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IRVIN D. YALOM MAMA yel Sentido de la Vida HISTORIAS DE PSICOTERAPLA Invin D. Yalom es profesor de ria en la Universidad de Stand) Ha escrito varios hbre Desde el divan (Emece, 1997 go del amor (Emece, 199 gran éxito de public y eri Historias de psicoterapia ES EMECE EDITORES nin Se ete dea Ind Brn Ake Eo Noe inivon "Code Tale de Rd Ca Pet san 930.08.20325 {-tiado-1. Aston Emec BairocesS.. ‘Asia 2962- Buenos tes, Argentina Esmalkedvoial@emececomar ip woremece omar “Talo orginal: Marama and she Meaning of Li “Copyright © 1989 by Irvin D.Yabi © Ene Edtora SA. 1999 ap: ae Bk Foxernta ep: Moo Paral RI. need 1300 Semple pes en Pini Bons Gl lar 4 rand ag de 999 MRE A GENISA RENTED ech deo qu pie a 1S.B.N.: 950-04-2032-5 297 1 Mama y el sentido de la vida Atardecer. Quiz4 me esté muriendo. Formas siniestras ro- dean mi cama: monitores cardiacos, tubos de oxigeno, goteantes botellas intravenosas, rollos de entubado plisti- co. Son las entrafias de la muerte. Cerrando los pérpados, me deslizo hacia la oscuridad. Sin embargo, saltando de la cama, salgo del cuarto del hospital irrumpo directamente en el parque de diversio- nes Eco del Valle donde, hace algunas décadas, pasaba mu- chos domingos de verano. Oigo misica de calesita. Inspiro lahtimeda fragancia acaramelada de palomitas de mafz y man- zanas almibaradas. Y sigo caminando hacia adelante —sin vacilar ante el kiosco de venta de flan helado nila montafia usa ni la vuelta al mundo— para ocupar mi lugar en la fila, frente ala boleteria de la Casa del Horror. Una vez que he pagado mi entrada, espero a que el siguiente cochecito do- blela esquina y se detenga con un ruido metilico delante de ‘mi, Después de ocupar mi asiento y bajar la barra protecto- Ta para acomodarme, echo un iiltimo vistazo a mi alrede- dor, y alli, en el medio de un grupito de espectadores, la veo, Agito los dos brazos y la llamo lo suficientemente alto Para que todos oigan, —jMami! ;Mamét Justo entonces el coche se sacude y avanza hasta llegar a 9 ddo unas filas atrés junto a un amigo, No habfa manera de equivocarse: los dos me miraban con furia y me sefialaban fon eldedo. Uno de ellos formé la palabra “Después!” con los labios, mientras me amenazaba con el puto. Mamé me arruiné el cine Sylvan, Ahora era territorio nemigo. Probibido, al menos ala luz del dia. Sino me que. via perder la serie del sibado —Buck Rogers, Batman, El avispn verde, El fantasma— debia llegar después de em- pezada la funcién, sentarme en la oscuridad, en las ultimes + tan cerca de la puerta de escape como fuera posible, y antes de que volvieran a encenderse las luces, En mi vecindario lo absolutamente prioritario era evitar una pali- a, la mayor de las calamidades. Recibir un puiietazo no era dificil de imaginar: un golpe en el ment6n y nada més, Lo mismo que recibir una bofetada, o una patada, Pero suns Paliza! {Dios mio! ¢Cudndo termina una queda de uno? Para el muchacho que ha r ya todo ha terminado: e Ia puerta doble, que se abre para revlar ums enormes fu cor negras, Me hago hacia atris todo lo posible, y tragado por la oscuridad, vuelvo a grtar ce Ser Mami Sr de vez en cuando, algo nuevo, algo bello. id la de 6 d mostrar ji pete cémo aparezco ante los ojos de mi sem 20u8acion de este sueto esd gnorar,y demasiado perturbadora Bo, he aprendido que los sues n imutal i tnmutables, Durante toda le vida he sido un remendo - Sé emo domesticarlos, rahe go integrarlos, Sé cé como desmenuzarlos y hu cémo es ‘y tue- creto. strujarlos para arrancarles su se- lemasiado poderosa para para olvidar. Sin embar- © son ni inescrutables ni Y asi, dejando caer la cabs re la almohada, floto a .eza sob. |a deriva, rebobinando el sueiio de vuelta al cochecito en la Casa del Horror. El cochecito se detiene con una sacudida, contra la barra de seguridad. Un momena deveg soe tela dir io spués, revier- y despacio retroced i eaer ea erere sauce laze Ba eae - del Valle. parque de diver —iMamé, mamé! —grito, agit 2Qad Ns mam! —erito,agitando los dos brazos—. Ella me oye. La veo abrié empujando a la gente a deca —Qué pri aban lose paso entre la multitud, egoma, Oyvin dice rents hac ar de seguridad yacrancidenc UN ecaaeg en scsi miro. Fuerte y compen, parece tere cincuent sy leva sin esfuerzo una abultada bolsa de com, de madera. Es fea pero no lo sabe, y r; : alto, como si fuera hermosa. Noto 15 ULC lo fair easy elas ena des ro afecto. Teg Me da un gran beso himedo, Coe 2 eee ett Sone ipudiera verte tu padre. 1 ona ipuedes leer lo que escribo. .. por con ternura. ‘La forma en que toca los "Lo importante es lo que! pueden estar Ilenos de tonterias, Oyvin, no digas narishkeit, pavadas ibros hermo- : i » no dig: ama, Ss ‘Isa de libros todo el tiempo, mé ane NE Sle Haces un tempo de eles. 2No a en ores ste conocen. El mundo: entero. Mi dice que s hija esti ts bros en —Te peluquera? Esa es la PS aa THrodos. Se lo digo a on Ora? i no tienes nada hacer No pas 1d. ane tus amigos Hanna, Geri Labs, Dorothy Sam, eon tu hermano Simon? iQue 5 id “ nm pe ae Se esté aqui? Siempre sentiste aie 3 enna pAdénde més iba a esta = wergienzs. Aden oi ambos somos grandes. Y = Sélo quiero decir que ar eee .o mas aaa afios. ee hora de qu Eaviera sus propios suciios pacadbel Siempre avergonzindote de mi “No dije eso. Ta no me ese Siempre pensaste que Yo saste que no entendia nada. —No dije eso. Siempre ner s6lo la manera en que ti, la mat Juquera me iva? gen que ti... 16 ————————————— =! ‘era estipida. Siempre pen- fe que no lo sabfas todo. Es —gLamaneraen que yo qué? Sigue. Ti empezaste, Dilo. Ya sé lo que vas a deci —2Qué voy a decir? i dilo, Si yo lo hago, tt lo cambias, —Es que tino me escuchas. Bs la manera en que hablas de cosas de las que no sabes nada. = iNo te escucho? ¢¥o no te escucho? Dime, Oyvin, eme escuchas ti a mi? ¢Sabes algo sobre mi? —Tienes razén, mamé. Ninguno escucha al otro. —Yo si escucho, Oyvin, y escucho bien. Escuchaba el silencio todas as noches cuando llegaba a casa de la tienda y ‘ti:no te molestabas en subir de tu estudio. Ni siquieras me decias hola. Ni me preguntabas situve un dia diffell. ¢Cémo Podia escuchar cuando ni siquiera me hablabas? —Algo me lo impedfa. Habia una pared entre nosotros, ~2Una pared? Linda cosa para decirle a tu madre, Una pared. ¢Yo la construf? No dije eso. Solo dije que habia una pared. Sé que me alejé de ti. Por qué? ¢Cémo voy a acordarme? Esto fue hace cincuenta afios, mama, pero yo sentia que todo lo que ‘me decfas era, de alguna manera, una reprimenda, —¢Qué? {Una reprimenda? 7 Quiero decir una critica. Yo debia mantenerme aleja- do de tu critica. En aquel tiempo me sentia suficientemente mal yo mismo sin necesidad de mas critica de afuera, —aPor qué te sentias mal? En aquel tiempo papa y yo trabajébamos en la tienda para que ti estudiaras, Haste la medianoche. ¥ geuantas veces me laste por teléfono para que te llevara algo a casa? L4piées, 0 papel. {Recuerdas 2 Al? El trabajaba en la licoreria. gAl que le cortaron ls cara durante un robo? —Por supuesto que me acuerdo de Al, mamé. Con la cicatriz que le llegaba hasta abajo, por delante de la nar ~_Bien. Al contestaba el teléfono y siempre gritaba, en medio de la tienda lena de gente: “Es el rey. jLlama el rey! Que el rey se compre sus propios lipices. Al rey le vendvia bien un poco de ¢jercicio”. Al estaba celoso. Sus padres no 7 Je dabaa nada. Yo nunca presté atencién a lo que él decia. Pero Al tenfa razon. Yo te trataba como a un rey. Cada ver ue llamabas, dia 0 noche, dejaba a papa con una tienda lena de clientes y corria una cuadra hasta la tienda de cinco yy diez de Mensch. Estampillas también necesitabas. Y cua Uernos, y tinta, Y después, boligrafos. Tenia toda la ropa manchada de tinta. Como un rey. Nada de eritica. ‘blando ahora. Y eso es bueno. No —Mamé, estamos hal nos acusemos el uno al otro. Comprendamos. Digamos sim- plemente que yo me sentia crticado. Sé que decfas buenas » cas sobre m{ alos demas. Hlacias alarde de mi. Pero nunca me lo decias. En la cara. —No era tan facil hablar contigo entonces,' Oyvin. Y no sélo yo, todos. Télo sabias todo. Leias todo. Quiza la gens te te venia un poco de miedo. Quizd yo también. gDe qué tmancra? Quign sabe, Pero déjame decirte algo, Oyvin. Yo Jo pasaba peor que ti. Primero, té munca decias nada agra- dublede mi, tampoco. Yo cuidaba la casa, cocinaba para ti. ‘inte afios comiste mi comida. Te gustaba. Lo sé, porque las cacerolasy los platos siempre quedaban limpios. Pero ti a tcn me lo decias. Ni una sola vez en la vida. 2Eh? 2Ni una vez en la vida? ‘Avergonzado, sélo pude agachar la cabeza. Segundo, yo sabia que nunca decias nada agradable a mis espaldas. All menos ti tenfas eso, Oyvin. Ti sabfas que yo hacia alarde de ti con los dems. Pero yo sabia que vite wergonzabas de mi. Avergonzado por completo, delante de miy a mis espaldas. Avergonzado de mi inglés, de mi ssento. De todo lo que no sabia. ¥ de las cosas que decfa seen Yo ofa la manera en que ti y tus amigos se burlaban de imi. Julie, Shelly, Jerry. Lo ofa todo. Eh? ‘Agaché més la cabeza. Nunca te perdiste nada, mamé. —4Cémo ibaa saber yo algo que estaba en t hnubieca tenido la oportunidad, si hubiera ido a la escuela, qué podria haber hecho con mi cabeza, mi aychel? En Rusia, en el shtetl, no podiaiir a la escuela. Sélo los varones- 18, —Lo sé, mamé, lo sé. Sé que te hubiera ido tan bien como s Te jen com ubieras tenid i en enido la oportunida stave aide Barco con mimadee Seale Sa eine sos Seis das po semana tenia que ab a (res de cosurs: Docs hors al dia, Dene iets dele mafanah la noche, a veces hasta s més temprano, alas cinco de ls waters, che jebia acompaiiz i reopen a pie 3 mi padre hasta su kisco de diacos reeatal lado de subterineoparasyudarloa coe los dias nos no ayudaban nunca, Si Tasscula de contadores. Hymie conducia un panaua mumea cas mane envaba dinero, Y dsputs ee Pilla teat hen so eae Hado ldo la tienda doce horas por dia y limpi oe a ins we Pcie foe ee 7 in jute i é oe eee to de trabajo, Y después te tuve a Yyo trabajar. {Ti me Meo ers facil. ¥ yo munca dejé de t i Me ofas subir y bajar la escalera corriende ? s : tiendo. ;Miento? —Y todos esos afi lentras vivi, sostuve a Bubba y 8 afios, mi aiios, mientras vi Zeyda. Ellos no tenian nada, s6lo los pocos Peniques que ganaba mi padre en el kiosco. Después abrimos una tienda i fh de caramelos para él pero él no podia trabajar. Los hombres ia trab: debian rezar. zRecuerdas a Zeyda? —Recuerdos dét vei 's, mama, Patio, cinco pisos mds abaj con suyarmulke negro, larga eae chada con salsa, los brazos'y a reve nes negros, iempre de negro, barba blanca man- ls, losbrazoty rent enue concord. nustando rezos, No podamos mantener uma Elo hablabayidash— pero medabaun mgjilla. Recuerdo a todos los de- Lena— trabajando, subiendo arrera el da entero para ir a i la bajando las escaleras a la c: 19 tienda, haciendo y abriendo paquetes, cocinando, sacéndo- {es las plumas a los pollos, las escamas a los pescados,lim- piando, Pero Zeyda no movia ni un dedo. Se quedaba sen tado y lefa. Como un rey. Todos los meses —sigue diciendo mamé— ba el tren a Nueva York y les llevaba comida y dinero. Y ris tarde, cuando Bubba estaba en el hospital, yo pagaba Ins cuentas y la iba a visitar cada dos semanas. (Te acuer- das? A veces te Ilevaba a tien el tren. ¢Quién mas en la familia ayudaba? ;Nadie! Tu tio Simon iba después de unos seses y le levaba una botella de 7 Up, y ala visita siguien- teclla no hablaba de otra cosa que de la maravillosa bote- lla de 7 Up de tu tfp Simon. Hasta cuando estaba ciega se quedaba acostada en la cama sosteniendo la botella vacfa de7 Up. ¥ yo no sélo ayudaba a Bubba, sino a todos en la familia: a mis hermanos, Simon y Hymie, a mi hermana Lena, a Tante Hannah, a tu tio Abe, el bobo, al que traje "Todos, toda la familia vivia de esa tiendita Sebmutzig, sucia. A mirnadie me ayudé jnuncal Y jamas nadie me dio las gracias. Inhalé hondo y pronuncié las palabras: —Yo te doy las gracias, mamé. Te agradezco. Noes tan dificil. ;Por qué me ha llevado cincuenta afios? Latomo del brazo, quiza por primera vez. Laparte carnosa justo encima del codo. Es blanda y tibia, algo asi como un hichel antes de ser horneado. * Me acuerdo que nos contabas a Jean y ami del 7 Up del tio Simon. Debe de haber sido muy duro. Duro? No hace falta que me lo digas. Algunas veces bebe 7 Up con un pedazo de mi kichel —ya sabes el trabajo aque cuesta hacer kiche!— pero de todo lo que habla es del 7 Up. "Bs bueno conversar, mamé. Es la primera vez. Quiz siempre quise hacerlo y es por eso que siempre estés en mi mente y en mis suefios. Quizas ahora todo sea distinto. —~Distinto en qué sentido? yo toma- 20 siecg Punt Podré ser ms yo mismo, ¥ causas que quiera tener, “ noes librarte de mi? —No, bueno, no d ‘ le esa mani ae era, no mal. D i Pe pat Qwiero que puedas descansar. ae ‘ansar? ¢, . ? eMe viste dese: ansar alguna vez? Papa dormia la siesta todos los dia viste a mf dormi I s. ¢Me viste a mf dormir la —Lo que quiero deci : rode Posto ena vids, no exe compras—. ;No m propésito. —Pero acabo di le exp! bolsa de mano lejos dem iSon mis libros también! Su brazo, que atin aprieto, —éQué quieres decir con vivir para los propé- es que debes tener tu propi esque debes tener tu propio pro- sto —le digo, sefalando su Bokade ‘ost ¥ yo deberia tener mi propio ‘artelo —replica, cambi —. Estos no son sélo tus esta frio de pronto, y lo suelto, pre es dete con que debo tener mi propdsio? presi 's son mi propésito, Ye je [EY Por ellos. Toda mi vida trabajé por esos iene Mete la ee ene 4 bolsa de compras y saca dos libros Tpeetracedo, con temor aque los levante al pequetio grupo de expectadores que seh ier Peery sea reunido ahora —Pero tino lo entiendes, mami, dos, no estar encadenados el w reaean aeel no al otro, Eso es lo que sig- ¢ eso exactamente escribo los hijos de todos, Desencadenados, Tylor meinen - desplumados? a aa esencadenados, una palabra que signifi los. No logro Megar ati, mama Dees , mamé. Déjame ex- Plicarte: en el mun i Ble do, cada criatura estd Fandamentalmente ropios sueiios. Ti debe Quiero que salgas de mis svete Su rostro se endurece de severidad, y se aparta de mi. ce pero no porque no te quiera —me apresuro a agre gar, sino porque deseo lo que es bueno para todos, para mfy también para ti. Tt deberfas tener tus propios suetios y tu propia vida, también. Seguramente puedes entender es0. w Oyvin, todavia ti piensas que yo no entiendo nada y que wilo entiendes todo. Pero yo también miro la vida. Y la Auuerte, Entiendo acerca de la muerte més que ti, Créeme. ¥ entiendo lo que es estar sola mas que ti. w Pero, mamé, tii no haces frente a la soledad. Te que- das conmigo. No me dejas. Entras en mis pensamientos. En mis suefios. 0. “Hijito.” No he ofdo ese nombre en cincuenta afios. Me he olvidado de que asi me llamaban con: frecuencia ella y mi padre. —No ¢s como ta crees que es, hijito—prosigue—. Hay ciertas cosas que ti no entiendes, cosas que tienes al revés. gRecuerdas ese suefio en el que yo estoy en medio de la multitud, mirando cémo me saludas desde el coche de la Casa del Horror, en que me llamas, en que me preguntas cémo has estado en la vida? "Si, por supuesto que recuerdo mi suefio, mamé. All es donde empez6 todo esto. Tu suefio? Es0 eso que quiero decirte. Ese esl error, Oyvin, el que td pienses que yo estaba en tu suefio. Ese suefio no es tu sueio, hijito. Es mi suefio. Las madres tam- bién tenemos suefios. 2 2 Viajes con Paula eee cuchar y tocar, hinchados, y los retina. Escuché el bazos e higados, la tersura de ladizos de dureza del céncer de prostatay OVatoOS lt marmérea 4 Aprender sobre los pacientes: tal era e asunto de la es- . Pero aprender de los pacientes fue wn P! I ao aci6n superi i Quizas empez6 coy iperior que vino mucho después, usciPey mn mi profesor John Whitehorn, que so : jue deberfam, iti cientes que nos enechen 10s permitir a nuestros pa- John Whitehor: jombre form: aunque John Whitehorn, un hombre formal elegante au: L, brillante pelo ten‘ re contaba alas fue dl nase del da siquiatria de la uni ins d inta af a Pkins durante treinta afios. Usaba anteojos con aro de 23 oro y no haba en su persona ni en lo que llevaba nada su- perfluo: ni una arruga en su eara nien el traje marrén que se ponia todos los dias del aio (suponfamos que tenia en su guardarropa otros dos o tres idénticos). Tampoco expresio- hes superfluas: cuando daba clase, s6lo movia los labios; todo To demas —manos, mejillas, cejas—permanecia notablemen- te inmévil. ‘Durante el tercer afio de mi residencia en psiquiatria, cinco condiscipulos y yo pasdbamos todos los jueves por la tarde haciendo las rondas con el Dr. Whitehorn. Antes al- morzbartios en su oficina de paredes recubiertas de roble. El mend era simple ¢ invariable —sindwiches de atin, car- ne fray torrejas frfas de cangrejo dela bahia de Chesapeake, con ensalada de fruta y torta de nuez. de postre— pero todo servido con elegancia surefia: mantel de hilo, bandejas de plata pulida, porcelana. Durante el almuerzo, la conversa tin era abundante y descansada. Aunque cada uno de no- Sotros tenfa llamadas que contestar y pacientes que clama- ban por ser atendidos, no habfa forma de apresurar al Dr. Whitehorn. Con el tiempo hasta yo, el més frenético del grupo, aprendi a tomarme mi tiempo. En esas dos horas fenfamos la oportunidad de hacer preguntas a nuestro pro- fesor: recuerdo haberle preguntado sobre cuestiones tales como el origen de la paranoia, la responsabilidad del médi- co para con los suicidas, la incompatibilidad entre el cam= bio terapéutico y cl determinismo. Aunque él respondia con Tajo de detalles, estaba claro que preferfa otros temas: la punteria de los arqueros persas, la cualidad comparativa- mente mejor del marmol griego sobre el espafiol, los gran- des errores de la batalla de Gettysburg, su tabla periédica mejorada (originalmente obtuvo un titulo en qufmica). Después del almuerzo, que por lo general tardaba dos horas, el Dr. Whitehorn empezaba a entrevistar en su ofici- nna los cuatro o cinco pacientes a su cargo, mientras noso- tros observabamos en silencio. Nunca se podia predecir la extensién de cada entrevista. Algunas duraban quince mi- rnutos, muchas legaban a dos o tres horas. Sobre todo, re~ a cuerdo con claridad los meses de verano, oscurecida, los toldos a rayas anaranjadas y wefan de feroz olde Baliore, Heder dels cals tepaban magrolis cays vellda rela ventana. Desde un rinco a inc6n yo alcan- zaba a ver un extremo de la cancha de tennis del personal iAY, cudto ansiaba estar afueraj Ee i Sia far afuera jugando! Inquieto, sofiaba sper con lanzar la pelota de vole 0 con servicios no deruciosa medida quelas sombras se ibanalargando inexo- tablemente através de a canch, Slo cuando el atardecer tragaba hasta ima franja del sobre la cancha termi taba abandonando toda esperanza y dedicaba toda mi clonal entrevista del Dr. Whitehorn coq inna tne £8 pausado, Tenia iempo de sobra. Nada le interesaba tanto como la ocupaciny pasatiempos del pa. Gente. Una semanaalenaba un hacendado sudamerieand a habla dante una hora de sus cafetales, aI semana ‘ule facta que unprofesor de hora se xplayara eer rota de la Armada Invencib era hn ed ida Invencible. Cualquiera hu- bier pensdo que su ropdsito principal era ease relist entre a liu y a calidad del rano de cafe ivos politicos detras de la Ari fi ls ‘mada espatiola en el si no d : pafiola en el Xv Con tana sea cambiaa hacia tena ae ue siempre me sorprendia cu: i : ° n ando un su son spicar pa- inte paranoico de repenteempezaba a habla ea aueza sobre mismo y su mando pietico, i cna {Betts queel pacienteleensefiar, el De Whichorn ntablaba una relacién con la persona, y no con su patolo Bi. Sa xtratgia invarablementeinctementaba Gia torrespeto del paciente como su disposicié laciones sobre sf mismo, imallacncinn Podria decirse i : jue era un entrevistador i i. ci qu a Un tador astuto. Sin em- bargo,no habia artuca en, niduplicidad: el deseo de is derdel De Whithorn era genino, Era un eaete ae atios fue acumul i arenes de os tulando un resoro increible de —Tant i (0 ustedes como su paciente ganan —decia— si le Ia fresea oficina verdes que pro- los postes de los toldos 25 permiten ensefiarles acerca de su vida ¢ intereses. omtcee de eémo es su vida: no s6lo entraran en posesion de algo edificante, sino que en tltima instan ilatia a er te Jo que necesitan saber acerca de su enfermedad, Quince afios més tarde, a principios de la década de 10, cuando ya el Dr. Whitehorn habja muerto y yo era = oH de psiquictria, una mujer llamada Paula, con un avanzado cancer de mama, entré en mi vida para continuar mi educa én, Aunque entonces yo no lo sabia, y aunque di a zu a lo reconocié, creo que desde el comienzo mismo ella se asig- area como maestra. ‘ a Panties anaetoquaaicn después de eae por medio de una trbajadora socal dea clinica oncologic de que yo estab interesado en formar un grupo de tera con pacientes con enfermedades terminales, Cuando eatre en mi consultorio por primera ver, quedé cautivado a ns tante por su aspecto: por la dignidad de su ports Ia sont radiante que me jnelui, la masa de canoso pelo brillant corto como de varén, pero exuberante, y por algo que de- nominaré luminosidad, que parecia emanar de sus 0j08; $2 bios e intensamente azules. 66 mi atencién con sus primeras palabras. Seni ee paula West dijo. Tengo céncer ter ’nal. Pero no soy una paciente cancerosa. “ ‘i Y, por cierto, a mis ae con ella durante nucli EC jamés la consideré una paciente. A continuaci A esc " dle manera resumida y precisa su historia clinica: céncer de mama diagnosticado hacia cinco aos; extirpacion quit gica de ese pecho; lnego cancer en el otro pecho, que tam bign fue extrpado, Después vino ls quimioterapits con st familiar y hortendo cortejo:néuseas, vomitos, pérdida 143) del pelo. Y a continuacién la terapia de radisctayes mi smo permitido. Pero nada podia xetardar la propagacion de) cdncer al créneo, la columna y las érbitas de pao! cancer de Paula exigfa ser alimentado, y aunque los ciryj 26 s le arrojaron ofrendas de sacrificio —senos, nédulos faticos, ovarios, glindulas suprarrenales—, continuaba, voraz. Cuando imaginaba el cuerpo desnudo de Paula, vefa un pecho cruzado por cicatrices, sin senos, ni carne, ni mtiscu- los, como los maderos de un galeén naufragado, y debajo del pecho un abdomen Ileno de sciiales quirirgicas, todo sostenido por gruesas y feas caderas ensanchadas por esteroides. En suma, una mujer de cincuenta y cinco afios sin pechos ni adrenales, sin ovarios ni titero y —estoy se- guro— sin libido. Siempre he disfrutado de las mujeres con cuerpos firmes y griciles, pechos generosos y una sensualidad a flor de piel. Sin embargo, algo muy curioso me sucedi6 la primera vez que via Paula la encontré hermosa, y me enamoré de ella. Nos encontramos semanalmente durante algunos me- ses, en un arreglo contractual irregular de “psicoterapia”, segiin habria sido descripto por un observador, pues yoano~ taba su nombre en mi libro de citas profesionales y ella ocu- paba el sillén del paciente durante los cincuenta minutos rituales. Sin embargo, nuestros roles no eran claros. Por ejemplo, nunca surgi la cuestién de los honorarios. Desde el principio yo supe que no se trataba de un contrato profe- sional comtin y cottiente, y no me encontraba dispuesto a mencionar el dinero en su presencia: habria sido vulgar. Y no sélo el dinero, sino también otros temas de poco gusto como la carnalidad, las relaciones maritales o sociales. Los tépicos que discutiamos, las tinicas preocupaciones de Paula, eran la vida, la muerte, la espiritualidad, la paz, la trascendencia, Sobre todo, hablabamos de la muerte. Todas Jas semanas eran cuatro los que nos reunfamos: Paula y yo, su muerte y la mia. Se convirtié en mi cortesana de la muer. te: me la present, me ensefié cmo debia pensar en ella, inclusive a ser su amigo. Llegué a'entender que la muerte tiene una mala prensa. Aunque causa poca alegria, la muer- te no es un monstruo maligno que nos arrastra a un lugar terrible e inimaginable. Aprendja desmitificar a la muerte, ant vida, el averla tal cual es: un acontecimiento, una parte dea vida, inal de posibilidades ulteriores. ‘ Fee Pe eee Sep ee eects reado por el miedo. , io "Todas las semanas Paula entraba en mi consltri, he i i vetia ut i ‘onrisa que yo adoraba, m : cia fulgurar la amplia soni cabo, meta une sacaba su diario y lo p mano en su gran bolsa de aja, ari Ho pone artia conmigo los suefios de la tin sobre su falda, y compartiac sus delaima rataba de responderle con propi semana, Yo escuchaba y ts on propie ba dudas acerca de se dad. Cada vez. que yo expresal rc de utd, ella parscaintrigads Lueg, despus de una pu sa momentdnea, volvia a sonreir como para tranqui % otra vez consultaba su diario. ie 7 eTntos volvimos a vivir su encuentro con e eincr corimocin nil lsneredlida, lt mutacin desc po, lt gradual acepacign, su azostumbraminto a dei ‘engo cancer”. Habl6 titud carifiosa de su “Tengo eéncer”. Hablé de a actita su mark gos inti fa entenderlo fécilmente: de sus amigos intimos. Yo po : Zradificl no amar a Paula (Por supuesto, no le declare mi amor sino hasta mucho después, en un momento en q me creerfa.) : Despis dseibi los shores de a recurencia de i Ivario, dijo, y las estaciones de su cincer, Esa fase fue sucalvario, s cruz eran es mortfcaiones que sfren todos eee a: jioterapia con w 0 con recurrencias cuartos de a unterble globo ali ido en lo alto, hostiles técnicos i ocular metilico suspendido en lo alto, host im- incé igos, médicos distantes y, so ersonales, incémodos amigos, sta todo, por todas partes elensordecedor silencio en torno. al mal seereto, Lloré cuando me conté que llamé a su cine oyun amigo personal de hacia vine af, pero su sere. ria le informé que no habrfa mas consultas, porque tor no podia darle nada m a eee conllos médicos? —me pregunt6—. ce no se dan cuenta de que cuando ya no tienen mas que da ; a cuando més se los necesita? ‘Aprendi de Paula que el horror de enterarse de que la enfermedad conduce inevitablemente a la muerte se inten 28 sifica debido al alejamiento de los demés. La soledad del-y paciente moribundo es exacerbada por la estupida parodia delos que intentan disimular la Ilegada de la muerte No ce osible esconder la inminencia de la muerte. Las pistas son ubicuas: las enfermeras hablan en voz baja, los médicos on sus rondas suelen prestar atencibn ala parte del cuerpo que menos importa, los estudiantes de medicina entran en el Suarto en puntas de pic, la familia sonrie valientemente, los visitantes se muestran joviales. Una paciente con cance, me dijo una vez que sabia que la muerte estaba cerca cuando sa médico, que siempre finalizaba su examen fisico con una juguetona palmadita en el traste, terminé esa vez con un célido apretén de manos. x Mis queala muerte, setemela total soledad que a acom- Paiia. Todos tratamos de ir por la vida dea dos, pero debe- mos morir solos: nadie puede morir nuestra muerte con osotros ni por niosotros. Los vivos evitan a los moribun- dos, y eso prefigura el absoluto abandono final. Paula me ensefié que el proceso de aislamiento de los moribundos funciona de dos maneras. El paciente se separa de los vivo, Pues no quiere arrastrar a su familia o sus amigos a su ho. ror revelindoles sus temores o sus pensamientos macabros. *¥ los amigos se apartan porque se sienten impotentes y tor, es, no saben qué decir ni qué hacer, y no quieren acescarse demasiado para tener una visi6n preliminar de su propia muerte, Sin embargo, la soledad de Paula habia legado a su fin ‘Al menos yo era constante. Aunque otros la habian aban. donado, yo no lo haria. ;Qué bueno era haberme encomten, dlot «Como iba a saber yo que llegara el momento en que me verfa como a su Pedro, que la negaria no tres veces, sino muchas? Ella no encontraba palabras apropiadas para describir la amargura de su soledad, un perfodo al que con frecuencia denominaba su jardin de Gethsemani. Unaver me trajo una litografia hecha por su hija, en la que varias figuras estiltzadas estan lapidando a una santa, una pequefa y solitaria mujer 29 frégiles brazos no pueden protegerla de la secre coe er rinnoraten oe ver quela veo picnso en Paula, diciendos “Yo soy esa mujer, ieee ae Se araeea cea encom tear una Salida del jardin de Getsemani. Conocedor del tabi aforsmo de Nietzsche, el Ants: Quin sen "por qué’ es capex de soportarenlgaier ‘cde’ el sacerdos diunmaevo marco su sufrimieno:"Sucinoeres sure lijo. “! imi es su ministerio. Meee eee aT Rae Te como lade- nominaba Paula— cambié todo. Cuando ella describja su in de su ministerio y su dedicacién aaliviar el su- Frmiento de las personas que padecian de ences, yo co- menc a entender papel que me habia asignado ella no crami proyecto, sino que yo eal della yo er objeto de su ministrio, Yo podia ayuda a Pauls, pero no bind dole poyointerpeacon,ynsiqie festa o iia i i jue me educara. I Pee Seta Been ed atemeere coy cuetpo est carcomido por el cincer, sea capaz de exper mentar un “periodo dorado? Pula o ea, Fe ls quien me nse que sbrazar a moerte con honest perme tuna experiencia més rica y satifact y Piers fleas pero doado” ene ‘én, una hipérbole espiritual. lacién con la muer : ei ete ogee vocad, Tiate de entender que n e5 la muerte lo dorado, Sino la vida vividaen plnitud ante Ia muerte, Piense en intensdad yen presiosiad dele kim: la kia prima vera, el ultimo pimpollo, la fragancia dela tlima glicina. El period dorado —agrepabo— es tambien un iem- pe de gran iberacin cuando se tiene libertad de dest no 2 las obligaconss rvs, de dediarse por completo a Ta Gue a uno realmente le gusta la presencia de los amigos, el cambio de las estaciones, el oleaje envolvente del mar. ‘Tenfa una actitud critica hacia Elizabeth Kiibler-Ross, 4a suprema sacerdotisa médica de la muerte, quien, inca. az de reconocer la ctapa dorada, desarroll6 un enfoque clinico negativo. Segtin Kiibler-Ross, las “etapas” de la muerte —ira, negaciOn, regateo, depresi6n, aceptaciSn— siempre enojaban a Paula. Ella sostenia —y estoy seguro de que tenfa raz6n— que esta rigida categorizacién de las reac- ciones emocionales conduce a una deshumanizacin tanto del paciente como del médico. El periodo dorado de Paula era una época de intensa exploracién personal: sofiaba con que caminaba por salo- nes enormes y descubria en su casa nuevos cuartos nunca usados. ¥ era una época de preparaci6n: sofiaba que limpia- basu casa, desde el s6tano al aktillo, y reorganizaba roperos ¥ escritorios. Preparaba a su marido con amor y eficiencia, Habia momentos, por ejemplo, cuando se sentia con fuer zas para hacer las compras y cocinar, pero deliberadamente evitaba hacerlo para obligarlo a ser mas autosuficiente. Una vez me dijo que estaba muy orgullosa de él porque por pri mera vez se habfa referido a “su"retiro y no a “nuestro” retiro. En esas ocasiones yo la miraba con incredulidad. Era sincera? ¢Bxistia tal virtud fuera del mundo de Peggotty, Little Dorritt y los Chuzzlewit? Los textos de psiquiatria raras veces discuten la cualidad de la personalidad denomi- nada “bondad”, excepto como defensa contra impulsos si- stros. Al principio yo cuestionaba sus motivos, mientras con el mayor disimulo posible intentaba encontrar defectos Y grietas en la fachada de santidad. Al no encontrar nada, con el tiempo legué a la conclusién de que no se trataba de una fachada y, desistiendo de mi biisqueda, me entregué al placer de calentarme a la lumbre de su gracia. Paula crefa que la preparacidn para la muerte es vital y requiere una atencién especifica. Al enterarse de que el cén- cet se le habia extendido a la columna vertebral, Paula pre- aré para el fina su hijo de trece afios, enviéndole una carta de despedida que me conmovis, En su tltimo pérrafo le 31 recordaba que en el feto humano los pulmones no respiran, ni ven sus ojos. El embrién es preparado para un existencia que atin no puede imaginar. “zAcaso nosotros no somos igualmente preparados —le decia a su hijo— para una exis- tencia més alla de nuestro alcance, inclusive mas allé de nues- tros suefios?” Siempre me ha intrigado la creencia religiosa. Siempre consideré como una verdad evidente que los sistemas reli- giosos se inventaron para proporcionar consuelo y alivio a Ia angustia de la condicién humana. Un dia, a los doce 0 trece afios, cuando trabajaba en la tienda de mi padre, me puse a hablar de mi escepticismo acerca de la existencia de Dios con un soldado que acababa de regresar del frente eu- ropeo durante la Segunda Guerra Mundial. Como respues- ta, él me dio una estampa arrugada y despintada de la Vir~ gen Maria y Jestis que habia levado consigo durante la in- vasién a Normandia. : i —Dala vuelta —me dijo—. Lee lo que dice atrés. Léelo en voz alta. : —"No hay ateos en las trincheras”, —let. = jCorrecto! No hay ateos en las trincheras —repitié despacio, meneando el dedo en mi cara mientras pronun- ciaba cada palabra— El dios de los cristianos, el dios de los jute dos chino, cualquier oto do, peo algén dios. yuede estar sin él. 5 eae estampa arrugada que me dio un total desconocido me fasciné. Habia sobrevivido a Normandia y quién sabe a cudntas otras batallas. Quizé, pensé, es un presagio. Quiz Ja Divina Providencia me ha encontrado por fin. Durante dos aos levé esa estampa en mi blleteras de vez.en cuando la sacabay reflexionaba. Y luego, un dia, me pregunté: "Y? 2 Qué importa que sea verdad que no haya ateos en las trin- cheras? Eso no hace més que reforzar la postura escéptica: por supuesto que la fe aumenta cuando el temor es mayor. Exactamente de eso se trata: el miedo engendra la fe. Nece- 32 sitamos y queremos un dios, pero eso no quiere decir que exista, La fe, por més ferviente y mas pura que sea, no dice absolutamente nada sobre a realidad de la existencia de Dios. Al dia siguiente, en una libreria, saqué de la billetera la es~ tampa, ahora carente de toda fuerza, y con mucho cuidado —pues merecia respeto— Ia puse entre las paginas de un libro titulado Paz espiritual, donde tal vez otra alma conflictuada podria encontrarla y hallarla de utilidad. Aunque la idea de la muerte siempre me habia llenado de espanto, terminé prefiriendo el espanto sin ningin ade- rezo a alguna creencia absurda cuyo principal atractivo ra- dicaba en el mismo hecho de ser absurda. Siempre he abo- rrecido la impregnable declaracién: “Creo porque es absur- do”. Sin embargo, como terapeuta, reservo estos sentimien- tos para mi mismo: sé que la fe religiosa es una poderosa fuente de consuelo, y nunca hay que menoscabar una creen- cia cuando no hay nada mejor que Ja reemplace. Mi agnosticismo ha vacilado raras veces. Bueno, quizés algunas veces en la escuela, durante los rezos matinales, me sentfa incémodo al ver a mis maestros y condisefpulos in- clinando la cabeza y susurrandole al Patriarca mas alla de las mubes. ¢Se han vuelto todos locos, menos yo? me pre- guntaba. ¥ luego estaban las fotos en los diarios del adora- do Franklin Delano Roosevelt asistiendo a la iglesia todos los domingos. Eso me hacfa dudar: la fe de FDR debia to- marse con seriedad. Pero, gy las creencias de Paula? ¢La carta a su hijo, su fe en quea todos nos aguarda un sentido de propésito que no podemos anticipar? A Freud le habria divertido la metdfora de Paula. En el campo de la religion siempre he estado de acuerdo con él. “Una pura y simple expresion de descos”, dliria él. “Queremos ser, nos espanta el no ser, ¢ inventamos agradables cuentos de hadas en que todos nuestros deseos * * sevuelven realidad. El propésito desconocido que nos aguat- da, el alma perdurable, el Cielo, la inmortalidad, Dios, la reencarnacién: todas ilusiones, todos edulcorantes para $a- car el gusto amargo de la mortalidad,” Paula siempre reaccion6 bondadosamente ante mi es- cepticismo, y me recordaba que si bien yo crefa que sus creencias eran poco plausibles, tampoco podia demostrarse lo contrario. De cualquier manera, a mi me gustaban las metiforas de Paula y la escuchaba predicar con més tole- rancia que nunca tuve hacia otros. Quizé se trataba de un simple trueque: yo le daba un apice de mi escepti poder arrimarme au gracia. A veces me ofa decir comenta- rios como “;Quién sabe?”, “De todos modos, ¢dénde puc- de hallarse la certeza?”, “Es posible saberlo, en realidad?” Yo envidiaba a su hijo. gSe da cuenta lo afortunado que es? Cuanto ansiaba yo ser el hijo de una madre Alrededor de esa época asisti al servicio fiinebre de la madre de un amigo, en el que el sacerdote relaté una histo- ria como consuelo. Describié una congregacién de perso- nas en una playa que se despiden con tristeza de un barco que parte. El barco va empequefieciéndose hasta que sélo se alcanza a ver el méstil. Luego desaparece del todo. “Se ha lo.” En ese mismo instante, sin embargo, en algiin lugar stance, oto grupo de personas otean el horizonte y ven legar la punta del més “Una fébula tonta”, habi das ances de Paula. Pero ahora me sentfa menos condescendiente. Al mirar a los demis dolientes a mi alrededor, me senti por un momento unido a ellos en ka ilusién. Todos juntos compar- tiamos el mismo fervor ante la imagen del barco que se acer- caba ak orilla de una nueva vida. Antes de Paula, nadie habia estado mas dispuesto que yo para ridiculizar el excéntrico paisaje de California. El horizonte de New Age no tenia limites: Tarot, I Ching, ejer- cicios fisicos, reencarnacién. Sufi, canalizacién, astrologia, numerologia, acupuntura, cientologia, masajes de Rolf, res- piracién holotrépica, erapia de vidas pasadas. La gente siem- pre ha tenido necesidad de esas patéticas creencias, solia pensar yo. Responden a un anhelo profundo. Algunas per- sonas son demasiado débiles para estar solas. ;Que tengan sus cuentos de hadas, pobres criaturas! Ahora yo expresaba 44 IRVIN D. YALOM MAMA Y EL SENTIDO DE LA VIDA Traduccibn de Rolendo Cosa Picaco DEL MISMO AUTOR por nuestro sllo editorial EL DIA QUE NIETZSCHE LLORO DESDE EL DIVAN \VERDUGO DEL AMOR mis opiniones con mayor suavidad. Acudian a mis labios frases mas conciliadoras: “;Quién podria afirmarlo?”, “| Quiza!”, “La vida es compleja inescrutabl Después de reunirme con Paula varias semanas, empe- zamos a hacer planes concretos para formar un grupo de pacientes terminales. Hoy en dia dichos grupos estan gene-. ralizados, y se habla mucho de ellos en las revistas y en la televisi6n, pero en 1973 no habia precedentes: morir era tan censurado como la pornograffa. Por ende, debfamos impro- visar todo el tiempo. El comienzo representé un gran obs- taculo. ¢Cémo iniciar semejante grupo? ¢Cémo reclutar sus miembros? ¢Con un aviso en el diatio: “Se necesita mori. bundos”? Sin embargo, la red de Paula con su iglesia, clinicas de hospital y organizaciones para el cuidado del hogar empe- zaron a traer posibles miembros. La clinica de didlisis renal de Stanford propuso el primero: un muchacho de diecinue- ve afios, amado Jim, con una gravisima enfermedad renal. Aunque seguramente sabia que le quedaba poca vida, tenta scaso interés en profundizar su relacién con la muerte. Jim evitaba mirar a Paula de frente, De hecho, no queria com. promisos con nadie. “Soy un hombre sin futuro”, decta, “éQuién me querria como marido 0 amigo? Por qué se- guir enfrentindome al dolor del rechazo? Ya he hablado demasiado. He sido rechazado demasiado. Me va muy bien sin nadie.” Paula y yo lo vimos sélo dos veces; no volvié para la tercera sesion, Llegamos a la conclusién de que Jim era demasiado sa- ludable. La dislisis renal ofrece demasiada esperanza: pos- pone la muerte durante tanto tiempo que la negacién termi- ha por arraigarse. No, necesitabamos a los condenados, a los que les faltaba poco, los que ya contaban los dias en el pabellén de la muerte, los sin esperanzas. Entonces llegaron a nuestra puerta Rob y Sal. Ninguno s reunia del todo nuestras condiciones: Rob negaba 35 de

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