como si realmente le interesara lo que ocurría allí.
Debían de estar jugando a algo.
«Más juegos», pensó con irritación mientras cerraba el cuaderno. Flint la miraba
con desaprobación. Arden sabía que a ella no se le daban bien los juegos. Sin
embargo, él conocía más jugadas que un ajedrecista experto.
—¿Una entrevista? —repitió él secamente mientras Arden guardaba el
cuaderno en su bolso.
Debió notar que ella estaba a punto de marcharse, porque se situó directamente
delante, impidiéndole la huida.
—Y yo que me estaba ofreciendo a usted por entero.
Suspiró burlonamente.
—¿Lo único que desea de mí es una entrevista?
La brisa les llevó otro estallido de risas.

Nº Páginas 33-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Para eso estoy aquí —le recordó con firmeza—, para escribir su biografía.
¿No lo recuerda?
Flint intentó sonreír. Fracasó. Arden le vio retraerse, cerrarse otra vez antes de
apartar la mirada de ella.
Cuando sonrió, lo hizo burlonamente.
—¿Sabe lo que le pasa a usted?
—No, pero estoy segura de que me lo va a decir.
—Es inteligente, sensible y autosuficiente, además de femenina. Físicamente, es
más que deseable. Pero en algún momento decidió observar la vida en vez de vivirla.
—Eso no es… cierto —murmuró Arden casi para sí misma.
—Yo creo que sí. Y es una lástima, porque nunca he conocido otra mujer con…
mayor amor a la vida. Ni una que tenga más miedo de admitirlo.
—¡Eso es ridículo! —protestó ella enfadada—. Además, ¿qué sabe usted de mí?
—Solo lo que he… experimentado personalmente —murmuró él, obligándola a
recordar todo lo ocurrido entre ambos la otra noche, todo lo que ella intentaba
olvidar—. Y sé algo más —añadió sonriendo—. Puede anotarlo todo en ese
cuadernillo suyo. Puede buscarle una explicación lógica y sensata, pero… no podrá
cambiar lo ocurrido.
Antes de que Arden pudiera recobrarse lo suficiente como para encontrar una
réplica adecuada, Flint se alejó hacia la villa. Le vio pasar junto a la piscina y
atravesar el patio antes de cruzar las puertas correderas de cristal.
—¡No puedo creerlo!
Estaba allí para averiguar cosas sobre él… no al revés. Pero debía admitir que él
tenía razón en parte. Una cosa era segura: él era más complicado de lo que ella había
imaginado. Comenzaba a creer que Flint Masters era como uno de aquellos antiguos
acertijos chinos: un rompecabezas dentro de otro, a su vez dentro de otro. Estaba
decidida a atravesar todas las barreras hasta llegar al núcleo auténtico. Solo tenía que
asegurarse de que él no llegara antes al suyo.

Flint demostró que realmente pensaba tomarse todo el fin de semana de


vacaciones. Se pasó la mayor parte del tiempo navegando con una pareja de viejos
lobos de mar que trabajaban para él.
El cuidado y la alimentación de sus invitados quedó en manos de Gayle. Le
encantaba representar el papel de anfitriona, y presidió una interminable sucesión de
almuerzos con champán, cócteles y cenas de siete platos. Mantenía ocupados a sus
amigos con juegos y entretenimientos, como si fuera la encargada de las actividades
recreativas de un hotel.

Nº Páginas 34-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Arden se mantenía al margen, observando lo que ocurría sin hacerse notar. A


diferencia de Gayle, ella sí comprendía por qué Flint prefería el mar y la compañía de
los dos sencillos pero fascinantes viejos a la de sus superficiales amigos.
Con frecuencia, arrastraba una tumbona hasta el muro de piedra y tomaba el
sol durante horas, lejos del bullicio de la piscina, observando el esbelto y blanco
contorno del yate de Flint deslizándose sobre el mar azul. Su cuaderno yacía
olvidado sobre su regazo.
No tenía sentido entrevistar a ninguno de los invitados. Lo único que conocían
de Flint era su generosa hospitalidad. La única persona que parecía conocerle, y
preocuparse por él, era la señora McNally, su ama de llaves, una mujer afectuosa que
le mimaba como si fuera hijo suyo. A Arden le gustaba aquella mujer, quien parecía
sentir lo mismo por ella. Pero, dado el celo con que preservaba la intimidad de Flint,
tampoco tendría sentido entrevistarla. Además, hacía demasiado calor y la vista era
demasiado hermosa como para concentrarse en el trabajo. Y, aunque sería la última
en admitirlo, en realidad esperaba siempre con ansiedad el regreso de Flint.
Siempre que él volvía de navegar con el pelo revuelto por el viento y la piel
bronceada, rezumaba una primitiva mezcla de alegría y satisfacción que hacía que
ella se sintiera extrañamente feliz. Pero, en cuanto él atravesaba la puerta de hierro
forjado, su expresión se ensombrecía. A la hora de la cena, llevaba de nuevo su
máscara de sarcasmo.
Flint no intentó volver a estar a solas con ella. Si acaso, parecía evitarla. A veces,
le sorprendía mirándola de un modo extraño, como si ella le intrigara. Arden no
estaba acostumbrada a ser ella la observada bajo el microscopio. Supuso que era una
manera de darle la vuelta a las tornas. Sabía que él debía estar comparándola con
Gayle y las otras mujeres presentes. Como se negaba a tomar parte en los flirteos sin
sentido y en las bromas subidas de tono, debía de pensar que era irremediablemente
anticuada.
Con todo, se convirtió en un fin de semana inolvidable para ella. No podía
recordar haber estado nunca tan fascinada, aburrida, confusa, relajada, irritada y
extrañamente feliz. Se preguntaba qué la esperaría cuando comenzaran a trabajar
juntos.

Nº Páginas 35-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Capítulo 6
Los invitados dejaron la villa el lunes por la mañana temprano. Arden recibió el
cambio con agrado. Así se disfrutaba mejor de los sonidos y ritmos naturales de la
isla. Había pasado la noche inquieta, pero se levantó antes de lo normal, sintiéndose
tan llena de energía, como un niño en la mañana de Navidad. Se dijo a sí misma que
estaba excitada porque iba a empezar un nuevo libro. Pero la secretaria de Flint le
comunicó que él había ido a tierra firme para tener una serie de reuniones. Eso
significaba que no estaría disponible durante el resto de la semana. Siguiendo sus
órdenes, la eficiente señora Hardy depositó una pila de papeles sobre la mesa de
Arden, junto con una copia del acuerdo legal y un sobre con una generosa cantidad
de dinero, como adelanto de las futuras ventas. Después de que Arden firmara los
recibos correspondientes, la señora Hardy le tendió la mano y le ofreció su ayuda
educadamente. Su tono preocupó a Arden. Cuando se quedó sola, comprendió lo
que ocurría. Evidentemente, la secretaria de Flint tenía su propia teoría acerca de la
razón por la que ella estaba allí.
Arden se pasó la mayor parte del día seleccionando el enorme montón de
papeles en busca de las piezas que le faltaban a su rompecabezas. Pero los papeles
resultaron ser memorándums, cartas y comunicados de prensa sobre diversos
negocios de Flint. No encontró nada que no fuera de dominio público o que pudiera
considerarse remotamente personal. A última hora de la tarde, profundamente
disgustada, no le quedó más remedio que limitarse a pasar a máquina sus
anotaciones del fin de semana. Estaba tan absorta que no oyó el golpe en la puerta, ni
se dio cuenta de que entraba alguien hasta que Gayle se detuvo junto a la mesa.
Arden levantó la cabeza sobresaltada.
—¡Oh! No te oí entrar.
—He llamado… dos veces —explicó Gayle—. Espero que no te importe.
—No, claro que no.
—He estado muy ocupada durante el fin de semana. No hemos tenido
oportunidad de conocernos.
Sonrió dulcemente.
Era la primera vez en tres días que Gayle mostraba interés por su presencia.
Arden vaciló un instante.
—Sí, los fines de semana son muy bulliciosos aquí —comentó por último—. Me
alegra tu visita.
Arden se sentía realmente satisfecha de tener la oportunidad de conocer a
Gayle mejor. Después de todo, la rubia era una de las piezas del rompecabezas y
sentía una gran curiosidad por su relación con Flint… aunque no estaba segura de si
dicha curiosidad la sentía la escritora o la mujer.
—¿Te gusta tu cuarto? ¿Estás cómoda aquí? —indagó Gayle.

Nº Páginas 36-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Sí, gracias. Es muy bonito.


—Es una de las mejores suites, pero deberías ver mis habitaciones.
Se acercó a la cama de bronce.
—Estoy en el ático. Flint me dejó redecorarlo y todos dicen que es digno de
verse.
Hizo una pausa para leer los títulos de varios libros que Arden tenía en la
mesilla.
—Tienes que subir a verlo.
—Me encantaría.
—Tendrás que quitarte los zapatos… como en un restaurante japonés —dijo
riéndose alegremente—. Todo es blanco. La alfombra, los muebles, las cortinas…
todo.
—Debe de ser muy bonito.
—Saqué la idea de una película de Lana Turner —comentó con orgullo
mientras se acercaba otra vez a la mesa.
Su manera de andar también debía haberla imitado de dicha película.
—¿Qué haces? —preguntó, mirando la máquina de escribir como si nunca
hubiera visto una.
—Trabajar.
—¿Trabajar? —repitió con incredulidad.
—Pasando algunas anotaciones e ideas para el libro.
Gayle se inclinó sobre el hombro de Arden para echarle un vistazo a la hoja
mecanografiada.
—¿De verdad vas a escribir ese… libro?
—De verdad.
Arden comenzaba a sentirse cansada de las dudas de todos.
—Por eso me invitó el señor Masters a venir aquí.
—Pero, ¿no fuiste tú quien escribió el otro? El de… ¿Cómo se llama? La
pelirroja…
—Felicia Marlowe.
—Eso es. ¿No fuiste tú?
—Admito la acusación.
—¡Chica, Flint estaba furioso contigo! Nunca le había visto tan enfadado.
—Sí, lo sé.
—Entonces, ¿por qué te ha pedido que escribas éste?

Nº Páginas 37-85
Gina Caimi – Torres de marfil

La voz de Gayle había sufrido un desconcertante cambio. Ya no era la vocecita


de «rubia tonta», y la mirada que dirigió a Arden era directa en vez de esquiva.
—Debió comprender que debía ser él mismo quien contara toda la verdad.
—Entonces, ¿este libro es idea suya?
—Sí. Totalmente.
Gayle se dio la vuelta y empezó a deambular por la habitación. Arden no podía
verle la cara, pero supo que la rubia estaba disgustada por su presencia allí. Si
estuviera en su lugar, también ella se sentiría celosa y herida por el interés que Flint
mostraba por otra mujer. Sintió el impulso de asegurarle a Gayle que no tenía por
qué preocuparse.
Arden se ajustó las gafas graduadas sobre la nariz. Si iba a quedarse allí y a
trabajar para Flint, su actitud debía ser estrictamente profesional. Incluso sus
pensamientos. Sacó la hoja de la máquina y la arrojó a la papelera.
—¿Tienes sitio en el armario para toda tu ropa? —preguntó Gayle mientras
abría las puertas con espejos del armario.
—Más que suficiente —dijo Arden sin poder evitar una sonrisa—. Como
puedes ver.
—¿Solo has traído esto?
Los enjoyados dedos de Gayle recorrieron el escaso vestuario de Arden.
—Yo no tendría con esto ni para una semana. ¿Cuánto tiempo piensas
quedarte?
—No estoy segura. Unas semanas… un mes. Todo depende de las
investigaciones que deba hacer.
Su respuesta pareció tranquilizar a Gayle bastante, pues ésta le dedicó una
amplia sonrisa.
—Entonces, vas a necesitar más ropa. Yo voy de compras los martes y los
jueves. ¿Por qué no me acompañas? Estoy segura de que podré conseguir que Flint
pague la cuenta.
—¡No! Gracias, pero…
—¡Oh! ¡Guau! —exclamó Gayle, evidentemente impresionada por el vestido de
noche de satén negro que Arden había comprado en las rebajas de Bloomingdale’s
siguiendo un impulso y que aún no había tenido ocasión de estrenar—. ¿Es un
Valentino?
—¡No, por Dios! Solo es una copia de una copia.
—¡Oh!
La exclamación reflejó elocuentemente su desilusión.
Gayle inspeccionó atentamente la cola de caballo de Arden, los desgastados
vaqueros y la sencilla camiseta de algodón.

Nº Páginas 38-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Podrías ser bastante… atractiva si te cuidaras.


—Gracias.
—No, hablo en serio. Deberías dejarme ayudarte. Soy un genio con el
maquillaje. Tenemos invitados ricos e importantes con frecuencia —añadió
confidencialmente—. Estoy segura de que alguno de los socios de Flint podría
interesarse por ti. Nunca se sabe. Podrías enganchar a uno y tener resuelta toda tu
vida.
—En realidad, no estoy buscando… enganchar a nadie.
—¡No seas tonta! ¡Entonces, tendrás que trabajar para vivir!
—Me gusta trabajar para vivir… y ahora mismo estoy muy interesada en
escribir este libro, así que…
—¿De verdad crees que Flint va a dejarte escribir el libro?
—Desde luego.
—Entonces no conoces a Flint Masters. En realidad, nadie le conoce… ni
siquiera yo y soy… Bueno, ya sabes. Pero le conozco lo suficiente como para saber
que no va a dejar que nadie escriba un libro sobre él. Flint nunca se sincera
totalmente con nadie.
—Pero contigo debe hablar de sí mismo, ¿no?
Arden no podía creerse que él fuera así con alguien a quien amara.
—Lo último que quiere hacer cuando está conmigo es… hablar —ronroneó
Gayle—. Claro que no soy tan inteligente como tú. No leo la clase de libros que tú
ni…
—Gayle, tengo la impresión de que eres muy inteligente.
—No, no. Me gusta ser como soy. Los hombres no soportan a las chicas
demasiado inteligentes. Estoy segura de que a Flint no le gustan. Está más interesado
en otras cosas.
Hizo una pausa para asegurarse de que Arden la había entendido.
—Pero, incluso cuando habla conmigo, nunca lo hace de nada personal. Es su
manera de ser. Sé que a la mayoría de las mujeres no les gustaría, pero a mí sí. No es
celoso ni posesivo como otros tipos. Respeta mi libertad y puedo hacer lo que me
apetece.
Gayle se detuvo ante el espejo para contemplar su imagen.
—Pero a veces me gustaría que fuera un poco más… efusivo —añadió
melancólicamente—. Al menos, delante de otras personas.
Se pasó la mano por la perfecta melena.
—Pero sé que está loco por mí. Lo que ocurre es que no es muy apasionado.
—¿No?

Nº Páginas 39-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Arden se quedó atónita. A ella le parecía el hombre más intensamente


apasionado que había conocido.
—Quiero decir que no da esa impresión —añadió Arden.
—¡Oh! ¡No me interpretes mal! Es estupendo en la cama, pero…
Gayle se volvió hacia Arden. Ésta intentó ocultar la expresión dolida, pero
estaba segura de que Gayle se había dado cuenta. Hizo el gesto de coger una hoja de
papel.
—¡Oh, no! —dijo Gayle con voz firme—. No vas a sacarme nada para tu libro.
No soy tan estúpida como Felicia. Sé reconocer lo bueno cuando lo tengo.
Arden la miró sin poder ocultar su asombro.
—Lo que quiero decir —añadió Gayle inmediatamente— es que Flint es muy
bueno conmigo. Nunca haría nada que le enfadara.
—Pero me has dicho que él no tiene intención de dejarme escribir el libro.
—Es… cierto.
—Entonces, ¿por qué me ha invitado a venir aquí?
—No lo sé.
La mirada azul de Gayle era toda inocencia.
—Esperaba que tú me lo dijeras.

Nº Páginas 40-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Capítulo 7
Cuando Arden completó su descenso por el sendero adoquinado que unía la
villa con la estrecha franja de playa, un catamarán navegaba contra el horizonte. Las
rayas de su vela repetían las tonalidades naranja, rojas y doradas del atardecer. El
mar parecía un espejo en el que se reflejaba el comienzo del fin del día.
Al acercarse ella, los lagartos que tomaban el sol se escurrieron entre los
arbustos de buganvillas que bordeaban la playa. Pájaros invisibles se llamaban desde
los frondosos árboles, rompiendo el silencio.
Sintiéndose como Eva al despertar por primera vez en el jardín del Edén, Arden
se quitó las sandalias y su vestido playero. Lo dejó caer lánguidamente junto a la
bolsa de playa y aspiró profundamente el fresco aire. Por el rabillo del ojo, captó un
movimiento. Se volvió hacia el faro. Se le cortó la respiración al ver a Flint Masters
caminando por el muelle hacia la playa.
No fue la sorpresa de verle lo que la dejó sin aliento. Fue su aspecto. Desnudo,
con excepción del diminuto bañador que destacaba más que ocultaba su
masculinidad, parecía tan primitivo como los exuberantes alrededores. El rojizo
resplandor del sol intensificaba el intenso tono cobrizo de su piel, destacando cada
músculo del fuerte y esbelto cuerpo. Su cabello era de un brillante negro azulado,
como el vello que descendía por su tórax hasta ocultarse bajo el bañador. Se movía
con la poderosa gracia y la inconsciente belleza de un caballo salvaje. A Arden se le
secó la boca y se le aceleró el pulso. Nunca la había afectado tanto ver a un hombre.
Permaneció mirándole fijamente, sin poder apartar la vista. Él bajó del muelle y se
volvió hacia la playa. Entonces la vio.
Su gesto de sorpresa fue seguido por una sonrisa de saludo que se convirtió en
sarcástica mientras se acercaba.
—¿Qué está haciendo aquí? —preguntó, observando apreciativamente el
recatado bañador de una pieza que la cubría.
Arden se arrodilló para sacar la toalla de la bolsa.
—Me apetecía tomar un baño antes de cenar.
—¿Por qué aquí?
Él se agachó a su lado.
—¿Por qué no utiliza la piscina como los demás?
—Porque quiero nadar —insistió ella, extendiendo la toalla con
determinación—, y merodear alrededor de la piscina tomando piñas coladas no es mi
idea de tomar un baño.
Lamentó inmediatamente la alusión a Gayle y sus amigos. Pero él se echó a reír
demostrando que opinaba lo mismo. Ella le miró pensativa.
—Y usted, ¿por qué no utiliza la piscina como los demás? —le preguntó.
—No acostumbra a nadar aquí, ¿verdad? —repuso él, en vez de contestarla.

Nº Páginas 41-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—No, es la primera vez.


—No nade nunca aquí si está sola —le aconsejó él muy serio—. Puede ser
peligroso.
—Soy una excelente nadadora —le aseguró Arden con orgullo mientras alisaba
cuidadosamente la toalla para mantenerse ocupada.
Flint se dejó caer de rodillas. La cogió bruscamente por un brazo y la obligó a
volverse hacia él.
—No bromeo —murmuró—. Ahí abajo hay un mar de coral. Bajo ese invitador
y tranquilo exterior, se ocultan serios peligros.
Ella intentó apartarse de él, pero la detuvo su mirada.
—Prométame que no nadará aquí sola —insistió—. ¡Prométamelo!
—Está bien —concedió Arden para que la soltara.
Su proximidad era más peligrosa para ella que aquel mar de coral.
—Está bien —repitió—. Lo prometo.
Volvió a dedicar toda su atención a la toalla. Descubrió, sorprendida y
disgustada, que le temblaban las manos.
—¿Cree que terminará de colocar esa toalla antes de que se ponga el sol?
Flint se echó a reír. Arden comprendió que él sabía que utilizaba la toalla como
un pretexto para no prestar atención a su inquietante presencia.
Hizo un esfuerzo para sonreír con indiferencia.
—Lo hago lo mejor que puedo.
—A mí me parece que ya está bien.
Flint se tumbó sobre la toalla y le sonrió.
—Ha sido un detalle por su parte traer una toalla lo bastante grande para los
dos.
Ella iba a protestar, pero algo se alteró en su interior al verle tumbado. Nunca se
había dado cuenta de que el cuerpo de un hombre pudiera ser tan hermoso, ni
proyectar una sensualidad tan natural y tan intensa a la vez. Sintió un loco deseo de
acariciarle y besarle de la cabeza a los pies.
Se inclinó a coger la bolsa y comenzó a rebuscar en su interior. Sus dedos
tropezaron con las gafas. Se las puso. El contacto con el frío metal la ayudó a recordar
quién era y por qué estaba allí.
—¿No va a tumbarse? —preguntó Flint—. Aún queda una hora de sol.
—Antes quiero tomar unas notas sobre el mar de coral —contestó ella en su
tono más profesional.
—¡Ah! ¡El famoso cuaderno! —musitó él sarcásticamente cuándo vio que lo
sacaba de la bolsa—. Lo lleva a todas partes, ¿no? Apostaría algo a que se acuesta con
él.

Nº Páginas 42-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Ignorando las implicaciones de su comentario, Arden lo abrió por la siguiente


página en blanco.
—¿Tengo razón? —insistió él festivamente, pero sin poder ocultar cierta
amargura que Arden no consiguió descifrar—. ¿Se acuesta con él?
—¿Por eso hay un faro en la isla? —preguntó ella, imitando su costumbre de
contestar a una pregunta con otra—. Me preguntaba para qué servía en un mar tan
en calma como un cristal.
—Es por los arrecifes de coral. Hace doscientos años, cuando los piratas
rondaban por aquí libremente, los arrecifes de coral eran la única amenaza para su
seguridad. Aún yacen en el fondo los restos de varios barcos. Será un placer
enseñárselos si se atreve a hacer submarinismo.
Se colocó de costado, apoyándose en un codo. Estaba tan cerca de ella que le
rozaba en el brazo con el pelo.
—Este fin de semana, si le apetece —añadió él.
—¡Piratas! —dijo Arden, sentándose en el borde de la toalla—. ¡Qué fascinante!
Continuó tomando notas furiosamente como si no hubiera oído su invitación.
La había cogido por sorpresa y no sabía qué decir.
—¿Sigue en uso el faro? Por la noche, desde mi ventana, he visto luces en su
interior.
Flint vaciló un momento.
—Sí, sigue en uso —dijo por fin, volviendo a tumbarse de espaldas—. Pero no
como faro. Lo he remodelado por completo interiormente. Allí vivo yo.
Arden se quedó tan sorprendida que dejó de escribir para mirarle.
—¿De verdad… vive en el faro?
—Así es.
—¡Qué fantástico! —exclamó, y en esta ocasión era sincera—. ¡Vivir en un faro!
Flint la miró enarcando una ceja, como si no pudiera decidir si ella le tomaba el
pelo o no.
—Algunas personas me consideran un poco excéntrico por eso.
De su tono se deducía que le importaba un bledo.
—Excéntrico, ¿por qué? —comentó Arden riéndose con incredulidad—. Yo
diría que usted es simplemente… especial.
—¿Sí?
—Sí.
Arden contempló el faro. Ahora comprendía por qué no había encontrado
rastros de él en la villa. Allí se ocultaban las piezas restantes del rompecabezas.
—Me encantaría verlo por dentro.

Nº Páginas 43-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Sin ocultar su excitación, se volvió hacia él.


—¿Cuándo puedo verlo?
—No se detiene nunca, ¿verdad?
—¿A qué se refiere?
—¿Solo piensa en ese libro? ¿No puede olvidarse de él y relajarse? Creía que
había venido a la playa como yo, para alejarse de los demás y tomar un tranquilo y
relajante baño.
—Solo intentaba conocerle mejor y ésta es la primera oportunidad que he
tenido desde…
—Me interesa su deseo de conocerme mejor —la interrumpió él, enfadado—.
Me encantaría que llegara a conocerme, pero, ¿no podría olvidarse de su proyecto?
Flint se incorporó bruscamente. Se dejó caer sobre las rodillas y contempló
fijamente la balsa anclada a unos metros de la playa.
Su estallido la dejó atónita. Observó su firme perfil en silencio. No sabía qué
decir.
—Lo siento. Creo que no me he expresado bien.
—No tiene importancia —repuso él.
Se encogió de hombros. Cuando se volvió hacia ella, sonreía sarcásticamente,
como de costumbre.
—Si realmente quiere conocerme…
Inclinándose, deslizó una mano por un muslo de Arden.
—… conozco una manera mucho mejor.
La caricia fue tan provocativa que ella se estremeció. Se sintió enfadada por su
brusco cambio de actitud y por su capacidad para excitarla tan fácilmente. Le apartó
la mano como si fuera un insecto molesto. Incluso consiguió sonreírle irónicamente.
—Cuando dije que deseaba conocerle, no me refería en el sentido bíblico.
—¿Qué mejor manera de conocerse un hombre y una mujer?
Comenzó a deslizar un dedo a lo largo de la pierna de ella, comenzando por el
talón. Subió por la pantorrilla hasta el muslo. Cuando el dedo llegó al borde del
bañador, Arden lo apartó enfadada.
—No sé por qué me ha pedido que venga aquí a escribir su biografía, si no
pensaba cooperar. No me ha facilitado la menor información de índole personal. Si
no pensaba atenerse a las condiciones que aceptó, ¿por qué me pidió que viniera?
Una perversa sonrisa curvó la boca masculina.
—¿Por qué cree usted que le pedí que viniera aquí?
—¡No lo sé! ¡Pero sé lo que piensa Gayle!

Nº Páginas 44-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Gayle es mucho más inteligente de lo que finge ser —admitió Flint


secamente—. Adopta esa actitud de rubia tonta para conseguir todo lo que quiere.
No se deje engañar.
—No es una forma muy generosa de referirse a alguien… a quien se ama.
—¿De dónde ha sacado esa idea?
—¿Cuál?
—La de que estoy enamorado de Gayle. Ella no puede haberle dicho eso.
—Bueno, esa es la impresión que le gusta dar. Estoy segura de que piensa que
usted la ama.
—¿De verdad?
Parecía divertido por su ingenuidad.
—Nunca me he hecho esas ilusiones sobre ella.
—Entonces, ¿por qué son amantes?
—¿Quién dice que somos amantes?
—¡Oh! ¡Vamos!
¿Tan tonta se creía que era?
—Nos acostamos juntos, si es a eso a lo que se refiere. Pero eso no nos convierte
en amantes.
Su tono era cínico y amargo a la vez. Miraba fijamente el cielo rojizo.
—No comprendo cómo… —comenzó a decir Arden antes de recordarse a sí
misma que nadie tenía ya sus medievales ideas sobre el amor y el compromiso.
—Es bastante fácil de comprender. Gayle disfruta con la vida que yo puedo
ofrecerle. A través mío, conoce a gente que puede ayudarla en su carrera de modelo.
Observó con gesto divertido la reacción de Arden.
—¿Lo encuentra escandaloso?
—Los motivos de Gayle no, pero que usted acepte ese tipo de relaciones como
si fuera lo más natural del mundo… Es como si creyera que ella está con usted solo
por motivos puramente egoístas, que usted no le importa nada.
—Algunas personas son más sinceras que otras.
—¿Lo cree realmente?
—¿No va a anotar todo esto en su cuadernito? —replicó él con sarcasmo—.
Hace un momento, se quejaba de que nunca le contaba nada personal.
Arden deseaba que no lo hubiera hecho. Su revelación la había confundido y
disgustado. Comprendió que había perdido la objetividad profesional. Se sentía triste
y extrañamente regocijada a la vez.
—Voy a bañarme antes de que sea demasiado tarde.

Nº Páginas 45-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Comenzó a cerrar el cuaderno. Flint se lo impidió colocando una mano sobre el


cuaderno abierto y apretándolo con fuerza contra el muslo sobre el que reposaba.
—Insisto en que anote lo que acabo de decir. Es un hecho —añadió
mordazmente—, y lo suyo son los hechos, ¿recuerda? Quiero verlo anotado ahí para
que no pueda olvidarlo.
Arden sabía que no iba a olvidar sus palabras… ni sus implicaciones. Deseaba
que él no le hubiera hablado de su relación con Gayle. ¿Por qué lo habría hecho?
Suspiró exasperada.
—¡Es usted imposible!
Flint soltó una sonora carcajada y retiró la mano del cuaderno.
—Puede anotar eso también, si lo desea.
—No hace falta. ¡Lo sé perfectamente!
—Me alegro de que sepa algo sobre mí —bromeó él.
Mientras Arden hacía las anotaciones, se inclinó hacia ella para asegurarse de
que lo hacía bien. El olor de su cabello la impedía concentrarse en sus notas.
—Muy bien —dijo aprobadoramente cuando terminó—. Ya podemos ir a
bañarnos.
—Pero esto es solamente una versión —repuso Arden sin poder contenerse. No
estaba segura de si hablaba la mujer o la escritora—. ¿Y cuáles son sus razones para
estar con Gayle?
Él se quedó cortado un instante, pero reaccionó rápidamente.
—¿Mis razones para estar con Gayle? Veamos…
Hizo una pausa como si fuera algo sobre lo que no hubiera reflexionado
demasiado.
—Gayle es bella, deseable incluso… Una perfecta anfitriona… Y tiene… mucha
práctica en el arte de hacer el amor.
La pluma de Arden vaciló un instante.
—¿Voy demasiado rápido para usted?
Sonrió maliciosamente. Si la pluma hubiera sido un cuchillo, ¡Arden se lo
hubiera hundido con gusto en su helado corazón!
—No hay problemas —contestó sonriendo dulcemente.
—¿Dónde estaba? —preguntó él con toda inocencia—. ¡Ah, sí! Y tiene mucha
práctica en el arte de hacer el amor —repitió deliberadamente.
Cada palabra fue como una puñalada. Arden comprendió que era él quien tenía
el cuchillo.
—Técnicamente es muy eficiente —fue la puñalada final.
—Al parecer, lleva usted una vida muy satisfactoria —dijo ella intentando
bromear.

Nº Páginas 46-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Eso era lo que pensaba yo también —musitó él, casi para sí mismo—, hasta
que di un paseo en un Rolls.
Arden se puso rígida. Podía soportar sus sarcasmos siempre que no se refiriera
a aquella noche.
—Entonces averigüé que la destreza no se puede comparar con la auténtica
pasión —dijo él— y lo que se siente al besar a alguien que se estremece de pies a
cabeza.
La miró con aquel intenso anhelo que ella solo había visto una vez en sus ojos y
con el que seguía soñando.
Flint se inclinó bruscamente y le quitó las gafas. Arden se sintió tan desnuda
como si le hubiera quitado el bañador.
Él metió las gafas en la bolsa, le puso una mano en la nuca y la obligó a bajar la
cara hacia él.
—Desde entonces, no existe nadie más para mí.
—Sí hay alguien —le recordó Arden entrecortadamente. Torció la cabeza para
librarse de su mano, pero él no se lo permitió.
—No, no hay nadie. Es lo que estoy intentando decirle.
—¡No me interesan sus palabras! Lo único que sé es que Gayle le está
esperando junto a la piscina, como hace todas las noches… muy acicalada y…
—¡No se arregla para mí!
—¡… y con su piña colada!
—¡Me importa un bledo la piña colada desde que he probado el Pernod!
Él la atrajo hacia sí, pero Arden le empujó con todas sus fuerzas.
Como casi todo su peso descansaba sobre un codo, él cayó de espaldas. La
pluma y el cuaderno salieron volando y Arden corrió hacia el agua.
Le oyó gritar. Ignoró sus advertencias. Volvió a llamarla mientras la seguía.
Luego, evidentemente disgustado por su rechazo, se detuvo en la orilla y la observó
en silencio. Arden siguió internándose en el mar hasta que, de pronto, la tierra
desapareció. Cogida por sorpresa, se hundió.
Controló su pánico y comenzó a nadar para volver a la superficie. Pero captó un
destello de la belleza del arrecife de coral que se extendía bajo ella como un
espejismo. Se sumergió a mayor profundidad para ver más de cerca aquel
maravilloso mundo. De pronto, una enorme y oscura forma, surgida de la nada,
cortó el agua sobre su cabeza. Se quedó helada. Cerró los ojos para protegerse de la
visión de unas enormes fauces abriéndose para devorarla. Instintivamente, abrió la
boca y tragó agua. Aturdida, intentó expulsarla. Solo consiguió tragar más mientras
la enorme forma se acercaba a ella. Algo la cogió por la cintura, arrastrándola hacia la
superficie. El contacto con un cuerpo musculoso la hizo comprender que era Flint.
Intentaba «salvarla». Dejó de luchar y le permitió sacarla a la superficie y llevarla
hasta la balsa flotante.

Nº Páginas 47-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—¿Estás bien? ¿Arden?


La miraba con preocupación mientras ella yacía de espaldas echando el agua
que había tragado por su culpa.
—¿Estás bien?
—¿Pero qué demonios estabas haciendo? —le reprochó ella cuando consiguió
recobrar el aliento.
—Intentaba… ayudarte.
—¿Ayudarme? ¡Casi me ahogo por tu culpa!
Su angustiada expresión la hizo estallar en carcajadas histéricas.
Flint pareció sorprendido primero y, luego, aliviado.
—Gracias a Dios que estás bien.
—La próxima vez, no des por supuesto que soy tan incompetente.
—¡Maldita sea! ¡No eres nada incompetente! —bromeó él, quitándole los
mechones húmedos de la cara—. Confiaba en que fuera necesario el boca a boca.
Su sombría mirada recorrió acariciadoramente los húmedos y entreabiertos
labios.
—Y creo que voy a hacerlo de todos modos. Por si acaso.
Antes de que ella pudiera impedírselo, su húmeda y salada boca se apoderó de
sus labios con una hambrienta urgencia que la dejó sin aliento.
¿Cómo podía un beso causarle aquel efecto? Arden apartó la boca con
dificultad.
—No puedo… respirar.
—¡Estupendo! Ese es el efecto que tú me causas —murmuró él contra su
mejilla—. Me dejas sin aliento… tembloroso…
Ocultó su húmeda y ardiente cara en su hombro.
—¡Dios mío! Cuando te vi hundirte… y no volvías a salir…
Puntuó cada palabra besándola en la garganta.
—Si te hubiera ocurrido algo, yo…
Dejó la frase inacabada, pero la conclusión se leía fácilmente en sus ojos grises y
en la agridulce ternura de su boca cuando se apoderó de nuevo de la de Arden.
La intensidad de sus sentimientos la arrastró por completo al principio,
impidiéndole detenerle. Lo único que pudo hacer fue gemir mientras él la besaba
ansiosamente. Cuando la estrechó entre sus brazos como si no pensara soltarla
nunca, le devolvió el abrazo apasionadamente.
Como había sucedido aquella noche en el coche, su cuerpo respondió
instantánea y completamente. Su boca se abrió bajo la masculina permitiendo la
anhelante intromisión de la lengua. Cuando él la cubrió con su cuerpo, húmedo y

Nº Páginas 48-85
Gina Caimi – Torres de marfil

oliendo a mar, sintió que se ahogaba y se agarró a él para no hundirse. En lugar de


protestar cuando él bajó la cabeza para cubrirle los pechos de ávidos besos, Arden
hundió convulsivamente los dedos en su cabello, apretándose contra su cuerpo, que
se arqueó para recibir sus caricias.
Gimiendo profundamente, Flint apretó las caderas contra ella para que pudiera
sentir la intensidad de su deseo. Comenzó a moverse sensualmente contra ella y
Arden le respondió. La balsa se balanceaba suavemente bajo ellos. Flint le bajó el
escote del bañador y comenzó a acariciarle los excitados pezones.
—Eres tan hermosa —susurró antes de que su boca se apoderara de un rosado
pezón.
Arden gritó. Nunca había sentido tal placer. Levantó la cabeza para besarle… y
captó un extraño centelleo procedente de la villa. Era como si el sol se reflejara en un
espejo… o en unos prismáticos. Aquello la devolvió a la realidad.
—¡Espera! —le dijo a Flint.
Se cubrió con un brazo y utilizó el otro para apartarle. Flint se quedó tan
sorprendido que Arden tuvo oportunidad de rodar sobre su estómago apartándose
de él.
—¿Qué… pasa? —preguntó él con cierta dificultad.
—¡Mira!
Arden señaló el doble centelleo de luz. Debían ser unos prismáticos. Luego se
sentó rápidamente y se subió el bañador.
—Nos están mirando.
—¿Cómo?
Flint se volvió a mirar la villa.
—Prismáticos. Alguien nos vigila —respondió ella.
—Sí, parecen prismáticos.
—Os gustan mucho los jueguecitos, ¿no? —dijo, volviéndose muy enfadada
hacia él.
—No pensarás que tengo nada que ver con esto —repuso él entrecortadamente,
esforzándose por recobrar el control de sí mismo—, ¿verdad?
Arden le observó en silencio. No sabía qué pensar.
—No puedes creer algo así —repitió él, acariciándole la espalda y excitándola
aún más.
—No. Aún nos miran. Es Gayle. Estoy segura.
—¿Y qué? No tiene ningún derecho sobre mí. Además, ¿qué puede ver desde
esa distancia? Pero, si eso es lo que quiere —añadió con voz ronca—, podemos darle
un buen espectáculo.
Se inclinó hacia Arden otra vez, pero ella se escurrió a la otra punta de la balsa.

Nº Páginas 49-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Ella tenía razón. ¡Por eso me pediste que viniera aquí!


—¿Y qué si es así?
Flint sonreía irónicamente.
—¿Es algo tan terrible?
Arden no supo qué contestar. En el fondo de su ser, sabía que esperaba algo así.
Posiblemente, hubiera aceptado su oferta deseando que sucediera.
—¡Vine para escribir un libro! —insistió—. Pero, al parecer, no es tu intención,
y…
—Nunca he dicho eso —la interrumpió él fríamente—. Eso lo has dicho tú.
—Pero no has cumplido ninguna de mis condiciones.
Arden se levantó de un brinco. La balsa se balanceó peligrosamente, pero
consiguió mantener el equilibrio sin aceptar la mano que él le tendía.
—Mañana por la mañana, cogeré el primer ferry —añadió Arden.
Flint comenzó a decir algo, pero optó por encogerse de hombros. Sus atractivas
facciones volvían a ser las de una máscara. Cuando Arden saltó de la balsa y nadó
hacia la orilla, no la siguió. Ella recogió sus cosas de la playa y volvió a la villa. Miró
hacia atrás una sola vez, cuando estaba lo bastante lejos para que él no la viera. Flint
estaba de pie en el extremo del muelle. Su figura se recortó un instante contra el
llameante cielo antes de desaparecer en el interior del faro.
Los brillantes colores del atardecer transformaban todo lo que tocaban,
convirtiendo el mar, la playa, la isla entera en un paraíso terrenal de una belleza tan
impresionante que Arden sintió deseos de llorar.

Nº Páginas 50-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Capítulo 8
Arden deseaba no haber hecho el equipaje tan deprisa. El resto de la noche se
extendía interminable ante ella. Había tomado el baño más largo de su vida y se
había lavado el pelo dos veces. Para no ver a Flint, no había bajado a cenar. Hubiera
sido igual porque no dejaba de pensar en él y al fin y al cabo, la cena le habría
servido de distracción. Además, estaba tan hambrienta que su estómago se quejaba
sonoramente.
Con un suspiro de disgusto, volvió a leer el mismo párrafo de la revista por
cuarta vez. Maldijo entre dientes y tiró la revista al sillón que acababa de abandonar.
Se dirigió irritada hacia la ventana.
La luna era una esfera plateada más grande y más brillante de lo que solía ser
en Nueva York. Sobre el cielo oscuro y aterciopelado brillaban innumerables
estrellas, iluminando la belleza irreal de la ensenada.
—Luna llena… —musitó Arden con amargura—. Eso lo explica todo. Se supone
que la luna llena provoca todo tipo de locuras.
No pudo evitar reírse al comprender que estaba hablando a solas, hábito que
había adquirido desde que conoció al imposible señor Masters.
A su pesar, contempló el faro con melancolía. No había luz en su interior. Su
contorno era visible a la luz de la luna.
También se distinguía claramente el contorno rectangular de la balsa anclada.
Cerró los ojos para evitar la invasión de imágenes provocadas por la visión de
la balsa, pero fracasó. Volvió a sentir el sabor cálido y salino de su boca, sus manos
ávidas recorriendo sus pechos, la excitación de su cuerpo húmedo y oliendo a mar.
Hizo un esfuerzo para abrir los ojos y alejar los molestos recuerdos. Le habría
gustado poder achacarle al hambre aquella sensación en la boca del estómago, pero
no le gustaba engañarse a sí misma. Además, ¿a qué le iba a atribuir la repentina
taquicardia? Flint ejercía un efecto devastador sobre ella y era inútil negarlo. Lo
mejor era marcharse cuanto antes, antes de que él tuviera la oportunidad de
seducirla… sobre todo porque era lo que ella deseaba desesperadamente.
«Eso es», se dijo. «Admítelo. Es la verdad».
Era evidente que Flint se había encaprichado con ella y deseaba tener una
aventura. Ella no era capaz de algo así. Pero, por primera vez en su vida, se sentía
tentada. Sus dos encuentros íntimos la habían hecho entrever que podía ser un
amante excitante y maravilloso. Estaba segura de que hacer el amor con él sería una
experiencia extraordinaria. Pero también sabía que, si se acostaban juntos, estaría
atrapada.
Dejó de dar vueltas por la habitación. Se acercó al sillón y volvió a sentarse.
Comprendió que se había sentado sobre la revista. Tiró de ella y la arrojó al otro
extremo del cuarto. Chocó contra una de las maletas colocadas junto a la puerta y
aterrizó abierta sobre la alfombra.

Nº Páginas 51-85
Gina Caimi – Torres de marfil

No resultaría. A pesar de la innegable y fuerte atracción que experimentaban


mutuamente, no tenían nada en común. Sus personalidades y sus formas de vida
eran diametralmente opuestas. No tenía sentido pretender cambiarle y no deseaba
convertirse en Felicia o Gayle, el tipo de mujer que a él le gustaba. Además, aunque
él se sentía atraído por su falta de sofisticación y destreza sexual, ¿cuánto tiempo
pasaría antes de que volviera a sus gustos originales?
Aquel pensamiento, sorprendentemente doloroso, la levantó otra vez del sillón.
Se quedó de pie, inmóvil, un momento, mirando la revista sin verla. La recogió y
alisó las hojas antes de dejarla sobre la mesita auxiliar con las demás revistas.
Lo más sensato era ponerle fin a aquel asunto antes de perder el control. Todo
sería más sencillo si él no la trastornara de aquella manera. Pero le bastaba con
tocarla para que ella se le abriera quedando indefensa. Sabía que él ignoraba que la
afectaba de aquella manera y que se sentiría fatal si lo supiera. Lo mejor era que se
marchara antes de que aumentara su amor por él…
Se dejó caer de rodillas y se aferró al borde de la mesita.
—¡Tonta! ¿Qué has hecho? —se quejó en voz alta—. ¡Te has enamorado de él!
¿Cómo has podido ser tan estúpida?
Antes de que pudiera recobrarse del sorprendente descubrimiento, llamaron a
la puerta. Como no contestó, volvieron a hacerlo con más decisión.
—¡Un momento! —gritó mientras se dirigía a la puerta.
Flint no se atrevería a presentarse en su habitación. Era demasiado orgulloso.
¿O sí? Se cerró la vieja bata automáticamente.
—¿Quién es? —preguntó a través de la puerta cerrada como si aún estuviera en
Nueva York.
—La señora McNally.
—¡Oh, señora McNally!
Abrió la puerta, aliviada y disgustada a la vez.
—Lo siento. No… no estoy vestida.
—Lamento molestarla, señorita. Solo quería saber si se encontraba bien.
—Estoy muy bien. Gracias.
—Como no ha bajado a cenar esta noche, le he subido algo en una bandeja.
Hizo un gesto con la cabeza para señalarle el carrito próximo a la pared.
—No debería haberse tomado la molestia, señora McNally, pero se lo
agradezco.
—No me lo agradezca a mí —refunfuñó la mujer metiendo el carrito en la
habitación—. Debe agradecérselo al señor Flint.
—¿Flint le dijo que me subiera la cena?

Nº Páginas 52-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Eso es —informó la señora McNally agresivamente—. Y no vaya a contarle


que se lo he dicho.
El ama de llaves vio las maletas preparadas.
—¿Piensa dejarnos?
—Sí. Mañana por la mañana.
—Pues me parece una tontería. Espero que no le molesten mis palabras,
señorita.
—¿Cómo?
La señora McNally movió la cabeza con desaprobación mientras seguía
empujando el carrito hacia el gabinete.
—Permítame decirle que se la va a echar muchísimo de menos.
—Lo dudo, señora McNally.
Arden cerró la puerta con una triste sonrisa.
—Pero me agrada que me lo diga.
—No hablo de mí misma —repuso la mujer—. Me refería al señor Flint.
Arden se quedó demasiado sorprendida como para responder nada. Miró en
silencio al ama de llaves mientras ésta levantaba la pesada tapa de plata que cubría la
bandeja.
—Déjeme ayudarla —dijo, recobrándose.
Antes de que Arden llegara a su lado, la señora McNally había colocado la tapa
en el estante inferior del carro.
—No necesito ayuda —afirmó orgullosamente.
Arden no tenía la menor duda al respecto. Aunque el ama de llaves le doblaba
la edad y era muy menuda, tenía un carácter muy fuerte, sobre todo cuando estaba
enfadada. Y era evidente que en aquel momento lo estaba. Arden no sabía qué había
hecho ella para provocar aquel cambio en la amistosa actitud de la señora McNally.
—¡Y yo que estaba tan contenta de que, por fin, hubiera encontrado una chica
decente! —musitó con amargura, dejando un plato caliente sobre la mesa.
—Me parece que interpreta usted mal la… situación —protestó Arden,
sonrojándose—. El señor Masters me contrató para…
—No soy yo quien interpreta mal las cosas, señorita —la interrumpió la señora
McNally fijando en ella sus ojos de color esmeralda—. Nadie tiene que decirme lo
que está sucediendo. No digo que sea un hombre fácil. Nadie lo sabe mejor que yo.
¡Pero le costará mucho encontrar otro mejor que él!
Mientras hablaba, iba sirviendo la mesa con tanta brusquedad que Arden temió
por la integridad de la vajilla.
—Cerdo asado con arroz. Coma antes de que se enfríe.

Nº Páginas 53-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Tiene un aspecto delicioso, señora McNally. De verdad, no debería haberse


molestado.
—También debería llevarle una bandeja a él. No ha tocado la cena. ¡Y siempre
tiene muy buen apetito!
Miró a Arden desaprobadoramente.
—¡Nunca le había visto tan mal!
Arden sintió una extraña sensación en la boca del estómago.
—Usted tampoco tiene buen aspecto. Venga, siéntese. Debe de tener hambre.
Ese trozo de queso que tomó en la comida era más pequeño que un sello de correos.
Vamos, coma.
Arden cogió el tenedor obedientemente, pero estaba demasiado preocupada
como para comer. ¿Por qué no habría cenado Flint? ¿Estaría enfadado porque ella se
marchaba? De cualquier forma se había tomado la molestia de ordenar que le
subieran la cena. Era un hombre impredecible. Le parecía increíble pensar que no
volvería a verle nunca más.
—¿Se encuentra bien, señorita Arden? —oyó preguntar a la señora McNally en
tono amistoso y cálido.
Arden asintió. Fijó la vista en el plato para que el ama de llaves no pudiera ver
las lágrimas que llenaban sus ojos. Comenzó a remover la comida con el tenedor.
—Otra que ha perdido el apetito —comentó la mujer—. Y me parece que por la
misma razón.
Sirvió un vaso de vino blanco y lo dejó delante de Arden.
—Tenga. Le sentará bien.
Arden tomó varios sorbos para intentar recobrar la compostura.
—No me gusta meter la nariz en los asuntos ajenos —insistió la señora McNally
con suavidad—, pero, ¿está segura de estar actuando correctamente?
—Sí.
Arden miró al ama de llaves con una triste, pero agradecida sonrisa.
—Es lo mejor… para los dos.
—Bueno, supongo que sabe lo que hace. Sé que usted no es una casquivana
como las otras. Le deseo que tenga buena suerte.
Estrechó la mano de Arden impulsivamente antes de volver a llenar el vaso de
vino con su eficiencia habitual.
—Que disfrute de la cena, señorita. Cuando haya terminado, deje el carrito en el
pasillo. Rosa pasará a recogerlo.
—Gracias, señora McNally —dijo Arden con sinceridad—. Por… todo.
—De nada —replicó la mujer antes de dirigirse hacia la puerta.
Se detuvo junto a las maletas y suspiró sonoramente.

Nº Páginas 54-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Permítame decirle, señorita, que es usted una rematada tonta, si deja escapar
a un hombre como Flint Masters. ¡Una rematada tonta! —repitió antes de cerrar la
puerta de golpe.
—Tiene usted toda la razón, señora McNally —dijo Arden riéndose—. ¡Ni yo
misma sabía que fuera tan tonta!
De repente, se sintió tan animada como deprimida estaba unos minutos antes.
Le había vuelto el apetito. Atacó la comida con ganas y no la saboreó hasta el tercer
bocado. Su cerebro daba vueltas febrilmente a las palabras de la señora McNally.
¿Sería posible que Flint sintiera algo por ella? ¿Que no la considerara un trofeo
más de su colección de conquistas como ella temía? Si estuviera segura de importarle
algo, no le dejaría.
Se impuso la sensatez. Dejó el tenedor y el cuchillo cruzados sobre el plato
medio vacío y dobló la servilleta. Estaba segura de que la señora McNally era sincera
y estaba llena de buenos deseos, pero su versión de los hechos podía verse afectada
por su afecto maternal hacia Flint. La falta de apetito de éste podía deberse al orgullo
herido de un hombre acostumbrado a que las mujeres cayeran rendidas en sus
brazos, y en su cama, sin esfuerzo por su parte. Si estaba realmente interesado en
ella, ¿por qué no había hecho el menor intento para impedir que se marchara? No se
había puesto en contacto con ella. Ni siquiera por teléfono.
A medianoche, seguía sin llamarla. Arden llegó a la conclusión de que las
palabras de la señora McNally coincidían únicamente con sus buenos deseos. Se
reafirmó en su decisión de marcharse al día siguiente. Pasó la noche inquieta, dando
vueltas en la cama.

El insistente sonido penetró en el sueño de Arden hasta devolverla a la


consciencia. Tardó un instante en comprender dónde estaba y lo que ocurría. No
podía creer que fuera hora de levantarse. Se sentía como si acabara de dormirse.
Se volvió con un suspiro soñoliento y cogió el teléfono.
—Está bien. Gracias —murmuró medio dormida.
—Lo siento. No quería despertarte.
Arden abrió los ojos de golpe.
—Estoy despierta. Estaba intentando despejarme lo suficiente como para…
coger el ferry.
—No tengas prisa —comentó Flint con sarcasmo—. El ferry de las siete y media
salió hace dos horas.
—¿Cómo es posible? Dejé aviso de que me despertaran.
—Entonces debiste contestar el teléfono.
—No lo oí —musitó Arden.

Nº Páginas 55-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Ya sabes lo que decía Freud de estas cosas. Tu subconsciente no deseaba que
cogieras el ferry.
¿Para eso la había llamado? ¿Para hablar de las teorías de Freud sobre el
subconsciente?
—¿Qué habría dicho Freud de saber que no era el único ferry? Puedo coger el
de las seis.
—Habría dicho que tampoco vas a coger ése porque…
—¡Desafortunadamente, él no está aquí para comprobarlo!
—Porque —insistió Flint ignorando la interrupción—, opinaría que eres una
mujer demasiado juiciosa como para abandonar todo el proyecto por un… leve
malentendido.
—¿Un leve malentendido? —repitió ella con incredulidad.
—Y se habría quedado tan sorprendido como yo de tu actitud tan poco
profesional.
—¿Que yo soy poco profesional? Déjame recordarte que fuiste tú quien rompió
el acuerdo, no yo.
—Tienes razón —admitió él, dejándola sin habla—. Debo admitir que he sido
descuidado. He estado tan ocupado con el nuevo negocio que no he podido dedicarle
a nuestro proyecto la atención que se merece. Pero, ahora podré dedicarte todo mi
tiempo.
Al principio, Arden no supo si él hablaba en serio. Utilizaba un tono
extremadamente impersonal.
—Me temo que sea demasiado tarde.
—¿Por qué?
—Porque las cosas han cambiado y nosotros nunca podríamos… trabajar
juntos.
—Estás equivocada. Juntos somos estupendos.
Se echó a reír de un modo tan sexy que Arden sintió un escalofrío.
—¡No saldría bien!
—No estoy de acuerdo. ¡Solo te pido una oportunidad!
Una vez más, percibió un doble sentido en sus palabras.
—Le he dado instrucciones a la señora McNally para que te deje entrar en el
faro cuando lo desees —siguió diciendo él con su voz más profesional—. Mi estudio
está en el segundo piso. Encontrarás lo que buscas en las carpetas que he dejado
sobre mi mesa. Contienen extractos de los diarios que he llevado durante estos años
y… algunas anotaciones recientes. Te sugiero que te lleves una caja de aspirinas.
Arden comprendió lo difícil que aquello era para él. Sabía lo celosamente que
protegía su intimidad. ¿Por qué lo hacía?

Nº Páginas 56-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Eso es lo que quieres, ¿no? Descubrir al Flint Masters auténtico.


—¡Sí! —admitió Arden con excitación.
—Bueno, pues estás a punto de conseguirlo.
—Por eso vine aquí, por eso me pediste que viniera. ¿Cómo podría escribir el
libro sin conocer tu auténtico yo?
—Puedes encontrar más de lo que esperas.
—¿Cómo?
—Le diré a la señora McNally que…
—¿Qué has querido decir?
—Solo que el… trabajo podría escapársete de las manos… cuando comprendas
hasta qué punto estás implicada.
Flint suspiró profundamente.
—Si decides que es así, puedes coger el ferry de las seis. Yo no estaré de regreso
hasta las siete, así que…
—No entiendo nada —le interrumpió Arden con impaciencia—. Creía que
querías que me quedara… ¡y ahora me dices que puedo irme!
—No es lo que… Solo quiero que lo consideres —dijo él con voz casi inaudible.
Arden tuvo que apretar el auricular contra la oreja para oírle—. Tienes que desearlo
tú también.
—¿Desear qué? ¿De qué estás hablando? ¡Tengo la impresión de que no
hablamos de lo mismo!
—Creía haber sido muy claro —dijo Flint, tras una larga pausa.
—Me parece que, en realidad, estamos hablando de lo que ocurrió ayer… en la
balsa.
—No tienes que preocuparte por eso. Mi intención es respetar nuestro acuerdo
de ahora en adelante. Aquello no volverá a ocurrir. A menos que tú lo desees.
Él esperó su reacción. Pero ella no dijo nada.
—La próxima vez, y yo confío en que exista una próxima vez, tendrás que venir
a mí.
Colgó.
Arden llegó a la convicción de que ni siquiera Freud sería capaz de desvelar las
complejidades de la mente de Flint Masters. Colgó muy excitada ante la idea de estar
tan cerca de encontrar las piezas perdidas del rompecabezas. Pero se trataba de una
excitación mezclada con temor.

Nº Páginas 57-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Capítulo 9
—Espero que no le importe que le diga cuánto me complace que se quede
después de todo, señorita —dijo la menuda ama de llaves mientras caminaban por el
muelle hacia el faro.
—Gracias, señora McNally —respondió Arden sonriendo—. Sobre todo, porque
usted ha tenido algo que ver.
—¡Ah! Yo no he hecho nada en absoluto. Se debe a las velas que le he
encendido a Santa Bridget durante todos estos años.
Arden se echó a reír.
—Entonces, dele las gracias de mi parte la próxima vez que hable con ella.
—Ya lo he hecho, señorita. Si usted supiera cómo me ayudó el señor Flint
cuando el pobre señor McNally, que Dios tenga en su gloria, se puso enfermo…
Estuvo muy enfermo durante años. Y me quedé sola en este país, sin trabajo y sin
esperanzas de encontrarlo.
La señora McNally ladeó la cabeza para ocultar sus lágrimas que habían afluido
a sus ojos, y comenzó a rebuscar la llave en el bolsillo del delantal.
—Si lo supiera, comprendería usted lo que siento por el señor Flint —
continuó—. Y no soy la única. Pregúntele a cualquiera que trabaje para él.
Se detuvo a pocos pasos del faro.
—Con ellos es con quienes debería usted hablar de Flint Masters. Todos tienen
una historia que contarle, cosas que no encontrará impresas en los periódicos. ¡Ah, sí!
Ya es hora de que ese hombre encuentre un poco de felicidad.
Le sonrió a Arden cálidamente.
—Señora McNally, tengo que decirle que lo que usted está pensando sobre Flint
y yo no es cierto.
—¿Qué está diciendo, joven?
La mujer mayor se echó a reír.
—¿Acaso no he visto con mis propios ojos cómo se miran el uno al otro y lo que
sienten?
—Pero no sentimos lo mismo. ¿Es que no lo comprende?
—No, no lo comprendo.
La señora McNally interrumpió la operación de abrir la puerta del faro mientras
esperaba una explicación.
—Sé que Flint se siente… atraído por mí —admitió Arden con dificultad—,
pero eso es algo que siente también por otras mujeres.
—Entonces, ¿cómo explica que sea usted la primera mujer que entra en el faro?

Nº Páginas 58-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—¿Cómo?
—Eso es. Salvo yo y Rosa, que viene a limpiar. ¡Él nunca ha permitido que
ninguna de esas… mujeres ponga el pie aquí!
—Eso se explica por la investigación que debo hacer para el libro —explicó
Arden cuando se recobró de la sorpresa inicial.
—¿Esa es la excusa que le ha dado él? —preguntó el ama de llaves—. ¿Y usted
le ha creído?
Arden ya no sabía a quién creer. ¿A Flint, a Gayle, a la señora McNally o a sí
misma?
El ama de llaves abrió la pesada puerta de un empujón.
—Bueno, supongo que tendrá que averiguarlo usted misma, señorita.
Se apartó para que Arden entrara en el faro.

Cuando Arden cerró la puerta de hierro fundido, se sintió como Alicia al


atravesar el espejo. Aunque remodelado, el faro seguía perteneciendo a un mundo y
a una época a años luz de la villa. Las paredes de piedra estaban cubiertas por tapices
medievales y mosquetes españoles. Los techos eran altísimos. A Arden le recordaron
las ilustraciones de un libro de cuentos de hadas. Se podía imaginar a Rapunzel en
una ventana, inclinándose hacia su amante, dispuesto a subir utilizando su rubia
cabellera como escalera. El viento silbaba alrededor del faro. Este sonido se mezclaba
con el rítmico golpeteo del mar contra los rocosos cimientos. Fue de una habitación a
otra tomando nota de todo lo que observaba.
Una enorme cocina de diseño antiguo ocupaba la primera planta. La mesa de
roble era mayor que toda su cocinita de Nueva York. Una tetera ennegrecida por el
uso colgaba de una cadena en mitad de la enorme chimenea que, en otras épocas,
debió de utilizarse para cocinar. De la pared pendían sartenes y cacerolas de brillante
cobre de todos los tamaños y formas, junto con antiguos utensilios de cocina. La
cocina era el sueño de un gastrónomo, pero tenía el aspecto típico de las casas
abandonadas o en las que apenas se vive.
El dormitorio de Flint, en el piso superior, era la habitación más atípica del faro.
Y la más original que Arden había visto en su vida. En tiempos, debió de servir de
puesto de observación. La pared era un círculo de cristal rodeado exteriormente por
una galería metálica. Una pareja de gaviotas se posaban en ella. La pared
completamente transparente creaba la ilusión de estar suspendidos en mitad del
espacio azul formado por mar y cielo. Salvo la cama circular en el centro de la
habitación, no había muebles. Tras una atenta inspección, Arden descubrió que la
tarima sobre la que reposaba la cama ocultaba una serie de cajones e, incluso, un
aparato de alta fidelidad.

Nº Páginas 59-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Pero la habitación más fascinante para ella fue la mezcla de salón y estudio que
ocupaba la planta intermedia. Evidentemente, era la habitación en la que Flint pasaba
la mayor parte del tiempo.
La habitación circular estaba dividida a su vez en zonas semicirculares. La zona
de salón era tan bonita y sensual que Arden puso en duda la afirmación de la señora
McNally de que Flint nunca había llevado una mujer allí.
Un sofá modular de terciopelo de color crema formaba uno de los semicírculos.
Estaba situado frente a una chimenea, flanqueado por un bar y un completo sistema
estereofónico. Flint tenía una impresionante colección de discos y cintas, desde
música clásica a jazz. El suelo estaba enmoquetado, y sobre él había esparcidos un
montón de cojines con aterciopeladas fundas. Arden se quitó las sandalias de un
puntapié para sentir bajo los pies la esponjosa lana blanca. Era una sensación tan
deliciosa que no pudo evitar el preguntarse qué se sentiría estando tumbada allí,
junto a Flint, escuchando música, mientras…
Apartándose de aquella zona que despertaba tan inquietantes imágenes,
caminó hasta las estanterías que delimitaban la zona de estudio. Estaban llenas de
libros encuadernados en piel y valiosas primeras ediciones. Solo alguien que amara
los libros tanto como ella podría invertir el tiempo y el dinero necesarios para reunir
semejante colección. Nunca lo habría esperado de él.
El resto del mobiliario había sido elegido con el mismo cuidado. La tallada
mesa renacentista que utilizaba como escritorio, así como las sillas de cuero hechas a
mano y los bellos objetos de arte, podrían haber pertenecido a un príncipe florentino
más que a un magnate del siglo veinte. El ambiente severo del estudio quedaba
suavizado por un exquisito tapiz medieval y por los cálidos tonos de la alfombra
persa.
Por primera vez, Arden vislumbró al hombre real que se ocultaba tras el mito y
lo que vio la asustó y asombró a un tiempo.
Creyó las palabras de la señora McNally. Incluso creyó comprender por qué no
había llevado a nadie más allí. El mundo que había creado para sí era su único
refugio del mundo exterior, el único lugar en el que podía ser realmente él mismo.
En busca de respuestas a sus preguntas, se sentó cómodamente frente a la
chimenea con los diarios que él había dejado preparados. Vaciló al abrir la primera
carpeta. Recordó sus palabras. «Puedes encontrar más de lo que esperas». Le
temblaron las manos al abrirlo.
No era un diario corriente, una sucesión de sucesos cotidianos detallados. Era
una colección de hojas sueltas escritas en distintos momentos de su vida. Contenían
la expresión de intensas emociones. Era como si no hubiera tenido a nadie a quien
contarle aquellos sentimientos y los hubiera volcado sobre el papel. Los más antiguos
databan de cuando tenía diez años y reflejaban su dolor y su ira por el abandono de
su madre. El sentimiento de pérdida era tan palpable que a Arden le dolió leerlo,
sobre todo porque le recordaron su propia niñez.
Flint no había vuelto a escribir sobre su madre. Tampoco encontró fotos de ella
en el álbum que revisó más tarde. En cada foto familiar habían recortado su cara y su

Nº Páginas 60-85
Gina Caimi – Torres de marfil

figura. A Arden le resultó difícil creer que aquel hombre con cara de soñador y ropa
andrajosa fuera el padre de Flint. Eran muy distintos. El guapo muchacho de cabello
negro y ojos brillantes parecía más maduro y seguro de sí mismo que el hombre.
Arden no averiguó las razones del alejamiento de la madre de Flint, pero intuyó que
la pobreza sería una de ellas.
Al leer las hojas escritas años después, se confirmó su sospecha. El adolescente
autor de aquellas anotaciones solo deseaba dinero y éxito. Había cierta desesperación
en su determinación de conseguir ambas cosas, como si fueran la respuesta para
todo. Pasarían años antes de que documentara con orgullo su primer triunfo en los
negocios.
Al cabo de unos cuantos años más, aparecían las anotaciones de un joven
enamorado por primera vez. Se llamaba Holly y, según la anotación que anunciaba
su compromiso, era tan bella como maravillosa. Las hojas siguientes detallaban los
planes de Flint para la villa que estaba construyendo como regalo de bodas. Luego,
sin una explicación, aparecían tres hojas llenas por ambas caras de una escritura
imposible de leer, distorsionada por el alcohol y la intensa emoción.
Arden tardó en descifrar toda la historia más de una hora. La bella y
maravillosa Holly había roto el compromiso para casarse con un hombre más
poderoso y rico que el Flint de aquella época. Según la fecha, habían pasado casi diez
años, pero el papel seguía rezumando el dolor y la ira de quien había escrito en él
tiempo atrás.
Arden se quedó tan conmocionada que dejó de leer. Comprendió por qué era
tan reservado sobre su pasado. Comprendió también su amarga anotación final:
«Con ellas no se puede ganar. Pobre o rico, siempre te dejarán…» Aquello explicaba
por fin su actitud de desdén hacia las mujeres. Lo que Arden no podía comprender
eran los motivos de Flint para mostrarle aquellos dolorosos recuerdos.
Se quitó las gafas para frotarse el dolorido puente de la nariz. Comenzaba a
sentir frío. Consideró la idea de encender la chimenea. Normalmente, no se habría
atrevido a hacer algo así en casa de otra persona. Pero los troncos estaban apilados en
el hogar sobre trozos de periódico y había una caja de cerillas al alcance de la mano.
Estaba segura de que Flint se había anticipado a sus deseos y lo había dispuesto todo.
Se inclinó y encendió el fuego.
¿Qué hora sería? El sol seguía brillando, pero estaba más bajo. Debía de ser
bastante tarde.
No debía estar allí cuando regresara Flint. No sabía cuál sería su reacción y ya
había tenido bastantes sorpresas por un día. Pero aún le quedaban un par de hojas.
Decidió echarles un vistazo antes de irse. Volvió a ponerse las gafas.
Las hojas restantes debían ser muy recientes porque no estaban amarillentas
como las demás. Comprobó la fecha. Se quedó atónita al ver que estaban escritas la
noche anterior… ¡y hablaban de ella!
Empezaban como una carta dirigida a él mismo, discutiendo los pros y los
contras de sus sentimientos hacia ella, y acababan convirtiéndose en una confesión
de amor y deseo de tan desnuda intensidad que Arden se quedó paralizada.

Nº Páginas 61-85
Gina Caimi – Torres de marfil

«Puedes encontrar más de lo que esperas». Las palabras de Flint cobraban


significado por fin. Ahora comprendía por qué le había dejado conocer sus más
íntimos sentimientos.
Era su manera de hacerla saber lo que nunca podría decirle. Su manera de
hacerla conocer la parte de su vida que no había compartido con nadie más para
demostrarle cuán especial era ella para él. Arden, que conocía su fanática
salvaguardia de su intimidad, se sintió profundamente conmovida.
Entre lágrimas, volvió a leer la confesión. De pronto, tuvo la impresión de que
la observaban intensamente. Levantó la cabeza. Flint estaba de pie en el semicírculo
formado por el sofá modular. Se quedó muda y helada.
La batalla que él había librado consigo mismo se leía en su cara. Tenía ojeras y
señales de cansancio alrededor de la boca. Al reconocer las hojas que ella sostenía, se
puso rígido. Cuando volvió a mirarla, sus ojos plateados suplicaron una respuesta,
como si la vida le fuera en ello.
Arden deseaba decirle muchas cosas, pero era todo tan intenso, tan profundo,
que no encontraba las palabras adecuadas. La expresión de él se endureció.
—¿Haciendo horas extra? —comentó con sarcasmo—. Siempre se me olvida tu
dedicación… al trabajo.
Arden hizo un esfuerzo para hablar, pero él no le dio la oportunidad.
—Estoy seguro de que habrás encontrado lo que buscabas… incluso más —
añadió con amargura, arrojando la chaqueta al sofá—. ¡Será un libro muy divertido!
Las hojas se deslizaron de las manos de Arden a la alfombra. Dejó las gafas
encima y se puso de pie lentamente.
—Supongo que por eso sigues aquí aún. ¿No es así?
Ella comenzó a protestar, pero comprendió que sería inútil. Solo había una
respuesta y solo una manera de decírsela. Fue hasta él y le abrazó sin hablar.
Flint ahogó un gemido y ocultó su torturada expresión en el hombro desnudo.
Arden se sintió invadida por una oleada de amor y ternura. Todo lo que había
sentido al conocer el abandono de su madre, la traición de su novia y su angustiada
confesión de amor por ella estaba contenido en su abrazo. Deseaba darle todo el
amor que había perdido, todo el amor que deseaba tan desesperadamente. No le
importaba nada más, ni siquiera lo que ocurriera después. Solo le importaba el
hombre que estaba entre sus brazos.
—No estaba seguro de encontrarte aquí —dijo él contra su hombro.
—Estoy aquí —murmuró Arden tranquilizadoramente, apretándose contra él—
. Aquí…
Le cogió por el pelo y le obligó a mirarla. Los ojos plateados se abrieron
sorprendidos. Ella los cerró con una cortina de tiernos besos que continuó
depositando por toda su cara hasta encontrar los labios.

Nº Páginas 62-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Como si fuera aquello lo que había estado esperando, él la rodeó con sus
abrazos y la estrechó con fuerza.
—Sí… ámame —gimió contra su boca—. ¡Ámame!
La desnuda urgencia de su súplica la dejó totalmente indefensa. No podía
rechazarle. Su boca se abrió bajo la de él, recibiendo con placer la firme acometida de
la lengua. Estalló la pasión contenida. Arden sintió que todo explotaba en su interior
y a su alrededor al mismo tiempo. La boca de Flint la devoraba.
Apartó la boca para poder respirar, pero no dejó de abrazarle.
—¿Te encuentras bien? —susurró Flint, tan falto de aliento como ella—. ¿Te he
hecho daño?
—No. Yo… Es…
No consiguió articular una frase coherente.
—Sí, lo es —murmuró él, comprendiéndola sin necesidad de palabras—. Es…
increíble. Lo sé.
Le quitó un mechón de pelo de la cara.
—Después de aquella noche, me decía a mí mismo que debía habérmelo
imaginado, que nadie podía ser tan cálido y dulce como tú. Pero eres aún más
maravillosa de lo que recordaba. Te deseo tanto… tanto.
Le acarició los labios con la punta de la lengua, trazando lentamente su
contorno antes de aventurarse en el interior. Arden le respondió del mismo modo
convirtiéndose así en apasionada agresora mientras su boca le expresaba su amor y
su deseo sin palabras. Ahora fue él quien retiró la boca.
—¿Qué hacemos aquí de pie?
Se echó a reír entrecortadamente.
—No sé tú, pero a mí me tiemblan las piernas.
La soltó, retrocedió unos pasos y se dejó caer en el respaldo del sofá con las
piernas extendidas.
—Ven aquí. Compruébalo tú misma.
Cuando la cogió por la cintura y apretó los muslos contra sus caderas, Arden
comprobó que los firmes músculos temblaban. Ella también estaba temblando.
Apoyó las manos en los fuertes hombros para conservar el equilibrio, pero lo que vio
reflejado en la profundidad de los ojos grises la dejó aún más temblorosa.
—Tengo que detener esto —murmuró él—, o terminaré tumbándote en la
alfombra y violándote… y no es eso lo que quiero hacer.
Sus fuertes manos acariciaron la cintura y la espalda desnuda en busca del
cierre del corpiño.
—He deseado tanto que llegara este momento. No puedo explicarte cuánto…
Encontró el broche del corpiño. Lo soltó lentamente.

Nº Páginas 63-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Arden se estremeció involuntariamente cuando el frío tejido se deslizó dejando


libres los pechos. Él contuvo el aliento. Sin dejar de mirarla, siguió acariciándola. Sus
dedos descendieron seductoramente por el cuello y los hombros para acariciar
suavemente las firmes y cálidas curvas. Arden se derretía bajo el calor de sus manos
y el ardiente deseo de su mirada.
Los ojos de Flint no se apartaban de su cara. Observaban atentos las emociones
que sus manos despertaban. Comenzó a quitarle la falda cuidadosamente, como si
abriera un regalo largo tiempo anhelado.
—Eres tan encantadora —murmuró maravillado cuando estuvo desnuda ante
él.
Arden se sorprendió de no sentir vergüenza ni incomodidad.
—Tu piel parece de satén.
Comenzó a inclinarse hacia ella. Pero se detuvo y se incorporó bruscamente.
—Quiero sentirte contra mi piel —explicó, y comenzó a desabrocharse la camisa
con impaciencia.
—¡No! ¡Déjame a mí!
Su grito la sorprendió a ella más que a él. Pero no podía negar sus sentimientos.
Quería acariciarle como él había hecho con ella. Había hecho el amor varias veces con
Neil, pero siempre a oscuras, como si fuera algo vergonzoso que debía concluir
cuanto antes. Nunca había pensado que pudiera ser algo tan natural, tan hermoso.
Le desabrochó la camisa con dedos temblorosos. Se la quitó acariciándole los
hombros y los brazos. Luego, deslizó las manos sobre el vello suave y rizado que
descendía hacia la cintura. No tuvo problemas para quitarle el cinturón, ni para bajar
la cremallera. Pero no conseguía localizar el botón de la cinturilla.
—No se me da muy bien esto —explicó.
—Lo estás haciendo… muy bien —dijo él con voz ronca.
Cuando se arrodilló para quitarle los pantalones, él le acarició el pelo con
ternura. Arden terminó de desvestirle rápidamente. Deseaba retirar la última barrera
que les separaba…
De repente, todas las piezas del rompecabezas encajaron en su lugar. Aquello
era lo que ella estaba buscando: la pasión, el deseo y el amor que siempre había
intuido encerrados profundamente en su interior.
Sus dedos recorrieron cada línea, del cuerpo masculino en el viaje de regreso a
su cara, memorizando el tacto y el sabor con manos y boca.
—Me estás volviendo loco —gimió él mientras sus manos seguían trazando
sensuales senderos sobre su piel.
—¿Tienes frío? —preguntó Arden—. Estás temblando.
—¡Pero no de frío!

Nº Páginas 64-85
Gina Caimi – Torres de marfil

La apretó contra su cuerpo para que pudiera percibir cabalmente la intensidad


de su ardor:
—¿Frío? No podré contenerme mucho tiempo. Tengo que poseerte por entero…
¡ahora mismo!
—¡Oh, sí!
Arden ocultó la cara contra su hombro. Sus húmedos labios se posaron sobre el
pulso que latía violentamente en la base del cuello.
—Sí… por favor.
Cerró los ojos mientras él la subía en brazos hasta el dormitorio. Se aferró a su
cuello mientras el mundo giraba al subir las escaleras de caracol. Todo recobró su
sentido lógico cuando cayeron abrazados en la enorme cama circular.
El peso del fuerte y vibrante cuerpo la alejó de la realidad. Aunque tenía los
ojos abiertos, se sentía como si estuviera flotando en el espacio. La pared de cristal
que los rodeaba parecía invisible de noche, favoreciendo la ilusión de estar
suspendidos en el terciopelo negro del cielo, como las estrellas. ¡La luna llena parecía
tan próxima! Sintió deseos de estirarse para tocarla. Iluminaba la habitación con un
pálido y traslúcido brillo.
—¡Dios mío! Te deseo tanto… pero no quiero que esto termine —susurró Flint
roncamente—. No sabía que yo pudiera ser tan… voraz.
Sus labios se apoderaron de un rosado pezón, excitándolo con la punta de la
lengua antes de que su boca se cerrara sobre él.
Arden jadeó y arqueó el cuerpo convulsivamente.
—Por favor… —imploró—. Por favor…
—Sí. ¡Oh, sí!
Pero la cálida y húmeda boca continuó descendiendo. La hizo separar los
muslos. Una y otra vez la llevó al borde del éxtasis. Pero se detenía siempre, como si
no quisiera llegar al fin. Cuando por fin entró en ella, Arden se sintió aturdida y
asustada por el urgente ritmo de sus movimientos. Flint se dio cuenta
inmediatamente de su confuso intento por contenerse.
—No te asustes. Todo va bien. Déjate ir, no te contengas —susurró con ternura
mientras continuaba excitándola con profundas y poderosas arremetidas.
La abrazó con firmeza y sus fuertes brazos rompieron el último jirón de
resistencia.
Arden sintió cómo su mente y su cuerpo se fundían con él hasta no saber dónde
terminaba ella y dónde empezaba él. El mundo se disolvió a su alrededor, alejándose
a la velocidad de la luz, y ella estalló en un millar de brillantes pedazos que giraron
en el espacio como los restos candentes de una estrella en explosión.

Nº Páginas 65-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Capítulo 10
Debía ser el día más hermoso de la Creación. Al menos, eso pensó Arden al
cruzar la puerta del faro. El sol resplandecía en el cielo azul, y el aire era fragante. El
mar transparente lamía las rocas del muelle con un movimiento lánguido y
acariciador.
No recordaba haberse sentido nunca tan viva, tan intensamente integrada en la
totalidad del mundo.
Comprendía que sus sentimientos eran los de una chica de dieciocho años
enamorada por primera vez. No le importaba. Tenía todo el resto de su vida para ser
sensata. En el presente era absurdamente feliz.
Sintió la tentación de pasar el día en la playa. Pero decidió quedarse en su
habitación para que Flint pudiera localizarla.
Flint tenía que cerrar aquel día un importante acuerdo de negocios. Luego
volaría a tierra firme para recoger a los invitados del fin de semana.
Acurrucada en el asiento de la ventana, mirando cómo el faro se recortaba
contra el cielo, analizó los sucesos de la noche anterior tratando de ser lo más objetiva
posible.
Después de hacer el amor, se habían dormido abrazados. Despertaron un par
de horas después: descansados y hambrientos. A ninguno de los dos les apetecía
volver a la villa, de modo que Flint saqueó la nevera que la señora McNally se
encargaba de tener bien aprovisionada.
Flint colocó una enorme bandeja en el centro de la cama. Contenía un surtido de
quesos importados, jamón ahumado, patatas fritas, una latita de caviar, otra de
anchoas y una botella de champán frío con dos vasos de papel. Desnudos y sentados
al estilo indio, celebraron un picnic en la cama.
Arden no había sido nunca más feliz, ni había visto a Flint más accesible y
relajado. Ya no estaba a la defensiva y sonreía incluso mientras comía.
Se comportaron como dos chiquillos, sin dejar de besarse entre bocado y
bocado, y acabaron con la comida y el champán. De postre, se tenían mutuamente.
Arden no sabía exactamente cuánto tiempo había dormido. Cuando se
despertó, el sol estaba alto en el cielo y Flint no estaba a su lado. Fue a buscarle. Le
encontró en el salón. Estaba sentado en el sofá modular, con las manos en los
bolsillos de la bata, observando fijamente las carpetas y su cuaderno de notas.
Seguían sobre la alfombra, donde ella los había dejado. Estaba tan absorto que no la
vio. Ella se quedó mirando desde lo alto de la escalera de caracol. Arden no quiso
molestarle y volvió a la cama. Se preguntó en qué podría estar pensando tan
intensamente. Flint se acostó poco después, moviéndose con cuidado para no
despertarla. Fingió estar medio dormida y se acurrucó contra él. Flint la rodeó con
sus brazos en silencio, pero pasó algún tiempo antes de que le oyera respirar

Nº Páginas 66-85
Gina Caimi – Torres de marfil

profundamente. Ella terminó por quedarse dormida también. Cuando volvió a


despertar, Flint se había marchado a tierra firme sin…
El timbre del teléfono la sacó de sus recuerdos. Con un suspiro de alivio, corrió
hacia el aparato. Lo descolgó antes de que sonara por segunda vez.
—Hola —dijo él.
—¡Oh! Hola. Te he echado de menos… esta mañana —dijo Arden—. Debes ser
muy silencioso vistiéndote.
Flint carraspeó y no dijo nada.
—Aunque ni un huracán me habría despertado hoy —bromeó Arden—. Estaba
profundamente dormida.
—No puedo imaginarme el porqué —murmuró él irónicamente.
—¿Dónde estás?
—Vamos de regreso. Estaremos ahí en menos de una hora —la informó él en un
tono impersonal que la confundió hasta que comprendió que no estaba solo y no
podía hablar libremente—. Te llamo para asegurarme de que asistirás a la cena de
esta noche. Tenemos interesantes invitados, y me gustaría que estuvieras presente.
—De acuerdo.
Había esperado cenar a solas con él en el faro. No le apetecía estar con otras
personas.
—Quiero que asistas a la cena —insistió él—. Cóctel a las siete en la piscina.
Tengo una pequeña… sorpresa para ti.
—¿Una sorpresa? ¿Qué clase de sorpresa?
—Si te lo digo, no sería una sorpresa.
—Dímelo, por favor. Detesto las sorpresas.
—Estoy seguro de que ésta va a encantarte.
Arden creyó detectar una nota sarcástica en su voz. Pero, antes de que pudiera
añadir nada, él colgó.
Cuando hubo terminado de arreglarse, decidió que solo podía ser una cosa. La
habría comprado un costoso regalo, una joya probablemente. Por otro lado, esperaba
equivocarse porque la idea la hería profundamente. No podía creer que la tratara
como a Felicia o a Gayle. Él no podía reducir la noche pasada juntos a un simple
intercambio, aunque era a lo que estaba acostumbrado: a comprar y vender favores.
A pesar de su amarga experiencia con las mujeres, debía comprender que se había
entregado a él llevada por un profundo amor. Estaba segura de que Flint lo sabía, de
que lo habría leído en sus ojos mientras hacían el amor.
Se había puesto el sofisticado traje de satén negro comprado en Bloomingdale
que aún no había tenido el valor de estrenar. El profundo escote en V hacía imposible
la utilización de sujetador y los pétalos de la rosa de seda prendida al final del escote
no lo disimulaban demasiado. La falda estrecha moldeaba sus caderas y muslos

Nº Páginas 67-85
Gina Caimi – Torres de marfil

estrechamente. El efecto total era elegante y sensual. Sus dudas se desvanecieron.


Deseaba estar hermosa para él. A pesar de que un moño iría mejor con el vestido, se
dejó el pelo suelto porque a Flint le gustaba más así. Se había pintado los ojos con
más esmero de lo habitual, pero en los labios solo pudo darse un poco de brillo. Aún
los tenía magullados de la noche pasada. Se preguntó si alguien lo notaría. Temía que
todos se dieran cuenta del brillo febril de su mirada. Pero, cuando empezó a bajar las
escaleras, lo único que la importaba era volver a ver a Flint.
La fiesta-cóctel ya estaba en marcha junto a la piscina cuando atravesó las
puertas de cristal. Le vio inmediatamente. Estaba impresionantemente atractivo con
la chaqueta blanca de etiqueta y la corbata negra. El estómago le dio un vuelco. Se
detuvo junto a las puertas.
Flint debió sentir su mirada porque apartó la mirada del hombre delgado y
rubio con el que hablaba. Sus ojos se dilataron al verla. Recorrió el vestido negro con
una mirada sorprendida.
Arden avanzó hacia él. El acompañante de Flint se volvió, y ella se encontró
frente a su «sorpresa».
—Creo que ya se conocen —comentó Flint, poniendo fin al incómodo silencio.
Arden estaba demasiado aturdida como para reaccionar. Observó los ojos
azules moviéndose sobre ella aprobadoramente.
—Esta no es la Arden Stuart que yo recordaba —dijo la familiar voz.
Él le tendió la mano, pero Arden siguió inmóvil.
—Recuerdas a Neil Foster, ¿verdad, Arden?
La ira la ayudó a recobrarse lo suficiente como para estrecharle la mano.
—Desde luego. ¿Cómo estás, Neil?
—¡Tienes un aspecto increíble! —añadió Neil.
—Desde luego —añadió Gayle.
Se había acercado a ellos repentinamente. Era una radiante visión en lamé
dorado. Observó a Arden críticamente con el ceño fruncido.
—Veo que seguiste mi consejo.
—¿Qué consejo? —preguntó Flint secamente.
—¡Oh! Es un asunto de mujeres.
Sonriendo dulcemente, Gayle le ofreció a Flint una de las piñas coladas que
sostenía mientras bebía un sorbo de la otra.
—No, gracias. Esta noche prefiero el whisky.
—Lo he preparado especialmente para ti —gimoteó Gayle—. Está a tu gusto.
—Esta noche prefiero el whisky —repitió él con dureza, haciéndole una señal a
uno de los camareros que portaban las bandejas con bebidas.

Nº Páginas 68-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Me encantaría tomar una piña colada —dijo Neil sonriendo de modo
encantador—. Sobre todo, una preparada por nuestra encantadora anfitriona.
Gayle floreció instantáneamente bajo la atención de Neil. Con una coqueta
sonrisa, comenzó a pasarle la bebida, pero, después, se volvió hacia Flint.
—¿De verdad que no la quieres?
—No creo en las mezclas —murmuró cáusticamente, cambiando su vaso vacío
por otro lleno—. ¿Y usted, señorita Stuart? ¿Cree en las mezclas?
—No soy una bebedora… muy experimentada —repuso Arden mientras el
camarero esperaba que eligiera un vaso—. Nada para mí, gracias. Prefiero los
canapés.
Se volvió bruscamente y fue hasta el buffet. En realidad, pensaba aprovechar la
ocasión para volver a la villa. Pero Flint la siguió.
—¿De modo que eres poco experimentada? Es difícil de creer.
—Cree lo que quieras.
—¿Una amateur con talento entonces?
—¡Eso es!
Arden se volvió hacia él sin poder controlar la rabia y el dolor que sentía.
—La palabra amateur significa literalmente «alguien que ama». No se refiere a
una profesión ni al dinero. ¡Hace referencia al amor!
Antes de que Flint pudiera recobrarse de su estallido, se dirigió a la entrada.
—Presenta mis excusas a tus… encantadores invitados —le dijo por encima del
hombro.
—¡Oh, no! —murmuró él cuando la alcanzó dando zancadas—. Me ha costado
bastante organizar esta velada y…
—Deseo que la disfrutes —le interrumpió ella fríamente—, pero no esperes que
yo tome parte.
—Eres parte de ella.
La cogió del brazo para detenerla.
—Tanto si quieres como si no.
—Suéltame —dijo ella con calma.
Hizo un esfuerzo y sonrió. Los invitados, incluidos Gayle y Neil, los estaban
observando.
—Si no me sueltas, voy a organizar una escena delante de tus interesantes
invitados.
—No lo harás —repuso él sonriendo como si ella hubiera hecho un divertido
comentario—. Eres una dama.
—No cuando me tratan como si no lo fuera.

Nº Páginas 69-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Adelante. Me importa un bledo. ¡Estoy de humor para una buena escena!


Arden comprendió que hablaba en serio. Por el contrario, ella no era capaz de
llevar a cabo su amenaza. Flint empezó a llevarla hacia el comedor.
—No entiendo nada. ¿Por qué haces esto? ¿Por qué has invitado a Neil?
—¿Qué ocurre? ¿No te gusta mi sorpresa? Sé cuánto te gusta hurgar en el
pasado. Claro que si hubiera sabido el efecto que el encantador señor Foster sigue
ejerciendo sobre ti…
Arden se sintió aturdida por el absurdo comentario. Pero no tuvo oportunidad
de replicar nada.
—¡Señora McNally! —gritó Flint, llamando a la menuda ama de llaves que
estaba ocupada con los últimos detalles.
Arden vio que la inmensa mesa que ocupaba habitualmente el centro de la
habitación había sido sustituida por una serie de mesitas colocadas al estilo de un
restaurante. ¿Para qué se habría tomado Flint tantas molestias?
—¿Sí, señor Flint? Señorita Arden, tiene un aspecto maravilloso esta…
—Señora McNally —la interrumpió Flint—, ya puede anunciar la cena.
—¿Ahora, señor Flint? Estaba programada para dentro de media hora.
—¿Sería tan amable de anunciar la cena, señora McNally?*
El ama de llaves iba a protestar otra vez, pero al ver la expresión de su jefe se lo
pensó mejor.
—Desde luego, señor Flint.
Mientras salía, intercambió con Arden una mirada confusa.
—Ya hemos llegado —dijo Flint dejando su vaso en la mesita del centro.
Había cuatro cubiertos preparados. Arden no necesitó leer las tarjetas para
saber quiénes iban a sentarse allí.
—No voy a quedarme a la cena —insistió, enfadada—. No entiendo a qué
juegas.
—¡Menudo vestido! Comienzo a pensar que sabías que el Príncipe Azul venía a
cenar.
—¿De qué estás hablando? ¿Cómo puedes decir algo así? ¿Cómo puedes
hacerme esto… después de la noche pasada?
—¿La noche pasada? ¿Qué tuvo de especial la noche pasada? Querías material
de primera mano para tu libro. Me limité a cumplir mi promesa de proporcionártelo.
Arden se dejó caer en una silla con un gemido.
—Debo admitir —dijo él sentándose frente a ella— que siento curiosidad por
saber qué puntuación me darás.
Arden hizo un enorme esfuerzo para hablar con voz firme.

Nº Páginas 70-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Sexualmente, te daría un diez. Pero como ser humano, te mereces un cero.


—No está mal.
Flint se rio ásperamente. Cogió su vaso mientras los invitados comenzaban a
ocupar las mesas entre excitados murmullos.

Si Arden hubiera estado condenada a muerte y aquella hubiera sido su última


cena, no le habría costado más tragar la comida.
Neil, gratamente impresionado por lo que suponía un nuevo estatus social de
Arden, se mostraba muy atenta y encantador con ella. Arden le correspondía con
helada cortesía.
Gayle se comportaba con su habitual actitud posesiva hacia Flint. Él la trataba
como a una niña malcriada, pero adorable. Salvo por algún comentario sarcástico,
Flint ignoró a Arden deliberadamente.
Afortunadamente, la cena llegó a su fin. Todos pasaron al salón principal a
tomar los licores. Arden aprovechó la ocasión para excusarse y marcharse. Como
Flint acompañó a sus invitados por la salida que daba a las escaleras principales, se
vio obligada a salir por la puerta posterior.
Una vez en el exterior de la villa, pudo respirar a gusto por primera vez en
horas.
—¿Me permites acompañarte?
Maldiciendo entre dientes, Arden se volvió sin molestarse en ocultar su
disgusto.
—He venido aquí porque quiero estar sola, Neil.
—Creía que por fin teníamos la oportunidad de estar solos.
Sonriendo encantadoramente, cerró las cristaleras.
—Pues te equivocas.
Por encima del hombro, Arden vio que Flint les observaba desde el salón.
—Por favor, déjame sola.
Se alejó de él y de la penetrante mirada de Flint. Rodeando la casa, se dirigió a
la parte delantera de la villa. Cruzó el sendero de la entrada y fue hasta el mirador
que, instalado sobre el borde del acantilado, dominaba la zona sudeste de la
ensenada.
Se acomodó en un sillón de mimbre y cerró los ojos. La suavidad de la fragante
noche comenzó a relajarla.
—Espero no molestar.
La voz de Neil interrumpió su tranquilidad.

Nº Páginas 71-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Abrió los ojos con un suspiro de desagrado. Estaba apoyado en una columna,
con una copa de coñac en cada mano. A la luz ambarina de los faroles japoneses
parecía un anuncio de un coñac caro.
—He esperado toda la noche la oportunidad de hablar contigo.
—No tenemos nada que decirnos, Neil.
—Yo creo que sí. Además, sería una lástima desperdiciar un buen brandy —
añadió, acercándose a ella—. Te lo he traído como una ofrenda de paz.
—Gracias, pero no lo quiero. ¿Harás el favor de marcharte?
Él dejó la copa en la mesa que había delante de ella y la miró con expresión
trágica.
—Me gustaría complacerte, pero no quiero cometer el mismo error dos veces.
Lo hice una vez, ¿recuerdas? Y no he dejado de lamentarlo.
—Ya sabes lo que dicen —comentó Arden secamente—. «Ten cuidado con lo
que deseas porque podrías conseguirlo».
—Tu cambio es asombroso. Te recordaba como una jovencita dulce que acababa
de llegar a la gran ciudad. Eras tan tímida, tan ingenua…
—Tienes razón. Era muy ingenua.
—Es increíble cómo has prosperado.
—¡Oh! ¿Te parezco más próspera?
—Lo que quiero decir es que te has convertido en una mujer fascinante,
sofisticada…
—Sin embargo, tú no has cambiado nada —le interrumpió Arden.
—Debí estar loco para dejarte —murmuró él— porque…
—¿Qué quieres, Neil?
—¿Perdón?
—Quieres algo de mí. ¿Qué es?
—¿Por qué dices eso?
Se echó a reír, pero su risa sonaba falsa.
—Porque recuerdo muy bien que, cuando quieres algo, eres más encantador
que nunca.
—¿Y qué podría yo querer…?
—Piensas que tengo alguna influencia sobre Flint Masters y deseas que la
utilice para ayudarte a conseguir su cuenta. Es eso, ¿no?
—No, desde luego que no —protestó él, con aire ofendido—. No voy a negar
que te estaría muy agradecido si pudieras ayudarme de alguna manera. Conseguir
su cuenta para mi empresa sería un buen golpe.

Nº Páginas 72-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Se sentó en la silla en la que Arden apoyaba los pies y se inclinó hacia ella muy
serio.
—Pero lo fundamental, es que, si consiguiera la cuenta, tendría que pasar
mucho tiempo por aquí.
Se inclinó más, sonriendo seductoramente.
—Podríamos vernos con frecuencia.
—¿Sí? ¿Y qué opinaría tu esposa?
—Te diré que ese matrimonio fue un error desde el principio… un desastre sin
paliativos. Si no fuera por mi suegro y por los niños, pediría el divorcio. Tal y como
están las cosas, hemos optado por un matrimonio abierto.
—¿Un matrimonio abierto? No puedo creerlo. Jessica es una de las mujeres más
posesivas que he conocido.
—Dímelo a mí —gimió él—. Pero, afortunadamente, la mayoría de nuestros
amigos lo hacen así, y ya conoces a Jessica. Le gusta estar siempre a la última moda.
Debo concederle eso al menos.
—Suena maravilloso —se burló Arden.
Pero él no captó su sarcasmo.
—Entonces, ¿lo harás? —exclamó entusiasmado—. ¡No puedo decirte cómo me
siento! Es como tener una segunda oportunidad en la vida. Conseguir esa cuenta y
verte de nuevo…
Estaba tan abrumado que no pudo seguir hablando.
—Me alegro de haber vuelto a verte, Neil, porque no había comprendido
realmente hasta qué punto eres un farsante, manipulador y calculador bastardo.
—¿Cómo?
La sonrisa se desvaneció de sus labios por un instante, pero en seguida apareció
otra más amplia y encantadora.
—Vamos, Arden, ¿aún sigues enfadada conmigo por lo de Jessica?
—Vete, Neil —musitó disgustada—. Vuelve a Nueva York. Flint Masters jamás
te dará su cuenta. No creo que haya considerado siquiera la idea. A diferencia de mí,
a él le habrán bastado dos horas para calibrarte. Y si fueras la mitad de inteligente
que crees ser, lo habrías comprendido durante la cena.
Con un suspiro de cansancio, Arden cerró los ojos y apoyó la cabeza en el
respaldo. No vio alejarse a Neil, ni supo que había subido directamente a su
habitación. No fue consciente del paso del tiempo mientras repasaba los sucesos de
los últimos días.
No conseguía reconciliar la actitud apasionada y tierna de Flint la noche
anterior con su comportamiento deliberadamente desdeñoso de aquella noche. Ni
comprendía por qué había invitado a Neil. Pero se alegraba de que lo hubiera hecho.
Le había servido para librarse del último lazo que la unía a Neil. Durante aquellos

Nº Páginas 73-85
Gina Caimi – Torres de marfil

años había pensado que la había dejado por su falta de destreza y sofisticación
sexual. Aquella idea la hacía sentirse menos mujer. Hasta la noche anterior.
La noche anterior con Flint se había sentido tan completa y deseable como
puede sentirse una mujer. Y por ello, siempre le estaría agradecida. Pero no podía
soportar el desprecio que él le demostraba. ¿Pensaría realmente que se había
acostado con él para conseguir información para el libro?
Resultaba irónico que el libro les hubiera unido en un principio y que después
hubiera terminado destruyendo la felicidad que podrían haber compartido.
Finalmente, fue capaz de admitir que no había ido allí por el libro, sino por el
hombre que la había fascinado casi dos años antes de conocerlo.
Y que seguiría fascinándola aunque no volviera a verle nunca más.

Nº Páginas 74-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Capítulo 11
La fiesta se había trasladado otra vez a la piscina. Cuando Arden volvió a la
villa, no vio a Flint. No tuvo problemas para deslizarse escaleras arriba sin que nadie
se fijara en ella. Cerró la puerta de su cuarto. Dejó escapar un suspiro de alivio antes
de ver a Flint recorriendo la habitación, inquieto como un tigre enjaulado.
Se detuvo al verla e intentó adoptar una pose indiferente. Levantó su vaso como
si efectuara un brindis.
—¡Ah! Cenicienta vuelve al baile. ¿Has bailado con el Príncipe Azul?
—¿Qué estás…?
—No has podido esperar para acostarte con él, ¿verdad? —murmuró Flint con
desdén antes de terminarse la bebida de un trago.
Demasiado cansada para hablar, Arden movió la cabeza con incredulidad.
—¿Cómo? ¿No hay protestas de inocencia? —se burló él, cubriendo la distancia
que les separaba de unas zancadas.
—No.
Se puso lívido.
—Entonces, ¿lo… admites?
—No. Pero no voy a seguir disculpándome ante ti, Flint. Es lo que he estado
haciendo desde que te conocí. Primero por el libro de Felicia… ahora por éste.
Incluso me has acusado de hacer el amor contigo para conseguir información sobre
tu pasado, y ahora… esto.
Hizo una pausa para mirarle detenidamente.
—Al parecer, estás decidido a creer lo peor de mí. ¿Por qué?
—Muy inteligente. La mejor defensa es un buen ataque. Pero no va a funcionar
—dijo él sarcásticamente—. Quiero saber dónde demonios has estado durante estas
dos horas. Te he buscado por todas partes. ¡Por todas partes! Como un idiota. ¡Como
un estúpido!
Se dio la vuelta para que ella no pudiera ver su angustia e hizo un esfuerzo para
controlarse.
—Flint…
—Sé dónde estaba el encantador señor Foster porque vi las luces de su
habitación. Y ahí estabas tú también, ¿verdad?
—¿Me creerías si te digo la verdad?
—Inténtalo.
—¡Por Dios, Flint! ¡Si no comprendiste anoche lo que siento por ti, nada que yo
pudiera decir podría convencerte!

Nº Páginas 75-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—¡Sé dónde estabas! ¡Maldita sea! ¡Pero quiero oírtelo decir!


Arden abrió la puerta con gesto orgulloso.
—No deberías juzgar a los demás basándote en tu propio comportamiento —
dijo con helado furor—. Porque saltes de cama en cama no debes deducir que yo
hago lo mismo.
—¿Lo has hecho porque… porque crees que sigo acostándome con Gayle? —
preguntó él incrédulo—. Pues no lo he hecho desde que volví de Miami contigo… ni
una sola vez.
—No es eso lo que me ha parecido en la cena de esta noche. No ha podido estar
más… cariñosa. ¡No podía quitarte las manos de encima!
—Eso fue una actuación. Teme quedarse sin su fuente de ingresos. ¡Y no
cambies de tema!
—Es que ese es precisamente el tema.
Arden cerró la puerta de un golpe.
—Tu desprecio por todas las mujeres es exactamente el tema. Es la razón de que
tú…
—Solo desprecio a una mujer —la interrumpió él con amargura mientras se
servía un whisky doble de la botella que había subido—. Siempre he sabido que
vuestra dulzura era falsa. Pero anoche casi me engañaste.
Tomó un largo trago.
—Fue toda una actuación. Deberías haber sido actriz en vez de escritora.
—Eso es lo que te conviene pensar, ¿verdad?
Arden se acercó lentamente a él. Las piezas del rompecabezas comenzaban a
encajar.
—Deseas creer que soy como Felicia, como Gayle… el tipo de mujer con el que
siempre te relacionas. Mujeres incapaces de amar, ansiosas de dinero y posición
social, que prefieren el sexo sin sentimientos. Así estás a salvo. No tienes que darles
amor. Porque amar a alguien te aterra.
—No he venido aquí para escuchar esa basura freudiana. No has contestado a
mi pregunta sobre ti y el Príncipe Azul.
—Y por eso invitaste a Neil —siguió Arden—. Era una especie de prueba de
amor. Querías asegurarte de mis sentimientos antes de permitirte amarme porque
tienes miedo de que te deje como lo hicieron tu madre y tu novia.
—Y suspendiste la prueba, ¿verdad?
—No. ¡Y tú lo sabes! —gritó ella—. Flint, no puedes creer realmente que he
hecho el amor con Neil, ni que esté interesada por él. No puedes creer eso… después
de lo de anoche.
La angustia reflejada en los ojos grises decía que deseaba creerla, pero una parte
de él se resistía.

Nº Páginas 76-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Entonces, ¿por qué te quedaste paralizada cuando le viste? ¡Estabas tan


trastornada que apenas probaste bocado durante la cena!
—¡Oh, Dios mío! ¡Estaba enfadada contigo! —gritó ella con desesperación—.
No me llamaste en todo el día. Cuando lo hiciste, fuiste tan impersonal… como si la
noche pasada no hubiera significado nada para ti. Y no me preocupó volver a ver a
Neil, sino tu propósito al traerle aquí y arrojarme prácticamente ante él. Luego,
durante la cena, me trataste con desprecio y Gayle se colgaba de ti y…
Arden rompió a llorar.
—No… no hagas eso —suplicó él—. Vamos, no llores…
Comenzó a secarle las lágrimas con los dedos. Arden dejó de llorar bajo sus
tiernas caricias. Una lágrima solitaria se deslizó por su cara hasta la comisura de la
boca. Él la recogió con la punta de la lengua antes de besarla con ardiente ternura.
Arden se estremeció al sentir el deseo latente bajo la ternura de los besos con los
que le cubría toda la cara. Cuando sus bocas volvieron a encontrarse, el sabor salino
de sus lágrimas se mezcló con el de whisky. Se abrazó a él y volvió a entregársele con
la misma sinceridad que siempre.
—¡Oh, amor mío! —gimió él contra su boca, con más gratitud que deseo—.
Cuando… no pude… encontrarte, creí que… me volvía loco. Te imaginaba con él…
así.
—Nunca fue así. ¡Nunca! —gritó Arden entrecortadamente—. Solo contigo. ¿No
lo sabes aún?
Flint la miró con ojos incrédulos y atormentados.
—No había sentido nada semejante hasta que te conocí. Flint, por favor, créeme.
Te amo. Te amo tanto que… me duele.
Con un grito estrangulado, Flint se dejó caer de rodillas ante ella. Apoyó la
cabeza contra sus pechos y la estrechó con tanta fuerza que Arden apenas pudo
respirar. Le acarició el pelo sintiendo su cálido aliento a través del fino satén del
vestido.
Cuando él levantó la cara para mirarla, sus sensuales labios se movieron
formando palabras sin llegar a pronunciarlas. Arden deseaba oír lo que él estaba a
punto de decir. Pero, Flint empezó a besar ávidamente el profundo escote.
Arden jadeó cuando él comenzó a acariciarle los pechos con las manos. Aún
estaban sensibilizados por las caricias de la noche anterior y respondieron
inmediatamente al mensaje que la lengua repetía insistentemente a través de la
delicada tela.
A ciegas, él subió las manos hasta los hombros y comenzó a bajar las finas
hombreras. El vestido se fue deslizando por el tembloroso cuerpo femenino. Las
manos y la boca de Flint no dejaron de moverse sobre ella mientras terminaba de
desnudarla.
Flint se detuvo únicamente para desnudarse antes de llevarla a la cama. No se
molestó siquiera en retirar la colcha antes de consumar la unión. Le hizo el amor con

Nº Páginas 77-85
Gina Caimi – Torres de marfil

una desesperada urgencia, como si quisiera borrar el recuerdo de cualquier otro


hombre y destruir la posibilidad de que volviera a existir.
Después, siguió abrazándola en silencio. Arden volvió a percibir que él estaba a
punto de decir algo. Le sintió luchar para encontrar las palabras sin poder llegar a
pronunciarlas.
Acariciando el húmedo vello de su pecho, echó la cabeza hacia atrás para
observar su pensativa expresión.
—¿Qué estás pensando con esa cara tan seria?
—¿Creerías que en un poema? —dijo él riéndose suavemente.
—¿Un poema?
—Sí, pero solo recuerdo una estrofa: «Ven a vivir conmigo y sé mi amor…»
—«Y saborearemos todos los placeres…»
—Hum… ya lo creo que lo haremos.
Le dio un cariñoso apretón mientras le mordisqueaba la oreja.
—¿Lo harás?
—Me haces cosquillas —protestó ella riéndose y retorciéndose entre sus
brazos—. ¿Haré qué?
—Venir a vivir conmigo y ser mi amor.
—¿Hablas… en serio?
—Desde luego. Nada te retiene en Nueva York, ¿verdad? Puedes escribir aquí
lo mismo que allí. Más fácilmente, porque aquí puedo proporcionarte todo lo que
desees o necesites. Y con mis contactos, podré favorecer tu carrera, así que…
Hizo una pausa al sentir que ella se ponía tensa.
—¿Te ocurre algo?
—No me hagas esto, Flint —suplicó ella con suavidad—. Ahora no.
—¿A qué te refieres?
—No me trates otra vez como a una de tus… queridas.
—¿Por qué dices eso? ¿Porque quiero cuidar de ti y darte todo lo que desees?
—Tú eres todo lo que yo quiero. Tú. ¿Es que no puedes meterte eso en la
cabeza?
—Bueno, yo soy parte del trato —dijo él riéndose.
—¿Trato? ¿Es eso lo que había entre nosotros? ¿Es eso lo que me estás
ofreciendo? ¿Un trato?
—Solo es una forma de hablar, Arden. ¡Maldita sea! ¡No lo compliques todo!
Mira, tal vez no sepa encontrar las palabras adecuadas, pero tú sabes lo que siento
por ti.

Nº Páginas 78-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—No, no lo sé —murmuró ella pesarosa—. Dímelo.


—Nunca he… sentido por nadie… lo que siento por ti.
—Pero, ¿qué sientes? ¿Amor? ¿Odio? ¿Deseo? ¿Qué? No puedes pronunciarlo
siquiera, ¿verdad?
—Tú eres la experta en palabras, no yo —murmuró él incómodo—. Mira, esto
es nuevo para mí. Lamento no estar haciéndolo bien.
—¿Qué es nuevo, Flint?
Arden sonrió con tristeza.
—Estás intentando sustituir a Gayle por mí, como sustituiste a Felicia por
Gayle.
—Eso no es cierto —protestó Flint—. No es lo mismo.
—Es el mismo… arreglo, ¿no lo ves? Es el modo perfecto de tenerme a la vez
que me mantienes a una distancia segura. Me lo ofreces todo menos a ti mismo…
porque aún tienes miedo de amar.
—Entonces no debería pedirte que vinieras a vivir conmigo.
Se apartó de ella y se sentó, apoyándose en la cabecera. La miró confundido y
disgustado.
—Así es como he vivido siempre. No sé hacerlo de otra manera. ¿No deseas
venir a vivir conmigo?
—¡Sí! ¡Mucho! Pero quiero vivir contigo, solo contigo, sin un montón de extras
alrededor.
—No sé qué quieres de mí —murmuró él, levantándose con un gesto
impaciente—. ¿Esperas que cambie toda mi vida por ti?
—No, claro que no… y tampoco quiero nada de ti. Lo único que deseo es que
tengamos una relación sincera y auténtica. ¡Una relación! ¡No un arreglo!
Con el ceño fruncido, Flint recogió las ropas tiradas sobre la alfombra.
—Pero, ¿cómo se puede tener una relación con alguien —continuó Arden—, si
se tiene la casa llena de desconocidos día y noche y se celebra una fiesta tras otra?
En lugar de contestar, él comenzó a separar sus ropas de las de ella.
—Porque esa es tu forma de vida, ¿verdad? —insistió ella con tristeza.
Él la miró de un modo extraño antes de responder a la defensiva.
—¿Por qué no dices que no me quieres lo suficiente como para vivir conmigo?
—Porque no es la verdad, Flint. Te amo… más de lo que me creía capaz de
amar. Pero prefiero terminar ahora a ver ese amor destruido poco a poco. Es lo que
ocurriría. Y yo… no podría soportarlo.
Se cubrió con la sábana mientras él se vestía en silencio, moviéndose con
rapidez, con aquella especial gracilidad.

Nº Páginas 79-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Cuando terminó de vestirse, fue hacia la puerta sin mirarla ni una vez. Vaciló
cuando estaba a punto de salir. Arden volvió a sentir que deseaba decirle algo. Lo
notó en los músculos tensos de su espalda y en los nudillos blancos de la mano que
aferraba el pomo de la puerta.
—Me parece que los dos tenemos que reflexionar mucho —murmuró sobre el
hombro antes de cerrar la puerta tras él.

Nº Páginas 80-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Capítulo 12
Mientras extendía la toalla sobre la arena perlada, Arden comprendió que no
era un día especialmente bueno para ir a la playa. El sol brillaba, pero lo tapaban
esporádicamente las nubes arrastradas por el fuerte viento. Arriba, en la villa, la
fiesta se había iniciado ya, incluso a hora más temprana que el sábado. En la playa
podría relajarse y pensar… o, mejor aún, no pensar en absoluto. Le dolía la cabeza de
tanto reflexionar. Era lo que estaba haciendo desde la noche anterior.
Al ver la balsa movida por las revueltas aguas, surgieron inesperados
recuerdos. Comprendió que era el último sitio al que debía haber acudido para dejar
de pensar en Flint y se dio cuenta de que había bajado a la playa con la esperanza de
verle.
Él no había asistido ni al desayuno ni a la comida. Su yate seguía anclado en la
dársena. Seguramente las oscuras nubes tormentosas que se veían en el horizonte le
habían hecho renunciar a la navegación.
Se acomodó en la toalla, preguntándose si estaría en el faro. Miró en su
dirección y se quedó sorprendida al ver lo que parecía la silueta de un hombre en el
observatorio. Se incorporó para protegerse los ojos del brillo del sol y volvió a mirar.
La figura había desaparecido. Tal vez hubiera sido solo su imaginación.
Volvió a tumbarse utilizando la bolsa para apoyar la cabeza. Entre aquellas
paredes circulares había pasado los momentos más felices de su vida. Aquel faro era
la torre de marfil que Flint había creado para ocultarse del resto del mundo. Le servía
para mantener fuera el dolor y el rechazo que tanto le asustaba, pero también dejaba
fuera cualquier oportunidad de amar y ser feliz. Arden se sentía muy sorprendida de
que la hubiera dejado entrar allí.
Pero lo había hecho, sobreponiéndose al dolor y al miedo. Tal vez había
comprendido cuánto le amaba ella… lo suficiente como para aceptar sus condiciones,
para aceptar lo que él pudiera darle de sí mismo a pesar de sus propias dudas y
temores.
Se incorporó bruscamente. De repente, comprendió que ella era como Flint.
También había estado viviendo en una torre de marfil. Y la había llevado consigo a
todas partes. Había empezado a construirla, piedra a piedra, cuando perdió a su
familia. Y, como con Neil, había fracasado su único intento de salir de ella, había
cerrado la puerta y había tirado la llave.
Después de todo, Flint tenía razón. Se había refugiado en la escritura, había
elegido observar la vida en vez de vivirla. Era irónico que hubiera sido precisamente
él quien hubiera abierto una brecha en su torre de marfil. Si le dejaba ahora, sería
como enterrarse en vida otra vez.
La lluvia interrumpió sus pensamientos. Las nubes cubrían el cielo por
completo. Un relámpago cruzó el cielo, seguido por un amenazador trueno. Como si
el relámpago hubiera abierto unas compuertas, el agua comenzó a caer a raudales.

Nº Páginas 81-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Se levantó de un brinco y comenzó a recoger sus cosas. En la playa no había


ningún refugio y tenía que recorrer un buen trecho hasta la villa. Estaba intentando
decidir qué hacer cuando el viento trajo su nombre. Localizó la procedencia del
sonido y vio a Flint haciéndole señas mientras corría por el muelle bajo una
sombrilla.
Corrió hacia él luchando contra el viento y la lluvia y sujetando sus cosas como
podía. Flint le pasó el brazo libre por los hombros y corrieron juntos hasta el faro
mientras otro relámpago cruzaba el cielo.
Después de cerrar la puerta de golpe, Flint tiró la chorreante sombrilla en el
suelo de piedra del vestíbulo.
—Déjalo todo por aquí.
—No puedo creerlo —dijo Arden riendo entrecortadamente. Dejó caer lo que
llevaba en los brazos—. Sucedió tan rápidamente…
—En los cayos, las tormentas aparecen y desaparecen con igual rapidez.
Su mirada plateada recorrió la figura semidesnuda.
—Vamos, tienes que ponerte algo. Tienes la piel de gallina.
La cogió del brazo y la llevó hacia las escaleras de caracol. Cuando llegaron al
piso superior, la guio con suavidad y firmeza hasta el cuarto de baño.
—En ese estante hay toallas limpias. El champú y el secador en ese armarito.
Llámame si necesitas algo.
Hablaba con tanta formalidad como el empleado de un hotel. Arden se
preguntó si aún seguiría enfadado con ella por lo de la noche anterior.
—Voy a poner más leños en la chimenea y a buscar alguna ropa que puedas
ponerte —añadió antes de cerrar la puerta.
Arden no tardó mucho en librarse de la arena. Se estaba secando el pelo cuando
reapareció Flint.
Se había puesto unos pantalones vaqueros secos que se ajustaban a su cuerpo
como una segunda piel y aún llevaba la camiseta que hacía juego con sus ojos.
—Me temo que es lo mejor que puedo ofrecerte.
Le tendió su bata de seda granate.
—Aunque yo te prefiero con ese modelo —comentó, señalando la toalla en la
que Arden se había envuelto.
—Gracias.
Arden se puso la bata.
Las carcajadas de Flint rompieron la tensión del ambiente.
—¿Qué es tan divertido?
—Tú… con esa bata.

Nº Páginas 82-85
Gina Caimi – Torres de marfil

Al mirarse al espejo de cuerpo entero, tuvo que admitir que él tenía razón. Las
mangas le cubrían las manos y el bajo se arremolinaba en el suelo alrededor de sus
pies.
—A ver… Permíteme —dijo él utilizando el anterior tono formal.
Procedió a enrollarle las mangas. Tuvo que inclinarse para hacerlo y Arden
pudo oler el bálsamo de su pelo.
—Gracias.
Se levantó la parte delantera de la bata, pero la posterior arrastraba y se le
enredaba en los tobillos impidiéndole andar.
—Permíteme —insistió Flint—. No quiero que te caigas por las escaleras.
Antes de que ella comprendiera lo que iba a hacer, la levantó en brazos y la sacó
del cuarto de baño. Tras un momento de inicial sorpresa, Arden le pasó los brazos
alrededor del cuello y se recostó contra él mientras la bajaba al salón. Cerró los ojos
mientras las paredes giraban a su alrededor, perdiéndose en los fuertes brazos y en el
cálido aroma de su cuerpo. Estar en sus brazos era como volver a casa. Arden supo
cuál era la elección correcta.
Cuando la dejó de pie delante del sofá modular, Arden deslizó las manos por su
espalda hasta rodearle la cintura.
—Flint, yo…
—Acércate al fuego —ordenó él, soltándola y dándole un pequeño empujón en
dicha dirección—. Te serviré un coñac. Te hará entrar en calor.
Arden se dejó caer en la moqueta ante el fuego. El rugido de la tormenta
destacaba en el silencio que reinaba entre ellos.
Flint estaba de pie al otro extremo de la habitación, pero Arden sintió que les
separaba una distancia inmensa. Comprendió que cada uno estaba refugiado otra
vez en su respectiva torre.
Él era muy orgulloso. La noche anterior se había olvidado totalmente de su
orgullo mostrándole sus sentimientos. No volvería a hacerlo. Tendría que ser ella
quien lo intentara.
—Flint, yo… He estado pensando en lo que hablamos anoche… sobre vivir
juntos.
La mano masculina vaciló un instante antes de servir una segunda copa.
—¿Y a qué conclusión llegaste? —dijo mientras se acercaba a ella con las
copas—. Espero que no se trate de más hechos.
—Solo uno.
Arden aceptó la copa e ignoró el sarcasmo. Sabía que solo era una actitud
defensiva.
—El hecho es que te amo muchísimo. Y no podría dejar de hacerlo aunque
quisiera.

Nº Páginas 83-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—¿Eso quiere decir que… vendrás a vivir conmigo? —preguntó él con


incredulidad, como si fuera la última cosa que esperara de ella.
—Sí.
Flint se volvió hacia el fuego con el ceño fruncido. Se sentó de espaldas a ella y
contempló en silencio las llamas.
—¿Sigues queriendo que viva contigo? —preguntó Arden.
—Dijiste que no serías feliz viviendo a mi estilo.
—Sé que soy feliz cuando estoy contigo. Tendré que arreglar lo demás como
pueda.
—¿Lo harías… por mí?
La miró intensamente por encima del hombro.
—Sí, por ti… y por mí también —dijo Arden sonriendo cariñosamente—. No
puedo imaginarme la vida sin ti, Flint. Y no quiero seguir viviendo como lo hacía
antes de conocerte.
Él retrocedió hasta acomodarse junto a ella, sosteniendo la copa con ambas
manos.
—He estado pensando mucho y creo que tienes razón. Vivir juntos no
funcionaría… Tendríamos que… casarnos…
—¿Qué?
—… o romper por completo, como dijiste tú. Tenías razón… en todo.
Él se echó a reír antes de tomar un sorbo de coñac.
—Te tengo un miedo terrible —confesó Flint.
—¿Por qué? ¿Porque te amo tanto?
—No.
Sonrió irónicamente mientras hacía girar el líquido ambarino en la copa.
—Por lo mucho que te amo yo.
—¿Tú… me amas?
—No sabía que se pudiera amar de esta manera —dijo él con aire infeliz.
Arden no sabía si reír o llorar.
—¿Y eso es tan horrible? —preguntó ella.
—¡Sí! ¡Sí, es horrible! ¡La mitad del tiempo no sé lo que hago ni dónde
demonios estoy! ¡Desde que te conocí, he estado totalmente fuera de mí!
—A mí me pasa lo mismo.
—Antes de enamorarme de ti, me sentía… invulnerable. Nada podía dañarme.
Mi éxito o mi fracaso en la vida estaban definidos por mi trabajo, pero ahora…
—Sí, te comprendo. Me pasa lo mismo.

Nº Páginas 84-85
Gina Caimi – Torres de marfil

—Está bien. Admito que mi trabajo no me hacía muy feliz —concedió él como si
ella estuviera discutiendo aquel punto—, pero…
—Entonces, ¿yo te hago feliz?
—Más que eso, Arden.
Flint se arrodilló delante de ella.
—No sabía que existiera la felicidad. Nunca me había sentido tan… tan…
—Vivo.
—Sí, eso es. ¡Vivo!
Toda su cara estaba transfigurada. El amor brillaba en sus ojos. Arden solo
podía mirarle fijamente.
—Tú has sacado a la luz sentimientos que yo ignoraba que existieran. No sé qué
hacer con ellos y… es aterrador.
Flint se terminó el coñac de un sorbo y dejó la copa en el suelo.
—Pero te diré lo que me asusta aún más.
Acarició con ternura una mejilla de Arden.
—Pasar por la vida sin haber vivido realmente.
Deslizó una mano por sus rubios cabellos y le acercó la cara a la suya.
—Pasar la vida sin ti es lo que más me aterra —musitó antes de besarla
apasionadamente.
Arden le devolvió el beso con todo el amor que sentía.
—Sí… eso es —murmuró él contra su boca—. Eso es lo que siempre he
deseado… desde la primera vez. Pero no podía creerme que fuera cierto.
—Créelo, por favor. Créelo —imploró Arden con lágrimas de alegría en los
ojos—, aunque tanto amor sea algo increíble.
—Voy a intentarlo con todas mis fuerzas. ¿Te casarás conmigo? Cerraré la
villa… o la dejaremos abierta para alguna fiesta ocasional, y vivirás en el faro
conmigo. ¿De acuerdo?
—¿Aquí? ¿En tu torre de marfil? Porque eso es lo que es, ¿verdad?
La tormenta debía haber concluido tan bruscamente como había empezado. La
luz del sol entraba a raudales por las ventanas con vidrieras, trazando un dibujo
multicolor sobre la moqueta blanca mientras Arden se abrazaba a Flint.
—Desde ahora será nuestra torre de marfil —prometió Flint con suavidad antes
de rodearla con sus brazos para compartir el arco iris Con ella.

Fin

Nº Páginas 85-85

También podría gustarte