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MISERABLES EN QUIEN SE HIZO MISERIA, PARA SER GRANDES CON SU

GRANDEZA
Reflexiones en torno a Blaise Pascal

El gran acierto de la visión antropológica de Pascal, a mi parecer, es justamente haber


empezado por un mirar humano vivo. Las relaciones paradójicas que se captan por ese
mirar deben ser acogidas interiormente e interpretadas con fidelidad. Pascal, con su
increíble genio, ha sabido, como un sabio lo puede hacer, asumir la existencia con la
entereza de su ser, sin menospreciar ninguno de sus constitutivos. Ha realizado, de esta
manera, una integración antropológica que mantiene en tensión cada arista de la existencia
humana; aunque haya tenido que pasar, en un primer momento, por una suerte de quiebre
existencial respecto a su racionalidad. Era necesario romper aquella cuerda para descubrir
que había más de ellas que formaban parte de las liras entonadas por el ser del hombre.
En Pascal encontramos una armonía entre ocultamiento y revelación, lo conocido y lo
desconocido, que encuentran su fundamento en la misma divinidad, verdad esencial
evidente por sí misma, pero que supera al hombre. Dios, como afirmaba Guardini en la
misma línea pascaliana, es un exceso de verdad, un punto de encuentro entre la
comprensión y la incomprensión. Esta tradición se inserta en la grandeza del pensamiento
agustiniano. Es san Agustín que pide al hombre no angustiarse, pensando que no ha
entendido nada, cuando comprende la incomprensibilidad de las verdades más altas, sobre
todo del Dios Verdad. El primer punto de comprensión, y por tanto estamos insertos aquí en
el ámbito de la racionalidad, es la incomprensión de Dios, lo cual es la puerta racional que
nos permite contemplar a la fe como la coadyuvante de lo que no comprendemos. La fe,
que es asumida por el corazón, no elimina, sin embargo, aquello incomprensible, sino que
por ella el terreno de lo incomprensible se vuelve ámbito vital del hombre que busca
conocer y conocerse.
El conocimiento de sí mismo no es un corolario deductivo, sino que acontece en el corazón.
El misterio, imposible de contemplar absolutamente durante la vida temporal como
imposible es ver directamente el sol, ilumina graciosamente todo lo que pretendemos
conocer. Y el Misterio prístino, en su majestad y grandeza, contrasta con el parco misterio
del hombre. El misterio del hombre es análogo al misterio divino, y como analogía
participa de su grandeza, pero el de Dios está infinitamente alejado, desemejante, del
misterio del ser humano. Esta desemejanza, que se puede traducir en términos de santidad,
es la que revela la miseria humana. En su luz, el corazón humano queda como desnudo y se
descubre impresionantemente la realidad ontológica del anthropos.
Todavía más impresionante la contemplación de que el desemejante misterio divinose haya
hecho uno de nosotros, se haya hecho misterio humano. En cierta manera, la miseria
humana, que era completamente ajena al Misterio de los misterios, fue asumida por Él, por
lo que quedo abierta a la comunicación con Dios mismo. La miseria, pues, queda
totalmente vinculada con la grandeza, de suerte que es su camino, siendo así imposible la
consecución de la grandeza sin el ser miserable humano. He aquí la paradoja de la miseria y
de la grandeza humana, la corrupción que resucita en incorrupción, la nada y vacío que se
vuelve todo, porque es amado. Amor que únicamente se siente en el corazón.

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