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hispanoamericano
Un hombre que nació a principios del siglo XVI bajo el sol deslum-
brante de Andalucía, en el pueblo morisco de Alanís, Sevilla; y que
cruzó el Mar Tenebroso para ir a morir a principios del XVII en
las pesadas lloviznas y los fríos de Tunja, en el país de los chibchas.
Uno que fue soldado de la Conquista en las islas del Caribe y en la
Tierra Firme, pescador de perlas, traficante de indios esclavos, cura
párroco de tierra caliente, minero de oro, presunto hereje juzgado
por la Inquisición, profesor de latín y de retórica, beneficiado de
una catedral en construcción que no llegó a ver terminada, cronista
de Indias y versificador renacentista; y que después de una agitada
juventud aventurera se encerró a los cincuenta años para escribir en
otros treinta sus memorias en verso en la recién fundada ciudad de
Tunja, donde, según es fama, “se aburre uno hasta jabonando a la
novia”, pero en donde también, según su testimonio, había querido
“hacer perpetua casa”. Un hombre así, don Juan de Castellanos, que
cantó las proezas sangrientas de su gente, la que venía de España, y
se dolió de las desgracias de sus adversarios, los indios conquistados
de la tierra, y en el proceso dejó escrito el poema más largo de la
lengua castellana… Un hombre así merece ser llamado el primero
de los hispanoamericanos: el primero que quiso ser, a la vez, de
América y de España.
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“… tierra buena, tierra buena, /tierra de bendición, clara y serena,
/ tierra que pone fin a nuestra pena”.
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