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La idea del hombre guapo

Le decían El Chacal, nadie sabía porque, él había llegado a la fábrica con ese apodo y nadie
se atrevía a preguntarle de donde venía. Su nombre, Rolando, y el apellido siempre era
sustituido por su apodo. El Chacal, decían los trabajadores por los pasillos donde las
máquinas de acero producían estruendos, él se puso con un palo de escoba, no, fue con un
bate de béisbol, da igual (comentó otro trabajador), decía, el Chacal se paró en la entrada y
con palo en mano amenazó a los charros del sindicato, les dijo que aquí no tenían que meter
mano, que había pura familia y que no había porque meter sus narices por aquí.

Pero, la verdad es que de los veinte obreros ninguno era pariente suyo. Sí tenía algunos
compadres, pero los sindicatos no permiten eso como consanguíneo para no pedir que se
sindicalizaran o sí no, cerraran la fábrica. Pero mientras cosían las botas y chamarras de
cuero, de estación en estación, contaban lo que había sucedido el día de ayer, el Chacal
protegiendo su pequeña fábrica, algunos de ellos pensaron que de ahí venía su apodo, en
veinte años que tenía la fábrica no habían podido deducir porque le llamaban de esa
manera. Quizá en Cuba tienen una idea distinta de los chacales, dijo la estación cuatro
mientras montaba un cuello de piel negra. No, es por lo territorial, dijo la siguiente
estación, los Chacales son así, tardó en demostrarlo, pero son así.

En un segundo piso, detrás de un vidrio de cristal, estaba Rolando. De vez en cuando


miraba de reojo por la ventanilla, desde abajo siempre se veía su rostro salir con un
cigarrillo y algunos trabajadores lo saludaban y él levantaba una mano. Pero ese día no lo
habían visto salir. Ya era medio día, no había salido a desayunar, a algunos les pareció
extraño y otros dijeron que estaba molesto por lo de ayer y que debía estar practicando con
el bate, no, con el palo, corrigió la estación diez.

Ninguno de ellos tuvo razón, El chacal estaba estado desde las siete de la mañana que llegó
a abrir la pequeña puerta de la fábrica. La oficina estaba cubierta de humo y de una
pequeña radio salía “Olvido” de Ignacio Carrillo. Hace un par de años su esposa le había
conseguido casetes de música cubana, para que no extrañara tanto su isla, solía decirle por
las noches cuando colocaba la música y lo miraba fumar un cigarro al borde de la ventana.

Rolando es un hombre viejo, salió durante la revolución cubana a buscar apoyo en México,
había conocido unos mexicanos de Veracruz en uno de sus viajes que estaba seguro
ayudarían a la causa. Estando ahí se cruzó en su camino Marta, una mujer de piel morena y
joven para él, ella tenía 17 años y él 28. Los trabajadores conocían la historia porque ella se
las había contado. A ella le gustaba visitar a su esposo estando en la fábrica, pero él
siempre estaba muy ocupado, o fingía estarlo, y Marta paseaba por los pasillos contando a
las estaciones como se habían conocido y lo que sabía del Chacal en Cuba. Les contaba a
los trabajadores las historias de su esposo, de la vez que conoció a Camilo Cienfuegos y
otros grandes de la revolución, y los trabajadores solo asentían con entusiasmo y asombro,
aunque no conocieran de lo que ella les contara, la emoción en su rostro y su deseo de
conocer a su jefe los movía a interesarse.

También les contó de la vez que se enteró que la revolución había triunfado, se llenó de
alegría y de impotencia. Cuando Marta llegó con la noticia de unos amigos suyos, ellos
seguían en Veracruz y ella quería que la llevara a aquella isla, donde ahora se podía vivir
con libertad, donde la dictadura había caído, y usaba las palabras que había oído decir a
Rolando cuando de novios solía llevarla a reuniones secretas. Pero él, aunque hundido en la
felicidad, se negó rotundamente, y dijo estar lleno de vergüenza de haberse alejado de aquel
triunfo donde la sangre de él debió de haber corrido y no lo hizo. Yo debí de haberme
escondido entre los montes, era lo único que le oía decir al principio y ella decidió no
hablar más del tema. Les decía a los trabajadores que fue hasta que se mudaron a
Guadalajara y se alejaron de la costa, que él volvió a tener el fervor de antes y lo sintió
cubano de nuevo.

Entre el humo se movía lento el Chacal, llevaba una chaqueta de cuero tinta, los pantalones
eran negros y estaban arrugados. En un muñeca todos los días lleva un reloj discreto de
color oro que mira antes de cerrar la fábrica para poder tocar el timbre y dejar salir a los
trabajadores. Su piel es casi negra, sus cabellos blancos y lleva una tejana con manchas de
humedad. A los obreros siempre les pareció gracioso como había mezclado ambas culturas,
de los pies hasta el cuello era un cubano, pero de ahí en más sería imposible distinguirlo de
un mexicano.

Cuando llegó a Guadalajara y compró la fábrica que estaba a punto de quebrar, algunos de
ellos bromeaban con decir que no podían entenderle con aquel extraño acento. Y con el
pasar de los años se volvió uno más del barrio, vivía a unas cuadras de la fábrica, detrás del
Hospicio Cabañas, en unas vecindades. De pronto los trabajadores lo vieron levantarse de
golpe de su silla. Alguien tocaba a la puerta de la pequeña casa donde trabajaban. El Chacal
bajó despacio con un fierro que usaba para arreglar las maquinas.

Sin preguntar abrió la puerta y se paró firme ante ella. Buenos días señores, para que soy
bueno está vez. Sus palabras apenas tenían el acento con el que salió hace 20 años. Señor
Rolando, venimos a colocar sellos de clausurado a su fábrica, ayer trató muy mal a nuestros
compañeros y queremos solucionar eso, de manera pacífica si su palanca nos lo permite. El
Chacal los miraba erguido en sus casi dos metros, con los ojos fijados en los cuatro
hombres bajitos, con bigotes desarreglados, cadenas de oro en las camisas anticuadas
abiertas, se sentía superior y no abrió la boca. Creo que no me exprese bien, dijo el más
bajito, quiero que en este momento usted y sus trabajadores no sindicalizados salgan,
firmen unos papeles y pague unas cuotas, o tendremos que colocar el candado, señaló un
candado que tenía uno de los hombres y el Chacal echo espuma, estrelló con fuerza la
palanca en la puerta que hizo que los trabajadores detuvieran las maquinas. Mire, dijo
Rolando, creo que esto puede romper muy fácil su candado. Se dio la vuelta para entrar y
una mano lo tomó del hombro, Rolando se volteó y estuvo tentado a estrellar de nuevo la
palanca en la calva cabeza del bajito hombre. Señor Rolando, esa no es manera de tratar a
unos funcionarios del bien social, nosotros queremos ayudarlo a usted, y a sus… ustedes
son los mandaderos de un señor medio pelo al que golpeé merecidamente el otro día, y
ahora quieren hacerme pagar por la cobardía de aquel hombre, sí no lo veo a él para volver
a tomarlo por los brazos y dejarlo en el piso, ningún familiar mío saldrá de aquí, buenas
tardes, se dio la vuelta y cerró la puerta.

Rolando estaba parado de espaldas a la puerta, ese era el momento en que su esposa se
acercaba a consolarlo y llevarlo a la oficina, pero ella había muerto hace cinco años, y los
obreros no sabían que hacer, ninguno estaba en su trabajo, uno pensó en ofrecerle un
cigarrillo, otro en seguir cosiendo. Guillermo dejó su máquina y se acercó a él, lo tomó del
brazo y lo acompaño a su oficina, el Chacal aún no dejaba la palanca, la tenía sujetada con
fuerza y el bazo le temblaba. Me quieren destruir Memo, dijo y Guillermo no supo que
contestar, es verdad que habían convivido y muchos de ellos eran sus compadres, pero la
relación con él siempre fue a través de Marta, ella hablaba por él y Rolando solo dejaba un
silencio que confirmaba las palabras de ella.

Quieren dejarme en la ruina por simple valentía, ¿Qué pasó jefe?. Verás, hace una semana
tuve una pelea con un hombre. Esa parte no le extrañó, El chacal es un revolucionario, un
nombre de acción que sabe cómo llevar una situación como cualquier Jalisciense en las
películas del cine de oro lo hubiera hecho. Era un hombre trajeado, estaba ebrio y
molestaba a algunas mujeres en la cantina, luego comenzó a hablar el comemierda de mi
Cuba, el ganso quería fajar en cuanto vio como lo miré y acepté, tenía dos guanajos a cada
lado pero yo soy un Guapo, eso debió contarlo Marta, estaba jalao, en ese momento
Guillermo no entendía nada y se sintió como en su primer día de trabajo, hubiera querido
preguntarle a que se refería, pero pensó que al final entendería, pájaro, no se levantaba y
sus guaruras venían por mí, pero el quemao les indicó que no hicieran nada, ratón, se
levantó por fin y con otro piñazo lo derribé, comemierda, toda la noche majomío con las
mujeres y era un zurdo, se fue diciendo que ya se las pagaría, y volvió el ratón Memo, y yo
aquí solo se cómo defenderme con una palanca.

Memo estaba sorprendido, entendió que había tenido una pelea y ahora se vengaba usando
un sindicato para cerrar su fábrica. Debió de investigar a Rolando, aquí en el barrio se sabe
todo, no debió ser difícil dar con él, pensó, y usando amenazas debió ser más fácil. ¿Qué
haremos jefe? Le preguntó al Chacal, nada Memo, respondió, esperar a usar la palanca en la
cabeza del quemao, río un poco, vamos por unas copas, pero es temprano, respondió Memo
y que van a pensar los otros trabajadores, que eres Guapo Memo, el único que hubiera
tomado el bate, y Memo solo pensó que la historia del bate era verdad, y no fue un palo el
que uso el día de ayer . Ambos salieron por la pequeña puerta, El chacal le confió las llaves
a uno de sus compadres y su reloj, era el único en el que confiaba para dar el timbre de la
fábrica.
Caminando Rolando pensó que nunca había extrañado tanto a Marta como hoy lo había
hecho, sentía un dolor en su pecho desde ayer, pero seguía fumando sin parar encendiendo
un cigarro con el anterior, y enrollando uno nuevo mientras fumaba. Miraba a Guillermo de
reojo y le recordaba a los jóvenes con los que había planeado protestas y después la
guerrilla en cuba. Memo tiene unos veinticinco años y poco tiempo trabajando en la fábrica,
heredó el lugar de su padre que se jubiló y que el Chacal le había prometido. Tenía una
prominente barba y aíres de revolucionario, o eso le contaba Marta, solo lo conoció unos
meses pero se llevaba bien con él, decía que era un poeta nato, que su ideal era que el poeta
debía ser un socialista, que debía sentir todos los suspiros, todas las agonías y amores de las
personas, y Rolando pensó en Martí, y recordó la muerte de Neruda, sintió las palabras de
Retamar y le hizo creer que Memo no era un normal, como así él no lo fue tampoco.

Entraron en una cantina de las muchas que había cerca de la fábrica. Era la favorita de
Rolando, eh Chacal, una paloma rápida, le dijo el cantinero, claro Mario, respondió El
chacal, y subió al escenario en una tarima de un paso de altura. Guillermo tomó el trago que
un camarero llevó a la mesa. Memo no conocía esta vida del Chacal y pensó en otras
teorías para averiguar el origen del apodo, pero no logró relacionarse, no con lo que se
padre la había contado de Rolando y de los chacales.

Venga prietos, dijo Rolando y la música comenzó, la guitarra de los boleros cambió el
ritmo, la trompeta dejó los mariachis que había estado tocando y se escuchó <aunque tú, me
has dejado en el abandono>, y Memo sabía que la conocía, que Marta la cantaba siempre
entre los pasillos y contaba que Rolando se la cantaba en las cantinas de Veracruz, que la
conquistó. <Tú me quieres dejar, yo no quiero sufrir> y recordó Memo que su padre le
había dicho que los Chacales una vez que viven con una pareja ya no pueden estar solos,
aunque cacen en solitario, siempre vuelven y protegen con celos a su pareja, y entendió al
Chacal. Lo vio moviéndose con una sonrisa que mostraba sus blancos dientes, su cabello
sin la tejana, y con los ojos abiertísimos, como nunca los había visto <en mis sueños de
colmo de bendiciones>. Memo vio un Chacal en el escenario hasta que terminó la canción
con una trompeta mal tocada, pero que pasaba de largo con la mirada de Rolando clavada
en las mujeres que servían copas en las mesas.

El Chacal se sentó a la mesa y pidió otros dos tragos. Le preguntó a Memo sobre sus
intereses en la poesía, y las cosas que Marta le había platicado sobre él. Rolando no era
letrado, no sabía mucho de grandes poetas, conocía a los de su país, y conocía a los de
México y a aquellos que habían sido importantes en sus países en el sur del continente.
Memo sabía de los gustos de Rolando y comenzó por hablarle de Jara, Víctor Jara, dijo
Memo, claro que lo conozco, contestó El Chacal, es un poeta cantando la verdad. Después
hablaron de Borges a quién el Chacal no le agradaba mucho, pero Memo defendía.
Hablaron de los cubanos, de Martí. El tema duró poco, Guillermo quería hablar de Daudet y
Rolando estaba muy cansado.
El chacal miró por arriba del hombro de Memo, quien volteó y vio a un hombre con un
traje sucio y roto por una parte de la manga, era bajito y dejó ver un ojo morado al quitarse
los grandes anteojos. Supongo que es él a quien hay que estrellarle la palanca ¿o no
Chacal?, dijo Memo y pensó en la camaradería con la que había el comentario y se sintió
mal, así es Guillermo, a ese señor, y a esos dos quemaos que le detienen los piñazos. Memo
entendió a la perfección lo que decía su jefe y tomo de golpe su tequila.

El señor de traje lo había visto desde que estaba arriba en el escenario y por eso no se había
atrevido a entrar. Se sentó en la barra listo para embriagarse, y sus dos guardaespaldas los
siguieron uno a cada lado.

Memo no quitaba la mirada delos ojos que tenía El chacal sobre el señor trajeado, podía ver
cómo le quitaba lo apacible a aquel hombre que solo llegaba a abrir la fábrica, y ante él
estaba el hombre del que tanto platicaba Marta y que era el que conocían los trabajadores.
Rolando pidió otros dos tragos y en el fondo a petición de Mario sonaba una canción con
ritmo cubano que ninguno de los dos conocía. Ambos bebieron hasta el fondo y pidieron
otros dos tragos, pero ninguno estaba ebrio aún, seguían platicando con lucidez sobre
boleros y los boxeadores cubanos que se presentarían el fin de semana, era jueves y
hablaban de apuestas.

Pero Rolando no quitaba la mirada del Señor con traje que ya se encontraba trastabillando,
y sus ratones que seguían su ejemplo El chacal pensó en todo lo que le querían quitar, la
fábrica que su esposa le habría propuesto abrir en Guadalajara pues era un buen lugar de
comercio, pero que él sabía era para alejarse de la costa y de Cuba. Pensó en el padre de
Memo, y en las otras estaciones. El señor trajeado, canalla, mandó a uno de sus quemaos
por una muchacha y la trajo a la fuerza hasta él. Rolando sintió rabia y se levantó
dirigiéndose a la barra. Memo recordó otra de las historias de Marta, Rolando tenía una
pistola y siempre la cargaba, decía que se la había regalado Camilo, y la trajo consigo para
la misión que le habían encomendado, y memo miró como se levantaba la chamarra de
cuero y empuñaba un revolver bien lustrado. Las mujeres dejaron los tragos se hicieron a
un lado y Mario, el cantinero, estaba sirviendo unos mezcales. En el escenario sonaba un
corrido y terminó al escucharse tres disparos, algo que le habían enseñado en Cuba fue a no
desperdiciar municiones, y así lo hizo, cada hombre recibió solo una bala en el pecho, pues
los llamó antes de disparar y casi les dio el tiempo suficiente para que sacaran sus armas y
le respondieran el fuego, El chacal era un guapo y no disparaba por la espalda, pero los
guardaespaldas y el señor de traje estaban muy tomados para responder, eran robustos y no
podían moverse rápido, solo el último en morir lo hizo con pistola en mano. Rolando volteó
hacia Memo y le hizo una seña, es momento de irnos fino, Don Mario, aquí nada paso.
Memo se levantó y le emparejó el paso para salir de la cantina, caminando por las calles de
regreso a la fábrica pudo ver al Chacal y saber de dónde viene su apodo.

Víctor O. Camacho

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