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D L : DC2020000430
ISBN: 978-980-7868-55-6
REAL
S I ,
D

Por
José Víctor Dugand
T C
Tabla de Contenido
Dedicatoria
Agradecimientos
Sobre el autor
Prólogo
Comentarios
INTRODUCCIÓN
PARTE 1:
PERSPECTIVA
CAPÍTULO I
EL AHORA DE DIOS
CAPÍTULO II
THE GAP, UN ABISMO ENTRE LA IGLESIA Y LA SOCIEDAD
CAPÍTULO III
¿DÓNDE ESTÁN TUS GRIEGOS?
PARTE 2:
ESTRATEGIA
CAPÍTULO IV
SE BUSCA UNA INTERFAZ
CAPÍTULO V
NEXT: UNA GLORIA MAYOR
CAPÍTULO VI
EL IDIOMA DE ESTA GENERACIÓN
Y LOS PILARES DE SU CULTURA
PARTE 3:
MOTIVACIÓN
CAPÍTULO VII
EL PORQUÉ DE DIOS
CAPÍTULO VIII
TICKET: EL BOLETO DE ENTRADA
CAPÍTULO IX
GRACIA VS. VERDAD
¿DÓNDE ESTÁ EL EQUILIBRIO?
CAPÍTULO FINAL
¿Y AHORA QUÉ?
D
Quiero dedicar este libro a las personas más importantes en mi vida.
Primeramente, a Jessica, mi esposa, mi mejor amiga y la
responsable de que todas las locuras que Dios coloca en mi corazón
se conviertan en realidad. Segundo, a mis hijos Lina Marcela,
Alejandra Sofía, Estefanía Grace y Daniel José, los regalos más
preciosos que me ha dado Dios y la razón por la cual me atreví a
dejarlo todo para volver a comenzar. Hijos, escribí este libro con
ustedes en mi corazón. Nunca olviden que son el legado más
valioso que su mami y yo le estamos dejando a la humanidad.

José Víctor Dugand


A
Agradezco a Dios, mi Padre. Desde el día que me llamó no ha
habido vuelta atrás y seguiré sirviéndole hasta el último de mis días.
Agradezco a mi esposa, Jessica, por la ayuda y motivación
para que este libro haya sido una realidad. ¡Gracias por todo lo que
haces y más!
Agradezco a mis hijos, Lina, Alejandra, Estefanía y Daniel,
por su paciencia y comprensión, especialmente en los momentos en
que me tocó escribir este libro durante largas horas y no tenía
tiempo para compartir con ellos.
Agradezco a mi padre José Víctor, por haberme dejado el
mejor de los legados: mi amor por Dios. Y a mi madre Adelita, por
ser mi inspiración, eres una mujer perseverante que consigue todo
lo que se propone.
Agradezco a mis hermanos y cuñados por su apoyo
incondicional y sus oraciones durante todo este tiempo.
Agradezco a mis pastores Glen y Roberta Roachelle por su
cuidado y sus oraciones.
Agradezco a los pastores y líderes que conforman Ekklesia
Family. Gracias por su amistad, por creer en lo que Dios me ha dado
y por ser una plataforma para que yo pueda llevar este mensaje.
Agradezco a mi familia de Ekklesia Miami, a todo el staff y el
team de voluntarios. Gracias por ser los receptores domingo a
domingo del mensaje que Dios me ha dado. Gracias por ser mis
fans número uno y apoyarme en lo que Dios puso en mi corazón.
Agradezco a todos mis amigos y a los líderes a quienes Dios
me ha permitido servir. Ustedes me inspiran día a día a seguir
adelante. Gracias por valorar el depósito de Dios en mí.
Quiero hacer un agradecimiento especial a Isabella Dugand
quien es la responsable del concepto, el diseño y la foto de la
portada. Isa, you are an amazing designer, photographer, but most
importantly, a beautiful human being. Never forget that you have a
very special place in my heart!
Por último, gracias a Jonathan Somoza y a todo el equipo de
la Editorial PanHouse por creer en el mensaje que Dios me
encomendó. ¡Son los mejores!
S
José Víctor Dugand es un hombre apasionado por impactar a esta
generación y dejar un legado en la tierra. Su mayor anhelo es
levantar líderes íntegros que porten la gracia de Dios, sin dejar que
la religión reemplace una verdadera relación con Dios. Siempre ha
tenido la visión de que la iglesia no debe existir para sí misma, sino
para mostrar el amor y el poder de Dios en la comunidad donde esté
establecida, contribuyendo a ser parte de la solución de los
problemas que enfrentan día a día. Su meta es que cada miembro
de la iglesia contribuya al progreso y la prosperidad de su ciudad en
el área donde vive y trabaja. Si algo define a José Víctor es, sin
duda, su actitud de considerar en todo momento qué puede aportar
a la vida de los demás, en lugar de qué puede recibir de ellos. Él es
un líder visionario y un iconoclasta de estos tiempos cuyo deseo es
ser un puente para alcanzar a las nuevas generaciones, a través de
un mensaje bíblico innovador.
José Víctor es un conferencista de talla internacional, con un
mensaje inspirador que lleva a retar a la audiencia, provocando en
ellos decisiones de cambio. Es el pastor principal de la Iglesia
Ekklesia Miami, en Miami, Florida. Lleva más de veinticinco años
ejerciendo su llamado pastoral. Autor del libro De Esclavo a Hijo,
que ha vendido más de diez mil copias. Es el fundador de Ekklesia
Family, organización a la cual pertenecen iglesias de Norte, Centro y
Sur América y España, donde les brinda comunidad, apoyo y
servicio.
De profesión Administrador de Empresas egresado de la
Universidad del Norte de Barranquilla —su ciudad natal—, con una
Maestría en Gerencia de la Universidad CEIPA en Colombia y
recibió su Doctorado en Divinidad de Revelation Christian University.
José Víctor Dugand es de nacionalidad colombiana y radica
en los Estados Unidos. Él y su esposa Jessica están casados desde
1992, viven en la ciudad de Miami y tienen cuatro hijos: Lina
Marcela, Alejandra Sofía, Estefanía Grace y Daniel José; y tres
hermosas nietas: Sophia Marie, Daniela Marie y Olivia Marie.
P
Cuando era un adolescente me aparté de la iglesia y de Dios. La
razón fue que me sentí rechazado por parte de algunos líderes y
personas de influencia de la congregación a la cual asistía. No fue
un repudio abierto o directo, pero se oían comentarios negativos y
rumores acerca de mi persona. Algunos eran ciertos, otros no. La
mayoría simplemente eran exageraciones de lo que en realidad
estaba pasando.
El punto es que terminé alejándome de la Iglesia. No
obstante, quiero aclarar que, aunque no fueron todos quienes me
despreciaron, dentro de mi corazón yo rechacé a la Iglesia en
general.
En este momento, quiero reconocer que fui inmaduro y actué
basado en mi orgullo. Un cristiano más sensato hubiera amado a los
que lo rechazaban, pero en aquel tiempo yo aún tenía mucho que
aprender.
El principio es este: cuando te sientes rechazado, tu instinto
reacciona respondiendo de la misma manera. También funciona a la
inversa, recibimos aquello que nos hace sentir aceptados. Es algo
que como iglesia necesitamos aprender. Cuando digo iglesia, me
refiero a todos los creyentes, al cuerpo de Cristo, porque no es
trabajo solamente de los que tienen algún cargo de liderazgo en una
comunidad cristiana.
Gracias a que entendimos esto, años después mi esposa y
yo comenzamos a liderar una iglesia en México con múltiples
campus en otras ciudades. Nuestra prioridad era establecer una
cultura donde TODOS se sintieran bienvenidos a nuestra casa, la
casa de Dios, la Iglesia.
Esto es lo que José Víctor Dugand quiere ayudarnos a ver en
su libro Real. Por medio de este libro el autor quiere resaltar la
importancia de ser una Iglesia real y que aprendamos a aceptar a
las personas tal y como son, antes de tratar de cambiarlas.
Dios nos acepta y nos llama hijos aún antes de que nos
comportemos como tales. Al nacer, tenemos los genes de nuestro
padre y de nuestra madre, pero no lo sabemos todo ni actuamos
aún con madurez, esas son cosas que se van adquiriendo. Paso a
paso, papá y mamá nos enseñan a comer, nos enseñan a hablar,
nos enseñan a prestar nuestros juguetes, entre otras cosas; somos
sus hijos, desde el primer momento nos aceptan y nos aman. Esta
es la actitud que la Iglesia debe tener hacia los que están lejos y
hacia los que apenas se acercan.
Este libro te va a ayudar a tener una perspectiva fresca
acerca de la importancia de tu actitud para poder contribuir con la
transformación de las personas que están a tu alrededor. Los
principios que se enumeran en este libro te van a guiar lo suficiente
si eres líder en una comunidad, no importando el cargo que tengas.
Son principios para aplicar primeramente en nuestras vidas y luego
en todo lo que nos rodea.
Mi oración es que mientras se acerca el día en que veremos
a nuestro Señor Jesús cara a cara, nuestra actitud también se
acerque más a su corazón. Jesús nos dejó un nuevo mandamiento
en Juan 13:34: «Ámense los unos a los otros como Yo los he
amado». No dice: «Cámbiense los unos a los otros». ¿Por qué?
Porque el amor produce cambios. Esa es la actitud de Jesús. Y
debe ser la nuestra. Es su misericordia la que nos guía al
arrepentimiento.
Gracias, José Víctor, por escribir este libro. Sé que ayudará a
muchos de los que consideran a la Iglesia la esperanza del mundo.

Andrés Spyker
Pastor principal de Más Vida
www.masvida.org
C
Creo que el miedo al cambio es algo que detiene a muchos de
nosotros, incluyendo a los líderes y pastores. Es tiempo de
movernos hacia el futuro, sin miedos y llenos de fe y esperanza.
¡Los métodos pueden cambiar, pero el mensaje siempre será el
mismo! Creo que José Víctor comparte en este libro REAL una
revelación que te ayudará a ser real, genuino, ¡y a motivarte a
alcanzar un mundo que necesita a Jesús!
Alex Sagot
Líder principal de la Iglesia Calvary Kendall
Miami, Estados Unidos

Tener a José Víctor Dugand como pastor y mentor ha sido una de


las bendiciones más grandes que Dios me ha dado. Soy el resultado
de su cuidado, de su formación intencional en cada etapa de mi
vida. Él ha sido siempre un modelo a seguir por su gran amor y
pasión por Dios, y por su incansable compromiso de establecer el
Reino de Dios en este mundo. Siempre viviré agradecido por el
privilegio de caminar a su lado.
Santiago Proaño
Pastor de Ekklesia New York
Estados Unidos

Para mi esposa y para mí, José Víctor Dugand es un verdadero


padre y un líder con manto apostólico. Fue usado por Dios como
instrumento para restaurar el misterio de la paternidad en nuestras
vidas y para levantarnos como familia y ministerio. Considero que es
uno de los líderes más relevantes para el nuevo tiempo de la iglesia,
pues tiene un conocimiento completo de lo que necesita la nueva
generación, el cual imparte con autoridad y espíritu de paternidad.
Ivan Delgado
Pastor principal de la Iglesia Ammi
Barranquilla, Colombia

La primera vez que escuché a José Víctor yo tenía 17 años. Él


estaba predicando en una sala enorme y repleta de personas, yo me
senté con la intención de esconderme entre la gente y oír otra
predicación más, pero no pude. Ese día era el que Dios había
escogido para revelarme el mensaje del evangelio. Desde entonces
José Víctor ha sido un hermano mayor, una voz precisa y amorosa
que me ha ayudado a entender quién es Dios, quién soy yo y cuál
es mi lugar en este mundo.
Andrés Pérez Jr.
Pastor Iglesia La Parroquia
Valencia, España

«Debo pastorearte con el suficiente cuidado y sabiduría para que


mis preconceptos no se opongan a lo que Dios quiere hacer
contigo». Esa fue la frase con la que iniciamos nuestra relación de
mentoría; y esa frase deja en evidencia que no estamos ante un
líder convencional. Estamos ante un hombre con un corazón
desbordado por el Padre y su Reino, con una vasta experiencia y
sabiduría ministerial, pero con la suficiente humildad para
convertirse en un puente generacional. Un iconoclasta capaz de
reconocer y desafiar las barreras y pensamientos limitantes de su
propio mundo interno para darle tránsito a los propósitos de Dios en
la Tierra. Es uno de los padres de la nueva generación, un Josué,
capaz de liderar desde la libertad interior hacia la libertad exterior;
un líder capaz de ver y llamar el potencial de Dios en quienes lo
rodean; eso fue lo que hizo conmigo, me invitó y acompañó a dejar
mi vida corriente para convertirme en lo que Dios soñó que yo fuera.
Es por eso que siempre estaré agradecido con el Padre por haberlo
puesto en mi camino.
Carlos Fraija
Senior leader Living Room
Barranquilla, Colombia

Mi vida y ministerio han sido moldeados por frases como: «Uno no


puede transformar lo que no ama», «la gente solo se acerca
confiadamente al trono de la gracia», «la iglesia es la promotora
número uno de hipocresía involuntaria», y muchas otras que son un
tesoro, y que con seguridad encontrarás al acercarte a las
enseñanzas de José Víctor Dugand. Él conoce la diferencia entre
las verdades eternas de Dios y sus instrucciones para cada tiempo,
lo cual le da la capacidad de ser un puente entre la nueva
generación de líderes y pastores y aquella que la antecede. Es un
hombre sabio y visionario que sabe combinar la profundidad
teológica con una fe aplicable. El mensaje de José Víctor presenta
una espiritualidad integral y real, donde lo místico se complementa
con lo práctico, haciendo sencillo lo complejo. Con él he aprendido a
vivir el evangelio de una manera genuina y poderosa, además me
ha servido como pastor, mentor y padre espiritual. Siempre lo he
visto dignificando a los demás y expresando mucha pasión y
devoción por el reino de Dios.
Felipe Echeverri
Pastor de Ekklesia Bogotá
Colombia

José Víctor Dugand ha sido mi pastor desde hace diez años. Él fue
la respuesta de Dios para mi vida y mi llamado, después de
cuarenta años en búsqueda de ayuda. Yo nunca había tenido una
figura paterna y pastoral en mi vida como lo es él. Lo encontré
milagrosamente a través de unos CD de su libro De Esclavo a Hijo
que me regalaron diez años atrás. Él creyó en mí y vio en mi algo
que yo no veía su respaldo ha sido vital desde ese momento. Él es
un padre, un mentor, un pastor, y es mi predicador favorito.
Alex Cerros
Pastor principal de Ekklesia Honduras
San Pedro Sula, Honduras

José Víctor para mí es un padre, con todo lo que esa palabra


implica, de la manera más pura, sana, equilibrada y correcta posible.
Él ha significado para mí el volver a creer en el liderazgo y llamado
de la Iglesia. Su transparencia, sinceridad y genuina motivación en
el ministerio hicieron, en el momento más crítico de mi fe, que
volviera a enamorarme de este llamado tan maravilloso que
tenemos de servir a nuestra generación comunicando el amor
incondicional de Dios. Después de haber percibido tanta disonancia
al interior de la iglesia, José Víctor me mostró que podemos levantar
algo diferente en este tiempo: algo que si sea consonante al Jesús
que caminó sobre la tierra.
Johan Cortes
Evangelista y cantante
Colombia

En la jornada de nuestra vida encontramos personas que se


convierten en influencia para uno. José Víctor Dugand es un líder
que me ha inspirado a amar a Dios y a servir a los demás. ¡Su
amistad es invaluable! Como pastor y mentor en mi vida, ha sabido
darme palabras de afirmación y desafiarme para cosas más
grandes. Dios te regala personas que son como un tesoro, y uno de
ellos es José Víctor Dugand.
David Triviño
Pastor de la Iglesia Sin Fronteras
Guayaquil, Ecuador

Me encontraba en un momento crucial de mi vida en el que sentía


mucha emoción y a la vez gran temor, ya que estaba a punto de
empezar a pastorear la Iglesia Inspira. Siempre había soñado con
ser pastor, pero la duda me hablaba más fuerte que lo que Dios
había depositado en mi corazón. Ser tan joven me producía
inseguridad con respecto a mi capacidad para ejercer mi llamado, y
cada vez que lo intentaba, la frustración llegaba a mi puerta. El día
que dije: «No puedo más, esto no es para mí, yo no nací para esto»,
conocí a José Víctor Dugand. En él encontré un mentor que, a pesar
de no conocerme, confiaba y creía más en mí que yo mismo. Bastó
una conversación de cinco horas para darme cuenta del futuro tan
asombroso que Dios había preparado para mí y la responsabilidad
que tenía en mis manos. José Víctor es mi mentor, pastor y el mayor
aliado que Dios me ha dado en el ministerio.
Joseph Castro
Pastor de la Iglesia Inspira
North Carolina, Estados Unidos

José Víctor Dugand ha sido una gran inspiración para mí, me ha


llevado a ser más como Jesús y dejar atrás la religiosidad. El
impacto que ha tenido en mi vida me ha llevado a ver de manera
diferente la forma de hacer iglesia. He podido cambiar las
estrategias y alcanzar a esta generación, lo cual siempre ha sido
muy difícil para las iglesias tradicionales. Me impactó su manera de
amar a las personas de hoy en día sin condenarlas y su capacidad
para conectar con aquellos que usualmente la iglesia rechaza por
los tatuajes y por su vestimenta. Su vida es una inspiración para mí,
quiero seguir sus pasos y su ejemplo. Su sabiduría es impactante y
es sencillo convivir con él. ¡Gracias a sus consejos, sabiduría y
entrega, la iglesia que pastoreo dio un cambio increíble!
Steven Pendleton
Pastor de la Iglesia El Camino
Zacatecas, Méjico
INTRODUCCIÓN
La historia ha demostrado, una y otra vez, que por más que el ser
humano intente resistirse al cambio, no puede evitarlo. Al final
sucederá lo de siempre que hay un cambio de estación: habrá un
grupo que se arriesgará a renunciar a lo conocido y realizará los
ajustes necesarios para avanzar hacia ese nuevo tiempo
enfrentando nuevos desafíos y celebrando nuevas victorias. Al
mismo tiempo, habrá otro grupo que por temor a salir de su zona de
confort o enfrentar lo desconocido, preferirá permanecer en el
mismo lugar, optando por el camino que conduce a la irrelevancia y
a la muerte.
Mi esposa y yo formábamos parte del segundo grupo, pero
no nos habíamos dado cuenta. Ella y yo pastoreábamos una
congregación que llegó a tener unas cinco mil personas, pero
llevábamos tantos años dentro del sistema tradicional eclesiástico
que nos acostumbramos a su cultura, lenguaje y estructura, al punto
que perdimos la capacidad de ver las cosas que no estaban bien.
Sabíamos que Dios tenía grandes propósitos con nosotros y
nos había llamado a impactar generaciones, pero desconocíamos la
travesía tan difícil que estábamos a punto de emprender para que
esos propósitos se hicieran realidad. Todo se desencadenó el día
que el Señor nos pidió que entregáramos la iglesia, la cual había
sido el eje principal de nuestra vida durante los últimos diecisiete
años y la fuente de sustento de nuestra familia. ¡En un instante nos
quedamos sin nada! Tuvimos que entregar la casa y los autos y, sin
un centavo en el bolsillo, regresamos a nuestra natal, Barranquilla,
Colombia, a vivir en el apartamento de mi suegra. En cuestión de
días pasé de ser un pastor «exitoso» a ser un hombre confundido y
desorientado, que no tenía idea de qué iba a ser de su vida. De una
cosa sí estaba seguro: mis días como pastor local habían terminado.
En mi desesperanza no entendía que el Padre nos había
quitado todo para sacarnos de la burbuja evangélica y
desintoxicarnos de los paradigmas religiosos, con el fin de
capacitarnos para hacer Iglesia de acuerdo con su corazón. Nuestro
concepto de Iglesia comenzó a cambiar de manera dramática y, con
una esperanza restaurada y nuevas fuerzas, regresamos a Miami y
comenzamos una nueva comunidad local. Aunque no lo crean, ¡esto
fue un gran error!, porque al no tener a nadie que nos enseñara
terminamos haciendo lo mismo de siempre, lo cual me llevó a una
frustración profunda. En mi corazón sabía que esa no era la forma,
pero no conocía otra manera, y esa incertidumbre me estaba
matando por dentro. Pero, justo en el momento en el que estuve a
punto de tirar la toalla, recibí una llamada de Alex Sagot, pastor de
Calvary Kendall, una Iglesia increíble que hace parte de Hillsong
Family, invitándome a enseñar en su congregación.
¡Ese fue el día en que todo cambió! Recuerdo el impacto que
tuve al llegar a la iglesia. Estaba llena de jóvenes y se respiraba una
frescura y libertad que no había experimentado en años. Debo
confesar que me sentía más cómodo y feliz que en mi propia Iglesia.
La reunión estuvo increíble y al final pasamos un tiempo hermoso
compartiendo con el equipo ministerial, y cuando pensé que no
había manera de superar lo que hasta ese momento había
sucedido, ¡Dios me sorprendió! En el momento que me subí al auto
para regresar a casa, escuché claramente su voz, diciéndome: «Yo
te traje a este lugar porque necesito decirte dos cosas. La primera
es que tu ministerio no se ha terminado: ¡tu voz aún es relevante
para esta generación! Y la segunda es que la razón por la que te
has sentido frustrado es porque tu iglesia, a pesar de ser nueva,
comenzó muriendo. José Víctor, yo no te pedí que me entregaras la
otra iglesia para mandarte a hacer más de lo mismo. Yo no te llamé
a edificar para una generación que está muriendo, yo te llamé a
edificar para la generación que está naciendo».
En ese instante decidí cambiar la manera como veníamos
haciendo todo y me propuse edificar una casa espiritual donde la
nueva generación y todos aquellos que probablemente nunca irían a
una iglesia tradicional se sintieran bienvenidos. ¡No fue fácil! Los
primeros que se opusieron fueron los integrantes del staff. Algunas
personas de la congregación pensaron que me había vuelto loco. El
chisme que se escuchaba por los pasillos del edificio de la iglesia
era que estaba en la crisis de la edad media y me estaba negando a
envejecer.
Fue un proceso muy difícil que demandó mucha convicción,
paciencia y perseverancia, porque había una resistencia muy fuerte
al cambio. La gente no quería adorar con ritmos modernos que no
eran usuales en una iglesia. Otros se sentían incómodos porque
habíamos pintado todas las paredes de negro o porque
colocábamos música que no era cristiana en el lobby. ¡Pero nada
produjo más incomodidad que el cambio en mi apariencia física! Se
fueron los trajes, las camisas de vestir y los zapatos elegantes y
aparecieron los jeans rotos, los zapatos Air Force 1 de Nike y las
camisetas. Para terminar de completar, me rapé los lados de la
cabeza, me teñí el pelo, me dejé crecer la barba al estilo hipster y
me hice un tatuaje.
¿Cuál fue el resultado? La iglesia se duplicó en dos meses, y
desde ese momento no ha parado de crecer. Es más, todos los años
estamos por encima de las estadísticas de crecimiento de la iglesia
cristiana en Estados Unidos. Aunque esto es importante porque los
números representan vidas, no es el dato más significativo. Hay
otros efectos del cambio que son mucho más relevantes: el primero
es que la iglesia se rejuveneció y ahora hay muchísimos jóvenes en
las experiencias del domingo; el segundo es que la mayoría de la
gente que se ha ido integrando no asistía a ninguna iglesia, ni tenía
un trasfondo religioso, lo cual quiere decir que no vienen de otra
congregación; y el tercero, es que nos convertimos en un lugar
donde todo el mundo, sin importar su condición, se siente amado y
aceptado.
¿Y cómo nos encontramos mi esposa y yo en este momento?
Sin temor a equivocarme, estamos viviendo la mejor y más fructífera
etapa de nuestra vida ministerial. El milagro más grande es que Dios
nos devolvió la pasión y la alegría de servir y ambos estamos de
acuerdo en que jamás cambiaríamos lo que tenemos ahora por lo
que tuvimos antes.
Estoy convencido de que nuestra experiencia en Ekklesia
Miami tiene que ver con un cambio generacional que ha comenzado
en la Iglesia de Iberoamérica, y aquellas iglesias que no den el
paso, como dije al principio, quedarán irrelevantes y al final
desaparecerán.
¡Esa es la razón por la cual decidí escribir REAL! Porque me
preocupa que los líderes y pastores no estén preparados para
realizar los cambios necesarios, o lo que es peor, que se atrevan a
hacerlos sin tener el fundamento bíblico. Aunque es importante
cambiar las formas, el problema principal de la Iglesia es de fondo, y
ese no se puede solucionar pintando paredes ni cambiando nuestra
manera de vestir.
Si la Iglesia quiere experimentar una transformación real que le
permita alinearse con el corazón y los propósitos eternos de Dios
para este tiempo, necesita cambiar su perspectiva, su estrategia y la
motivación por la cual lleva a cabo su misión.
Espero que estés preparado, porque a través de lo que está
escrito en este libro, Dios va a poner a prueba tu manera de ver
todas las cosas, va a sacar a la luz tus verdaderas motivaciones y te
va a desafiar a hacer Iglesia de una manera totalmente diferente a
como siempre lo has hecho.
¿Estás dispuesto a ser parte de la generación que Dios va a
usar para transformar ciudades y naciones? Si tu respuesta es SÍ,
¡quiero invitarte a que seamos la Iglesia que ve, ama y actúa como
Dios!
PARTE 1:
PERSPECTIVA
La Iglesia que tiene la perspectiva de Dios, valora lo que Dios
valora, protege lo que Dios protege y lucha por lo que Dios lucha.
CAPÍTULO I
EL AHORA DE DIOS
Dios ha hecho todo apropiado a su tiempo.
Eclesiastés 3:11

Cuando no entendemos los tiempos de Dios, obramos


inapropiadamente. En pocas palabras, terminamos haciendo
muchas cosas «espirituales», pero que no encajan con los tiempos y
estaciones que Dios ha establecido para el desarrollo de sus
propósitos eternos en la tierra. Esta es una de las causas principales
por las cuales la Iglesia cristiana se ha vuelto ineficaz e irrelevante
participando cada día menos en la construcción de la sociedad. Nos
ha costado entender que, aunque Dios y su verdad no cambian,
su manera de operar es dinámica, esto quiere decir que va
cambiando de acuerdo a sus tiempos y estaciones. En las
escrituras lo podemos ver de la siguiente manera:

Cierto día, Jesús reunió a sus doce discípulos y les dio poder y autoridad
para expulsar a todos los demonios y sanar enfermedades. Luego los
envió para que anunciaran a todos acerca del reino de Dios y sanaran a
los enfermos. Les dio las siguientes instrucciones: «No lleven nada para el
viaje, ni bastón, ni bolso de viaje, ni comida, ni dinero, ni siquiera una
muda de ropa». (Lucas 9:1-3).

Este pasaje narra la primera vez que Jesús envió a sus


discípulos a cumplir una misión. Luego de darles poder y autoridad e
indicarles en qué consistía la misión, Jesús procedió a darles las
siguientes instrucciones: «No lleven nada para el viaje». Imagino
que debió de ser muy difícil para los discípulos ir a su primer viaje
ministerial sin ningún recurso, pero fueron obedientes a las
instrucciones de Jesús y Dios honró su actitud. Lo sabemos porque,
según el informe de los discípulos, la misión fue exitosa. Además de
que no les faltó nada para subsistir tuvieron resultados excelentes,
ya que mucha gente fue sanada y liberada.
Más adelante, en el mismo evangelio de Lucas, encontramos
un pasaje en el cual Jesús está a punto de enviar nuevamente a los
discípulos en una misión parecida a la que mencionamos
anteriormente. No sabemos cuánto tiempo pasó entre ambos
eventos, pero seguramente fue un tiempo significativo, ya que el
primer recuento sucedió al inicio del ministerio de Jesús y el
segundo aconteció al final. Igual que la primera vez, Jesús procede
a darles instrucciones a los discípulos, pero esta vez sucede algo
muy interesante. Leamos:

Entonces Jesús les preguntó:


—Cuando los envié a predicar la Buena Noticia y no tenían dinero ni bolso
de viaje ni otro par de sandalias, ¿les faltó algo?
—No —respondieron ellos.
—Pero ahora —les dijo—, tomen su dinero y un bolso de viaje; y si no
tienen espada, ¡vendan su manto y compren una! (Lucas 22:35-36).

¿Te diste cuenta de que, aunque Jesús está enviando a los


discípulos a una misión similar, les da unas instrucciones diferentes?
Es más, las instrucciones son tan diferentes que pudiéramos decir
que son totalmente opuestas a las anteriores. La pregunta es: Si
Jesús los va a enviar a hacer más de lo mismo, y la primera vez las
instrucciones dieron resultado, ¿por qué las cambió? Sospecho que
los discípulos se hicieron la misma pregunta, porque así es como
usualmente pensamos los seres humanos: «¿Por qué voy a cambiar
la manera de hacerlo, si funciona?», y terminamos casándonos con
fórmulas y maneras que nos han dado buen resultado en el pasado.
La clave está en dos palabras que Jesús utiliza en el segundo
pasaje: «Pero ahora». Es como si Jesús les estuviera diciendo: «Sé
que esta misión se parece a las anteriores, pero estamos en
otro tiempo, por lo tanto, necesitan unas instrucciones
diferentes; unas instrucciones que vayan de acuerdo con lo
que quiero hacer ahora».
En este pasaje vemos con claridad un principio que a la
Iglesia le ha costado entender y está afectando grandemente su
capacidad de cumplir con la misión que Dios le encomendó: ¡Dios
trabaja por tiempos! Aunque Dios, su verdad y sus propósitos son
eternos, Él trabaja por estaciones, y a cada una de ellas le asigna
instrucciones diferentes que van de acuerdo con el desarrollo de sus
propósitos eternos y el diseño de cada generación. La Iglesia lleva
décadas viviendo en una burbuja religiosa, definida por su
sistema de valores y paradigmas, y eso la ha incapacitado para
ver que los tiempos de Dios han cambiado y, por ende, también
sus instrucciones.
Al mirar las escrituras nos podemos dar cuenta de que
siempre hemos tenido dificultad para reconocer los tiempos en que
estamos viviendo. En Mateo 16:3 Jesús habla a los fariseos
diciendo:

Y por la mañana dicen: «Hoy va a ser un día lluvioso porque el cielo está
oscuro y rojo». Ustedes ven el aspecto del cielo y saben lo que significa,
¿pero no son capaces de saber el significado de las señales de los
tiempos en que estamos viviendo?

Algo que ha contribuido a que la Iglesia siga estancada en


paradigmas del pasado, es que no ha entendido la diferencia entre
las «verdades eternas» de Dios, las cuales nunca cambian, y las
«instrucciones» de Dios, las cuales cambian de acuerdo a cada
tiempo y generación. Al no tener clara esta diferencia, y en su temor
por salirse de la verdad, la Iglesia ha perpetuado instrucciones que
eran para un tiempo determinado, como si fueran verdades eternas.
Uno de los mayores desafíos a los que esta generación se expone
es aprender la diferencia entre las verdades eternas de Dios y las
instrucciones para cada tiempo. Las instrucciones son normas y
reglas que se adecuan a cada temporada, son mutables, variables y
sujetas a la dirección de Dios. Pero, las verdades son principios
eternos de Dios, que funcionan en todo momento, en todos los
tiempos y en todas las generaciones.
Debido a esta confusión, gran parte de la Iglesia,
especialmente en Latinoamérica, está reproduciendo en la nueva
generación estrategias y formas que fueron útiles en un tiempo
pasado, pero que ahora carecen de efectividad. Estamos como el
Rey Saúl tratando de convencer a David que utilice su armadura, la
cual le sirvió para vencer en sus batallas, sin entender, o quizá sin
querer aceptar, que las batallas de ahora son diferentes y deben
pelearse con armas y estrategias diferentes. A veces vemos a David
—la nueva generación―, como un rebelde que quiere venir a
cambiar todo, y no nos hemos dado cuenta de que Dios le entregó a
David las soluciones que la Iglesia necesita para impactar a la
generación en este tiempo.
Todo esto nos ha llevado a desincronizarnos del «ahora» de
Dios. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que gran parte de la
Iglesia cristiana, en vez de vivir en el «ahora» de Dios, vive en el
«entonces» de Dios, anclada en instrucciones que funcionaron muy
bien hace diez, veinte o hasta treinta años pero que son totalmente
ineficaces para la misión que la Iglesia ha sido llamada a realizar
«ahora».
Como resultado, en vez de ir a la vanguardia en cuanto a
estrategias, capacitación, tecnología y cultura, la Iglesia se
encuentra atrasada y envejecida, tratando de ver como conecta
con un mundo que cada vez se aleja más de Jesús y de su
mensaje. Es impresionante cómo aun teniendo la revelación del
Espíritu y la Palabra de Dios que nos enseña cómo funciona todo,
pareciera que siempre estamos jugando a «alcanzar» al mundo. En
su temor a faltar a la verdad bíblica, y por no entender el papel
crucial que la cultura juega en la misión que Jesús nos dejó, la
Iglesia cristiana usualmente se encuentra atrasada en cosas como
la moda, la música y el diseño, haciéndose cada día más difícil
atraer a aquellos que no conocen a Dios.
Con razón la Iglesia se está envejeciendo. Ahora entendemos
por qué las iglesias que están creciendo, usualmente lo hacen con
creyentes que llegan de otras iglesias locales, en vez de atraer
personas nuevas que vienen de fuera y no conocen a Dios. No
entender el «ahora» de Dios ha producido una brecha casi
infranqueable entre la Iglesia y la sociedad. Somos tan raros y
«espirituales» que las personas comunes y corrientes no entienden
nuestro mensaje ni pueden identificarse con nosotros.
Por esto es imprescindible que, además de conocer y
preservar la verdad eterna de Dios, cada generación sea
intencionada en conocer los tiempos de Dios y abrazar las
instrucciones que le corresponde a cada uno de ellos.

El consejo del Señor permanece para siempre, los designios de Su


corazón de generación en generación. (Salmos 33:11).

Si queremos tener la capacidad para reconocer las


instrucciones de Dios para nuestro tiempo, de tal manera que
podamos alinearnos y colaborar con sus propósitos eternos,
necesitamos aprender a ver como Él ve. Necesitamos tener la
perspectiva de Dios. ¿Por qué? Porque cuando la Iglesia tiene la
perspectiva de Dios, entonces ve como Él ve, valora lo que Él
valora, protege lo que Él protege y lucha por lo que Él lucha. En
pocas palabras, solo cuando veamos como Dios ve, tendremos
la capacidad de dejar atrás los paradigmas, formas y
estrategias que algún día funcionaron y que nos producen
seguridad, para arriesgarnos a ir tras lo que Dios está haciendo
«ahora».
Cuando no vemos como Dios ve, terminamos dándole valor a
cosas que para Dios no son tan importantes. Isaías 55:8-9 dice:

Mis pensamientos no se parecen en nada a sus pensamientos —dice el


Señor—. Y mis caminos están muy por encima de lo que pudieran
imaginarse. Pues, así como los cielos están más altos que la tierra, así mis
caminos están más altos que sus caminos y mis pensamientos, más altos
que sus pensamientos.

Debemos aprender de Jesús. Jesús tenía la perspectiva de


Dios. Por esta razón las personas, incluyendo sus seguidores, no
entendían muchas de las cosas que hacía. Un ejemplo claro de esto
es el encuentro que Jesús tuvo con Pilato, el gobernador romano,
antes de ser crucificado. La Biblia enseña que, al terminar de
examinar el caso de Jesús, Pilato lo encontró inocente:

Entonces Pilato llamó a los principales sacerdotes y a los otros líderes


religiosos, junto con el pueblo, y anunció su veredicto:
—Me trajeron a este hombre porque lo acusan de encabezar una
revuelta. Detenidamente lo he examinado al respecto en presencia de
ustedes y lo encuentro inocente. (Lucas 22:13-14).

Desde la perspectiva humana, lo lógico era que, si Jesús era


inocente, se hubiera defendido con tal de no padecer una muerte
tan terrible. A fin de cuentas, la psicología enseña que el instinto
más poderoso del ser humano es la preservación de su propia vida.
Pero Jesús no vivía de acuerdo con la perspectiva de los hombres;
Él tenía una perspectiva superior, la perspectiva de Dios; esa que
valora lo que el Padre valora, protege lo que el Padre protege y
lucha por lo que el Padre lucha. Juan 18:33-36 lo expresa de esta
manera:

Entonces Pilato volvió a entrar en su residencia y pidió que le trajeran a


Jesús.
—¿Eres tú el rey de los judíos? —le preguntó.
Jesús contestó:
—¿Lo preguntas por tu propia cuenta o porque otros te hablaron de
mí?
—¿Acaso yo soy judío? —replicó Pilato—. Tu propio pueblo y sus
principales sacerdotes te trajeron a mí para que yo te juzgue. ¿Por qué?
¿Qué has hecho?
Jesús contestó:
—Mi reino no es un reino terrenal. Si lo fuera, mis seguidores lucharían
para impedir que yo sea entregado a los líderes judíos; pero mi Reino no
es de este mundo.

Parafraseando las palabras de Jesús, pudiéramos decir que


Él quiso expresar algo como esto: «Mi sistema de valores es
diferente al suyo. Si lo más importante para mi fuera lo terrenal, yo
hubiera hecho lo que fuera necesario para acabar con este juicio,
pero yo estoy luchando por algo superior. Estoy luchando por un
propósito eterno que es más valioso aún que hasta mi propia vida».
¿Sí ves? Cuando adquirimos la perspectiva de Dios,
estamos dispuestos a sacrificar hasta lo más valioso y cambiar
lo que haya que cambiar con tal de complacer al corazón de
Dios y que sus propósitos eternos se cumplan, aunque las
demás personas no lo entiendan.
Piensa por un momento, ¿cuántas cosas en la Iglesia se
siguen haciendo de la misma manera, aunque carecen de
efectividad, pero no nos atrevemos a cambiar porque asumimos que
esa es la manera «bíblica» de hacerlo? Tal vez esa fue la dirección
de Dios para un tiempo pasado, pero si ahora no funciona, ¿por qué
no cambiarlo? Seamos sinceros; lo que sucede es que cuando
vemos a través de la perspectiva humana nos parece que vamos a
perder más de lo que vamos a ganar, lo cual nos llena de temor y
nos hace creer que no vale la pena.
La perspectiva de Dios cambia nuestras prioridades y nos
permite ver que lo más importante no es proteger paradigmas o
mantener el statu quo de nuestras iglesias locales; tampoco es
construir grandes edificios o ser famosos; LO MÁS IMPORTANTE
es que aquellos que están lejos de Dios conozcan que hay un Padre
que los ama incondicionalmente y anhela tener una relación con
ellos y darles una vida plena que solo se encuentra en Cristo Jesús.
Estamos ante una generación que busca la verdad, que
cuestiona todo y que investiga todo. Una generación que no se
queda con un «sí, porque sí», que busca argumentos sólidos para
vivir su vida. Si la Iglesia realmente desea permanecer viva y volver
a su posición relevante en la sociedad, necesita resolver este
problema. Necesita armarse de valor para asumir el reto de
actualizarse.
Y, ¡por favor!, saca de tu mente la idea de que actualizarse se
refiere a una Iglesia que vive en desenfreno, descontrol y libertinaje,
esa es una interpretación inmadura e infantil de lo que realmente
esta palabra significa. Todo lo contrario, una Iglesia actualizada es
una iglesia que escucha la voz de Dios hoy, que lee los diseños de
Dios para hoy y que se ajusta a la generación de hoy para traer la
voluntad del Padre a las ciudades y a las naciones.
¡Queremos ser una Iglesia con la perspectiva de Dios! Esa
Iglesia que ve como Dios ve, valora lo que Dios valora, protege lo
que Dios protege y lucha por lo que Dios lucha. Es la única manera
en que vamos a tener la valentía y la humildad para atrevernos a
vivir en el «ahora» de Dios y ser un testimonio real del amor y la
verdad de Dios para la generación de este tiempo.

UNA IGLESIA ENFERMA


La incapacidad de la Iglesia para vivir en el «ahora» de Dios ha
traído varias consecuencias que han afectado su salud y su
capacidad de llevar a cabo la misión que Dios le delegó. Algunas de
las más graves son las siguientes:
1. Estamos perdiendo la nueva generación
Las estadísticas no mienten; la Iglesia cristiana, especialmente en
Latinoamérica, se está envejeciendo, y cada vez hay menos jóvenes
que quieren ser parte de ella. La apatía ante la Iglesia cristiana se
ha vuelto común entre los millennials y la generación Z, quienes nos
ven como algo ridículo y anticuado. Y aunque suene cruel y
ofensivo, esta es la realidad.
Existe un éxodo masivo de jóvenes que fueron parte de la
Iglesia, pero ahora están saliendo como si estuvieran corriendo por
su vida. No nos estamos dando cuenta de que no solo estamos
dejando de impactar a los jóvenes de afuera, sino que estamos
botando a los de adentro, a los que crecieron en ella.
Debido al abandono y la incapacidad de la Iglesia de suplir
sus necesidades, muchos de estos jóvenes se han ido con el
corazón herido. Unos se fueron para nunca más volver; otros, la
mayoría de ellos líderes, salieron con la esperanza de comenzar
algo diferente, tal vez una iglesia local con un mensaje y una
atmósfera relevantes, a donde la nueva generación pudiera llegar
confiadamente porque se identifica y se siente comprendida y
atendida.
Esto, por un lado, ha sido positivo, porque ha producido un
número importante de iglesias locales con una visión fresca, las
cuales se han convertido en la red que ha impedido que muchos
jóvenes se alejen de Dios. Pero por otro lado, ha sido negativo,
porque muchas de estas iglesias han sido fundadas por líderes que
están heridos y resentidos con los que algún día fueron sus líderes,
y esto los ha llevado a establecer sus comunidades con las
motivaciones equivocadas: «Le voy a demostrar al que fue mi
Pastor que él estaba equivocado y que yo lo puedo hacer mejor que
él».
Esto es muy triste, porque ha producido una enemistad entre
las dos generaciones, robándole a la nueva generación la bendición
de poder contar con la sabiduría y experiencia de la generación
anterior, y a la anterior la bendición de contar con las ideas
relevantes y la energía de la nueva. Al final, lo que se afecta es el
propósito de Dios y quienes terminan perdiendo son aquellos que
necesitan conocerlo.
Si no entendemos que Dios no cambia, pero el idioma de las
generaciones sí, estaremos próximos a desaparecer. Necesitamos
aprender a hablar el idioma de esta generación, y para eso
debemos convertirnos en antropólogos culturales, personas
expertas en estudiar los diferentes aspectos de la cultura para
relacionarnos con ella y desarrollar los mecanismos,
estrategias, herramientas e idiomas que nos permitan conectar
con ella.
Necesitamos ofrecer soluciones reales y prácticas que
ayuden a las personas con los desafíos de esta era. No se trata de
cambiar la verdad de Dios, se trata de aprender a comunicar la
verdad eterna de Dios en el idioma de esta generación. Pregúntate
¿conoces el idioma de esta generación? ¿Estás dispuesto a
aprender a hablarlo?
2. Hemos perdido la capacidad de impactar la cultura
La Iglesia cristiana pasó de ser una de las mayores influencias
en la cultura y la sociedad, a convertirse en una opción más
dentro del abanico de alternativas espirituales a las que el ser
humano tiene acceso. De hecho, comparados con otras creencias,
incluyendo el ateísmo, en este momento el cristianismo es
considerado una de las opciones menos atractivas para las
personas.
Cada día que pasa, los principios bíblicos cristianos
participan menos en la construcción de la sociedad y lo peor es que
parece que no hicieran falta. En otras palabras, perdimos
completamente la influencia. Tanto la academia, como el gobierno y
las instituciones culturales consideran que la Iglesia cristiana no
tiene mucho que aportar al avance de la sociedad.
Lamentablemente, si investigamos un poco más, nos
daremos cuenta de que, en vez de influenciar la cultura, le
tememos. En otras palabras, preferimos huir de ella por temor a ser
atrapados por sus encantos y terminar «contaminados». Por esto le
prohibimos tantas cosas a nuestros jóvenes, por temor a que sean
seducidos por aquello que no podemos controlar.
Suena muy cruel, pero es la realidad: preferimos prohibir que
explicar, alejar que entender, sin darnos cuenta de que nos estamos
hundiendo cada vez más en la irrelevancia y el olvido.
3. Crisis en el liderazgo
Si hay alguien que está sufriendo en la Iglesia cristiana hoy en
día, son sus líderes. Parece que se hubiera desatado una
epidemia de enfermedades mentales, donde una cantidad
alarmante de pastores están manifestando cuadros severos de
ansiedad y depresión, llegando algunos incluso a quitarse la
vida. Muchos matrimonios en el liderazgo están en crisis y es
común encontrar hijos de pastores resentidos con Dios y con la
iglesia.
Los pastores están solos, no tienen amigos, no tienen a nadie
con quien desahogarse y viven con un clamor en el corazón que no
les es permitido expresar y que los carcome por dentro. Se sienten
llenos de culpas, temores y dudas que no pueden exteriorizar
porque sería aceptar que no son «perfectos» ni están «aptos» para
servir en la iglesia, y se expondrían a ser desechados.
Esos los hace cada día más débiles emocionalmente, más
susceptibles y propensos a explotar envolviéndose en depresión y
en decepción, por un sistema que los adsorbió pero que no está
para ellos cuando realmente lo necesitan.
¡Iglesia, necesitamos hacer un alto en el camino y entender
que debemos hacer cambios urgentes! Si no, las consecuencias van
a ser devastadoras. ¿Cuánta gente necesitamos herir para
reconocer que necesitamos cambiar? ¿Cuántos pastores se tienen
que suicidar para darnos cuenta de que el sistema de ayer no
funciona hoy?
Debemos estar dispuestos a cambiar paradigmas y asumir el
reto de ver como Dios ve, teniendo la valentía y la humildad de
entender que algunos de los paradigmas de la Iglesia no están
alineados a las instrucciones de Dios para este tiempo y mucho
menos a la manera de pensar y actuar que debemos tener para
impactar a la generación de hoy.
CAPÍTULO II
THE GAP, UN ABISMO ENTRE LA IGLESIA Y LA
SOCIEDAD

Jamás había sido tan imprescindible que la Iglesia aprendiera a vivir


en el «ahora» de Dios y a tener su perspectiva como en este tiempo.
Pareciera que la Iglesia y la sociedad vivieran en dos universos
paralelos que nunca se tocan; dos mundos con idiomas,
culturas y sistemas de pensamiento completamente diferentes,
los cuales jamás hallarán un punto de encuentro, y si no logramos
implementar una estrategia que les permita interactuar, será
imposible cumplir con la misión que Jesús nos delegó.
Esta separación no es nueva, viene desde el huerto del Edén.
En el momento en que Adán y Eva desobedecieron a Dios y se
rebelaron contra Él, se creó una brecha entre la humanidad y todo lo
que representa a Dios y su Reino, incluyendo la Iglesia. Realmente
esta separación nunca había sido tan grande como ahora.
Existen factores que han contribuido para que esto suceda;
algunos son externos a la iglesia, pero otros tienen que ver con la
cultura religiosa que ha definido la manera en que la Iglesia piensa y
actúa. En el caso de los factores externos, uno de los que más ha
contribuido a la brecha de separación entre la Iglesia y la sociedad,
es la manera en que cada uno deriva la verdad.
Hasta finales del siglo XVIII la moral de la sociedad
descansaba sobre un método para derivar la verdad conocido como
la tesis y la antítesis, el cual solo permite considerar dos posiciones
opuestas con respecto a un supuesto. Por ejemplo: si la tesis es:
ayudar es bueno, entonces la antítesis sería: no ayudar es malo.
Este método de llegar a una conclusión o derivar la verdad
guardaba cierta similitud con el mensaje de la Iglesia, el cual está
fundamentado en verdades absolutas, lo cual permitió que, a pesar
de las diferencias, existiera cierta relación entre el sistema moral del
mundo y el discurso de la Iglesia. La similitud que existía en la
manera como la Iglesia y la sociedad derivaban la verdad se
convirtió en un puente entre ambos sistemas, y esto colaboró
enormemente para que el mensaje de la Iglesia fuera entendido y
abrazado, aún por aquellas personas que no pertenecían a la fe
cristiana.
A partir del siglo XVIII esto dio un giro dramático, ya que la
sociedad empezó a ser expuesta a las corrientes filosóficas de Kant
y Kierkegaard quienes, a través de conceptos como el empirismo, el
racionalismo y el existencialismo, cambiaron la manera como las
personas comprendían la fe y la verdad. Esto, sumado al concepto
filosófico de Hegel, llamado la SÍNTESIS, el cual, en su esencia,
mezcla verdades absolutas con puntos de vista subjetivos, terminó
dando a luz lo que hoy conocemos como el relativismo, que es la
posición filosófica que niega la existencia de verdades absolutas, ya
sea en el ámbito del conocimiento, de la moral o de la metafísica.
Esto generó un choque entre el sistema de pensamiento de la
Iglesia, el cual está fundamentado en verdades absolutas, y el
sistema de pensamiento de la sociedad, donde la fe y la moral son
el resultado de la amalgama de verdades objetivas y experiencias
subjetivas.
Hasta hace poco, esta corriente estaba confinada al viejo
continente, que fue la cuna de los filósofos más influyentes en los
siglos XVIII y XIX, pero el avance de la tecnología y la globalización
mundial, sumado al pensamiento humanista promovido por el
comunismo y el socialismo, han hecho que este sistema de
pensamiento se propague por el mundo entero, incluyendo Norte,
Centro y Suramérica. Esto ha colaborado para que se produzca una
división entre el discurso de la Iglesia y la forma de pensar de la
sociedad occidental, especialmente en las nuevas generaciones.
Aparte de la diferencia en como la Iglesia y la sociedad se
aproximan a la fe y a la verdad, hay ciertos factores que son
inherentes a la cultura y pensamiento de la institución eclesiástica
cristiana, que han contribuido enormemente a que esta se encuentre
tan enajenada del mundo real. Veamos algunos de ellos:
1. La falta de pensamiento crítico
La falta de educación y conocimiento general por parte de las
autoridades espirituales en las congregaciones, y el temor que estas
tienen de perder el control de las personas, ha llevado a dichas
autoridades a levantar comunidades donde la gente carece de
pensamiento crítico y está incapacitada para entablar una
conversación racional e inteligente con personas que piensen
diferente. De hecho, cuando sienten que sus creencias están siendo
desafiadas, usualmente recurren a argumentos religiosos que, en
vez de ser convincentes, contribuyen a que sigamos perdiendo
credibilidad con el no creyente y a que la brecha continúe
ensanchándose.
Lamentablemente, hay creyentes que parecen loros; solo
repiten lo que escuchan en sus comunidades espirituales o en la
burbuja cristiana a la cual han estado confinados toda su vida, pero
desconocen el porqué de las cosas, lo cual les impide utilizar el
sentido común a la hora de discutir o comunicarse.
Basta con asumir el desafío de entrar a un salón de clases en
la universidad, donde el libre pensamiento y la necesaria
argumentación reinan y hacer un comentario bíblico; te aseguro que
serás objeto de burla. Para nuestros jóvenes esto realmente
representa un reto para el cual la iglesia no los ha preparado. Esto
los ha llevado a la frustración y al cuestionamiento de sus propias
formas de vida, dando como resultado que abandonen las iglesias y
busquen las teorías filosóficas que le den sentido a sus
pensamientos.
Hay una realidad, los jóvenes de la generación de hoy no
tragan entero, es decir, no aceptan como verdad todo lo que se les
dice sin un argumento sólido y comprobable por ellos. Esta
generación está buscando a alguien que le hable con
fundamentos; alguien que tenga la capacidad de explicarle el
porqué de las cosas. Que sea capaz de dar respuestas
pertinentes a problemas actuales.
Necesitamos formar creyentes con pensamiento crítico, que
aprendan a pensar, a razonar y a dar respuestas reales. Pensar no
es un pecado, y razonar no es dejar que el diablo te meta cosas en
la cabeza. Todo lo contrario, pensar es hacer uso de las habilidades
que Dios nos ha dado para entender, vivir y comunicar la fe.
Es urgente que los líderes espirituales confíen en Dios y en lo
que Él ha formado en la mente de esta generación. El hecho de que
no piensen igual que tú no significa que estén errados. No podemos
seguir satanizando o minimizando lo que Dios le ha dado a esta
generación. Necesitamos entender que no somos los dioses de
nuestras iglesias, no somos quienes tienen la facultad de controlarlo
todo, mucho menos los pensamientos y la vida de las personas.
Debemos creer que Dios los ama más que nosotros y que el Espíritu
Santo va a terminar la obra que comenzó en cada uno de ellos.
En 1ª Pedro 3:15-16 Dios nos ordena estar siempre
preparados para dar respuestas válidas y actuales:

Si alguien les pregunta acerca de la esperanza que tienen como


creyentes, estén siempre preparados para dar una explicación; pero
háganlo con humildad y respeto.

Necesitamos creer que el hecho de que los miembros de


nuestras congregaciones tengan pensamiento crítico no los hace
vulnerables, por el contrario, los hace tener una vida cristiana más
sólida y los capacita para defenderse mejor en el mundo.
La Iglesia debe ser intencional en capacitar de manera
integral a las personas y darles las competencias necesarias
para vivir y desarrollarse dentro de la sociedad. No podemos
seguir enviando al mundo personas que solo tienen la capacidad
para funcionar dentro del ámbito cristiano, porque los estamos
condenando a vivir en una dualidad que les va a impedir funcionar
exitosamente fuera de las paredes de la religión y relacionarse
saludablemente con aquellos que no comparten nuestra fe.
2. La religiosidad
Cuando hablo de religiosidad me refiero al sistema moralista que se
ha implantado en gran parte de la Iglesia cristiana, que le hace creer
a las personas que estas pueden acercarse a Dios y ganarse su
amor y bendición a través de la práctica de ejercicios espirituales y
la obediencia a los mandamientos. Para la religiosidad no hay nada
más importante que la «santidad», y aparentemente ésta solo se
puede lograr apartándose de todo aquello que «atenta» contra la
pureza espiritual.
La religiosidad es una de las causas que más han
contribuido a la brecha de separación entre la Iglesia y la
sociedad porque equivocadamente promueve que nos alejemos
precisamente de aquello a lo que hemos sido enviados a
impactar y transformar. En otras palabras, la religiosidad hace
exactamente lo contrario de lo que Cristo nos ordenó que
hiciéramos. Mientras que Él nos mandó a que fuésemos al mundo a
proclamar su Reino, la religiosidad nos manda a separarnos del
mundo y confinarnos dentro de las cuatro paredes de las iglesias
para evitar contaminarnos con el pecado.

Jesús se acercó y dijo a sus discípulos:

—Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por lo tanto,


vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. (Mateo 28:19- 20).

En vez de hacer lo que Cristo hizo, interactuar con las


personas, especialmente los que se encontraban más lejos de Él,
pareciera que el énfasis de gran parte de la Iglesia de hoy está en
enseñar que debemos separarnos del mundo. El mandato de Cristo
en la Biblia es claro: «Vayan por todo el mundo», no es:
«Enciérrense en sus burbujas de santidad y aléjense de los
pecadores».
Lamentablemente, la iglesia tiende a sacar las cosas de
contexto, y toma pasajes bíblicos como 2ª de Corintios 6:14 donde
dice: «…que comunión tienen la luz con las tinieblas»; o Santiago
4:4, que dice: «… ¿No se dan cuenta de que la amistad con el
mundo los convierte en enemigos de Dios?», y los convierte en la
excusa o la razón para evadir su responsabilidad de ir al mundo y
relacionarse con las María Magdalenas y los Zaqueos de hoy.
El espíritu religioso es tan engañador, que ha logrado
convencernos de que el moralismo está por encima del ejemplo de
vida que Jesús nos dejó. Él fue amigo de pecadores, cenó con ellos,
compartió con ellos, pero por alguna razón creemos erróneamente
que Dios se alegra cuando rechazamos a los leprosos de este
tiempo y nos alejamos de ellos.
Tenemos que rescatar la verdadera espiritualidad, y entender
que no tiene nada que ver con moralismo, reglas o normas; se trata
del amor y la vida de Cristo manifestados a través nosotros a todo el
mundo, especialmente a los que están lejos de Él.

3. La falsa separación entre sagrado y secular


Otra de las causas que ha promovido la brecha entre la Iglesia y la
sociedad es la falsa creencia de que existe una separación entre lo
«sagrado» y lo «secular», entendiendo por secular todo aquello que
no sea «espiritual» y que pertenece a la dinámica natural y humana
de la vida —trabajo, escuela, vida fuera de la congregación―. Esta
creencia distorsionada nos ha llevado a clasificar todo dentro de
estas dos categorías.
Por ejemplo, si una canción habla de Jesús y/o de la Biblia,
entonces entra en la categoría de «música sagrada», y se considera
que está permitida, que es santa y la podemos escuchar. Todo lo
demás se considera música secular y está prohibido escucharla
porque nos podemos contaminar. Lo mismo hemos hecho con el
cine, la literatura, el arte, la televisión, la comida y la bebida. El
resultado de esto ha sido que mientras la gente no cristiana del
mundo está en una profunda necesidad de Dios, la Iglesia, con
tal de no contaminarse, está metida en una cápsula de
seguridad que le permite protegerse de lo secular y tener
contacto solo con lo sagrado.
Lamentablemente, en esta categorización errada también
hemos incluido a los seres humanos, a quienes clasificamos como
buenos o malos, lo cual nos impide ver a algunas personas con la
dignidad que Dios las ve, lo que nos lleva a rechazarlas y alejarnos
de ellas.
La Iglesia cristiana no fue fundada sobre una separación
entre lo sagrado y lo secular. Por el contrario, Cristo vino
precisamente a acabar con esa separación, que lo único que
produjo fue una institución religiosa confinada a grandes templos e
incapacitada para tocar el mundo con el amor y la verdad de Dios.
Al separar la vida «espiritual» de la vida «cotidiana» del
ser humano, lo que hicimos fue robarles a las personas la
esperanza que solo Jesús les puede dar, y creamos un club
reservado para una élite espiritual; para los «verdaderamente
santos», aquellos que se conforman y amoldan a los paradigmas
religiosos de los pastores o a su manera de entender a Dios.
Esta falsa separación entre lo sagrado y lo secular nos ha
impedido ver al Dios que no hace acepción de personas; ese Jesús
que abrazaba al leproso, cenaba en la casa del ladrón, era amigo de
borrachos y prostitutas y se ponía al nivel de la adúltera.

Entonces Pedro tomó la palabra, y dijo:


—Ciertamente ahora entiendo que Dios no hace acepción de personas.
(Hechos 10:34 NBLA).

El Hijo del Hombre, por su parte, festeja y bebe, y ustedes dicen:


—¡Es un glotón y un borracho y es amigo de cobradores de impuestos y
de otros pecadores! (Mateo 11:19).
La religiosidad nos ha incapacitado para ver a ese Dios
omnipresente, que está en todos lados y anhela involucrarse en
todos los aspectos de nuestra vida, y esto, a su vez, terminó por
robarnos la libertad para disfrutar las cosas naturales de la vida,
como la música, el arte y la bendición de la verdadera amistad. ¡Por
estar midiendo todo el tiempo si algo es «de Dios» o no, nos hemos
vuelto las personas más tristes y aburridas del planeta! Con razón la
gente no quiere estar con nosotros. 1 de Timoteo 4:4 dice:

Porque todo lo creado por Dios es bueno y nada se debe rechazar si se


recibe con acción de gracias; porque es santificado mediante la palabra de
Dios y la oración.

No entender que la creación de Dios es buena nos ha llevado


a inventar niveles de pecado y santidad, categorizando a las
personas de acuerdo con esos niveles. Por alguna razón hemos
creído erróneamente que algunas personas son dignas de Dios y
otras no. Este grave error nos ha traído al lugar donde estamos hoy,
casi anulados para la sociedad por creernos los dioses de este
mundo, proyectando una imagen arrogante ante aquellos que
piensen diferente.

4. El avance de la tecnología
Anteriormente no era tan fácil acceder a la información como hoy
día; esto le permitía a la Iglesia predicar sus mensajes sin ser
cuestionada, ya que la gente no tenía acceso a la información
necesaria para corroborar si estos eran verdad o no, si tenían
fundamento o no. El avance exponencial de la tecnología ha
causado que hoy le estemos hablando a una generación que, a
través de los dispositivos móviles, tiene más información en su
mano que todas las enciclopedias que sus padres tenían en la
biblioteca de la casa.
Además de esto, estamos en una era digital donde todo lo
que hacemos o decimos tiene la capacidad de quedar grabado
eternamente y para siempre en «la nube» y ser expuesto al mundo
entero a través de las redes sociales, lo cual aumenta
exponencialmente el escrutinio público. La Iglesia de hoy no es peor
que la de ayer, lo que sucede es que ahora nos enteramos de todo.
Los líderes de hoy no son peores que los líderes de antes; lo que
pasa es que ahora sus errores y su lado humano están exhibidos en
una vitrina a la cual el mundo entero tiene acceso. ¿Cuál ha sido el
resultado? Una desconfianza generalizada en la iglesia y sus
autoridades, lo cual ha ayudado a alejar a las personas aún más de
nuestras comunidades.
No podemos seguir promoviendo la separación entre la
Iglesia y la sociedad; esta actitud nos está alejando cada vez más
de aquello a lo que Dios nos ha llamado. Dios no nos llamó a ser
instrumentos de separación, sino de reconciliación, y para eso
debemos estar dispuestos a renunciar a todos aquellos sistemas de
pensamiento que nos impiden ir hasta donde se encuentran las
personas y manifestarles el amor incondicional del Padre celestial.
.
CAPÍTULO III
¿DÓNDE ESTÁN TUS GRIEGOS?
¿Qué puede llevar a una persona a cambiar tan radicalmente la
forma como ha hecho siempre las cosas y arriesgarse a perder lo
que ha construido en 25 años de trabajo? Esa era la pregunta que
se hacían todos aquellos que me conocían; los pastores de la
ciudad, los líderes de la organización que dirijo, el staff, los
miembros de la iglesia, mis amigos e inclusive algunos miembros de
mi familia.
«Está loco», «debe ser la crisis de la mediana edad»,
«seguro hay pecado oculto», «es un indeciso», «eso no es de
Dios», «se apartó de la sana doctrina»”, en fin, dijeron de todo, pero
nada logró que cambiara mi decisión. Lo que sucede es que
ninguno de ellos estaba viendo lo que yo veía; nadie estaba
observando lo que Dios me había mostrado, y como hemos venido
aprendiendo, solo cuando empezamos a ver como Dios ve es que
comenzamos a valorar lo que Él valora, proteger lo que Él protege y
luchar por lo que Él lucha.
¡Lo que Dios me había mostrado era tan valioso que estuve
dispuesto a cambiar todo con tal de alcanzarlo! Me recuerda la
historia que Jesús contó del hombre que estuvo dispuesto a
venderlo todo con tal de tener un tesoro que había descubierto.

El reino del cielo es como un tesoro escondido que un hombre descubrió


en un campo. En medio de su entusiasmo, lo escondió nuevamente y
vendió todas sus posesiones a fin de juntar el dinero suficiente para
comprar el campo. (Mateo 13:44)

Es muy importante entender esto, porque hoy día hay


muchos líderes que están intentando renovar sus congregaciones,
pero se limitan a solo realizar cambios externos y superficiales. En
la desesperación por salvar una Iglesia, que a lo mejor se encuentra
envejecida y moribunda, o tal vez con la intención de preservar el
sustento de su familia, proceden a realizar cambios de forma, pero
no de fondo, cuando el problema va mucho más allá del color de las
paredes, la música o la ropa.
¡Para producir una transformación REAL en la Iglesia,
Dios tiene que hacer algo en nuestro corazón que nos permita
ver con su perspectiva! Solo entonces nos atreveremos a
realizar los cambios que sean necesarios, a pesar de la opinión
de los demás. Debemos llegar al punto donde el propósito de Dios
sea más importante para nosotros que la crítica de las personas, y
eso solo sucede cuando lo que a Dios le duele está por encima de lo
que a nosotros nos duele, lo que a Dios le importa está por encima
de lo que a nosotros nos importa y lo que Dios quiere hacer está por
encima de lo que nosotros queremos hacer.
Quiero compartir contigo una experiencia de Jesús que
cambió para siempre mi manera de ver las cosas. El día que entendí
lo que voy a exponer a continuación, mi perspectiva sufrió un
cambio irreversible. Necesito advertirte que si continúas leyendo
corres el riesgo de que tu perspectiva también cambie para
siempre. Es más, te voy a contar un secreto: esa ha sido mi oración
mientras escribo estas líneas; que tu manera de ver cambie, porque
hay mucho en juego y no podemos seguir repitiendo los errores que
le han hecho tanto daño a la Iglesia y a su capacidad para cumplir
con la misión que Jesús le entregó.
Si luego de leer esta advertencia has decidido que quieres
continuar, te invito a que me acompañes a entrar en una de las
experiencias más significativas que vivió Jesús. Vayamos a
Getsemaní.

Entonces Jesús fue con ellos al huerto de olivos llamado Getsemaní y


dijo: «Siéntense aquí mientras voy allí para orar». Se llevó a Pedro y a los
hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y comenzó a afligirse y
angustiarse. Les dijo: «Mi alma está destrozada de tanta tristeza, hasta el
punto de la muerte. Quédense aquí y velen conmigo». Él se adelantó un
poco más y se inclinó rostro en tierra mientras oraba: «¡Padre mío! Si es
posible, que pase de mí esta copa de sufrimiento. Sin embargo, quiero que
se haga tu voluntad, no la mía». Luego volvió a los discípulos y los
encontró dormidos. Le dijo a Pedro: «¿No pudieron velar conmigo ni
siquiera una hora?1 Velen y oren para que no cedan ante la tentación,
porque el espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil». Entonces Jesús
los dejó por segunda vez y oró: «¡Padre mío! Si no es posible que pase
esta copa a menos que yo la beba, entonces hágase tu voluntad». Cuando
regresó de nuevo a donde estaban ellos, los encontró dormidos porque no
podían mantener los ojos abiertos. Así que se fue a orar por tercera vez y
repitió lo mismo. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo: «¡Adelante,
duerman y descansen! Pero miren, ha llegado la hora y el Hijo del Hombre
es traicionado y entregado en manos de pecadores. Levántense, vamos.
¡Miren, el que me traiciona ya está aquí!». (Mateo 26:36-46).

Este es, tal vez, uno de los momentos más dramáticos en la


vida de Jesús. El Maestro estaba a punto de ser entregado para ser
crucificado, y decidió apartarse para hablar con el Padre. La lucha
interna que Jesús estaba enfrentando era tan difícil que les pidió a
tres de sus discípulos que fueran con Él para apoyarlo en oración. El
Señor sabía lo que estaba en juego: nada más y nada menos que la
salvación de la humanidad, y con esa carga en el corazón, apeló a
su Padre para ver si existía alguna posibilidad de evitar la cruz. Ya
conocemos el final, Jesús decidió abrazar la voluntad del Padre y
entregar su vida para ser humillado, torturado y crucificado.
Pienso que a veces minimizamos lo que Jesús experimentó
en ese momento; asumimos que Él era tan obediente que aceptó
con gozo la voluntad del Padre y salió «feliz» a encontrarse con la
muerte. Nada más lejano de la realidad. Jesús estaba tan
angustiado por lo que estaba a punto de enfrentar que tres veces
intentó convencer al Padre de que buscara una opción diferente a la
cruz. La Biblia dice que el estrés al que estuvo expuesto fue tan alto,
que sus poros se dilataron y sudó gotas de sangre.
¿Por qué menciono estas cosas? Porque es importante
entender que a pesar de que es cierto que Jesús salió del Jardín de
Getsemaní decidido a morir, en su corazón todavía había mucha
angustia y temor. Esto es evidente al ver el estado de ánimo del
Maestro luego de salir del huerto. Su interacción con las demás
personas nos muestra un Jesús compungido, estremecido
interiormente.
Ese Jesús decidido, pero angustiado, comprometido, pero
conmovido, es el que encontramos en el siguiente pasaje que quiero
invitarte a leer, y el cual narra una experiencia que sucede justo
antes de que el Señor sea traicionado y entregado:

Algunos griegos que habían ido a Jerusalén para celebrar la Pascua 21 le


hicieron una visita a Felipe, que era de Betsaida de Galilea. Le dijeron:
«Señor, queremos conocer a Jesús». 22 Felipe se lo comentó a Andrés, y
juntos fueron a preguntarle a Jesús.23 Jesús respondió: «Ya ha llegado el
momento para que el Hijo del Hombre entre en su gloria. 24 Les digo la
verdad, el grano de trigo, a menos que sea sembrado en la tierra y muera,
queda solo. Sin embargo, su muerte producirá muchos granos nuevos,
una abundante cosecha de nuevas vidas. (Juan 12:20-24).

En esta historia vemos que unas personas se acercan a los


discípulos y expresan su deseo de conocer a Jesús y luego los
discípulos van donde Jesús a comunicarle el mensaje. A simple
vista, parece que Juan está narrando una experiencia relativamente
normal, pero nos encontramos con una respuesta de Jesús muy
extraña, que no se acomoda a lo que probablemente cualquier
persona contestaría al enterarse que alguien lo está buscando. Más
«lógico» hubiese sido haber contestado algo como: «Ya voy», o:
«¿Qué quieren?», o tal vez: «Ahora no los puedo atender», pero
ante el mensaje de los discípulos, Jesús responde lo siguiente: «Les
digo la verdad, el grano de trigo, a menos que sea sembrado en la
tierra y muera, queda solo. Sin embargo, su muerte producirá
muchos granos nuevos, una abundante cosecha de nuevas vidas».
Me imagino que los discípulos quedaron un poco confundidos
con esa respuesta que parecía no tener nada que ver con lo que le
acababan de comunicar al Señor. Eso es lo que sucede cuando
estamos viendo con nuestra perspectiva humana, usualmente no
entendemos lo que dice o hace Dios.
Más bien lo que deberíamos preguntarnos es: ¿Qué estaba
viendo Jesús que lo llevó a responder de esa manera? ¿Qué estaba
pasando por su mente?
Para comprender un poco lo que estaba sucediendo por la
mente de Jesús, primero hay que aclarar algo: a Jesús no lo
estaban buscando cualquier tipo de personas; lo estaban buscando
unos GRIEGOS, y eso lo cambia todo. Si ves, en la época de Jesús,
había la costumbre de clasificar a las personas en dos grupos:
judíos y griegos, como podemos ver en los siguientes pasajes:

Y discutía en la sinagoga todos los días de reposo, tratando de persuadir


a judíos y a griegos. (Hechos 18:4).

Pues por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo,


ya judíos o griegos, ya esclavos o libres. A todos se nos dio a beber del
mismo Espíritu. (1 Corintios 12:13).

De acuerdo con la costumbre de ese tiempo, se consideraba


griego a toda persona que no era judía. Esto quiere decir que
cuando en la Biblia se habla de los «griegos» se refiere a las
personas que forman parte de todas aquellas naciones que no son
Israel.
Ahora que entendemos un poco mejor el contexto social de la
época, tratemos de comprender lo que podía estar pasando por la
cabeza de Jesús cuando los discípulos le comunicaron el mensaje
de los griegos. Él acababa de experimentar una batalla muy intensa
en Getsemaní y ahora se encontraba en Jerusalén, decidido a morir,
pero con una lucha muy grande en el corazón. Justo en ese instante
le dijeron: «Maestro, unos griegos te buscan».
En ese momento, Jesús comenzó a comparar lo que pudiera
suceder si no muriera versus lo que pudiera acontecer si fuese a la
cruz. Es como si en su mente el Maestro hubiera hecho el ejercicio
de colocar estas dos opciones en una balanza para ver cuál de ellas
pesaba más. De un lado de la balanza, Jesús colocó todo lo que Él
podría lograr si en vez de morir, continuara su misión en la tierra.
¡Cuántas señales y milagros pudiera realizar! ¡Cuántos leprosos
pudiera sanar y endemoniados liberar! ¡Cuántas personas pudiera
tocar con su mensaje de amor!
Mira lo que dice la Biblia con respecto a lo que Jesús alcanzó
a hacer en el corto tiempo que duró su ministerio en la tierra:

Y hay también muchas otras cosas que Jesús hizo, que, si se escribieran
en detalle, pienso que ni aun el mundo mismo podría contener los libros
que se escribirían. (Juan 21:25).

Jesús debió de pensar: «Si logré hacer tanto en tres años y


medio, ¿cuánto más podré realizar si en vez de morir, decido vivir
unos treinta o cuarenta años más?». Amigo, la realidad es que sería
incontable, y ¡más aún si lo vemos con la perspectiva humana!
¿Cuántos líderes y pastores no desearíamos realizar, aunque fuera
una pequeña parte de eso? Todo eso fue lo que Jesús puso en uno
de los lados de la balanza.
Te preguntarás, ¿y qué puso en el otro lado de la balanza? A
los griegos. Así es, en un lado de la balanza colocó décadas de
milagros, maravillas y señales, y en el otro lado colocó a ese
pequeño grupo de griegos. A lo mejor te parecerá que lo que Jesús
hizo no tiene sentido, pero no olvides que Él no veía como nosotros,
Él veía con la perspectiva de Dios, por lo tanto, cuando pensó en los
griegos no se estaba imaginando a ese pequeño grupo de personas
que lo habían venido a buscar. Jesús vio lo que esos griegos
representaban: la posibilidad de alcanzar todas las naciones de
la tierra, por todas las generaciones. En esos griegos, Jesús vio
el propósito eterno de Dios: vio la salvación de la humanidad:

En primer lugar, te ruego que ores por todos los seres humanos. Pídele a
Dios que los ayude; intercede en su favor, y da gracias por ellos… 3 Esto
es bueno y le agrada a Dios nuestro Salvador, 4 quien quiere que todos se
salven y lleguen a conocer la verdad. (1 Timoteo 2:1;3-4).

Jesús entendió que, si no iba a la cruz, su ministerio iba a


estar limitado por tiempo y espacio. El hecho de estar confinado a
un cuerpo humano, solo le iba a permitir llegar a las personas que
estuvieran vivas mientras Él estuviera en la tierra y que se
encontraran geográficamente a su alcance. En cambio, si moría, a
través de su iglesia empoderada por el Espíritu Santo, iba a tener la
capacidad de estar presente en toda la tierra y por todas las
generaciones.
Quiero que sepas que tú y yo estábamos representados en
esos griegos. Cuando Jesús vio a los griegos, te vio a ti y me vio a
mí; vio a nuestra familia y a nuestros hijos. Cuando Jesús se decidió
por los griegos, estaba viendo a los enfermos y necesitados de hoy.
Cuando Jesús escogió a los griegos, estaba viendo tu país, tu
ciudad, tu vecindario y tus amigos.
Cuando Jesús pensó en los griegos, lo hizo con la
perspectiva eterna de Dios, y eso le permitió ver mucho más
allá de lo que se puede ver con el ojo humano. Es más, fue tanto
lo que vio representado en esos griegos, que al final le pareció que
la otra opción, en la que probablemente hubiera impactado a
decenas de miles de personas, era igual que no dar fruto.
Esto es lo que le sucede a una persona que aprende a ver
con la perspectiva de Dios. Se produce un cambio en sus
prioridades. Cosas que aparentaban ser muy importantes en el
corazón empiezan a perder valor para cederle el lugar a cosas que
son importantes en el corazón de Dios, a lo eterno, a lo que solo se
puede ver con su perspectiva.
Eso fue lo que me sucedió a mí; un día vi a los «griegos» y a
partir de ese momento todo cambió. No me refiero a los mismos
«griegos» que vio Jesús. Los «griegos» que yo vi son aquellas
personas que se encuentran fuera de la Iglesia y lejos de Dios, y
que no son capaces de acercarse a nuestras congregaciones
porque no se sienten amados y aceptados tal como son. Los
«griegos» que yo vi son esa generación de jóvenes que no se
identifica con la cultura religiosa tradicional y siente que no hay
espacio para ellos dentro de la vida de la iglesia, por lo cual han
optado por expresar su espiritualidad a través de creencias como el
misticismo, el ateísmo y el secularismo.
Las estadísticas dicen que el 53 % de las personas jamás
visitará una iglesia local, pero a veces pareciera que nos importara
más el 47 % que está dentro que ese 53 % que está fuera. Es como
si para la Iglesia fuera más valioso no perder los que ya tiene que
ganar los que no tiene. Por eso no nos arriesgamos a hacer los
cambios necesarios. Muchas veces hemos predicado, y por años
hemos cantado acerca del versículo que habla del buen pastor que
deja las noventa y nueve ovejas que tiene en el redil para ir a buscar
la que está perdida, pero la realidad es que muy pocos están
dispuestos a hacerlo.
De un día para otro, ese grupo de personas alejadas de Dios,
«los que están en el mundo», se volvió más importante para mi
esposa y para mí que el edificio de la iglesia y los miles que asistían
cada domingo. La nueva generación, esos jóvenes que usualmente
consumen mucho más de lo que aportan, se adueñaron de nuestro
corazón. ¿Cuál fue el resultado? Lo dejamos todo para poder
construir una casa donde todos ellos se sintieran amados y pudieran
conocer al Padre celestial.
Cuando tienes la perspectiva de Dios, estás dispuesto a
renunciar a lo que sea, cambiar lo que sea e ir hasta donde sea
necesario, con tal de complacer al corazón del Padre y que sus
propósitos se cumplan, aunque los demás no lo entiendan.
Te quiero invitar hoy a que te hagas dos preguntas, que
suenan simples, pero requieren mucha sinceridad: ¿Estás dispuesto
a renunciar a tu perspectiva para abrazar la perspectiva de Dios?
¿Estás listo para dejar a un lado los paradigmas e instrucciones que
te han acompañado por siempre y alinearte con el «ahora» de Dios
y lo que Él ha establecido para este tiempo?
Sincérate con Dios y asume con valentía tus respuestas. Solo
tú conoces los sacrificios que has realizado para construir lo que
hasta ahora has logrado y cuánto valor tiene eso para ti en
comparación a lo que Dios te está mostrando.
Mi deseo es que puedas ver como Dios ve, para que puedas
llevar a cabo la obra que te encomendó como parte de su cuerpo. A
fin de cuentas, mientras más miembros del cuerpo de Cristo
entiendan y cumplan su función, más bienestar habrá en el resto.

Él hace que todo el cuerpo encaje perfectamente. Y cada parte, al cumplir


con su función específica, ayuda a que las demás se desarrollen, y
entonces todo el cuerpo crece y está sano y lleno de amor. (Efesios 4:16).

En la siguiente sección del libro abordaremos con


profundidad la estrategia que Cristo usó para cumplir con su misión
cuando vino al mundo. Siendo honestos, debemos reconocer que el
nivel de esfuerzo de la Iglesia de este tiempo no es proporcional a
su efectividad. Normalmente trabajamos mucho más de lo que
logramos, por esa razón es clave que además de aprender a ver
como Dios ve, aprendamos a hacerlo como Él lo hizo. Solo de esa
forma podremos dar un fruto que permanezca.
PARTE 2:
ESTRATEGIA
Siendo eficaces en la misión que Jesús nos encomendó.
CAPÍTULO IV
SE BUSCA UNA INTERFAZ
Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo.
Juan 17:18

Cuando Jesús dijo: «Como tú me enviaste al mundo, yo los envío


también al mundo», lo que estaba expresando era: «Quiero que
ellos lo hagan de la misma manera que lo hice yo». No tenemos que
rompernos la cabeza intentando descubrir qué estrategia usar para
alcanzar a las personas porque Jesús ya nos mostró la forma de
hacerlo.
En pocas palabras, si queremos ser eficaces en la misión
que Jesús nos encomendó, debemos comenzar por usar la
estrategia que Él usó, la cual fue fundamental para que pudiera
cumplir su rol como reconciliador entre Dios Padre y una
humanidad, que estaba completamente apartada de Él.

Por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios. (Romanos 3:23).

El abismo entre Dios y el ser humano era tan grande, que no


existía manera de que las personas pudieran acercarse a Dios por
sus propios méritos. Por esta razón Dios tuvo que tomar la iniciativa
y crear una forma, un mecanismo para acercarse a esa humanidad
caída y en tinieblas, con el fin de poder tocarle, transformarle y
devolverle la capacidad de relacionarse con Él nuevamente. De esa
estrategia hablaremos en este capítulo.
Ahora, no se trata de un plan súper complicado o difícil de
entender; realmente Dios lo expresa en el siguiente versículo, que
contiene los dos componentes de la estrategia. Sin embargo,
aunque suene simple, el esfuerzo para ejecutar esos planes no fue
ni ha sido nada fácil para la Iglesia.
Entonces la Palabra se hizo hombre y vino a vivir entre nosotros. Estaba
lleno de amor inagotable y fidelidad. Y hemos visto su gloria, la gloria del
único Hijo del Padre. (Juan 1:14).

La Biblia enseña que, a raíz del pecado de Adán y Eva, la


humanidad murió espiritualmente y quedó separada de Dios e
incapacitada para relacionarse con Él. Para agravar un poco más la
situación, la Biblia también dice que no existe nada que el ser
humano pueda hacer para solucionar este problema.
Por esta razón, la estrategia divina no está fundamentada
sobre la responsabilidad del ser humano de acercarse a Dios,
sino sobre la iniciativa de Dios de acercarse al ser humano, lo
cual nos lleva al primer componente:

1. La Palabra se hizo hombre


Juan enseña que la Palabra, refiriéndose a Jesús, «se hizo
hombre». Esto quiere decir que Jesús, quien es Dios y habitaba en
una dimensión eterna a la cual la Biblia llama Cielo, se despojó de
su traje de gloria y se hizo como uno de nosotros, vistiéndose con
un traje de carne y hueso, sometiéndose a las limitaciones propias
de un cuerpo natural. La eternidad se vistió de humanidad. Dios se
hizo hombre.

Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús. Aunque era Dios, no
consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio,
renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un
esclavo y nació como un ser humano. (Filipenses 2:5-7).

Para comprender la razón por la cual Jesús debía nacer


como un ser humano, hay que entender el problema de
incompatibilidad que existía entre Dios y la humanidad.
La Biblia enseña que Dios es un ser espiritual, y aquellos que
deseen relacionarse con Él lo tienen que hacer espiritualmente.

Pues Dios es Espíritu, por eso todos los que lo adoran deben hacerlo en
espíritu y en verdad. (Juan 4:24).

Dios creó al ser humano para tener una relación íntima con
Él. Ese es nuestro propósito eterno. Por esa razón, cuando Dios
hizo al ser humano, además de darle un alma y un cuerpo, le dio un
espíritu, que es la parte de nuestro ser que tiene la esencia de Dios
y nos permite relacionarnos con Él, ya que Él es espíritu.
Cuando el ser humano pecó, murió espiritualmente y eso
generó una incompatibilidad entre Dios y la humanidad. Voy a
contarte una experiencia de mi vida que va a ayudarte a entender un
poco mejor este concepto.
Cuando yo comencé a predicar, preparaba todas mis
enseñanzas con un procesador de palabras llamado Word, el cual
tenía instalado en un computador portátil que usaba el sistema
operativo de Windows. Word fue mi compañero fiel por muchos
años y me sirvió para preparar cientos de prédicas que bendijeron a
miles de personas domingo tras domingo.
Un día, una persona me habló maravillas de los
computadores Apple y tomé la decisión de cambiar mi computador
personal por uno de esa marca. Al principio todo iba súper bien,
hasta que intenté preparar una enseñanza. Ese día me di cuenta de
que Word no funcionaba en los computadores Apple porque estos
tienen un sistema operativo diferente, llamado IOS, que es
incompatible con Windows, el sistema operativo que usaba mi
computador anterior. ¡Casi me da un ataque al corazón! Una cosa
era cambiar el computador, otra muy distinta era cambiar el
programa que había usado toda mi vida para preparar mis
enseñanzas.
Fueron varios meses de tortura, hasta que encontré algo que
se llama INTERFAZ, y que me permitió instalar la aplicación Word
en mi computador Apple. Repentinamente, el problema de
incompatibilidad entre ambos sistemas cesó y Word empezó a
comunicarse con el nuevo sistema operativo como si fueran de la
misma familia. ¡Creo que fue uno de los momentos más felices de
mi vida!
Tú te preguntarás, ¿qué es una interfaz? Verás, una interfaz
es un dispositivo que permite que dos sistemas incompatibles
se puedan comunicar entre ellos. ¿Cómo lo hace? La interfaz
tiene características y habla el idioma de los dos sistemas
incompatibles que están tratando de comunicarse entre sí, lo cual
permite que se vuelvan compatibles, dándoles la capacidad de
relacionarse e intercambiar información entre ellos.
Cuando el ser humano pecó, murió espiritualmente y se
volvió incompatible con Dios. Debido a eso, se necesitaba una
INTERFAZ que pudiera servir de puente para que Dios y la
humanidad pudieran relacionarse y establecer una comunicación
entre ellos otra vez. Para cumplir su función, la interfaz necesitaba
tener características y hablar el idioma tanto de Dios como el de la
humanidad; necesitaba tener la esencia espiritual de Dios y la
esencia humana del hombre.
¡Jesús fue esa interfaz para la humanidad. Los hombres
se pudieron encontrar con Dios a pesar de la incompatibilidad
que había! Jesús fue el fruto de un esperma divino que fecundó un
óvulo humano. Por eso, en Él cohabitaban la esencia espiritual y la
humana, habilitándolo para ser ese lugar donde el sistema operativo
del espíritu y el sistema operativo humano se pudiesen conectar y
comunicar. El siguiente pasaje nos muestra cómo Dios y la
humanidad se encontraron y reconciliaron por medio de esa) interfaz
que poseía ambas naturalezas: ¡el hombre Cristo Jesús!

Hay un Dios y un Mediador que puede reconciliar a la humanidad con


Dios, y es el hombre Cristo Jesús. (1ª Timoteo 2:5).
Aunque la obra de la salvación fue completada por Cristo en
la cruz, el propósito eterno de Dios de reconciliar a gente de todas
las generaciones con Él aún no se ha cumplido. ¡Luego que Cristo
ascendió, quedó mucho por hacer! Aún hay mucha gente en el
mundo que no conoce a ese Padre celestial que los ama e hizo todo
lo necesario para traerlos a Él. Alguien tiene que ir a ayudar a
reconectar a esas personas con Dios, pero hay un problema: ¡Jesús
se fue! ¡Jesús ya no está en la tierra! ¿Cómo van a conocer a Dios,
si la interfaz ya no está?
¡Esa es la razón por la que Jesús dejó otra interfaz en la
tierra! Su Iglesia, ¡el Cuerpo de Cristo! No me refiero a una
institución eclesiástica; estoy hablando de ese organismo vivo
donde habita el Espíritu Santo, y que está compuesto por los
creyentes de todo el mundo. El único organismo donde se
encuentran las dos naturalezas, la espiritual y la natural y que puede
servir de punto de encuentro entre Dios y la humanidad.

¿No se dan cuenta de que todos ustedes juntos son el templo de Dios y
que el Espíritu de Dios vive en ustedes? (1ª Corintios 3:16).

Al igual que sucedió con Jesús, la Iglesia es un organismo


donde están presentes la naturaleza espiritual y la naturaleza
humana, por eso es que nos llamamos «el Cuerpo de Cristo» y nos
delegaron la responsabilidad de continuar con el ministerio de la
reconciliación.

Y todo esto es un regalo de Dios, quien nos trajo de vuelta a sí mismo por
medio de Cristo. Y Dios nos ha dado la tarea de reconciliar a la gente con
Él Pues Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no
tomando más en cuenta el pecado de la gente. Y nos dio a nosotros este
maravilloso mensaje de reconciliación. Así que somos embajadores de
Cristo; Dios hace su llamado por medio de nosotros. Hablamos en nombre
de Cristo cuando les rogamos: «¡Vuelvan a Dios!». (2ª Corintios 5:18-20).
Entendámoslo de una vez por todas, ¡somos los
representantes que Jesús dejó en esta tierra para que las
personas puedan conocer de Dios y anhelen acercarse a Él!
¿Cómo lo hacemos? Solo existe una manera. Debemos usar
la misma estrategia que usó Jesús: la Palabra tiene que hacerse
hombre. ¿Qué quiere decir esto? ¿Cómo podemos hacer que la
palabra se vuelva hombre? La Iglesia debe tomar toda Palabra, esto
quiere decir, tomar todas las canciones que ha cantado y todas las
enseñanzas que ha predicado por años, y convertirlas en actitudes y
acciones concretas que impacten de manera real a aquellos que no
conocen a Dios. En pocas palabras, ¡basta de hablar tanto del amor
de Dios y comencemos a demostrarlo con acciones! Dios mío,
¿cuándo será el día que la Iglesia cristiana será conocida por dar y
no por pedir?
Para que la Iglesia pueda cumplir su rol como una
interfaz entre Dios y la humanidad, tiene que aprender a
funcionar en las dos naturalezas que porta, la espiritual y la
humana. Por un lado, si somos muy espirituales, pero poco
humanos, perdemos la capacidad de relacionarnos y tocar a las
personas con la vida de Dios, y terminaremos como los discípulos
que fueron con Jesús al monte y lo vieron transfigurarse en un
cuerpo de gloria. Estaban tan impactados con lo espiritual, que se
olvidaron de los otros nueve discípulos y de las multitudes que
necesitaban conocer al Maestro.
Por el otro lado, si somos muy humanos, pero poco
espirituales, tendremos excelentes relaciones con las personas,
pero estaremos incapacitados para transformar sus vidas.
Terminaremos convertidos en una obra social más, que satisface
necesidades humanas, pero no sirve para conectar a las personas
con Dios.
2. Vino a vivir entre nosotros
Cristo no vino a hacernos una visita formal, Él vivió entre nosotros.
La palabra usada en el original para Vivir significa ‘acampar, residir’,
y es un símbolo de comunión, cercanía y protección. Esta palabra
denota una posición, dando a entender que no se refiere a una
simple visita, sino que Cristo está constantemente en medio de
nuestras circunstancias, involucrado en nuestra vida cotidiana.
¡Esto es increíble! Pudiendo haber nacido y vivido en un
palacio, y haber conducido todos sus asuntos ministeriales desde la
sinagoga o desde un trono, Jesús decidió nacer y vivir en medio de
la gente común y corriente e involucrarse en su cotidianeidad. Jesús
estaba festejando con ellos en sus fiestas y llorando con ellos en
sus funerales; compartiendo con ellos en la plaza del mercado y a
veces caminando por la orilla del mar mientras pescaban.
Una reunión de domingo en la iglesia o un grupo pequeño en
una casa no es Jesús viviendo entre la gente, eso es únicamente un
momento de interacción. Cristo viviendo entre nosotros es Él
involucrado en todo. Él en nuestra vida diaria, en nuestras
situaciones, en nuestras decisiones, en nuestros momentos felices y
en nuestras tragedias.
No hay estrategia humana que pueda sustituir el
involucrarse en la vida diaria de las personas. ¡Eso fue lo que
hizo Jesús! Él estuvo presente en su día a día, sin máscaras, sin
lenguajes teológicos, sin parafernalia, hablando normal, entre gente
normal, transformando sus vidas.
La Biblia dice que fue precisamente ese ser parte de la vida
de la gente lo que permitió que ellos lo pudieran ver de cerca y que
fueran tocados por su poder sobrenatural, ese poder que transforma
el corazón del ser humano para siempre.
Un encuentro con Jesús y la mujer del pozo jamás fue la
misma:

La mujer dejó su cántaro junto al pozo y volvió corriendo a la aldea


mientras les decía a todos: «¡Vengan a ver a un hombre que me dijo todo
lo que he hecho en mi vida! ¿No será este el Mesías?». (Juan 4:28-29).

Unas horas compartiendo con Zaqueo en su casa, y Zaqueo


nunca volvió a ser el mismo:

Pero la gente estaba disgustada, y murmuraba: «Fue a hospedarse en la


casa de un pecador de mala fama». Mientras tanto, Zaqueo se puso de pie
delante del Señor y dijo:
—Señor, daré la mitad de mi riqueza a los pobres y, si estafé a alguien con
sus impuestos, le devolveré cuatro veces más.
Jesús respondió:
—La salvación ha venido hoy a esta casa, porque este hombre ha
demostrado ser un verdadero hijo de Abraham. Pues el Hijo del
Hombre vino a buscar y a salvar a los que están perdidos. (Lucas 19:7-10).

Bastó que una mujer tocara un fleco de la túnica de Jesús y


fue sanada instantáneamente en plena calle:

Una mujer de la multitud hacía doce años que sufría una hemorragia
continua y no encontraba ninguna cura. Acercándose a Jesús por detrás,
le tocó el fleco de la túnica. Al instante, la hemorragia se detuvo.
—¿Quién me tocó? —preguntó Jesús.
Todos negaron, y Pedro dijo:
—Maestro, la multitud entera se apretuja contra ti.
Pero Jesús dijo:
—Alguien me tocó a propósito, porque yo sentí que salió poder sanador de
mí.
Cuando la mujer se dio cuenta de que no podía permanecer oculta,
comenzó a temblar y cayó de rodillas frente a Jesús. A oídos de toda la
multitud, ella le explicó por qué lo había tocado y cómo había sido sanada
al instante. (Lucas 8:43-47).
Iglesia, ya es hora de que dejemos a un lado la
religiosidad y entendamos que hemos sido llamados a IR y
RELACIONARNOS con las personas, especialmente con
aquellos que se encuentran más lejos de Dios.
Así como Cristo vino a la tierra y tomó la forma de los seres
humanos, la misión de la Iglesia requiere que esta también vaya y
tome la forma del mundo. Quisiera ser muy claro en esto, no me
refiero a adoptar prácticas pecaminosas, estoy hablando de una
Iglesia que se involucra en la dinámica diaria de las personas y
permite que ese Cristo que ya no está en la tierra, siga
encarnándose en medio de su realidad humana.
El objetivo principal de Jesús no era mostrarse grande e
inalcanzable, todo lo contrario, era ser parte de la vida del pescador,
del carpintero, de la prostituta y del leproso, para manifestarles el
amor incondicional del Padre. Por esta razón casi todo su ministerio
transcurrió fuera de la sinagoga, donde se encontraba la gente.
¿Sabías que lo más importante que Jesús hizo mientras estuvo en
la tierra no fueron sus enseñanzas y milagros? Dentro de todo lo
que el Maestro realizó, nada fue más significativo que las vidas
transformadas de las personas con las cuales caminó y se
relacionó. Es debido a eso que el evangelio ha permanecido hasta
el día de hoy.
Hoy es todo lo contrario, el haber limitado la vida cristiana
a una liturgia que sucede una o dos veces a la semana en un
edificio, ha llevado al evangelio a su punto más crítico en la
historia. Ya es hora de que entendamos que ese tiempo semanal,
aunque importante, no es suficiente para la obra que Dios quiere
hacer en las personas. Voy a decir algo que va a sacudir uno de los
paradigmas más venerados de la iglesia cristiana: ¡las prédicas no
tienen el poder de cambiar vidas! Lo máximo que una buena
enseñanza puede lograr es quitar el velo de nuestros ojos para que
podamos ver la verdad, pero si lo que anhelamos es que las vidas
sean transformadas, necesitamos involucrar a Cristo en la
cotidianeidad de las personas. Eso solo sucede cuando Jesús
habita en su contexto.
Estamos llenos de iglesias con mucha revelación y poca
transformación porque en vez de compartir con la gente, invertimos
todo nuestro enfoque y recursos en la reunión del domingo, como si
ella fuera el fundamento de la vida espiritual. ¡Es hora de invertir la
estrategia! Solo existe una forma de hacerlo correctamente y es la
que Cristo nos modeló. No se trata de que ellos vengan
esporádicamente a un edificio para escuchar lo que tenemos
que decir; se trata de nosotros ir a ellos para ser esa interfaz
que los conecte con Dios. Seguramente va a demandar más
energía, y probablemente será más lento el proceso, porque se trata
de caminar con la gente mientras el Espíritu Santo va haciendo la
obra, pero te aseguro que será mucho más efectivo que lo que
hemos estado haciendo hasta hoy.
CAPÍTULO V
NEXT: UNA GLORIA MAYOR
La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, dice el Señor de los
ejércitos, y en este lugar daré paz, declara el Señor de los ejércitos.
Hageo 2:9

Una vez escuché a un amigo decir que una definición incorrecta nos
puede llevar al destino equivocado. Personalmente, creo que esto le
ha sucedido a la Iglesia. No entender cuál es la gloria postrera a la
que hace mención este versículo de Hageo ha limitado grandemente
su capacidad para desarrollar una estrategia que vaya de acuerdo
con los propósitos de Dios para este tiempo.
Debido a que el tema central de este pasaje es la
reconstrucción del templo en la época del Rey Darío, usualmente,
se suele relacionar con la manifestación sobrenatural de Dios en el
contexto de las reuniones que suceden en el edificio de la iglesia.
Esto ha ayudado a reforzar la idea equivocada de que la misión de
la Iglesia ocurre en el templo, durante los servicios. Por esta razón,
la mayoría de los ministerios han convertido a la reunión del fin de
semana en la estrategia central de su visión y misión, dedicándole
gran parte de su esfuerzo y recursos con el fin de que el mayor
número de personas pueda tener un encuentro con la gloria de Dios
y sus vidas sean transformadas.
Pero, cuando la Iglesia coloca todo su enfoque en lo que
sucede en el templo, surge un problema, y es que esto no
permite que se cumpla el propósito de Dios de que el evangelio
llegue hasta el último rincón de la ciudad y toque el corazón de
aquellos que están lejos de Él.
Quiero invitarte a leer un par de relatos bíblicos donde
podemos ver algunas características de esa manifestación a la que
Dios se refiere como «la gloria primera», y su relación con la manera
como se hace Iglesia hoy. El primer relato es sobre Moisés, en el
momento en que sube al monte Sinaí a recibir las tablas de la ley y
le pide a Dios que le muestre su gloria.

Entonces Moisés dijo: Te ruego que me muestres Tu gloria. (Éxodo 33:18).

Más adelante en la historia, dice que cuando Moisés bajó, su


rostro brillaba tanto, que las personas no podían ni siquiera mirarlo,
así que tuvo que colocarse un velo para taparse la cara.

Cuando Moisés descendió del monte Sinaí con las dos tablas de piedra
grabadas con las condiciones del pacto, no se daba cuenta de que su
rostro resplandecía porque había hablado con el Señor. Así que, cuando
Aarón y el pueblo de Israel vieron el resplandor del rostro de Moisés,
tuvieron miedo de acercarse a él… Cuando Moisés acabó de hablar con
ellos, puso un velo sobre su rostro. Pero siempre que Moisés entraba a la
presencia del Señor para hablar con Él, se quitaba el velo hasta que salía.
Siempre que él salía, decía a los israelitas lo que el Señor le
había ordenado. Los israelitas veían que la piel del rostro de Moisés
resplandecía, y Moisés volvía a ponerse el velo sobre su rostro hasta que
entraba a hablar con Dios. (Éxodo 34:29-30, 33-35).

El segundo relato que quiero invitarte a leer es sobre Pedro,


Juan y Santiago, cuando suben al monte con Jesús y son testigos
de un evento sobrenatural en el que el Maestro se transforma en un
cuerpo de gloria y a su lado aparecen las imágenes de Moisés y
Elías.
Seis días después, Jesús llevó a Pedro y a los hermanos Santiago y Juan
hasta un cerro alto, para estar solos. Frente a ellos, Jesús se transformó:
Su cara brillaba como el sol, y su ropa se puso tan blanca como la luz del
mediodía. Luego los tres discípulos vieron aparecer a Moisés y al profeta
Elías, y ellos conversaban con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bueno que estemos aquí! Si quieres, voy a construir tres
enramadas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías». (Mateo 17:1-
4).
No se puede negar que lo que Moisés y los discípulos de
Jesús experimentaron fue la gloria de Dios. La pregunta es: ¿por
qué este tipo de manifestación de la gloria no debe ser el enfoque
principal de la iglesia en este tiempo? Te quiero dar cuatro razones
específicas:
1. Está limitada a momentos, lugares y ambientes específicos.
Moisés y los discípulos tuvieron que subir a un monte para
experimentar esta gloria porque en el lugar donde transcurría su
vida normal no existían las condiciones para que se manifestara.
La Iglesia le ha asignado un lugar tan prioritario a esta
expresión de la gloria de Dios, que dedica la mayor parte de sus
recursos para construir y sostener edificios que reúnan las
condiciones donde las personas puedan experimentarla. Esto la ha
llevado a convertirse en una organización templo-céntrica, ya que la
visión y la actividad de la Iglesia están concentradas en el edificio
donde realiza sus reuniones. Además, ha causado que pierda la
capacidad de impactar a la gente de afuera, porque limita su obra a
las personas que van al edificio, en otras palabras, limita la
manifestación de la gloria de Dios a las reuniones en el templo.
Es evidente que esta estrategia no sirve para el avance del
Reino de Dios porque a pesar de que ya existen más de 340.000
iglesias en Latinoamérica, todos los índices demuestran que la
influencia del evangelio en la sociedad es cada vez menor. Construir
más templos no ha evitado que Dios y la iglesia estén cada vez más
ausentes de las instituciones de la sociedad, que la familia se siga
deteriorando y que la criminalidad, la inmoralidad y las
enfermedades mentales sigan aumentando.
No podemos seguir limitando la obra de Dios al edificio
de la iglesia. ¡El mundo necesita experimentar la gloria de Dios!
Es lo único que puede salvarlo de la destrucción.
2. Es una gloria externa. Esta manifestación de la gloria de Dios se
origina fuera del ser humano y no depende de él para expresarse.
Por ejemplo, el rostro de Moisés brillaba porque se encontró con
Dios, no porque hubiera algo especial en Moisés. Igualmente, la
transformación de Jesús no se debió a nada particular en Pedro,
Santiago y Juan. Si en vez de ellos hubieran estado algunos de los
otros discípulos, igual habría sucedido.
Este concepto es importante porque derriba un paradigma
que ha estado arraigado en la mente de los creyentes por mucho
tiempo y ha causado mucho daño en la Iglesia, y es que la
manifestación de la gloria de Dios depende de la santidad del Pastor
o el líder. Te tengo una noticia, eso no es cierto. Las
manifestaciones sobrenaturales del poder de Dios no dependen
de la consagración de las personas porque su origen es
externo al ser humano; lo único que se necesita para que
aparezcan los milagros es una atmósfera que promueva lo
sobrenatural.
El riesgo de fundamentar la visión de la iglesia sobre la
experiencia de gloria que se vive en las reuniones del fin de semana
es que puede generar idolatría hacia los pastores, porque la gente
tiende a creer que Dios solamente manifiesta su gloria a través de
los ministros que son santos y ungidos. Esto ha sido la causa de
que mucha gente se haya ido herida de la Iglesia porque se sienten
engañados y decepcionados cuando se enteran de que el líder que
admiraban y que Dios usaba con tanto poder, llevaba años viviendo
una doble vida.
3. Puede ser un obstáculo para las relaciones. Debido a que esta
gloria tiene que ver con la manifestación de lo sobrenatural, puede
generar temor en las personas que no entienden las cosas
espirituales. Nota que cuando Moisés bajó del monte tuvo que
taparse el rostro porque brillaba tanto que las personas no podían
siquiera mirarlo. Una seria limitación que tiene este tipo de gloria es
que puede ser un obstáculo en las relaciones con aquellos que no
conocen a Dios o carecen de un trasfondo espiritual.
Hay creyentes que viven todo el tiempo en el monte. Su vida
consiste en servicios de milagros, noches proféticas, ayuno y
oración, hasta que llega un momento que son tan espirituales y
brillan tanto que, en vez de atraer a las personas con su luz, los
ahuyentan con su misticismo espiritual. Se desconectan tanto del
mundo real, que pierden la capacidad para entablar una
conversación normal o establecer una relación con las
personas de afuera de la iglesia.
La congregación cuya cultura gira constantemente en torno a
las experiencias sobrenaturales, pierde la capacidad de conectar
con la gente de afuera y termina convertida en un convento
evangélico donde solo se reúne la gente hiperespiritual.
4. Puede desviarnos de la misión de la Iglesia. En el momento
que Pedro vio a Jesús transformado junto a Moisés y Elías,
exclamó: «Señor, ¡qué bueno que estemos aquí!» e inmediatamente
propuso la idea de hacer tres enramadas para quedarse ahí. Lo que
Pedro experimentó en ese monte fue tan espectacular que
inmediatamente se olvidó de los otros nueve discípulos y de toda la
gente necesitada que había quedado abajo.
Para mí, esto es lo más lamentable que le ha sucedido a la
iglesia por vivir embelesada con la gloria que se manifiesta el
domingo en el templo: que terminó anestesiada ante la necesidad
de Dios que hay en el mundo y optó por quedarse encerrada en el
edificio, mientras la gente clama por ayuda.
Iglesia, no te estoy proponiendo que canceles las reuniones
del domingo, simplemente quiero ayudarte a ver que nuestra misión
no puede estar fundamentada en una manifestación de gloria que
solo sucede en la reunión del domingo, y que no tiene el poder para
llevar a cabo los propósitos de Dios. Necesitamos ser valientes y
atrevernos a soltar lo que hemos conocido por generaciones para
caminar hacia una gloria que es mayor: ¡La gloria del Hijo de Dios!
LA GLORIA DEL HIJO DE DIOS
Cuando Dios habló de una gloria postrera que era mayor que la
primera, usó la palabra hebrea gadol, que significa ‘superior, de
mayor alcance’. Como puedes ver, Dios no estaba hablando de
restaurar la gloria que habían tenido antes; Él se refería a una gloria
superior, más excelente, con mayor alcance que la anterior. Hay un
pasaje que nos muestra cuál es esa gloria mayor:

En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo


era Dios… El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su
gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
(Juan 1:1, 14).

¡No existe una gloria mayor que la manifestación de la


vida de Jesús! Esa es la gloria superior, más excelente y de
mayor alcance, y es sobre la cual la iglesia debe establecer su
cultura y visión para poder llegar hasta el último rincón de la
sociedad y tener la capacidad de transformar el mundo con el
evangelio.
La Biblia dice que esa gloria es el mismo Jesús hecho carne
y habitando entre nosotros. ¿Cómo puede suceder eso si Él ya no
está aquí en la tierra? Solo hay una respuesta, viviendo en nosotros
por medio de su Espíritu Santo, Él nos ha dado la capacidad de
manifestar su vida adondequiera que vayamos. ¡La manifestación
de Su gloria!

¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios
habita en ustedes? (1ª Corintios 3:16)

Te voy a decir algo increíble: la gloria del Hijo que se


manifiesta a través de la iglesia es aún mayor que la gloria que el
mismo Jesús manifestó cuando estuvo en la Tierra. ¿Sabes por
qué? Porque cuando Jesús estuvo en la Tierra, estaba limitado por
un cuerpo físico que no le permitía estar en dos lugares a la vez.
Ahora en cambio, a través de la Iglesia, Él está presente en todo el
planeta. Por eso dijo lo siguiente:
Les aseguro que el que confía en mí hará lo mismo que yo hago. Y, como
yo voy a donde está mi Padre, ustedes harán cosas todavía mayores de
las que yo he hecho. (Juan 14:12).

Mientras que en la primera gloria hay que llevar a las


personas al lugar de reunión porque ese es el sitio donde
suceden los milagros, en la gloria postrera es todo lo contrario:
el milagro va hasta donde se encuentran las personas, porque
donde va un hijo de Dios, va la iglesia, y donde va la iglesia, va
la vida sobrenatural de Jesús.
La manifestación de la vida de Jesús es una gloria mayor
porque puede manifestarse en cualquier contexto, momento y lugar,
sin importar las condiciones. ¡Ninguna crisis de este mundo tiene el
poder de evitar que se vea la vida de Jesús que llevamos por
dentro!

El que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo. (1


Juan 4:4).

Otra razón muy importante por la cual la iglesia debe procurar


la manifestación de la vida de Jesús es porque es la única manera
de que todos los creyentes lleguemos a ser «uno». Esto es
indispensable para la misión de la iglesia porque Jesús dijo que es
la única manera en que el mundo va a creer que el Padre lo envió.

No te pido solo por estos discípulos, sino también por todos los que
creerán en mí por el mensaje de ellos. Te pido que todos sean uno, así
como tú y yo somos uno, es decir, como tú estás en mí, Padre, y yo estoy
en ti. Y que ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me
enviaste. Les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como
nosotros somos uno. (Juan 17:20-22).
En pocas palabras, cuando la iglesia está dividida, promueve
que se levante un espíritu de incredulidad que impide que la gente
crea en la obra de Jesús, lo cual dificulta enormemente nuestra
labor de compartir las buenas noticias del evangelio.
La única manera de lograr la unidad que la iglesia tanto
necesita es a través de la gloria del Hijo de Dios, ya que en la
medida en que cada creyente vaya permitiendo que la vida de
Jesús se manifieste en él o ella, llegará el momento en que en
todos se vea uno solo, Jesús. Esto le da validez al mensaje de la
iglesia, porque demuestra un nivel de amor y propósito que va por
encima de las diferencias denominacionales, ministeriales y
teológicas. Un milagro como este no puede ser producido por
ninguna religión o creencia espiritual, solo lo puede hacer la
manifestación de la gloria del Hijo de Dios.
Hasta ahora, hemos aprendido dos puntos muy importantes
acerca de la estrategia que la iglesia debe usar para cumplir con su
misión. Primero, debemos ser la interfaz que permita que la
humanidad se conecte con Dios, y segundo, tenemos que procurar
la gloria mayor, la cual es la manifestación de la vida de Cristo a
través de los creyentes, de tal manera que la podamos llevar a
todas las personas, en todos los lugares.
Prepárate porque en el próximo capítulo vamos a tocar un
tema muy interesante y práctico: La estrategia que usó Jesús para
relacionarse con personas que no eran religiosas, hasta el punto de
lograr que ellos se identificaran con su mensaje. ¡Nos vemos en el
próximo capítulo!
CAPÍTULO VI
EL IDIOMA DE ESTA GENERACIÓN
Y LOS PILARES DE SU CULTURA
Jesús no llegó a este mundo congraciando con la Iglesia del
momento, como muchos judíos esperaban, todo lo contrario; Jesús
llegó, hasta cierto punto, desafiándola y acercándose al pueblo que,
en muchas ocasiones, había sido menospreciado por el clero
eclesiástico del momento.
En otras palabras, Cristo no utilizó la religión ni la institución
que la representaba para difundir su mensaje. Él fue intencional en
utilizar la cultura de su época para identificarse con las personas y
poder influenciar sus vidas. Jesús lo hizo de esta manera porque no
existe un vehículo más poderoso para conectar con el corazón
de las personas de una comunidad que su cultura.
¿Dónde realizó Jesús su primer milagro? No fue en la
sinagoga, como muchos pensaban; fue en las bodas de Caná, una
fiesta popular, donde había vino, baile y amigos. ¡Qué increíble que
Jesús escogió manifestar por primera vez su poder sobrenatural en
medio de una de las prácticas culturales más importantes, una boda!
Y no solo tuvo esa osadía, sino que además se le ocurrió usar las
vasijas sagradas del ritual de purificación para convertir el agua en
vino. ¿¡Se imaginan la cara de los religiosos del momento!?
Seguramente Jesús no lo hizo con el fin de molestar a la élite
sacerdotal, sino porque quería que vieran lo que Él sería capaz de
hacer para llegar al corazón de las personas. Aun si eso incluía
ofender a la religión. El Maestro sabía que venía a quebrantar los
paradigmas religiosos de los «maestros de la ley». Jesús usaría la
cultura para traer su vida a la gente.
Según los sociólogos, la cultura representa el conjunto de
conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a
un grupo. La cultura no solo determina la forma en que la gente de
una comunidad piensa, habla y actúa, sino que además define cómo
interactúan entre ellos. Por eso era la manera más eficaz en la que
Jesús podía identificarse con las personas e impactar sus vidas con
su mensaje transformador.
En palabras simples, si queremos escapar de la
irrelevancia e ineficacia que ha caracterizado a la Iglesia en las
últimas décadas, necesitamos conocer los diferentes aspectos
de la cultura de nuestras comunidades, especialmente aquellos
que componen la cultura de la nueva generación. Tenemos que
volvernos «antropólogos culturales»; esto quiere decir, convertirnos
en estudiosos de los diferentes componentes de la cultura, ya que
esto nos va a permitir desarrollar relaciones auténticas con aquellos
que no conocen a Dios, donde se generen intercambios de ideas,
libres de prejuicios y sin mecanismos de defensa, basados en el
amor genuino y en un servicio no prostituido, que no espera nada a
cambio.
Si nos adentramos un poco más en lo que es la cultura,
podremos ver que tiene cuatro características importantes que nos
permiten identificar la cultura propia de cada grupo de personas,
llámese, comunidad, ciudad, nación o generación.
En primer lugar, la cultura es Aprendida, es decir, no es algo
biológico que viene en el ADN de la persona. La cultura se enseña a
través de la familia, las instituciones, el entorno y los medios de
comunicación. Por ejemplo, un niño venezolano, no nace con un
amor intrínseco por las arepas; este niño es enseñado a comerlas
desde muy pequeño, y se vuelve algo tan cotidiano que se asume
como parte de su forma de vida. Él lo aprendió, no nació con eso.
La gran mayoría de los aspectos de una cultura no son
«diabólicos», como lamentablemente enseña parte de la Iglesia. No
cometamos el error de obligar a las personas que llegan a
nuestras congregaciones a «desaprender» su cultura, porque lo
único que estamos haciendo con eso es robarles la capacidad
de identificarse y relacionarse con aquellos que no conocen a
Dios. Enseñémosle a distinguir entre los diferentes aspectos de la
cultura, cuáles convienen y cuáles no, para que puedan tomar
decisiones acertadas y a la vez seguir siendo instrumentos para
comunicar el amor del Padre.
En segundo lugar, la cultura es Compartida entre los
miembros del grupo familiar o social al que se pertenece. Esto es lo
que permite que los miembros interactúen de manera fluida, ya que
tienen comportamientos similares y predecibles. Por ejemplo, si vivo
en un país donde quitarse los zapatos al llegar a una casa es parte
de la cultura, cada vez que visite a alguien y me quite los zapatos al
entrar a su casa, además de mostrar respeto, estoy compartiendo la
cultura del lugar, lo cual afecta positivamente mi relación con esas
personas y nos permite interactuar de mejor manera.
Tristemente, debido a su comprensión sesgada y religiosa de
la cultura, la Iglesia se ha proyectado orgullosa e irrespetuosa en su
trato con aquellos que no comparten sus mismas creencias o
pensamientos. No entiendo cómo llegamos a la conclusión de que
entre más irrespetemos las creencias y tradiciones de los pueblos,
más van a creer en nosotros y en nuestro mensaje de «amor
incondicional».
Debemos seguir el ejemplo del Apóstol Pablo cuando lo
invitaron a hablar en el Areópago en Atenas, el lugar donde estaban
las estatuas de los dioses que adoraban los griegos. Ya me imagino
lo que hubieran hecho algunos líderes espirituales de hoy si les
hubieran dado la oportunidad de entrar a ese lugar a hablar.
Seguramente hubieran citado con vehemencia todos los versos
bíblicos que hablan en contra de la idolatría, y si les hubieran dado
la oportunidad, a lo mejor hasta hubieran tratado de destruir algunas
de las estatuas. ¡Qué sabio fue Pablo! Él sabía que para ser
escuchado, tenía que compartir algo de la cultura del lugar, y por
esa razón, comenzó hablando, de manera respetuosa, de las
tradiciones religiosas de los atenienses, para luego, proceder a
compartir el mensaje del evangelio.
Entonces Pablo, de pie ante el Concilio, les dirigió las siguientes palabras:
«Hombres de Atenas, veo que ustedes son muy religiosos en todo sentido,
porque mientras caminaba observé la gran cantidad de lugares sagrados.
Y uno de sus altares tenía la siguiente inscripción: “A un Dios
Desconocido”. Este Dios, a quien ustedes rinden culto sin conocer, es de
quien yo les hablo». (Hechos 17:22-23).

La Iglesia necesita entender que el respeto a las


tradiciones y la cultura de los pueblos no nos hace idólatras o
infieles a Dios y a sus principios, todo lo contrario, nos hace
más como Jesús.
En tercer lugar, la cultura es Dinámica, se adapta a los
cambios en las generaciones. De hecho, no es lo mismo hablar de
la cultura Latina de los años 80, que de la de hoy en día. Muchos
factores han cambiado: la forma de hablar, la manera de vestir y
hasta las prácticas sociales. Esta característica de la cultura apoya
la idea que compartimos en la primera sección del libro acerca de la
importancia de que la Iglesia sea actual, que viva en el ahora de
Dios. No podemos pretender hablarle a la generación de hoy y
relacionarnos con ella de la misma forma como lo hacíamos
con la generación anterior, porque su cultura es diferente. Eso
significa que su idioma es diferente. Su manera de entender e
interactuar con el mundo es diferente. A pesar de que vivimos en
medio de una generación acostumbrada a utilizar la tecnología
digital, aún hay pastores que prohíben el uso de los teléfonos
inteligentes durante sus reuniones dominicales y piensan que a Dios
le gusta más la Biblia de papel que una aplicación de la Biblia en un
dispositivo digital.
Y, en cuarto lugar, la cultura está basada en símbolos, sin
los cuales la cultura no tendría una representación concreta ni se
pudiera expresar. Es más, los símbolos de la cultura son parte
esencial del idioma de una comunidad o una generación. Sin ellos
su capacidad de comunicación se vería seriamente comprometida.
Algunos de estos símbolos son el idioma, las fiestas, la música, el
arte y la moda.
Si queremos comunicarnos con personas que no tienen
un trasfondo religioso, es indispensable que conozcamos los
símbolos de su cultura y los incluyamos en la dinámica de
nuestra relación con ellos. Así lo hizo Jesús. Él sabía que
primeramente había sido enviado al pueblo judío y por esa razón fue
intencional en integrar los diferentes aspectos de la cultura de ellos
a su mensaje.
Sin embargo, siglos después, la Iglesia malinterpretó las
intenciones de Jesús e importó las prácticas culturales judías a la
Iglesia de Cristo. ¿Qué sucedió? Terminamos haciendo de la cultura
judía algo religioso, como si ella poseyera un estatus espiritual
superior a las demás culturas. Si echas una mirada a las iglesias
hoy, verás cómo están cargadas de cultura judía, a pesar de no
estar en Israel.
Esto es un error muy grande; Jesús no usó la cultura judía
porque era más espiritual que las otras culturas, sino porque era la
manera lógica de identificarse y comunicarse con la gente del lugar
donde vivió y ministró. Lamentablemente, hemos tomado
costumbres y símbolos comunes de la cultura judía y los hemos
sobre espiritualizado para que quepan en nuestros paradigmas
religiosos sin saber que lo que estamos haciendo carece totalmente
de sentido.
Cuando vemos cuán fundamental es la cultura para que cada
Iglesia cumpla su misión en la comunidad donde ha sido
establecida, nos damos cuenta de que no tiene sentido que iglesias
en Latinoamérica estén utilizando aspectos de la cultura hebrea,
como las danzas y el shofar, como si estos fueran más espirituales
que las tradiciones culturales de la región donde se encuentra su
iglesia local.
Sería interesante preguntarnos, ¿qué música se estaría
tocando en las iglesias del mundo si Jesús hubiera nacido en
República Dominicana? ¿Será que las iglesias en todo el mundo
verían el merengue como un ritmo sagrado? A lo mejor lo bailarían
en las iglesias como algo sublime, satanizando a los demás
géneros. Tal vez suena gracioso, pero eso es exactamente lo que
hemos hecho en nuestras iglesias al traer la cultura judía a nuestros
contextos locales.
Jesús uso la cultura judía, no porque esta era espiritual, sino
porque la cultura es la fibra del pueblo. Es el tejido que une el
corazón de las personas de una comunidad, y por esa razón es la
manera más efectiva de llegar al ser humano, recuerda: Dios se hizo
hombre.
En vez de seguir el ejemplo de Jesús, la Iglesia, en su gran
mayoría, ha preferido la religión sobre la cultura para cumplir la
misión que le fue delegada, lo cual, evidentemente, no ha dado
resultado, ya que en vez de haber un crecimiento en la influencia de
la vida de Dios en la sociedad, ha sucedido todo lo contrario: la
maldad ha permeado todas las esferas de la sociedad y las
generaciones cada vez creen menos en la institución cristiana y
están menos interesadas en los asuntos de Dios.
Por ejemplo, la generación de los millennials, considerada la
responsable de transformar la industria y las instituciones, ha tenido
un impacto dramático en la vida religiosa de la sociedad actual. De
acuerdo al Centro de Investigaciones Pew (Pew Research Center),
cuatro de cada diez millennials ahora dicen que no tienen ninguna
afiliación religiosa. En el caso de la generación Z, su relación con la
religión parece ser aún más débil que los millenials.
De acuerdo al Grupo Barna, organización que provee datos
estadísticos a agrupaciones cristianas, una tercera parte de la
generación Z no pertenece a ninguna religión, además, tiene mayor
probabilidad de identificarse como atea o agnóstica y la gran
mayoría cree que asistir a la iglesia no es importante. La evidencia
parece mostrar que las generaciones jóvenes de hoy se están
alejando de Dios y la religión para nunca regresar.
¿Cómo llegamos a este punto? Pareciera que el enemigo
conociera más la estrategia de Jesús que la Iglesia, ya que lleva
generaciones utilizando la cultura para propagar su sistema de
pensamiento en todas las esferas de la sociedad, lo cual ha
producido el nivel de enfriamiento espiritual e inmoralidad que
estamos experimentando en la actualidad. El origen de este proceso
de declive espiritual no es reciente; comenzó con los filósofos del
siglo XVIII, los cuales plasmaron en sus postulados el pensamiento
diabólico del humanismo, infiltrando la mente de los intelectuales de
su tiempo con un sistema de creencias que es totalmente opuesto a
Dios y sus principios.
Hasta este momento, el humanismo no ofrecía ningún peligro
porque estaba limitado a un grupo pequeño de personas
intelectuales y bohemias que eran las únicas interesadas en la
filosofía. Pero, todo cambió cuando, de manera estratégica, el
enemigo comenzó a usar los pilares de la cultura para penetrar la
sociedad con el humanismo.
Lo que al principio simplemente era un pensamiento
filosófico, se trasladó a la pintura, luego al arte, la literatura y la
música clásica, expandiendo progresivamente su influencia en la
sociedad, hasta que a mediados del siglo XX encontró el vehículo
que se convertiría en su mayor instrumento de propagación: el POP
ART. Este es el arte que domina la cultura popular. Es ese ritmo
musical que a todo el mundo le gusta, ese concepto visual que la
gran mayoría entiende o esa moda con la que la nueva generación
se identifica. Ese POP ART que ha sido tan criticado como algo
superficial y desechable, es la expresión del corazón de una
generación. Es el idioma que manifiesta lo que la mayoría de la
sociedad siente y piensa, y cuando se combina con los medios
masivos de comunicación, como la televisión, el cine y las redes
sociales, tiene el poder de influenciar la manera de pensar de toda
una generación y afectar el estilo de vida de la sociedad.
Iglesia, si quieres saber lo que hay en el corazón de esta
generación, tienes que prestar oídos a su clamor, y ese clamor está
expresado en su música, sus graffitis y su ropa. Si además deseas
impactar su vida con el amor y la verdad de Dios, es fundamental
hablarles en su idioma, y para eso hay que aprender a utilizar la
cultura en vez de la religión que lo único que ha logrado es alejar a
la gente de Dios y de la iglesia y abrirle campo al Diablo para que
defina la manera de pensar y de vivir del mundo.
Sería interesante preguntarse ¿Cómo se vestía Jesús? ¿Qué
idioma hablaba? ¿Qué lugares frecuentaba? Jesús fue intencional
usando la cultura y no la religión porque su propósito no era
implantar un sistema religioso, sino restaurar el reino de los
cielos. Por esa razón utilizó las parábolas, que son ejemplos
populares de la vida de la gente, para hacerles entender de qué
trataba el Reino. Él necesitaba traducir el Reino de Dios a la
humanidad, pasar del lenguaje celestial al lenguaje humano, ser esa
interfaz que permite que un mundo caído se acerque y conozca al
Creador.
Lamentablemente, la Iglesia hoy en día hace todo lo
contrario: se aleja de la cultura y se viste de religión. Si nos
detenemos a estudiar la manera de hablar de los cristianos, la forma
de vestir, el tipo de música, los rituales y los templos donde se
reúnen, nos damos cuenta de cómo nos alejamos de la cultura de la
gente y nos encerramos en la religión.
Pensamos que entre menos nos parezcamos a la cultura
estamos representando mejor a Dios y realizando más eficazmente
nuestra labor evangelizadora. Me pregunto: si Jesús viviera hoy,
¿cómo se vestiría?, ¿cómo hablaría?, ¿qué lugares
frecuentaría?, ¿con quién andaría? Sé que las respuestas
variarían dependiendo del lugar desde donde me estés leyendo,
pero lo más seguro es que se parecería más a la gente que está en
la calle que a aquellos que viven encerrados en las cuatro paredes
del edificio donde se reúne la Iglesia.
Quisiera que te hicieras las siguientes preguntas y meditaras
tu respuesta: ¿Conoces cuáles son los pilares de la cultura de la
generación de hoy? ¿Qué estás haciendo para alcanzar a los de
afuera? Eso es lo que realmente importa respondernos en este
momento.
Si queremos ser eficaces promoviendo que las personas
se acerquen a Dios, tenemos que aprender a utilizar la cultura y
no la religión para comunicar el mensaje de la reconciliación.
Es la única forma en que vamos a poder conectar con el
corazón de la gente común y corriente para transmitir la verdad
del evangelio efectivamente.
Necesito advertirte que pasar del paradigma de la religión al
paradigma de la cultura va a traerte muchas críticas, tanto de
personas de afuera, como de personas de adentro de la Iglesia,
pero si quieres ser usado por Dios para transformar tu comunidad,
tienes que llegar a ese punto en el que el cumplimiento de Su
propósito eterno sea más importante para ti que la crítica y el
rechazo de la gente.
Jesús fue criticado innumerables veces, pero eso no le
impidió cumplir su objetivo, porque dentro de Él había una
motivación que era más poderosa que la crítica, la injusticia, la
humillación y la muerte. Es precisamente a esa motivación a la cual
le hemos dedicado la última sección de este libro. A fin de cuentas,
¿de qué sirve implementar nuevas estrategias si en lo profundo de
nuestro corazón no sabemos por qué hacemos lo que hacemos?
PARTE 3:
MOTIVACIÓN
Es fácil perder de vista lo que verdaderamente vale
cuando no entendemos el «porqué» de Dios.
CAPÍTULO VII
EL PORQUÉ DE DIOS

Por alguna extraña razón, desde el inicio de mi vida cristiana, me he


interesado más por el «porqué» de Dios que por el «cómo» de
Dios. Esto ha sido muy beneficioso para mi vida espiritual y para la
forma como llevo a cabo el ministerio, porque me ha impulsado a
mantenerme en una búsqueda incesante del conocimiento del
corazón del Padre.
Mi curiosidad por entender el «porqué» de Dios se despertó
leyendo acerca de la vida de Jesús en los evangelios. Me llamaba
mucho la atención ver la manera tan diferente como actuaba el
Maestro en las distintas situaciones que se le presentaban. Confieso
que a veces me parecía hasta incongruente. Por ejemplo, si su
misión incluía sanar a los enfermos, ¿por qué dejó morir a Lázaro?
Con el tiempo fui entendiendo que, aunque Jesús había venido a
cumplir la ley, él no vivía dirigido por la ley, sino por su Padre. Jesús
tenía una relación tan íntima con Dios Padre que cada uno de sus
actos y respuestas eran un reflejo perfecto del corazón de aquel que
lo había enviado. Por eso se atrevió a decir cosas como la siguiente:

—Si ustedes realmente me conocieran, también sabrían quién es mi


Padre. De ahora en adelante, ya lo conocen y lo han visto.
Felipe le dijo:
—Señor, muéstranos al Padre y quedaremos conformes.
Jesús respondió:
—Felipe, ¿he estado con ustedes todo este tiempo, y todavía no sabes
quién soy? ¡Los que me han visto a mí han visto al Padre! Entonces,
¿cómo me pides que les muestre al Padre? ¿Acaso no crees que yo estoy
en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que yo digo no son mías,
sino que mi Padre, quien vive en mí, hace su obra por medio de mí. (Juan
14:7-10).
Es esencial que aquellos que decimos representar a
Jesús conozcamos íntimamente el corazón de Dios porque si
no es así, la única alternativa que nos va a quedar para lidiar
con nuestra vida espiritual y desarrollar el ministerio es la
religión. La religión siempre se va a identificar más con el «cómo»
que con él «porqué», porque tiene que ver con hacer por hacer, sin
conocer la motivación del corazón del Padre. Al final, terminamos
movidos por fórmulas, metas, normas y reglas, ya que es la única
manera de autoconvencernos de que estamos haciendo bien las
cosas y no le estamos fallando a Dios.
Cuando somos dirigidos por la religión corremos el peligro de
perder de vista la manifestación de la misericordia y el poder
sobrenatural de Dios y terminar valorando la obediencia a la ley por
encima de las personas. Esto se debe a que la religión nos lleva a
estar más preocupados por mantenernos dentro del marco de la
moral religiosa que por manifestar la vida de Jesús. Hay un ejemplo
en la Biblia que muestra esto con claridad.

Una multitud de enfermos —ciegos, cojos, paralíticos— estaban tendidos


en los pórticos. Uno de ellos era un hombre que hacía treinta y ocho años
que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio y supo que hacía tanto que
padecía la enfermedad, le preguntó:
—¿Te gustaría recuperar la salud?

—Es que no puedo, señor —contestó el enfermo—, porque no tengo a


nadie que me meta en el estanque cuando se agita el agua. Siempre
alguien llega antes que yo.
Jesús le dijo:
—¡Ponte de pie, toma tu camilla y anda!
¡Al instante, el hombre quedó sano! Enrolló la camilla, ¡y comenzó a
caminar! Pero ese milagro sucedió el día de descanso, así que los líderes
judíos protestaron. Le dijeron al hombre que había sido sanado:
—¡No puedes trabajar el día de descanso! ¡La ley no te permite cargar
esa camilla!
Pero él respondió:
—El hombre que me sanó me dijo: «Toma tu camilla y anda». (Juan 5:3-
11).

¡El contraste entre la manera de actuar de Jesús y la de los


fariseos no pudiera ser más grande! Por un lado, tenemos a un
Jesús enfocado en el «porqué», que se atreve a ir por encima de la
ley y a desobedecer el Shabbat, que es tal vez uno de los pilares
más grandes del judaísmo, con tal de sanar a un hombre que
llevaba treinta y ocho años paralítico. Por el otro, tenemos a los
fariseos, un grupo religioso cuya motivación principal era el «cómo»
cumplir la ley que Dios les había entregado por medio de Moisés. A
pesar de que los fariseos también conocían a ese paralítico que
llevaba años tirado en una camilla, sin esperanza, dependiendo de
alguien que se compadeciera de él y le diera aunque fuese un
pedazo de pan para comer, su reacción nos muestra lo que puede
suceder cuando estamos enfocados en el «cómo» y no conocemos
las motivaciones del corazón del Padre. Éstos, en vez de alegrarse
por la manifestación del amor y la misericordia de Dios sobre el
paralítico, quien estaba caminando por primera vez en casi cuarenta
años, se escandalizaron porque el hombre estaba cargando una
camilla el día de reposo.
¡Qué fácil es perder de vista lo que verdaderamente vale
cuando no entendemos el «porqué» de Dios!
Querido lector, en este libro hemos compartido acerca de la
importancia de que la Iglesia tenga la perspectiva y la estrategia de
Dios, pero al final, si no tiene la motivación correcta, no servirá de
nada, porque continuará colocando a las personas en un segundo
plano con tal de cumplir con sus ritos evangélicos, que le ayudan a
calmar la voz de culpa en su conciencia, pero que son ajenos a los
propósitos del corazón de Dios. ¡Necesitamos conocer la motivación
de Dios! ¿Qué motivó a Dios a querer salvarnos? ¿Qué motivó a
Jesús a dejar su trono de gloria y venir a la tierra a servir, sufrir y
morir?
Conocer la respuesta a estos interrogantes tiene el potencial
de cambiar la manera como la Iglesia, especialmente en
Latinoamérica, ha estado llevando a cabo su labor, y es lo que
pudiera darle el impulso necesario para sacudirse los paradigmas
del pasado y realizar los cambios necesarios que la van a alinear a
lo que el Espíritu de Dios está haciendo hoy.
¿Cuál es la motivación de Dios? La respuesta se encuentra
en uno de los versículos más conocidos y citados de la Biblia:

Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el
que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. (Juan 3:16).

Qué claro y contundente es este pasaje: ¡La motivación de


Dios es el amor! Él ama tanto a los pecadores que dio lo más
precioso que tenía, la vida de Su hijo, para poder tener una
relación eterna con ellos.
El corazón del evangelio es el amor incondicional de Dios, y
esto es justamente lo que más le ha costado entender a la Iglesia.
Lamentablemente, la Iglesia lleva muchos años operando con la
motivación incorrecta. ¿Sabes cuál ha sido su motivación principal?
El celo por la verdad. Indudablemente, la Iglesia tiene más celo por
la verdad que amor por el pecador. Pareciera que para la institución
cristiana no existe nada más importante que sacar a la gente del
engaño espiritual en el que han estado viviendo por años y está
dispuesta a hacer lo que sea con tal de lograrlo. No me
malentiendas, lglesia sí debe sentir pasión por ver vidas
transformadas, pero esta pasión debe estar motivada por el amor a
las personas, no por el deseo de convencerlos de nuestra verdad. El
haber colocado el celo por la verdad por encima del amor por el
pecador ha causado que muchas veces terminemos obrando de
manera imprudente y arrogante, provocando que la gente no
quiera acercarse a nosotros ni al Dios que representamos.
Si quieres saber lo que significa vivir y servir motivado por el
amor y la compasión, el mejor ejemplo es Jesús. En la Biblia hay
varias historias que dan evidencia de esto, y es precisamente una
de ellas la que se ha convertido en un punto de referencia para mí y
me ha ayudado a recordar cuál debe ser mi motivación a la hora de
servir a los demás. Es la historia del encuentro que Jesús tuvo con
un joven rico:

Cuando Jesús salía para irse, vino un hombre corriendo, y arrodillándose


delante de Él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la
vida eterna?». Jesús le respondió: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es
bueno, sino solo uno, Dios. Tú sabes los mandamientos: “No mates, no
cometas adulterio, no hurtes, no des falso testimonio, no defraudes, honra
a tu padre y a tu madre”». «Maestro, todo esto lo he guardado desde mi
juventud», dijo el hombre. Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: «Una cosa
te falta: ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el
cielo; entonces vienes y Me sigues». (Marcos 10:17-21).

Quiero que notes la secuencia de los eventos en la manera


como Jesús le responde al joven: la escritura dice que primero lo
MIRÓ, luego lo AMÓ y, por último, le DIJO.
Lo primero que hizo Jesús fue observarlo, pero no como
miramos los seres humanos, que usualmente nos enfocamos en la
apariencia externa o en lo que se ve a simple vista. Jesús sabía que
las palabras del joven eran el reflejo de una necesidad mayor, y por
esa razón lo miró tan profundamente que llegó hasta su corazón,
donde descubrió sentimientos oscuros como el orgullo y el
materialismo.
¿Sabes qué es lo más increíble? Que la connotación de este
pasaje no es que Jesús lo amó a pesar de lo que vio, sino que
Jesús lo amó debido a lo que vio, lo cual es diferente. En pocas
palabras, conocer la condición real del joven fue lo que provocó que
Jesús sintiera amor y compasión por él.
Fue precisamente el amor lo que motivó a Jesús a realizar
una acción, que en este caso fue corregir al joven. El amor también
fue la garantía de que cada palabra que salió de la boca de Jesús
fue de edificación para él. En pocas palabras, el propósito de la
corrección no fue corregirlo, sino ver al joven sano, libre y pleno.
Este principio estaba muy claro en el corazón de Jesús:
«Entre el ver y el hacer, siempre estaba el amar», esa era su
motivación principal.
Acompáñame a ver otro ejemplo de esto, que además de
reforzar este principio, nos permite acercarnos a la manera de
pensar de Jesús y nos puede ayudar a entender un poco la razón de
su forma de obrar:

Cuando vio a las multitudes, les tuvo compasión, porque estaban


confundidas y desamparadas, como ovejas sin pastor. A sus discípulos
les dijo: «La cosecha es grande, pero los obreros son pocos. Así que
oren al Señor que está a cargo de la cosecha; pídanle que envíe más
obreros a sus campos». (Mateo 9:36-38).

Aquí nuevamente vemos al Señor aplicando el principio:


primero vio la condición de las personas de la multitud, luego sintió
compasión por ellas, que en este caso es sinónimo de amor, y, por
último, procedió a actuar. Además de que nuevamente queda claro
que el amor siempre debe estar entre lo que vemos y hacemos,
quiero compartirte un aspecto interesante contenido en este pasaje
que marcó mi manera de ver el evangelio y me permitió comprender
un poco mejor cuál es la responsabilidad principal de la iglesia.
La Biblia dice que cuando Jesús vio a las multitudes, las vio
confundidas y desamparadas, como ovejas que no tienen pastor.
¿Te has preguntado qué tipo de personas había en esas multitudes
que seguían a Jesús? Te lo voy a contestar: ¡había todo tipo de
personas, con todo tipo de pecados! ¿Cómo lo sé? Es sencillo, las
multitudes que seguían a Jesús eran personas comunes y
corrientes, como aquellas que podemos encontrar en los contextos
normales de la sociedad de hoy. Por ejemplo, si fuéramos a un
concierto de música popular o a la playa, ¿qué tipo de gente habría
entre la multitud? Con seguridad habría unos cuantos adúlteros,
mentirosos, ladrones, adictos y asesinos, por mencionar algunos.
¿Te habías puesto a pensar que las multitudes que seguían a
Jesús estaban conformadas por gente con los mismos pecados y
problemas que las personas de hoy? Sin embargo, cuando Jesús
las observó, no las vio como adúlteros, mentirosos, inmorales,
adictos o asesinos. Ante los ojos de Jesús todos tenían la misma
condición: confusión y desamparo, y el Señor fue muy claro
cuando definió la raíz de esta condición: no tener pastor,
refiriéndose al hecho de que no conocían a Dios, no a que no
contaban con un guía espiritual humano.
Jesús nos está dando una lección maravillosa de cómo
debemos ver a la gente para poder entender cuál es realmente su
problema, de tal forma que podamos servirles con eficacia, de
acuerdo al propósito de Dios para ellos.
Por años hemos escuchado la frase: «Dios ama al pecador,
pero aborrece al pecado», y hemos intentado utilizarla como un
mantra para ver si nos ayuda a amar a aquellos que hacen cosas
contrarias a Dios y su palabra. Como mucho, hemos aprendido a
tolerarlos, pero seamos honestos, esto no ha servido de nada. La
Iglesia cada día se asemeja más a un claustro reservado para los
súper santos, que a un lugar donde se sienten bienvenidos aquellos
que forman parte de la multitud.
La razón por la cual nos es casi imposible amar al pecador,
es que no hemos entendido que la raíz de su problema no es el
pecado. ¡Escúchame! La raíz del problema de un adúltero no es el
adulterio, así como la raíz del problema de un mentiroso no es la
mentira. El adulterio, la mentira, al igual que todos los pecados,
simplemente son la condición y el comportamiento resultante de la
verdadera raíz, que según Jesús es no conocer a Dios. Los
diferentes pecados, llámense inmoralidad sexual, adicción o
cualquiera que se te ocurra, simplemente son una manifestación de
la confusión y el desamparo que sienten las personas que no tienen
una relación personal con Dios.
Si el problema principal de la gente es que no conoce a Dios,
entonces la gran pregunta es: ¿Por qué la Iglesia está más
enfocada en cambiar a la gente que en ayudarlos a acercarse a
Dios? La razón es que hemos olvidado cuál fue el ministerio
principal que Dios le encomendó a la Iglesia: el ministerio de la
reconciliación.

Y todo esto es un regalo de Dios, quien nos trajo de vuelta a sí mismo por
medio de Cristo. Y Dios nos ha dado la tarea de reconciliar a la gente con
Él. Pues Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no
tomando más en cuenta el pecado de la gente. Y nos dio a nosotros este
maravilloso mensaje de reconciliación. (2 Corintios 5:18-20).

¡Nuestra responsabilidad no es cambiar a las personas,


sino ayudarles a acercarse a Dios! Es más, no importa cuántas
prédicas escuche alguien o cuántos cursos bíblicos tome, si no tiene
una relación personal con Dios, no va a haber una transformación
genuina. Eso sería como maquillar a un muerto, vestirlo con el mejor
traje y pensar que por eso ahora su condición ha mejorado. La
Iglesia se la ha pasado maquillando muertos espirituales, creyendo
que si les ayuda a modificar la conducta o les llena la cabeza de
conocimiento bíblico van a ser más santos. Amigo, para que el
Espíritu Santo pueda transformar a alguien, primero esa persona
tiene que haber nacido de nuevo, y eso solo se puede lograr a
través de la reconciliación con Dios Padre por medio de Jesús.
Paremos ya de estar intentando cambiar a personas que no se han
reconciliado con Dios. Eso es imposible porque el Espíritu Santo no
maquilla a los muertos; el Espíritu Santo transforma a los
reconciliados.
Quiero proponer que nos enfoquemos en ser instrumentos de
reconciliación, pero para eso necesitamos que nuestra motivación
principal sea el amor por el pecador, no el celo por la verdad. El
amor es lo único que puede hacer que una persona que se siente
pecadora se atreva a buscar a Dios. El amor debería ser la razón
que nos mueve a predicar, a evangelizar, a aconsejar y a servir.
Si queremos representar a Dios fielmente y que nuestra labor le
honre y promueva sus propósitos, debemos asegurarnos que entre
el ver y el decir siempre esté el amar. Solo entonces podremos
colaborar para que aquellos que están lejos de Dios deseen
acercarse a él, sean transformados y disfruten la vida maravillosa
que el Padre tiene para sus hijos.

Hay tres cosas que son permanentes: la confianza en Dios, la seguridad


de que él cumplirá sus promesas, y el amor. De estas tres cosas, la más
importante es el amor. (1 Corintios 13:13).
CAPÍTULO VIII
TICKET: EL BOLETO DE ENTRADA
Por lo tanto, acéptense unos a otros, tal como Cristo los aceptó a ustedes, para
que Dios reciba la gloria.
Romanos 15:7

La Iglesia se jacta de ser un lugar donde todo el mundo es


bienvenido y aceptado, pero por dentro sabemos que eso no es
cierto. La realidad es que cuando llegan personas que no se
amoldan a nuestro concepto o estándar de vida cristiana, nos
incomodamos, porque no sabemos cómo relacionarnos con ellas o,
a lo mejor, percibimos que son una amenaza al orden y el sistema
de pensamiento de nuestra comunidad espiritual.
Esto es lo que ocurría en Ekklesia Miami, por esa razón la
mayoría de las personas que nos visitaban los domingos eran
cristianos que venían de otras iglesias. Rara vez llegaba alguien que
nunca hubiera asistido a una comunidad espiritual. Una de las
cosas más increíbles que sucedieron cuando renovamos la
visión de la iglesia es que inmediatamente comenzaron a
visitarnos personas que jamás se hubieran atrevido a venir a la
Ekklesia Miami de antes. Al principio esta situación me produjo
mucho temor porque no sabía cómo manejarlas adecuadamente,
pero a medida que pasó el tiempo, empecé a percibir una libertad y
frescura que me recordaba lo que había sentido en Calvary Kendall,
la noche que Dios me habló de cambiar nuestra manera de hacer
las cosas.
Recuerdo un caso en especial que marcó el corazón de mi
esposa y el mío, y nos afirmó que estábamos caminando en la
dirección correcta. Un día me llamó una persona que conocemos
desde hace muchos años para preguntarme si podía llevar a la
iglesia a un amigo que hacía poco tiempo se había hecho una
operación para hacer una transición del sexo masculino al sexo
femenino. Me contó que esta persona estaba en una crisis profunda
y anhelaba acercarse a Dios, pero no sabía cómo ni dónde. También
me comentó que le daba temor que su amigo pudiera incomodar a
las personas de la congregación, o que alguien de la iglesia hiciera
sentir mal a su amigo.
Yo sabía que esta era una oportunidad que Dios nos estaba
dando para practicar lo que habíamos estado aprendiendo los
últimos dos años, pero confieso que tenía una lucha muy intensa por
dentro. Por un lado, había una voz en mi corazón que me decía:
«Cuando lo veas, simplemente ámalo y haz que se sienta
bienvenido en la iglesia», pero a la misma vez había otra voz que
me gritaba: «¡No lo aceptes en la iglesia hasta que cambie su
manera de vivir!». En medio de esa batalla me di cuenta de que el
haber estado tantos años inmerso en la cultura de la iglesia me
había llevado a abrazar un paradigma que, a mi manera de ver, ha
sido el responsable de cerrarle la puerta de nuestras
congregaciones a la gente de afuera y convertir a la Iglesia en una
recicladora de creyentes que se pasean entre las diferentes
comunidades de la ciudad. Ese paradigma es el siguiente:

CREER – COMPORTARSE – PERTENECER


Hemos cometido el error de hacerle pensar a las
personas que, para formar parte de nuestra familia espiritual,
primero tienen que CREER igual que nosotros acerca de Dios, la
Biblia, la oración, la iglesia, la familia, el matrimonio, los hijos, los
amigos, el servir, el dinero, el pecado, las fiestas, la música, la ropa,
el alcohol, el cigarrillo, la política, ¡y un sinfín de cosas más! Luego
de —supuestamente― creer como nosotros, lo segundo que
esperamos es que abandonen todos sus hábitos pecaminosos y
empiecen a COMPORTARSE de acuerdo con nuestro concepto de
vida cristiana. Esto quiere decir que deben comenzar a hablar,
vestir, orar, servir y dar como nosotros. Al fin de cuentas, a veces
pareciera que para la Iglesia la apariencia y la conducta son más
importantes que la condición del corazón.
De acuerdo con este paradigma, una vez que la víctima,
perdón, el candidato, ha dado evidencias claras de que CREE y se
COMPORTA como nosotros, consideramos que se ha ganado el
derecho de PERTENECER a nuestra familia espiritual. Cuando
analizamos esto, el mensaje que estamos comunicando, es que, si
alguien desea ser parte de nuestra iglesia, el boleto de entrada
consiste en negar las dudas que tiene en su mente, hacerse el loco
con respecto a las ganas que siente de pecar, y forzarse a CREER y
COMPORTARSE igual que nosotros.
Si el objetivo es establecer una Iglesia donde el control y el
orden están por encima de la vida de la gente, probablemente este
paradigma es la mejor opción, porque es muy efectivo alienando a la
gente. Si el propósito es edificar una casa espiritual donde la gente
experimente una transformación real, este paradigma no es el más
indicado, porque no toma en cuenta dos aspectos fundamentales:
El primero es que no importa cuánto forcemos a la gente
a vivir como cristianos, nunca lo podremos lograr, porque la
verdadera vida cristiana no es el resultado de un cambio de
conducta o de la práctica de disciplinas espirituales, sino el
fruto de un milagro sobrenatural que sucede cuando una
persona nace de nuevo. Jesús habló de esto en el libro de Juan.
Veamos el pasaje:

Había un hombre llamado Nicodemo, un líder religioso judío, de los


fariseos. Una noche, fue a hablar con Jesús:
—Rabí —le dijo—, todos sabemos que Dios te ha enviado para
enseñarnos. Las señales milagrosas que haces son la prueba de que Dios
está contigo.
Jesús le respondió:
—Te digo la verdad, a menos que nazcas de nuevo, no puedes ver el
reino de Dios.
—¿Qué quieres decir? —exclamó Nicodemo—. ¿Cómo puede un hombre
mayor volver al vientre de su madre y nacer de nuevo? Jesús le contestó:
—Te digo la verdad, nadie puede entrar en el reino de Dios si no nace de
agua y del Espíritu. El ser humano solo puede reproducir la vida humana,
pero la vida espiritual nace del Espíritu Santo. (Juan 3:1-6).

En este encuentro con Nicodemo, Jesús menciona el nuevo


nacimiento y aclara que este no tiene que ver con una vida natural
sino espiritual, y enfatiza que el único que puede reproducir esta
vida dentro del ser humano es el Espíritu Santo. Jesús sintió la
necesidad de aclarar esto, porque Nicodemo era un líder de una
secta religiosa que enseñaba que el ser humano, a través de las
buenas obras y la obediencia a los mandamientos de la ley, podía
reproducir la vida espiritual y tener una relación con Dios.
Hay otro pasaje en el mismo libro de Juan que explica un
poco mejor esta verdad.

Pero a todos los que creyeron en él y lo recibieron, les dio el derecho de


llegar a ser hijos de Dios. Ellos nacen de nuevo, no mediante un
nacimiento físico como resultado de la pasión o de la iniciativa humana,
sino por medio de un nacimiento que proviene de Dios. (Juan 1:12-13).

En la actualidad, hay un sector muy grande de la Iglesia que,


al igual que Nicodemo, cree que las personas pueden vivir la vida
cristiana sin haber tenido un encuentro real y sobrenatural con Dios.
Asumen equivocadamente que, porque la persona pasó al frente
durante una reunión y repitió la oración de salvación, ya tuvo ese
encuentro, algo imposible de saber ya que solo Dios conoce si la
persona la hizo creyendo en su corazón o por un impulso emocional.
La oración de salvación es supremamente importante, pero no
puede salvar por si misma a menos que sea la expresión de fe del
corazón. Hay algunos corazones en los que la fe nace en un
instante, pero la gran mayoría necesitan una familia espiritual a la
cual pertenecer y desarrollar la fe para algún día poder hacer la
oración. No entender esto ha hecho que la iglesia cristiana esté
llena de gente que un día hizo la oración para recibir a Jesús, pero
que no conoce a Jesús. Están como Job, que había escuchado
mucho de Dios, pero nunca lo había visto.

Hasta ahora solo había oído de ti, pero ahora te he visto con mis propios
ojos. (Job 42:5).

Quiero proponer que nunca dejemos de hacer la oración de


salvación, pero que nos enfoquemos en ser comunidades donde la
gente puede conocer a Dios. Es la mejor manera para promover la
verdadera reproducción de la vida espiritual. Ningún libro,
enseñanza o curso puede sustituir la vida de Cristo que se
experimenta en medio de la familia de Dios.
El segundo aspecto es que todos los seres humanos somos
diferentes y aprendemos de manera diferente. Así como un par de
zapatos no le sirve a todo el mundo, no podemos asumir que un
sistema estandarizado de aprendizaje va a funcionar para todo el
mundo. En los más de veinticinco años que llevo aconsejando
personas, todavía no he conocido a dos de ellas que hayan vivido
exactamente las mismas experiencias de vida. El corazón del ser
humano es como las huellas digitales, no existen dos iguales,
por eso necesita exponerse a un proceso que tome en
consideración esas experiencias que son únicas a él. Cuando
comencé en el liderazgo cristiano, yo pensaba que el proceso de
madurez espiritual era como un riel de ferrocarril, donde todos los
vagones se mueven de la misma manera y a la misma velocidad. El
problema con este modelo es que es tan angosto y rígido, que no da
espacio para las dudas, los errores y las caídas, que son propios de
todo proceso de aprendizaje. Con los años, y después de ver a
muchos «descarrilarse», entendí que el crecimiento espiritual
realmente es como un río, que, a pesar de tener límites bien
demarcados, es amplio y tiene una variedad de corrientes. Este
modelo contiene una dosis necesaria de comprensión y misericordia
que da el espacio para dudar y reconsiderar, para cometer errores y
corregir, y para caer y volverse a levantar.
Para tener iglesias donde la gente vive una fe auténtica que produce
resultados auténticos, debemos usar un paradigma diferente al que
la mayoría ha estado usando hasta ahora; necesitamos usar el
paradigma de Jesús. Veámoslo a continuación:
PERTENECER – CREER – COMPORTARSE
Lo primero que Jesús hizo con sus discípulos, antes que
tratar de cambiarlos, fue hacerlos parte de su vida y darles
sentido de PERTENENCIA. Me sorprende que a pesar de que esos
doce hombres aún tenían rasgos profundos de inmadurez y a
menudo se equivocaban, el Maestro les dio un lugar especial en su
vida y ministerio, dándoles a entender que eran amados, aceptados
e importantes. No solamente lo hizo con ellos; Jesús era intencional
expresándoles amor y aceptación a todas aquellas personas que
eran consideradas indignas por la religión y la sociedad. Cuando se
encontraba con una prostituta o un leproso, él iba por encima del
estigma de inmundicia al que habían sido sentenciados por la ley,
con el fin de manifestarles compasión y darles valor. Jesús abrazó
y aceptó a los que la religión rechazó y desechó.
Jesús simplemente estaba siguiendo el ejemplo de su Padre.
La Biblia enseña que Dios nos amó y nos dio vida cuando aún
estábamos muertos espiritualmente y no podíamos hacer nada para
merecernos su amor y aceptación. El principio es simple, pero muy
poderoso: Dios no esperó que nuestra vida cambiara para
aceptarnos en su familia; todo lo contrario, Dios nos hizo parte de su
familia porque sabía que ese es el mejor contexto para cambiar
nuestra vida.

Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que
nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida
juntamente con Cristo. (Efesios 2:4-5).

Dios decidió de antemano adoptarnos como miembros de su familia al


acercarnos a sí mismo por medio de Jesucristo. Eso es precisamente lo
que él quería hacer, y le dio gran gusto hacerlo. (Efesios 1:5).
Si Dios pusiera las mismas demandas que colocamos
nosotros para amar y aceptar a la gente, intuyo que la familia del
Señor sería bastante reducida.
PERTENECER al círculo íntimo de Jesús les permitió a los
discípulos ser testigos de la manifestación de su amor, poder y
autoridad, y eso provocó que se empezara a desarrollar en ellos la
capacidad de CREER. No me refiero a la fe de la persona que está
tratando de autoconvencerse de algo que no conoce; hablo de una
fe REAL, basada en el conocimiento que te produce el estar cerca,
el ser parte, el pertenecer.

Al ver eso los discípulos quedaron asombrados y le preguntaron:


—¿Cómo se marchitó tan rápido la higuera?
Entonces Jesús les dijo:
—Les digo la verdad, si tienen fe y no dudan, pueden hacer cosas como
esa y mucho más. Hasta pueden decirle a esta montaña: «Levántate y
échate al mar», y sucederá.2 Ustedes pueden orar por cualquier cosa, y si
tienen fe la recibirán. (Mateo 21:20-22).

Con el tiempo, la fe de ellos fue madurando hasta producir


una manera diferente de pensar y vivir. En pocas palabras, el
PERTENECER dio pie al CREER, lo que a su vez generó un cambio
en el COMPORTAMIENTO de los discípulos. El cambio no fue el
resultado de algún esfuerzo que ellos hubieran hecho para modificar
su conducta; fue la consecuencia de pertenecer a una familia donde
las relaciones basadas en el amor y la aceptación fueron
fundamentales para que se desarrollara en ellos la capacidad de
creer.
No perdamos el tiempo forzando a la gente a comportarse
como cristianos sin darles la oportunidad de pertenecer a la
familia de Dios y desarrollar una fe genuina; eso sería
presionarlos a hacer algo que es imposible para el ser humano y
que al final solo conduce a la frustración y la culpabilidad. La vida
cristiana no tiene que ver con modificación de conducta sino con la
manifestación de la naturaleza espiritual que está dentro del
creyente. Esto no se puede lograr a través del esfuerzo humano; es
el resultado de una relación genuina con Jesús.
Si lo que realmente nos interesa es el bienestar de las personas,
entonces debemos tener paciencia mientras Dios hace la obra en
ellos. Hay corazones que han sido tan heridos que necesitan años
para sanarse y restaurarse. La pregunta es si estamos dispuestos a
estar a su lado durante el proceso, dure lo que dure. Esto demanda
mucho más sacrificio y amor que predicar un domingo o dictar una
clase de discipulado.

El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni


jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se
enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad,
sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo
espera, todo lo soporta. (1ª de Corintios 13:4-8).

Me imagino que tienes curiosidad por saber qué pasó con


aquella persona que había sido invitada a nuestra iglesia. Ese
domingo decidí que era hora de renunciar al paradigma que tanto
daño le había causado a la Iglesia y arriesgarme a amar como Dios,
así que antes de que comenzara la experiencia donde la persona
estaba supuesta a asistir, me fui a la puerta a esperarlo. En el
momento que entró con mi amigo al lobby principal del edificio, me
acerqué, le di un fuerte abrazo y me aseguré de que se sintiera
bienvenido y además supiera que Ekklesia Miami era su familia.
Recuerdo que me miró con cara de asombro, seguramente
impresionado por que un pastor se sintiera feliz de tener a alguien
como él en su iglesia. Quiero que sepas que esta persona pasó toda
la reunión muy conmovido y al final, cerró sus ojos y le abrió su
corazón a Jesús. Más tarde recibí una llamada de la persona que lo
había invitado, contándome que a su amigo había disfrutado mucho
la experiencia en nuestra iglesia y se había sentido parte de la
familia. Esto me produjo mucha alegría porque fue una muestra
evidente de la obra sobrenatural que Dios había hecho en nuestro
corazón a partir del momento en que nos arriesgamos a hacer todos
los cambios. Desde entonces, el paradigma de PERTENECER –
CREER – COMPORTARSE ha sido uno de los pilares de la cultura
de Ekklesia Miami.
Voy a usar una frase que para algunos va a parecer una
herejía, pero es lo que enseña la Biblia: Dios es inclusivo, el ama a
todo el mundo, aún a aquellos que no viven de acuerdo con su
verdad. ¡Ellos son la causa por la cual envió a Jesús!
Entonces Pedro tomó la palabra, y dijo: «Ciertamente ahora entiendo que
Dios no hace acepción de personas». (Hechos 10:34).

En su celo por la verdad, la Iglesia cristiana ha proyectado


una imagen de un Dios exclusivo, lo cual ha hecho que algunos
grupos de personas perciban como si no fueran bienvenidos a
menos que primero cambien su manera de pensar y de vivir. Iglesia,
el Padre nunca nos delegó la autoridad para categorizar el pecado y
mucho menos para decidir quién merece recibir su amor y quién no.
Lo que sí nos delegó fue el ministerio de la reconciliación, y para
ejercerlo debemos ser una familia inclusiva, donde todo el mundo se
sienta amado y aceptado de manera incondicional.
Quiero aclarar algo: amar y aceptar no es lo mismo que
apoyar un estilo de vida que no está de acuerdo con la Palabra
de Dios. Amar y aceptar tiene que ver con la disposición de
abrir las puertas de nuestro corazón y de nuestra familia
espiritual para recibir a todos aquellos que se encuentran
confundidos y desamparados, porque están como ovejas sin
pastor. Es ser intencionales en hacerles sentir que pertenecen a la
familia de Dios antes de exigir cambios. Es ofrecerles relaciones
personales a través de las cuales Dios pueda hacerse real en sus
vidas para que su capacidad de creer se desarrolle. Y es esperar
pacientemente y con fe mientras el Espíritu Santo va realizando la
obra en ellos hasta que se vea el fruto en su comportamiento, si es
que algún día lo llegamos a ver.
La pregunta es, ¿estás dispuesto a amar a aquellos que
practican cosas que te incomodan o con las que no estás de
acuerdo con tal de ofrecerles la oportunidad de conocer a Dios y
experimentar la vida maravillosa que solo él puede darles?
Este nivel de amor solo es posible cuando se tiene un
entendimiento profundo de la gracia de Dios, que es precisamente el
tema que quise dejar para el último capítulo del libro. Le pido al
Señor que prepare tu corazón para comprender, aunque sea un
poco, la profundidad de su amor.

Cuando pienso en todo esto, caigo de rodillas y elevo una oración al


Padre, el Creador de todo lo que existe en el cielo y en la tierra. Pido en
oración que, de sus gloriosos e inagotables recursos, los fortalezca con
poder en el ser interior por medio de su Espíritu. Entonces Cristo habitará
en el corazón de ustedes a medida que confíen en él. Echarán raíces
profundas en el amor de Dios, y ellas los mantendrán fuertes (Efesios
3:17).. Espero que puedan comprender, como corresponde a todo el
pueblo de Dios, cuán ancho, cuán largo, cuán alto y cuán profundo es su
amor. Es mi deseo que experimenten el amor de Cristo, aun cuando es
demasiado grande para comprenderlo todo. Entonces serán completos con
toda la plenitud de la vida y el poder que proviene de Dios. Y ahora, que
toda la gloria sea para Dios, quien puede lograr mucho más de lo que
pudiéramos pedir o incluso imaginar mediante su gran poder, que actúa en
nosotros. ¡Gloria a él en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las
generaciones desde hoy y para siempre! Amén.
CAPÍTULO IX
GRACIA VS. VERDAD
¿DÓNDE ESTÁ EL EQUILIBRIO?
No es fácil hablar con libertad acerca de la gracia de Dios,
especialmente en el contexto de la Iglesia Latinoamericana, la cual
en su mayoría fue fundada sobre un evangelio legalista y donde las
tradiciones religiosas usualmente tienen más autoridad que la Biblia.
Si a este escenario le añadimos algunos aspectos de la cultura
latina como el machismo, el concepto distorsionado de la autoridad
y la dinámica de premio y castigo que prevalece en la familia,
podemos entender un poco mejor la razón del ataque y rechazo a la
predicación de la gracia.
Sin temor a exagerar, cada vez que enseño acerca de la
gracia y el amor incondicional de Dios, al final se me acerca algún
líder o pastor para advertirme que tenga cuidado con ese tema
porque puede promover que las personas se vayan a pecar.
Confieso que al principio me incomodaba que me hicieran este tipo
de comentarios, pero con el tiempo fui entendiendo que era una
preocupación válida en el corazón del liderazgo, y por esa razón
decidí incluir este capítulo en el libro.
Mi intención no es realizar un tratado teológico acerca de la
gracia de Dios porque para eso necesitaría un libro completo, pero
sí quiero dedicar unas cuantas páginas de este capítulo para
mencionar algunas cosas de la gracia que son muy importantes.
La mente puede estar tan programada por la religión y por
algunos aspectos de la cultura latina, que al final del día, estos sean
más determinantes para la fe y la enseñanza de la Iglesia que la
propia Palabra de Dios. Esto es algo muy delicado, porque el temor
que nos produce todo aquello que no se amolda a nuestra manera
de comprender las cosas nos puede llevar a redefinir las verdades
bíblicas. En otras palabras, en vez de permitir que la Palabra defina
nuestra manera de pensar, estamos dejando que nuestra manera de
pensar defina la Palabra.
Esto es especialmente cierto cuando se trata de la doctrina
de la gracia. La incapacidad que tienen algunas personas de
entender que el amor de Dios realmente es ILIMITADO e
INCONDICIONAL, sumado al temor que sienten de que si exponen
la gracia en toda su dimensión no va a haber nada que frene a las
personas de irse a pecar, los lleva a hablar del amor de Dios como
algo que es extraordinariamente inmenso, pero que tiene algunos
límites y condiciones. Pareciera que en sus buenas intenciones,
terminaran ofreciendo un mensaje de amor-temor, que permita a las
personas conocer lo suficiente acerca del amor de Dios al punto que
produzca en ellos el deseo de acercarse, pero mezclado con una
dosis de incertidumbre y temor para que al mismo tiempo los guarde
de no alejarse de él.
Este mensaje diluido de la gracia tiene dos grandes
problemas. El primero es que los líderes terminan usurpando el
lugar de Dios en la vida de las personas, como si ellos fueran los
responsables de evitar que los creyentes caigan en una vida de
pecado y se alejen de Dios. El segundo problema es que, cuando se
enseña de esta manera, la gracia no puede cumplir el propósito para
el cual nos fue dada, que es afirmar nuestro corazón.
.
No se dejen llevar por doctrinas diversas y extrañas. Es mejor afirmar el
corazón con la gracia. (Hebreos 13: 9).

Comprender la gracia de Dios en toda su plenitud tiene el


poder de librar el corazón del ser humano de la duda y el temor,
produciendo una seguridad y estabilidad que no pueden ser
encontradas en ningún otro lugar. Esto es especialmente
significativo en los momentos de crisis, cuando los vientos y las
tempestades azotan nuestra vida y necesitamos refugiarnos en el
abrazo del Padre.
En el momento que le añadimos límites y condiciones al amor
incondicional de Dios, la gracia pierde su capacidad para producir
seguridad y termina haciendo exactamente lo opuesto, generar
incertidumbre, temor e inestabilidad en el corazón.
¡Nada produce más seguridad que saber con certeza que no
existe nada que pueda separarnos del amor de Dios!

Y estoy convencido de que nada podrá jamás separarnos del amor de


Dios. Ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores
de hoy ni nuestras preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del
infierno pueden separarnos del amor de Dios. Ningún poder en las alturas
ni en las profundidades, de hecho, nada en toda la creación podrá jamás
separarnos del amor de Dios, que está revelado en Cristo Jesús nuestro
Señor. (Romanos 8:38-39).

La Iglesia cristiana no se ha caracterizado por ser muy


equilibrada, esto es una realidad. Tenemos la tendencia a ser
apasionados y obviar el sentido común cuando de la fe se trata, lo
que a veces causa que seamos como un péndulo, yendo de un
extremo al otro. Igual sucede con este tema de la Gracia de Dios.
Por un lado, hay iglesias donde casi ni se menciona, y como
resultado, en vez de disfrutar la vida maravillosa que el Padre tiene
para sus hijos, las personas viven esclavas de un sistema moralista
disfrazado con versículos bíblicos y lleno de frases espiritualoides.
En otros lugares se van para el otro extremo, y solo predican
acerca de la Gracia, como si la Biblia solo consistiera en las cartas
de Pablo, lo cual al final produce un creyente que conoce su
posición en Cristo y está seguro del amor del Padre, pero
permanece suspendido en una niñez espiritual perpetua,
incapacitado para administrar su propia vida o aportar a la misión
del lugar donde Dios lo puso. La condición de estas personas me
recuerda lo que, precisamente el Apóstol Pablo dice en Gálatas:
Lo que quiero decir es esto: Mientras el hijo es menor de edad, es igual a
cualquier esclavo de la familia y depende de las personas que lo cuidan y
le enseñan. (Gálatas 4:1-2).

Ninguno de estos dos extremos es saludable. La Iglesia no es


un ejército de esclavos cuyo único propósito es trabajar, pero
tampoco es una casa de niños inmaduros y caprichosos que creen
que todo se trata de ellos.
¿Cómo se puede enseñar la gracia de manera equilibrada, de
forma que produzca hijos que se relacionan con el Padre en libertad,
pero a la vez están caminando hacia la madurez espiritual y la
productividad? Ese equilibrio se encuentra en el siguiente pasaje:

El Verbo (La Palabra) se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su


gloria, gloria como del unigénito (único) del Padre, lleno
de gracia y de verdad. (Juan 1:14).

El equilibrio se encuentra cuando la Iglesia, al igual que


Cristo, está llena de GRACIA y VERDAD. Estos dos componentes
tienen que estar presentes para desarrollar una comunidad espiritual
de hijos maduros que manifiestan la gloria de Dios.
Quiero que notes que el versículo dice «lleno de gracia y
verdad», no «lleno de verdad y gracia». Este detalle es muy
importante porque muestra que la gracia va primero que la verdad,
no porque sea más importante, sino porque ese es el lugar que le
corresponde en el proceso de edificación de la Iglesia. Juan vuelve
a afirmar esto un poco más adelante. Observa:

Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad fueron
hechas realidad por medio de Jesucristo (Jesús el Mesías). (Juan 1:17).
Me atrevo a decir, sin temor a equivocarme, que haber
invertido el orden en que se aplican estos dos componentes es
una de las causas principales por las cuales el Cuerpo de
Cristo está tan enfermo y alejado de los propósitos eternos de
Dios. Necesitamos regresar al orden correcto: Gracia y Verdad.
Este orden no es un capricho de Dios; hay una razón muy
poderosa detrás del hecho de que la Gracia vaya primero que la
Verdad, y es que esta es la única forma en que los pecadores se
acerquen a Dios confiadamente. Piénsalo; ¿quién se va a atrever a
acercarse a un Dios Santo y Justo si cree que va a ser expuesto,
avergonzado, juzgado y condenado? Solo se va a atrever a hacerlo
si se siente amado incondicionalmente, si está seguro de que es
aceptado a pesar de su condición. ¡Lo único que puede producir
esto en el corazón de un pecador es la gracia de Dios! Con razón la
Biblia enseña que el único trono al que un pecador se puede acercar
con confianza es al trono de la gracia de Dios.

Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro


Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos
ayudará cuando más la necesitemos. (Hebreos 4:16).

La falta de enseñanza acerca de la gracia, además de


cerrarle la puerta a la gente de afuera que necesita
desesperadamente de Dios, ha convertido a la Iglesia cristiana
en una promotora de hipocresía, ya que muchos de sus miembros
no son libres de mostrarse tal y como son. Por el contrario, el temor
de que Dios y la gente los rechacen, los ha llevado a esconder su
realidad y encubrir su pecado. Esto, además de mantenerlos
esclavizados a sistemas de pensamiento y conductas destructivas,
les impide disfrutar una relación genuina con el Padre, desarrollar
una espiritualidad auténtica y experimentar una vida de bendición.
Establecer la cultura de la Iglesia sobre la necesidad de
madurar y ser transformados, sin haber colocado un fundamento
sólido de gracia, produce creyentes gobernados por el temor, con
una tendencia a cubrirse, para evitar la vergüenza, y esconderse
para evitar el castigo. Esto fue precisamente lo que le sucedió a
Adán y Eva cuando desobedecieron a Dios y se sintieron desnudos
e indignos por el pecado.
La mujer quedó convencida. Vio que el árbol era hermoso y su fruto
parecía delicioso, y quiso la sabiduría que le daría. Así que tomó del fruto y
lo comió. Después le dio un poco a su esposo que estaba con ella, y él
también comió. En ese momento, se les abrieron los ojos, y de pronto
sintieron vergüenza por su desnudez. Entonces cosieron hojas de higuera
para cubrirse. Cuando soplaba la brisa fresca de la tarde, el hombre y su
esposa oyeron al Señor Dios caminando por el huerto. Así que se
escondieron del Señor Dios entre los árboles. Entonces el Señor Dios
llamó al hombre:
—¿Dónde estás?
El hombre contestó:
—Te oí caminando por el huerto, así que me escondí. Tuve miedo porque
estaba desnudo.
—¿Quién te dijo que estabas desnudo? —le preguntó el Señor Dios—.
¿Acaso has comido del fruto del árbol que te ordené que no comieras?
(Génesis 3:6-11).

La Iglesia que no predica el amor incondicional de Dios,


además de promover la hipocresía, condena a sus miembros a una
vida espiritual mediocre, que nunca alcanza su máximo potencial.
Esto se debe a que nuestro Padre es un Dios de luz, y solo obra en
aquello que vive en la luz. Él no puede transformar ni sanar las
actitudes y los hábitos que no han sido expuestos primero a la luz.

Este es el mensaje que oímos de Jesús y que ahora les declaramos a


ustedes: Dios es luz y en él no hay nada de oscuridad. Por lo tanto,
mentimos si afirmamos que tenemos comunión con Dios pero seguimos
viviendo en oscuridad espiritual; no estamos practicando la verdad. Si
vivimos en la luz, así como Dios está en la luz, entonces tenemos
comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, su Hijo, nos limpia de todo
pecado. Si afirmamos que no tenemos pecado, lo único que hacemos es
engañarnos a nosotros mismos y no vivimos en la verdad; pero si
confesamos nuestros pecados a Dios, él es fiel y justo para perdonarnos
nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. (1 Juan 1:5-9).

Un hecho muy triste es que el liderazgo de la Iglesia no está


excluido de esta situación, ya que muchos fueron formados dentro
de esa cultura del temor y el doble estándar, y la han llevado con
ellos a sus posiciones de autoridad. Esto trae consigo dos
agravantes muy serios: primero, cuando se le entrega autoridad a
una persona que no es íntegra, la tendencia general es a que el
poder lo corrompa más. Tal vez por eso hay tanta incongruencia
entre lo que algunos pastores enseñan en el púlpito y la manera
como se conducen en la vida personal. Segundo, la autoridad trae
consigo influencia, lo que se traduce en una mayor capacidad para
reproducir la corrupción y herir a las personas sobre las que uno
tiene autoridad. Lo que explicaría el problema de manipulación y
abuso que está presente en algunos ministerios, donde se utiliza la
culpabilidad para obligar a los miembros a dar dinero o servir en
algún departamento de la Iglesia.
Iglesia, ¡no podemos seguir promoviendo el temor y la
hipocresía en las personas! Les estamos robando la bendición
de relacionarse en libertad con Dios y disfrutar la vida plena
que solo Él puede dar. Además, estamos perpetuando una cultura
de corrupción. ¡Alguien se tiene que atrever a romper el ciclo de
destrucción y esterilidad en el que se encuentra el Cuerpo de Cristo!
Se necesita una generación que esté dispuesta a establecer
una cultura donde la gente no sienta la necesidad de cubrir su
pecado, sino que pueda ser libre para mostrar su realidad. ¿Quieres
saber cómo se establece una cultura que promueve que las
personas vivan en la luz? Tenemos que hacer lo mismo que hizo
Dios con Adán y Eva.

El Señor Dios hizo vestiduras de piel para Adán y su mujer, y los vistió.
(Génesis 3:21).
Adán y Eva no tuvieron que seguir cubriendo su desnudez
con las hojas de higuera que habían cosido, porque Dios les
proveyó otra cobertura que los hizo sentirse seguros de la
vergüenza, el juicio y el rechazo. De la misma manera, la gente de
nuestras comunidades espirituales va a sentir la confianza de
quitarse todo lo que han estado usando para taparse cuando les
proveamos algo que les permita sentirse cubiertos, totalmente
seguros de que no van a ser avergonzados o rechazados. Solo hay
una cosa que puede lograr que un pecador se sienta cubierto, a
pesar de todos sus errores e imperfecciones, al punto que se atreva
a mostrar su realidad: el amor.

Lo más importante de todo es que sigan demostrando profundo amor unos


a otros, porque el amor cubre gran cantidad de pecados. (1 Pedro 4:8).

Cuando el amor incondicional de Dios es parte de la cultura


de la Iglesia, las personas no necesitan taparse ni esconderse,
porque el mismo amor se encarga de proteger su corazón contra los
sentimientos de inseguridad, vergüenza, rechazo e insuficiencia.
Cuando una persona conoce el amor incondicional de Dios se siente
aceptada, y eso le da la libertad para acercarse y exponerse a la
verdad, lo cual a su vez INICIA UN PROCESO DE CAMBIO
GENUINO.
No quiero terminar el capítulo sin antes dejarte dos
recomendaciones muy importantes:
Esfuérzate por aprender acerca de la gracia de Dios. Estudia
y medita en todo lo que la Biblia dice acerca de ella; lee
libros y escucha enseñanzas de personas que conozcan
bien el tema y cuya vida y ministerio respalden el mensaje.
A pesar del temor, atrévete a predicar del amor de Dios
como realmente es: ilimitado e incondicional.
Si queremos que nuestra iglesia sea un lugar donde todo el
mundo se sienta bienvenido y se atreva a mostrar su realidad; si
nuestro anhelo es ser una casa espiritual donde las personas se
relacionen en libertad con el Padre celestial y a la vez estén
caminando hacia la madurez y la productividad; si queremos
levantar comunidades donde se manifieste la vida gloriosa de Cristo,
es indispensable que primero establezcamos la cultura de la Iglesia
sobre un fundamento de Gracia, y luego, sobre esa base,
construyamos con la Verdad.
CAPÍTULO FINAL
¿Y AHORA QUÉ?
¡Voy a hacer algo nuevo! Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta? Estoy abriendo
un camino en el desierto, y ríos en lugares desolados.
Isaías 43:19

Han pasado diez años desde la primera vez que Dios me habló de
la transición generacional que venía para la Iglesia Iberoamericana y
la necesidad que había de hacer cambios. Desde entonces, fui
intencional en anunciar este mensaje en todos los lugares a los
cuales iba. No importaba el tema que estuviera predicando, siempre
aprovechaba para hacer un llamado de atención acerca de lo que
estaba por venir. ¡Dios va a hacer algo nuevo! ¡Viene una transición
generacional! ¡Hay que hacer cambios cuanto antes!
Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que este ha sido el
tema donde he encontrado más resistencia en todos mis años de
predicación. La tensión constante que ha existido entre las dos
generaciones de líderes de la Iglesia no nos ha permitido entender
que estamos ante un problema de fondo y no de forma. Mientras
discutíamos acerca de los jeans rotos, el humo y las luces de neón,
pasó el tiempo y la transición tocó nuestra puerta.
Nos distrajimos tanto en modelos de crecimiento,
entretenimientos para que la gente no se nos fuera y parafernalia
que se nos olvidó reformar lo que realmente importaba, la esencia
de lo que ser Iglesia significa.
Escribí este libro con un gran sentido de urgencia porque la
transición generacional ya está sucediendo y no podemos correr el
riesgo de quedarnos otra vez por fuera del «ahora» de Dios.
No quiero que sientas que estas solo en esto, el llamado que
Dios está haciendo es global y muchos de tus compañeros de
ministerio tendrán que pasar por el mismo proceso de cambio si
quieren entrar en el «ahora» de Dios. Este paso traerá consigo
temor, miedo a lo desconocido, a perder lo que se tiene e incluso a
fallarle a Dios. Pero, déjame decirte que es necesario pasar por allí.
En mi caso, el temor ha sido un gigante contra el cual he tenido que
luchar toda mi vida, te imaginarás cómo fue enfrentarlo durante este
proceso.
Este gigante se ha empeñado en paralizarme por años para
que no se cumplan los sueños que Dios me ha dado. A menudo lo
escucho en mi mente diciéndome que no sirvo, que no soy un buen
líder y que voy a fracasar, pero yo no he permitido que su voz
determine mis pasos, porque sé que el temor no tiene la capacidad
de producir la voluntad de Dios. Mi convicción es que lo único que
produce la voluntad de Dios es la fe, por eso cada vez que enfrento
un nuevo desafío, intencionalmente medito en la palabra que Dios
me dio cuando me llamó a pastorear por primera vez:

Mi mandato es: «¡Sé fuerte y valiente! No tengas miedo ni te desanimes,


porque el Señor tu Dios está contigo dondequiera que vayas». (Josué 1:9).

Yo sé que cambiar no es fácil, especialmente cuando tiene


que ver con paradigmas eclesiásticos que se han practicado por
años, pero la Iglesia está en un momento crucial donde hay mucho
en juego y se necesita actuar con prontitud.
Cada día que dejemos pasar representará más líderes y
pastores al borde del colapso personal, familiar y ministerial. Cada
día que sigamos dilatando la decisión de abrazar las instrucciones
de Dios para este tiempo representará un aumento de la
desconexión con la nueva generación. Cada día que nos
demoremos en realizar los cambios pertinentes representará un
crecimiento del abismo que está separando a la Iglesia de un mundo
que se está muriendo sin Dios.
Dios te está invitando a ser parte de algo que va a tener
repercusiones generacionales en la Iglesia y en el mundo. Te está
llamando a ser fuerte y valiente para atreverte a dejar atrás los
paradigmas antiguos y abrazar las instrucciones de Dios para este
tiempo. ¡Todo lo que el ser humano desee emprender en la vida
comienza con una decisión!
El gran Nelson Mandela dijo lo siguiente: «Que tus decisiones
reflejen tu esperanza, no tu temor».
Te animo a que hoy decidas tomar las decisiones correctas,
basado en la gloria mayor que el hijo de Dios posee y desea
manifestar en nosotros. Su amor, su gracia y su verdad desean
ardientemente manifestarse en la tierra, pero somos tú y yo los
encargados de eso. Si no tomamos la decisión de expandirlo,
proclamarlo y manifestarlo, no veremos nunca lo que tanto
soñamos.
Asumamos con valentía nuestro papel, el cual implicará
sacrificios, incertidumbres momentáneas y en algunos casos
soledad, pero que nos hará dejar un camino marcado para los que
vienen detrás de nosotros. Habremos acortado un poco más ese
abismo existente entre la Iglesia y la humanidad, cumpliendo con
nuestro trabajo de traer luz al mundo, en vez de oscuridad.
Oro para que la perspectiva, estrategia y motivación de Dios
se manifieste en cada lector de este libro, y que su espíritu sea
inquietado a retomar la dirección correcta dirigida por el espíritu
santo.
¿Quieres ser parte del cambio? ¡Elévate por encima del
temor a la crítica, al fracaso y a lo desconocido, y decide ser la
Iglesia que ve, ama y actúa como Dios!

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