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¡Machos a la marcha!

Significado e identidad de la masculinidad en el contexto militar

El documento analiza la construcción de masculinidades en el contexto militar


colombiano, indagando los discursos e imaginarios dominantes que glorifican la
violencia como atributo varonil. Conceptos como honor, valor y patriotismo se erigen
como pilares del "espíritu militar", delineando rígidos patrones sobre lo que implica
"ser hombre" en esta institución castrense.

A través del análisis de frases cotidianas, propagandas bélicas y posturas de figuras


políticas, se evidencia la equiparación simbólica entre masculinidad y beligerancia.
Ser militar es asociado directamente con la defensa agresiva de la patria, la
negación de emociones "femeninas" como el miedo o la compasión, y la cosificación
del "enemigo" como mero objetivo a abatir.

Incluso tras el acuerdo de paz con las FARC, este ideario militarista y excluyente se
mantiene vigente entre amplios sectores sociales, como lo demuestra el rechazo a
los enfoques de género durante el plebiscito. Subyace un temor ancestral ante
cualquier cuestionamiento al modelo patriarcal del "macho protector" dispuesto a
matar y morir por imposición institucional.

Profundizando en las implicaciones subjetivas de esta masculinidad castrense, el


análisis narrativo visibiliza relatos dominantes que constriñen las opciones
identitarias del militar colombiano. Al enaltecerse valores como la audacia, el coraje
y la abnegación, se invisibilizan y reprimen otras gamas del ser masculino: la
fragilidad, la duda existencial, el cansancio físico y emocional. Incluso ante el
agotamiento extremo o las heridas de guerra, prevalecen mandatos que impiden
verbalizar malestares o pedir ayuda.

De este modo, bajo la épica del "héroe" dispuesto al sacrificio, subyace una
violencia sutil pero implacable contra facetas esenciales de la subjetividad. La
cosificación del enemigo se complementa con la deshumanización del propio militar
como sujeto sensible. Así han sido moldeadas generaciones enteras, para matar o
morir sin cuestionamientos.
Las secuelas individuales y colectivas de esta lógica son inconmensurables. Junto
a las víctimas directas del conflicto bélico, están también todos aquellos hombres
cuya humanidad fue mutilada por los engranajes institucionales; jóvenes arrancados
de sus entornos y forzados a empuñar un fusil antes que terminar la secundaria. La
glorificación castrense esconda una tragedia de proporciones nacionales.

Y aún bajo los acuerdos de paz, estos arquetipos viriles siguen activos en los
imaginarios colectivos, obstaculizando una reconciliación genuina. Urge entonces
replantear las concepciones dominantes sobre la masculinidad, creando modelos
alternativos que validen también esas cualidades tradicionalmente feminizadas.
Solo así se sentarán bases reales para una cultura de paz.

Este cambio de paradigma exige trabajo en múltiples frentes. A nivel macropolítico,


el Estado debe comprometerse con programas y campañas orientados a la
resignificación de identidades masculinas, enfatizando la valoración de la vida, el
cuidado del otro y la resolución creativa de conflictos.

Asimismo, en los programas de reincorporación para excombatientes, es clave que


junto al desarme físico existan procesos psicoeducativos para propiciar su desarme
emocional. Espacios seguros de escucha, sanación, reflexión creativa, conexión
espiritual... Son necesarias alternativas integrales, con enfoque diferencial, para
ayudarles a soltar el equipaje simbólico del guerrero aguerrido.

Del mismo modo, ampliar la atención psicosocial para las víctimas del conflicto
armado es indispensable, dando prioridad a las zonas rurales más afectadas. Junto
a la reparación material urge restaurar vínculos sociales y confianza interpersonal
resquebrajados por la violencia. Y el trabajo con excombatientes y víctimas debe
estar estrechamente conectado, propiciando espacios de encuentro y sanación
conjunta cuando sea posible.

Solo resignificando las identidades masculinas en todos los frentes se podrán sentar
bases consistentes de reconciliación. Es un desafío mayúsculo para una sociedad
tan atravesada por la guerra, pero es la única vía. Ningún colombiano debería verse
forzado a empuñar un arma para afirmar su hombría. Cuando ese día llegue, la
pesadilla habrá terminado.

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