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Juan Alejandro Pinto

Estática

Sí pudiera abrir mi mente como un cajón que resguarda un puñado de fotografías, una de las más
antiguas seguro sería la de mi sombra emulando al ojo de Horus, no tengo forma para explicar el
porqué de niño esperaba a las tres de la tarde para ver a mi otro yo sobrepuesto en el césped, y
cumplir el acto ritual de hacer un ovalo con mis brazos y alzarlo encima mío, de tal forma que la
sombra de la cabeza cumpliera la función de la imagen de una cornea, fue un acto que poco a
poco se fue arraigando en mi ser hasta volverlo casi instintivo, haciéndolo día a día desde el
sincretismo por temor a que alguien mas me viera hacerlo. Pero, Por más curioso que pueda
sonar, desconocía enteramente sobre la procedencia de tal símbolo, demorándome varios años
para dar con éste en una revista arqueológica y en consecuencia dar con la imagen del mismo
Horus, el cual cumple una función sospechosamente similar a Jesús tres mil años antes en la
mitología egipcia. Me hice a la idea que tal vez aquel acto ritual era el mismo que los antiguos
egipcios adoptaron a la hora de rezar a Horus, y que tal vez yo en pleno siglo XXI estuviera
reviviendo su culto con el acto de mi particular seña. Aun hoy día cuando Ra nos castiga con toda
su presencia me veo en la tentación de practicarlo y ver mi sombra sobre el suelo.

Otro hecho que pueda llegar a tener cierta índole mística en mis memorias sucedió un día
desconocido de junio en el que sin nada interesante que hacer, fui a la vieja piscina de la unidad y
la encontré en la más imperturbable soledad. Hasta ese momento nunca había visto que la
superficie no se estremeciera ante un violento chapuzón, lo que no me imaginaba es que el agua
aun sin que nadie la perturbara demostrara estar tan llena de vida, fluctuando con danzarinas
formas bajo la porcelana azul, o haciendo destellos que aparecían y desaparecían bajo el rabillo
del ojo, la superficie tenía un movimiento particular mecida tal vez por la breve brisa veraniega,
llevando a las cigarras muertas de un lugar a otro. No me atreví a destruir tan sublime espectáculo,
y me dejé llevar por el tiempo necesario que pudiera resistirme en cuclillas bajo el sol, cosa que
me hizo ganarme algunos días de cama sintiendo en todo el cuerpo el dolor de la insolación.

Poco después de haber cometido tal acto de soberbia ante Ra, empecé a tener un curioso sueño
que, por raro que suene, se limitaba a ser simplemente estática. Aquella que se encuentra al dar
con un canal de televisión sin señal alguna, siendo un tipo de sueño que desde ese momento se ha
seguido repitiendo a lo largo de mi vida. Cada vez en menor intensidad, he de decir. No son sueños
particularmente interesantes: imaginen estar en una inmensa nada gris multiforme hecha de
puntos que van de un lugar a otro, más rápido de lo que se pueda llegar a seguir con los ojos, con
el característico siseo constante que lleva a la inactividad mental y al apabullante silencio de
cualquier pensamiento. Sí alguna vez han despertado sin algún tipo de sueño, descubriendo que
en menos de un parpadeo han pasado de la noche a la mañana, seguro han llegado a compartir la
misma sensación que en mi provoca soñar con estática, con la diferencia de que me veo en la
tarea de vivir con cierto grado de conciencia aquellas 8 horas de casi total inactividad cerebral.
Esto no llamaría particularmente la atención, sí no fuera porque hasta hace poco, en el último
sueño de estática, algo ajeno a mi hubiera demostrado cierto interés de comunicación. Como sí la
señal por fin empezara a llegar y, en ese instante, ese algo me expresara dentro de la mente un
pensamiento, algo dicho sin palabras, pero una idea en sí:

"Yo soy aquel que está detrás de las lunas rojas"

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