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Los Mitos Del 24 de Marzo Por Agustin Laje Arrigoni
Los Mitos Del 24 de Marzo Por Agustin Laje Arrigoni
suceso o aspecto de la realidad. Constituyen, por tanto, meras creencias no sujetas a pruebas de
veracidad que, por lo general, no resultan de procesos que deriven de la razón, sino de
emociones y pasiones.
En este orden de cosas, la militancia setentista, apoyada y financiada por el oficialismo y las
estructuras estatales, en su intento por diagramar su estrafalaria historieta que ha hecho de los
años 70, no ha escatimado esfuerzos en implementar y propagar una serie de mitos relativos a
los sucesos ocurridos el 24 de marzo de 1976, cuyo aniversario número 34 se cumple en el día de
la fecha
En razón de ser la venganza un objetivo primordial del setentismo, resulta clave que el papel
desempeñado por la sociedad civil en los hechos del 24 de marzo haya sido arbitrariamente
omitido por el historietismo oficial, a los efectos de instalar en la opinión pública aquella falsedad
de que se produjo un golpe exclusivamente militar (apuntando todas las responsabilidades sobre
el ambiente castrense y exculpando al resto de la sociedad). Pero, en verdad, los sectores civiles,
representados por su clase dirigente, tuvieron decisiva participación en el derrocamiento de Isabel
Perón.
Desde 1975, la partidocracia se alarmaba por el exasperante vacío de poder que reinaba en la
Argentina: “Pero, ¿quién gobierna? ¿Ese conjunto colegiado de ministros que, además, no
produce ninguna confianza al país? Eso sigue siendo anarquía. Y, lo peor, anarquía organizada”,
afirmaba el líder del Partido Federal, Enrique “Paco” Manrique, (tercera fuerza electoral de
entonces) desde la pantalla del histórico programa de TV Tiempo Nuevo , a fines de julio. Desde la
otra punta del abanico ideológico, el izquierdista Oscar Allende ponía de relieve que “el
desgobierno ha colmado la paciencia de los argentinos” (1). El diputado Monsalve diría, por su
parte, que “no puede transcurrir un minuto más en el más absoluto desorden” (2). Incluso, desde
el mismo sector oficialista, se ofrecían lecturas similares, como la del diputado justicialista Carlos
Palacios Deheza, quien afirmó que “así no llegamos a 1977, sino ni siquiera a 1976″, o la del
mismísimo gobernador peronista de Buenos Aires, Victorio Calabró, quien, a fines de 1975,
pronunciaba que “si las cosas siguen así, no llegamos al 77″ (3).
De esta manera, la clase política (incluido el oficialismo mismo) empezaba a avizorar una salida
facilitada por las Fuerzas Armadas. Ya a comienzos de 1976, la UCR definía su postura a través de
una declaración oficial del comité nacional, que rezaba: “El país vive una grave emergencia
nacional. Toda la Nación percibe y presiente que se aproxima la definición de un proceso que, por
su hondura, vastedad e incomprensible dilatación, alcanza su límite”. Era, por tanto (según
expresa el comunicado radical), “incomprensible” la continuidad del gobierno, tales las propias
palabras del partido que se jacta de ser el más democrático de la Argentina, y, por tal razón, las
reuniones secretas entre políticos con jefes militares comenzaban a tener lugar con extremada
frecuencia.
A fines de 1975, en cálida reunión entre el Dr. Ricardo Balbín (líder de la UCR) y el Gral. Jorge
Rafael Videla, el radical le expresó: “General, yo estoy más allá del bien y del mal. Me siento muy
mal, estoy afligido. Esta situación no da más. ¿Van a hacer el golpe? ¿Sí o no? ¿Cuándo?”. A lo que
su interlocutor respondió: “Doctor, si usted quiere que le dé una fecha, un plan de gobierno,
siento decepcionarlo, porque no sé. No está definido. Ahora, si esto se derrumba, pondremos la
mano para que la pera no se estrelle contra el piso”. Balbín replicó, impaciente: “Háganlo cuanto
antes. Terminen con esta agonía” (4).
La presión que los políticos ejercían sobre las FF. AA. abarcó a todos los sectores ideológicos. En
rigor, hasta el propio Partido Comunista se pronunció en este sentido, cuando, el 12 de marzo,
“reiteró su propuesta de formación de un gabinete cívico-militar” (6). Amplios sectores del
peronismo tomaban posiciones similares, como el líder de la CGT, Casildo Herreras, quien se
entrevistó en secreto con Videla, “para decirle que, aunque en público no podían declararlo,
también ellos consideraban que el gobierno era un desastre, que eran sus amigos y que deberían
tenerlos en cuenta después del golpe, si finalmente lo llevaban a cabo” (7).
Por su parte, el viejo amigo de Perón, Jorge Antonio, el 22 de marzo, esgrimió sin tapujos, desde
una conferencia de prensa en un hotel céntrico de Buenos Aires: “Si las Fuerzas Armadas vienen a
poner orden, respeto y estabilidad, bienvenidas sean” (8). Numerosos sectores obreros, el 20 de
marzo, anticiparon su simpatía por la eventual solución militar, declarando, a través de cuarenta y
una organizaciones sindicales, que no acatarían un paro general de actividades, en caso de
interrupción del orden constitucional.
El pedido de una reacción por parte del sector militar era tan visible que, desde el Parlamento,
se admitían las reuniones con uniformados: “Debo confesar que en el día de hoy he golpeado las
puertas [?] de la Policía Federal, la de algunos hombres del Ejército. Y el silencio es toda la
respuesta que he encontrado” (5), admitía el senador Eduardo Angeloz, a catorce días del 24 de
marzo. Días después, nada menos que Victorio Calabró entregaría a oficiales de las Fuerzas
Armadas los mapas de la Casa de Gobierno, a los fines de que las tropas del Regimiento de
Infantería 7 no se cruzaran con la policía, el 24 de marzo (9).
Además de anular o ignorar ex profeso el papel de la civilidad como actor propiciador del golpe,
otro mito consistió en minimizar el rol de las organizaciones terroristas subversivas en la tragedia
de los años 70 alegando que “la guerrilla ya estaba diezmada, el 24 de marzo de 1976″, con la
evidente intención de formar la idea de que la guerra interna era una mera excusa de sectores
castrenses. La realidad indica completamente lo contrario. Según confirmó la sentencia que juzgó
a la junta de comandantes, en 1975, se produjeron 893 hechos terroristas (promediando un
atentado cada ocho horas, durante el año precedente al golpe). 1976 no fue menos: el 22 de
marzo, el matutino “La Tarde” (dirigido por el kirchnerista Héctor Timerman) informó: “Un récord
que duele: cada 5 horas, asesinan a un argentino”. Y, a renglón seguido, expresaba: “Terrorismo:
Sigue la escalada de crímenes”. El 19 de marzo, el diario de izquierda “La Opinión” arrojó una
estadística similar: “Un muerto cada cinco horas, una bomba cada tres”.
Otro insistente mito en torno de la fecha en cuestión consiste en utilizar el 24 de marzo como
punto de partida de la utilización de métodos ilegales por parte de las Fuerzas Armadas para
enfrentar la subversión terrorista. Pero, ¿cómo se la combatía antes de esta fecha? Los
historietistas del setentismo no ponen mucho empeño en explicarlo.
Poco después, como respuesta al terrorismo que había diseminado focos rurales en Tucumán,
el gobierno democrático emitió, en febrero de 1975, el decreto secreto Nº 261 del Poder
Ejecutivo, que ordenaba a las FF. AA. “ejecutar las operaciones militares que sean necesarias a
efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos que actúan en la
provincia de Tucumán”. En octubre, se amplía el terreno de operaciones de las Fuerzas Armadas a
toda la Nación, a través del decreto 2.772, ordenando “ejecutar las operaciones militares y de
seguridad que sean necesarias a los efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos
en todo el país”. Los desaparecidos anteriores al 24 de marzo contabilizados por la Conadep
(Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) ascienden a 900 casos. El informe de la
secretaría de Derechos Humanos de la Nación computa, por su parte, un total de 642
desaparecidos en democracia peronista, y 525 abatidos, lo que suma 1.167 casos que son
responsabilidad de la clase política que tuvo el poder en aquellos años y que se constituía en la
creadora de la metodología irregular que, lamentablemente, se continuó practicando luego del 24
de marzo.
Concluida la guerra, el terrorista Enrique Gorriarán Merlo dirá que “las técnicas represivas de
ese gobierno surgido de elecciones fueron (aunque parezca difícil de creerlo) más feroces que las
instrumentadas por el gobierno defacto de Onganía, Levingston y Lanusse” (14). Julio Santucho,
hermano del jefe máximo del ERP, expresará, por su parte, que “en un solo año de gobierno
popular, nuestro pueblo tuvo más muertos que en siete años de dictadura militar (…) la represión
actuada por el gobierno peronista fue diez veces mayor que la de la Revolución Argentina
proclamada por el general Onganía” (15).
A 34 años del 24 de marzo de 1976, numerosos sectores cobijados por el aparato estatal han
reducido la historia por la memoria, cambiado la justicia por la venganza, suprimido la verdad por
el engaño y convertido una gran tragedia del ayer en un exitoso negocio del presente.
(1) Yofre, Juan Bautista. Nadie fue. Buenos Aires, Edivern, 2006, p. 252.
(2) García Montaño, Diego. Responsabilidad compartida. La sociedad civil antes y durante el
Proceso . Córdoba, El Copista, 2004, p. 104.
(3) Yofre, Juan Bautista. Ob. Cit., p. 243.
(4) Yofre, Juan Bautista. Ob. Cit., p. 333.
(5) Díaz Bessone, Ramón Genaro. Guerra revolucionaria en la Argentina (1959-1978) . Buenos
Aires, Círculo Militar, 1996, p. 240.
(6) Márquez, Nicolás. La mentira oficial. El setentismo como política de Estado . Buenos Aires,
edición del autor, 2008, p. 144.
(7) Márquez, Nicolás. Ob. Cit., p. 142.
(8) Yofre, Juan Bautista. Ob. Cit., p. 358.
(9) Yofre, Juan Bautista. Ob. Cit., p. 380.
(10) Yofre, Juan Bautista. Ob. Cit., p. 373.
(11) Documento citado en Díaz Araujo, Enrique. La guerrilla en sus libros . Tomo II. Mendoza, El
Testigo ediciones, 2009, p. 91.
(12) Documento citado en Yofre, Juan Bautista. Fuimos todos. Cronología de un fracaso, 1976-
1983. Buenos Aires, Sudamericana, 2008, p. 33.
(13) Informe completo en Larraquy, Marcelo. Fuimos soldados. Historia secreta de la
contraofensiva montonera. Buenos Aires, 2º ed., Aguilar, 2006, p. 124.
(14) Gorriarán Merlo, Enrique. Memorias de Enrique Gorriarán Merlo. De los setenta a La
Tablada. Buenos Aires, Planeta/Catálogos, 2003, pp. 368-369.
(15) Santucho, Julio. Los últimos guevaristas. La guerrilla marxista en la Argentina . Edición de
1988. Pp. 160-162.