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Historia del Arte Barroco IES COMERCIO

Características de la imaginería barroca española


del siglo XVII y compara la escuela castellana con
la andaluza.

Características de la imaginería barroca española

La escultura barroca española es, salvo algunas excepciones, el arte de la talla en


madera, destinada a ser policromada, con objeto de crear imaginería, imágenes
religiosas que inciten a la devoción. Estas imágenes están pensadas para ocupar un
lugar en el marco de dos modalidades artísticas que alcanzaron entonces un
desarrollo espectacular: el paso procesional y el retablo.

● El paso está ligado a la vertiente «vivencial» de la experiencia artística


barroca, como simulación de una realidad en la que el espectador participa
intensamente. Por lo tanto, las esculturas están pensadas para ser vistas por
las calles, en el marco del ritual de la Pasión de Cristo, seguidas de los
cofrades que las encargaban, como una forma de penitencia.

● En cuanto al retablo, su forma general ya había sido establecida con


anterioridad; en todo caso, es preciso tener en cuenta que en la realización
del retablo, cuyo programa iconográfico suele ser establecido por los
comitentes, intervienen diversos artífices: el que da las trazas
arquitectónicas, el tallista que las realiza, el escultor que esculpe las
imágenes, el ensamblador que hace la composición general, el dorador que
cubre de pan de oro las piezas y, finalmente, el pintor. De todos ellos, el
escultor no fue el más apreciado, aunque hoy tendemos a singularizar su
tarea artística. En los retablos barrocos las escenas son complejas, los rostros
expresivos y los gestos intensos y dinámicos. Todo ello es producto de un
sentimiento por lo dramático que nace, muchas veces, de una búsqueda
personal, cercana a lo popular, que se forma en la idea del sufrimiento
místico, ya que no se trata de artistas viajeros que conocieran los recursos de
los grandes artistas extranjeros, aunque todos terminarán por recibirlos.

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Las características generales son: sentido de movimiento, energía, tensión,


composición asimétrica con predominio de las diagonales y los escorzos, fuertes
contrastes de luces y sombras que realzan los efectos escenográficos y el
naturalismo.

Las figuras no son simples estereotipos, sino que se presentan de forma


individualizada, con personalidad propia. Los artistas buscaban la representación
de los sentimientos interiores, las pasiones reflejadas en los rostros de los
personajes.

Podemos hablar de la existencia de dos grandes escuelas: la castellana y la


andaluza.

Escuela castellana
A comienzos del siglo XVII Valladolid es un centro importantísimo de producción de
esculturas. El escultor más significativo es Gregorio Fernández (1576 1636), cuya
influencia fue decisiva en el norte peninsular durante todo el siglo. De su taller
salieron numerosos retablos, imágenes de devoción y pasos. Su estilo es muy
realista, según la tradición de la escuela flamenca que tanto había arraigado en
Castilla, como se pone de relieve en los pliegues angulosos de sus vestidos, que
producen un efectista claroscuro, así como en la rotunda corporeidad de sus figuras,
que, en su madurez, tiende a una hondura expresiva sobriamente contenida.
Gregorio Fernández configuró tipos iconográficos de gran fortuna, como el Cristo
yacente, la Piedad con Cristo muerto, el Cristo a la columna, el Ecce Homo, la
Inmaculada, la Sagrada Familia o los santos recién canonizados, como Teresa de
Jesús.

Escuela andaluza
Sevilla fue durante el siglo XVII una próspera ciudad, gracias, en gran parte, a su
relación con el Nuevo Mundo. En un ambiente, culto, favorable a la recepción de
motivos clasicistas cosmopolitas, dentro de una inclinación propia al naturalismo, se
forma Juan Martínez Montañés (1568-1649), cuya influencia fue muy grande. Su
estilo, como deja ya patente en el Cristo de la clemencia (1603), se basa en una
adaptación perfecta del realismo a un modelo clásico, imbuido de serenidad
celestial, con objeto de generar una relación personal, que nace de lo inmediato,
para hacer creer al fiel que se halla ante una realidad viva, pero trascendente.

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Otros maestros andaluces


Ya en el segundo tercio de siglo destaca el foco Granada, donde existió una fecunda
escuela. Allí trabajó, al final de su vida, Alonso Cano, autor de la exquisita
Inmaculada de la catedral de Granada (1655) de gracia casi inmaterial; y Pedro de
Mena (162 688) que añade a sus figuras una sensualidad afectiva acompañada de
un gran verismo, como en la Magdalena penitente (1664).

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