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Gina Caimi
Argumento:
Arden Stuart fue abordada por el magnate cuya biografía había escrito.
Después, él la llevó a su villa de Florida para que escribiera su auténtica
biografía.
Estaba dispuesto a revelarle sus aspectos más íntimos. Asustad, Arden
aceptó el desafío, y se dispuso a desvelar el enigma de Flint Masters.
Pero el precio de tal descubrimiento fue el amor.
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Capítulo 1
La cola de los coleccionistas de autógrafos salía por la puerta de la selecta
librería, que no había sido pensada para contener tanta gente. El calor casi tropical y
el fulgor del sol de Miami penetraban por la puerta abierta, anulando los efectos del
aire acondicionado.
Arden deseaba haberse peinado con cola de caballo la espesa melena rubia, en
vez de llevarla suelta sobre los hombros. Tiró del vestido de seda de color malva que
comenzaba a pegársele al cuerpo. Al hacerlo, puso de relieve cada curva de su
esbelto y bien formado cuerpo.
Tenía que admitir que, a pesar del calor y la barahúnda, no podía estar más
satisfecha de la acogida dispensada a su libro. Aunque no se hubiera enterado nadie
de que ella era la autora, se sentía igualmente orgullosa.
Deslizó sus largos y delicados dedos sobre un ejemplar del libro como si aún
necesitara tocarlo para convencerse de su existencia. Flint Masters por dentro: Una
biografía íntima, por Felicia Marlowe. Al mirar la cubierta, arrugó la nariz sin darse
cuenta. Era una fotografía de unas sábanas de satén blanco sugestivamente revueltas,
y el título figuraba estar escrito con lápiz de labios rojo.
A Arden siempre la había parecido que el director artístico se había pasado con
la cubierta. Era cierto que en cualquier libro sobre el misterioso señor Masters había
un elemento sensacionalista, pero ella había intentado efectuar una biografía seria.
Como ella no había firmado el libro, no había podido opinar sobre el asunto.
Con un suspiro resignado, cogió un montón de libros. Abriéndose paso entre la
multitud, compuesta en su mayor parte por mujeres, lo depositó en el otro extremo
de la larga mesa rectangular en la que Felicia estaba firmando un libro tras otro.
Arden no la había visto nunca más encantadora ni más excitada. Sus ojos verdes
brillaban como si tuviera fiebre y su piel normalmente pálida estaba tan sonrojada
que competía con su cabello rojo. Era evidente que se había olvidado de la regla de
oro de las modelos, y estaba utilizando todos los músculos faciales al sonreír y hablar
con desacostumbrada animación.
Arden no podía culparla. Se preguntaba si ella sería inmune a toda aquella
adulación. Decidió que la pregunta era pura especulación.
Se inclinó sobre la mesa para comprobar las últimas cifras de ventas. De
repente, una mano enorme puso un libro delante de sus narices y una voz profunda
y grave pidió… No, le exigió que se lo firmara.
Arden señaló a Felicia con la pluma.
—Usted es Arden Stuart, ¿no? —insistió la voz.
—Sí —contestó irritada.
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Aquel tipo le había hecho olvidarse de la cifra a la que había llegado; tendría
que rehacer la suma. Levantó la mirada disgustada y la pregunta murió en sus labios
al verle.
Tal vez si le hubiera visto a cierta distancia, habría estado preparada. Pero el
brusco enfrentamiento con aquel viril hombre de más de un metro ochenta de
estatura la dejó atónita.
El hombre vestía un conjunto tipo safari, evidentemente confeccionado a
medida, que se adaptaba a la perfección a cada músculo de su cuerpo. Los ojos azul
zafiro de Arden recorrieron el contorno de los anchos hombros y del fuerte pecho
antes de descender a la estrecha cintura, a las sorprendentemente esbeltas caderas y a
los musculosos muslos.
Una sonrisa satisfecha arrugó la atractiva cara. La miraba de modo arrogante y
orgulloso, como si pudiera leer los pensamientos y las emociones que estaba
despertando en ella.
Arden se sonrojó de la cabeza a los pies. Pero no pudo dejarle de mirar. Ni
siquiera podía moverse o hablar. Debía de rondar los cuarenta años, pero tenía el
aspecto de un hombre que hubiera vivido varias vidas. Sus profundos ojos eran de
un color gris plateado. El cabello, espeso y de un negro azulado, le caía sobre la
frente, y tenía un mechón blanco.
Aquellos extraños y penetrantes ojos se apartaron de los suyos y recorrieron
detenidamente su cuerpo. Su sonrisa se tornó provocativa y ella se sintió consciente
de su incitante postura.
Al estar inclinada sobre la mesa, la seda se ceñía a las curvas de sus nalgas.
Se irguió, sintiéndose avergonzada, confusa, excitada e insultada, todo a la vez.
Y terriblemente furiosa con él por hacerla sentirse así, sobre todo porque era evidente
que estaba disfrutando mucho con la situación.
Hizo un esfuerzo para controlarse, se volvió y rodeó la mesa. Con la mesa de
por medio, se sentía más segura, y pudo volver a mirarle.
Estaba decidida a ignorar su intensa mirada. Hizo un esfuerzo por sonreírle
educadamente.
—¿Puedo hacer algo por usted?
Sus ojos se oscurecieron, como si hubiera recordado de repente para qué estaba
allí.
—Me gustaría tener su autógrafo.
—¿Mi autógrafo?
Se rio.
—Me temo que está usted cometiendo un error.
Él la miró como lo haría un hombre que no está acostumbrado a cometer
errores… ni a que se lo digan, si los comete.
—Quiero decir —añadió Arden— que se ha dirigido a la persona errónea.
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Estaba tan cerca que Arden podía oler su masculino aroma y sentía su cálido
aliento.
—Pues ya me ha visto. Y le prometo que no será la última vez.
Sosteniendo el libro delante de ella con aquellas enormes y poderosas manos, lo
abrió por el centro.
—En cuanto a su libro… Ya lo he leído. Y esto es lo que opino.
Con una desagradable sonrisa, rompió el libro por la mitad como si fuera una
hoja de papel. Un murmullo colectivo surgió de la multitud. Arden retrocedió como
si la hubiera golpeado.
Él arrojó los trozos sobre la mesa y la recorrió con la mirada, haciendo que se
sintiera desnuda y sin protección.
—Volveremos a vernos —prometió amenazadoramente. Se volvió bruscamente
para dirigirse hacia la puerta. La asombrada multitud se separó a su paso como el
Mar Rojo ante Moisés.
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Capítulo 2
Arden estaba tan conmocionada por su encuentro con Flint Masters que no
pudo seguir trabajando. Felicia se mostró muy comprensiva e insistió en que se
tomara la tarde libre. Incluso le ofreció su coche para que pudiera ver la ciudad.
Arden había estado tan ocupada desde que llegaron que no había podido ver
nada de Miami.
Al principio, le sorprendió el despliegue de amistad de Felicia, el primero desde
que iniciaron la gira de presentación del libro dos meses antes. Después, comprendió
que la exmodelo se sentía responsable de lo ocurrido.
Arden se lo agradeció, pero rechazó el ofrecimiento. En el estado en que se
encontraba, no disfrutaría de lo que viera. Le dolía la cabeza y no podía quitarse de
encima aquella sensación de total humillación. Lo único que deseaba era alejarse lo
antes posible de la librería.
Lo primero que hizo al llegar al hotel fue cerrar todas las cortinas para librarse
del resplandor del sol y amortiguar el ruido del tráfico.
Aún estaba ruborizada y le ardía todo el cuerpo como si tuviera fiebre. Puso el
aire acondicionado al máximo. Levantándose la mata de pelo húmedo, se colocó
directamente delante de la salida del aire.
Cerró los ojos al sentir la refrescante sensación de la brisa artificial que le
pegaba el vestido húmedo a la piel. Por su mente relampagueó el recuerdo de los
ojos grises de Masters recorriendo su cuerpo. Se estremeció.
Con un suspiro de exasperación, dejó caer el pelo sobre los hombros y se quitó
de delante del chorro de aire acondicionado.
La invadió una sensación de disgusto. No se reconocía a sí misma. No era una
inmadura adolescente de dieciséis años, sino una mujer de veintiséis, segura de sí
misma y acostumbrada a las miradas admirativas de los hombres. Sin embargo,
ningún hombre la había mirado nunca de aquella manera, y ninguna mirada le había
causado nunca aquel efecto. Tampoco había conocido nunca a un hombre como él.
¡Si hubiera sabido lo que la esperaba!
No había conseguido ninguna foto porque él se negaba sistemáticamente a ser
fotografiado.
Había intentado que Felicia se lo describiera detalladamente. Pero aparte de
afirmar que «era extremadamente atractivo para ser millonario», había sido bastante
vaga. Y Arden se había formado su propia imagen del escurridizo señor Masters
basada en la poca información proporcionada por Felicia y por las demás personas a
las que había entrevistado.
Se decía a sí misma que se había formado aquella imagen fantasiosa para poder
escribir sobre él. Pero ahora no estaba tan segura de que aquel hubiera sido el
auténtico motivo. Y comenzó a cuestionarse también los motivos de Felicia.
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seres humanos y un don natural para que confiaran en ella y le revelaran profundas
verdades personales. Resolver un rompecabezas tan complicado como Flint Masters
la atrajo irresistiblemente.
Pero hubo una razón más personal para aceptar aquel encargo. Acababa de
pasar por una de las experiencias más traumáticas de su vida y necesitaba
desesperadamente algo que la ocupara totalmente, algo positivo que restaurara su
confianza en sí misma y la ayudara a olvidar lo ocurrido con Neil.
Cerró el grifo bruscamente. Cogió una toalla de baño del toallero y se secó
enérgicamente. No había hecho nada malo y se negaba a sentirse culpable. Flint
Masters era una figura pública y como tal, él debía saber que estaba expuesto a estar
siempre en el candelero. Ella se había limitado a hacer su trabajo.
Satisfecha con la lógica de su argumentación, se frotó el pelo con la toalla
mientras se decía que no iba a seguir preocupándose por Flint Masters.
Bastaba con haber escrito sobre él. Mirando hacia atrás, se preguntó si Susan
Jackson tendría razón. ¿Se habría obsesionado con aquel hombre?
Mientras se peinaba con ayuda de un cepillo y el secador, se repitió a sí misma
lo que siempre le había dicho a Susan. Era imposible vivir dentro de la piel de otra
persona, día tras día, durante casi dos años, sin llegar a sentirse comprometido. Le
sucedía a la mayoría de los escritores.
Sin embargo, hubo ocasiones en que, más que una escritora, se había sentido
una detective o una arqueóloga. Lo más frustrante de su investigación sobre Flint
Masters era que los trozos de información que consiguió nunca llegaron a formar una
imagen coherente de él.
¿Qué clase de hombre era? ¿El despiadado magnate que compraba empresas en
quiebra como otros hombres compraban corbatas? ¿O el ciudadano responsable que
gastaba millones en caridad sin darse publicidad, y cuyas pensiones y beneficios para
sus empleados eran poco menos que revolucionarios?
¿El hombre que trabajaba codo con codo con sus empleados era el mismo que se
había comprado una isla en la que podía aislarse del resto del mundo? ¿Y cómo se
podía reconciliar al hombre que había creado guarderías gratis para sus empleadas
en todas sus oficinas con el playboy que cambiaba de mujeres como de coches?
Arden suspiró exasperada y tiró del cable del secador para desenchufarlo.
Había creído que, una vez terminado el libro, dejaría de pensar en el complicado
señor Masters.
Se miró en el espejo empañado por el vapor. Pero la imagen que vio, tenía unos
sarcásticos ojos grises y una burlona sonrisa. Cogió una toalla y la pasó por el espejo.
Pero no pudo borrar el rubor que le quemaba la cara.
Se dijo a sí misma que se debía a la ducha caliente y al vapor que aún persistía
en el ambiente. De pronto, el cuarto de baño le pareció asfixiante. Abrió la puerta
para que entrara aire fresco.
Había pensado echarse una siesta después de la ducha, pero el dormitorio le
pareció igualmente asfixiante. Estaba decorado en agresivos tonos amarillos y
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Capítulo 3
Mientras esperaba el ascensor, Arden pensó con cierto alivio que solo iban a
estar en Miami dos días más. La gira de presentación del libro terminaba allí. Podría
volver a Nueva York a disfrutar de las vacaciones que tanto necesitaba.
Cruzó las puertas abiertas y pulsó el botón del vestíbulo. Tomó nota
mentalmente para llamar a Felicia a primera hora de la mañana. Tendría que buscar a
otra persona que la ayudara mientras firmaba los libros. Ella no iba a arriesgarse a
tener otro encuentro con Flint Masters.
Al salir del ascensor, recorrió con la mirada a la gente que se movía por el
vestíbulo. Suspiró con impaciencia ante aquel síntoma de incipiente paranoia,
enfermedad de la que no había mostrado ningún síntoma hasta aquel instante.
Aunque se había anunciado en todos los periódicos la presentación del libro y la
firma de autógrafos, él no podía saber que ella se alojaba allí. Mientras evitara ir por
la librería, no podría localizarla.
Se envolvió en el chal de encaje y atravesó el vestíbulo en dirección a las puertas
giratorias. Una vez en la calle, vaciló otra vez. Había pensado ir a la pequeña
marisquería en la que habían cenado casi todas las noches. Era un restaurante
agradable y acogedor en el que no se sentiría incómoda yendo sola. Pero ahora pensó
en ir a algún sitio nuevo. Felicia le había recomendado un estupendo restaurante
cubano al que la había llevado uno de sus admiradores. Estaba al final de la calle.
Comprendió que estaba bloqueando la entrada. Se desplazó a un lado para
dejar pasar al mozo cargado de maletas. Una cariñosa pareja joven le seguía de cerca.
Se miraban intensamente e iban cogidos de las manos. Arden dedujo que estaban de
luna de miel. Los observó con añoranza durante un instante antes de caminar hasta
el extremo del toldo rayado. Escudriñó el bulevar Biscayne de una punta a otra.
Estaba intentando recordar si el restaurante cubano quedaba a la derecha o a la
izquierda cuando un Rolls gris perlado aparcó junto a la acera. La puerta se abrió
bruscamente. Se apartó para dejar salir a los ocupantes, pero una fuerte mano surgió
del coche y la cogió por la muñeca. Arden iba a gritar, pero se quedó helada al ver los
ojos de Flint Masters clavados en ella.
—La he estado esperando —murmuró impaciente, como si tuvieran una cita y
ella se hubiera retrasado—. Entre.
Era una orden, no una invitación.
—¡Entre!
—¡No! —dijo Arden jadeando mientras intentaba soltarse.
Él la sujetó con más fuerza.
—Solo quiero hablar con usted —insistió.
—¡Pero yo no quiero hablar con usted! ¡Suélteme! —gritó muy enfadada.
Miró a su alrededor, esperando que alguien la ayudara.
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—Esto es solo una suposición, pero apostaría algo que fue por entonces cuando
empezó a escribir. ¿Tengo razón?
Arden asintió en silencio y él siguió mezclando las bebidas.
—Después de graduarse —siguió diciendo en el mismo tono impersonal—, se
trasladó a Nueva York, en donde comparte un piso en el Upper East Side con otras
dos chicas.
Añadió un poco de lima a uno de los vasos antes de ofrecérselo con una
perversa sonrisa.
—Calle Noventa y nueve Este, número 312, apartamento 4G.
Arden estaba demasiado sorprendida como para reaccionar. Él le puso el vaso
en la mano. El gesto la desbloqueó. Hizo un esfuerzo para sonreír. Se negaba a
admitir delante de él que el hecho de que conociese su vida la hacía sentirse muy
vulnerable.
—¡Vaya! Con lima y todo —intentó bromear.
—Estoy llegando a la mejor parte —dijo él, levantando su vaso para brindar—.
A Neil Foster.
Arden retrocedió como si la hubiera golpeado y vertió unas gotas de bebida
sobre su regazo. Se puso pálida. No pudo hacer nada más que mirarle con sorpresa.
—Veo que el agradable señor Foster aún ejerce su influencia sobre usted —
musitó él sarcásticamente—. Volvamos a «Esta es su vida, Arden Stuart» —continuó
mientras se sacaba el pañuelo del bolsillo—. Hace cuatro años se comprometió con
Neil Foster.
Él comenzó a frotar con el pañuelo la mancha de bebida de su falda. Arden
quiso protestar, pero no pudo.
—Dos días antes de la boda, la plantó por la hija de su jefe que…
—¡Basta!
Rechazó su mano tan violentamente que el pañuelo salió volando.
Una sonrisa victoriosa volvió a iluminar las atractivas facciones y ella lamentó
haberle dado la oportunidad de permitirle ver cuánto la había herido. Pero lo más
absurdamente doloroso de todo era que él supiera lo de Neil.
Volvió la cara para que no pudiera ver las lágrimas de humillación que
inundaron sus ojos.
—¿Qué se siente cuando un extraño hurga en su vida privada, exponiendo sus
recuerdos más íntimos?
Arden se escondió tras el vaso. Se sentía tan avergonzada, tan desnuda
emocionalmente que no sabía si podría volver a mirarle. Ahora comprendía su
amargura y su ira, porque ella sentía lo mismo.
—¿Qué se siente? —insistió él.
Se volvió hacia él furiosa.
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—¡Me siento tan humillada y dolida como usted pretendía que me sintiera!
—Ahora ya sabe cómo me siento yo.
—¡No me ponga en su misma clase! —protestó ella enfadada.
Él se puso lívido. Entrecerró los ojos amenazadoramente y apretó un puño.
Arden pensó por un instante que iba a golpearla, pero ni siquiera eso la habría
detenido.
—¡Yo no intenté herir deliberadamente a nadie! Intenté ser justa. Quería darle la
oportunidad de que contara su versión. Pero usted nunca respondió a mis llamadas.
—¿Qué llamadas?
—¡Le llamé al menos diez veces!
—Seguro.
—Es la verdad. Quería conocerle…
Arden se contuvo, pero ya era tarde.
—¡No me diga!
—Debido al libro —insistió ella, mientras se ponía roja porque sabía que él no la
estaba creyendo—. De todos modos, no conseguí hablar con usted, pero siempre le
dejé un mensaje.
—No recibí ningún mensaje suyo.
—¡Pues no me culpe a mí si tiene una mala secretaria! —estalló ella.
Nunca se había sentido tan frustrada. Tomó varios sorbos de su bebida,
confiando en que la calmara. Nunca había conocido a nadie que la trastornara tanto
con una palabra o una mirada.
Él la miraba en parte sorprendido, en parte dubitativo. Arden comprendió que
estaba analizando lo que le había dicho.
—De todos modos, no sé por qué la toma conmigo. El libro fue idea de Felicia,
no mía.
—¿Felicia?
Se rio despectivamente.
—Felicia no podría haber escrito ese libro jamás. Lo único que sabe escribir son
cheques.
Se inclinó bruscamente y cogió el vaso de las manos de Arden.
—No. Fue usted.
Arden no se había dado cuenta de que había sostenido el vaso como el náufrago
se aferra a su tabla de salvación. Se sintió extrañamente desnuda e indefensa sin él.
—Felicia le suministró todo el cotilleo, la clase de verdades a medias y hechos
distorsionados que sabía que se venderían bien. Pero usted…
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Se acercó más a ella. Su cara estaba a pocos centímetros y ella sentía la firmeza
de su muslo a lo largo del suyo.
—¡Usted fue la que completó el resto! ¡Toda esa basura freudiana!
Arden se sentía incapaz de defenderse. El denso y masculino olor asaltaba sus
sentidos. La proximidad del potente cuerpo la hacía estremecerse interiormente.
—¿Qué derecho tiene a meterse en la cabeza de otras personas? ¿Qué derecho
tiene a hurgar en las emociones y los pensamientos más íntimos y…?
Se detuvo en seco, como si hubiera hablado de más.
Para Arden, fue la sorpresa final. Eso era. Evidentemente, había descubierto
alguna verdad profundamente personal sobre él. Observó su cara a la luz de las
farolas y se quedó atónita. Nunca habría creído que aquel hombre mostrara su
vulnerabilidad tan al desnudo.
Se inclinó impulsivamente para tocarle en el brazo, pero su mano se detuvo a
medio camino. Un despiadado orgullo había vuelto a endurecer las facciones
masculinas. Se sintió muy cansada.
—No sé qué quiere de mí.
Suspiró y se recostó en el asiento.
—El libro ya está publicado. No puedo hacer nada por evitarlo. ¿Qué tipo de
compensación podría darle?
La sonrisa sugerente y la mirada sensual de los ojos grises que recorrieron su
cuerpo una vez más la hicieron comprender que sus palabras tenían un significado
doble. Se incorporó furiosa.
—Lo único que puede hacer, señor Masters, es demandarme. Así que, adelante,
llame a su batallón de abogados…
—¿Qué batallón de abogados?
—¡El que utilizará para conseguir lo que desea de personas que no tienen ni su
dinero ni su poder!
—¿De qué está hablando?
Sonreía con superioridad. El enfado de Arden aumentó.
—¡Adelante! ¡Demándeme ya que está tan decidido a vengarse de mí!
—¡Conozco un método mejor!
Se echó a reír. Cogiéndola impulsivamente, la atrajo hacia sí y se apoderó de su
boca. Arden sorprendida, se dejó caer contra el respaldo del asiento, pero él la siguió,
impidiéndole cualquier posibilidad de escapar.
Antes de que ella pudiera reaccionar, el beso se intensificó. Lo que había sido
un simple impulso, adquirió una arrolladora intensidad, como si hubiera estado
contenido en su interior y, al tocarla, se hubiera disparado como un muelle fuera de
control.
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Él debió ver su expresión contrita, porque soltó una carcajada grave y sensual.
—¿Quién sabe? Puede que en alguna ocasión se haya usado para… la finalidad
que usted tiene en mente.
—¿La finalidad… que yo tengo en mente? ¡Usted es quien me ha atacado y no
al revés!
—¿Sigue insistiendo en que no deseaba que la besara? ¿Por qué no puede
admitir que lo deseaba tanto como yo?
—Comprendo que esté acostumbrado a que las mujeres se arrojen a sus brazos
—dijo ella, intentando mostrarse tan arrogantemente segura de sí como él—. Puede
que lo que le voy a decir le parezca insultante, pero no lo encuentro atractivo en
absoluto. Todo lo contrario.
—¿De verdad?
Sonrió de un modo tan devastador que, de no haber estado sentada, Arden se
habría caído al suelo.
—Entonces, ¿no siente nada por mí?
—No. Nada.
—¿Nada? —se burló él—. ¿La he dejado totalmente fría?
—Totalmente.
—Ya. De modo que si hago esto…
Se inclinó y le rozó los labios con los suyos.
—¿No le causa ningún efecto?
Ella se puso rígida automáticamente, pero consiguió decir:
—No.
—¿Y si hago esto?
Le mordisqueó el labio inferior antes de acariciárselo con la punta de la lengua.
Arden se apartó como si se hubiera quemado. Luego, se contuvo y se encogió
de hombros.
—Nada. Lo siento.
Él sonrió con incredulidad. Inclinándose, cogió dos mechones de pelo y tiró de
ellos para acercar su rostro.
—¿Y esto?
—Mire, esto comienza a ser estúpido…
Pero él ahogó el resto de la frase con su boca mientras sus grandes manos le
acariciaban la cara.
El corazón se le subió a la garganta. Creyó que iba a ponerse a temblar, pero
consiguió permanecer tan fláccida como una muñeca de trapo. Luchar contra él solo
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habría servido para empeorar las cosas. Estaba segura de que, cuando comprendiera
que no iba a conseguir ninguna reacción, la dejaría marchar.
Confiaba en que él no notara su temblor interior.
En esta ocasión, el beso fue cálido y tierno. La lengua acariciaba con pericia,
provocando en ella oleadas de placer.
Arden luchó por contenerse. Deseaba desesperadamente besarle, como no había
deseado besar a nadie en toda su vida. No podía creer que le estuviera sucediendo
aquello, ni que nadie pudiera ejercer aquel efecto sobre ella. No sabía cuánto tiempo
podría soportarlo, pero no debía intentar que la soltara. Solo serviría para hacerle
comprender que estaba despertando en ella sentimientos que la asustaban.
Pero su plan no funcionó como esperaba. En vez de desanimarse, su deliberada
frialdad fue un estímulo para él. Parecía decidido a conseguir una respuesta.
La rodeó con sus brazos y la estrechó contra él. Introdujo la lengua en las
profundidades de su boca con exigencia, despertando en ella sensaciones
desconocidas. Comenzó a perder el dominio de sí misma. Solo el miedo la contuvo.
De repente, él la soltó con tanta brusquedad que Arden quedó tumbada sobre el
asiento. Temblando notoriamente, le miró. Se quedó sorprendida al ver que parecía
tan aturdido como ella.
—¡Dios mío! ¡Eres deliciosa! —musitó, como si fuera algo con lo que no había
contado.
Tiró de ella para incorporarla y volvió a besarla como si quisiera absorberla por
entero. Arden abrió la boca invitadoramente.
—Eso es… Eso es lo que quiero —gruñó mientras sus fuertes brazos la
colocaban encima de él antes de abrazarla estrechamente.
—No —gimió ella, apartando la boca y echando hacia atrás la cabeza cuanto le
fue posible—. Por favor… no.
—¿Por qué no? No te causo ningún efecto —dijo él con voz áspera mientras
besaba el largo y delicado cuello—. Te dejo totalmente fría, ¿recuerdas?
Mordió un sensible punto del hombro desnudo y ella se estremeció de
excitación. Las caricias descendieron hasta el borde del volante del escote de la blusa.
Arden gimió y su cuerpo se arqueó involuntariamente como el de un gato.
—¡Sí! —gritó él mientras comenzaba a acariciarle los pechos.
—No —dijo ella jadeante, pero su cuerpo la traicionaba.
La recorrió un escalofrío cuya intensidad la asustó. No era capaz de defenderse
contra la exquisita sensación de su lengua sobre su piel, ni contra la embriagadora
calidez de sus dedos recorriendo suavemente el contorno de sus pechos, ni contra el
aroma de su pelo cuando le rozaba la piel. Arden luchó por recobrar el control de sí
misma. Era como nadar en contra de una poderosa corriente.
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—Tan suave… tan suave y tan cálida —le oyó decir maravillado—. Tierna,
vulnerable y encantadora mujer —susurró mientras sus besos recorrían incansables
su cara—. ¿Dónde has estado escondida durante todo este tiempo?
Su sonrisa pretendía quitar importancia a lo que acababa de decir, pero no
consiguió ocultar el desnudo deseo de su mirada ni el de sus besos, un deseo que
parecía más que físico. Arden comprendió aterrada que no podía luchar contra
aquello, pero tenía que intentarlo.
Apoyó las manos en los hombros masculinos para empujarle. Pero las manos se
aferraron a él con tanta fuerza que las uñas se hundieron en los músculos que se
tensaban bajo la camisa. El estremecimiento que recorrió el cuerpo masculino
repercutió en el de ella. Él la estrechó con más fuerza y Arden se encontró
devolviéndole los besos con toda su alma.
Él interrumpió el beso, jadeante. Arden sintió que las manos de él temblaban
mientras le acariciaban la espalda. Se cerraron sobre su cintura y, después, la
deslizaron a un lado con brusquedad.
—Ahora ya puede bajar —murmuró él entre dientes.
—¿Qué? —balbució ella sin entenderle.
Apartándose de ella, él se inclinó a recoger el chal que había caído al suelo.
—Puede bajar —repitió, señalando con la cabeza la ventanilla.
Arden comprendió que el Rolls se había detenido ante su hotel.
Con un gesto automático, se echó el chal sobre los hombros sin dejar de mirarle,
aunque él mantenía la cara vuelta.
—No se preocupe. Le prometo que no la demandaré —comentó con sarcasmo
mientras apretaba un botón. La puerta se abrió—. Sus métodos, aunque poco
originales, son muy persuasivos.
Arden se quedó sin aliento. No podía hablar. Se sentía como si la hubiera
abofeteado. Su cara estaba lívida.
Arden salió del coche dando traspiés y corrió hacia la entrada del hotel para
que él no pudiera ver las lágrimas que corrían por sus mejillas.
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Capítulo 4
A la mañana siguiente, Arden se levantó con los ojos hinchados y los nervios
tensos por la mala noche pasada. Antes incluso de lavarse los dientes, llamó a la
compañía aérea para cambiar su reserva del vuelo de la tarde siguiente por la del
primer avión que salía hacia Nueva York. Solo tenía dos horas para hacer el equipaje,
vestirse y llegar al aeropuerto, pero se negaba a seguir en Miami ni un minuto más.
Estaba decidida a alejarse de Flint Masters lo antes posible.
Pero mientras recogía sus cosas, no pudo dejar de pensar en él. Los sucesos de
la noche anterior volvían a su mente, deprimiéndola. Se sentía terriblemente
confundida. Le resultaba difícil creer que el mismo hombre pudiera ser tan
apasionadamente tierno y tan deliberadamente cruel y vengativo a la vez. Y estaba
realmente sorprendida de su propio comportamiento.
Hasta la noche anterior, pensaba que se conocía bien a sí misma. Pero Flint
Masters había revelado una faceta suya que ella ignoraba que existiera. Siempre se
había enorgullecido de ser dueña de sí misma, sobre todo en lo relativo a los
hombres. Muchos de los que habían intentado salir con ella después de lo de Neil la
habían acusado de ser distante e insensible. Incluso Neil bromeaba sobre su timidez
y su inseguridad sexual… aunque ella comprendía ahora que sus besos distaban
mucho de ser estremecedores. ¡Si la hubieran visto la noche anterior!
Afortunadamente, Flint Masters se había detenido a tiempo; de lo contrario, quién
sabe lo que habría ocurrido.
La interrumpió un golpe en la puerta. Se aseguró de que llevaba bien cerrada la
bata, ya que solo llevaba un sujetador de encaje y las braguitas a juego, y fue a abrir.
Debía de ser la camarera con la ropa limpia. Pero era Flint Masters. Sonreía
sarcásticamente. Arden se quedó helada. Antes de que pudiera reaccionar cerrándole
la puerta en las narices, él hizo gesto de entrar.
—¿Puedo entrar? —preguntó secamente.
Arden se hizo a un lado para evitar el contacto de sus cuerpos y así le dio la
oportunidad de entrar en la habitación.
—¡No! No, no puede entrar aquí —insistió airadamente mientras él entraba en
la habitación—. Si no se va inmediatamente, llamaré a Recepción y…
—Llego tarde a una importante cita —la interrumpió con impaciencia como si
fuera ella quien hubiera irrumpido en su habitación—, así que vamos al grano. Estoy
aquí para ofrecerle un trabajo.
Arden se detuvo a mitad de camino hacia el teléfono y le miró en silencio. Lo
más sorprendente no eran sus absurdas palabras, sino su tono frío e impersonal. Se
comportaba como si fueran dos desconocidos, como si la noche anterior no hubiera
existido. Tuvo que mirarle para asegurarse de que era el mismo hombre que la noche
anterior la había besado.
Aquella mañana tenía un aspecto distinto. En vez de ropa informal, llevaba un
traje oscuro con chaleco que le confería cierto aire de elegancia sin llegar a ocultar su
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viril atractivo. La camisa blanca, hecha a medida, estaba abierta en el cuello. El pelo
negro con el sorprendente mechón blanco estaba perfectamente peinado. Estaba más
atractivo que nunca.
Arden se sintió súbitamente consciente de su palidez y de sus ojos hinchados.
Se había recogido el pelo descuidadamente en lo alto de la cabeza para ducharse y
algunos mechones mojados caían sobre su cara. La bata de franela azul, un recuerdo
de sus días escolares, era tan cómoda y tan poco atractiva como un zapato viejo. Se
sintió furiosa de que él la viera con aquel aspecto. Como era evidente que no pensaba
marcharse, se dirigió con decisión hacia el teléfono.
—No quiero hacerlo —dijo con frialdad—, pero si no se va, tendré que… tendré
que pedir que le echen de aquí.
Él la desafió a hacerlo con una burlona sonrisa.
Ella cogió el auricular.
—Hablo en serio —advirtió.
—Entonces, será mejor que les diga que manden a tres o cuatro de sus mejores
hombres —repuso él.
Arden comprendió que no era una bravata. Hablaba en serio. De repente, se
imaginó muebles rotos y primeras planas en los periódicos.
Al verla vacilar, él añadió irónicamente:
—¿No le interesa mi oferta de trabajo?
—¡Es usted el colmo de la osadía!
Colgó el teléfono violentamente.
—¿De verdad cree que… que después de lo de anoche… yo trabajaría para
usted? ¿Qué estaría interesada… en volver a hablar con usted?
—Ya estamos hablando y, cuando oiga mi oferta, estoy seguro de que trabajará
para mí.
—¡Ni por todo el oro del mundo!
—No es cuestión de dinero. Quiero que escriba mi biografía con mi
autorización.
—¿Qué?
—Estoy harto de que la gente se invente historias sobre mí. Aunque admito
que, en parte, es culpa mía por negarme a contar la verdad. Bueno…
Suspiró profundamente. Evidentemente no le había sido fácil tomar la decisión.
—Estoy dispuesto a hablar.
Esperó a que ella comentara algo. Pero Arden estaba demasiado confusa como
para hablar.
—Escuche —continuó, echándole un vistazo a su reloj—, realmente llego tarde
a una cita. ¿Está libre esta noche?
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—¡Sí!
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—¿Por qué yo?
Le miró de frente por primera vez.
—¿Por qué quiere que sea yo quien escriba el libro? Sobre todo después de las
cosas horribles que me dijo anoche.
—Porque estaba… equivocado respecto a usted —admitió él—, y me comporté
mal. Creí que usted era otra codiciosa intrigante como Felicia o…
Se detuvo. Era evidente que había dicho más de lo que quería. Arden
comprendió cuánto le costaba decir aquello.
—Además, comprobé su historia sobre las llamadas telefónicas y todo lo que
me dijo era verdad.
Una extraña sonrisa curvó sus labios.
—Al parecer, mi secretaria, que conoce la importancia que le concedo a mi
intimidad, se tomó la libertad de no pasarme sus mensajes.
Se levantó impulsivamente y se acercó peligrosamente a ella.
—Lo que estoy intentado decir es que… lamento mi comportamiento de
anoche.
—Está bien —dijo Arden apartándose de él, de la súplica que mostraban sus
ojos y su voz—. Lo comprendo.
Los ojos grises resplandecieron. Su sonrisa fue tan cálida y radiante que Arden
se sintió deslumbrada.
—Una cosa más.
Él disminuyó la distancia que los separaba.
—Quiero que comprenda que me estoy disculpando únicamente por haber sido
tan grosero y por haberla echado del coche. Sobre todo por haberla echado del coche.
Se rio al recordarlo con una risa profunda y sexy que hizo estremecerse a Arden.
—Pero no por lo demás. De ninguna manera podría decirle que lamento lo que
ocurrió. Usted tampoco lo lamenta, ¿verdad? —añadió él.
Estaba tan cerca que Arden podía oler su aroma. Comprendió que estaba a
punto de besarla. Si lo hacía, no podría detenerle.
Hizo un esfuerzo para apartarse de él y se apoyó en la tapa de la maleta.
—Tengo que coger el avión.
—No va a coger ese avión —repuso él con evidente satisfacción.
—¿Cómo?
Miró su reloj y comprobó que él tenía razón. Se volvió a tiempo de ver su
expresión victoriosa antes de que pudiera ocultarla. Se sintió engañada.
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Capítulo 5
«Abandonad toda esperanza los que aquí entráis»*1, pensó Arden medio en
broma al subir al avión de Flint Masters aquella tarde.
Seguía teniendo grandes dudas sobre todo el asunto, pero era mayor su
determinación de localizar las piezas que faltaban del rompecabezas que era Flint
Masters para ella. Mientras veía perderse la tierra en la distancia, se sintió tan sola e
indefensa como el liviano aeroplano suspendido en el inmenso vacío azul formado
por cielo y mar.
El viaje a Lighthouse Key, la isla de Flint Masters, resultó corto y aburrido.
Salvo por un correcto «Bienvenida a bordo», Flint la ignoró por completo. Pasó todo
el viaje suministrando información a un ordenador portátil apoyado sobre sus
fuertes muslos.
Arden decidió que él había aceptado su primera condición y se disgustó al
comprender que no se sentía feliz ante esa posibilidad. Pasó el viaje haciendo un
boceto del libro y observando los contornos de los cayos de Florida. Los islotes, que
se extendían hacia el sur durante centenar y medio de kilómetros, parecían una
sucesión de esmeraldas incrustadas en una cimitarra gigante que flotara en un mar
deslumbrante de sol. Aquella vista despertó en ella una intensa excitación. Se
preguntó cuál sería su isla y qué sorpresas la aguardarían.
1
* Referencia a La Divina Comedia de Dante. Esta frase estaba escrita en la puerta de entrada al Infierno. (N.
del T.)
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—Si fueras tú el que esperara, pensarías que sí. ¿No me has echado de menos?
—Lo mismo que tú a mí, Gayle —musitó él colocándose la chaqueta de lino
blanco.
Su cortante sarcasmo dejó atónita a Arden. ¿Así era como trataba a las mujeres
que le amaban? Sintió lástima de las estúpidas que se enamoraban de él, como Gayle.
Parecía muy feliz de verle. Su cara resplandecía como la de un niño en Navidad.
—¿Dónde está? —preguntó la rubia entre risas expectantes.
—Ahora no, Gayle —murmuró Flint secamente, adelantándose hacia el muelle.
Ella le siguió.
Arden, que seguía sintiéndose la mujer invisible, fue tras ellos sin dejar de
observarles. Se decía a sí misma que era parte de su investigación para el libro, pero
no conseguía explicarse la punzada de celos que sentía al ver posarse los ensortijados
dedos de Gayle sobre el cuerpo de Flint.
—¡Vamos! ¿Dónde está? —insistió la rubia seductoramente—. ¿Dónde lo
escondes?
—¿El qué?
—Mi regalo, tonto —gorjeó mientras le rebuscaba en los bolsillos—. ¿Dónde
está mi regalo?
—En este viaje he estado demasiado ocupado como para ir de compras —
murmuró Flint con impaciencia mirando de reojo a Arden.
Ella tuvo la impresión de que él no se sentía disgustado por la actitud de Gayle,
sino por el hecho de que Arden fuera testigo de la misma. Comprendió la razón de
su sarcasmo y pensó si no estaría sintiendo lástima de la persona errónea.
—Te resarciré la próxima vez —prometió él secamente cuando consiguió que la
rubia sacara las manos de sus bolsillos—. ¿De acuerdo?
Gayle hizo pucheros. Miró a Arden fijamente, como si acabara de darse cuenta
de su presencia. Al sentir la mirada acusadora de aquellos ojos azules, Arden
comprendió que Gayle sospechaba que ella había sido la razón de que Flint hubiera
estado tan ocupado durante aquel viaje.
Recordó lo que había ocurrido entre ellos en el Rolls. Hizo un esfuerzo por
sobreponerse al incómodo silencio.
—Hola. Soy Arden Stuart —se presentó, puesto que el señor Masters estaba
demasiado ocupado disfrutando con la incómoda escenita como para hacer la
presentación del modo correcto.
—Gayle Huntley —repuso la rubia fríamente mientras seguía inspeccionando
cuidadosamente el aspecto de Arden.
—Estoy aquí para escribir un libro sobre el señor Masters —añadió Arden con
voz clara y alta.
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Tal vez un poco demasiado alta, pero quería que todo el mundo supiera para
qué estaba allí. Antes de ofrecerle la mano a Gayle, vio la irónica sonrisa de Flint por
el rabillo del ojo.
Gayle le tendió la mano. Luego, se volvió hacia Flint con su sonrisa de gatita y
ronroneó seductoramente:
—Tengo algo para ti.
—¿Qué podrá ser? —preguntó él con cinismo mientras seguía caminando hacia
la entrada.
—Te daré una pista. Es algo que te gusta mucho… y que yo hago mejor que
nadie.
—¿Gastar dinero? —bromeó Flint.
—No, tonto. Es una piña colada. La he hecho exactamente como te gusta.
Soltó una risita mientras se colgaba del brazo de Flint.
—¿Le gusta la piña colada, señorita Stuart?
La señorita Stuart decidió en aquel mismo instante que detestaba las piñas
coladas.
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Flint era un hombre que se había hecho a sí mismo, que había luchado contra
grandes obstáculos para conseguir lo que tenía. Arden percibió que tras su fachada
de perfecto anfitrión se ocultaba el desprecio. Era evidente que no se hacía ilusiones
sobre sus invitados y se negaba a tomar parte en sus jueguecitos de salón y en sus
maliciosas conversaciones. De todas formas, los invitados parecían ser más amigos
de Gayle que suyos. Varias veces durante la cena, le pilló mirándola con una extraña
sonrisa, como si pudiera leer sus pensamientos. Una vez más, tuvo la impresión de
que todo formaba parte de un plan.
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—Para eso estoy aquí —le recordó con firmeza—, para escribir su biografía.
¿No lo recuerda?
Flint intentó sonreír. Fracasó. Arden le vio retraerse, cerrarse otra vez antes de
apartar la mirada de ella.
Cuando sonrió, lo hizo burlonamente.
—¿Sabe lo que le pasa a usted?
—No, pero estoy segura de que me lo va a decir.
—Es inteligente, sensible y autosuficiente, además de femenina. Físicamente, es
más que deseable. Pero en algún momento decidió observar la vida en vez de vivirla.
—Eso no es… cierto —murmuró Arden casi para sí misma.
—Yo creo que sí. Y es una lástima, porque nunca he conocido otra mujer con…
mayor amor a la vida. Ni una que tenga más miedo de admitirlo.
—¡Eso es ridículo! —protestó ella enfadada—. Además, ¿qué sabe usted de mí?
—Solo lo que he… experimentado personalmente —murmuró él, obligándola a
recordar todo lo ocurrido entre ambos la otra noche, todo lo que ella intentaba
olvidar—. Y sé algo más —añadió sonriendo—. Puede anotarlo todo en ese
cuadernillo suyo. Puede buscarle una explicación lógica y sensata, pero… no podrá
cambiar lo ocurrido.
Antes de que Arden pudiera recobrarse lo suficiente como para encontrar una
réplica adecuada, Flint se alejó hacia la villa. Le vio pasar junto a la piscina y
atravesar el patio antes de cruzar las puertas correderas de cristal.
—¡No puedo creerlo!
Estaba allí para averiguar cosas sobre él… no al revés. Pero debía admitir que él
tenía razón en parte. Una cosa era segura: él era más complicado de lo que ella había
imaginado. Comenzaba a creer que Flint Masters era como uno de aquellos antiguos
acertijos chinos: un rompecabezas dentro de otro, a su vez dentro de otro. Estaba
decidida a atravesar todas las barreras hasta llegar al núcleo auténtico. Solo tenía que
asegurarse de que él no llegara antes al suyo.
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Capítulo 6
Los invitados dejaron la villa el lunes por la mañana temprano. Arden recibió el
cambio con agrado. Así se disfrutaba mejor de los sonidos y ritmos naturales de la
isla. Había pasado la noche inquieta, pero se levantó antes de lo normal, sintiéndose
tan llena de energía, como un niño en la mañana de Navidad. Se dijo a sí misma que
estaba excitada porque iba a empezar un nuevo libro. Pero la secretaria de Flint le
comunicó que él había ido a tierra firme para tener una serie de reuniones. Eso
significaba que no estaría disponible durante el resto de la semana. Siguiendo sus
órdenes, la eficiente señora Hardy depositó una pila de papeles sobre la mesa de
Arden, junto con una copia del acuerdo legal y un sobre con una generosa cantidad
de dinero, como adelanto de las futuras ventas. Después de que Arden firmara los
recibos correspondientes, la señora Hardy le tendió la mano y le ofreció su ayuda
educadamente. Su tono preocupó a Arden. Cuando se quedó sola, comprendió lo
que ocurría. Evidentemente, la secretaria de Flint tenía su propia teoría acerca de la
razón por la que ella estaba allí.
Arden se pasó la mayor parte del día seleccionando el enorme montón de
papeles en busca de las piezas que le faltaban a su rompecabezas. Pero los papeles
resultaron ser memorándums, cartas y comunicados de prensa sobre diversos
negocios de Flint. No encontró nada que no fuera de dominio público o que pudiera
considerarse remotamente personal. A última hora de la tarde, profundamente
disgustada, no le quedó más remedio que limitarse a pasar a máquina sus
anotaciones del fin de semana. Estaba tan absorta que no oyó el golpe en la puerta, ni
se dio cuenta de que entraba alguien hasta que Gayle se detuvo junto a la mesa.
Arden levantó la cabeza sobresaltada.
—¡Oh! No te oí entrar.
—He llamado… dos veces —explicó Gayle—. Espero que no te importe.
—No, claro que no.
—He estado muy ocupada durante el fin de semana. No hemos tenido
oportunidad de conocernos.
Sonrió dulcemente.
Era la primera vez en tres días que Gayle mostraba interés por su presencia.
Arden vaciló un instante.
—Sí, los fines de semana son muy bulliciosos aquí —comentó por último—. Me
alegra tu visita.
Arden se sentía realmente satisfecha de tener la oportunidad de conocer a
Gayle mejor. Después de todo, la rubia era una de las piezas del rompecabezas y
sentía una gran curiosidad por su relación con Flint… aunque no estaba segura de si
dicha curiosidad la sentía la escritora o la mujer.
—¿Te gusta tu cuarto? ¿Estás cómoda aquí? —indagó Gayle.
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Capítulo 7
Cuando Arden completó su descenso por el sendero adoquinado que unía la
villa con la estrecha franja de playa, un catamarán navegaba contra el horizonte. Las
rayas de su vela repetían las tonalidades naranja, rojas y doradas del atardecer. El
mar parecía un espejo en el que se reflejaba el comienzo del fin del día.
Al acercarse ella, los lagartos que tomaban el sol se escurrieron entre los
arbustos de buganvillas que bordeaban la playa. Pájaros invisibles se llamaban desde
los frondosos árboles, rompiendo el silencio.
Sintiéndose como Eva al despertar por primera vez en el jardín del Edén, Arden
se quitó las sandalias y su vestido playero. Lo dejó caer lánguidamente junto a la
bolsa de playa y aspiró profundamente el fresco aire. Por el rabillo del ojo, captó un
movimiento. Se volvió hacia el faro. Se le cortó la respiración al ver a Flint Masters
caminando por el muelle hacia la playa.
No fue la sorpresa de verle lo que la dejó sin aliento. Fue su aspecto. Desnudo,
con excepción del diminuto bañador que destacaba más que ocultaba su
masculinidad, parecía tan primitivo como los exuberantes alrededores. El rojizo
resplandor del sol intensificaba el intenso tono cobrizo de su piel, destacando cada
músculo del fuerte y esbelto cuerpo. Su cabello era de un brillante negro azulado,
como el vello que descendía por su tórax hasta ocultarse bajo el bañador. Se movía
con la poderosa gracia y la inconsciente belleza de un caballo salvaje. A Arden se le
secó la boca y se le aceleró el pulso. Nunca la había afectado tanto ver a un hombre.
Permaneció mirándole fijamente, sin poder apartar la vista. Él bajó del muelle y se
volvió hacia la playa. Entonces la vio.
Su gesto de sorpresa fue seguido por una sonrisa de saludo que se convirtió en
sarcástica mientras se acercaba.
—¿Qué está haciendo aquí? —preguntó, observando apreciativamente el
recatado bañador de una pieza que la cubría.
Arden se arrodilló para sacar la toalla de la bolsa.
—Me apetecía tomar un baño antes de cenar.
—¿Por qué aquí?
Él se agachó a su lado.
—¿Por qué no utiliza la piscina como los demás?
—Porque quiero nadar —insistió ella, extendiendo la toalla con
determinación—, y merodear alrededor de la piscina tomando piñas coladas no es mi
idea de tomar un baño.
Lamentó inmediatamente la alusión a Gayle y sus amigos. Pero él se echó a reír
demostrando que opinaba lo mismo. Ella le miró pensativa.
—Y usted, ¿por qué no utiliza la piscina como los demás? —le preguntó.
—No acostumbra a nadar aquí, ¿verdad? —repuso él, en vez de contestarla.
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—Eso era lo que pensaba yo también —musitó él, casi para sí mismo—, hasta
que di un paseo en un Rolls.
Arden se puso rígida. Podía soportar sus sarcasmos siempre que no se refiriera
a aquella noche.
—Entonces averigüé que la destreza no se puede comparar con la auténtica
pasión —dijo él— y lo que se siente al besar a alguien que se estremece de pies a
cabeza.
La miró con aquel intenso anhelo que ella solo había visto una vez en sus ojos y
con el que seguía soñando.
Flint se inclinó bruscamente y le quitó las gafas. Arden se sintió tan desnuda
como si le hubiera quitado el bañador.
Él metió las gafas en la bolsa, le puso una mano en la nuca y la obligó a bajar la
cara hacia él.
—Desde entonces, no existe nadie más para mí.
—Sí hay alguien —le recordó Arden entrecortadamente. Torció la cabeza para
librarse de su mano, pero él no se lo permitió.
—No, no hay nadie. Es lo que estoy intentando decirle.
—¡No me interesan sus palabras! Lo único que sé es que Gayle le está
esperando junto a la piscina, como hace todas las noches… muy acicalada y…
—¡No se arregla para mí!
—¡… y con su piña colada!
—¡Me importa un bledo la piña colada desde que he probado el Pernod!
Él la atrajo hacia sí, pero Arden le empujó con todas sus fuerzas.
Como casi todo su peso descansaba sobre un codo, él cayó de espaldas. La
pluma y el cuaderno salieron volando y Arden corrió hacia el agua.
Le oyó gritar. Ignoró sus advertencias. Volvió a llamarla mientras la seguía.
Luego, evidentemente disgustado por su rechazo, se detuvo en la orilla y la observó
en silencio. Arden siguió internándose en el mar hasta que, de pronto, la tierra
desapareció. Cogida por sorpresa, se hundió.
Controló su pánico y comenzó a nadar para volver a la superficie. Pero captó un
destello de la belleza del arrecife de coral que se extendía bajo ella como un
espejismo. Se sumergió a mayor profundidad para ver más de cerca aquel
maravilloso mundo. De pronto, una enorme y oscura forma, surgida de la nada,
cortó el agua sobre su cabeza. Se quedó helada. Cerró los ojos para protegerse de la
visión de unas enormes fauces abriéndose para devorarla. Instintivamente, abrió la
boca y tragó agua. Aturdida, intentó expulsarla. Solo consiguió tragar más mientras
la enorme forma se acercaba a ella. Algo la cogió por la cintura, arrastrándola hacia la
superficie. El contacto con un cuerpo musculoso la hizo comprender que era Flint.
Intentaba «salvarla». Dejó de luchar y le permitió sacarla a la superficie y llevarla
hasta la balsa flotante.
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Capítulo 8
Arden deseaba no haber hecho el equipaje tan deprisa. El resto de la noche se
extendía interminable ante ella. Había tomado el baño más largo de su vida y se
había lavado el pelo dos veces. Para no ver a Flint, no había bajado a cenar. Hubiera
sido igual porque no dejaba de pensar en él y al fin y al cabo, la cena le habría
servido de distracción. Además, estaba tan hambrienta que su estómago se quejaba
sonoramente.
Con un suspiro de disgusto, volvió a leer el mismo párrafo de la revista por
cuarta vez. Maldijo entre dientes y tiró la revista al sillón que acababa de abandonar.
Se dirigió irritada hacia la ventana.
La luna era una esfera plateada más grande y más brillante de lo que solía ser
en Nueva York. Sobre el cielo oscuro y aterciopelado brillaban innumerables
estrellas, iluminando la belleza irreal de la ensenada.
—Luna llena… —musitó Arden con amargura—. Eso lo explica todo. Se supone
que la luna llena provoca todo tipo de locuras.
No pudo evitar reírse al comprender que estaba hablando a solas, hábito que
había adquirido desde que conoció al imposible señor Masters.
A su pesar, contempló el faro con melancolía. No había luz en su interior. Su
contorno era visible a la luz de la luna.
También se distinguía claramente el contorno rectangular de la balsa anclada.
Cerró los ojos para evitar la invasión de imágenes provocadas por la visión de
la balsa, pero fracasó. Volvió a sentir el sabor cálido y salino de su boca, sus manos
ávidas recorriendo sus pechos, la excitación de su cuerpo húmedo y oliendo a mar.
Hizo un esfuerzo para abrir los ojos y alejar los molestos recuerdos. Le habría
gustado poder achacarle al hambre aquella sensación en la boca del estómago, pero
no le gustaba engañarse a sí misma. Además, ¿a qué le iba a atribuir la repentina
taquicardia? Flint ejercía un efecto devastador sobre ella y era inútil negarlo. Lo
mejor era marcharse cuanto antes, antes de que él tuviera la oportunidad de
seducirla… sobre todo porque era lo que ella deseaba desesperadamente.
«Eso es», se dijo. «Admítelo. Es la verdad».
Era evidente que Flint se había encaprichado con ella y deseaba tener una
aventura. Ella no era capaz de algo así. Pero, por primera vez en su vida, se sentía
tentada. Sus dos encuentros íntimos la habían hecho entrever que podía ser un
amante excitante y maravilloso. Estaba segura de que hacer el amor con él sería una
experiencia extraordinaria. Pero también sabía que, si se acostaban juntos, estaría
atrapada.
Dejó de dar vueltas por la habitación. Se acercó al sillón y volvió a sentarse.
Comprendió que se había sentado sobre la revista. Tiró de ella y la arrojó al otro
extremo del cuarto. Chocó contra una de las maletas colocadas junto a la puerta y
aterrizó abierta sobre la alfombra.
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—Permítame decirle, señorita, que es usted una rematada tonta, si deja escapar
a un hombre como Flint Masters. ¡Una rematada tonta! —repitió antes de cerrar la
puerta de golpe.
—Tiene usted toda la razón, señora McNally —dijo Arden riéndose—. ¡Ni yo
misma sabía que fuera tan tonta!
De repente, se sintió tan animada como deprimida estaba unos minutos antes.
Le había vuelto el apetito. Atacó la comida con ganas y no la saboreó hasta el tercer
bocado. Su cerebro daba vueltas febrilmente a las palabras de la señora McNally.
¿Sería posible que Flint sintiera algo por ella? ¿Que no la considerara un trofeo
más de su colección de conquistas como ella temía? Si estuviera segura de importarle
algo, no le dejaría.
Se impuso la sensatez. Dejó el tenedor y el cuchillo cruzados sobre el plato
medio vacío y dobló la servilleta. Estaba segura de que la señora McNally era sincera
y estaba llena de buenos deseos, pero su versión de los hechos podía verse afectada
por su afecto maternal hacia Flint. La falta de apetito de éste podía deberse al orgullo
herido de un hombre acostumbrado a que las mujeres cayeran rendidas en sus
brazos, y en su cama, sin esfuerzo por su parte. Si estaba realmente interesado en
ella, ¿por qué no había hecho el menor intento para impedir que se marchara? No se
había puesto en contacto con ella. Ni siquiera por teléfono.
A medianoche, seguía sin llamarla. Arden llegó a la conclusión de que las
palabras de la señora McNally coincidían únicamente con sus buenos deseos. Se
reafirmó en su decisión de marcharse al día siguiente. Pasó la noche inquieta, dando
vueltas en la cama.
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—Ya sabes lo que decía Freud de estas cosas. Tu subconsciente no deseaba que
cogieras el ferry.
¿Para eso la había llamado? ¿Para hablar de las teorías de Freud sobre el
subconsciente?
—¿Qué habría dicho Freud de saber que no era el único ferry? Puedo coger el
de las seis.
—Habría dicho que tampoco vas a coger ése porque…
—¡Desafortunadamente, él no está aquí para comprobarlo!
—Porque —insistió Flint ignorando la interrupción—, opinaría que eres una
mujer demasiado juiciosa como para abandonar todo el proyecto por un… leve
malentendido.
—¿Un leve malentendido? —repitió ella con incredulidad.
—Y se habría quedado tan sorprendido como yo de tu actitud tan poco
profesional.
—¿Que yo soy poco profesional? Déjame recordarte que fuiste tú quien rompió
el acuerdo, no yo.
—Tienes razón —admitió él, dejándola sin habla—. Debo admitir que he sido
descuidado. He estado tan ocupado con el nuevo negocio que no he podido dedicarle
a nuestro proyecto la atención que se merece. Pero, ahora podré dedicarte todo mi
tiempo.
Al principio, Arden no supo si él hablaba en serio. Utilizaba un tono
extremadamente impersonal.
—Me temo que sea demasiado tarde.
—¿Por qué?
—Porque las cosas han cambiado y nosotros nunca podríamos… trabajar
juntos.
—Estás equivocada. Juntos somos estupendos.
Se echó a reír de un modo tan sexy que Arden sintió un escalofrío.
—¡No saldría bien!
—No estoy de acuerdo. ¡Solo te pido una oportunidad!
Una vez más, percibió un doble sentido en sus palabras.
—Le he dado instrucciones a la señora McNally para que te deje entrar en el
faro cuando lo desees —siguió diciendo él con su voz más profesional—. Mi estudio
está en el segundo piso. Encontrarás lo que buscas en las carpetas que he dejado
sobre mi mesa. Contienen extractos de los diarios que he llevado durante estos años
y… algunas anotaciones recientes. Te sugiero que te lleves una caja de aspirinas.
Arden comprendió lo difícil que aquello era para él. Sabía lo celosamente que
protegía su intimidad. ¿Por qué lo hacía?
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Capítulo 9
—Espero que no le importe que le diga cuánto me complace que se quede
después de todo, señorita —dijo la menuda ama de llaves mientras caminaban por el
muelle hacia el faro.
—Gracias, señora McNally —respondió Arden sonriendo—. Sobre todo, porque
usted ha tenido algo que ver.
—¡Ah! Yo no he hecho nada en absoluto. Se debe a las velas que le he
encendido a Santa Bridget durante todos estos años.
Arden se echó a reír.
—Entonces, dele las gracias de mi parte la próxima vez que hable con ella.
—Ya lo he hecho, señorita. Si usted supiera cómo me ayudó el señor Flint
cuando el pobre señor McNally, que Dios tenga en su gloria, se puso enfermo…
Estuvo muy enfermo durante años. Y me quedé sola en este país, sin trabajo y sin
esperanzas de encontrarlo.
La señora McNally ladeó la cabeza para ocultar sus lágrimas que habían afluido
a sus ojos, y comenzó a rebuscar la llave en el bolsillo del delantal.
—Si lo supiera, comprendería usted lo que siento por el señor Flint —
continuó—. Y no soy la única. Pregúntele a cualquiera que trabaje para él.
Se detuvo a pocos pasos del faro.
—Con ellos es con quienes debería usted hablar de Flint Masters. Todos tienen
una historia que contarle, cosas que no encontrará impresas en los periódicos. ¡Ah, sí!
Ya es hora de que ese hombre encuentre un poco de felicidad.
Le sonrió a Arden cálidamente.
—Señora McNally, tengo que decirle que lo que usted está pensando sobre Flint
y yo no es cierto.
—¿Qué está diciendo, joven?
La mujer mayor se echó a reír.
—¿Acaso no he visto con mis propios ojos cómo se miran el uno al otro y lo que
sienten?
—Pero no sentimos lo mismo. ¿Es que no lo comprende?
—No, no lo comprendo.
La señora McNally interrumpió la operación de abrir la puerta del faro mientras
esperaba una explicación.
—Sé que Flint se siente… atraído por mí —admitió Arden con dificultad—,
pero eso es algo que siente también por otras mujeres.
—Entonces, ¿cómo explica que sea usted la primera mujer que entra en el faro?
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—¿Cómo?
—Eso es. Salvo yo y Rosa, que viene a limpiar. ¡Él nunca ha permitido que
ninguna de esas… mujeres ponga el pie aquí!
—Eso se explica por la investigación que debo hacer para el libro —explicó
Arden cuando se recobró de la sorpresa inicial.
—¿Esa es la excusa que le ha dado él? —preguntó el ama de llaves—. ¿Y usted
le ha creído?
Arden ya no sabía a quién creer. ¿A Flint, a Gayle, a la señora McNally o a sí
misma?
El ama de llaves abrió la pesada puerta de un empujón.
—Bueno, supongo que tendrá que averiguarlo usted misma, señorita.
Se apartó para que Arden entrara en el faro.
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Pero la habitación más fascinante para ella fue la mezcla de salón y estudio que
ocupaba la planta intermedia. Evidentemente, era la habitación en la que Flint pasaba
la mayor parte del tiempo.
La habitación circular estaba dividida a su vez en zonas semicirculares. La zona
de salón era tan bonita y sensual que Arden puso en duda la afirmación de la señora
McNally de que Flint nunca había llevado una mujer allí.
Un sofá modular de terciopelo de color crema formaba uno de los semicírculos.
Estaba situado frente a una chimenea, flanqueado por un bar y un completo sistema
estereofónico. Flint tenía una impresionante colección de discos y cintas, desde
música clásica a jazz. El suelo estaba enmoquetado, y sobre él había esparcidos un
montón de cojines con aterciopeladas fundas. Arden se quitó las sandalias de un
puntapié para sentir bajo los pies la esponjosa lana blanca. Era una sensación tan
deliciosa que no pudo evitar el preguntarse qué se sentiría estando tumbada allí,
junto a Flint, escuchando música, mientras…
Apartándose de aquella zona que despertaba tan inquietantes imágenes,
caminó hasta las estanterías que delimitaban la zona de estudio. Estaban llenas de
libros encuadernados en piel y valiosas primeras ediciones. Solo alguien que amara
los libros tanto como ella podría invertir el tiempo y el dinero necesarios para reunir
semejante colección. Nunca lo habría esperado de él.
El resto del mobiliario había sido elegido con el mismo cuidado. La tallada
mesa renacentista que utilizaba como escritorio, así como las sillas de cuero hechas a
mano y los bellos objetos de arte, podrían haber pertenecido a un príncipe florentino
más que a un magnate del siglo veinte. El ambiente severo del estudio quedaba
suavizado por un exquisito tapiz medieval y por los cálidos tonos de la alfombra
persa.
Por primera vez, Arden vislumbró al hombre real que se ocultaba tras el mito y
lo que vio la asustó y asombró a un tiempo.
Creyó las palabras de la señora McNally. Incluso creyó comprender por qué no
había llevado a nadie más allí. El mundo que había creado para sí era su único
refugio del mundo exterior, el único lugar en el que podía ser realmente él mismo.
En busca de respuestas a sus preguntas, se sentó cómodamente frente a la
chimenea con los diarios que él había dejado preparados. Vaciló al abrir la primera
carpeta. Recordó sus palabras. «Puedes encontrar más de lo que esperas». Le
temblaron las manos al abrirlo.
No era un diario corriente, una sucesión de sucesos cotidianos detallados. Era
una colección de hojas sueltas escritas en distintos momentos de su vida. Contenían
la expresión de intensas emociones. Era como si no hubiera tenido a nadie a quien
contarle aquellos sentimientos y los hubiera volcado sobre el papel. Los más antiguos
databan de cuando tenía diez años y reflejaban su dolor y su ira por el abandono de
su madre. El sentimiento de pérdida era tan palpable que a Arden le dolió leerlo,
sobre todo porque le recordaron su propia niñez.
Flint no había vuelto a escribir sobre su madre. Tampoco encontró fotos de ella
en el álbum que revisó más tarde. En cada foto familiar habían recortado su cara y su
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figura. A Arden le resultó difícil creer que aquel hombre con cara de soñador y ropa
andrajosa fuera el padre de Flint. Eran muy distintos. El guapo muchacho de cabello
negro y ojos brillantes parecía más maduro y seguro de sí mismo que el hombre.
Arden no averiguó las razones del alejamiento de la madre de Flint, pero intuyó que
la pobreza sería una de ellas.
Al leer las hojas escritas años después, se confirmó su sospecha. El adolescente
autor de aquellas anotaciones solo deseaba dinero y éxito. Había cierta desesperación
en su determinación de conseguir ambas cosas, como si fueran la respuesta para
todo. Pasarían años antes de que documentara con orgullo su primer triunfo en los
negocios.
Al cabo de unos cuantos años más, aparecían las anotaciones de un joven
enamorado por primera vez. Se llamaba Holly y, según la anotación que anunciaba
su compromiso, era tan bella como maravillosa. Las hojas siguientes detallaban los
planes de Flint para la villa que estaba construyendo como regalo de bodas. Luego,
sin una explicación, aparecían tres hojas llenas por ambas caras de una escritura
imposible de leer, distorsionada por el alcohol y la intensa emoción.
Arden tardó en descifrar toda la historia más de una hora. La bella y
maravillosa Holly había roto el compromiso para casarse con un hombre más
poderoso y rico que el Flint de aquella época. Según la fecha, habían pasado casi diez
años, pero el papel seguía rezumando el dolor y la ira de quien había escrito en él
tiempo atrás.
Arden se quedó tan conmocionada que dejó de leer. Comprendió por qué era
tan reservado sobre su pasado. Comprendió también su amarga anotación final:
«Con ellas no se puede ganar. Pobre o rico, siempre te dejarán…» Aquello explicaba
por fin su actitud de desdén hacia las mujeres. Lo que Arden no podía comprender
eran los motivos de Flint para mostrarle aquellos dolorosos recuerdos.
Se quitó las gafas para frotarse el dolorido puente de la nariz. Comenzaba a
sentir frío. Consideró la idea de encender la chimenea. Normalmente, no se habría
atrevido a hacer algo así en casa de otra persona. Pero los troncos estaban apilados en
el hogar sobre trozos de periódico y había una caja de cerillas al alcance de la mano.
Estaba segura de que Flint se había anticipado a sus deseos y lo había dispuesto todo.
Se inclinó y encendió el fuego.
¿Qué hora sería? El sol seguía brillando, pero estaba más bajo. Debía de ser
bastante tarde.
No debía estar allí cuando regresara Flint. No sabía cuál sería su reacción y ya
había tenido bastantes sorpresas por un día. Pero aún le quedaban un par de hojas.
Decidió echarles un vistazo antes de irse. Volvió a ponerse las gafas.
Las hojas restantes debían ser muy recientes porque no estaban amarillentas
como las demás. Comprobó la fecha. Se quedó atónita al ver que estaban escritas la
noche anterior… ¡y hablaban de ella!
Empezaban como una carta dirigida a él mismo, discutiendo los pros y los
contras de sus sentimientos hacia ella, y acababan convirtiéndose en una confesión
de amor y deseo de tan desnuda intensidad que Arden se quedó paralizada.
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Como si fuera aquello lo que había estado esperando, él la rodeó con sus
abrazos y la estrechó con fuerza.
—Sí… ámame —gimió contra su boca—. ¡Ámame!
La desnuda urgencia de su súplica la dejó totalmente indefensa. No podía
rechazarle. Su boca se abrió bajo la de él, recibiendo con placer la firme acometida de
la lengua. Estalló la pasión contenida. Arden sintió que todo explotaba en su interior
y a su alrededor al mismo tiempo. La boca de Flint la devoraba.
Apartó la boca para poder respirar, pero no dejó de abrazarle.
—¿Te encuentras bien? —susurró Flint, tan falto de aliento como ella—. ¿Te he
hecho daño?
—No. Yo… Es…
No consiguió articular una frase coherente.
—Sí, lo es —murmuró él, comprendiéndola sin necesidad de palabras—. Es…
increíble. Lo sé.
Le quitó un mechón de pelo de la cara.
—Después de aquella noche, me decía a mí mismo que debía habérmelo
imaginado, que nadie podía ser tan cálido y dulce como tú. Pero eres aún más
maravillosa de lo que recordaba. Te deseo tanto… tanto.
Le acarició los labios con la punta de la lengua, trazando lentamente su
contorno antes de aventurarse en el interior. Arden le respondió del mismo modo
convirtiéndose así en apasionada agresora mientras su boca le expresaba su amor y
su deseo sin palabras. Ahora fue él quien retiró la boca.
—¿Qué hacemos aquí de pie?
Se echó a reír entrecortadamente.
—No sé tú, pero a mí me tiemblan las piernas.
La soltó, retrocedió unos pasos y se dejó caer en el respaldo del sofá con las
piernas extendidas.
—Ven aquí. Compruébalo tú misma.
Cuando la cogió por la cintura y apretó los muslos contra sus caderas, Arden
comprobó que los firmes músculos temblaban. Ella también estaba temblando.
Apoyó las manos en los fuertes hombros para conservar el equilibrio, pero lo que vio
reflejado en la profundidad de los ojos grises la dejó aún más temblorosa.
—Tengo que detener esto —murmuró él—, o terminaré tumbándote en la
alfombra y violándote… y no es eso lo que quiero hacer.
Sus fuertes manos acariciaron la cintura y la espalda desnuda en busca del
cierre del corpiño.
—He deseado tanto que llegara este momento. No puedo explicarte cuánto…
Encontró el broche del corpiño. Lo soltó lentamente.
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Capítulo 10
Debía ser el día más hermoso de la Creación. Al menos, eso pensó Arden al
cruzar la puerta del faro. El sol resplandecía en el cielo azul, y el aire era fragante. El
mar transparente lamía las rocas del muelle con un movimiento lánguido y
acariciador.
No recordaba haberse sentido nunca tan viva, tan intensamente integrada en la
totalidad del mundo.
Comprendía que sus sentimientos eran los de una chica de dieciocho años
enamorada por primera vez. No le importaba. Tenía todo el resto de su vida para ser
sensata. En el presente era absurdamente feliz.
Sintió la tentación de pasar el día en la playa. Pero decidió quedarse en su
habitación para que Flint pudiera localizarla.
Flint tenía que cerrar aquel día un importante acuerdo de negocios. Luego
volaría a tierra firme para recoger a los invitados del fin de semana.
Acurrucada en el asiento de la ventana, mirando cómo el faro se recortaba
contra el cielo, analizó los sucesos de la noche anterior tratando de ser lo más objetiva
posible.
Después de hacer el amor, se habían dormido abrazados. Despertaron un par
de horas después: descansados y hambrientos. A ninguno de los dos les apetecía
volver a la villa, de modo que Flint saqueó la nevera que la señora McNally se
encargaba de tener bien aprovisionada.
Flint colocó una enorme bandeja en el centro de la cama. Contenía un surtido de
quesos importados, jamón ahumado, patatas fritas, una latita de caviar, otra de
anchoas y una botella de champán frío con dos vasos de papel. Desnudos y sentados
al estilo indio, celebraron un picnic en la cama.
Arden no había sido nunca más feliz, ni había visto a Flint más accesible y
relajado. Ya no estaba a la defensiva y sonreía incluso mientras comía.
Se comportaron como dos chiquillos, sin dejar de besarse entre bocado y
bocado, y acabaron con la comida y el champán. De postre, se tenían mutuamente.
Arden no sabía exactamente cuánto tiempo había dormido. Cuando se
despertó, el sol estaba alto en el cielo y Flint no estaba a su lado. Fue a buscarle. Le
encontró en el salón. Estaba sentado en el sofá modular, con las manos en los
bolsillos de la bata, observando fijamente las carpetas y su cuaderno de notas.
Seguían sobre la alfombra, donde ella los había dejado. Estaba tan absorto que no la
vio. Ella se quedó mirando desde lo alto de la escalera de caracol. Arden no quiso
molestarle y volvió a la cama. Se preguntó en qué podría estar pensando tan
intensamente. Flint se acostó poco después, moviéndose con cuidado para no
despertarla. Fingió estar medio dormida y se acurrucó contra él. Flint la rodeó con
sus brazos en silencio, pero pasó algún tiempo antes de que le oyera respirar
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—Me encantaría tomar una piña colada —dijo Neil sonriendo de modo
encantador—. Sobre todo, una preparada por nuestra encantadora anfitriona.
Gayle floreció instantáneamente bajo la atención de Neil. Con una coqueta
sonrisa, comenzó a pasarle la bebida, pero, después, se volvió hacia Flint.
—¿De verdad que no la quieres?
—No creo en las mezclas —murmuró cáusticamente, cambiando su vaso vacío
por otro lleno—. ¿Y usted, señorita Stuart? ¿Cree en las mezclas?
—No soy una bebedora… muy experimentada —repuso Arden mientras el
camarero esperaba que eligiera un vaso—. Nada para mí, gracias. Prefiero los
canapés.
Se volvió bruscamente y fue hasta el buffet. En realidad, pensaba aprovechar la
ocasión para volver a la villa. Pero Flint la siguió.
—¿De modo que eres poco experimentada? Es difícil de creer.
—Cree lo que quieras.
—¿Una amateur con talento entonces?
—¡Eso es!
Arden se volvió hacia él sin poder controlar la rabia y el dolor que sentía.
—La palabra amateur significa literalmente «alguien que ama». No se refiere a
una profesión ni al dinero. ¡Hace referencia al amor!
Antes de que Flint pudiera recobrarse de su estallido, se dirigió a la entrada.
—Presenta mis excusas a tus… encantadores invitados —le dijo por encima del
hombro.
—¡Oh, no! —murmuró él cuando la alcanzó dando zancadas—. Me ha costado
bastante organizar esta velada y…
—Deseo que la disfrutes —le interrumpió ella fríamente—, pero no esperes que
yo tome parte.
—Eres parte de ella.
La cogió del brazo para detenerla.
—Tanto si quieres como si no.
—Suéltame —dijo ella con calma.
Hizo un esfuerzo y sonrió. Los invitados, incluidos Gayle y Neil, los estaban
observando.
—Si no me sueltas, voy a organizar una escena delante de tus interesantes
invitados.
—No lo harás —repuso él sonriendo como si ella hubiera hecho un divertido
comentario—. Eres una dama.
—No cuando me tratan como si no lo fuera.
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Abrió los ojos con un suspiro de desagrado. Estaba apoyado en una columna,
con una copa de coñac en cada mano. A la luz ambarina de los faroles japoneses
parecía un anuncio de un coñac caro.
—He esperado toda la noche la oportunidad de hablar contigo.
—No tenemos nada que decirnos, Neil.
—Yo creo que sí. Además, sería una lástima desperdiciar un buen brandy —
añadió, acercándose a ella—. Te lo he traído como una ofrenda de paz.
—Gracias, pero no lo quiero. ¿Harás el favor de marcharte?
Él dejó la copa en la mesa que había delante de ella y la miró con expresión
trágica.
—Me gustaría complacerte, pero no quiero cometer el mismo error dos veces.
Lo hice una vez, ¿recuerdas? Y no he dejado de lamentarlo.
—Ya sabes lo que dicen —comentó Arden secamente—. «Ten cuidado con lo
que deseas porque podrías conseguirlo».
—Tu cambio es asombroso. Te recordaba como una jovencita dulce que acababa
de llegar a la gran ciudad. Eras tan tímida, tan ingenua…
—Tienes razón. Era muy ingenua.
—Es increíble cómo has prosperado.
—¡Oh! ¿Te parezco más próspera?
—Lo que quiero decir es que te has convertido en una mujer fascinante,
sofisticada…
—Sin embargo, tú no has cambiado nada —le interrumpió Arden.
—Debí estar loco para dejarte —murmuró él— porque…
—¿Qué quieres, Neil?
—¿Perdón?
—Quieres algo de mí. ¿Qué es?
—¿Por qué dices eso?
Se echó a reír, pero su risa sonaba falsa.
—Porque recuerdo muy bien que, cuando quieres algo, eres más encantador
que nunca.
—¿Y qué podría yo querer…?
—Piensas que tengo alguna influencia sobre Flint Masters y deseas que la
utilice para ayudarte a conseguir su cuenta. Es eso, ¿no?
—No, desde luego que no —protestó él, con aire ofendido—. No voy a negar
que te estaría muy agradecido si pudieras ayudarme de alguna manera. Conseguir
su cuenta para mi empresa sería un buen golpe.
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Se sentó en la silla en la que Arden apoyaba los pies y se inclinó hacia ella muy
serio.
—Pero lo fundamental, es que, si consiguiera la cuenta, tendría que pasar
mucho tiempo por aquí.
Se inclinó más, sonriendo seductoramente.
—Podríamos vernos con frecuencia.
—¿Sí? ¿Y qué opinaría tu esposa?
—Te diré que ese matrimonio fue un error desde el principio… un desastre sin
paliativos. Si no fuera por mi suegro y por los niños, pediría el divorcio. Tal y como
están las cosas, hemos optado por un matrimonio abierto.
—¿Un matrimonio abierto? No puedo creerlo. Jessica es una de las mujeres más
posesivas que he conocido.
—Dímelo a mí —gimió él—. Pero, afortunadamente, la mayoría de nuestros
amigos lo hacen así, y ya conoces a Jessica. Le gusta estar siempre a la última moda.
Debo concederle eso al menos.
—Suena maravilloso —se burló Arden.
Pero él no captó su sarcasmo.
—Entonces, ¿lo harás? —exclamó entusiasmado—. ¡No puedo decirte cómo me
siento! Es como tener una segunda oportunidad en la vida. Conseguir esa cuenta y
verte de nuevo…
Estaba tan abrumado que no pudo seguir hablando.
—Me alegro de haber vuelto a verte, Neil, porque no había comprendido
realmente hasta qué punto eres un farsante, manipulador y calculador bastardo.
—¿Cómo?
La sonrisa se desvaneció de sus labios por un instante, pero en seguida apareció
otra más amplia y encantadora.
—Vamos, Arden, ¿aún sigues enfadada conmigo por lo de Jessica?
—Vete, Neil —musitó disgustada—. Vuelve a Nueva York. Flint Masters jamás
te dará su cuenta. No creo que haya considerado siquiera la idea. A diferencia de mí,
a él le habrán bastado dos horas para calibrarte. Y si fueras la mitad de inteligente
que crees ser, lo habrías comprendido durante la cena.
Con un suspiro de cansancio, Arden cerró los ojos y apoyó la cabeza en el
respaldo. No vio alejarse a Neil, ni supo que había subido directamente a su
habitación. No fue consciente del paso del tiempo mientras repasaba los sucesos de
los últimos días.
No conseguía reconciliar la actitud apasionada y tierna de Flint la noche
anterior con su comportamiento deliberadamente desdeñoso de aquella noche. Ni
comprendía por qué había invitado a Neil. Pero se alegraba de que lo hubiera hecho.
Le había servido para librarse del último lazo que la unía a Neil. Durante aquellos
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años había pensado que la había dejado por su falta de destreza y sofisticación
sexual. Aquella idea la hacía sentirse menos mujer. Hasta la noche anterior.
La noche anterior con Flint se había sentido tan completa y deseable como
puede sentirse una mujer. Y por ello, siempre le estaría agradecida. Pero no podía
soportar el desprecio que él le demostraba. ¿Pensaría realmente que se había
acostado con él para conseguir información para el libro?
Resultaba irónico que el libro les hubiera unido en un principio y que después
hubiera terminado destruyendo la felicidad que podrían haber compartido.
Finalmente, fue capaz de admitir que no había ido allí por el libro, sino por el
hombre que la había fascinado casi dos años antes de conocerlo.
Y que seguiría fascinándola aunque no volviera a verle nunca más.
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Capítulo 11
La fiesta se había trasladado otra vez a la piscina. Cuando Arden volvió a la
villa, no vio a Flint. No tuvo problemas para deslizarse escaleras arriba sin que nadie
se fijara en ella. Cerró la puerta de su cuarto. Dejó escapar un suspiro de alivio antes
de ver a Flint recorriendo la habitación, inquieto como un tigre enjaulado.
Se detuvo al verla e intentó adoptar una pose indiferente. Levantó su vaso como
si efectuara un brindis.
—¡Ah! Cenicienta vuelve al baile. ¿Has bailado con el Príncipe Azul?
—¿Qué estás…?
—No has podido esperar para acostarte con él, ¿verdad? —murmuró Flint con
desdén antes de terminarse la bebida de un trago.
Demasiado cansada para hablar, Arden movió la cabeza con incredulidad.
—¿Cómo? ¿No hay protestas de inocencia? —se burló él, cubriendo la distancia
que les separaba de unas zancadas.
—No.
Se puso lívido.
—Entonces, ¿lo… admites?
—No. Pero no voy a seguir disculpándome ante ti, Flint. Es lo que he estado
haciendo desde que te conocí. Primero por el libro de Felicia… ahora por éste.
Incluso me has acusado de hacer el amor contigo para conseguir información sobre
tu pasado, y ahora… esto.
Hizo una pausa para mirarle detenidamente.
—Al parecer, estás decidido a creer lo peor de mí. ¿Por qué?
—Muy inteligente. La mejor defensa es un buen ataque. Pero no va a funcionar
—dijo él sarcásticamente—. Quiero saber dónde demonios has estado durante estas
dos horas. Te he buscado por todas partes. ¡Por todas partes! Como un idiota. ¡Como
un estúpido!
Se dio la vuelta para que ella no pudiera ver su angustia e hizo un esfuerzo para
controlarse.
—Flint…
—Sé dónde estaba el encantador señor Foster porque vi las luces de su
habitación. Y ahí estabas tú también, ¿verdad?
—¿Me creerías si te digo la verdad?
—Inténtalo.
—¡Por Dios, Flint! ¡Si no comprendiste anoche lo que siento por ti, nada que yo
pudiera decir podría convencerte!
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Cuando terminó de vestirse, fue hacia la puerta sin mirarla ni una vez. Vaciló
cuando estaba a punto de salir. Arden volvió a sentir que deseaba decirle algo. Lo
notó en los músculos tensos de su espalda y en los nudillos blancos de la mano que
aferraba el pomo de la puerta.
—Me parece que los dos tenemos que reflexionar mucho —murmuró sobre el
hombro antes de cerrar la puerta tras él.
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Capítulo 12
Mientras extendía la toalla sobre la arena perlada, Arden comprendió que no
era un día especialmente bueno para ir a la playa. El sol brillaba, pero lo tapaban
esporádicamente las nubes arrastradas por el fuerte viento. Arriba, en la villa, la
fiesta se había iniciado ya, incluso a hora más temprana que el sábado. En la playa
podría relajarse y pensar… o, mejor aún, no pensar en absoluto. Le dolía la cabeza de
tanto reflexionar. Era lo que estaba haciendo desde la noche anterior.
Al ver la balsa movida por las revueltas aguas, surgieron inesperados
recuerdos. Comprendió que era el último sitio al que debía haber acudido para dejar
de pensar en Flint y se dio cuenta de que había bajado a la playa con la esperanza de
verle.
Él no había asistido ni al desayuno ni a la comida. Su yate seguía anclado en la
dársena. Seguramente las oscuras nubes tormentosas que se veían en el horizonte le
habían hecho renunciar a la navegación.
Se acomodó en la toalla, preguntándose si estaría en el faro. Miró en su
dirección y se quedó sorprendida al ver lo que parecía la silueta de un hombre en el
observatorio. Se incorporó para protegerse los ojos del brillo del sol y volvió a mirar.
La figura había desaparecido. Tal vez hubiera sido solo su imaginación.
Volvió a tumbarse utilizando la bolsa para apoyar la cabeza. Entre aquellas
paredes circulares había pasado los momentos más felices de su vida. Aquel faro era
la torre de marfil que Flint había creado para ocultarse del resto del mundo. Le servía
para mantener fuera el dolor y el rechazo que tanto le asustaba, pero también dejaba
fuera cualquier oportunidad de amar y ser feliz. Arden se sentía muy sorprendida de
que la hubiera dejado entrar allí.
Pero lo había hecho, sobreponiéndose al dolor y al miedo. Tal vez había
comprendido cuánto le amaba ella… lo suficiente como para aceptar sus condiciones,
para aceptar lo que él pudiera darle de sí mismo a pesar de sus propias dudas y
temores.
Se incorporó bruscamente. De repente, comprendió que ella era como Flint.
También había estado viviendo en una torre de marfil. Y la había llevado consigo a
todas partes. Había empezado a construirla, piedra a piedra, cuando perdió a su
familia. Y, como con Neil, había fracasado su único intento de salir de ella, había
cerrado la puerta y había tirado la llave.
Después de todo, Flint tenía razón. Se había refugiado en la escritura, había
elegido observar la vida en vez de vivirla. Era irónico que hubiera sido precisamente
él quien hubiera abierto una brecha en su torre de marfil. Si le dejaba ahora, sería
como enterrarse en vida otra vez.
La lluvia interrumpió sus pensamientos. Las nubes cubrían el cielo por
completo. Un relámpago cruzó el cielo, seguido por un amenazador trueno. Como si
el relámpago hubiera abierto unas compuertas, el agua comenzó a caer a raudales.
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Al mirarse al espejo de cuerpo entero, tuvo que admitir que él tenía razón. Las
mangas le cubrían las manos y el bajo se arremolinaba en el suelo alrededor de sus
pies.
—A ver… Permíteme —dijo él utilizando el anterior tono formal.
Procedió a enrollarle las mangas. Tuvo que inclinarse para hacerlo y Arden
pudo oler el bálsamo de su pelo.
—Gracias.
Se levantó la parte delantera de la bata, pero la posterior arrastraba y se le
enredaba en los tobillos impidiéndole andar.
—Permíteme —insistió Flint—. No quiero que te caigas por las escaleras.
Antes de que ella comprendiera lo que iba a hacer, la levantó en brazos y la sacó
del cuarto de baño. Tras un momento de inicial sorpresa, Arden le pasó los brazos
alrededor del cuello y se recostó contra él mientras la bajaba al salón. Cerró los ojos
mientras las paredes giraban a su alrededor, perdiéndose en los fuertes brazos y en el
cálido aroma de su cuerpo. Estar en sus brazos era como volver a casa. Arden supo
cuál era la elección correcta.
Cuando la dejó de pie delante del sofá modular, Arden deslizó las manos por su
espalda hasta rodearle la cintura.
—Flint, yo…
—Acércate al fuego —ordenó él, soltándola y dándole un pequeño empujón en
dicha dirección—. Te serviré un coñac. Te hará entrar en calor.
Arden se dejó caer en la moqueta ante el fuego. El rugido de la tormenta
destacaba en el silencio que reinaba entre ellos.
Flint estaba de pie al otro extremo de la habitación, pero Arden sintió que les
separaba una distancia inmensa. Comprendió que cada uno estaba refugiado otra
vez en su respectiva torre.
Él era muy orgulloso. La noche anterior se había olvidado totalmente de su
orgullo mostrándole sus sentimientos. No volvería a hacerlo. Tendría que ser ella
quien lo intentara.
—Flint, yo… He estado pensando en lo que hablamos anoche… sobre vivir
juntos.
La mano masculina vaciló un instante antes de servir una segunda copa.
—¿Y a qué conclusión llegaste? —dijo mientras se acercaba a ella con las
copas—. Espero que no se trate de más hechos.
—Solo uno.
Arden aceptó la copa e ignoró el sarcasmo. Sabía que solo era una actitud
defensiva.
—El hecho es que te amo muchísimo. Y no podría dejar de hacerlo aunque
quisiera.
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—Está bien. Admito que mi trabajo no me hacía muy feliz —concedió él como si
ella estuviera discutiendo aquel punto—, pero…
—Entonces, ¿yo te hago feliz?
—Más que eso, Arden.
Flint se arrodilló delante de ella.
—No sabía que existiera la felicidad. Nunca me había sentido tan… tan…
—Vivo.
—Sí, eso es. ¡Vivo!
Toda su cara estaba transfigurada. El amor brillaba en sus ojos. Arden solo
podía mirarle fijamente.
—Tú has sacado a la luz sentimientos que yo ignoraba que existieran. No sé qué
hacer con ellos y… es aterrador.
Flint se terminó el coñac de un sorbo y dejó la copa en el suelo.
—Pero te diré lo que me asusta aún más.
Acarició con ternura una mejilla de Arden.
—Pasar por la vida sin haber vivido realmente.
Deslizó una mano por sus rubios cabellos y le acercó la cara a la suya.
—Pasar la vida sin ti es lo que más me aterra —musitó antes de besarla
apasionadamente.
Arden le devolvió el beso con todo el amor que sentía.
—Sí… eso es —murmuró él contra su boca—. Eso es lo que siempre he
deseado… desde la primera vez. Pero no podía creerme que fuera cierto.
—Créelo, por favor. Créelo —imploró Arden con lágrimas de alegría en los
ojos—, aunque tanto amor sea algo increíble.
—Voy a intentarlo con todas mis fuerzas. ¿Te casarás conmigo? Cerraré la
villa… o la dejaremos abierta para alguna fiesta ocasional, y vivirás en el faro
conmigo. ¿De acuerdo?
—¿Aquí? ¿En tu torre de marfil? Porque eso es lo que es, ¿verdad?
La tormenta debía haber concluido tan bruscamente como había empezado. La
luz del sol entraba a raudales por las ventanas con vidrieras, trazando un dibujo
multicolor sobre la moqueta blanca mientras Arden se abrazaba a Flint.
—Desde ahora será nuestra torre de marfil —prometió Flint con suavidad antes
de rodearla con sus brazos para compartir el arco iris Con ella.
Fin
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