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BOBES C Et Al - Historia de La Teoria Literaria II Transmisores Edad Media Poeticas Clasicistas
BOBES C Et Al - Historia de La Teoria Literaria II Transmisores Edad Media Poeticas Clasicistas
DE
LA
TEORÍA
LITERARIA
TRANSM ISORES
EDAD MEDIA
POÉTICAS CLASICISTAS
Carmen Bobes
Gloria Baamonde
Magdalena Cueto
Emilio Frechilla
Inés Marful
HISTORIA DE LA TEORÍA LITERARIA
II
TRANSMISORES. EDAD MEDIA.
POÉTICAS CLASICISTAS
CARMEN BOBES-GLORIA BAAMONDE
MAGDALENA CUETO-EMILIO FRECHILLA-INÉS MARFUL
HISTORIA
DELA
TEORÍA LITERARIA
ii
TRANSMISORES. EDAD MEDIA.
POÉTICAS CLASICISTAS
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« R E DOS
© CARM EN BO BES, GLORIA BAAM O NDE, M AG DALENA CUETO, EMILIO
FRECHILLA E INÉS MARFUL, 1998.
© EDITORIAL GREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 85, Madrid.
* *
Al exponer las modificaciones que cada autor introduce sobre las ideas y
conceptos que trata, iremos viendo cómo los suele orientar hacia unos princi
pios generales que dominan el panorama cultural de su tiempo. La aparición y
difusión del cristianismo, con su idea de la proyección divina en lo humano,
trajo a la cultura clásica un relativismo en el arte, a la vez que confiere un sen
tido transcendente a los valores de unidad, verdad, belleza y bondad, en rela
ción con la coherencia, el conocimiento, la estética y la ética, que antes se
consideraban en una forma absoluta. En el período que avanza desde el siglo i
al V (d. C.), de dominio cultural griego y de dominio político romano, la in-
Introducción 11
coiporación de una tercera vía, la cristiana, resultará decisiva para comprender
el cambio de orientación de las ideas literarias, referentes tanto a la creación
de obras y a sus formas como a la teorización sobre ellas. Es evidente que se
gún el concepto de belleza y de arte que se mantenga, las obras literarias se
construirán de modo muy diverso, y los cánones críticos para comprenderlas y
valorarlas variarán también considerablemente. Parece evidente que el sentido
ético y estético de la obra literaria condiciona sus formas y su estructura, no
sólo sus temas y contenidos.
Si proyectamos una visión panorámica sobre la evolución de las ideas en
esa etapa de la historia que va desde los primeros tiempos de la decadencia de
Roma hasta que Italia en el Renacimiento vuelve los ojos a su pasado glorioso,
podemos observar como líneas más destacadas, la conservación de la teoría
literaria formulada en la época clásica de Grecia y Roma, la selección e inter
pretación de las ideas desde la personalidad y las circunstancias pragmáticas
de los diversos autores que las transmiten, y la incorporación de actitudes que
proceden de la nueva visión del mundo aportada por el cristianismo a la civili
zación occidental.
Hemos dedicado el primer tomo de la Historia de la teoría literaria a la
aparición de las ideas clásicas, dedicaremos el segundo a su seguimiento en las
fases de transmisión y adaptación a los nuevos tiempos, y lo haremos desde el
testimonio de los autores cuyas obras se han conservado, sin seguir — pues
sería imposible, según hemos argumentado más arriba— un orden cronológico
estricto, ni de autores, ni de ideas, que con frecuencia se solapan. En este sen
tido podemos decir que la labor de recogida de teorías y de selección de ideas
se inicia antes de que haya terminado la etapa creativa, de ahí que hayamos ce
rrado la primera etapa con Plotino y Longino, y que iniciemos la segunda en
un tiempo anterior, con Dionisio de Halicarnaso, con Demetrio y con otros
autores, aunque su misma individualidad, las fechas de su vida y de composi
ción y conocimiento de sus obras se mueva con incertidumbre de dos y hasta
de tres siglos, en algunos casos, y aunque en otros no haya certeza de que tras
un nombre haya un autor y no varios.
Por otra parte, a medida que avanzamos en la historia, la decadencia del
imperio romano camina paralelamente con una decadencia de la cultura gene
ral y literaria, pues ya no produce, al menos al ritmo y con la brillantez ante
rior, obras y teorías. La baja latinidad y la alta Edad Media serán etapas prefe
rentemente de transmisión, de admiración matizada por los clásicos, y de
comentarios desde perspectivas platónicas, neoplátonicas, o desde actitudes
inspiradas más o menos directamente en Aristóteles, según iremos señalando
en cada autor.
No parece posible, por muchas razones, y renunciamos a ello, exponer
sistemáticamente las ideas literarias, estéticas y retóricas de una época de la
que tenemos pocos datos y en la que aparecen mezcladas en los manuales con
12 Historia de la teoría literaria
tica (que incluía la teoría literaria) y retórica (Marrou, 1971 / 1985). La mayor
parte de las obras que han llegado hasta hoy son precisamente manuales desti
nados a la educación de los jóvenes y tienen esta disposición conjunta de gra
mática, poética (o partes de ella) y retórica, que se manifiestan y evolucionan
según épocas y según'los regímenes políticos dominantes.
La gramática en Roma recoge los conocimientos sobre la lengua que pro
cedían de reflexiones hechas quizá para otros fines, como podía ser suscitar
determinadas reacciones emocionales o mentales en el oyente, es decir, desde
una perspectiva directamente pragmática, de carácter político o jurídico. La
gramática tiene, por consiguiente, ya desde la época clásica romana unos con
tenidos heterogéneos y unos esquemas también heterogéneos, y es un hecho su
falta de límites precisos con la retórica y la poética.
No es extraño, pues, que Diomedes, en su gramática (siglo n), que puede
servir de modelo de lo que hacen con escasas variantes otros autores posterio
res, defina el ars grammaticae en relación al conjunto de las artes: «artium ge
nera sunt plurima, quarum grammatice sola litteralis dicta, ex qua rhetorice et
poetice consistunt, idcirco litteralis dicta, quod litteris incipiat, nam et
grammaticus Latine litterator est appellatus et grammatica litteratura, quae
formam loquendi ad certam rationem dirigit», y afirme que «tota autem gram
matica consistit praecipue intellectu poetarum et scriptorum et historiarum
prompta expositione et in recte loquendi scribendique ratione». Tampoco es
extraño que de los tres libros en que va dividida la gramática, el I esté dedica
do a las partes orationis, el II a los elementa y el III a la poetica (ritmo, metro,
pies, poemas) (Diomedes, 1981).
El helenismo es, pues, una etapa cultural en la que la teoría literaria se
mueve en las coordenadas generales que acabamos de señalar, de decadencia
de la cultura clásica, de un deseo de conservación, y del injerto de la cultura
judeo-cristiana. Destacan en estas circunstancias algunos autores que, a la vez
que ilustran la situación, dan testimonio de cómo la personalidad de cada uno,
a la par que el panorama histórico que viven, puede condicionarlos para intro
ducir variantes en sus obras: Dionisio de Halicarnaso, Demetrio, Hermogenes,
Proclo, Evantio, Donato, etc., representan este amplio panorama histórico.
Podremos observar cómo surgen algunas interpretaciones equivocadas, o
«misreading», de las teorías, que a veces han sido atribuidas a Aristóteles y a
otros autores clásicos, simplemente buscando un apoyo en su autoridad. Este
apartado de autores de manuales, de comentarios, de paráfrasis y de lecturas
buenas o malas de las obras clásicas, comprende un amplio arco de siglos,
pues se mueven desde un tiempo casi contemporáneo de algunos de los auto
res originales a los que siguen, hasta la desaparición del Imperio Romano. El
marco filosófico que le sirve de referencia es el helenístico-romano, que com
prende también direcciones y escuelas muy diversas, cuyo énfasis se sitúa en
la ética (peripatéticos, cínicos, la Stoa), en una actitud escéptica (pirrónicos,
14 Historia de la teoría literaria
académicos...), o eclécticos (estoicos, epicúreos, platonismo medio...) y que ya
conviven con los judeo-alejandrinos, o con la filosofía neoplatónica de Plotino
(1982, 203-269).
A medida que el peso del cristianismo se deja sentir más intensamente, pa
saremos a exponer las direcciones más sobresalientes de la patrística, ponien
do énfasis en la figura y la obra de San Agustín, y destacaremos cómo los
Santos Padres trataron de encajar las culturas clásicas en el marco axiológico y
ético de ima moral positiva, la judeo-cristiana. La formación humanística clá
sica que generalmente tuvieron los Santos Padres fue sin duda su punto de
partida, pero sometido a su propia visión del mundo y a la escala de valores
éticos y transcendentes de la religión que profesaban. En líneas generales po
demos decir que su labor se concreta en la cristianización de las teorías y de la
lectura de las obras clásicas. Tatarkiewick (1962: 1990) advierte cómo la esté
tica cristiana tiene diversas fuentes clásicas: de Platón toman la belleza espiri
tual; de los estoicos la belleza moral; de Plotino, las tesis referentes a la belle
za de la luz y del mundo; de los pitagóricos la idea de la belleza como
proporción; igualmente parten de diversas posiciones estéticas: de la concep
ción aristotélica del arte, de la ciceroniana respecto a la retórica; de la horacia-
na sobre la poesía... de modo que, aunque no presenten una teoría poética ori
ginal, la mediación de la fe es la nota común que los lleva a seleccionar en las
teorías anteriores aquellas tesis y aspectos que mejor adaptan a su posición y
las sitúan en un esquema coherente y armónico; y así destacan en las poéticas
ya formuladas determinados conceptos que extrapolan a esquemas nuevos,
dándoles también unos contenidos nuevos. Resulta notable que, por ejemplo,
San Agustín, interprete la belleza desde la teoría de la iluminación y en gene
ral de la luz, cuyo valor simbólico destaca la doctrina cristiana («Yo soy la luz
del mundo»), por oposición a las tinieblas y al mal; de esta lectura deriva no
sólo una temática preferente en la estética cristiana, sino también el relieve
que adquieren las ideas sobre la belleza formal de las obras desde los nuevos
principios estéticos, y las interpretaciones simbólicas y alegóricas (Bruyne,
1963). Si los cambios de regímenes políticos había condicionado la estimación
y la independencia de la retórica en los autores que hemos citado más arriba,
ahora podremos observar cómo la selección y adaptación de las ideas clásicas
se realizan desde una perspectiva ética basada en la religión cristiana.
La Patrística se prolonga hasta el siglo vm y enlaza en la pre-escolástica
del renacimiento carolingio (vm-ix), con Juan Escoto o Erígena (810-877?),
que formula el primer sistema filosófico medieval. Continuaremos con la pri
mera escolástica (xi-xn) y analizaremos en la Edad de Oro de la Escolástica
las ideas de Santo Tomás; tendremos en cuenta las aportaciones de los no es
colásticos, sobre todo Averroes, que nos. llevará a las traducciones de la Poéti
ca y a sus comentaristas en el Renacimiento y también citaremos algunos au
tores que desde bases escolásticas preludian en la Edad Media algunas de las
Introducción 15
1. Demetrio
2. Dionisio de H alicarnaso
3. Hermogenes
teorías del chiste en Cicerón y Quintiliano, que como el ethos y el pathos son
medios para captar la atención, atraerse al auditorio.
La Sinceridad (aletheia), según Hermogenes, pertenece al ethos, pero no
de la misma manera que otras formas; tiene como componentes la Simplicidad
y la Equidad, pero no referidas al autor del discurso, sino al discurso mismo y
es sinónimo de estilo persuasivo, espontáneo, salido del alma; es interesante
en cuanto que colabora a la credibilidad del discurso. Tiene antecedentes en la
Retórica de Aristóteles.
La Habilidad (demotes) expresa tanto la habilidad del orador como el te
mor del auditorio ante la fuerza e intensidad de un discurso. Hermogenes re
laciona esta forma, la habilidad, con la grandeza del estilo, y parece que la
vincula también con la «propiedad» y la «conveniencia», pues la Habilidad
remata todas las formas y consiste en utilizar correcta y adecuadamente todos
los elementos del discurso oratorio.
La segunda parte de Sobre las formas de estilo trata de los estilos corres
pondientes a los tres tipos de oratoria: judicial, deliberativa y panegírica. La
caracterización de los dos estilos primeros, el judicial y el deliberativo, no pre
senta dificultades siguiendo los esquemas propuestos en la primera parte del
libro, pero al llegar al panegírico declara Hermogenes que no constituye un
discurso político, y que el modelo supremo de tal estilo se encuentra en Platón,
de la misma manera que el estilo supremo del tipo político es Demóstenes. Del
discurso político pasa así Hermogenes al discurso literario, y destaca en él su
carácter imitativo y su carácter dramático, en referencia directa a Platón.
Distingue también el panegírico en verso, cuyo modelo es Homero, el mejor
de los poetas y, a la vez, el mejor de los oradores.
Hermogenes supera con estas distinciones la teoría de los tres estilos y
abre la posibilidad de analizar estilísticamente los textos oratorios y los textos
literarios, teniendo en cuenta las formas (como Dionisio de Halicarnaso, por
ejemplo), y también los pensamientos, que constituyen una parte fundamental
del discurso. Desde luego las formas de estilo que cita y estudia no constitu
yen una serie homologa y podrían discutirse, pero es indudable que su esque
ma y su método de análisis tuvo una gran importancia en los siglos siguientes.
Sobre las formas de estilo fue objeto de comentarios desde muy temprano
por parte de autores neoplatónicos (Siriano, siglo v) porque se adaptaba bien
en sus ideas y en sus términos a los principios neoplatónicos; también el cris
tianismo encontró en la obra de Hermogenes una coincidencia notable con sus
ideas; la tradición retórica clásica se hace compatible con el Nuevo Testamen
to y no fue difícil encontrar conceptos comunes y términos que los expresasen:
solemnidad, claridad, habilidad, etc.
Hay noticia de que la Retórica de Hermogenes está en el siglo xv en la
biblioteca de Lorenzo de Medicis y en la Vaticana (Hermogenes, 1993, Intro
ducción: 77). El traductor e introductor de Hermogenes en Europa occidental
30 Transmisores de las teorías literarias clásicas
fue Jorge de Trebisonda, que llega a Italia en 1416 y en 1433 publica su Rhe
toricorum libri V, la primera retórica humanística original en la que combina
las teorías de Dionisio de Halicarnaso y de Hermogenes con Cicerón. Las
ideas de Hermogenes se centran en el análisis de la oratoria de Demóstenes,
aunque podemos advertir que se extiende a la retórica civil y sagrada y, lo que
nos importa directamente, a la poética. Su influencia en este aspecto se deja
sentir, a partir de 1558, en los tratadistas de literatura y de retórica del Rena
cimiento italiano: en los Poetices Libri Septem (1561, postumos), de Escalíge-
ro; en el Arte Poetica Thoscana (1564), de Mintumo, y también en los españo
les (Antonio Lulio, Pedro Juan Núñez, Vives, Matamoros, fray Luis de
Granada). Conceptos como el decorum, que Mintumo identifica con la habili
dad (demotes), serán clave en las discusiones humanísticas (Vega, 1991:172).
La primera edición completa del Ars Rhetorica de Hermogenes es la de
Aldo Manuzio en 1508, e incluye los comentarios de Siriano y otros.
Capítulo II
1. E vantio y D onato
Las dos gramáticas de Donato, el Ars Maior y el Ars Minor se usaron como
textos escolares hasta el siglo xvi, y hoy pueden verse en la edición de
Grammatici Latini hecha por H. Keil (1857-80). Su comentario de Terencio,
del que se conserva una redacción hecha en el siglo xvi sobre el original, fue
ampliamente reimpresa y conocida durante el Renacimiento, y hoy puede ver
se en la edición de P. Wessner, con buena introducción.
De Comedia repite muchas de las ideas expuesta por Evantio en De fabula.
El drama es el término general que comprendería dos géneros: la comedia y la
tragedia. Los rasgos principales que oponen la comedia a la tragedia son va
rios: sus casos suceden a personas privadas, no se sale de lo corriente en la vi
da, es decir, no presenta casos raros, etc. Afirma Donato que Cicerón define la
comedia como «imitación de la vida, espejo de caracteres e imagen de la ver
dad», pero como no se encuentran tales afirmaciones en las obras del orador
romano, es posible que sean de Donato directamente. Afirma también que no
se conoce quién inventó la comedia entre los griegos, en cambio sí se sabe que
Livio Andrónico fue el primer romano que escribió comedias, tragedia y fabu
la togata, y también fue el primero que considera a la comedia «espejo de vi
da», debido a que leyendo la comedia descubrimos imágenes de la vida y de
las costumbres.
Las comedias suelen, según Donato, tomar sus títulos de cuatro áreas
principalmente: nombre de los personajes: Phormio, Hécyra; de los lugares:
Andria, Leucadia; de acciones: Eunucus, Asinaria; o desenlaces: Commorien
tes, Heautontimoroumenos.
Pero quizá lo que nos sorprende más en la obra de Donato son sus ob
servaciones sobre el espectáculo teatral: sobre el traje de los actores, los te
lones o la música, de los cuales señala un valor sémico: los viejos suelen
llevar en las comedias trajes blancos, porque el blanco se asocia a la ancia
nidad, en cambio los jóvenes llevan generalmente trajes de diversos colores
que connotan su vitalidad; los esclavos llevan vestido corto, signo de su po
breza o bien señal de que sus acciones no tienen gran relieve; los parásitos
llevan un pallium que los envuelve; el feliz llevará un traje nuevo, el des
graciado, uno viejo; el rico lucirá púrpura, el pobre un traje de fenicio; al
soldado le conviene capa corta color púrpura; las jóvenes llevarán trajes ex
tranjeros; ima alcahueta llevará capa de diversos colores; una prostituta lle
vará traje amarillo, signo de la codicia.
Informa Donato de diferentes clases de telones que se usan en el teatro
de su tiempo: delante del escenario suelen desplegarse telones bordados
(aulea); los telones de fondo suelen estar pintados con temas cómicos
(siparium).
La música, según Donato, no está hecha por el autor de la comedia, sino
por los músicos, y puede ser de diferentes tipos; el orden de aparición de los
que intervienen en el espectáculo está sujeto, como hoy, a unos criterios de
Primeras teorías sobre la comedia 35
importancia: el nombre del músico se pone en el telón, al comienzo de la
obra, detrás del autor y del primer actor. La música se realiza con flautas y
se ha semiotizado no sólo el tono, sino hasta el lugar donde se toca, de modo
que algunos espectadores pueden deducir el tipo de drama que se va a repre
sentar sólo con oír la música o comprobar el lugar de donde procede: las
flautas de la derecha tocan música grave y anuncian el carácter serio de la
obra; las flautas de la izquierda anuncian con tonos agudos que la comedia
es ligera; y si tocan las flautas de la derecha y de la izquierda se tratará de
una tragicomedia.
Capítulo IE
LA TRADICIÓN NEOPLATÓNICA
1. Proclo
(El pintor Nicias) creía que el tema mismo era parte del arte pictórico, como los
mitos lo son del arte poético. Así pues, no es de admirar si también en los discursos la
elevación surge de temas elevados.
La dicción en este estilo debe ser grandiosa, distinta y lo más desacostumbrada
posible. De esta manera tendrá grandeza: la dicción corriente y familiar, aun cuando
sea clara, es también vulgar e insignificante.
En primer lugar se han de emplear metáforas, ya que éstas, sobre todo, proporcio
nan al estilo placer y distinción. Sin embargo, no deben ser abundantes, pues puede pa
recer que estamos escribiendo un ditirambo en lugar de un discurso. Tampoco deben
parecer forzadas, sino espontáneas y por analogía. Así, por ejemplo, hay cierta seme
janza entre un general, un piloto y un auriga, pues todos son jefes. Por tanto, hablará
correctamente el que diga que el general es el piloto de la ciudad y, al contrario, que el
piloto es el general de la nave.
No obstante, no todas las metáforas se pueden emplear indiferentemente las unas
por las otras, como las que hemos citado antes, puesto que el poeta pudo llamar a la ba
se del monte Ida su pie, pero no hubiera podido llamar nunca al pie del hombre su base.
Pero, cuando la metáfora parezca demasiado atrevida, cámbiese por un símil. Pues,
así, será menos peligrosa. Un símil es una metáfora extendida, como si uno en lugar de
decir: «ante el orador Pitón, que entonces desbordaba sobre vosotros un torrente de elo
cuencia», añadiéndole una partícula comparativa, dijera: «que desbordaba sobre vosotros
como un torrente de elocuencia». De esta forma, hacemos un símil y la expresión resulta
menos arriesgada, mientras que en aquella forma teníamos una metáfora, pero también
había más riesgo. Por eso Platón, al emplear más metáforas que símiles, da la impresión
de estar haciendo algo peligroso; Jenofonte, sin embargo, prefiere los símiles.
Para Aristóteles, la metáfora llamada «activa» es la mejor, cuando los objetos ina
nimados son introducidos en un estado de actividad como si fueran animados, por
ejemplo, en el pasaje en el que se describe el dardo:
El afilado dardo, anhelante por volar sobre la multitud (Ilíada).
y en las palabras:
Hinchadas, blanqueadas de espuma (Ilíada).
42 Transmisores de las teorías literarias clásicas
Estas expresiones: «hinchadas» y «anhelantes», sugieren actividades de seres vi
vos.
Sin embargo, algunas cosas se dicen con más claridad y precisión por medio de
metáforas que si se emplearan los términos propios, como en: «El combate se erizaba».
Pues nadie, cambiando la frase y usando términos propios, lo diría con más verdad ni
con más claridad. El poeta llamó «batalla erizada» al choque de las lanzas y al ruido
continuo y suave por ellas producido, y, a la vez, usa la metáfora «activa» antes men
cionada, al decir que el combate se erizaba como un ser vivo.
No obstante, es conveniente no olvidarse de que algunas metáforas producen más
trivialidad que grandeza, aunque la metáfora sea empleada para producir dignidad. Por
ejemplo:
Y en derredor sonó como trompeta de guerra el espacioso cielo (Ilíada).
El firmamento entero al resonar no tenía por qué parecerse a una trompeta resonante, a
menos que alguno, en defensa de Homero, dijera que el espacioso cielo resonaba del
mismo modo que resonaría el cielo entero si tocase la trompeta.
Vamos a examinar, por tanto, otra metáfora que es causa más de trivialidad que de
grandeza de estilo. Es necesario que las metáforas se hagan de lo más grande a lo más
pequeño, no al contrario. Jenofonte dice, por ejemplo: «Después, al avanzar, se desbor
dó parte de la línea de la falange». Comparaba la desviación de la línea al desborda
miento del mar y le aplicó ese término. Si alguien, cambiando la frase, dijera que el
mar se desviaba de la línea de la falange, probablemente no sería una metáfora apro
piada y en todo caso resultaría completamente trivial.
Algunos escritores procuran salvaguardar las metáforas, cuando parecen demasia
do arriesgadas, añadiendo epítetos. Así Teognis aplica al arco la expresión: «Lira sin
cuerdas», al describir un arquero en actitud de disparar. Es arriesgado el nombre de lira
aplicado a un arco, pero se salva con el epíteto «sin cuerdas».
La costumbre es maestra de todas las demás cosas, pero sobre todo lo es de las
metáforas. Ya que, revisiténdolo casi todo con metáforas, lo hace con tanta seguridad
que pasa desapercibido. Llamando a una voz «blanca», o a un hombre «agudo», a un
carácter «tosco», a un orador «prolijo», etc., se aplican metáforas de una forma tan ele
gante que se parecen a los términos propios.
Yo establezco esta regla del uso de la metáfora en los discursos: el arte, o la natura
leza, establecido por el uso. Así, en verdad, el uso estableció de una forma tan bella al
gunas metáforas que ya no necesitamos los términos propios, sino que la metáfora se
mantiene, ocupando el puesto del término propio. Por ejemplo, «el ojo de la vid» y
otros del mismo género.
Sin embargo, las partes del cuerpo que son llamadas «vértebras», «clavícula» y
«costilla» no derivan sus nombres de una metáfora, sino porque el uno se parece a un
huso, el otro a una llave y el último a un peine.
Pero cuando convertimos una metáfora en una comparación, como se ha dicho
más arriba, se ha de buscar la brevedad y poner delante nada más que la palabra
«como», pues, en caso contrario, tendremos imágenes poéticas en lugar de ima com
paración. Por ejemplo, el pasaje de Jenofonte que dice: «como un perro de noble ra
za se lanza temerariamente sobre un jabalí» y «como un caballo sin riendas, que ga
lopa y da coces sobre la llanura». Estas expresiones no parecen comparaciones, sino
imágenes poéticas.
Textos para comentario 43
Estas imágenes no.se deben emplear en prosa con ligereza ni sin el máximo cuida
do. Esto será suficiente para dar una idea de las metáforas.
(Demetrio, S o b re e l estilo, 1979, págs. 54-58.)
Un doble aspecto abarca, por así decirlo, toda instrucción oratoria: el del contenido
y el de la expresión; el primero de ellos diríamos que afecta ante todo al asunto a tratar,
y el segundo a la forma de tratarlo. Todos los que ponen la mira en el arte de hablar
han de interesarse por igual en uno y otro aspecto del discurso. La ciencia que nos lleva
al dominio de este asunto por la inteligencia del mismo sigue ima senda dura y difícil
para los jóvenes, digo más, imposible de ser coronada por los imberbes. Ahora bien,
una vez en la plenitud de los recursos intelectuales y domada la juventud por las canas,
la posibilidad de alcanzarla es más factible, acrecentado todo por los profundos cono
cimientos de las palabras y las cosas, por la mucha experiencia y sufrimientos en vicisi
tudes propias y ajenas; a pesar de todo, las facultades literarias pueden brotar igualmen
te en plena juventud. Es un hecho que todo espíritu juvenil se siente arrebatado ante las
excelencias literarias al recibir para ello una excitación en cierto modo irracional, y
como si dijéremos inspirada... (120).
La composición es, como su mismo nombre indica, una cierta ordenación de las
partes de la oración unas al lado de las otras, las que algunos llaman también elementos
del lenguaje. De éstos, Teodectes, Aristóteles y otros filósofos de su época dedujeron
hasta tres, estableciendo como primeras partes de la oración nombres, verbos y partícu
las conectivas. Los que los siguieron, sobre todo los principales representantes de la es
cuela estoica, las ampliaron a cuatro, separando los artículos de las partículas conecti
vas. Luego, sus sucesores, dividiendo los nombres comunes de los sustantivos en
general, descubrieron las cinco primeras partes. Otros, al separar los pronombres de los
nombres, los hicieron el sexto elemento. Otros además separaron los adverbios de los
verbos, las preposiciones de las conjunciones y los participios de los nombres; por fin
otros aplicando nuevas divisiones, multiplicaron las primeras partes de la oración. De
ellas se podría hablar mucho. En otro sentido, el encadenamiento y yuxtaposición de
estas primeras partes, sean tres, cuatro, o cuantas fueren, constituyen los llamados
miembros, el ajuste de éstos da lugar a los llamados períodos y éstos, por fin, realizan
el discurso en su totalidad. Función de la composición es disponer de manera debida y
congruente entre sí las palabras, conferir a los miembros el ajuste conveniente y distri
buir adecuadamente el discurso en períodos.
A pesar de que, y de acuerdo con un orden, en la parte de la preceptiva que se re
fiere al dominio de la expresión la composición vendría en segundo lugar (ya que se
considera que la selección de palabras debe ser naturalmente previa), es con mucho la
composición donde antes que en ningún otro lugar residen el placer y el poder persua
sivo de la palabra. Nadie se extrañe de que mientras se han dedicado muchos y gruesos
volúmenes a la selección de palabras, que ha sido tema de discusión abundante para
filósofos y rétores, la composición, que ocupa el segundo lugar conforme a ese orden,
lo haya sido mucho menos, no obstante poseer tal fuerza y eficacia que supera con
ventaja todos los logros de aquélla, lo que resulta claro si se tiene presente que también
en las demás artes que utilizando materiales distintos tienen un fin práctico, como son
44 Transmisores de las teorías literarias clásicas
la construcción, la carpintería o la decoración y cuantas se les parecen, la actividad
compositiva sucede a la selección, pero es la primera en cuanto a la efectividad (122-
123).
De la ligazón de las letras resulta la varia potencialidad de las sílabas, de la combi
nación de las sílabas la diversa naturaleza de las palabras y de la disposición de las pa
labras el multiforme discurso. De esta suerte, es del todo necesario que sea bello el esti
lo en el que hay bellas palabras y que la causa de la belleza de las palabras lo sean las
bellas sílabas y letras; que un lenguaje agradable provenga igualmente de lo que es
agradable al oído por su afinidad: palabras, sílabas y letras; y que las diferencias parcia
les entre ellas mediante las cuales se manifiestan los caracteres, sentimientos, afectos,
acciones y otras cualidades de las personas, resultan tales a partir de la primitiva orga
nización de las letras.
Me serviré de algunos ejemplos para ilustrar este principio: otros, habiendo como
hay muchos, los encontrarás por tus propios medios. El poeta de más variados regis
tros, Homero, cuando desea pintar la lozanía de un rostro perfecto y la belleza que lla
ma al placer, empleará las vocales más suaves y las semivocales más blandas, y no
densificará las sílabas con las mudas ni cortará la cadencia del sonido poniendo juntos
los difíciles de pronunciar, antes bien, creará ima dulce armonía de letras que fluyan sin
obstáculos por el oído, como en los ejemplos siguientes:
Salía de su cuarto la prudente Penèlope semejante a Artemisa o a la áurea
Afrodita... en Delos una vez junto al altar de Apolo otro igual vi, un joven retoño de
palmera que se erguía..., también vi a la bella Cloris con la que se casó Neleo por su
hermosura pagando miles por la dote... (O disea).
Pero cuando introduzca un rostro miserable, terrible o arrogante no pondrá las vo
cales más suaves, sino las más semejantes a ruidos, o de las mudas tomará las más di
fíciles de pronunciar y con ellas densificará las sílabas, como en los casos que cito a
continuación:
espantoso se les mostró a ellas afeado con la costra marina... estaba coronado por la
Gorgona de terrible semblante mirando torvamente y a su lado Terror y Miedo...
(Iliada).
Al presentar a uno cargado con sus armas luchando contra la corriente de un río
resistiendo unas veces y otras retrocediendo, se harán interrupciones silábicas; pausas
dilatadas y apoyos de letras:
terrible oleaje se eleva rodeando a Aquiles, la corriente empuja contra su escudo y
ya no podía mantenerse en pie... (¡liada, 161-163).
(Dionisio de Halicarnaso, T res e n sa y o s d e c rític a lite ra ria , 1992.)
Textos para comentario 45
Por lo que se refiere a la poesía — pues sin duda toda poesía es materia panegírica,
y el más panegírico de todos los discursos—, por lo que se refiere a ella, pues, y a cuál
es la mejor especie de ella (pues eso es lo que ahora debemos distinguir primero, del
m ism o modo que hemos distinguido todas las demás especies genéricas a partir de sus
más bellos ejemplos), no va a ser igual nuestro modo de proceder, sino que a todos los
rasgos que hemos mencionado antes a propósito del estilo del panegírico, debemos
añadir otros muchos que cualquiera diría que son propios de la poesía, y de los que de
bemos hablar. Es forzoso de nuevo declarar lo mismo, y mantener aquí la misma pro
porción que en los casos anteriores, como dicen los geómetras: lo que era para nosotros
Demóstenes en el discurso político tanto en el deliberativo como en el judicial, y Platón
en el panegírico en prosa, eso sería Homero en la poesía, con respecto a la cual, si al
guien dijera que es discurso panegírico en verso creo que no se equivocaría, porque
también aquí el argumento es circular, como lo era en los dos casos anteriores: la mejor
poesía es la de Homero, y Homero es el mejor de los poetas, y diría que incluso de los
oradores y logógrafos; pero estoy diciendo tal vez la misma cosa, puesto que la poesía
es una imitación de todas las cosas: quien mejor imita, acompañado del ornato expresi
vo, tanto a oradores que hablan ante el pueblo como a citarodas que cantan panegíricos,
còrno Femio y Demódoco, y a todos los demás personajes y hechos, ése es el mejor
poeta. Puesto que ello es así, tal vez al afirmar que es el mejor poeta habría dicho lo
mismo que si hubiera dicho que es el mejor de los oradores y logógrafos. Porque tal
vez no es el mejor de los generales, artesanos, o similares, aunque es también quien
mejor imita tales profesiones, pero el oficio de éstos no consiste en la palabra, ni radica
en la oratoria; pero quien mejor imitara a aquellos cuyo oficio es la palabra, me refiero
a oradores y logógrafos, y hablara como lo haría el mejor de ellos, ése sería también
siempre el mejor de ellos.
Así, pues, de todos los poetas, oradores y logógrafos el mejor en todas las especies
de estilo es Homero. Pues, en efecto, él es quien, más que los demás poetas, ha elabo
rado expresiones de Grandeza, de Placer, de Elegancia, de Habilidad y, lo más impor
tante en poesía, una imitación vivida y apropiada a la materia correspondiente, tanto en
los elementos relacionados con la expresión como en la introducción de los personajes,
descripciones de intrigas, variadas cesuras métricas, a partir de las cuales se produce
cierta variedad de versos, que se modifican de forma conveniente y calculada; además
de que ha elegido el verso que es por naturaleza el mejor de todos y, en suma, él es
quien, frente a todos los poetas, en mayor medida ha elaborado un verso que es variado
y único entre todos por su belleza. Así pues, esas observaciones son suficientes para ca
racterizar la mejor poesía y al propio Homero; pero para que nuestra exposición sea
más completa, volvamos al punto inicial.
(Hermogenes, S o b re la s fo r m a s d e e stilo , 1993, págs. 292-294.)
V
46 Transmisores de las teorías literarias clásicas
Inter tragoediam autem et comoediam cum multa tum in primis hoc distat, quod in
comoedia mediocres fortunae hominum, parui impetus periculorum laetique sunt exitus
actionum, at in tragoedia omnia contra, ingentes personae, magni timores, exitus fu
nesti habentur; et illic prima turbulenta, tranquilla ultima, in tragoedia contrario ordine
res aguntur; tum quod in tragoedia fugienda vita, in comoedia capesenda exprimitur;
postremo quod omnis comoedia de fictis est argumentis, tragoedia saepe de historia fi
de petitur.
(...) Comoedia per quattuor partes dividitur: prologum, protasin, epitasin, catastro-
phen. Est prologus uelut praefatio quaedam fabulae, in quo solo licet praeter argumen
tum aliquid ad populum uel ex poetae uel ex ipsius fabulae uel actoris commodo loqui;
protasis primus actus initiumque est dramatis; epitasis incrementum processusque tur
barum ac totius, ut ita dixerim, nodus erroris; catastrophe conuersio rerum ad iucundus
exitus patefacta cunctis cognitione gestorum.
D e C o m o ed ia
LA ESTÉTICA PATRÍSTICA
1 En el contexto del cristianismo primitivo se usaba la palabra padre para designar al maestro,
ya que, como arguye Clemente de Alejandría (Strom ata, 1 , 1 ,2 - 2 , 1): «Las palabras son las hijas
del alma. Por eso llamamos padre a los que nos han instruido... y todo el que es instruido es, en
cuanto a su dependencia, hijo de su maestro.» Con el tiempo, padre pasó a designar a todos los
escritores eclesiásticos, antes de que, de forma convencional, se reunieran bajo esta denomina
ción los que de entre ellos se distinguen por: «ortodoxia de doctrina, santidad de vida, aprobación
eclesiástica y antigüedad» (cír. Quasten, 1984:12-13).
2 Nuestra sistematización de la filosofía patrística hace exclusión lógica de los llamados Pa
dres Apostólicos. Pertenecientes al s. i y principios del n, su obra tiene carácter no doctrinal sino
pastoral; próxima por su estilo y contenido a las Epístolas del Nuevo Testamento, es el eslabón
que engarza la época de la revelación y la de la tradición (Quasten, 1984: 50).
50 Edad Media
3 Jaeger (1974: 63-68) ha señalado con precisión el desplazamiento del pensamiento helenís
tico desde el plano de la especulación filosófica hacia los horizontes teológico y existential: «La
evolución de la mente griega desde los primeros tiempos revela — tras un período inicial de pen
samiento m itológico— una tendencia creciente hacia la racionalización de todas las formas de la
actividad y el pensamiento humanos. Su manifestación suprema fue la filosofia, la forma más ca
racterística y única del genio griego y uno de sus mayores títulos de grandeza histórica. El clímax
de este desarrollo fue alcanzado por las escuelas de Platón y Aristóteles. Los sistemas de estoicos
y epicúreos que las siguen en la primera edad helenista son un anticlimax y muestran cierta deca
dencia de su poder filosófico creador. La filosofía se convierte en una serie de dogmas que, si
bien están basados en cierta concepción del mundo y la naturaleza, tiene como primer propósito
el ser una guía de la vida humana mediante las enseñanzas de la filosofía y el proporcionar una
seguridad interior que ya no se encontraba en el mundo externo. Con ello, este tipo de filosofía
cumple con una función religiosa. (...) Podría decirse, con justicia, que el gran renacimiento del
La estética patrística 51
El segundo — y no menos importante— foco de inspiración de los prime
ros padres es la moral estoica, cuyo modelo existencial se adaptaba sin vio
lencia a la renuncia a los placeres del mundo que es característica de la doctri
na Christiana. Platonismo y estoicismo, así pues, en el contexto de un Imperio
en el que siguen vivos los ideales de la paideia, y donde se presta particular
importancia a las artes discursivas como útiles influyentes en la conformación
del individuo en el seno de la vida social. A este respecto, se demuestra fun
damental el aprendizaje de la gramática y la retórica, y a ella se dedican los
primeros y más prolongados esfuerzos pedagógicos. Los cánones que se mane
jan son los aportados por los tratados clásicos, De oratore de Cicerón y las
Institutiones oratoriae de Quintiliano, que prolongarán su vigencia, sobre todo
en el ámbito eclesiástico, durante toda la Edad Media.
Primera y alta patrística se desarrollan en dos ámbitos geográficos, Oriente
y Occidente, y en dos registros lingüísticos, griego y latín, que irán relevándo
se como lenguas de uso con el transcurrir de los siglos. Dada la fuerte heleni-
zación de todo el Imperio Romano, el griego era el registro lingüístico em
pleado no sólo en la parte oriental sino también en Roma, en África del Norte
o en las Galias, donde se usó corrientemente hasta que, por un desconocimien
to progresivo del griego en el contexto occidental, el mundo de la cultura vaya
plegándose a las letras latinas ya en el siglo iv.
Entre los primeros padres occidentales o latinos se sitúan: Justino (muerto
en el 165), autor de dos Apologías dedicadas respectivamente a Adriano y a
Marco Aurelio y de un Diálogo con Trifón; Taciano, discípulo de Justino que,
en su Discurso a los griegos, descarga sus armas contra los mitos griegos con
mayor intensidad que el maestro, y Atenágoras, que en el 177 dirige a Marco
Aurelio una Súplica por los cristianos. Algo posteriores son Teófilo de Antio-
quía y la anónima Exhortación a los griegos, tradicionalmente atribuida a Jus
tino. Dado su interés para la historia de las ideas estéticas, nosotros nos deten
dremos en Minucio Félix, Tertuliano, Amobio y Lactancio. La obra de estos
dos últimos, si bien se adentra prácticamente en el siglo iv, puede — dado su
carácter apologético— incluirse sin violencia en el contexto de la primera pa
trística.
En el ámbito oriental, también en el siglo n y abriendo un foco de fecunda
influencia, se produce la difusión de la teosofía gnóstica, que apelaría al co
nocimiento como sustituto de la fe. Clemente de Alejandría y su discípulo
platonismo que puede observarse por este tiempo en todo el mundo de habla griega no se debe
tanto a la intensificación del estudio erudito que lo acompaña, cuanto al papel del «divino Pla
tón» como suprema autoridad religiosa y teológica, papel que asumió en el curso del siglo n y
que llegó a su punto culminante en el llamado neoplatonismo de la generación de Orígenes du
rante el siglo ni. (...) Las Ideas de Platón — que fueran acatadas por Aristóteles como la esencia
misma del pensamiento del maestro— eran interpretadas ahora como pensamiento de D ios, a fin
de dar a la teología platónica una forma más concreta».
52 Edad Media
epicúreos y escépticos, una variada y nueva sofística que — consciente del po
der modelizador de la palabra— se mueve profusamente al calor de la retórica
y maneja con habilidad sus posibilidades. La copresencia de cultos diversos
venidos de diferentes lugares (Egipto, Asia Menor, Mesopotamia...) contribu
ye no poco a desbastar los asideros, de tal forma que la noción de verdad se
desvanece tras las máscaras incesantes de la pericia verbal. El culto a un placer
sofisticado y omnímodo convive con el cultivo de la magia y de la astrologia.
En ese ambiente de disolución, cuya importancia es determinante en el primer
desarrollo del cristianismo, escriben su obra los llamados «apologetas primiti
vos».
Dos son las labores que debieron afrontar los apologetas primitivos: la
exaltación de la religión cristiana como verdad única y la denostación paralela
de los cultos paganos. Su pensamiento, como en la horma previa más adecua
da a la forma que habrán de adoptar sus tesis, se incrusta con especial facilidad
en las corrientes del platonismo y del estoicismo, doctrinas de cuyas fuentes
beben profusamente a la hora de construir una metafísica propia y un particu
lar modelo existencial.
A propósito de los orígenes de la estética, hemos visto que desde siempre
se ha atribuido a los dioses el origen de las artes y se han instrumentado ins
tancias demoníacas — verdaderos intermediarios en el proceso creativo— a
las que se hace responsables del delirio poético. Esta consideración del arte
como emisión o reminiscencia de lo divino alcanza un punto de inflexión par
ticularmente importante en la filosofía platónica, al verse el filósofo obligado
a discernir, entre el magma de los discursos, qué es lo que puede argumentarse
desde un punto de vista moralmente responsable como procedente de los dio
ses y qué como elemento humano destinado a complacer a la parte inferior del
alma. Al hilo de la defensa de una fe única, comunicada al hombre a través de
la revelación, esta antigua polémica vuelve a suscitarse con fuerza entre los
apologetas primitivos: para ellos los únicos detentadores de la verdad no son
los poetas sino los profetas, pues sólo ellos reciben sin mediación, a través de
Dios mismo en la figura del Espíritu Santo, la comunicación fiable de las ver
dades divinas. En la palabra de los poetas, con todo, se encuentran mezcladas
verdades y mentiras, verdades procedentes de la inspiración divina — y ad
quiridas aquí y allá a través de usos y menciones diversas— y mentiras proce
dentes de distintos demonios gustosos de una parafemalia fabulosa que el
componente humano comparte y cultiva. Frente al concierto de personajes mí
ticos heredados de la tradición poética, profusamente aderezados por elemen
tos supranaturales y pasiones desorbitadas, las Escrituras hablan al hombre
con palabras sencillas y lo exhortan al conocimiento de verdades sencillas.
Considerando el componente de verdad que es posible detectar en los mi
tos paganos, y dadas, por ejemplo, las elementales transposiciones que pueden
establecerse entre tantos episodios procedentes de una y otras tradiciones
54 Edad Media
rencia del gnóstico herético, tiene como ideales de vida la castidad y el amor
solidario de Dios y de su prójimo. En este contexto se manifiesta San Clemen
te al verter sus opiniones acerca del arte.
Según la teoría del logos spermatikos, Clemente de Alejandría cree, como
antes Justino, que la plenitud de la verdad única del cristianismo se encuentra
diseminada como un polen, y que ha germinado parcialmente en distintos lu
gares. La tarea del filósofo cristiano es restablecer la transparencia de esa uni
dad. Para San Clemente el soporte discursivo verbal, cuando está al servicio de
la sabiduría, es asiento de la dialéctica y de la retórica, dos disciplinas nobles
que, cuando degeneran por caminos falsos, se convierten en sofística y eristi
ca. Sofística y eristica producen complicadas coberturas para revestir aparien
cias mutables destinadas a agradar a la parte del alma que «goza»; la parte que
razona, la más noble, se alimenta sin embargo de las realidades inmutables que
la razón explora y que transmiten dialéctica y retórica en cuanto usos rectos
del lenguaje. La verdadera belleza (el sesgo platónico es patente) se encuentra
en los discursos que informan ordenadamente acerca de las realidades inmu
tables que conciernen a Dios. El buen cristiano se deja conducir hacia esa be
lleza serena y se despega de los engañosos decorados de la palabra, tan ver
sátil y con frecuencia tan falaz.
4 Como precisa Jaeger (1974: 81-82): «La distinción entre la mente cristiana más “simple” de
los meros “creyentes” y el teólogo que “conoce” el verdadero significado de los libros sagrados
es común a Clemente y Orígenes y se guía, con lógica inevitable, de su forma de tratar las Escri
turas».
La estética patrística 61
un estado de éxtasis y bajo el influjo de un espíritu sagrado es capaz de crear
lo bello. ¿Qué diremos entonces, pregunta Clemente, de los profetas del An
tiguo Testamento, que fueron verdaderamente instrumentos de la voz de
Dios? ¿Y qué decir de los gnósticos del Nuevo Testamento, donde hemos
visto figurada y representada la grandiosidad y la hermosura del e th o s l
(Bruyne, 1963: 35).
Acerca de la interpretación
En el capítulo 8 del Libro V de la Stromata comenta San Clemente el uso
de la alegoría en textos no sólo de carácter sagrado, sino también filosóficos y
poéticos, y elabora una reflexión de enorme actualidad en relación con la am
bigüedad del lenguaje, un fenómeno de observación tan corriente que le resul
ta imposible circunscribir sus fuentes. El deseo de trascender la pura literali
dad, el de ennoblecer determinados sentidos al dotarlos de una investidura
lingüística de delicada configuración, o la necesidad de cifrar enigmas sólo
aptos para iniciados, son las razones que mueven al emisor:
E innumerables cosas encontraremos dichas enigmáticamente tanto en los
filósofos como en los poetas; dado que todos los libros revelan la voluntad
oculta del escritor.
y
62 Edad Media
La música y el teatro
Las ideas griegas acerca de la música habían alcanzado un desarrollo
enorme en el siglo n y la arquitectura musical del mundo (la armonía de las es
feras) y del hombre se tenían como evidentes. Clemente acoge y cristianiza la
idea platónica de que el sabio es un musico, y, en los términos de macro y mi
crocosmos que Platón había acuñado en el Filebo (28d-30a) postula que el
instrumento del cristiano es el hombre mismo, que debe tañer la melodía de
sus actos en armonía con el Logos:
El Logos de Dios, que procede de David, pero que existía antes que él, des
preció la lira y la cítara, instrumentos sin alma, y llenó de armonía, por el Es
píritu Santo, este universo y el pequeño universo que es el hombre, su alma y su
cuerpo. Entona un himno a Dios a través del instrumento polífono y canta con
el instrumento que es el hombre. «Pues tu eres para mi una citara, una flauta y
un templo». Una cítara por tu armonía, una flauta por el soplo divino, tu armo
nía, un templo por tu razón, para que la cítara resuene melodiosamente, el soplo
caliente y el templo haga un sitio al Señor (P r o tr e p tic o 1,5,3).
La belleza plástica
La reflexión plástica de Clemente abarca sus ideas acerca de la belleza
humana (alma, cuerpo y adomo) y de las artes miméticas (escultura y pintura).
A propósito de la belleza humana, Clemente distingue privilegiándola la
belleza del alma — la más importante—, de la del cuerpo — la que le sigue en
valor— y del omato exterior — la menos valiosa—, y recupera constantemen
te la tríada Bien/Belleza/Verdad que postula la filosofía platónica y que la
tradición estoica recoge y matiza: hay una belleza verdadera y una belleza
La estética patrística 63
orígenes (185-253)
Esto digo para defender la sencillez de estilo de las Escrituras, que re
criminan Celso y otros como él, y que parece quedar en la sombra ante la
brillantez de la dicción de los griegos. La verdad es que nuestros profetas, Je
sús y sus apóstoles miraban a una manera de decir que no sólo contuviera la
verdad, sino que pudiera también atraer al pueblo. (...) Ahora bien, la palabra
divina dice que no basta lo que se dice, por muy verdadero y elocuente que
sea, para llegar al alma humana, si no se da, a la par, al que habla un poder
que viene de Dios y si en sus palabras no florece aquella gracia que tampoco
se da sin disposición divina a los que hablan provechosamente. (...) Demos,
pues, de barato, que, en ciertos puntos, las mismas doctrinas se hallan en los
griegos y entre los que profesan nuestra religión, pero no tienen en uno y otro
caso la misma virtud para atraer a las almas y conformarlas con ellas. ( C o n
tr a C e ls o VI, 2).
7 El propio Aristóteles - c o m o señala Jaeger (1974: 71-72) - había declarado que los viejos
dioses de la religión popular griega eran lo mismo que su teología del Motor inmóvil, sólo que
expresados en forma mitológica - c f . M eta fisica A8 1074a, 3 8 - M 4 - , y enseñó que la teogonia
de Hesiodo era un so p h izesth a i en forma mítica — cf. M eta fisica B14 1000b, 9-19— . La inter
pretación alejandrina de la B iblia, en especial la de Orígenes, aplicó en forma sistemática este
método a las fuentes de la religión cristiana, de la misma manera que sus colegas platónicos pa
ganos de las escuelas de Longino y Plotino la utilizaban para su explicación de Homero, según
podemos ver pos las C uestiones h o m érica s de Porfirio.
La estética patristica 69
A decir verdad, en nuestro sentir, borrachos están los que hablan como a
Dios a cosas inanimadas. ¿Mas qué digo borrachos? Locos están más bien los
que corren a los templos y adoran como a dioses las estatuas o los animales. Y
no menos locos que éstos están los que piensan que tengan nada que ver con el
honor de verdaderos dioses objetos que fabrican, si a mano viene, hombres viles
y hasta perversísimos (Contra Celso III, 76).
MINUCIO FÉLIX
ARNOBIO DE SICCA
desprecia las que han sido para él las cumbres de la intelectualidad pagana, y
apela con entusiasmo a Platón, Aristóteles, Varrón, Cicerón, Pitágoras, etc.,
mientras que no cita a autores cristianos. La teología del Ad nationes resulta
particularmente insegura y audaz. Amobio sostiene la indiferencia de Dios
ante su obra y postula que las almas, como se deja ver por su imperfección, no
pueden ser obra del Supremo sino de alguna potencia subordinada; el derecho
a la inmortalidad deben ganarlo con el conocimiento de Dios y la perseveran
cia en su fe.
Para Amobio, las artes, sin embargo, se han dedicado a prostituir la moral
pública al presentar a los linajes heroicos y a las genealogías divinas entrega
dos a pasiones indignas. Esto es particularmente sangrante en los espectáculos
teatrales, que dejan en los espectadores intensas huellas emotivas. Los argu
mentos de Amobio con respecto a las artes plásticas son algo más originales.
Señala la inutilidad de construir templos a los que reducir la ubicuidad de Dios
y condena el arte escultórico por transmitir de Él imágenes engañosas: si Dios
existe, no puede ser imitado, y, si no existe, no debe ser adorado en materia
inerte como si efectivamente existiera.
Según Jerónimo (De viris ilustribus, 80), Lactancio, que habría recibido su
instrucción como rhetor en su África natal, fue llamado por Diocleciano para
impartir clases en Nicomedia de Bitinia, la nueva capital de Oriente. Sería allí
donde se habría convertido al cristianismo. Ya anciano, Constantino lo hace
llamar a Tréveris, en las Galias, como preceptor de su hijo Crispo.
Convencido de que el excipiente de las bellas palabras no puede sino
beneficiar al mensaje de Dios, Lactancio es en sí mismo un escritor de tan
depurado estilo que ha sido llamado el Cicerón cristiano. Su obra en siete li
bros Divinae institutiones refuta por falsa la especulación filosófica griega y
opone a ella la verdad indubitable de la Revelación. La dedicatoria a Cons
tantino del último de los libros nos autoriza a deducir que su composición
fuera posterior al año 313, año en que se promulga el Edicto de Milán. Las
Divinae institutiones «como primera exposición sistemática de la doctrina
cristiana en lengua latina son muy inferiores a su equivalente griego, el De
principiis de Orígenes. Les falta vigor en la demostración teológica y pro
fundidad metafísica» (Quasten, 1984: 698). Lactancio aduce como fúentes
los oráculos sibilinos y el Corpus Hermeticum (que, junto con el Antiguo
Testamento, informan, en su opinión, de la filiación divina de Cristo), auto
res clásicos, sobre todo Virgilio y Cicerón, y sus precursores latinos Minu
cio y Tertuliano. En De mortibus persecutorum argumenta acerca del modo
en que la ira divina alcanzó a los perseguidores del cristianismo y, de forma
Edad Media
78
particular, a Diocleciano, cuyas sangrientas redadas habrían obligado a
Lactancio a abandonar Nicomedia. , ,
El dualismo teológico de Lactancio supone un Dios que, antes de la crea
ción, habría dado origen a un ser perfecto, su Hijo, y a un segundo ser que
bueno en un principio, habría sucumbido a la envidia del P“ E^os
principios en pugna, Hijo y diablo, encuentran proyección en el cielo y la tie-
n a el^alma y ^ l cuerpo, y es su eterno antagonismo lo que permite definirse
como tales al bien y al mal. Lejos de las opiniones de su maestro ^ n o b io
Lactancio cree que Dios mismo ha creado el mundo y las almas, Y ^ J stas
deben ganarse la bienaventuranza eterna combatiendo el vicio mediante el
ejercicio de la virtud.
Forma y fondo
Para Lactancio la excelencia del discurso, tal como lo proclaman l°s gra
máticos y los rétores, reside en su limpidez {claritas, lux) y en su musicalidad
(suavitas et modulatio). Con arreglo a estos criterios, es cierto
de las Sagradas Escrituras — al que califica de ingenium mediocre
racteriza por su belleza formal, pero la belleza del mensaje que transmite so
brepuja con mucho los valores formales. Aun así, Lactancio que nunca pie de
de viste la preminencia del fondo, sostiene que no se debe despreciar la belle
za de la forma, pues no es malo que los buenos alimentos tengan, ademas,
Acerca de la interpretación
A propósito de la relación entre los simbolizantes poéticos y sus-simboli
zados, Lactendo opte por la teoresis de corte aristotélico fiente a
platónica. Supone que entre el sentido literal y su significación cifrada debe
existir una cierta homología, pues, pese a la distancia que impone^la transpo
sición poética, ambos planos tendrían como sustrato empírico y harían refe-
La estética patrística 79
do que los hombres procuran granjearse en vida, a veces a costa de grandes sa
crificios, la dignidad y la gloria, los artistas actúan llevados por el afán de digni
ficar su propio nombre y el de las figuras que cantan, retratan o esculpen. Esa es
la razón por la que los seres humanos aparecen en las creaciones poéticas eleva
dos al rango de héroes y dioses. No se trata de que el poeta mienta, sino de que,
deseoso de ennoblecer a sus personajes, los somete a una trasposición que los
exalta, pero que no impide al experto desandar el camino y recabar las verdade
ras identidades detrás de los velos de la poesía. Es el caso de Prometeo, inventor
de la escultura que luego fue aclamado como Dios mientras sus estatuas eran
elevadas a la dignidad de hombres. Para Lactancio la anécdota es real y supone
el sustrato empírico que está en la base de la posterior deificación de Prometeo y
de su elevación al rango de creador de la humanidad.
3. La a l t a p a t r ís t ic a . D esar r o llo d e l a e s t é t ic a
EN U N A CRISTIANDAD LIBRE
Quasten, 1985: 71). Fue para frenar la enorme influencia de este heresiarca por lo que se convocó
el primer concilio ecuménico, celebrado en Nicea en el año 325.
84 Edad Media
vuelta a Cesarea, en el 356, ejerce como profesor de retórica, hasta que, vien
do banales sus esfuerzos por «aprender las disciplinas de una sabiduría que
Dios hizo necedad», y vuelto todo su interés hacia el cristianismo, se hace
bautizar y emprende un largo viaje que lo lleva por Egipto, Palestina, Siria y
Mesopotamia en busca del ejemplo de los grandes ascetas. Se retira después al
Iris para vivir en soledad, pero pronto a su alrededor se constituye un cenobio.
Recibida en él la visita de su amigo Gregorio Nacianceno, escriben juntos la
Philocalia — una antología de los escritos de Orígenes— y las dos Reglas,
conjunto de conversaciones pastorales en tomo a la vida monástica. En el 364
se hace sacerdote y en el 370 es nombrado obispo de Cesarea. Su labor filan
trópica y su oposición al arrianismo fueron ejemplares, así como sus intentos
por favorecer la unidad de la Iglesia de Oriente y Occidente. San Basilio es
importante, asimismo, como reformador de la liturgia.
Su obra comprende tratados dogmáticos dedicados a la refutación de la he
rejía arriana, tratados ascéticos como las citadas Reglas o los Moralia, tratados
pedagógicos entre los que reviste particular interés el también citado Ad ado
lescentes, y numerosas homilías de entre las que destacan las dedicadas al He
xaemeron, los seis días en que fue creado el mundo según el Génesis, y a los
Salmos. Sus cartas, de temática variada y refinado estilo, constituyen una fuen
te de datos inagotable para la historia de la Iglesia oriental durante el s. iv. Las
menos ocasionales, algunas de ellas muy extensas, están dedicadas a apuntalar
la ortodoxia del credo niceno frente al arrianismo.
Amigo devoto de San Atanasio, la actividad teológica de San Basilio se
dedicó fundamentalmente a la aclaración del misterio de la Trinidad como una
relación de lo común a lo particular: una sola entidad substancial — ousia— y
tres personas o hypostasis. San Basilio piensa que el Espíritu Santo procede
del Padre por medio del Hijo, un postulado que recogerán para afirmarlo los
dos Gregorios y que se verá sancionado en el concilio de Constantinopla del
381.
Esta actitud tendrá, como decíamos, una enorme influencia en la que ha
bría de ser la postura de la Iglesia ante la literatura pagana.
Res / verba
Según anota Bruyne (1963: 119), Gregorio habría encontrado ocasión para
distinguir entre la palabra y el fondo en su respuesta a Juliano el Apóstata, que
había hecho notar la correlación entre la torpeza formal de las Escrituras y lo
«absurdo» de la fe cristiana. Con la pericia de un rétor, el Nacianceno argu
menta que la lengua, las distintas lenguas, son instrumentos de relación social
comunes a todos los hombres, pero que, según la calidad de éstos, se aplican a
fines diversos. Tal como los rétores se distraen en sofismas sin sentido, que
nada aportan a la perfección moral del hombre, los poetas paganos han hecho
prosperar la forma para recubrir una enseñanza monstruosa. Un poeta se sirve
del verso para transmitir determinadas fábulas; pues bien, las fábulas paganas
son pródigas en aberraciones, mientras que las letras cristianas trasmiten be
llos mensajes en formas igualmente hermosas. La sencillez y la verdad de las
Escrituras son muy superiores a las alambicadas formas que los gentiles eligen
para vestir sus mitos infames. Para el Nacianceno, que recuerda la modestia de
San Pablo, la contención es un valor que el poeta puede descubrir en su propio
ejercicio poético. Tomando la poesía como un juego que complace en primer
lugar al que lo inventa, es bueno que ese juego alcance la dignidad de la belle
za formal y complazca a quien lo escuche, pero sin olvidar que la perfección
Edad Media
88
de la forma audible debe resonar en armonía con la nobleza del contenido.
Sólo así se alcanza la verdadera belleza, que complace e instruye a un tiempo.
De lo visible a lo invisible
La tesis del Nacianceno acerca de la resonancia entre forma y fondo se
» « « <*" Di0S- q u e r r ía s
m ^& icT s de Pitágoras y Demócrito, Platón y A réleteles‘j?
Pórtico y de Plotino, el virtuoso es invisiblemente hermoso gracias a las d
sk>nes°invisibles que toma para crear la armonía en su
la adecuación y del consenso, que hemos visto irse consolidando de Socrates a
Platón de Platón a Aristóteles y de ahí al estoicismo, se plantea de nuevo a la
luz de’un logos totalizante y una teleología orgánica, de una eutaxia, cuya sufi
tanto en e! nnivetso como en el £
Nacianceno, como San Basilio, hace hincapié entre lo
las formas sensibles y la hermosura magnifica, cedor
cunscribir en sus formas, inconcebible en sus designios ultimos, del Hacedor.
Belleza y orden
En su comentario al Hexaemeron, sobre la pauta marcada por su herma
no, Gregorio de Nisa entiende la creación como un fastuoso monumento de
armonía y orden regidos por una inteligencia soberana. Su interés en el pro
ceso creador es, sin embargo, más intenso, como más intenso es su interés
en cifrar el orden universal en términos de espacio y tiempo, además de en
medida, número y peso, como proponía el Libro de la Sabiduría. El artista
logra imponer su modelo mental a la materia, para lo cual precisa conocer
un conjunto de técnicas cuya ejercitación en la práctica es mucho más im
portante para el proceso creador que las abstracciones de la teoría. Así, des
de su concepción en la mente del artista hasta su contemplación, el arte se
ostenta a sí mismo como fruto de la conciencia y es, de hecho, una apelación
a la conciencia. Si esto sucede en las creaciones humanas, ¿qué decir de la
Creación? Un supremo Artífice ha concebido las formas y los dinamismos.
Una armonía musical rige las relaciones del conjunto. Todo es hermoso por
que es funcionalmente adecuado y, desde ese punto de vista, ontològicamen
te bello. Belleza y bondad van inseparablemente asociadas. Y ¿qué decir,
aún más, de la Belleza del Creador?
90
Edad Media
A la larga atribución de las obras del que fue un neoplatónico cristiano del
siglo V, de nombre desconocido, a Dionisio Areopagita, obispo de Atenas que
vivió en el siglo i, debemos su paso a la historia con el nombre de Pseudo
Dionisio o Pseudo Areopagita. Probablemente redactadas entre los años 460 y
480, sus libros son citados por primera vez en el 532 (Bruyne, 1963: 244).
La obra del Pseudo Dionisio, el llamado Corpus Dyonisiacum, esta com
puesta por diversos escritos de carácter teológico: una tetralogía que integran
Bosquejos teológicos, De divinis nominibus, Teologia simbólica y Mystica
theologia, un manojo de cartas al estilo platònico, y las obras De ecclesiasti
hierarchia y De coelesti hierarchia. La filosofía del Pseudo Dionisio, que tan
hondas repercusiones habría de tener en la estética medieval, acusa la in
fluencia medular de Platón, en particular en lo que se refiere a la separación
entre belleza sensible e inteligible y en su consideración de la belleza sensible
como un grado inferior en la propedéutica del amor que lleva a esa belleza in
teligible que reside en Dios. De Plotino procede su doctrina del emanantismo,
según la cual toda belleza sensible emana del modelo inteligible que es Dios:
La estética patrística 91
«A partir de lo bello, cada cosa es bella según su propia medida» {De divinis
nominibus IV, 7). De ambos, esa polarización de lo bello a lo trascendental
que, exacerbada, se destaca como el rasgo más eminente y original de su esté
tica. De la tradición estoica, por fin, procede el sesgo moral que lo inspira a la
hora de conformar una obra presidida por la idea rectora de un Dios artista que
ha creado ía armonía incomparable del cosmos. El astro que simboliza la triple
armonía de la belleza, la verdad y la bondad, es el sol radiante, y a él le debe
mos que toda belleza sea visible y que el tiempo sea divisible y, por lo tanto,
comunicable.
Para el Pseudo Dionisio toda belleza emana de Dios y tiende hacia Él.
Como antes en el de Platón, en su sistema de pensamiento la belleza y el amor
son vías solidarias de proyección a lo divino y, como tales, corren insepara
blemente unidos. Lo bello nos insta a amarlo y en ese amor a lo bello se hace
posible conquistar la iluminación. Esta escala platónica del amor, propugnada
en particular en las disputas del Symposio, no sólo presta asiento a la estética
del Pseudo Dionisio, sino que, como tendremos oportunidad de ver, se difun
dirá con enorme fuerza a lo largo de la Edad Media. Conforme a la propedéu
tica platónica, Dionisio distinguirá:
El silencio y lo sublime
El Pseudo Dionisio, que acusa la influencia del ideal estoico y retórico de
la economía de recursos, admira la expresión austera de las Escrituras, y cree
que, cuanto mayor es nuestra elevación espiritual, más tenderemos hacia ese
sagrado laconismo de las verdades simples. En última instancia, y puestos ante
la belleza total de Dios, el silencio se impondría — tibi silentium laus— por
que toda palabra se desata y es pertinente a propósito de las realidades com
puestas, pero es incapaz e inútil, también irreverente, cuando se enfrenta a la
La estética patrística 93
Acerca de la interpretación
En la Teología mística, el Pseudo Dionisio aborda la trayectoria herme
néutica que va de la letra a los simbolismos que esconde, desde los simboli
zantes sensibles y el cortejo discursivo que están presentes no sólo en la Escri
tura maneja sino también en el ritual de la liturgia, a los modelos inteligibles a
que apelan y que sólo son accesibles a los iniciados.
Efectivamente, Dios es revestido en ellas de aquellas formas y está dotado
de aquellas características que Él mismo confiere a sus criaturas: Dios es sol y
nube, fuego y agua, piedra y aire, tiene órganos y pasiones propios del hombre
y desempeña oficios igualmente humanos. Pues bien, como para el Pseudo
Dionisio el mundo entero es emanación de la divinidad, es lícito que se la de
fina a través de aquello que participa de ella, pero siempre y cuando el abismo
que separa las imágenes sensibles de su modelo inteligible, lo mutable de lo
eterno, lo compuesto de lo simple, lo múltiple de lo único, se haga bien paten
te. Ello dicho, el conocimiento simbólico es para el Pseudo Dionisio «una
síntesis de afirmación y negación» (Bruyne, 1963: 259). Afirmación y nega
ción por parte de un alma huma que es a un tiempo sensible y espiritual, y que
está por lo tanto capacitada para discernir en qué sentido Dios es viento o roca,
siente cólera o amor, es alfarero o fundidor, y en qué sentido —y puesto que,
siendo inteligible, los trasciende— no lo es. Ante el lenguaje, por lo tanto, de
bemos comportamos como el escultor ante la pieza que procede a desbastar
para construir su escultura: retirando de la multiplicidad sin número de las
imágenes metafóricas aquello que no conviene a la simplicidad de Dios.
Para descodificar las redes metafóricas que están presentes en la liturgia y
la Escritura, los devotos iniciados pueden situarse en tres puntos de vista de
calado progresivo: «legal y social, cuando siguen al pie de la letra el forma
lismo jurídico; humanista y mediador, cuando alcanzan el sentido más profun
do del simbolismo; “hipercósmico” y espiritual, en fin, cuando entienden y
exponen la verdad en su inmaterialidad desnuda, de modo puro y sin mezcla»
(Bruyne, 1963: 261).
5. A lta p a t r ís t ic a e n O c c id e n t e
9 C o n fessio = alabanza; la alabanza a Dios es, de hecho, el motivo que articula la obra.
La estética patrística 97
Pese a que renuncia con dificultad al reclamo de los sentidos, el nuevo eje
de su vida estaba trazado. «Para que los jóvenes (...) no siguieran comprando
de [su] boca las armas para su locura» (Confesiones IX, II), Agustín abandona
la «cátedra de la mentira» (así llama ahora a sus clases de retórica) y se retira a
Casiciaco a prepararse para el bautismo. Allí escribe Contra académicos, De
beata vita, De ordine y Soliloquia. Y aunque, dice, «los libros que compuse
allí (...) atestiguan la clase de estudios que me ocupaban entonces, dedicados
desde luego a tu servicio, (...) respiraban aún, como si se tratara de una pausa,
el aire de vanidad propio de la escuela» (Confesiones X, IV). El rechazo de
Agustín contra el vaniloquio de los estrados es cada vez más patente. La len
gua, en la que había experimentado como especialista los riesgos del sofisma y
la ductilidad, será para él, a partir de su bautismo, un instrumento en defensa
de la verdad cristiana. El sesgo platónico que la informa es bien patente: la
lengua que alaba a Dios y honra los preceptos de su Iglesia, penetra en los oí
dos del hombre derritiendo la verdad en su corazón, porque es el propio Dios
quien informa este tipo de discursos infundiendo en ellos la luz de la verdad.
Finalmente, junto a su gran amigo Alipio y a su hijo Adeodato, Agustín
recibirá el bautismo en la Noche Pascual del 24 de abril del 387. En ese mismo
año muere su madre, no sin antes haber experimentado junto a su hijo el lla
mado «éxtasis de Ostia»: Ménica y Agustín, asomados a la ventana, departen
acerca de la suprema sabiduría que, ajena a las tribulaciones y las precarieda
des de los sentidos, habita en las regiones celestiales. Transportados por la
emoción, madre e hijo «dejan allí prendida la parte más noble de su alma», pe
ro tienen que volver al «estrépito de los labios, donde comienza y termina la
palabra humana» (227). El antiguo retórico reflexiona a menudo sobre las de
ficiencias del lenguaje, pobre instrumento balbuciente cuya única nobleza es
inspirada por Dios:
Porque ni siquiera puedo decir a los demás ima palabra buena si antes tú no
la hubieras oído de mí y tú no puedes oír algo bueno de mí si antes no me lo
hubieras dicho tú a mí (C on fesion es IX, II).
El pensamiento agustiniano
El agustiniano es un pensamiento de coalescencia en el que se opera un
particular y sólido engarce entre las ideas antiguas (en particular el platonis
mo, del que acepta lo que es conforme a doctrina y repulsa el error) y aquellas
que se van erigiendo en el contexto de la fe cristiana; su capacidad de asimi
lación y transformación de una cultura ingente se aplica a un sincretismo
enormemente original, que tendrá amplias repercusiones en la filosofía y la
estética de la Edad Media. Como escribe Quasten (1963: 415), «en el ámbito
del cristianismo, Agustín dio vida a la primera gran síntesis de la filosofía, que
sigue siendo un momento esencial de la historia de Occidente».
Unía en sí este gran obispo la potencia creadora de Tertuliano, la vasta
inteligencia de Orígenes, con el profundo amor de Cipriano a la Iglesia, la
aguda dialéctica de Aristóteles, con el idealismo alado de Platón; el sentido
práctico de los latinos, con la inteligencia especulativa de los griegos. Por
esto es, sin duda, el más grande filósofo de la época patrística, y hasta se
puede afirmar que el más importante e influyente teólogo de toda la Iglesia.
Su obra encontró, ya en sus mismos días, entusiastas admiradores. (...) Lo
que fue Orígenes para la ciencia teológica de los siglos iii y iv, ha sido
Agustín, aunque de un modo más puro y eficaz, para toda la vida de la Igle
sia universal a través de los siglos hasta nuestros días. Su influencia se ha
dejado sentir no sólo en la filosofía, teología, moral y mística, sino también
en la vida social, en la política eclesiástica, en el derecho civil; en una pala
bra, fue el gran artífice de la cultura occidental del Medioevo (Altaner,
1962: 399-400).
La estética patrística 99
a) Filosofía
... la naturaleza del alma intelectiva ha sido creada de suerte que, vinculada se
gún un orden natural, por disposición del Creador, a las cosas inteligibles, las
contemple en su luz incorpórea especial, lo mismo que el ojo camal, al resplan
dor de esta luz corporal, percibe las cosas que están a su alrededor, pues ha sido
creado para esta luz, y a ella se adapta por creación (D e T rin itate 12,15,24).
La estética agustiniana
Acerca de la interpretación
Como las palabras pasan por el aire de forma fugaz, el hombre inventó las
letras, que son distintas para cada pueblo en castigo a su afán de dominio
(recuérdese la anécdota de la torre de Babel). De este modo, la divina Escritu
ra, habiendo sido escrita en una sola lengua, ha sido difundida por la tierra en
multitud de lenguas, pero
Los que la leen no apetecen encontrar en ella más que el pensamiento y
voluntad de los que la escribieron, y de este modo llegar a conocer la voluntad
de Dios según la cual creemos que hablaron aquellos hombres (De doctrina
Christiana II, V, 6).
Ya hemos dicho que los pasajes claros de las Escrituras arrojan luz sobre
los que no son fácilmente accesibles a la inteipretación. Pero, si alguien, a pe
sar de haber frecuentado los libros sagrados, no entiende determinados pasa
jes, esto le sucede por dos causas: por desconocimiento de los signos que ve
lan el sentido, y por ambigüedad.
San Agustín distingue dos tipos de signos verbales: propios y figurados.
Decimos que son propios «cuando se emplean a fin de denotar las cosas para
los que fueron instituidos»; así, cuando un latino dice «bovem» todos los que
comparten su lengua entienden que se refiere al «buey». Se dirá que los signos
son metafóricos o trasladados
cuando las mismas cosas que denominamos con sus propios nombres se toman
para significar alguna otra cosa; como si decimos bovem, buey, y por estas dos
sílabas entendemos el animal que suele llamarse con este nombre, pero aHfimfc
por aquel animal entendemos al predicador del Evangelio, conforme lo dio a
entender la Escritura según la interpretación del Apóstol que dice: No pongas
bozal al buey que trilla (De doctrina Christiana II, X, 15).
Boecio (480-524)
envoltura (111, 13), y en los capítulos del libro XVIII de Etimologías dedica
dos a las representaciones teatrales perdura la acerba condena de los Padres
contra los espectáculos del paganismo (XVIII, 16, 42-52: 1982, 11, 405, 419-
42).
Su doctrina de la belleza, de clara filiación platónica, está tomada directa
mente de San Agustín. Sostiene que «por la belleza de las criaturas ascende
mos al conocimiento de la belleza del Creador, rastreando por lo corpóreo lo
incorpóreo, y por lo pequeño lo grande, y por lo visible lo invisible, aunque la
hermosura de las cosas creadas no tenga paridad con la de su Hacedor, sino
que pertenezca a una inferior y subordinada especie de bien» (I, 4). De las
Confesiones procede la distinción entre lo pulchrum y lo aptum; lo bello es
hermoso en sí mismo, mientra lo apto se define por relación a otra cosa dife
rente (Sentencias, Y, VIII). También perdura en sus escritos el tópico luminis
ta de la estética del último período de la Antigüedad: el cabello y los ojos son
bellos por su brillo; el mármol por su luminosidad; los metales por el esplen
dor que extraen de la luz; el cielo entero es como un enorme «vaso cincelado
(caelatum) en el que, como adornos, están impresos los brillos de las estrellas
(... ), Distinguió Dios al cielo y lo llenó de radiantes luces, como son el sol y el
disco refulgente de la luna, adornólo además con los luminosos signos de los
resplandecientes astros» (Etimologías, XIV, 4).
TEXTOS PARA COMENTARIO
Los caminos cortos de la salvación son las divinas Escrituras y un género de vida
prudente. Carecen de adomo, lejos de un sonido agradable, de originalidad y de adula
ción. Pero levantan al hombre que se encuentra ahogado por la maldad, despreciando
una vida que se le escapa; por una única y misma palabra ofrecen muchos servicios.
Nos alejan del error fatal y nos empujan con claridad hacia la salvación que esta ante
nuestros ojos. , . , , TIT ,
(San Clemente de Alejandría, P r o tr e p tic o Vili, II, i.)
(...) así como nosotros, al hablar a niños pequeñitos, no desplegamos toda nues
tra elocuencia en el decir, sino que acomodamos lo que decimos a la flaqueza de
nuestros oyentes y hacemos lo que nos parece conveniente para la conversión y co
rrección de los niños como niños; así parece que el Verbo de Dios dispuso las Escri
turas, atemperando lo que convenía decir a la capacidad y provecho de los oyentes.
(...) Así habla la Escritura, como si dijéramos, tomando carácter humano para bien
Textos para comentario 119
de los hombres. Nada, en efecto, hubieran sacado las muchedumbres de que Dios,
asumiendo el papel que a su majestad convenía, les hubiera dicho lo que a ellas tenía
que decir. Sin embargo, el que se consagre a explicar las divinas Escrituras, si sabe
contrastar lo que dicen espiritualmente con los que se llaman espirituales (1 Cor. 1,
13), hallará, por ellas mismas, el sentido de lo que dicen para los débiles y lo que
consignan para los inteligentes, que muchas veces se consigna en el mismo texto pa
ra quien sabe leerlo.
(Orígenes, Contra Celso IV, 71.)
Las que ungen su piel con pomadas, colorean sus mejillas de rojo y untan de negro
sus ojos, pecan contra Dios. Seguramente a ellas les parece imperfecta la obra de Dios,
puesto que, a juzgar por sus propias personas, ellas condenan y censuran al Artífice de
todas las cosas.
(Tertuliano, De cultufeminarum 5, cfr. Quasten, 1984: 593.)
A nadie es dudoso que una doble tuerza nos impulsa al aprendizaje: la autoridad y
la razón. Y para mí es cosa ya cierta que no debo apartarme de la autoridad de Cristo,
pues no hallo otra más firme. En los temas que exigen arduos razonamientos —pues tal
es mi condición, que impacientemente estoy deseando conocer la verdad, no sólo por
fe, sino por comprensión de la inteligencia, confío entretanto hallar entre los platónicos
la doctrina más conforme con nuestra revelación.
(San Agustín, Contra académicos III, 20, 43.)
Pero tú, Señor, medicina de mi alma, hazme ver con claridad la utilidad que hay en
qüe yo escriba esto. Yo creo que las confesiones de mis pecados pasados, que ya has
perdonado y olvidado para hacerme feliz viviendo para ti al cambiar mi alma con tu fe
y el sacramento del bautismo, cuando se leen y se oyen, excitan el corazón para que no
duerma en la desesperación diciendo: «No puedo»; sino que le despierte al amor de tu
misericordia y a la dulzura de tu gracia, que hace fuerte al débil, si es consciente de su
debilidad por medio de la gracia.
(Confesiones IX, III.)
120 Edad Media
Con todo, sabed los que no lo sabéis y advertid los que disimuláis no saberlo y
murmuráis del que os vino a librar de todos los déspotas. Los juegos escénicos, espec
táculos de torpezas y libertinaje de vanidades, fueron instituidos en Roma, no por los
vicios de los hombres, sino por mandato de vuestros dioses (... ) Los dioses, para aca
bar con la pestilencia de los cuerpos, mandaron que se les celebrasen los juegos escéni
cos. Vuestro pontífice, en cambio, para salvaguardar la pestilencia de las almas, prohi
bió que se construyese la escena (... ) Y no por esto la epidemia corporal cesó, porque
en un pueblo guerrero avezado antes no más que a los juegos circenses, se introdujo la
lasciva locura de las representaciones teatrales.
(San Agustín, La ciudad de Dios 1,32.)
¿Qué error y, más que error, qué furor es éste tan grande, que, al paso que lloraban
vuestra destrucción, según oímos, las naciones orientales y, con públicas demostracio
nes de llanto y de tristeza, las mayores ciudades que hay en los más remotos confines
de la tierra, vosotros anduvieseis en busca de teatros y en ellos entraseis y los abarrota
seis y cometierais mayores desvarios que antes?
(San Agustín, La ciudad de Dios 1,33.)10
10
11
Lo que los romanos antiguos sintieron de esto nos lo dice Cicerón en los libros so
bre la República donde Escipión, en acalorada disputa, dice: «Si el modo de vivir no lo
consintieran, en ningún tiempo podrían representar las comedias en los teatros sus tor
pezas». Y los griegos más antiguos conservaron ciertamente alguna conveniencia en su
viciosa opinión, porque entre ellos, la ley permitía que la comedia refiriese nominati
vamente lo que quisiese y de quien quisiese. Y como en los mismos libros dice el Afri
cano: «¿A quién no hostigó? ¿A quién no vejó? ¿A quién perdonó? En buena hora las
timó a los hombres plebeyos, ímprobos y sediciosos de la república, como Cleón,
Cleofonte e Hipérbolo». «Pasemos por esto, dice, aunque mejor fuera que a tales ciu
dadanos los reprendiera el censor que el poeta. Pero ultrajar en verso y representar en
escena a Pericles, luego de haber gobernado muchos años su ciudad en paz y en guerra
con autoridad suma, no fue más decoroso, dijo, que si nuestro Plauto o nuestro Nevio
quisieran denigrar a Publio y a Cneo Scipión, o Cecilio a Marco Catón». Y añade des
pués: «Al revés: nuestras doce tablas que tan pocas cosas sancionaron con pena capital,
pensaron que ésta debía establecerse contra el que cantare o compusiese versos que re
dundasen en infamia o deslustre de otros (... ) a los romanos antiguos les desagradaba
que una persona viva fuera alabada o vituperada en escena. Mas, como dije, aunque
con más insolencia, pero también con mayor conveniencia, quisieron los griegos que
esto les fuera lícito en viendo que a sus dioses les eran aceptables y gratos los baldones,
en las fábulas escénicas, no sólo de los hombres, sino también de los mismos dioses,
bien fuesen creaciones de los poetas, bien se hiciera mención de ruindades reales, re
presentándolas en los teatros.»
(San Agustín, La ciudad de Dios II, 9.)
12
de los poetas y de los histriones, de quienes veían que la vida de los dioses, con su
aquiescencia y complacencia, era reprendida. A los mismos hombres que representaban
en los teatros esas obras, que habían conocido resultaban gratas a los dioses a quienes
servían, no los creyeron dignos de ser desdeñados en la ciudad, sino de ser honrados
grandemente.
(San Agustín, La ciudad de Dios II, 11.)
13
Pero respóndaseme: ¿Por qué razón congruente los hombres de teatro son repelidos
de todo honor y los juegos escénicos forman parte de los honores divinos? Por largo
tiempo, la virtud romana desconoció las artes del teatro (... ) Los griegos piensan que
hacen bien en honrar a los hombres de teatro, porque rinden culto a los dioses, que pi
den juegos escénicos. Y los romanos, en cambio, no permiten que de la canalla his
trionica padezca desdoro aun la tribu plebeya, cuanto menos la curia senatorial. En tal
desavenencia resuelve la cuestión este argumento: los griegos proponen: si se ha de dar
culto a tales dioses, sin duda han de ser honrados también tales hombres. Resumen los
romanos: es así que en modo alguno deben honrarse tales hombres. Y los cristianos
concluyen: luego en manera alguna se ha de dar culto a tales dioses.
(San Agustín, La ciudad de Dios II, 12.)
14
Fue mejor Platón, no dando lugar en su ciudad, bien morigerado, a los poetas...
(San Agustín, La ciudad de Dios II, 14.)
15
En las artes, ninguna vía conduce al alma de forma tan directa como el oído.
(Boecio, Patrología latina 63, c. 1169.)
16
Así pues, hay tres géneros que giran en tomo al arte de la música, uno se sirve de
instrumentos, otro compone poemas, un tercero juzga las obras instrumentales y poéti
cas.
(Boecio, Patrología latina 63, c. 1196.)
C a p ít u l o II
10 Como rama de las matemáticas, la música se inserta sin violencia entre las disciplinas del
quadrivium, pero es de señalar que quedan fuera las artes mechanicae, es decir, la pintura, la es
cultura y las demás artes manuales.
124 Edad Media
2. La primera Escolástica, que sienta las bases sobre las que habrá de erigirse
la alta Escolástica (ss. ix-xii) en su ardorosa disputa en tomo a la dialécti
ca y los universales.
3. La alta Escolástica o edad de oro de la Escolástica (1200-1340) y
4. La Escolástica tardía (1340-1550), que fosiliza los procedimientos de la alta
Escolástica y acusa su disolución progresiva.
1. E l RENACIMIENTO CAROLINGIO
Para Escoto, que sigue de cerca las tesis de Orígenes y el Pseudo Dioni
sio, y a quien se acusará de panteísmo, como a ellos, las dos características
que debe reunir lo bello son la correcta ordenación (benecompactio) y la
claridad {claritas). Ambas coinciden en la belleza sensible que es trasunto y
teofania de la Belleza inteligible de Dios. Una unidad suprema, gobernada
Aportaciones de la Escolástica al pensamiento estético-literario 127
por Él, rige las relaciones entre la multiplicidad de los seres, que constitu
yen, así, una fastuosa polifonía orquestada por Dios. Tal como sostuvieron
Plotino y San Agustín, al contemplar el mundo desde una perspectiva unita
ria, las fealdades aparentes se disuelven, pues adquieren su lugar en medio
de un todo ordenado.
La luz de Dios no sólo es visible a través de la naturaleza sino que
está también en el arte y en las Sagradas Escrituras. A través del Logos,
las ideas divinas penetran en el alma del artista y acceden por fin a la
materia o la palabra que las informan. Igual que el mundo contiene múl
tiples seres, las Escrituras tienen múltiples sentidos, pero todos ellos ad
quieren consonancia y armonía en relación con la significación unitaria
de Dios. La actitud estética escotista es pues monista y trascendental.
Todas las cosas, puesto que proceden de Él y a Él han de retornar, son
para Escoto símbolos de Dios, unas clara y frontalmente, otras de modos
confusos. Esa es la razón por la que encontramos en las cosas bellas de
leites inefables, porque nos hablan, directa u oblicuamente, de la Belleza
inefable de Dios mismo.
En relación con la contemplación estética, Escoto distingue entre la acti
tud del avaro, que la codicia para sí y para quien es objeto de concupiscen
cia, y la actitud del sabio, que la contempla con desinterés en tanto en
cuanto es reflejo de la Belleza del Creador. En los siglos siguientes, la que
habrá de ser llamada «actitud estética» habrá de ser definida, como en Esco
to, por su desinterés.
2. L a primera E scolástica
l a d ia l é c t ic a
LOS UNIVERSALES
LA ESCUELA DE CHARTRES
LA MÍSTICA ALEGÓRICA
3. La ed a d d e oro d e la E s c o l á s t ic a
Habrá que llegar hasta Dante para volver a elevar hasta la máxima digni
dad el estatuto de un arte por el que, sólo al hilo de sus intereses disectivos, se
ocupa la escolástica. Como también anota Curtius (ibid., 320), a aquellas altu
ras «La escolástica y la retórica concurrían] en un sólo punto: en la exposi
ción de los modi tractandi». No en vano, aún bajo el influjo visible de Santo
Aportaciones de la Escolástica al pensamiento estético-literario 135
Tomás, en su comentario del Paraíso, pretende Dante para su obra los modos
propios de la retórica y también los de la escolástica. Sin saberlo, muy por
encima del rigorismo tomista, Dante afirmaba así el estatuto noètico de la
poesía, que Aristóteles había defendido en su Poética.
El vigor del pensamiento tomista tuvo la virtud de inquietar tanto a los in
condicionales de Aristóteles, que, amparándose en Averroes, lo acusaban de
torcer la filosofía del Estagirita para adaptarla a la doctrina cristiana, como a
los que, más cerca del intuicionismo agustiniano, temían la intrusión masiva
de la razón humana en el ámbito de lo sagrado. Las autoridades eclesiásticas
sancionarían esto último y así, en 1277, el obispo de París, Etienne Tempier,
condena a un tiempo algunas doctrinas aristotélicas que contravenían el dog
ma como algunas de las tesis que ostentaba por entonces Tomás de Aquino. El
empirismo de Duns Scoto y Guillermo de Ockham asestaría nuevos golpes a la
escolástica tomista.
Santo Tomás defendió sus posiciones con tal calma y objetividad que im
presionó incluso a sus adversarios. En 1273 tuvo una experiencia mistica que
le hizo abandonar la Summa theologiae, obra magna que dejó inconclusa. Las
cosas que le habían sido reveladas hacían que todo lo escrito hasta entonces le
pareciera «paja». Murió en el monasterio cisterciense de Fossanova cuando se
dirigía a Lyón, llamado por el papa Gregorio X, para asistir al Concilio. Ca
nonizado en 1323 lleva desde el s. xv el título de doctor angelicus.
Doctrinas
Santo Tomás culmina la recuperación del aristotelismo, que habían inicia
do los comentaristas árabes (principalmente Averroes) y judíos (principal
mente Maimónides) y había continuado San Alberto Magno, su maestro. En su
intento de conciliar la ciencia racional aristotélica con la teología cristiana,
distinguió tres ámbitos: la fe, la ciencia y la teología. Si la fe se funda en la re
velación, la ciencia se funda en la razón, y ambas no se contradicen porque
ambas proceden de Dios; la teología es una síntesis de fe y razón.
Las doctrinas tomistas tienen un marcado carácter aristotélico en el modo
de tratar los temas, pero convergen en sus obras los Padres de la Iglesia, el
Pseudo Dionisio, Boecio, y los comentarios de árabes y judíos, cuyas obras in
corpora y eleva en un vasto y sólido sistema filosófico.
A pesar de que sigue a San Agustín en muchos puntos, hay una diferencia
muy notable entre ellos. El tomismo se ha considerado siempre una vía distin
ta del agustinismo. El «modo de pensar» de Santo Tomás es distinto del «mo
do de pensar» de San Agustín, en éste predomina el orden del corazón, en
aquél el orden mental.
El peso de las doctrinas aristotélicas se advierte en el valor que da el to
mismo al saber racional, frente al conocimiento por la fe que propugna San
Agustín. El saber se hace independiente de la teología, porque todo hombre
aspira por naturaleza al saber. En este punto Santo Tomás suscribe la postura
enunciada por Aristóteles y también lo sigue en el tema del origen y del proce
so del conocimiento, pero donde se acusa con especial fuerza el influjo de
Aristóteles es en la metafísica.
La realidad entendida como presencialidad en el espacio y en el tiempo
excluye la idea de que el ser sea creado por el espíritu: el ser es «encontrado»,
según la concepción general antigua y medieval. En la Summa theologiae (1,
85, 2) se pregunta Santo Tomás si el mundo de los objetos no será puramente
subjetivo: «Algunos han pensado que nuestras potencias cognoscitivas sólo
conocen sus propias modificaciones (...), por consiguiente, el intelecto no co
nocería más que sus propias modificaciones subjetivas». Esto supondría que el
objeto y el contenido del conocimiento sería una determinación subjetiva del
intelecto. Este planteamiento parece totalmente fichteano. No obstante, la so
Aportaciones de la Escolástica al pensamiento estético-literario 137
lución que el Santo da a esta cuestión no es la idealista de Fichte: son las cosas
las que determinan nuestro espíritu, y queda excluida la idea de que el sujeto
pueda determinar al objeto.
Uno de los conceptos medulares de la ontologia tomista es el de analogía.
Aristóteles había planteado la cuestión en estos términos: ¿cómo se pueden
hacer predicaciones distintas del ser sin perder de vista su unidad? La analogía
permite este proceso, permite relacionar a Dios con el mundo, evitando su in-
cognoscibilidad, sin caer en una identificación panteista. Hoy diríamos que se
aplica el principio de la discrecionalidad. Las propiedades universales del ser
son los transcendentales, que Santo Tomás, como San Alberto y otros, enume
ran: unum, verum, bonum, res, ens, aliquid, son notas que se encuentran en to
dos los seres y que no les añaden nada, únicamente lo presentan desde un par
ticular punto de vista. Estos principios transcendentales están en la base de la
llamada Gran Teoría que preside las especulaciones estéticas y de teoría lite
raria hasta el Romanticismo.
Pensamiento estético
Las imprecisiones de esta visión estética van a ser susbsanadas ahora con
rigor aristotélico. En De divinis nominibus, muy próximo a la visión estética
del Pseudo Dionisio, Santo Tomás presenta la Belleza divina como una casca
da luminosa que baña toda la creación según la aptitud de cada uno de los se
res. La Belleza es atributo de Dios que alcanza por participación a todas las je
rarquías. Dios es lo Bello suprasustancial (suprasubstantiale pulchrum,
pulcher in se ipso), el agente, mientras la belleza de las cosas creadas es parti
cipación de esa causa según la aptitud propia de cada una. Dios, en tanto que
Belleza suprema, es, pues, causa de la consonantia y la claritas que están pre
sentes en las cosas bellas. A estas cualidades se añadirá en la Summa la inte
gridad (integritas), redondeándose así la tríada tomista proportio, claritas, in
tegritas... Lo Bello y lo Bueno, como en la metafísica platónica, son uno y lo
mismo. Perfección formal y perfección ontològica corren alineadas. Predica
dos de Dios, la Belleza y la Bondad son, a la aristotélica, causa eficiente y
causa final, razón y tendencia, de las cosas bellas.
Lo bello y lo bueno
El carácter desinteresado de la experiencia estética también permite
distinguir lo bello de lo bueno. En su comentario a los nombres divinos y,
más tarde, en la Summa theologiae, Santo Tomás sostiene que lo bello y lo
bueno se identifican en razón de sus cualidades: consonantia, claritas, in
tegritas, pero difieren porque lo bueno es objeto de aspiración — es aquello
que toda la creación desea, escribe el Aquinita citando la Ética aristotéli
ca—, mientras que lo bello es objeto de contemplación y conocimiento y
place en sí mismo, no en cuanto es apetecido. Mientras la bondad tiene re
lación con la tendencia y el apetito, la belleza tiene relación con el cono-
140
Edad Media
Estos tres requisitos formales que definen lo bello no sólo se dan en las co
sas sensibles, sino también en las espirituales, que tienen su propia belleza. Si
podemos decir de un cuerpo que es bello porque sus partes son proporcionadas
y tiene el color debido, también podemos decir que un discurso es hermoso, o
que tiene claridad, o que la virtud es bella porque con la razón modera las ac
ciones humanas. También se puede hablar de la belleza de las imágenes si re
presentan perfectamente a su objeto, aunque este sea feo. Santo Tomas, si
guiendo a San Agustín, ve la belleza perfecta en el Verbo de Dios, que es
imagen perfecta del Padre.
Decimos que un hombre es bello cuando las proporciones de sus miembros son
adecuadas en su cantidad y disposición, y cuando su color es claro y nítido. Del
mismo modo se debe decir de una cosa que es bella cuando posee la claridad
propia de su género, espiritual o corporal, y cuando está construida con la pro
porción adecuada (D e d iv in is n om in ibu s 362).
Aportaciones de la Escolástica al pensamiento estético-literario 141
Belleza y finalidad
Para ejemplificar la validez de los criterios formales que definen lo bello,
Santo Tomás recurre de forma constante al cuerpo humano. En él la belleza
sensible y la espiritual se funden en una forma cuya nobleza y perfección son
superiores a las de las otras formas terrestres y que sugiere, a pequeña escala,
la perfección macrocósmica del universo. El concepto aristotélico de finalidad
orgánica es aquí vertebral, y las tradicionales relaciones entre el consenso en
tre las partes — su sometimiento a un orden unitario— y su adecuación a un
fin — su funcionalidad— nuevamente convergen y se explicitan a la luz de un
interés metafisico.
Esta idea, que se remonta a la estética socrática de la adecuación, es extra
polable a cualquier ámbito de la producción humana. Si la naturaleza obra en
función de un fin, también el arte, a imitación suya, está regido por su aboca
miento a un fin que está en la mente del artista y según el cual éste verifica su
composición. En este contexto, que podríamos llamar pragmático, Santo To
más vuelve a considerar el tópico patristico que distinguía entre instrumentos
142 Edad Media
La expresión simbólica
Simbolismo y alegorismo parecen, como defiende Eco (1993: 153), deci
didamente alejados del hilemorfismo tomista. Para el pensamiento medieval el
mundo entero era un código cifrado, una monumental y compleja polifonía de
símbolos, una continua apelación a una verdad oculta. Si la metafísica del
Pseudo Dionisio había visto en el universo una imagen del esplendor de Dios,
Macrobio lo había contemplado como un espejo en el que se refleja el divino
rostro. Dios era el autor de un universo en clave cuya clave última era Dios
mismo. Las trayectorias hermenéuticas que suscitaron tanto el alegorismo uni
versal como el correspondiente simbolismo metafisico las hemos visto con al
gún detalle a propósito de la estética patrística. Pero
si volvemos al siglo xm con el fin de rebuscar en la obra de Tomás de Aquino
las señales dejadas por esta vasta corriente de sensibilidad, nos encontraremos
desorientados. El universo de las correspondencias baudelaireanas es comple
tamente extraño a nuestro autor. No se trata de que esta corriente se suma en el
vacío, ya que continúa invadiendo la vida medieval, las obras de los místicos e,
incluso, las especulaciones de los enciclopedistas, que continuarán por mucho
tiempo disertando acerca de los muy sutiles significados de las flores, de las
piedras preciosas y de los animales. Pero en Tomás de Aquino, es decir, en la
manifestación filosófico-teológica más acabada de la época, todo esto ha des
aparecido. Una evolución de este género no es inexplicable y la solución puede
sugerimos reflexiones inestimables (Eco, 1993:156).
Aportaciones de la Escolástica al pensamiento estético-literario 143
4. La E scolástica tardía
mo y del escotismo. Estas dos vías, antiqua y moderna, tienen su punto fun
damental de discrepancia en relación con el problema de los universales, al
que Guillermo de Ockham dotará de una solución moderna a través del nomi
nalismo.
JUAN D U NS ESCOTO
GUILLERMO DE OCKHAM
El bien del arte se considera no en el mismo artista, sino más bien en la misma
obra de arte, ya que el arte es la recta razón de lo factible, y la producción que se plas
ma en una materia exterior, no es perfección del productor, sino de la obra hecha, como
el movimiento es acto del sujeto móvil; y el arte versa sobre lo factible. El bien de la
prudencia, en cambio, se considera en el mismo agente, cuya perfección es el obrar
Edad Media
150
mismo, pues la prudencia es la recta razón de lo agible, según se ha dicho (a. 4). De ahí
quepara el arte no se requiera que el artista obre bien, sino que haga una obra buen
Se requeriría, más bien, que el producto del artífice obrase bien; por ejemplo, que el
cuchillo cortase bien o que la sierra serrase bien, si estos instrumentos fuesen capaces
de actuar por sí, y no más bien de ser movidos, ya que no tienen dominio de su acto.
Por tanto, el arte no es necesario para que viva bien el mismo artífice, sino tan solo p
ra hacer una buena obra de arte y conservarla. , T TT
(Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología 1-11, c. o /, art. o.)
El uso de estas cosas necesarias lleva consigo un cierto deleite esencial Por el
contrario, es cosa secundaria toda añadidura a este uso esencial, que lo hace mas agra
dable. Tales son la belleza y los adornos de la mujer o el buen sabor y olor de los
ma (Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología II-II (b), c. 141, art. 5.)
Tal como podemos deducir de las palabras de Dionisio en IV De Dtv. Nom con
curren en la noción de bello o decoroso el brillo y la proporción debida En efecto, se
gún él, Dios es llamado bello como causa de la armonía y del brillo del universo. Por
eso la belleza del cuerpo consiste en que el hombre tenga los miembros corporales bien
proporcionados, con un cierto esplendor del color conveniente. De igual modo, la be
lleza espiritual consiste en que la conducta del hombre, es decir, sus acciones, sea pro
porcionada según el esplendor espiritual de la razón. Ahora bien: esto-pertenece a la ra-
£ n de honesto! lo cui ya dijimos (a. 1) ,»e coincide con la vmrnd, h £ * »
todas las cosas humanas conforme a la razón. De ahí que diga Agustín en el libro Oc
toginta trium Quaest.: Consideramos honesto la belleza inteligible, a la cual ll™ a™os’
con razón, espiritual. Y más adelante añade: Hay muchas cosas visibles bellas, a las
que llamamos honestas con menos propiedad. , ,. - , n ,
(Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología II-II (b), c. 145, art. 2.)
La belleza que vi no sólo está por encima de nosotros, sino que tengo por cierto
que sólo su hacedor puede gozarla completa. . VVY 1Q1i i
(Dante, La Divina Comedia, Paraíso XXX, I v - l i .)
Textos para comentario 151
Ha de saberse, pues, que así como el arte se encuentra en tres situaciones, es decir, en
la mente del artista, en el instrumento y en la materia elaborada por el arte, de igual mane
ra podemos considerar a la naturaleza en tres situaciones. Está, en efecto, la naturaleza en
la mente del primer motor, que es Dios; luego en el cielo, como en instrumento mediante
el cual la semejanza con la bondad divina se desenvuelve en la materia fluida. Y así como
cuando existe un artista perfecto que posee un excelente instrumento, si hay defectos en la
forma artística, deben ser imputados solamente a la materia, así también, siendo Dios la
perfección suprema y no careciendo su órgano, que es el cielo, de ninguna conveniente
perfección, como saben los que han estudiado la naturaleza del cielo, mientras que, por el
contrario, todo lo que es bueno en las cosas inferiores, como no puede provenir de dicha
materia, que es mera potencia, será obra de Dios artífice, y secundariamente del cielo, que
es el instrumento del arte divino, llamado comúnmente naturaleza.
(Dante, E l C o n v ite II, II, 2-3.)
Digo además que el ser, la unidad y la bondad tienen un orden ascendente entre sí
según el quinto modo de denominar la prioridad. Porque el ser precede por naturaleza a
la unidad, y ésta, a su vez, a la bondad, porque cuanto mayor es el ser, mayor es su
unidad, y la unidad mayor es la máxima bondad. Por lo cual, en todo género de cosas,
aquella es óptima que es mayormente una, como lo prueba el Filósofo en el libro D e l
s e r s im p lic ite r. De ahí que la unidad del ser sea la razón de su bondad, y la pluralidad,
la raíz del mal.
(Dante, L a M o n a rq u ía I, XV, 1-2.)
C a p ít u l o H I
cia decisiva a lo largo de toda la Edad Media y fue seguida por otros estudio
sos de la época tanto en su presentación enciclopédica como en el tratamiento
que recibe la disciplina retórica.
En efecto, son numerosos los tratados enciclopédicos escritos a comienzos
de la Edad Media que no aportan, en materia retórica, modificaciones sustan
ciales al acervo teórico recibido de la Antigüedad. Se limitan a realizar com
pendios o comentarios de la doctrina ciceroniana o pseudociceroniana, más o
menos fieles, y siempre incompletos en alguna medida. Posteriormente los
estudiosos del discurso elaboran obras de mayor originalidad en las que toman
de la retórica clásica sólo aquellos aspectos doctrinales que les resultaban úti
les para la composición de tratados sobre nuevos géneros de discurso cartas,
documentos, sermones u otras formas nuevas de oratoria—. Los autores de
estos tratados muestran un mayor grado de iniciativa: ya no se limitan a repro
ducir y comentar las obras de la retórica grecolatina, sino que crean un sistema
retórico nuevo al adaptar algunas partes de la disciplina clásica a una forma
específica de discurso. Como ejemplo de este segundo tipo de tratados enci
clopédicos hay que citar la obra De institutione clericorum de Rabano Mauro
(776-856). Él fue el primero en realizar una selección pragmática de las doc
trinas de la retórica que le eran de utilidad para su propósito — la predicación
cristiana—, prescindiendo tanto del origen de las mismas como del sistema en
el que estaban incluidas. Esta obra señala el cambio de rumbo en la retórica
medieval que va a dar lugar a la aparición de muy distintas artes ars dicta-
minis, ars poetriae, ars praedicandi, ars notaría, ars arengandi .
Pese a que la tónica general en los primeros años de la Edad Media era la
inclusión de la retórica en los tratados enciclopédicos de los que venimos ha
blando, hay que señalar, sin embargo, la temprana presencia de una obra que
había elegido un camino distinto para el estudio de la retórica. Se trata de De
doctrina christiana de San Agustín, escrita entre 396-426. En ella se afronta el
estudio de esta disciplina en solitario y se anticipa la dirección definitiva
adoptada por la retórica medieval, ya que contiene el fundamento de la teoría
sobre la predicación, como después veremos.
Además, De doctrina tiene el mérito de haber disipado definitivamente las
reticencias de los Padres de la Iglesia hacia la retórica. La obra apareció en
medio de las polémicas existentes en el seno de la Iglesia sobre si la cultura
grecorromana en general era o no compatible con la fe y si la retórica, en par
ticular, podía ser utilizada para la divulgación de la doctrina cristiana. La
postura más generalizada entre los Padres de la Iglesia, pese a que la forma
ción de los oradores eclesiásticos provenía de la retórica, era la de rechazo por
considerarla como disciplina propiamente pagana. De hecho, el modo de pre
dicación más difundido era la homilía, género antirretórico cuya única norma
era la sencillez y claridad en la transmisión de las verdades cristianas. Sin em
bargo, algunas voces en el seno de la Iglesia abogaban por la inclusion de la
La retòrica en la Edad Media 155
retórica en el nuevo orden en tanto que arma poderosa para la conversion de
las almas. San Agustín, antiguo profesor de retórica, era la voz más significa
tiva en la defensa de la retórica y el que consiguió, por su enorme prestigio
dentro de la Iglesia, ponerla al servicio no sólo de la predicación sino también
de la educación eclesiástica.
En conclusión, se puede decir que hasta el año 1050 los tratados retóricos
medievales estaban incluidos en obras enciclopédicas sobre las siete artes libe
rales, o bien, aunque era menos frecuente, adoptaban la forma de un tratado
monográfico sobre la retórica en general o sobre alguna de sus partes.
A partir del siglo xi, el tratamiento de la retórica cambia sustancialmente y
adquiere una orientación eminentemente práctica. Es la época de los tratados
sobre distintas artes que frieron apareciendo sucesivamente en el. tiempo: ars
dictaminis (s. xi), ars poetriae (s. xn) y ars praedicandi (s. xni), hasta que en
el siglo XIV se da una coexistencia de todas estas prácticas retóricas.
Tal como apunta Farai (1924 :: 1982: 13), existen numerosas coincidencias
entre los distintos tipos de ars, pues con frecuencia proponen principios idénti
cos para las diversas especies de discurso. Sin embargo es lógico estudiarlas por
separado, dado que cada una de ellas tiene una finalidad específica — la compo
sición de una variedad de discurso— y unos receptores concretos. Por eso, a
continuación vamos a analizar el nacimiento y el desarrollo de cada una de estas
formas discursivas y de los tratados que se ocuparon de ellas.
ARS DICTAMINIS
ARS POETRIAE
ARS PRAEDICANDI
que ya existían entre ambos lados del Imperio. El Imperio de Oriente mantuvo
un estrecho lazo con la lengua y culturas griegas antiguas e, incluso, desarrolló
nuevas formas culturales continuadoras de la Antigüedad; pero Occidente
perdió el contacto con la lengua griega y se vio obligado a desarrollar formas
más próximas al latín. De ahí que en los primeros siglos medievales (al menos
hasta el siglo xi) las fuentes literarias y filosóficas quedaran reducidas casi por
completo a la tradición latina y a fuentes griegas filtradas a través de traduc
ciones latinas.
La cultura griega había ejercido un enorme influjo en la tradición latina,
pero una parte abundante de la literatura griega fue desconocida en los prime
ros siglos medievales y sólo empiezan a difundirse más tarde con el auge de
las universidades, a través de traducciones del árabe que aumentan a partir de
la segunda mitad del siglo xi o con la ola de traducciones del griego surgidas
en el Renacimiento.
Sin exagerar su alcance, estos hechos deben ser tenidos en cuenta, pues
indican que en el Occidente la importancia de la cultura y de la literatura latina
fue muy superior a la griega. En los primeros siglos medievales el conocimien
to del mundo latino era fundamental para entender a los poetas. Por esa razón,
la Edad Media adoptó y transformó numerosos elementos de la cultura clásica
latina, empobreciéndolos unas veces y enriqueciéndolos otras (Curtius, 1948:
39). Algunos elementos de la tradición clásica fueron absorbidos fácilmente y
de forma natural por los autores y tratadistas medievales, mientras otros, como
el drama clásico, perdieron su sentido en la concepción del mundo medieval y
fueron rechazados o modificados antes de ser asimilados por un mundo con
dicionado por la cultura latina, pero dominado por un espíritu cristiano nuevo,
dentro del cual se van alternando diferentes «renacimientos» exclusivos de ca
da área cultural. La tradición, pues, seguía viva; los cristianos aportaron, des
pués, sus propios criterios y añadieron su concepto trascendente de la vida, lo
cual convierte su visión en un sistema sensiblemente diferente, aunque formu
lado sobre las mismas bases de la Antigüedad. Durante siglos la Iglesia fue el
soporte principal de la cultura intelectual y artística, porque sólo los monjes
podían acceder a los libros antiguos y sólo ellos podían transmitir el legado de
la Antigüedad, al menos hasta la consolidación de la burguesía en los últimos
siglos del Medievo.
la poética, como, por ejemplo, cuestiones de tipo general referentes al arte, los
tipos de poesía, las clasificaciones de los géneros, el concepto de imitación
como «hacer», el problema de la verdad o falsedad en poesía, la cuestión de la
finalidad del arte como deleite y enseñanza, etc.
La originalidad y el carácter especial y relativamente unificado de la
teoría medieval procede, pues, del seguimiento de numerosos aspectos de la
tradición greco-latina y de una influencia filosófica, también enraizada en la
Antigüedad pero sometida a las nuevas pautas del Cristianismo. Éste explica
la actitud medieval ante la belleza, su filosofía del arte, el carácter especial
del simbolismo y la alegoría y todas las concepciones e interpretaciones re
lacionadas con el arte son integradas en un conjunto social claramente dife
rente del mundo antiguo (de Bruyne, 1947 :: 1987: 64-65). Esta continuidad
(e innovación al mismo tiempo) fue posible gracias a la labor de las escuelas
y universidades medievales, que favorecieron la conservación de la tradición
antigua y expandieron su nueva concepción del mundo y del arte. El fun
damento de las enseñanzas se encontraba en las llamadas «artes liberales»,
compuestas por el trivium (gramática, retórica y dialéctica renovada a partir
del siglo XU gracias al desarrollo de la lógica) y el quadrivium (aritmética,
música, geometría y astronomía). El desarrollo de las artes del trivium ha
dado lugar a lo que hoy denominamos Letras o Humanidades, mientras que
las artes del quadrivium son la base de las llamadas Ciencias (López Estra
da, 1952: 129).
En la época medieval, la poética (y la poesía) no posee en general un esta
tuto claramente diferenciado y no se ve como una ciencia autónoma, sino que
se equipara o se subordinan las disciplinas del trivium, e incluso, a veces, esta
conexión se amplía al ámbito superior de la filosofía y la teología (Hardison,
1974: 6). En la tradición clásica la reflexión sobre la poesía siempre estuvo
próxima o formó parte de la retórica o de la gramática, de tal forma que la re
lación poesía-gramática ha sido la más consistente y duradera a lo largo del
Medievo, desplazando incluso a su relación con la retórica que parece decaer a
partir del siglo vm. Más tarde, con el auge de la filosofía escolástica, la poesía
se asocia frecuentemente con la dialéctica o con la lógica, debido a las tesis
árabes y al impulso que recibió su estudio a partir del siglo xn, pero es una
asociación poco significativa y la menos persistente en el contexto medieval
ya que parece reducirse únicamente al ámbito de la filosofía tomista.
Por otro lado, si la crítica gramatical y la retórica constituyen la corriente
dominante y de mayor influencia posterior, ya que su evolución se encuentra
íntimamente ligada al movimiento intelectual del humanismo renacentista, la
línea neoplatónica, presente también en toda la época medieval, es la subdo
minante y alterna en el gusto de los teóricos con la anterior. Es una actitud que
tiende a relacionar la poesía con la filosofía, situando su origen en una inspi
ración divina de carácter sobrenatural: el poeta puede transmitir la verdad
La poética medieval: caracteres generales 167
EL COMENTARIO O GLOSA
EL «ARS VERSIFICATORIA»
autor, título, tipo de poema, intención del escritor, orden en que se organizan
los contenidos, número de libros y la explicación del texto (Hardison, 1974:
9). Naturalmente, entre estos temas, el origen de la poesía, la intención del es
critor y la explicación del texto eran objeto de una mayor atención porque en
general servían para la exégesis de los libros sagrados.
2. P oética y retórica
raímente la idea de que el Espíritu Santo había inspirado también a los auto
res paganos, aunque ello diera lugar a numerosas tensiones y disputas con
las autoridades eclesiásticas o con clérigos más conservadores. (Más infor
mación en E. Gilson, 1976: cap. 1.)
La desconfianza del pensamiento cristiano hacia la poesía pagana era lógi
ca, sobre todo en los primeros siglos del medievo, porque exaltaba (muchas
veces abiertamente) el triunfo de pasiones humanas rigurosamente censuradas
por el cristianismo. Pero, al mismo tiempo, hay que tener en cuenta que esta
misma visión pagana recogía todo el patrimonio filosófico y religioso de la
cultura clásica y lo presentaba bajo una belleza formal atractiva para un pen
sador cristiano, que había sido educado en la tradición formal clasica, pero que
admiraba también algunos textos paganos que habían servido de ejemplo en su
época de estudiante. Este choque entre los gustos personales y la censura
eclesiástica se observa, a veces, en pensadores tan influyentes en Occidente
como Casiodoro o San Agustín. En cambio, en el ambiente cultural de Alejan
dría el compromiso religioso no estuvo sometido a tantas presiones como en
Occidente. Desde el principio se impuso un proceso de convergencia entre las
tradiciones cristiana y pagana y ello permitió la existencia de una orientación
cultural más moderada y más abierta. En el imperio bizantino la filosofía cris
tiana no se entiende normalmente como la antítesis del judaismo, sino como la
culminación misma del conocimiento, como el grado más elevado y, por tanto,
más perfecto del saber. Este equilibrio entre la filosofía neoplatónica cristiani
zada y la tradición judaica aparece en autores como Orígenes (s. iv) y más tar
de en San Jerónimo (s. iv-v), discípulo de Donato. Ellos citan con toda natu
ralidad a autores paganos y permitieron con su actitud una recuperación
selectiva de algunas obras de la literatura pagana, apoyándose siempre en in
terpretaciones rigurosas extraídas de las enseñanzas bíblicas (Várvaro, 1968:
35yEstas
si§s-)-razones explican que la tradición
. . alegórica
, . ' haya continuado
. . *llore-
ciendo en los últimos siglos medievales y que grandes poetas de esta etapa fi
nal como Dante, Boccaccio, Mussato o Petrarca, siguieran justificando las in
vocaciones de los poetas a la inspiración divina y siguieran acudiendo a la
alegoría como un vehículo de expresión poética adecuado para la transmisión
de las verdades teológicas y morales más profundas.
La época medieval fue construyendo una teoría literaria propia (ars poe
triae) sobre la base de poéticas, retóricas antiguas y otros libros de composi
ción. Aunque no existió una teoría única, sino numerosas ramificaciones o in-
La poética medieval: caracteres generales 179
T E O R ÍA L IT E R A R IA C U L T A
auditorio. Los partidarios de esta postura defienden una poesía de tipo racio
nalista, en la cual el intelecto juega un papel más relevante que la inspiración.
Será una poesía, como quiere Juan de Salisbury, más asequible al auditorio y
en la que el elemento sensitivo y contemplativo predomine sobre el simbolis
mo y la alegoría.
Al mismo tiempo, la influencia de la filosofía neoplatónica extendió la
tesis de la inspiración y de la poesía como revelación de verdades divinas.
En este sentido, el poeta posee una capacidad técnica singular, un genio es
pecial, considerado como un elemento externo, como «una fuerza de la natu
raleza, innata en el alma» — dice Hugo de San Víctor (citado por De Bruyne,
1947: 173)—. Este genio innato puede también ser desarrollado mediante el
ejercicio, la contemplación del mundo y el conocimiento de una técnica ple
namente humana, es decir, mediante el seguimiento de unas reglas ya expe
rimentadas.
Los defensores de esta orientación poética preferían la literatura de carác
ter alegórico, es decir, aquella que perseguía trascender el mundo sensible para
alcanzar el mundo suprasensible. Como este nivel de conocimiento no puede
ser alcanzado en un primer momento, postulan un tipo de arte simbólico y ale
górico que resulta incomprensible al principio, pero una vez aclarado e inter
pretado correctamente permite acceder al grado más elevado de conocimiento
y, por tanto, a la verdad divina revelada en las Sagradas Escrituras. Son par
tidarios, entonces, de una poesía de carácter idealista, sublime, que concentre
su atención en cuestiones trascendentes, expresadas del único modo posible:
mediante símbolos.
Desde la más lejana Antigüedad los poetas han expresado la verdad de
manera oscura y velada, de tal manera que el lector ha de buscar el sentido
profundo en las obras literarias porque en todas ellas hay algo de verdad,
incluso las que parecen erróneas en una primera lectura. Este razonamiento
supone aceptar la idea de que existen varios niveles de interpretación y de
ellos el sentido profundo es el más real y el más valioso, es decir, es el sen
tido verdadero. Por eso, la exégesis alegórica llegó a convertirse en la prác
tica normal en la interpretación de los textos sagrados por encima de otras
interpretaciones posibles (H. de Lubac: 1959; Domínguez Caparros, 1993:
174 y sigs.).
La obra artística
Entre las diferentes cuestiones que la poética medieval refiere a la obra artís
tica sobresale la atención a la problemática entre la forma y el contenido, que en
general relacionan con la dicotomía verdad-falsedad del mensaje poético.
El planteamiento de esta cuestión revela una situación compleja, sujeta a
un abanico de posibilidades que varía entre aquellos tratadistas que prestan
182 Edad Media
una atención mínima a las cuestiones formales, para poner todo el énfasis en la
veracidad del contenido poético (que debe ser interpretado en relación a las
enseñanzas bíblicas); frente a aquellos (los menos) que postulan una exalta
ción de la forma y elegancia de la palabra poética para complementar conve
nientemente la verdad del mensaje poético. Entre ambos extremos, se encuen
tra la postura mayoritaria, aceptada por aquellos que valoran especialmente el
equilibrio y la moderación entre la forma y el contenido, porque la verdad y la
sabiduría no son incompatibles con la belleza y el arte, como prefería la tradi
ción clásica aristotélica y horaciana.
En todos los casos, e independientemente de la atención que se prestara a
la forma, los tratadistas medievales defienden abiertamente el contenido, por
que a través de él se muestran las verdades morales y religiosas y, por tanto,
en el contenido ha de residir la verdadera belleza. En general, transmiten la
idea de que los textos sagrados carecen de una escritura elegante porque tratan
y comunican la verdad y la exposición de la verdad no admite adornos ni pa
labras superfluas. Lo importante es lo que se dice y no cómo se dice y, en con
secuencia resulta preferible la fuerza de la verdad revelada por Dios a la ma
jestuosidad de las palabras empleadas para embellecerla o para confundirla,
como sucede en tantos ejemplos de la literatura pagana. La defensa de la ver
dad revive en muchos casos las viejas controversias entre la oratoria y la filo
sofía, en las que se esgrimen los argumentos ya conocidos de la capacidad del
oficio de orador para modificar el sentido de las palabras y presentar las cosas
como quieren y no como son; el orador se sirve a menudo del lenguaje para
engañar, mientras que el oficio de filósofo busca la verdad, independientemen
te de la forma que la reviste.
Por otro lado, la veracidad del contenido venía reforzado por el segui
miento de unas reglas generales, determinadas por la razón, y sistemati
zadas con toda profusión en documentos de muy diversa índole. El conoci
miento de las reglas, denominado «saber técnico», resultaba indispensable
para cualquier actividad y era tan necesario a los maestros y tratadistas para
redactar los manuales de poética y retórica, como para inspirar al artista en
el momento de escribir su obra. Según De Bruyne (1947: 213 y sigs.) y Ta-
tarkiewicz (1989: 124), estaba muy extendida en las poéticas medievales la
idea de que el valor de una obra dependía del conocimiento y continuación
de unas reglas, universales y particulares, y por esa razón el sentido de ars
en la época medieval está más cerca de «conocimiento técnico» y de «teo
ría» que de arte imaginativo.
Por otro lado, el conocimiento de las reglas permite revalorizar el estudio y
la imitación de los autores clásicos, latinos primero; griegos, después. La idea
de imitación de los clásicos'eo. el Medievo fue más ábarcativa y tuvo mayor
influencia que en la antigua Roma. Los autores medievales ponían un énfasis
especial en la necesidad del seguimiento de modelos antiguos que pudieran re
La poética medieval: caracteres generales 183
sultar útiles para la vida diaria o para la realización práctica de sus obras. Por
eso, el dominio de numerosas reglas de tipo gramatical o retórico resultó una
cita imprescindible como modelo de escritura, tanto para obras de carácter
culto, como, más adelante, para obras de tipo más popular, escritas en lenguas
vulgares.
tratados de retórica y poética que conoce por su formación escolar y, por otra
parte, necesita manejar una técnica compleja para escribir una poesía sujeta a
unas leyes específicas y escrita para ser cantada, es decir para ser transmitida
oralmente, y no para ser leída, como sucedía con las composiciones de la tra
dición culta. Los trovadores son compositores de una poesía que será divulga
da por los juglares a través del canto; y ésta es una diferencia importante. Exi
ge un modo de composición supeditado a unas normas métricas bastante
rigurosas, a una rima de reciente creación y a unos recursos de versificación
diferentes a los latinos. Eso explica la atención que este tipo de tratados presta
a las cuestiones técnicas de la composición poética y a los problemas que
plantea la presencia directa de un público heterogéneo.
Como los problemas líricos de los trovadores se basan en la rima, el ritmo
y el cómputo silábico, los tratados sobre poesía cancioneril atienden preferen
temente a la métrica y a los diferentes recursos de versificación, ateniéndose
con bástánte rigidez a los preceptos de tipo gramatical, versificatorio y estilís
tico transmitidos por las poéticas y retóricas latinas. Naturalmente, el primer
objetivo consiste en adaptar la lengua vernácula a una escritura gramatical
mente correcta, como sucede en el primer tratado de este tipo conservado en la
Península Ibérica: el titulado Razós de trobar del catalán Ramón Vidal de Be-
salú. Este tratado del siglo x i i i ha sido considerado como la primera gramática
escrita en romance, dirigida los trovadores, a la que se ha adjuntado a prin
cipios del siglo XIV la composición anónima Doctrina de compondré dictats,
añadida seguramente para compensar las deficiencias de aspectos de versifi
cación, de recursos literarios y de diferenciación de géneros que presentaba el
tratado de Vidal de Besalú (Martín de Riquer, 1975: 32 y sigs.). Las carencias
y defectos depste tratado y su añadido aparecen subsanadas en otro tratado de
principios del siglo xiv conocido como Las leys d ’amors del tolosano
Guilhem Molinier, uno de los más importantes de esta época. Este segundo
tratado, mucho más extenso que los anteriores del siglo xm, sirve de base a
otros tratados menores posteriores, porque recoge con todo detalle las partes
gramaticales, retóricas, estilísticas y de versificación que se utilizaban con
mayor frecuencia en las composiciones de los trovadores.
TEXTOS PARA COMENTARIO
La poesía está tan cerca de las cosas de la naturaleza que muchos han rechazado
incluirla en la gramática, asegurando que es un arte por sí misma y no está más relacio
nada con la gramática que con la teoría, a pesar de que está relacionada con las dos y
tiene preceptos comunes.
(John de Salisbury, Metalógica, citado por Hardison, 1974: 13.)
Se puede emplear un tipo de adomo fácil y otro difícil. Pero a esto hay que añadir
que ni el adomo fácil ni el difícil poseen ningún valor si son sólo exteriores. Así pues,
el adomo superficial de las palabras, a no ser que se ennoblezca con un contenido jui
cioso y de valor, es semejante a una pintura barata, que causa gran placer que permane
ce quieto, pero desagrada al que la contempla en detalle: así también el adorno de las
palabras sin el adomo del contenido causa placer al que las escucha, y desagrada al que
las examina atentamente.
Sin embargo, el adomo superficial de las palabras unido al adorno del contenido es
semejante a una pintura excelente, que cuanto más detalladamente se observa, tanto
más valiosa parece.
(Godofredo de Vinsauf, Documentum de modo
et arte dictandi, II, 3,1; ed. Farai, págs. 284.)
Capítulo V
1. Italia
El Convite
neas como las Noches Áticas, de Aulio Gelio, o las Saturnalia, de Macrobio,
pero su espíritu y composición son más formales que las de cualquiera de
ellas. Con todo su antecedente más inmediato parece ser el Tesoretto de Bru-
neto Latini,
En el primer tratado expone Dante el plan general de la obra — catorce
canciones con sus correspondientes comentarios—, plan que no llegaría a
realizarse. Promete abarcar los dos sentidos de las canciones— el literal y el
alegórico—, y ensalza el uso del habla vulgar, el italiano, cuya comprensión
es más ancha que la del latín. Abundará en estas razones en De vulgari elo
quentia. En el segundo tratado revela la personalidad de la dama a quien
ama, la Filosofía, y alcanza a conformarla como una filosofía de corte acen
dradamente aristotélico, cristianizada fundamentalmente a través de San Al
berto Magno y Santo Tomás de Aquino. Teniendo por pretexto a cada una
de las canciones que encabezan los tratados sucesivos, Dante nos enseña
ahora que, de los cuatro sentidos consagrados por la tradición exegética, li
teral, alegórico, moral y anagògico, él abordará únicamente los dos prime
ros, el literal — «que no avanza más allá de la letra de las palabras conven
cionales»— y el alegórico «que se esconde bajo el manto de esas fábulas, y
consiste en una verdad oculta bajo un bello engaño. Como cuando dice
Ovidio que Orfeo con su cítara amansaba las fieras y llevaba tras sí los árbo
les y las piedras, lo cual quiere significar que el hombre sabio con el instru
mento de su voz amansaría y humillaría los corazones crueles y movería de
acuerdo con su voluntad a los que carecen de la vida de la ciencia y el arte,
pues los que no tienen vida racional alguna son como piedras» (El convite
II, I, 2-4). Una elemental sensatez insta a Dante a esclarecer primero el sen
tido literal y desentrañar después el alegórico, ya que «es imposible seguir
adelante si primero no se ha echado el fundamento» (ibid. 11). En cuanto al
moral y al espiritual, siempre en sentido ascendente, nos aclara que:
El tercer sentido se llama moral y éste es el que los lectores deben atenta
mente descubrir en los escritos, para utilidad suya y de sus discípulos, como
puede observarse en el Evangelio cuando Cristo subió al monte para transfigu
rarse, pues de los doce apóstoles llevó consigo tres, en lo cual puede entenderse,
según el sentido moral, que en las cosas muy secretas debemos tener poca com
pañía.
El cuarto sentido se llama anagògico, es decir, sentido superior, y se tiene
cuando se expone espiritualmente un escrito, el cual aunque [séa verdadero]
también en el sentido literal, por las cosas significadas significa realidades su-
, blimes de la gloria eterna, como puede verse en aquel canto del profeta que dice
que con la salida de Egipto del pueblo de Israel hízose Judea santa y libre. Pues,
aunque sea verdadero cuanto la letra manifiesta, no es menos verdadero lo que
espiritualmente se entiende, esto es, que al salir el alma del pecado se hace
santa y libre en su propia potestad (ibid.5-7).
Preludio del Renacimiento: autores de transición 191
Antes de hacer escala en los puntos señalados, advierte Dante que la Co
media tiene varios sentidos, uno literal, que declara el texto, y tres más que
pueden sin violencia subsumirse bajo la etiqueta de alegóricos (del griego
alleon, extraño) y que no son otros que el propiamente alegórico, el moral y el
anagògico que ya hemos visto a propósito del Convite. Así pues, y sobre esta
pauta, Dante va a desentrañar los seis puntos que detalló en el accessus. Em
pezará por los que no resultan vinculantes al todo y a la parte de que hace en
comienda, el Paraíso.
1. El asunto de la obra, siendo el sentido doble, ha de ser doble por
fuerza:
El asunto de toda la obra, en sentido literal, es simplemente el estado de las
almas después de la muerte, pues todo el desarrollo de la obra gira alrededor de
este tema. Pero, si consideramos la obra en su aspecto alegórico, el tema es el
hombre sometido, por los méritos y deméritos de su libre albedrío, a la justicia
del premio y del castigo (ibid., 6,24-25).
Preludio del Renacimiento: autores de transición 195
No hay más que recordar el estatuto de doctrina infima que Santo Tomás
había reservado para la poesía. En la Divina Comedia Dante lleva a cabo la
suma de sapientia y eloquentia que había sido el ideal de Chartres: el opus co-
summatum de Juan de Salisbury.
3. El título de Comedia se lo aplica Dante porque, a pesar de empezar a
rodar en la aspereza del Infierno, su asunto evoluciona felizmente y, al contra
rio que en las tragedias, culmina en el Paraíso. En cuanto al estilo es el propio
de la comedia, es suave y sencillo.
4. El motivo de la obra, que Dante da por ya indicado, abarca todas las
disquisiciones previas.
5. La finalidad, apartar a los mortales de la miseria y llevarlos a la felici
dad.
6. El género filosófico es el género moral o ético, «pues la obra y sus par
tes no van encaminadas a la pura especulación, sino a la acción» (ibid., 16,
40).
Así pues, Dante concibe su obra como una creación poética de género
moral que, llevando a los mortales desde las peripecias ostensivas del senti
do literal hasta la oscura joya de las lecturas alegóricas, los conduzca fuera
de la miseria moral y los haga ascender hasta la visión metafísica. La visión
dantesca de un Paraíso transido por la Luz de Dios, causa primera al modo
196 Edad Media
BOCCACCIO
día esta argumentación parece obvia y no suscita una especial atención, pero
señalar en el siglo xiv que entre la poesía y la verdad no hay ninguna seme
janza representa una novedad de gran importancia cuyo mérito ha de recaer en
el autor florentino.
Su posición no le impide, no obstante, constatar que existe ima mala poe
sía, como El arte de amar de Ovidio, que justifica la tesis platónica de que al
gunos poetas deben ser excluidos de la sociedad. Pero la poesía no es eso, ni
tiene esa naturaleza. La poesía es imaginación y su función constituye uno de
los pilares para el aprendizaje de los lectores, un aprendizaje donde lo funda
mental es una adecuación a los antiguos y donde es disparatado pensar que los
poetas paganos puedan resultar perniciosos para los contemporáneos porque
los dioses de la Antigüedad ya no ejercen una influencia nefasta sobre el pre
sente y, en cambio, los poetas de la antigua Grecia y Roma son verdaderos
maestros y plantean un sentido verdadero de la vida, aunque este sentido apa
rezca oculto tras un estilo alegórico, como sucede en las historias de la Biblia.
Boccaccio se sitúa así como un eslabón más de la amplia tradición medieval
asentada desde Boecio y continuada por humanistas y teólogos de los siglos
XV y XVI como L. B. Alberti, C. Landino y Vives (Yndurain, 1994: 199 y
sigs.). Para él, la valoración y comprensión de la poesía sigue los mismos cri
terios y procedimientos que los estudiosos aplican a los textos sagrados. En
principio se exige una comprensión literal y directa que procede de la gramáti
ca, del aprendizaje de la lengua, paso imprescindible para alcanzar cualquier
otro fin. Es la etapa necesaria que afecta a todos los hombres de letras, sin dis
tinción de conocimientos o de posicionamientos filosóficos. Posteriormente, la
comprensión literal y directa va siendo sustituida por una elucidación más pro
funda que descubre valores ocultos o disimulados, mucho más valiosos que la
apariencia exterior. Estas verdades profundas son las que proporcionan el va
lor a la poesía, pero sólo los más hábiles o los más preparados son capaces de
descubrir y comprender en su totalidad los secretos revelados por una poesía
inspirada o imaginativa.
La alegoría y la Biblia le sirven, pues, de motivos de enlace para unirse a
la tendencia en favor de la crítica teológica iniciada por San Agustín y Dante.
Según Boccaccio, «la teología y la poesía pueden ser consideradas como una
misma cosa», pues ambas tratan el mismo asunto y la teología no es sino la
poesía de Dios y, por tanto, no es otra cosa que una ficción poética. Así lo de
muestran diferentes calificativos como pastor, cordero, etc., con lo que se per
sonifica a Cristo (Osgood, 1930: 211). Las palabras de Cristo en el Evangelio
no expresan directamente aquello que pudieran significar, sino que a través de
la alegoría ocultan su propio significado y ello indica que no sólo la poesía es
teología, sino también que la teología es poesía, como lo demuestra la autori
dad de Aristóteles para el que los poetas fueron los primeros en escribir teo
logía. •
200 Edad Media
c o m e n t a r is t a s : a v e r r o e s
En la misma línea de los tratados sobre poesía provenzal, que hemos anali
zado en la Poética medieval, se manifiesta un aumento de la conciencia de la
teoría literaria en España que da lugar a la aparición en el siglo xv de varios
tratados sobre poesía escritos por poetas. Son en general reflexiones que hacen
algunos autores sobre su creación poética, a fin de justificarla y a fin de ayudar
con su experiencia a valorar y difundir los objetivos de la poesía; suelen po
nerse a modo de introducción en los cancioneros o bien dirigirse en forma de
carta abierta a un interlocutor muy concreto, como ocurre con la que escribe el
marqués de Santillana. Las aportaciones castellanas a la poética se encuentran
en el «Prologus Baenensis» o Prólogo al Cancionero recopilado por Juan Al
fonso de Baena (hacia 1445), en la Carta que el marqués de Santillana (1398-
1458) pone como prólogo o Proemio a sus obras al enviárselas al condestable
don Pedro de Portugal, y en el Arte de poesía castellana, escrito por Juan del
Encina (14697-1529) para el príncipe don Juan.
El interlocutor y el objetivo inmediato de cada uno de los tratados condi
ciona en alguna medida su carácter, pero las coincidencias entre ellos son evi
dentes, tanto desde el punto de vista formal, como por el contenido. Juan del
Encina, por ejemplo, condicionado por la enseñanza directa del príncipe, se
inclina hacia una concepción didáctica de la poesía, Alfonso de Baena y San
tillana prefieren una visión histórica más amplia, y todos hacen una defensa
apasionada de la poesía frente a la prosa y una defensa de los ideales humanis
tas y literarios, lo cual nos hace incluirlos en este capítulo de Preludios del
Renacimiento.
La defensa de la poesía
Estos tratados sistematizan sus objetivos a partir de una defensa de la poe
sía frente a la prosa. Suelen realizar una comparación entre ambas formas de
discurso para destacar la perfección y dignidad del verso, cuyo origen sitúan
invariablemente en las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, el marqués de Santi
llana:
208 Edad Media
Quanta más sea la exçellençia e prerrogativa de los rimos e metros que de
la soluta prosa... me esfuerço a dezir el metro ser antes en tienpo e de mayor
perfecçiôn e más auctoridad que la soluta prosa.
Ysidoro Cartaginés, santo Arçobispo yspalensy, asy lo aprueva e testyfica,
e quiere que el primero que fyzo rimos o canto en metro aya seydo Moysén, ca
en metro cantó e profetizó la uenida del Mexías; e, después dél, Josué en loor
del uencimiento de Gabaón. Dauid cantó en metro la uictoria de los filisteos...
(Ed. de López Estrada, 1984: 53).
Juan del Encina también declara el origen divino de la poesía, que procede
de una inspiración, de una gracia concedida por Dios y la falta de ese don di
vino hace estéril la dedicación al arte de la poesía; por tanto, los preceptos que
«se requieren para aprender a trobar» se dirigen sólo a aquellos que tienen esa
gracia del cielo:
En lo primero amonestamos a los que carecen de ingenio y son más aptos
para otros estudios y exercicios, que no gasten su tiempo en vano leyendo
nuestros precetos, podiéndolo emplear en otra cosa que les sea más natural, y
tomen por sí aquel dicho de Quintiliano en el primero de sus Instituciones, que
ninguna cosa aprovechan las artes y preceptos adonde fallece natura; que a
quien ingenio falta, no le aprovecha más esta arte que precetos de agricultura a
tierras estériles (Ibid., 84-85).
Naturalmente una poesía de carácter tan elevado como propugnan los tra
tadistas castellanos, una poesía que ennoblece tanto a sus cultivadores como a
sus oyentes — como señala el marqués de Santillana— y que se encuentra en
«los ánimos gentiles, claros ingenios e elevados spiritus» (Ibid., 52), no puede
ser aprendida ni cultivada sin poseer unas cualidades especiales. Alfonso de
Baena, por ejemplo, repasa minuciosamente esas condiciones específicas que
requiere el arte de la poesía y las cualidades humanas y artísticas del creador
que domina los recursos de la poesía y la gaya ciencia:
E aun assymismo es arte de tan elevado entendimiento e de tan sotil engeño
que la non puede aprender, nin aver, nin alcançar, nin saber bien nin como de
ve, salvo todo omne que sea de muy altas e sotiles invenciones, e de muy ele
vada e pura discreción, e de muy sano e derecho juyzio, e tal que aya visto e
oydo e leydo muchos e diversos libros e escripturas e sepa de todos lenguajes, e aun
que aya cursado cortes de rreyes e con grandes señores, e que aya visto e plati
cado muchos fechos del mundo, e, finalmente, que sea noble fydalgo e cortés e
mesurado e gentil e graçioso e polido e donoso e que tenga miel e açucar e sal e
ayre e donaire en su rrazonar, e otrosy que sea amador, e que siempre se preçie
e se finja de ser enamorado... (Ibid., 37-38).
También Juan del Encina considera necesario que el poeta posea una serie
de cualidades propias de su actividad:
Assi que aqueste nuestro poeta que establecemos instituyr, en lo primero
venga dotado de buen ingenio... Es menester, allende deste, que el tal poeta non
menosprecie la elocución... Y después desto deve exercitarse en leer no sola
mente poetas y estorias en nuestra lengua, mas también en lengua latina. Y no
solamente leerlos, como dize Quintiliano, mas discutirlos en los estilos y sen
tencias y en las licencias, que no leerá cosa el poeta en ninguna facultad de que
212 Edad Media
no se aproveche para la copia que le es muy necessaria, principalmente en obra
larga (Ibid., 85).
Por tanto, los tratadistas españoles siguen el tópico, todavía vivo en una lí
nea mayoritaria del pensamiento medieval, de considerar al poeta inspirado
por Dios y de la necesidad que tiene de recubrir su ingenio o talento innato
(natura) con una elaboración artística precisa (ars), basada en el esfuerzo per
sonal, en la experiencia y en los conocimientos literarios. La teoría poética de
los últimos siglos medievales recoge la necesidad de combinar el carácter in
nato y el aprendizaje como fuente de la obra artística, aunque puede enfatizar
un aspecto más que otro. En el caso de Alfonso de Baena parece prevalecer el
carácter innato sobre la formación literaria, mientras que el marqués de Santi
llana, por el carácter didáctico de su obra, prefiere el aprendizaje y la educa
ción de los gustos poéticos.
La obra artística
Los teóricos y tratadistas españoles demuestran ser grandes lectores y co
nocedores de la poesía y de las técnicas poéticas de su tiempo, tanto de las
tradicionales españolas, como de las italianas que iban adquiriendo cada vez
mayor popularidad en los últimos siglos medievales. Conocen la tradición
clásica latina, especialmente la de Horacio, Quintiliano y Cicerón, así como la
teoría y la práctica de la poesía trovadoresca precedente y las utilizan como
una base firme para asegurar sus principios poéticos, unos principios que en
muchos casos, elevan a la categoría de preceptos. Para ellos la poesía es un
arte noble, que dignifica al hombre y es ejercicio de una clase social elevada,
pero puede igualmente ser útil para las otras clases sociales siempre que se
atengan a las reglas del arte de modo conveniente. Esta será la única manera
de que la poesía pueda resultar atractiva y consiga llegar e influir en el audito
rio.
El conocimiento y seguimiento de unas reglas poéticas se muestra en to
dos los casos como fundamental, algo que ya era característico de los tratados
de los trovadores. Las poéticas españolas continúan esa línea de los trovadores
que se caracterizaban por someter sus obras a una serie de reglas, a veces de
gran complicación. Eso explica también las referencias a la imitación de los
grandes autores y de manera especial de los modelos italianos. Concretamente,
el marqués de Santillana expone con detalle sus gustos literarios y trata de es
tablecer unas normas, poniendo un énfasis especial en los poetas dignos de
imitación, que le sirven de base para explicar las nuevas orientaciones litera
rias. Mediante la apelación a las autoridades poéticas y usando, como dice F.
Ferrie (1974), los recursos propios de la persuasión retórica, el marqués de
Santillana trata también de convencer y persuadir a los oyentes, no sólo por las
Preludio del Renacimiento: autores de transición 213
destrezas técnicas que requiere la poesía, sino también por los ideales nobles
que perseguía.
Juan del Encina propugna una idea semejante. Como Santillana, defiende
la imitación de los modelos italianos y se centra en aspectos formales y ex
presivos de la poesía; se refiere con cierto detenimiento a la medida y diferen
tes tipos de verso, a la funcionalidad de las rimas consonante y asonante y a
numerosas licencias poéticas:
el poeta contempla en los géneros de los versos, y de quántos pies consta cada
verso, y el pie, de quántas sílabas; y aún no se contenta con esto, sin examinar
la quantidad délias. Contempla esso mesmo qué cosa sea consonante y assonan
te; y quánto passa una sílaba por dos, y dos sílabas por una; y otras muchas co
sas de las quales en su lugar adelante trataremos (Ibid., 84).
Todos elogian el ritmo y la musicalidad del verso y se interesan por los re
cursos poéticos de la poesía italiana. Con ello, anuncian el interés por la reno
vación de la línea española siguiendo los modelos instaurados en Italia, y que
poco después triunfarán con Garcilaso y con otros poetas del Renacimiento.
Giotto poseía ingenio tan excelente que no hay nada de cuanto crea la naturaleza,
madre y operadora de todas las cosas, en el curso del perpetuo girar de los cielos, que
él no reprodujera con el estilo, pluma o pincel, con tal semejanza que parecía cosa na
tural y no pintada; al punto de muchas veces conducir a engaño al sentido visual de los
hombres, que tomaron por verdadero lo pintado. Así, él sacó de nuevo a la luz el arte
que durante muchos siglos había yacido sepultado, por el error de algunos que pintaban
más por deleitar los ojos de los ignorantes que por complacer la inteligencia de los en
tendidos, y por eso puede decirse con justicia que fue una de las luminaria de la gloria
florentina.
(Boccaccio, D eca m ero n , VI, 5.)
Assi que aqueste nuestro poeta que establecemos instituyr, en lo primero venga
dotado de buen ingenio... Es menester, allende deste, que el tal poeta no menosprecie la
elocución... Y después desto deve exercitarse en leer no solamente poetas y estorias en
nuestra lengua, mas también en lengua latina. Y no solamente leerlos, como dize
Quintiliano, mas discutirlos en los estilos y sentencias y en las licencias, que no leerá
cosa el poeta en ninguna facultad de que no se apreveche para la copia que le es muy
necesaria, principalmente en obra larga.
(Juan del Encina, ed. de López Estrada, 1984: 85.)
E aim asymismo es arte de tan elevado entendimiento e de tan sotil engeño que la
non puede aprender, nin aver, nin alcançar, nin saber bien nin como deve, salvo todo
omne que sea de muy altas e sotiles invençiones, e de muy elevada e pura discreçiôn, e
de muy sano e derecho juyzio, e tal que aya visto e oydo e leydo muchos e diversos li
bros e escripturas e sepa de todos lenguajes...
(Alfonso de Baena, ibid., 37-38.)
Aristóteles presenta en cada imo de estos tres géneros de imitación, muchos ejem
plos de versos o de poemas que entonces se usaban en aquellas regiones: tú fácilmente
los encontrarás de la misma especie en los versos de los árabes; pero como la mayor
parte de ellos tienen por materia la lujuria y el apetito venéreo, y sólo sirven para incli
nar a los hombres a cosas nefandas y prohibidas, deben ser apartados cuidadosamente
Textos para comentario 217
los jóvenes de este tipo de poemas, y educados solamente en aquellos otros que incitan
a la fortaleza y a la gloria, únicas virtudes que en sus poemas ensalzan los árabes anti
guos, aunque más bien por jactancia que por exhortar a otros a ellas. Así con frecuencia
en aquel género de poemas se describen animales y plantas, al paso que los griegos
apenas tienen poema que no sea para exhortar a alguna virtud, o para apartar de algún
vicio, o para infundir alguna excelente costumbre y enseñanza.
(Averroes, a p u d Menéndez Pelayo: 1974: 379.)
Aristóteles cita varias partes que son propias exclusivamente de los poemas grie
gos. Pero las que se encuentran en los poemas árabes son tres: exordio, e p is o d io y
c o n clu sió n o éxodo. Como ya hemos dicho, la composición de la tragedia no debe ser
imitación simple, sino imitación im plexa y compuesta de diversos géneros, es a saber,
de agnición y de peripecia y de afectos de terror y de misericordia. Y para que sea
imitadora del alma humana y conmovedora de ella, es necesario que en las fábulas trá
gicas se pase de una cosa a su contraria, es decir, de la imitación de la virtud a la imi
tación de la fortuna adversa en que algunos hombres virtuosos han caído, porque esta
imitación mueve el ánimo a misericordia y le llena de terror, y le prepara para recibir
las virtudes; y, por el contrario, si el poeta pasa de la imitación de la virtud a la imita
ción del vicio, no producirá en nuestro ánimo afectos de amor ni de temor que nos
muevan a seguir el camino de la probidad. «Del primer género encontrarás muchos
ejemplos en nuestra ley [el Corán], v. gr. la historia de José y sus hermanos». «Nace la
misericordia cuando se narra algún caso adverso sucedido a quien por ninguna razón lo
merecía. De la misma causa nace el temor, cuando imaginamos que nos puede suceder
algún mal que ha sucedido a otro. Y nacen a un tiempo la tristeza y la misericordia,
cuando tememos que estas desdichas nos pueden suceder sin merecerlas. La simple
alabanza de las virtudes no infunde en el ánimo terror por la privación de ellas, ni mi
sericordia, ni amor. Si alguien quiere exhortar a las virtudes, debe dedicar parte de su
atención a aquellas cosas que producen dolor, miedo o compasión. Por consiguiente, la
tragedia perfecta será la que reúna todas estas cualidades, es decir, la exhortación a las
virtudes y a las cosas tristes y terroríficas que mueven a misericordia».
Algunos introducen en sus escenas trágicas la imitación de vicios y maldades jun
tamente con la de cosas dignas de alabanza, con tal que unos y otras se presten a la pe
ripecia. Pero el vituperar los vicios es oficio propio de la comedia más bien que de la
tragedia, y por eso no debe su imitación figurar principalmente en la tragedia, sino sólo
por incidente, y a modo de peripecia.
(Averroes, ibid., 385-386.)
Ill
LAS POÉTICAS CLASICISTAS Y NEOCLÁSICAS
Capítulo I
ger las ideas antiguas sacándolas de su contexto social y cultural para situarlas en
un nuevo marco, sin discutirlas, sino que las critican y valoran en el contexto de
sistemas filosóficos nuevos, de unas reflexiones sobre la lengua clásica y ver
nácula y de unas discusiones sobre problemas interdisciplinares, como el de la
mimesis como proceso generador del arte en general, el de la finalidad de la
poesía desde una perspectiva de filosofía moral y política, que enlaza de modo
inmediato con una idea de la autonomía o de la heteronomía del arte y con la
consideración del poeta por la sociedad, etc. Las soluciones que se den a estos
problemas caracterizan al período clasicista, que alcanzará su final cuando
sean sustituidas por otras (heteronomía / autonomía, mimesis / creación...).
Además en este panorama de erudición, de reflexión y de pragmatismo
político, aparecen obras literarias nuevas que, aunque coincidan en actitud con
las clásicas, no tienen las mismas formas ni tratan los mismos temas que las
antiguas, a pesar de lo cual se reconocen como artísticas y exigen criterios
adecuados para su análisis y comprensión cuando las antiguas normas y pre
ceptos no resultan pertinentes. Es decir, se necesita una nueva poética que
explique y justifique las obras nuevas.
Hay, pues, unas obras literarias y una teoría clásica que se recupera críti
camente situándola en un marco filosófico y cultural renovado y hay una
creación literaria nueva que exige una reflexión teórica adecuada. Weinberg
en una «Nota crítica general» a su obra Trattati di poetica e retorica del Cin
quecento (1970-74), explica cómo la teoría literaria del Renacimiento se
orientará a establecer unos cánones que puedan dar cuenta de todas las formas
literarias, las antiguas, ya explicadas por las poéticas y las retóricas clásicas, y
las nuevas para las que es necesario buscar nuevos criterios, la literatura na
ciente y la renaciente, la nueva y la antigua, exigen una base teorica muy
compleja. Progresivamente, y con elementos tomados de las poéticas anterio
res que se integran en los que la nueva literatura va exigiendo a medida que se
crea, se formará un paradigma de investigación literaria plenamente renacen
tista que se mantendrá durante dos siglos, pues «desde los inicios del Rena
cimiento hasta mediados del siglo xvm, la historia de la crítica consiste en
establecer, elaborar y difundir una concepción de la literatura que, sustancial
mente, es la misma en 1750 que en 1550» (Wellek, 1969: 16). La sucesión de
ideas, las variaciones del interés de unos temas a otros, los cambios de térmi
nos, que pueden diferenciar etapas en esos siglos, se harán manteniendo los
mismos principios básicos, de índole filosofica sobre la belleza y el arte, y las
mismas fuentes teóricas y normativas para la creación literaria, que, con valo
raciones y estimaciones diversas según los tratadistas, son la Poética de Aris
tóteles, la Epístola a los Pisones de Horacio y, en ámbitos retóricos, las Insti
tuciones oratorias, de Quintiliano, cuyo estudio y discusión llenan el siglo xvi
en Italia y pasan ya en el xvn al resto de la Europa culta. Los conceptos y pre
ceptos clásicos, con las orientaciones y los valores que a través de los siglos y
Poética clasicista en Italia 225
de las lecturas correctas e incorrectas se hicieron de estas obras, y de alguna
otra como Sobre lo sublime, de Longino, o las Enéadas, de Plotino, constitu
yeron el cuerpo teórico de referencia obligada en la creación y en la reflexión
literarias. García Berrio y Hernández Fernández resumen este proceso y el
valor que en él tienen las distintas fuentes: «en la Poética del siglo xvi conflu
yen varias tradiciones que hay que tener presentes, porque con su variedad
producen un efecto estético único y nuevo» (1988: 25); tales corrientes se
asientan en un declive indudable de la retórica medieval y son la aristotélica,
que es la básica, la platónica, de gran influencia en los creadores, aunque no
de excesiva presencia doctrinal, y la horaciana, que había pasado relativamen
te desapercibida.
El problema fundamental de esos dos siglos, con sus precedentes y sus de
rivaciones, podemos resumir que consistía en completar la doctrina clásica y
en determinar cómo se podía aplicar a la nueva literatura el viejo cuerpo de
doctrina, más o menos ampliado, más o menos adaptado a nuevos conceptos y
a nuevas formas. Las soluciones que se dieron se basaron unas veces en la
admiración a los maestros, con lo que prevalecía el criterio de autoridad, otras
veces en los análisis y en la crítica directa, que daba prevalencia a la propia
razón o al propio gusto.
Hay otro aspecto que contribuyó a orientar la nueva teoría literaria y a la
vez suscitó muchas discusiones: a medida que se descubren las obras literarias
se toman como canon estético indiscutible, pero en su valoración se introdu
cen los criterios éticos que los Padres de la Iglesia habían formulado a lo largo
del Medievo para combatir, o al menos encauzar, el paganismo y el laicismo
artístico. Aunque en muchos casos los criterios éticos se subordinan a los es
téticos, sobre todo en el ámbito de las teorías formales, esos principios eran
nuevos en su aplicación a las obras de arte, y había que contar con ellos en las
nuevas creaciones, cosa que no ocurría en el mundo clásico en el que no se
habían planteado a propósito de la actividad artística, al menos en la forma en
que luego se incorporan a la cultura europea a partir de la religión judeocris-
tiana. Podemos comprobar que, por ejemplo, los índices de libros prohibidos
censuran algunas obras por tratar cosas obscenas, pero exceptúan las clásicas
por su elegancia y porque fueron escritas en ambientes paganos; se oscila así
de la ética a la estética en la valoración de las obras clásicas, aunque las nue
vas siguen o tienen en cuenta el orden ético nuevo.
Hay, por tanto, obras nuevas, creadas con principios estéticos y éticos dife
rentes a los antiguos, que se intentan explicar por los modelos artísticos clá
sicos, ampliándolos o modificándolos cuando es necesario; y obras antiguas,
cuyos valores estéticos no se discuten, y cuyos valores éticos no parecen muy
conformes con las directrices religiosas que dominan la Europa que desde el
Concilio de Trento se aboca al Renacimiento. La ética y la estética, con prin
cipios formulados en culturas distintas, confluyen en las consideraciones teó-
TEORÍA LITERARIA, II. —8
226 Poéticas clasicistas y neoclásicas
2. L a A cademia florentina
Durante todo el siglo xvi, pero con antecedentes en la segunda mitad del
XV, se produce una renovación de la filosofía que consiste principalmente en
el abandono del formalismo escolástico y en la búsqueda de los contenidos en
las fuentes originales. Respecto a las platónicas, se trabajará en este sentido en
la Academia que Marsilio Ficino crea en Florencia y en la que él mismo tradu
ce, discute y da a conocer la obra del filósofo griego.
Como antecedente del platonismo renacentista señalamos a Nicolás de Cu
sa (1401-1464), aunque no mantiene un platonismo puro, sino muy mediatiza
do por ideas neoplatónicas, sobre todo de Plotino. Y lo destacamos por el re
lieve que alcanza como teórico en la posible explicación de los símbolos en la
lírica amorosa y en la mística.
Para Nicolás de Cusa el conocimiento reside en la proporción entre lo co
nocido y lo desconocido, y se logrará mejor si las cosas desconocidas están
más cercanas a las ya conocidas. La docta ignorancia consiste precisamente
en reconocer lo que no se sabe para partir a su conocimiento: el hombre se
acerca a la verdad por grados sucesivos de conocimiento, que debe recorrer
pasando por analogía de lo conocido a lo desconocido, sin que pueda alcanzar
nunca la verdad absoluta. Ockam había proclamado la imposibilidad del hom
bre de llegar mediante el discurso mental a la realidad divina, y el misticismo
había buscado otras vías para conocer esa verdad.
El Cusano parte de la teoría platónica de que la realidad y el conocimiento
humanos no pueden alcanzar nunca la perfección ideal: en términos cristianos
subraya desde esa posición la inaccesibilidad de la transcendencia divina.
Otro precursor de la estética platónica es León Battista Alberti (1404-
1472) en sus tratados, De statua (1434), Elementa picturae (1435-36) y De re
Poética clasicista en Italia 229
aedificatoria (1452), donde recupera ideas clásicas que, aunque las refiere a
las artes plásticas, resultan también interesantes en la poética. La belleza, si
guiendo la idea de los pitagóricos y de Platón, es la concinnitas, es decir, la
armonia entre las partes: «la belleza es una cierta conveniencia razonable
mantenida en todas las partes para el efecto a que se las desee aplicar, de tal
modo que no se sabría añadir, disminuir o alterar nada sin perjudicar notoria
mente la obra». La belleza de una obra artística se logra y se hace perfecta
cuando se siente que cualquier cambio que sufra le resulta nocivo. «Los neo-
platónicos no admitían la tesis de que la belleza dimanara de la proporción;
Alberti vuelve en este punto a los conceptos clásicos y su autoridad, reconoci
da ampliamente, fue la causa de que en las centurias siguientes se concibiera
la belleza como proporción» (Tatarkiewicz, 1991: 106).
El fundamento de la belleza, dirá Alberti, es la mimesis, la directa, que
reproduce formas (como puede hacerlo la pintura y la escultura), y también
la indirecta, que todas las artes pueden alcanzar si se atienen en sus obras a
las leyes estéticas de la naturaleza. La finalidad del arte es la belleza y el
medio para conseguirla es la imitación de la naturaleza; una imitación que
en ningún caso es pasiva, pues más que copiar, lo que el arte hace es repre
sentar las cosas. Esta idea supone también una vuelta al concepto aristoté
lico de mimesis, que se había ido diluyendo en los autores medievales. Con
el conocimiento progresivo de la obra de Aristóteles, surge pronto una po
lémica entre platónicos y aristotélicos que se recoge en la obra de Jorge
Gemisto Plethon, Diferencia entre la filosofia aristotélica y la platónica
(1439), a la que contestará Jorge de Trebisonda en un escrito, Comparación
de los filósofos Platón y Aristóteles (1455). Para el primero, Platón es
compatible con el Cristianismo, porque admite la existencia de un Dios
creador y un mundo transcendente; para el segundo, el filósofo más próxi
mo al cristianismo es Aristóteles, y todas las herejías tienen origen en Pla
tón.
Dejando aparte los problemas religiosos planteados en tomo a las posi
ciones filosóficas, nos interesa destacar que con estos antecedentes y esta
atmósfera se induce en Florencia un amplio interés por la filosofía, y Cosme
de Médicis encargará a Marsilio Ficino la creación de una Academia Plató
nica y la traducción de las obras del filósofo. A la Academia, que no tiene
carácter universitario ni artístico, acuden un grupo de sabios y artistas devo
tos de Platón, entre otros Alberti, que sienten el platonismo como un camino
para la renovación religiosa y social del hombre, y consideran a Platón co
mo la síntesis del pensamiento griego y del pensamiento cristiano. La pre
tensión de conseguir la armonía entre Grecia y el Cristianismo, que ya he
mos advertido en los Santos Padres con una orientación prevalentemente
cristiana, tiene ahora una decidida inclinación hacia la filosofía griega,
principalmente hacia la platónica.
230 Poéticas clasicistas y neoclásicas
La Academia florentina tiene dos períodos o tendencias claras: imo de
platonismo exclusivo, otro en el que busca la síntesis de platonismo y aristote
lismo.
El autor más destacado de la Academia es precisamente su fundador,
Marsilio Ficino (1433-1499) que no sólo tradujo, por encargo de Cosme de
Médicis, las obras de Platón, sino también las de otros muchos autores grie
gos. Su obra principal, titulada como la de Proclo Theologia Platonis (1492), y
sus comentarios a los diálogos platónicos (Marsilio Ficino sopra l ’amore o
ver Convito di Platone, Firenze, Neri Dortelata, 1544; en octavo, 251 págs.)
desarrollan una filosofía de carácter neoplatónico, en la que intenta demostrar
la unión entre filosofía y religión. Ficino está convencido de que la doctrina
platónica fue mejorada por los neoplatónicos (Plotino, Porfirio, Jámblico y
Proclo particularmente). El saber innato, el mundo lleno de símbolos, la jerar
quía de las esferas, la inspiración divina de la poesía, la religión del amor, etc.,
lo atraen grandemente; toda su especulación parte de la centralidad del hombre
en el mundo y de la inmortalidad del alma, que participa de lo finito y de lo
infinito y es la mediadora entre Dios infinito y las cosas finitas, y parece un
antecedente claro de la posición de los filósofos románticos alemanes, direc
tamente de Schelling.
Ficino cree que el mundo se rige por un triple orden divino: la providen
cia, orden que gobierna los espíritus; el hado, orden que gobierna a los seres
animados, y la naturaleza, orden que gobierna los cuerpos. La cualidad distin
tiva del hombre es la libertad, que participa de los tres órdenes en forma acti
va; el amor es la actividad propia del alma, y ésta, creada por Dios, se vuelve a
él por el camino de la belleza. La belleza, por tanto, es algo más que la pro
porción y la disposición de las partes, porque si sólo fuese así, las cosas sim
ples no podrían ser bellas, según había advertido Plotino. La belleza es el res
plandor de una imagen espiritual (simulacrum spirituale) de las cosas más que
su aspecto físico. Por ello, la contemplación de lo bello suscita el amor, la be
lleza prueba la existencia de Dios. La poesía es, como creía Platón, un furor
divino: iluminación divina de la mente, que eleva el alma; por otra parte, la
poesía es también imitación, medida y cálculo.
Tatarkiewicz resume la posición estética de Marsilio Ficino en cuatro tesis:
1. La belleza emana de la proporción de las partes y del esplendor de la
totalidad.
2. La belleza es siempre espiritual, aunque se manifieste materialmente.
3. El hombre reconoce la belleza por la idea de lo bello, que es innata, y
por el amor que siente hacia ella.
4. La poesía es un «éxtasis divino», que tiene su origen en la inspiración,
su rasgo distintivo. La habilidad no define al poeta tanto como la inspiración y
la intuición (Tatarkiewicz, 1970-1991: 129).
Poética clasicista en Italia 231
Ficino pasa a la historia como el principal platónico del Renacimiento, co
nocedor directo de los textos. Sus teorías influyen grandemente en los poetas y
serán desarrolladas en los Diálogos de amor (1535) de León Hebreo, que al
canzaron una gran difusión: fueron reimpresos en Venecia cinco o seis veces
en el mismo siglo xvi y fueron traducidos al latín, al castellano, al francés.
Los Diálogos de amor constituyen una doctrina, sobre el amor, o Philo-
grafla, como la llama el autor. Son tres diálogos entre Filón (el amor) y su
amada Sofía (la sabiduría). El primero trata De la naturaleza y esencia del
amor, el segundo De su universalidad, y el tercero, que es el más interesante
desde el punto de vista estético, De su origen.
León Hebreo establece una identidad casi perfecta entre la Metafísica y la
Poesía: el diálogo del origen del amor es ima Metafísica estética. El amor
cumple la circularidad del proceso cósmico, pues sale de Dios y a él vuelve.
Dios desea que el mundo imperfecto alcance la perfección y la belleza. Esta
metafísica del amor, que ya está en Nicolás de Cusa y en Marsilio Ficino, es la
nota más general del platonismo renacentista, y expresa dos principios funda
mentales: a) el carácter central del hombre en el mundo (base del humanismo),
y b) el carácter religioso del platonismo, lo que proporciona al arte, principal
mente al poeta, un sentido y un valor trascendente.
Las teorías platónicas sobre el amor y la belleza expuestas por León Hebreo
fueron un «nuevo modo de ver el mundo», que impone a la literatura un trans
fondo místico; por el contrario, las teorías aristotélicas, que alcanzan un gran
desarrollo especulativo, derivarán preferentemente hacia el texto y hacia los
análisis del discurso, proporcionando conocimientos sobre las obras poéticas.
La estética platónica y la filosofía del amor de L. Hebreo constituyen el marco
de referencia de la lírica y de la novela pastoril renacentistas; las teorías aristo
télicas constituyen la base del conocimiento sobre la obra literaria en el Rena
cimiento y en los siglos posteriores. La filosofía platónica influye más decisi
vamente en la creación literaria; la aristotélica es la base de la teoría literaria.
Una síntesis de platonismo y aristotelismo se da en la obra de Juan
Pico della Mirándola (1463-1499), De ente et uno (1492); en realidad la
síntesis que hace este autor es universal, pues abarca también la escolás
tica, la ciencia y la magia, la tradición griega y la árabe, etc. El tema del
hombre, centro del universo y superior a todas las criaturas, lo expone en
De hominibus dignitate, que con razón fue considerado el manifiesto del
Renacimiento italiano. Pico mantiene que el hombre alcanzará la verda
dera vida, la felicidad y el sumo bien, con la conciliación entre Aristóte
les y Platón, a los que hay que considerar complementarios: el hombre no
puede renunciar a conocer especulativamente la naturaleza, pero tampoco
puede renunciar a transcenderla; la vida especulativa que propugnan los
aristotélicos y la vida religiosa que exaltan los platónicos deben consti
tuir la síntesis del hombre.
232 Poéticas clasicistas y neoclásicas
LA MIMESIS
A partir de la segunda mitad del siglo xvi y con la aparición de los comen
tarios a la Poética, el concepto de mimesis se aproxima a las tesis aristotélicas,
que no deben entenderse del modo exacto en que fueron formuladas por el
autor; en todo momento hay que tener presente el eclecticismo de los teóricos
de la época, como hemos destacado; las teorías atribuidas a Aristóteles habían
asumido filtraciones de Horacio, de Averroes e incluso de los neoplatónicos.
La obra no ha de entenderse como calco o copia fotográfica de la realidad
empírica, pues la misión de la literatura consiste en representar no directamen
te la verdad, sino lo verosímil, es decir, lo ficticio con apariencia de verdad.
Tal como señala Tatarkiewicz (1970 / 1991: III, 212), el concepto de verosi
militud, junto con el de mimesis, ocupó el primer plano en la teoría poética del
Renacimiento tardío. Esto significa, en línea coincidente con el pensamiento
aristotélico, el reconocimiento de una gran libertad para el escritor, cuyo co
metido propio era narrar lo que podría o debería haber ocurrido, según lo pro
bable o lo verosímil, sin que le estuviera vedado lo real, materia específica del
historiador.
Uno de los problemas que afrontaron lo comentaristas fue precisamente el
de conciliar el concepto de imitación con el de invención, el de verdad con el
de ficción. El término imitatio fue sustituido paulatinamente por el de inventio,
lo que significa el progresivo abandono del imperativo mimètico y el gradual
avance hacia la libertad creadora. Esto explica la inclusión de la alegoría en la
imitación y la consideración años más tarde por los conceptistas de la metáfora
como forma imitativa de pleno derecho.
Lo irracional y lo maravilloso se aceptaban siempre que resultaran con
vincentes. La razón, entendida como sentido común o buen sentido, se encar
gaba de juzgar si las ficciones literarias eran creíbles o no para el lector. A
medida que avanza el período clasicista, los teóricos — así Mintumo o Tasso,
como veremos— se muestran más partidarios de dar cabida a lo maravilloso en la
Poética clasìcìsta en Italia 239
obra literaria, especialmente en el caso de la épica. No se puede olvidar que la
sorpresa y la admiración, con frecuencia ligadas a la invención de lo maravi
lloso, eran efectos que se reclamaban cada vez con mayor insistencia a las
obras literarias, al menos como causa inmediata del deleite.
El Concilio de Trento y la Contrarreforma despertaron la desconfianza
ante la literatura y el mundo de mentiras que crea, y aun sin reconocer la
existencia de una verdad poética independiente y ajena a la verdad histórica o
científica (idea ya presente en la teoría aristotélica), muchos teóricos defendie
ron la literatura de todas las acusaciones de falsedad con el argumento de la
coherencia y verosimilitud que la composición literaria necesitaba y así Min-
tumo habló de la verdad interior de las cosas, manipulable por el autor para
hacerla más agradable al lector, frente a la verdad exterior.
dignos de ser imitados: ¿qué es lo que se copia en los textos de los poetas per
fectos?, ¿el tono literario?, ¿los contenidos?, ¿el discurso?...
Si se pretende formular unas normas para la tragedia, el teórico puede
acudir a dos fuentes para establecerlas, la teoría expuesta en la Poética, o la
práctica de creación a través del ejemplo de las obras maestras constituidas en
modelos; y de la misma manera el poeta puede seguir uno de estos caminos: se
atiene a las normas y realiza su texto de acuerdo con ellas, o imita directamen
te las obras maestras, y en este caso ¿hasta dónde llega la imitación sin caer en
el plagio?
«Así pues — resume Wellek, bajo el término ‘imitación de la realidad’—,
podían albergarse todas las variantes del arte: desde el naturalismo estricto a la
más abstracta idealización, con todos los grados intermedios. Lo que en cada
caso se recomendaba dependía, además de las predilecciones particulares del
crítico, del supuesto de que los diferentes géneros requieren diferentes modos
de imitación» (1969: 30).
LA FINALIDAD DE LA POESIA
del siglo XVI. Se sabe poco del texto entre los siglos rv a. C. en que fue escrita y el
siglo xi en que empieza a ser conocida en Occidente a través de la copia del
manuscrito más antiguo que se conserva, el Codex Parisinus 1741. Algunas
ideas aristotélicas, esporádicas y sobre algún punto concreto, eran conocidas
en obras medievales, procedentes de la tradición doxática.
La penetración de la Poética en la Europa medieval se realizará por dos
vías: la árabe y la griega. La primera, a través de Averroes, es conocida sobre
todo en los siglo xv y xvi como Paraphrases Averroes, y fue bastante divul
gada, aunque en ámbitos restringidos de las universidades europeas. Con esta
versión, sin duda, se inicia y se culmina un proceso de «mala interpretación»
de Aristóteles que se mantendrá en la Edad Media y sólo acabará mediante los
comentarios directos de autores italianos en el siglo xvi. Parece que el comen
tario de Averroes, en la traducción latina de 1257 hecha por Hermanus Ale-
manus, alcanzó una relativa difusión, pues se conservan hasta veintitrés ma
nuscritos; fue impreso en 1481, y es por tanto la primera edición de la Poética
en el Renacimiento; pero pór esta vía, el texto griego había atravesado traduc
ciones al sirio y al árabe antes de llegar al latín, y es de suponer que las alte
raciones del texto serían sustanciales y que el «misreading» fuera inevitable.
La vía directa del griego al latín, hasta donde conocemos, se inicia con la
traducción de Guillermo de Moerbecke, obispo de Corinto, en 1278, es decir,
unos veinte años más tarde que la latina procedente del árabe; de ella se con
servan dos manuscritos del mismo siglo xm.
Hoy nos sorprende que no haya tenido la Poética una difusión mayor a
partir de estas traducciones, y quizá haya que pensar en causas de tipo
pragmático, más que de evolución e historia estrictamente literarias. Es po
sible que en los medios universitarios y académicos no interesasen por en
tonces tanto los temas literarios como los problemas teológicos, éticos o re
tóricos, y las traducciones de la Poética pasaron sin pena ni gloria. Hemos
dicho más arriba que el Quatrocento italiano es un siglo todavía latino y
cristiano en su cultura básica, y sólo en el Cinquecento la cultura se orienta
hacia lo griego, el romance, el laicismo y el aprecio de la belleza en sus
formas plásticas, no simbólicas; quizá el ambiente cultural para recibir la
Poética era más propicio en el siglo xvi que en el xiv y el xv; de hecho así
ocurrió.
A finales del siglo xv se imprimen la traducción latina de Alemanus y la
de Giorgio Valla, que vienen a cerrar la prehistoria medieval de la Poética; en
el siglo XVI cambiará radicalmente el panorama a partir de la publicación
en 1508 de la llamada «edición aldina», en un volumen con otros textos grie
gos de retórica, que suscitará la atención directa e intensa por las teorías de
Aristóteles, aunque no de una forma inmediata, según vemos al fechar los co
mentarios, y de nuevo, según pensamos, serán razones pragmáticas, las que
ponen el marco decisivo en la difusión y aprecio de las teorías literarias.
244 Poéticas clasicistas y neoclásicas
cen para justificar, y sobre todo para dignificar, las obras nuevas, situándolas
en géneros reconocidos, o en géneros nuevos que pudiesen encajar en esque
mas deducidos a partir de los que diseña la Poética.
Desde esta perspectiva de neoaristotelismo directo se plantean cuestiones
como el de los «géneros omitidos», el llamado «cuarto género», a propósito del
Decamerón, y no precisamente cuando se publica esta obra (1351), sino dos si
glos más tarde, cuando se censura después del Concilio de Trento (1545-1563) y
cuando ya se conoce la edición aldina de la Poética y probablemente los comen
tarios de Robortello. Recordamos aquí precisamente que hemos destacado la im
portancia que tienen en el desarrollo de las teorías literarias las circunstancias
pragmáticas: los temas y la reflexión sobre las obras nuevas no se inician cuando
la teoría, desde su ámbito, parece que debiera sistemáticamente plantearlas, o
cuando aparecen las obras nuevas, sino cuando las circunstancias sociales, polí
ticas, culturales en general, las sitúan en un primer plano.
El Decamerón, leído durante dos siglos sin mayores problemas, plantea
después del Concilio tridentino la necesidad de encajarlo en un esquema que
lo justifique como un género noble («mayor») en el conjunto de los géneros
reconocidos por teoría literaria aristotélica. Se confía en que si esta obra puede
encajarse en los esquemas aristotélicos, bien en forma directa, bien en un es
quema deducido de aquéllos, alcanzará la dignidad literaria suficiente para que
«le cose d’amore» y los temas risibles que son su materia, tratada quizá con li
gereza en referencia a los clérigos, sean tolerados y dignificados como
«literatura» en un género mayor.
Pero no eran solamente los géneros nuevos los que originaban problemas
de ampliación de los esquemas, las obras escritas en la línea de otras clásicas,
presentaban estructuras diferentes y exigían unos cánones normativos adecua
dos. Por ejemplo, las nuevas tragedias que se escriben y que no responden a
las formas y contenidos de la tragedia clásica griega, obligan a señalar el ser y
el deber ser de la tragedia, según el canon diseñado por Aristóteles; y en rela
ción a esto aparecerá la cuestión del enfoque preceptivo de la poética, por
ejemplo en el tema de la ley de «las tres unidades» y en general el de las nor
mas que deben presidir la creación literaria. Los temas literarios cobran relieve
cuando inciden sobre situaciones o cuestiones que socialmente comportan
compromiso y debate.
Vamos a plantear sistemáticamente, dentro de lo posible, estos temas y
vamos a comprobar qué interpretaciones les dieron los diferentes tratadistas, y
vamos a empezar precisamente con el problema de los géneros literarios: los
géneros tratados y los «géneros omitidos» en la Poética, centrándolo en las
discusiones sobre las «novelle» y el Decamerón, y el problema de los géneros
anunciados, pero no estudiados, al menos no conservados en el texto conocido
de la Poética, la «comedia», y revisaremos los comentarios de Terencio y la
tradición teórica donatiana sobre tal género o especie.
Poética clasicista en Italia 251
mejores peores
narrativo épica —
7. E l c u a r t o g é n e r o e n e l e sq u e m a a r is t o t é l ic o :
TEORÍA DE LA «NOVELLA»
Las «lezzioni» que la Academia deggli Alterati sometía en sus dos reunio
nes semanales a discusión no debían pasar de 21 páginas, y podían ser de dos
tipos «a maniera di comento» y «a maniera di trattato»; todas ellas tenían co
mo referencia general los principios del neoaristotelismo, dominantes en la
época.
Era el momento del mayor debate sobre el Decamerón, pues el mismo año
de 1573 Borghini y los académicos encargados de la revisión del texto lo dan
por acabado y publican la edición censurada; precisamente Bonciani parece
haber usado esta versión, pues convierte un fray Rinaldo en Messer Rinaldo, y
a ima abadesa en una muj er...
Mantiene Bonciani que las novelle constituyen un género poético entre
los que se consideran perfectos: el trágico, el heroico y el cómico (le novelle
sono equivalenti a quella maniera di poesie que perfette son chiamate: tra
gica, eroica e comica). Los tres géneros tienen una materia común, que son
las obras humanas. El principio generador es en todos ellos la mimesis, pero
como la imitación puede hacerse de obras diversas, de modos diversos y con
instrumentos diversos, de aquí derivan diferencias que dan lugar a los géne
ros, pues cada uno sigue un modo específico de imitación, tiene unos de
terminados objetos de imitación, y realiza la imitación con unos determina
dos instrumentos.
La imitación se hace de obras humanas, cuya diversidad procede de los di
ferentes modos de actuar; se pueden imitar los mejores y los peores de los
hombres y éste es el primero de los criterios para diferenciar los géneros. Para
imitar las acciones, buenas o malas, hay, según Aristóteles, tres instrumentos:
número, armonía y verso, y ninguno de ellos conviene a la novella, pues lo
propio de este género es la prosa, que habrá que añadir a los instrumentos se
ñalados por Aristóteles, que pasan a ser cuatro. En cuanto a los modos, pueden
darse dos: la narración o la representación, según el que imita use su palabra,
sin cederla a otros, o bien ponga a los demás como si estuviesen haciendo las
cosas y hablando directamente.
A propósito de la prosa como instrumentó de las novelle se discurre so
bre la posibilidad que ofrece de usarla en forma de diálogo, que sirve de
expresión a las personas en acción, tanto del género trágico como del có
mico.
Bonciani hace un repaso histórico de las acepciones que ha tenido el tér
mino novella a fin de conseguir la precisión necesaria: aparte de otras acep
ciones, es equivalente entre los griegos al término mithos, y entre los romanos
al término fábula. La fábula es la parte más perfecta del poema, ya que le pro
cura su ser y su forma (favola si prende per quella parte de ’ poemi che è la
più perfetta come quella che dà lor l ’essere et è la loro forma, 141). Pero
también se puede entender novella en relación con «cose nuove», generalmen
te «cose sciocche e fuor di squadra».
Poética clasicista en Italia 259
Teniendo en cuenta estos dos rasgos (en prosa / cosas ridiculas), ¿cómo
puede explicarse el uso del diálogo, que es tan serio en autores como Platón?
Hay un precedente claro en la época clásica: Luciano introdujo la novedad de
usar el diálogo para temas jocosos. La autoridad de Luciano puede servir para
justificar el uso del diálogo en la prosa de las novelle.
En cuanto a su origen, pueden considerarse antecedente de las novelle las
fábulas libias, cilíceas, egipcias y chipriotas que contaban cosas de animales,
que se llamaron apólogos; y más directamente las fábulas sibaríticas y mile-
sias, que imitaban acciones humanas, generalmente lascivas y graciosas, por lo
que se denominó «hablar milesio» al lenguaje que tiene ese tono. Después de
este excurso histórico, declara Bonciani que si bien tradicionalmente estas fá
bulas imitaban las acciones ridiculas, Boccaccio («il nostro Boccaccio») am
plió las posibilidades de la novella imitando también acciones de los mejores.
En resumen, teniendo en cuenta las posibilidades que le proporciona la
creación literaria y las realizaciones en las lenguas nuevas, la novella puede
definirse como «imitación de una fechoría completa, según el modo ridículo,
de extensión razonable, en prosa, que por la narración suscita deleite» (diremo
che le novelle sieno imitazione d ’una intera azione cattiva secondo ‘I ridicolo,
di ragionevol grandezza, in prosa, che per la narrazione genera letizia, 145).
Destacamos también algunos otros criterios de igualdad o de oposición
entre los diferentes géneros, advertidos por Bonciani. Puesto que la tragedia
estaba destinada a la representación y los espectadores no pueden estar mucho
tiempo en el teatro, la tragedia se ve obligada a cerrar las acciones en un solo
giro del sol, y lo mismo la comedia; la novella, como la epopeya, puesto que
su modo es narrativo, puede extenderse más y resulta la fábula de este modo
más verosímil, pues no tiene que apurar los motivos en un solo día. Por otra
parte, la comedia imita aquella parte de una acción que tiene desarrollo, y el
resto lo cuenta en el prólogo, mientras que la novela cuenta la acción comple
ta; también tiene la novella una mayor libertad para imitar toda clase de accio
nes, mientras que la comedia no puede poner en escena cualquier cosa. Todas
estas afirmaciones las ilustra Bonciani con ejemplos tomados del Decamerón.
A partir de la página 154, la Lezione deja el tono general e histórico y to
ma un carácter descriptivo para señalar los caracteres de la novella risible, que
tiene cuatro partes cualitativas: la fábula, los caracteres, la sentencia y la elo
cución. Los problemas que presenta la fábula son, además de la definición, la
acción y sus orígenes; la posibilidad de ser simples o complejas; la anagnorisis
y sus variedades; la peripecia; lo maravilloso. En cuanto a las partes cuantita
tivas, también existe una diferencia entre las cuatro partes de la tragedia
(prólogo, episodio, éxodo y coro) y las tres que tiene la novella (prólogo,
planteamiento y desarrollo: prologo, scompiglio y sviluppo).
El esquema aristotélico de análisis de la tragedia lo traslada Bonciani casi
al completo a la novella, y plantea dos cuestiones en la correspondencia con
260 Poéticas clasicistas y neoclásicas
los géneros de la Poética. Habría que distinguir dos tipos novelescos: la novel
la grave (correspondiente a la tragedia en el objeto, pues imitaría a los mejo
res), y la novella risible (correspondiente a la comedia en el objeto, pues imi
taría a los peores). Por otra parte habría una distorsión en los modos, pues la
novella puede utilizar, de hecho utiliza, el diálogo, que es el modo dramático
de imitación. La novella grave y la novella que incluye diálogo vendrían a ser
transgresiones de ese cuarto género que en su ser perfecto sería una obra imi
tación de los peores, en prosa.
El principio generador de la novella es el general del arte literario (la mi
mesis), su finalidad es el deleite, mientras que la tragedia tiene como finalidad
la catarsis. Frente al teatro (tragedia y comedia), la novella tiene una mayor li
bertad en el uso del tiempo, en su extensión y en sus acciones.
La definición aristotélica de comedia como «imitación de hombres inferio
res, pero no en toda la extensión del vicio, sino en lo risible, que es parte de lo
feo. Pues lo risible es un defecto y una fealdad y no causa dolor ni ruina...»
(cap. V de la Poética), no resultaba totalmente aceptable para los tratadistas
italianos, pero tuvo gran relevancia por ser aristotélica y uno de los pocos pa
sajes en que la Poética trata de la comedia. La novella, como la comedia re
cogerá «una acción mala según lo ridículo», no «según el vicio», de aquí que
resulte altamente interesante definir lo «ridículo». A este tema había dedicado
Vincenzo Maggi un tratado, De ridiculis (1550), donde trata de definir lo risi
ble, de establecer sus causas, los tipos y las condiciones en las que suele apa
recer.
Señala Maggi hasta tipos de lo ridículo, según se dé en el cuerpo, en el al
ma y en las cosas no humanas; y como puede ser verdadero, fingido y ac
cidental, combinando estos criterios pueden distinguirse, por ejemplo, la coje
ra, la falsa cojera y la caída (turpitudo corporis: verdadera, fingida, ac
cidental); la necedad, puede ser verdadera, fingida, o ignorancia ocasional:
fingir necedad es más ingenioso que ser necio, y provoca la risa con más faci
lidad. Castelvetro había advertido que el Decamerón constituía un repertorio
de todas las acciones ridiculas. La teoría de Maggi y la práctica del Decame
rón permiten a Bonciani hacer una clasificación de los engaños posibles en las
novelle.
La mayor parte de los engaños se producen por ignorancia, y todos se ge
neran por tres causas bien determinadas: aceptar malos principios, interpretar
mal las relaciones, ignorar el azar. Utilizando estas premisas y sus posibles
combinaciones se pueden clasificar toda clase de relatos risibles y se explican
toda clase de anécdotas. Esta clasificación y explicación de las novelle es
compatible con la clasificación aristotélica de la fábula en simple y compleja,
puesto que una se refiere al tema, a los contenidos de las fábulas, y otra a su
estructura o composición. Las fábulas complejas se caracterizan por la pre
sencia de la agnición, de peripecia o de ambas cosas.
Poética clasicista en Italia 261
El Decameron no es sólo un repertorio completo de acciones ridiculas y
engaños, es también, según encuentra Bonciani, una relación bastante comple
ta de los tipos de anagnorisis que analiza Aristóteles respecto a la tragedia: la
que procede de los signos, la que organiza el poeta, la realizada mediante la
memoria, la que se logra mediante el silogismo, la del falso argumento del
teatro y la que procede de la constitución de las cosas. De todas ellas, menos
de la cuarta, que no entiende bien, encuentra Bonciani ejemplos en las novelle
del nostro Boccaccio. Hay que decir que a veces no parece muy claro el pro
ceso de anagnorisis, por ejemplo el que propone para interpretar el cuento de
Andreucho de Perugia.
Más difícil le resulta encontrar ejemplos de peripecia, pues al ser ésta un
cambio de fortuna, o una distorsión entre la finalidad buscada y la alcanzada
(al estilo de Edipo rey), no suele darse en la novella; sí suele darse un rivolgi
mento, es decir que el resultado de las acciones sea el contrario al pretendido,
del tipo del «burlador burlado».
Por otra parte, y para diferenciarse bien de la tragedia, la novella no debe
componerse de modo que un mal no merecido suscite un efecto trágico de pie
dad, y tampoco debe exaltar el mal. El peligro de la novella estriba particular
mente en derivar hacia la tragedia porque produzca terror a causa de que el
mal que se cuenta tenga derivaciones injustas, y suscite un sentimiento de pie
dad en los lectores. El placer que produce la novella se inicia en el lector pre
cisamente porque se siente superior al burlado, porque cree que tiene sabiduría
donde el burlado muestra ignorancia.
El lector de novelle debe sentirse distanciado de los hechos para no identi
ficarse con el personaje burlado, y el mal debe ser ligero para que no suscite
compasión; por otra parte los vicios que se imitan no han de ser excesivos,
porque producirían un movimiento de rechazo y tampoco puede ponerse como
risible la virtud. Y destacamos todavía un consejo de Bonciani y que no está ni
mucho menos obsoleto: los personajes no pueden ser políticamente encumbra
dos, porque sería inconveniente para la ciudad y peligroso para el autor; y otro
consejo de Boccaccio, que no estaría de más: cuando es necesario contar cosas
deshonestas, conviene contarlas con palabras honestas.
Maggi había dicho en su tratado que era rasgo fundamental de lo risible la
admiratio, y ésta se suprime cuando lo risible se oye tres o cuatro veces, pues
la novitas es fuente de la admirado. La novella, por tanto, deberá procurar la
sorpresa y novedad de sus fábulas.
La novella queda situada en el conjunto de los géneros perfectos, como
cuarto género, con irnos rasgos que la oponen y la identifican parcialmente con
la tragedia, la comedia y la épica.
262 Poéticas clasicistas y neoclásicas
8. La c o m e d ia : g é n e r o n o o m it id o , p e r o n o t r a t a d o
condición social: los siervos deben llevar vestidos cortos y groseros para indi
car pobreza; o estado de ánimo: al hombre contento, le corresponden vestidos
albos; al triste, amarillos, etc. En cuanto al calzado, los cómicos deben llevar
zuecos, como los trágicos llevan coturnos; las barbas pueden ser negras o
blancas, cortas ó largas. Esto por lo que se refiere a las partes cualitativas.
En cuanto a las partes cuantitativas, recuerda Robortello que Donato dis
tingue cuatro: prólogo, prótesis, epitasis, catástrofe; sospecha que de éstas es
cribió Aristóteles en el libro segundo de la Poética. La comedia debe tener
cinco actos, según advierte Horacio en su Ars Poetica. Por último, del coro di
ce que ha hablado mucho en sus Comentarios a la Poética y de cómo fue su
primido en la comedia, por lo que deja el tema de la comedia en este punto.
Mintumo en De Poeta da una definición de la comedia en la que compa-
tibiliza elementos de la tradición donatiana y elementos aristotélicos:
... «la comedia es imitación de la vida, espejo de las costumbres, imagen de la
verdad, que trata asuntos civiles y privados carentes de peligros, o, como pienso
que aprobaría Aristóteles, ima imitación que representa, en lenguaje compla
ciente y claro, una acción que concierne a lo civil y privado, ni serio ni insigne,
sino alegre y ridículo, y apropiado para la enmienda de la vida, y forma un todo
único, de cierta magnitud. Introduce caracteres que no producen ni piedad ni
temor, sino que divierten y deleitan sus acciones.»
9. L a l e y d e l a s t r es u n id a d e s d r a m á t ic a s
10. L a l ír ic a c o m o t e r c e r g é n e r o
eos: sublime, mediocre e ínfimo (Huerta Calvo, 1984: 92). En relación con
estas clasificaciones basadas en las formas de estilo podemos considerar otra
también de tipo temario, la llamada rota Virgilii, que tuvo gran difusión en la
Edad Media, y que se refiere a los estilos seguidos por Virgilio en sus obras:
grave (el de la Eneida), mediocre (el de las Geórgicas) y humilde (el de las
Églogas); el estilo se pone en relación con los personajes (soldados, campesi
nos, pastores), con los objetos de mayor frecuencia en cada uno de los estilos
(espada, arado, cayado), con el espacio donde se desenvuelven las acciones
(ciudad, campo, pastos) y hasta con los animales (caballos, bueyes, ovejas) y
árboles más frecuentes (laurel y cedro; árboles frutales; haya), respectivamente
(Guiraud, 1961: 17-18).
La clasificación temaría se afianzará en el Renacimiento en la forma de los
que se llamarán géneros «naturales»: dramática, épica y lírica (García Berrio,
1977: 81-113). No obstante, será necesario resolver el problema que se plantea
en tomo a la forma de imitación de la lírica: si se mantiene que la mimesis es
el proceso generador del arte en el sentido que le había dado Aristóteles, de
imitación de acciones, está claro que la lírica no puede ser considerada como
género literario. Segni en sus Lezioni intorno alia poesía había señalado la
posibilidad de que la mimesis en la lírica se realizase sobre «ídolos», es decir,
ficciones literarias. Los criterios de imitación y las formas de enunciación, que
sirvieron para señalar diferencias entre los géneros, se identificaron en ocasio
nes con ellos y fue difícil alcanzar la clasificación ternaria final (Martín Jimé
nez, 1993: 42-45).
Las explicaciones sobre la Poética de Aristóteles que F. Robortello publica
en 1548, van seguidas, como ya hemos señalado al tratar de la teoría de la co
media, de unos pequeños tratados sobre géneros poéticos no estudiados en
ella, o sólo aludidos: Explicationes de satyra, de epigrammate, de comoedia,
de elegia, donde se investiga sobre la finalidad, el origen, la materia y la utili
dad de los diferentes géneros, así como las formas y temas que les son propios
y que deben buscar o evitar.
El primero de los tratados, sobré la sátira (Explicatio eorum omnium quae
ad satyram pertinent), señala que se ocupará del fin, origen, materia y utilidad
de la sátira, «quam secutus videtur Horatius» (Weinberg, 1970: 495). La sátira
es analizada en apenas doce páginas, en sus formas, medios de expresión, mo
dos, etc., y no queda claro a qué género ha de adscribirse.
Como toda poesía, la sátira imita acciones humanas (que pueden ser las
timosas, horribles o ridiculas), y lo hace con tres modos, con el ritmo, con la
palabra, con la armonía. Los poemas que no imitan son narraciones históricas:
Tito Livio, Salustio, Heródoto y Tucídides hacen historia. Hay una clara dife
rencia entre la historia, que expone las cosas que se han hecho y la poesía que
trata sobre aquellas que parece que han podido ser hechas. En este punto es
evidente que Robortello sigue a Aristóteles.
272 Poéticas clasicistas y neoclásicas
La lírica hace sus imitaciones de modo diferente al de las otras formas lite
rarias, pues la poesía (poiesis), puede ser escénica o lírica ésta tiene armonía y
ritmo, pero no palabra, mientras que la escénica tiene armonía, ritmo y pa
labra, y tiene tres especies: trágica, cómica y satírica. De estas afirmaciones
parece que podemos deducir que la lírica se identifica con la música, pues le
niega la palabra.
La satírica cree Robortello que tiene que ser muy antigua y la primera de
las formas poéticas, y probablemente Aristóteles no la incluye entre las escé
nicas, porque al hablar de la magnitud de las fábulas excluye la satírica por
que era corta, a pesar de que tiene imitación y acción, como la tragedia y la
comedia.
Entre los rústicos fue frecuente la costumbre de maldecir; los sátiros, dio
ses de pies de cabra y muy lascivos, inspiraron los poemas satíricos, por dos
razones, según Robortello, porque su culto era agreste y porque las formas de
hablar de los rústicos eran convenientes para su índole lasciva; la materia de la
sátira busca reírse de los ambiciosos, avaros ingratos, pródigos, perjuros, ra
paces, adúlteros, aduladores, locuaces, estólidos, amantes, ineptos, irreligio
sos, parricidas, desidiosos, inertes, parásitos, y otros de este estilo. Entre los
latinos escribieron sátiras Lucilio, Varrón, Horacio, Juvenal, etc. La finalidad
de la sátira no es la maledicencia por sí misma, sino la reprensión de los vicios
haciéndolos odiosos al verlos en otros y moviendo así a buscar la virtud.
El segundo tratado (Eorum omnium quae ad methodum et artificium scri
bendi epigrammatis spectant explicatio), aclara Robortello que «ex Aristotelis
De Poetica magna ex parte desumpta», y se propone analizar cuál es su mate
ria, qué es lo que hay que hacer y lo que hay que evitar al escribir los epigra
mas. El epigrama es una frase breve que puede estar en la tragedia, en la co
media o en otro poema extenso; su origen lo dice el mismo nombre:
inscripciones en las naves, en los sepulcros, en las piedras. La materia del epi
grama es muy diversa, ya que es corto y puede tomar como tema cualquier re
flexión sobre si los hombres merecen tal o cual suceso, sobre si los sucesos
son fortuitos, sobre descripciones, opiniones, etc. En estos tratados se alude,
pues, a la lírica y a alguna de sus formas, pero no como un género específico,
en serie con la épica y la dramática.
Sobre métrica y formas líricas en lengua vernácula escriben muchos auto
res:
Antonio da Tempo hace un comentario al Canzoniere de Petrarca. Gian-
giorgio Trissino (1529), Divisioni della Poetica; Claudio Tolomei (1539),
Versi e regole della nuova poesia toscana; Bernardino Daniello (1536), Poeti
ca volgare; Girolamo Muzio (1551), Arte poetica; Girolamo Ruscelli (1559),
Modo di comporre in versi nella lingua italiana.
Poética clasicista en Italia 273
Acerca del tipo de novela que trata las materias humildes y burlescas, y porque no
tenemos Aristóteles en aquel lugar en el que habló de la fábula cómica — y parece que
éstas deben llamarse con propiedad novelas— nos esforzaremos en decir lo que un in
genio poco agudo y un juicio todavía débil ha podido considerar en la oscuridad de la
materia y a pesar de la carencia de autoridades, entendiendo que, si se consideran el
sujeto y mis fuerzas, lo poco que yo diga ha de ser tenido en mucho.
... Diremos que las novelas son imitación de una acción completa, mala según lo
ridículo, de razonable extensión, en prosa, y que, mediante la narración, produce de
leite.
Se ha estimado asaz difícil entender qué es la imitación. Sin embargo, yo creo que
se comprenderá bastante ajustadamente si advertimos que esta palabra, «imitación»
suele significar al menos tres cosas a la vez: el que realiza la imitación, la obra hecha
por el artífice con el fin de imitar y la acción misma que ha emprendido con la imita
ción; parece, sin embargo, que ninguna de ellas puede llamarse imitación con propie
dad, puesto que ni el pintor que pinta en un cuadro la destrucción de Cartago se llamara
imitación, ni tampoco su pintura, ya que ésta es una pintura que imita, y no la mutación...
Las acciones pueden ser realizadas por dos tipos de hombres, por los virtuosos o
por los malvados... Las novelas de las que ahora discurrimos no han de imitar las ac
ciones de los buenos ni de los mejores, puesto que esto es propio de las tragedias. No
deben tampoco imitar aquellas obras que son enteramente depravadas y malvadas, por
que, al no castigarse como merecen, producen en los hombres más dolor que alegría e
introducen malas costumbres, e incluso cuando reciben un castigo adecuado a su mal
dad no por ello nos inducen a reír. Por esta razón, las acciones de una maldad tal no
pueden recibirse, bajo ningún concepto, en las novelas, antes bien, han de ser de as
que Aristóteles llamó malas según lo ridículo, que son las que realizan no los deprava
dos, sino, sobre todo, los que son necios y se dejan burlar. Esta es la fealdad que deben
contener las acciones de las novelas, puesto que en modo alguno puede aceptarse la
opinión de los que afirman que lo ridículo no surge de las acciones, sino de las pala
bras, esto es, de la agudeza en el decir; contra ellos tienen la autoridad de Aristoteles,
que, de la comedia, dio la definición siguiente: «La comedia es, ciertamente, la imita
ción de los peorés, no en toda la extensión de la maldad, sino que parte de lo feo es lo
ridículo, porque lo ridículo es un cierto defecto y fealdad sin dolor, y no destructivo».
Dice con entera claridad que la acción ridicula es necesana en la comedia; y al declarar
quiénes son los peores — pues la comedia es la imitación de los peores— precisa que
no tienen que ser de este tipo los hombres que pueden llamarse de mala vida y condi
ción- y nos revela cómo deben ser con estas palabras, «porque parte de lo feo es lo ridi
culo», casi como si dijera que han de ser necios y que han de hacer obras de unafeal-
dad tal que sean motivo de risa; de estos términos se sigue también que la risa ha de
sustentarse en la acción y no en las palabras, como habíamos determinado mas arriba.
(F. Bonciani, L ezio n e... II «La novella ri
sible». Trad, de M. J. Vega, 1993:114-117).
276 Poéticas clasicistas y neoclásicas
Sé también que Aristóteles dirá en otro lugar que el poeta debe tener en la mente
una idea de la perfecta bondad, en la cual debe fijar su entendimiento cuando quiere re
producir, digamos, un hombre valeroso, un hombre magnánimo. Y parece que aquí
presupone precisamente que no tiene que tener la idea de la bondad perfecta, ni tampo
co de la maldad perfecta, a la que se dirija con el pensamiento, cuando debe reproducir
un cobarde, un pusilánime, contentándose con reproducir los buenos o los reyes de
nuestro tiempo, o los hombres corrientes, cuando no intentan hacer algo perfecto, pues
no son los buenos o los reyes de nuestro tiempo perfectos y no alcanzan el máximo de
bondad o malicia. Se supone... que la poesía no es diferente por la mayor o menor per
fección de la bondad o del vicio de las personas que aparecen en el poema, sino por la
variedad de los estados de las personas, según sean de la realeza, ciudadanos, es decir,
medianos, o campesinos; y admitido que no es cierto que el poeta deba tener en su
ánimo una idea de suma perfección del vicio o de la virtud, y ni siquiera de una menor
perfección, a la que debe tener en cuenta cuando componga bien su poema. Yo creo
que el poeta debe tener en su ánimo la idea de una perfectísima y deleitabilísima histo
ria, de la cual no debe apartar la mente mientras hace su poema, para darle cumpli
miento y para hacerlo semejante a esa idea hace falta un valiente, o un cobarde, o a ve
ces un término medio entre valiente y cobarde, pues de otro modo la fábula resultaría
poco verosímil o poco maravillosa...
... Aristóteles habló de la segunda parte cualitativa de la tragedia, la cual contiene
costumbres, y habiendo tratado las cuatro cosas que se podían considerar, y como aún
se debería considerar la necesidad o la verosimilitud, pasó a razonar y a dar soluciones
a las dificultades, y una vez tomado el hilo, dijo algunas cosas no razonables. Luego
vuelve a hablar de las costumbres y nos enseña que para figurárnoslas bien debemos
seguir la usanza de los buenos pintores de imágenes, teniendo una idea de las costum
bres perfectas, que miramos cuando queremos reflejar las costumbres de la persona,
como ellos tienen un ejemplo de belleza perfecta a la que miran cuando quieren dar fi
gura a una persona bella. Y se comprende que este consejo no está de acuerdo con las
cosas que ha dicho en otros pasajes, sino que.está puesto aquí, como otras muchas co
sas puestas por acaso en muchos otros lugares de este librito. Para probar que debemos
tener un ejemplo de costumbres perfectas, utiliza esta demostración: así como los pin
tores que figuran lo bello, lo figuran bien, porque se han hecho primeramente un
ejemplo perfecto de belleza, a la cual se remiten, así el poeta trágico, que en su obra
debe imitar a los mejores, debe tener un ejemplo de costumbres perfectas, al cual mire
continuamente cuando quiere imitar costumbres...
Y se podría decir por qué él (Aristóteles) habiendo hablado ya de costumbres an
tes, y habiéndonos dicho cómo se debe hacer, por qué cuando vuelve a tratar de lo
mismo no remite a lo que ya ha dicho.
(Trad, nuestra de las págs. 40 y sigs. de la P o e tic a d 'A risto te le
v o lg a r izz a ta e s p o s ta p e r Ludovico Castelvetro, Basilea, 1567;
editadas en L a L e tte ra tu ra italian a. S to ria e testi, 1971: 1577).
Textos para comentario 277
La belleza es algo bello — propio de sí mismo— y natural, difundido por todo be
llo cuerpo, de donde parece que el ornamento debe ser algo adyacente y subsidiario,
antes que natural o propio suyo. Y de nuevo tenemos que decir que aquellos que edifi
can y pretenden obtener la estimación de todo cuanto erigen, a lo que deben aspirar to
dos los sabios, en verdad que actúan impelidos por razón verdadera. En consecuencia
pertenece al arte este hacer las cosas por razón verdadera. ¿Quién podría, pues, negar
que la mejor y más bella de las construcciones no se ha podido hacer sino con arte? Y
si en verdad que si esta parte que se refiere al ornamento y la belleza resulta la princi
pal, no será sorprendente que posea en sí misma algún arte y razón de gran potencia, y
más necio será quien haga burla de esto. Mas aún así algunos no aprueban estas cosas y
dicen que sólo es ima cierta y variada opinión la que emite juicio de la belleza y de to
das las construcciones, y que la forma de los edificios cambia según el gusto y el placer
de cada uno, no estando constreñidos por las reglas interiores del arte. Común defecto
de los ignorantes, es decir, que no existen las cosas que no saben.
La n a t u r a l e z a es el m o delo
La b e l l e z a n o c o n siste e n l a p r o p o r c ió n
L a POESIA Y EL ARTE
Hemos llegado al acuerdo de que la opinión de Platón es la más veraz: que la poe
sía no surge a partir de la técnica sino a partir de un cierto éxtasis.
El c a r á c t e r d iv in o d e l a po e sía
Gracias al éxtasis divino se alza por encima de la naturaleza del hombre y llega
hasta Dios. A su vez el éxtasis divino es la iluminación del alma racional a través de la
cual Dios conduce al cielo de nuevo al alma que ha caído al infierno.
A[ngelo]: Di queste, qual sia ciascuna, domanderò poi distintamente. Ma hora de
sidero, mi si dichiarino l’altre particelle della deffinitione.
Mpntumo]: Per uoi stesso chiare le ui farete, s’a memoria vi riducerete, hieri nel
raggionare essere ‘stato detto, che il Poeta Scenico e differente dal Lyrico, e dall’Epico
nel modo dell’imitare. Percioche il Lyrico narra semplicemente, e senza deporre la sua
propria persona; el Epico hor la ritiene, hor la depone, parte semplicemente narrando,
parte introducendo altrui a raggionare. Ma questi, del quale hora parliamo, dal princi
pio infin’all’estremo è vestito dell’altrui. Si come nelle Tragedie di Sophocle, e d’Eu-
ripide, delle quali già nostre alquante per l’opera e fatica del Dolce, e dell’Alemanni,
duo Chiarissimi ornamenti della nostra lingua, si sono fatte: e nelle comedie di Teren
tio, e di Plauto potra ciascuno vedere. E la piacevolezza, e soavità del dire non pur vie
ne del suono, e da tempi delle parole sotto certa legge di syllabe, e di piedi ristrette; ma
dal canto ancora; che con li versi, e con le rime s’acompagna.
(Della poetica thoscana del S. Antonio Minturno. Il secondo rag
ionamento. Angelo Costanza, et il Minturno, Libro II, pàgs. 65-66.)
Capítulo II
2. «Las QUERELLAS»
mará la necesidad de aplicar las normas; se perfilan así dos actitudes, la de los
normativistas (o regulares), partidarios de imitar a los antiguos y la de los an-
tinormativistas (o no regulares), enemigos de un arte condicionado por reglas
o por modelos; sus disputas dan lugar a la famosa «querella de los Antiguos y
los Modernos».
La «querelle» adopta formas especiales: cartas, prefacios, informes, etc.,
que circulan manuscritos o impresos y que tienen una gran difusión en el
mundillo intelectual y a veces lo rebasan. Desde 1623 hasta la aparición de
Le Cid en 1637 se escriben en Francia prefacios a las tragedias y tragico
medias, a veces tan extensos como las obras. En ellos se analizan, explican y
defienden teorías y prácticas literarias, y ejercen una gran influencia, a pesar
de lo cual hoy no son tan conocidos como las poéticas que se publican por la
misma época, a las que a veces inspiraron temas y teorías (Dotoli, 1987).
Resultan particularmente interesantes tales prefacios porque rompen la idea
de una crítica francesa uniforme, siempre razonable y rígida, como podría
deducirse del conocimiento de las poéticas. Pensamos también que el hecho
de que se defienda la libertad del autor se debe a que las normas amenaza
ban con acabar con ella.
El teatro se convierte en tomo al año 1630 en el espectáculo triunfante en
la corte, en las ciudades y los pueblos franceses de provincias: es apoyado por
el Estado, no es condenado por la Iglesia, y se considera un elemento de cultu
ra y un género literario muy estimable, de modo que todo el mundo habla de
teatro, y cualquier polémica sobre él es recibida con apasionamiento.
Los prefacios «Au lecteur» se inician con el Préface de Chapelain al Ado
ne, de Marino, en 1623, y se prolongarán, bajo formas diferentes, hasta más
allá del medio siglo; se escriben con la intención de justificar el valor dramáti
co de las obras que no siguen las normas; son escritos por el mismo autor, o
por alguno de sus amigos, y son contestados por otros prefacios que defienden
otro modo de entender la práctica teatral, basada en la observancia de las re
glas clásicas, que proclaman válidas para todo tiempo y cualquier espacio. Las
obras de crítica eran todavía poco numerosas y las revistas o periódicos litera
rios no existían aún, así que son precisamente los prefacios los que originan el
clima de «querelles» típico de la época, y los que inician una crítica literaria
directa, basada en los textos y en la práctica dramática.
La polémica se abre cuando Hardy, en 1625, en «Au Lecteur» en el volu
men III de su Théâtre, condena toda reforma lingüística y teatral y la libertad
absoluta del poeta y del público. Este autor, al que las historias de la literatura
francesas consideran su Lope de Vega, pues dicen que escribió unas seiscien
tas obras (de las que tiene publicadas treinta y cuatro), escribió obras de temas
tradicionales o tomados de la Antigüedad, suele situar el drama en el interior
del personaje pero mezclándolo con una acción viva, como en su Panthée, y
descubre que la resistencia de una personalidad ante su destino es uno de los
286 Poéticas clasicistas y neoclásicas
temas trágicos por excelencia, como luego mostrarán las tragedias de Cor
neille y Racine, principalmente. A pesar de estar en la línea de lo que será el
teatro francés triunfante en el siglo siguiente, el viejo Hardy es menospreciado
por los nuevos jóvenes dramaturgos.
En 1627, aunque corría manuscrito antes, D’Urfé entra en el debate con el
prefacio a la Silvanire, donde invita a seguir la naturaleza, a reproducir la vida
en el poema y justifica las innovaciones del lenguaje teatral, la mezcla de ver
sos rimados y versos blancos y el uso de un estilo menos serio y menos sen
tencioso que el de los antiguos, a fin de conseguir para Francia la supremacía
del arte dramático moderno.
El año de 1628 es fecha capital en las discusiones: F. Ogier en el «Préface
au Lecteur» de la obra trágico-cómica, Tyr et Sidon, de J. de Schélandre, de
fiende la libertad del poeta, no por capricho o mera elección personal, sino ba
sándose en una concepción hedonista del arte: si el teatro ha de agradar al
público, y ésta es su primera ley, el poeta ha de tener la libertad necesaria para
conseguir que la representación guste. El tema de la libertad del poeta y el te
ma de la finalidad hedonistica del arte aparecen ya vinculados en el «Préface
au Lecteur».
Ogier y dos años más tarde Chapelain, en una «Lettre» a Godeau, se pre
sentan como los teóricos del teatro moderno, y hacen la defensa de un género
desconocido para los antiguos, la tragicomedia, declarando que las leyes que
rigen el teatro deben proceder de la razón, no de los teóricos antiguos, y deben
fundarse en la verosimilitud, que es exigencia del espíritu, y en el decoro, que
es exigencia del corazón. Posteriormente Chapelain se desvía de esta primera
posición y se distancia de Ogier, ya que se propone restaurar la tragedia clási
ca y apoya todas las normas del teatro en el concepto de mimesis, puesto que
el principal efecto de la representación dramática consiste en proponer al es
píritu, a fin de purgarlo de sus pasiones desbordadas, los objetos como verda
deros y presentes; por tanto, la verosimilitud se convierte en el principio gene
ral desde el que se podrán deducir las leyes del teatro moderno. La posición de
Chapelain es la de un crítico humanista devoto de los clásicos y de las normas.
Ogier ataca vehementemente a los partidarios de imitar a los antiguos y se
convierte en heraldo de la nueva dramática; pide a los autores que creen sus
obras no por imitación de modelos antiguos, sino de acuerdo con su tiempo,
porque, según dice, si je ne me trompe, j ’invente beaucoup plus hereusement
que je n ’imite.
Los nuevos poetas ven respaldadas teóricamente sus innovaciones y se
produce una ruptura total entre el viejo Hardy y los dramaturgos jóvenes. La
polémica se encrespa y los panfletos circulan en uno y otro sentido: Ogier de
fenderá las innovaciones, mientras que Chapelain defenderá la posición clási
ca, sobre todo la unidad de tiempo, que considera necesaria en la tragedia por
razones de verosimilitud.
Poéticas clasicistas en Francia 287
Frente a los dos grupos, que seguirán publicando prefacios y cartas para
exponer las razones de su defensa o su rechazo de las normas, surge una pos
tura conciliadora, que sigue, entre otros, Corneille. El primer texto de este tipo
es de 1632: el prefacio «Au lecteur», que precede a la Aminte, tragicomedia
pastoril de Rayssiguier. El dramaturgo no toma partido por una u otra postura,
sino que destaca las ventajas y desventajas de las normas.
Aunque la autoría presenta problemas, fue probablemente Gougenot quien
hacia 1632 escribe un Traité de la disposition du poème dramatique, et de la
prétendue règle des vingt-quatre heures, que oportunamente se publicará en
1637, en plena querella del Cid con el título Discours à Cliton sur les
‘Observations du Cid’, avec un Traité de la disposition du poème dramatique
et de la prétendue règle des vingt-quatre heures. Esta obra proclama decidi
damente la libertad del teatro, a propósito de la unidad de tiempo, basándose
en que no hay por qué pensar que el tiempo es el mismo de un lado y otro del
telón: el tiempo de la historia es tiempo de ilusión y no tiene que coincidir con
el de la representación, que es tiempo real. La distinción entre tiempo del es
cenario (representación) y tiempo de la historia (ilusión), será argumento bási
co a partir de ahora.
El mismo año de 1632 Corneille publica Clitandre, una tragicomedia suje
ta a la unidad de tiempo (un día), pero advierte en el «Prefacio» que no lo hace
porque sea un convertido a las normas, sino porque quiere demostrar que las
conoce y es capaz de seguirlas. Puede chocar con los antiguos al proclamar la
libertad del autor y, aunque sin envidiarlos, admira a los modernos, cuyas
obras no están escritas por azar, sino por ciencia, sujetas también a normas que
ellos mismos se han dado. Por tanto, no pueden diferenciarse los dos grupos
por el criterio de seguir o no las normas, ya que todos siguen normas, unos las
del teatro antiguo, otros las del teatro moderno. Esta postura será la que en
adelante seguirá Corneille: un compromiso entre las reglas y la libertad, en
tendiendo por tal la posibilidad de buscar nuevas normas, y así lo expresará en
sus escritos siguientes: en el prólogo «Au lecteur», de Melite (1633) recuerda
que el teatro se destina no a la lectura sino a la representación y lo que cuenta
es la ilusión; «Au Lecteur», de La Veuve (1634) afirma que ha respetado
siempre la unidad de acción y la de lugar (calculando el espacio que se puede
recorrer en 24 horas en una villa), que en tres obras respetó las veinticuatro
horas y en otras tres se alargó; en La Veuve la acción dura cinco horas; e insis
te en el término medio respecto a los dos bandos, porque los partidarios de las
normas anulan los efectos más bellos, y los que no las siguen se exceden al
contrario.
La «querelle» va perdiendo poco a poco su connotación exclusiva sobre
las normas y se amplía a todos los aspectos del teatro, con lo que surge una
teoría del drama bastante elaborada y completa. Los dos bandos están intere
sados por los mismos temas, aunque los separe una diferente concepción del
Poéticas clasicistas en Francia 291
teatro como estructura artística y una diferente idea acerca de la función del
teatro en la sociedad. La definición del teatro, el principio de la mimesis, el
conocimiento de la realidad, el papel del público, la competencia de los críti
cos o del público para emitir un juicio sobre las obras, las relaciones entre tea
tro y sociedad y, sobre todo, entre teatro y poder, es decir, la autonomía del
teatro como hecho artístico frente a la heteronomía a que se le somete como
hecho social, serán los problemas más debatidos en las querellas de esta pri
mera mitad del siglo xvn.
Y entre ellas, la más destacada por la personalidad de su autor y por la in
tervención que se vio obligada a realizar la recién creada Academia Francesa,
será de llamada «querella del Cid», que alcanzará su máxima tensión en 1637
con las Observations sur le Cid, de G. de Scudéry; el Epílogo a La Suivante,
de Corneille; la Lettre a Scudéry sobre Le Cid, de J. L. Guez de Balzac... y se
prolongará hasta 1639, con la Apologie du Théâtre, de Scudéry, la Poétique de
La Mesnardière, y el Discours de la Tragédie, de Sarracín. La intervención de
la Academia podía alcanzar el tono de «censura oficial» y sobre ese peligro y
la posibilidad de emitir un juicio de valor autorizado, frente al juicio del públi
co que hace fracasar o triunfar una obra, van a discurrir las posiciones de los
que intervienen de uno y otro lado.
En resumen, el siglo xvii abre paso al teatro moderno a través de una po
lémica en tomo a las normas de la tragedia, que afectará también a la concep
ción del teatro y sus relaciones, de una parte, con la vida que oscila entre el
barroco y un clasicismo normativo, y de otra parte, con el genio y la inspira
ción del poeta, que todos colocan en primer lugar. A pesar de las «querelles»,
todos los autores, los críticos y los teóricos franceses tienen en común el es
píritu francés: admiran a los antiguos los partidarios dé los modernos, y valo
ran a los modernos los defensores de los antiguos. Mairet, el abanderado de
los clásicos, considera a los antiguos enojosos para los franceses, y el moderno
Godeau afirma que admira mucho a los antiguos. Y todos coinciden en sus fi
nes: dar a Francia la primacía en el teatro, paralela a la primacía política que
procura Richelieu (Dotoli, 1987).
LA «QUERELLE DU CID»
sonne ne sera receu dans l’Académie, qui ne soit agréable à Monsieur le Pro
tecteur, et qui ne soit de bonnes moeurs, de bonne réputation, de bon sprit, et
propre aux functions académiques»; y otros artículos reiteran la sumisión de la
Academia a la Iglesia, al Príncipe y al Estado.
Desde una vision estrictamente histórica, la «querelle» surge por la reac
ción irritada de G. de Scudéry y otros autores ante la vanidad de Corneille en
la Excuse à Ariste, pero el tono de la polémica entre los defensores y detracto
res, no parece justificado ni por el éxito de Le Cid, ni por sus presuntos con
tenidos inmorales, ni la presunta apología del duelo, o los pretendidos conte
nidos pro españoles de la tragedia, ni siquiera por la improbable envidia de
Richelieu. La polémica del Cid, aparte de estar encuadrada en el marco más
general de la «querella de Antiguos y Modernos» y de los problemas de prác
tica y de teoría dramática que se debatían en ella, hay que interpretarla en un
marco político y cultural más amplio, el de la Francia del Gran Siglo. Ninguno
de los argumentos que se debatieron explica el tono de la polémica, que fue
apasionado por parte de unos y otros. Los argumentos que se esgrimieron fue
ron los citados, pero el tema latente era de tipo político, o en todo caso de las
relaciones del arte con el poder político.
G. de Scudéry tomó la defensa de los fines morales del teatro ante la
conducta de un personaje que, como Jimena, persiste en amar al matador de
su padre, y ante los diálogos en que el Conde hace confidencias a Elvira,
dama de Jimena, que es de condición más baja, pues no pertenece a su ran
go. Estos personajes o estas relaciones no resultan conformes con los cáno
nes ideológicos, morales, sexuales y sociales de tipo universal que debía ob
servar el teatro, según una norma que excluye de los caracteres dramáticos
los comportamientos que tienen valor individual en la vida cotidiana, o la
norma que manda guardar las distancias entre las clases sociales: estos per
sonajes y esos comportamientos fuera del canon, por más que sean reales,
no pueden ser propuestos en una obra de teatro como modelos de conducta a
la sociedad. Los personajes de una obra dramática han de ser verosímiles en
razón de su papel y de la finalidad del teatro. Si la historia del Cid había su
cedido realmente en España, lo que nunca debía haber hecho Corneille era
elegirla como tema dramático, ya que literariamente no es verosímil. Con
estos argumentos se opone el arte verdadero (conforme a la realidad) al arte
verosímil (conforme a las normas literarias y al fin que procura la tragedia:
servir de ejemplo).
No obstante, el éxito alcanzado por la obra en su estreno permitía justificar
la defensa del Cid a los que asignan al teatro un fin lúdico, que cumplía am
pliamente, pues nadie dudaba del placer que el público recibía en las represen
taciones con una historia real y verdadera, a pesar de su «inverosímil inmora
lidad»; y trataron de explicarse y de justificarse las conductas de los
personajes en nombre de su realidad histórica: ¿cómo puede considerarse inve
294 Poéticas clasicistas y neoclásicas
recién creada, que tome partido y haga un informe sobre el Cid. La Academia
Francesa que empezó como un grupo de nueve amigos que se reunían en casa
de uno de ellos en el centro de París, despertó el interés de Richelieu, que ad
virtió que si ese grupo se organizaba oficialmente, podría ser un medio para
dominar a los siempre rebeldes escritores. La sesión inaugural de la nueva
institución tiene lugar en 1634 (aunque la carta fundacional del Rey es de
1635). El Parlamento la vio con recelo, porque temía su posible poder o in
fluencia política, y para dar su visto bueno añade a sus estatutos una cláusula
según la cual su actividad debía limitarse a cuestiones sobre la lengua, y a juz
gar los libros de los mismos académicos o aquellos que se le propongan para
que los juzgue. Algunos escritores, como Guez de Balzac la consideran como
instrumento de la tiranía sobre los espíritus; los odios contra ella serán orques
tados por la Universidad de París.
Una institución recién estrenada, sometida por sus estatutos a los poderes
públicos, concretamente a la figura de su protector, el todopoderoso cardenal
Richelieu, y que quiere debutar con espíritu de justicia y de independencia
respecto al arte literario, es indudable que debía proceder con pies de plomo al
elaborar su informe que ponía enjuego la autonomía del arte frente a los pode
res públicos, y por otra parte el éxito del Cid indicaba el apoyo del pueblo a la
independencia de la escena frente a los fines utilitaristas que se pretendían
asignar al teatro. Se ponían en juego exigencias muy diversas, que había que
conciliar: había que salvar, por una parte, las normas clásicas, garantía del ar
te, y el fin utilitario del teatro, y mantener que los juicios sobre las obras son
competencia de los entendidos, pero, por otra parte, no convenía que la Aca
demia saliese a la palestra literaria para molestar a un público que ya había
decidido clamorosamente a favor de la obra y además ya no era solamente el
público iletrado, la obra gustaba también en palacio.
Los académicos elegidos para hacer el juicio se mostraron reticentes a
aceptar el encargo; pensaron que la Academia no debía hacerse odiosa por un
juicio. Chapelain, que se había convertido en el representante de Richelieu en
la Academia y presidía la comisión, lo comenta en sus cartas. En una a Guez
de Balzac, se hace eco del rotundo éxito del Cid, que explica por la falta de
madurez del público francés, aún no bien educado en las reglas del arte dra
mático. Sin embargó, como el éxito llegaba también a la corte y a los ambien
tes literarios, Chapelain lo explica porque el Cid es mejor en general que el
teatro moderno presentado hasta entonces, aunque sin llegar a tener las cuali
dades de belleza de un teatro sometido a normas. El problema estaba en cómo
explicar un teatro controlable sin una censura que molestase al público no po
pular al que había agradado el Cid.
Los estatutos de la Academia limitaban el juicio de ésta a las obras de los
académicos y expresamente decían que no estaba obligada a dar su juicio so
bre obras de otros autores, ni para censurarlas ni para alabarlas. El informe so
296 Poéticas clasicistas y neoclásicas
3. L as P oéticas
Las normas clásicas se imponen hacia 1640, después de las «querellas sobre
Antiguos y Modernos» y sobre el Cid. Jules de la Mesnardiére publica en 1639
su Art Poétique (un volumen sobre tragedia y elegía); el abad d’Aubignac publi
ca en 1657 su Practique du théâtre-, Colletet, en 1657, su Discours du poème bu
colique y después un Traité du sonnet y un Discours sur l ’épigramme; son poé-
Poéticas clasicistas en Francia 297
ticas parciales que recogen ideas de las querellas, de los salones y del ambiente
en general. Las poéticas completas más conocidas serán la del P. Rapin y, sobre
todas, la más celebrada, la de Boileau, aquella en prosa, ésta en versos alejandri
nos. No son obras aisladas que propongan los cánones clásicos desde un ambien
te de estudio o elitista, son la voz de su época, que sintetizan las principales ideas
sobre el teatro, que llenan la primera mitad del siglo, y recogen también los con
ceptos sobre la literatura en general, su origen y sus fines, sobre la lírica y sus
formas y sobre la épica. Vamos a analizar someramente las principales ideas so
bre el teatro de J. de la Mesnardière para pasar en otro apartado a la exposición
de los problemas que plantean la de Boileau y la de Rapin. Las tesis aristotélicas,
a través de las interpretaciones y comentarios de los italianos del Renacimiento,
alcanzan en estas poéticas su expresión más dilatada; con la poética de Luzán en
España, cierran el ciclo de las que llamamos poéticas miméticas, debido a que
sus formulaciones sobre los muchos aspectos de una poética son más o menos
diversos, pero todas coinciden en señalar como principio generador del arte la
mimesis.
LA POÉTICA DE LA MESNARDIÈRE
expuesto. El placer del pueblo vulgar puede conseguirse con los saltimbanquis
italianos y sus saltos peligrosos: los Zannis, los Pantalons, y actores de esta
estofa son suficientes para alcanzar este fin; no tiene razón «Lope de Vega
Carpio, esprit fort inteligent, et seulement condamnable pour n’avoir pas em
ployé les meilleures façons d’écrire dans ses Ouvrages de Théâtre, encore
qu’il les ait touchées dans l’Art qu’il a composé pour les Poètes de sa nation;
ne rend point d’autre raison de sa vicieuse pratique, et de ses fautes volontai
res, sinon qu’il a voulu plaire à la multitude ignorante, presque en toutes ses
Comédies; qu’elle n’auroit point estimées, si elles avoient été parfaites, et
formées selon les Règles. Porque corne (sic) las paga, es justo / hablarle en
necio, para darle gusto». Lope se equivoca al señalar esa finalidad al teatro,
como se equivoca Castelvetro.
La Mesnardiére alude continuamente a Castelvetro del que dice que entre
los italianos que han tratado de poética, su obra sería admirable «si la pasión
de contradecir al más sabio de los hombres, no le hubiese inspirado tan extra
ñas opiniones», como son el decir que la poética es un arte que no puede ser
comprendido, y que Aristóteles es un sofista, que se mete a discurrir sobre co
sas que no entiende. Ante tales afirmaciones el lector no sabe si seguir a Aris
tóteles por su autoridad, o creer a Castelvetro y lo que puede hacer es guiarse
por la razón y no encantarse por los antiguos por el hecho de serlo ni condenar
a los modernos por ser modernos. La facultad de la razón es de todos los tiem
pos, habla todas las lenguas y puede vivir en todos los países y a ella hay que
atenerse para dar a cada uno su razón.
La Poética de J. de la Mesnardiére está dividida en doce capítulos, cuyos
títulos nos advierten que no estamos ante una poética general, a pesar del pri
mer capítulo, sino ante un tratado de la tragedia, siguiendo en parte la Poética
de Aristóteles, pues se refiere a las partes cualitativas de la tragedia solamente:
I. La Naturaleza de la poesía.
II. División del poema dramático en dos especies.
III. La tragedia y su definición.
IV. Las partes cualitativas de la tragedia.
V. La fábula, parte principal de la tragedia.
VI. Especies de fábulas.
VIL Partes de la fábula compleja.
VIII. Las costumbres.
IX. Los sentimientos.
X. La palabra.
XI. La disposición del teatro.
XII. La música.
También afirma que los autores de poética en general tienden a dar preceptos
y hablan imperiosamente, sin embargo, Aristóteles no nos obliga jamás a
aceptar sus ideas, se limita a exponerlas sobre razones poderosas, y talmente
parece que la razón sea la voz de Aristóteles.
Las especies del teatro son la tragedia, cuya etimología e historia recoge
La Mesnardiére, la comedia y la tragicomedia, nombre que no utilizaron nunca
los antiguos griegos y aparece con Plauto en referencia a su Anfitrión.
Para la tragedia acepta totalmente la definición de Aristóteles: «tragedia es
la representación seria y magnífica de una acción funesta, completa, de gran
importancia, y de razonable extensión; no sólo por el discurso, sino por la
imitación real de las desgracias y los sufrimientos, que produce por sí misma
terror y piedad, y que sirve para moderar estas dos pasiones del alma», porque
resulta que es aplicable a la tragedia moderna si se prescinde de la música y
del ritmo, que no son elementos esenciales en la tragedia.
Siguiendo también en forma directa a Aristóteles, señala La Mesnardiére
seis partes en la tragedia llamadas de cualidad, para diferenciarlas de las que
determinan su extensión. Son la fábula, las costumbres, los sentimientos, el
lenguaje, el aparato o disposición del teatro y la música. La fábula es la acción
que el poeta debe imitar, va acompañada por las costumbres que le convienen,
y éstas causan los sentimientos que les resultan adecuados.
La fábula dramática es propiamente la estructura del tema y constituye el
principio y alma de la tragedia, ya que es el elemento más importante. La fábu
la contiene las cosas que el poeta debe imitar; el discurso es el instrumento
con el que se imitan; y la representación directa es el modo de imitarlas. La
fábula y el discurso expresan los sentimientos del poeta; los gestos y la palabra
son movimientos del actor.
La tragedia es una imitación, pero no de un hombre, sino de la acción de
un hombre, y es necesario que tal acción sea importante y destacada. Por eso
es conveniente que las tragedias versen sobre acciones de reyes, de príncipes,
princesas y de gobernantes de los imperios que gocen de una gran felicidad y
sufran un cambio total, y mejor si se trata de sucesos conocidos en la historia
para que el espectador pueda reconocerlos. Conviene también, siguiendo a
Aristóteles, que el personaje no sea ni absolutamente bueno, ni soberanamente
injusto, porque no está bien que parezca merecer los infortunios que le suceden.
Es necesario también que el héroe infortunado de la tragedia no sea des
graciado a causa de sus imperfecciones, sino por haber realizado un error que
merece ser castigado (hamartía). En este punto el poeta debe tener en cuenta
la moral y dar buen ejemplo, no como ocurre en la Medea donde el héroe es
pérfido y la heroína asesina de príncipes, que además son sus hijos, y ni uno ni
otra son castigados en su persona.
Si bien la tragedia tiene como efectos propios el suscitar la compasión y el
temor, no debe producirlos de la misma manera: el temor debe ser menor que
300 Poéticas clasicistas y neoclásicas
rés. Sus partes son tres, muy bellas, la peripecia, la anagnorisis y las pasiones.
La peripecia es el cambio debido a un suceso imprevisto. No señala La Mes
nardiére si es para mal, pero tiene que ser así porque no sería lógico al co
mienzo, sino al desenlace un cambio de mal para bien. Lo que sí afirma decla
radamente es que una fábula no puede incluir más que una peripecia.
La agnición, o reconocimiento, es «un sentimiento de la memoria y de la
imaginación, por el cual el entendimiento reconoce una cosa de la que no se
había apercibido»; puede basarse a muchos signos: objetos, señales corporales,
el discurso, una carta, etc., y la mejor que el propio tema lo produzca, como
ocurre en Edipo rey.
Las pasiones {ethos) «son los sentimientos llenos de tristeza y dolor, con lo
que se agita nuestra alma al recibir los objetos que le ofrece la obra, sea por el
oído, sea por los ojos, cuando muestra o cuenta acciones lamentables». Es la
parte más excelente de la fábula, ya que es precisamente aquí donde el poeta
conocedor de la elocuencia muestra su habilidad para utilizar todos los recur
sos que esta ciencia le ofrece para mover el alma de los espectadores a la pie
dad y al temor.
Las tres partes de la fábula: peripecia, anagnorisis y ethos no son inexcu
sables y hay algunas obras excelentes en las que concurren la peripecia y las
pasiones, sin que haya anagnorisis, y otras en las que falta la peripecia. Las
mejores obras son aquellas en las que concurren las tres partes. El ethos debe
ir aumentando progresivamente, pues si se estanca va a menos: la forma de
destruir las pasiones es estancarlas. Por útimo añade La Mesnardiére que la
anagnorisis debe producir un cambio en la fábula.
Por costumbres se entienden: «unas poderosas inclinaciones que obligan a
la persona a descubrir por su conducta su alma, y aparecer como es». Las
costumbres deben concordar con el carácter y, aunque en la vida los malvados
pueden ser felices y los muy virtuosos e inocentes pueden sufrir, en la tragedia
no conviene que se ponga así: Hipólito es demasiado virtuoso para morir, Fe
dra es demasiado criminal para suscitar compasión, Egisto y Clitemestra,
adúlteros y parricidas, merecen castigo ejemplar.
Al exponer las costumbres en relación a los caracteres debe tenerse en
cuenta que lo universal cede ante lo particular, según la intención de la fábula,
y si hay que poner un español en un personaje modesto, no hay por qué consi
derar que la nación es insolente, porque, a pesar de las costumbres propias de
cada país, se encuentran españoles que son buena gente, corteses, civilizados y
moderados, de la misma manera que se encuentra entre los franceses gentes
que no son ligeras, como dicen los extranjeros que son los franceses (124). Es
necesario que el poeta tenga en cuenta la propiedad de las costumbres, así no
debe poner una mujer sabia o un criado juicioso, porque no es verosímil.
A estas alturas de su exposición introduce La Mesnardiére unas «Con
troversias teatrales», en las que a lo largo de más de ochenta páginas (142-
302 Poéticas clasicistasy neoclásicas
Los puntos más destacados se refieren a las cualidades del autor (la inspi
ración, la adecuación del autor con el género que elige, el trabajo, la modestia
como cualidad que le permite seguir modelos buenos, someterse a la valora
ción de los críticos prudentes y no dejarse llevar de los aduladores a fin de no
sentirse demasiado satisfecho de su obra), a la obra realizada (que ha de aspi
rar a la belleza formal, ha de someterse al predominio de la razón y ha de huir
306 Poéticas clasicistasy neoclásicas
de todo exceso de fantasía), y a los lectores (tener en cuenta los consejos de
los críticos prudentes y eludir el halago).
Boileau, siguiendo a Horacio (ne quid nimis) censura los excesos de la ex
presión; aconseja a los autores franceses que dejen a los italianos la locura
brillante de los falsos brillos; y cree que es necesario huir de la abundancia
estéril y de los detalles inútiles, porque así lo exige el buen sentido y también
para no romper la unidad del conjunto de la obra.
Respecto al tema, tan controvertido por los años de 1630, de la finalidad
del arte, hedonística o utilitaria, que tanto apasionó en la querellas sobre tea
tro, Boileau toma partido resueltamente por las concesiones al público, acon
seja buscar el amor del público y escribir en forma variada, porque el estilo
demasiado uniforme «nous endorme»; hay autores «qui toujours dans un ton
semblent psalmodier». En resumen, aconseja: «n’ofrez rien au lecteur que ce
qui peut lui plaire» (103). Con lo que viene a resultar la síntesis de lo que de
fendían los dos bandos, que tan enfrentados parecían en la primera mitad del
Gran Siglo, y que el buen espíritu francés termina por conciliar.
II: Los géneros menores
El idilio, los excesos que deben evitarse y modelos que deben seguirse.
La elegía: condena del preciosismo en nombre de la sinceridad y la
emoción.
La oda: el orden de la composición.
El soneto, el epigrama, el rondó, la balada y el madrigal.
La sátira: su evolución.
El vodevil.
Precepto final: el poeta debe ser y permanecer modesto.
Este segundo canto es más que una preceptiva una descripción de los gé
neros menores tal como los venía cultivando la literatura francesa. Está dedi
cado a los poemas líricos y desgrana las exigencias particulares de cada Uno;
se ocupa con extensión del soneto «de rigurosas leyes».
III: Los géneros mayores
a) La tragedia
Doctrina de la imitación, retórica y emoción.
Reglas particulares: la exposición; la regla de las tres unidades.
Lo verdadero y lo verosímil.
La fábula, la intriga, el desenlace.
Evocación histórica del comienzo de la tragedia en Grecia.
El teatro en Francia, el amor por la tragedia.
Carácter del héroe trágico.
Los caracteres; su tono adecuado; persistencia y unidad.
La crítica.
Poéticas clasicistas en Francia 307
b) El poema épico
La alegoría y ornatos de la epopeya.
Condena de lo maravilloso cristiano en la epopeya.
Defensa de la alegoría en los temas profanos.
Cualidades del héroe épico y del tema épico.
Consejos generales para la narración y la descripción.
El comienzo: Virgilio.
Las imágenes poéticas: elogio de Homero.
c) La comedia
Breve historia de la comedia: su aparición en Grecia.
El autor debe estudiar la naturaleza y la vida para construir bien los
tipos cómicos.
Consejos generales para conducir la intriga.
Condena de la farsa.
Vuelve en este cuarto canto Boileau a insistir sobre las cualidades persona
les del escritor, sobre la necesidad de que no se vanaglorie demasiado, que
308 Poéticas clasicistasy neoclásicas
atienda a los críticos prudentes y no a los amigos aduladores. Parece que algu
nas de las afirmaciones que ahora hace sobre la moralidad del arte y su utili
dad no están muy en consonancia con las afirmaciones anteriores de dar gusto
al público, pero como en todo, la posición del siglo xvn francés, es la de un
compromiso entre el placer estético y la utilidad y moralidad de la obra literaria.
tragedia ni han sido propuestas como normas por Artistóteles, que no habló
más que de la unidad de la tragedia, pero no como una norma sino como un
hecho que se daba en las tragedias griegas, ni parecen encontrar apoyo en el
buen gusto o en el sentido común, a no ser que convencionalmente, como hace
el neoclasicismo, se admita que el sentido común consiste en guardar tales
normas, con lo cual estamos ante una petición de principio y no ante un enun
ciado formulado por la razón. Las normas, tal como las concibe L ’Art poéti
que, garantizan obras de artesanía, más que de arte, porque están justificadas
por el fin: si se considera que una buena tragedia es la que observa las normas
de las tres unidades, se deduce lógicamente que para hacer una buena tragedia
es necesario observar la norma de las tres unidades. Se parte de un enunciado
valorativo (son buenas las tragedias que tienen tales caracteres), y admitido el
juicio que está implicado en la frase, pasa a ser lógico el segundo enunciado
que tiene forma de precepto: deben seguirse las normas para alcanzar el fin
buscado. Y hasta se consigue una buena tragedia con esas normas si el autor es
genial, pero de esto no se habla.
Imitación y verosimilitud.— En Grecia, tanto Platón como Aristóteles
mantienen la tesis de que el arte es copia de la naturaleza, según el primero
hecha con un sentido lúdico, según el segundo hecha con un sentido artístico.
La mimesis, principio generador del arte, se basa en una de las cualidades más
típicamente humanas: el placer que el hombre experimenta al reproducir lo
que ve, pero la forma en que ha de entenderse este principio en el arte, esta
blece una relación de tensión entre dos conceptos, el de verdad, que se daría
en la copia directa de lo real individual, y el de verosimilitud, que procedería
de rma copia homológica o analógica, en grados de abstracción diversos.
Para Boileau, la realidad inmediata, que se manifiesta en lo pintoresco, lo
anecdótico, o lo espectacular no debe ser el objeto de la mimesis literaria. Para
el escritor lo verdaderamente interesante es el hombre en su calidad de proto
tipo, pues el mundo exterior es solamente el decorado donde se mueve. La
naturaleza humana, en principio ruda y salvaje, se atempera con la razón, que
ve lo general y construye lo verosímil. La verdad en el arte resulta de una re
lación de la obra con la realidad, y es, por tanto, un criterio externo a la misma
obra; la verosimilitud resulta de las relaciones internas de la obra, y es criterio
exclusivamente literario. Boileau afirma expresamente, en uno de los versos
más conocidos, que lo verdadero puede, a veces, no ser verosímil: «Le vrai
peut quelquefois n’etre pas vraisembable». La querella del Cid se había cen
trado sobre este problema y en tomo a lo verdadero real y lo verosímil literario
se habían señalado oposiciones, matices y posibles coincidencias: ¿cómo lo
verdadero podía no ser verosímil? Boileau rechaza los argumentos de Cor
neille en razón de que lo verosímil es un concepto literario, de coherencia in
tema, mientras que lo verdadero es un concepto de relación con la realidad. El
310 Poéticas clasicistas y neoclásicas
mitológicos que se mueven con toda naturalidad por los poemas clásicos, por
que resultan artificiosos y sorprendentes y el poema pierde el sentido de la
sencillez. De todos modos, para Boileau siempre es mejor utilizar los temas
mitológicos, que están alejados en el tiempo y no hieren los sentimientos, que
los motivos religiosos cristianos, porque ofende al público ver que se toma a la
ligera la figura de Dios o de los santos. El anatema contra la maravilloso cris
tiano no será superado hasta el romanticismo.
Finalidad del arte — El respeto a las normas formales no puede hacer ol
vidar la «regla de las reglas» (expresión de Molière), que es agradar. El con
cepto de «placer», que se había introducido en la teoría literaria francesa a tra
vés de las tesis de Ogier, es más frecuente en la Poética de Boileau que el
concepto de «utilidad», a pesar de que reconoce que ambos son fundamentales
en el arte clásico, según la conocida fórmula de «deleitar aprovechando». Para
dar placer al lector o al espectador son necesarios el equilibrio, la armonía y la
claridad de la composición de la obra. Boileau censura, con ejemplos de algu
nos autores, los párrafos demasiado amplios, el pintoresquismo excesivo, de
masiado fácil y a la larga enojoso. Por la misma razón, Boileau está en contra
de una concepción «decorativa» del discurso. El escritor que se deleita intro
duciendo figuras ajenas a la necesidad profunda de la obra y, desde luego, al
buen sentido, pierde el sentido de la unidad, pues en el arte clásico resulta im
prescindible la subordinación de todos los detalles al conjunto, de modo que el
escritor no debe dejarse llevar de sus gustos en ninguna parcela de su obra:
cualquier motivo de la composición debe buscar la armonía del conjunto y to
do debe orientarse al tema fundamental de toda obra literaria, que es la natura
leza humana y las pasiones del hombre.
También en este punto todo está muy razonado, aunque algunas afirma
ciones no nos parezcan tan evidentes como a Boileau, ya que, como siempre,
encuentra sus «razones» desde la finalidad que convencionalmente reconoce al
arte y que, según él, es indiscutible.
Los géneros literarios.— La división de la materia que trata L ’Art poéti
que, tal como se deduce de los cantos II y III, implica una primera clasifica
ción de los géneros en géneros menores y géneros mayores, aceptada como un
dogma. A los primeros corresponden las variantes de la expresión lírica, según
las formas que han adoptado históricamente en la literatura francesa, y los gé
neros mayores son la tragedia y la épica, es decir, los géneros sobre los que
Aristóteles reflexiona más ampliamente, y Boileau incluye también la come
dia, no incluida en la Poética que conocemos.
La existencia de los géneros literarios como formas diferentes de expresión
o composición textual, no tiene, según Boileau, m a explicación a partir de los
modos de relación del escritor con su discurso, como aparece ya en la teoría
platónica, ni tampoco en la materia imitada o las formas de imitación, según
Poéticas clasicistas en Francia 313
Los temas que trata L ’A rt poétique son los propios de la teoría literaria de
todos los tiempos, pero planteados y resueltos desde una perspectiva que re
sume la ideas clasicistas de la literatura, que habían sido perfiladas en las dis
putas y querellas que llenaron el siglo xvn francés. La exposición que de ellas
hace Boileau es, sin duda, razonable, si se aceptan los principios sobre el ori
gen y finalidad del arte, de que parte y que, como todos, son convencionales,
aunque él los considera ontológicos, es decir, pertenecientes al mismo ser del
arte literario. La aplicación, como canon, de las normas de L ’Artpoétique lle
varía a rechazar prácticamente todo el teatro, excepto algunas obras francesas,
y éstas expurgadas.
Según Voltaire, de quien se dijo que la única ley que respetó y se libró de
su àcida crítica, fue la de las tres unidades de Boileau, L ’A rt poétique es le
poème que fait le plus d ’honneur a la langue française. Resulta sorprendente
tal elogio, al menos en lo que se refiere a la actitud y al contenido normativos
viniendo de un iconoclasta tan radical como Voltaire, quizá no en referencia a
la perfección de los versos y de la lengua. El tono preceptivo está hoy total
mente sobrepasado, aunque se explique históricamente; la negación de la fan
tasía resulta impensable para el concepto actual de literatura, y el predominio
de la razón no tiene mucho sentido en la creación literaria, aunque lo tenga en
314 Poéticas clasicistas y neoclásicas
Un carácter más descriptivo tiene el repaso de cada una de las formas tra
dicionales de la poesía francesa, particularmente el estudio dedicado al soneto,
«de rigurosas leyes»: dos cuartetos de medida paralela golpean los oídos ocho
veces con dos rimas, y seis versos partidos por el sentido en dos tercetos
constituyen el soneto bien hecho «que vale más que un gran poema» y tan di
fícil de llegar a la perfección que aunque se han hecho por miles, apenas dos o
tres son buenos.
El tono descriptivo o histórico se vuelve preceptivo, al tratar de la tragedia,
el gran género literario, objeto de reflexiones profundas en sus contenidos y en
sus formas. El entusiasmo de Boileau, como en general el de los teóricos fran
ceses, se desborda al hacer afirmaciones sobre el género trágico: no existe una
serpiente ni ningún otro monstruo que imitada en el arte no plazca a los ojos;
el arte vuelve amable cualquier objeto odioso, así la tragedia convierte los
dolores de Edipo, el parricidio de Orestes, en «furor agradable», en «terror
dulce», en «piedad encantadora» que deben proceder del corazón y suscitar
placer y conmover, porque ni la falsa retórica, ni los fríos razonamientos pue
den conseguir nada, si no hay arte.
Desde el comienzo, la acción debe fluir sin esfuerzo, informar al público
del tema; desarrollar una intriga con naturalidad, y los actores deben tener cui
dado para no hacer que «d’un divertissement me fait une fatigue». Los versos
más citados de L ’Art poétique son, sin duda, los que en la estrofa 38 del tercer
canto señalan sintéticamente la norma de las tres unidades: qu’en un lieu,
qu’en un jour, un seul fait accompli / Tiens jusqu a la fin le théâtre rempli, o
la afirmación sobre las relaciones entre lo verdadero y lo verosímil: Le vrai
peut quelquefois n ’etre pas vraisembable (48).
Parecen buenos consejos para hacer buenas tragedias los que se desgranan
incansablemente en los monótonos versos paralelos de L Art poétique, la ac
ción y su desarrollo deben ser razonables, porque el espíritu no se conmueve
con lo absurdo, pues no puede creerlo; lo que no se puede presentar a la vista
es mejor que se cuente, pues aunque lo que se ve se capta más inmediatamen
te, cuando hay algo que ofende a la vista por su desmesura o por su excesivo
patetismo o crueldad, es mejor acudir a la palabra y explicarlo, la intriga debe
ir aumentando progresivamente y alcanzar sin esfuerzo un desenlace que, des
de una nueva perspectiva, haga cambiar todo.
Un esbozo histórico, habitual en L ’A rt poétique, presenta a la tragedia, in
forme y grosera en su comienzo, como un simple coro que danzaba y loaba al
dios del vino. Tespis fue el primero que paseó por ciudades «esta feliz locura».
El teatro alcanza con Esquilo y los griegos una altura divina, «donde jamás
llegó la endeblez latina». En Francia fue durante mucho tiempo un placer ol
vidado, y surge en el medievo el teatro religioso; cuando vuelven las obras
clásicas, vuelven modificadas: el actor deja la máscara antigua y se suprimen
los coros; también cambian los temas, ya que, por ejemplo, el amor, tanto en la
Poéticas clasicistas en Francia 317
novela como en el teatro, pasa a ser tema habitual y alterna con la heroicidad y
los temas serios propios de la tragedia griega. Boileau llega a consentir, como
ya hemos dicho más arriba, que el amor sea tema de la tragedia porque causa
gran placer en el público, pero ha de procurar el poeta que el amor se presente
como una debilidad, no como una virtud, de la forma que intentan presentarlo
las novelas; y cada héroe debe conservar su carácter sin que el amor se lo
cambie: que Agamenón sea fiero, soberbio, interesado, que Eneas sea piadoso.
Al dibujar los caracteres, aparte de tener en cuenta el país, el tiempo, las
costumbres, los climas que dan lugar a humores diferentes, etc., para crear ca
racteres «convenientes», según los consejos aristotélicos, Boileau advierte al
escritor que no se puede dar el aire fiancés a un personaje situado en Roma, y
bajo nombres romanos hacer «nuestro retrato»: no se puede pintar a Catón
galante y a Bruto afeminado, aunque esto sea posible en una novela frívola, y
si el personaje no es una figura histórica, sino que es inventado, habrá que te
ner en cuenta que se muestre conforme desde el principio al fin del drama, se
gún su papel, porque hay muchos poetas que sólo hacen retratos de su propia
persona y dibujan tous ses héros semblables à soi-même (128).
No olvida Boileau la representación a la hora de aconsejar: el teatro es un
campo peligroso, que está lleno de bocas dispuestas a silbar, y a tratar a cual
quiera de tonto e ignorante: es un derecho que el público compra con la entra
da; el poeta debe contar con esa posibilidad y hacer que su tragedia sea sólida,
agradable, profunda, con continuos rasgos sorprendentes y que deje un largo
recuerdo, si quiere librarse de silbidos.
A partir del verso 160 L ’A rt poétique analiza la poesía épica, que se sos
tiene por la fábula y vive por la ficción. Sus temas y sus personajes son mito
lógicos y encaman virtudes, vicios y poderes, las cosas se agrandan y se em
bellecen para agradar. Algunos han intentado tratar temas cristianos en el
género épico y, aunque Tasso lo ha conseguido de algún modo, la dificultad
reside en que lo fabuloso cristiano no puede convertir al Dios verdadero en un
dios de mentiras o de sentimientos trágicos.
Los temas clásicos sí son propicios al género épico, hasta los héroes tienen
nombres que «parecen nacidos para el verso»: Ulysse, Agamemnon, Oreste,
Idoménée / Hélène, Ménélas, Paris, Hector, Énée (239-240), en contraste con
otros nombres, duros o extravagantes, que convierten al poema en un texto
irònico o burlesco.
El poema épico ha de presentar unos héroes sorprendentes en valor,
magníficos en virtudes, heroicos en todo, hasta en los defectos; y unos temas
sin demasiados incidentes, pues el exceso de motivos empobrece la materia
y pone en entredicho la unidad del poema: la cólera de Aquiles llena toda la
Ilíada. También conviene que el poema épico sea vivo y denso en las na
rraciones, rico y pomposo en las descripciones; que tenga una extensión
adecuada, que el comienzo sea sencillo y no afectado y que tenga figuras e
318 Poéticas clasicistasy neoclásicas
pues el conjunto de los lectores no puede equivocarse sobre las obras litera
rias. Hoy no se puede cuestionar si Homero, Platón, Cicerón, Virgilio, son o
no maravillosos, pues sus obras han pasado gloriosamente veinte siglos; ahora
se trata de saber en qué consiste esa maravilla que ha hecho posible que se les
haya admirado durante tanto tiempo.
En primer lugar, para valorarlos, hay que conocer la lengua en que escri
bieron, pues no se les pueden imputar los errores de sus traductores; en segun
do lugar no se puede establecer un paralelismo con los autores actuales, por
que éstos no han pasado todavía la prueba de los siglos. Por ejemplo, respecto
de Corneille, que ha brillado más que nadie en nuestro siglo, no puede decirse
que no hubo en Francia un poeta que pueda igualársele. Todo su mérito se re
duce a 8 ó 9 obras de teatro, que se admiran, y que son como su plenitud de
mediodía, sin que haya a oriente y occidente nada de valor; en este conjunto
pequeño de obras, además de los defectos de lenguaje que son frecuentes, se
empiezan a notar defectos de declamación que antes no se habían visto; así no
es extraño que hoy se pueda comparar con él a Racine, sino que haya personas
que lo prefieren. La posteridad juzgará cuál es mejor, pues Boileau está con
vencido de que ambos pasarán a los siglos venideros, pero ni uno ni otro pue
den compararse con Eurípides, o con Sófocles, cuyas obras ya han pasado los
siglos. Los antiguos no son buenos por ser antiguos, ni sus obras son buenas
por haber persistido, ya que han pasado los siglos obras de poetas mediocres;
es necesario que hayan sido admirados. La antigüedad de un poeta no es un
título de mérito, así argumenta Boileau en esta Reflexión VII, que viene a re
dondear su pensamiento en L ’artpoétique.
Il y a encore dans la poésie comme dans les autres arts de certaines choses qu’on
ne peut expliquer: ces choses en sont comme les mystères. Il n’y a point de préceptes
pour enseigner ces graces secrètes, ces charmes imperceptibles de la poésie: et tous ces
agrémens cachez qui vont au coeur. Il n’y a pas de méthode pour enseigner à plaire:
c’est un pur effet du natural. Mais après tout, le naturel tout seul ne peut plaire bien ré
gulièrement que dans les petites pièces: il luy faut le secours de l’art pour réussir dans
les grandes. C’est par ce secours qu’un génie un peu cultivé donnera a ses pensées cet
ordre admirable qui fait la plus grande beauté des productions de l’esprit: car c’est par
cet ordre que chaque chose devient agréable, parce qu’elle est en sa place, comme dit
Horace, rien ne plait sans cela. Mais c’est l’ouvrage du jugement que cet arrangement
comme l’invention est l’ouvrage de l’imagination. Et c’est un mystère peu connu aux
petits génies, que cet ordre qui tient tout en estât, et sans lequel les plus belles choses
deviennent fades.
(Rapin, R éflexion s s u r la p o é tiq u e , Cap. XXXV, pág. 60.)
Capítulo III
1. Introducción
En los últimos siglos medievales esta actitud se había suavizado pero to
davía pervive en los tratados de Dante, Petrarca y Boccaccio. También los
primeros tratados en lengua castellana se ven obligados a realizar una defensa
de los méritos y aportaciones de la literatura frente a otras artes y todavía la
interpretación alegórica sigue siendo plenamente válida como justificación del
330 Poéticas clasicistas y neoclásicas
DEFENSA DE LA POESÍA
de los modelos clásicos, procurando dar a las obras la perfección que los anti
guos dieron a las suyas.
Otros teóricos adoptan ante el origen de la poesía una actitud ecléctica de
índole horaciana y cifran el ideal estético en un equilibrio entre el talento y las
técnicas del arte, reconociendo la necesidad de aplicar el talento a las técnicas
aprendibles del arte. Sánchez de Lima, en el Arte poética (1580), se sitúa en la
línea platónica y piensa que la poesía depende de las dotes naturales del poeta.
El artista crea inspirado por un dios y, como en cualquier arte, su creatividad
innata, no susceptible de aprendizaje, obtendrá unas veces resultados admira
bles y otras veces mediocres.
Herrera en las Anotaciones a la obra de Garcilaso plantea la cuestión de si
el poeta nace o se hace y defiende con entusiasmo el origen sobrenatural de la
poesía y el carácter divino de la inspiración a partir de un ímpetu o furor poé
tico que permite expresar por medio del lenguaje los conceptos más elevados
del ser humano.
También Carvallo en el Cisne de Apolo adopta el punto de vista platónico
ante el problema de la invención poética y se extiende en la consideración del
genio sobrenatural del poeta (Porqueras Mayo, 1996: 121 y sig.). Gracias a la
inspiración divina el arte supera a la naturaleza y crea un mundo ficticio en el
cual el poeta es semejante a un creador divino. Al igual que Dios, el poeta crea
de la nada y todas las cosas del mundo pueden ser objeto de tratamiento poéti
co, pero separando lo que és moralmente detestable de aquello que contribuye
a un fin provechoso e instructivo:
del clasicismo español nunca llegó a alcanzar los niveles de inflexibilidad del
clasicismo francés o del italiano. De hecho, tanto los teóricos como los escrito
res combinan ima actitud de respeto y desdén hacia ellas. Las reglas son nece
sarias desde el punto de vista teórico (incluso un decidido defensor del genio
individual como Lope de Vega defiende la necesidad de unas reglas), pero en
la práctica deben ser utilizadas con flexibilidad o evitar un sometimiento ex
cesivo si el público lo demanda. Un helenista ponderado como López Pinciano
admite la sujeción a las reglas pero admite que, aun apartándose de ellas, se
puede conseguir belleza.
Naturalmente, los preceptistas ponían todo el énfasis en el estudió y apli
cación de las reglas. Todos creían en la validez de unas normas, aplicables a
todos los ámbitos del arte, aunque resultaban más apropiadas a unas modali
dades discursivas que a otras. En el teatro, por ejemplo, el rigor normativo pa
recía más adecuado (así lo entiende explícitamente Carvallo en el Cisne de
Apolo), pero otros géneros como la novela no están sometidos a un afán re-
glamentístico tan rígido. Toda la doctrina del clasicismo (razón, mimesis, uni
dad formal, perfección estética...) facilitaba la idea de sujeción a unos princi
pios universales e inmutables, pero también estaba sujeta a normas más
ocasionales que eran susceptibles de transformación y de cambio. Algunos de
estos principios generales adquieren un nuevo relieve al ser aplicados al teatro
o a la prosa narrativa y entonces logran un sentido propio. En el caso de la no
vela, por ejemplo, el hecho de no tener que someterse a las restricciones mé
tricas permitió al novelista una mayor libertad e impulsó un desarrollo propio,
más cercano al mundo del lector, sin necesidad de seguir unos modelos pre
viamente establecidos. La relativa libertad del novelista afectó más que cual
quier otro aspecto a la posición ante las reglas. Como éstas no estaban clara
mente formuladas respecto a la novela, la responsabilidad de su cumplimiento
recae exclusivamente sobre el autor y éste tiende a aceptar unos principios
fundamentales del arte, pero adapta otros muchos a un hipotético gusto del
lector.
MIMESIS Y VEROSIMILITUD
LA ERUDICIÓN
abusos que servían como justificación a imitaciones serviles, sobre todo en es
critores de segunda fila. Sin la aportación del genio individual, sin el talento
natural, la imitación de los clásicos queda totalmente desvirtuada, pues la obra
pierde profundidad y se queda en una mera elucubración formal. No obstante,
la relativa permisibilidad de la época indica un cierto talante de libertad carac
terístico de la España de la época e indica, sobre todo, que no existía oposición
entre imitación y originalidad. Ambas eran compatibles, auspiciadas por la
aportación del genio individual y por la fuerza de la invención creadora. Para
los teóricos y creadores españoles la facultad creadora y el genio individual
son fundamentales porque elevan al poeta sobre el historiador y les permiten
justificar la literatura creativa frente a otras modalidades discursivas.
VEROSIMILITUD Y DECORO
LA OBRA ARTÍÍSTICA
FINALIDAD DE LA LITERATURA
habían destinado al estudio desde niño y que llegó a obtener el título de licen
ciado, tal vez en la Universidad de Granada. Pero su carrera universitaria y
académica se vio interrumpida por un largo período en el que vivió dedicado a
las armas. En 1585 se alistó en el ejército de Flandes y, tal como él mismo
declara en las Cartas filológicas, viajó siguiendo al ejército por toda Francia e
Italia, en donde entró en contacto con «humanistas insignes». De regreso a Es
paña, sin un trabajo fijo y remunerado, se vio obligado a reiniciar su carrera
universitaria. Primeramente, en 1597, consiguió una plaza de profesor de hu
manidades en Cartagena. Allí contrajo matrimonio y entró en contacto con
Luis Carrillo y Sotomayor. En 1601 regresó a Murcia para ocupar la cátedra
de Gramática del colegio de San Fulgencio. Su estancia en estas dos ciudades
quedó reflejada en dos obras: Discurso de la ciudad de Cartagena (1598) y
Discursos históricos de Murcia y su reino (1621). En 1614 se trasladó a Ma
drid en donde entró en contacto con ilustres escritores y humanistas entre los
que cabe señalar a Lope de Vega, Salvador Jacinto Polo de Medina, Bartolomé
Jiménez Patón, Manuel Tamayo de Vargas, etc., contacto que evidencian sus
Cartas filológicas. Gozó de gran fama como teórico de la literatura y su auto
ridad era muy respetada, como lo prueba el elogio que le dedicó Lope de Vega
en el Laurel de Apolo. Sin embargo,, ni su fama ni sus conocimientos le per
mitieron alcanzar el grado de Doctor y sólo le proporcionaron satisfacciones
morales. En los últimos años de su vida se lamentaba de su pobreza. Murió en
Murcia en 1642.
Escribió dos obras en relación con la literatura. Una de ellas, Tablas poéti
cas (1617), es ima poética de carácter preceptivo, como él mismo señala en la
introducción. La otra, Cartas filológicas (1634), es una colección de treinta
epístolas de las que algunas tratan temas literarios, pero otras están dedicadas
a temas eruditos por los que se interesaban los hombres cultos de su tiempo.
Escribió además dos obras en latín sobre cuestiones relacionadas con la poesía
y la gramática y una traducción y comentario de la Epistola ad Pisones.
Se publicaron por primera vez en el año 1617, pero parece que la obra es
taba terminada en el año 1604, aunque, por un cúmulo de circunstancias, los
trámites previos a la publicación se prolongaron excesivamente. La obra se
presenta en forma de un diálogo entre dos personajes: Pierio, que representa al
ignorante en la materia, y Castalio, nombre bajo el que se oculta el propio
Cáscales. La forma dialogada era habitual en las poéticas italianas y había sido
adoptada por muchas de las españolas anteriores a las Tablas.
El tratado consta de diez tablas: las cinco primeras están dedicadas a la
poesía in genere y las cinco restantes a la poesía in specie. La transcripción del
Poéticas clasicistas en España 353
Tanto Menéndez Pelayo (1883-91; 1974: 718), quien, sin embargo, libera
a Cáscales de su fama de plagiario, corno A. Vilanova (1968) reconocen
igualmente escasa originalidad en las Tablas y un tratamiento superficial de la
mayoría de los problemas teóricos a los que pasa revista dicha obra. La depen
dencia de las poéticas escritas en España con respecto a las de los italianos era
habitual y normalmente declarada por los propios autores al citar sus fuentes.
En el caso de Cáscales parece que la dependencia era extrema tanto con res
pecto a los autores italianos como con respecto a los españoles. Se limitaba a
reproducir ideas de unos y de otros, con frecuencia sin señalar sus fuentes, y
sin que su aportación propia fuera más allá de la mera síntesis.
Pese a esta falta de originalidad, se sabe que Cáscales, como hemos di
cho ya, gozó de gran prestigio en su época y que su autoridad como teórico
era respetada por ilustres escritores y humanistas como lo prueba otra de
sus obras, Cartas filológicas, en la que, como queda apuntado anteriormen
te, se revela la relación que mantenía con muchos de los eruditos de su
tiempo.
En la actualidad la obra del preceptista murciano se valora como caja
de resonancia de las ideas de los teóricos italianos tanto en lo que tenían de
interpretación, más o menos acertada, de las poéticas de Aristóteles y Ho
racio, como en sus aspectos más originales y novedosos: la defensa de los
nuevos géneros, por ejemplo. En efecto, Cáscales acertó a divulgar de for
ma clara y contundente los planteamientos teóricos más innovadores de los
italianos, por lo que la formulación original, copiada por el murciano, pasó
a segundo plano, y en muchos casos se le reconoció a él como el verdadero
introductor de dichas novedades. Tras el pormenorizado estudio de sus
fuentes inmediatas y remotas realizado por A. García Berrio (1975) su fa
ma de innovador se ha venido abajo. Pero lo que no se le puede negar es el
haber contribuido a afianzar el género lírico dentro de la teoría imitativa
(Genette, 1979).
Además, a pesar del anacronismo de la doctrina de las Tablas y al desfase
que muestra con respecto a la literatura contemporánea, en no pocas ocasiones
dejó traslucir sus opiniones acerca de problemas importantes que se suscitaron
en el ambiente literario de la época, tales como los relativos al teatro nacional,
a la poesía de Góngora, al conceptismo, etc. Por ello esta obra de Cáscales tie
ne hoy para nosotros un valor muy estimable.
Poéticas clasicistas en España 355
Tabla primera
La tabla I comienza con la definición de la imitación literaria y nos muestra a
un teórico partidario de imitar las acciones humanas, pero también «la naturaleza
de las cosas, y diversos géneros de personas» (García Berrio, 1975: 46). Según
se puede observar no sólo en este fragmento, sino igualmente en otros de las
Tablas poéticas, Cáscales amplía el objeto de imitación de la poesía. Ya no se
trata sólo de acciones y conductas humanas, sino de otros aspectos del hombre
— los pensamientos, por ejemplo— o de la naturaleza —paisajes u otros objetos
inanimados— que anteriormente no se incluían entre las materias poéticas. De
este modo se adhiere a ima corriente desarrollada entre los teóricos italianos y
españoles que había ampliado la materia poética más allá de la línea aristotélica
en la que el objeto de imitación se limitaba a las acciones humanas. Más adelan
te excluye de la materia poética las figuras divinas — Dios, la Virgen-— por una
prolongación de los prejuicios medievales sobre el carácter inefable de todo lo
divino y tal vez también— aunque no lo insinúe así— por los virtuales conflic
tos que tales materias podrían causar al escritor con el Santo Oficio. Con el
eclecticismo que le caracteriza, vincula la prohibición de imitar las materias re
ligiosas con lo que en una representación teatral podría resultar irrepresentable,
inverosímil o desagradable — tormentas en el mar, batallas campales o muertes
de hombres— . Todas estas prohibiciones las apoya en los hexámetros horáda
nos (178-188) en los que se rechaza la presencia en el escenario de aconteci
mientos ementos o excesivamente inverosímiles.
Esta tabla I, siguiendo el orden de la Poética, reitera una serie de ideas
aristotélicas y las mezcla con otras procedentes de la Epístola. Así, pasa a
ocuparse de la diferencia entre poesía y ciencia, entre poeta y versificador o
entre poesía e historia, cuestiones de raigambre aristotélica que se entremez
clan con la dualidad res-verba y con otros tópicos horádanos como la ade
cuación entre tema y metro — tema-género, para Cáscales—.
Gran interés tiene para nosotros su planteamiento de la dualidad horaciana
res-verba. Cáscales interpreta res en el sentido de res socraticae lo que signi
fica restringir el contenido de la poesía a aquellas disciplinas que regulan el
comportamiento humano a las que se vinculan los distintos géneros literarios:
la Política corresponde a los géneros épico y trágico, la Economía, al género
cómico, y la Ética, al género satírico. Su doctrina con respecto a la forma re
sulta novedosa: «Forma poética es la imitación que se hace con palabras»
(García Berrio, 1975: 72). Al vincular la forma a la imitación,deja claro que el
contenido no puede ser aprehendido con independencia de la expresión verbal
a través de la que se manifiesta. Esto quiere decir que se mantiene fiel a la
356 Poéticas clasicistasy neoclásicas
Cáscales inicia esta tabla con ima paráfrasis fiel a la Poética de Aristóteles
en la que se concede prioridad a la fábula sobre las demás partes cualitativas
de la obra literaria. Consecuentemente señala la subordinación de los caracte
res a la acción.
Al tratar el tema de la verosimilitud, vuelve a incidir en la diferencia entre
poesía e historia y, si tal como señala Vilanova (1968: 625), parece preferir
como materia poética lo realmente ocurrido a lo fingido por el poeta, sus pre
cisiones posteriores no lo apartan de la línea general aristotélica. En realidad,
Cáscales se hace eco de una preocupación teórica, cuyo representante más
significativo es Tasso, por la necesaria proximidad de los poemas heroicos a la
verdad histórica, ya que los temas épicos con frecuencia eran extraídos de la
historia. Tal preocupación la enlaza el teórico español con la observación
aristotélica sobre la menor libertad de la tragedia con respecto a la comedia
por tratar de personajes conocidos a través de la tradición mítica, con nombres
y hechos difícilmente alterables.
La discrepancia que muestra Cáscales en esta tabla con respecto al Pincia-
no, al que atribuye la exigencia de naturaleza ficticia a la materia poética, tal
como apunta García Berrio (1975: 116-17), es más fingida que real. Leídas
con detenimiento las poéticas de los dos teóricos españoles, no existe tal dis
crepancia, pues ambos consideran que la tarea del poeta es realizar imitaciones
tanto si el tema es real o histórico como si es de nueva invención. Lo real,
admite Cáscales, puede no resultar verosímil y entonces es el poeta el que tie
ne que aderezarlo para que se acomode a los principios del arte. Así que, ya se
trate de materia real o fingida, necesariamente ha de someterse a la labor crea-
tivo-imitativa del poeta que les dará universalidad a personajes, hechos y si
tuaciones particulares.
En relación con las características de la fábula, Cáscales repite la doctrina
aristotélica: la fábula ha de tener unidad, totalidad y magnitud conveniente.
Siguiendo la tradición de los comentaristas italianos, mezcla dicha doctrina
con diversos fragmentos de la Epístola horaciana, con acierto unas veces y con
franco desacierto, otras. Hay que recordar respecto a esto que Horacio había
tratado muy de pasada todo lo referido a las características de la fábula, pero
358 Poéticas clasicistas y neoclásicas
Este género no omitido, pero no tratado por Aristóteles, fue objeto de es
tudio preferente de las poéticas italianas del siglo xvi y x v i i que se creían en la
obligación de formular sus principios teóricos. Por emulación de los italianos,
los españoles Pinciano y Cáscales dedicaron un apartado de sus poéticas res
pectivas a la comedia. Tal como se indica en otra parte de este libro (III, I. 8,
págsr 264-269), en los siglos xvi y xvn existían otros tratados sobre la comedia
escritos como comentario introductorio a las obras de Terencio: De Comoedia
Poéticas clasicistas en España 363
Esta última tabla, dedicada al género lírico, recoge la teoría del autor
murciano sobre dicho género, anticipada en otras partes de las Tablas, como
queda señalado anteriormente. La teoría de Cáscales sobre la lírica no es ori
ginal, sino que recoge y aglutina una serie de intentos teóricos anteriores que
apuntaban ya a la clasificación tripartita básica de la literatura. Los textos en
los que la división tripartita se va consolidando son muy numerosos, pero los
que culminan dicho proceso son dos obras de Tasso y Mintumo (García Be
ndo, 1975: 373), fuentes ambas de Cáscales.
Tasso en su Discorsi dell’arte poetica (1587) se apoyó en la vía ciceronia
na de la division de res, origen de la clasificación de los tres estilos en la me
dieval raeda virgiliana, para consolidar la clasificación de la tríada de los gé
neros, si bien de manera un tanto forzada.
Mintumo, por su parte, adoptó otro camino — la conversión de los modos
platónico-medievales en géneros— para establecer la tríada con bastantes
años de antelación a Tasso. Tanto es así que sus dos obras—De poeta (1559)
y L ’arte poetica (1564)— están estructuradas siguiendo el esquema de los tres
géneros, como hemos comprobado.
Parece que fue Mintumo el que sugirió a Cáscales la idea de la tripartición
genérica y el definitivo establecimiento de la Lírica como género independiente
y unitario. En nuestro criterio, esta circunstancia no empaña el mérito del teórico
español quien, como venimos diciendo en repetidas ocasiones, contribuyó a fijar
definitivamente la moderna teoría de los géneros literarios. Dentro del ámbito
español fue el primero en formular la tríada de modo claro. Además, al señalar
en un fragmento de la tabla X, que «los conceptos en el Lyrico son como la Fa
bula en los otros Poetas» (García Berrio, 1975: 403), da una razón de peso para
introducir este género dentro de la teoría imitativa (Genette, 1979; García Berrio,
1975). Aunque tampoco en este punto haya sido completamente original — una
definición formulada en términos similares figuraba en un documento tan ante
rior como De vulgari eloquentia de Dante—, nadie niega el acierto del teórico
español en aglutinar en una lograda síntesis teorías ajenas diversas y en formular
su doctrina sobre este género con gran coherencia.
Poéticas clasicistas en España 365
cambio de opinión. Sea como sea, su defensa nos da un indicio fiable del gra
do de aceptación y de éxito que había alcanzado la comedia en el primer tercio
del siglo XVII así como de la amistad y respeto de Cáscales hacia Lope.
En la epístola sexta de la década tercera, dirigida a un orador sagrado paisano
suyo, Andrés de Salvatierra, Cáscales hace una serie de recomendaciones sobre el
lenguaje que se ha de emplear en el pùlpito, en las que deja traslucir su opinión
contraria a la moda de emplear recursos propios del culteranismo en la composi
ción de los sermones con el fin de hacerlos más atractivos para el público.
es obra que cuenta con valiosos y exhaustivos estudios (Juana de José Prades,
1971; Juan Manuel Rozas, 1976). A nosotros nos interesa sobre todo verificar
cómo dicha obra contribuye a demoler desde dentro el sistema de ideas del
clasicismo. El Arte de Lope significa un gran impulso en este proceso de des
moronamiento paulatino de la vieja teoría literaria y es éste el aspecto al que
prestaremos atención preferente.
El Arte nuevo se publicó por primera vez en 1609 como apéndice final de
un libro de poemas titulado Rimas, del propio Lope. Tal como el autor declara,
lo hizo por encargo para ser leído y discutido ante los miembros de una Aca
demia — Academia de Madrid o Castellana (José Prades, 1971: 11)—, especie
de cenáculo literario de los que abundaban en el Madrid de la época por emu
lación de las academias italianas surgidas en el Renacimiento.
Se trata de una epístola escrita al modo de Horacio, Petrarca o Boscán
y, como ellos, Lope empleó el verso. Era esta una forma habitual elegida
por autores precedentes, como Juan de la Cueva, por ejemplo. El Arte está
escrito en endecasílabos blancos, sin el orden y la sistematicidad, por tanto,
de un tratado teórico. Los estudiosos advierten en él un tono irónico de
autodefensa, pero también de respeto a los grandes teóricos de la Antigüe
dad.
Pese a no ser rui tratado sistemático, José Manuel Rozas (1976) ve en el
Arte una estructuración en tres partes similar a la de la Epistola ad Pisones.
Una primera parte que él denomina parte prologal (versos 1-146), la parte se
gunda o doctrinal que contiene la teoría de la comedia (147-361) y una parte
III o epilogai (versos 362-389). En las partes I y III Lope adopta un tono muy
personal, con uso abundante de la primera persona, que se mueve entre la au
toacusación para la captatio benevolentiae de sus lectores y la ironía. En la
parte doctrinal o teórica se contiene el verdadero ars de la Comedia española.
Y en ella existen, según Rozas (1976), diez apartados en los que se contem
plan temas diversos todos ellos referidos a la comedia. Son los siguientes:
1. El concepto de tragicomedia.
2. Las unidades.
3. División del drama.
4. Lenguaje.
5. Métrica.
6. Figuras retóricas.
7. Temática.
8. Duración de la comedia.
9. Uso de la sátira: intencionalidad.
10. Sobre la representación.
Como ya hemos dicho, abarca los versos 1-146. Lope, tras los versos ini
ciales en los que hace saber al lector que va a escribir un arte de Comedias, se
acusa de no seguir los preceptos antiguos a la hora de componer sus obras y, a
la vez, se disculpa, basándose en una razón fundamental: el gusto del público,
uno de los criterios que sirvieron de base al desmoronamiento de la teoría cla-
sicista, que, sin embargo, poco tenía que ver con el deleite maravillado pro
veniente de la brillantez del ingenio o de los artificios formales, causa final de
las creaciones literarias en el siglo xvn. Tras estas consideraciones, Lope de
clara conocer los preceptos y expone muy brevemente la teoría de la antigua
comedia, siguiendo casi literalmente el libro de Robortello Explicationes eo
rum omnium quae ad Comoediae artificium pertinent. Otras apreciaciones que
introduce, en ima mezcla confusa, dan prueba de que conocía también las teo
rías de Elio Donato sobre la comedia. Finaliza sus paráfrasis teóricas con la
disculpa de no cansar a sus oyentes para aplicarse a la composición de un nue
vo Arte, adaptado a la comedia de su tiempo — monstruo cómico— que el
público aplaude (versos 147-156). Como se puede deducir de lo expuesto, la
actitud de Lope resulta ambigua y excesivamente precavida en la defensa de
sus innovaciones.
El verso 157 señala el comienzo del Arte nuevo en el que Lope va a teori
zar por su propia cuenta. Al reconocer al dramaturgo una gran libertad de
composición no le resulta difícil manifestar su preferencia por la tragicomedia
o comedia, género plenamente implantado en tiempos del autor y que era el
que él mismo venía cultivando. Es lógico, por tanto, que se declare en primer
lugar partidario de este género que supone la más grave ruptura con las poéti
cas antiguas.
En efecto, la tragicomedia implica la mezcla de personajes nobles y plebe
yos, contraria a la delimitación temática de los géneros en la antigua teoría.
Lope interpreta lo establecido por Aristóteles con respecto a este punto en cla
ve social y no moral e identifica la Imitación de hombres superiores a la media
humana, propia de la tragedia, con hombres de clase social elevada (reyes,
príncipes, nobles, héroes). Mientras que la imitación de hombres inferiores,
específica de la comedia, tendría que ver con la representación de personajes
de clase media o baja. Esta interpretación no es originaria del Fénix que pudo
haberla tomado de otros muchos autores tanto españoles — Pinciano, Casca-
Poéticas clasicistas en España 371
les— como extranjeros. Así pues, Lope siente que la presencia del rey en una
comedia, aparte del disgusto que pudiera causar a Felipe II, suponía la trans
gresión de uno de los principios aristotélicos como lo prueba la asociación que
hace inmediatamente con el Anfitrión de Plauto. Este ejemplo, tomado del li
bro de Robortello, constituye para Lope un paradigma de la mezcla indebida
de clases sociales, pues en dicha obra el dios Júpiter se relaciona con seres
humanos.
A continuación habla Lope de la mezcla de lo trágico y lo cómico (174-
180) que considera contraria a la unidad de tono como lo evidencia la compa
ración con el monstruo del Minotauro de Pasifae, pero está justificada por el
autor aludiendo al tópico de la hermosura que la naturaleza consigue por la
variedad. Esta idea, reiterada en tiempos de Lope, procedía de un verso de Se
rafino Aquilano, poeta italiano petrarquista del siglo xv, estudiado por Emilio
Díaz Cañedo (José Prades, 1971: 124).
Tras estas reflexiones, el Arte aborda la problemática de las unidades
(vss. 181-210). Lope se muestra partidario de la unidad de acción con un
planteamiento muy próximo al de Aristóteles: una sola acción carente de
episodios secundarios, con una estructuración orgánica en la que la más
mínima alteración en uno de sus elementos implique la alteración del con
junto. A pesar de esta coincidencia con Aristóteles, muchas de las obras de
Lope presentan una acción doble, pero los estudiosos de la comedia lopesca
han señalado que el autor supo integrar la acción secundaria en la principal
de modo que la unidad de acción, en general, está bien conseguida en la ma
yoría de sus piezas. Además, con la doble acción, la comedia ganó en com
plejidad y variedad. La tendencia a la complicación de la fábula con diversi
dad de acciones y episodios era frecuente en las obras narrativas o
dramáticas del Siglo de Oro. Teóricos como el Pinciano o Cáscales manifes
taron gran interés por este tema de la variedad y se mostraron tolerantes al
respecto siempre y cuando la imbricación de los episodios con la acción
principal fuese la adecuada.
Por lo que a la unidad de tiempo se refiere, Lope señala con mucho acierto
que Aristóteles formuló un consejo y no un precepto acerca de la duración de
la acción trágica y, con manifiesta ironía, afirma que si ya faltó al respeto al
filósofo en los preceptos poco importará que le falte también en los consejos.
No parece estar enterado de que habían sido los teóricos italianos los que ha
bían transformado las observaciones aristotélicas en un precepto.
La opinión de Lope en este punto es acorde con el contexto teórico-
literario del momento. Recordemos que, salvo raras excepciones, los preceptis
tas españoles eran tolerantes en este aspecto. El Pinciano señalaba un límite
máximo de tres días para la comedia y cinco para la tragedia, mientras que
Cáscales fijaba un único límite de diez días para cualquier género dramático.
Lope, basándose en su propia experiencia, propone que el tiempo de la acción
372 Poéticas clasicistasy neoclásicas
sea lo más breve posible, siempre que resulte adecuado para que los sucesos
transcurran de forma verosímil ante los ojos de los espectadores. Hace la sal
vedad de las obras de tema histórico, en las que con frecuencia se cuenta lo
ocurrido en un período de tiempo largo. La solución de Lope es que el tiempo
transcurra en los entreactos y que sea la ambientación y el decorado en cada
uno de los actos el que haga sentir al espectador el paso del tiempo.
La unidad de lugar no aparece siquiera mencionada en el Arte Nuevo.
Por lo que a la división del drama se refiere (w. 211-245), Lope se mues
tra partidario de la división en tres actos, que era lo habitual en el teatro espa
ñol de su tiempo, pero inmediatamente parece caer en una contradicción, pues,
tomando al pie de la letra un fragmento de las Explicationes de Robortello,
afirma que el asunto o argumento ha de dividirse en dos partes: conexión y
solución [Esta división, que provenía de la Poética de Aristóteles (18, 55b 24-
31) y había sido recogida en la mayoría de las paráfrasis, estaba presente tam
bién en las poéticas del Pinciano y de Cáscales en las que se presentaba como
compatible con la división en actos). Sin embargo, si contemplamos tal bipar
tición a la luz de los versos 298-301, las dos formas de dividir el drama pue
den resultar compatibles. En efecto, estos versos incluidos en la parte que trata
del lenguaje, inciden sobre el reparto de la materia dramática en los tres actos
de la comedia. Lope afirma que, tras un breve planteamiento, el dramaturgo
debe enlazar los sucesos en un nudo que se prolongará hasta bien entrado el
tercer acto de manera que los espectadores no puedan intuir el desenlace. De
donde se deduce que el nudo ocupará la mayor parte de la comedia y el desen
lace sobrevendrá de forma repentina e inesperada.
Las reflexiones de Lope sobre el lenguaje de la comedia (vv. 246-297)
constituyen una clara muestra de la situación del autor como figura de tran
sición entre la teoría antigua y la realidad de la praxis literaria de su tiempo.
Comienza el autor pidiendo una adecuación necesaria entre lenguaje y si
tuación. Si la comedia imita situaciones y conflictos cotidianos, el lenguaje
ha de adaptarse a ellos. De ahí la exigencia de un lenguaje natural y sencillo,
que no emplee «conceptos» — término que hemos de entender como «pen
samiento no vulgar» (García Berrio, 1975: 393)—, salvo que la situación
dramática y el propio contenido de los parlamentos así lo exijan. Como
norma general, el Arte recomienda imitar la forma de hablar de la gente en
circunstancias reales similares a las representadas en la comedia. El mismo
instinto de naturalidad lleva a Lope a adoptar una posición moderada ante
las citas bíblicas, los neologismos o los cultismos: emplear sólo aquellos
que resulten necesarios y evitar los excesivamente chocantes y herméticos.
Todas estas consideraciones dejan traslucir su postura favorable al concep
tismo y contraria al culteranismo.
Lo más interesante de este fragmento sobre el lenguaje es, sin duda, la
adaptación por parte de Lope de la teoría retórico-horaciana de mores a su
Poéticas clasicistas en España 373
Ocupa esta parte los versos 362-389. Vuelve Lope primeramente a sus au
toacusaciones por ir en contra de los preceptos de la antigua teoría, pero
pronto da a entender al lector lo falso de su postura al afirmar: «sustento, en
fin, lo que escribí» y hace alarde de lo extenso de su producción literaria
— declara haber escrito 383 comedias — lo mismo que de su fama más allá de
las fronteras españolas, en Francia e Italia, aunque sea como transgresor de las
normas. Demuestra así sentirse orgulloso de su propio arte y legitimar la nueva
ley del gusto por la que se orienta. Se insertan a continuación unos versos en
latín seguramente con el fin de impresionar a los miembros de la Academia y,
ima vez más, hacer gala de su cultura. Se desconoce el autor de tales versos,
probablemente fueron escritos por un humanista, aunque tampoco se puede
descartar que el autor sea el propio Lope (José Prades, 1971: 238-239). El
contenido de los mismos resulta ser un elogio del nuevo género que es «espejo
de la vida humana». Con el tono irónico que le caracteriza Lope concluye,
manifestando su poca fe en los tratados teóricos y su confianza máxima en la
creación literaria, la comedia, en este caso:
Oye atento y del arte no disputes
que en la comedia se hallará de modo,
que oyéndola se pueda saber todo
(w . 387-389).
LA POLÉMICA TEATRAL
Vemos, pues, cómo a través de las palabras de Barreda aflora un nuevo canon
estético.
Considera igualmente este autor que la comedia española ha sabido acertar
en el cumplimiento de algunas de las reglas. Así, por ejemplo, con respecto a
la unidad de tiempo, nuestros comediógrafos, según el parecer de Barrera, han
sabido interpretar el espíritu de la ley: presentar una historia con el tiempo ne
cesario para que se desarrollen los hechos y, cuando no se puedan hacer visi
bles todos, se contarán mediante narraciones introducidas en los diálogos.
También se declara contrario a la ley del decoro y por ello la mezcla de lo
cómico y lo trágico no la siente como defecto alguno. Por todos estas cuestio
nes y algunas más concluye afirmando que la comedia española es superior a
la antigua.
En el año 1635, el mismo en el que muere Lope de Vega, apareció el
tratado de José Pellicer de Tovar: Idea de la comedia de Castilla, del que in
ferimos que el nuevo género era ya una realidad incuestionable por aquel
entonces. La obra adopta la forma de una preceptiva, dividida en veinte
apartados, y toda ella está impregnada de un fuerte tono moralista que refle
ja la preocupación del autor por los obstáculos con los que podía encontrarse
el desarrollo de la comedia. En efecto, como hemos señalado en otras oca
siones, una vez superadas las dificultades de carácter técnico y doctrinal, el
género sufría los ataques de los moralistas, contrarios al placer, excesivo y
poco edificante en su criterio, que la comedia proporcionaba a la gente del
pueblo. Pellicer previene anticipadamente a los dramaturgos para que no se
excedan en las concesiones al gusto del público (García Berrio, 1980: 527-
28). Así pues, esta obra supone un giro en la justificación de la comedia: ya
no se trata de legitimarla desde el punto de vista doctrinal, sino desde el
punto de vista moral, aspecto del que las poéticas anteriores apenas se ha
bían ocupado.
Pellicer no se declara contrario al placer que proporciona la comedia,
por el contrario piensa que, bien empleado, puede resultar beneficioso y re
dundar en la inculcación de conductas paradigmáticas en el pueblo. De
modo que una constante del tratado es la adecuación de la comedia a la mo
ral vigente, preocupación que aparece desde la misma definición de la co
media:
Porque la definición de la comedia es una acción que guíe a imitar lo bueno
y a excusar lo malo (...). O en el precepto quinto: el precepto quinto es que, su
puesto que es preciso que en todas las comedias ha de haber amores, procure el
poeta introducirlos entre personas libres y no atadas al yugo del santo matri
monio, y éstos, tratados con tanta pureza y tanto decoro que ni el galán dé indi
cios de grosero ni la dama de fácil, que no hay cosa más terrible ni más indigna
del teatro que ver manoseados con indecencia los recatos de las mujeres, y par
ticularmente las de mayor calidad, que por la mayor parte son las que peligran,
Poéticas clasìcistas en España 379
por necesitar el poeta hacerlas livianas para su embuste, y donde más ha de lu
cir esta atención es en la primera dama, que es la heroína de la comedia. (1972:
266-68).
Basten estos ejemplos como prueba del peso que tiene en la preceptiva de
Pellicer el componente moralista. Sin embargo, no por eso deja el autor de
ocuparse de algunas cuestiones técnicas en otros apartados: la variedad de esti
los (en realidad, géneros) presentes en la comedia, la clasificación de las co
medias, los aspectos métricos, etc. Todo ello ha sido estudiado con deteni
miento por Francisco Sánchez Escribano y Alberto Porqueras Mayo en el
primer apéndice de la Preceptiva dramática española (1972: 252-61), obra a
la que nos hemos referido repetidamente a lo largo de este apartado.
El tratado con el que vamos a poner fin a la revisión de los documentos
sobre el teatro pertenecientes al siglo xvn es el de Jusepe Antonio González
Salas, Nueva idea de la tragedia antigua, anterior al de Pellicer, pues apa
reció en 1633. Como su título indica es una vuelta a la teoría aristotélica de
la tragedia, aunque a ella superpone algunas ideas provenientes del ars ho-
raciano o de otros tratados cuyos autores eran tenidos por autoridades. Tam
poco trata exclusivamente de la tragedia, pues hace gala de un gran desplie
gue erudito y de un conocimiento profundo de la literatura. Así que, al hilo
de sus reflexiones sobre la tragedia, desgrana opiniones sobre la comedia o
sobre la épica.
Tanto Menéndez Pelayo (1974) como A. Vilanova (1968) opinan que el
tratado de Salas adolece de excesiva pesadez erudita, pero a la vez reconocen
que el tratadista ha sabido conciliar, con un criterio original e independiente,
la veneración por los clásicos con la admiración por la literatura nacional
(Menéndez Pelayo, 1974: 728). Por ello, lejos de condenar la comedia españo
la de su tiempo, se limita a ofrecer la doctrina aristotélica sobre la tragedia a
los poetas españoles por si quisieran escribir tragedias de una forma más
adaptada a su época. Además Salas se muestra contrario a la aceptación servil
de la preceptiva clásica, ya que, en su opinión está sujeta a la evolución y mu
danza del tiempo, de los gustos y sobre todo del ingenio del escritor (Sánchez
Escribano y Porqueras Mayo, 1972: 253).
No resulta extraño, por tanto, que el tratado de Salas, pese a su carácter
conservador, muestre indicios de una concepción más innovadora del poeta al
que le concede libertad para modificar el arte, con las únicas cortapisas de las
leyes de la naturaleza, la prudencia del poeta y el conocimiento de la literatura.
Desde su talante conciliador, es asimismo congruente que admita la comedia
española como un género más adaptado al gusto de las gentes que la comedia
antigua y que no la considere como inferior a la tragedia, sino como diferente
en su «tono» (id. 1972: 35). De donde se deduce claramente que acepta la co
media como género consolidado de modo irreversible, liquidando así la cues-
380 Poéticas clasicistas y neoclásicas
tión de la separación de géneros con evidente gratuidad, según la opinión de
García Berrio (1980: 385).
En conclusión, González Salas era un hombre de su tiempo que no pudo
sustraerse al ambiente general de la época, favorable a la evolución del arte, al
reconocimiento de mayor iniciativa para el artista a la hora de componer sus
obras o a la exaltación de la variante deleitosa del arte (García Berrio, 1980:
449-50). Por ello, aunque con respecto a la finalidad del arte se mueva dentro
de la teoría catártica de la Poética, en ciertos pasajes de su tratado dejó traslu
cir su inclinación hacia una recepción placentera de la literatura, ligada, no al
hedonismo formal propiamente barroco, sino al contenido, en perfecta con
gruencia con su talante conservador.
El análisis de los documentos surgidos en España en favor o en contra de
Lope y de la comedia viene a confirmar una vez más que la doctrina se iba
acompasando paulatinamente a la evolución de las creaciones literarias — el
teatro, en este caso— y ni siquiera los tratadistas más conservadores se opo
nían frontalmente a las nuevas ideas.
Las tres dualidades horacianas que estructuran la teoría del clasicismo en los
tratados italianos: ingenium-ars, res-verba, docere-delectare, presentes de
forma asistemática en el tratado de Carrillo, reciben soluciones eclécticas más
que rupturistas e innovadoras, según acabamos de exponer.
7. L a polémica gongorina
También Jáuregui habla del ingenio como rapto en términos irónicos para
advertir que no debe emplearse en lo inferior y vacío de las palabras:
TEORÍA LITERARIA, II. - 13
386 Poéticas clasicistas y neoclásicas
Este ardor o este arrobo tan alto compete a los poetas. No es menos lo que
debe el ingenio moverse y excitarse si propone a sus obras aplausos superiores.
Mas debe (¿quién lo duda?) conseguir buen efecto de estos ardimientos y rap
tos, emplearlos — digo— principalmente en conceptos sublimes y arcanos de
que habla Séneca, no en lo inferior y vacío de las palabras, con que solo se en
furecen algunos (1978: 69).
Y con una postura más conservadora, reclama como complemento del ingenio
el apoyo del estudio y de la prudencia.
Ni los apologistas ni los detractores hacen hincapié en el necesario com
plemento del arte en la creación de la poesía gongorina. En general, conside
ran los procedimientos bien innovadores y sublimes; o bien atrevidos, temera
rios, bizarros. Todos tratan de justificarlos en tanto que modificación de los
tradicionales o como derivados de los de la poesía griega y latina. En el caso
de los detractores, este argumento se invoca para restarles originalidad.
Unido al tema de la novedad está el de la presencia en el lenguaje poético
de nuevas voces: neologismos, tecnicismos o extranjerismos. Los dos docu
mentos que venimos considerando adoptan posturas contrarias, aunque mati
zadas, representativas de lo que era habitual entre los apologistas y los objeto-
res de Góngora. Díaz Ribas aprueba y agradece al poeta cordobés todas las
innovaciones en el terreno léxico tanto porque enriquece nuestra lengua como
porque, en su opinión, era la práctica habitual de los poetas griegos y latinos e
igualmente de los italianos:
... al que no es versado en la materia de las lenguas, y como unas se aprovechan
de las otras y no ha penetrado en las licençias y novedades de los Poetas, pa
récete duro que nuestra Poesía admita tantas voces nuebas como contienen el
P o lip h e m o y las S o le d a d e s. Lean, lean los Poetas griegos y latinos y los mejo
res toscanos, y advertirán que a nuestro Poeta se te deben dar muchas gracias,
porque enriqueció nuestra lengua con los thesoros de la latina, madre suya...
(1960:43).
Apoya esta defensa de las innovaciones léxicas en una serie de citas de los
tratadistas y poetas latinos — Aristóteles, Plutarco, Quintiliano, Horacio,
Virgilio— que justificaban la actualización de sus respectivas lenguas con vo
ces nuevas tomadas, masivamente, de los distintos dialectos de cada una. En el
caso de los latinos, una fuente de renovación importante, apunta Díaz Ribas,
eran las voces griegas y lo atestigua con abundantes citas. Hemos de señalar,
por fin, el acierto de este autor, que se detiene a cuantificar la presencia de los
neologismos en los poemas gongorinos, al afirmar que el origen fundamental
de la renovación léxica de Góngora eran los cultismos provenientes del latín.
Por su parte, Jáuregui también concede a este tema gran atención y emplea
argumentos similares a los de Díaz Ribas, pero los esgrime en contra de la posta-
Poéticas clasicistas en España 387
Aquí defiendo sólo que debe la mayor poesía ser inteligible, informar al
oyente de aquello que razona y profiere. Y el infimo auditorio, que para esto
admito es superior a la plebe, es de ingenios alentados que conocen nuestro len
guaje y discurren con acierto, aunque no sean ejercitados en letras; debido es
que entiendan éstos a lo menos el sentido de los versos, si le tienen, bien que si
gan estilo supremo (1978: 127).
Tal como señala García Berrio (1980: 475), «La dicotomía fundamental
fondo-forma, contenido expresión, constituía la base de las más empeñadas
disputas en tomo a la licitud del nuevo estilo. Servía, en primer lugar para
atacar a Góngora en nombre de la hipertrofia unilateral de un elemento, la
forma, a costa de otro; siendo por añadidura el ingrediente preferido, el fon
do, el que gozaba de mayor preeminencia en la opinión media tradicional».
Bien es verdad que en los documentos de la polémica nunca se presentaba
en la formulación de la disyuntiva horaciana, pero a estos dos términos se
reducían en esencia las posiciones antagónicas de los defensores y detracto
res de Góngora.
En efecto, Jáuregui plantea de forma velada la dualidad horaciana al esta
blecer la distinción entre las dos formas de oscuridad o entre oscuridad y difi
cultad. La primera es la que
consiste en las palabras, esto es, en el orden y modo de la locución y en el estilo
del lenguaje solo; la otra en las sentencias, esto es, en la materia y argumento
mismo, y en los conceptos y pensamientos dél (1978: 136).
Ansí tomar a Homero sus versos y hacerlos propios, es erudición, que a pocos se
comunica. Lo mismo se puede decir de nuestro Poeta (Garcilaso) que aplica y traslada
los versos y sentencias de otros Poetas, tan a su propósito, y con tanta destreza, que ya
no se llaman agenos, sino suyos; y más gloria merece por esto, que no de su cabeza lo
compusiera, como afirma Horacio en su A r te p o é tic a .
(El Brócense, A n o ta c io n e s a Garcilaso, pág. 37.)
Days las causas finales de la poética, y mezcláys, con Horacio, a la dotrina el de-
leyte. No me parece mal; pero quisiera ver más adelgazada esta cosa, y saber claramen
te quál sea el fin de los dos más principal. Yo soy de opinión que ninguno sabe mejor
juzgar del fin que tiene la obra que el mismo autor della. Y que, por lo que decís de
Aristophanes y Eurípides, se puede y deue colegir ser lo útil y honesto más cierto fin de
la poética que no lo deleytoso.
(López Pinciano, P h ilo so p h ia a n tig u a p o é tic a , I, pág. 232.)
Digo, en suma, que la épica es imitación común de acción graue; por común se
distingue de la trágica, cómica y dithirámbica, porque ésta es enarratiua y aquellas dos,
actiuas; y por graue se distingue de algunas especies de Poética menores, como de la
parodia y de las fábulas apologéticas, y aun estoy por dezir de las milesias o libros de
cauallenas, los quales, aunque son graues en quanto a las personas, no lo son en las
demás cosas requisitas.
(López Pinciano, P h ilo so p h ia a n tig u a p o é tic a , III, pág. 177.)
... en vano procura ser poeta, el que no saliere de sí, esto es el ordinario juicio, y no
se levantare a otro más alto juicio, y no se trasportare en otro más delicado seso del que
antes tenía, sacándole este furor como de sí, y no sabe de sí, como dicen los filósofos
alegados. Y no es mucho que los que este sutil embeleco no experimentaron, lo tengan
por locura, y de los que ansí entienden este dicho de Democrito, se ríe Horacio en su
P o é tic a . Y entendido esto, como lo digo, se entenderá lo que Marco Siracusano dice
que dijo Aristóteles, que con este aflato y espíritu sacado de sí, en la forma que he di
cho, hacía mejores cosas que cuando estaba en su ordinaria disposición...
(L. A. Carvallo, E l ca n to d e l cisne, cit.
por Porqueras Mayo, 1986, pág. 237.)
Por lo dicho os consta, que la composición Lyrica es florida y amena- y que los
conceptos en el Lyrico son como la Fabula en los otros Poetas: la cual es una, entera y
de justa grandeza. Asi pues también la Canción no ha de abrazar más de un pensamien
to, y ese le ha de vestir gallardamente el Lyrico.
(F. Cáscales, García Berrio, 1975:403.)
Sabido es que el Soneto, por ser de la especie Lyrica es ima composición grave y
gallarda: conviene también saber que ha de ser de un concepto. En todas las Poesías
es necesaria la unidad: pero en el Soneto con vinculo mas estrecho: porque en eso-
Textos para comentario 399
tras no se pide mas que unidad de acción, y la acción encierra muchos y diversos
conceptos: mas el Soneto por ser Poesia Lyrica, y tan corta, ha de guardar unidad de
concepto.
(F. Cáscales, García Berrio, 1975:414.)
10
Ese punto nos diera en qué entender si el arte tuviera lugar en este siglo. Plauto y
Terencio fueran, si vivieran hoy, la burla de los teatros, el escarnio de la plebe por ha
ber introducido quien, presume saber más cierto género de farsa menos culta que ga
nanciosa.
(C. Suárez de Figueroa, E l p a s a je r o . Sánchez
Escribano y Porqueras Mayo, 1972:188.)
400 Poética clasicistas y neoclásicas
11
12
El precepto quinto es que, supuesto que es preciso que en todas las comedias ha de
haber amores, procure el poeta introducirlos entre personas libres y no atadas al yugo
del santo matrimonio, y éstos, tratados con tanta pureza y tanto decoro que ni el galán
dé indicios de grosero ni la dama de fácil.
(J. Pellicer de Tovar, Idea de la comedia de Castilla.
Sánchez Escribano y Porqueras Mayo, 1972:267.)
13
Algunos modernos dicen que, aunque pretenda deleitar la Poesía, su principal fin
es enseñar; a quien no assiento, porque el fin de un arte, por quien se distingue de las
otras, no ha de ser común a ellas... Y ese deleite nace, ya de las cosas portentosas, ad
mirables y escondidas, ya de las voces y frassis sublimes y peregrinas.
(P. Díaz de Ribas, Discursos apologéticos. E. J. Gates, 1960: 36.)
14
Hay, pues, en los autores dos suertes de oscuridad diversísimas: la una consiste en
las palabras, esto es, en el orden y el modo de la elocución, y en el estilo del lenguaje
solo; la otra en las sentencias, esto es, en la materia y argumento mismo, y en los con
ceptos y pensamientos dél. Esta segunda oscuridad, o bien la llamemos dificultad es las
más de las veces loable, porque la grandeza de las materias trae consigo el no ser vul
gares y manifiestas, sino escondidas y difíciles: este nombre les pertenece mejor que el
de oscuras.
(Juan de Jáuregui, Discurso poético. M. Romanos, 1978: 136.)
Textos para comentario 401
15
16
FU EN TE S D E « L A P O É T IC A »
nuevas de teatro español exigían o se regían por unas normas propias y era
necesario hacer otra poética, y a los que lo acusaron de no conocer los ante
cedentes teóricos literarios españoles. Luzán contestaría de la misma manera
que lo hace al resumir las teorías de J. del Encina: lo que hay es tan superfi
cial, o tan equivocado, que no merecía la pena tenerlo en cuenta en una
poética como debe de ser, «universal».
Dejando ya las fuentes españolas, pasamos a ver qué otros antecedentes se
le reconocen. Lista había considerado La poética como traducción de la de
Aristóteles; Alcalá Galiano afirmó que efectivamente se inspira en Aristóteles
a través de Le Bossu: «tomando la teoría del P. Le Bossu... la puso en caste
llano y la agregó a la de Aristóteles» (1845: 38). Entre los historiadores de la
literatura predominó la idea de que Luzán se había inspirado en fuentes fran
cesas (así lo dicen Sismondi, Schack, Alcalá Galiano, Ticknor, etc.), también
italianas y acaso inglesas. Menéndez Pelayo destaca la relación de Luzán con
Muratori (Ideas estéticas, 1974: 1195). Los estudios de Mario Puppo y de Di
Filippo sobre las fuentes italianas son decisivos.
La lectura directa de la Poética permite ver todas estas fuentes, y la lectura
de las Memorias de Juan Ignacio Luzán explican que su padre, estando en Pa
lermo, estudió a fondo las poéticas de Aristóteles y de Horacio y también de
sus comentadores italianos, y cuentan también que después de publicada la
obra, y con ocasión de las críticas que le hicieron «los diaristas» y después de
una estancia en París (1747 a 1751), donde tuvo ocasión de conocer libros y
autores que hasta entonces no había conocido, Ignacio de Luzán recogió ma
teriales y se formó nuevas ideas, que pensó introducir en su obra. Como muere
en 1754, no pudo preparar directamente la nueva edición, que no saldrá hasta
1789. De todos modos las teorías francesas eran adaptación de las italianas,
sobre todo de Escalígero, principalmente la idea de la soberanía de la razón y
la negación de la fantasía como facultad inspiradora, que son dos de las ideas
defendidas reiteradamente por Boileau y los franceses. Las definiciones de los
géneros y las normas de la tragedia, tal como las formula Luzán tienen antece
dentes en los comentaristas italianos y acaso son repetidas por los autores
franceses posteriores.
Las fuentes italianas son fundamentalmente Muratori y Alessandro Piccolo-
mini, cuya definición de tragedia va a tomar casi literalmente Luzán (que por otra
parte era la más generalizada en las adaptaciones italianas de la de Aristóteles).
Un estudio de F. V. Cerreta, «An Italian Source of Luzán’s Theory of Tragedy»,
MLN, LXXII, 1957), aparte de establecer la relación con Piccolomini en la defi
nición de la tragedia, se refiere a la forma de entender la catarsis y a la disputa so
bre si la compasión y el temor purgan al espectador de otras emociones, o se limi
tan a moderar estas dos; después de revisar las opiniones de Robortello, Maggi y
Vettori, muestra Cerreta que Luzán sigue la posición de Piccolomini, según la
cual la catarsis purga las emociones incluyendo la compasión y el temor.
408 Poéticas clasicistasy neoclásicas
El plan de realizar una Poética inspirada en las clásicas y prescindir de las
españolas, porque no merecían la pena, presidió redacción de la primera; y la
idea de que el autor de este capítulo IVB es el propio Luzán y que lo proyectó
para contestar a los que lo acusaron de desconocer las fuentes españolas, que
da avalada de modo elocuente por el párrafo que lo cierra: «y a la verdad, las
reglas que dejó Aristóteles para la poesía dramática, las que extendió con jui
ciosa crítica Horacio, y las que, después, han amplificado y refinado los auto
res latinos, italianos, franceses, ingleses, alemanes y nuestros mismos españo
les, en preceptos, observaciones, en críticas y en poesía de todas las especies
(...) son tales y tan conformes y ajustadas a la razón natural, a la prudencia, al
buen gusto (...) que sería especie de desvarío querer inventar nuevos sistemas
y nuevos preceptos (...). Estas son las reglas y ésta la Poética que yo intento
explicar en este tratado, con más extensión, con más claridad y método que
hasta aquí han hecho nuestros escritores, a quienes seguirá solamente en lo
que me parezca conforme a razón».
El trato continuo que había tenido en París, no sólo con los mejores poetas y
con los eruditos más distinguidos de Francia, sino también con los de otras
naciones, y al mismo tiempo la lectura de muchas obras que hasta entonces no
había podido tener a la mano, refinaron su buen gusto y dilataron sus luces, de
suerte que juzgó necesario rever con cuidado la obra, reformar lo conveniente,
y añadir lo que faltaba en ella. Los diaristas de Trévoux habían notado que, al
parecer, el señor Luzán no tenía noticia o no apreciaba a los poetas ingleses,
pues no habló de ellos en su Poética; y ésta fue una de las cosas que creyó ne
cesario añadir (...) También añadió muchas cosas esenciales en la historia de la
poesía vulgar; varias observaciones muy delicadas sobre algunas especies de
metros castellanos, y sobre la mejor elección y más bella colocación de los
consonantes (...) pero le faltó tiempo (...) entre ellas un tratado del perfecto
comediante, para añadir a su Poética, pareciéndole, con mucha razón, que el
buen efecto de un drama depende en gran parte de su buena ejecución (...). Es
lástima que no pudiese poner en ejecución una idea tan bella y tan útil y preci
sa, singularmente en España, donde los comediantes se forman sin estudio, y
sólo por medio de una práctica harto defectuosa».
Los propósitos de reforma eran reales por parte de Luzán y es posible que,
al modo de Boileau, hubiese sentido la conveniencia de poner una historia de
las formas líricas populares, y asimismo la historia del teatro nacional. Por otra
parte, los capítulos intercalados, utilizan la primera persona en muchas afir
maciones que parece hacer referencia al autor: el cap. I del Libro III añadido
en la segunda edición, dice al comienzo: «no deberá extrañarse que, tratándose
en este libro de la poesía dramática, dé yo a la censura más lugar que al elogio.
Para ejecutarlo me ha sido preciso vencer la repugnancia de mi genio, antes
inclinado al elogio que a la censura» (III, IB,292). Hay otras muchas referen
cias personales y hay un tono más susceptible y más tajante que en la primera
edición, pero es que también es muy diferente la situación anímica del que es
cribe espontáneamente y cree que la razón preside su discurso indiscutible y la
del que escribe para contestar a correcciones y advertencias que, en principio,
se oponen a la razón. De todos modos, las intercalaciones de la segunda edi
ción establecen a veces verdaderas divergencias y hasta contradicciones con lo
dicho en la primera y no parece improbable que algunas afirmaciones se deban
a otra mano más impaciente que la de Luzán.
Es posible que las anotaciones y apuntes que haya podido realizar Luzán,
hayan sido revisadas por su hijo, pero parece que las contradicciones y diver
gencias que no se han eliminado, si eran originales en apuntes tomados en di
versas lecturas, o que se han introducido desde otras perspectivas de análisis y
de actitud, pueden deberse en parte a la osadía de E. Llaguno, según se ha po
dido demostrar (Makowiecka, 1973). Desde luego, Juan Ignacio de Luzán se
queja en algunas cartas del tratamiento poco respetuoso que dan a la obra de
su padre, incluido el impresor Sancha.
410 Poéticas clasicistas y neoclásicas
En 1974, J. M. Cid publica las dos ediciones (Madrid, Cátedra) conjunta
mente con Las memorias de la vida de don Ignacio de Luzán, escritas por Juan
Ignacio de Luzán, y a este texto, y a su paginación, nos remitimos en las citas
que haremos al exponer el contenido de La poética.
R E C E P C IÓ N D E « L A P O É T IC A »
C O N T E N ID O D E « L A P O É T IC A »
más contribuyeron a la propagación y crédito del mal estilo. Este poeta, que
fue dotado de grande ingenio, de fantasía muy viva y de numen poético, pre
tendió señalarse por este camino raro y extraordinario, usando sin medida un
estilo sumamente pomposo y hueco, lleno de metáforas extravagantes, de
equívocos, de antítesis, de retruécanos y de unas transposiciones del todo nue
vas y extrañas en nuestro idioma, aunque en las letrillas, romances y poesías
satíricas y burlescas en versos cortos, apartándose de aquella sublimidad
afectada, y acercándose más a la naturalidad, escribió mejor con particular
gracia y viveza. El vulgo, que de ordinario cree excelente y sublime todo lo
que no entiende, se acostumbró a la novedad y aplaudió sin discernimiento lo
irregular y extravagante de aquel estilo, y se dio a imitarle (...) muchos, por
imitar a don Luis de Góngora, consiguieron aventajarle en los defectos sin lle
gar jamás a igualar sus aciertos» (I, m , 78-9).
Al hablar en el capítulo IV de los poetas antiguos y modernos y de sus di
ferencias, afirma «si hacemos reflexión a la mudanza de las costumbres y a la
diversidad de genios, hallaremos, luego, la razón de esa diferencia» (I, I, 84), y
esta idea por la que se vincula el cambio literario con el cambio social, vale
para distinguir a los poetas griegos y latinos o para oponer a los antiguos y
modernos.
Expone Luzán un concepto de mimesis un tanto alejado de los habituales,
pues no es entendida como copia de la naturaleza, sino como copia o imitación
de modelos que se consideran buenos, tanto en el arte, como en la vida:
«porque, siendo cosa propia y connatural al hombre (como enseña Aristóteles)
el imitar y el gustar de la imitación, dondequiera que algunos con las ciencias
y artes aprendidas llegan a mejorar y a pulir sus costumbres, su estilo y su
trato, todos los demás procuran imitarlos» (I, I, 84).
El capítulo cuarto añadido en la edición 1789 expone algunas reflexiones
interesantes sobre la universalidad de las normas poéticas y oratorias y la di
versidad de obras y discursos, y explica la diversidad en relación con el clima,
las costumbres y otras circunstancias de la vida del autor; algunas afirmacio
nes parecen preludiar las teorías naturalistas de la literatura: «Una es la Poética
y uno el arte de componer bien en verso, común y general para todas las na
ciones y para todos los tiempos; así como es una la oratoria en todas las partes
(...) de aquí es que sería empeño irregular y extravagante querer buscar en ca
da nación una oratoria y una poética distinta. Bien es verdad que (...) el clima,
las costumbres, los estudios, los genios, influyen de ordinario hasta en los es
critos y diversifican las obras y el estilo de una nación de los de otra» (I,
IVB, 88).
El tema de la mimesis y el sentido que le han dado diversos comentaristas
sigue siendo un problema fundamental, puesto que se trata de explicar la gé
nesis de la literatura; propone Luzán una definción de poesía como «imitación
de la naturaleza en lo universal o en lo particular, hecha con versos, para utili-
414 Poéticas clasicistas y neoclásicas
dad o para deleite de los hombres, o para uno y otro juntamente» (I, V, 95); en
una paráfrasis minuciosa de esta definición, y, entre otras cosas, dice: «aquí
tomo la palabra imitación en su analogía y mayor extensión; porque quiero
comprender no sólo aquellos poetas que imitaron en el sentido riguroso, que es
propio de la poesía épica y dramática, esto es, que imitaron acciones humanas;
mas también aquellos que en sentido más lato y en significado análogo imita
ron» y «añado en lo universal o en lo particular porque a estas dos clases o gé
neros entiendo que se puede reducir la imitación; pues las cosas se pueden
pintar o imitar, o como ellas son en sí, que es imitar lo particular, como son
según la idea y opinión de los hombres, que es imitar lo universal» (I, V, 95).
A los problemas de la mimesis se dedica todavía otro capítulo entero, aunque
corto, el VI, pues es interesante precisar matices y acepciones de «un nombre
genérico que comprende muchas especies». Una de ellas es «una narración
con que uno, con las acciones o con la voz, representa a otro», así la define
Benio respaldado por Platón. Monsignani, también con la autoridad de Platón,
define la imitación como «semejanza de alguna acción o de alguna cosa hecha
con medida de palabras, para aprovechar mediante el deleite. Pero esta defini
ción más parece de la poesía que de la imitación» (I, VI, 98).
Siguiendo las ideas de Platón y de Aristóteles, Luzán explica el origen de
la imitación por la propensión que tiene el hombre de hacer lo que ve que ha
cen otros, «y como nada hay más dulce y agradable para nuestro espíritu que
el aprender, nuestro entendimiento, cotejando la imitación con el objeto imita
do, se alegra de aprender que ésta es la tal cosa y, al mismo tiempo, se deleita
en conocer y admirar la perfección del arte que, imitando, le representa a los
ojos como presente un objeto distante» (I, VI, 98). La mimesis, como tenden
cia natural del hombre, se relacionaría con el placer del conocimiento, del re
conocimiento, y también con el valor semiotico de las artes, ya que la obra,
considerada como un signo, está por la cosa, y es también capaz de presentar
vivamente las ideas, pues «la mayor excelencia y primor de los poetas consiste
en representar también sus conceptos con tal invención y evidencia, que el
entendimiento pueda no sólo leerlos, pero aún verlos.»
Pueden reconocerse dos clases de imitación, según el objeto imitado: una
se relaciona con «la invención, otra con la enargia (voz que en griego suena lo
mismo que evidencia o claridad). La primera mira a las acciones humanas que
están por hacer; la segunda a las cosas de la naturaleza ya hechas. Con la in
vención debemos, principalmente, asemejar a las historias de las acciones hu
manas sucedidas otras acciones que pueden suceder; con la enargia debemos
imitar las cosas ya hechas por la naturaleza o por el arte, haciéndolas no sólo
presentes con menudas descripciones, sino también vivas y animadas. De
suerte que si la invención cría de nuevo una acción tan verosímil que parezca
verdadera y no fingida, la enargia infunde en las cosas tal movimiento y es
píritu, que parezcan no sólo verdaderas, sino vivas» (I, VI, 99).
Poéticas neoclásicas en España 415
hecho le habían dado a la poesía los malos autores, que sólo quieren deleitar;
Castelvetro, fue uno de los que defendió que el fin de la poesía es el deleite;
otros sólo reconocen la utilidad. Luzán concluye que no es incompatible que la
poesía tenga varios fines: deleitar, aprovechar o ambos simultáneamente. Pero
éste es un tema ampliamente discutido, y, a pesar de esta postura que adelanta,
Luzán le dedicará una buena parte del Libro II.
La tragedia: definición
Luzán parte de la definición dada por Aristóteles: «la tragedia es imitación
de una acción grave (o como otros quieren) ilustre y buena; entera y de justa
grandeza, con verso, armonía y baile (haciéndose cada una de estas cosas se
paradamente), y, que no por medio de la narración, sino por medio de la com
pasión y del terror, purgue los ánimos de ésta y otras pasiones» (III, I, 288), y
como quiera que muchos de los conceptos y términos de esta definición han
sido objeto de controversias, porque no están claros en sus referencias, Luzán
pide «séame permitido proponer aquí otra más clara, a mi entender, y más in
teligible, como asimismo más adaptada a los dramas modernos: la tragedia es
una representación dramática de una gran mudanza de fortuna, acaecida a re
yes, príncipes y personajes de gran calidad y dignidad, cuyas caídas, muertes,
desgracias y peligros exciten terror y compasión en los ánimos del auditorio, y
los curen y purguen de éstas y otras pasiones, sirviendo de ejemplo y escar
miento a todos, pero especialmente a los reyes y a las personas de mayor au
toridad y poder» (III, I, 290). Como es habitual, Luzán insiste en el fin de la
obra, que es servir de ejemplo y enseñar, y en el caso concreto de la tragedia,
servir de modelo a los príncipes para advertirles que nadie está libre de las pe
ripecias. Luzán acepta de Aristóteles la organización de las partes cualitativas
de la tragedia en tomo al elemento fundamental, que es la fábula, «principio y
alma de la tragedia».
3) la de las farsas, que, iniciada por Naharro y cultivada por Juan de la Cueva,
Cervantes y otros, dura hasta finales del siglo xvi,
4) la que empezó a principios del siglo xvi con Lope de Vega, llegó a la per
fección de que era capaz con Calderón, y cuya decadencia llega hasta los
días de Luzán.
Esto por lo que respecta al drama español; hay también tragedias clásicas,
sometidas a las normas de la poética, como las que escribió Fernán Pérez de
Oliva y otros, porque alguna de las que titulan tragedias de Cueva, Virués, o
Lope de Vega «sólo tienen de tragedias el nombre, los asuntos y el finalizar de
muertes y desdichas; pues en su constitución se diferencian poco de los dra
mas que los mismos autores llamaron comedias» (III, IB, 306).
Otra clase de dramas de fines del siglo xv y principios de xvi «se escribie
ron para ser leídos, y no para representados», como La Celestina y sus conti
nuaciones. «La Celestina se imprimió muchas veces dentro y fuera del reino, y
sin embargo es rara; las demás, que se han impreso menos veces, o una sola,
rarísimas; y conviene que lo sean, porque su misma pureza de estilo, facilidad
del diálogo y expresión demasiado viva de las pasiones de los enamorados y
de las artes de rufianes y alcahuetas, hacen sumamente peligrosa su lectura»
(307).
En resumen, en España no se representaron nunca tragedias de la nueva
poesía dramática, sometidas a las reglas de Aristóteles y Horacio, y la forma
de teatro que hubo fue la derivada de la que surge cuando aún no se conocen
las normas del diálogo; las escenas pastoriles iniciales fueron ampliando su
temática y fueron tratadas en forma cómica o trágica, es decir, un teatro sin ra
zón y sin arte; los poetas sólo siguen su capricho o las exigencias de los auto
res de compañías que sólo quieren agradar al vulgo y sacarle dinero.
Estas son, en general, las ideas que expone La poética sobre el teatro espa
ñol; suscitaron polémica sobre su contenido y también dieron lugar a dudas
sobre su autor, algunos piensan que no son las ideas de Luzán sino las de Lla-
guno.
Después del inciso, se vuelve a la preceptiva clásica, y dentro del esquema
propuesto por Aristóteles se analiza la «parte cualitativa» más relevante, la fá
bula. Hay, sin duda, una extrapolación a propósito del significado de este
término; Luzán lo refiere a las fábulas de Esopo y semejantes, aunque conclu
ye que también hay fábulas dramáticas. Para Aristóteles la fábula es el mythos,
la historia contada, a la que se subordinan en la tragedia todas las demás par
tes, los caracteres...
Un nuevo capítulo intercalado (III, IIB), «Sobre las reglas que se supone
hay para nuestra poesía dramática», vuelve a romper el hilo del esquema y
enlaza con el IB, incluso verbalmente: «acabo de decir que nuestra poesía
dramática no ha tenido reglas ni principios fijos que se puedan llamar tales».
424 Poéticas clasicistasy neoclásicas
Parece que el conjunto de las intercalaciones podría haber constituido un nue
vo tratado que versaría sobre la historia de la poesía vulgar y sobre la posible
imposibilidad de aplicar las normas clásicas a este tipo de literatura, además
de la imposibilidad de que tenga normas propias, ya que la poética es univer
sal. Así opina Luzán.
Por eso nos sorprende que, en alguna ocasión deje asomar una especie de
patriotismo e intente justificar nuestra literatura: «habrá quien tenga por agra
vio de la nación el decir que sus poetas dramáticos han escrito sin arte; como
si al arte no hubiese precedido siempre la falta de él en todas las naciones»
(III, IIB, 311). Grecia y Roma tuvieron poetas que escribieron sin arte, la
misma Francia e Italia «han tenido sus poetas dramáticos groseros y libres an
tes que los artificiosos, elegantes y arreglados» (id.). España, con tantas gue
rras contra los moros y contra las potencias vecinas y lejanas, ¿cómo iba a
dedicarse a las poéticas? Esta es la razón por la que la literatura española se
incorpora más tarde a las normas del arte.
Lo que resulta inaceptable es la posición de los que piensan que la poesía
no necesita reglas, y le es suficiente el ingenio, o la actitud de los que dicen
que las reglas de Aristóteles se hicieron para los griegos y las de Horacio para
los romanos, y que pueden seguirlas los italianos y los franceses, si lo creen
oportuno, pero los españoles no están obligados a seguir tales normas y pue
den darse unas nuevas, como hizo Lope en su Arte nuevo de hacer comedias
en este tiempo, dedicado a la academia de Madrid.
Luzán no está por la labor, y para acallar a los que defienden a Lope, acu
de a algo tan sencillo como transcribir todo el texto del poema: «este es el arte
famoso de Lope de Vega, del cual hablan muchos, siendo así que le han con
siderado poquísimos. Dejando aparte la negligencia y poca lima con que está
escrito, y la cantidad de malos versos que tiene, él solo basta para convencer
aun a sus mismos secuaces del desorden y extravagancia de nuestro teatro»
(III, IIB, 319).
Lope empezó pronto a escribir, tuvo buena acogida y la crítica echó a per
der un ingenio que bien orientado hubiese sido gloria de España. Para ser jus
to, Luzán reconoce que no fue Lope, como había dicho en otro tiempo por
desconocimiento de la historia de nuestra poesía dramática, el corruptor del
teatro, porque «éste jamás tuvo reglas, ni obras que se debiesen tener por
arregladas, y así ¿cómo pudo Lope corromper ni desarreglar lo que nunca es
tuvo arreglado ni ordenado? Nuestras comedias nacieron y crecieron sin arte.
Lope no hizo más que llevar adelante y afirmar el desorden que halló estable
cido» (III, IIB, 320); y en su Arte nuevo de hacer comedias no hace una poéti
ca, porque no da normas diferentes de las de Aristóteles, se reduce a proclamar
la libertad de tema y la posibilidad de mezclar lo trágico y lo cómico.
El resto de las normas que están en el Arte nuevo de hacer comedias no
son nuevas, sino que se limitan a aceptar o negar las de Aristóteles y la obje
Poéticas neoclásicas en España 425
ción más grave para Luzán es que Lope proclama que el poeta no tiene que
observar la unidad de tiempo ni de lugar. En realidad en este punto Lope mati
za un tanto, pues advierte que si se trata de comedias históricas no se puede
guardar la unidad de tiempo, y lo mejor es que se reparta la materia en tres
actos «procurando, si puede, en cada uno, no interrumpir el término del día», y
todo «pase en el menor tiempo que ser pueda», dejando los tiempos entre dos
actos.
Luzán opina que «esto de pasar años por la comedia, y de hacer camino
sus personajes mudándose de un lugar a otro, es cosa que ofende a todo hom
bre que discurre y entiende como racional» y lo sacan de sus casillas los ar
gumentos que Lope da para justificarse, como decir que le hemos perdido el
respeto a Aristóteles, o que no vaya a ver tales comedias quien se dé por
ofendido, o que el público disfruta con tales dislates.
Hay algunas normas que Lope no tiene más remedio que aceptar, como la
unidad de acción y que la fábula no sea episódica, que el lenguaje sea puro y
familiar, que se adapte a los caracteres de los personajes, que el desenlace no
se deje ver hasta la última escena, que no haya silencios en escena, que los
asuntos sean verosímiles, y que se guarde el decoro de las personas; también
conviene, según Lope, y con la bendición de Luzán, que el traje sea el propio
y no se saque a un turco con cuello de cristiano.
Finalmente Luzán declara que su propósito no ha sido, ni de lejos, escribir
una poética al estilo de Lope, «sino conforme al que nos dejaron Aristóteles y
Horacio, y siguieron después, y siguen todas las naciones cultas en la teoría y
en la práctica», y no merece la pena comparar una y otra forma de hacer poéti
ca, porque «será bien ciego, o muy apasionado, el que no conozca y confiese
la solidez, la racionalidad, la congruencia y simetría con que arreglaron los
antiguos sus principios; y las irregularidades y extravagancias de los que han
seguido ciegamente el Vulgo en nuestros teatros». Los poetas serán libres de
hacer lo que quieran y de seguir unos modelos y otros, pero la posteridad los
juzgará y «hará justicia a lo que se fúnda en razón y no lo confundirá con lo
que merece desprecio» (III, IIB, 322). Así de tajante es el juicio con que ter
mina este capítulo II intercalado en la edición de 1789, cuyo tono parece ori
ginado en el cansancio que produjeron a su autor las críticas injustas y las de
fensas del teatro español, de Lope, de Calderón o de quien fuese.
Un tono más desapasionado, el propio de la primera redacción, vuelve a
recuperarse en el capítulo tercero y se mantiene hasta el XVI, final del III li
bro; es un tono teórico para enfocar las discusiones sobre los problemas cen
trales en la Poética de Aristóteles y de sus comentadores, a los que se añaden
la teoría de la comedia y de las nuevas formas de teatro.
El tema de las relaciones entre la historia y la ficción de las fábulas da
ocasión a Luzán para argumentar por su cuenta. Lo que se entiende por fábula
es lo que propiamente se llama asunto o argumento, pero como fábula signifi
426 Poéticas clasicistas y neoclásicas
tante para la poética neoclásica, se deduce que el poeta «pondrá por principio
de su comedia aquella parte del hecho, desde la cual hasta el fin no pueda ve
rosímilmente pasar más tiempo que el que requiere la fábula» (III, III, 332),
por eso debe actuar el poeta como el escultor, que quita del trozo de mármol lo
que sobre para dar tamaño adecuado a su figura, pero después puede dar por
vía de narración la historia completa, esto es, «debe hacer saber al auditorio,
siempre que importe, el origen y las causas de la acción representada» (III, IV,
333). Es decir, de toda la historia de Edipo, el poeta ha elegido precisamente el
tiempo limitado en que el protagonista reconoce su delito, pero lo que cuentan
unos y otros y lo que él sabe reconstruye toda la acción desde su nacimiento.
La tragedia adquiere así una condensación de motivos de mucho tiempo y
transcurridos en espacios alejados.
Una cuestión muy debatida es si se debe empezar por el principio o por el
medio, es decir, si se debe seguir el ordo naturalis o el ordo artificialis. Pero
esto afecta más a la épica que a la dramática, según Luzán.
Tema central de las poéticas renacentistas y neoclásicas es el de las tres
unidades. La menos discutida es la unidad de acción, porque aparece nítida
mente en la Poética de Aristóteles y además porque puede deducirse inmedia
tamente por la razón: la acción debe tener unidad porque es una de las condi
ciones para la belleza y para la poesía. La unidad de la fábula consiste en que
todas las partes están dirigidas al mismo fin.
Aunque «no es menos necesaria a la fábula la unidad de tiempo que la de
acción» (342), ha sido interpretada de muchas maneras y se han señalado po
sibilidades de alargar el tiempo preceptuado, que oscila desde la sincronía con
la representación (dos o tres horas) hasta varios días. Luzán, siguiendo a Cas-
telvetro, la entiende de una forma estricta: «unidad de tiempo, según yo en
tiendo, quiere decir que el espacio de tiempo que se supone y se dice haber du
rado la acción sea uno mismo e igual con el espacio de tiempo que dura la
representación de la fábula en el teatro» (III, V, 342). Los argumentos para
mantener esta postura son bastante curiosos y se refieren tanto a Aristóteles
como a los comentaristas. Los comentadores de la Poética han entendido la
unidad de tiempo en formas diversas al interpretar la expresión «un período de
sol». Algunos han entendido un día natural de 24 horas, y por aquel pequeño
exceso que permite Aristóteles han alargado este espacio hasta treinta horas, y
a dos días; otros han entendido un día artificial, de doce horas, «pero si he de
decir con sinceridad lo que siento, no hallo en alguna de estas opiniones la
perfecta unidad de tiempo» (III, V, 343). Dicen algunos que conseguir la si
multaneidad es muy difícil, pero por eso se han hecho tan pocas obras dramá
ticas buenas, «y éstas con mucho estudio y trabajo» (id.).
La tesis de la simultaneidad de la historia y la representación, que también
había defendido Castelvetro, la apoya Luzán en varias razones, unas textuales,
otras puras conjeturas suyas: en primer lugar, y según anunció en el prólogo de
428 Poéticas clasicistas y neoclásicas
su obra, dice Luzán que Aristóteles no es decisivo en su autoridad cuando hay
razones claras en contra; en segundo lugar, «no me faltan conjeturas para creer,
con mucha probabilidad, que el texto de Aristóteles se deba entender, no como
comúnmente se ha entendido hasta aquí, sino según mi explicación». Y las
conjeturas son las siguientes: a) la Poética nos ha llegado muy viciada, con
omisiones y alteraciones, y en lo que falta pudiera muy bien haber una palabra
que cambiase el sentido y diese la razón a la tesis de Luzán, y b) suponiendo
que el texto está tal como lo escribió Aristóteles, hay varias conjeturas para
creer que la mente de Aristóteles fue conforme a esta opinión, «basta que por
un período de sol no se entienda un giro entero, sino una parte del giro solar,
lo cual me parece muy probable. Porque si ha de entenderse por el espacio de
doce horas, como muchos pretenden, éste no es un giro entero, sino parte de
él; habiéndose, pues de entender en este sentido, ¿por qué no podría significar
un espacio de tres o cuatro horas, que también es parte del giro solar? Y ¿por
qué ha de ser este período precisamente de doce horas y no de menos? Si al
gún poeta hiciese una comedia con la más exacta verosimilitud, reduciendo la
fábula al espacio de tres o cuatro horas, cuantas suele durar la representación,
no creo yo que alguno le censurase de haber faltado al precepto de Aristóteles
sobre la duración de la fábula. Luego parece claro que Aristóteles no entendió
señalar para la unidad de tiempo el término preciso de veinticuatro horas o de
doce, y sólo habrá querido decir, a mi entender, que lo más que podía alargar
el poeta el tiempo de su fábula era este espacio. Luego la mente de Aristóteles,
en este lugar, era decir que la verdadera y exacta unidad de tiempo fuese aún
menos de doce horas y que el poeta, cuando más, pudiese alargar hasta doce
horas o algo más». La cita es larga, pero la argumentación es una perla, y la li
beralidad de Luzán queda de manifiesto, en las concesiones que hace para re
matar sus argumentos: «finalmente, si el poeta no pudiese ceñir el enredo de
su tragedia o comedia a tan corto espacio, y quisiese seguir las opiniones ya
dichas y dar a la fábula doce, o veinticuatro horas, sepa que su unidad de
tiempo no será tan exacta como debe ser, pero, en fin, se podrá tolerar» (III, V,
347). Parece que no se puede argumentar con más brío, y una vez alcanzada lo
que se considera verdad, tomar una postura tan magnánima. Lástima que las
cosas sean de muy distinta manera. En el tomo I de esta Historia de las ideas
literarias pudimos verificar que la Poética no habla para nada de la unidad de
tiempo sino de la forma en que la tragedia ática solía presentarlo y se estable
cía una oposición respecto al poema épico, no en el sentido de que el trata
miento del tiempo debe ser diferente en uno y otro género, sino que la fábula
trágica alcanzaba mayor intensidad si los hechos estaban en menos tiempo. Y,
desde luego, un argumento inesperado en Luzán es que diga que la Poética no
ha llegado completa y puede que falte una palabra que le dé la razón a sus te
sis, o que una cosa es lo que el texto dice y otra es lo que pensó Aristóteles,
que seguramente pensó como él piensa.
Poéticas neoclásicas en España 429
en verso, incluida también la comedia, aunque como ésta pide un estilo natu
ral, puede tolerarse bien en prosa. De todos modos «el buen poeta sabrá hacer
que sus versos sean tan claros y naturales como la prosa más pura y propia.
Por último, para otras partes cualitativas de la tragedia, el aparato teatral y
la música, que no pertenecen propiamente a la literatura pero contribuyen a
darle realce, y para saber cosas sobre este tema, y a fin de no cansar ni cansar
se, remite Luzán a González de Salas en su Ilustración de la Poética de Aristó
teles, a Rosino, y los demás eruditos que han escrito de tales antigüedades.
A las partes cuantitativas de la tragedia dedica La poética el capítulo XIII,
que tiene un carácter descriptivo, siguiendo la Poética de Aristóteles. Según
Luzán, Aristóteles divide la tragedia en cuatro partes: prólogo, episodio, éxodo
y coro; se refiere al número de los coreutas, a su distribución en la orchestra,
al número de actores. En el teatro actual no hay razones para señalar un núme
ro determinado de actos, ni dentro de éstos un determinado número de esce
nas, pero sí le parece que para mejorar la obra las escenas deben ir bien enla
zadas, y no dejar vacío nunca el escenario. Esta es una regla difícil y trabajosa,
pero es muy conveniente para la perfección del drama y para tener siempre
atento al auditorio.
De la comedia declara Luzán que hay poco que decir, porque las normas
que hasta ahora fue exponiendo y discutiendo eran propias de la tragedia y de
la comedia. Después de señalar sus orígenes griegos y los dos tipos: comedia
vieja y nueva, da una definición: comedia «es una representación dramática de
un hecho particular y de un enredo de poca importancia para el público, el cual
hecho y enredo se finja haber sucedido entre personas particulares o plebeyas
con fin alegre y regocijado; y que todo sea dirigido a utilidad y entretenimien
to del auditorio, inspirando insensiblemente amor a la virtud y aversión al vi
cio, por medio de lo amable de aquella y de lo ridículo e infeliz de éste» (III,
XIV, 404).
Las coincidencias con la tragedia son muchas, y las diferencias también
existen: la comedia se ciñe a un hecho particular, que apenas se extiende más
allá de un barrio, se desenvuelve entre damas, caballeros, criados, lacayos, etc., y
no entre reyes y príncipes, pero alguno de nuestros autores puso en las comedias
a príncipes, lo que hace decir a Cáscales que tales comedias «ni son comedias ni
sombra de ellas; son unos hermafroditas, unos monstruos de la poesía»; es carac
terístico de la comedia el final feliz que suele alcanzar, fiente al desgraciado y
triste de la tragedia; comedia y tragedia difieren en su finalidad intrínseca: la tra
gedia procura la catarsis de las pasiones, la comedia se orienta a poner modelos;
por último, hay diferencia en el asunto: los de la tragedia son grandes, pasiones
violentas y personas ilustres; la comedia tiene asuntos menos ruidosos, pasiones
moderadas, tiernas y placenteras, no violentas o fimosas, y consecuentemente el
estilo de la comedia es más natural, más fácil, frente al grandioso de la tragedia;
aquella nos incita a la risa y ésta a las lágrimas.
434 Poéticas clasicistas y neoclásicas
Las partes cualitativas de la comedia son las mismas que las de la tragedia,
pero las cuantitativas, según Donato, y sin contar el prólogo son tres: protasis,
epítasis y catástrofe. La protasis es el comienzo de la comedia, donde se acla
ra parte del argumento y parte se calla, para lograr suspender al auditorio; la
epítasis es el aumento de los lances y el nudo de los enredos; la catástrofe es
la mudanza de la fábula en felicidad, una vez que se han descubierto todos los
engaños y enredos. La protasis corresponde al primer acto; la epítasis al se
gundo y parte del tercero, y la catástrofe es el desenlace.
El capítulo XV, que pertenece a la primera edición, hace una relación «de
los defectos más comunes de nuestras comedias»; pasa revista a muchos de los
títulos del teatro español valorando sus aciertos y sobre todo señalando sus de
fectos, porque «los errores propios de la poesía dramática son fáciles de cono
cer, si se saben sus reglas. No ser verosímil la fábula, no tener las tres muda-
des de acción, de tiempo y de lugar, ser las costumbres dañosas al auditorio o
pintadas contra lo natural y verosímil, hacer hablar a las personas con concep
tos impropios y con locución afectada, y otros semejantes» (III, XV, 414). Se
tiene, pues, el canon a mano, se proyecta sobre cualquier comedia, y si se
ajusta es buena, si no, tiene defectos y es rechazable.
Por último, trata Luzán «de la tragicomedia, églogas, dramas pastorales y
autos sacramentales». Aunque sea sorprendente, dada la norma que exige no
mezclar lo trágico y lo cómico, hay poetas que han hecho «tragicomedias», cre
yendo que mezclaban tragedia y comedia en un género nuevo y válido, pero es
tas obras son un verdadero engendro, porque mezclar lo trágico y lo cómico es
echar a perder lo uno y lo otro. Las églogas pertenecen al género dramático y el
criterio para caracterizarlas no es la índole de su trama sino de su asunto, que
está constituido por las costumbres de los pastores, sus amores, sus contiendas,
sus ganados y su vida feliz; una variante serían las «piscatorias», que sustituyen
a los pastores por pescadores. «Los autos sacramentales son otra especie de poe
sía dramática, conocida sólo en España, y su artificio se reduce a formar una ale
górica representación en obsequio del sacrosanto misterio de la Eucaristía, que
por ser pura alegoría, está libre de la mayor parte de las reglas de la tragedia. El
feliz ingenio de Pedro Calderón de la Barca ejercitó su numen en esta nueva es
pecie de poesía con general aplauso» (III, XVI, 425).
L ibro Cuarto : consta de doce capítulos que tratan De la naturaleza y de
finición del poema épico. Nó tiene intercalaciones en la segunda edición, lo
que es indicio de que sus temas son poco polémicos y no han suscitado censu
ras o interpretaciones divergentes; se refieren concretamente a:
La fábula épica
Poemas de Homero y Virgilio
El héroe y demás personajes
Las máchinas
Poéticas neoclásicas en España 435
do salir o entrar a los personajes que necesita. Por fin «descúbrese el campa
mento y tienda de Ciro; habrá un bufete y dos sillas» y termina la Jomada
primera en el mismo lugar donde empezó.
La unidad de lugar se cumple en un sentido lato: hay movimiento, pero no
excede el de una ciudad y sus alrededores; Luzán no excluye el cambio de es
cena «campamento / palacio / campamento», pero no resulta muy verosímil
que en el cuarto representado en el escenario conspire el rey contra Ciro, está
la habitación de Fenisa, se queden solas Berenice y su dama, llegue hasta allí
Bretón, etc.
En la jomada segunda «representa la escena un salón o cuarto del palacio
de Astiages» y se abre, como en la primera, con música dentro, luego salen
Astiages y Ciro, que cuentan sus batallas y exponen su ideal de educación y de
virtud; siguen escenas de entradas y salidas de Fenisa, Berenice, Ciro, Cloriar-
co; hay saludos, equívocos, amores cmzados, celos y cortesías; se exponen
doctrinas sobre la virtud, el amor, y se entrevera alguna escena de humor, a
cargo de los criados. El espacio donde ocurren estos pasos es el salón, el
cuarto de Berenice, el de Fenisa y luego «múdase el teatro, que representará
un jardín real con varios cuadros, árboles, surtidores, cascadas y otras cosas
propias» (pág. 155), que quizá se tradujese en un decorado pintado.
El espacio escénico se mantiene en la jomada tercera con una «pieza del
cuarto de Astiages» donde conspiran el rey y su consejero y cuando ellos se
van «al entrarse salen Berenice y Emirena», y cuando éstas dicen lo que tienen
que decir, se van y «al entrar sale por la puerta Ciro»; se entretienen un poco
con él y cuando «éntranse Berenice y Emirena, al mismo tiempo sale Cloriar-
co por la parte opuesta». El movimiento de entradas y salidas no tiene otro
sentido que el funcional para dejar ante el público los diálogos de los persona
jes que convengan en cada ocasión y resulta, como vemos, más inverosímil
que los cambios de escenografía, que llegan al colmo cuando llevan a Ciro y a
Cloriarco a una prisión, por la que desfilan Fenisa, Filodemo, Asebandro... y al
juego de entradas y salidas, se añade otro de venenos, de copas, de falsas
muertes y muertes verdaderas, que resulta de lo más dinámico, hasta que todo
acaba como debe acabar: la virtud de Fenisa y de Ciro es coronada en el más
estricto sentido de la palabra, y de los demás nada se sabe.
El discurso tiene a veces ecos de Corneille, cuando Asebandro se pone a
dudar, como el Cid, y recita «Tiembla / el corazón y a latidos / me está avi
sando que vuelva / atrás los pasos. ¿Qué hará? / ¡Qué horror! ¡Qué lucha! ¡Qué
pena!» (2648-52). Otras veces son ecos de Calderón, cuando Ciro exclama:
«ya se acaba / el papel que en el teatro / del mundo tuvo mi fama» / «¿Qué
delitos cometí contra Astiages? (3279-83).
Al igual que el espacio, la trama, los personajes, el tiempo, etc., presentan
una distribución y un ritmo sorprendentes. Jarque lo ha advertido en el prólogo
de su edición: «la obra se divide en tres jomadas (...): la primera tiene 1318
Poéticas neoclásicas en España 439
Veamos ahora brevemente qué preceptos, qué reglas nuevas da Lope para el teatro
español diversas de las de Aristóteles. A la verdad son muy pocas, y apoyadas en razo
nes bien frívolas. Dejando a un lado todo lo que dice perteneciente al sistema y reglas
de Aristóteles, y entresacando sólo aquello que es propio del arte nuevo, se reduce a lo
siguiente.
El poeta elija con entera libertad el asunto que quisiere, sea de historia o de fábula,
sea de reyes o de gente plebeya, y mezcle lo trágico y lo cómico, a Terencio y a Séne
ca, aunque esto sea componer un monstruo, como otro Minotauro de Pasifae y no ima
comedia. La razón de esta nueva regla es, que esta variedad con que se hace una parte
grave y otra ridicula, deleita mucho.
No tiene que observar el poeta la unidad de tiempo ni de lugar. En cuanto al tiempo
advierte, que si es menester que por la comedia pasen años, se pongan éstos en las dis
tancias de los dos actos. Y aunque esto de pasar años por la comedia, y de hacer cami
no sus personajes mudándose de un lugar a otro, es cosa que ofende a todo hombre que
discurre y entiende como racional, aconsejó lo contrario, con todo eso halla una razón
muy frecuente contra tales unidades, y es que ya perdimos el respeto a Aristóteles y a
sus consejos y razones cuando mezclamos lo trágico y lo cómico. La mejor salida a to
dos los argumentos es que no vaya a ver estas comedias quien se ofende de sus impro
piedades y disparates. Y finalmente, la ùltima y más poderosa razón para no observar la
unidad de tiempo ni de lugar es porque
... la cólera
De un español sentado no se templa
Si no le representan en dos horas
Hasta el final juicio desde el Génesis.
Y si es preciso, que el poeta cómico dé gusto a esta cólera, aunque atropelle por
todo.
Las demás reglas giran sobre puntos menos esenciales, y la mayor parte convienen
con el sistema aristotélico; como son, que el asunto tenga una acción y la fábula no sea
episódica; que el lenguaje sea puro y familiar; que se levante el estilo cuando la perso
na persuade, aconseja o disuade; que la solución se guarde para la postrera escena; que
Textos para comentario 441
no se deje solo el teatro, sino lo menos que se pueda; que se imite solamente lo vero
símil y se guarde el poeta de imposibles; que se observe el decoro de las personas y el
viejo hable como viejo, y el lacayo como lacayo. No se contradiga la persona, ni se ol
vide de lo que dijo. Remátense las escenas con gracia y con versos elegantes. Póngase
en el acto primero el caso; en el segundo, hasta la mitad del tercero, el enredo. El apa
rato toca al autor; y en cuanto a los trajes, parece deseaba Lope la propiedad confesan
do cuán absurdo era:
Sacar un turco con cuello de cristiano
Y calzas atacadas un romano.
TEORÍA LITERARIA, I I . - 15
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