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lisis de Porto Alegre. Ha dictado seminarios en el Psychoanalytic Institute of Northern California. Tiene trabajos presentados en numerosos congresos icoandliticos internacionales, latinoamericanos y nacio- nales. Autora de articulos pubticados en las revistas de psicoandlisis de la APA, APdeBA, Revista de la Socie- dad Psicoanalitica de Porto Alegre, Revista de la Sociedad Psicoanalitica Chilena, Revista Brasileira de Psicotera- pia y en el International Journal de Psychoanalysis. Es la actual Co Chair Latinoamericana del Comité de Psi- coandlisis de Nifios y Adolescentes (COCAP) de la Aso- ciacién Psicoanalitica Internacional. virgungar@fibertel.comar 14 PROLOGO Quienes compartimos este libro hemos sido puberes, adolescentes, jévenes,.y hoy somos ya de otras genera- ciones. Vivimos, padecimos, no entendimos, nos senti- ‘mos incomprendidos, incapaces de sostenernos sin el apoyo de nuestros mayores y sentimos la necesidad _ imperiosa de salir de ese atolladero, soltar amarras y aventurarnos con herramientas propias, ésas que ad- quirimos y que cada. uno construyé y reproces6. Tal vez porque pudimos no olvidar esos tiempos y tampoco idealizarlos, como profesionales quisimos caminar jun- to a las nuevas generaciones. Hicimos el esfuerzo de entender, no slo sus sufrimientos, sino ese mundo diferente que desde el imaginario sacial inventa eédi- gos, propone nuevos ideales, facilita o deniega proyec- tos, estimula o apaga ilusiones. Pero, sin duda alguna, disfrutamos de aprender de esos jévenes que transita- ron por nuestros consultorios y que nos ayudaron’y enriquecieron. A veces no los entendimos, pero inten- tamos compartir sus biisquedas con nuestros recursos teéricos y técnicos, y con el placer de pensar, de crear, de fantasear. Buscamos otros modelos para ampliar el _ legado freudiano y comprender ese escenario multi- facético que es:la mente, el espacio psiquico, “esa otra escena” y esa otra realidad que nos pertenece, que 15 hace lo suyo, que desconocemos pero que intentamos aprehender. Ellos, con su confianza y el deseo de en- tender sus conflictos, sus temores, sus angustias, sus dudas, sus padeceres, sus utopias, sus proyectos, sus ilusiones, sus culpas, lo hicieron posible. Entre todos los autores de este libro que, insisto, compartimos el placer de interrogar las teorias y una clinica siempre cambiante, iremos planteando y desa- rrollando algunas particularidades del proceso adoles- cente. Pensar la adolescencia es indagar los cédigos en que se instituye y que son propios de cada época, de cada generacié6n, de cada subcultura, entramados siem- pre en la historia singular. El psicoandlisis di naturaleza que el pasaje de la ne én parte de la renun- cia pulsional; renuncia que munca es total. I repre. sentante pulsional : _ produc lo. lee inconsciente. Como sigue actuando desde el fondo de una negra noche, demanda satisfaccién, genera con- flictos y, en el mejor de los casos, hace wae cee tiv e transformen la rea- . De ahi que a veces ese retorno pulsional ind 0- mable puede volverse creatividad. Pero la creatividad del ser humano, privilegio de 108 nifios sanos y de los adolescontes; lamentablemente se va perdiendo.! La complejidad de los contenidos inconscientes, de lo vivenciado, de los modelos identificatorios devenidos yo, ideal del yo, supery6, condicionan la diversidad de intentos de solucién.. Dado que aquello. que el ser humano ha experimentado durante su vida, y espe- cialmente durante su infancia, deja sus marcas, la infinidad de combinaciones posibles de deseos que pug- 1. “Repare usted en el turbador contraste entre la radiante inteligencia ‘de un nitio sano y la endeblez de pensamiento del adulto promedio.” Freud, S. (1927): El porvenir de una ilusién, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu Editores (AE), 1978-1985, vol. XXT. 16 ee ene 4 | : i nan por su realizacién Ie plantean a los sujetos y a la cultura propuestas siempre novedosas. Desde que hemos superado el error'de reer que el olvido, habitual en nosotros, implica una destruccién de 1a huella mnémica, vale decir su aniquilamiento, nos inclinamos a suponer lo opuesto, a saber, que en la vida animica no puede sepultarse nada de Io que una vez se formé, que todo se conserva de algtin modo y puede ser traido a la luz de nuevo en circunstancias apropiadas.* Desde esta perspectiva en que lo inconsciente se presenta como un inusitado reservorio de deseos que pugnan por encontrar formas de transformar la reali- dad es que la pubertad y el proceso de la adolescencia cobra. particular interés en las asf Hamadas “culturas calientes”* En la clinica trabajamos y pensamos en las vidas de Jos otros, a veces en las propias. En las diferentes eta- pas tendemos a ver esas vidas como el resultado y el compendio de lo que ocurrié, de lo que cada sujeto logré 0 realiz6, como si fuera tan sélo eso lo que conforma su existencia. Y olvidamos casi siempre que las vidas de las personas no son sélo eso: cada trayectoria se com- pone también de pérdidas y desperdicios, de omisiones y deseos incumplidos, de miserias y traiciones, de lo que una vez dejamos de lado o no elegimos o no alean- zamos, de las numerosas posibilidades que en su mayo- ria no Megaron a realizarse todas menos una, a la postre-, de nuestras vacilaciones y nuestras enso- Giaciones, de los proyectos frustrados y los anhelos fal- 805 0 tibios, de los miedos que nos paralizaron, de lo 2. Freud, S. (1980): El malestar en la cultura, Buenos Aires, AE, vol. XX. 3. Erdheim, M. (1992): La produccién social de inconsciencia, una introduccién al proceso etnopsicoanalitico, México, Siglo XX1, 2003. 17 que abandonamos:o nos abandon6 a nosotros. Las per- sonas tal vez consistimos, en suma, tanto en lo que somos como en lo que no hemos sido, tanto en lo com- probable y cuantificable y recordable como en lo més incierto, indeciso-y difuminado. Quiz4 estamos hechos en igual medida de lo que fue y de lo que pudo ser. ‘También las concepciones sobre adolescencia han oscilado entre el subrayado de angustias y duelos con- comitantes y una acentuada idealizacién como tiempo pleno de vida, probable consecuencia de la confusién entre adolecer y adolescer. Pero crecer y padecer no son lo mismo; aunque el movimiento adolescente aca- rrea trastorno y angustia, més lo ocasiona la ausencia de su despliegue+ 7 La pregunta por la adolescencia en todo paciente es insoslayable. Si el proceso analitico es un trabajo de historizacién, los trabajos psiquicos que requiere el devenir adolescente no son intercambiables y nos inci- tan a acompafiar a los pacientes a recorrer algunas de sus experiencias, a renovar teorias, interpretaciones sobre lo que les ocurrié o en lo que creyeron. En fin, ayudarlos a reencontrarse una vez més, y seguramente siempre de una manera distinta, con los recuerdos y los fantasmas de esos tiempos. La ausencia de recuerdos, el exceso de represién o de escisién remiten con fre- cuencia a fallas en la capacidad de representucién. Estas se ponén de manifiesto como desérdenes, en particular excesos, desbordes pulsionales, que se expresan la mayoria de las veces por medio de conductas sintomatic “actos-sintomas” que no son faciles de amodificar. sobre to ‘todo cuando (como veremos mds ade- ‘Tante) estamos frente a fallas objetales, pulsionales e 4. Palazzini, L.: “Movilidad, encierros y errancias: avatares del devenir adolescente”, capitulo 6 de este libro. 18 identificatorias que dejan profundas heridas primarias en_la organizacion_psiquica. Pero, sin llegar a extremos,Rodulf reflexiona sobre el deseo de’ ser grande: L.1 grande, de grandeza de greatness mas que de bigness, de desmesura, de exceso, de infulas de liber- tad incondicionada, de colmo de potencia, que palpita en la rica fantasmética del deseo'de ser grande. El nig se promete todo con él. ¥ creo que, al respecto, en Ja adolesceneia ocurre algo del orden del traumatismo. L.1 hay una cosa terrible para el adolescente, que es descubrir que los adultos no son grandes, que un tér- mino no es sin6nimo del otro, que donde él creia que ~ habfa un grande apenas si hay un adulto o lo, que él Tama un viejo, Es una decepcién honda, angustiante, muy dificil de perdonar, y tiene mucho que ver con la ferocidad de la descalificacién que los padres a menudo sienten, no sin razén, tan injusta, que el adolescente hace respecto de todo lo de. ellos. Pero. tarda muchos afios esa herida en cerrar. Pues lo angustiante amena- za por otro flanco, ya que el adolescente entonces per- cibe que lo que le espera no es la grandeza sino la adultez y eso es insoportable. Creo que esto explica bastante bien una suerte de fobia radical o de radiea- Tizacién de la fobia, facil de encontrar en esas edades y que domina por largos periodos: rectiazo de todo Proyecto futuro, de toda anticipacién.® Furiosos, se ensafian con esos adultos que fueron sin Sarre capareoe Renee OallasopaElSu eee sarias, pero también mas dolorosas del desarrollo”.® 5. Rodulfo, R. (2004): Hi psicoantilisis de nuevo. Elementos para Ia deconstruccién del psicoantilisis tradicional, Buenos Aires, Budeba. 6. Freud, S. (1908): “La novela familiar del neurético”, AE, vol. DX. Idealistas, transgresores, irreverentes, estimulantes; para consolidar Ja identidad confrontan con las genera- ciones que van dejando atras y contribuyen a reformu- lar sus cédigos. Inmaduros, irresponsables, cambiantes, juguetones, reivindicadores, en tiltima instancia practicantes in- cansables de todo aquello que los ubique en un proceso identificatorio, aunque muchas veces estén al borde del colapso, la mayoria lograr4 sortear este transite sin caer en el intento.* Freud reconocié que en Ia bitemporalidad del desa- rrollo sexual radica la “condicién de posibilidad” para producir y conservar nuevas formas de cultura sin necesidad de que haya una transformacién del bagaje genético. Este entendimiento posibilita ver bajo una nueva luz Ja significacion de la infancia temprana y de la adolescencia para el desarrollo de la cultura. Si el-desarrollo sexual llegara a su término con la fase edipica significaria que solamente la experiencia de los primeros afios seria decisiva para la vida en sociedad. La historia ocurrirfa, entonces, siempre de una manera ciclica; cada generacién reproduciria de nuevo las experiencias de los padres. La irrupcién puberal flexibiliza las estructuras psiquicas previa- mente consolidadas en el seno de la familia, y genera con ello los presupuestos para una reestructuracién de la subjetividad, no restringida exclusivamente a Jos mandatos parentales. La pubertad da al ser hu- tnano otra oportunidad para revisar las soluciones que hallé durante la infancia. Lo vivenciado en ese tiempo deja sus marcas pero no condena, y la dind- mica de la adolescencia proporciona un aporte funda- 7. Véase Lerner, H: “Adolescencia, trauma, identidad”, capitulo 1 de este libro, : ~ 20 mental a la posibilidad de cambios y auto-organiza- cién del psiquismo. Quiz4 pueda compararse oste pro- ceso con una transformacién que da fluidez a lo que era sélido. (También pueden observarse en los puiberes Tasgos regresivos, pero prefiero destacar la liberacién de fuerzas que estaban ligadas a estructuras, y la consecuente reorganizacién en forma de nuevas iden- tificaciones y de la posesién de nuevos objetos.) Por consiguiente, nuestra conducta deberia inspi- rarse en el modelo de un pedagogo comprensivo que Ro procura contrariar una neofermacién inminente, sino propiciarla y amortiguar la violencia de su esta. Mido! Si se considera a los procesos de aprendizaje como fundamento del desarrollo de la cultura, podemos acep- tar que estos procesos inducides en Ia adolescencia determinarén importantes aportes del individuo en esta etapa. Los modelos identificatorios que propician los encuentros significativos de los jévenes en su salida a la exogamia y en el espacio social ampliado no son menores en importancia que los encuentros con los objetos primarios que introdujeron imborrables marcas desde el comienzo de la vida y la crianza. La construc- cion permanente del proceso identificatorio y de la movilidad estructural sélo acaba con la muerte. Pensar, investir, sufrir.? Esa es la tarea que todo sujeto tiene que asuinir para emprender la trayectoria que serd su vida, Sélo el amor del encuentro, el deseo de desear ser uno mismo y querer a otro como otro —con sus soberbias y sus debilidades~ los dejara partir y descubrir la grandeza de tales deseos, interactuar con ellos ¥ con las experiencias de la realidad. 8. Freud, S.(1927): “El porvenir de una ilusién”, AE, vol. XXI. 9. Aulagnier, P. (1982): “Condenade a investir”, en Uns intérprete en busca de un sentido, México, Sigio XXI, 1994. 21 La vida se impone, las experiencias que los sujetos afrontan, tan impredecibles como el dia que vamos a morir, ponen a prueba la capacidad de reorganizacién 0 de desestructuracin. Esté en la posibilidad de cada uno poder, saber, querer (parafraseando a Freud) que alli donde Jo traumatico era, lo creativo debe advenir. Por todo esto, dedicamos el libro a esos adolescentes que, en la bisqueda de consolidar su identidad, se re- belan, propician ideales 7 sufren para apropiarse de las herramientas que encuentran a su paso —cuando se enfrentan con experiencias significativas~ y confrontan a los padres, a los educadores, a la sociedad. ‘A los padres, que no s6lo sufren la descalificacién —n0 siempre justa— de los hijos que crecen y buscan diferen- ciarse sino también sus propias inseguridades que no les permiten dejar de ser “los idolos” e insisten en sostener una ilusoria omnipotencia que no hace mds que desacre- ditarlos ante la mirada perpleja de los hijos. A los educadores, que lidian con la irreverencia, las, transgresiones, los padeceres, pero también con esa vitalidad estimulante que transmiten los adolescentes, y cuya tarea es posibilitarles el despliegue de la crea- tividad y las inteligencias singulares para amortiguar asi ciertos aspectos de la violencia del estallido juvenil, contribuyendo a que los procesos de aprendizaje intro- duzcan solidez en el desarrollo de la cultura. ‘A los agentes de salud mental, siempre alertas a esos riesgos que hacen de la adolescencia un tiempo vulnerable debido a esa mezcla de omnipotencia y desvalimiento. Alertas, insisto, para contenerlos y acom- paiiarlos con eficacia y empatia en el proceso dé encon- trar cada uno su camino ‘Tatentamos entre todos dejar abiertas cuestiones para seguir interrogando las problematicas que hoy aquejan. a padres, hijos, educadores, profesionales de la salud, que parecen habitar —a veces- mundos tan disimiles que imposibilitan el didlogo y la comunicacién. Pregun- 22 tarse una vez més: zc6mo serdn las nuevas subjetivida- des que se instituyen bajo el sesgo de aceleradas trans- formaciones de valores, de ideales, de modas, de cédigos que impactan recursivamente en la cultura? Maria Cristina RorHER HornsTsin Diciembre de 2005 23 11. IDENTIDADES BORROSAS Marta Cristina Rother Hornstein EL médico (a diferencia del naturalista) se ocupa EJ de un solo organismo, ef sujeto humano, que lucha por mantener su identidad en cireunstancias adversas. Ivy Menenzie. ADOLESCENCIA ¥ ORGANIZACIONES FRONTERIZAS Toda vez que la patologia evidencia una ruptura 0 desgarradura, es posible que normalmente preexistiera una articulacién (Freud, 1932). Las organizaciones fron- terizas ilustran la complejidad del yo, sus limites bo- rrosos con los otros y con la realidad interna y externa. Los adolescentes nos enfrentan con situaciones limi. tes. Algunos autores consideran a la i “objeto-de la actividad narcisista” Bleichmar, 1997). Si estas, manifestaciones son transitorias, com el duclo normal, posibilitan reorganizaciones fecundas de la estructura psiquica. En la adolesconcia y la primera juventad, no es facil diferonciar entre organizaciones fronterizas, el comien- zo de la esquizofrenia o de una enfermedad bipolar. Prudencia y precisin en el diagnéstico se imponen ya que. se, re en rentes abord erapénti _ sién o no de una internacién transitoria que, a mi jui- cio, sélo debe estar al servicio de evitar un intento de suicidio, de regular el nivel de psicofirmacos, o encau- zar la reinsercién del paciente en su ambiente familiar y social evitando etiquetas nosogréficas que para el pro- pio paciente y/o para su entorno pueden actuar como mandatos identificatorios, lo cual contribuiria a incre- mentar modalidades sintomaticas, rasgos de cardcter, actitudes defensivas que, como profecfas autocumplidas, se transformen en enfermedad. La frecuencia de las organizaciones fronterizas en la consulta actual constituye una proporcién cada vez mas importante en relacién con los “buenos y leales neuré- ticos” de antes. En estos casos, las disfunciones del yo ponen en evid lencias, ca 4 del objeto primario (madre, padre, cuidadores), no intensificar las razones para seguir fijado a él, cuestio- nes_que se reproducen en la transferencia. El trauma cambi6 de sentido. Ahora, menos sexual, afecta al psiquismo de una manera més global, y se caracteriza a menudo més por la ausencia de respues- ta que por el efecto directo de ésta, resultando de ello afecciones mas o menos serias, generadoras.de, angus- tiag intensas, de repetici rtiferas, a1 men @ prueba la contrat ia del analista, quien se ve obligado a variaciones técnicas ilizar tes estrategias a veces en el transcurso de una misma sesion. Porque son pacientes que mi a s ceptibilidad extrema al rechazo, a la herida narcisista ya las pérdidas, y no toleran el alejamiento del otro. Ese otro que nunca los satisface. Que haga lo que hiciere nunca aleanza a cubrir lo que se espera de él como respuesta deseable. Hay una imposibilidad de reconocer la alteridad, no sélo en el Ambito de Ia lacién terapéutica sino en casi todas las relaciones: pareja, amigos, familiares, laborales. Son pacientes que sufri i sarrollo, las cuales los predisponen a la desconfianza, a las reaccio- 232 nes_afectivas violentas, a un intenso tabicamiento defensivo: Con.un fragmento del relato de una paciente ilustro un aspecto de lo antedicho. L: (Con dolor y rabia disimulados.) Nunea una mirada de ‘aprobacién, de valorizacién, de confianza. Lo que més me angustia es que lo sigo esperando. Mi padre me llamé para decirme que no querta vivir més. No soporta la humillacién que siente por no estar alli, en el pedestal. Lo miré Uorando, Worando (ora cuando lo cuenta); ni aun ast se conmovid. Lo Unico que me dijo es “cuidémela a ella” -refiriéndose a mi madre- “no la dejes sola”. Y luego agregé “ocupate de mis cosas que pueden. ser una mina de oro”. Se miraban entre ellos iy sabe lo que me di cuenta? De que siempre fue ast. Toda la vida solo se miraron sélo entre ellos. Sélo se quieren ellos dos. ‘Terapeuta: g¥ no es una manera de mirarla y valorarla cuando le pide que sea usted la que se ocupe de sus cosas (sus amores)? P.: No (con un gesto de desencanto y tristeza). Nunca, Jamas me felicité por nada. ¥ hoy, que supuestamente se des. pedia no me pudo decir te quiero. Solemos ver que a lo largo de la vida estos pacientes repiten formas lacionarse que tienen finales traumaticos y que (a diferencia de lo que ocurre en sujetos neuréticos) son con frecuencia predecibles, pero casi siempre inevitables. Estas repeticiones les confir- man que, en cada nuevo encuentro, serén ‘Uj-En tales pacientes hay unos principios organi conscientes © invariantes, a través de.los cuales se organiza toda In experiencia. Desde muy pronto, en su historia, ha cristalizado la conviccién de que nada bueno puede suceder en relacién con otra persona, que no existe ninguna posibilidad de que alguien cuide de ellos, y que, en definitiva, estén condenados a vivir y a morir solos, y cualquier esperanza de llevar una vida con sentido bacada en sus ‘propios designios internos es s6lo una ilusién y una invitacién al desastre” (Stolorow y Atwood, 1992). 233 ces en un circulo que comienza con la idealizacién del objeto que aportaria supuestamente la satisfaccin to- tal, seguida de furia y fantasmas asesinos cuando so- breviene el desfallecimiento del otro. Obstinados por establecer una relacién indisoluble y eterna, crean un lazo fusional, imaginario, que inevitablemente se reve- Jara inadecuado e imposible (McDougall, 1982). Es frecuente la reacci6n terapéutica negativa 0 esa compulsién a repetir que aparece como la subversion del principio de placer cuando fracasaron las condicio- nes de instauracién que implica la participacién del objeto. Fracaso que puede atribuirse a un conflicto cuya solucién no pudo'ser hallada entre el funcionamiento pulsional por un lado y la relacién con el objeto por el otro, al fracaso de esa madre que no pudo sostener lbidinalmente al nifio —no lo miré, no Io escuch6, no lo entendi6— y ofrecerle su psiquismo para ayudarlo a constituir el propio dejando de ser tinico objeto de amor y placer, y proporcionar libre acceso a otros para que el nifio pueda instaurar asf la relacién con la realidad. Las organizaciones fronterizas siguen siendo un in- terrogante para los psicoanalistas. Diversos autores agruparon bajo la categoria de fronterizos o borderline a pacientes que presentan cierta clinica, considerando lo afectivo, lo cognitive, lo relacional y el predominio defensive m4s proximo a las psicosis que a las neurosis. Sélo menciono algunos: Kernberg (1967, 1975) y Kohut (497D,, en los Estados Unidos; en otras latitudes, Balint (1968) y Bouvet (1966) plantearon como caractetistico de los estados limite un modo de relacién dual que no es la relacién fusional ni la indiferenciacién yo-otro de las psicosis. Agu, el.sujeto y el objeto permanecen ferenciados, pero se da una dependencia fundam Hel primero con respecto del segundo, de forma qr sujeto no puede conservar su integridad si, pierde al otre, Esta _dependencia en la .ci6n culmina en una especie de escisién de la pqrsonalidad en dos sectores, tipica de los estados limite: un sector adaptativo con lo 234 real (de ahi la aparente normalidad) y un sector que implementa defensas arcaicas de tipo psicético. ‘Winnicott es para muchos “cl analista de lo fronteri- ncia del “ambi ilitador”, co entre lo interno y lo externo. Proporcioné un modelo conjunto de encuadre clinico y de funcionamiento psi- quico en donde, ante el sentimiento de vacio del pacien- te, para quien el analista no representa la madre sino “es Ia madre”, la contratransferencia es el instrumento privilegiado. Tanto que a veces es desde ahi que hace- mos el diagnéstico. Green (1972) dice que, como en Francia entre 1953 y 1970 estaba prohibido interesarse en el yo, sélo tenerlo en cuenta era ser tildado de “ego-psycologist”, puesto que Lacan dictaminé que el yo sélo era producto de las identificaciones especulares del sujeto. El yo es mucho mas que lo que propone Lacan. De ahi la importancia de revisitar la segunda t6pica y autores Posfreudianos como Aulagnier, Green, Castoriadis, Pontalis, McDougall y otros, que retomaron el estudio del yo y su conformacién compleja, pulsional, identificatoria y sede del pensamierito. Y que invitan a Pensar no sélo en el trauma desestructurante que tiene su origen en el “abuso sexual” de los comienzos del psi- coandlisis sino también en lo traumatico de la falla y la ‘carencia libidinal, narcisista; la falta de respuesta del objeto primario; la madre en duelo, deprimida’y sin ac- titud amorosa hacia su nifio, lo cual puede dejar secue- Jas desastrosas, heridas no ficiles de eicatrizar 0 nunca cicatrizables siendo su consecuencia en la esfera soxual menos importante que los desgarros.a nivel del yo y las iferentes formas sintomaticas que producen. Vemos que, ni bien profundizamos en las propuestas metapsicoldgicas, encontramos grandes divergencias que se acentéan en Jas técnicas de abordaje. Para evitar 235 teorizaciones 0 pragmatismos no conviene desarticular la metapsicologia de la practica clinica y viceversa. ‘Las diversas organizaciones psicopatolégicas pueden ser abordadas por el psicoandlisis, con mas 0 menos éxito. Los éxitos o fracasos de cada tratamiento depen- derén de la propuesta de cada analista, de su solidez y amplitud tedrica y practica, y de un proyecto especifico para cada persona en el que intervienen la ética en el manejo de la transferencia y la contratransferencia, que apunta a investir un proyecto de autonomia. Repasemos lo conocido En los comienzos del psicoandlisis, Freud separé las psiconeurosis de las neurosis actuales. Luego, una vez cireunscripto el campo de las psiconeurosis, separé los diversos tipos de organizaci6n —neurosis obsesiva, his- térica, fobica-, no tanto por los sintomas visibles sino més bien por el descubrimiento de los mecanismos psiquicos en accién. Diferencié el modo de funciona- miento neurético, de la perversion y la psicosis. Definié Jos cuadros clinicos, no por prurito nosogréfico, sino como respuesta a la clinica y a los nuevos desarrollos de la teoria. No se trata de hacer entrar por la fuerza a los fenémenos en las estrecheces de un cuadro, sino, a la inversa, se trata de “crear un cuadro” para que so constituya como objeto psicoanalitico (Pontalis, 1977). Sostener una posicién critica acerca de los efectos que produce la manera como pensamos y abordamos el trabajo con los pacientes, mantener una escucha abierta a Jas nuevas formas que toma el padecimiento humano, reconocer Jas nuevas manifestaciones sintomaticas, nos Heva a crear diversas formas de’ abordaje clinico y a revisar la manera en que quedan conmovidos los concep- tos teéricos fundamentales (Vecslir, 2003). Freud, que se topé “a su pesar” con la transferencia, ue tropez6 con accion terapeutica we 236 lg Hilzo pacer, no negar lo irracions incoherente, lo uietante, lo negativo. Por el contrario, interrogar, pensar lo que se presenta como obstaculo. Hoy los “ca- sos-limite” no pueden ya ser considerados la excepcién. vez por ello pudo hacer operativos los tropiezos y los fracasos. Sometié su propia. oe a penepie aye Estar al dia Suele afirmarse que los pacientes ya no son lo que eran; que la poblacién analitica esté menos compuesta de neurosis “clasicas”, precisamente aquellas que Freud Mamaba neurosis de transferencia. Se ven cada vez mas “formas mixtas” en las cuales, tras la fachada neurstica, se revela la intensa actividad proyectiva esquizo-para- noide o una fragilidad narcisista que Heva a la disociacién entre la psiquis y el soma o a lo que Freud identificaba como “alteraciones del yo" que marcan el comportamiento de una suerte de locura sin delirio. El hecho es que a partir de las personalidades “as if” descriptas por Helen Deutsch en 1942, las organizacio- nes “falso self” deseubiertas por Winnicott (1972), y la falta bésica propuesta por Balint, los euadros clinicos etiquetados como neurosis puras son cada vez més raros. En la clinica habitual ya no predominan tanto los eintomas neuréticos, la inhibicién, la represién, los con- flictos internos apuntalados en conflictos sexuales o en. las dependencias familiares e ideolégicas, sino que asis- 2. “Al efecto que en el interior del yo tiene el defender podemos Gesigmarlo ‘alteracién del yo’, siempre que por tal comprendamos la ‘ivergencia respecto de un yo normal ficticio que asoguraria al tra- ‘bajo psicoanalitico una alianza de fidelidad inconmovible. Ahora es facil creer lo que la experiencia cotidiana ensefia: tratandose del desenlace de una cura analitica, éste depende en lo esencial de la intensidad y profundidad de arraigo de estas resistencias de la ‘lteracién del yo” (Freud, 1937). 237 timos cada vez mds a las dificultades en las relaciones con los otros y con uno mismo, a la depresién, a los comportamientos autodestructivos y a las somatizaciones. Podemos preguntarnos si los que han cambiado son Jos pacientes o Jos analistas. Los analistas por estar mas atentos a lo.“profunds” —lo que explicaria por una parte la duracién de las curas— 0 més interesados por los efectos de la realidad, del entorno, de la historia; los pacientes cada vez menos estructurados, en funcién de una evolucién sociocultural que conmueve la construe- cién identificatoria, como si la “crisis de identidad” no estuviese sélo ligada a la fase adolescente de la vida sino que constituyese un estado permanente. Nos en- frentamos ast a lo que diferentes autores aman esta- dos fronterizos, organizaciones fronterizas, trastornos Limite de la personalidad, pacientes borderline, tenien- do que dilucidar si son distintas maneras de referirse a una misma problemAtica o de agrupar pacientes di- ficiles de diagnosticar. iQUE ENTENDEMOS POR LIMITE? El limite es un concepto muy importante en psicoa- nalisis y en otras ciencias. {Pulsién no es, acaso un concepto limite, fronterizo? Consciente, inconsciente, preconsciente, yo, ello, supery6 y realidad. Los limites son zonas de intenso trabajo que posibilita modificacio- nes en las diferentes instancias psiquicas. Como ocurre con la membrana, en biologia, que es la zona més im- portante de la célula: limite, filtro y lugar de intercam- bio es garante de la individualidad® y de la vida de la célula. Si es demasiado cerrada se ahoga, demasiado 8. Individualidad no es independencia. Preservar la individuali- dad, la autonomfa requiere dependencia reeiproca con el'entorno. Condicién de sujeto y también de todo organismo vivo. 238 porosa deja pasar los elementos téxicos produciendo también una alteracién de su néicleo. Un sistema aut6- nomo, tiene una legalidad interna y una fuerte interde- pendencia. Siguiendo con la metéfora: gqué seria del inconsciente si no tuviera él mismo una membrana paraexcitacién interna y externa? ¢Y qué seria del psi- coandlisis sin esa membrana que le permita tanto pro- fundizar sus pilares conceptuales fundamentales como la porosidad necesaria para apropiarse de metaforas procedentes de otras disciplinas y transformarlas de acuerdo con sus necesidades para la comprensién de algunos hechos? (Rother Hornstein, 2003). En las organizaciones fronterizas dijimos que el pro- blema_se daa de_los limites y sobre todo_con Tespecto a los limites del yo. En estos pacientes, o hay una gran pordsidad y eseuchamos con reese las expresiOnes “soy una esponja; todo lo absorbo”, “soy maleable, tengo el st facil”, 0 por el contrario hay una gran distancia con el otro, extrema desconfianza, todo Jo cual da cuenta de la i i ala intrusi fusién y exceso de intrusién, Cuando el papel del yo auxiliar, la madre que contie- ne, la madre que metaboliza los ruidos, la madre espe- Jo, no esta garantizado, las posibilidades de elaboracion del nifio se ven sobrepasadas y el yo debe hacer frente a la doble angustia: de intrusién y de separacion. Estas fallas de los lazos libidinales o de excesos que pertur. ban el surgimiento del yo propician m: i sf mismo originada en la débil constitucién del yo ideal, “pobre Majestad tan desamparado”. Si el rechazo s¢ despliega —como es habitual- en la transferencia, geno transferencial de ‘que no es facil de remontar entimiento _contratransferencial de desaliento, desesperanza y frustrac ¥ que puede lievar & contraactuaciones nefastas. 239

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